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La sociología

de Erving Goffman

Jean Nizet
Natalie Rigaux

melusina
Agradecimientos

Este libro ha contado con la colaboración de Étienne Leclercq, Anne


Piret, Johan Tirciaux e Yves Winkin, a los que expresamos nuestro
más profundo agradecimiento. Vaya nuestra gratitud también a Pascal
Combemale, Dominique Merllié y Jean-Paul Piriou t, por el modo en
que han acompañado nuestro trabajo.

Título original: La .roáologie de Erving Goffman

© Éditions La Découverce, Paris, 2005

© De la traducción: Mónica Silvia Nasi


Revisión: Albert Fuentes

© Editorial Melusina, S.L., 2006

www.melusina.com

Diseño gráfico: David Garriga

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ISBN-! 3: 978-84-96614-04-8
ISBN: 84-96614-04-2
Depósito legal: B-27842-2006

Printed in Spain
Contenido

INTRODUCCIÓN 9
Cuadro: Un ejemplo de interacción: las relaciones
de las prostitutas con sus clientes 1O

1. REFERENCIAS BIOGRÁFICAS 15
El aprendizaje del oficio 15
Cuadro: Los profesores de Goffman en la universidad
de Toronto 17
Una producción abundante 19
Pensar conjuntamente la vida y la obra 22

2. LA METÁFORA TEATRAL 25
El escenario: sus desafíos y sus artificios 25
El control de las impresiones (impression management) 28
Cuadro: Adherirse a los valores
desacreditándose 29
Cuadro: Metáfora del teatro y metáfora
del juego 30 (
La nota discordante 32
Los actuantes estigmatizados 33
Despliegue de la analogía: equipos y regiones 36
Los equipos 36
El escenario y el trasfondo escénico 36
Cuadro: Un equipo en conflicto sobre el control
del acceso al trasfondo escénico 38
6 La sociología de Erving Goffman

La metáfora teatral en el resto de la obra


de Goffman 39

3 . ...¡. REGLAS Y RITOS 41


Preservar la propia cara y la del otro 43
Un «trabajo de la cara» ritualizado 45
Proceder y deferencia 46
El compromiso 47
El compromiso en la conversación 48
Cuadro: Estudiar la situación en que se produce
el acto de habla 49
Cuadro: Los recursos seguros 50
El compromiso en las ocasiones sociales 51
Cuadro: El compromiso del conferenciante 52
El compromiso en las interacciones en público
no foca/izadas 54
Los intercambios correctores 55

4. EL NO RESPETO DE LAS REGLAS Y EL TEMA


DE LA LOCURA 57
Presentar una apariencia normal 57
Manifestar la salud mental. 58
Cuadro: Hacer comprensible el propio
comportamiento 59
Cuadro: La enfermedad mental como no respeto
de las reglas: el ejemplo de los lugares
públicos 60
Manifestar el carácter inofensivo 60
Cuadro: Algunas críticas al punto de vista
goffmaniano sobre la enfermedad mental 61
Las instituciones totales 63
Las características de las instituciones totales 64
La destrucción de la identidad de los reclusos 65
El yo como resistencia 66
Cuadro: Los lugares libres 67
Contenido 7

5. -< LOS MARCOS DE LA EXPERIENCIA 70


Marcos primarios y transformaciones 72
Modalizaciones y fabricaciones 73
La estratificación de la experiencia 75
.Cuadro: Estratos interminables 76
Las deficiencias del encuadre de la experiencia 77
Ambigüedades y errores de encuadre 77
Las rupturas de marco 78
Los «marcos» en la obra de Goffman 79

6. LA GENEALOGÍA INTELECTUAL DE GOFFMAN 83


Las vías de acceso a la genealogía 83
La escuela de Chicago: una pertenencia
controvertida 85
Una continuidad metodológica y temática 86
Cuadro: Los puntos débiles del interaccionismo
simbólico según Goffman 87
Críticas que emanan de los interaccionistas
simbólicos 88
La sociología formal de Simmel 89
Una afinidad de perspectivas 90
Un método «naturalista» 92
Cuadro: Trabajar como un botánico manco 94
Rituales y moralidad en Durkheim 94
Cuadro: El individuo es un Dios 96

7. INTERACCIÓN, IDENTIDAD Y ORDEN SOCIAL:


APERTURAS CRÍTICAS 98
Interacción e identidad 98
Los tres componentes del proceso de producción del yo 98
La continuidad biográfica 100
La inmoralidad de la preocupación por
las apariencias 102
Interacción y orden social 104
¿ Y el análisis macrosociológico? J 06
La posición de Gol/man 107
8 La sociología de Erving Goffman

Las voces críticas: universalidad o historicidad del orden


social 108

CONCLUSIÓN 113

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 117

ÍNDICE 125
Introducción

La particularidad de la obra de Erving Goffman reside en el he­


cho de que está enteramente consagrada a analizar las interac­
ci<mes,es decir,lo que ocurre cuando al menos dos individuos se
encuentran uno en presencia del otro.
Goffman se interroga sobre las formas que adoptan dichas
interacciones,las reglas a las que responden,los roles que cum­
plen los actuantes implicados, el «orden» específico que ellas
constituyen. Al redactar su tesis, defendida en 1953, Goffman
afirma su intención de analizar la «interacción en nuestra socie­
dad», que se le presenta ya en esa época «como [un] tipo de or­
den social» (Winkin,1988a, p. 56). Y algunos meses antes de
su muerte,en 1982,en su discurso dirigido a la American So­
ciological Association,de la que acaba de ser elegido presiden­
te, vuelve sobre la que ha sido su principal preocupación a lo
largo de su carrera: «... conseguir que se aceptase como analíti­
camente viable esta área "cara a cara",que puede denominarse el
orden de la interacción, por ponerle un nombre cualquiera» (Goff­
man, 1983/1991,pp. 173-174,el subrayado es del autor).
Por supuesto, Goffman no es el único que para entonces se
ocupa de ese objeto de análisis. Otros sociólogos,así como gran
parre de los psicólogos sociales, también estudian entonces las
relaciones interpersonales. Pero Goffman es consciente de que
es el único que analiza las interacciones como un objeto de análisis
npecífico, contrariamente a otros investigadores,quienes,por de-
10 La sociología de Erving Goffman

cirio de manera esquemática, tienden a analizar las interaccio­


nes desde arriba, o desde abajo. Desde arriba, cuando estudian
las interacciones en cuanto que éstas ilustran el funcionamiento
de una organización, o muestran cómo se relacionan, por ejem­
plo, personas que pertenecen a clases sociales diferentes. Desde
abajo, cuando se trata de comprender las interacciones a partir
de los intereses y móviles de los actuantes presentes o, incluso,
en función de las representaciones que dichos actuantes tienen
de los otros en la interacción (Williams, R., 1988/2000, p. 77).

Un ejemplo de interacción: las relaciones de las prostitutas


con sus clientes

Para tener una primera intuición de lo que puede representar una


interacción, según Goffman, observemos por ejemplo una calle de
una zona roja, en donde las prostitutas se exponen a la mirada de los
transeúntes y entablan conversación con los clientes. Nos referimos
al análisis de Stéphanie Pryen en su libro Stigmate et Métier (1999,
pp. 133-151).
Lejos de ser, como lo imagina el profano, el lugar donde se ejer­
ce la libertad sexual, la prostitución es por el contrario, según nos
explica Pryen, una actividad sumamente reglamentada. El cuerpo
de la prostituta se presenta fragmentado y el cliente sólo tiene ac­
ceso a él de un modo codificado, tarifado: «tanto por el sexo, tanto
por los senos, tanto por la desnudez completa... » (Pryen, 1999, p.
141). El desarrollo del encuentro sigue un itinerario más o menos
estable y ritualizado: acercamiento, negociación del servicio espe­
rado, pago, prestación del servicio pactado.
Esta actividad regulada se muestra también como el resultado
de una puesta en escena de varios roles relativamente estables por
parte de las profesionales. El primero y el más evidente es el de
compañera sexual. Se identifica fácilmente por el tipo de atuendo
de la prostituta, por su manera de mostrarse en la calle o de abor­
dar al cliente en un registro de clara connotación sexual. Este rol es
también central, obviamente, en el servicio sexual que ofrece.
El segundo rol es el de confidente. La prostituta se presenta al
cliente como una persona que se presta a la escucha, que está siem-
Introducción 11

pre lista para oírle contar su historia personal, sus problemas afec­
rivos, sus conflictos conyugales. Este rol la transforma en una suer­
te de consejera sentimental y le permite, por otra parte, dar a su
profesión un cariz de misión de interés público.
Pryen nos muestra también que la prostituta es capaz de guar­
dar cierta distancia en relación con estos roles. Si bien no deja de
manifestar al cliente que se compromete realmente en la relación
afectiva y sexual con él, al mismo tiempo logra establecer un corte
entre sus roles profesionales y los que desempeña en otra escena, la
de la vida privada. En efecto, evita hablar de temas más personales,
se atribuye un nombre distinto al de su vida privada, adopta otra
manera de vestirse, de comportarse.
Además de las reglas que rigen aquí, además de los roles que se
desempeñan, otra manera de ver la relación de las prostitutas con
sus clientes consiste en identificar estrategias de poder. Éstas se
fundan esencialmente en las informaciones comprometedoras de
que disponen las profesionales con respecto a quienes las frecuen­
tan. La simple visita de los clientes, así como sus confidencias, dan
a las prostitutas un margen de maniobra que les permite proteger­
se o, de un modo más concreto, disuadir a sus clientes de atentar
contra su integridad física o su reputación.
También hay otras observaciones posibles sobre las relaciones
<le las prostitutas con sus clientes. Así, por ejemplo, Pryen destaca
la imagen que las profesionales tratan de dar de sí mismas, la iden­
tidad positiva que intentan construir, en primer lugar ante sus
clientes, pero también ante la sociedad en su conjunto. Esta ima­
gen está centrada en el respeto: respeto por ellas mismas -puesto
que no ofrecen más que un acceso parcial y reglamentado a su cuer­
po-- y respeto hacia el cliente -marcado por la discreción, la leal­
tad ante él, su rol de confidente-, lo cual les permite reivindicar
el reconocimiento debido al ejercicio de un oficio que cumple una
misión social.

Así presentada, la sociología de Goffman parece responder


no sólo a una intención clara sino, sobre todo, a una meta bus­
cada de modo constar,re durante toda la carrera del autor. ¿Se
trata, pues, de una obra simple y de fácil acceso? De ningún
12 La sociología de Erving Goffman

modo. Frente al a
nálisis,la producción de Goffman se revela di­
ve rsificada e,in
cluso llena de cont rastes.
De hecho,la may�ría de las ob ras que publica toman efecti­
vamente las int r
e acciones como objeto de análisis,pero las abor­
dan desde án ul
g os muy dive rsos,que remiten a varias metáfo ras
(B ranaman,1997
). Observando las interacciones como represen­
taciones teatrales, Goffman nos hace prestar atención al «medio»
en el que se m
ueven los actuantes, a la «máscara» que llevan
puesta, al «rol
» que desempeñan; con estos elementos, los ac­
tuantes tratan de
controla r las imp resiones de su público. En
ot ros asajes d
p e su ob ra Goffman conside ra que todos nuest ros
, actos en inte racción co�stituyen ritos que manifiestan,bajo una
f� r�a convencional, el valo r sag rado que es p ropio de cada in­
d v du o. Y en
i i ot ros, incluso, conside ra las interacciones como
Juegos en los cual
es los actuantes se comportan como estrategas,
como se res calc
uladores, y en los que manipulan información
para l gra r sus
o fines. Finalmente,podemos afirmar con Winkin
que una de las o
bras de Goffman,Frame Analysis: An Essay on the
Organization of Experience, se inspi ra en una perspectiva cinemato­
gráfica (Winkin,
1988a,p. 84).
Otra fuente de disparidad: cada obra está redactada sin casi
hacer referencia a
las demás,como si la investigación partiese cada
vez de cero. Ade
más,la mayor parte de los libros publicados por
el autor están co
nstituidos por una colección de artículos escritos
con anteriorida
d y cuya cohesión no siempre resulta evidente.
Otro aspecto de la ob ra de Goffman que dificulta su com­
p rensión es la di
versidad de las fuentes intelectuales que reúne.
En e cto,se ins
fe pira en tradiciones muy diversas,como la socio­
logía (aportaciones
de Émile Du rkheim,Georg Simmel,etc.),la
psicología (psic
oanálisis freudiano,George Herbert Mead,etc.),
la economía (teo
ría de los juegos, etc.), o también la filosofía
(existencialism
o sa rt reano, fenomenología, etc.). Sin emba rgo,
el autor no expl
icita demasiado la diversidad y la importancia
respectiva de
estas fuentes.
Finalmente, digamos que Goffman pone en práctica mé­
todos de invest i
gación atípicos, que son severamente critica-
Introducción 13

,los por varios comentaristas de su obra. Así, por ejemplo, se


le reprocha, el limitarse a ilustrar conceptos, en lugar de era­
r.ir Je validar realmente las hipótesis. Se le critica igualmen­
te por recurrir indiscriminadamente a los materiales más di­
versos: observaciones directas practicadas por él mismo o por
otros investigadores, pero también citas de manuales de auco­
ayuda, artículos de prensa e, incluso, situaciones totalmente in­
ventadas...
Por ello, no puede sorprender que Goffman haya sido obje­
to <le interpretaciones dispares, contradictorias. Ciertos comen­
taristas lo consideran el representante de una sociología que
pone el acento en el rol del actuante -lo que, según la tradi­
c_ión francesa, toma el nombre de individualismo metodoló­
gico- mientras que otros ven en él a un representante de la so­
ciología que insiste en el peso de las estructuras: en otras
palabras, del holismo metodológico. Las opiniones son igual­
mente muy diversas en lo que concierne al interés de la obra.
Algunos ven en Goffman al sociólogo más importante de la se­
gunda mitad del siglo XX (Collins, 1988, p. 41), mientras que
otros estiman que sus análisis traducen sobre todo las dificul­
taJes que pudo encontrar un pequeño-burgués con problemas
de integración como él en el contexto muy particular de la so­
cieJad estadounidense de su tiempo (Boltanski, 1973/2000;
Gouldner, 1970/2000).
Así pues, el acceso a la sociología de Goffman no deja de
presentar dificultades. Afortunadamente, existen muchos análi­
sis, sobre codo en lengua inglesa, que pueden ayudar a su com­
prensión. Un buen número de estas contribuciones --cerca de
un centenar de artículos- se encuentran reunidas en la obra en
cuatro volúmenes de Gary Alan Fine y Gregory W. H. Smith
(2000). Nos remitiremos a menudo a ella (las citas de los artícu­
los que tomaremos _de esta recopilación se indicarán con la pa­
ginación correspondiente). En lengua francesa, se dispone de
traducciones de la mayor parte de la obra; en general han sido
editadas por Les Éditions de Minuit, en la colección «Le sens
commun», dirigida por Pierre Bourdieu. Por el contrario, las
14 La sociología de Erving Goffman

introducciones a su obra y los trabajos críticos son asombrosa­


mente escasos.*
Después de presentar la trayectoria del autor (capítulo 1),ex­
ploraremos los principales conceptos que Goffman desarrolla
con relación a varias de las metáforas ya abordadas aquí: metá­
fora del teatro (capítulo II), del rito (capítulo III y IV) y del cine
(capítulo v); en cuanto a la metáfora del juego, será tratada de
manera más incidental, dado su carácter menos específico en la
perspectiva goffmaniana.
Este libro ha sido especialmente concebido para servir como
base para una iniciación a la obra de Goffman. Para ello, los au­
tores han creado una página web que propone diversos materia­
les (informes de interacciones reales o extractos de obras de fic­
ción), así como su análisis a partir de las nociones desarrolladas
en el marco de los capítulos II a V (ver el sitio en lengua france­
sa: www.sociolog.be): el lector podrá así aprender a utilizar la
teoría de Goffman para analizar las realidades sociales. Pero este
libro se dirige también a los investigadores que conocen ya la
sociología de Goffman y que quieren comprenderla mejor o cri­
ticarla.

* Para la presentación de las obras de Goffman y de sus traducciones, véase


la bibliografía que cierra el libro.
1
Referencias biográficas

Los biógrafos de Goffman y particularmente Yves Winkin, en el


que nos inspiraremos ampliamente a lo largo de estas páginas,
nos muestran que Goffman era muy discreto en lo concerniente a
su vida personal. Se mantenía apartado de los micrófonos y de las
cámaras, considerando probablemente que lo que podía aportar se
encontraba enteramente contenido en sus libros y artículos. Salvo
algunas excepciones, los escritos de Goffman no se refieren a ex­
periencias o a recuerdos personales. «Su vida privada parece total­
mente opaca e independiente de su obra» (Winkin, 1988a, p.
14.) ¿Acaso esto significa que la vida de Goffman no presenta in­
terés, cuando se trata de comprender su obra? De ningún modo.
Erving Goffman nació el 11 de julio de 1922 en Mannville,
Alberra, Canadá. Sus padres, comerciantes ucranianos de origen
judío, habían formado parte del flujo inmigratorio procedente de
Ucrania que había llegado a Canadá a caballo de los siglos XIX y
XX. Según Winkin, se sienten «integrados y rechazados a la vez»
en esa comunidad, y el pequeño Erving pasará su infancia «en este
ambiente de solapada hostilidad aldeana» (Winkin, 1988a, p. 17).

El aprendizaje del oficio

Al término de sus estudios secundarios, Goffman trabajará unos


meses en un centro de producción de películas documentales, el
16 La sociología d e Erving Goffman

Nacional Film Board. Según parece, allí realiza careas subalter­


nas --como embalar y expedir películas- pero probablemente
también aprovecha la ocasión para iniciarse al mismo tiempo en
las técnicas de realización de películas. Esca experiencia, estima
Winkin (Winkin, 1988a, pp. 19-20), funda posiblemente una
de sus obras mayores, que será publicada treinta años más carde
y que se inspira precisamente en la metáfora cinematográfica:
Frame Analysis: An Essay on the Organization o/ Experience.
En 1944, Goffman comienza sus estudios de sociología en la
universidad de Toronto. Sus primeros profesores lo inician en
la antropología (especialmente en los trabajos de Alfred Regi­
nald Radcliffe-Brown y de Gregory Baceson) y en la sociología
(Émile Durkheim, Talcocc Parsons, Lloyd Warner, etc.).
Goffman lee profusamente, participa en los intercambios de
opiniones sobre cernas relacionados con las enseñanzas que reci­
be, pero también sobre cuestiones políticas. Sorprende a sus
compañeros por la vivacidad de sus réplicas, aunque se mantie­
ne discante: «Está en el grupo» , comenta Winkin, «pero se va
de él y vuelve cuando él lo decide. Mira más que habla. Diríase
que se plantea ya la cuestión de saber cómo cumplir las condi­
ciones de un compromiso mínimo, pero suficiente» (Winkin,
1988a, p. 25).
En 1945, ingresa en la prestigiosa universidad de Chicago.
La adaptación le resulta difícil; el grupo de estudiantes es mu­
cho más importante que en Toronto y el modo de enseñanza, de­
masiado flexible, no parece convenir a Goffman. A partir de
1947, ya está nuevamente en condiciones de aprovechar los re­
cursos que se le ofrecen. Continúa sus lecturas, trabajando par­
ticularmente sobre las obras de los grandes sociólogos alemanes
(Georg Simmel, Werner Sombart, Ferdinand Tonnies, Max
Weber, Karl Mannheim, etc.). Asiste a los cursos de Herbert G.
Blumer, quien continúa la investigación de George Herberc
Mead (fallecido en 1931) e introduce, en 1 93 7, el término
«inceraccionismo simbólico». También trabaja con Lloyd W.
Warner, sociólogo que combina aportaciones d� la antropología
con una teoría de la estratificación social y que pide a sus alum-
Referencias biográficas 17

nos q ue clasifiquen a los individuos a partir de índices corpora­


les: su manera de comer, de fumar, de vestirse. Goffman realiza
su r esina siguiendo la línea de los trabajos de Warner, intere­
sándose por los comportamientos cotidianos de un grupo de es­
posas de ejecutivos. Pero es, sobre todo, Everett Hughes, quien
i n fluencia a Goffman en Chicago. Este sociólogo se interesa por
las « ocupaciones» y envía a sus alumnos de doctorado a hacer
u na observación participante de traperos, agentes de policía o,
i nc luso, empresarios de pompas fúnebres. Mucho más tarde,
c;offman verá en Hugues a uno de sus mayores referentes inte­
lectuales (Verhoeven, 1993/2000, p. 214).

Los profesores de Goffman en la universidad de Toronto

Winkin describe de este modo la personalidad y las enseñanzas de


los dos profesores que inician a Goffman en la sociología y la an­
tropología en Toronto:
« De la coordinación de los cursos de Sociología se encarga
Charles William Norton Hart, antropólogo formado por Radcliffe­
Brown en Sídney, y que vivió de 1 928 a 1 930 en el seno de una tri­
bu, los tiwis, de la isla Bathurst, al norte de Australia. Debe a esta
experiencia unos cuantos artículos ... y una uña larguísima en el
meñique derecho, signo de iniciación. En Toronto, no es sólo esta
uña, sino sobre todo su estilo pedagógico lo que extraña a algunos
colegas... y maravilla al joven Goffman.
» Hart enseña solemnemente en toga, de acuerdo con la gran
tradición inglesa. Pero, para animar la clase, de cuando en cuando se
la remanga, se la pone encima de la cabeza, como hace el fotógrafo
con su paño, y con terrible energía su uña iniciática señala al esm­
J ianre al que quiere preguntar ... Ya no le abandonará nunca a Goff­
man la muletilla de Hart: "Todo está determinado socialmente".
» El otro profesor es el que lo introduce en la antropología: Ray
B ir<lw histell, joven antropólogo de 26 años que empieza a enseñar
mientras termina su tesis en la universidad de Chicago. Personal e
intelectualmente cercano a Margaret Mead y Gegory Bateson, ofre­
ce un curso sobre el tema, muy corriente en la época, de la relación
18 La sociología de Erving Goffman

entre cultura y personalidad ... Pero la originalidad de su ense­


ñanza está en otra cosa: en la manera como les hace comprender
que la instancia tercera encre la cultura y la personalidad es el
cuerpo. La cultura se encarna. Así, sus alumnos lo escuchan ha­
blar con el labio inferior vuelco hacia el mentón (como hacen en
el sur) o apretado contra los dientes (como en el norte), o ven que
se pone a andar como un actor del este queriendo imitar un va­
quero del oeste. Birdwhisrell es muy alto, muy delgado, muy fle­
xible. Da un verdadero espectáculo, pero sólo con el fin de hacer
comprender que lo social penetra hasta en los ínfimos actos coti­
dianos. Los gestos son, por canco, tan susceptibles de análisis socio­
lógico como las "instituciones" y otros "hechos sociales" » (Winkin,
1 988a, pp. 20-2 1 ).

Poco después, Goffman parte rumbo a una de las islas Shet­


land, al norte de Escocia, en donde, entre diciembre de 1949 y
mayo de 1951, pasa doce meses observando la vida local, ha­
ciéndose pasar por un estudiante interesado en economía agrí­
cola. Es así como reúne los datos que serán la base de su tesis de
doctorado. Se instala en el pequeño hotel de la isla, toma parte
en las conversaciones y observa el trabajo que se hace en la coci­
na (donde colabora un tiempo como «lavaplatos»). Participa
igualmente en las partidas de billar nocturnas o en los bailes
que tienen lugar en la isla, y asiste a las bodas y a los entierros.
Por la noche, consigna las observaciones en su diario.
Una estancia en París le permitirá completar la redacción de
su tesis titulada Communication Conduct in an Island Community.
En la primera página, indica su objetivo: « . . . aislar y fijar las
prácticas regulares de lo que se llama la interacción cara a cara »
(Winkin, 1988a, p. 54). La defensa de su tesis tiene lugar i¡n la
universidad de Chicago en 1953. De esta época data también su
matrimonio con Angelica Choate, a quien conoce cuando ella
está estudiando en Chicago y que pertenece a la gran burguesía
de Boston: su padre dirige un importante diario; también hay en
la familia un senador y un embajador, entre otras personalidades.
Referencias biográficas 19

En 1954,Goffman,su mujer y Tom,el pequeño hijo de am­


bo s. se mudan a las afueras de Washington. Goffman ha decidi­
do vivir durante varios meses con los enajenados, primero en
un,1 pequeña clínica experimental y, luego, en el gigantesco
Saint Elizabeth's Hospital,el hospital psiquiátrico de la ciudad,
que cuenta con más de siete mil camas. Ése será su segundo te­
rreno de observación prolongada. Durante un año,se mezcla en
la vida del hospital,tanto de día como de noche,pasando de un
pabellón a otro y observando la vida de los reclusos.
En 1958,Blumer invita a Goffman a enseñar en la universi­
dad de California en Berkeley, y en 1962 es contratado como
profesor Se muda a una magnífica casa en las colinas que domi­
nan la ciudad, conduce un Morgan inglés, posee una excelente
bodega. Podemos suponer que sus ingresos son importantes;
por lo pronto,sobrepasan en mucho su salario de profesor. Win­
kin estima probable que la pareja haya recibido una dote de la
familia Choate. Pero también es posible que Goffman obtenga
beneficios importantes de sus acciones en la Bolsa,así como de
su hábito de frecuentar los casinos (Winkin,1988a,p. 81). Por
otra parte,éstos se transformarán en un nuevo territorio para sus
observaciones,al que se referirá en los trabajos de esos años.

