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MINISTERIO DE EDUCACIÓN Y CIENCIAS

Colegio Nacional Nanawa

Trabajo Práctico de Literatura

TEMA: GABRIEL CASACCIA BIOGRAFÍA Y OBRAS

PROFESORA: MARÍA RETAMOZO

CURSO: 2° B.T.I

AÑO: 2021

Fernando de la Mora, Paraguay


2021
INTEGRANTES

•OLIVER CENTURIÓN

•WALTER GONZÁLEZ
Índice

Biografía 6
Novela 7
Análisis del cuento 17
Anexo 20
Bibliografía 23
Web grafía 24
INTRODUCIÓN

Gabriel Casaccia es considerado padre de la narrativa paraguaya, nos


adentramos en la vida y obra del escritor nacional reconocido como el fundador de
la literatura contemporánea del Paraguay.

Este gran escritor se inició con la novela Hombres, mujeres y fantoches (1967)
pero pasó a la historia por una obra cumbre llamada La babosa en 1952 donde se
inicia la narrativa contemporánea en nuestro país.

El presente trabajo tiene como objetivo el saber de la vida de Gabriel Casaccia,


saber cuales fueron sus obras y realizar un análisis profundo de una de sus obras,
un cuento llamado “El pozo”.
GABRIEL CASACCIA
BIOGRAFÍA

GABRIEL CASACCIA: Cuentista, novelista, dramaturgo y periodista. Hijo de


Benigno Casaccia y Margarita Bibolini, ambos italianos, Benigno Gabriel Casaccia
Bibolini (tal su nombre completo) nació en Asunción el 20 de abril de 1907.

Se recibió de abogado en la Universidad Nacional de Asunción y trabajó por algún


tiempo en el periodismo, escribiendo para El Liberal y El Diario. En 1926, cuando
apenas contaba con 18 años de edad, publicó su primer cuento, EL HONOR DE
UNCASTELLANO, en la revista asuncena Mundo Paraguayo.En 1933, como
Auditor de Guerra, estuvo en el Chaco durante seis meses, experiencia
que le sirvió para escribir el cuento A RATOS PERDIDOS, única vez que trató el
tema de la guerra.

Desde 1935 hasta 1952 estuvo radicado en la ciudad argentina de Posadas donde
escribía y trabajaba en su profesión de abogado. En el 52 se trasladó a Buenos
Aires, donde vivió hasta el día de su fallecimiento.

En 1952, en la urbe porteña, Casaccia lanzó su obra mayor, LA


BABOSA, considerada el primer gran cimiento que sostiene hasta hoy la narrativa
paraguaya estéticamente válida. El total de su producción literaria consta de diez
títulos que incluyen siete novelas, dos colecciones de cuentos -EL GUAHÚ (1938)
y EL POZO (1947)- y una obra de teatro en un lapso de cincuenta años: en 1930
apareció HOMBRES, MUJERES YFANTOCHES, su primera novela; luego MARIO
PAREDA (1940), su segunda novela, y en 1980, pocos días antes de su muerte,
terminó el manuscrito de LOS HUERTAS (novela publicada póstumamente en
1981), su último libro

Obtuvo varias Obras


Novelas
Hombres, mujeres y fantoches (1930)
Mario Pareda (1939)
La babosa (1952)
La llaga (1963)
Los exiliados (1966)
Los herederos (1975)
Los Huertas (1981)
Cuentos
El guajhú (1938)
El pozo (1947)
Teatro ;El bandolero (1932)
Cuento de Gabriel Casaccia: El Pozo

La imprevista salida de su novia cogió a Alfonso Caballero de sorpresa, dejándole


atónico por unos instantes. Sería difícil describir el estupor y la emoción que se
adueñaron de su ánimo cuando su novia, Clara Figueredo, le declaró con voz
entera: «Voy a irme a Buenos Aires para trabajar de modista. Lo tengo ya
resuelto». Allí estaba Clara, toda llorosa, vestida de humilde traje negro,
retorciendo entre sus manos un pañolito humedecido por las lágrimas, sentada en
el mezquino comedor de la casa, donde tres días antes había velado el cadáver
de su madre. Sola al cabo de varios minutos de embarazoso silencio, durante los
cuales Alfonso iba colmándose de irritación, se le ocurrió a éste contestarle una
simpleza, porque la cólera no le permitía pensar con serenidad:

–Pero aquí también podes trabajar de modista.

