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CURSO: 2° B.T.I
AÑO: 2021
•OLIVER CENTURIÓN
•WALTER GONZÁLEZ
Índice
Biografía 6
Novela 7
Análisis del cuento 17
Anexo 20
Bibliografía 23
Web grafía 24
INTRODUCIÓN
Este gran escritor se inició con la novela Hombres, mujeres y fantoches (1967)
pero pasó a la historia por una obra cumbre llamada La babosa en 1952 donde se
inicia la narrativa contemporánea en nuestro país.
Desde 1935 hasta 1952 estuvo radicado en la ciudad argentina de Posadas donde
escribía y trabajaba en su profesión de abogado. En el 52 se trasladó a Buenos
Aires, donde vivió hasta el día de su fallecimiento.
–Sí, es cierto –le respondió Clara, sin mirarle–, pero en Buenos Aires está Juanita,
que me ha invitado varias veces para ir y que me ayudará a empezar.
–Respondeme. Hablá. ¿Por qué no me decís nada? Eres una miserable… Sabes
que no puedo casarme todavía, y en lugar de tener la paciencia de esperar, me
dejas.
Tomó una silla y se sentó. Hasta entonces había estado de pie. Rebullíase en su
asiento, no dejaba las manos quietas y su mirada se detenía, ya en Clara, ya en
un punto cualquiera de la habitación, yendo de un lugar a otro con extraña
presteza. Había momentos en que sentía deseos de tomar a Clara por el cuello y
apretárselo hasta arrancarle la confesión de que lo amaba, y en otros se sentía
tentado de salir corriendo de la pieza, sin despedirse. La excitación no le dejaba
pensar en nada. Se alzó de la silla como para marcharse; pero de pronto, se le
ocurrió que Clara lo amenazaba con su viaje para animarlo y apurarle a que se
casase con ella, pues la muerte reciente de su madre le dejaba sola y sin amparo.
Esta idea hizo que se borrase de inmediato del rostro de Alfonso todo gesto de
enojo. Volvió a sentarse, a la vez que echaba sobre Clara una intensa y
acariciadora mirada. Y, en silencio, adelantó despacio una mano para coger una
de las de ella. Durante largo rato apretujó, sin pronunciar una palabra, esa mano
que se le entregaba inerte. Clara recibía las caricias con indiferencia y semblante
de ausencia. Esta frialdad, que Alfonso interpretó tal vez como mansedumbre, le
llevó a intentar pasarle el brazo por la cintura; pero ella lo apartó de sí, con suave
firmeza. Ese ademán, rechazándole, hizo que Alfonso se levantase con violencia y
semblante demudado de la silla, que cayó al suelo. Clara se echó hacia atrás, con
instintivo movimiento de temor. Alfonso preguntó, agitando una mano:
–Desde que murió mamá –respondió Clara, y agregó con un suspiro–: Su muerte
me ha dejado desesperada y muy sola. Debes comprenderlo… Yo me iré por
algún tiempo. Nos escribiremos, y cuando puedas casarte, yo vendré o vos irás a
buscarme.
–¡Mentís!… Es una excusa tuya para romper del todo. ¿De dónde voy a sacar el
dinero para ir a buscarte? Creés que a mí me vas a engañar con cuatro palabras.
Querés huir de mí. Hace tiempo que andás en busca de una ocasión… Ya lo
había notado. Ahora, con la muerte de tu madre, se te ha presentado la tan
deseada oportunidad… Pero cuidate –exclamó, con tono amenazador.
Y tomando el sombrero con gesto brusco, sin volverse a mirarla, salió casi a la
carrera de la habitación, oyéndose a poco el golpe de la puerta de calle al ser
cerrada con fuerza.
No; él no se sometería a los caprichos de Clara. ¿Por qué había de pedirle nada?
¡Jamás! Siempre la había tenido bajo su dominio, y no iba ahora a flaquear y a
mostrarse débil. Esta idea, de que aún estaba a tiempo de hacerse obedecer por
Clara y sojuzgarla, impidiendo su viaje a Buenos Aires, calmó su nerviosidad y lo
tranquilizó un poco. En tanto, sin él notarlo, sus pasos lo habían ido llevando
nuevamente hasta la casa de Clara. Detúvose ante su portal, sorprendido e
indeciso entre continuar andando o llamar. Alzó la mano varias veces con este
propósito, y otras tantas la dejó caer. “Esta estúpida va a creer que no puedo vivir
sin ella; pero yo no la necesito. A mí me da igual vivir solo”. De pronto, se le cortó
el hilo del pensamiento, olvidóse de todo, tan ajeno a sí mismo, que era como si
no estuviese allí ni en ninguna otra parte. Cuando se rehízo, lo que le llevó cierto
tiempo, se preguntó intempestivamente si Clara lo amaba como para poder
exigirle que renunciase a su viaje. Alfonso no osaba confesarse a sí mismo que
Clara ya no lo amaba, porque eso hubiese sido un golpe espantoso y contra el
cual, por instinto, sentíase sin defensa. Sobresaltóse al oír que se abría la puerta
de calle de la casa de Clara. Apareció una mujer de la vecindad, a quien conocía
por haberla encontrado otras veces allí.
