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TERCERA PARTE

AVISOS NECESARIOS PARA


EL EJERCICIO DE LAS VIRTUDES
2

CAPITULO I

ELECCION EN CUANTO AL EJERCICIO DE VIRTUDES

La reina de las abejas no se posa en los campos si no está rodeado de toda su


pequeña colmena. Así, la caridad no se posa jamás en un corazón que no aloje consigo el
acompañamiento de todas las demás virtudes.
La caridad hace ejercitar las demás virtudes y ponerse a la obra, así como hace un
capitán con sus soldados, que no los ejercita todos de una sola vez, ni de igual manera, ni
en todos los tiempos, ni en todos los lugares. Por eso, el justo es también como un árbol
que está plantado al borde de la corriente de agua y da fruto a su tiempo, por cuanto la
caridad, regando su alma, produce en ella obras virtuosas, cada una en su sazón. Otro
ejemplo: la música festiva. Aunque esta música es en sí tan agradable, resulta inoportuna y
enfadosa en un luto o entierro, dice el proverbio. 1
Por esto, es una gran error de muchos, al dedicarse al ejercicio de alguna virtud, el
pretender ejercitarla en cualquier tiempo y ocasión, razón por la cual su ejercicio no les
resulta como lo desean. Son como aquellos antiguos filósofos que siempre lloraban, o
siempre reían. Algunos de estos filósofos, peor aún, menospreciaban y censuraban a los
que no ejercitaban siempre, como ellos, esa misma virtud. A estos hay que decirles:
“Alegraos con los que se alegran y llorad con los que lloran” 2, como dice el Apóstol; y,
también, que “la caridad es paciente, benigna, generosa, prudente y condescendiente”. 3
Por el contrario, hay virtudes cuyo uso ha de ser casi universal, que no solamente
deben practicarse como virtudes aisladas, sino que deben acompañar el ejercicio de todas
las otras virtudes. Por ejemplo, no siempre se ofrece la ocasión para practicar la fuerza, la
magnanimidad, la magnificencia; pero, en cambio, la amabilidad, la templanza, la
honestidad y la humildad son virtudes con las cuales todas las acciones de nuestra vida
deben ir mezcladas. Es verdad que hay virtudes más excelentes, pero no por eso tan
necesarias; así como el azúcar es más excelente que la sal, pero la sal se usa más
frecuentemente y para mayor número de alimentos. Por esto se deben tener siempre y a la
mano estas virtudes generales, pues uno se ha de servir de ellas casi de ordinario.
Entre las virtudes que debemos practicar, debemos preferir aquellas más conformes
a nuestras obligaciones y no tanto a nuestro gusto. Así, era del gusto de Santa Paula
practicar la aspereza de las mortificaciones corporales, para gozar más fácilmente de los
regalos espirituales; pero no por eso le era más obligatoria que la obediencia a sus
superiores. Por eso mismo San Jerónimo la consideraba digna de reprensión viendo que,
contra el perecer de su obispo, se ejercitaba en inmoderadas abstinencias. Por el contrario,
los apóstoles, que tenían la responsabilidad de predicar el evangelio y distribuir a las almas
el pan celestial, juzgaron inoportuno quitarle tiempo a esto para dedicarse al virtuoso
ejercicio del cuidado de los pobres, de por sí tan excelente. 4 Cada persona, según su
1
Cf. Prov 22,6.
2
Rom 12,15.
3
Cf. 1 Cor 13, 4-5.
4
Cf. Hech 2,6.
3

estado, necesita practicar alguna virtud en especial. Así, unas son las virtudes del obispo,
otras las del gobernante, otras las del soldado, otras las de mujer casada y otras las de
viuda. Aunque todos necesitan todas las virtudes, no por eso deben todos practicarlas de la
misma manera. Cada uno debe cultivar principalmente las virtudes que requiere su género
de vida.
Entre las virtudes que no miran estrictamente las obligaciones particulares de
nuestro estado, debemos preferir las más excelentes y no las de mayor apariencia. Veamos
una comparación: los cometas del espacio parecen ordinariamente como si fueran más
grandes que las estrellas y ocupan más lugar en nuestra vista; pero no por eso son
comparables a las estrellas, ni en grandeza ni en calidad. Ellos parecen grandes sólo
porque están más cerca de nosotros, aunque son de un material más modesto, en
comparación con las estrellas. De la misma manera, hay ciertas virtudes que, por estar más
cerca de nosotros son más sensibles y muy estimadas y preferidas, siempre, por la gente.
Por este motivo, normalmente algunos prefieren la limosna temporal a la limosna
espiritual, el cilicio al ayuno, la pobreza del vestido a la disciplina; en fin, prefieren las
mortificaciones externas del cuerpo a las mortificaciones internas del corazón, como son el
lograr la dulzura, la benignidad, la modestia y otras virtudes. Escoge, pues, amigo o
amiga, las virtudes mejores y no las más estimadas por la gente; las virtudes más
excelentes y no las más aparentes; las mejores, y no las más vistosas.
A cualquier persona le resulta muy provechoso ejercitarse en alguna virtud especial,
no para dejar de lado otras, sino para mejor entrenar su espíritu y mantenerlo ocupado.
Así se cuenta que a san Juan, obispo de Alejandría, se le apareció una hermosa y joven
doncella, más reluciente que el sol, vestida y adornada como una reina y coronada con una
corona de oliva, que le dijo: “Yo soy la hija mayor del Rey. Si tú logras hacerme tu amiga,
yo te llevaré delante del Rey”. Entendió san Juan que era la virtud de la misericordia para
con los pobres la que Dios le encomendaba de modo especial y, por esto, se entregó de
manera especial al ejercicio de esta virtud; tanto que era llamado por todos san Juan, el
limosnero.
Otro ejemplo lo encontramos en Eulogio Alejandrino, que deseando hacer algún
servicio particular a Dios, y no hallándose con bastante fuerza ni para abrazar la vida
solitaria, ni para ponerse bajo la obediencia de otro, recogió consigo un pobre hombre en
extremo leproso y llagado, para ejercitar con él la caridad y la mortificación. Para lograrlo
mejor, hizo voto de honrarlo, tratarlo y servirle como un criado lo haría con su señor.
Pasado un tiempo Eulogio y el leproso consintieron una tentación, que era la de apartarse el
uno del otro. Aconsejándose Eulogio con el gran San Antonio, éste les dijo “Guardaos
bien, hijos míos, de apartaros el uno del otro, porque hallándose los dos cerca del final de
la vida, si el ángel no os halla juntos correréis el gran peligro de perder vuestras coronas”.
El rey san Luis de Francia5 visitaba los hospitales y servía a los enfermos con sus
propias manos. San Francisco de Asís6 amaba sobre todo la pobreza, que llamaba su
señora; santo Domingo de Guzmán7 amaba la predicación, de la cual su Orden ha tomado

5
1214-1270.
6
1182-1226.
7
1170-1221.
4

el nombre; San Gregorio Magno8 se deleitaba en consentir a los peregrinos, a ejemplo del
gran Abraham; y, como éste, recibió también, en forma de peregrino, al mismo Señor.
Tobías se ejercitaba en la caridad de amortajar y enterrar a los difuntos. Santa Isabel de
Hungría9, con ser una tan gran princesa, amaba sobre todo el menosprecio de sí misma.
Santa Catalina de Génova10, luego que enviudó, se dedicó al servicio de los enfermos, en
un hospital. Casiano cuenta que una joven piadosa, deseosa de ejercitarse en la virtud de la
paciencia, acudió a San Atanasio, quien, a petición suya, le dio por compañera una pobre
viuda, enojosa, colérica, enfadosa e insufrible. Por esta mala disposición de la viuda, la
joven encontraba no pocas ni pequeñas ocasiones para practicar la apacibilidad y la
mansedumbre.

Así, entre los servidores de Dios, unos y otras se dedican a servir a los enfermos;
otros y otras a difundir la fe cristiana, unos enseñándosela a los de tierna edad, otros
encaminando e instruyendo almas perdidas y descarriadas; unos y otras a adornar los
templos y honrar a los santos; otros y otras a procurar la paz y concordia entre los hombres.
En todo esto ellos y ellas imitan a los bordadores que, sobre diversos fondos, bordan
hermosa variedad de sedas e hilos de oro y plata, para hacer toda suerte de flores. En esa
misma forma las almas apostólicas que se comprometen con algún ejercicio de
santificación, se sirven de la virtud de la caridad como de un fondo sobre el cual realizar su
bordado espiritual, practicando la variedad de todas las demás virtudes. Así sus actividades
y afectos logran mejor unidad y organización, teniendo como su principal objeto y ejercicio
la virtud de la caridad, por lo que pueden decir que
a su espíritu,
en su vestido de oro recamado,
la aguja varias flores ha sembrado.
Por el contrario, cuando nos sintamos combatidos por algún vicio o mala
inclinación, nos conviene, tanto cuanto nos sea posible, ejercitarnos mucho en la virtud
contraria, y encaminar a ésta todas las demás. Así venceremos a nuestro enemigo y no
dejaremos de adelantar en todas las virtudes.
Por tanto, si me siento combatido por la soberbia o la cólera, conviene que en todo
me vuelva hacia la humildad y la afabilidad, encaminando a este fin otros ejercicios como
la oración, los sacramentos, la prudencia, la constancia y la templanza. Así como los
jabalíes, para afilar sus colmillos, los aprietan y restriegan con los otros dientes,
haciéndose recíprocamente afilados y agudos, así el hombre virtuoso, que ha decidido
perfeccionarse en una virtud de la que tiene mayor necesidad para su defensa espiritual,
debe limarla y afilarla con el ejercicio de las otras virtudes. De esta manera quedarán las
unas y las otras más excelentes y mejor pulidas. Así sucedió a Job que, ejercitándose
particularmente en la paciencia, mediante todas las pruebas y tentaciones que tuvo, se hizo
perfectamente santo y virtuoso en toda suerte de virtudes. Como dice san Gregorio
Nancianceno: por el ejercicio de una sola virtud, bien y perfectamente ejercitada, llegó una

8
¿540?-604.
9
1207-1231.
10
1447-1510.
5

persona a la cumbre de las demás virtudes, por cuanto tal ejercicio se hizo con excelencia y
fervor de caridad.

CAPITULO II

ELECCION DE LAS VIRTUDES [continuación]

En forma excelente, dice san Agustín 11 que los que comienzan el camino de la
santidad cometen ciertos errores, dignos de reprensión según el rigor de las leyes de
perfección; pero dignos de alabanza por el buen presagio que dan de una futura excelencia
de piedad, para la cual sirven precisamente de preparación. Así, por ejemplo, el miedo
suele engendrar excesivos escrúpulos, en las almas que salen de las ataduras del pecado.
Ese miedo resulta una virtud importantísima en este principio de nueva vida y es presagio
cierto de una futura pureza de conciencia; pero este mismo miedo sería digno de reproche
en las personas que están muy adelantados en la virtud, en cuyo corazón debe reinar el
amor, el cual, poco a poco, desecha esta especie de miedo servil.
San Bernardo, inicialmente, era muy riguroso y áspero con los que buscaban su
dirección espiritual. La primera cosa que les decía era que, para venirse con él, dejasen el
cuerpo y viniesen en solo espíritu. Oyendo las confesiones, rechazaba con una
extraordinaria severidad cualquier falta, por pequeña que fuese. También procuraba
instruir tanto en la santidad a estos pobres aprendices, que a fuerza de presionarlos con este
fin, más bien los alejaba de su buen propósito porque, acongojados por tanta severidad, se
desanimaban, viéndose como apurar y aguijonear en una subida a la perfección tan directa
y tan áspera. ¿No ves, amigo o amiga, que el de san Bernardo era un celo ardentísimo de
perfecta pureza, que inducía a este gran santo a usar este método; y que siendo este celo
una gran virtud, no obstante no dejaba de ser un método reprensible? Por eso, el mismo
Dios, en una aparición lo llamó y derramó en su alma un espíritu dulce, suave, amigable y
tierno, por medio del cual se volvió otra persona que se acusaba, después, de haber sido tan
exacto y severo. En verdad, podía repetir ya con san Pablo: “me he hecho débil con los
débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para salvarlos a todos”. 12
San Jerónimo, después de contar que su amada hija, santa Paula, no sólo era
exagerada sino terca en el ejercicio de las mortificaciones corporales, hasta el punto de
rechazar las advertencias contrarias que le daba su obispo Epifanio; y que, además, se
dejaba llenar tanto de sentimiento por la muerte de los suyos, que casi siempre estaba en
peligro de morir, concluye diciendo: “dirán, sin duda, que en vez de escribir las alabanzas
de esta santa, estoy escribiendo acusaciones y reproches. Hago testigo a Dios, al cual ella
sirvió y yo deseo servir, que no miento, sino que digo sencilla y llanamente lo que ella fue,
11
Cf. Sermón 20 sobre el salmo 118,1.
12
1 Cor 9,22.
6

como debe un cristiano hablar de una cristiana. Es decir, escribo la verdadera historia, en
la que sus vicios son las virtudes de otros”. Con esto quiere decir que las faltas de Santa
Paula hubieran sido tenidas por virtudes en otra alma menos perfecta. En efecto, vemos
que hay acciones que son tenidas por imperfectas en persona de los perfectos, mientras
estas mismas serían tenidas por grandes perfecciones en personas imperfectas. Es como la
inflamación de piernas: ésta es una buena señal en un enfermo que está saliendo de su
enfermedad porque indica que su naturaleza ya está robustecida y logra expulsar los
humores superfluos; pero esta misma inflamación sería una mala señal en uno que no está
enfermo, porque denunciaría pérdida de la capacidad de eliminar los malos humores.
Amigo o amiga, nos conviene tener buena opinión de quienes vemos practicando
las virtudes, aunque sea imperfectamente, pues de la misma manera las practicaron muchas
veces los santos. Ahora bien, en cuanto a nosotros, nos conviene ejercitarlas no sólo
fielmente, sino prudentemente, según la advertencia del Sabio, para no apoyarnos en
nuestra propia prudencia, sino en la de aquellos que Dios nos ha dado por guías y padres
espirituales.
Hay, en cambio, ciertas cosas que muchos tienen por virtudes, y que de ninguna
manera lo son. De éstas es necesario que diga algo: son éxtasis o raptos, insensibilidades,
impasibilidades, uniones místicas, elevaciones, transformaciones y otras tales perfecciones,
de las cuales tratan ciertos libros. Estos prometen levantar el alma hasta la contemplación
pura intelectual, a la aplicación esencial del espíritu a la vida supereminente. ¿No ves tú,
amigo o amiga, que estas perfecciones no son virtudes, sino recompensas que Dios da por
las virtudes; que son vislumbres de las felicidades de la vida futura, que hacen al hombre
desear los eternos bienes del paraíso?
Sin embargo, no se han de pretender tales gracias, pues no son de manera alguna
necesarias para servir y amar bien a Dios, lo que debe ser nuestra única pretensión. Por
otra parte, muchas veces no son gracias que puedan adquirirse por el propio trabajo e
industria, pues son más bien pasivas que activas, es decir, que las podemos recibir, pero no
producir . Añado a esto que lo único que pretendemos es llegar a ser gente de bien, gente
que busca la santidad de vida, hombres y mujeres piadosos. No nos interesan estos
fenómenos en sí, salvo que Dios quiera levantarnos a tales perfecciones angelicales, pues
entonces también seremos buenos ángeles. Pero mientras esto no suceda, ejercitémonos
simple, humilde y devotamente en las pequeñas virtudes. Son éstas las que nuestro Señor
quiere que conquistemos con nuestro cuidado y trabajo, como lo son la paciencia, la
mansedumbre, la mortificación de corazón, la humildad, la obediencia, la pobreza, la
castidad, la amabilidad con el prójimo, el tolerar con paciencia sus imperfecciones, la
diligencia y el santo fervor.
En fin, si me crees, amigo o amiga, ejercítate celosamente en las virtudes sencillas y
pequeñas: la humildad, el desprecio del mundo y de ti mismo, el servicio de los pobres y
enfermos, la paciencia, la bondad, la pobreza, la obediencia; prestándote siempre para
servicios humildes, en cuanto los permita tu posición. Otros arrebatos del corazón de
extrema perfección, insensibilidades, uniones deíficas, elevaciones, impasibilidades del
corazón y otras virtudes semejantes. . . es preciso dejarlas, pues son virtudes del otro
mundo, muestras cuyo conocimiento inclina nuestros corazones al amor del mundo futuro,
donde las disfrutaremos íntegramente.
7

Dejémonos, pues, voluntariamente de cosas espectaculares, pues no merecemos


puesto tan alto al servicio de Dios; y contentémonos con servirlo humildemente. Esto debe
ser así, amigo o amiga, porque este Rey del cielo no recompensa a sus servidores según la
dignidad de los oficios que ejercen, sino según el amor y humildad con que los ejercen.
Así, Saúl, buscando los burros de su padre, halló el reino de Israel; Rebeca, abrevando los
camellos de Abraham, se hizo esposa de su hijo; Ruth, espigando con los segadores de
Booz y echándose a sus pies, mereció el ser su esposa. Además, es cosa cierta que
pretensiones tan elevadas de cosas extraordinarias están muy sujetas a ilusiones, engaños y
falsedades. Sucede, a veces, que algunos piensan ser ángeles cuando, a duras apenas, son
buenos hombres. En sus declaraciones hay más grandeza de palabras que de hechos. Pero,
no por eso menospreciemos ni censuremos temerariamente nada, sino apenas que, dando
gracias a Dios por la excelencia de otros, sigamos humildemente nuestro camino, más bajo,
pero más seguro; menos excelente, pero más cómodo y proporcionado a nuestra pequeñez:.
. . Si nos conservamos humildes y fieles, Dios nos levantará a grandezas bien grandes.

CAPITULO III

LA PACIENCIA
“Necesitáis paciencia en el sufrimiento para cumplir la voluntad de Dios y
conseguir así lo prometido”13, dice san Pablo; porque como dijo el salvador: “con vuestra
paciencia salvaréis vuestras almas”. 14 Suma felicidad del hombre, amigo o amiga, es el
poseer su alma. Cuanto más perfecta sea nuestra paciencia, tanto más perfectamente
poseemos nuestras almas y somos señores o señoras de nosotros mismos. Indispensable es,
por tanto, perfeccionarnos en esta virtud.
Acuérdate de nuestro Señor Jesucristo, muy a menudo; que si él nos ha salvado
padeciendo y sufriendo, también nosotros tenemos que buscar nuestra salvación con la
mayor mansedumbre que nos sea posible, entre sufrimientos y aflicciones, entre injurias,
contradicciones y disgustos.
No limites tu paciencia a un cierto tipo de injurias o aflicciones, sino extiéndela a
cuanto Dios te envíe o permita. Hay, en efecto, algunos que sólo quieren sufrir
tribulaciones honrosas como, por ejemplo, ser heridos en guerra, ser presos en batalla, ser
maltratados por la religión, o el empobrecer por algún desafío, en el cual hayan quedado
vencedores. Éstos no aman la tribulación, sino la honra que, a su parecer, ésta les trae.

13
Heb 10,36.
14
Lc 21,19.
8

El verdadero paciente y siervo de Dios lleva igualmente las tribulaciones, sean


ignominiosas u honrosas. Ser menospreciado, reprendido y acusado por gente mala, es
fácil que lo sufra un hombre de ánimos; pero en lo que se conoce al verdadero siervo de
Dios es en sufrir con paciencia el ser reprendido, acusado y maltratado por gente de bien,
amigos o parientes. Por ello, es más de estimar la mansedumbre con que el bienaventurado
cardenal Carlos Borromeo (1538-1584) sufrió por mucho tiempo las reprensiones públicas
que un gran predicador contra él pronunciaba, que otras muchas molestias que recibía de
otros; pues de la misma manera que las picaduras de abejas duelen más que las de moscas,
así, el mal y las contradicciones que se reciben de los buenos, duelen mucho más que lo de
otros. Con todo, muchas veces sucede que dos personas movidas por buenas intenciones
resultan persiguiéndose y contradiciéndose, por la diversidad de opiniones.
Sé persona paciente, no sólo en lo que constituye el meollo de las aflicciones que te
sobrevienen, sino también en las molestias secundarias y accidentales que de ellas derivan.
Porque muchos querrían pasar trabajos, con tal de que no les trajesen incomodidades. Por
ejemplo, el que dice: no me duele tanto el haber quedado pobre, sino el no poder atender a
mis amigos, el no poder darle un porvenir grande a mis hijos y vivir honradamente, como
yo lo desearía. Otro dirá, por ejemplo: no se me daría nada, si no fuese porque todos van a
pensar que fue por culpa mía. Otro sufrirá con mucha paciencia que alguien lo desacredite,
con tal de que nadie le crea al murmurador. Otros aceptarían algunas incomodidades de su
trabajo, seleccionadas según su criterio; pero no todas. En fin: otros explican que pierden
la paciencia, no por verse enfermos, sino por verse sin dinero con qué pagar, o por la falta
de tacto de quienes les sirven o acompañan. Te digo, pues, amigo o amiga, que conviene
tener paciencia no sólo con el hecho de estar con enfermos, sino también con tipo de
enfermedad que Dios permite y por las incomodidades que conlleva. Y lo mismo digo
respecto a las demás tribulaciones.
Cuando te viene alguna dificultad, debes intentar las soluciones posibles, lícitas y
justas; porque dejarle sólo a Dios la solución sería tentar a Dios. Pero, intentada la
solución, espera con entera resignación el resultado que a Dios más agrade. Si los
remedios surten efecto, dale gracias a Dios con humildad; pero si el mal pueda más que los
remedios, bendice a Dios con paciencia.
En caso de alguna acusación, sigue el consejo de san Gregorio: si cometiste alguna
falta, humíllate y reconoce merecer más que la sola acusación que te han hecho; pero, si la
acusación es falsa, excúsate mansamente y niega tu culpabilidad, en honor a la verdad y al
buen ejemplo que debes al prójimo. Pero, también, si después de esta verdadera y legítima
excusa siguen acusándote, por nada te alborotes, ni te canses rogando que te excusen: ya le
has dado a la verdad lo que debes, ahora debes también dar su parte a la humildad. De esta
manera no omitirás el cuidado que debes tener de tu buena fama, ni perderás el derecho que
tienes a la tranquilidad. Tampoco perderás la mansedumbre de corazón, ni la humildad.
Quéjate delas ofensas recibidas lo menos que puedas, pues resulta cierto que el que
se queja mucho suele pecar, ofensas recibidas, pues es cosa cierta que quien se queja suele
pecar, porque el amor propio nos hace ver las injurias más grandes de lo que son en sí. Y,
sobre todo, te aconsejo que no compartas tus quejas con personas fáciles a la indignación y
malos pensamientos. Si consideras necesario quejarte con alguno, por remediar la ofensa o
por aquietar tu espíritu, hazlo con personas calmadas y verdaderamente piadosas. De otra
9

