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LAS REPRESENTACIONES DE LA INFANCIA Y EL ORDEN INSTITUCIONAL

COMO EJES ARTICULADORES EN LA LÍNEA DEL TIEMPO DE LA


RESPONSABILIDAD PENAL DE NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES

INTRODUCCIÓN

La infancia y la adolescencia han tenido un lugar en la sociedad como una etapa de


formación, de allí que la escuela ha sido tomada a lo largo de la historia, como una de las
instituciones primordiales en la formación de la infancia y promotora del desarrollo del sujeto
en la sociedad; la manera en como esta se imparte define de forma importante la
concepción y comprensión de la realidad social (Báez, 2012).

En relación con el tema de acciones que podría realizar la escuela o las instituciones
educativas, pueden encontrarse estrategias preventivas que buscan principalmente que
algunos fenómenos no se presenten o minimizar los efectos de los mismos en una sociedad
reguladora del comportamiento (Hodgson, 2011).

Una de estas corresponde a las prácticas punitivas las cuales son intervenciones
que pretenden disminuir la probabilidad de que se presenten conductas problemáticas en el
futuro o comportamientos delictivos que pueden cometer los niños y niñas. En este sentido,
a través de la historia, las instituciones y concepciones desde la pedagogía, se han creado
diferentes mecanismos de intervención, así como la creación de la categoría de
inimputabilidad en menores de edad de acuerdo a cada país (Moya & Bernal, 2015).

TEORÍAS PEDAGÓGICAS EN COLOMBIA Y LOS SISTEMAS PENALES DE


RESPONSABILIDAD JUVENIL DESDE EL SIGLO XIX

Según Moya y Bernal (2015), a partir de los siglos XIX y XX el significado de infancia
dio un vuelco importante sobre el sentido social del menor como un símbolo de inocencia,
creándose una mayor conciencia del riesgo al que se encontraban expuestos y es así que
se da una mayor responsabilidad a los padres, que más que un deber, se convierte en una
obligación por procurar una buena educación como predictor de la buena o mala conducta
del niño, trayendo así, inmersa una corresponsabilidad de los padres en la conducta
infractora del menor. Dicho lo anterior, se podría identificar que el primer modelo
pedagógico que se implementaría en Colombia con énfasis en la autonomía o el control
punitivo de la infancia, se fundamentaría en la educación de valores, principios y normas
éticas y morales desde casa.
Frente a los modelos educativos en entornos escolares en el siglo XIX se da un gran
paso, de un sistema pedagógico tradicional catolico y conservador (memorista. verbalista y
punitiva) a una pedagogía pestalozziana que surgió entre los años 1845 y 1847 en
Colombia. Este modelo también denominado objetivo o intuitivo, reformó la enseñanza
mediante la incorporación de nuevas metodologías de enseñanza en las Escuelas normales
inculcando nuevos modelos sociales y culturales a través de la preparación a los futuros
maestros de las escuelas primarias para promover un pensamiento crítico, reflexivo e
inclusive (Báez, 2012).

De acuerdo con lo anterior, la escuela, así como otras instituciones, se convierten en


pilares fundamentales en la educación y el desarrollo del niño. Según Hodgson (2011), las
instituciones llegan a ser sistemas de reglas sociales con el objetivo de regular el
comportamiento, de esta manera se orientan en la regulación autoritaria por medio de
normas. En relación a la infancia, se ha observado que el desarrollo de los niños, en
instituciones de protección se derivan de un ambiente de prohibición en el cual la
interacción entre el niño y el cuidador, así como la calidad del cuidado mismo, no ofrece
opciones adecuadas para estimular el desarrollo infantil, esto puede verse de acuerdo con
las condiciones de vida, las características específicas de las instituciones y las dinámicas
de relación e interacción entre los niños y sus cuidadores (Galvis, 2015). Las cuales si se
analizan desde otra perspectiva se encuentran en paralelo con las instituciones totales.

