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Unidad 3

1 //Escenario
Escenario25
Lectura fundamental
Fundamental

Nueva historia
Etapas de un plan
cultural:
de comunicación
algunos
estratégica
debates y perspectivas

Contenido

1 Introducción

2 Orígenes de la nueva historia cultural

3 Debates teóricos e historiográficos

4 Algunos problemas de la historia cultural

Palabras clave: cultura, prácticas, representaciones, antropología histórica.


1. Introducción
La historia social y cultural fue el paradigma predominante en el trabajo historiográfico en las tres cuartas
partes del siglo XX. La posibilidad de construir nuevas preguntas para pensar el pasado, las relaciones con
otras ciencias sociales y la incorporación de nuevos sujetos al relato histórico fueron elementos decisivos
que aseguraron por un largo tiempo el éxito de esta forma de hacer y practicar la historia. Este paradigma
fue perdiendo fuerza en la década del setenta y ochenta como producto de los nuevos enfoques teóricos
que sugerían a los historiadores transitar por una senda diferente para pensar en el pasado. La pregunta por
la cultura en plural y por otras manifestaciones del pasado que no solo estaban vinculadas con lo económico
y lo social alteraron el panorama historiográfico en este periodo.

El conjunto de problemas y de enfoques diversos que interrogaron la cultura fue marcando un movimiento
que se denominó el giro cultural o la “nueva historia cultural” (NHC). La NHC puso en evidencia los límites
de una historia centrada en lo económico o en las grandes estructuras sociales. Esta perspectiva reivindicó
el papel de la cultura para el análisis histórico y, de manera paralela, se plantearon cambios metodológicos
para aproximarse al pasado. Dentro de estas nuevas perspectivas nos encontramos con el estudio de
las prácticas y de los discursos a partir de la crítica de los textos. Con la NHC, además, se ampliaron los
problemas de investigación de la historia, por ejemplo: la historia de la cultura popular, la historia de los
sueños, la historia de la vida cotidiana y privada, la historia de la lectura, entre otros.

Para poder desarrollar algunos aspectos centrales de la NHC y del giro cultural esta Lectura se centrará en
tres momentos:

I. Los orígenes de la NHC y algunos antecedentes historiográficos para pensar la cultura.

II. Los debates teóricos y metodológicos propuestos desde estas perspectivas historiográficas.

III. Una aproximación inicial a los problemas y nuevos interrogantes que habilita la historia cultural para
pensar el pasado.

2. Orígenes de la nueva historia cultural


Los problemas relacionados con la cultura no constituyen un campo tan novedoso en las reflexiones
historiográficas. Desde inicios de la década del veinte, los historiadores Jacob Burckhardt y Johan Huizinga
ofrecieron importantes reflexiones en las que los componentes culturales de la interpretación del pasado
sobresalían. Burckhardt realizó estudios sobre Grecia antigua, los primeros siglos del cristianismo y el
renacimiento italiano en los que se ocupó del arte y la literatura de estos periodos como una forma de
pensar la cultura del pasado. Por su parte, Huizinga se interrogó por los problemas de la muerte,

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la decadencia, el miedo y el simbolismo de la cultura tardomedieval. Estos historiadores consideraban que
no era posible hacernos una idea de otras épocas sin considerar las dimensiones culturales.

Aunque existen muchos más ejemplos de antecedentes relacionados con la historia cultural, lo que nos
interesa señalar son algunos puntos relacionados con su relativo predominio desde la década del ochenta.
La referencia inicial a Burckhardt y Huizinga nos permite advertir que el problema por lo cultural no fue un
fenómeno extraño para los historiadores. Sería erróneo considerar que la tradición de la historia social y
cultural representada en las primeras generaciones de Annales y los historiadores marxistas británicos no
se interrogaron por las dimensiones culturales del pasado. El problema radica en el predominio que tenían
las explicaciones sociales y económicas para la interpretación de los fenómenos históricos. Para algunas
tradiciones, la cultura era considerada como un epifenómeno desde el cual no era posible penetrar en las
grandes estructuras sociales que han definido el movimiento de la historia. En otras palabras, la cultura
ocupaba un lugar secundario en este tipo de interpretaciones.