–Sí, es cierto –le respondió Clara, sin mirarle–, pero en Buenos Aires está Juanita,
que me ha invitado varias veces para ir y que me ayudará a empezar.

Alfonso hizo con la mano un ademán brusco, de desagrado:

–Esa no es una contestación. Lo que querés es abandonarme, romper nuestro


noviazgo, y estás buscando un pretexto.

Dejó de hablar de golpe. La cólera le sofocaba. Clara no le respondió nada. Este


silencio exasperó más a Alfonso. Tenía que cerrar los puños para contener las
ganas que tenía de abofetearla. Barboteó:

–Respondeme. Hablá. ¿Por qué no me decís nada? Eres una miserable… Sabes
que no puedo casarme todavía, y en lugar de tener la paciencia de esperar, me
dejas.

Tomó una silla y se sentó. Hasta entonces había estado de pie. Rebullíase en su
asiento, no dejaba las manos quietas y su mirada se detenía, ya en Clara, ya en
un punto cualquiera de la habitación, yendo de un lugar a otro con extraña
presteza. Había momentos en que sentía deseos de tomar a Clara por el cuello y
apretárselo hasta arrancarle la confesión de que lo amaba, y en otros se sentía
tentado de salir corriendo de la pieza, sin despedirse. La excitación no le dejaba
pensar en nada. Se alzó de la silla como para marcharse; pero de pronto, se le
ocurrió que Clara lo amenazaba con su viaje para animarlo y apurarle a que se
casase con ella, pues la muerte reciente de su madre le dejaba sola y sin amparo.
Esta idea hizo que se borrase de inmediato del rostro de Alfonso todo gesto de
enojo. Volvió a sentarse, a la vez que echaba sobre Clara una intensa y
acariciadora mirada. Y, en silencio, adelantó despacio una mano para coger una
de las de ella. Durante largo rato apretujó, sin pronunciar una palabra, esa mano
que se le entregaba inerte. Clara recibía las caricias con indiferencia y semblante
de ausencia. Esta frialdad, que Alfonso interpretó tal vez como mansedumbre, le
llevó a intentar pasarle el brazo por la cintura; pero ella lo apartó de sí, con suave
firmeza. Ese ademán, rechazándole, hizo que Alfonso se levantase con violencia y
semblante demudado de la silla, que cayó al suelo. Clara se echó hacia atrás, con
instintivo movimiento de temor. Alfonso preguntó, agitando una mano:

–¿Cuándo se te ha metido esa ocurrencia en la cabeza?

–Desde que murió mamá –respondió Clara, y agregó con un suspiro–: Su muerte
me ha dejado desesperada y muy sola. Debes comprenderlo… Yo me iré por
algún tiempo. Nos escribiremos, y cuando puedas casarte, yo vendré o vos irás a
buscarme.

–¡Mentís!… Es una excusa tuya para romper del todo. ¿De dónde voy a sacar el
dinero para ir a buscarte? Creés que a mí me vas a engañar con cuatro palabras.
Querés huir de mí. Hace tiempo que andás en busca de una ocasión… Ya lo
había notado. Ahora, con la muerte de tu madre, se te ha presentado la tan
deseada oportunidad… Pero cuidate –exclamó, con tono amenazador.

Y tomando el sombrero con gesto brusco, sin volverse a mirarla, salió casi a la
carrera de la habitación, oyéndose a poco el golpe de la puerta de calle al ser
cerrada con fuerza.

