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El amor de Cristo por nosotros 

“…LO ENTENDERÁS DESPUÉS” (Juan 13:7)  Lo asombroso del amor de Cristo no es que Él
conoce todos tus pecados pasados y los perdona, sino que también conoce tus pecados
futuros y ya ha decidido perdonarlos. 

La víspera de la crucifixión, Jesús les lavó los pies a sus discípulos, diciendo “…lo
[entenderéis] después…” (Juan 13:7). Sabía que aquellos hombres iban a realizar el acto
más vil de sus vidas: abandonarlo.

A la mañana siguiente andarían cabizbajos y avergonzados y mirarían a sus pies con


indignación. Y al hacerlo, Jesús quería que recordaran que Él se los había lavado. Es
extraordinario comprobar que el Señor les extendió misericordia antes de que la
necesitaran y que perdonara sus pecados antes de cometerlos. Este amor les conmovió
profundamente y les dio fuerzas para que todos, excepto uno, se dedicaran a predicar el
evangelio y dieran sus vidas por Él.

Escribe Pablo: “El amor de Cristo nos apremia…” (2 Corintios 5:14 LBLA). El amor que
Cristo te tiene es:

a) la única constante en un mundo en continuos cambios;

 b) lo que te va a traer de vuelta a Él cada vez que falles;

b) la fuerza impulsora que te va a llevar a entregarte a Él totalmente. “…La sangre de


Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado.” (1 Juan 1:7).

Continuamente estamos siendo lavados por la sangre de Cristo; su limpieza no es una


promesa para el futuro, sino una realidad para el presente. Si una sola mota de polvo
cae en el alma de un santo, la sangre de Cristo la limpia. Jesús sigue lavando los pies a
sus discípulos, y sigue limpiándonos de nuestros pecados. Saber eso debería ser la
máxima motivación para vivir por Él.

Fuentes: Devocionales Cristianos


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“Así que mi consejo es que dejen a esos
hombres en paz. Pónganlos en libertad. Si ellos
están planeando y actuando por sí solos, pronto
su movimiento caerá; pero si es de Dios, ustedes
no podrán detenerlos. ¡Tal vez hasta se
encuentren peleando contra Dios!” Hechos 5.38-
39

En términos de lógica, la afirmación anterior es


llamada “lógica circular” o “pensamiento
paradójico.”

Un ejemplo sencillo de esto sería….el agua es mojada. ¿Como sabes que es mojada?
Sabes que es mojada porque es agua. Aunque este tipo de afirmaciones son ciertas, la
lógica utilizada es un poco floja. Entonces, en este versículo vemos la misma cosa. Si los
planes fallan, son del hombre, pero si dan resultado, son de Dios. Como sabes si son de
Dios, si dan resultado. Me gusta la idea de esto, pero dicha de otra manera. Los planes
de Dios resultan a la larga.

Acá está el problema. Cuando estamos en medio de nuestros planes y las cosas no
parecen estar dando resultado, brincamos a la conclusión de que lo que estamos
haciendo no está en el plan de Dios para nuestras vidas. Y viceversa, cuando las cosas
van de maravilla, debemos entonces estar dentro del plan de Dios. Este modo de pensar
me parece un poco tonto. La gente puede vivir buenas vidas y no tener nada, y otros
pueden vivir lo que parece ser vidas malvadas y aun así tener más de lo que necesitan.
Entonces como podemos juzgar nuestras vidas basándonos en las circunstancias
externas, mucho menos a corto plazo.

La medida de vivir una vida en la voluntad de Dios o en Su corazón, no es qué tan


cómodos o qué tan bendecidos seamos con bienes materiales.

El vivir una vida devota no garantiza que las cosas serán fáciles o que tus planes se
darán. La medida de una vida devota está en que nunca te des por vencido al luchar por
lo que sabes que es cierto, el amor de Dios. No estás luchando por una causa, un político
o un estatus económico. Estas siguiendo adelante, plantando semillas que traerán
consigo una cosecha.

Hoy, ¿cómo estas midiendo tu vida? ¿Aun continuas hacia adelante? Si lo estas, no hay
nada que te pueda detener de compartir el amor de Dios en un mundo quebrantado. No
pelees por comodidad. No pelees por placer. No pelees por una causa. ¡Pelea por el
amor de Dios y por amor a Dios pelea! Sigue adelante, abriendo camino, plantando
semillas al amar a los que te rodean.
Robert & Rebecca Vander Meer
El poder de un espíritu capaz de discernir

Leer | HEBREOS 5.11-14: En un mundo lleno de fuentes interminables de opiniones e


información, los creyentes necesitan desarrollar un espíritu capaz de discernir. Si no,
¿cómo sabremos lo que es verdadero? Mucho de lo que vemos y oímos está basado en
un enfoque mundano influenciado por Satanás, el padre de mentira. 

