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INTRODUCCIÓN
En relación con el tema de acciones que podría realizar la escuela o las instituciones
educativas, pueden encontrarse estrategias preventivas que buscan principalmente que
algunos fenómenos no se presenten o minimizar los efectos de los mismos en una sociedad
reguladora del comportamiento (Hodgson, 2011).
Una de estas corresponde a las prácticas punitivas las cuales son intervenciones
que pretenden disminuir la probabilidad de que se presenten conductas problemáticas en el
futuro o comportamientos delictivos que pueden cometer los niños y niñas. En este sentido,
a través de la historia, las instituciones y concepciones desde la pedagogía, se han creado
diferentes mecanismos de intervención, así como la creación de la categoría de
inimputabilidad en menores de edad de acuerdo a cada país (Moya & Bernal, 2015).
Según Moya y Bernal (2015), a partir de los siglos XIX y XX el significado de infancia
dio un vuelco importante sobre el sentido social del menor como un símbolo de inocencia,
creándose una mayor conciencia del riesgo al que se encontraban expuestos y es así que
se da una mayor responsabilidad a los padres, que más que un deber, se convierte en una
obligación por procurar una buena educación como predictor de la buena o mala conducta
del niño, trayendo así, inmersa una corresponsabilidad de los padres en la conducta
infractora del menor. Dicho lo anterior, se podría identificar que el primer modelo
pedagógico que se implementaría en Colombia con énfasis en la autonomía o el control
punitivo de la infancia, se fundamentaría en la educación de valores, principios y normas
éticas y morales desde casa.
Frente a los modelos educativos en entornos escolares en el siglo XIX se da un gran
paso, de un sistema pedagógico tradicional catolico y conservador (memorista. verbalista y
punitiva) a una pedagogía pestalozziana que surgió entre los años 1845 y 1847 en
Colombia. Este modelo también denominado objetivo o intuitivo, reformó la enseñanza
mediante la incorporación de nuevas metodologías de enseñanza en las Escuelas normales
inculcando nuevos modelos sociales y culturales a través de la preparación a los futuros
maestros de las escuelas primarias para promover un pensamiento crítico, reflexivo e
inclusive (Báez, 2012).
En este sentido, se identifica un paralelo dado que las instituciones totales generan
una absorción de la vida social (Ligarribay, 2021), entendiendo que la vida cotidiana se
desarrolla en el mismo lugar y con una autoridad única, en este mismo sentido la vida diaria
se desarrolla junto a otras personas que realizan cosas similares, las actividades están
programadas de forma secuencial, el tiempo libre también se encuentra regulado y las
actividades responden a un plan racional, de igual manera se genera una representación
entre los grupos. Además responden a una estructura institucional en la cual se desarrollan
objetivos, ideología, valores y normas compartidos, un sistema de roles y de diferenciación
tanto entre individuos como en grupos, se logra delimitar una jerarquía, liderazgo o
autoridad, así como una delimitación espacial y temporal.
Las instituciones de protección, para dar un ejemplo, los orfanatos, coordinados por
comunidades religiosas o a cargo de una unidad territorial estatal, representan la adaptación
de un discurso representacional de la infancia como el paso hacia la adultez que es preciso
controlar, antes que se subvierte en delincuencia, es por esto que, a lo largo de la historia,
se han optado por tomar diversas medidas para el desarrollo y/o control de la infancia, dado
que, dichas medidas se encuentran relacionadas a la concepción que se tiene de los niños,
niñas y adolescentes, y dicha concepción depende de la época y/o cultura en la que se
encuentra inmersa la infancia.
Así los infantes adolecen de una reconstrucción profunda como sujetos y actores
sociales, en el cual los procesos de subjetivación se acentúan produciendo rupturas
importantes con su socialización, lo cual alimenta una mayor independencia y autonomía en
los sujetos. Etapa de suma importancia en sí misma, de redefinición de la identidad
personal y de resignificación social, tan trascendentes en la vida de los sujetos que marcan
de manera definitiva su relación con su entorno social. Estos se transforman, pero al mismo
tiempo modifican su mundo, no tan sólo en su visión, sino también en sus condiciones de
existencia. Así, más que buscar un lugar en el mundo social, pretenden hacerse visibles en
él y ser reconocidos como actores sociales.