Alfonso comenzó a errar por las calles de la ciudad, envueltas en la luminosidad


transparente y tibia de un sol de mediodía. Era en el mes de junio, un día
templado. Sus pasos parecían más nítidos y fuertes al resonar en las losas
blancas y resquebrajadas de las aceras, sin viandantes. Sentíase dominado por
una tristeza infinita, como si hubiese perdido para siempre la facultad de alegrarse
y gozar de las cosas. “Me ha engañado…, me ha engañado”, repetíase, mientras
ambulaba, sin rumbo, al azar. Caminaba; sufría. Su mente estaba llena de Clara y
de él, como si sólo ellos existiesen en aquel momento sobre la Tierra. Sentía
agudas punzadas en la nuca, tras las cuales le daba como vahídos. Varias veces
vióse obligado a pararse en mitad de la calle para recobrarse y no perder el
equilibrio. Poco a poco notó que esas punzadas le servían para distraerle de su
otro dolor. Mientras no le aquejaba punzada alguna se ponía a pensar en ella y a
esperarla; luego, una vez que venía y pasaba, vuelta a empezar. Aquel
pasatiempo duró como una hora, y tan en serio lo había tomado Alfonso, que
cuando las punzadas desaparecieron, sus angustias y torturas aumentaron.
Dolíale terriblemente la soledad en que le dejaría Clara con su viaje. ¿Cómo llenar
sus horas y sus ocios y sus días? Cinco años de noviazgo, cinco años colmados
de Clara, y, de repente, su vida quedaba vacía, sin nada adentro, sin nada a su
alrededor. Pensó: “Iré a rogarle de rodillas que desista de su proyecto. Me
humillaré; me escuchará; tiene que escucharme. Le diré que si no me escucha me
mataré”. Tornó a detenerse de repente en mitad de la acera, como ya lo había
hecho otras veces, con ese movimiento característico de quien de pronto es
golpeado por un pensamiento súbito. Enseguida siguió andando, pero con otra
idea en la cabeza. “Puedo matarme”, se dijo. No era la primera vez que, como un
reptil, se le deslizaba esa ida del suicidio y se le enroscaba al pensamiento.
Algunas veces había solido pensar que de un tiro podría quebrar su existencia,
con la misma facilidad con que se corta un hilo. Pero, en realidad, en una sola
ocasión había pensado seriamente en matarse. Fue al comienzo de su noviazgo
con Clara, en que ésta le hizo un desaire, y estuvieron varias semanas sin
hablarse.

No; él no se sometería a los caprichos de Clara. ¿Por qué había de pedirle nada?
¡Jamás! Siempre la había tenido bajo su dominio, y no iba ahora a flaquear y a
mostrarse débil. Esta idea, de que aún estaba a tiempo de hacerse obedecer por
Clara y sojuzgarla, impidiendo su viaje a Buenos Aires, calmó su nerviosidad y lo
tranquilizó un poco. En tanto, sin él notarlo, sus pasos lo habían ido llevando
nuevamente hasta la casa de Clara. Detúvose ante su portal, sorprendido e
indeciso entre continuar andando o llamar. Alzó la mano varias veces con este
propósito, y otras tantas la dejó caer. “Esta estúpida va a creer que no puedo vivir
sin ella; pero yo no la necesito. A mí me da igual vivir solo”. De pronto, se le cortó
el hilo del pensamiento, olvidóse de todo, tan ajeno a sí mismo, que era como si
no estuviese allí ni en ninguna otra parte. Cuando se rehízo, lo que le llevó cierto
tiempo, se preguntó intempestivamente si Clara lo amaba como para poder
exigirle que renunciase a su viaje. Alfonso no osaba confesarse a sí mismo que
Clara ya no lo amaba, porque eso hubiese sido un golpe espantoso y contra el
cual, por instinto, sentíase sin defensa. Sobresaltóse al oír que se abría la puerta
de calle de la casa de Clara. Apareció una mujer de la vecindad, a quien conocía
por haberla encontrado otras veces allí.

–Entre, Alfonso –le invitó obsequiosa la mujer aquella, haciéndose a un lado para
darle paso.

–¿Yo? ¿Por qué?.. Si yo no he llamado –contestó Alfonso con gesto titubeante.