U na producción abundante

En efecto,las publicaciones se multiplican. A partir de su expe­


riencia en el Saint Elizabeth's,Goffman publica Internados (lnt,
1 96 1 ). En él,analiza los hospitales psiquiátricos a partir de la
noción de «institución total» -concepto que aplica por igual a
las c árceles y a los monasterios-. Muestra cómo el hospital psi­
quiátrico destruye la identidad de los reclusos. La obra servirá
de base para las. reformas del sistema asilar en Estados Unidos a
finales de los años setenta, e inspirará también el movimiento
antipsiquiátrico europeo,aunque Goffman no se involucrará en
la s re formas (Weinstein,1994/2000,pp. 289-291). De este pe­
ríodo data igualmente su obra sobre la discapacidad: Estigma
20 La sociología de Erving Goffman

(Est, 1963). Como señala Winkin, la inspiración de las dos obras


es similar; tanto en el caso de la locura como en el de la disca­
pacidad, el análisis de Goffman está centrado en la interacción,
no en la persona: ¿acaso no dirá del enfermo mental que es un
«interactuante deficiente» y del discapacitado físico que es un
«desajustado»? (Winkin, 1988a, p. 82)
De manera trágica, la vida de Goffman coincide en esta épo­
ca con su objeto de investigación: su esposa Angélica enloquece
y se suicida en 1964. El texto que escribe en 1969, «La demen­
cia del lugar» (RP, pp. 328-3 79), en el que examina las interac­
ciones del enfermo mental con sus allegados, es en gran medida
autobiográfico.
De todos modos, Goffrnan continúa trabajando en los temas
de su tesis y completando las observaciones llevadas a cabo en la
isla de Shetland con datos extraídos de los trabajos de sus ex co­
legas de Chicago relativos a las profesiones, con observaciones
personales realizadas en los casinos o, incluso, con la lectura de
libros de autoayuda. De una manera más general, puede consi­
derarse que saca provecho de la diversidad de sus experiencias,
de los medios que ha frecuentado, de sus orígenes (judío y ucra­
niano), así como de su trayectoria, tanto geográfica (Canadá, Es­
tados Unidos, Europa) como social. Realiza entonces varias de
sus obras fundamentales referidas a las interacciones, entre las
cuales citaremos La presentación de la persona en fa vida cotidiana
(PP, primera edición restringida en 1 956, segunda edición de
1959), en donde' desarrolla la metáfora teatral, considerando a
las personas en interacción como actuantes que realizan una re­
presentación. Luego, en 1 967, Ritual de fa interacción (Rl) , en
donde, esta vez, lo que utiliza para comprender los encuentros
cara a cara es la metáfora del ritual, inspirada en la antropología
inglesa y en la tradición durkheimiana. En la misma línea, pu­
blica, en 1971, Relaciones en público (RP) , examinando en esta
ocasión las reglas informales que organizan las relaciones en los
lugares públicos.
Las tareas docentes carecen para Goffman de interés y mul­
tiplica las ocasiones de liberarse de las obligaciones de la vida
Referencias biográficas 21

,1c,1démica con el fin de consagrarse más ampliamente a la in­


,esrigación. De este modo, entre 1966 y 1 967 reside en Har­
vard en el Center for Internation_al Affairs. En compañía de
Thomas Schelling, intenta esclarecer las interacciones sociales
por medio de la teoría de los juegos, corriente de investigación
que proviene de la economía y que postula que los actuantes son
r,1cionales, calculadores. Presta una atención muy especial a las
s i rnaciones conflictivas: conflictos armados, espionaje y con­
traespionaje. En 1 968, se instala en Filadelfia para ocupar una
¡,resti giosa cátedra en la universidad de Pensilvania.
E n 1974, publica Frame Analysis: An Essay on the Organiza­
tion o/ Experience (FA) , vasta y ambiciosa obra en la que ha tra­
bajado desde hace unos diez años. Inspirándose en la metáfora
cinematográfica, muestra cómo se organiza la experiencia coti­
<liana. Dicha experiencia está hecha de una serie de encuadres,
es <lecir, de una serie de construcciones de la realidad que se ar­
rindan entre sí, que adquieren sentido unas en relación con las
otras.
Durante todos esos años de enseñanza e investigación, Goff­
man parece haber mantenido cierta distancia respecto de los
medios universitarios. Así pues, nunca prologó un libro escrito
por otros; nunca apoyó la edición de recopilaciones de textos rea­
l izadas por sus estudiantes; salvo en una oportunidad (Goffman,
1 98 1 ), nunca respondió a las críticas que se le dirigían; nunca
n:visó ni actualizó sus libros teniendo en cuenta las reacciones
q u e suscitaban, aunque, como en el caso entre otros de Interna­
dos o <le Frame Analysis, fueran éstas numerosas y muy sustan­
ciale s ( Williams R., 1 988/2000, p. 75). Y, refiriéndonos nueva­
m en te a su estancia en Filadelfia, se sabe que, por razones no
m u y claras, Goffman trabajaba apartado de sus colegas sociólo­
g os en una oficina del museo antropológico de la ciudad (Fine et
<1/. , 2000, p. XII).
En 198 1 , Goffman vuelve a casarse, esta vez con Gillian
an
S k off, y ambos tienen una hija, Alice, en 1982. Algunos me­
se s más tarde, debe anular el discurso que debía pronunciar en
l a Ameri can Sociological Association, de la cual acaba de ser
22 La sociología de Erving Goffman

elegido presidente. Ultima la preparación de su conferencia en


la cama del hospital donde le tratan un cáncer de estómago. Eli­
ge cuidadosamente el título de su discurso,El orden de la inter­
acción (Goffman, 1983/1991): es el título que Goffman había
utilizado para las conclusiones de su tesis doctoral,treinta años
antes (Fine et al. , 2000, p. XIII). Goffman muere el 20 de no­
viembre de 1982,a los sesenta años.

Pensar conjuntamente la vida y la obra

Una vez presentados estos someros datos biográficos, podemos


preguntarnos si es posible deducir,tanto de los hechos que mar­
caron la vida de Goffman como de las decisiones que tomó,al­
gún hilo conductor que nos ayude a comprender su obra. Dicho
de otra manera,¿qué hipótesis podemos formular que permitan
interpretar conjuntamente al hombre Goffman y la obra socioló­
gica que éste produjo? Hay dos pistas cuya exploración nos re­
sulta interesante,una la sugiere Randall Collins, la otra es de
Luc Boltanski e Yves Winkin.
Partiendo de la constatación de que la obra de Goffman ha
sido objeto de interpretaciones extremadamente diversas,cuan­
do no contradictorias, Collins se pregunta si no se daría en el
autor una ambivalencia,un doble juego entre dos proyectos in­
telectuales que son también dos caras de su persona: un lado
«popular» y un lado «erudito». El aspecto popular es el más vi­
sible. Es el Goffman que se presenta, según Collins, como un
«antropólogo héroe»,el que lleva a cabo observaciones secretas
en un hospital psiquiátrico o en un casino,el que aborda temas
de actualidad: el espionaje (recordemos que nos encontramos en
plena guerra fría),los comportamientos en los lugares públicos
(la opinión pública estadounidense de la época está preocupada
por la criminalidad y la violencia urbana), la locura, etc. Goff­
man deconstruye estos temas, hace aparecer sus dimensiones
ocultas, revelando un género de inconsciente social, así como
Sigmund Freud revela un inconsciente individual -Collins re-
Referencias biográficas 23

c ue rd a q ue Freud llegó a los Estados Unidos en los años treinta,


cu an do Goffman era un joven estudiante-. El aspecto erudito
rs m u cho menos visible, lo que sin duda no deja de estar rela­
cion ado con la distancia que guardaba respecto de los medios
u niversitarios. En efecto,sabemos que Goffman mantiene total
discreción en lo concerniente a las influencias recibidas. Su tra­
baj o teórico es en la mayoría de los casos «subterráneo y hermé­
t i co » , estima Collins,preguntándose sobre la razón de ser de esa
du ali dad, de esa coexistencia entre el Goffman público y el
(�offman erudito: según él,responde al clima intelectual domi­
nante en la época en que concibió su obra. En efecto,Collins ob­
serva que la juventud de Goffman coincide con la moda del
existencialismo, del teatro del absurdo, del pensamiento nihi­
lista. Los intelectuales de la época están dispuestos a plegarse a
esos movimientos, dirigiendo sus investigaciones hacia los ba­
jos fondos de la sociedad,los marginales,los inciviles,en vez de
asumi r explícitamente su erudición de intelectuales (Collins,
1 980/2000, pp. 307-309, 3 34-3 36).
Luc Boltanski e Yves Winkin proponen una segunda hipó­
tesis. Según ésta,la obra está fuertemente marcada por el origen
y la trayectoria social del autor. De acuerdo con los términos de
Boltanski , el «habitus científico» de Goffman se habría cons­
truido a partir de su « habitus de clase» (Boltanski,197 3/2000).
Para fundamentar esta hipótesis, Winkin subraya el origen ju­
d ío <le Goffman,el clima hostil en el que vivió su infancia a cau­
sa del rechazo que sus padres sufrieron por parte de la comuni­
dad ucraniana. Se pregunta si la obra no remite a una estrategia
de integración y de movilidad en la sociedad canadiense y esta­
dounidense de la época. Indica particularmente que la tesina de
C ;offman manifiesta un interés muy evidente por el «grupo de re­
ferencia» constituido en esta época, según él, por la burguesía
i ntelectual urbana; accederá de alguna manera a ella gracias a su
pri m er matrimonio. También señala la fascinación del autor por
l os li bros de autoayuda, que Goffman utilizará abundantemen­
t e como material para sus análisis. Y por fin, más profunda­
mente, muestra cómo el sujeto, tal y como lo concibe Goffman
24 La sociología de Erving Goffman

en sus primeros textos,está continuamente a la defensiva y pre­


ocupado por la mirada de los otros. Los primeros trabajos de
Goffman,estima Winkin, «pueden interpretarse como los me­
dios gue se procura un autodidacta social para entrenarse a vivir
"como es debido". Podemos decir,por tanto,gue las reglas gue
él desprenda respecto de otros en modo descriptivo las vivirá
para sí en modo prescriptivo» (Winkin, 1 988a,p. 48).
Tenemos,pues,dos hipótesis: la primera,de orden histórico,
prioriza la influencia del clima intelectual de la época en que
Goffman concibió su obra; la segunda,de orden estructural,su­
braya la influencia de la posición social y de la trayectoria de
Goffman en su enfoq ue sociológico de las interacciones. No son
incompatibles.
2
La metáfora teatral

En su primer libro publicado, La presentación de la persona en la


1 ·idc1 cotidiana (PP, 1956; traducción al castellano: 1989), em­
plea una metáfora particular de la vida social: la del teatro. Si se
abordara la vida social como un escenario, con sus actores y su
pú blico, ,:qué juegos se observarían?, ¿a qué apuntarían dichos
juegos , , ,:qué artificios utilizarían?

El escenario: sus desafíos y sus artificios

I maginemos a una persona frente a otra o ante un grupo.


Goffman nos propone que consideremos que, en este tipo de
situación , nos encontramos ante un actuante que lleva a cabo
u n a representación frente a un público y adopta expresiones
con el fi n de controlar las impresiones de ese público. Estas expre­
si o n es son de diferentes tipos: Goffman identifica las expresio­
nes explícitas (el lenguaje verbal), las expresiones indirectas
( l os gestos, las posturas corporales); nos hace prestar una aten­
c i <'>n m u y particular a lo que llama objetos (los elementos ma­
t eriales que el individuo lleva consigo: ropa, accesorios) y fi­
nal me nte el medio (los elementos materiales más estables:
m ob ili ario, decorado) . Pero ¿qué es lo que busca el individuo
,¡ ue lle va a cabo una actuación? Según Goffman, el objetivo
d l' i ac tuante es proponer una definición de la situación que
26 La sociología de Erving Goffman

presente cierta estabilidad, que no introduzca una ruptura en


la interacción.
Esta definición abarca dos aspectos. En un primer nivel,
cuando una actuación es lograda, los participantes tenderán a
considerar que los actuantes son válidos, como también su acti­
vidad y su público. Pero en un segundo nivel, incluso más allá
de los actuantes presentes, la apreciación efectuada en ocasión de
la interacción tiende a extenderse al conjunto del grupo, así
como a la organización a la que los actuantes pertenecen y de
este modo cada uno se transforma, le guste o no, en el represen­
tante de un colectivo que lo sobrepasa. Puede decirse que, en
este segundo nivel, lo que se encuentra abarcado es la realidad
del mundo social. Así es como, para tomar un ejemplo que nos
es propio, la actuación lograda de un profesor anee su auditorio
de jóvenes estudiantes produce, en el primer nivel, una aprecia­
ción positiva del profesor y de los estudiantes en cuestión; pero
se extiende también, en el segundo nivel, al conjunto de los pro­
fesores, al conjunto de la juventud de hoy, etc. Si generalizamos
aún más, podemos afirmar que toda actuación contribuye a pro­
ducir un sentimiento de realidad. Mostraremos luego cómo este
sentimiento puede vacilar cuando se produce un incidente en el
curso de la actuación.
Para llevar a cabo la actuación, el individuo dispone de una
«dotación expresiva» (PP, p. 34), a la que Goffman llama « fa­
chada», que contribuye a fijar la definición de la situación que
intenta dar. La fachada abarca diferentes tipos de elementos que
el actuante puede poner en juego:
- Al margen de la persona, encontramos lo que hemos
llamado antes el «medio» ; en la medida en que es general­
mente estable en el espacio, supone que el actuante y su pú­
blico evolucionan en él; se trata particularmente del caso del
médico que atiende en «la elaborada escena científica que
proporcionan los grandes hospitales» (PP, p. 35); excepcio­
nalmente, el propio medio puede trasladarse, como ocurre
con los grandes desfiles oficiales o en los cortejos fúnebres
(PP, p. 34);
La metáfora teatral 27

_ Unida al actuante,encontramos la «fachada personal»,


no n en la que Goffman reúne «las insignias del cargo o ran­
ció
go , el vestido, el sexo, la edad y las características raciales, el
�.umiño y aspecto, el porte, las pautas de lenguaje, las expre­
siones fa ciales, los gestos corporales y otras características se­
mejantes» (PP, p. 35); entre estos elementos de fachada,algu­
nos son estables y no son modificables (como el sexo, las
características raciales, etc.); otros, por el contrario, pueden
adaptarse a cada representación (como los gestos,las expresio­
nes faciales,etc.).
En la mayoría de los casos, el medio y la fachada personal
convergen. Goffman presenta el caso de los mandarines en la
China de finales del siglo XIX (PP, pp. 36-37); estos dignata­
rios son conducidos con gran pompa por toda la ciudad en lu­
josas sillas que cargan sobre sus anchas espaldas ocho hombres
(elementos del medio); «son funcionarios de aspecto ideal,por­
que su figura es grande y maciza» y adoptan «esa mirada se­
vera e intransigente», una expresión amenazadora: «Tiene un
aspecto duro y desagradable,como si estuviese en camino ha­
cia el campo de ejecuciones para hacer decapitar a algún cri­
minal» (elementos de la fachada persona/). En otras situaciones,
puede ocurrir que un elemento diverja del conjunto. Enton­
ces, concita inmediatamente la atención,como cuando «el ac­
tuante que parece ser de condición superior a su auditorio actúa
de una manera inesperadamente igualitaria, o íntima, o hu­
milde» (PP, p. 37).
Para realizar su actuación y su interpretación,los actuantes
su
Y p úblico se basan en algo: ponen en escena, idealizándolos,
los valores comúnmente asociados a ciertas posiciones sociales.
En la mayoría de los casos --como por ejemplo el de los man­
darines chinos a los que acabamos de aludir-, se tratará de la
idealiz ación del rol que uno ocupa,o de aquél al que se aspira y
a l que está asociada cierta consideración (PP, pp. 46-47). Pero
Puede tratarse también, en ciertos casos, de desacreditarse a sí
rnis mo , para obtener la consideración del compañero de la inte­
ra cc ión, como puede hacerlo el negro frente al blanco,o la cole-
28 La sociología de Erving Goffman

giala anee su noviecito,como puede leerse en el texto anexo de


la página siguiente.

El control de las impresiones (impression management)

Con ello, podemos observar que lo esencial aquí no consiste en


saber lo que el actuante «es verdaderamente»,sino en compren­
der cómo produce una u otra impresión que hará las veces de rea­
lidad y cómo se las arregla para hacerla perdurar. Después de
todo,puesto que el público no tiene acceso a la verdad,se aten­
drá a la apariencia.
En esto se fundan los múltiples análisis que Goffman con­
sagra a los diferentes modos con los que el actuante trata de
controlar las impresiones que produce. Con ellos señala que el
actuante estará particularmente atento a los aspectos habitual­
mente menos controlables de su conducta, en particular a sus
dimensiones no verbales (PP,pp. 19-20), que procurará man­
tener distancia respecto de su público con el fin de que éste no
pueda controlar lo que ocurre y que suscitará así un temor re­
verencial,tal y como prevén las etiquetas reales (PP,pp. 78-79),
o incluso, que utilizará distintas formas de secreto (PP, pp.
152-154).
Del control de las impresiones a la manipulación no hay más
que un paso, que a veces da el actuante, al definir deliberada­
mente,según su interés,la imagen que quiere dar de sí y de su
actividad, en una postura que podemos calificar como cínica;
también puede suceder que el actuante quede atrapado en su
propio juego y que no sea consciente de la actuación que reali­
za. Pero las cosas son aún más complejas, en la medida en que
pueda darse un «dilema de expresión versus acción» (PP,p. 45),
como en ese ejemplo tomado de Sartre en el que el alumno,que­
riendo mantenerse atento,se concentra tanto en la expresión de
la atención que termina por no escuchar nada (PP,p. 44).
Nos encontramos ya en los aledaños de la metáfora del jue­
go,en la que lo esencial es el control de la información,con to-
La metáfora teatral 29

dos los camuflajes, las simulaciones y las maniobras diversas


q ue implica esta metáfora.

Adherirse a los valores desacreditándose

« Los aires ignorantes, negligentes, descuidados que los negros de

los estados sureños se sentían a veces obligados a afectar durante su


i n teracción con los blancos ilustran cómo una actuación representa
valores ideales que otorgan al actuante una posición inferior a la
q ue secretamente acepta para sí ...
»Las jóvenes de las universidades norteamericanas disimu­
laban -y lo siguen haciendo-- su inteligencia, habilidad y ca­
pacidad para tomar decisiones en presencia de muchachos que
podrían invitarlas a salir con ellos, revelando así una profunda
disciplina psíquica a pesar de su reputación internacional de ca­
prichosas. Se informa que estas actuantes permiten que sus ami­
gos les expliquen tediosamente cosas que ellas ya saben; ocultan
su habilidad matemática a sus consortes menos capaces; se dejan
ganar en los juegos ... A través de codo esto se demuestra la supe­
rioridad natural del varón, y se afirma el rol más débil de la mu­
j e r » (PP, p. 5 0).

Si bien la metáfora teatral propuesta por Goffman le lleva a


poner el acento en las impresiones, en las apariencias que resul­
tan Je! j uego de los actuantes, también le conduce, a la vez, a
poner entre paréntesis la cuestión de la « realidad» de la defini­
c icín Je la situación dada por los mismos actuantes.
Lleg amos así al tema de la adhesión del actuante a su pro­
p io rol y, por ende, de su « sinceridad» o, a la inversa, de la
« d i stancia» que mantiene respecto de sí. Esta cuestión es tra­
ta da p or Goffman varias veces en su obra, especialmente en la
Presentación de la persona en la vida cotidiana (PP, pp. 8 1-82) y,
so bre todo, en el artículo « Role Distance» (Goffman, 196 1 ).
L as le cturas que a veces se hari hecho de este último texto pue­
d e n h ace r creer que el desapego con el cual el actuante desem­
P e ña su rol, manifestando al público que no se identifica con el
30 La sociología de Erving Goffman

«yo» al que ese rol está comúnmente asociado,demuestra que,


detrás de la máscara del actuante, habría un «yo» real, perso­
nal, que haría posible esa distancia respecto del rol. Ahora
bien,parecería que,para Goffman,esa misma distancia no im­
plica que el individuo disponga de cierta libertad en relación
con la sociedad; más bien significa que,en ciertas circunstan­
cias,está en condiciones de to�ar distancia respecto de un rol
para manifestar mejor su asunción de otro. Lo que hace posible
la distancia respecto del rol no es la existencia de un yo que es­
caparía a las determinaciones sociales,sino la multiplicidad de
los roles desempeñados por cada individuo. Así pues, «el con­
cepto de distancia respecto del rol ayuda a combatir la sor­
prendente tendencia a mantener una parte del mundo al am­
paro de la sociología. Y este artículo muestra que la distancia
respecto del rol está casi tan sometida al análisis del rol como
las tareas centrales de los roles mismos» (Goffman, 1961, p.
152). Así, para retomar el ejemplo desarrollado como intro­
ducción a este libro,el rol desempeñado por la prostituta en su
esfera privada, que le permite mantener a veces cierta distan­
cia respecto de su rol de profesional, no corresponde más a su
yo real, profundo, que el que ella expone como profesional.
Sólo se trata de otro rol.

Metáfora del teatro y metáfora del juego

Hay dos libros de Goffman que se refieren esencialmente a la me­


táfora del juego: Encounters (1961) y Strategic Interaction (1969).
Ocupémonos del segundo, en el que la reflexión del autor es tam­
bién la más acabada. Goffman se inscribe en la corriente utilitaris­
ta, afín al pensamiento económico, que pone el acento en el indivi­
duo en cuanto que éste persigue la consecución de objetivos y se
comporta de manera racional y calculadora. Se interesa muy parti­
cularmente por las situaciones conflictivas: conflictos armados, es­
pionaje y contraespionaje, pero considera que el marco de análisis
que desarrolla también es válido respecto de las relaciones profesio-
La metáfora teatral 31

n,des, en las cuales a menudo se dan diferencias de intereses entre


acwantes (un comprador y un vendedor, un trabajador y su supe­
rior jerárquico), e incluso en lo que concierne a las relaciones de ca­
ráct er privado.
Goffman insiste especialmente en una oposición que aparecía
y a, Je un modo algo diferente, en La presentación de la persona en
ft1 áda cotidiana : distingue por una parte lo que llama la comu­
nicación, que se refiere a los mensajes explícitos que intercam­
bian las personas, y, por otra, las expresiones que las personas de­
jan ver, sean éstas conscientes o no. Goffman muestra que, en las
situaciones conflictivas, el desafío para un actuante reside esen­
cialmente en el control de sus expresiones (y, por ende, de las im­
presiones que transmite a sus adversarios), así como en la deco­
dificación de las expresiones que su adversario deja ver; el
contenido de los mensajes comunicados es en cambio secundario.
Esre juego en corno a las impresiones se funda forzosamente en
informaciones parciales y ambiguas (los comportamientos no
verbales de los actuantes, el marco en el que se desarrolla la inte­
racción, etc.), lo que conduce a Goffman a acercarse a la concep­
ción Je la racionalidad limitada propuesta por Herbert Simon.
Para este economista, cuando un actuante debe enfrentarse a una
decisión compleja, en general no dispone de toda la información
q ue necesitaría; por otra parce, sus capacidades de tratar la infor­
mación son limitadas; por consiguiente, el actuante no elige ge­
neralmente la solución óptima (como lo pretende la teoría clási­
ca) sino que opta por una solución entre otras, considerándola
satisfactoria.
Strategic Interaction es, sin duda, el libro de Goffman que más
<lescaca «el aspecto egoísta y calculador» del individuo en la inte­
racción (Collins, 1 980/2000, p. 324). Dicho de otro modo, es el li­
bro que más se acerca al individualismo metodológico. Por esca ra­
zón, al margen de Encounters y los lazos con la metáfora teatral que
acabamos de dilucidar, resulta relativamente aislado en el conjunto
de su obra. O al menos se distingue de los trabajos que abordare­
mos en los eres capítulos siguientes, en los que Goffman estudia la
i nteracción como un fenómeno propiamente social, motivo por el
c ual resultan más afines a una perspectiva holíscica (Dumont, 1 977;
Yalade, 200 1).
32 La sociología de Erving Goffman

Si la cuestión de la «realidad» de la identidad que se escon­


dería tras los roles no es un tema que interese a Goffman, puede
decirse lo mismo respecto de la moralidad del actuante: las im­
presiones cuentan más que la «realidad» de ésta. Es lo que su­
braya en un pasaje de La presentación de la persona en la vida coti­
diana, a menudo citado por s�s comentaristas: «En su calidad
de actuantes, los individuos se preocuparán por mantener la im­
presión de que actúan de conformidad con las numerosas nor­
mas por las cuales son juzgados ellos y sus productos. Debido a
que estas normas son tan numerosas y tan profundas, los indivi­
duos que desempeñan el papel de actuantes hacen más hincapié
que el que podríamos imaginar en un mundo moral. Pero, qua
actuantes, los individuos no están preocupados por el problema
moral de cumplir con esas normas sino con el problema amoral
de construir la impresión convincente de que satisfacen dichas
normas. Nuestra actividad atañe en gran medida, por lo tanto,
a cuestiones de índole moral, pero como actuantes no tenemos
una preocupación moral por ellas. Como actuantes somos mer­
caderes de la moralidad» (PP, p. 267).

La nota discordante

Si la finalidad de los actuantes en la representación es producir


una definición común aceptable de la situación, a la inversa, se
dirá que hay una nota discordante cuando se introduce una dis­
rupción en esta definición, como por ejemplo en razón de una
torpeza o una equivocación cometida por uno de los actuantes
presentes. Ello va a tener efectos a diferentes niveles (PP, pp.
258-259). Primero, en el de la interacción misma, en la que
cada participante va a sentir malestar, confusión, desconcierto,
sentimientos vinculados con el cuestionamiento de la r,ealidad
común. Luego, más allá de la interacción, va a verse,•afectada
también la reputación de la profesión, de la organización, en
una palabra, de la unidad social colectiva a la que pertenece el
actuante torpe. Así, cuando un cirujano comete un error du-
La metáfora teatral 33

r,inte una intervención, no sólo se ve menoscabada su reputa­


c i ó n en c uanto hombre y médico, sino también la del hospital
en el que ej erce. Finalmente, también en el nivel del «yo» del
,1 c r uante se introduce una ruptura: « . . . cuando se produce una

d i s rupción advertimos que pueden llegar a desacreditarse las


i m áge nes de sí mismo en torno de las cuales se forjó su perso­
n ,d i dad » (PP, p. 2 5 9).
Dada la importancia de las consecuencias de un traspiés, ha­
b i rnalmente se toman distintas medidas ya sea para evitar que se
p rod uzca un incidente o, cuando éste se produce, para reparar los
daños que haya podido ocasionar. En el primer caso, Goffman
hablará de las técnicas de protección, a las que también llama tacto.
A sí, m uestra que cuando un actuante se acerca a un lugar en el
q ue corre el riesgo de molestar a los demás, les advierte de su
presencia, por ejemplo con «una llamada o una cosecita, de modo
que, en caso necesario, sea posible evitar la intrusión u ordenar
rápidamente el medio y estampar en los rostros de los actuantes
las expresiones adecuadas» (PP, p. 245). En el segundo caso, es
dec i r, cuando interviene una nota discordante en el juego del ac­
tuante, Goffman muestra que tanto éste como el público se es­
fuerzan por reparar el incidente producido (por ejemplo, el ac­
tuante presenta sus excusas, el público manifiesta que las acepta,
etc . ) . Volveremos a tratar (capítulo III, sección «Intercambios co­
rrectores » ) lo que Goffman llama intercambios correctores.