En este sentido, se identifica un paralelo dado que las instituciones totales generan
una absorción de la vida social (Ligarribay, 2021), entendiendo que la vida cotidiana se
desarrolla en el mismo lugar y con una autoridad única, en este mismo sentido la vida diaria
se desarrolla junto a otras personas que realizan cosas similares, las actividades están
programadas de forma secuencial, el tiempo libre también se encuentra regulado y las
actividades responden a un plan racional, de igual manera se genera una representación
entre los grupos. Además responden a una estructura institucional en la cual se desarrollan
objetivos, ideología, valores y normas compartidos, un sistema de roles y de diferenciación
tanto entre individuos como en grupos, se logra delimitar una jerarquía, liderazgo o
autoridad, así como una delimitación espacial y temporal.

Las instituciones de protección, para dar un ejemplo, los orfanatos, coordinados por
comunidades religiosas o a cargo de una unidad territorial estatal, representan la adaptación
de un discurso representacional de la infancia como el paso hacia la adultez que es preciso
controlar, antes que se subvierte en delincuencia, es por esto que, a lo largo de la historia,
se han optado por tomar diversas medidas para el desarrollo y/o control de la infancia, dado
que, dichas medidas se encuentran relacionadas a la concepción que se tiene de los niños,
niñas y adolescentes, y dicha concepción depende de la época y/o cultura en la que se
encuentra inmersa la infancia.

Por consiguiente, en relación a lo expuesto anteriormente, es esencial mencionar


que, en la antigüedad y en la edad media no se reconocía la infancia como una etapa con
sus propias cualidades y capacidades, era la época de los hombres jóvenes, por lo cual el
niño era considerado como un homúnculo (hombre en miniatura), por lo tanto, la educación
que se dicta en dicha época no se adapta al nivel del niño. Así pues, el inicio del
reconocimiento de la etapa de la infancia se da hasta el Siglo XVII, en donde la
escolarización se establece de forma obligatoria hasta los 12 años al igual que se da inicio a
una preocupación por la educación de las mujeres.

Con respecto a su control, en el siglo XIX, cuando el adolescente infringía la ley no


se preveía un tratamiento jurídico ni sancionatorio diferente al que se les otorga a los
adultos, en este siglo y aún en la actualidad, la iglesia católica es un instrumento utilizado
para el control del menor por medio de normas morales y religiosas.

De manera que, a continuación se describirán aspectos fundamentales para la


construcción de la categoría del adolescente infractor y de esta forma tener una mejor
perspectiva sobre los dispositivos punitivos de la infancia; la ley penal ha abordado al menor
infractor desde diversos imaginarios de la infancia, la adolescencia y rejillas de apropiación
que han preponderado sucesivos instrumentos jurídicos desde el Código de Santander
hasta el Código de Infancia y Adolescencia.

En primer lugar se evidencia el código de santander, el cual es el primero en


mencionar los delitos de los menores pero no los separa de los cometidos por parte de los
adultos, en este código y en el del estado de Cundinamarca se excusa de responsabilidad
al menor de 7 años, lo cual se fundamenta en la capacidad de comprender los actos.
Seguido a estos, se encuentra el código penal de 1980, el menor de 7 años sigue siendo
inimputable, y el menor de 12 años y mayor de 7 años, que cometa algún delito no se le
impone alguna pena, sino que se le delega el compromiso de la corrección del menor a sus
tutores responsables de la forma más conveniente, posteriormente se encuentra la ley 98
de 1920, influida por el paradigma irregular, en esta se crea una jurisdicción especializada,
con la posibilidad de la intervención penal en los casos de menores que se hallaran en
estado de abandono físico, moral o por vagancia, influenciado por el mismo paradigma
encontramos al código del menor (decreto 2737 de 1989), se considera penalmente
inimputable al menor de 18 años, para ellos se destina un acompañamiento especial de la
Defensoría del Pueblo por medio del cual se busca la rehabilitación de las conductas ilícitas
en que él haya incurrido, se optan por medidas de seguridad y por proteger y garantizar sus
derechos fundamentales.