–Pero si usted ha llamado.

–¡Ah!… Sí…

Y tras decir esto, guardó silencio, con mirada pensativa. La mujer no apartaba de
él sus ojos de susto. Veía algo de extraño, y que la llenaba de un vago temor, en
ese rostro absorto, macerado por una preocupación dolorosa, que saltaba a la
vista.

–¿Cómo está Clara? –preguntó de repente.

–Todo lo bien que se puede estar después de lo que acaba de pasar – respondió
la mujer cariacontecida; y añadió–: Pero usted la vio hace unas horas.

–¡Ah!, sí –contestó Alfonso, como si recién lo recordase. Y después de un rato,


dijo–: Entraré a verla. Necesito verla.

Y al mismo tiempo que franqueaba la puerta murmuró algo entre dientes, que la
mujer no entendió. Esta se quedó en la puerta.

Alfonso halló a Clara en la cocina, cuyos muros despintados y ahumados le daban


un aspecto de pobreza y suciedad. La mirada siempre atónita de su novio, como si
tuviese frente a sí alguna sorprendente u horrible visión, infundió gran temor en
Clara, que no atinó a hacerle esta pregunta, que descubría la impresión que su
extraño aspecto le producía:
–¿Qué te sucede?

–Todavía tenés el descaro de preguntármelo –replicó Alfonso, con una sonrisa


forzada y burlona al mismo tiempo.

–Alfonso, calmate y dejá que te explique.

–Te escucho. Hablá. No estoy nervioso.

–Tú sabes que por el momento no podemos casarnos. Es inútil, pues, que me
quede. Cuando llegue el día de casarnos, volveré…

–¡Volverás! –la interrumpió–. No sé cómo me contengo y no te estrangulo. –Sentía


que se le iban las manos hacia el cuello de Clara.

Temerosa, ésta murmuró con un hilo de voz:

–Me quedaré, Alfonso.

Él la estuvo mirando un rato, y luego le dijo, mordiendo las palabras:

–Te odio…, te desprecio.

Y salió de la cocina sin dirigirle una mirada. Pasó junto a la vecina, que aún estaba
en la puerta, sin saludarla, y siguió calle arriba. Su desesperación lo impulsaba a
andar, como si buscase que el cansancio físico lo rindiese. Era cerca de la una de
la tarde. A las tres, aún continuaba caminando. Se recorrió media ciudad; pero el
cansancio no venía, como si no se hubiera movido del sitio. No hacía sino pensar
en el viaje de Clara y en ésta con tal rabia y aborrecimiento que lo trastornaban.
Había momentos en que su odio desaparecía para ser reemplazado por un
sentimiento de ternura hacia Clara. De toda su conversación reciente recordaba
una sola frase, que unas veces se la repetía con enternecimiento, y otras lleno de
furor: “Me quedaré, Alfonso”. Al final, tras tanto vagar, terminó por dirigirse, con el
espíritu deshecho, a la casa de huéspedes en que habitaba. Entró en su pieza y,
sin quitarse el sombrero, se desplomó en una mecedora. En la habitación reinaba
la oscuridad. Sin hacer el más ligero movimiento, como si se hubiera petrificado en
el sillón, dejó que su ánimo fuese arrastrado por la riada impetuosa y desordenada
de su pensar… Se le apareció una calle resplandeciente de luces, y la corriente
lenta y perezosa de la multitud, represada entre ambas márgenes de los edificios.
Asunción se engalanaba con el brillo de las luces y el gayo colorido de las
banderas, festejando un aniversario patrio. Pasaron a su lado tres muchachas.
¡Qué sorpresa y qué sensación viva y dulce al par! Era la primera vez que veía a
Clara y que su corazón estremecíase en forma tan extraña al paso de una
desconocida; llenóse de un sentimiento de gozo nunca sentido hasta entonces…
(Alfonso abrió los ojos, que se encontraron con la oscuridad, pegados a las
tinieblas, como si tuviese la frente apoyada en un muro negro). “Negro como un
pozo sin fondo”, pensó… Contaba siete años más o menos, y se pasaba las horas
con la cabeza asomada a un viejo pozo, dando voces con la boca metida en el
brocal… (Con movimiento involuntario se frotó la boca con la mano, como para
limpiársela, cual si lo oscuro se la hubiera tiznado). Su imaginación infantil
vislumbraba en el fondo de aquel pozo húmedo y casi sin agua, monstruos
temibles y fabulosos, grutas y cuevas, que refulgían, como si fueran de vidrio, y,
aunque no alcanzaba a verla, le parecía que el agua aquella dormía un sueño
pesado, cubierta de una espesa capa de musgo… Clara cuando ríe muestra la
blancura de sus dientes. (Es le pasó por la frente. Volvía a sentir las punzadas en
la nuca). “Dos, tres, cuatro… Dos, tres, cuatro…”, repetía entre dientes, a cada
punzada.