Lo s actuantes estigmatizados

Lo s te mas que acabamos de tratar --control de las impresiones


Y no ra discordante- cobran un alcance particular cuando hay
i nr eractuantes «estigmatizados» en escena. En Estigma (Est, 1 963 ),
c ;o ffm an define como «estigmatizado» al individuo que pre­
se n ta un atributo que lo descalifica en sus interacciones con el
otro. Este atributo que lo desacredita consiste en una distancia
n:s pecco de las expectativas normativas de los otros a propósito
de su identidad : « De ese modo, dejamos de verlo como una per-
34 La sociología de Erving Goffman

sona total y corriente para reducirlo a un ser inficionado y me­


nospreciado» (Est, p. 12).
El estigma no viene determinado por un atributo objetivo
que entrañe necesariamente y •en toda sociedad la estigmati­
zación. Está determinado por la relación entre el atributo y el es­
tereotipo que tenemos de él,particularmente en su relación con la
identidad. Podemos pues reconstruir la historia de la capacidad
de un atributo (por ejemplo, estar divorciado, ser homosexual,
etc.) de constituir un estigma en una sociedad concreta.
El caso del estigmatizado sólo es particular en apariencia: en
efecto,Goffman estima que,en relación con el estigma,los indi­
viduos se sitúan en un continuum; así, el más afortunado de los
normales puede tener un pequeño defecto oculto que,en ciertas
circunstancias,surgirá de manera molesta. Si consideramos que
la identidad de absoluta conformidad con el ideal estadouniden­
se consiste en ser «un joven casado,padre de familia,blanco,ur­
bano,del norte, heterosexual, protestante,con un título univer­
sitario y un buen empleo,de aspecto,peso y altura adecuados y
con un reciente triunfo en los deportes» (Est, p. 150),compren­
deremos fácilmente que cualquiera de nosotros puede vivir la ex­
periencia del estigma. Así, el interés general del estudio de los
estigmas consiste en que esclarece la manera en que ciertos atri­
butos, en una sociedad en particular, van a tener efectos en la
constitución de la identidad individual en la interacción.
Los estigmas afectan en general a lo que se ha llamado en pá­
ginas anteriores la fachada personal del individuo. De un modo
más preciso, pueden marcar el cuerpo (discapacidades de dife­
rentes tipos); pueden consistir en «taras de caracteres», que se
atribuyen al otro en razón de sus comportamientos pasados o ac­
tuales (estuvo en la cárcel, se drogaba, es homosexual, etc.); y
pueden asimismo estar vinculados con la pertenencia a un gru­
po (racial,social, religioso,etc.). Pueden ser directamente visi­
bles,como,por ejemplo,en el caso de un lisiado,un negro o una
mujer --en aquellas situaciones en que estos atributos sean es­
tigmas-. Goffman hablará entonces de individuos «desacredi­
tados». Pero los estigmas pueden ser menos aparentes,como en
La metáfora teatral 35

u n e x p residiario, en alguien que no domina la lengua domi­


n an te o, incluso, en una persona seropositiva: el individuo es en­
to nc es « desacreditable» (Est, p. 1 4).
La i m portancia de esta distinción entre los estigmas según
se és tos más o menos aparentes (y entre los individuos, según si
an
es tán desacreditados o si son desacreditables) está directamente
v i n cu l ada con la metáfora teatral que i nsiste en el control de las
i mpresiones del público. En efecto, las estrategias de los estig­
mati zados deberán tener en cuenta imperativamente el carácter
más o menos visible de su estigma. Así, los individuos desacre­
d i tados deberán resolver el malestar que se ha introducido de
pronto en la interacción. Por el contrario, en el caso de los indi­
viduos desacreditables -por ejemplo, un ex presidiario o una
persona seropositiva-, el elemento crucial será el control del
acceso a la información relativa a su deficiencia. Una estrategia
tal como el mantenimiento de cierta distancia frente a cualquier
desconocido puede ser uno de los medios para controlar las im­
presiones.
El malestar suscitado entre los normales por los contactos
con los estigmatizados -lo que Goffman llama « contactos mix­
tos »- acrecienta el riesgo de una nota discordante. En efecto,
l o s individuos normales corren el riesgo de hacer demasiado
(proponiendo su ayuda allí donde no es necesaria, lo cual atenta
contra la dignidad del estigmatizado) o demasiado poco (evi­
tando el más mínimo contacto visual requerido en las interac­
c i ones en público, por temor a ser indiscreto). De ello resulta
q ue los normales y los estigmatizados lleguen a evitar los con­
tacto s mixtos.
Ante estas dificultades, el estigmatizado puede formar, con
0 t r o s que comparten el mismo atributo, una comunidad que

t ra ta rá de hacer admitir una contradefinición de su identidad


k om o persona plenamente humana), hecho que conlleva el ries­
g o d e que ante los normales, la misma existencia de esa comu­
n i dad y, a fortiori, su militantismo para hacer que se acepte el es­
t i g m a, confirmen la diferencia que se pretendía atenuar.
36 La sociología de Erving Goffman

Despliegue de la analogía: equipos y regiones

Los equipos

Se ha considerado hasta ahora que cada actuante, cada miembro


del público de alguna manera estaba solo ante el conjunto de los
interaccuances. Ahora bien, Goffman introduce, a parcir del se­
gundo capítulo de La presentación de la persona en la vida cotidia­
na, la noción de equipo, que «puede ser definido como un con­
junto de individuos cuya cooperación íntima es indispensable si
se quiere mantener una definición proyectada de la situación»
(PP, pp. 115-116). Por ejemplo, puede considerarse que dos
cónyuges que reciben amigos en su casa forman un equipo. En
efecto, esto los llevará a ocultar ciertas divergencias para dar una
imagen de pareja unida o, incluso, van a controlar el acceso a
ciertas habitaciones menos limpias o menos ordenadas para dar
la impresión de que cuidan el interior. Como un equipo no está
interesado en hacer conocer la naturaleza y la amplitud de esca
cooperación, puede considerarse codo equipo como una «socie­
dad secreta».
Un equipo es pues, para Goffman, un actuante colectivo que
lleva a cabo una representación. Así, los miembros de un equi­
po tendrán que contar con la buena conducta de los diferentes
participantes, con su solidaridad, mientras presentan una facha­
da de familiaridad anee el público. Como a menudo puede con­
siderarse que el público conforma también un equipo, la inte­
racción presenta dos equipos.

El escenario y el trasfondo escénico

Goffman define una región como «codo lugar limitado, hasta


cierto punto, por barreras antepuestas a la percepción. Las re­
giones varían, naturalmente, según el grado de limitación y
de acuerdo con los medios de comunicación en los cuales apare-
La metáfora teatral 37

cen dichas barreras»: barrera visual,acústica,etc. (PP, p. 117).


Las actuaciones se desarrollan habitualmente en esos espacios
limitados. Ello permite a los actuantes focalizar la atención
del p úblico en lo que ocurre en la interacción y también acon­
J ic ionar mejor los elementos del «medio», de manera que
sostengan la definición que el actuante quiere dar de la situa­
ción.
Goffman distingue dos tipos de regiones. La región anterior,
o e.rcenario, es aquélla en que se desarrolla la actuación. La región
posterior, igualmente llamada trasfondo escénico, es el espacio en
d que los actuantes pueden contradecir la impresión dada en la
actuación. El trasfondo cumple diferentes funciones,entre ellas:
es un lugar en el que pueden acumularse accesorios y elementos
del decorado,en donde puede examinarse atentamente la fachada
de cada miembro del equipo y rectificarla si es preciso,en donde
se puede ensayar la actuación o instruir a los miembros deficientes
del equipo; allí,el actuante puede distenderse,abandonar la fa­
chada, desacralizar de manera ritual la actuación que el indivi�
duo debe realizar burlándose del público o incluso de su propio
rol, etc.
Según los momentos y las actuaciones,la delimitación de las
regiones anterior y posterior puede variar. Así, la sala de estar,
que es en la mayor parte de los casos el escenario por excelencia
de la casa familiar,puede transformarse,el domingo por la ma­
ñ ana, en el trasfondo escénico en donde se puede andar en pan­
tuflas o en salto de cama (PP, p. 1 38). Como señala Collins
( 1 988,p. 46),la delimitación de estas dos regiones es relativa al
modo en que se define al público: el trasfondo escénico consti­
tu id o por el bar de los obreros con respecto a su lugar de traba­
jo puede transformarse en un escenario respecto de la sala de es- ·
tar donde el obrero se reúne con su familia, que a su vez se
c onvierte en escenario respecto del dormitorio de la pareja,dado
,¡ ue el único trasfondo escénico «absoluto» es el lugar en que es­
tamos solos,sin ningún público.
38 La sociología de Erving Goffman

Un equipo en conflicto sobre el control del acceso al trasfon­


do escénico

En el párrafo siguiente, Goffman recuerda algunas observaciones


realizadas durante su estancia en una de las islas Shetland, particu­
larmente en el hotel Shetland: « ... Junto a estas diferencias debidas
a la cultura, había otras fuentes de discrepancia entre los hábitos de
la cocina y los del salón del hotel, ya que muchas normas de servi­
cio que se demostraban o sobreentendían en el área de los huéspe­
des no contaban con una completa adhesión en la cocina. A veces,
en el sector de la cocina correspondiente a las piletas se formaba
moho en la sopa que aún no se había consumido. Sobre el horno de
la cocina los calcetines se secaban junto a la pava humeante, según la
costumbre de la isla. Cuando los huéspedes pedían té recién hecho,
· la infusión se hacía en un jarro en cuyo fondo se incrustaban hojas
de té viejas de varias semanas. Los arenques frescos se limpiaban
haciéndoles un corte y raspando el interior con papel de diario. Los
trozos de manteca blandos e informes, parcialmente consumidos
durante su permanencia en el salón comedor, eran vueltos a arrollar
para que se viesen frescos, y puestos otra vez en servicio. Los budi­
nes más vistosos, demasiado buenos para el consumo de la cocina,
eran probados agresivamente con el dedo antes de parcir hacia las
mesas de los huéspedes. Durante el ajetreo de la hora de las comi­
das, los vasos usados eran a veces vaciados y secados en lugar de vol­
ver a ser lavados, para poder así ponerlos rápidamente en circula­
ción una vez más.
» Dadas, pues, las distintas formas en las cuales la actividad en
la cocina contradecía la impresión fomentada en la parce del hotel
destinada a los huéspedes, podemos comprender por qué las puer­
tas que conducían de la cocina a otras parces del hotel constituían
un lugar de constante preocupación en la organización del trabajo.
Las mucamas querían que las puercas permanecieran abiertas para
que les resultara más fácil ir y venir con las bandejas, para infor­
marse si los clientes estaban ya listos para recibir el servicio que se
les brindaría y para mantener el mayor contacto posible con las per­
sonas para las cuales estaban trabajando, para enterarse de sus asun­
tos. Ya que las mucamas desempeñaban ante los huéspedes un pa­
pel de sirvientas, sabían que no tenían mucho que perder al ser
La metáfora teatral 39

observadas en su propio medio por los clientes, que echaban un vis­


cazo hacia la cocina cuando pasaban frente a sus puertas abiertas.
Por otra parte, los propietarios querían que las puertas permane­
cieran cerradas para que el papel de clase media que les atribuían
los huéspedes no fuera desacreditado al revelarse su conducta en la
cocina. Casi no transcurría un día sin que esas puertas fuesen aira­
damente cerradas o abiertas. Una puerta vaivén del tipo empleado
en los restaurantes modernos habría aportado una solución parcial
a este problema escénico. Una pequeña ventana de vidrio en las
puercas, que pudiera utilizarse para espiar -un recurso escénico
empleado en muchos pequeños negocios- habría sido también de
utilidad » (PP, pp. 1 28- 1 30).

E l acuerdo entre los miembros de un equipo sobre la mane­


ra de controlar el acceso al trasfondo escénico constituye un ele­
mento esencial de la puesta en escena; en efecto, teniendo en
cuenta las funciones desempeñadas por el trasfondo escénico, es
i mprescindible que el público desconozca lo que allí ocurre.

La metáfora teatral en el resto de la obra de Goffman

La metáfora teatral, así como las nociones de «actuación » , de


« rol » , de « fachada» que se le asocian , estructuran pues la pri­
mera obra de Goffman: La presentación de la persona en la vida co-
1 idia na. No obstante, al final del libro advierte a sus lectores que
ts t a m etáfora no debe «ser tomada demasiado en serio» : « . . . Y,
por lo t anto, abandonaremos ahora el lenguaje y la máscara del
L·sc c:na rio. Después de todo, los tablados sirven también para
c ons truir otras cosas, y deben ser levantados pensando en que
ha b rá que derribarlos » (PP, p. 270).
E n sus obras posteriores, la metáfora teatral ya no ocupará el
l u g ar central. Sin embargo, Goffman no renunciará del todo a
l" l l a y la integrará en varios pasajes de Estigma e Internados. No
s t rá si no en su última obra, Frame A nalysis: An Essay on the Or­
ga 11i zation o/ Experience, donde ensaye una nueva conceptualiza-
40 La sociología de Erving Goffman

ción de la noción de actuación. Ésta se aplicará entonces sólo a


una parte de las interacciones: aquéllas en las que uno o varios
actuantes son objeto de una atención prolongada por parte de
los otros. Se abordan así las diferentes formas del espectáculo
(obras de teatro, ballets, conciertos), pero también, de manera
menos «pura», encuentros deportivos y ceremonias como bo­
das, entierros, etc. (FA , pp. 126-127) El estatuto de la metáfora
se ve pues profundamente modificado: inicialmente servía como
referente universal para toda interacción; ahora se refiere a un
tipo de interacción particular.
3
Reglas y ritos

Después de la metáfora teatral, descubramos otro lenguaje uti­


lizado por Goffman: el de las reglas y los ritos. ¿Cómo describir
las reglas y los ritos puestos en práctica durante las interaccio­
nes ; ¿Cuál es su razón de ser? ¿Qué sucede en la interacción
cuando las reglas no son respetadas, cuando los ritos son profa­
nados ? Nos ocuparemos de todo ello en este capítulo y en el si­
guiente.
Contrariamente a la opinión común, según la cual los indi­
viduos actúan conforme a su «naturaleza» , su «personalidad» o,
incluso, a su «humor» , Goffman considera la interacción como
un orden social. Éste comprende reglas que los individuos de­
ben respetar si quieren ser vistos como gente normal. Cuando se
interesa por los comportamientos más ínfimos, más comunes de
los individuos, lo que preocupa a Goffman es poner en evidencia
laS' reglas subyacentes que estructuran las interacciones sociales.
¿ Por qué son necesarias las reglas? Cuando estamos ante los
Jemás y en razón de esta misma presencia, somos vulnerables al
cuerpo de los otros, así como a los objetos que llevan consigo,
,1 ue pueden agredir nuestro propio cuerpo o nuestros bienes.
S omos también vulnerables a las palabras de los otros, que pue­
den atentar contra nuestra autoestima (RP, pp. 240-305). Esta
v u lnerabilidad es también un recurso en la medida en que tene-
1n os sobre el otro el mismo poder que él tiene sobre nosotros:
" P or lo tanto, la copresencia corporal lleva implícitos riesgos y
42 La sociología de Erving Goffman

posibilidades. Dado que tales contingencias son evidentes, es


probable que den lugar a técnicas de control social» (Goffman,
1983/1991, «El orden de la interacción», p. 177). La vulnera­
bilidad de cada uno en la interacción explica,por lo tanto,el es­
tablecimiento de un orden normatÍvo que la regula. En suma,
las reglas son necesarias en la medida en que hagan posible el
vínculo social.
Goffman no se interesa prioritariamente por el contenido de
las reglas. Retomando una distinción trazada por Durkheim,
distingue las . «reglas sustantivas», cuyo contenido mismo es
importante (por ejemplo, no robar), de las «reglas ceremonia­
les», cuyo objeto puede parecer secundario o incluso insigni­
ficante (pensemos por ejemplo en lo que llamamos etiqueta),
pero que permiten a un individuo expresar el valor que concede
a otro y a sí mismo (Rl, pp. 53-54). Goffman estudiará esen­
cialmente las reglas ceremoniales considerando que, tras su in­
significancia aparente, se oculta la preocupación por un valor
esencial, el respeto por la «cara» de los individuos. Así enton­
ces,el respeto de las reglas se asemeja,tanto para Goffman como
para Durkheim, a un rito, es decir,a un «acto formal,conven­
cionalizado, mediante el cual un individuo refleja su respeto y
su consideración por algún objeto de valor último a ese objeto
de valor último o a su representante» (RP, p. 78).
En su obra, Goffman nunca sistematizó la formulación de
las reglas. El conjunto no exhaustivo de reglas que se presenta­
rán aquí lo hemos tomado de su presentación en Ritual de la
Interacción (1967), completándolo con los aportes provenientes
de otras obras,especialmente Relaciones en público (1963),Beha­
vior in Public Places (1963) y Forms o/ Talk (1981).
Partiendo de lo que constituye,para Goffman,la regla fun­
damental que todo individuo debe respetar cuando interactúa
con otros,preservar la propia cara y la del otro (sección «Preservar
la propia cara y la del otro»),veremos luego que esta regla exi­
ge que, en presencia de los otros, se preste cierta atención a lo
que ocurre, es decir,que se muestre un cierto compromiso en la
interacción, el cual varía en función del tipo de interacción en
Reglas y ritos 43

que se esté implicado (sección «El compromiso»). Finalmente,


preguntándonos sobre lo que se produce en la interacción cuan­
do se infringen algunas de fas reglas descritas anteriormente,
hablaremos de los intercambios correctores (sección «Los intercam­
bios correctores»).

Preservar la propia cara y la del otro

Si tuviéramos que designar la regla fundamental del orden so­


cial según Goffman, sin duda sería la regla del mantenimiento de
la cara. En efecto, se trata de una regla doble. En toda interac­
ción, es preciso ante todo salvar la cara; Goffman habla aquí
igualmente de la regla del amor propio. Pero, además, se trata de
actuar de suerte que se preserve también la cara de los otros; en
este caso, el autor utiliza la noción de consideración. Esta doble
regla condiciona todas las demás; todas las reglas remiten a ella.
La regla de la cara constituye así la condición de posibilidad de
toda interacción; es la que posibilita la creación y el manteni­
miento del vínculo con el otro.
Para comprender mejor el alcance de esta regla, resulta útil
definir su noción fundamental: «Puede definirse el término cara
como el valor social positivo que una persona reclama efectiva­
mente para sí por medio de la línea que los otros suponen que
ha seguido durante determinado contacto» (R/, p. 13; el subra­
yado es del autor). Al hablar de línea de acción, Goffman alude
aquí al conjunto de actos, verbales o no verbales, mediante los
cuales el individuo expresa su apreciación de la situación y, con­
secuentemente, de sí mismo y de los otros interactuantes. Pre­
cisemos que la línea de acción no es necesariamente intencional;
sin embargo, como los otros suponen que existe una intención
en el individuo, éste se ve obligado a tomar en consideración la
i mpresión que los otros tienen al respecto.
En virtud de esta regla fundamental de la cara, por lo común
cada cual tiene el derecho de seguir la línea de conducta que le
l·s propia y el deber de aceptar la de los otros. Esta aceptación
44 La sociolog ía de Erving Goffman

mutua no es necesariamente sincera; puede ser fingida. Así,du­


rante una conversación,por ejemplo,los participantes aceptarán
en el acto emitir opiniones que no necesariamente mantienen
con el fin de no herir el amor propio de sus interlocutores. Esta
aceptación circunstancial obra un efecto conservador en el en­
cuentro; de hecho, el resultado es que todos se mantienen en la
línea de acción. Si alguien modifica radicalmente su posición,se
desacredita, lo cual provoca cierta confusión. Encontramos
aquí, formulada mediante la metáfora del rito, una de las exi­
gencias que había' sido subrayada a propósito del juego pe los
individuos en la actuación: es preciso que se estabilice una defi­
nición común de la situación y,a través de ésta,del valor de los
actuantes presentes.
Podemos preguntarnos por qué la preservación de la cara
-en particular,en su dimensión de amor propio-- puede cons­
tituir una coerción para el actuante; ¿acaso no nos complacemos
todos en el cuidado de nuestro ego? Sin embargo, Goffman
muestra que la coerción es bien real: «Sea como fuere,si bien su
cara social puede ser su posesión más personal y el centro de su se­
guridad y su placer,sólo la ha recibido en préstamo de la socie­
dad; le será retirada si no se conduce de modo que resulte digno
de ella. Las actitudes aprobadas y su relación con la cara hacen
que cada hombre sea su propio carcelero. Esta es una coerción
social fundamental, aunque a cada hombre pueda gustarle su
celda» (R/,p.17).
Si se trata de una regla y,por ende,de una regla potencial­
mente coercitiva, ¿cómo impedir las salidas de tono? Para Goff­
man, es el apego emocional a nuestra cara y al respeto que el
· otro le profesa lo que va a desempeñar ese rol: cuando el otro
acepta la cara propuesta por nuestra línea de conducta,nos sen­
timos ligeros,serenos,cómodos; e inversamente,cuando el otro
rechaza nuestra cara o, dicho de otra manera, cuando hacemos
un «mal papel», nos sentimos humillados, avergonzados, nos
ruborizamos, etc. Asimismo, no podemos asistir a la humilla­
ción del otro sin sentirnos mal,sin sentirnos molestos al poner­
nos en su lugar.
Reglas y ritos 45

En la prolongación de su análisis del vínculo emocional con


la cara, Goffman consagra todo un capítulo de Ritual de la inte­
rmúón a la noción de «turbación» (RJ, pp. 90- 1 02). «Hay mu­
chas circunstancias clásicas en las cuales puede quedar desacredi­
ra<lo el .yo proyectado por un individuo» (RJ, p. 98). El
individuo, señala el autor, siente vergüenza y turbación, signo de
su apego a su cara y al respeto de las reglas de la interacción.
Este análisis de la turbación debe ser vinculado con lo que se ha
comentado acerca de la nota discordante en el capítulo anterior:
es una de sus consecuencias en el plano emocional.
De todo lo dicho resulta que la cara no es, para Goffman, un
atributo que corresponde al interior del individuo: es «algo di­
fuso que hay en el fluir de los sucesos del encuentro» (RJ, p. 1 4).
En efecto, no refleja únicamente la línea de conducta adoptada
por la persona: la cara es una u otra en función de la interpreta­
ción que los otros harán de ella, de la interpretación que la per­
sona hará de esa interpretación, y así sucesivamente, en poten­
cia, hasta el enésimo grado. Así pues, la cara no depende sólo
del comportamiento del individuo: no aparece sino cuando los
d iversos interactuantes tratan de evaluar los valores que se ex­
presan en la interacción; de ahí proviene, según Goffman, el ca­
rácter «difuso» de la cara.

Un « trabajo de la cara » ritualizado

Para asegurar el respeto de la propia cara y de la cara de sus in­


terlocutores, los interactuantes se consagran a un trabajo que
Goffman llama «de la cara» (/ace-work). Esto supone que se evi­
ta todo riesgo, todo incidente susceptible de comprometer la
cara de uno de los participantes de la interacción. Así, se puede
cambiar de tema de conversación cuando se acaba de abordar
u n o que se revela potencialmente c�mprometedor para el otro
o, con «ceguera discreta» (RJ, p. 24), fingir no percibir los rui­
dos del propio estómago o del estómago del otro, por ejemplo.
Todos los individuos tienen cierta práctica en el trabajo de la
46 La sociología de Erving Goffman

cara, pero algunos sobresalen especialmente: se dirá que tienen


tacto, savoir-faire, diplomacia, habilidad, etc.
En la mayor parte de los casos , estas prácticas están codifi­
cadas , como puede estarlo un paso de danza o las reglas en un
juego. También están ritualizadas. Goffman no utiliza este úl­
timo término a la ligera; esta ritual ización responde al hecho
de qu{\ el trabajo se real iza sobre un objeto sagrado: la cara.
Refi riéndose a los trabajos antropológicos de Durkheim, Goff­
man muestra efectivamente cómo, en el contexto de un mun­
do contemporáneo caracterizado por su secularización, el indi­
viduo se ha transformado en el valor sagrado por excelencia
(R/, pp. 88-89).
Y como es sagrado, el individuo también puede ser profana­
do. Todo rito puede producir un rico inverso (una misa negra)
por medio del cual se puede infuriar la sacralidad de la cara del
otro o la propia. La profanación y la sacralización (?beckcen a có­
digos sociales estandardizados, como por ejemplo sacar la len­
gua, hacer muecas, proferir injurias, que también están estan­
dardizadas. La profanación de la cara del otro a menudo se ve
acompañada por la profanación de sí mismo: mesarse los cabe­
llos, detenerse en el comentario de las propias imperfecciones en
presencia del otro son a la vez autoprofanaciones e inj urias ver­
tidas sobre el otro. Ello muestra la fuerza del vínculo que existe
entre las dos dimensiones de la regla: manifestar consideración
hacia el otro es un medio muy seguro de preservar el amor pro­
pio; asimismo, adoptar modales apropiados es la mejor manera
de no inj uriar la cara del otro.

Proceder y deferencia

Las nociones de proceder y de deferencia son explicadas por pri­


mera vez en Ritual de la interacción y luego abordadas, entre
otras, en Relaciones en público y Forms o/ Talk. En el fondo, se tra­
ta de una reformulación más operativa de la doble regla del
amor propio y de la consideración . En efecto, el amor propio, es
Reglas y ritos 47

decir, la preocupación de uno por no ver afectada su cara,se ex­


presa en el proceder: mediante «el porte, la vestimenta y las
maneras» (RI p. 73) se podrá --0 deberá- manifestar a los
otros las cualidades que nos caracterizan. En cuanto a la consi­
deración, es decir,el hecho de proteger la cara de los demás,se
manifiesta en la deferencia: «Entiendo por deferencia el compo­
nente de la actividad que funciona como medio simbólico por el
cual se transmite generalmente una apreciación a un destinata­
rio de ese destinatario,o de algo de lo cual ese destinatario es to­
mado como símbolo,extensión o agente» (Rl p. 56) La deferen­
cia toma dos formas: en primer lugar, una forma negativa: los
ritos de evitación,que obligan a no violar la «esfera ideal» del
otro o incluso sus «territorios»; y luego una forma positiva,los
ritos de presentación, que prescriben pequeños intercambios
mediante los cuales se manifiesta la consideración recíproca (sa­
ludos,felicitaciones ante el anuncio de un acontecimiento feliz).