–Entre, Alfonso –le invitó obsequiosa la mujer aquella, haciéndose a un lado para
darle paso.
–¡Ah!… Sí…
Y tras decir esto, guardó silencio, con mirada pensativa. La mujer no apartaba de
él sus ojos de susto. Veía algo de extraño, y que la llenaba de un vago temor, en
ese rostro absorto, macerado por una preocupación dolorosa, que saltaba a la
vista.
–Todo lo bien que se puede estar después de lo que acaba de pasar – respondió
la mujer cariacontecida; y añadió–: Pero usted la vio hace unas horas.
Y al mismo tiempo que franqueaba la puerta murmuró algo entre dientes, que la
mujer no entendió. Esta se quedó en la puerta.
–Tú sabes que por el momento no podemos casarnos. Es inútil, pues, que me
quede. Cuando llegue el día de casarnos, volveré…
Y salió de la cocina sin dirigirle una mirada. Pasó junto a la vecina, que aún estaba
en la puerta, sin saludarla, y siguió calle arriba. Su desesperación lo impulsaba a
andar, como si buscase que el cansancio físico lo rindiese. Era cerca de la una de
la tarde. A las tres, aún continuaba caminando. Se recorrió media ciudad; pero el
cansancio no venía, como si no se hubiera movido del sitio. No hacía sino pensar
en el viaje de Clara y en ésta con tal rabia y aborrecimiento que lo trastornaban.
Había momentos en que su odio desaparecía para ser reemplazado por un
sentimiento de ternura hacia Clara. De toda su conversación reciente recordaba
una sola frase, que unas veces se la repetía con enternecimiento, y otras lleno de
furor: “Me quedaré, Alfonso”. Al final, tras tanto vagar, terminó por dirigirse, con el
espíritu deshecho, a la casa de huéspedes en que habitaba. Entró en su pieza y,
sin quitarse el sombrero, se desplomó en una mecedora. En la habitación reinaba
la oscuridad. Sin hacer el más ligero movimiento, como si se hubiera petrificado en
el sillón, dejó que su ánimo fuese arrastrado por la riada impetuosa y desordenada
de su pensar… Se le apareció una calle resplandeciente de luces, y la corriente
lenta y perezosa de la multitud, represada entre ambas márgenes de los edificios.
Asunción se engalanaba con el brillo de las luces y el gayo colorido de las
banderas, festejando un aniversario patrio. Pasaron a su lado tres muchachas.
¡Qué sorpresa y qué sensación viva y dulce al par! Era la primera vez que veía a
Clara y que su corazón estremecíase en forma tan extraña al paso de una
desconocida; llenóse de un sentimiento de gozo nunca sentido hasta entonces…
(Alfonso abrió los ojos, que se encontraron con la oscuridad, pegados a las
tinieblas, como si tuviese la frente apoyada en un muro negro). “Negro como un
pozo sin fondo”, pensó… Contaba siete años más o menos, y se pasaba las horas
con la cabeza asomada a un viejo pozo, dando voces con la boca metida en el
brocal… (Con movimiento involuntario se frotó la boca con la mano, como para
limpiársela, cual si lo oscuro se la hubiera tiznado). Su imaginación infantil
vislumbraba en el fondo de aquel pozo húmedo y casi sin agua, monstruos
temibles y fabulosos, grutas y cuevas, que refulgían, como si fueran de vidrio, y,
aunque no alcanzaba a verla, le parecía que el agua aquella dormía un sueño
pesado, cubierta de una espesa capa de musgo… Clara cuando ríe muestra la
blancura de sus dientes. (Es le pasó por la frente. Volvía a sentir las punzadas en
la nuca). “Dos, tres, cuatro… Dos, tres, cuatro…”, repetía entre dientes, a cada
punzada.
Al fin apareció Clara. Alfonso quiso entrar; pero ella se lo impidió saliendo al
umbral y dejando la puerta entornada.
–Pero, Clara, ¿es que no tenés ya confianza en mí? Aquí no podemos hablar a
gusto… Además, creo que aún somos novios.
“La calle sola…, sin un alma”, se le cruzó por la mente a Alfonso. Mañana ya no
encontraría a Clara; vendría como hoy, como todas las tardes, y después de
llamar en vano a la puerta, durante largo rato al volverse, se encontraría con las
miradas y las sonrisas burlonas de todo el vecindario. Se imaginaba ver ya en la
acera de enfrente las caras arrugadas por la risa. A lo mejor, en ese momento
atisbaban tras las persianas. Pero no se veía a nadie. Ambos estaban solos…
Mañana también estaría él allí, pero sin Clara, ¡sin nadie!… En la calle desierta…
Se iba Clara y era como si con ella se fuesen todos los habitantes de la ciudad. La
soledad ya no la abandonaría nunca. Se quedaría solo con su corazón, oyendo sin
cesar sus palpitaciones como cuando andaba solo y no se distraía con nada…
Todo el cuerpo de Alfonso fue recorrido por fuertes temblores, cual si tuviese
calentura. Le ardían los párpados y un ligero sudor mojaba su frente. Su cabeza
pesada y adolorida lo arrastraba hacia el fondo de ese zaguán en tinieblas, largo,
sin fin, como el pozo aquel de su niñez, de aguas verdes, dormidas en lo hondo.