(Sus labios se movían imperceptiblemente. Seguía la cuenta con ligeras pataditas


en el suelo). De pronto, ya no se halló solo junto al brocal. Estaba también Clara,
muy pegada a él. Ambos hundían sus miradas en aquellas negruras, en aquel
agujero que semejaba la entrada del infierno. Ella era la Clara actual; pero él
seguía siendo niño. Le ordenó con imperio que echase, como se arroja una piedra,
un grito en lo hondo; ella se negaba, no quería doblegarse; entonces, la tomó en
brazos, preparándose a hacer un gran esfuerzo, pero quedó sorprendido al notar
que Clara no pesaba nada. La alzó y la dejó caer en lo hondo. (Levantó un poco
ambos brazos y las volvió a apoyar con cansancio en el sillón, como si el esfuerzo
de levantar a Clara lo hubiese dejado exhausto). Y la negra boca del pozo se la
tragó. En el recorrido que iba haciendo el cuerpo al caer, abría como un camino de
luz, que se cerraba enseguida tras él. Semejaba una luz que caía; no llegaba
nunca al fondo. Caía… Seguía cayendo…

Alfonso poco a poco salió a la superficie desde el fondo de aquella alucinación;


comenzó a tener conciencia de sí mismo. Paróse a pensar en su cuerpo arropado
en tinieblas, en sus manos apretando los brazos del sillón, en el silencio pesado
que le rodeaba, tan semejante al que se escapaba de lo hondo de aquel pozo de
su infancia, repleto hasta los bordes de negrura; pero más aún de silencio, de un
silencio letal y espantoso. Prestó atención, y le pareció que en la oscuridad el
silencio se ahondaba, se hacía infinito. El pozo, cuya imagen no podía alejar de sí,
volvió a aparecérsele; pero esta vez él estaba en el fondo, y veía sobre su cabeza,
allá arriba, y muy lejos, la boca convertida en un circulillo de luz… Mas de golpe,
inesperadamente, recordó punto por punto la conversación que había tenido horas
antes con Clara. Y luego, casi en voz alta, pronunció estas palabras: “Me quedaré,
Alfonso”… “Ella es todo para mí”, murmuró abriendo los ojos. Respiraba con
embarazo, cual si el silencio y la oscuridad le oprimiesen el pecho. Le faltaba aire;
se sentía como si estuviera sepultado vivo. “Me siento como si me hallase en el
fondo del pozo”, se dijo con voz ahogada… Sin Clara, ¿qué hacer de su vida,
hacia dónde encaminarla? Una vez ausente ella, ¿en qué emplearía el tiempo
cuando estuviese fuera de la oficina en que trabajaba? El solo pensar en eso le
llenaba de angustia. Veíase abandonado, sin el cobijo de una compañía, y
embargábale una tristeza infinita. Destino sin objetivo; vida vacía. Faltándole Clara
él dejaría de ser él. “Me quedaré solo”, dijo en voz alta al tiempo que se alzaba del
sillón. Se ahogaba; no podía respirar. Suspiró con desfallecimiento. La idea de
quedarse a solas con su corazón vacío, lo llenó de espanto, de terror de sí mismo,
de horror a la oscuridad, a todo. Maquinalmente encendió la luz mientras se decía:
“Le escribiré; le haré comprender el mal que me hace; lo que estoy sufriendo”. Y
levantó la mano para encender de nuevo la luz sin darse cuenta que ya estaba
encendida. Se puso a buscar recado de escribir en una mesa revuelta de papeles
y revistas; pero de repente, se le cruzó por la imaginación la sospecha que bien
pudiera Clara aprovechar su ausencia para huir; tal vez en aquel preciso momento
ya se disponía a escapar; debía ir a la disparada, sin perder un segundo, antes
que fuese demasiado tarde. Salió a la carrera en dirección de la casa de Clara. En
poco tiempo llegó a ella. Allí dudó, titubeó, sintió la tentación de llamar y el deseo
de volverse. Le azoraba el no saber qué le diría a Clara cuando estuviese delante
de ella. No recordaba ya el verdadero motivo de su súbita carrera. Adelantó la
mano, y, con la palma abierta, golpeó, con fuerza, en la huerta cerrada. Aguardó
un buen espacio de tiempo. Nadie acudió a abrirle. Impaciente, púsose a
descargar una lluvia de puñetazos y patadas contra la puerta.