La denominada nueva historia cultural aparece hacia finales de la década del sesenta como una crítica
a la historia socioeconómica cultivada desde el marxismo y las primeras generaciones de la escuela de
los Annales. De manera más precisa, la historia cultural se oponía a las versiones del marxismo ortodoxo
que enfatizaban en el análisis de la historia como un choque entre base y superestructura y la noción
braudeliana de estructuras de larga duración que presentaba los procesos históricos a partir de una
envoltura relativamente inmóvil. La desconfianza por los enfoques estructuralistas de la historia económica
y social tuvo una fuerte influencia de un contexto marcado por la emergencia de la agencia y el sujeto en
las discusiones de las ciencias sociales. El trabajo de E. P. Thompson ha sido considerado como un punto
de inflexión hacia la historia cultural y hacia una manera antropológica de comprensión de la historia. La
propuesta de Thompson revela un interés por las dimensiones culturales de la clase obrera; en un escrito de
1966 publicado en el Times Literary Supplement, el historiador británico definía uno de los desplazamientos
centrales de la ‘historia desde abajo’ del interés por las “instituciones del laborismo (y sus dirigentes e
ideología aprobados) a la cultura del pueblo”.

Esta perspectiva sintetizaba algunos aspectos de la propuesta que ya había trazado en La formación de la
clase obrera en Inglaterra y que exploró con mayor detenimiento, a la luz de un enfoque gramsciano, en
Costumbres en común. De esta manera, los historiadores marxistas británicos avanzaban en dos aspectos
esenciales que luego fueron profundizados por los historiadores culturales, “el relieve dado a lo popular, a
lo bajo, a lo excluido y el peso que le confiere a la cultura”. Sin embargo, sería el trabajo de Natalie Zemon
Davis, Sociedad y cultura en la Francia moderna, que recibirá el reconocimiento como pionero y constitutivo
de la historia cultural propiamente dicha. En este caso, la historiadora norteamericana indagaba, desde una
perspectiva antropológica, por los rituales, carnavales y ritos de la llamada menu peuple.

Estas aproximaciones demandaban una comprensión de la cultura como un lugar determinante en la


producción de sentidos y significados del pasado y no simplemente como un epifenómeno de la realidad.

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Roger Chartier, una de las figuras más representativas de la historia cultural, ha señalado tres elementos
distintivos de la historia cultural:

I. La atención a los lenguajes, las representaciones y las prácticas.

II. Un acercamiento a los modelos de inteligibilidad de la antropología y de la crítica literaria.

III. Una inclinación por estudios de casos más que por una propuesta de historia total.

La historia cultural redefinió algunos caminos para abordar el problema de la cultura tomando en préstamo
las definiciones de la antropología simbólica. Más exactamente, la propuesta de Clifford Geertz sirvió como
punto de partida para comprender la cultura como un “patrón históricamente trasmitido de significados
expresados en símbolos, un sistema de concepciones heredadas expresadas en formas simbólicas por
medio de las cuales los hombres se comunican” (Geertz, 1988, p. 89).

Aunque las nociones de cultura son variadas, un elemento importante que dejó la discusión sobre su
definición fue la manera en que se descentraron los estudios de la cultura del vínculo con las bellas artes y la
alta cultura. El paso decisivo consistió en abandonar el contraste entre sociedades con cultura y sin cultura
para hablar de culturas en plural. De esta forma, la cultura pasó de ser considerada simplemente como
artefactos culturales para resaltar las dimensiones simbólicas de la acción social.

La historia cultural no tiene un centro de producción específico como lo vimos en Lecturas anteriores con
el historicismo alemán, la escuela francesa de los Annales o la inglesa de los marxistas británicos. En este
caso, la historia cultural se articula en una variada geografía que abarca Estados Unidos, Inglaterra, Francia,
Italia, entre otros. Esta diseminación de la historia cultural tiene unas variantes específicas, lo que hace que
no se pueda caracterizar como una corriente homogénea. Sin embargo, se puede hablar de un “colegio
invisible” del que hacen parte algunas figuras centrales de la historia cultural como Carlo Ginzburg, Peter
Burke, Natalie Zemon Davis, Robert Darnton o Roger Chartier, por mencionar algunos nombres. Más allá
de los litigios y controversias, existe una serie de afinidades y rasgos compartidos que hacen que se pueda
hablar de una práctica historiográfica común. Mencionemos algunas de estas conexiones: en primer lugar,
la mayoría mantiene un intercambio intelectual amistoso, lo que permite que sean reconocidos como
referentes centrales a la hora de emprender investigaciones relacionadas con la historia cultural. Estos
intercambios intelectuales están definidos a su vez por el hecho de que algunos de estos historiadores han
publicado libros que renovaron el panorama historiográfico: El queso y los gusanos, La gran matanza de gatos,
El regreso de Martin Guerre, La cultura popular en la Europa Moderna, han marcado una forma particular de
pensar y hacer la historia.