manera, en vez de aliviar tu el corazón, estas personas te provocarán mayores inquietudes;


y, en lugar de quitarte la espina que te pica, te la meterán más adentro.
Además, muchos, cuando están enfermos, afligidos u ofendidos, no se ocupan sino
de quejarse y hacerse los delicados. Desean y procuran, con muchos artificios, que todos
les tengan mucha compasión; pero, a la vez, que los consideren pacientes y de mucho
aguante. Esto, es verdadera paciencia, pero falsa. En verdad, no es otra cosa sino pura
táctica, fina ficción y vanidad. El que así obra, como dice el apóstol Pablo, “tiene de qué
gloriarse, pero no delante de Dios”. 15
El verdadero paciente no llora su mal, ni busca que le ayuden a llorarlo; sino que
habla de su mal abiertamente, con verdad y sencillez, sin lamentarse y sin exagerar. Y si lo
compadecen, acepta con paciencia que lo compadezcan, pero que lo hagan sin
exageraciones, los que de inmediato rechaza y corrige con sencillez. Así queda tranquilo,
entre la verdad y la paciencia, reconociendo su mal, pero sin quejarse de él.
En las contradicciones que te sobrevengan en la búsqueda de la santidad, porque
no te faltarán, acuérdate de las palabras de nuestro Señor: “La mujer, mientras está de
parto, tiene grandes congojas; pero viendo su hijo ya nacido, las olvida, por cuanto le ha
nacido al mundo un hombre”. 16 De la misma manera, a través del sufrimiento, tú habrás
concebido en tu alma al más digno hijo del mundo, Jesucristo. Así, ya bien formado en ti y
listo para salir a la luz, sentirás el dolor; pero, pasados estos dolores, te quedará un eterno
gozo: haber formado a Cristo en tu corazón y en tus obras, por la imitación de su vida.
Cuando te enfermes, ofrece todos tus dolores, penas y trabajos al Señor, y suplícale
que los junte a los tormentos que aceptó por ti. Obedece al médico, toma las medicinas,
alimentos y otros remedios, por amor a Dios, acordándote de la hiel y el vinagre que él
tomó por amor a nosotros. Desea sanar para servirle y obedece las órdenes médicas, sin
rehuir los padecimientos. Disponte a bien morir, si es la voluntad de Dios, para que así
puedas alabarlo hasta el final y merecer gozar de su presencia.
Acuérdate de que las abejas, mientras fabrican la miel, comen y se sustentan con un
alimento muy amargo; y que así, también nosotros, solo si podemos realizar actos de
mayor mansedumbre y paciencia y elaborar la miel de excelentes virtudes, solo si comemos
el pan de la amargura y vivimos en medio de la aflicción. Y así como la miel que se hace
de la flor del tomillo, yerba pequeña y amarga, es la mejor de todas; así, la virtud más
excelente de todas es la que se ejercita en la amargura de las tribulaciones, las menos
vistosas y más despreciadas.
Mira a menudo, con tus ojos interiores, a Jesucristo crucificado, desnudo,
insultado, calumniado y, en fin, perseguido por toda suerte de enojos, tristezas y trabajos.
Considera, entonces, que ninguno de todos tus sufrimientos se puede comparar con los
suyos, ni en cantidad ni en calidad; y que jamás podrás sufrir por él nada comparable a lo
que él ha sufrido por ti.
Considera las penas que los mártires sufrieron y las que tantas personas están
sufriendo ahora mucho más pesadas, sin duda, que las tuyas. Di: ¡Ay de mi!. . . que mis
dificultades son consuelos y mis espinas son rosas, comparadas con las de quienes

15
Rom 4,2.
16
Cf. Jn 16,21.
10

viven en una continua muerte, sin socorro, sin asistencia, sin alivio, probados por
aflicciones infinitamente mayores.

CAPITULO IV

DE LA HUMILDAD EN LO EXTERIOR

El profeta Eliseo dijo a una pobre viuda:“Pide prestadas muchos vasijas vacías y
velas llenando de aceite”. 17 Así, para poder recibir la gracia de Dios en nuestros
corazones, necesitamos tenerlos vacíos de nuestra vanagloria. El cernícalo 18, chillando y
mirando los pájaros de rapiña, los espanta por una cualidad suya muy especial. Por esta
causa las palomas lo aman más que a todos los otros pájaros, viendo que viven seguras en
su compañía. Así la humildad rechaza a Satanás y conserva en nosotros las gracias y dones
del Espíritu Santo; y por esto todos los santos, y particularmente el Rey de los santos y su
Madre santa, han honrado y amado siempre esta virtud más que cualquier otra de las
virtudes morales.
Llamamos vanagloria, gloria vana, la que nos atribuimos sin ser nuestra, o, siendo
nuestra, sin que por ella debamos gloriarnos. Por ejemplo, la alcurnia de familia, y por
tanto el favor de gente importante y la popularidad, son cosas que no están en nosotros,
sino en nuestros padres o abuelos, o en la estima de otros. Otro ejemplo: hay quienes se
muestran orgullosos y arrogantes porque montan un buen caballo, porque tienen un
hermoso sombrero, o visten un traje elegante. Pero, ¿quién no ve esta locura? Porque si en
esto cabe alguna gloria, esa pertenece al caballo, al pájaro o al sastre. ¡Qué poca cosa es
vivir de la estimación que da un caballo, de una pluma o de un vestido! Otros se creen muy
importantes porque tienen el bigote elegante, la barba bien cortada, los cabellos crespos, las
manos muy blancas; porque saben bailar, tocar y cantar. . . ; pero ¿no son estos tales flojos
de pensamiento, que quieren fundamentar su valor y apoyar su reputación en cosas frívolas
y locas? Otros, por un poco de ciencia, quieren ser honrados y respetados del mundo, como
si todos tuvieran que ir a su escuela y tenerlos por maestros. Otros se estiran y se pavonean
en razón de su belleza, creyendo atraer con ella los ojos de todo el mundo. Todo esto es en
extremo vano, loco e impertinente; y la gloria que se pretende recoger con tan débiles
argumentos, es vana, loca y frívola.
El verdadero valor o bien de una persona es como el verdadero bálsamo. El
bálsamo se prueba, destilándolo dentro del agua: si se va al fondo y se queda en el asiento,
17
Cf. 2 Re 4, 3-4.
18
Cernícalo: ave de rapiña de Europa.
11

es tenido por muy fino y precioso. Así, mismo para conocer si una persona es
verdaderamente sabia, entendida, generosa y noble, se ha de mirar si su bien se encamina a
la humildad, modestia y disponibilidad, porque entonces será un verdadero bien. Pero si
quiere mostrar y pavonear su pretendido bien, siempre por lo alto, será tanto menos
verdadero bien cuanto más aparente.
Las perlas que se congelan y crían al viento y ruido de los truenos, tienen el exterior
de perla y lo interior vacío. Así las virtudes y hermosas cualidades de los hombres que se
crían y viven en altivez, soberbia y vanidad, no tiene sino una simple apariencia de bien,
sin jugo, sin médula y sin solidez.
Los honores, los puestos, las dignidades, son como el azafrán, que mejora y crece
mejor cuando lo pisan con los pies. No es honra la hermosura cuando nos desvanecemos al
contemplarnos, pues la hermosura, para tener buena gracia, no ha de ser tan valorada; así,
también, la ciencia nos deshonra cuando nos hincha, pues se desvanece y termina en
charlatanería.
Si estamos obsesionados por los puestos, por las cortesías o por los títulos, ademas
de que exponer nuestras cualidades al examen de todo el mundo y a la contradicción, las
volvemos viles y devaluadas, porque la honra es muy honrosa cuando se recibe como don,
pero se hace vil y despreciable, cuando es buscada y pedida. Resulta igual que al pavo real
que, para mirarse, hace su rueda y, levantando sus hermosas plumas, lleva con ellas todas
las demás, hasta dejar al descubierto lo que tiene deforme y feo. Las flores, plantadas en
tierra son hermosas, pero se marchitan cuando se manosean. Así como los que huelen la
planta llamada mandrágora, de lejos y de paso, reciben mucha suavidad y, al contrario, los
que la huelen de cerca y se detienen en olerla se adormecen, así los honores traen un no
pequeño consuelo al que goza de su olor desde lejos y de paso, sin detenerse en ellos; pero
resultan postizos y despreciables para el que los busca con afán y se aficiona a ellos.
La búsqueda y el amor a la virtud comienza a hacernos virtuosos; pero la búsqueda
y el amor a los honores comienza a hacernos dignos de menosprecio y crítica. Los ánimos
nobles no se entretienen en tan inútiles afanes, como lo son el reparar en los puestos,
saludos y otros detalles, porque piensan en cosas más sólidas y mayores. En cambio esto es
lo único que preocupa a los de menos aspiraciones. Los que pueden conseguir perlas, no se
llenen de pequeños caracoles ni de conchas; igualmente, los que pretenden la virtud, no se
desvelen por los honores. Cualquiera puede ocupar su puesto y mostrarse en él, sin violar
la humildad, con tal que lo haga sin inquietud ni cuidado. Porque como los que vienen del
Perú19, fuera del oro y plata que traen, traen también micos y papagayos baratos que
ocupan poco espacio; así, los que pretenden el oro y la plata de la virtud, no dejen de
asumir los puestos y honras correspondientes, pero sin dedicarles más espacio y atención
del que merecen. Aquellos cuya función pública implica dignidades y todos en ciertas
ocasiones particulares (cumpleaños, grados, etc. ) causarían a los demás un gran malestar
si, en tales casos, no aceptasen el puesto y los honores que les corresponden. En este caso
deben hacerlo con prudencia y discreción, acompañadas de caridad y cortesía.

19
Se refiere a los conquistadores españoles que, hacia el año 1. 600, regresaban de las colonias a Europa,
trayendo oro y otros elementos preciosos, al igual que plantas y animales exóticos, para la época.
12

CAPITULO V

DE LA HUMILDAD MÁS INTERIOR

Bien sé, amigo o amiga, que será deseo tuyo el que te conduzca más adelante en la
humildad, porque lo que de ella he tratado, hasta aquí, se puede llamar sabiduría más que
humildad. Ahora, pues, quiero pasar adelante.
Muchos no quieren ni se atreven a pensar y a considerar las gracias que Dios les ha
hecho a ellos, en particular, por el temor de volverse engreídos y vanidosos. Pero, en esto
se equivocan porque, como dice el gran doctor Angélico, Santo Tomás de Aquino (1225-
1274), el verdadero camino para alcanzar el amor a Dios es la consideración de los bienes
que de Él hemos recibido. Así, cuanto más reconozcamos sus beneficios tanto más lo
amaremos; y, como los beneficios recibidos personalmente impresionan más que los
recibidos en común, así también deben ser considerados con más atención. En verdad,
nada puede hacernos tan humildes delante de la misericordia de Dios como el reconocer la
multitud de sus bienes, que hemos recibido; ni nada podrá humillarnos tanto delante de su
justicia como el recuento de nuestras ingratitudes y maldades.
Consideramos, pues, lo que Dios ha hecho por nosotros y lo que nosotros hemos
hecho por Él y contra Él; y así como consideramos cuidadosamente nuestros pecados, así
también consideremos también cuidadosamente sus gracias. No se tema, pues, que el
reconocimiento de los bienes que Dios ha puesto en nosotros nos envanezca, siempre y
cuando reconozcamos esta verdad: todo lo que hay de bueno en nosotros no es nuestro,
13

sino que lo hemos recibido de Él. Si no, dime: ¿los mulos dejan de ser torpes y hediondas
bestias porque estén cargados de perfumes y cosas valiosas del hacendado? “¿Qué
tenemos nosotros de bueno que no lo hayamos recibido? Y, si lo hemos recibido, ¿por qué
nos volvemos soberbios?”20 Al contrario, la viva consideración de las gracias recibidas nos
hace humildes, porque el conocimiento engendra el reconocimiento. Pero si, recontando
las gracias que Dios nos ha hecho, nos llegase a inquietar algo de vanidad, remedio
infalible será el recuento de nuestras ingratitudes, de nuestras imperfecciones y de nuestras
miserias. Si consideramos lo que hemos hecho cuando Dios no ha estado con nosotros,
reconoceremos con claridad que lo bueno que hemos hecho cuando ha estado con nosotros
no es de nuestra cosecha. Alegrémonos, pues, y regocijémonos en la consideración de los
bienes recibidos; pero dando sólo a Dios las gracias, por cuanto es el autor de ellos.
Así, la Santísima Virgen confiesa que Dios obró en ella cosas maravillosas; pero no
para envanecerse sino para humillarse, engrandeciendo a Dios y diciendo: “mi alma
engrandece al Señor porque ha hecho en mí cosas grandes”. . . 21
Decimos muchas veces que no somos nada, que poco o nada valemos; pero no poco
sentiríamos que nos tomasen la palabra en serio y publicasen lo que hemos dicho. Al
contrario, fingimos escondernos y huir, para dar mejor lugar a que nos busquen y
pregunten por nosotros. Damos a entender que nos gusta ser de los últimos y sentarnos en
una esquina de la mesa, para que nos ofrezcan la cabecera. La verdadera humildad, por el
contrario, no procura dar muestras aparentes de serlo, ni gasta muchas palabras de
humildad. Ésta no sólo desea esconder las otras virtudes, sino también, y principalmente,
procura esconderse a sí misma; y por eso, si le fuese permitido mentir, fingir o escandalizar
al prójimo, produciría acciones de arrogancia y orgullo, para mejor esconderse debajo de
ellas.
Éste es, pues, mi parecer, amigo o amiga: o no digamos palabras de humildad, o
digámoslas con verdadero sentimiento interior y convicción, que correspondan a lo que
externamente decimos. Por tanto, no bajemos nunca los ojos sino humillando también
nuestros corazones; no demos a entender que queremos ser los últimos, si tenemos ganas de
ser los primeros. Tengo esto por norma general, que no admite excepción.
Sólo añadiré que la urbanidad y las buenas maneras exigen que, a veces,
ofrezcamos los mejores lugares a los que manifiestamente sabemos no han de tomarlos; lo
cual no es doblez o falsa humildad, porque en tal caso el solo ofrecimiento es una honra.
En efecto, si no se le podemos dar toda la honra, no está mal darle sólo una parte. Lo
mismo digo de algunas palabras de cortesía que, en sí, no son estrictamente verdaderas;
pero que lo serán si el que las pronuncia tiene sincera intención de honrar a quien se las
dice. Algunas palabras son exageradas, pero no por eso hacemos mal en emplearlas,
cuando la costumbre lo prevé. Aunque es verdad que también yo preferiría que las
palabras concordasen con nuestros corazones lo más posible, para seguir en todo y por todo
la sencillez y la pureza de corazón.
El hombre verdaderamente humilde preferiría que otro dijese de él que es
miserable, que vale nada, antes que decirlo él mismo. Y, por lo menos, si sabe que lo

20
Cf. 1 Cor 4,7.
21
Lc 1, 46. 49.
14

dicen, no lo discute, sino que lo sufre de buena gana. En efecto, creyendo firmemente en
su poco valor, se encuentra satisfecho de que otros sigan su opinión.
Muchos dicen que dejan la meditación u oración mental para gente adelantada en la
virtud y perfecta, alegando que no pueden ellos aspirar a tales alturas. Otros dicen que no
se atreven a comulgar a menudo por no estar suficientemente limpios. Otros temen aspirar
a santos temiendo profanar esta condición, por causa de su grande miseria y fragilidad. Y
otros no prestan sus talentos al servicio de Dios y de su prójimo, diciendo que conocen sus
limitaciones, que tienen miedo de ensoberbecerse si son instrumentos de algún bien, y que
enseñando a otros, ellos se pierden. Todo esto es artificial y un tipo de humildad, no sólo
falso, sino maligno. Lo que quieren, tácita y sutilmente, es despreciar las cosas divinas y
cubrir con pretextos de humildad el amor a sus propias opiniones, a su carácter y a su
pereza.
“Pide a Dios una señal, arriba en el cielo, o abajo, en lo profundo del mar”, dijo el
profeta Isaías al desventurado Acaz; y éste respondió: “No, no la pediré porque no quiero
tentar al Señor”. 22 ¡Malignidad grande! Aparenta extremada reverencia para con Dios y,
con falsa humildad, se excusa de aspirar a la gracia a la que su divina bondad lo llama.
Pero, este tal, ¿no ve que cuando Dios nos quiere dar alguna gracia, es arrogancia el no
recibirla?; ¿no ve que los dones de Dios nos obligan a recibirlos y que es humildad el
obedecer y seguir sus deseos con la mayor precisión posible? Es deseo de Dios que seamos
perfectos23, uniéndonos a Él e imitándolo lo más que se pueda.
El soberbio no osa intentar nada; el humilde, en cambio, es arriesgado; y cuanto
más incapaz se siente, tanto más confía en Dios y se hace atrevido, sabiendo que Dios
muestra su poder socorriendo nuestra debilidad, por encima de nuestra miseria. Menester
es, pues, intentar humilde y santamente todo aquello que nuestros guías espirituales juzgan
favorable para nuestro adelanto.
Creer saber lo que no se sabe, es expresa locura; querer hacer de sabio en lo que uno
sabe que ignora, es vanidad insoportable. En cuanto a mí, no querría hacer de sabio aún en
aquello que se, ni tampoco de ignorante. Cuanto la caridad lo exige, es necesario
comunicar sencilla y apaciblemente al prójimo, no sólo lo que es necesario para su
instrucción, sino también lo que es provechoso para su consuelo. En este caso, la
humildad, que esconde las virtudes para mejor conservarlas, las hace lucir porque la
caridad lo exige, y así las aumenta, las engrandece y perfecciona. En esto, la humildad se
parece a aquel árbol de las islas de Tylos, que de noche cierra como con llave sus hermosas
flores, y no las vuelve a abrir sino al salir el sol, de suerte que los habitantes de aquella
tierra dicen que estas flores duermen de noche. Así la humildad cubre y esconde todas
nuestras virtudes y perfecciones humanas, y no las deja jamás mostrar si no es por la
caridad, que es el verdadero sol de las virtudes, pues no es virtud humana sino celestial,
virtud moral sino divina. La caridad debe dominar siempre, de modo que las humildades
que perjudican la caridad son inevitablemente falsas.
No querría yo ni hacer de loco ni de sabio, porque la humildad me impide hacer de
sabio y la sencillez de la verdad me impide hacer de loco. En efecto, la vanidad es
contraria a la humildad tanto como el artificio y el fingimiento son contrarios a la sencillez
22
Is 7, 11. 12.
23
Mt 5, 48.
15

de la verdad, Así, si algunos grandes siervos de Dios se fingieron locos para que el
mundo los despreciase de verdad, a estos tales los debemos admirar, pero no imitar, por
cuanto para esto tuvieron motivos tan particulares y extraordinarios, que de ellos nadie
debe sacar para sí consecuencia alguna. En cuanto a David, que danzó y saltó un poco más
de lo que la ordinaria decencia pedía delante del arca, no era porque quisiese hacer de loco,
sino porque simplemente y sin artificio hacía movimientos exteriores que revelaban la
extraordinaria y desmesurada alegría que sentía en su corazón. Por eso, cuando su mujer
Micol se lo reprochó como una locura, no por eso David mostró disgusto, viéndose
despreciado24; antes bien, perseverando en su natural y verdadera alegría, daba testimonio
de su contento de recibir por su Dios un poco de menosprecio. En coherencia con esto te
diré que, si por las acciones de una verdadera y natural devoción te despreciaran, la
humildad te daría alegría a cambio de tal maltrato, cuya causa no es un error tuyo, sino de
los que te interpretan mal.

CAPITULO VI

LA HUMILDAD NOS HACE AMAR NUESTRO PROPIO DESPRECIO

Pasando más adelante, amigo o amiga, te digo que en todo y por todo ames tu
propio desprecio. Sin duda, me preguntarás qué quiere decir  “amar el propio desprecio”.
Te respondo: en latín, desprecio quiere decir “humildad”; y “humildad” quiere decir
“desprecio”. Así que, cuando la Virgen María, en su sagrado cántico dice “porque mi
Señor ha visto la humildad de su sierva, todas las generaciones me llamarán
bienaventurada”, quiere decir que Nuestro Señor ha mirado de buena gana su pobre
condición, para colmarla de gracias y favores. Diferencia hay, sin embargo, entre la virtud
de la humildad y desprecio: desprecio es la pequeñez, bajeza y vileza que hay en nosotros,
aunque no nos demos cuenta; virtud de humildad es, en cambio, el verdadero conocimiento
y voluntario reconocimiento de nuestro desprecio. Principal punto de esta humildad es no
sólo reconocer voluntariamente nuestro desprecio, sino amarlo y apreciarlo, para mejor
exaltar la majestad de Dios y para aprender a estimar mucho más al prójimo que a nosotros
mismos. Esto, pues, no por falta de ánimo y generosidad, sino por todo lo contrario. A
esto te exhorto.

24
Cf. 2 Sam 6, 14-22.
16

Amigo o amiga, para que mejor lo entiendas, sabe que entre los males que sufrimos
unos son considerados despreciables y otros honrosos; pero casi ninguno se acomoda a los
despreciables. Mira que si un ermitaño, por ejemplo, anda con el hábito roto y friolento,
todos ponderan su pobreza, compadeciendo su sufrimiento; pero si un pobre oficial, un
pobre caballero o una pobre señora andan lo mismo, los desprecian y hacen objeto de burla.
¿Ves, entonces, la misma pobreza ponderada y despreciada? Otro ejemplo es éste: si un
religioso recibe pacientemente una áspera censura de su superior, o un hijo la recibe así de
su padre, ponderarán todos su mortificación, obediencia y sabiduría; pero si lo mismo
sucede a un caballero o a una dama, sufriéndolo por amor de Dios, todos dirán que son
cobardes y faltos de ánimo. ¿No ves aquí el mismo mal, apreciado y despreciado?.
Sucede, también, que una persona tiene cáncer en un brazo y otra lo tiene en la cara. El
primero no tiene sino la enfermedad; el segundo tiene la enfermedad más el menosprecio,
el desdén y la pena.

En conclusión, digo ahora, que no sólo se ha de amar el mal mediante la virtud de la


paciencia, sino también la pena o menosprecio, por la virtud de la humildad.

