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En 1510 formó parte del primer grupo de misioneros dominicos que se embarcaron
con destino al Nuevo Mundo, tras obtener la Real Cédula con fecha de 11 de febrero de
1509, que les concedía el pase a Indias de 15 religiosos y 3 personas laicas. Este grupo
pionero de dominicos presidido por fray Pedro de Córdoba estaba conformado por fray
Antonio Montesino, fray Bernardo de Santo Domingo y fray Domingo de Villamayor.
En el transcurso del viaje a Santo Domingo la nave Espíndola, donde viajaban los
religiosos, realizó una parada en la isla de San Juan. El grupo arribó al puerto de Ozama,
Santo Domingo, en la española, en los postreros días del mes de septiembre de 1510. En
sucesivas expediciones llegaron los demás religiosos hasta completar el número de 15
frailes.
El sermón fue preparado por todos los miembros de la comunidad de Santo Domingo,
quienes lo firmaron de su puño y letra para dejar constancia de la autoría colectiva y de
la relevancia de tan decisiva pieza oratoria. Los dominicos lo habían preparado a
conciencia a partir de sus propias averiguaciones sobre el "crudelísimo y aspérrimo
cautiverio" al que los encomenderos españoles sometían a los indios en las minas de oro
y otras granjerías, y tras escuchar numerosos testimonios sobre la "tiránica injusticia" y
las "execrables crueldades" contra los nativos, tratados como animales "sin compasión ni
blandura", y "sin piedad ni misericordia", según la descripción de Las Casas. Tras tan
concienzudo análisis de la realidad acordaron denunciar desde el púlpito el régimen de la
encomienda por considerarlo contrario "a la ley divina, natural y humana".
"Voz del que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la
crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué
justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis
hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas,
donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los
tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los
excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar
y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y
creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres?
¿No tienen principios racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?
¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico,
dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los
moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo".
Esto determino el coraje y valentía de Fray Antón Montesino y cada uno de los que lo
acompañaban en dicha manifestación en contra de los españoles que se encontraban en
la Isla de la Española atropellando de manera despiadada a los indígenas, que estaban
apostados en esta. También la doble moral que tenían los gobernantes que pedían fuese
predicado el evangelio a los indígenas pero no le daban el trato que profesan las
escrituras.
Fray Antón Montesino fue enviado a España para dar cuenta y razón de su sermón al
rey. Tras muchos impedimentos, logró entrevistarse con el anciano monarca, a quien
expuso un largo memorial de los agravios de los conquistadores contra los indios: hacer
la guerra a gente pacífica y mansa, entrar en sus casas y tomar a sus mujeres, hijas, hijos
y haciendas, cortarles por medio, hacer apuestas sobre quién les cortaba la cabeza de un
tajo, quemarlos vivos, imponerles trabajos forzados en las minas, etcétera.
También recibió el apoyo de fray Antonio de Córdoba, quien viajó a España para
respaldarlo. Pero ni así se logró el éxito deseado. No obstante, el sermón constituyó el
primer acto realizado con el propósito de salvaguardar a los indios del trato cruel e
inhumano al que estaban sujetos por parte de los conquistadores. Tiempo después, fray
Pedro, fray Antón y Bartolomé de las Casas, lograron sustituir a Diego Colón en el
gobierno de La Española por tres frailes jerónimos, así como también la designación del
padre Las Casas como procurador y protector universal de todos los indios.
Aquel sermón no cayó en saco roto. . Causó la conversión posterior de Bartolomé de
las Casas a la defensa de los indios y marcó el comienzo del cristianismo liberador, del
reconocimiento de la dignidad de los indios y del respeto a la diversidad cultural y
religiosa en Amerindia. Fue, asimismo, el germen de la teología de la liberación.
Conmovido por los abusos de los colonos españoles hacia los indígenas y por la
gradual extinción de éstos, Bartolomé de Las Casas emprendió desde entonces una
campaña para defender los derechos humanos de los indios; para dar ejemplo, empezó
por renunciar él mismo a la encomienda que le había concedido el gobernador de Cuba,
denunciando dicha institución castellana como una forma de esclavitud encubierta de los
indios (1514).
Dadas para el buen Regimiento y Tratamiento de los indios fueron sancionadas por el
rey don Fernando el 27 de diciembre de 1512 y poseen un valor extraordinario, por
cuanto constituyen el primer cuerpo legislativo de carácter universal que se otorgó para
los pobladores del Continente americano, siendo considera-das como la primera
declaración de Derechos Humanos.
Aquellas leyes fueron consecuencia política y jurídica del sermón pronunciado por
Fray Antonio de Montesinos en la isla de Santo Domingo, el cuarto domingo de
Adviento de 1511, y en el cual se planteaba la cuestión ética de la conquista, de la
condición humana de los indígenas y su sentido de libertad intrínseco a dicha condición.
Fue esta la primera vez que la Corona convocó a teólogos y juristas para que le
aconsejaran sobre el problema del Nuevo Mundo.
Preocupada porque los pueblos indígenas hayan sufrido injusticias históricas como
resultado, entre otras cosas, la colonización y enajenación de sus tierras, territorios y
recursos, impidiéndoles ejercer, en particular, su derecho al desarrollo de conformidad
con sus propias necesidades e intereses,
Convencido de que el control por los pueblos indígenas de los acontecimientos que
afectan a ellos ya sus tierras, territorios y recursos les permitirá mantener y reforzar sus
instituciones, culturas y tradiciones, y promover su desarrollo de acuerdo con sus
aspiraciones y necesidades,