El engaño se encuentra hasta en la esfera religiosa: las sectas mezclan mentiras con
suficiente verdad para lograr que algunas personas las consideren instituciones
cristianas genuinas.

La única manera que tienen los creyentes de protegerse contra el engaño, es afincarse
en la Palabra de Dios. Cuanto más tiempo pase usted llenando su mente con los
pensamientos de Dios, mejor será su capacidad para discernir.  Sin embargo, el simple
conocimiento de la verdad bíblica no es suficiente. Usted debe poner en práctica lo que
aprende, para que se convierta en más que conocimiento intelectual.

El objetivo es dejar que la Palabra de Dios se vuelva parte integral de su pensamiento,


de modo que ella guíe todas sus decisiones. Además, el Espíritu Santo ha sido dado a
cada creyente como Ayudador, cuya tarea es guiarle a toda verdad (Juan 14.26; 16.13).
No obstante, usted tiene la responsabilidad de poner la Palabra de Dios en su mente,
para que Él pueda hacer que la recuerde. Si usted descuida la Palabra, le faltará
discernimiento.

¿Qué está usted dejando entrar en su mente? ¿Tiene la Biblia un lugar principal en sus
prioridades? A menos que esté alerta, el pensamiento mundano dominará al
discernimiento espiritual. Es difícil mantener la perspectiva divina si pasa más tiempo
frente al televisor que estudiando la Biblia.
Las Herramientas de Dios.

Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien… Porque a los que
antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de
su Hijo. – Romanos 8:28-29.

Cuando se extrae un bloque de mármol de una cantera, todavía es impropio para


cualquier uso. El escultor deberá trabajar mucho tiempo empleando múltiples
herramientas para dar forma a una obra de arte.

¡Con nosotros ocurre de igual manera! Cuando creemos en el Señor Jesús como nuestro
Salvador, somos semejantes a ese bloque deforme. Dios se ocupa de nosotros y,
mediante diversos instrumentos, nos da forma según su deseo. Emplea su Palabra para
instruirnos, pero también utiliza las circunstancias de la vida y especialmente las
pruebas, tales como la enfermedad, un accidente, un fracaso escolar, profesional o
sentimental… Todo está a su disposición para ese fin. Las herramientas de Dios a
menudo causan dolor, pero nunca olvidemos que su mano es la que las maneja.

Sabemos que nada ocurre por casualidad, que Dios controla todo. Su poder ilimitado
está al servicio del bien de sus hijos. ¡Qué tranquilidad debería darnos este pensamiento
cuando pasamos por la prueba!

¿Y cuál es el objetivo que Dios persigue? Así como un escultor tiene ante sí un modelo,
el cual se esfuerza en reproducir en la piedra, Dios tiene un modelo propio: su Hijo, el
hombre perfecto. Quiere reproducir en nosotros sus caracteres, hacer que al igual que él
nos volvamos pacientes, humildes, obedientes, caritativos… y él se toma su tiempo para
producir ese resultado en la vida de usted y en la mía.
Fuentes: Amén, Amén

Abraham sin hijos


La figura de Abraham en el Antiguo Testamento es muy rica y enjundiosa. La razón del
llamamiento de Abraham, y el propósito de Dios para con él estaba relacionado con la
tierra y con su descendencia; en definitiva tenía que ver con un hijo que él había de
engendrar. Y, como sabemos, no sólo tuvo uno, sino dos: Ismael e Isaac. Uno había
nacido en el vigor de su padre; el otro, en la impotencia de su vejez. Pero en un
momento de su vida, Abraham se quedó sin ninguno de los dos.

Ismael debió ser expulsado de casa, pues había sido concebido de una mujer esclava, y
en respuesta a la iniciativa del hombre. Isaac, en tanto, el hijo amado, el hijo de la
promesa, debió ser ofrecido sobre el altar del sacrificio. Lo que nació de la carne debió
ser expulsado; el que provino de Dios, debía volver a Dios. Nada era de Abraham. Ni lo
que él produjo, ni lo que Dios le dio.