Hay también virtudes despreciadas y virtudes honrosas: la simplicidad y la


humildad, la paciencia y la mansedumbre son virtudes que los mundanos consideran de
poco valor y despreciables. Por el contrario, estiman mucho la prudencia, la valentía y la
generosidad. También, entre las acciones correspondientes a una misma virtud, unas son
menospreciadas y las otras honradas. Dar limosna y perdonar las ofensas son, por ejemplo,
dos acciones de caridad: la primera es apreciada por cualquiera y la otra es despreciable, a
los ojos del mundo. Si un joven o una joven no se dejan arrastrar por los que alocadamente
se dan a conversaciones interminables, juegos, bailes, parrandas y vestidos de moda, serán
criticados y censurados como mojigatos; y su modestia será calificada como hipocresía o
afectación. Mantenerse firme y amar esto es amar el propio desprecio.
Te daré otro ejemplo: la visita a enfermos. Si me envían a atender al más
miserable, me será un desprecio según el mundo, que amaré; pero, si me envían a atender
una persona de categoría, será también un desprecio según el espíritu, por cuanto en
hacerlo ya no hay tanta virtud ni mérito, pero amaré también este desprecio. Aún otro:
caerse en la calle, además del golpe, hace caer en vergüenza; este desprecio también debe
amarse.

Hay también faltas o errores en los cuales no hay mal alguno, sino la sola vergüenza
o desprecio. La humildad no autoriza a que expresamente se cometan; pero nos manda que
no nos inquietemos si llegamos a cometerlos involuntariamente. Estos errores se refieren a
ciertas locuras, descuidos, descortesías e inadvertencias. Éstas se han de evitar por cortesía
y prudencia; pero, una vez caídos en ellas, la humildad nos hace amar la vergüenza que de
ellas resulte, para mejor progresar así en la santa humildad.

Te diré aún más: si por caso me he desbocado, por cólera o diversión, con palabras
maliciosas e indecentes, con las que he ofendido a Dios y al prójimo, me arrepentiré
mucho, lamentando muchísimo la ofensa, que procuraré reparar lo mejor que me sea
17

posible. Pero no por eso debo rechazar la vergüenza y menosprecio que me ocasionan.
Que si fuese posible separar lo uno de lo otro, yo alejaría mí pecado, pero conservaría
humildemente la vergüenza. Pero, amar el crecimiento de humildad que nos trae la
vergüenza no significa dejar de remediar el mal causado, principalmente cuando éste trae
otras consecuencias.

Te presento otras aplicaciones de lo dicho. Si yo tengo en mi cara algún defecto


que me es ocasión de desprecio, procuraré curarme, pero aprovecharé, para mi humildad,
los desprecios que por dicha causa hubiere recibido. Si hubiere cometido alguna locura sin
ofensa de nadie, no tendré que presentar excusas, pero no por eso sacaré disculpas para
evitar la vergüenza que me ocasiona, cosa que la humildad no puede permitir, porque de
todos modos es un error. Pero, si por descuido o locura he ofendido o escandalizado a
alguno, debo reparar la ofensa y presentar excusas verdaderas, ya que el mal ocasionado es
permanente y la caridad me obliga a eliminarlo. Finalmente, sucede también algunas veces
que la caridad requiere que evitemos la vergüenza por el bien del prójimo, al cual es
necesaria nuestra buena reputación (esposo, esposa, hijos, por ejemplo); pero, en tal caso,
luego de quitar la vergüenza a los ojos del prójimo, conviene que la escondamos en nuestro
corazón, para que edifique nuestra humildad.

Querrás sin duda, amigo o amiga, saber cuáles son las mejores y más provechosas
humillaciones o vergüenzas. Te respondo que las más provechosas al alma y agradables a
Dios son las que nos vienen por accidente o a consecuencia de nuestros deberes de estado,
ya que no las escogemos, sino que nos llegan tal cual nos las envía Dios, cuya elección es
siempre mejor que la nuestra. Pero, si fuese necesario escoger, las mejores son las
mayores, es decir, las contrarias a nuestras inclinaciones, siempre y cuando sean
compatibles con nuestro estado.

Con esto concluyo: es nuestra elección la que gasta y disminuye casi todas nuestras
virtudes. ¿Quién nos dará la gracia para decir con el gran Rey David: “más vale un día en
tus atrios que mil en la casa de los pecadores?” 25. Nadie puede dar esta gracia, querido
amigo o amiga, sino aquel que para exaltarnos se anonadó, vivió y murió por nosotros.
Muchas cosas te he dicho que, considerándolas, se tienen que parecer ásperas y difíciles;
pero, créeme, que practicándolas te serán más provechosas y dulces que azúcar y miel.

25
Cf. Sal 84,11.
18

CAPITULO VII

CÓMO CONSERVAR LA BUENA FAMA PRACTICANDO LA


HUMILDAD

Alabanza, honra y gloria no se dan a los hombres por sólo una simple virtud, sino
por alguna virtud excelente. En efecto, por la alabanza procuramos infundir a otros la
estima de la excelencia de algunas personas; por la honra testimoniamos que la estimamos
nosotros mismos; y la gloria no es otra cosa, a mi parecer, hija de la opinión general, que
nace de juntar muchas alabanzas y honras. Ahora bien, puesto que la humildad no soporta
que nos tengamos por superiores o preferibles a otros, tampoco permite que busquemos
alabanza, honra ni la gloria, debidas como son a la sola excelencia.
Es verdad, a pesar de eso, que nos conviene cuidar nuestra buena fama, como
aconseja el sabio26, pues la buena fama es la estimación de una simple y común integridad
de vida, y no de alguna excelencia. La verdadera humildad no estorba, pues, que
reconozcamos ni que deseemos nuestra buena reputación. Es verdad que la humildad
menospreciaría la fama si la caridad no la necesitara, ya que la buena reputación es uno de
los fundamentos de la comunicación humana, y sin ella seríamos no sólo inútiles sino
dañosos para el público, por el escándalo que recibiría. La caridad, pues, manda que
tengamos buena reputación; y la humildad tiene por bien que la deseemos y conservemos
como bien precioso.
Fuera de esto, así como las hojas de los árboles, que de suyo no son de mayor
estima, sirven de mucho, no sólo para hermosearlos sino también para conservar los frutos
mientras están tiernos; así también la buena fama, que de sí misma no es cosa que con
ahínco deba desearse, no deja por eso de ser muy útil, no sólo para el adorno de nuestra
vida, sino también para la conservación de nuestras virtudes, principalmente de las tiernas y
débiles. La obligación de mantener nuestra reputación y de ser tales cuales nos estiman,
despierta en nosotros un ánimo generoso y una poderosa y dulce violencia.
Conservemos nuestras virtudes, querido amigo o amiga, por cuanto son agradables a
Dios, principal y soberano objeto de todas nuestras acciones. Así como los que quieren
conservar por largo tiempo las frutas no se contentan sólo con confitarlas, sino que las
ponen en vasos apropiados para su conservación; así también, aunque el amor divino sea el
principal agente que conserva nuestras virtudes, también la buena fama es muy propia y
útil a este fin.
Pero, no por esto debemos mostrarnos muy fogosos, exactos y puntillosos para
conservar esta buena fama, porque los que para defender su reputación son muy delicados y
cosquillosos se parecen a los que ante cualquier achaque ya están tomando medicinas.
Éstos, por conservar la salud, la dañan del todo. En efecto, queriendo mantener al detalle
su reputación, llegan enteramente a perderla, porque por esta delicadeza se vuelven
enojosos, aborrecibles e insoportables, y provocan la malicia de los maldicientes.
Disimular y menospreciar injurias y calumnias es, de ordinario, remedio más eficaz
y saludable que llenarnos de sentimiento, porfía y deseo de venganza. El menosprecio
desanima al ofensor; mientras que si se manifiesta enojo, pareciera que la injuria hubiese
26
Cf. Eclo 41,15: “Más vale hombre que oculta su necedad, que hombre que oculta su sabiduría”.
19

sido justa. En efecto, así como los cocodrilos no dañan sino a los que los temen, tampoco
la murmuración daña sino a los que por ella se apenan y fatigan.
El miedo excesivo a perder la buena fama deja al descubierto una gran
desconfianza: que esta fama esté bien fundamentada sobre la verdad de una buena vida.
Las villas que tienen puentes de madera están expuestas a que una creciente del río las
rompa y se las lleve consigo; no así las que tienen puentes de piedra, que viven seguras y
sin miedo. Así, las personas que tienen un alma verdaderamente cristiana no tienen miedo
al desbordamiento de arrebatos y ofensas de las lenguas injuriosas, mientras que las que se
sienten débiles y frágiles se inquietan y alborotan al menor chisme. Créeme, amigo o
amiga, que quien quiere tener buena reputación con todo el mundo la pierde con todos; y
merece perder la honra, ya que quiere tenerla también con aquellos a quienes los vicios
hacen verdaderamente infames y deshonrados.
La buena reputación no es sino una señal que muestra dónde se aloja la virtud. La
virtud, pues, debe en todo y por todo ser preferida. Dirá a veces el malhablado que eres un
hipócrita, porque te ve buscando la santidad en tu vida. Si, por ejemplo, si el tal te tuviera
por poco hombre porque perdonaste una injuria, búrlate de lo que pueda decir, porque
además de que tales juicios son siempre de necias y locas gentes, la virtud se ha de preferir
siempre, así se tuviera que perder la fama. En efecto, siempre se ha de preferir el fruto a
las hojas; esto es, el bien interior y espiritual a todos los bienes exteriores. Está bien que
seamos celosos, pero no idólatras, de nuestra fama porque, así como el pelo, si solamente
se corta, poco después sale con más abundancia, más fuerte y espeso, de la misma manera
la fama recortada por la lengua de los maldicientes bien pronto tornará a crecer y a
mostrarse, no sólo tan hermosa como antes, sino también más sólida. En cambio, si son los
vicios, flojedad y mala vida los que nos quitan la reputación, entonces será muy posible no
recuperarla, por cuanto la buena fama queda arrancada de raíz.
En conclusión: la raíz de la fama es la bondad; y, mientras la tengamos, ella
producirá siempre el honor que le corresponde. Ahora bien, ya que la fama vale más que
toda suerte de alegrías pasajeras, deja las vanas conversaciones, las amistades frívolas y el
trato alocado, ya que dañan tu fama. Pero si, por ejercitar la piedad y adelantar en el
camino de la santidad, que da paso al bien eterno, otros murmuran, fisgonean o calumnian,
dejemos ladrar los perros; porque si pueden sembrar alguna mala opinión contra nuestra
reputación, y por este medio cortar los cabellos de nuestra fama, importará poco, porque
bien presto renacerá más fuerte que antes, y las tijeras de la murmuración servirán a nuestra
honra como la poda a los frutales, que los hace multiplicar su fruto.
Tengamos siempre los ojos puestos en Jesucristo crucificado y caminemos en su
servicio con confianza y sencillez, pero sabia y discretamente. Él será el protector de
nuestra fama. Y, si él permite que la perdamos, será para devolvernos otra mejor, o para
hacernos adelantar en la humildad, de la cual un solo gramo vale más que mil libras de
honras. Si nos injurian injustamente, opongamos apaciblemente la verdad a la calumnia; y
si perseveran en injuriarnos, perseveremos también nosotros en ser humildes. Y, así,
colocando nuestra reputación y nuestra alma en las manos de Dios, no podremos tenerlas
mejor aseguradas. Sirvamos a Dios por la buena o mala fama, a ejemplo de San Pablo 27,

27
Cf. 2Cor 6, 3-8.
20

porque podamos decir con David: “¡Oh Dios mío!, por ti sufro el insulto y la vergüenza
cubre mi rostro”. 28
Sin embargo, no dejo de hacer excepción de ciertas maldades, tan atroces e infames,
que ninguno debe sufrir la calumnia cuando justamente puede rechazarla; y de ciertas
personas, de cuya buena reputación depende la buena orientación de muchos: en semejantes
casos se debe pretender la reparación del agravio recibido, siguiendo en esto el parecer de
los teólogos.

CAPITULO VIII

MANSEDUMBRE CON EL PROJIMO Y REMEDIO CONTRA LA IRA

El santo crisma, que por tradición apostólica usa la Iglesia de Dios para
confirmaciones y ordenaciones, está compuesto de aceite de oliva mezclado con bálsamo,
los cuales representan, entre otras cosas, las dos muy amadas virtudes que resplandecen en
la persona de nuestro Señor: “aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” 29.
Nos ha encomendado singularmente estas dos virtudes, como si por ellas nuestro corazón
debiera especialmente estar consagrado a su servicio y dedicado a su imitación.
La humildad nos perfecciona respecto a Dios y la mansedumbre respeto al prójimo.
El bálsamo que, como en otro capítulo anterior lo decía 30, se va siempre al fondo cuando
está mezclado con otros licores, representa la apacible mansedumbre que excede todas las
cosas y sobresale entre las otras virtudes: es la flor de la caridad. Según San Bernardo, la
caridad llega a su perfección cuando no sólo es paciente sino, además, mansa y apacible.
Pero asegúrate, amigo o amiga, de que este crisma místico, compuesto de
mansedumbre y humildad, esté en tu corazón, porque una de las mayores estrategias del
enemigo del alma es hacer que muchos se queden en las palabras y apariencias exteriores
de estas virtudes. Estos, al no examinar bien sus afectos interiores, piensan ser humildes y
mansos, no siéndolo.
En efecto, aunque lucen una ceremoniosa mansedumbre y humildad, a la menor
palabra contraria que les dicen, a la menor injuria que reciben, se sacuden y saltan con una
arrogancia insufrible. Dicen que los que han tomado el antídoto que comúnmente llaman

28
Cf. Sal 69, 8.
29
Cf. Mt 11,29.
30
Cf. parte 3ª, cap. 4º.
21

el betún de San Pablo, no se hinchan cuando los pica una víbora, con tal de que el betún
sea fino. De la misma manera, cuando la humildad y la mansedumbre son buenas y
verdaderas, nos defienden de la hinchazón y ardor que las injurias suelen provocar en
nuestros corazones. Así que, si cuando nos pican y muerden los murmuradores y
enemigos, nos hinchamos y sulfuramos, es señal clara de que nuestra humildad y
mansedumbre no son finas y verdaderas, sino artificiales y aparentes.
Aquel ilustre patriarca José, nombrado ministro del Faraón, al despedir a sus
hermanos de Egipto para volver a casa de su padre, les hizo esta única advertencia: “no os
enojéis en el camino”31. Lo mismo te digo yo, amigo o amiga: esta miserable vida no es
sino un camino para la otra vida bienaventurada. No nos enojemos en el camino, los unos
con los otros; caminemos como grupo de hermanos y compañeros, dulce, amigable y
apaciblemente. Y te digo aún más: que de ninguna manera te enojes, si fuere posible, ni
abras la puerta de tu corazón a ningún enojado pensamiento, porque dice Santiago: “La ira
del hombre no obra [no refleja] la justicia de Dios”. 32
Se ha de resistir el mal y corregir los vicios de los que tenemos a cargo, constante y
valientemente, pero suave y apaciblemente. Nada aplaca tanto a un elefante airado como la
vista de un cocodrilo; y nada rompe tan fácilmente la fuerza de la artillería como la lana.
De la misma manera, aunque esté acompañada de la razón, la corrección que procede de la
ira no es tan eficaz como la que proviene de la sola razón. Efectivamente, el alma racional
se somete naturalmente a la razón, y sólo por tiranía a la pasión. Por esto, cuando la razón
está acompañada de pasión se hace odiosa y pierde su justo influjo, siendo opacada por la
tiranía.
Los jefes de los ejércitos honran mucho a los pueblos cuando los visitan en son de
paz; pero su presencia para restablecer el orden resulta siempre desagradable y dañosa,
porque no deja de haber siempre algún desorden o abuso de los soldados, aunque los jefes
hagan observar exactamente la disciplina militar. De la misma manera, cuando la razón
reina, ella castiga y corrige apaciblemente, y todos la aprueban, aunque corrija en forma
rigurosa; pero cuando viene acompañada de ira y enojo, que son sus soldados según san
Agustín, se vuelve más temible que amable, y su propio corazón queda ofendido y
maltratado. El mismo San Agustín dice que es preferible impedir que la ira entre en el
corazón, por pequeña que sea y aunque razonable y justa, porque si entra es difícil sacarla,
ya que entra pequeña pero, en un instante, se hincha y agranda. Y, si llega la noche, y el
sol se acuesta sobre nuestra ira, cosa que reprueba el apóstol, 33 se convierte en odio y
rencor, nacidos de mil falsas razones, ya que un hombre enojado nunca cree que su enojo
sea injusto.
Por tanto, es mejor procurar vivir sin cólera que querer usarla con moderación y
sabiduría. Cuando por imperfección o debilidad nos arrebate la ira, es mejor rechazarla de
inmediato y no detenerla, ni un solo instante, en nuestro corazón, porque por poco chance
que se le dé se hace dueño de él; y hace como la serpiente, que fácilmente mete todo el
cuerpo donde ha metido la cabeza.

31
Cf. Gén 45,24.
32
Sant 1,20.
33
Cf. Ef 4,26.
22

Pero ¿cómo la rechazaré yo?, me dirás. Es menester, mi amigo o amiga, que al


primer toque de ira que sientas en ti, reacciones, no de modo áspero ni impetuoso, sino
suavemente. Así como vemos, en las reuniones de muchos Senados y Parlamentos, que los
moderadores, gritando silencio, hacen más ruido que aquellos a quienes pretenden callar;
también sucede muchas veces que queriendo con ímpetu reprimir nuestra cólera,
levantamos más alboroto en nuestro corazón que el que ella pudiera haber hecho. Y,
alborotado así el corazón no puede ser, más, dueño de sí mismo.
Después de este suave esfuerzo practicarás el aviso que San Agustín, ya viejo, daba
al joven obispo Auxilio: “Haz lo que un hombre debe hacer. Si te sucede lo que el hombre
de Dios dice en el salmo, «mi ojo está turbado de grande cólera», acude a Dios, diciendo:
«Ten misericordia de mí, Señor; para que extienda su diestra y reprima tu enojo»”. Te
digo, pues, que es menester invocar el socorro de Dios cuando nos vemos asaltados de
cólera, a imitación de los apóstoles, atormentados del viento y borrasca en medio de las
aguas. Porque, entonces, él mandará a nuestras pasiones que cesen; y la tranquilidad,
volviendo poco a poco, traerá la bonanza. Pero, con todo esto, te advierto que también la
oración que se hace contra la cólera que se siente, debe practicarse suave y mansamente, y
no con violencia. Esto se ha de observar en todos los remedios que se aconsejen contra
este mal.
Cuando percibas haber caído en algún acto de cólera, repara la falta prontamente,
con un acto de suavidad en favor de la persona con quien te encolerizaste; porque, de la
misma manera que es un soberano remedio contra la mentira el desdecirte, luego de decirla,
así también es un buen remedio contra la cólera el repararla, en seguida, con un acto
contrario de suavidad; y porque, como se dice, las llagas frescas son más fáciles de curar.
Fuera de esto, cuando estés con tranquilidad y sin motivo alguno de cólera, haz
grande provisión de suavidad y mansedumbre, diciendo todas tus palabras y haciendo todas
tus acciones, pequeñas o grandes, del modo más apacible que te sea posible.

[No os dejéis persuadir, de ninguna manera, de albergar cualquier tipo de ira en


34

vosotros, ni por un asunto ni por otro, pues por chica que sea, una vez en vuestro corazón,
es muy trabajoso sacarla e impedir que tiranice nuestra alma. Por ello no es buena para
cosa alguna del mundo, pues, como dice el apóstol Santiago, la ira del hombre jamás obra
la justicia de Dios; y nunca, por ventura, se halló varón prudente que no se arrepintiera de
haberse encolerizado.
Pues bien, para adquirir tal mansedumbre de corazón, practicadla en toda clase de
ocasiones, grandes y pequeñas, incluso en tiempos de paz y tranquilidad. ]

La Esposa del Cantar de los cantares no tiene únicamente mieles en sus labios y en
la punta de su lengua, sino que también la tiene debajo de la lengua 35, quiere decir, dentro
del pecho. No sólo se ha de tener palabras dulces para el prójimo, sino también todo el
pecho, esto es, todo el interior de nuestra alma. Así mismo, no sólo se debe tener la
dulzura y suavidad de la miel, que es aromática y odorífera (esto es, la suavidad de la
conversación civil) con los extranjeros, sino también la dulzura de la leche entre los
34
Variante redaccional de S. Francisco de Sales, en una de las ediciones del libro.
35
Cf. Cant 4,11.
23

domésticos y vecinos cercanos. Se equivocan grandemente los que en la calle parecen


ángeles, y en la casa demonios.

CAPITULO IX

DE LA SUAVIDAD PARA CON NOSOTROS MISMOS

Uno de los ejercicios que podemos hacer para adquirir la suavidad es el de


practicarla con nosotros mismos, no disgustándonos jamás contra nosotros mismos, ni
contra nuestras imperfecciones. En efecto, aunque la razón quiere que nos mostremos
pesarosos y tristes cuando caemos en errores, no por eso debemos admitir un pesar agrio y
colérico.
Cometen un gran error muchos que se encolerizan y, luego, sienten una segunda ira
por haberse aírado. Así, empapan su corazón de ira. Pareciera que la segunda ira destruye
la primera, pero sólo sirve para predisponerse a un nuevo ataque de ira, a la primera
ocasión que se presente. Tanto esta segunda ira como el disgusto consigo mismos son
fruto de una gran soberbia y proceden del amor propio herido, que se alborota al verse
imperfecto.
Menester es, pues, tener de nuestras errores un pesar modesto, sosegado y firme,
porque de la misma manera que un juez castiga mucho mejor a los malos cuando dicta sus
sentencias por razón y con espíritu sosegado, y no cuando las da por ímpetu y pasión, así
nosotros castigamos mucho mejor nuestras faltas con arrepentimientos sosegados y
constantes que con arrepentimientos agrios, apretados y coléricos. Estos arrepentimientos,
hechos con ímpetu, no se hacen según la gravedad de nuestras faltas, sino según nuestras
inclinaciones. Por ejemplo: el que ama la castidad sentirá muchísimo la menor falta que
cometa contra ella; pero, por el contrario, el que aborrece la murmuración se atormentará
por haber desacreditado en algo a alguien, pero no dará importancia a una gran falta contra
la castidad. Esto sucede porque los tales no juzgan según la razón, sino por pasión.
Créeme, amigo o amiga: de la misma manera que las correcciones de un padre a su hijo
tienen más fuerza para corregirlo, hechas suave y cordialmente que con mucha ira y enojo,
así también, cuando nuestro corazón comete alguna falta, más ganamos con
amonestaciones suaves y sosegadas, con más compasión que pasión, que lo animen al
arrepentimiento y a la enmienda. De esta manera, nuestro corazón echará más raíces en el
bien que si es empujado por un arrepentimiento enojoso, arrebatado y tempestuoso.
24

Si yo tuviese, por ejemplo, un gran deseo de no caer en el vicio de la vanidad y, no


obstante, hubiese caído en él, no por eso reprendería mi corazón de esta manera: “¿No eres
tú, miserable y abominable, que después de tantas resoluciones te has dejado llevar de esta
vanidad? ¡Muere de vergüenza, no levantes más los ojos al cielo, ciego, imprudente, traidor
y desleal a tu Dios!”. Yo, más bien lo corregiría por la razón y la vía de compasión,
diciéndole: “Ahora bien, pobre corazón mío, mira que hemos caído dentro del foso que
tantas veces habíamos querido evitar. ¡Pobres nosotros! Levantémonos y huyamos de él,
para siempre; pidamos la misericordia de Dios y esperemos en ella, que nos ayudará a ser
más firmes en el futuro. Esto nos hace volver al camino de la humildad. Ánimo, pues,
corazón mío, y no seamos más tan fáciles: Dios nos ayudará, y con Él no será poco lo que
logremos”. Aún más: sobre esta reprensión fabricaría una sólida y firme resolución de
nunca más caer en la falta, tomando las precauciones básicas y los medios apropiados para
este fin, al mismo tiempo que los consejos de mi maestro espiritual.
Y si, no obstante esto, alguno ve que su corazón no se mueve lo suficiente por esta
suave corrección, podrá emplear una reprensión áspera y fuerte para excitarlo a un
profundo arrepentimiento, con tal de que acabe toda su ansia y enojo en una suave y santa
confianza en Dios, a imitación de aquel gran penitente que consolaba su alma de esta
suerte: “¿Por qué te acongojas, alma mía, y por qué te alborotas? ¡Espera en Dios, porque
volverás a alabarlo, diciéndole: salud de mi rostro, Dios mío!” 36
Cuando cayere tu corazón en una falta, levántalo, pues, con suavidad, humillándote
grandemente delante de Dios por el conocimiento de tu miseria, sin que de ninguna manera
te espantes de tu caída, pues no es cosa de admiración ver que la enfermedad sea enferma,
la flaqueza flaca y la miseria apocada. Abomina, eso sí, y con todas tus fuerzas, la ofensa
que Dios ha recibido de ti; y con gran ánimo y confianza en su misericordia, vuélvete al
camino de la virtud, que habías abandonado.