El compromiso

Un aspecto fundamental del trabajo de la cara es lo que Goffman


llama el compromiso,que define como el hecho de «mantener
cierta atención intelectual y afectiva,cierta movilización de los
recursos psicológicos» ante el objeto oficial de la interacción
(BP, p. 36). En toda interacción,se requiere cierto nivel de com­
promiso,además de un sostén al compromiso de los demás. En­
contramos aquí el doble componente de la regla fundamental de
la interacción,que se refiere a sí mismo y al otro. Goffman estu­
dia el tema del compromiso de forma recurrente, ya sea en Ri­
t11al de ia interacción, en Behavior in Public Places, o incluso en
Forms o/ Talk. Detallaremos aquí las formas adoptadas por esta
regla en los diferentes tipos de interacción distinguidos por el
autor: la «conversación»,las «ocasiones sociales» y las «relacio­
nes en público no focalizadas». Ello nos permitirá presentar las
especificidades de cada uno de estos tipos de interacción.
48 La sociología de Erving Goffman

El compromiso en la conversación

Hablar del compromiso en la conversación nos da la ocasión de po­


ner en claro la contribución de Goffman al análisis del lenguaje.
¿Cómo define Goffman la conversación? Es cierto que señala
los intercambios de mensajes verbales como uno de los compo­
nentes de esta noción,retomando así la concepción que general­
mente se tiene de lo que es una conversación. Pero insiste sobre
todo en los movimientos del cuerpo, en los gestos,las miradas;
en definitiva,en los comportamientos no verbales por medio de
los cuales los actuantes presentes regulan su compromiso: «En
cualquier sociedad,siempre que surge la posibilidad física de la
interacción hablada,pareciera que entra en juego un sistema de
prácticas,convenciones y reglas de procedimiento que funcionan
como un medio orientador y organizador del flujo de mensajes ...
Se emplea una serie de gestos insignificantes para iniciar un blo­
que de comunicaciones,y como medio para que las personas in­
tervinientes se acrediten unas a otras como participantes legíti­
mos. Cuando se produce este proceso de ratificación recíproca,
las personas así ratificada,s se encuentran en lo que podría lla­
marse estado de conversación, es decir,que se han declarado oficial­
mente abiertas unas a las otras para los fines de la comunicación
hablada y garantizan,todas juntas,el mantenimiento de un flu­
jo de palabras. También se emplean una serie de gestos signifi­
cantes por medio de los cuales uno o más participantes nuevos
pueden incorporarse a la conversación,por medio de los cuales
uno o más participantes acreditados pueden retirarse de forma
oficial y mediante los cuales es posible terminar el estado de con­
versación» (RI, pp. 37-38; el subrayado es del autor).
En este fragmento vemos que los límites de la conversación
están vinculados con la manera en que evoluciona la atención de
los interactuantes; están vinculados, por lo tanto, con el com­
promiso de estos últimos. Dicho de otra manera,el compromi­
so tiene un rol constitutivo del episodio conversacional. Es una
de las maneras de preservar las caras presentes.
Reglas y ritos 49

Para preservar el compromiso de cada uno, explica Goffman,


co n viene evitar los silencios demasiado largos: «Las pausas in­
deb idas llegan a ser signos potenciales de que no existe nada en
c om ún o de tener una autoposesión insuficiente para crear algo
que decir,y por lo tanto deben ser evitadas» (Rl, p. 39). De ahí
la existencia en todos los medios sociales de «recursos seguros»
( véase texto anexo de la página siguiente), esos temas de con­
versación siempre disponibles y que suscitan o mantienen cier­
ro compromiso por parte del otro.

Estudiar la situación en que se produce el acto de habla

Desde el comienzo de su obra, Goffman se interesa por la conversa­


ción como una modalidad de interacción particular, centrando su
atención en «la situación en que se produce el acto de lenguaje»,
como señala Winkin ((1964/1991}, «El olvido de la situación »,
p . 129). Por ello, precisa este comentarrista, Goffman se distingue
tanto de quienes analizan el lenguaje «desde el exterior», estable­
ciendo correlaciones entre éste y las características del locutor,
como de aquéllos que lo analizan «desde el interior» para descubrir
sus estructuras morfológicas y sintácticas.
El interés de Goffman por la conversación siempre se mantuvo
intacto e, incluso, adquirió un carácter más sistemático al final de su
vida, como atestigua su último libro, Forms o/ Talk (1981). Presenta­
mos a continuación diferentes aspectos de esta selección de artículos.
Así, en los análisis referidos a las ocasiones sociales, reproducimos un
fragmento de «The Lecture» (La conferencia) (FT, pp. 162-195);
cuando abordemos las interacciones en público no focalizadas, men­
cionaremos el caso particular del soliloquio, estudiado en el capítulo
« Response Cries» (Exclamaciones) (FT, pp. 78-122); finalmente, en

el capítulo siguiente, presentaremos la regla que se desprende de la


condición de felicidad («Felicity's condition») (1983)

Goffman considera que no es fácil respetar la regla del com­


promiso en la �onversación. Cuando ésta es obedecida,estima el
autor, «la interacción "funciona", es feliz» Por el contrario:
50 La sociología de Erving Goffman

«Cuando un encuentro no capta la atención de los participantes,


pero tampoco los libera de la obligación de participar en él, es
probable que las personas presentes se sientan inquietas ; para
ellas la interacción no sale bien. Una persona que crónicamente
se inquieta a sí misma o a los demás en una conversación y ani­
quila siempre los encuentros es un participante defectuoso en
interacciones ; es probable que tenga un efecto tan funesto sobre
la vida social que lo rodea, que lo mismo da que se la considere
una persona defectuosa» (RI, p. 1 2 1 )
Señalemos que, en este texto, Goffman nos ofrece una de las
claves de su concepción de la identidad : la calidad de una per­
sona -tal y como los otros la reconocen- es proporcional a su
capacidad de respetar las reglas de la interacción. También ha­
llamos en este extracto el vínculo entre, por una parte, el respe­
to o el no respeto de las reglas y, por otra, las emociones tanto
positivas (la alegría) como negativas (el malestar). Y por último
encontramos, a propósito del compromiso, las posibilidades de
simulación que atraviesan la obra de Goffman y que ya hemos
comentado a propósito de la metáfora del j uego (capítulo II, sec­
ción «Los actuantes estigmatizados »). Así pues, sin duda es po­
sible para un actuante simular el compromiso, pero como es di­
fícil que la simulación resulte del todo lograda, ésta brinda a los
demás actuantes el mensaje de que se está simulando el com­
promiso, lo cual puede ser interpretado como una marca de tac­
to . . . o de cinismo. Un actuante puede también simular desinte­
rés y por ende aburrimiento, por ejemplo, para ocultar su
turbación en una conversación que le incomoda.

Los recursos seguros

El fragmento siguiente pertenece a la tesis de doctorado de Goff­


man ( 1 95 3/ 1 99 1 , « Los recursos seguros » , p. 1 0 1 ). En él, el au­
tor describe los diferentes medios utilizados por los habitantes
de la isla observada para mantener el compromiso en la interac­
ción .
Reglas y ritos 51

« En la isla de Dixon, era frecuente objeto de comentarios la


pesca que llevaban las dos barcas del lugar. En primavera, también
eran tema seguro los corderos y los potros, pues quedaba entendi­
do que nadie podía sustraerse a sus encantos. La gente explotaba
sisrem�ticamente en su palique cualquier accidente en la isla, cual­
quier enfermedad, muerte o boda de los demás. Era particularmen­
te útil una enfermedad que se prolongase unas cuantas semanas,
porque los interlocutores podían preguntarse varias veces al día so­
bre el estado de salud del desgraciado, ofreciéndole al mismo tiem­
po su simpatía. En Dixon se hablaba muy a menudo del tiempo.
Entre los pequeños labradores, se trataba del efecto del tiempo so­
bre la cosecha ... Para los labradores, desde luego, el tiempo es una
contingencia importante, pero se trataba de algo más. Si el tiempo
era malo, que era lo que solía ocurrir, los comentarios le quitaban
importancia, insistiendo más bien en que el locutor no se dejaba
abatir. Lo cual arrojaba, en los días más tristes, intercambios de la
especie:
- El tiempo no es muy bueno.
- Hace un tiempo horrible.
- No es buen tiempo para las patatas.
- No, nada de eso.
»Cada vez que se producían tales diálogos, los participantes pa­
recían reafirmar su lealtad a las condiciones reinantes en la isla y a
las personas que quedaban en ella. »

El compromiso en las ocasiones sociales

E n Behavior in Publíc Places, Goffman define una ocasión social


como « una circunstancia social, una empresa o un aconteci­
miento de cierta magnitud limitado en el tiempo y en el espa­
cio y típicamente facilitado por un equipamiento fijo ... Una re­
cepción, una jornada de trabajo en una oficina, un pícnic o una
ve lada en la ópera constituyen ejemplos de ocasiones sociales»
(BP, p. 18). Generalmente, las ocasiones sociales tienen una
age n da prevista de antemano; además, encontramos en ellas
c i ertas personas encargadas de dirigir determinados aspectos de
52 La sociología d e Erving Goffman

la interacción: la acomodadora en el cine, el sacristán en la misa,


el portero en una discoteca.
Contrariamente a las conversaciones, las ocasiones sociales no
implican el intercambio de palabras. No obstante, siempre re­
quieren un compromiso, que en su caso puede manifestarse ·• nica­
mente mediante el cuerpo y, de un modo más preciso, media 1te la
comunicación no verbal que éste despliega. Con independen<.,a de
que el individuo lo quiera o no, según Goffman, un cuerpo, en
presencia de otro, no puede no comunicar. Ya sea por la manera
en que está vestido, por su postura, la expresión del rostro o los
gestos que efectúa, el cuerpo siempre comunica. Esta comunica­
ción del compromiso presenta distintos modos según las culturas,
los grupos sociales, etc.; así, el respeto que se muestra durante una
ceremonia religiosa puede manifestarse, por ejemplo, en el hecho
de ponerse el sombrero o, al contrario, descubriéndose
No podemos conocer el compromiso interior de un indivi­
duo: si deseamos verificar el respeto a la regla, nos atenemos a sus
manifestaciones. Lo que cuenta es el compromiso que los otros
creen que el individuo asume y que éste cree que manifiesta.

El compromiso del conferenciante

Con ocasión de una conferencia titulada . . . «The Lecture» (La con­


ferencia), pronunciada en la universidad de Michigan en 1 97 6 y
publicada ulteriormente en Forms of Talk, Goffman analiza la espe­
cificidad de esta ocasión social y en particular, en lo que respecta al
siguiente fragmento, el tipo de compromiso requerido por el con­
ferenciante y sus efectos sobre la identidad de los interactuantes
presentes y sobre la definición de la realidad .
« Pero repito ¿qué e s lo que e l conferenciante trae consigo al
estrado? Por supuesto, está su texto. Sin embargo, sean cuales fue­
ren los méritos intrínsecos de éste, los lectores de una versión im­
presa podrían tener igualmente acceso a ellos -así como a la repu­
tación del autor-. Lo que el conferenciante aporta a sus oyentes,
al margen de lo ya señalado, es un acceso añadido a su persona y
el compromiso con el acontecimiento en cuestión. Se expone ante
Reglas y ricos 53

su público. Se consagra a la ocasión. En ambos sencidos, se entre­


_¡.:a a la situación. Y codo este trabajo ritual se realiza con el pre­
texto de transmitir su texto. Nadie precisa saber que el ritual se ha
rransformado en un fin en sí mismo. Así como el contenido mani­
fiesto de un sueño permite tolerar su contenido latente, así tam­
bién la transmisión de un texto permite cumplir los ricos de la ac­
tuación ...
»Si el auditorio reconoce en un conferenciante apreciado su inte­
ligencia, sagacidad y seducción, si le atribuye un carácter absoluta­
mente personal, ello es el resultado de lo que el propio conferenciante
hace para ponerse realmente a disposición de la ocasión y, por ende, de
sus participantes, para abrirse canco a ella como a ellos, subordinán­
dose hasta las úlcimas consecuencias a su cometido. . . . Al mismo
tiempo, el animador invita al auditorio a adoptar la misma actitud
con respecto al texto -invitación que transmite a sus oyentes con la
misma despreocupación y cordialidad de la que hace gala pronun­
ciando su conferencia-. Ahora bien, observad que esca actitud anee
el texto es precisamente aquélla que los miembros del auditorio están
dispuestos a admitir rápidamente, ya que da credibilidad al mundo
del texto y demuestra, a su vez, que ellos mismos están a la altura de
las circunstancias y no perderán su propia valía ante el texto ...
»Pero aquí, señoras y señores, no termina la historia. Sin duda
habrá quien aventure una úlcima consideración. El texto ofrece al
conferenciante un pretexto bajo el cual pueden cumplirse los ricos
de la actuación. De acuerdo. Pero se podría considerar que escas ex­
centricidades le conceden a él y a su auditorio una recompensa aún
más grande que codas las que hemos descrito hasta ahora. ...
»Conferenc�te y auditorio se unen para afirmar una única
propuesta. Se unen para afirmar que la charla organizada puede re­
flejar, expresar, esbozar, describir --o incluso asumir- el mundo
real y que, en el fondo, existe en alguna parce un mundo real, es­
tructurado, más o menos unitario, que es posible comprender.
(Después de codo, esto es lo que distingue a las conferencias de los
fugaces pasos por el estrado abiertamente concebidas para el espec­
táculo.) ...
» En este sentido, codo conferenciante, por el solo hecho de osar
presentarse ante un auditorio, es un funcionario del poder cogniti­
vo ... » (FT, pp. 191-195).
54 La sociología de Erving Goffman

El compromiso en las interacciones en público no foca/iz adas

Goffman llama « interacciones en público no focalizadas » a las


interacciones sin objeto oficial que resultan de la simple copre­
sencia de varios individuos en lugares públicos. Es el caso, p_,0r
ejemplo, de la circulación peatonal por las aceras de una ciudad,
de la espera en el vestíbulo de una estación, etc. También en este
tipo de interacción se requiere un compromiso. Éste va a adop­
tar dos formas aparentemente contradictorias, entre las cuales el
individuo deberá encontrar un equilibrio. Ante todo, se trata de
prestar una atención razonable a la situación, a lo que está ocu­
rriendo o a lo que podría suceder, como por ejemplo a un riesgo
de colisión o a que alguien nos pida información. Pero al mismo
tiempo se trata de manifestar una «desatención cortés » (civil in­
attention) a las personas presentes, garantizándoles el anonimato
y amparándolas de nuestra curiosidad o de algún propósito que
pudiéramos albergar respecto de ellas. En este tipo de interac­
ción, la regla de compromiso adopta, por lo tanto, la forma ha­
bitual de una exigencia de atención , de accesibilidad al otro, y,
al mismo tiempo, la forma paradój ica de la desatención, pero
una desatención calculada, como forma suprema de la delicade­
za hacia el otro. El tipo de compromiso requerido exige encon­
trar la manera de estar en público que exprese a la vez cortesía e
indiferencia.
Así por ejemplo, se permite la lectura en una sala de espera
o en los transportes públicos (porque se necesita menos atención
que en la circulación peatonal), pero no así estar absorto al pun­
to de reírse solo o de leer entre dientes.
Estar ebrio, soñar despierto, dormitar o mostrar desaliño son
síntomas reconocidos convencionalmente como muestras de fal­
ta de atención a la situación (FT, p. 80). Ocurre lo mismo con
el acto de hablar a solas , al que Goffman consagra todo un capí­
tulo de Forms o/ Talk (FT, pp. 78- 1 22). A la inversa, observar a
un desconocido con insistencia contraviene la desatenció9 cor­
tés que se espera en las interacciones no focalizadas.
Reglas y ricos 55

Mientras que los vendedores ambulantes y los mendigos a


men udo explotan el canal abierto por el mínimo de atención
cortés que se les dirige para iniciar un intercambio que no era
Jeseado, los estigmatizados, por el contrario, a menudo serán
vícti mas de miradas demasiado insistentes que les recordarán
que su apariencia se aleja de la _norma social .

Los intercambios correctores

En un capítulo de Relaciones en público se describen los intercam­


bios que se dan en una interacción cuando se infringe una de las
reglas que acabamos de describir (RP, pp. 1 08- 1 93). Cuando
tiene lugar un incidente semejante, resulta esencial restablecer
el orden. Ello no se consigue únicamente identificando y san­
c ionando al culpable, ni tampoco comenzando a respetar escru­
pulosamente todas las reglas que se apliquen en lo sucesivo a la
interacción. La reparación se opera por medio de un intercam­
bio en el cual, en primer lugar, el infractor manifiesta que man­
tiene una relación correcta con las reglas y, por consiguiente,
que es al menos consciente de la ofensa y de que, en cierta ma­
nera, la falta debe ser considerada excepcional, como « fuera de
1 ugar » ; el ofendido manifiesta después que acepta la reparación;
así, el intercambio puede proseguir hasta el retorno a un cierto
equilibrio.
Las formas que adoptan estos intercambios correctores están
altamente ritualizadas. Citemos, por ejemplo, la sucesión de ex­
p resiones como «disculpe» , «se lo ruego » , el intercambio de re­
galos, de visitas, etc.
Para Goffman, este tipo de intercambio es fundamental en
el marco de nuestras interacciones cotidianas. En efecto, si se
agrupan los interc¡mbios correctores que acabamos de abordar
y los intercambios de saludos que remiten a lo que hemos lla­
mado antes la deferencia (sección « Preservar la propia cara y la
<le! otro»), se abarca, desde un punto de vista cuantitativo, gran
parte del contenido de las relaciones interpersonales. Pero estos
56 L a sociología d e Erving Goffman

dos tipos de intercambio son importantes sobre todo desde un


punto de vista cualitativo: constituyen los « breves rituales» que
los individuos realizan para el otro; estos pequeños rituales re­
emplazan las «grandes ceremonias » de antaño, cuyos destinata­
rios eran los dioses: « En la sociedad contemporánea están en de­
cadencia en todas partes, al igual que los largos programas
ceremoniales que entrañan largas series de ritos obligatorios.
Lo que queda son breves rituales que un individuo ofrece para
otro, que son testimonios de buena educación y de buena vo­
luntad por parte de quien los realiza y de que el receptor posee
un pequeño patrimonio de sacralidad . Lo que queda, en resu­
men, son rituales interpersonales » (RP, p. 7 9) Aquí, como ocu­
rre a menudo cuando analiza las interacciones en términos de
rito, Goffman se inscribe en la tradición durkheimiana. En esta
perspectiva, las reglas y los ritos se revelan exteriores a las con­
ciencias individuales y ejercen sobre ellas una coacción, según la
definición durkheimiana del hecho social (Steiner, 2000). Y
como las reglas son sociales, siempre según la lógica durkhei­
miana, pueden conferir un carácter sagrado a aquél al que rigen,
o sea, al individuo. Volveremos sobre esta filiación durkheimia­
na en el capítulo VI.
4
El no respeto de las reglas
y el tema de la locura

En este capítulo, exploraremos una última regla presentada por


Goffman: la que nos insta a presentar una apariencia normal.
Esta regla nos introducirá en uno de los temas centrales de la
obra: el tema de la locura (sección «Presentar una apariencia
normal»). Si hay individuos que no respetan las reglas, corrien­
do el riesgo de ser considerados enfermos mentales, también
existen ciertas instituciones -las instituciones totales- que
imponen condiciones de vida tales que se hace imposible el res­
peto de esas mismas reglas por parte de las personas que residen
en ellas (sección «Las instituciones totales»).

Presentar una apariencia normal

En un artículo titulado «Felicity's Condition» (1983) Goffman


atrae nuestra atención sobre otra exigencia a la cual deben res­
ponder los actuantes cuando interactúan con los demás: sus
comportamientos deben' ser comprensibles para los otros. En
efecto, «cada vez que entramos en contacto con el otro, ya �ea
por correo, por teléfono, hablándole frente a frente o incluso en
v irtud de la simple copresencia, nos encontramos ante una
obligación crucial: hacer nuestro comportamiento comprensi­
ble y pertinente, teniendo en cuenta los acontecimientos tal y
como el otro seguramente va a percibirlos. Sea como fuere,
58 L a sociología d e Erv ing Goffman

nuestros actos deben dirigirse a la conciencia del otro, es decir,


a su capacidad para interpretar nuestras palabras y actos en
busca de pruebas de nuestros sentim ientos, de nuestros pensa­
mientos y de nuestras intenciones » ( 1 98 3 , p. 5 2 ) Según Goff­
man , sin duda puede suceder que nos veamos obl igados a adop­
tar comportamientos que, durante un corto lapso de tiempo,
pueden resultar opacos a ojos de los demás; pero enseguida nos
ocupamos de añadir las indicaciones que permiten compren­
derlos mejor.
En su obra, Goffman va a desarrollar esta regla de la legibi­
lidad de los comportamientos con dos inflexiones diferentes: en
ciertos textos, señala que la legibilidad de los comportam ientos
evita que el actuante sea visto como un enfermo mental ; en
otros textos, la legibilidad evita que el actuante sea considerado
peligroso.

Manifestar la salud mental

En su artículo « Felicity's Condition » , Goffman muestra cómo


se aplica esta regla cuando mantenemos intercambios verbales
con otros. En estas circunstancias , « nos vemos obligados a dar
pruebas de que estamos cuerdos . . . ya sea por medio de la admi­
nistración de nuestras propias palabras o dando pruebas de
nuestra comprensión de las del otro» ( 1 98 3 , p. 27). Sin embar­
go, Goffman precisa que esta condición se aplica igualmente
cuando las personas no mantienen un intercambio verbal (ex­
tremo que puede apreciarse con claridad en los dos ejemplos del
texto anexo). En efecto, la regla que consiste en hacer compren­
sible el propio comportamiento puede entonces considerarse vá­
lida en todas las situaciones de interacción, al igual que la doble
regla del respeto a la cara, ya descrita en el capítulo III Por ello,
la mejor manera de facilitar al otro la interpretación de nuestro
propio comportamiento es respetar las reglas, haciéndonos pre­
visibles ante los demás . Respetar las reglas de la interacción es
el mejor modo de respetar la cara de los otros y la de uno, así
El no respeto de las reglas y el rema de la locura 59

como respetar estas reglas es la manera más segura de hacerse


comprender por los demás.

Hacer comprensible el propio comportamiento

En RelacioneJ en público, Goffman da varios ejemplos que explican


esta exigencia, entre los cuales citaremos dos: «Así, una persona
q ue espera en una parada de autobús en medio de una manzana, a
veces adelanta la cabeza por encima de la acera y mira fijamente ha­
cia su izquierda, es de suponer que para determinar cuándo llega el
autobús, aunque tendrá tiempo más que suficiente para prepararse
a subir cuando el autobús efectivamente dé vuelca a la esquina ...
Una azafata de avión que está a mirad de pasillo desde la cocina y
recuerda algo que la obliga a darse vuelta y deshacer el camino re­
corrido, chasquea los dedos de la mano derecha y mueve la cabeza
como si se enfadara consigo misma, con lo cual ofrece pruebas cla­
ramente visibles de que, por los menos, no está desorientada y con­
serva los sentidos y, además, está lo bastante segura de sí misma
como para dividirse en dos a fin de que una parre juzgue claramen­
te a la otra» (RP, pp. 1 4 1 - 1 42).

Aquí es donde se inscribe,en Goffman,el tema de la enfer­


medad mental. El enfermo mental no es,para Goffman,alguien
yue sería portador de una u otra disfunción psíquica sino, ante
todo,aquél que no respeta las reglas de la interacción y, en par­
ticular,la que acabamos de presentar.
Goffman trata el tema de la enfermedad mental en numero­
sos libros: Ritual de la interacción, Internados, Relaciones en público
o incluso en Forms o/ Talk. Vemos pues por qué es verdadera­
mente central en su obra la figura del enfermo mental; ella per­
lTlite, por contraste, comprender un aspecto fundamental del
orden social: que este orden se constituye mediante el respeto
de un conjunto de reglas. Así, en «La demencia del lugar»,
Goffman podrá escribir: «Los llamados síntomas mentales es­
tán formados por la sustancia misma de la obligación social»
( RP, p. 376).
60 La sociología de Erving Goffman

La enfermedad mental como no respeto de las reglas:


el ejemplo de los lugares públicos

En el artículo «La demencia del lugar», Goffman muestra que es


considerado enfermo mental aquel que opta deliberadamente por no
respetar las reglas de la interacción, en particular en los lugares pú­
blicos: «Un lugar muy importante de los síntomas mentales consis­
te en los lugares públicos y semipúblicos: calles, tiendas, barrios,
transportes públicos, etc. En estos sitios impera una red finísima de
obligaciones que asegura el tráfico y la coexistencia ordenados de los
participantes. Están delineados modos de territorialidad personal, y
se emplea el respeto de las fronteras como medio clave de ordena­
ción de la presencia mutua. Muchos síntomas clásicos de psicosis
constituyen una infracción precisa y descarada de esas disposiciones
territoriales ... Existen intromisiones que entrañan la revelación o el
ensuciamiento; como ocurre cuando a un paciente le da por desnu­
darse, o invita con demasiada facilidad al contacto de conversación a
otros, o en voz alta reconoce cosas vergonzosas acerca de sí mismo, o
se ensucia con alimentos a medio comer, o juega abiertamente con
los mocos, o se mete cosas sucias en la boca» (RP, pp. 349-35Ó).,

Se entiende entonces por qué presentar ante el otro la apa­


riencia de gozar de salud mental es una « condición de felici­
dad » . En efecto, nos explica Goffman, la enfermedad mental
«crea un caos » en el orden social, así como «crea un caos » en
nuestro sentimiento de identidad. Sin duda, esta alteración se
ve en parte contenida cuando el entorno se da cuenta de que la
persona está loca, pero no del todo; la perturbación subsiste aún
después de que se haya diagnosticado la enfermedad mental
(RP, p. 348).

Manifestar el carácter inofensivo

En el capítulo « Las apariencias normales » del libro Relaciones en


público, surge una segunda inflexión en la formulación de esta
regla de la legibilidad de los comportamientos. El elemento por
El no respeto de las reglas y el tema de la locura 61

oposición al cual se define la normalidad y a no es aquí la enfer­


medad mental sino la agresión, tanto contra los bienes como
contra las personas. En efecto, si nuestros actos y nuestras in­
tenciones no son comprendidos por los otros, esto puede susci­
ta r en ellos la impresión de que surge un peligro en su entorno
y ponerlos en un estado en el que querrán hacer frente a ese pe-
1 igro.

Algunas críticas al punto de vista goffmaniano


sobre la enfermedad mental

La manera en que Goffman entiende la enfermedad mental ha sus­


citado, como es de imaginar, gran cantidad de críticas, en especial
provenientes de los médicos y especialistas del campo de la salud
mental (Goffman, 1 957; Siegler y Osmond, 1 97 1 /2000, pp. 4 1 9-
424; Sedgwick, 1 982/2000). Retendremos esencialmente tres.
- Al reducir la enfermedad mental al no respeto de las re­
glas, Goffman adopta un punto de vista que pretende explicar
todo mediante lo social. Dicho de otra manera, da pruebas de
«sociologismo». Ahora bien, no roda la diversidad de los sínto­
mas puede ser considerada desde este punto de vista: por ejemplo,
el yo fragmentado, alienado del esquizofrénico no se deja apre­
hender en su especificidad por medio del estudio genérico de la
enfermedad mental que propone Goffman.
- Goffman se encierra en una posición dualista, distinguiendo
radicalmente, por una parte, la enfermedad orgánica y, por otra, la
enfermedad mental. Considera que la enfermedad orgánica, social­
mente neutra, no impide al enfermo desempeñar bien su rol, mien­
tras que la enfermedad mental, por el contrario, perturba el orden
social por el no respeto de sus reglas. La crítica se funda aquí en el
hecho de que la demarcación entre enfermedad orgánica y psíquica
varía precisamente en la historia de la medicina, siendo a veces ob­
jeto de duras polémicas entre los actuantes del mundo médico.
- Goffman alude a veces, como argumento que respalda su
punto de vista, a la impotencia del personal médico ante los sínto­
mas que presentan los enfermos mentales. Según él, los médicos se
limitan a identificar los trastornos y a alejar al enfermo de la co-
62 La sociología de Erving Goffman

munidad; no curan realmente al enfermo mental . Este argumento,


sin duda ya exagerado en la época en que se publicaba InternadOJ, lo
es hoy aún más.
Frente a estas críticas, Manning ( 1 992) recuerda que Goffman
no cree que la enfermedad mental se reduzca al análisis que él hace
de ella En todo caso, muestra que los allegados de los enfermos y,
tras ellos, los psiquiatras se basan ampliamente en estos criterios de
no respeto de las reglas de la interacción. Ahora bien, eras este no
respeto de las reglas, la enfermedad mental está quizás presente en
ciertas circunstancias, mientras que está ausente en otras.