Tal es el creyente que camina con Dios y procura agradar a Dios. Sus primeros esfuerzos
tienen un fin de muerte, y no pueden permanecer en la casa de Dios. Tras el fracaso, y la
derrota, viene la alegría del fruto espiritual, de las gavillas que Dios pone en sus
manos. Sin embargo, el creyente tiene que experimentar la muerte de nuevo. Lo que
Dios puso en sus manos, debe volver a él. El fruto de su fe pertenece a Dios, y no es
suyo. Lo de él es sólo impotencia, desolación, muerte.

Dejar ir a Ismael es doloroso; pero poner a Isaac sobre el altar es todavía más. Es toda
nuestra gloria, porque hemos llegado a comprender que Dios nos lo dio. Él tiene la
impronta de Dios, el sello de la resurrección. ¿No es hermoso? Sin embargo, en un
determinado día, Dios nos dirá que vayamos al monte Moriah, y que llevemos aquello
que tanto amamos –el fruto de nuestra fe, y de nuestro caminar con Dios– para que lo
ofrezcamos.

El creyente no tiene derechos con Dios. No hay ninguna obra que Dios le haya confiado,
ninguna bendición espiritual que haya puesto en sus manos, que le pertenezca al
hombre. Si el creyente no está dispuesto a perderlo, significa que todavía se aferra a
algo suyo.

Si no estamos dispuestos a perder lo que Dios nos ha dado, significa que todavía es
nuestro. Y si es nuestro, Dios se alejará de ello. Si Dios no nos devuelve a Isaac después
del altar, entonces significa que nunca fue nuestro. Sólo lo que perdemos en Dios, y Dios
nos lo entrega de vuelta es verdaderamente nuestro. No hay nada más hermoso que la
bendición de Dios en nuestra mano, pero todo ello no es mayor que el Dios de la
bendición. Por sobre Isaac está el Dios de Isaac.
¿Cuál es el fin de esta historia? Dios dijo: "Por mí mismo he jurado, que por cuanto has
hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré... por
cuanto obedeciste a mi voz" (Gén. 22:16, 18). La bendición sobreabundante. Pero el
secreto está en estar dispuesto.
Descubriendo la suficiencia de Cristo

Las grandes crisis que los discípulos vivieron con el Señor fueron las ocasiones propicias
que les permitieron conocer más profundamente al Señor. Cada experiencia de estas fue
añadiendo un aspecto nuevo de Cristo, hasta completar, en su conjunto, todo un
cuadro. El objetivo de estas experiencias era mostrarles a ellos que Cristo es el Todo,
mostrarles la plena suficiencia de Cristo.

En cierta ocasión (Mateo 8:23-27), ellos se llenaron de temor por la furiosa tempestad,
pero él les tranquilizó calmando la tempestad. El mar embravecido fue sólo la excusa
para que el Señor les pudiera mostrar su maravilloso poder sobre los elementos
embravecidos.
En esta ocasión, los discípulos exclaman: "¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el
mar le obedecen?". Más tarde, en otra ocasión similar, aunque más crítica aún, ellos
llegan a la convicción de que él era "Hijo de Dios" (Mateo 14:22-33). La primera vez ellos
se preguntan quién es; la segunda, ellos aprenden quién es él. Así, ellos vencen sus
temores, y adquieren confianza en su Maestro.

En otra oportunidad (Mateo 14:13-21), ellos tenían preocupación porque las multitudes
estaban sin comer, y no tenían cómo saciarles. Ellos plantean el asunto al Señor, el cual
les provee la solución. Desde entonces, ellos sabrán que teniendo al Señor, sus
necesidades serán suplidas.

En otra ocasión similar a ésta (Mateo 15:32-39), el Señor volvió a hacer lo mismo, pero
con una multiplicación menor. ¿Qué quiso enseñarles con eso? Que el resultado de la
multiplicación no es proporcional a lo que le ofrecemos, sino a lo que necesitamos. Con
lo menos, él puede alimentar a los más, porque la multiplicación no es por lo que
nosotros tenemos, sino por su gracia.