36
Sal 43,5.
25

CAPITULO X

TRATAR NEGOCIOS CON CUIDADO PERO SIN CONGOJA

La responsabilidad y diligencia que debemos tener en nuestros deberes y negocios


son cosas bien diferentes a la zozobra y a la congoja. Así, los ángeles velan por nuestra
salvación y la procuran con diligencia; pero sin zozobras ni congojas: porque el cuidado y
la diligencia reflejan su caridad; pero la zozobra y la congoja serían contrarias a su
felicidad. En conclusión: la responsabilidad y la diligencia pueden estar acompañadas de
tranquilidad y de paz de espíritu.
Así, pues, amigo o amiga, procura demostrar responsabilidad y diligencia en todas
tus obligaciones y negocios porque Dios, que te los confió, quiere que te desempeñes muy
bien en ellos. Pero, en cuanto sea posible, no te angusties ni obsesiones, en el
cumplimiento de tus obligaciones: no las empieces con inquietud, ansia o ardor, ni te
acongojes al realizarlas, porque toda suerte de congoja turba la razón y el juicio, e impide
el acierto en lo que deseamos.
Cuando nuestro Señor reprende a Santa Marta, le dice: “¡Marta, Marta, estás muy
solícita y alborotada por muchas cosas!”37 ¿Ves tú, amigo o amiga, cómo, si ella se hubiera
mostrado simplemente cuidadosa no se hubiera alborotado?; pero exagerando el cuidado y
la inquietud se acongojó y alborotó, razón por la cual nuestro Señor la reprendió.
Los ríos que mansamente corren por las llanuras permiten la navegación de grandes
barcos y el transporte de ricas mercancías; y, también, las aguas que caen poco a poco
sobre los campos hacen crecer la yerba y las cosechas; en cambio, los torrentes y los ríos
que corren con gran furia arruinan las tierras y son inútiles para el comercio. De igual
manera, jamás fue bien acabada una obra hecha con ímpetu y congoja. “Las cosas se han
de acabar poco a poco”, como dice un antiguo proverbio. El que se da prisa, dice
Salomón38, corre peligro de tropezar. ¡Muy rápido se hacen las cosas, cuando se hacen
bien!
Los zánganos hacen mucho más ruido y viven más inquietos que las abejas; pero no
hacen la miel, sino apenas la cera 39. Así son los que se acongojan con cuidados
37
Lc 10,41.
38
Cf. Prov 19,2.
39
Se creía, en tiempos de S. Francisco de Sales, que los zánganos hacían la cera; pero es falso. No obstante
se conserva esta imagen por el valor de la consecuencia que saca.
26

extraordinarios y solicitudes impertinentes: nunca hacen ni mucho, ni bien. Dicho de otra


manera: así como las moscas no nos molestan tanto por su tamaño y fuerza, cuanto por su
número; así, los grandes problemas no nos desasosiegan tanto como los pequeños, cuando
son muchos.
Atiende, pues, los asuntos y negocios que te lleguen, con calma; y procura
despacharlos, uno tras otro, en orden, porque si los quieres hacer todos juntos y en
desorden, todo será trabajar en vano y cansarte de espíritu, siendo lo más probable el que te
agotes, sin conseguir ningún buen resultado.
En todos tus negocios arrímate siempre a la Providencia de Dios, confiando en la
cual debes realizar todos tus proyectos. Procura cooperar con ella y, después, si has
confiado bien en Dios, ten por cierto que el resultado que te venga será el más provechoso
para ti, sea bueno o malo según tu parecer.
En esto haz como los niños que, mientras con una mano se agarran a sus padres, con
la otra cogen frutas o cosas que se les aparecen. De la misma manera, atendiendo los
bienes de este mundo con una de tus manos, ten la otra bien agarrada de tu Padre celestial,
volviéndote a Él de vez en cuando, para ver si le son agradables tu vida y tus ocupaciones.
Cuídate, ante todo, de no soltarte de su mano y protección, pensando que con las dos
manos libres puedes juntar y recoger aún más, porque, si te sueltas de su mano, no habrás
dado un paso y ya te habrás ido de narices, por tierra.
Te digo aún más, amigo o amiga: te recomiendo que, cuando tus negocios y
ocupaciones no exijan gran atención y cuidado, mires más a Dios que a tus negocios. Pero,
cuando tus negocios sean de tal importancia que requieran toda tu atención para acabarlos
bien, entonces mires a Dios de cuando en cuando, como hacen los que navegan en el mar:
para ir a tierra firme, miran más la estrella polar en el cielo que las aguas por donde
navegan. Así, Dios trabajará contigo, en ti y por ti, y tu trabajo estará lleno de consuelos.
Considera a menudo la brevedad de esta vida y la eternidad de la futura, la vanidad
de los bienes de este mundo y la verdad de los bienes del otro. Mi querido amigo o amiga,
¡cuántas cosas hacemos, cuántos trabajos nos damos, cuántas preocupaciones tenemos por
esta breve vida presente, y cuán poco hacemos por la vida futura y eterna! Haz que la
búsqueda de la eternidad se derrame por toda tu alma: en tu entendimiento para mejor
pensar en ella; en tu memoria, para no olvidarla ni de día ni de noche; en tu voluntad, para
estimarla mucho más. ¿Es razonable, acaso, que este momento pasajero de nuestra vida
mortal ocupe tanto nuestro corazón y que, por el contrario, la eternidad para la que está
destinado sea tenida en tan poca consideración?
Piensa a menudo en la Providencia de Dios que, con resortes desconocidos por los
hombres, guía toda clase de acontecimientos en provecho de los que lo temen. Repasa todo
lo agradable y lo desgraciado que te ha acontecido hasta ahora; y considera cómo todo eso
se ha ya desvanecido y disipado. Lo mismo acontecerá con todo lo que te sucederá, el
resto de tu vida mortal. Así que, en adelante, ni el mal te entristezca, ni el bien te
envanezca.
27

CAPITULO X bis

TRES GRANDES VIRTUDES

PROPIAS PARA ADQUIRIR LA PERFECCION40

Solamente la caridad nos pone en la perfección; pero la obediencia, la castidad y la


pobreza son los tres grandes medios para adquirirla. En efecto, la obediencia consagra
nuestro corazón, la castidad consagra nuestro cuerpo y la pobreza consagra nuestros medios
al amor y servicio de Dios. Estas son las tres ramas de la cruz espiritual, todas tres
apoyadas sobre una cuarta, que es la humildad.
41
Unos están clavados a esta cruz con clavos de hierro, que apenas si pueden ser
rotos: son los religiosos que, habiendo hecho votos solemnes de obediencia, pobreza y
castidad, no pueden nunca, o casi nunca, volverse atrás, quedando irrevocable e
indisolublemente obligados a la observancia de sus votos, que es lo que se quiere decir
cuando se afirma que están en un estado de perfección. 42
Otros están clavados a la misma cruz, pero con clavos de madera, que pueden ser
rotos más fácilmente que los de hierro: son los que, permaneciendo en el mundo, hacen el
voto simple de guardar la castidad y la pobreza, y de obedecer a alguien por amor de
Dios. Tales están estrechamente clavados y ligados a la cruz; pero siendo sus votos
40
En este capítulo se concentra la originalidad de la espiritualidad salesiana, introducida por san Francisco
de Sales y hecha, hoy, parte del patrimonio general de la Iglesia, consagrado en el Concilio Vaticano II  
(Lumen Gentium cap. V): la vocación de todos a la santidad y, por tanto, la práctica de los consejos
evangélicos, incluidos los de pobreza, castidad y obediencia, según el estado civil y religioso de cada uno.
41
Reproducimos en cursiva unas variantes de texto, introducidas por san Francisco en una de las ediciones
del libro.
42
Actualmente, es generalizado el rechazo a este concepto de “ estado de perfección” aplicado a la vida
religiosa, porque: 1º se asocia a un concepto de santidad adquirido mecánicamente, con el “solo estar”
metido en una comunidad y sin requerimiento de autenticidad; 2º se asocia a un deprecio de la vida laical
normal, como si fuera por si misma inferior y menos perfecta que la vida religiosa, como olvidando la
vocación universal a la santidad. Pero si se lee y analiza bien el concepto que expone san Francisco de
Sales, en este capítulo, se advierte que el valor de perfección no es adjudicado a circunstancias externas
sino a una voluntad, auténtica y estable, de vivir radicalmente la caridad. En definitiva, no hay
contradicción entre la doctrina de san Francisco de Sales y la teología del Vaticano II, sino una gran
sintonía expuesta en términos y vocabularios diversos.
Por otra parte, para entender mejor es necesario tener en cuenta que, en tiempos de s. Francisco de Sales,
las comunidades conventuales y las mendicantes dominaban las estadísticas de la vida religiosa, y tan sólo
los jesuítas y los seguidores de S. Vicente de Paúl, especialmente, preanunciaban las nuevas formas
modernas de vida religiosa activa. Se distinguía, igualmente y hasta hace poco, entre votos solemnes, como
los de los Benedictinos y los votos simples, como los de los jesuítas y demás congregaciones de vida activa.
28

simples y no solemnes, pueden de algún modo y por ciertas razones, ser dispensados de su
observancia.
Otros hay, en fin, que por razones fuertes y poderosas resoluciones emprenden una
vida de castidad y de pobreza, siguiendo la obediencia bajo la guía de alguien: estos están
ligados a la cruz con vínculos sencillos, sin verse clavados a ella como los precedentes
pues, cuando lo desean, pueden desligarse y abandonar tal modo de vivir.
Todos los anteriores están crucificados con Nuestro Señor, pero más no tan
perfectamente unos como otros. Ahora bien, no hablo aquí si no es para vos, querida
amiga o amigo, que os halláis en medio del mundo.
Por eso no diré aquí nada de estas tres virtudes, ni según las practican los religiosos
y toca sólo a ellos; ni tampoco en cuanto a los votos simples. Porque, aunque es cierto que
el voto da siempre muchas gracias y merecimientos a todas las virtudes, sin embargo lo que
yo pretendo aquí es que estas tres virtudes sean practicadas, con o sin voto, pues el
observarlas es lo que basta para llegar a la perfección.
No obstante lo anterior, no poca diferencia existe entre el estado de perfección y la
perfección. En efecto, todos los obispos y religiosos están en el estado de perfección y, sin
embargo, no todos están en la perfección, como resulta evidente más de lo que es justo.
Procuremos, pues, amigo o amiga, practicar bien estas tres virtudes, cada uno según
su estado, porque: 1º aunque ellas no nos pongan en el estado de la perfección, sí nos darán
la misma perfección; y 2º, todos estamos obligados a practicar estas tres virtudes, aunque
no a practicarlas todos de la misma manera.

CAPITULO XI

DE LA OBEDIENCIA

Comencemos por la obediencia. Hay dos clases de obediencia: la una necesaria y


la otra voluntaria.
Por la obediencia necesaria debes obedecer con humildad a tus superiores
eclesiásticos, políticos y domésticos. A superiores eclesiásticos como el Papa, el obispo, el
párroco, u otras personas puestos por ellos para ti; a superiores políticos, como
mandatarios y autoridades civiles establecidos en tu tierra; a superiores domésticos, como
tu padre y madre. Llámase a esta obediencia necesaria, porque ninguno puede negarla a
29

tales superiores, habiéndoles dado Dios la autoridad de mandar y gobernar, cada uno en
aquello que le toca legítimamente mandarnos. Haz, pues, lo que ellos te manden, pues es
obligatorio; y si quieres perfeccionarte, sigue aún sus consejos e, incluso, sus deseos e
inclinaciones, con tal que la caridad y prudencia te lo permitan.
Obedece cuando te manden cosas agradables y fáciles, como comer y descansar:
aunque no parece gran virtud el obedecer en tales casos, desobedecer no sería una falta
pequeña. Obedece en cosas indiferentes, como traer tal o cual vestido, ir por un camino o
por otro, cantar o reír; y ésta será una obediencia de no poco merecimiento. Obedece,
también, en cosas difíciles, ásperas y rudas, y la tal será una obediencia perfecta.
Finalmente, te aconsejo obedecer suavemente y sin réplicas, prontamente y sin
demora, con alegría y sin enfado; y, sobre todo, obedece con amor y por amor de aquel que
por amor a nosotros se hizo obediente hasta la muerte en cruz. Como dice San Bernardo,
Jesús prefirió perder la vida y no la obediencia.
Para aprender fácilmente a obedecer a tus superiores, condesciende fácilmente con
tus semejantes, cediendo a sus opiniones en lo que no fuere malo, sin ser polémico ni terco.
Acomódate también de buena gana con los deseos de tus inferiores cuanto sea razonable,
sin usar con ellos de ninguna autoridad superior mientras sean buenos.
Cuando encontramos difícil el obedecer a nuestros actuales superiores, nos
engañaríamos si creyéramos que obedecerles se nos volvería fácil si fuéramos religiosos o
religiosas.
Todo esto mira a la obediencia general.
43
Ahora digamos una palabra sobre la obediencia particular. Nuestro Salvador fue
puesto en la cruz porque lo quiso, y fue clavado a ella perseverando hasta la muerte. La
obediencia es la cruz del corazón, pues así como el cuerpo pierde sus gustos con los
tormentos, así el corazón pierde su propia voluntad por la obediencia, bajo la cual no
quiere ya lo que quiere, sino lo que Jesucristo quiere por él.
Los religiosos están clavados a la cruz de la obediencia, con clavos de hierro que
no pueden ser rotos, pues habiéndose a ella consagrado solemnemente, a la obediencia
permanecen obligados de modo irrevocable e indisoluble, lo que los pone en el estado
perfecto de obediencia. 44 Algunos hay en el mundo que a ella se consagran con voto
simple, y ciertamente por tal se ven clavados sobre su cruz con clavos de madera, que
pueden ser rotos más fácilmente que los de hierro. Así fue el voto de la Madre Teresa de
Jesús: a más de la obediencia solemnemente dada a los superiores de su orden se obligó,
por voto simple, a obedecer al padre Gracián, su director espiritual.
Otros hay que se dedican a la obediencia porque han tomado la firme resolución de
seguir la opinión y la guía de alguien. Estos tales no están clavados a la cruz de la
obediencia, sino simplemente ligados, de manera que pueden desligarse, si así lo desean.
Pero todos imitan la obediencia de Nuestro Señor, unos más y otros menos.

Llamamos obediencia voluntaria aquella a la cual nos obligamos por nuestra propia
elección, sin que nos la imponga ningún otro. No se escoge de ordinario el superior ni el
43
Esta es una variante de texto, introducida por s. Francisco en una de las ediciones.
44
Sobre el estado de perfección, ver la nota anterior # 34.
30

obispo, el padre ni la madre, y muchas veces ni el marido 45; pero se escoge con plena
libertad el confesor y el maestro del alma. Sea que alguien haga voto de obedecer a
alguien, por ejemplo su confesor o maestro espiritual, como se ha dicho hizo la Madre
Teresa de Jesús, sea que lo haga sin voto, esta obediencia siempre se llama voluntaria
porque tan sólo depende de nuestra libre voluntad y elección.

Haz de obedecer, pues, a todos los superiores, a cada uno en aquello que tiene la
responsabilidad para con nosotros: así, en lo que toca a policía y cosas públicas, a los
gobernantes; a los prelados, en los que toca a policía eclesiástica; en las cosas domésticas,
al padre y la madre, al marido y a la esposa; y, en cuanto a la dirección en particular del
alma, al maestro y confesor particular.
En prácticas de piedad haz las que te ordene tu padre espiritual, porque así serán
mejores y tendrás doblada gracia y bondad: lo uno por sí mismas, por ser piadosas; y lo
otro por la obediencia, en cuya virtud serán hechas. ¡dichosos los obedientes, porque Dios
no permitirá nunca que se descarríen, ni se pierdan!

CAPITULO XII

DE LA NECESIDAD DE LA CASTIDAD

La castidad es la flor de las virtudes: ésta hace a los seres humanos casi iguales a los
ángeles. Nada es hermoso sin limpieza; y la limpieza de los seres humanos es la castidad.
A la castidad también se le llama honestidad; y de quien la practica se dice que
“tiene honra”. Llámase también integridad, y su contrario, corrupción. La castidad es la
hermosa y blanca virtud del alma y del cuerpo.
Jamás nos es permitido dar a nuestros cuerpos placer sexual alguno, de ninguna
manera, sino en legítimo matrimonio. También en el matrimonio se ha de observar la
honestidad de la intención; porque, si hay alguna malicia en el deleite, nuestra voluntad no
es honesta.
El corazón casto es como la madreperla, que no puede recibir ni una sola gota de
agua si no viene del cielo; así este corazón no puede recibir placer sexual alguno sino del
matrimonio, el cual viene ordenado del cielo. Fuera de esto, no le es permitido ningún
pensamiento voluntario y entretenido al respecto, porque sería deshonesto.

45
Entonces y hasta entrado este siglo, y aún en muchas partes del mundo, el matrimonio viene concertado
por los padres o parientes de la novia, sin que ésta tenga plena libertad de elegir a su esposo.
31

En cuanto al primer grado de esta virtud, cuídate, amigo o amiga, de admitir


ninguna suerte de deleites que sea prohibidos, como lo son aquellos que se reciben fuera
del matrimonio. Cuídate de deleites contrarios a la santidad del matrimonio.
En cuanto al segundo grado, te apartarás cuanto te sea posible de los deleites
inútiles y superfluos, aunque lícitos y permitidos.
En cuanto al tercer grado, no pondrás toda tu afición en los placeres deleitosos que
son mandados y ordenados porque, aunque se hayan de usar los deleites necesarios que
miran al fin e institución del santo matrimonio, no por eso debemos atar a ellos el corazón
y el espíritu.
46
Hay cierta semejanza entre los gozos sexuales y los del beber y comer, pues ambos
conciernen a la carne, si bien los primeros, en razón de su radical vehemencia, se llaman
simplemente carnales. Explicaré, pues, lo que no puedo decir de los unos, puesto que lo
diré de los otros; pero hablo sólo a los casados.
El comer ha sido ordenado para conservar en vida las personas; y las bodas para
multiplicarlas, conservando el género humano. Pues bien, comer para conservar la vida
es cosa buena, santa y obligatoria. Comer, no para conservar la vida, sino por
conservarnos en capacidad de cuidar nuestra familia, es cosa honrada y justa. Comer por
simple placer y sin exceso, es cosa tolerable, pero no laudable; pero comer con exceso
grande, o pequeño, es proporcionalmente cosa mayor o menormente reprochable. Ahora
bien, el exceso en comer y beber no consiste únicamente en la demasiada cantidad, sino
también en el modo y manera de comer. Pues bien: idénticas consideraciones se han de
hacer para los gozos carnales entre casados, quienes únicamente pueden usarlos; pero no
abusar.