Goffman se inspira aquí en el análisis del comportamiento


animal. En efecto, las investigaciones etológicas muestran que
ciertas especies animales manifiestan fundamentalmente dos
modos de actividad. El animal se dedica a sus quehaceres coti­
dianos: come, digiere, se ocupa de sus crías, etc . , siempre y
cuando tenga la impresión de que todo está en orden en su en­
torno y perciba que las apariencias son normales (de ahí el títu­
lo del artículo de Goffman). Pero si su sistema de vigilancia le
advierte de una perturbación en su entorno, es decir, si percibe
una «alarma» , puede, en un breve lapso de tiempo, abandonar
su actividad anterior y alistarse para hacer frente al peligro (RP,
pp. 240-24 1 ).
Goffman transpone estas observaciones a las relaciones entre
los humanos. En particular, se interesa por la manera en que un
actuante procede generalmente en los lugares públicos para evitar
desencadenar en el otro las «alarmas» . Para ello, trata de evi­
tar que sus intenciones sean opacas y proporciona una « i nfor­
mación social » suficiente. Supongamos que el actuante acaba de
iniciar una interacción con otra persona; con su comportamien­
to, manifestará a los demás de qué tipo de interacción se trata.
¿ Acaba de abordar a un desconocido para pedirle información ? ,
¿ se encuentra con u n conocido? , ¿o quizás se h a encontrado con
su pareja? Esta información puede vehicularse por distintos me­
dios, y Goffman se detiene en la presentación de los signos --en
particular, en el uniforme- que poseen los agentes de tráfico,
El no respeto de las reglas y el tema de la locura 63

l os p orteros, etc . , a los cuales uno puede recurrir para orientarse


en l os espacios públicos. Estos signos permiten a los responsa­
b l es de estas tareas efectuar su trabajo sin causar alarma entre las
pers onas que les rodean. Goffman muestra luego que esos mis­
rnos signos pueden ser utilizados fraudulentamente por perso­
n as que cometen verdaderas agresiones, haciéndolas aparecer
Lomo acciones inofensivas. Cita el ejemplo del ladrón que, pro­
v i s to del uniforme y de la moto de un agente de tráfico, detiene
u n furgón blindado, avi sa a sus ocupantes de que la policía aca­
ba <le conocer que alguien puso una bomba en el vehículo, les pide
que salgan y se marcha entonces con el botín (RP, pp. 303-304).
En definitiva, el buen interactuante es, para Goffman, aquél
cuyos comportamientos son comprensibles y que manifiesta así
ante los otros que está mentalmente sano, pero también que es
u na persona que actúa de buena fe, que merece confianza. Dicho
de otra manera, procura no inquietar al otro, permitiéndole ac­
Lt<ler al sentido de sus actos, un sentido lo suficientemente cer­
cano a la norma social como para hacer que el otro no se retire
de la interacción. Así, la claridad de nuestros actos permite que
se <len interacciones entre desconocidos, las cuales son uno de
los componentes de la vida en sociedad.

Las instituciones totales

E n 1 96 1 , Goffman publica Internados, cuyo subtítulo es: Ensayos


, o bre la situación social de los enfermos menta les. El libro se sitúa en
u n nivel que Goffman explorará poco en su obra, el del análisis
de las organizaciones, que podemos denominar igualmente ni­
vel « mesosociológico» (Dortier, 1 998, pp. 295-300). Lo que le
i n teresa aquí es la manera en que un tipo particular de institu­
c i ó n , « la institución total » , produce las identidades de aquéllos
' 1 l os que llamará « reclusos » . Este concepto, acuñado por Goff­
m an para dar cuenta de la realidad del hospital psiquiátrico que
ha observado, dista de reducirse a este contexto en particular.
64 La sociología de Erving Goffman

Las características de las instituciones totales

Goffman comienza Internados con una definición de la institución


total como: «un lugar de residencia y trabajo, donde un gran nú­
mero de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por
un período apreciable de tiempo, comparten en su encierro una
rutina diaria, administrada formalmente» (/nt, p. 1 3 ). Los ejem­
plos dados por Goffman son, además del hospital psiquiátrico, las
organizaciones que se ocupan de las personas inofensivas pero in­
capaces de cuidar de sí mismas (hogares para discapacitados,
huérfanos, ancianos), los lugares de reclusión para personas consi­
deradas como una amenaza para la colectividad (cárceles, campos
de concentración), las instituciones creadas para llevar a cabo una
tarea (cuarteles, barcos, escuelas de internos) y, finalmente, los es­
tablecimientos religiosos que proponen un lugar de retiro fuera
del medio mundano (conventos, abadías).
Cuatro elementos son esenciales en la definición de la insti­
tución total (lnt, pp. 1 8-25):
- la discontinuidad respecto del mundo exterior, que se mate­
rializa generalmente en la presencia de obstáculos físicos en las
entradas y las salidas , tales como altos muros, puercas cerradas,
extensiones de agua, pantanos y bosques ;
- la institución se encarga de todas las necesidades y, por consi­
guiente, de todas las actividades a las que se consagran los re­
clusos, en un mismo lugar, bajo una sola autoridad, en condi­
ciones de promiscuidad con el mismo grupo. Esto constituye
una diferencia esencial respecto de la vida fuera de la institu­
ción, en la cual el individuo ocupa una multitud de roles y tie­
ne, para cada uno de ellos, «públicos» diferentes;
- la institución total adopta un modo de funcionamiento buro­
crático, que implica reglas y una vigilancia regular por parte del
personal administrativo;
- los contactos entre los reclusos y los supervisores son limitados, lo
que contribuye a producir en cada grupo « rígidos estereotipos
hostiles» del otro grupo (/nt, p. 2 1 ).
El no respeto de las reglas y el tema de la locura 65

La destrucción de la identidad de los reclusos

Si Goffman se interesa por las instituciones totales, es esencial­


mente para comprender cómo éstas destruyen la identidad de
los reclusos . Se ocupa aquí de las diferentes etapas que jalonan
lo que él llama la «carrera moral » del recluso: recepción, admi­
sión, integración, etc. Considera al respecto que «el futuro in­
terno llega al establecimiento con una concepción de sí mismo
que ciertas disposiciones sociales estables de su medio habitual
hicieron posible. Apenas entra se le despoja inmediatamente del
apoyo que éstas le brindan. Traducido al lenguaje exacto de al­
gunas de nuestras i nstituciones totales más antiguas, quiere de­
cir que comienzan para él una serie de depresiones, degradacio­
nes, humillaciones y profanaciones del yo» (lnt, pp. 26-27).
Luego, Goffman desarrolla ampliamente (lnt, pp. 27 -46) los
diferentes procedimientos de mortificación del yo, que van
desde el aislamiento respecto del mundo exterior hasta la pérdi­
da de autonomía (por ejemplo, los adultos reclusos deben pedir
autorización para llamar por teléfono), pasando por la desperso­
nalización (uso de prendas estándar, etc.) y la pérdida de control
sobre los « territorios del yo» (ya se trace de informaciones per­
sonales inscritas en un documento, de la imposibilidad de man­
tener una distancia suficiente respecto de los otros reclusos o in­
cluso, en ciertos casos, de una alimentación forzada).
Estos diferentes procedimientos ilustran la manera en que la
i nstitución total priva a los reclusos de codos los medios por los
cuales se constituye normalmente el valor del yo. Goffman ha­
blará de los «fundamentos ceremoniales del yo» para designar
esos medios indispensables para la afirmación de sí y de los otros
como humanos respetables (R/, p. 5 7). La institución total im­
posibilita las pequeñas ceremonias por medio de las cuales se
expresa y al mismo tiempo se constituye el valor del yo.
Señalemos también que este análisis del hospital psiquiátri­
co debe ser relacionado con el de la enfermedad mental (sección
« Presentar una apariencia normal »). Para Goffman , el enfermo
66 La sociología de Erving Goffman

mental es ante todo aquél que no respeta las reglas de la inte­


racción . Internados describe el tratamiento que se le inflige: la
profanación sistemática de su identidad . Se impone un paralelo
entre estos dos aspectos del análisis goffmaniano: la infracción
de las reglas sociales se paga sufriendo un tratamiento extrema­
damente duro.
La enfermedad mental se encuentra pues en el seno de la
obra de Goffman; su análisis muestra cuán centrales son las re­
glas de la interacción, tanto para el mantenimiento de la iden­
tidad personal como para el del orden social.

El yo como resistencia

Mientras que en toda su obra Goffman insiste en el hecho de


que las identidades se constituyen mediante el respeto del orden
social, en Internados aparece el punto de vista inverso: si el yo se
produce, es por la distancia que mantiene respecto del orden so­
cial y por la resistencia que le opone. Esta resistencia manifies­
ta un « movimiento de libertad » (lnt, p. 300), un deseo de « re­
chazar a los que lo rechazan » (lnt, p. 3 1 0).
¿Cuáles son las formas adoptadas por esta resistencia? Goff­
man las reúne bajo el concepto de «ajuste secundario» . Si se defi­
ne como «ajuste primario» todo lo que hace el individuo para
conformarse a lo que la institución espera de él y, por consiguien­
te, para incorporar el rol que le es asignado, se llamará «ajuste se­
cundario» a «cualquier arreglo habitual, que permite al miembro
de una organización emplear medios o alcanzar fines no autoriza­
dos, o bien hacer ambas cosas, esquivando los supuestos implíci­
tos acerca de lo que debería hacer y alcanzar y, en última instan­
cia, sobre lo que debería ser. Los ajust_es secundarios representan
vías por las que el individuo se aparta del rol y del ser que la ins­
titución daba por sentados a su respecto» (Int, p. 1 90).
Goffman se interesa por la identificación de los diversos ti­
pos de aj ustes secundarios: explotar el sistema, por ejemplo ha­
ciéndose pasar por enfermo para recibir más atención por parte
El no respeto de las reglas y el tema de la locura 67

del personal; guardar en los bolsillos o en otros lugares protegi­


,los objetos personales prohibidos; preparar «sistemas de trans­
m i sión» para esos objetos; ocupar « lugares libres» (es decir, es­
pacios normalmente prohibidos, donde la vigilancia es laxa, lo
q ue permite desarrollar actividades que no se pueden realizar en
lugares del hospital controlados con mayor severidad), etc.

Los lugares libres

« El consumo sustitutivo de lugares libres era el caso más patético


de sustitución en la vida del interno. Los pacientes recluidos solían
pasar el tiempo mirando por la ventana que daba al exterior, cuan­
do estaba a su alcance, o siguiendo por la mirilla de la puerta la
actividad que se desarrollaba en el parque del establecimiento, o en
la sala. La posesión del alféizar de una ventana solía provocar agrias
d isputas entre los pacientes varones de las peores salas. Conseguido
el alféizar, el ganador se encaramaba hasta el angosto asiento y per­
manecía allí acurrucado, mirando hacia afuera a través de los barro­
tes, juntando todas sus fuerzas para mantener la nariz pegada al
exterior, y así alejarse en cierto modo de la sala y liberarse de sus
restricciones territoriales ... Puede sugerirse que, cuanto más in­
grato sea 'el ambiente en que un individuo está obligado a vivir,
más fácil resultará que los lugares se califiquen como libres. Así, en
algunas de las salas "peores" --que alojaban hasta sesenta enfer­
mos, muchos de ellos "regresivos"- el problema planteado por la
escasez de personal para el turno de la noche ( 1 6 a 24 hrs.) se solu­
cionaba embretando a codos los pacientes en la habitación de estar
diurna, y bloqueando la entrada, de modo que pudiera ponerse a
cada interno de la sala bajo la vigilancia de un par de ojos. La hora
coincidía con la salida del personal médico; con la oscuridad (en in­
vierno), muy evidente, debido a la deficiente iluminación de las sa­
las; a menudo con el cierre de las ventanas. A esa hora caía una som­
bra sobre lo que ya era sombrío, y se agravaban los sentimientos
negativos, la tensión y la discordia. Unos pocos internos, general­
mente los mismos que se mostraban siempre bien dispuestos para
barrer los pisos, para tender las camas y para arriar al hato de los
otros pacientes a dormir, obtenían permiso para quedar fuera de
68 La sociología de Erving Goffman

esta zahúrda, y vagar libremente por los corredores desiertos, entre


los dormitorios y las dependencias internas. En tales ocasiones,
cuando el personal había explicado ya, sin hostilidad casi, la situa­
ción vigente, cualquier lugar ajeno a la habitación de estar diurna
asumía un tono de dulce sosiego. Lo que estaba "fuera de los lími­
tes" fijados para la mayoría de los pacientes, en virtud de esa mis­
ma disposición se convertía en un lugar libre para unos pocos esco­
gidos» (lnt, pp. 235-236).

Aun si consagra un análisis detallado a los ajustes secun­


darios, Goffman reconoce explícitamente que no hay que so­
brestimar su importancia cuantitativa (lnt, pp. 294-295 ). En
efecto, nos encontramos ante una institución total que, por de­
finición, utiliza poderosos controles; por otra parte, en el hos­
pital psiquiátrico que analiza, se asocia cierta vergüenza al es­
tatuto de enfermo mental, lo cual dificulta la solidaridad entre
los reclusos.
Así pues, más que desarrollar ajustes secundarios, numero­
sos enfermos adoptan otras estrategias. Entre éstas, citemos la
introyección, la conversión al rol del perfecto recluso o incluso
la estrategia de la «relajación moral» . Con esta última expre­
sión, Goffman designa el comportamiento de aquéllos que, por
estar inmersos en una atmósfera general de deshumanización y
haber sufrido numerosos cambios de sala, llegan a considerar
que la imagen que los otros tienen de ellos mismos es inconsis­
tente, lábil y que, en definitiva, pueden vivir sin que les impor­
te. En lo que se presentaría normalmente como conductas auto­
destructivas, estos enfermos llegan por ejemplo a multiplicar
las aventuras sentimentales o a insultar tanto a otros enfermos
como al personal, del mismo modo que, por otra parte, pueden
aceptar el insulto con indiferencia, etc. (lnt, pp. 69-75).
Como ya indicamos (capítulo III, sección «Los intercambios
correctores»), el análisis de las interacciones a partir de las no­
ciones de regla y de rito realizado en este capítulo se inscribe en
la tradición durkheimiana. Pero hemos señalado también otra
El no respeto de las reglas y el cerna de la locura 69

fuente de inspiración en Goffman cuando analiza los ritos: el es­


tudio del comportamiento animal,la etología (sección «Presen­
tar una apariencia normal»,el tema de las alarmas). Es esencial­
mente en Relaciones en público donde Goffman elabora esta
referencia a la etología; allí defenderá igualmente una integra­
ción de estos dos enfoques, tradicionalmente extraños entre sí
( RP, p. 74). Por otra parte,ya se considere el rito vinculado a la
referencia durkheimiana o a la etología, en ambos casos se en­
cuentra el eco de la analogía teatral (capítulo 11): en primer lu­
gar porque,al igual que la actuación del individuo,el rito es un
medio de expresión,un código que permite comunicar,mostrar,
poner en escena; y en segundo lugar,porque si hay rito o cere­
monia, lo esencial se hallará en el respeto de las formas, de las
apariencias, con todo el juego --e incluso la manipulación­
que ello permite.
5
Los marcos
de la experiencia

D espués de explorar la metáfora teatral (capítulo II) y,luego,el


lenguaje de las reglas y de los ritos (capítulos III y IV), aborde­
mos un último enfoque de la interacción que remite a la metá­
fora cinematográfica: el de los marcos.
Frame Analysis: An Essay on the Organization of Experience
(1974),libro al que está consagrado este capítulo,parece a pri­
mera vista bastante distinto de los textos que han sido objeto de
los capítulos precedentes. Se diferencia en primer lugar por sus
características materiales: «un libro extenso», como señala su
mismo autor (FA , p. 1),que se aproxima a las seiscientas pági­
nas. Además se trata de un libro unitario y no de una colección
de artículos,como sucede con la mayor parte de sus otros libros.
Y sobre todo, se diferencia de ellos por su contenido: no se li­
mita a las interacciones sino que trata de un objeto que parece
más amplio: la «experiencia» . D ifiere igualmente por la natura­
leza de los datos que ilustran las propuestas teóricas: no consis­
ten esencialmente en observaciones recogidas por el autor o por
otros investigadores,sino en extractos de prensa --en particular
de la crónica de sucesos- y obras de ficción. Si a esto agrega­
mos que el libro es relativamente tardío en la producción de
Goffman y que consagró unos diez años a su preparación y es­
critura, podemos preguntarnos sobre el lugat ·que ocupa en el
conjunto de la obra: ¿marca una transición? y,en caso afirmati­
vo, ¿cuál?; ¿constituye por el contrario una profundización en
Los marcos de la experiencia 71

c iertos temas ya tratados anteriormente?; o incluso, ¿se trata de


una obra de síntesis?
Goffman nos informa de que toma la noción de «marco» del
antropólogo y teórico de la comunicación de Gregory Bateson
( 1 904-1980); éste, nos explica Goffman, la utiliza en un artícu­
lo que «plantea abiertamente la distinción entre lo serio y la
broma y nos invita a considerar la experiencia como algo muy
asombroso, puesto que toda actividad seria puede servir de mo­
delo a diferentes versiones no serias de esa misma actividad; de
suerte que será imposible, en ciertas circunstancias, distinguir
la situación real de su versión lúdica». Goffman precisa también
que Bateson «presenta (igualmente) la idea de que todo indivi­
duo puede provocar intencionadamente una confusión de en­
cuadre entre las personas con las que está tratando» (FA , p. 7)
Este comentario de Goffman a propósito del artículo de Ba­
teson nos indica cuáles serán los grandes temas del libro. De­
tengámonos en dos, que serán abordados sucesivamente en el
curso de este capítulo. En primer lugar, toda «experiencia»,
toda «actividad», toda «situación» social puede prestarse a va­
rias «versiones», a varios «encuadres»; que a su vez están rela­
cionados unos con otros, remiten unos a otros y se sirven de
« modelo» entre sí (sección «Marcos primarios y transformacio­
nes»). En segundo lugar, esta organización de la experiencia a
partir de una multiplicidad de marcos se relaciona estrecha­
mente con las percepciones de las personas implicadas en la si­
tuación: en general, da a las personas la impresión de que todo
ocurre normalmente, que lo que viven es bien real; sin embar­
go, en ciertos casos, produce esas «confusiones» a las que alude
el fragmento que acabamos de citar (sección «Las deficiencias
del encuadre de la experiencia») Tras abordar estos dos grandes
temas, tomaremos algo de distancia respecto del libro y nos
ocuparemos de su vinculación con el resto de la obra: veremos
también cómo la problemática elaborada por Goffman se dis­
tingue de los trabajos de otros investigadores referidos a temas
similares (sección «Los "marcos" en la obra de Goffman» ).
72 La sociología de Erving Goffman

Marcos primarios y transformaciones

Toda experiencia humana remite, según Goffman, a un marco


dado, generalmente compartido por todas las personas presen­
tes; este marco orienta sus percepciones de la situación, así
como los comportamientos que adoptan con respecto a ésta. A
partir de aquí y conforme a su costumbre, el autor se detiene en
la clasificación de los diferentes tipos de marcos, distinguiendo,
ante todo, los marcos primarios de los marcos transformados.
Los marcos primarios son de algún modo los que no remiten a
ningún otro: «Es primario un marco que permite conceder sen­
tido a algún aspecto de la escena que, de lo contrario, carecería
de sentido» (FA , p. 21) Goffman distingue dos grandes clases
de marcos primarios: los marcos naturales y los marcos sociales. Los
primeros implican la acción de fuerzas, de leyes de la naturale­
za, mientras que los segundos implican intenciones, acciones
humanas. Así, parafraseando al autor, el sol que se levanta es un
acontecimiento que adquiere significación en la medida en que
lo relacionamos con las leyes del movimiento de los planetas y,
por ende, con un marco natural. A la inversa, la persiana que ba­
jamos es un acontecimiento que cobra sentido en la medida en
que responde a una intención, por ejemplo, la de protegerse del
calor y, por consiguiente, a un marco social.
Goffman sugiere que las ciencias de la naturaleza presentan
versiones más elaboradas de nuestros marcos naturales familia­
res (FA , p. 22). Podríamos añadir por otra parte que, de mane­
ra similar, las ciencias humanas presentan versiones elaboradas
de los marcos humanos que ponemos en movimiento en nuestra
vida cotidiana.
Los marcos primarios se distinguen, según Goffman, de los
marcos transformados. Hablamos de un marco transformado cuan­
do la situación, aun presentando ciertas semejanzas con lo que
se desarrolla normalmente en el marco primario, adquiere una
significación diferente. Dos amigos que se pelean en broma,
una orquesta que ensay'a un concierto, un vendedor de aspirado-
Los marcos de la experiencia 73

ras que muestra el funcionamiento del aparato a u n cliente po­


tencial: todos ellos constituyen ejemplos de una primera serie
Je actividades que remiten a marcos transformados. Pero pre­
sentaremos también otros tres ejemplos, algo distintos de los
precedentes. En primer lugar,el caso de los estudiantes de psi­
cología que son invitados a participar en una experimento cuya
finalidad se les oculta cuidadosamente. En segundo lugar, el
comportamiento de la mujer que, queriendo poner a prueba la
fidelidad de su pareja, le envía una carta firmada por otra mu­
jer, en la que le propone una cita; luego asiste, escondida, a la
llegada y a la espera de su compañero. Y,finalmente,el caso de
los empleados de ciertos servicios de asistencia telefónica,quie­
nes reciben llamadas de individuos que se hacen pasar por clien­
tes pero,en realidad,son empleados que deben proporcionar in­
formación a las empresas para las que trabajan,en esta ocasión,
sobre la calidad del trabajo de los empleados del servicio telefó­
nico (este último ejemplo, más contemporáneo, nos pertenece,
mientras que los otros son de Goffman).

Modalizaciones y fabricaciones

El lector habrá advertido las diferencias que separan nuestras


dos series de ejemplos. En el primer grupo, todas las personas
que participan en el acontecimiento están al corriente de la
transformación del marco; dicho de otra manera, todas saben
que están ante la «copia» y no ante el .,,,modelo» . Así,los músi­
cos saben que están ensayando y que no están en concierto; los
amigos (y las otras personas que asisten a la escena) saben que se
trata de un juego y no de una verdadera pelea,etc. Goffman ha­
blará de modalización para designar las transformaciones de mar­
cos que se realizan a sabiendas de todos: la modalización es «una
transformación que no se oculta» (FA, p. 290)
En la segunda serie, la transformación del marco escapa a
una parte de los participantes; éstos creen estar en presencia del
«modelo» mientras que,en realidad,se encuentran ante la «co-
74 La sociología de Erving Goffman

pia » . Goffman hablará de fabricación para designar este tipo de


transformaciones que resultan «de los esfuerzos deliberados, in­
dividuales o colectivos, destinados a manipular la actividad de
modo que otro u otros individuos sean impelidos a tener un co­
nocim iento falso del curso de los acontecimientos » . Parafra­
seando al autor, podemos decir que la fabricación es « una trans­
formación que se oculta» o, de un modo más preciso, que la fa­
bricación introduce una disparidad de puntos de vista entre una
parce de las personas implicadas en la situación, que no están al
corriente de 'la transformación y a las que se llamará común­
mente «víctimas » , «embaucados» , «engatusados » , y otra parte
de los participantes, que no sólo están al corriente de la trans­
formación sino que a menudo la han organizado deliberada­
mente, a los que se designa con el nombre de « timadores » , « im­
postores » (FA , p. 83).
Ciertas fabricaciones, calificadas por el autor como « benig­
nas» no causan a las víctimas daños (físicos o morales) de impor­
tancia; el ejemplo del experimento pertenece a esca categoría.
Otras fabricaciones, calificadas por el autor como «abusivas» ,
traen por el contrario a las víctimas consecuencias negativas im­
portantes, siendo generalmente reprobadas por la moral y/o san­
cionadas por la ley; citemos la publicidad engañosa, las escuchas
telefónicas ilegales, etc.
Tras plantear estas tres distinciones (marcos primarios/trans­
formados, marcos naturales/sociales, modalizaciones/fabricacio­
nes), Goffman propone una nueva diferencia que opone los mar­
cos fabricados a todos los demás. En efecto, como acabamos de
mostrar, la particularidad de los marcos fabricados consiste
en que engañan a una parce de los participantes respecto de la
situación; en este sentido, se oponen a codos los otros marcos,
que Goffman designa con el término «actividades francas » (FA ,
p. 85 ) .
Los marcos de la experiencia 75

. .<
Los tipos de marcos

marcos naturales
marcos pnmanos

<
marcos sociales

modalizaciones
marcos transformados
fabricaciones

La estratificación de la experiencia

Los dos grandes cipos de transformación de marco -modaliza­


ciones y fabricaciones- pueden superponerse unos a otros. Así,
un marco original puede ser transformado, por modalización,
en una primera copia; ésta,a su vez,puede transformarse por fa­
bricación, en una segunda copia, etc. En el lenguaje corriente,
se dirá que la situación es tomada en «primer», «segundo»,
«tercer», «enésimo grado». Volvamos al caso del vendedor de
aspiradoras que hace funcionar un aparato anee un cliente po­
tencial. En este ejemplo,el marco primario (utilizar una aspira­
dora para limpiar una alfombra) es transformado por modaliza­
ción en un marco secundario (mostrar los beneficios del aparato
con vistas a su venta). Supongamos ahora que la clienta,aun sin
tener la intención de comprar la aspiradora,anima al vendedor
a proseguir su demostración pensando que eso le evitará tener
que limpiar ella misma su alfombra: el marco sufre aquí una
nueva transformación, esca vez,por fabricación.
La experiencia puede así descomponerse en otros tantos es­
tratos, combinando modalizaciones y transformaciones. Es en la
ficción,estima el autor,donde encontramos las transformacio­
nes de marcos más numerosas,que a su vez dan lugar a la ma­
yor cantidad de estratos,como puede apreciarse en el siguiente
cuadro
76 La sociología de Erving Goffman

Estratos interminables

«En la película El estafador, el protagonista, un criminal retirado


que lleva una vida conforme a la ley, con un trabajo legal, una es­
posa y un bonito piso nuevo, le abre la puerta a un vendedor am­
bulante de aspecto sospechoso que le ofrece un candelabro por
un precio irrisorio. La pareja y el vendedor atentan de forma tá­
cita y conjunta contra el orden establecido al regatear por un ar­
tículo probablemente robado. El núcleo de la escena es pues un
regateo, pero ha sido enmarcado de tal modo que las dos partes
sepan tácitamente que se trata de la venta de un objeto robado.
Entonces, la pareja va a buscar el dinero a otra habitación, vuel­
ve y compra el candelabro. Pero entretanto, el vendedor ambu­
lante ha sustituido el candelabro por una copia. El protagonista,
también un as de la estafa, no muerde el anzuelo y desenmascara
al vendedor Una vez más, los tres personajes parecen compartir
el mismo marco de referencia; las fabricaciones que podían sem­
brar la discordia se han descartado. Tras desenmascararlo, el pro­
tagonista anima al vendedor a hablar de lugares y personas que
ambos conocen puesto que son miembros de la misma comuni­
dad. Con el entusiasmo de la charla, el protagonista revela algu­
nos aspectos comprometedores de su vida pasada. El vendedor se
quita la máscara y lo detiene. En realidad, se trataba de un poli­
cía, y la venta falsa era una artimaña. Así, cuando el vendedor
tras ser descubierto regresó a su actividad «franca» y genuina, en
realidad estaba consiguiendo que el protagonista y, desde luego,
su esposa cayeran en la trampa. La decisión de dejar de fingir for­
ma parte así de otro fingimiento. Sin embargo, cuando el vende­
dor admite por segunda vez que estaba fingiendo, termina la
función y los dos hombres salen del apartamento: el protagonis­
ta, esposado, besa con ternura a su esposa por última vez. Pero
cuando llegan a la calle y entran en un coche, los dos hombres
nos muestran que son compañeros y que todo el encuentro no era
en realidad más que una gran maquinación para que el protago­
nista pudiera liberarse de su vida de orden. Como todo esto for­
ma parte de una película, nos encontramos ante una fabricación
lúdica a la cual los ensayos durante la filmación han añadido otro
estrato » (FA , p. 1 84).
Los marcos de la experiencia 77

Podemos añadir otros estratos: el uso que Goffman hace de este


caso para ilustrar un punto de su teoría, la exposición que nosotros
hacemos de este mismo caso en una obra referida a la sociología de
Goffman, etc.