–Recién estaba abierta –le avisó un vecino, desde la acera de enfrente.

Atraídos por el ruido y la conversación, otros vecinos se asomaron a huertas y


ventanas, y Alfonso oyó a su espalda otra voz, que le decía:
–Clara está. Golpee nomás.

Al fin apareció Clara. Alfonso quiso entrar; pero ella se lo impidió saliendo al
umbral y dejando la puerta entornada.

–Pero, Clara, ¿es que no tenés ya confianza en mí? Aquí no podemos hablar a
gusto… Además, creo que aún somos novios.

Y la mirada de Alfonso, penetrando por la puerta entreabierta, se hundió con


extraña fijeza, en el fondo oscuro del zaguán, que se alargaba, se hacía
hondísimo, hasta convertirse en un pozo, cuyo final no se veía, envuelto en
tinieblas. ¡El pozo de su alucinación, donde había precipitado a Clara momentos
antes, como si fuese una piedra! Se estremeció. Cerró los ojos. Parecía que el
pozo iba a tragarlo, a devorarlo. Abrió los ojos; Clara estaba allí; la puerta seguía
entornada. Aquella ilusión había durado un segundo; pero Alfonso quedó
entorpecido y jadeante, cual, si hubiera huido de un grave peligro, y tardó un rato
en recobrarse del todo.

–Volvé mañana temprano; te esperaré. Hablaremos con más tiempo. Ahora ya es


muy tarde… –oyó que le decía Clara–. Ya te he dicho que me quedaré…

Alfonso no la escuchaba apenas. El dolor punzante en la nuca volvía a


atormentarle. Las ideas más descabelladas y desconcertantes relampagueaban
por un instante en su mente. Por momentos, sentía vahídos. Su atención fue
atraída por el picaporte de la puerta, y en él detuvo largo rato su mirada,
encontrando muy raro que recién notase que estaba roto. Reparó también en que
Clara tenía zapatos sin medias. En medio de su trastorno y desesperación,
Alfonso se fijaba con una lucidez extraordinaria, en los hechos y detalles más
fútiles. “Me teme; está muerta de miedo; quiere alejarme; lo único que hay en ella
es temor”, pensó, dejando caer sobre Clara una mirada llena de ansiedad. Alargó
la mano y asió una de las de ella. La sintió fría, exánime… “¡Qué helada está! –se
dijo entre sí–. El miedo le enfría las manos”.

Clara gimió con temor:

–Hacéme caso, Alfonso. Vete… Mañana hablaremos. Estoy sola.


–¿Sola! –repitió Alfonso con gesto de enojado. Su propia voz le sonó en los oídos,
como si no fuese suya. A la misma Clara, a pesar del susto que tenía no se le
pasó por alto el timbre de aquella voz.

