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CRÓNICA DEL VIAJE POR LA VERDADERA ROMA

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El cuerpo se acostumbra rápidamente al dolor, a pesar de que éste es insoportable, o
por lo menos en un comienzo, el cuerpo quiere gritar de maneras incontrolables y salir a
correr como si estuviera prendido en crespos de candela, pero no se puede ni siquiera
mover, ni pronunciar algún sonido, u oír algo, los ojos bien abiertos no pueden parpadear,
eso es otra de las mayores incomodidades, pues después de los cinco minutos ya es algo
insoportable, por el ardor en la retina que ya estará llena de polvo, y por no poder de dejar
de ver el mundo que se acaba de abandonar. Los nervios se incineran rápidamente, entonces
el dolor físico deja de ser un problema, pero la incomodidad constante es la tortura. Sin
embargo no se está triste, pues sin necesidad de pronunciar una palabra, o parir un
pensamiento -el cerebro muere a los cincuenta minutos de desconexión-, se sabe lo que
procederá. En ese entonces, antes de que mi cabeza dejara de pensar del todo para pasar a
nuevos paraísos, se me llegó a ocurrir la idea religiosa típica, la del colegio, rezaba, o
intentaba hacerlo, parar rogar por mi piedad, y mendigar con el rabo entre el culo un
pequeño lugar en el cielo; al cabo de los minutos lo entendí todo y me odié con esa rabia
profunda a mí mismo por haber considerado mínimamente algo tan soso e idiota como la
idea de cualquiera de los dioses o religiones que un humano puede llegar a imaginar
¡¡AAAAAAHAHAHAHA!! ¡Después me reía! Me reía a grandes carcajadas silenciosas
por todos esos imbéciles que, teniendo respuestas a su mano, creen en las mayores
mariconadas, en dios -los tantos millones-, en la ciencia o en la civilización, justificando
sus miedos con ateísmos “comprobables” o congregaciones de políticos, artistas y
policías… éstos fueron mis últimos pensamientos antes de ser devorado por el oscurante
cosmos y estallar del todo, experimentando la consciencia a niveles inimaginables de dolor.
El viaje es difícil, las partículas se van deshaciendo rapidísimamente hasta volverse
polvo, pero es porque los años, ¡qué va! los milenios e inclusive eones pasan como
segundos, y todo termina en lo mismo, ni me hará falta decirlo. La consciencia, siempre
ardiendo por las blasfemias cometidas contra los magnos altísimos, se deforma como un
ocho, posteriormente implotando en el universo físico, desapareciendo del todo; para
reaparecer lapsos largos de tiempo después en un plano inigualable, a la altura espiritual de
cualquier templo ya derrumbado, el mundo nuevo, horripilante en todo su sentido estético,
inspira ese respeto que inspiran los cuentos de brujas, pero nada de eso ya importa, ¡qué se
pudran las brujas! y las ánimas y los dioses, y toda esa basura exhalada por bocas humana y
creada en los confines de la cabeza , y en el mundo espiritual visible a formas vivas, que es
nada comparado con ese lugar de atarlugios demoniacos y serafines sensuales y vampíricos.
De repente una gran sombra se posa sobre la mente como si fuera una nube tapando al sol.
Se levanta la cabeza: el castillo del mismísimo Anahuac.
Un castillo escupido en mármol de color aceite de carretera arcoirisante,
multidimensional color arrojado por los demonios, quienes posaban en los balcones del
castillo como si fuesen gárgolas, o más bien palomas, porque eran decenas parados y
paridos en el techo, lamiendo sus alas y sus grandes piernas de piedra, escupiendo y
cagando sobre aquellos transeúntes que, moribundos, agachaban la cabeza, avergonzados
ante sus congéneres, siempre con una mirada triste. Tras la entrada al castillo es más fácil
de asimilar esto de que se caguen, pues todo el castillo está lleno de truños de mierda,
brazos y trozos masticados de víscera animal

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