Las deficiencias del encuadre de la experiencia

Puede ocurrir que el encuadre de la experiencia no cumpla co­


rrectamente sus funciones de orientación de las percepciones y
de los comportamientos de los individuos; se dirá entonces que
es deficiente.

A mbigüedades y errores de encuadre

En primer lugar, algunos encuadres pueden presentar ambigüe­


dades; hacen dudar a los individuos acerca de la significación de
la situación y de los comportamientos que conviene adoptar.
Esta ambigüedad y esta duda son a veces de muy breve dura­
ción. Así, «oímos algo del otro lado de la puerta, no podemos
saber inmediatamente si se trata de un acontecimiento pura­
mente natural, a saber, el roce de una rama agitada por el viento,
o de un fenómeno social, alguien llamando a la puerta» (FA , pp.
303-304). O incluso: «un teléfono suena, quizás sea el nuestro,
pero tal vez es el que suena en la telenovela» (FA , p. 305 ); seña­
lemos que, en este último ejemplo, el individuo duda durante
una fracción de segundo entre el carácter primario o modaliza­
do del marco. Puede ocurrir también que la ambigüedad sea más
profunda y que persista durante mucho tiempo, lo que llevará
muchas veces a movilizar a otros actuantes, con vistas a resol­
verla. Goffman subraya que ése será a menudo el rol de los ex­
pertos. Así, «si un hombre muere durante una riña en un bar, le
pedimos al médico que lo examine y nos diga si su muerte es
consecuencia de los golpes que ha recibido o si es debida a la
78 La sociología de Erving Goffman

ruptura de un aneurisma, lo que situaría la muerte en un marco


fisiológico en lugar de en uno social » (FA , p 303).
A veces, el encuadre parece claro, pero orienta las percepcio­
nes y los comportamientos de las personas en un sentido que
luego se muestra fundado en premisas falsas. Estos errores de en­
cuadre que constituyen de alguna manera los malentendidos
son evidentemente un elemento fundamental de las fabricacio­
nes, ya que éstas se caracterizan por el hecho de que un grupo de
actuantes lleva deliberadamente a otro grupo al error en lo que
se refiere al marco de la experiencia en la que se está compro­
metido. Pero los errores pueden también presentarse en el caso
de las «actividades francas » (recordemos que son las organizadas
por marcos primarios o por modalizaciones). Un error/posible es
el del i ndividuo que se equivoca en cuanto a la modalización o
no modalización del marco. Se comporta como si la experiencia
dependiera de un marco primario, cuando ésta, en realidad , es
objeto de una modalización (por ejemplo, si se « toma en serio»
la observación de alguien que, de hecho, está bromeando). A la
inversa, la persona puede comportarse como si la experiencia
fuera objeto de una modalización, cuando en realidad depende
de un marco primario (por ejemplo, si alguien se toma a broma
una comentario totalmente en serio).

Las rupturas de marco

El error de encuadre cometido por una persona puede haber sido


provocado intencionadamente o resultar de factores no i nten­
cionales. Este error pude prolongarse por un tiempo más o me­
nos prolongado; después, llega generalmente el momento en
que el individuo se da cuenta de que ha percibido la s�uación
de manera errónea y de que se comprometió en ella de manera
inadecuada. Este momento muy particular corresponde a lo que
Goffman llama una ruptura de marcos.
Con esta expresión, el autor designa la experiencia del indi­
viduo que, durante cierto tiempo, se encuentra. desprovisto de
Los marcos de la experiencia 79

indicaciones en cuanto a la manera en que debe interpretar una


situación y comportarse ante ella; en tales circunstancias , « lo
que súbitamente se ve conmocionado es la naturaleza misma de
nuestras creencias y de nuestros compromisos» (FA , p. 378).
Esta experiencia a menudo será desconcertante para la persona:
dará lugar a sentimientos negativos de anonadamiento, de aba­
timiento, así como a reacciones no controladas tales como la có­
lera o el pánico. Señalemos que esa impresión de desconcierto
no necesariamente debe estar asociada con la ruptura de marco.
Pensemos, por ejemplo, en esas fiestas de cumpleaños organiza­
das a espaldas del interesado y en las que éste descubre de pron­
to la presencia de un gran número de amigos.
Sean cuales fueren las modalidades, la noción de ruptura de
marcos esclarece, tal vez a contrario, las funciones que según
Goffman cumplen los marcos en las interacciones cotidianas .
Para resumir, podemos decir que tienen una doble función : por
una parte, orientan las percepciones, las representaciones del in­
dividuo; y por otra, influyen sobre su compromiso y conductas .
En primer lugar, orientan las percepciones: los marcos fijan, de
algún modo, la representación de la realidad ; dan al individuo
la impresión de que esa realidad es precisamente lo que es. Por
ejemplo, la persona está ante una broma y no ante un comenta­
rio serio. Otro ejemplo, la muerte ocurrida durante una riña es
el resultado de los golpes recibidos y no la consecuencia de un
accidente cardiovascular. En segundo lugar, influyen sobre el
compromiso y las conductas: una vez fijada la definición de la
realidad , la persona puede aj ustar su grado de compromiso y
adoptar los comportamientos adecuados; reír en el caso de la
broma, dirigir las palabras que convienen a los deudos de la víc­
tima, con el tono que conviene, etc.

Los «marcos» en la obra de Goffman

Como conclusión, podemos intentar relacionar Frame Anafysis


con el conjunto de la obra de Goffman , señalando tanto su con-
80 La sociología de Erving Goffman

tinuidad respecto de libros anteriores como sus diferencias o


desplazamientos. Apreciaremos así el alcance más amplio del
libro, mostrando especialmente cómo éste se distingue de tra­
bajos realizados por otros investigadores y referidos a temas si­
milares.
En sus escritos anteriores, Goffman ya se había interesado, de
varias maneras, por la cuestión de la multiplicidad de las cons­
trucciones de la realidad. Así, había mostrado cómo el actuante
trata de controlar las impresiones de su público, especialmente a
fin de construir una imagen ventajosa de sí mismo (capítulo II,
sección «El escenario: sus desafíos y sus artificios»). Y cuando
proponía distinguir el escenario del trasfondo escénico, se pro­
ponía igualmente mostrar que, en estos dos espacios y de un
modo esta vez más estructural, los actuantes construyen imáge­
nes muy diferentes de su público (ib.). La cuestión de la estabili­
dad o, por el contrario, de las rupturas en la construcción de la
realidad también estaba presente en los escritos anteriores, con el
tema de la nota discordante (ib.), o con el del actuante que hace
un mal papel y se ve desacreditado (capítulo III, sección «Preser­
var la propia cara y la del otro»). Por lo tanto, podemos conside­
rar, con Collins, que Frame Analysis es, para Goffman, una ma­
nera de reunir y sistematizar temas que ya había desarrollado
anteriormente en otros libros (Collins, 1980/2000, p. 3 32).
Sin embargo, esta sistematización presenta características
muy particulares, que la distinguen de las tentativas anteriores
del autor, así como de las teorías propuestas en la misma época
por otros sociólogos. Sin duda, Goffman propone allí un enfo­
que muy específico del tema de la multiplicidad de las cons­
trucciones de la realidad.
Primera particularidad: varios comentaristas señalan que la
posición adoptada por Goffman da cuenta de la multiplicidad
de las construcciones de la realidad «en términos impersonales» ,
lo que difiere de las tentativas anteriores que se basaban en un
vocabulario más antropomórfico, con nociones cales como «ac­
tuante», «rol», «representaciones», etc. (Jameson, 1976/2000,
pp. 5 3- 54; el subrayado es del autor). Las observaciones de Sha-
Los marcos de la experiencia 81

rron convergen al mostrar el sentido muy particular que Goff­


man da al término marco, si lo relacionamos con el que le da Ba­
teson. En la obra de éste último, «los marcos son compartidos
por los individuos -sean éstos animales o humanos- cuando
se "metacomunican" y acuerdan así, entre ellos, el sentido que
atribuyen a algunas de sus acciones» (Sharron se refiere aquí a la
observación de Bateson, según la cual ciertos animales como las
nutrias son capaces de indicar a sus congéneres mediante el in­
tercambio de ciertas señales que están jugando y no peleando).
Aunque Goffman toma de Bateson la noción de marco, le da una
significación distinta. Los marcos ya no resultan, según él, de un
género de convención que se establecería entre los individuos
que se comunican Se han vuelto independientes de las intencio­
nes individuales; constituyen objetos de análisis en sí, y se pue­
den articular y clasificar unos con otros (Sharron, 1981/2000,
pp. 97-98).
Segunda particularidad: varios comentaristas señalan que la
posición adoptada por Goffman a propósito del tema de la mul­
tiplicidad de las construcciones de la realidad dista de ser extre­
ma. Se aleja en particular del relativismo absoluto, especial­
mente defendido por la corriente del interaccionismo simbólico
(capítulo VI, sección «La tradición de Chicago: una pertenencia
controvertida» ). La postura del autor es moderada por dos razo­
nes. En primer lugar, porque algunas de las definiciones de lo
real -lo que Goffman llama marcos primarios- se identifican
con «la» realidad: la de la naturaleza (marcos naturales) o la de
la sociedad (marcos sociales). Como señala Collins, «Goffman
cree que tanto los policías reales como los ladrones reales (y
también los sospechosos inocentes reales) existen, como existen
también los enemigos militares reales y sus espías» (Collins,
1980/2000, p. 333; el subrayado es del autor). Así, el relativis­
mo se encuentra limitado porque los otros niveles -los marcos
transformados- están relacionados con los marcos primarios
según una pequeña cantidad de articulaciones posibles: las mo­
dalizaciones y las fabricaciones.
La cuestión de la multiplicidad de las construcciones de la
82 La sociología de Erving Goffman

realidad recibe en Frame Analysis un tratamiento específico por


parte de Goffman: específico en relación al modo en que había
abordado la cuestión en libros anteriores; específico también en
relación a la manera en que otras corrientes de investigación se
ocupan de ella. Esta especificidad se debe al carácter impersonal
de la solución goffmaniana, así como a su relativa moderación. En
los dos capítulos que siguen se desarrollan estas apreciaciones
mediante el estudio de sus vínculos con otros autores (capítulo
VI) y se bosqueja un balance de su obra (capítulo VII).
6
La genealogía intelectual
de Goffman

Para Randall Collins, tal y como se ha señalado en el primer ca­


pítulo, la obra de Goffman está surcada por una ambivalencia
que responde a dos aspectos de su personalidad: el Goffman po­
pular,al que llama el «antropólogo héroe » ,y el Goffman erudi­
to, que se inscribe en la gran tradición sociológica y, de un
modo más amplio, en la vida intelectual de la segunda mitad
del siglo xx (Collins,2000,pp. 307-309,334-336). En este ca­
pítulo nos proponemos desvelar este segundo aspecto, es decir,
intentaremos conocer (mejor) al Goffman erudito, interrogán­
donos sobre la genealogía intelectual de su obra.

Las vías de acceso a la genealogía

Si hay algo de lo que podemos estar seguros,es que Goffman no


nos ha facilitado la tarea. En primer lugar,porque ha leído mu­
chísimo. «Todos leen una enormidad, y él más que cualquiera.
Son diversas sus fuentes de inspiración. » (Winkin,1988a,p. 28.)
De hecho,se inspiró en autores muy diversos,ya fuera del cam­
po de la sociología (Durkheim y la antropología social britá­
nica,Weber,Parsons,Hughes,etc.),de la filosofía (Sartre,Hus­
serl, etc.), o incluso de la psicología (Mead, Freud, etc.). Pero
lo que dificulta la tarea del comentarista es sobre todo la actitud
que adopta ante estas influencias.
84 La sociología de Erving Goffman

En efecto, Goffman a menudo no cica sus fuentes, o se li mi­


ta a mencionar préstamos menores, de modo que el número de
citas de este u otro autor resulta a fin de cuentas poco indicati­
vo de la influencia que unos y otros hayan podido ejercer sobre
él. Y si es cierto que Goffman no se presea espontáneamente a
dar explicaciones acerca de sus fuentes, al menos podríamos creer
que las da cuando le invitan o se ve obligado a hacerlo. Nos re­
ferimos a esos debates polémicos en los que participa general­
mente un científico, a las entrevistas que concede a los investi­
gadores que se interesan por su obra, a las respuestas que da a las
críticas que se le dirigen, en una palabra, a todos esos comenta­
rios que brinda habitualmente al margen de su obra (en cambio,
las explicaciones espontáneas a las que hemos aludido antes for­
man parce de ella). Pero esta segunda vía de acceso también se
revela estrecha: a lo largo de su carrera, Goffman sólo concedió
un número muy limitado de entrevistas, y a menudo se mostró
reticente a responder a las preguntas que se le hacían (Fine et al. ,
2000, p. x; Verhoeven, 1993/2000; Winkin, 19886); asimismo,
sólo respondió a uno de los numerosos comentarios o reseñas
críticas de sus obras (Goffman, 1981).
Deberemos pues recurrir a un tercer método, seguir una ter­
cera vía, que consiste en estudiar las similitudes y, por ende, los
parentescos entre las obras que han podido inspirar a Goffman,
por una parce, y sus propios trabajos por otra Prestaremos aten­
ción a eres ámbitos en los que pueden apreciarse esas filiaciones:
en primer lugar, el de los temas o los objetos de investigación
(por ejemplo, el estudio de la ciudad, o el de las profesiones); en
segundo lugar, el de los métodos (por ejemplo, el empleo de las
entrevistas o el recurso a la observación participante); y en ter­
cer lugar el de las perspectivas de análisis (perspectiva micro o
macrosociológica, acento puesto en el rol de los actuantes o en
el peso de las estructuras).
La primera pregunta que la biografía de Goffman nos lleva a
plantearnos es si debemos vincularlo a una «corriente», en este
caso, a la «escuela de Chicago». Esca expresión designa a un
grupo de investigación sociológica relativamente heterogéneo,
La genealogía intelectual de Goffman 85

'
constituido en las décadas de 1920 y 1930 en la universidad de
Chicago en torno a William Isaac Thomas (1863-1947) y a Ro-
bert Ezra Park (1864-1944), grupo al que sucedió, a partir de
finales de los años treinta, una segunda generación dirigida por
docentes e investigadores como Blumer y Hughes (Chapoulie,
2001; Fine, 1995).

La escuela de Chicago: una pertenencia controvertida

Como ya señalamos (capítulo I, sección «El aprendizaje del ofi­


cio» ), Goffman asiste a los cursos de Blumer. Éste desarrolla el
pensamiento de Mead y en 1937 crea la expresión «interaccio­
nismo simbólico». Blumer considera que los actuantes operan
en función del sentido que atribuyen a las cosas y que dicho
sentido se elabora en y a través de las interacciones, de modo
que en el curso de estas últimas, las interpretaciones se modi­
fican continuamente. Esta concepción se basa en tres postula­
dos: el sentido nunca es independiente de las interacciones; las
interacciones se desarrollan según una dinámica propia, aun si
se justifican por las necesidades naturales y los datos cultura­
les; y la noción de «sociedad» corresponde más a un proceso de
acciones que a una estructura (Queiroz y Ziotkovski, 1994,
pp. 31-35).
El medio de investigación de Chicago se caracteriza igual­
mente por el uso privilegiado de métodos de investigación cua­
litativos, como las entrevistas o, incluso, la observación, en par­
ticular la observación participante (Coulon, 1922, pp. 11-17).
De este modo, Hughes utiliza ampliamente esta técnica en las
investigaciones empíricas que realiza (o dirige). Éstas versan so­
bre las relaciones que se desarrollan, en las empresas, entre per­
sonas de razas diferentes, sobre las instituciones (por ejemplo,
los establecimientos de enseñanza, las instituciones religiosas) y,
especialmente, sobre los oficios y las profesiones (Chapoulie,
2001, pp. 213-240).
86 La sociología de Erving Goffman

U na continuidad metodológica y temática

Indiscutiblemente, existen lazos entre Goffman y el grupo de


investigación de Chicago en lo que respecta a los métodos, en
particular a la obtención de datos: Goffman practicó amplia­
mente la observación participante, tanto en ocasión de su estan­
cia en las islas Shetland o en el hospital Saint Elizabeth de Was­
hington, como cuando frecuentaba los casinos (capítulo 1,
sección « El aprendizaje del oficio»). Se observa una misma con­
tinuidad en los objetos de investigación. En particular, el víncu­
lo resulta evidente en relación con las investigaciones de Hu­
ghes: Internados se relaciona con el estudio de las instituciones
practicado por dicho sociólogo, mientras que los primeros tex­
tos publicados de Goffman que se refieren a las interacciones
-sobre todo La presentación de la persona en la vida cotidiana­
remiten constantemente a los datos empíricos, relativos a los
oficios, obtenidos en el marco de los cursos de doctorado que di­
rige el propio Hughes.
La cuestión es mucho menos clara en lo que se refiere a las
relaciones de Goffman con el interaccionismo simbólico. Varios
comentaristas evocan esta filiación y subrayan especialmente
sus lazos con los trabajos de Mead (Williams, 1 987 /2000, p. 2 1 3 ).
No obstante, dos tipos de datos llevan al menos a relativizar este
parentesco, cuando no a negarlo: 1) Goffman se mostró muy crí­
tico con el interaccionismo simbólico, y se desmarcó claramen­
te de él; 2) por su parte, los partidarios del interaccionismo sim­
bólico criticaron con dureza sus posiciones sobre varios puntos
importantes, denunciando así, a su manera, el abismo que sepa­
raba a Goffman de la corriente de investigación que entendían
defender.
Pero es en la entrevista que concede a Jef C. Verhoeven
( 1 993/2000) cuando Goffman explica de forma más clara su po­
sición ante el interaccionismo simbólico. Si Verhoeven solicitó
el encuentro, fue precisamente porque estaba trabajando sobre
esta corriente de investigación. Por ello, durante la entrevista
La genealogía intelectual de Goffman 87

multiplicó las preguntas para conseguir que Goffman definiera


su posición al respecto. En las primeras respuestas, Goffman se
muesl\-a renuente ( « no creo que esta denominación designe algo
en especial» , « nunca he creído que sea necesario poner etique­
tas», etc.); pero al cabo, Verhoeven le pide que indique cuál es,
a su criterio, « el punto débil del interaccionismo simbólico, o
sea, de la perspectiva de Blumer» . Entonces, Goffman define
su posición con mucha mayor claridad. Si bien admite que
esta perspectiva de investigación puede permitir una mirada
crítica que otros enfoques sociológicos no contemplan, consi­
dera también que « carece de interés» para el trabajo de análisis
sociológico en sí, en la medida en que no permite deducir la
« organización» ni tampoco la « estructura» que presentan los
fenómenos sociales.

Los puntos débiles del interaccionismo simbólico


según Goffman

«(El interaccionismo simbólico) constituye un buen correctivo en


relación con los excesos de la escuela cuantitativa. Pero, en sí mis­
mo, no le permite a Ud. estructurar u organizar las cosas reales que
está estudiando. Se opone a todo sistema, se opone a todo descubri­
miento de algún modo sistemático. Así es como lo veo yo. Desde
este punto de vista, constituye un enfoque simplemente crítico, un
enfoque bastante grosero que, a mi criterio, no puede conducir a
ninguna parte. No veo cómo puede satisfacerlo, salvo si Ud. tiene
la intención de ser un crítico de la sociología, un crítico de las otras
formas de sociología. Y hay personas que son analistas de lo que
otros han dicho en sociología. Supongo que el interaccionismo
simbólico es entonces conveniente. Pero para el trabajo de análisis
en sí mismo, cuando Ud. se pone a estudiar algo, le interesa mos­
trar que presenta cierta organización, cierta estructura. Si no, pro­
bablemente no descubrirá nada ... La tesis (del interaccionismo
simbólico) consiste probablemente en que no hay un modelo o,
más bien, que los modelos emergen por el hecho de que las perso­
nas se consideran mutuamente, se sitúan unas en relación con las
88 La sociología de Erving Goffman

otras. Pero no hay estructura en la manera en que se supone que in­


terfieren en la conducta de los otros. Por ello, Blumer es útil para
brindar una perspectiva muy amplia y general sobre la acción so­
cial. Pero no ofrece nada para la etapa siguiente, cuando se trata de
organizar las cosas. En este sentido, no me parece interesante»
(Verhoeven, 1994/2000, p. 226).

Críticas que emanan de los interaccionistas simbólicos

De manera recíproca, varios partidarios del interaccionismo


simbólico niegan la pertenencia de Goffman a dicha corrien­
te de investigación y cuestionan, de manera más o menos ra­
dical, el interés de su perspectiva de análisis: los interaccio­
nistas simbólicos le devuelven a Goffman las críticas que éste
les dirige.
Así,para George Gonos,un interaccionismo simbólico bien
entendido parte de la definición de la situación tal y como es
enunciada por el actuante,y hace de esta construcción el objeto
principal de la investigación sociológica. Ahora bien, en lugar
de fundar su análisis en el individuo y su actividad cognitiva,
Goffman invierte la perspectiva; en efecto,nociones tales como
«situación» o «marco» tienden a considerar a los actuantes
como soportes de estructuras sociales preexistentes (Gonos,
1977/2000,p. 41). Por otra parte,el interaccionismo simbólico
supone que todas las situaciones sociales son nuevas, únicas,
puesto que siempre combinan de modo diferente las actividades
de los actuantes presentes. En cambio, Goffman intenta abs­
traer,a partir de la vida cotidiana,un número limitado de for­
mas en las que se inscribe la vida de todos los días y que, por
otra parte,los propios actuantes en general no pueden identifi­
car. Así,la perspectiva de análisis de Goffman se sitúa en las an­
típodas de los postulados fundamentales del interaccionismo
simbólico. Más bien se relacionaría con una «sociología formal»
que se inscribe en una perspectiva «estructuralista» (Gonos,
La genealogía intelectual de Goffman 89

1 977/2000, pp. 32-34). Otros partidarios del interaccionismo


simbólico coinciden en ese diagnóstico de un Goffman escruc­
turalista, más que interaccionisca simbólico (Denzin y Keller,
1 98 1 /2000, pp. 32-34).
Pero los comentaristas centran sobre todo sus críticas en
Frame Analysis, aunque normalmente las extienden en general
al conjunto de la obra de Goffman. Ello permite sin duda com­
prender mejor las dos observaciones formuladas al final del ca­
pítulo anterior, en el que nos ocupamos de ese libro. En primer
lugar, hemos señalado, siguiendo a Jameson, que Goffman da a
la noción de marco una significación impersonal. Ahora vemos
mejor el contraste con las posiciones de los interaccionistas
simbólicos, para quienes las definiciones de la realidad remiten
mucho más a las significaciones producidas por las personas en
cada una de sus interacciones. Después, hemos subrayado el ca­
rácter moderado de los puntos de visea de Goffman, quien se
aleja del relativismo absoluto. Esca posición más absoluta es
la del interaccionismo simbólico, para el que la definición de la
realidad depende de cada interacción e, incluso, de cada mo­
mento de la interacción, en la medida en que remite a las sig­
nificaciones específicas que los actuantes producen conjunta­
mente.
Aunque Goffman aborde ampliamente los temas de investiga­
ción de la escuela de Chicago y adopte en gran medida sus méto­
dos, se aparca sensiblemente del interaccionismo simbólico. En
efecto, Goffman se interesa más bien por las «estructuras», por
los «modelos» o, incluso, por las «formas» que gobiernan la in­
teracción. Y, sin embargo, presea poca atención a la construc­
ción de la interacción y a la definición de la situación cal y como
éstas resultan de los propios actuantes.

La sociología formal de Simmel

Varios comentaristas muestran interés por las relaciones de pa­


rentesco que vinculan a Goffman con el sociólogo alemán Georg
90 La sociología de Erving Goffman

Simmel ( 1 8 5 8- 1 9 1 8), contemporáneo de Max Weber (Smith,


1 989/2000; Davis, 1 989/2000; Vandenberghe, 2003). Revelan
que Goffman se sumergió en su obra con ocasión de su estancia
en Chicago; en aquellos años, la obra de Simmel se traduce am­
pliamente al inglés y constituye una de las referencias importan­
tes en el medio intelectual de la universidad (Smith , 1 989/2000,
pp. 372-37 3). En su obra publicada, Goffman menciona a Sim­
mel en una docena de ocasiones (el mismo número que dedica a
Durkheim) (Davis, 1 989/2000, p. 432).