Por lo demás, todos tienen gran necesidad de esta virtud. Así, los que están en
viudez deben tener una animosa castidad, no sólo para menospreciar tentaciones presentes
y futuras, sino incluso para resistir las imaginaciones que los placeres lícitamente recibidos
durante su matrimonio pueden aún producir en su espíritu, pues los hacen más fáciles a las
tentaciones deshonestas. A este propósito San Agustín encarece la pureza de su amado
Alipio, el cual había olvidado y menospreciado totalmente los deleites carnales, aunque los
había experimentado en su juventud.
En efecto, es cierto que mientras los frutos están enteros pueden conservarse, unos
sobre paja, otros entre arena y otros en su propio follaje; pero, una vez comenzados, es casi
imposible conservarlos si no es en miel y azúcar. Así, la castidad que no está aún tocada ni
violada, puede guardarse de muchas maneras; pero una vez mancillada, nada la puede
conservar sino una excelente unión con Dios que, como ya he dicho muchas veces, es la
verdadera miel y azúcar del espíritu. Así, las vírgenes necesitan una castidad
extremadamente simple para despedir de su corazón toda suerte de curiosos pensamientos y
para menospreciar con un absoluto menosprecio toda suerte de placeres sexuales.
Guárdense, pues, estas almas puras, de dudar que la castidad no sea incomparablemente
mejor que todo aquello que le es contrario porque, como dice San Jerónimo, el enemigo
aprieta violentamente a las vírgenes, provocándoles al deseo de probar estos deleites,
46
Variante de texto, introducida por s. Francisco de Sales en una de las ediciones.
32

representándoselos infinitamente más gustosos y regalados de lo que son. Esto muchas


veces las inquieta mucho, por cuanto acaba de decir este santo padre, es decir, que ellas
tienen por más dulce y gustoso aquello que ignoran. Porque, así como la pequeña
mariposa, viendo la llama, va curiosamente volando alrededor de ella, queriendo probar si
es tan dulce como hermosa, y apremiada por esta fantasía no cesa de revolotear en torno,
hasta que se quema y muere a la primer prueba. Así mismo, la gente joven: fácilmente se
deja asaltar tanto del falso y loco aprecio del placer que puedan producir las llamas de la
pasión que, después de muchos curiosos pensamientos, terminan quemándose y
perdiéndose. Y en esto resultan más locos que la mariposa: ésta se engaña porque cree que
el fuego es tan agradable como hermoso; ellos, en cambio, saben que buscan algo muy
deshonesto y, sin embargo prefieren este loco y brutal placer.
Ahora bien, aunque la gente no lo crea, la castidad es muy necesaria para los
casados. En su caso, la castidad no consiste en abstenerse totalmente de los placeres
carnales, sino en mantener el dominio de sí, en medio de dichos placeres. Veamos un
paralelo: “Enojaos, pero no pequéis” es un mandamiento más difícil que el de “No os
enojéis”, puesto que es más fácil evitar la cólera que gobernarla. Así también es más fácil
abstenerse de todos los deleites carnales que guardar la moderación en medio de ellos.
Aunque, también son ciertas dos cosas: de una parte, que el santo matrimonio tiene una
fuerza particular para apagar el fuego de la concupiscencia; de la otra, que la debilidad de
quien disfruta estos placeres puede llevarlo, fácilmente, de la permisión a la relajación, del
uso al abuso. En efecto, así como muchos ricos roban, no por necesidad, sino por avaricia;
así también mucha gente casada desemboca en placeres ilícitos sólo por intemperancia y
lujuria, en los placeres que legítimamente disfrutan. Su concupiscencia es como un fuego
ligero que va quemando a un lado y otro, sin asirse a ninguna parte.
Es siempre peligroso tomar medicamentos violentos, porque tomados más de lo
necesario, o mal preparados, se recibe gran daño. El matrimonio, en parte, ha sido
ordenado como remedio de la concupiscencia y es, sin duda, un óptimo remedio, pero
violento; y, por con siguiente, peligroso si no se usa con discreción.
Añado a esto que los negocios humanos, fuera de las grandes enfermedades de que
suelen ser causa, apartan muchas veces a los maridos de sus mujeres. Por esto tienen los
maridos necesidad de dos clases de castidad: la una por la abstinencia absoluta que deben
tener cuando están separados, por los motivos que he dicho; y la otra por la moderación
que deben observar hallándose juntos. Santa Catalina de Siena vio entre los condenados
muchas almas en extremo atormentadas por haber violado la santidad del matrimonio, no
por la grandeza del pecado, porque los homicidios y las blasfemias son más enormes, sino
por cuanto los que lo cometen no hacen caso de este pecado y, por consiguiente, continúan
en él por largo tiempo.
Bien ves tú, pues, que la castidad es necesaria a toda clase de personas. “Procurad
la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”47. Por la santidad se
entiende la castidad, como san Jerónimo y san Juan Crisóstomo lo han bien notado. No,
querido amigo o amiga, ninguno verá a Dios sin la castidad; ninguno habitará en su santo
tabernáculo48, que no sea limpio de corazón, porque los sucios y deshonestos serán
47
Heb 12, 14.
48
Sal 15,1
33

desterrados 49 y, como dice el mismo Salvador, bienaventurados los limpios de corazón


porque ellos verán a Dios50.

CAPITULO XIII

AVISO PARA CONSERVAR LA CASTIDAD

Estarás siempre, amigo o amiga, pronto y listo para apartarte de todos los caminos,
halagos y atractivos de la lujuria 51, porque este mal crece insensiblemente, y por pequeños
inicios progresa hasta grandes percances. Mucho más fácil es huir de la lujuria que sanarse
de ella.
Los cuerpos humanos se parecen a los vidrios: estos no se pueden llevar tocándose
los unos con los otros, sin peligro de romperse. También se parecen a las frutas: aunque
estén sanas y en su sazón, no dejan de recibir gran daño tocándose las unas con las otras. Y
también se parecen al agua: por fresca que esté, siendo tocada por algún animal terrestre,
no puede conservar por largo tiempo su frescura. No permitas, pues, amigo o amiga, que
nadie te toque innecesariamente, ni por burla ni por juego, porque la castidad puede
conservarse en medio de estas acciones más bien livianas que maliciosas, pero la frescura
49
Cf. Ap 22, 15.
50
Mt 5, 8.
51
LUJURIA: “es un deseo o un goce desordenados del placer venéreo [sexual]. El placer sexual es
moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de la procreación y
de unión” (Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del Catecismo, Madrid, 1992, nro.
2351.
34

de la flor de la castidad sufre daño. En cambio, el dejarse tocar deshonestamente lleva


siempre a la total ruina de la castidad. 52
La castidad53 depende del corazón como de su origen, pero mira al cuerpo como su
materia; por eso, la castidad puede perderse, tanto por los sentidos del cuerpo como por los
pensamientos y deseos del corazón. Impudicia o indecencia es oír, hablar, oler, y tocar
cosas deshonestas, cuando el corazón se detiene ellas y de ello saca gusto. San Pablo dice:
no se ha de pensar en la fornicación, ni siquiera mentarla. 54 Se parece a las abejas, que no
sólo no quieren tocar cuerpos muertos, sino que huyen y aborrecen toda suerte de
hediondez y de mal olor. Así, en el Cantar de los Cantares 55, la sagrada esposa tiene manos
que destilan mirra, licor preservativo de la corrupción; labios, que son de color rubí
purpúreo, señal del pudor en las palabras; ojos de paloma, porque son limpios e inocentes;
orejas que tienen zarcillos de oro, señal de pureza; nariz, que semeja el cedro de Líbano,
madera incorruptible. Tal debe ser la persona santa: casta, limpia y honesta de manos, de
labios, de orejas, de ojos y de todo su cuerpo.
A este propósito quiero traerte lo que el anciano padre Juan Casiano refería como
dicho por el gran San Basilio56 que, hablando de sí mismo, dijo un día: “Yo no sé lo que
son las mujeres y, sin embargo, no soy virgen”. En verdad, la castidad se puede perder de
tantas maneras cuantas deshonestidades y lujurias existen: según sean grandes o pequeñas,
debilitan, hieren o matan al punto la castidad.
Hay otras pasiones, indiscretas y viciosas, locas y deshonestas, no sólo sensuales
sino también carnales, que no matan la castidad pero, por lo menos, la dejan muy ofendida
y debilitada. Dije por lo menos, por cuanto la castidad muere y perece totalmente cuando
las lujurias llegan hasta el placer deleitoso. Entonces padece la castidad más indigna y
desventuradamente que cuando se pierde por la fornicación, el adulterio o el incesto 57. En
efecto, estas últimas torpezas no son sino pecados; en cambio las otras, como dice
Tertuliano, son monstruos de iniquidad y de pecado.
Casiano no cree, ni yo tampoco, que San Basilio tropezase en este desconcierto
cuando se acusa de no ser virgen. Pienso que no decía esto sino por los malos y viciosos

52
Este tema tiene relación con el PUDOR, una de las formas en que se vive la pureza. El Catecismo citado
señala un pudor de los sentimientos y uno del cuerpo (nro. 2523). El pudor preserva la intimidad de la
persona  (nro. 2521); “el pudor protege el misterio de las personas y de su amor. Invita a la paciencia y a
la moderación en la relación amorosa; exige que se cumplan las condiciones del don y del compromiso
definitivo del hombre y de la mujer entre sí. El pudor es modestia; inspira la elección de la vestimenta.
Mantiene silencio o reserva donde se adivina el riesgo de una curiosidad malsana; se convierte en
discreción” (nro. 2522).
53
“La virtud de la castidad forma parte de la virtud cardinal de la templanza, que tiende a impregnar de
racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana”. Ibid. , nro. 2341. “La castidad es una
virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual. El Espíritu Santo
concede al que ha sido regenerado por el agua del bautismo, imitar la pureza de Cristo”. Ibid. , nro. 2345.
54
FORNICACIÓN. “Es la unión carnal de un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente
contraria a la dignidad de las personas y a la sexualidad humana [. . . ] Además, es un escándalo grave
cuando hay de por medio corrupción de menores”. Ibid. , nro. 2353.
55
Cf. Cant 5,5; 4, 3. 1; 1,10; 7,4.
56
Obispo de Cesarea (329-379). Fue el gran organizador de la vida monástica en el Oriente.
57
ADULTERIO significa infidelidad al propio esposo, o esposa, teniendo relaciones sexuales con persona
distinta a su pareja. INCESTO es la relación sexual entre parientes.
35

pensamientos que, aunque no mancharon su cuerpo, podrían contaminar su corazón. Las


almas generosas cuidan muchísimo la castidad de su corazón.
No converses de ninguna manera con personas deshonestas, especialmente si son
también escandalosas, como lo son casi siempre. Así como los cabrones, cuando tocan con
la lengua los almendros dulces los vuelven amargos, así también estas almas hediondas y
corazones infectados no hablan a nadie, ni del uno ni del otro sexo, sin apartarlos en algo
de la honestidad. Estas personas tienen tanto veneno cuanto los basiliscos 58, en los ojos y
en el aliento.
En conclusión: 1º Frecuentarás el trato de personas castas y virtuosas; 2º pensarás y
leerás a menudo cosas sagradas, porque la palabra de Dios es casta y hace castos a los que
se deleiten en ella.
Consérvate siempre cerca de Jesucristo crucificado: espiritualmente, por medio de
la meditación; y, realmente, por la santa comunión. Así, como se dice, que los que
descansan sobre la yerba llamada agnocasto se vuelven castos y honestos, de la misma
manera, si tu corazón reposa en Nuestro Señor, que es el verdadero Cordero casto y sin
mancha, verás cuán presto tu alma y tu corazón se hallarán purificados de toda lujuria y
torpeza.

CAPITULO XIV

POBREZA DE ESPIRITU ENTRE LAS RIQUEZAS59

¡ATENCIÓN! LA EXPRESIÓN DE JESÚS NB. PARA TODA ESTA SECCIÓN SOBRE LA POBREZA,
“POBRES DE ESPÍRITU” APUNTA A LA ES IMPORTANTE DISTINGUIR EL LENGUAJE RELIGIOSO
LIBERTAD INTERIOR, QUE LE PERMITE A UNA DEL SICOLÓGICO, EN EL CUAL SER POBRE DE ESPÍRITU
ES SINÓNIMO DE POCA CAPACIDAD INTELECTUAL O
PERSONA AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS AFECTIVA, MIENTRAS QUE, EN EL LENGUAJE
COSAS Y AMAR, Y PREFERIR A LAS RELIGIOSO, ES SINÓNIMO DE UNA APRECIACIÓN
PERSONAS, POR ENCIMA DEL APRECIO A MADURA Y UNA OPCIÓN DE LIBERTAD FRENTE A LOS
CUALQUIER COSA. . . (Nota del adaptador) BIENES MATERIALES.

58
Los basiliscos son reptiles semejantes a iguanas. Ponerse como un basilisco significa, en algunos
lugares, llenarse de cólera y furia. En la mitología el basilisco era un animal fabuloso y terrible.
59
San Francisco de Sales redactó dos veces este capítulo en dos formas tan diversas y atrayentes que
conviene conservarse, así se produzcan algunas repeticiones.
36

Nuestro Señor exclama con pasión: “¡Cuán difícil es que el rico entre en el reino de
los cielos!” San Pablo dice que los que quieren hacerse ricos caen en las redes del diablo,
porque la avaricia es la fuente de todos los males y una odiosa idolatría. Por el contrario, el
Salvador Jesús fue pobre en esta vida mortal, amó la pobreza y sigue mirando complacido a
los que la aman. ¡Bienaventurados los pobres de espíritu, dice Jesús, porque suyo es el
reino de los cielos! Dios salvará el alma de los pobres, dice David, y les otorgará sus
deseos. En la Sagrada Escritura, nada hay más alabado que la pobreza, ni más despreciado
que la avaricia.
Amigo o amiga, preciso es hablar de cosas contrarias de modo contrario. Así, pues,
bienaventurados son los pobres de espíritu y suyo será el reino de los cielos; en cambio,
desgraciados son los ricos de espíritu, porque las miserias del infierno son para ellos. En
efecto, hay pobres aunque no de corazón, porque, en medio de su pobreza, desean las
riquezas con gran impaciencia: esos son ricos de espíritu. Hay otra gente que tiene
riquezas y ponen todo su empeño en conservarlas y aumentarlas: son, en efecto, ricos de
cuerpo y ricos de espíritu, por tanto, desgraciados. Por el contrario, bienaventurado el que
es rico en efecto, pero pobre de corazón; el que es rico materialmente, pero pobre de
espíritu.
Pero también es cierto que los que son pobres de hecho y de corazón, si aceptan tal
pobreza voluntariamente, hacen un acto de mucha perfección, como el que hicieron gran
cantidad de cristianos, en la primitiva iglesia y más tarde. Contrariamente, quienes por su
condición social no pueden rechazar sus riquezas, no dejarán de ser bienaventurados con tal
de que las desprecien de corazón.
Amigo o amiga, si Dios te dio riquezas, cuídalas bien; pero no por amor de tu
misma persona o del mundo, pues entonces serías persona rica no sólo de hecho sino de
corazón. Cuídalas, más bien por amor de Dios, que te las dio y, dándotelas, quiere que las
guardes, ya que te puso en una condición social en la que tales bienes son requeridos. Te
digo aún más: si puedes, poco a poco y con justicia, acrecentar tus riquezas y comodidades,
hazlo valientemente, no por el amor que les tengas, sino por amor de Dios, que te las puso
a disposición con el deber de hacer el bien y de multiplicar lo que puso en tus manos. Y,
no obstante todo esto, no dejarás de ser pobre de espíritu, puesto que tu espíritu no le tendrá
afecto alguno a estas riquezas en sí mismas, sino que les darás el cuidado legítimo, como
bienes recibidos de Dios para su buena administración.
Existe gran diferencia entre tener una picadura venenosa y estar envenenado. Los
farmacéuticos tienen en sus farmacias venenos de toda índole, para servirse de ellos como
antídotos; y no por eso son envenenadores ni se dejan envenenar. De igual manera puedes
tener riquezas para servirte de ellas según tu estado y profesión, sin envenenarte con ellas;
por el contrario conservándote en plena salud de corazón y de espíritu.
¿Deseas saber, amigo o amiga, si eres rico o rica de espíritu, que no es otra cosa que
ser avaro o avara? Verifica, entonces, si deseas ardiente, prolongada e inquietamente los
bienes que aún no posees. . . Si es así, por mucho que repitas que los deseas
razonablemente, no por eso dejas de ser verdaderamente un avaro o avara. Es como el
hombre que desea ardientemente beber, larga e impacientemente: aunque diga que no
quiere beber sin orden médica, da claras muestras de tener calentura.
37

Si te complaces demasiado en lo que tienes, deteniéndote gustosamente a pensar en


ello y temiendo mucho el perderlo y volverte pobre, créeme que aún tienes calentura; pues
así como se reconoce que alguien está enfermo viéndolo beber agua con cierto gusto que
los sanos no suelen tener y con el gran temor de que algo se le derrame, así no es posible
ver a alguien con tanta preocupación por las cosas sin reconocerlo muy aficionado a ellas.
De modo que si te sucede perder algún bien y por ello sentir gran desolación y tristeza,
créeme, amigo o amiga, que le tenías mucha apego, pues nada evidencia tanto el afecto a
las cosas como la tristeza por su pérdida.
Se confiesan fácilmente los demás vicios comunes, al menos entre los hombres,
como la soberbia, ambición, bebida, lujuria, pero del pecado de avaricia cada uno se
justifica. Y lo peor es que mientras los afectados por los demás pecados los reconocen
fácilmente, los avaros piensan no serlo. Por ello te estoy mostrando las señales por las que
puedes reconocer si lo eres.
No desees con ansia, pues, los bienes que no tienes, no pongas tu corazón en los que
ya tienes y compártelos con generosidad, según tu posibilidad, con quienes los necesitan.
Examina con frecuencia tus pensamientos y verifica si no están demasiado aferrados
a los bienes terrenos. El avaro no piensa nunca tener bastante, aunque tenga de sobra; y
piensa siempre que son los otros los que tienen de más, aunque no tengan lo suficiente. En
pocas palabras, el avaro viola de continuo, en todo y por todo, el mandamiento de amar al
prójimo como a sí mismo, pues no lo socorre de corazón en su necesidad. El avaro quisiera
tener su bien, aunque justamente, sin advertir que otros tienen mucha mayor necesidad, en
justicia, de tenerlo.
Si das algo a los pobres, pero no en proporción a tus riquezas y capacidades, y en
proporción a sus necesidades, entonces aún no eres “pobre de espíritu”. El que es “pobre
de espíritu”, en cambio, aunque no distribuye todo lo que tiene, sin embargo distribuye lo
que es conveniente en proporción a sus propias capacidades y a las necesidades del pobre.
También es pobreza de espíritu el soportar, sin inquietud, que nos llegue a faltar algún bien
temporal, pequeño o grande. Es preciso amar la pobreza en medio de las riquezas; y, en
medio de la pobreza, es necesario despreciar las riquezas. . . así como las perlas marinas
que, a pesar de hallarse entre abundantes aguas del mar, las desprecian para recibir, a
cambio, las pequeñas gotas del rocío celeste.
El verdadero deseo del hombre de bien que vive en el mundo debe ser el mismo de
Salomón: no ser pobre ni rico, sino tener lo suficiente. Porque cuando tenemos más de lo
que necesitamos es muy difícil abandonar lo sobrante para volver a tener sólo lo suficiente.
En cambio, cuando tenemos menos de lo que necesitamos nos resulta más fácil limitar
nuestros deseos para conformarnos con lo que tenemos.
Si nuestros recursos no se logran agrandar para satisfacer nuestros deseos, preciso
será achicar nuestros deseos para acortarlos a la justa medida de nuestros recursos. Y, por
decirlo todo en una palabra: el espíritu del cristiano es verdaderamente pobre, según Dios,
cuando dispone libremente de sus riquezas, como Jacob lo hacía de sus guantes. En efecto,
Esaú tenía su piel toda vellosa y llena de pelo, Jacob se hizo igual que él en eso, cubriendo
sus manos y su cuello con una piel de cabrito. Pero había esta diferencia: que quien
hubiere querido quitar el pelo de las manos de Esaú, no hubiera podido hacerlo sin que
hubiera sufrido un gran dolor ya que tales pelos y piel pegábanse a su carne. Pero quien
38

hubiera querido quitar el pelo de las manos de Jacob, habría podía hacerlo sin que éste
sintiera dolor alguno, puesto que la piel a la que el pelo estaba agarrado no estaba unida a
su carne. Así, quien es rico de deseo y afecto, tiene las riquezas atadas a su mismo
corazón, y no podrá quitárselas sin dejar de sentir pena y tormento por ello. Pero el que es
pobre de espíritu y deseo, puede conservar o perder las riquezas sin que su corazón se vea
alterado y turbado, como se advierte en Job, que dijo: “el Señor me dio los bienes; y El me
los quitó. ¡Bendito sea su nombre!”. Quiero decir que es menester servirse de las riquezas
y de las posibilidades de este mundo como nos servimos de los vestidos, los cuales no se
unen al cuerpo, sino que los aplicamos sencillamente a él, de modo que podamos vestirlos
o quitarlos, sin dolor ni sufrimiento. Es preciso tener un justo cuidado de la conservación y
aumento de las cosas domésticas, pero sin impaciencia alguna, sin ardor y sin pena.

Ñ
[2ª VERSIÓN]
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque poseerán el reino de los cielos. En
cambio, desventurados los ricos de espíritu, porque poseerán la miseria del infierno. Rico
de espíritu es aquel que tiene sus riquezas en su corazón, o su corazón en sus riquezas.
Pobre de espíritu es aquel que no tiene riquezas invadiendo su corazón, ni su corazón en
las riquezas.
El ave llamada Martín pescador hace su nido cubierto por todas partes, no dejando
sino una pequeña abertura; y lo hace a la orilla de la mar, pero tan firme e impenetrable
que aunque les lleguen las olas nunca puede entrarles agua; antes bien, flotando el nido
siempre puede quedar en medio del mar y dueño del mar. Así mismo debe ser tu corazón,
amados amigo o amiga: abierto sólo al cielo, e impenetrable a las riquezas y cosas
caducas. Si tienes estas cosas en abundancia, ten tu corazón exento de toda afición a ellas,
de suerte que busque siempre cosas superiores; que, en medio de las riquezas esté sin
riquezas, haciéndose dueño, y no esclavo, de ellas. No pongas tu espíritu superior en los
bienes terrenos, sino sobre ellos.
Diferencia hay entre tener veneno y estar envenenado. Casi todos los farmaceutas
tienen venenos para usarlos como antídoto en ciertas ocurrencias, pero no por eso están
envenenados, porque no tienen el veneno en el cuerpo, sino en las farmacias. Así puedes
tú también tener riquezas sin estar envenenado por ellas, si las tienes en tu casa o en tu
bolsa, y no en tu corazón. Ser rico de hecho y pobre de corazón, es gran dicha del
cristiano, por cuanto goza de comodidades en este mundo y del premio de la pobreza en el
otro.
Vemos, amigo o amiga, que nadie quiere declararse avaro, pues todos aborrecen
esta bajeza y vileza de corazón; pero siéndolo, se excusan alegando las obligaciones con
los hijos, por las que la prudencia obliga a asegurar medios y fuerzas. Así, jamás tienen
demasiado y se hallan siempre necesitados de tener aún más. Así, también, los más avaros
no sólo niegan serlo sino que ni piensan que lo son, porque la avaricia es una fiebre tan
prodigiosa que se hace tanto más insensible cuanto más ardiente y violenta. Mientras que
Moisés vio el fuego sagrado que quemaba una zarza, sin consumirla60, el fuego profano de

60
Cf. Ex 3,2.
39

la avaricia consume y acaba a los avaros, sin quemarlos o, por lo menos, sin que les
parezca que su alteración insaciable pase de ser una sed natural e inofensiva.
Si eres tú de quienes por largo tiempo y con ansia deseas los bienes que no posees,
así no te parezca que no los deseas injustamente, no por eso dejas de ser una persona
avara.
Aquel que desea con ansia y por mucho tiempo e inquietud el beber, aunque el tal no
quiera beber sino agua, no deja por eso de dar muestras de estar enfermo.
No sé, pues, amigo o amiga, si sea un deseo justo el desear tener justamente lo
que otro posee justamente, porque parece que por este deseo nos queremos acomodar a
costa de la incomodidad ajena. En efecto, aquel que posee un bien justamente, no tiene
más razón de conservarlo justamente que nosotros en desearlo justamente.  ¿Por qué,
pues, alargamos nuestro deseo hasta su comodidad, para privarlo de ella? Si este deseo es
justo, por lo menos no es caritativo; porque también nosotros no querríamos, de ninguna
manera, que ninguno desease, así fuese justamente, lo que nosotros queremos conservar
justamente. Este fue, precisamente, el pecado de Ajab, que quiso tener justamente la viña
de Naboth, quien la quería, aún más justamente, conservar61. Ajab la deseó con ansia y
por mucho tiempo e inquietud; y por esto ofendió a Dios.
Procura más bien, amigo o amiga, desear los bienes del prójimo cuando éste
comience a pensar en dejarlos porque, así, su deseo hará que el tuyo no sólo sea justo sino
también caritativo. Yo deseo mucho que procures acrecentar tus bienes y recursos, con tal
que esto sea mansa y caritativamente.
Si amas demasiado los bienes que posees y por eso andas siempre con la mente
ocupada en ellos, poniendo en ellos tu corazón y temiendo continuamente el perderlos,
créeme que tienes alguna suerte de enfermedad; porque los que tienen alguna enfermedad
beben el agua que les dan con cierta ansia, atención y gusto, que no tienen los que están
sanos. Es imposible sentir tanto gusto en una cosa sin tenerle mucho afecto.
Si te sucediera perder bienes y sentir que tu corazón se atormenta y aflige mucho,
créeme, amigo o amiga, que tenías mucho cariño por la cosa perdida, tanto cuanto la
aflicción por su pérdida.
No desees, pues, con agobiante deseo los bienes que no tienes; ni dejes arraigar tu
corazón en los que ya tienes. No te aflijas por las pérdidas que te ocurran; y así darás
algún indicio para creer que, siendo rica de hecho, no lo eres por afecto; sino que eres
pobre de espíritu y, por consiguiente, bienaventurada, pues si eres tal te pertenece el reino
de los cielos. 62

61
Cf. 1 R 21, 2-3.
62
Cf. Mt 5,3
40

CAPITULO XV

CÓMO SE HA DE PRACTICAR LA POBREZA REAL

QUEDANDO TAMBIÉN REALMENTE RICOS.