“La calle sola…, sin un alma”, se le cruzó por la mente a Alfonso. Mañana ya no
encontraría a Clara; vendría como hoy, como todas las tardes, y después de
llamar en vano a la puerta, durante largo rato al volverse, se encontraría con las
miradas y las sonrisas burlonas de todo el vecindario. Se imaginaba ver ya en la
acera de enfrente las caras arrugadas por la risa. A lo mejor, en ese momento
atisbaban tras las persianas. Pero no se veía a nadie. Ambos estaban solos…
Mañana también estaría él allí, pero sin Clara, ¡sin nadie!… En la calle desierta…
Se iba Clara y era como si con ella se fuesen todos los habitantes de la ciudad. La
soledad ya no la abandonaría nunca. Se quedaría solo con su corazón, oyendo sin
cesar sus palpitaciones como cuando andaba solo y no se distraía con nada…
Todo el cuerpo de Alfonso fue recorrido por fuertes temblores, cual si tuviese
calentura. Le ardían los párpados y un ligero sudor mojaba su frente. Su cabeza
pesada y adolorida lo arrastraba hacia el fondo de ese zaguán en tinieblas, largo,
sin fin, como el pozo aquel de su niñez, de aguas verdes, dormidas en lo hondo.
La calle ya estaba llena de las sombras del anochecer. Alfonso quiso liberarse de
sus fantasmas y le dijo a Clara, con voz apenas perceptible, como si hablase
contra su voluntad.

–¿Por qué no encendés la luz del zaguán?

Y antes de que Clara le respondiese, Alfonso alargó el cuello, echando una mirada
dentro de ese pozo sombrío, sin alcanzar a entrever su fondo. Sentía como si
alguien le arrastrase a lo hondo, como si su cabeza fuese una bola de plomo que
tirase hacia abajo. Tendió los brazos, agarrándose de Clara, no sabía si para
salvarse o para llevarla tras de sí en su caída. Y juntos, porque Alfonso no se
desprendía de ella, comenzaron a rodar por el espacio tenebroso. No tocaban
nunca el fondo. La profundidad de aquel pozo parecía infinita. Alfonso sentía el
zumbido del aire en los oídos… Le pareció que Clara, con cortos intervalos,
lanzaba dos gritos agudos, y que acudía gente; pero ese pensamiento le duró lo
que un relámpago, pues enseguida se dio cuenta que eso no podía suceder,
porque estaban rodando dentro del pozo, y porque tenía a Clara fuertemente
apretada por el cuello. Entreveía, como en sueños, que ésta agitaba
desesperadamente los brazos, deshaciendo las sombras, como si fuesen
crespones inmateriales… Oyó luego el ruido sordo que hacían sus cuerpos al
tocar el fondo del pozo. Y acto seguido, Alfonso sintió un fuerte dolor en un brazo.

Los vecinos y la policía tuvieron que arrancar a Alfonso a la fuerza y a tirones del
cuerpo sin vida de Clara, mientras una voz exclamaba:

–La ha estrangulado…

Y otra:

–Era el novio.

Alfonso se limitó a comentar con voz desesperada, echando una mirada al cuerpo
de Clara.

–Se ha caído dentro del pozo… Yo tengo la culpa por haberla empujado… La
pobre Clara se ha caído dentro del pozo.
Análisis del Cuento

Autor: Gabriel Casaccia

Tipo de Cuento: Narrativo, narra los acontecimientos sucedidos en el cuento

Lenguaje: Literario, escrito en una forma quebrada de los hechos, para que el
lector piense y saque sus propias conclusiones de los hechos

Tema del Cuento: La angustia e inseguridad. (Porque el protagonista del relato


se siente perseguido por la oscura profundidad de un pozo, dentro del cual,
quizás, se hallan ocultas las misteriosas causas de su inseguridad y de su
angustia)