En segundo lugar, algunos de los trabajos de estos historiadores culturales se distinguen por que se ocupan
de episodios o circunstancias concretas. Esto tiene una razón metodológica que obliga al investigador
a reducir la escala de observación para pensar los esquemas culturales de una época. Esta pretensión

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contrasta con los proyectos emprendidos por generaciones de historiadores precedentes como, por
ejemplo, Fernand Braudel y su libro El Mediterráneo. En este caso, ya no se trata de reconstruir las
estructuras que envuelven el desarrollo de un fenómeno, sino de pensar en problemas parciales, en retazos
o fragmentos del pasado. Este último aspecto no significa una renuncia a la comprensión de la conexión
entre fenómenos, se trata más bien de darle luz a otros aspectos de la historia que, en los esquemas
estructuralistas, no tenían la cabida suficiente.

Historia económica y social Nueva historia cultural

Sociología: ofrecía categorías para pensar las Antropología: las preguntas por lo simbólico
grandes estructuras sociales. permitieron un acercamiento a las preguntas y
métodos etnográficos para explorar el pasado.

Economía: permitía pensar la historia en términos Lingüística: el estudio textual se constituyó en


de ciclos. Era considerada una dimensión decisiva una herramienta clave. No solo trata de pensar los
para interpretar las grandes estructuras sociales. usos y apropiaciones de los discursos.

Figura 1. Relación de la historia económica y social y la NHC con otras disciplinas


Fuente: elaboración propia

3. Debates teóricos e historiográficos


La historia cultural sugiere reconsiderar la cultura como una dimensión importante para pensar el pasado.
Aunque es una tarea difícil ofrecer una definición de cultura, podemos señalar algunos elementos que
de entrada nos permitan comprender el objeto de estudio de esta tradición historiográfica. Para los
historiadores Justo Serna y Anaclet Pons, la cultura puede ser definida como un repertorio de códigos o
de convenciones, un escenario de reglas, significados, de prohibiciones y prescripciones que sirven para
interactuar con el entorno social y físico (Serna y Pons, 2013, p. 20). Esta definición provisional sitúa de
manera inicial algunos problemas teóricos y metodológicos sobre la manera de desplegar esta propuesta
de interrogar el pasado, en otras palabras, esta definición nos enlaza con las preguntas por las formas de la
historia cultural.

En primer lugar, las transformaciones teóricas vinieron de la mano de las discusiones que posicionaron las
corrientes postestructuralistas. De manera más precisa, las perspectivas de los filósofos Michel Foucault y
Roland Barthes u otros filósofos de la modernidad como Nietzsche, Hegel o Kant ampliaron el repertorio
teórico de los historiadores. La particularidad de estas corrientes de pensamiento filosófico radica en

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que sus reflexiones sobre el horizonte histórico han obligado a los historiadores a hacer más explícitos los
esquemas y fundamentos historiográficos. También, la antropología simbólica y los trabajos de Clifford
Geertz sirvieron de detonante para llevar el método etnográfico a la historia. Cada una de estas tradiciones
del pensamiento definió apuestas teóricas y metodológicas en la historia cultural. Para ser más precisos,
las reflexiones filosóficas de Michel Foucault pusieron en debate las perspectivas de la construcción de
las series documentales para establecer continuidades, por el contrario, el filósofo francés alertó sobre la
importancia de identificar los aspectos no dichos, lo extraño, lo indefinido en estas series. Esta perspectiva
condujo a pensar la historia de los “otros”: locos, la clínica, las prisiones, la sexualidad. Por su parte, la
antropología simbólica definió el lugar simbólico de ciertas prácticas de la cultura popular como el juego
de símbolos y significados que ocupan algunos animales para ciertas culturas, o las formas de expresión de
lo popular como la religiosidad, los carnavales y el entramado de relaciones que construye con otros. Por
su parte, los estudios sobre el lenguaje permitieron entender el pasado como un texto. En este caso, el
análisis de las representaciones del lenguaje como una dimensión central de pasado y de lo humano cobró
relevancia. El contacto de estos enfoques con la historia permitió que se pensara en el juego de usos y de
mecanismos de apropiación que hacen las personas de los elementos de la cultura.