Finalmente, se encuentra el código de infancia y adolescencia (1098 de 2006), en


este surge e influye el paradigma de protección integral y el sistema de responsabilidad
penal juvenil, en este código ya no se considera el menor de 18 años inimputable, por lo
tanto ya se le puede aplicar una sanción la cual se puede establecer desde los 14 a los 18
años (privación de la libertad, no mayor a 8 años), con el propósito de una re-socialización
del individuo para que no reincida en dichas conductas delictivas, dado que, las sanciones
poseen un contenido pedagógico y con fines protectores, educativos y restaurativos. Con lo
anterior se puede inferir que el papel de la cultura y/o sociedad ha tenido una gran influencia
frente a la concepción de la infancia y a la vez con su construcción sobre las medidas de
control del menor infractor.

Sin embargo, hay una concepción tradicional de la adolescencia, en la cual


prevalece la imagen de un sujeto adolescente inmaduro e incapaz de tomar decisiones
sobre los destinos de su vida, por lo que la tutela adulta es una necesidad que desconoce
los rasgos de los adolescentes actuales y se le resta importancia a los importantes y
complejos procesos de reconfiguración social e identitaria que el sujeto experimenta en esa
etapa de su vida, sobreponiéndose sobre el desarrollo de sus potencialidades y su
participación en la construcción de espacios más democráticos, la contención y el
establecimiento de límites (Reyes, 2020).

Así los infantes adolecen de una reconstrucción profunda como sujetos y actores
sociales, en el cual los procesos de subjetivación se acentúan produciendo rupturas
importantes con su socialización, lo cual alimenta una mayor independencia y autonomía en
los sujetos. Etapa de suma importancia en sí misma, de redefinición de la identidad
personal y de resignificación social, tan trascendentes en la vida de los sujetos que marcan
de manera definitiva su relación con su entorno social. Estos se transforman, pero al mismo
tiempo modifican su mundo, no tan sólo en su visión, sino también en sus condiciones de
existencia. Así, más que buscar un lugar en el mundo social, pretenden hacerse visibles en
él y ser reconocidos como actores sociales.

Los procesos de ruptura, emancipación y subjetivación que caracterizan a la


adolescencia producen tensiones y conflictos sociales dentro de los distintos ámbitos
institucionales en los cuales participan los adolescentes. Por ejemplo, el espacio que
otorgaba la familia hasta entonces, suficiente para la actuación del individuo, se empieza a
convertir en un círculo estrecho que los adolescentes buscan traspasar multiplicando sus
ámbitos de actuación. (Reyes, 2020)

Los valores, las normas y todo el conjunto de relaciones, son cuestionadas por ellos.
Ante esto, el adulto se enfrenta a la dificultad de aceptar el crecimiento de los adolescentes
y reconocer el derecho de éstos a tomar decisiones sobre su futuro: la elección de pareja,
las decisiones vocacionales o laborales, la participación ciudadana. Aceptar que existen
estados de desarrollo diferentes, que la brecha generacional es una realidad, constituye una
gran tarea para la familia y para las otras instituciones en las que los jóvenes se desarrollan,
además de que es fuente de tensiones y conflictos.

Bourdieu (1990), menciona que en estos límites de edad está en juego la transmisión
del poder y los privilegios entre las generaciones, Estos procesos sociales en los cuales
participan los adolescentes, los lleva a un tipo de exclusión social porque se encuentran en
una especie de tierra de nadie social, ya que son adultos para ciertas cosas y niños para
otras. Se escucha repetir que los niños y jóvenes son el futuro del país y del mundo. Esta
afirmación desconoce que, con su participación, en los distintos ámbitos en los que actúan,
contribuyen a configurar las sociedades actuales, donde son etiquetados como “frágiles” o
como “peligrosos”, siendo objeto de una seudo-protección que, a decir de Fize, es un ropaje
de su marginación.

Son vistos entonces como ciudadanos pasivos por un mundo adulto que desconfía de
su participación, como ciudadanos incompletos a quienes parte de sus derechos son
negados o, al menos, resguardados hasta que adquieran la capacidad para hacer uso
responsable de éstos. Este estatus incompleto del ciudadano que poseen los adolescentes
nos recuerda que las dos dimensiones que incluyen el concepto de ciudadanía (titularidad
de los derechos y capacidad real para su ejercicio) muchas veces se contraponen en la
práctica, ya que se afirma la titularidad de derechos sobre grupos que antes estaban
excluidos de la misma.