La calle ya estaba llena de las sombras del anochecer. Alfonso quiso liberarse de
sus fantasmas y le dijo a Clara, con voz apenas perceptible, como si hablase
contra su voluntad.
Y antes de que Clara le respondiese, Alfonso alargó el cuello, echando una mirada
dentro de ese pozo sombrío, sin alcanzar a entrever su fondo. Sentía como si
alguien le arrastrase a lo hondo, como si su cabeza fuese una bola de plomo que
tirase hacia abajo. Tendió los brazos, agarrándose de Clara, no sabía si para
salvarse o para llevarla tras de sí en su caída. Y juntos, porque Alfonso no se
desprendía de ella, comenzaron a rodar por el espacio tenebroso. No tocaban
nunca el fondo. La profundidad de aquel pozo parecía infinita. Alfonso sentía el
zumbido del aire en los oídos… Le pareció que Clara, con cortos intervalos,
lanzaba dos gritos agudos, y que acudía gente; pero ese pensamiento le duró lo
que un relámpago, pues enseguida se dio cuenta que eso no podía suceder,
porque estaban rodando dentro del pozo, y porque tenía a Clara fuertemente
apretada por el cuello. Entreveía, como en sueños, que ésta agitaba
desesperadamente los brazos, deshaciendo las sombras, como si fuesen
crespones inmateriales… Oyó luego el ruido sordo que hacían sus cuerpos al
tocar el fondo del pozo. Y acto seguido, Alfonso sintió un fuerte dolor en un brazo.
Los vecinos y la policía tuvieron que arrancar a Alfonso a la fuerza y a tirones del
cuerpo sin vida de Clara, mientras una voz exclamaba:
–La ha estrangulado…
Y otra:
–Era el novio.
Alfonso se limitó a comentar con voz desesperada, echando una mirada al cuerpo
de Clara.
–Se ha caído dentro del pozo… Yo tengo la culpa por haberla empujado… La
pobre Clara se ha caído dentro del pozo.
Análisis del Cuento
Lenguaje: Literario, escrito en una forma quebrada de los hechos, para que el
lector piense y saque sus propias conclusiones de los hechos
Argumento
Alfonso Caballero y Clara Figueredo llevan cinco años de noviazgo, pero alguna
dificultad de parte del muchacho les impide casarse todavía. Al fallecer la madre
dela joven, esta queda sola y resuelve viajar a Buenos Aires para trabajar. Cuando
Alfonso se entera, la acusa de hallar la oportunidad de abandonarlo, rompiendo el
compromiso. En vano, Clara intenta convencerlo de que pueden reunirse cuando
se superen los obstáculos. El novio pierde la calma y el equilibrio mental. Por
algún motivo desconocido, la inminencia del viaje de su novia le llena de temor y le
hace sentir en peligro de caer y quedar atrapado en un pozo oscuro, terrorífico y
sin posibilidades de salvación. Termina estrangulando a la chica, de cuyo cuello
cree sostenerse en su caída hacia el fondo del agujero que lo persigue.
*Clara una mujer muy buena, fuerte, que nunca pierde la calma con los trastornos
de su novio.
Describe el ambiente del Cuento: El ambiente dónde ocurrían los hechos eran
por las calles de la ciudad y en la casa de Clara.
Valores y Antivalores:
Valores:
Antivalores:
*Egoísmo: De Alfonso por pensar solo en él y atentar por ello contra Clara.
Debemos aprender a aceptar las decisiones del otro, ser empáticos con las
demás, valorar a las personas que en verdad amamos y que no por causa de
nuestro egoísmo e inseguridades terminemos perdiéndolas.
Me parece una gran obra escrita por parte de Gabriel Casaccia, asocia con
hechos reales y actuales que pasan en la sociedad, a pesar que la obra fuese
escrita hace años, dichos hechos llegan hasta hoy en día, donde en una relación
un miembro pierda la cordura y cometes hechos horribles, por el simple hecho de
sentimiento de soledad o perdida y celos.
CONCLUCIÓN
WEBGRAFÍA
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Gabriel_Casaccia
https://www.lanacion.com.py/suplementos/
ideaspalabras/2017/11/27/gabriel-casaccia-el-
fundador-de-la-narrativa-paraguaya-
contemporanea/
https://www.buscabiografias.com/biografia/
verDetalle/961/Gabriel%20Casaccia