Todas estas apuestas dieron apertura a una comprensión más dinámica y plural de la cultura. La historia
cultural no concibe la cultura como el repositorio de las tradiciones más sofisticadas de la sociedad,
por el contrario, recupera aquellos elementos que puedan acercarnos a las prácticas cotidianas de
la distintos grupos sociales y la manera en que en estas prácticas se ve reflejado un conjunto de
símbolos, códigos y significados que enmarcan la acción de los individuos. De otro lado, la mayoría de
los historiadores culturales ponen en escena nuevas apuestas narrativas para representar el pasado. En
general los historiadores culturales tomaron mayor conciencia de la importancia del relato, de la trama
y la organización formal del texto para ser publicado. Esto permitió que algunos de los trabajos de esta
generación de historiadores se convirtieran en auténticos best sellers, como El queso y los gusanos de
Ginzburg, El regreso de Martin Guerre de Natalie Zemon Davis y Montaillou de Emmanuel Le Roy Ladurie.

4. Algunos problemas de la historia cultural


Las preguntas que abre la historia cultural son múltiples. El problema del cuerpo, de la sexualidad, de la
familia, de la vida privada, de las prácticas de lectura, de las representaciones de los individuos, la música, los
rituales, la vida cotidiana, la historia de los sentidos y de los sentimientos y un largo etcétera son problemas
que desde la historia cultural han sido interrogados. En otras palabras, la historia cultural abre un mapa
multiforme de posibles preguntas para pensar el pasado. También, la historia cultural ha redescubierto
elementos asociados a la historia “tradicional” como aquellos referidos a la historia de la política o la de los
individuos. Recordemos que, en el proceso de la renovación historiográfica liderado por Annales,

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“lo político” y el “individuo” fueron considerados problemas característicos de la historia decimonónica. En
este caso las preguntas de la historia cultural reactualizan y rehabilitan estos viejos interrogantes. Veamos
de manera rápida esta relación para entender con un ejemplo concreto el potencial de las preguntas de la
historia cultural.
Los cruces entre historia política y cultural han sido advertidos por historiadores que trabajan en ambas
orillas historiográficas. No es difícil reconocer que las propuestas de la renovación de la historia política y el
nacimiento de la historia cultural se “inscriben dentro de un mismo giro historiográfico” que produce nexos
productivos. El historiador Guillermo Palacios señala que el resurgir de la historia política fue el resultado de
avances en la historia de la cultura, como la “historia centrada en la comunicación, la circulación de ideas y
nueva prácticas sociales”. Por su parte, el historiador francés Jean-François Sirinelli fue uno de los primeros
en advertir la importancia de los cruces temáticos y las propuestas teóricas comunes como el enfoque
antropológico y sociológico en el estudio de las culturas políticas, que conducían a la disolución de las
fronteras entre una y otra forma de hacer historia.
De esta manera, la historia política se abrió paso para analizar los vínculos entre los hombres y los códigos
que los rigen, los valores e imaginarios, las sociabilidades, entre otros. Los trabajos de Maurice Agulhon,
François Furet y François-Xavier Guerra resultaron importantes para reintroducir la política en la
explicación histórica. Sin embargo, las aproximaciones de Agulhon fueron las más afortunadas y sugestivas
para indagar este problema, ya que concibió el estudio de la política como una práctica y como experiencia
compartida. Este punto de arranque le permitió ir más allá de la estructura jerárquica inducida por la
historia tradicional entre grandes actores y el resto de la población. Siguiendo estas pistas, Agulhon sugería
indagar por las huellas de las representaciones colectivas como una manera de ofrecer inteligibilidad a la
acción política desde una perspectiva etnológica: la historia de la sociabilidad es, de algún modo, la historia
conjunta de la vida cotidiana, íntimamente ligada a la de la psicología colectiva.
Siguiendo con esta perspectiva, Sirinelli presentó varios problemas en los que la historia política y cultural
podía encontrar un camino común. Para el historiador francés, el problema que servía de bisagra entre
estas dos tradiciones era el estudio de las representaciones. Así las cosas, la historia política no solo se
interrogaba por comportamientos individuales o colectivos, sino también por las percepciones y las
sensibilidades, problemas en los que la historia cultural había concentrado algunas de sus preocupaciones.
La noción de representación, desde esta perspectiva, exigía tratar las relaciones de poder como fuerza
simbólica. Este asunto fue recuperado por los historiadores culturales del clásico estudio de Marc Bloch
Los reyes taumaturgos. Allí, el historiador francés analiza la manera en que ciertas creencias, como la
capacidad de los reyes en la curación de las escrófulas, producen efectos en la vida de las personas. El
estudio de las creencias y el uso de la etnografía comparada le permitieron recorrer un camino distinto para
interrogar el problema de la política, como son las formas diseminadas del poder simbólico que suscitan el
consentimiento; así para Bloch “en muchos aspectos, todo este folklore nos dice más que cualquier tratado
doctrinario”.