U na afinidad de perspectivas

Estos mismos comentaristas subrayan la afinidad del proyecto


intelectual de Goffman -identificar las formas de organiza­
ción, las estructuras de la vida social- con el de Simmel , que
consiste en elaborar lo que él llama una « sociología formal » . En
efecto, Simmel establece una distinción entre, por una parte, lo
que llama la materia, o sea, el contenido de la vida social , y por
otra, la forma, o el continente. Le asombra el carácter eminente­
mente diverso y variable de los contenidos de los hechos socia­
les --que están constituidos por lo qu_e llama «acciones recípro­
cas »- y, en particular, la variedad de los sentimientos, de los
estados anímicos de los individuos involucrados. Se fija como
proyecto, explica Vandenberghe, « extraer sistemáticamente las
"formas de las asociaciones" a partir de sus "contenidos" , es de­
cir, los materiales vivos que rellenan las formas con las motiva­
ciones psíquicas que los propulsan y que, estrictamente hablan­
do, no son en sí mismos sociales; al menos a juicio de Simmel »
(Vandenberghe, 2003 , p. 40). Estas formas son, por ejemplo, la
división del trabajo, la cooperación y la rivalidad, la superioridad
y la subordinación, la imitación, etc . ; según precisa Michel De
Coster, conciernen tanto al « marco de las acciones recíprocas»
(como la familia, la empresa, el viaje, etc.) como a «esas propias
acciones en la medida en que ellas mismas las generan» (De Cos­
ter, 1 996, p. 47). Es significativo que tanto Goffman como Sim-
La genealogía intelectual de Goffman 91

me! mencionen ese proyecto de identificación y clasificación


de las formas refi riéndose al trabajo que el gramático o el lin­
güista operan en relación con el lenguaje (Smith, 1 989/2000 ,
pp. 3 7 3-374, 3 80).
No es fortuito, continúa Smith, que tanto Simmel como
Goffman prioricen el análisis de las formas marcadamente mi­
crosociológicas -y, por lo tanto, en apariencia insignifican­
tes- de la vida social . Simmel observa que, a menudo, se aso­
cia el término «sociedad » a las estructuras sociales permanentes
como el Estado, la familia, etc. Sin embargo, señala el autor, hay
que reconocer toda la importancia de los fenómenos sociales
menos aparentes y, particularmente, la de esas interacciones a
las que califica como « microscópicas » , que « pueden parecer
desdeñables» pero que constituyen no obstante « los átomos de
la sociedad . Dan cuenta de la dureza y de la elasticidad , de los
colores y de la consistencia de la vida social, volviéndola tan sor­
prendente y misteriosa» (citado por Smith, 1 989/2000, p. 38 1 ).
Es significativo que Goffman se refiera explícitamente a esas pa­
labras de Simmel en la introducción de su tesis de doctorado
para justificar precisamente su interés por los análisis microso­
ciológicos que allí desarrollará. Vandenberghe puede afirmar así
que, de entre todos a_quéllos a los que Simmel influyó, « Erving
Goffman es sin duda el {sociólogo} más simmeliano» (Vanden­
berghe, 200 3 , p. 4 5 ).
Sin embargo, Goffman se distancia de Simmel en lo que se
refiere al vínculo que conviene establecer entre esos fenómenos
microsociales y las estructuras más macrosociales. Por su parte,
a Simmel le i nteresa mostrar que las formas de socialización
se cristalizan en las grandes estructuras como el Estado, los sin­
dicatos, las clases sociales, mientras que Goffman presta poca
atención al nivel macrosocial y se niega a considerar que las es­
tructuras sociales más amplias resulten del agregado de inte­
racciones individuales; habla de «acoplamiento laxo» entre los
niveles micro y macro (Smith, 1 989/2000, pp. 382-383) (capí­
tulo VII, sección «Interacción y orden social »).
92 La sociología de Erving Goffman

Un método « naturalista»

Si hemos visco que existe una continuidad entre la tradición de


Chicago y los métodos utilizados por Goffman para recopilar sus
datos,podemos agregar ahora que sus métodos de tratamiento se
sitúan en la línea de la tradición de Chicago y también en la de
la sociología simmeliana.
Estos métodos han sido objeto de repetidas críticas,a menu­
do muy duras. Así,se reprocha a Goffman su arbitrariedad en la
elección de sus herramientas de análisis: apenas tal noción o tal
metáfora recibe una definición,ya aparece inmediatamente apli­
cada en un libro o en un artículo,para luego ser abandonada en
las producciones siguientes sin mayores explicaciones. Los datos
se limitan a ilustrar las nociones presentadas y no contribuyen en
modo alguno a verificar o invalidar las hipótesis de investigación
(Williams,1988/2000,pp. 70-72; Smith,1989/2000,p. 385).
No codos los comentaristas que se interesan por el aspecto me­
todológico de la obra de Goffman comparten estas críticas. En
general admiten, obviamente, que sus opciones en materia de
método son atípicas en relación a los cánones estándar, pero
piensan también que pueden comprenderse mejor -y a veces
justificar- si se relacionan con el proyecto intelectual del au­
tor,tal y como lo inspira la escuela de Chicago y la sociología de
Simmel.
Así,Smith muestra que la intención de Goffman -a qui�n
sitúa en la línea de la sociología formal de Simmel- no consis­
te en formular hipótesis tal y como son entendidas tradicional­
mente en sociología. Lo que trata de hacer tiene un objetivo más
acotado. En efecto, Goffman intenta más bien identificar la
existencia de ciertos fenómenos y designarlos -con términos
como «interacción»,«cara», «estigma»-. Según el comentario
de Smith, Goffman se limita a proponer «enunciados existen­
ciales». Este tipo de proposiciones no puede,en sí,ser sometido
a refutaciones,como pretendería la tradición epistemológica de­
rivada de Popper (Smith,1989/2000,p. 389). La cuestión que se
La genealogía intelectual de Goffman 93

plantea, en cambio, es la de la fecundidad de estas nociones para


análisis ulteriores.
Esto tiene que ver con la modestia característica de Goff­
man: más que «grandiosas teorías sociológicas», explica en un
discurso de apertura dirigido a sus colegas de la American So­
ciological Association, se necesita «una modesta pero perseve­
rante calidad analítica» . En otros textos, califica su método de
trabajo como «naturalista» (RP, p. 21) y lo compara con el de un
«botánico . . . manco» .
Otros comentaristas señalan igualmente que ese trabajo de
designación y de clasificación, tal y como lo maneja el autor, es
susceptible de modificar la percepción de los fenómenos. En
particular, el hecho de abarcar bajo un mismo vocablo fenóme­
nos que son, en sí, diferentes -llamar «institución total» tan­
to a un asilo como a un monasterio; considerar como «estig­
mas» tanto un labio leporino como el hecho de haber estado en
la cárcel- permite destacar aspectos de la realidad que en un
comienzo eran menos perceptibles y, por el contrario, poner en
un segundo plano otros aspectos que retenían más la atención
(Williams, 1988/2000, pp. 74-75; Watson, 1999/2000, pp.
192-195 ). Tal caso se da cuando la noción utilizada da lugar a
aplicaciones incongruentes -según el término introducido por
Burke (Watson, 1989, pp. 83-99)- es decir, cuando es aplica­
da a fenómenos a los que, a primera vista, no corresponde. En la
misma línea, Howard S. Becker señala que Goffman suele in­
cluir, bajo un mismo concepto, fenómenos que suscitan gene­
ralmente juicios morales opuestos: así, Goffman designa con el
vocablo «institución total» realidades habitualmente percibi­
das negativamente, como los campos de concentración o las cár­
celes, y, al mismo tiempo, otras que pueden ser evaluadas de
manera más neutra o positiva, como los barcos que navegan en
alta mar o los monasterios. Ello produce en el lector una suerte
de «confusión moral», estima Becker -nosotros diríamos más
bien una suspensión del juicio moral-, que a su juicio «[per­
mite) una mejor comprensión de los fenómenos» (Becker,
2001, pp. 72-76).
94 La sociología de Erving Goffman

Trabajar como un botánico manco

«Estoy impaciente por poder formular algunas distinciones teóri­


cas (nada que tenga ambiciones de teoría) que muestren que llega­
mos a descubrir variables elementales que simplifican y establecen
un orden, delimitando las clases de individuos que comparten cier­
tas propiedades comunes ... Mi objetivo es seguir un concepto (o
un pequeño número de conceptos) hasta donde pueda llevarme .. .
Es probable que no lleguemos así a probar nada, sólo a ordenar,
pero creo que, en muchos ámbitos del comportamiento humano, es
ésa precisamente nuestra situación. Una simple clasificación bien
elaborada, lo suficientemente trabajada como para que corresponda
adecuadamente (a las observaciones) es lo mejor que podemos hacer
actualmente. Tratar de imitar las formas respetables de las ciencias
que han adquirido madurez, a menudo no es más que retórica; en
general, creo que no es aún nuestro caso. Y me atrevo a pensar que
no es una vergüenza, para un naturalista de lo social, aceptar estos
límites y ponerse a trabajar como un botánico manco» (Goffman,
citado por Strong, 1983/2000, pp. 41-42).

Rituales y moralidad en Durkheim

Ya señalamos (capítulo I, sección «El aprendizaje del oficioi,)


que Goffman se mantiene en contacto con la tradición durkhei­
miana desde la época de sus estudios en Toronto, durante la cual
le impresiona especialmente Charles William Norton Harc, an­
tropólogo formado en Radcliffe-Brown. Más tarde, en Chicago,
trabaja como investigador asistente de W. Lloyd Warner, otro
antropólogo y sociólogo adscrito a la tradición durkheimiana, y
abordará con él los ritos característicos de los comportamientos
de las diferentes clases sociales. Aunque las citas de Durkheim
no abundan en la obra de Goffman, indican una influencia im­
portante. Por ello, el estudio de la filiación entre Durkheim y
Goffman nos resulta más fácil que, por ejemplo, el del paren­
tesco con Simmel. Por otra parte, no somos los primeros en in-
La genealogía inceleccual de Goffman 95

rentarlo. Randall Collins, especialmente, estudió d e cerca estas


continuidades. Se interesa particularmente por los primeros li­
bros de Goffman y señala que si bien éste se apoya en el mate­
rial microsociológico de los investigadores de Chicago, propone
una interpretación fuertemente influenciada por la teoría de
Durkheim (Collins, 1 980/2000, p. 3 1 2 ).
Ya esbozamos esta filiación durkheimiana (especialmente en
los capítulos III y IV). Abordaremos aquí dos de sus facetas: la
primera concierne a los ritos y a la sacralidad del individuo, la se­
gunda se refiere a la dimensión moral de la vida en sociedad.
«La observación de los comportamientos individuales a tra­
vés del lente del rito y de su función de mantenimiento del gru­
po» , estima Collins, «es crucial en el enfoque durkheimiano»
(Collins, 1 980/2000, p. 3 1 4). Goffman se inscribe en esta pers­
pectiva. Ello supone que da a la noción de rito un significado
bastante amplio, que cubre no sólo los ritos formalmente reco­
nocidos como tales, sino también aquéllos que Collins llama
« implícitos » o i ncluso « naturales » , en particular los que se dan
en los encuentros cara a cara. Goffman afirma: « . . . en todas par­
res las sociedades, si en verdad son sociedades, deben movilizar
a sus miembros como participantes autorregulados en encuen­
tros sociales. Una forma de movilizar al individuo para tal fin es el
ritual; se le enseña a ser perceptivo, a tener sentimientos vincu­
lados con el yo y un yo expresado por medio de la cara; a tener
orgullo, honor y dignidad , a mostrar consideración, a tener tac­
to y cierta proporción de aplomo» (Rl, p. 46; el subrayado es
nuestro).
Goffman toma igualmente de Durkheim la idea de que el
rito alcanza también al individuo y lo convierte en una «cosa sa­
grada» (Rl, p. 70). Durkheim señaló, según nos recuerda Goff­
man , que en las religiones primitivas el individuo lleva en sí
una parcela de esa fuerza anónima e impersonal --el maná­
que puede identificarse con lo sagrado. De ello se deriva, desde
el punto de vista de Durkheim, que los ritos religiosos concier­
nan también al individuo. Goffman considera que ocurre lo
mismo en la sociedad moderna, donde múltiples ritos (véase ca-
96 La sociología de Erving Goftinan

pítulo III sobre el amor propio, la consideración y sus equ iva­


lentes: el proceder y la deferencia) constituyen otras tantas pe­
queñas ceremonias a través de las cuales se confirma el carác ter
sagrado del individuo.
Otro componente esencial del enfoque durkheimiano es, se­
gún nos recuerda Collins, la idea de que « la realidad social es
fundamentalmente una realidad moral. La sociedad se mantie ne
unida por los sentimientos del bien y del mal, por las emocio­
nes que llevan a ciertas personas a realizar ciertos actos y que les
infunden esa aversión virtuosa con respecto a otros » . Este tema,
señala también Collins, está estrechamente ligado en Durkheim
al del ritual, pues los ritos implican compartir percepciones y
emociones incensas, y por esta razón implican asimismo una
fuerte presión social. El ritual es pues, para Durkheim, el meca­
nismo por excelencia mediante el cual se construye y se refuer­
za la conciencia moral de los individuos (Collins, 1 988 , pp. 44-
45 ). Collins subraya que también en Goffman la vida social se
funda mucho más en los comportamientos morales de los indi­
viduos que en su actividad cognitiva, como afirmaría el incerac­
cionismo simbólico, que pone el acento en las interpretaciones
por medio de las cuales los individuos definen las situaciones
sociales. Sin embargo, y tomando aquí distancia respecto de la
herencia durkheimiana, Goffman no postula que los imperati­
vos morales son necesariamente interiorizados por los actuantes;
lo que más cuenca para ellos es dar la impresión de que actúan
de conformidad con los múltiples estándares morales que se les
imponen (Collins, 1 980/2000, p. 3 1 6).

El individuo es un Dios

«En este trabajo he sugerido que las nociones de Durkheim sobre


la religión primitiva pueden traducirse a conceptos de deferencia y
proceder, y que estos conceptos nos ayudan a entender determina­
dos aspectos de la vida secular urbana. La inferencia es la de que e n
cierto sentido ese mundo secular no es tan irreligioso como se po-
La genealogía intelectual de Goffman 97

dría pensar. Se han eliminado muchos dioses, pero el individuo se


empecina en seguir siendo una deidad de considerable importan­
cia. Camina con cierta dignidad, como destinatario de muchas pe­
queñas ofrendas ... Es posible que el individuo sea un dios tan via­
ble porque puede llegar a entender la importancia ceremonial de la
forma en que se lo traca y, por su propia cuenca, responder dramá­
ticamente a lo que se le ofrece. En los contactos con escas deidades
no hacen falca intermediarios; cada uno de estos dioses puede ac­
tuar como su propio sacerdote» (RI. p. 88).

Al término de esta investigación, vemos que la obra de


Goffman se sitúa en el cruce de influencias diversas. No obstan­
te, esto no es más que un primer análisis de las semejanzas que
vinculan a Goffman con las corrientes sociológicas del siglo xx
Tal estudio debería ampliarse, poniendo de relieve especialmen­
te las influencias provenientes de otras disciplinas, como la filo­
sofía -influencia del existencialismo sartreano, de la fenome­
nología husserliana (Ashworth, 1985/2000)-- o la economía
-la influencia, mencionada anteriormente (capítulo II, sección
«La metáfora teatral en la continuación de la obra») de la teoría
de los juegos- (Collins, 1980/2000, pp. 324-330). Se trataría
de mostrar también cómo dichas influencias se combinan de
manera específica en los diferentes libros del autor (Collins,
1980/2000).
7
Interacción, identidad
y orden social.:
,,,
aperturas cr1t1cas

Ya comentamos que toda la obra de Goffman se cenera en la ob­


servación y la comprensión de lo que ocurre en las interacciones.
Y de esta opción extrae el máximo partido: en efecto, es en este
nivel donde se constituyen a la vez las identidades (sección
«Interacción e identidad » ) pero también, de manera menos pre­
visible, un orden social (sección «Interacción y orden social »).
Abordaremos sucesivamente los distintos comentarios críticos
suscitados por estos análisis.
El universo de las interacciones que interesa a Goffman se sitúa
en el plano microsociológico. Podemos preguntarnos si ese interés
exclusivo del autor le permite igualmente esclarecer el otro terre­
no de análisis tradicionalmente abordado por la sociología: el nivel
macrosocial (s<;cción « ¿Y el análisis macrosociológico? » ).
Hay una pregunta que concentrará particularmente nuestra
atención: ¿el orden social microsociológico descrito por Goff­
man puede aspirar a la universalidad ? Tal es la posición del au­
tor, una posición cuestionada por varios críticos de su obra.

Interacción e identidad

Los tres componentes del proceso de producción del yo

En los capítulos II, III y IV, hemos tratado de comprender lo que


Goffman nos dice respecto del yo (sel/) partiendo de la metáfo ra
Interacción, identidad y orden social: aperturas críticas 99

teatral y de la metáfora de las reglas y los ritos. Estas aportacio­


nes pueden sistematizarse sosteniendo que el yo es el fruto de un
proceso social,en el que pueden identificarse tres componentes.
El juego ( tanto en un sentido lúdico como teatral) y sus interpreta­
ciones. El yo se produce por efecto del compromiso de los inte­
ractuantes en la interacción. En particular, se produce por los
actos, verbales y no verbales, realizados por el actuante, así
como por la interpretación que los otros hacen de ellos. El yo no
es pues el simple resultado del rol desempeñado por el indivi­
duo (o de la línea de conducta que ha elegido): depende igual­
mente de la mirada del otro puesta en ese rol. Éste es el sentido
del comentario siguiente de Goffman: «La naturaleza más pro­
funda de un individuo no va más allá de la piel, de la espesura
de la piel de sus otros» (RP, p. 354). Por lo tanto,el punto de
vista goffmaniano no define el yo por el acceso a profundidades
secretas: el yo es un efecto de superficie, que depende a la vez
del juego del actuante y de las interpretaciones que de dicho
juego hacen sus participantes.
La sacralidad de la cara. En este proceso social de producción
de la identidad hay también,además del juego de los actuantes,
una regla fundamental a criterio de Goffman: la sacralidad de
las «caras» individuales. Sin esta característica central del orden
social,que confiere valor a los individuos,el juego no tendría un
objetivo muy claro. Ésa es la impresión que se tiene ante la lec­
tura del primer libro de Goffman,La presentación de la persona en
la vida cotidiana, en el que sólo la metáfora teatral organiza el
mensaje; por el contrario,en libros ulteriores,como Relaciones en
público o Ritual de la interacción, se ve mejor cuál es la razón de
ser del juego: contribuir a la veneración y a la sacralización de los
individuos.
Los fundamentos ceremoniales del yo. Finalmente,ese proceso so­
cial sólo permite producir individuos dignos si éstos disponen de
cierto número de recursos, tanto materiales (los objetos,los es­
pacios necesarios para cuidar del propio aspecto o manifestar su
deferencia hacia el otro) como simbólicos (el control de la infor­
mación personal,el respeto debido a la esfera ideal del otro). De
100 La sociología de Erving Goffman

ahí, también, toda la importancia del contexto, que puede tener


como efecto limitar el acceso a esos medios indispensables para la
producción de un yo humano --como en el caso de las «institu­
ciones totales»- o, por el contrario, facilitar dicho acceso.
Estos tres componentes del proceso social por el cual se
constituye el yo muestran que la identidad no puede resultar
únicamente del juego de los actuantes --con lo que éste impli­
ca de libertad, de cálculo, de posibilidad de disimulación-,
sino que reclama un orden social estructurado por reglas --esen­
cialmente, la de la sacralidad de la cara- que proporcione los
medios ceremoniales para aplicarlas. El actuante sólo puede ele­
gir la máscara que llevará (la cara que presentará ante los otros)
dentro de los límites de lo compatible con el respeto de las re­
glas y de las formas ritualizadas. El juego está, por lo tanto, cir­
cunscrito a las reglas y los recursos ceremoniales; al mismo
tiempo, estas reglas y recursos posibilitan el juego.
Este punto de vista goffmaniano sobre la identidad ha sido
cuestionado desde dos tipos de objeciones: unas oponen la con­
tinuidad biográfica a la multiplicidad del yo; las otras se inte­
rrogan sobre la dimensión moral de la obra.

La continuidad biográfica

Decir que el yo se produce durante cada interacción equivale a


considerar que, para Goffman, existe una multiplicidad de
identidades. El autor no parece concebir que los individuos
puedan traer consigo, en una interacción dada, experiencias pa­
sadas realizadas con los mismos interactuantes o con otros; no
concibe que, de un modo más amplio, la interacción pueda es­
tar marcada por la historia de los actuantes presentes. Así, la
concepción de un yo único, a la que remite el término mismo de
identidad, vacila en provecho de la de un yo discontinuo, divi­
dido y, por ende, múltiple.
Señalemos que esta posición no es exclusiva de Goffman: se
asemeja especialmente a la de varios grandes escritores del siglo
Interacción, identidad y orden social: aperturas críticas 101

x x (desde Marce! Proust hasta Alain Robbe-Grillet, o desde Ja­


mes Joyce hasta Fernando Pessoa). No obstante, en lo que res­
pecta a Goffman, no ha dejado de suscitar un gran debate críti­
co. Varios autores han subrayado que si bien es cierto que se da
una multiplicidad del yo en Goffman, también lo es que existen
ciertos elementos que aseguran una forma de unicidad; existiría,
más bien, una tensión entre multiplicidad y unicidad del yo.
Así, para Ogien (1989, pp. 100-109), la unicidad del yo re­
side en la continuidad de las reglas: éstas, como hemos dicho,
son uno de los componentes del proceso social por medio del
cual se constituye la identidad. El hecho de que las reglas pre­
senten una continuidad de una interacción a otra da cierta esta­
bilidad a las identidades individuales. Sin embargo, podemos
preguntarnos si la continuidad de las reglas implica realmente
la continuidad del yo; cuando Ogien insiste en las reglas y, por
ende, en la dimensión holística de la obra, ¿no hace desaparecer
precisamente el objeto problemático: la identidad individual?
Schwalbe (1998/2000) identifica ciertas formas de estabili­
dad del yo en el ámbito de lo que hemos llamado anteriormen­
te el vínculo emocional con la cara (capítulo m, sección «Pre­
servar la propia cara y la del otro»): del mismo modo que el
producto de cada interacción puede variar, así también todo
permite creer que una de las incitaciones a la acción, la emoción
experimentada como consecuencia del tratamiento de la cara,
asegura una forma de continuidad de una interacción a otra. Por
otra parte, Schwalbe recuerda que, en Internados, Goffman defi­
ne el yo por la resistencia que éste opone a la organización (ca­
pítulo IV, sección «Las instituciones totales»), lo cual supone
igualmente cierta estabilidad del yo.
Por su parte, Giddens (1988, pp. 250-279) considera que,
para Goffman, la continuidad está fundada en la conciencia que
el sujeto tiene de sí mismo, lo cual le permite integrar la mul­
tiplicidad de sus experiencias y realizar cierta unidad biográfi­
ca. Sin embargo, podemos preguntarnos si este razonamiento no
responde más a las preocupaciones teóricas del propio Giddens
que al texto de Goffman; en efecto, la conciencia del sujeto
102 La sociología de Erving Goffman

identificada por Giddens en Goffman es muy semejante a la no­


ción de «reflexividad» que, según Giddens, caracteriza al indi­
viduo contemporáneo.
Estos diversos comentaristas coinciden al identificar, en la
visión de Goffman, cierta continuidad biográfica. Muy diferen­
te es la posición de Branaman (1997), quien considera que bus­
car lo que unificaría la identidad más allá de la multiplicidad de
los yos producidos en las interacciones, equivale en el fondo a
querer ir más allá de la superficie (o más allá de las máscaras, los
roles, las caras), lo cual no interesa a Goffman. Esta posición
anuncia las que vamos a tratar en la objeción siguiente.

La inmoralidad de la preocupación por las apariencias

Varios comentaristas de la obra de Goffman, en particular aqué­


llos que privilegian la metáfora teatral (capítulo n), plantean le­
gítimamente la pregunta siguiente: ¿quién está detrás de las
máscaras y de los roles? Goffman, sin embargo, no nos ayuda a
responder a esca pregunta; para él, lo esencial está en lo aparen­
te, en lo que está en la superficie. Muestra que lo importante es
dar una apariencia de moralidad, más que ser moral; recordemos
al respecto la cita (capítulo III, sección «Preservar la propia cara
y la del otro») en la que describe a los individuos como «merca­
deres de la moralidad». Estamos aquí en las antípodas de la idea,
a menudo considerada evidente, que consiste en asociar la mo­
ralidad de la persona con su sinceridad, con su autenticidad. Por
ello, la obra de Goffman va a ser tildada de cínica o maquiavéli­
ca (Maclntyre, 1969/2000).
En la discusión de esta objeción, pueden distinguirse dos
cipos de comentarios: los que se limitan a la obra y los que la
sitúan en su contexto cultural general. Partiendo de la obra,
Hall ( l 977/2000) recuerda toda la inspiración durkheimiana de
Goffman. Ésta, lejos de llevarlo a una visión inmoral del juego
social, lo vuelve atento a codas las formas, incluso las más co­
munes, mediante las cuales se constituye la sacralidad de las ca-
Interacción, identidad y orden social: aperturas críticas 103

ras. Aquéllos que hablan de inmoralidad en Goffman habrían


subestimado, por lo tanto, la dimensión durkheimiana del pen­
samiento del autor, que remite principalmente a la metáfora de
los ritos; y, por el contrario, habrían sobrestimado las posibili­
dades de manipulación, que remite a las metáforas del teatro y
del juego. La reflexión de Hall nos parece subrayar nuevamente
que la polifonía de la obra de Goffman conlleva el riesgo de lec­
turas demasiado unilaterales y, aquí, demasiado exclusivamente
centradas en la metáfora del juego y del teatro.
Otro autor, Freidson (1983), quien se muestra particular­
mente sensible a obras como Internados o Estigma, sale al cruce de
las críticas que tachan de inmoral la obra de Goffman. En efecto,
Freidson ve en Goffman -al menos en lo que se refiere a la pri­
mera parte de su obra, hasta finales de los años sesenta- a un ar­
diente defensor del yo, en la medida en que se opone tanto a las
condiciones degradantes de las instituciones totales como al des­
crédito de que es objeto en razón de los estigmas que presenta.
Este comentarista va sin duda demasiado lejos al englobar todas
las primeras obras de Goffman en la misma lectura; aun así, nos
parece justificado considerar que Internados y Estigma manifies­
tan una verdadera preocupación ética, pese a que ésta permanece
implícita y se expresa en un tono neutro y a veces humorístico.
Frente a las lecturas que buscan atenerse a la obra, otros co­
mentarios tienen un alcance más amplio: tratan de dilucidar la
antropología subyacente en la obra de Goffman, situándola en
el contexto cultural de la segunda mitad del siglo xx Muestran
particularmente que la posición adoptada por Goffman sobre el
tema de la moralidad está vinculada con la posmodernidad. Esta
corriente se caracteriza por el abandono de los referentes de la
modernidad -la Razón, el Progreso, la Verdad...- que tras­
cendían la posibilidad de una elección individual y que, conse­
cuentemente, tenían la pretensión de fundar una moral univer­
sal. La posmodernidad está asociado con un gran relativismo
(Bonny, 2004, pp. 33-37).
Así, de un modo muy esclarecedor, Tseelon (1992/2000)
considera que la oposición entre un yo sincero, cercano a las pro-
104 La sociología de Erving Goffman

fundidades del ser,y un yo superficial,sólo preocupado por las


apariencias, remite a una antropología clásica --que él califka
de dualista y cartesiana- mediante la cual el ser y la profundi­
dad son valorizados de manera exclusiva, en detrimento de la
superficie y de las apariencias; quienquiera que se preocupe por
estas últimas, como hace Goffman, parecerá entonces inmoral.
Si se quiere emitir un juicio en términos morales,estima Tsee­
lon,es preciso hacerlo en el contexto antropológico en el que se
inscribe el autor, que es precisamente el de la posmodernidad.
Así,volvemos a encontrar la idea,ya discutida en párrafos ante­
riores, según la cual el yo no es uno sino múltiple; no tiene un
referente último; es un conjunto e-le significantes sin significa­
do, un juego de superficies (o de pantallas de proyección). En
este contexto, ¿qué ocurre con la idea de moral? Ya no se trata
del respeto ciego de una ley absoluta sino,como propone Bovo­
ne (1993/2000),de un compromiso con la situación,el cual,te­
niendo en cuenta las necesidades específicas de cada individuo,
intenta mantener una definición de la situación -que preserve a
la vez la cara y el sentimiento de realidad de los interactuantes.
Como se indica en el título del artículo de Bovone -«Ethics as
Etiquette»-, la ética se asimila a la etiqueta,o sea que es a la
vez una práctica (más móvil y difusa que la clásica ley moral) y
una estética (donde las formas son esenciales).
El debate no está cerrado. En efecto, algunos (Schwalbe,
1998/2000) cuestionan esta explicación de la obra por la vía de
la posmodernidad y proponen una lectura interaccionista más
clásica,mientras que otros (Winkin,1988a),la mayoría quizás,
prefieren considerar que la sociología de Goffman no es ni mo­
ral ni inmoral sino más bien amoral; se acercan así a una visión,
clásica también,de la cientificidad.