El pintor Parrasio pintaba al pueblo ateniense, retratando su genio diverso y


variado: colérico, injusto, inconstante, cortés, clemente, misericordioso, altivo, glorioso,
humilde, arrogante y fiero, y todo esto junto. Pero yo, amados amigo o amiga, querría
hacer aún más, porque querría poner en tu corazón la riqueza y la pobreza juntas, un grande
cuidado y un grande menosprecio de las cosas temporales juntos.
Ten mucho más cuidado que el de los mundanos, en hacer que tus riquezas sean
útiles y provechosas. Dime: los jardineros de los grandes personajes, ¿no muestran un
cuidado y diligencia en cultivar y hermosear esos jardines, porque los tienen a cargo, más
que el que demostrarían si esos jardines fueran propios? Y, ¿por qué hacen esto? Sin duda,
porque consideran estos jardines como jardines de grandes personajes, a los que desean
agradar con tales servicios.
Amados amiga o amigo, los bienes que tenemos no son nuestros: Dios nos los ha
dado para que los cultivemos y hagamos fructuosos y útiles, haciéndonos agradables a él
por la diligencia que pongamos en ello. Pero es necesario que éste sea un cuidado mayor y
más sólido que el que los mundanos tienen de sus bienes, por que los tales no los cuidan
sino por amor a ellos mismos; y nosotros, en cambio, debemos hacerlo por amor a Dios.
Como el amor mundano es, por sí mismo, violento, inquieto y alborotado; por eso
el cuidado que exige resulta lleno de desasosiego e inquietud. Y como el amor de Dios es
dulce, suave, y apacible, así también el cuidado que procede del amor a Él, aunque sea el
cuidado de los bienes del mundo, resulta amigable, dulce y apacible. Tengamos, pues, este
cuidado apacible de la conservación, esto es, del aumento de nuestros bienes temporales
cuando se presente alguna justa ocasión y cuando nuestro estado lo requiera, porque Dios
quiere que hagamos esto por Él.
Pero tendrás cuidado de que el amor propio no te engañe, porque a veces éste se
camufla tan bien con el amor de Dios, que se diría que es el mismo. Para impedir, pues,
que el amor propio te engañe y que el cuidado de los bienes temporales se convierta en
avaricia, fuera de lo que ya te he dicho en el capítulo precedente, es necesario que
practiquemos muy a menudo la pobreza real y efectiva, en medio de todas las comodidades
y riquezas que Dios nos haya dado.
41

Así, pues, deja siempre y de buena gana alguna parte de tus bienes a los pobres y
necesitados, haciéndote tanto más pobre cuanto más des. Verdad es que lo que des Dios te
lo devolverá con grande abundancia, no sólo en el otro mundo, sino también en éste;
porque no hay cosa que tanto haga prosperar temporalmente como la limosna. Así,
también, esperando que Dios Nuestro Señor te lo vuelva, te habrás ya empobrecido en
proporción a cuanto hubieres dado. ¡Oh, cuán santa y rica pobreza es la que viene de la
limosna!
Ama a los pobres y la pobreza, porque por este amor te harás verdaderamente
pobre, pues nosotros nos volvemos semejantes a las cosas que amamos. El amor, en efecto,
iguala a los amantes. En efecto, “¿quién desfallece sin que desfallezca yo?”63, dice San
Pablo. Podría decir: “¿quién está pobre, con el cual no esté yo pobre?” Todo esto por
cuanto el amor le hacía semejante a los que amaba. Si amaras, pues, a los pobres, tu
participarías verdaderamente de su pobreza y serías pobre como ellos.
Así, pues, si amas a los pobres, trátalos a menudo; toma gusto en que te visiten y en
visitarlos; conversa con ellos de buena gana, y siéntete satisfecho de que se acerquen a ti en
las iglesias, en las calles y en cualquier parte. Sé pobre de lengua con ellos, hablándoles
como a compañeros; pero rico de manos, repartiéndoles de tus bienes cuanto más puedas.
¿Quieres hacer aún más, querido amigo o amiga? Pues bien: ¡no te contentes con
ser pobre como los pobres; trata de ser más pobre que ellos! ¿Y, cómo podrá ser posible?
Bueno... Si el empleado es menos que su jefe, hazte empleado de los pobres: tiéndeles sus
camas cuando estén enfermos, cocínales con tus propias manos y a tu propia costa, etc.
¡Amigo o amiga míos!, este servicio a los pobres es digno de más aprecio que el gozar de
un espacioso reino. En ese sentido, no acabo de maravillarme del fervor con que practicó
este consejo uno de los mayores reyes que ha descubierto el sol; y digo gran rey en toda
suerte de grandeza: san Luis, Rey de Francia. 64 Él mismo servía muy a menudo a la mesa
de los pobres, que él costeaba; y hacía venir tres pobres a comer en su propia mesa, casi
todos los días, y muchas veces comía lo que les sobraba, con un amor increíble. Cuando
visitaba los hospitales, lo que hacía muy a menudo, se ponía a servir a los que tenían los
males más horribles, como leprosos, gentes con cáncer y otros males semejantes. Les
servía descubierto de sombrero y de rodillas, respetando en su persona al Salvador del
mundo; y acariciándolos con un amor tan tierno como el de una madre con su hijo.
También me acuerdo de Santa Isabel, hija del rey de Hungría. 65 Ordinariamente, ella
63
2 Cor 11,19.
64
San Luis, Rey de Francia, o Luis IX de Francia (1214-1270), fue hijo de Luis VIII y de Blanca de
Castilla. Coronado rey a los 12 años de edad, gobernó bajo la regencia de su madre hasta la mayoría de
edad. Fue mediador insigne de paz, aunque tuvo que empuñar las armas contra los ingleses, a quienes
venció, y contra vasallos rebeldes a quienes también sometió. Logró grandes reformas y adelantos en la
administración de justicia y en la economía de su país; y dio a Francia el primado de la cultura europea con
la fundación de la Universidad de Sorbona. Fundó también hospitales, hospicios y escuelas. Participó en
dos cruzadas, para liberar la tierra santa y murió en la última, víctima de la peste, el 25 de agosto de 1270.
Fue canonizado 27 años después.
65
Isabel, princesa de Hungría y duquesa de Turingia (1207-1231). Hija del rey Andrés II de Hungría, fue
prometida en matrimonio a los 4 años de edad y se casó, a los 14, con Luis, duque de Turingia, con quien
fue feliz. A los 15 tuvo su primogénito, y dos niñas a los 17 y 20 años respectivamente. Ésta última apenas
3 semanas después de perder a su esposo en una cruzada. Al quedar viuda estalló la malquerencia mal
disimulada que le mantenían la suegra y la cuñada, fue privada de sus hijos y echada del castillo de
42

conversaba con los pobres; y, jugando, se vestía algunas veces de pobre mujer, acompañada
de sus damas, diciéndolas: “Si yo fuera pobre, me vistiera así”. ¡Oh buen Dios, cómo eran
de pobres, en medio de sus riquezas, este príncipe y esta princesa; y cómo eran de ricos en
su pobreza!
Querido amiga o querida amiga: dichosos son los que así son pobres, porque les
pertenece el reino de los cielos. 66 El Rey de los pobres y de los reyes le dirá, en el día del
juicio: “Yo he tenido hambre, tú me la has quitado; he tenido frío y tú me has vestido: pasa
a poseer el reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo”. 67
Nadie hay que, en alguna ocasión, no llegue a tener alguna necesidad y alguna falta
de comodidades. He aquí algunos ejemplos. Nos puede suceder que, alguna vez, nos
llegue un huésped a quien nos gustaría y deberíamos atender muy bien; y por entonces nos
resulta imposible. Tenemos nuestros vestidos y galas en otra parte; y las necesitaríamos,
aquí, para presentarnos bien. Se nos dañan las mejores frutas y nos quedan las peores.
Salimos de paseo y nos toca pasar la noche en un sitio donde todo falta. En fin, es cosa
fácil tener muchas veces necesidad de alguna cosa, por ricos que seamos. Esto es,
entonces, ser pobres de hecho, en aquello que nos falta. No te amarguen, amigo o amiga,
estos contratiempos: recíbelos de buena gana y súfrelos con alegría.
Cuando te sucediere algún infortunio que te empobrezca poco o mucho, como suele pasar
por accidentes, tempestades, incendios, grandes avalanchas, sequías, robos o atracos,
pleitos perdidos, etc. , entonces es el verdadero tiempo de practicar la pobreza, sufriendo
con mansedumbre estos contratiempos y aceptando con paciencia y constancia estas
pérdidas.
Esaú se presentó a su padre con las manos cubiertas de pelo, y Jacob hizo lo mismo.
68
Pero, como el pelo que cubría las manos de Jacob no estaba adherido a su pellejo, sino a
sus guantes, fácilmente se le podían quitar sin hacerle daño. Al contrario, como el pelo de
las manos de Esaú estaba adherido a su pellejo y, además, era muy velloso, quien se lo
hubiese querido arrancar le habría causado no poco dolor; y él hubiera gritado y se habría
opuesto con vehemencia.
Cuando nuestros bienes ocupan nuestros corazones, si la tempestad, si el ladrón, si
el tramposo nos arrebata alguna parte de ellos, ¡qué llantos, qué aflicciones, qué
impaciencia tenemos! Pero cuando nuestras riquezas no están adheridas sino al solo
cuidado que Dios manda que tengamos, y no a nuestros corazones, si nos los roban o se
disminuyen, no por eso perderemos el juicio ni la tranquilidad.
Esta es la diferencia de las bestias y de los hombres en cuanto a sus vestidos:
porque los vestidos de las bestias están adheridos a su carne; en cambio, los de los hombres
tan sólo se aplican a su cuerpo, de suerte que se los puedan poner y quitar cuando quieren.

Wartemburg, quizo vivir totalmente pobre como su contemporáneo san Francisco de Asís, y dedicada a
servir a los pobres. Murió el 17 de noviembre de 1231, a los 24 años de edad. Cuatro años después era
declarada santa.
66
Cf. Mt 5,3.
67
Cf. Mt 25, 34-36.
68
Cf. Gn 27.
43

CAPITULO XVI

PARA PRACTICAR LA POBREZA DE ESPIRITU EN MEDIO DE LA


POBREZA REAL

Si eres realmente pobre, querida amiga o amigo, sélo también de espíritu. Haz de
necesidad virtud y aprovecha esta piedra preciosa de la pobreza, pues tiene no pequeño
valor. Su valor y belleza no son evidentes para el mundo, pero no por eso deja la pobreza
de ser piedra preciosa, en extremo hermosa y rica.
Ten paciencia, pues, y goza de la buena compañía de nuestro Señor y de nuestra
Señora, de los apóstoles y de tantos santos y santas que han preferido ser de verdad pobres
pudiendo de verdad ser ricos. ¡Cuánta gente de mundo hay que con no pocas
contradicciones ha salido a buscar la santa pobreza, así en los monasterios como en los
hospitales, trabajando con todas veras por hallarla! Díganlo, si no, san Alejo, santa Paula,
san Paulino, santa Angela y muchos otros.
Lo que considero que más deberías estimar es el hecho de que la pobreza que tantos
santos han tenido que salir a buscar, ella misma te ha venido a buscar, saliéndote al camino
de la vida, y encontrándola tú sin pena ni trabajo alguno. Ámala, pues, como amiga amada
de Jesucristo, quien nació, vivió y murió con ella, siendo su querida amiga todo el tiempo
que vivió.
Tu pobreza, amigo o amiga, tiene dos grandes privilegios que pueden traerte no
poco merecimiento: el primer privilegio es el no tenerla por tu elección o capricho, sino por
la sola voluntad de Dios, que te ha hecho pobre, sin que haya intervenido tu propia
voluntad; y lo que recibimos puramente de la voluntad de Dios le es siempre muy
agradable, con tal que lo recibamos de buena gana y por amor de su santa voluntad. Donde
hay menos de lo nuestro, allí hay más de Dios. La simple y pura aceptación de la voluntad
de Dios hace al sufrimiento en extremo puro. El segundo privilegio de esta pobreza es el
ser una pobreza verdaderamente pobre. Una pobreza alabada, acariciada, estimada,
socorrida y ayudada, no deja de tener en sí alguna riqueza, o por lo menos no es del todo
pobre. Pero una pobreza desechada, aborrecida y abandonada, esta tal es verdaderamente
pobreza. Tal es, en efecto, la pobreza de tantos laicos, que no son pobres por decisión
propia, sino por necesidad, razón por la cual no valoran su pobreza; y como, además, son
desestimados, entonces su pobreza es más pobre que la de los religiosos. Bien es verdad
que ésta tiene una muy grande excelencia por causa del voto y de la intención por la cual ha
sido escogida.
44

No te quejes, pues, de tu pobreza, amiga o amigo, puesto que nunca nos quejamos
de lo que nos agrada; y si te desagrada tu pobreza es, entonces, porque no eres pobre de
espíritu sino rico de afecto y deseo. Y no te aflijas si en tu pobreza no recibes la ayuda que
necesitarías, porque en esto consiste precisamente la excelencia de la pobreza. Querer ser
pobre sin incomodidad alguna es, más bien, una muy grande ambición, queriendo tener a
un mismo tiempo la honra de la pobreza y la comodidad de las riquezas.
No te avergüences de ser pobre ni de pedir limosna. Recibe con humildad la que te
den y acepta con mansedumbre la que te nieguen. Acuérdate, a menudo, de nuestra
Señora, camino de Egipto, llevando a su hijo: cuánto menosprecio, pobreza y miseria tuvo
que sufrir. Si tú vivieras así, serías persona “rica en tu pobreza”.

CAPITULO XVII

DE LA AMISTAD Y PRIMERAMENTE DE LA MALA Y FRIVOLA

El amor tiene el primer lugar entre las pasiones del alma y es el rey de todos los
movimientos del corazón, el cual convierte todo lo demás en sí, y nos hace tal cual es la
cosa amada. Cuídate, pues, amigo o amiga, de tener algún mal amor, porque ahí mismo te
volverás persona del todo mala.69

69
Cf. Os 9, 10.
45

La amistad, pues, es el más bello pero más peligroso amor de todos, porque los
otros amores pueden ser sin comunicación; pero como la amistad se funda totalmente sobre
ella, es casi imposible tenerla con una persona sin participar de sus calidades.

Ñ
[2ª VERSIÓN]

En efecto, la amistad no es otras cosa que una benevolencia mutua, basada en


cierta comunicación. Cuídate, pues, amigo o amiga, de no tener amistad sino con personas
buenas. ¿No sabéis, acaso, dice Santiago, que la amistad de este mundo es enemiga de
Dios70? La amistad es tal cual es la comunicación sobre que se basa. Así, la comunicación
de sangre fundamenta la amistad del parentesco; la comunión de habitación y de morada
funda la amistad de compañía, y así las demás.
Hay dos amistades que son principalmente recomendables;, y son la comunión de
las virtudes, que engendra la amistad virtuosa, y la comunión de gracias divinas, que hace
la amistad espiritual. Por lo tocante a la primera, puede hallarse incluso entre los
mundanos, que intercambian entre ellos las ciencias o incluso alguna virtud moral. Pero
la segunda no puede hallarse sino entre los hijos de Dios, puesto que tal presupone la
gracia interior sobrenatural.
No es, ciertamente, posible no tener una amistad especial con los buenos, aunque
no sea indispensable para la verdadera devoción. ¿Qué podemos replicar a los ejemplos
de Nuestro Señor, que amaba con una especial amistad a san Juan, a Lázaro, a Marta y a
Magdalena? ¿Quién ignora que San Pablo quiso especialmente a Timoteo y a santa Tecla;
y que San Pedro amó con mayor ternura a san Marcos y santa Petronila? Por ello mismo
reprocha el apóstol San Pablo a los romanos el ser gentes sin afectos.
La amistad espiritual se funda en la comunión de la santidad, y es sin duda, la más
excelente de todas: su vínculo es el más fuerte e indisoluble; su fin, el más noble y
excelente; sus acciones y efectos, los más dignos y elevados. En una palabra: así como
los ríos comienzan en pequeñas fuentes y van creciendo poco a poco, hasta juntarse entre
sí y, finalmente, unirse al mar del que habían salido, así las amistades espirituales,
tomando en Dios su origen, comienzan en pequeñas comuniones y, creciendo de continuo,
prosiguen hasta juntar y reunirse con la grande y perfecta amistad, que se halla entre los
bienaventurados en el cielo.
Ñ

1. No todo amor es amistad, porque podemos amar sin ser amados; y, entonces, hay amor,
pero no amistad. En efecto, la amistad es un amor recíproco; de modo que, cuando
no es recíproco, ya no es amistad.
2. Además, para ser recíproco, las partes que se aman deben conocer su recíproco afecto;
porque, si lo ignoran, tendrán amor, pero no amistad.
3. Es menester, junto con esto, que exista entre ellas algún tipo de comunicación que sea el
fundamento de la amistad.

70
Cf. Sant 4, 4.
46

Según la diversidad de comunicaciones, la amistad también es diversa; y las


comunicaciones son diversas según los diferentes bienes que se comunican. Así, si se trata
de bienes falsos y vanos, entonces la amistad es falsa y vana; si se trata de bienes
verdaderos, entonces la amistad será verdadera. Entre más excelentes los bienes, tanto más
excelente la amistad. Porque, así como la miel más excelente es la que se recoge de las
flores más exquisitas, así también el amor fundado sobre una más exquisita comunicación
es más excelente; y así como hay una miel en Heraclia del Ponto, que es venenosa y vuelve
locos a los que comen de ella, por cuanto las abejas la extraen del acónito 71, planta
abundante en esta región, así la amistad fundada sobre la comunicación de falsos y viciosos
bienes es de todo punto falsa y mala.
La comunicación de vicios carnales es una recíproca propensión y cebo bruto, que
no puede ni debe tener nombre de amistad entre los hombres más que la de los asnos y
caballos, en semejantes efectos. Y si no hubiera ninguna otra comunicación entre los
casados, tampoco habría amistad. Es por la comunicación de la vida, del trabajo, de los
bienes, del afecto y de una indisoluble fidelidad, además de la relación sexual, que el
matrimonio es una amistad verdadera y santa.
La amistad fundada sólo en la comunicación de los placeres sensuales es del todo
vulgar e indigna del nombre de amistad, y también la que se funda en cualidades frívolas y
vanas.
Llamo placeres sensuales a los que están adheridos inmediata y principalmente a los
sentidos exteriores, como el placer de ver una hermosura, de oír una dulce voz o una
música agradable. Y llamo cualidades frívolas ciertas habilidades y cualidades vanas, que
los de poco juicio llaman calidad y perfección. Si oyes hablar a muchos jóvenes, verás que
dirán siempre: Fulano de tal es excelente y tiene muchísimas cualidades: baila bien, juega
bien, se viste bien, canta bien, tiene buena presencia; y de esta manera, muchas veces
tienen por más valiosos a los más fantoches, siendo apenas payasos y embaucadores.
Como todo esto se llama sensual por referirse a los sentidos, así también las
amistades que de aquí resultan se llaman sensuales, vanas, frívolas; y merecen más el
nombre de locuras que de amistades. Estas son de ordinario las amistades de la gente de
mundo, fundadas sólo en el bigote elegante, en el peinado, en el vestido de moda, en los
comportamientos sexy, en la charlatanería y entretenimientos vanos. Todas estas son
amistades de amantes, que no tienen valor sino en apariencia. Tales amistades no son sino
de paso, y así se acaban y deshacen como el granizo o la nieve.

CAPITULO XVIII

DE LOS AMORES VANOS

71
Acónito: planta renunculácea, venenosa, de talle elevado y grandes hojas de color verde obscuro y flores
azules.
47

NB. Este capítulo puede parecer muy extraño, como traído de otro mundo. Y así es. En
efecto, nuestro contexto social y nuestra sensibilidad cultural resultan muy diversos, en
sus expresiones, a los del tiempo de s. Francisco de Sales. Sin embargo, la raíz de
nuestros afectos y actitudes amorosas es la misma. Léase con cuidado y profundidad lo
aquí escrito; y se descubrirán grandes verdades.
[Nota del Adaptador]

Cuando estas amistades locas, mal llamadas amistades, se practican entre gente de
diverso sexo y sin pretensión de matrimonio, se llaman amores vanos, porque no siendo
sino fantasmas de amistad, no pueden tener el nombre de amistad, ni de amor verdadero,
por su incomparable vanidad e imperfección. Los corazones de hombres y mujeres quedan
presos en estas vanidades, y entretejidos los unos con los otros por un vano y loco afecto,
fundado sobre frívolas conversaciones y dudosos entretenimientos, de los cuales he
hablado arriba. Estos locos amores suelen terminar en el abismo de carnalidades 72 y
lujurias73 deshonestas que, por ingenuidad no prevén los que las cometen; porque si fueran
previstos no serían locos amores, sino deshonestidad y fornicación 74 explícitas.
A veces, es posible que pase mucho tiempo sin que suceda nada grave, directamente
contrario a la castidad del cuerpo, entre los que están tocados por esta locura. Se contentan
con comunicarse deseos, suspiros, ternuras y otras tantas vanidades, movidos por diversas
pretensiones. En esto, algunos no aspiran sino a satisfacer su corazón enamorado,
siguiendo una natural inclinación; y no buscan otra cosa sino su gusto e instinto, tras lo que
les resulta agradable. Al no examinar la autenticidad, ni la calidad de esta comunicación de
amor, se meten en sus redes de las cuales no podrán salir sino tras padecer no pequeños
trabajos. Otros se dedican a esta locura por vanidad, pareciéndoles no pequeña hazaña el ir
conquistando corazones, echando sus anzuelos y redes en una y otra parte. Otros se dejan
llevar tanto por su inclinación amorosa, como por su vanidad, y juntan estas dos cosas.