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La cultura política aparece como la noción situada en el cruce entre historia política y cultural. La noción
de cultura política, desde la historiografía, fue definida como un conjunto de prácticas compartidas: “una
visión compartida de mundo, una lectura común del pasado y una proyección compartida de futuro”. Esta
interpretación de la cultura política pone el acento en la importancia del lugar de las representaciones que
lo hace distintivo de la ideología y de las tradiciones y, de otro lado, en el carácter plural de las culturas
políticas. La política cultural ha sido otra variante de los cruces entre política y cultura muy cercana a la
cultura política. En este caso, designa dos movimientos centrales, de un lado, la historia de la cultura dirigida
por entidades incitadoras que puede ser Estados, asociaciones, grupos políticos, instituciones privadas, etc.
De otro lado, la cultura como un campo de fuerzas en el que se expresan los conflictos sobre el sentido y la
apropiación de lo público.

De manera reciente, se ha puesto énfasis en otros cruces entre historia política, historia cultural e historia
intelectual que eran menos evidentes. En estos nexos la historia de la cultura impresa ha cumplido la
función de bisagra para explorar terrenos de los que se ocupa la historia intelectual y política. Roger
Chartier definió este vínculo como la necesidad de construir una historia social de las ideas en la que la
historia intelectual ocuparía un lugar central. En este caso, la historia intelectual debía plantear como
elementos centrales de su indagación “las discontinuidades que hacen que se designen, se agreguen y
se ventilen, en formas diferentes o contradictorias según las épocas, los conocimientos y las acciones”.
De otro lado, la historia del libro y la historia intelectual permiten identificar los enfrentamientos en los
proyectos de nación a partir de los ciclos de expansión del libro, con lo que es posible determinar de manera
más o menos clara los “agentes sociales a favor o en contra de la difusión de determinadas categorías
de libros”. En esta misma dirección, Juan Pablo Laporte considera que la historia del libro y de la lectura
se constituyen en un sustento teórico y metodológico para comprender la modernidad política; en ese
sentido, las ideas encuentran su razón de ser políticas en la materialidad textual que las transporta de la
esfera privada de la intimidad a la esfera pública de la publicidad.

La relación entre historia cultural e historia intelectual ha sido definida como una ambigüedad fecunda.
Los nexos entre historia intelectual e historia cultural se pueden ubicar en las distintas dimensiones que
tienen los intelectuales como hombres públicos. En este caso, en tanto proyectos de élites letradas el
personal político tiene la virtud de vincularse a distintos circuitos de comunicación que lo obligan a producir
artefactos culturales como periódicos y libros. Situados en esta frontera, es posible identificar la circulación
y el consumo de impresos, las bibliotecas ideales de las distintas tradiciones políticas e intelectuales, los
referentes intelectuales que circulaban, el tipo de lecturas que realizaban y las propuestas políticas que se
desplegaban.

En esta lectura hemos definido algunos rasgos centrales de la historia cultural, en particular, las
trasformaciones que trajeron al campo historiográfico las preguntas por la cultura. Los historiadores
culturales están lejos de ser considerados como una corriente homogénea, la diversidad de geografías

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de producción y los préstamos con otras disciplinas como la lingüística y la antropología aseguraron un
camino de nuevas preguntas y enfoques para pensar la historia. Algunos de los interrogantes que quedan
de esta amplia y extensa producción son el riesgo, advertido por otros historiadores, de caer en una
sobreinterpretación de lo cultural y hacer de lo cultural una fuerza motriz de los fenómenos históricos y
sociales sin establecer una adecuada relación con otras instancias centrales de la realidad.

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Referencias
Burke, P. (2006). ¿Qué es la historia cultural? Paidós.

Serna, J. y Pons, A. (2013). La historia cultural. Autores, obras, lugares. Akal.

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INFORMACIÓN TÉCNICA

Módulo: Teoría de la Historia


Unidad 3: Nuevos enfoques historiográficos
Escenario 5: Nueva historia cultural: algunos debates
y perspectivas

Autor: Edgar Andrés Caro Peralta

Asesor Pedagógico: Claudia Yaneth Mora Villalba


Diseñador Gráfico: Brandon Steven Ramírez Carrero

Este material pertenece al Politécnico Grancolombiano.


Prohibida su reproducción total o parcial.

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