Ambas experiencias aparecen en Mateo dos veces, con algunos rasgos diferenciadores.
¿Por qué? ¿No era suficiente una de cada una? ¿No había otras muchas cosas que
podían ser contadas? Ellos debían aprender muy bien esas lecciones. Ambas están
relacionadas con dos necesidades imperiosas del hombre: la seguridad y el sustento. Los
discípulos estarán seguros y serán suplidos por su Maestro. Estas dos cosas deben
aprenderlas muy bien los discípulos de Cristo. A partir de entonces, su seguridad y su
sustento será el Señor.
Si los discípulos –de ayer y de hoy– no tienen un conocimiento experimental de la
suficiencia de Cristo en todas las áreas de su vida, entonces no podrán confiar en él para
cada necesidad. Entonces ellos no podrán seguir al Señor confiadamente.
Por eso, tienen que suceder experiencias que enseñen claramente estas dos lecciones
importantes. A través de esas experiencias, ellos van descubriendo la maravillosa
personalidad de Cristo, hasta ver que él es el Todo en todos.

Un llamado a la verdadera libertad

"Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi
palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres ... Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Juan 8:31-32, 36).

Las palabras del Señor en este pasaje de Juan están dirigidas a los judíos que habían
creído en él. No están dirigidas a los incrédulos. Es una palabra para los judíos creyentes,
y también para los gentiles creyentes. Aquí está señalada una clave para el crecimiento,
para la madurez espiritual.

No basta con creer Cristo, sino que hay que permanecer en su palabra para ser
verdaderamente sus discípulos. Creer es el primer paso, pero permanecer es una cosa
sostenida en el tiempo. Al permanecer en su palabra, se conocerá la verdad (no sólo se
creerá en la verdad), y la verdad nos hará libres. Creer y conocer son cosas distintas.
Pedro percibe esta diferencia al decir: "Nosotros hemos creído y conocemos que tú eres
el Cristo, el Hijo del Dios viviente" (Jn. 6:69). La verdad hace libre al hombre, pues va
dejando al descubierto las mentiras, engaños, falsedades del corazón, y va permitiendo
que Cristo ocupe el lugar central en él. En el versículo 36 se dice que el que liberta es el
Hijo. De manera que 'verdad' e 'Hijo' son equivalentes. Conocer la verdad es conocer al
Hijo, porque Cristo es la verdad.

En este pasaje de Juan se habla de la libertad como de la libertad del pecado. De aquí se
infiere que el conocimiento de la verdad trae como consecuencia la libertad del pecado.
Es preciso, pues, establecer una clara distinción entre 'creer' y 'conocer'. 'Creer' es el
paso inicial, pero 'conocer' es un proceso que se produce por permanecer en la Palabra.
Pablo, en varios lugares de sus epístolas, ora por los hermanos para que conozcan más.
Ellos ya han creído, pero necesitan conocer más. Así en Col. 1:9-10 y también en
Filipenses 1:9-10. La palabra griega utilizada en estos dos pasajes es epignosis, que se
puede traducir mejor como "conocimiento pleno". No es un simple conocimiento, un
conocimiento mental, sino un conocimiento espiritual. Este es el conocimiento que hace
libre.

El profeta Oseas dice: "Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento" (4:6). Y
más adelante dice: "Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová" (6:3). Aquí el
conocimiento es el conocimiento de Dios. Si no se tiene este conocimiento no hay
progreso espiritual; peor aún, no hay nada. Lo mismo que en Juan, es el conocimiento
de la verdad (Cristo) lo que liberta.

Sea ayer, sea hoy, el conocimiento verdadero, el conocimiento por excelencia, es este
conocimiento de Dios, por medio de Su palabra. Si los hijos de Dios comprendieran esta
maravillosa verdad, valorarían mucho más la Palabra de Dios. Por sucesivos actos de
revelación de la Palabra, las cadenas de los pecados son rotas, y el alma es libertada.
Verdaderamente, si el Hijo de Dios nos liberta, somos verdaderamente libres.
Hasta el fin

En Hebreos hay tres versículos en que el escritor expresa el deseo de que las cosas
alcancen su consumación. En realidad, es Dios mismo quien desea que no nos quedemos
a mitad de camino, sino que obtengamos las cosas que él nos ha dado.

"...la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el
gloriarnos en la esperanza" (Heb. 3:6). La plena restauración y gloria de la iglesia (que es
la casa de Dios) será una realidad ante nuestros ojos si retenemos hasta el fin la
confianza y la esperanza. Las circunstancias pueden ser desalentadoras en el presente,
pero tenemos la promesa de Dios. Seamos paciente y no desmayemos hasta que
veamos el cumplimiento de esa promesa. Dios se presentará a sí mismo una iglesia
gloriosa, que no tenga mancha ni arruga, ni cosa semejante.