Todas estas amistades son malas, locas y vanas. Malas por cuanto a la final
terminan en el pecado de la carne; malas porque roban el amor y, por consiguiente, el
72
Carnalidades: uso o intercambio de caricias íntimas.
73
Lujurias: goce sexual desordenado, es decir, sin relación con los objetivos de la vida matrimonial.
74
Fornicación: unión carnal de un hombre y de una mujer, fuera del matrimonio.
48

corazón, a quienes de él tienen derecho... Dios, la esposa o el marido, en quienes debería


estar. Son locas, porque no tienen fundamento ni razón. Son vanas porque no traen ningún
provecho, honra ni contento; y, por el contrario, hacen perder tiempo y ponen en peligro la
honra, produciendo un ansia de pretender y esperar, sin saber exactamente lo que se quiere
ni lo que se pretende. A estas almas apocadas y débiles les parece siempre que hay un no
sé qué de digno en desear muestras de recíproco amor; pero no saben decir cuál sea la
razón de que su deseo no termine jamás, sino que aumente siempre y les apriete el corazón
con perpetua desconfianza, inquietud y celos.
San Gregorio Nacianceno75, al escribir contra las mujeres vanidosas y ligeras, lo
hace de modo maravilloso. Cito una pequeña parte, buena para ambos sexos: “Tu natural
hermosura basta para tu marido; que si ésta es para muchos hombres como una red tendida
para cazar una manada de pájaros, tal verás que te agrade, a quien también agradará tu
hermosura. Entonces pagarás una mirada con otra y un gesto con otro, siguiéndoles luego
risas y dichos amorosos, arrojados al inicio furtivamente, pero pronto en forma sistemática
y calculada; y bien pronto se pasará a evidentes desenvolturas. Cuídate bien, ¡oh lengua
mía parlanchina! de decir lo que después sucederá; pero aún así no dejaré de decir la
verdad. Ninguna cosa de cuantas esta gente dice y hace, en estos encuentros y locos
discursos, está libre de agudos anzuelos que tiran, y que se prestan para mil enredos de
vicio. Todas las patrañas de estos “enamorados”, están en eslabón, la una con la otra, y
vienen una tras otra como el hierro viene atraído por el imán, atrayendo tras de sí a otros
muchos, uno tras otro”76. ¡Qué bien describe este gran obispo!

¿Qué es lo que piensas hacer? ¿Dar amor? No, pues nadie da de buena gana de lo
que está necesitado. Quien cree ganar en este juego, resulta “ganado”. Se dice que la
yerba aproxis recibe y concibe el fuego, luego que lo ve: lo mismo le sucede a nuestro
corazón, porque luego que ve una persona inflamada de amor por él, al mismo punto se
inflama también él por ella. Sin embargo, dirá alguno que quiere aceptar o recibir amor,
pero no mucho. . . ¡Ah pobre de ti, con qué ingenuidad te engañas!, pues este fuego de
amor es más activo y penetrante de lo que te parece. Pretenderás recibir tan sólo una
chispa, pero te asustarás no poco al ver que se habrá apoderado de todo tu corazón en un
momento, que ha reducido a cenizas todas tus resoluciones y que ha desaparecido en humo
tu reputación.

El sabio se lamenta:” Quién tendrá compasión de un encantador de culebras, picado


por la serpiente?”77 Y yo me uno a este lamento: ¡oh loco y desatinado!, ¿piensas encantar
al amor para manejarlo a tu gusto? ¿Te quieres burlar de él? ¡Será él quien te morderá y
picará hasta lo más vivo! ¿Sabes tú, pues, lo que te dirán después? Todos se burlarán de ti,
y se reirán de tu ingenuidad, al haber querido encantar al amor, alojando en tu seno una
culebra tan peligrosa, con tan falsa seguridad que te ha echado a perder y destruido todo,
alma y honra.

75
San Gregorio de Nacianzo [330?-390], obispo de Constantinopla.
76
Poemas, libro I, sección 2, 29. 5. 89-98.
77
Cf. Eclo 12, 13.
49

¡Oh Dios, qué ceguera es la de querer jugarse la principal pieza de nuestra alma al fiado y
sin garantías! Sí, amigo o amiga: así es, porque Dios ama al ser humano por su alma; y su
alma por la voluntad; y su voluntad por el amor.

Además de esto, no tenemos tanto amor como del que tendríamos necesidad: quiero
decir que nos falta amor infinito, del que debíamos tener para amar a Dios y, no obstante
esto, lo desperdiciamos en cosas locas, vanas y frívolas, como si tuviéramos demasiado.
Nuestro Dios, por cuanto se reservó para sí solo el amor de nuestras almas, en gratitud por
su creación, conservación y redención, nos pedirá cuenta bien estrecha de estos nuestros
locos placeres. Si sabemos que ha de hacer un exacto examen hasta de las palabras ociosas,
¿no hará un examen más riguroso de las amistades ociosas, impertinentes, locas y
perniciosas?

El nogal daña grandemente las viñas y campos donde está plantado porque, como es
tan grande, acapara para sí toda la fuerza de la tierra, no dejando nutrimiento para las
demás plantas. Su hoja es tan espesa que hace una sombra grande y cerrada, que atrae a los
viajeros; y éstos, por coger de su fruto, dañan y pisan su contorno. Estos amores vanos
hacen los mismos daños al alma, porque la ocupan de tal manera y monopolizan con tanta
fuerza sus movimientos, la distraen y atraen con tanta frecuencia, que hacen perder todo el
tiempo; y, finalmente, atraen tantas tentaciones, distracciones, sospechas y otras
consecuencias, que dejan todo el corazón destruido y dañado. Y, finalmente, digo que
estos amores vanos destierran no sólo el amor divino, sino también el temor de Dios; digo
que debilitan el espíritu y menguan la reputación. En una palabra: estos amores vanos son
el juguete de los corazones; pero, también, la peste de ellos.

CAPITULO XIX

DE LAS VERDADERAS AMISTADES

Amarás a todos, amigo o amiga, con un amor grande y caritativo; pero no tendrás
amistad sino con los que están en capacidad de comunicarse contigo cosas virtuosas. Entre
más exquisitas sean las virtudes que comuniques, tanto más perfecta será tu amistad. Así,
si comunicas las ciencias, tu amistad será sin duda digna de alabanza; y será aún más digna
si comunicas virtudes como la prudencia, discreción, fuerza y justicia. Pero si tu recíproca
50

comunicación es la de la caridad, de la santidad y de la perfección cristiana, ¡oh buen Dios,


qué preciosa es tu amistad! Será una excelente amistad porque viene de Dios y porque
durará eternamente en Dios. ¡Oh, qué bueno es amar en la tierra como se ama en el cielo, y
aprender a querernos en este mundo como lo haremos eternamente en el otro!
Y no trato aquí del simple amor de caridad, porque éste es un amor que debemos
tener a toda la humanidad. Sólo hablo, aquí, de la amistad espiritual, por la cual dos o tres
o más almas se comunican sus ganas de santidad y sus deseos espirituales, haciéndose entre
ellas de un solo espíritu. Con sobrada razón podrán cantar estas dichosas almas: “¡Oh, qué
bueno y cuán agradable es el habitar los hermanos juntos!”78. Sí, porque si el bálsamo de la
santidad gotea de uno en otro corazón, por una continua participación del mismo, se puede
decir que Dios derrama sobre esta amistad su bendición y la vida, por los siglos de los
siglos. 79
Me parece que todas la otra amistad, comparada con ésta,  no es sino sombra, y que
los nexos que suscita no son sino cadenas de vidrio o frágil barro; mientras que las
ligaduras de la santidad de vida son todas de oro.
No cultives amistades de otra manera. Me refiero a las amistades que tu hagas; y no
a las amistades que la naturaleza y precedentes obligaciones, como la de parientes, aliados,
bienechores, vecinos y otros, que tienes obligación de atender y no menospreciar. Sólo
hablo de las que tú, por libre elección, escoges.
Algunos te podrían decir que no se deben tener afectos ni amistades porque ocupan
el corazón, distraen el espíritu y, a la postre, engendran pesadumbres. Ellos se engañan en
su consejo: los que viven entre mundanos y se deciden por la verdadera virtud, necesitan
alentarse unos a otros con una santa amistad, porque por este medio se animan, se ayudan y
se encaminan al bien. Y así como los que caminan por el llano no necesitan darse la mano,
sino los que van por caminos ásperos y escabrosos, para caminar con más seguridad;  así,
los que están en aquellos monasterios no necesitan amistades particulares, sino los que
están en el mundo, para ayudarse y socorrerse los unos a los otros, al pasar por tantos
peligrosos pasos. En el mundo no todos aspiran a un mismo fin, ni todos tienen un mismo
juicio. Es necesario, pues, colocarse aparte y hacer amistades con quienes coincidan con
nuestros mismos propósitos. Si esta particularidad es una parcialidad, será una parcialidad
santa, que no causa división alguna, sino la del bien y el mal, de las ovejas y las cabras, y
de las abejas y los zánganos: ¡una separación necesaria!
No se puede negar que nuestro Señor tuviera una más dulce y especial amistad con
san Juan, con Lázaro, Marta y Magdalena, porque la Escritura lo declara. También se sabe
que San Pedro amaba tiernamente a san Marcos y a santa Petronila, como San Pablo
también a su Timoteo y Santa Tecla. San Gregorio Nacianceno se preciaba muchísimo de
la sin igual amistad que tuvo con San Basilio el Magno, a quien escribía de esta suerte.
“No parece sino que nosotros dos tuviéramos una sola alma en dos cuerpos; y que, si no se
ha de creer a los que afirman que todas las cosas están en todas las cosas, hemos de dar
crédito a que, en nuestro caso, estamos en uno los dos, y el uno en el otro. Una sola
pretensión tenemos entre ambos, que es la de cultivar la virtud y acomodar los propósitos
de nuestra vida a las esperanzas futuras, saliendo así fuera de la tierra mortal aún antes de
78
Cf. Sal 133, 1.
79
Cf. ibid. , 3.
51

morir”80. San Agustín nos cuenta cómo San Ambrosio amaba de modo único a Santa
Mónica, por las muy especiales virtudes que encontraba en ella ; y que, a su vez, ella lo
amaba, como si él fuera un ángel de Dios. 81
Pero no tengo razón de detenerte en cosa tan clara. San Jerónimo, San Agustín, San
Gregorio, San Bernardo y todos los mayores siervos de Dios han tenido amistades
particulares, sin daño de su perfección. San Pablo, reprochando los abusos de los gentiles,
los acusa de haber sido gente sin afecto; esto es, sin amistad alguna. Y Santo Tomás, como
todos, los buenos filósofos, confiesa que la amistad es virtud. 82 Santo Tomás habla de la
amistad particular, pues como dice Aristóteles: “La perfecta amistad no puede extenderse a
muchas personas”83. La perfección, pues, no consiste en no tener amistad, sino en tenerla
buena, santa y sagrada.

CAPITULO XX

DIFERENCIA ENTRE VERDADERAS Y VANAS AMISTADES

Aquí tienes, pues, amigo o amiga, el más importante aviso de cuantos pueda darte
acerca de esta materia. La miel de Heraclia, que es venenosa, se parece a la otra, que es
saludable. Por eso se corre el gran peligro de tomar la una por la otra, o de tomarlas
mezcladas, porque la bondad de la una no impediría la malignidad de la otra. Necesario es,
de igual modo, tener cuidado para no confundirte, por ningún motivo, con estas amistades,
vanas y verdaderas, principalmente cuando son entre personas de diverso sexo. Porque, en
un momento, Satanás puede convertir la luz en tinieblas, para los que aman. En efecto,
comenzando por un amor virtuoso, si no hay mucha prudencia, bien pronto se mezcla el
amor frívolo, después el amor sensual, y después el amor carnal. De la misma manera hay
peligro, incluso en el amor espiritual, si no se tiene mucho cuidado; aunque en éste sea más
difícil el engaño y mudanza, por cuanto su pureza y blancura permiten descubrir mejor las
manchas con que Satanás procura mancillar las almas. Por esto, pues, cuando lo intenta es
con tanta fineza, que procura hacer deslizar a las deshonestidades casi insensiblemente.

Puedes distinguir la amistad mundana de la santa como se distingue la miel de


Heraclia de la otra:

80
San Gregorio Nacianceno, Discursos 43, 20.
81
Cf. Confesiones 1. 6 c. 1. 2.
82
II,II q. 23 a. 3 ad 1.
83
ARISTÓTELES, Ética 1. 9 lect. 12, y Cuestiones Disputadas, Del Mal, q. 8 a. 2 ad 12.
52

1. La miel de Heraclia es más dulce a la boca que la ordinaria, porque el venenoso acónito
le da aún mayor dulzura; así también la amistad mundana produce ordinariamente
gran cantidad de palabras azucaradas, un conjunto de apodos apasionados y de
alabanzas referentes a la hermosura, la gracia y las cualidades sensuales de la otra
persona. La amistad santa tiene, en cambio, un lenguaje simple y noble, y no puede
alabar sino la virtud y la gracia de Dios, único fundamento sobre el cual se funda esta
amistad.
2. La miel de Heraclia, luego que se ha comido, causa un desvanecimiento de cabeza; y la
falsa amistad provoca un desvanecimiento de espíritu, que hace titubear a la persona
en la castidad y santidad, induciéndola a gestos afectados, tiernos e inmoderados, a
caricias sensuales, a suspiros desordenados, a ciertas quejas de no ser amado, a
pequeñas pero estudiadas y atractivas ceremonias y galanterías, que sirven de camino
para llegar a la permisión de actos, familiaridades y favores deshonestos, que son
presagio cierto e indudable de una cercana ruina de la honestidad. En cambio, la
amistad santa tiene ojos sencillos y recatados, caricias puras y nobles; pero nada de
suspiros sino para el cielo, nada de familiaridades sino para con el espíritu, nada de
quejas sino cuando Dios no es amado. . . señales infalibles, todas éstas, de
honestidad.
3. La miel de Heraclia turba la vista y la amistad mundana turba el juicio, de suerte, que
los que se intoxican con ella piensan hacer bien haciendo mal, y creen que sus
excusas, pretextos y palabras sean verdaderas razones; temen la luz y aman las
tinieblas. En cambio, la amistad santa tiene los ojos claros y no se esconde, sino que
se aparece de buena gana delante de la gente virtuosa.
4. En fin: la miel de Heraclia deja una gran amargura en la boca; así también las falsas
amistades terminan en palabras y exigencias carnales y vergonzosas; o, en caso que éstas
no se admitan, en injurias, calumnias, embustes, tristezas, confusiones y celos que
concluyen muy pronto en brutalidades y desatinos. En cambio, la amistad casta es
siempre honesta, comedida y amigable, jamás se vulgariza sino que se hace más perfecta
y pura unión de espíritu; esto es, se convierte en la imagen viva de la amistad y felicidad
que se tienen en el mismo cielo.

San Gregoria Nacianceno dice que el pavo real, luego de hacer la ronda exhibiendo
sus plumas, grita, excitando y atrayendo mucho a las hembras que lo oyen. Así, cuando
vemos a un hombre galantear, componerse y llegarse con halagos, ternuras y embustes a las
orejas de una mujer, sin pretensión de matrimonio, sin duda que lo hace para provocarla a
alguna deshonestidad. Entonces la mujer, si es honrada, cerrará las orejas para no oír el
grito de esta pavo real que la quiere encantar con finezas; que si lo oye, ¡oh Dios, qué mal
agüero es, sin duda!. . . de la futura pérdida de su corazón.
La gente joven, que hace gestos, finezas y caricias, o dice palabras que no le
gustaría que le escuchasen sus padres, madres, maridos, mujeres o confesores, demuestra
que hace cosas contrarias a su honor y a su conciencia. Nuestra Señora se turbó viendo un
ángel en forma humana, porque estaba sola y porque le hacía alabanzas extremas, aunque
celestes. ¡Oh Salvador del mundo, la pureza teme un ángel en forma humana! ¿Por qué,
53

entonces, no habrá de temer la debilidad nuestra a un hombre, así sea en figura de ángel,
cuando la alaba con alabanzas sensuales y humanas?

CAPITULO XXI

AVISO Y REMEDIO CONTRA LAS MALAS AMISTADES

¡Qué remedio hay, pues, contra este género y forma de locos amores, locuras y
deshonestidades?

Apenas descubras en ti las menores señales de estas locuras, aléjate de inmediato y


con absoluta desprecio de esta vanidad, corre a la cruz del Salvador y toma su corona de
espinas para rodear tu corazón, y protegerlo de estas polillas. Cuídate de no hacer arreglo o
trato alguno con este enemigo. No digas: “lo escucharé, pero no haré nada de lo que me
diga”; o “lo escucharé, pero rechazaré en mi corazón lo que escuche”. ¡Oh, no!, amigo o
amiga, por el amor de Dios te ruego que seas tajante, aunque cortés, en tales ocasiones.
El corazón y las orejas se entretienen mutuamente; y, así como es imposible detener
una avalancha que va haciendo camino por la caída de una montaña, así también es muy
difícil impedir que el amor que ha caído en las orejas no caiga de inmediato en el corazón.
Verdad es que Aristóteles lo niega; pero no sé en qué se basa. Lo que yo sé bien es que así
como nuestro corazón exhala sus pensamientos por la lengua, así también respira por la
oreja, por medio de la cual recibe los pensamientos ajenos. Por tanto, protejamos
cuidadosamente nuestras orejas del aire de locas palabras, si queremos que nuestro corazón
no se apeste. No oigas tipo alguno de proposiciones, bajo ningún pretexto: sólo en este
caso no importa que te muestres descortés y ruda.

Acuérdate de que has consagrado tu corazón a Dios y de que tu amor ya se lo has


sacrificado. Sería un sacrilegio, pues, el quitarle a Dios un solo bien; por el contrario,
ofrécesele de nuevo tu corazón y tu amor, con mil resoluciones y promesas, en las que te
refugiarás, así como un ciervo perseguido se refugia en su guarida. Pide ayuda a Dios y Él
54

te socorrerá, y su amor tomará el tuyo bajo su protección, para que vivas únicamente por
Él.

Y si tu corazón está atrapado ya, entre las redes de estos locos amores, ¡oh Dios,
qué difícil será sacarlo de ellas! Ponte, entonces, delante de su divina Majestad y reconoce,
en su presencia, tu gran miseria, tu flaqueza y vanidad. Después, con el mayor esfuerzo de
que tu corazón sea capaz, desprecia estos amores ya iniciados, detesta las promesas que has
hecho por ellos, renuncia a todas las promesas recibidas; y, con una absoluta y radical
voluntad, resuelve en tu corazón que nunca más tomarás parte en estos juegos y
entretenimientos de amor.

Y, si puedes alejarte de la persona que es objeto de tus locos amores, te lo aprobaré


al infinito porque, como los que han sido mordidos de las serpientes no pueden con
facilidad sanar en presencia de lo que otra vez han sido heridos de la misma mordedura 84,
así también la persona que está picada de amor, sanará con dificultad de esta pasión,
mientras esté cerca de la otra que ha sido tocada de la misma picadura. El cambio de lugar
sirve mucho para apaciguar los ardores e inquietudes, sean de dolor o de amor. El mozo de
quien habla San Ambrosio en el libro segundo de la penitencia, habiendo hecho un largo
camino, volvió totalmente libre de unos locos amores que había tenido, y de tal manera
cambiado, que encontrándolo su loca enamorada y diciéndole: “¿No me conoces por
ventura? Mira que yo soy, yo misma”, el joven le respondió: “Sí, tu eres la misma; pero yo
no soy el mismo”. La ausencia fue la causa de este dichoso cambio. Y San Agustín dice
que para aliviar el dolor que recibió en la muerte de su amigo, salió de Tagaste, lugar
donde murió, y se fue a Cartago.

Pero, quien no se pueda alejar, ¿qué hará? Tendrá, entonces, que dejar totalmente
cualquier conversación particular, todo entretenimiento secreto, toda dulzura de ojos, todo
semblante risueño y, generalmente, toda suerte de comunicación y ocasión que pueda
alimentar este fuego hediondo. Y si el tal acosa para seguir hablando que sea, entonces,
para declararle en forma breve, atrevida y severa, el divorcio eterno que se ha propuesto y
jurado. Repito, en alta voz, a cualquiera que hubiera caído en el lazo de estos vanos
amores, que lo corte, lo despedace y lo rompa. No conviene perder tiempo desatando el
nudo de estas locas amistades; es mejor cortarlas de un tajo, porque estas cuerdas y
ataduras no valen nada. No está bien ahorrar esfuerzos para librarnos de un amor tan
contrario al amor de Dios.

Pero, dirá alguno o alguna: después de haber roto las cadenas de esta infame
esclavitud, ¿no me quedará algún resentimiento y las marcas de los hierros que ataban mi
pie, esto es, mi afecto?. Respondo: no quedarán, amigo o amiga, siempre y cuando hayas
abominado tu mal tanto como lo merece. Si así lo haces, no sentirás en ti otro movimiento
que el horror del vano amor pasado y de todo aquello que de él depende; y habiendo
quedado libre de todo afecto y engaño, quedarás más bien con una purísima caridad para
con Dios. Pero, si tu arrepentimiento es imperfecto te quedará aún alguna mala
84
Creencia que reporta PLINIO en su Historia natural 1. 28 c. 3.
55

inclinación. Entonces, procura poner tu alma en una soledad mental, como se te ha


mostrado atrás85, y retírate cuanto más puedas; y retirándote mil veces para combatir los
asaltos de la tentación a tu espíritu, reconoce todas tus inclinaciones, abomínalas con todas
tus fuerzas, lee tus libros devotos más que de ordinario, confiésate y comulga más a
menudo. Además, comunica a tu maestro de espíritu, con humildad y rectitud, todas las
inquietudes y tentaciones que sientas acerca de esto; o, a lo menos, hazlo con tu confesor o
con alguna alma fiel y prudente. No dudes de que Dios te librará de todas estas pasiones si
tú perseveras fielmente en estos ejercicios.