Argumento

Alfonso Caballero y Clara Figueredo llevan cinco años de noviazgo, pero alguna
dificultad de parte del muchacho les impide casarse todavía. Al fallecer la madre
dela joven, esta queda sola y resuelve viajar a Buenos Aires para trabajar. Cuando
Alfonso se entera, la acusa de hallar la oportunidad de abandonarlo, rompiendo el
compromiso. En vano, Clara intenta convencerlo de que pueden reunirse cuando
se superen los obstáculos. El novio pierde la calma y el equilibrio mental. Por
algún motivo desconocido, la inminencia del viaje de su novia le llena de temor y le
hace sentir en peligro de caer y quedar atrapado en un pozo oscuro, terrorífico y
sin posibilidades de salvación. Termina estrangulando a la chica, de cuyo cuello
cree sostenerse en su caída hacia el fondo del agujero que lo persigue.

Personajes Principales. Describe

*Alfonso es un joven con trastornos sicológicos, comportamiento imprevisto y en


algunos casos violento.

*Clara una mujer muy buena, fuerte, que nunca pierde la calma con los trastornos
de su novio.

Personajes Secundarios. Describe.

*La vecina aparece en partes imprevistas, buena oyente y observadora.

Símbolos en la obra: En este caso el pozo es un símbolo, cuya presencia evoca


otra realidad sugerida o representada por él.

Describe el ambiente del Cuento: El ambiente dónde ocurrían los hechos eran
por las calles de la ciudad y en la casa de Clara.
Valores y Antivalores:

Valores:

Amor: el amor que siente Clara hacia Alfonso.

*Empatía: la empatía que demuestra clara hacia el comportamiento inadecuado


de Alfonso

*Amistad: la amistad expresada por la vecina hacia el problema de la relación


entre Alfonso y Clara.

Antivalores:

*Maldad: la maldad que demuestra Alfonso en sus comportamientos.

*Violencia: la violencia que genera Alfonso contra Clara.

*Egoísmo: De Alfonso por pensar solo en él y atentar por ello contra Clara.

Extrae imágenes poéticas: (Figuras literarias) dentro del cuento:

*Metáfora: Envueltas en la luminosidad transparente y tibia de un sol de mediodía

*Hipérbole: Le faltaba aire; se sentía como si estuviera sepultado vivo.

*Símil o Comparación: La mirada siempre atónita de su novio, como si tuviese


frente a sí alguna sorprendente u horrible visión

Extrae imágenes sensoriales:

* Imagen visual: Tomó una silla y se sentó

*Imagen auditiva: Puedo matarme", se dijo

* Imagen Táctil: sus manos apretando los brazos del sillón.

Escribe la Enseñanza que deja el cuento:

Debemos aprender a aceptar las decisiones del otro, ser empáticos con las
demás, valorar a las personas que en verdad amamos y que no por causa de
nuestro egoísmo e inseguridades terminemos perdiéndolas.

Crítica sobre el cuento:

Me parece una gran obra escrita por parte de Gabriel Casaccia, asocia con
hechos reales y actuales que pasan en la sociedad, a pesar que la obra fuese
escrita hace años, dichos hechos llegan hasta hoy en día, donde en una relación
un miembro pierda la cordura y cometes hechos horribles, por el simple hecho de
sentimiento de soledad o perdida y celos.
CONCLUCIÓN

Las obras de Gabriel Casaccia sin duda aportaron mucho a la literatura


paraguaya, gran escritor que es considerado como el fundador de la narrativa
moderna paraguaya.

Gabriel Casaccia es el iniciador de la narrativa paraguaya contemporánea, lo que


en buena medida da a su obra un carácter fundacional , y a su autor el mérito
insólito de haber echado a andar el género en un país novelísticamente inédito.
ANEXO
BIBLIOGRAFÍA

WEBGRAFÍA
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Gabriel_Casaccia

https://www.lanacion.com.py/suplementos/
ideaspalabras/2017/11/27/gabriel-casaccia-el-
fundador-de-la-narrativa-paraguaya-
contemporanea/

https://www.buscabiografias.com/biografia/
verDetalle/961/Gabriel%20Casaccia

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