En nuestra propia realidad local, aunque sean muy pobres los comienzos, debemos
esperar el fin de las cosas, porque éstas serán gloriosas. "Porque somos hechos
participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del
principio" (Heb. 3:14). No sólo somos casa de Dios, sino también participantes de Cristo,
pues Cristo y su iglesia es una misma realidad. No puede la Cabeza ser diferente en
naturaleza y esencia, del cuerpo.

Este es nuestro llamamiento, ser participantes de Cristo; pero para que esta realidad
alcance la culminación, y podamos ver plenamente la gloria de Cristo en la iglesia,
debemos retener (otra vez "retener") firme la confianza del principio. Si retemos la
confianza, esa confianza se materializará en la justicia de Cristo que el mundo podrá ver.

"Pero deseamos que cada uno de vosotros muestre la misma solicitud hasta el fin, para
plena certeza de la esperanza" (Heb. 6:11). En el contexto de este versículo se habla del
servicio a Dios realizado en los santos, y agrega "a fin de que no os hagáis perezosos,
sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas". La
solicitud o diligencia hasta el fin es necesaria para que la esperanza sea totalmente
segura, a fin de recibir la herencia prometida.

¿Cuánto falta hasta que llegue el fin de lo que esperamos? ¿Cuánto falta hasta que la
esperanza ya no sea esperanza sino la realidad misma que esperábamos? Si esperamos
la concreción de una visión espiritual, o de una realidad espiritual largamente anhelada,
por la cual a veces hemos desesperado, somos bienaventurados. "Bienaventurados los
que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados" (Mat. 5:6).

Si hemos sufrido descalabros y derrotas por nuestra liviandad, si hemos avergonzado al


Señor por nuestra mundanalidad; si hemos esperado la promesa, esto es, la salvación de
Dios, sin duda la recibiremos, si retenemos hasta el fin la confianza del principio y el
gloriarnos en la esperanza.
Cuando la certeza de la esperanza sea plena, entonces vendrá el cumplimiento de la
promesa. Y entonces reiremos, y nadie quitará nuestro gozo.

Muchas cosas en nuestra vida han quedado a medio hacer. Cuando las miramos,
podemos comprobar el fracaso de nuestra voluntad. Sin embargo, ahora, en este
Camino, tenemos nuestra mirada en el Autor y consumador (perfeccionador) de nuestra
fe. Y "consumar la fe" significa que llegó hasta el fin, que ya obtuvo la promesa.

Urim y Tumim

"Y pondrás en el pectoral del juicio Urim y Tumim..." (Éxodo 28.30).

Cada detalle acerca del tabernáculo y aun de las vestiduras sacerdotales, nos revela a
Cristo. Nunca podemos separar algo de las Escrituras de la persona de Cristo; de lo
contrario estaríamos entre los falsos edificadores (Mat. 21:42). El Padre quería ver en el
tabernáculo a su Hijo. Quería mirar al sumo sacerdote con sus vestiduras y ver a Aquél
en quien estaba toda su delicia. Ellos eran figuras y sombras de las cosas celestiales
(Heb. 8:5).

Son muchos los detalles y revelaciones que el Señor nos da por las vestiduras
sacerdotales, pero esta vez queremos destacar el Urim y el Tumim, que eran dos piedras
puestas en el "pectoral del juicio", utilizadas para revelar la voluntad de Dios.

El pectoral del juicio era para equilibrar las cosas de Dios delante de los hombres
pecadores, para mostrar que Dios era bondadoso, misericordioso y lleno de gracia, pero
también justo. Que su bondad no estaba desligada de su severidad. Y en el pectoral del
juicio, sobre el corazón del sacerdote, el Urim y el Tumim, que significan Luces y
Perfección. Él entraba en el Lugar Santísimo para hacer expiación por el pueblo, pero en
su corazón anhelaba Justicia y Verdad, Revelación y Santidad.

Esto trae la figura de algo muy bendito para el pueblo de Dios hoy. Jesús, como sumo
sacerdote, entró por nosotros en el cielo mismo, pero antes fue sacrificado fuera de la
puerta, como el Cordero de Dios. Para que Él se volviese nuestra paz, antes tuvo que
haber juicio. Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados; su corazón
anhelaba justicia, verdad y santidad: "Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual
nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención" (1ª Cor.
1:30).

El Señor no cambia, y mucho menos su corazón. En su corazón están el Urim y el Tumim,


esto es, las luces, la revelación, la verdad y la perfección, la santidad para su pueblo (1ª
Tes. 4:7-8).