Los valores, las normas y todo el conjunto de relaciones, son cuestionadas por ellos.
Ante esto, el adulto se enfrenta a la dificultad de aceptar el crecimiento de los adolescentes
y reconocer el derecho de éstos a tomar decisiones sobre su futuro: la elección de pareja,
las decisiones vocacionales o laborales, la participación ciudadana. Aceptar que existen
estados de desarrollo diferentes, que la brecha generacional es una realidad, constituye una
gran tarea para la familia y para las otras instituciones en las que los jóvenes se desarrollan,
además de que es fuente de tensiones y conflictos.
Bourdieu (1990), menciona que en estos límites de edad está en juego la transmisión
del poder y los privilegios entre las generaciones, Estos procesos sociales en los cuales
participan los adolescentes, los lleva a un tipo de exclusión social porque se encuentran en
una especie de tierra de nadie social, ya que son adultos para ciertas cosas y niños para
otras. Se escucha repetir que los niños y jóvenes son el futuro del país y del mundo. Esta
afirmación desconoce que, con su participación, en los distintos ámbitos en los que actúan,
contribuyen a configurar las sociedades actuales, donde son etiquetados como “frágiles” o
como “peligrosos”, siendo objeto de una seudo-protección que, a decir de Fize, es un ropaje
de su marginación.
Son vistos entonces como ciudadanos pasivos por un mundo adulto que desconfía de
su participación, como ciudadanos incompletos a quienes parte de sus derechos son
negados o, al menos, resguardados hasta que adquieran la capacidad para hacer uso
responsable de éstos. Este estatus incompleto del ciudadano que poseen los adolescentes
nos recuerda que las dos dimensiones que incluyen el concepto de ciudadanía (titularidad
de los derechos y capacidad real para su ejercicio) muchas veces se contraponen en la
práctica, ya que se afirma la titularidad de derechos sobre grupos que antes estaban
excluidos de la misma.
Cuando se hace explícito que los adolescentes son sujetos de derechos, se busca que
las estrategias educativas sean congruentes con este principio, se observa una intención
por construir una mirada positiva y comprensiva sobre este sector de la población. Esto
significa, entre otras cosas, pasar de una perspectiva de éstos como simples receptores o
beneficiarios de la oferta pública, objetos de la caridad o la protección, a una nueva donde
las necesidades se transforman en derechos, la discrecionalidad en promoción del
desarrollo progresivo de la autonomía. Implica un reconocimiento de los adolescentes como
ciudadanos titulares de sus derechos civiles, sociales y culturales, lo cual puede contribuir al
logro de los aprendizajes que se han identificado como importantes dentro de la educación
básica, la construcción de espacios más democráticos, a la formación integral de los
jóvenes y a contrarrestar los procesos de exclusión que éstos experimentan en varios
contextos sociales actuales (Reyes, 2020).
CONCLUSIÓN
REFERENCIAS
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TeoriasCriminologicasSobreLaDelicuenciaJuvenil-6605343.pdf
Dubet, F., y Martuccelli, F. (1998). ¿En qué sociedad vivimos?. Buenos Aires, Argentina:
Losada.
Hodgson, G. M. (2011). ¿Qué son las instituciones?. Revista CS, 1(8), 17-53.
http://www.scielo.org.co/pdf/recs/n8/n8a02.pdf
Ley 1098 de 2006. (2006, 8 de noviembre). Congreso de la República. Diario Oficial No.
46.446. http://www.secretariasenado.gov.co/senado/basedoc/ley_1098_2006.html
Ley 98, de 1920. (1920, 26 de noviembre). Congreso de la República. Diario oficial. Año
LVI. N. 17440 y 17441.
https://www.suin-juriscol.gov.co/clp/contenidos.dll/Leyes/1837502