Cuando se hace explícito que los adolescentes son sujetos de derechos, se busca que
las estrategias educativas sean congruentes con este principio, se observa una intención
por construir una mirada positiva y comprensiva sobre este sector de la población. Esto
significa, entre otras cosas, pasar de una perspectiva de éstos como simples receptores o
beneficiarios de la oferta pública, objetos de la caridad o la protección, a una nueva donde
las necesidades se transforman en derechos, la discrecionalidad en promoción del
desarrollo progresivo de la autonomía. Implica un reconocimiento de los adolescentes como
ciudadanos titulares de sus derechos civiles, sociales y culturales, lo cual puede contribuir al
logro de los aprendizajes que se han identificado como importantes dentro de la educación
básica, la construcción de espacios más democráticos, a la formación integral de los
jóvenes y a contrarrestar los procesos de exclusión que éstos experimentan en varios
contextos sociales actuales (Reyes, 2020).

Fize (2004), refiere que, es necesario dar a los adolescentes la oportunidad de


formular proyectos y ejercer responsabilidades que puedan consolidar su personalidad. La
formación ciudadana debe vincular aprendizajes significativos y pertinentes con la apertura
y la posibilidad del ejercicio de la ciudadanía en la vida cotidiana de los sujetos, convirtiendo
a los adolescentes en actores sociales con todos sus derechos, lo cual le permite participar
en la construcción de una sociedad democrática.

El discurso de la ciudadanía moderna es un discurso de la inclusión; en términos de


esta clasificación la inclusión tiene límites: se incluye a los niños y niñas como sujetos de
ciudadanía social (sujetos de derechos), pero se excluyen de la ciudadanía legal (igualdad
ante la ley, libertad) y de la ciudadanía política (no intervención en las decisiones políticas
del Estado) (Zuluaga, 2004).

CONCLUSIÓN

La doctrina de la protección Integral, involucra a todo el universo de los niños y niñas,


que incluye todos los derechos fundamentales y convierte a cada niño y a cada niña en un
sujeto de derechos exigibles; demanda un esfuerzo articulado y convergente del mundo
jurídico, de las políticas gubernamentales y de los movimientos sociales en favor de la
niñez.

Ya en la sociedad moderna se empieza a visibilizar a los niños y las niñas como


categorías de análisis, como sujetos de derechos y como campo de atención del Estado y
de las políticas públicas. Sin embargo, esto implica que al interior de la sociedad en su
conjunto no se mire a los niños y las niñas con necesidades y como objetos de protección,
para verlos en un enfoque renovado de la inclusión de la niñez como sujetos con
autonomía, responsabilidades, potencialidades y derechos, actores de su propio desarrollo
y co-constructores de realidad social.

El estado entonces busca promover espacios de relación democrática, formación


ciudadana y ejercicio de los derechos de los niños y las niñas como formas de vida, que
constituye la base para el desarrollo humano y social. Esta apuesta se convierte en una
necesidad inaplazable, en una sociedad que cada día transforma su tejido social (Zuluaga,
2004).
La propuesta es redimensionar los procesos de socialización, interacción y comunicación
en la sociedad, para que los niños y niñas tengan la posibilidad de ser actores directos,
dándoles la palabra, permitiendo su autonomía, libertad y relación con la otra persona, no
como espacio único de satisfacción de necesidades, sino como espacio de construcción de
vida: constitución de identidad, constitución de sí mismo y constitución de espacios
democráticos, como camino al ejercicio de la ciudadanía (Zuluaga, 2004). Ahora bien,
aunque la familia como primer ente fundamental ejerce un papel protagónico en la
construcción de ciudadanía, no es la única responsable; dicha construcción implica
necesariamente un esfuerzo colectivo de ésta, la sociedad y el Estado.

REFERENCIAS

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