El pectoral del juicio nos hace siempre recordar que gozamos de su gracia y de su
misericordia, pero nunca podemos olvidarnos de su justicia: "Mira, pues, la bondad y la
severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad
para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás
cortado" (Rom. 11:22).

El Urim y el Tumim nos revelan que la voluntad de Dios es que este pueblo comprado
por su sangre y redimido aún sea purificado y santificado: "...para santificarla,
habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a
sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino
que fuese santa y sin mancha" (Ef. 5:26-27); una iglesia que necesita aprender a
discernir entre el puro y el impuro, el santo y el profano (Ez. 44:23).

Como sacerdotes reales, nosotros también debemos llevar el mismo Urim y Tumim en
nuestros corazones. No sólo como revelación para nosotros mismos, sino también como
necesidad para los pecadores y para el pueblo de Dios. Primero –como era con los
sumos sacerdotes– el sacrificio por sí mismo, y después por todo el pueblo (Heb. 5:1-3).

Había estado con él

Gracias a algunos antecedentes dados por algunos padres de la Iglesia, existe la idea
común de que, por detrás del Evangelio de Marcos, está la sombra de Pedro. Marcos no
fue testigo ocular de los hechos que narra, pero sí Pedro. Él estuvo muy cerca del
apóstol durante muchos años, y le habría oído contar una y otra vez los episodios que
escribe luego, por solicitud de los hermanos de Roma.

Si se acepta esta opinión común, el relato de Marcos es una expresión del relato que
Pedro acostumbraba hacer sobre la persona y los hechos del Señor. Al revisarlo
cuidadosamente desde esta perspectiva, salta a la vista un rasgo del Pedro anciano que
no estaba en el Pedro joven: su humildad. Hay varios episodios que Marcos omite, que
están en los otros evangelios, y que tienen un común denominador: todos ellos, de ser
contados, habrían traído honra a Pedro.

Cuando el Señor aparece a sus discípulos caminando sobre las aguas, Marcos no
menciona que Pedro haya caminado también. Pedro podía gloriarse de haber sido el
único que se atrevió a dar ese paso de fe, pero no lo hace. Quien lo cuenta es Mateo.
Caso similar es el de la confesión de Pedro en Cesárea de Filipo. El registro de Marcos es
muy lacónico. Ocupa sólo cuatro versículos (8:27-30), y no cuenta que el Señor le haya
prometido darle las llaves del reino de los cielos, lo que sí registra Mateo (16:19). Al
omitir este detalle, Pedro se exponía a que este hecho quedara en el olvido.

Tampoco cuenta Marcos acerca del hallazgo del estatero en la boca del pez, que sólo
Mateo registra.
Pedro podía haberse ufanado de que el Señor haya provisto el dinero para el pago de su
impuesto, pero no lo hace. Cuando llegó el día de preparar la Pascua, Marcos dice que el
Señor "envió a dos de sus discípulos" a hacerlo, pero no dice quiénes fueron. Lucas nos
informa que esos dos discípulos fueron Pedro y Juan.

El episodio del sepulcro en la mañana de resurrección, que Juan registra con tanto
detalle, Marcos ni lo menciona. Juan recordaba muy bien esa carrera ansiosa aquella
mañana, su ventaja sobre Pedro, pero luego, la decisión de Pedro de entrar en el
sepulcro primero que él. Juan lo recuerda, pese a los años que habían pasado, pero no
Pedro. Era un episodio honroso para Pedro, que él prefería olvidar.

Lo mismo ocurre con la reacción valiente de Pedro en Getsemaní, al intentar defender a


su Maestro. Aquella noche, Pedro expone su vida al sacar la espada, y atacar a Malco.
Los otros tres evangelistas lo relatan; dos de ellos mencionando a Pedro.
Aparentemente, la intención de Pedro no era sólo arrancarle la oreja a aquel hombre,
sino evitar que su Maestro fuese aprehendido. Conforme a la luz que él tenía,
consideraba legítimo recurrir a esas armas para defender a su Maestro, y lo hizo. Pero
Pedro prefería recordar, para su vergüenza, otros hechos, como el de la negación a su
Maestro, en vez de exhibir su arrojo.

La humildad consiste, principalmente en guardar silencio. Pedro había visto a su Señor, y


había aprendido de él. El Señor Jesús no sólo era humilde, sino que era la Humildad
personificada. Y Pedro había estado con él.

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