Interacción y orden social

En su último artículo,«El orden de la interacción» (1983/1991),


Goffman insiste en el estatuto del orden con cuya descripción
Interacción, identidad y orden social: aperturas críticas 105

estuvo comprometido durante toda su vida Se trata de un orden


social; pero esta expresión no implica que el orden fije las metas
que, supuestamente, el grupo, la colectividad, debe perseguir;
el orden debe verse más bien como un «conjunto de normas mo­
rales que regula la manera en que las personas persiguen sus ob­
jetivos» (BP, p. 8).
Lo realmente particular de esta visión es que,aun constitu­
yendo un orden social, las reglas de la interacción cumplen al
mismo tiempo otra función: la de constituir una identidad in­
dividual sagrada. Si el orden social se respeta, es sacralizando
la cara individual. Y,a la inversa,sin orden social el individuo
carecería de valor e, incluso, de existencia. Las mismas reglas
-las de la interacción- constituyen dicho orden y dicha exis­
tencia; la fuerza de uno hace la fuerza de la otra y viceversa. Si
es tan importante salvar la cara es porque,al hacerlo,los hom­
bres salvan la situación. Y asimismo,lo que vuelve tan desesta­
bilizador cualquier fracaso en una interacción, por más fútil
que sea,es que el desorden de la interacción deshace también la
realidad del yo individual. Si se produce un fallo en el orden de
la interacción,como por ejemplo por falta de compromiso, «la
ilusión de realidad quedará hecha trizas,el minúsculo sistema
social que nace con cada encuentro resultará desorganizado y
los participantes se sentirán no gobernados,irreales y anómicos»
(Rl, p. 122). Esto permite comprender mejor la idea de la sacra­
lidad de la cara (capítulo III, sección «Preservar la propia cara
y la del otro»): la sacralidad de la cara es una parcela de la sa­
cralidad colectiva,es quizá una de sus formas posibles de exis­
tencia.
Aunque el tema del orden social esté más vinculado con la
noción de regla, se encuentra igualmente presente en la me­
táfora teatral. En efecto, hemos mostrado (capítulo II, sección
«El escenario: sus desafíos y sus artificios») que cualquier in­
dividuo en actuación intenta dar de sí mismo, así como del
otro, una cara idealizada que corresponde a los valores socia­
les admitidos y que,por ende,reafirma la importancia del or­
den social: «Así, cuando el individuo se presenta ante otros,
1 06 La sociología de Erving Goffman

su actuación tenderá a incorporar y ejempl ificar los valores


oficialmente acred itados de la sociedad , tanto más , en reali­
dad , de lo que lo hace su conducta general . En la medida en
que una actuación destaca los valores oficiales corrientes de la
sociedad en la cual tiene lugar, podemos considerarla, a la ma­
nera de Durkheim y Radcliffe-Brown, como una ceremonia,
un expresivo rej uvenecimiento y reafi rmación de los valores
morales de la comunidad . . . . El mundo es, en verdad , una
boda» (PP, p. 47).
En resumen , tanto cuando elabora la noción de regla como
cuando se ocupa del individuo y de sus actuaciones, Goffman
termina evidenciando un orden social ; este orden organiza lo co­
lectivo, aunque sólo se observe en el nivel de la interacción. Esto
es lo que Joseph llama muy apropiadamente «el situacionismo
metodológico» de Goffman ( 1 998, p. 1 0). En efecto, su meto­
dología lo lleva a situar sus observaciones sólo en el nivel de la
interacción -lo cual corresponde a la tradición sociológica de
Chicago (capítulo vr, sección «La escuela de Chicago: una per­
tenencia controvertida » )--, aunque sea descifrando en ella la
puesta en escena de un verdadero orden social .
Podemos considerar que ese vínculo esencial entre orden so­
cial y sacralidad de la cara revela un sistema de valores --el de
las sociedades individualistas- que da primacía al individuo.
Como si, en esas sociedades, un orden que posibilite el vínculo
social sólo fuera concebible si consagra, al mismo tiempo, la sa­
cralidad de los yos individuales.

¿ Y el análisis macrosociológico?

Si bien uno de los méritos de la sociología goffmaniana es su


apertura a una reflexión sobre el orden social , algunos comenta­
rista no han dejado de reprocharle el haber confinado su pro­
puesta a un nivel exclusivamente microsociológico.
Interacción, identidad y orden social: aperturas críticas 1 07

La posición de Goffman

Es esencialmente en su texto titulado «El orden de la interac­


ción» (1983/1991) donde Goffman expone su posición sobre es­
tos temas. El nivel microsociológico de la interacción constitu­
ye, en su opinión, un orden de explicación de pleno derecho,
que dispone de una relativa autonomía en relación con el nivel
macrosociológico. Aun sin haber estudiado de manera exhausti­
va los vínculos entre estos dos niveles de análisis --estudio,a su
juicio, todavía pendiente-, Goffman enuncia como hipótesis
que existe entre ambos un «acoplamiento laxo» (/oose coupling).
Ello significa que no hay un determinismo simple que va de lo
macrosociológico a lo microsociológico,ni a la inversa. En efec­
to,pueden observarse diferentes casos. En algunos,al nivel mi­
crosociológico influencia al nivel macrosociológico; en otros,
inversamente,es el nivel macro el que influencia el nivel micro;
y también están aquellos casos en los que se observa una auto­
nomía del nivel micro: en ellos, lo que ocurre en la interacción
puede explicarse por el orden de la interacción, sin que deba
apelarse a ninguna explicación macrosociológica. Recordemos
al respecto el razonamiento que desarrolla en el pequeño libro
titulado « The arrangement between the sexes » (1977),que ilustra el
primer modelo,es decir la influencia que lo micro ejerce sobre
lo macro. En efecto,en este texto Goffman muestra cómo las pe­
queñas interacciones cotidianas entre hombres y mujeres --el
hombre que enciende el cigarrillo a su compañera,que se ofrece
para llevar su maleta- producen y perpetúan un orden macro­
social en el que prevalece la dominación que los hombres ejer­
cen sobre las mujeres.
En el mismo texto,Goffman retoma una idea ya enunciada
antes en su obra: según ella,el orden de la interacción que sur­
ge de su análisis sería universal. Goffman ya había mostrado
cómo ciertos análisis propuestos por especialistas de China le
habían inspirado para llegar a la noción de «cara» (RJ, p. 13),
o cómo su trabajo de tesis en una sociedad rural aislada lo ha-
108 La sociología de Erving Goffman

bía llevado a revelar reglas de interacción válidas también,


aunque diferentes en su forma,para las grandes ciudades esta­
dounidenses.

Las voces críticas: universalidad o historicidad del orden social

Varios críticos cuestionaron dos aspectos de la propuesta de Goff­


man: 1 ) su pretensión de poder estudiar el orden de la interacción
como un orden de pleno derecho,que presenta cierta autonomía
en relación con las dimensiones macrosociales,y 2) su pretensión
de hacerlo reconocer como universal.
En primer lugar, Giddens ( 1988, pp. 250-279) muestra
muy bien el vínculo que existe,�n Goffman,entre estas dos po­
siciones: si el orden de la interacción es universal,se puede acep­
tar que sea estudiado como un ámbito aparte, sin lazos necesa­
rios con un análisis macrosociológico. Por el contrario, en la
medida en que este orden no sea universal -lo cual es muy
probable-, es difícil sostener su estudio al margen de la di­
mensión macrosocial y, por lo tanto,deviene necesario analizar
cómo las transformaciones globales modifican las interacciones
y son modificadas por ellas.
Varios autores insisten en mostrar que el orden de la inte­
racción descrito por Goffman no es en absoluto universal. Una
primera argumentación en este sentido emana de Boltanski
( 1 973/2000). Este autor muestra que los análisis de Goffman se
refieren en general a las interacciones que se producen entre
miembros de las clases medias y altas,particularmente entre quie­
nes se ocupan de servicios o tareas de representación. Para ilus­
trar sus palabras, basa su comentario en un análisis estadístico
de los diversos ejemplos que Goffman elige en el libro La Pre­
sentación de la persona en la vida cotidiana. Esta escasa variabilidad
social de los grupos a partir de los cuales Goffman reflexiona,
sin duda le lleva, según Boltanski, a subestimar el peso de las
variables sociales que caracterizan a los interactuantes,así como
a considerar demasiado pronto el orden de la interacción en
Interacción, identidad y orden social: aperturas críticas 1 09

cuanto un orden autónomo en relación con los determinantes


macrosociales.
Un segundo comentarista, Gouldner (1970/2000), cuestio­
na igualmente la universalidad del orden social goffmaniano y
propone, en este sentido, una crítica virulenta de la obra. Su ar­
gumento, retomado muy a menudo por los comentaristas ulte­
riores, articula dos objeciones. La primera consiste en afirmar
que la obra de Goffman refleja, sin explicitarlo, una evolución
histórica. Gouldner evoca aquí el paso de un mundo industrial
en el que la producción implica una recompensa, en el que la re­
putación depende de la contribución real del individuo, etc., a
un mundo dominado por los servicios, la publicidad y el mar­
keting, en el que las apariencias cobran una mayor importancia.
Lejos de poder deducir un orden universal, Goffman nos estaría
hablando sólo de esta nueva sociedad -la sociedad postindus­
trial, diríamos hoy-, sin tomar ninguna distancia respecto de
sus características propias.
La segunda objeción de Gouldner está vinculada con la pri­
mera: en el seno de ese mundo, lo que Goffman representaría se­
rían los intereses de la nueva clase media, una clase preocupada
por maximizar el valor de su «cara» y no por cambiar el mun­
do, una clase cuya única virtud consistiría en adecuarse a las
apariencias requeridas, no en cuestionarlas.
Así pues, según Gouldner, si el análisis del orden social
propuesto por Goffman no puede aspirar a la universalidad, ello
sucede por dos razones: en primer lugar, porque sólo nos habla
de una sociedad postindustrial, centrada en el sector terciario y
víctima del juego con las apariencias; en segundo lugar, porque
aborda esta sociedad a partir de un punto de vista en particular,
el de las nuevas clases medias.
Un tercer comentarista, Sennett, desarrolla una crítica bas­
tante diferente de la presunta universalidad del punto de vista
goffmaniano, centrándose a su vez en el lugar que ocupa la di­
mens1on temporal en los análisis del autor (Sennett,
197 3/2000). Considera que, de manera general, Goffman pro­
pone una visión estática, una visión que niega el tiempo. Los ro-
1 10 La sociología de Erving Goffman

les de los actuantes en interacción, así como la sociedad en su


conjunto, no se analizan como procesos en evolución sino q ue
son el resultado de una historia de la que no se sabe nada.
Esca perjudicial ausencia de la historia contribuye, según
Sennett,a la falca de distancia tomada por Goffman respecto del
mundo que analiza, siendo por ello incapaz de fijar un patrón,
de proponer normas -morales, por ejemplo-- a partir de las
cuales se podría comprender y juzgar por qué el mundo es lo
que es. A partir de aquí,Sennetc cuestiona que se pueda consi­
derar a Goffman como un moralista. Así, por ejemplo, cuando
el autor nos describe la situación del enfermo mental, no nos
permite comprender de dónde proviene o cuál será su futuro. O
incluso, cuando nos presenta la vida pública como dominada
por el temor a lo desconocido,no menciona que los riesgos efec­
tivos que se corren en la frecuentación del espacio público son
objetivamente mucho menores que en el siglo XIX, razón por la
cual no nos permite cuestionar el repliegue en la vida privada al
que conduce dicho temor.
Finalmente, Kuznics ( 1 99 1 /2000) comparte las críticas de
Gouldner y de Sennect. Reprocha a Goffman el proponer una
doble teoría implícita,la de la personalidad y la de la sociedad,
desconectada de su contexto macrosocial. Sin embargo,su críti­
ca es más mesurada. Reconoce desde luego que existe un riesgo
en atribuir a la naturaleza humana lo que es característico de los
hombres en un período en particular. Pero igualmente advierte
contra el peligro inverso, que conduciría a considerar que todo,
en el hombre, es explicable por la época a la que pertenece.
Dicho de otro modo, Goffman es el sociólogo de un período
particular,pero su obra no puede ser reducida a esto. Para con­
vencernos, Kuznics resicúa la perspectiva de Goffman en el
contexto de la de Norbert Elias. Este autor mostró,en su análi­
sis de la sociedad cortesana del siglo XVII (Elias, 1 974/ 1 993;
Heinich, 1997), cómo el proceso de civilización produce una
normalización de las conductas,caracterizándose,entre otros as­
pectos,por una elevación del umbral de la vergüenza y de la tur­
bación ante el otro. Kuznics establece así un paralelo entre va-
Interacción, identidad y orden social: aperturas críticas 111

rios contextos: la sociedad cortesana durante el Antiguo Régi­


men, pero también los salones burgueses del siglo XIX tal y
como son descritos por Proust, por ejemplo, o las oficinas de
una gran ciudad norteamericana. Estudia igualmente sus dife­
rencias,como aquella que consiste en que es sólo en el último de
estos contextos donde la gente trabaja; lo cual no es poco.
Kuznics invita así a distinguir, en la obra de Goffman, la
parte universal -por ejemplo, la existencia de fachadas y de
trasfondos escénicos, o la posibilidad de turbarse ante el otro-­
de la parte que es contingente a una sociedad en particular,mar­
cada por relaciones de poder específicas.
Así pues,pese a que Goffman pudo proponer una perspecti­
va de análisis que da cuenta conjuntamente de la identidad y
del orden microsocial,los vínculos que establece entre estas dos
realidades y el nivel macrosocial no dejan de plantear proble­
mas, según el punto de vista de sus numerosos comentaristas.
Conclusión

La obra de Goffman,enteramente consagrada de las interaccio­


nes, las aborda análisis por medio de varias metáforas. Hemos
explorado las más características del autor: metáfora teatral,
metáfora de las reglas y de los ritos, metáfora cinematográfica.
Estos diversos enfoques están fundados en preocupaciones co­
munes. Podemos descubrir en ellos una estructura semejante,
que consta de tres elementos.
Cada uno de estos enfoques intenta ante todo identificar las
condiciones que hacen que la acción se desarrolle sin tropiezos,
sin obstáculos,sin rupturas,etc. Estas condiciones tienen tam­
bién por consecuencia que los interactuantes compartan una de­
finición común de la realidad de la interacción y del mundo so­
cial que la abarca. En el marco de la metáfora teatral, lo que
contribuye a esta armonía es el trabajo de actuación del indivi­
duo. En la metáfora de las reglas y de los ritos,esta misma fun­
ción es cumplida por el amor propio y la consideración que
muestra el actuante,por el compromiso del que da pruebas,etc.
Y en la metáfora cinematográfica,podemos decir que es la exis­
tencia misma de los marcos lo que permite a los actuantes com­
partir,en general,una definición común de la realidad.
Además,estos tres enfoques están fundados en el postulado
según el ·cual esa continuidad es superficial y frágil,y que siem­
pre puede producirse una perturbación,llámese nota discordan­
te (metáfora teatral),turbación,profanación (metáfora de las re-
1 14 La sociología de Erving Goffman

glas y de los ritos) o,incluso,ruptura de marco (metáfora cine­


matográfica).
Esto implica,finalmente,la existencia de comportamientos
por medio de los cuales los actuantes tratan de evitar las pertur­
baciones o corregirlas cuando ocurren: tacto, intercambios co­
rrectores,etc.
Esta estructura común se combina desde luego con ciertas
especificidades. Limitémonos a señalar dos de ellas. Una prime­
ra diferencia obedece a la manera en que se vive la experiencia
negativa de la desarmonía. Ciertas metáforas postulan que los
actuantes son solidarios cuando viven esta experiencia; tal es el
caso de la metáfora teatral y de las reglas y los ritos, ya que la
nota discordante,así como la turbación o incluso la profanación
son compartidas por los diferentes actuantes en la interacción.
Por el contrario,la metáfora cinematográfica explora formas de
ruptura propias de un solo interactuante; los otros pueden que­
dar al margen de esta experiencia negativa e incluso,en algunos
casos,provocarla.
Una segunda especificidad es de orden más epistemológico.
En efecto, podemos considerar que estas metáforas pueden si­
tuarse en el continuum que va de una inspiración holística al in­
dividualismo metodológico, como señala por ejemplo Caillé
(1996,p. 32). Así,la metáfora de las reglas y de los ritos asocia
la armonía en la interacción con una doble exigencia colectiva:
por una parte,la preservación del orden social y,por otra,la afir­
mación del valor del individuo. Por lo tanto, se inscribe clara­
mente,tras las huellas de Durkheim,su inspirador,en una for­
ma de holismo. A la inversa, la metáfora teatral y, con mayor
razón, la metáfora del juego --que hemos abordado sólo inci­
dentalmente- muestran cómo los actuantes,por medio de sus
comportamientos, pueden contribuir a esta armonía (o a esta
desarmonía). Así,estas dos metáforas están más cerca del indi­
vidualismo metodológico.
Manteniéndose abierto a los dos grandes enfoques paradig­
máticos de la sociología,pero sobre todo situando la sacralidad
de las caras individuales en el mismo principio de toda regla so-
Conclusión 115

cial, Goffman realiza un gran gesto intelectual: en el núcleo


mismo del momento holístico de su procedimiento, tiene en
cuenta el valor fundamental de nuestras sociedades: el indivi-
_; duo. Contrariamente a cierto estructuralismo que proclamaba
la muerte del sujeto, Goffman abre una perspectiva holística en
cuyo núcleo se afirma la regla de la sacralidad de los individuos.
Lo realmente peculiar de la totalidad que describe, es que crea
los dispositivos necesarios para asegurar el respeto a los indivi­
duos. Es aquí, sin duda, donde reside la pertinencia, para nues­
tro mundo, de la sociología de Goffman.
Referencias bibliográficas

Si nos referimos a los comentarios y críticas en lengua francesa, hay dos


textos precursores que deben destacarse: la presentación de Robert Cas­
tel de Internados (Castel, 1968) y la obra de Nicolas Herpin, Les Sociolo­
gues américains et le siec/e (Herpin, 1973); mencionaremos igualmente la
muy sugestiva «biografía intelectual» de Yves Winkin (1988a), varios
textos de presentación y comentarios críticos redactados o coordinados
por Isaac Joseph (1989, 1998), así como una obra colectiva (Amourous
y Blanc, 2001) consagrada a las «instituciones totales» (concepto crea­
do por Goffman para analizar los asilos y otras instituciones afines).

Obras y artículos de Erving Goffman traducidos al castellano

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,,
Indice de palabras claves

aceptación circunstancial 46 comportamiénto


actuante 2 5 -40, 80-8 1 verbal 48, 9 1 -92
adaptación no verbal 48, 9 1 -92
primaria 66-69 compromiso 42, 43, 47-50, 1 1 3
secundaria 66-69 en las conversaciones 49- 5 1
alarma 62 en las ocasiones sociales 5 1 -5 3
amor propio, regla del 43, 46-47, 1 1 3 en las interacciones en público
apariencia normal 5 7 -6 3 no focalizadas 54- 5 5
apego emocional a la cara 44-4 5 consideración, regla de la 43-47 ,
1 13
Bateson G. 1 6- 1 7 , 7 1 , 8 1 conversación 4 5 , 48-50
Birdwhistell R . 1 7 - 1 8
Blumer H. G . 1 6, 1 9, 85 -87 deferencia 46-4 7 , 5 5
Bourdieu P. 1 3 desatención cortés 4 5
descrédito 34-3 5
California, universidad d e 1 9 Durkheim É. 1 2 , 1 6, 56, 83, 90,
cara, preservación de la 43, 44-46, 94-97 , 1 02, 1 06
105
carrera moral 65 -66 encuadre
ceremonia 5 7 , 65, 69, 1 06 ambigüedad de 77
fundamentos ceremoniales del error de 77-78
yo 6 5 , 98- 1 00 enfermedad mental 1 9-20, 22, 57-
Chicago 60, 65-66, 68
escuela de 84-86, 92, 9 5 , 1 06 equipo 36-39
universidad de 1 6, 95 escenario 25, 36-40, 80
cine, metáfora del 1 2 , 13, 1 5 , 1 6, estigma 1 9, 33-35, 93, 1 03
2 1 , 70, 1 1 3- 1 1 4 estrategia 1 2 , 3 1 -32, 3 5
1 26 La sociología de Erving Goffman

estratificación no focal izada 4 7 , 54-5 5


social 1 6 interaccionismo simbólico 1 6, 8 1 ,
d e l a experiencia 7 5-77 85-89, 96
etología 59-69 intercambio corrector 3 3 , 34, 5 5 -
existencialismo 1 2, 23, 97 56, 1 1 4
expresión 1 9, 69
explícita 25-3 1
juego
indirecta 25-3 1
fabricación de marco 7 4-77 metáfora del 1 2, 1 3 , 1 4 , 28,
30-3 1 , 99, 1 00, 103
fachada 2 5 -40
personal 2 7 -3 5 teoría de los juegos 1 2 , 2 1 , 97
felicidad, condición de 58-60
fenomenología 1 2 , 97 línea de acción 43-44
Freud S. 1 2, 23, 83 lugares libres 67-68

género 1 07 Mannheim K. 1 6
guardar 67 marco 1 2 , 1 6 , 2 1 , 7 1 -82, 88-89,
1 14
deficiente 77
Hart, C. W. N. 1 7 , 94
natural 7 2
Harvard, universidad de 2 1
primario 7 2
holismo metodológico 1 3, 3 1 , 1 1 4
ruptura d e 7 1 , 78-79
Hugues E. 1 7 , 8 3 , 85-86
social 72
Husserl E. 83, 97
transformado 72-77, 8 1
Mead G . H . 1 2 , 16, 83, 85-88
identidad 30-32, 49- 5 3 , 66-69, Mead M. 1 7
98- 1 06 medio 1 2 , 26, 27, 3 7
concepción de la 99, 1 0 1 método d e investigación 1 2 , 84,
destrucción d e l a 65-66 89, 92-94
positiva 1 1 modalización de marco 7 3-77, 8 1
producción de la 99- 1 00 moral 32, 94-97 , 1 02- 1 04, 1 1 0
mantenimiento de la 66 relajación 68
impresiones, control de las 1 2 , 2 5 , mortificación 65
28-32, 3 5 , 37-39, 80
individualismo metodológico 1 3 ,
nota discordante 32, 45, 1 1 4
3 1 , 1 14
información social 62
institución total 1 9, 63-68, 93, objeto 2 5
1 00, 103 ocasión social 5 1 - 5 3
interacción 1 0- 1 1 , 1 8 , 20, 24, 26, orden social 4 1 , 60-66, 98- 1 00,
40, 8 5 , 90-9 1 , 98, 1 07 1 04- 1 1 1 , 1 1 4
Índice de palabras claves 127

Park R. E. 85 sagrado
Parsons T. 1 6, 83 cara como objeto 46, 95, 99,
Pennsylvania, universidad de 2 1 1 0 5 - 1 06
Popper K . 92 individuo como objeto 56
proceder 46-4 7 Saint Elizabech, hospital 86
profanación 46, 65-66, 1 1 4 Sartre J.-P. 1 2, 28, 38, 86
profesión 1 7 , 20, 32, 63, 85 Schelling T. 2 1
protección 32 Shecland, islas 1 8 , 20
público 25, 27-40 Simmel G. 1 6, 89-94
situación, definición de la 26, 27,
36, 37
Radcliffe-Brown A. R. 16, 1 7 , 94,
Sombarc W. 16
1 06
recluso 6 3-69
recurso seguro 49 caceo 32, 46, 50, 1 1 4
región 36-40 teatro, metáfora del 1 2 , 1 3, 20, 2 5 -
anterior 36-40 4 0 , 44, 68-69, 98, 99, 1 02 ,
posterior 36-40 103, 1 05 , 1 1 3 , 1 14
reglas 20, 4 1 -42, 5 1 -52, 57-59, cerri torios del yo 49-6 5
99- 1 00, 105 Thomas W. l. 85
sustantivas 42 Tonnies F. 16
ceremoniales 42 Toronto, universidad de 1 6, 1 7 ,
no respeto de las 66 94
reparación 32-33, 43 trabajo de la cara 45-47
representación 25-40, 44, 80, 1 1 3 trasfondo escénico 36-39, 80
resistencia 66-69, 1 0 1
rico 42, 44, 46, 5 3 , 5 5-56, 68, 94-
vulnerabilidad 4 1 -42
96, 99
metáfora del 1 2 , 1 3 , 14, 20,
43-56, 94-97 , 103, 1 1 3 - 1 1 4 Warner W. L. 16, 17, 94
d e evitación 47 Weber M. 1 6, 83
de presentación 4 7
rol 1 0- 1 1 , 27, 39, 66, 80, 99
distancia respecto del 29-30, 32

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