Me dirás, sin duda: pero, ¿cómo? ¿No será una gran ingratitud el romper una
amistad con tanta vehemencia? ¡Oh, qué dichosa es la ingratitud que nos hace agradables a
Dios! No, amigo o amiga, no será ingratitud; por el contrario, será un gran beneficio que
harás al amante porque, rompiendo tú tus ataduras, romperás también las suyas, pues éstas
os eran comunes. Y aunque de momento no perciba su buena fortuna, el amante o la
amante la reconocerá poco después, sin duda; y cantará contigo esta acción de gracias:
“¡Oh Señor!, Tú has roto mis ataduras, yo sacrificaré la hostia de alabanza e invocaré tu
santo nombre”. 86

CAPITULO XXII

OTROS AVISOS SOBRE LA AMISTAD

Aún tengo una advertencia de importancia sobre este argumento: la amistad


requiere una gran comunicación entre los amantes, y sin ésta no podría nacer ni subsistir.
Por esto, muchas veces sucede que con la comunicación de la amistad nos deslizamos a
otras muchas comunicaciones, indignas a veces de una verdadera amistad. Sucede esto
principalmente cuando estimamos en extremo a aquel a quien amamos; porque entonces
abrimos de tal suerte el corazón a su amistad, que con ella se nos entran por entero y con
facilidad sus inclinaciones e impresiones, ya sean malas o buenas.
Recordemos que las abejas que hacen la miel de Heraclia no buscan sino la miel;
pero, cuando extraen el polen del acónito, no logran evitar el chupar sus cualidades
venenosas, insensiblemente. ¡Oh Dios, amigo o amiga! En este asunto es necesario tener
85
Cf. parte 2ª, cap. 12, pg. 47s.
86
Cf. Sal 116.
56

bien en cuenta lo que nuestro Salvador solía decir, según nuestros antepasados nos han
enseñado: “Sed buenos cambistas y monederos”.87 Esto quiere decir: “no recibáis la
moneda falsa con la buena, ni el oro de mala calidad con el fino; distinguid lo bueno de lo
malo”. En efecto, ya que no hay casi ninguna persona que no tenga algún defecto, ¿qué
razón hay para aceptar las faltas e imperfecciones del amigo junto con su amistad? Justo es
amarlo, sin duda, no obstante su imperfección; pero, no por eso se ha de aceptar su
imperfección, porque la amistad requiere la comunicación del bien, y no del mal. Así
como los codiciosos buscan el oro entre las doradas arenas del río Tajo, separando el oro
para llevárselo y dejando la arena en la orilla; así también los que gozan el oro de alguna
buena amistad deben separarla de la arena de las imperfecciones, sin dejarla entrar en sus
almas.
San Gregorio Nacianceno cuenta que muchos contemporáneos de San Basilio
admiraban las virtudes de San Basilio y procuraban imitarlo hasta en sus imperfecciones
exteriores, como su hablar lento y pensativo, y en la forma de su barba. De igual manera
vemos, hoy día, hombres y mujeres, niños y amigos que, porque admiran grandemente a
sus amigos, padres, maridos o mujeres, u otras personas, dejan que se les peguen mil
mañas, aunque pequeñas, por la amistad que los une. Esto no lo deben hacer, por ningún
motivo, como si no les bastasen sus malas inclinaciones, para cargarse con las de otros. La
buena amistad, más bien, nos obliga a ayudarnos recíprocamente, para podernos librar de
toda suerte de imperfecciones. Necesario es, sin duda, sobrellevar al amigo mansamente en
sus imperfecciones; pero no cargar con sus imperfecciones y, mucho menos, asumirlas
nosotros.
Y hablo sólo de imperfecciones, porque lo que son pecados, no se han de llevar ni
de sobrellevar en el amigo. Amistad débil o mala es la que ve pereciendo al amigo y no
corre a socorrerlo; lo ve muriendo de gangrena, y no se atreve a usar la navaja de la
corrección para extraerle la infección y salvarlo. La verdadera amistad no puede durar
entre pecados. Dicen que la salamandra mata el fuego al que se le arroja 88; así, el pecado
arruina la amistad donde se aloja. Si se trata de un pecado pasajero, la amistad lo pondrá
en fuga por medio de la corrección; pero si permanece y se amaña, automáticamente la
amistad perece, porque ésta no puede durar ni subsistir sino con base en la verdadera
virtud. ¡Cuánto menos se debe pecar, entonces, donde hay amistad! El amigo es enemigo
cuando nos quiere conducir al pecado, y merece perder la amistad cuando quiere perder y
condenar al amigo.
Ñ
2ª VERSIÓN

. . . así la grande y perfecta amistad es imperecedera y no falla jamás, a no ser por


falta de su materia, que es la virtud verdadera. Ahora bien: la verdadera virtud se
fundamenta recíprocamente sobre la caridad y, por ello, San Agustín hace de ella el

87
Esta frase no se encuentra en el Nuevo Testamento, pero es citada por Orígenes, Clemente de Alejandría,
San Ambrosio, San Jerónimo, y otros Padres de la Iglesia.
88
Esta leyenda es recogida por la Historia Natural de PLINIO, 1. 10 c 67 (u 86). Es verdad que este
animal puede sobrevivir a muchos maltratos e incluso apagar, mediante una secreción abundante, el fuego
cercano; pero sólo por poco tiempo.
57

núcleo de su tratado De la amistad con esta sentencia: “La amistad es eterna”. Y San
Jerónimo, escribiendo a Rufino, termina su carta con estas palabras: “La amistad que
puede tener fin jamás fue verdadera”.
Ñ

Así, una de las más seguras señales de una falsa amistad es la de tenerla con una
persona viciosa, aceptándole cualquier pecado. Porque si aquel a quien amamos es vicioso,
sin duda que nuestra amistad es viciosa; ya que, si la amistad no puede afianzarse sino en la
verdadera virtud, es forzoso que una amistad viciosa se base en alguna virtud loca, o en una
cualidad sensual.
La amistad que se establece entre negociantes, buscando provecho económico, no
tiene sino la semejanza de la verdadera amistad, porque se hace por el amor a las ganancias
y no por el amor a las personas.
En fin: estas dos divinas palabras son dos grandes columnas para asegurar bien la
vida cristiana. La una es del Sabio: “Quien teme a Dios endereza su amistad, pues como él
es será su compañero”89. La otra es de Santiago: “Cualquiera que desee ser amigo del
mundo se vuelve enemigo de Dios”90.

CAPITULO XXIII

EJERCICIOS DE MORTIFICACION EXTERIOR

Los que tratan de asuntos agrarios aseguran que, si se escribe una palabra sobre una
almendra entera, y ésta se vuelve a meter en su cáscara, doblándola y cerrándola con arte;
y se siembra, en todas las frutas que salgan del árbol se hallará grabado lo mismo que
antes se había escrito. 91 En cuanto a mí, amigo o amiga, nunca he podido aprobar el
método de los que, para reformar al hombre, comienzan por lo exterior, por las
demostraciones, por los vestidos y por los cabellos.
Me parece que debe hacerse todo lo contrario, es decir, que se debe comenzar por lo
interior, como dice el Señor: “convertíos a mí de todo corazón”92. En efecto, siendo el
corazón el manantial y origen de las acciones, éstas son como sea el corazón. Por eso, el
esposo divino, en el Cantar de los Cantares, convidando al alma: “ponme, dice, como un
sello sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo”. Sí, amigo o amiga: quien tiene a
Jesucristo en su corazón, bien pronto lo tendrá también en todas sus acciones exteriores.
Así como en el caso del almendro citado, he querido grabar y escribir sobre la semilla de tu
corazón un “¡Viva Jesús!”, seguro de que los frutos que vendrán después, es decir las
acciones de tu vida, vendrán marcadas y grabadas con este nombre de salvación; seguro de
que si el dulce nombre de Jesús vive dentro de tu corazón, vivirá también en todas tus
obras, y se mostrará en tus ojos, en tu boca, y en tus manos, y aún en tus cabellos; y que,
89
Eclo 6, 17.
90
Sant 4,4.
91
Cf. PALLADIO, De la Agricultura 1. 2 tít. 15.
92
Cf. Jl 2, 12.
58

entonces, podrás decir con San Pablo: “no vivo yo, sino que es Jesucristo que vive en
mí”93. En fin, quien se ha ganado el corazón del hombre, se ha ganado todo el hombre.
Pero, también hay que añadir que este mismo corazón por el cual queremos comenzar, pide
que le enseñen cómo ha de portarse en sus costumbres y acciones exteriores.
Si puedes ayunar, harás bien en ayunar algunas veces, fuera de las que la Iglesia nos
manda, porque fuera de los efectos ordinarios del ayuno, como lo son el levantar el
espíritu, reprimir la carne, practicar la virtud y adquirir mayor recompensa en el cielo, el
ayuno hace también un gran bien para destruir la misma gula y el apetito sensual,
manteniendo el cuerpo sujeto a la ley del espíritu. Y, aunque no se ayune mucho, el
enemigo nos temerá más si sabe que ayunamos.
De buena gana diría yo, como lo decía san Jéronimo a la virtuosa Leta: “los largos e
inmoderados ayunos me desagradan mucho, principalmente los que hacen los de muy
tierna edad”. He aprendido, por experiencia, que un burrito, cansado por el camino,
procura quitarse la pesada carga; de igual manera, la gente joven, cayendo en enfermedades
por el exceso de los ayunos, se entrega fácilmente a la delicadeza y buena vida. Los
ciervos corren mal en dos circunstancias: cuando están muy gordos y cuando están muy
flacos. Así nosotros, somos más vulnerables a las tentaciones cuando nuestro cuerpo está
muy consentido o muy descuidado. Si está muy consentido, nuestro cuerpo se vuelve
indolente en su placer; si descuidado, se desespera en su debilidad. La falta de moderación
en ayunos, disciplinas, cilicios y asperezas, hacen inútiles para el servicio de la caridad los
más floridos años de muchos, como le sucedió a san Bernardo, quien se arrepintió de haber
sido demasiado austero94 ¿No es mejor un manejo parejo y proporcionado a los oficios y
obligaciones de cada cual?
El ayuno y el trabajo moderan y debilitan la carne. Así, pues, si tu trabajo es
necesario, o muy provechoso al servicio de Dios, prefiero que sufras las mortificaciones del
trabajo que las del ayuno. Así mismo lo siente la Iglesia, la cual, por trabajos útiles al
servicio de Dios y del prójimo, exime a los que los ejercen de los ayunos, aunque sean de
precepto. Unos encuentran su mortificación en ayunar, otros en servir a los enfermos, otros
en visitar presos, confesar, predicar, consolar a los afligidos, rezar y demás ejercicios
semejantes. Estas últimas mortificaciones vale más que la del ayuno porque, además de
fatigar igualmente, producen frutos y un provecho mucho más dignos de desear.
Por otra parte, hablando en general, es más prudente conservar más fuerzas de las
que necesitamos que arruinar las que necesitamos, porque fácilmente se pueden perder,
pero difícilmente se pueden recuperar siempre que se quiera.
Me parece, además, que debemos tener en grande estima la palabra que Nuestro
Señor, que dice a sus discípulos: “comed lo que os pongan” 95. Creo que sea mayor virtud
el comer, sin elegir, lo que te presenten y en el mismo orden en que te lo presenten, sea o
no de tu gusto, que el escoger siempre lo peor. Esta última manera de elegir aparenta ser
más áspera; pero es la otra la más sacrificada, porque no sólo se renuncia al propio gusto
sino, también, a la propia elección. Además, en semejante ocasión, no es poca penitencia

93
Gál 2, 20.
94
Cf. PATROLOGÍA LATINA, t. 185, Primera vida de san Bernardo 1. 1 c. 4. 6.
95
Lc 10, 8.
59

el someterse al gusto de otra persona, renunciando al propio. Esta tipo de mortificación no


se nota, ni desacomoda la persona, y es muy apropiado para la vida civil.
Retirar un alimento para tomar otro, tocar y pellizcarlo todo, no encontrar nunca
nada bien preparado ni limpio, hacer misterios a cada bocado, son señales de un corazón
delicado y pendiente de tonterías. En más estimo que san Bernardo bebiese aceite,
creyéndolo agua o vino, que si bebiese agua de ajenjo a propósito, porque era señal que no
pensaba en lo que bebía. En este no prestar tanta atención a lo que se come o bebe consiste
la perfección de aquella sagrada recomendación: “comed lo que os pongan”.
No dejo, sin embargo, de exceptuar dos casos: el de alimentos que sean contrarios a
la salud física o causen alguna inquietud, como sucede a muchos con alimentos muy
calientes y con ciertos condimentos; y el caso de ciertas ocasiones en las cuales se siente la
necesidad de darse algún gusto que permite continuar algún trabajo para gloria de Dios.
Una continua y moderada templanza es mejor que abstinencias violentas, hechas a
diversos tiempos y entre oleadas de grandes excesos.
Respecto a la templanza en el dormir, cada uno ha de tomar la noche para dormir
tanto cuanto necesite, según su constitución, para estar despierto útilmente durante todo el
día. En efecto, tanto la santas Escrituras como el ejemplo de los santos y las razones
naturales nos recomiendan grandemente las mañanas como las mejores y más fructuosas
horas de nuestros días. Por algo nuestro Señor mismo es llamado sol naciente de oriente, y
nuestra Señora, alba del día. Pienso que sea un cuidado virtuoso el acostarse temprano,
para poder levantarse temprano. En efecto, éste es ciertamente el tiempo más fructuoso,
más dulce y menos problemático. En él, hasta los mismos pájaros nos invitan a dar gracias
a nuestro Dios. Así, pues, el levantarse temprano sirve tanto a la salud como a la santidad.
El profeta Balaam iba, montado en su asna, a buscar al rey moabita Balac; pero,
como su intención no era recta, el ángel lo esperó en el camino con una espada en la mano,
para matarlo. . . La asna, que veía el ángel, se paró tres veces, razón por la cual Balaam la
apaleaba con crueldad, queriendo que siguiera adelante. A la tercera vez, dejándose tender
de largo a largo debajo de Balaam, la asna le habló milagrosamente, y dijo: “qué te he
hecho yo?; ¿por qué me apaleas, ya por tercera vez?” Poco después los ojos de Balaam
fueron abiertos y vio al ángel que le dijo: “¿Por qué has apaleado tu asna? Si ella no se
hubiera apartado de delante de mí, yo te hubiera hecho morir y ella se hubiera salvado”.
Entonces Balaam dijo al ángel: “Señor, he pecado porque no sabía que eras tú el que te me
oponías”96. ¿Ves, amigo o amiga? Balaam es la causa del mal y, además, maltrata y apalea
la pobre asna, que no tiene culpa.
Pues bien: esto también nos sucede muchas veces en nuestros negocios. Por
ejemplo, una mujer ve enfermo a su marido, o a su hijo; y para que se curen recurre al
ayuno y a otras penitencias. ¡Amigo o amiga!, esta mujer está maltratando su pobre asna,
que es su cuerpo, sin que éste tenga culpa alguna de lo que sucede, o de que la espada del
ángel esté desenvainada contra ellos. Mujer: corrige más bien tu corazón, que idolatra
desmesuradamente a ese marido, o que permitió mil vicios a tu hijo, destinándolo al
orgullo, a la vanidad y a la ambición.
Otro hombre ve que cae, muy a menudo y torpemente, en el pecado de la lujuria.
Siente el remordimiento interior de su conciencia, que le muestra una espada desnuda para
96
Cf. Núm 22, 22ss.
60

herirle con santo miedo. Su corazón, entonces, volviendo en sí exclama, contra su cuerpo:
“¡ah indómita carne. . . Tú me has traicionado y vendido!”. . . Y, entonces, castiga su
cuerpo con grandes e inmoderados ayunos y otros castigos. ¡Oh pobre alma! Si tu cuerpo
pudiera hablar como la asna de Balaam, te diría: “¿Por qué me maltratas, miserable? Contra
ti, ¡alma mía! es contra quien Dios arma su venganza; tú eres la delincuente. ¿Por qué me
llevaste tú a las malas conversaciones? ¿Por qué dedicas mis ojos, mis manos y mis labios a
las lujurias? ¿Por qué me inquietas y alborotas con malas imaginaciones? Ten buenos
pensamientos, y yo no seré combatida por mi concupiscencia. ¡Pobre de mí! Eres tú, alma
mía, la que me arrojas en medio del fuego, ¿y quieres que no me queme?; eres tú la que me
llenas de licor ¿y quieres que mis ojos no se inflamen?”
Sin duda, Dios dice en tales casos: “Maltratad, romped, herid y despedazad más
bien vuestros corazones, porque contra ellos se ha encendido mi enojo”. 97 Así como para
sanar la comezón es más necesario purificar la sangre y el hígado que lavarse y bañarse, así
mismo, para curarnos de nuestros vicios es bueno mortificar la carne; pero, sobre todo, es
necesario purificar nuestros corazones. En fin, en todo y por todo, no se deben emprender
fuertes penitencias corporales sino con el parecer de nuestro maestro espiritual.

CAPITULO XXIV

DE LAS CONVERSACIONES Y DE LA SOLEDAD

Tanto el andar a la cacería de conversaciones como el rehuirlas son dos extremos


dignos de desaprobación en la “santidad” civil, que es de lo que te hablaré, aquí. En efecto,
el rehuirlas se suele interpretar como menosprecio del prójimo; y el rebuscarlas da la
impresión de ociosidad inútil. Y, si hay que amar al prójimo como a nosotros mismos 98,
para demostrarle que lo amamos no debemos rehuir el estar con él; y para verificar que nos
amamos a nosotros mismos, nos ha de agradar estar a solas con nosotros mismos. Estamos
con nosotros mismos cuando estamos solos. “Piensa en ti mismo, dice San Bernardo, y
después en los otros”99 Así, pues, si nada te obliga a buscar una conversación, o a recibirla,
quédate contigo y entreténte con tu corazón; pero si te ofrecen la conversación, o algún
justo motivo te convida a ella, ve con Dios, amigo o amiga, y mira a tu prójimo con buen
corazón y con buen ojo.
Se llaman malas conversaciones las que se hacen con alguna mala intención, o
aquellas en las que intervienen gente viciosa, indiscreta y disoluta. A éstas se les debe
sacar el cuerpo, porque así como los que han sido mordidos por perros rabiosos tienen el
sudor y la saliva peligrosa, principalmente para niños y gente delicada, así estos viciosos y
desordenados no pueden ser frecuentados sino con grande peligro, principalmente de los
que son de santidad aún tierna y delicada.

97
Jl 2, 13.
98
Cf. Mt 22, 39.
99
Cf. De la consideración 1. 1 c. 3.
61

Hay conversaciones inútiles, salvo para pasar el tiempo y descansar; y se hacen por
simple diversión, después de ocupaciones importantes. Uno no debe dedicarse a ellas, pero
puede darles cabida durante el tiempo de descanso. Otras conversaciones tienen un fin en
sí honesto, como pueden ser las visitas recíprocas y ciertas reuniones que se hacen para
honrar al prójimo. En cuanto a éstas, así como no debe uno ser adicto a realizarlas,
tampoco debe uno ser descortés y menospreciarlas; más bien realizarlas con moderación,
cuando se tiene obligación, evitando igualmente la falta de cortesía y la superficialidad.
Hay, finalmente, conversaciones útiles, como las que se tienen con personas santas
y virtuosas. Estas personas, ¡amigo o amiga! y el encontrarse con ellas te causarán siempre
un notable bien. Así como la vid plantada entre olivos produce una uva jugosa y con un
gusto que tira a la aceituna, así un alma que se halla a menudo entre gente virtuosa no
puede dejar de participar de sus cualidades. Así como los zánganos solos no son capaces
de hacer miel, pero con las abejas se ayudan a hacerla, así también nosotros sacamos gran
ventaja para ejercitarnos bien en la santidad cuando nos ayudamos con la conversación de
almas santas.
En toda conversación deben cultivarse siempre la sinceridad, la sencillez, la
mansedumbre y la modestia; ya que hay personas que nada pueden hacer sino con tantas
artificialidades y afectación, que todos se fastidian. En efecto, así como aquel que no
quisiera pasearse sino contando sus pasos, ni hablar sino cantando, fastidiarían a todos los
demás hombres; así también los que tienen algún ademán artificioso y que nada hacen sin
afectación, importunan y cansan en extremo. En este tipo de gente hay siempre alguna
gana de presumir.
Bueno es, también, que de ordinario mostremos en nuestras conversaciones una
alegría moderada. San Romualdo y San Antonio son en extremo alabados porque, no
obstante sus grandes penitencias, siempre tenían la cara y la palabra llenas de alegría,
regocijo y afabilidad. “Reíd con los que ríen, y alegraos con los que están alegres”100, dice
san Pablo. Te digo, también con este apóstol: “Está siempre alegre, pero en nuestro Señor;
y que tu modestia aparezca a todos los hombres”101.
Ahora, bien, para alegrarte en nuestro Señor es menester que el motivo de tu alegría
sea no sólo lícito, sino también honesto. Lo digo porque hay cosas lícitas y, sin embargo,
deshonestas. Para que tu modestia se conozca, te cuidarás de ademanes y acciones
insolentes, que sin duda son siempre condenables. En efecto, hacer caer al uno, tiznar al
otro, pellizcar al tercero y hacer mal a un loco, tales son risas y alegrías locas e insolentes.
Además de la soledad mental, a la que te puedes retirar aún en medio de las
mayores conversaciones, como se ha dicho antes102, debes amar la soledad local y real. Se
sobreentiende que no se trata de irse a los desiertos, como Santa María Egipcíaca, san
Pablo, san Antonio, Arsenio y otros padres solitarios, sino de retirarte por algún rato a tu
cuarto, a tu jardín, o algún otro sitio donde más a tu gusto puedas retirarte a tu corazón, y
recrear tu alma con buenas meditaciones y santos pensamientos, o con alguna buena
lectura, tras el ejemplo de aquel gran obispo Gregorio Nacianceno que, hablando de sí
mismo, dice: “Yo me paseaba, yo mismo conmigo sobre el sol de oriente, y pasaba el
100
Cf. Rom 12, 15.
101
Cf. Flp 4, 4. 5.
102
Cf. 2ª parte, cap. 12, pág. 47s.
62

tiempo sobre la costa del mar, porque me he acostumbrado a usar este descanso para
rehacerme y sacudirme un poco de las pesadumbres ordinarias”. Y luego expone el buen
pensamiento que de aquí le nació, como he referido 103. Y a ejemplo, también, de San
Ambrosio. San Agustín, hablando de éste dice que, muchas veces, habiendo entrado a su
habitación, a la cual no rehusaba la entrada a ninguno, lo miraba leer; y que, después de
haber esperado algún tiempo, temiendo molestarlo, se volvía sin hablar palabra,
pareciéndole que no se debía quitar al gran pastor Ambrosio ese poco tiempo que le
sobraba para rehacerse y recrear su espíritu, después de la tarea de tantos negocios.
También podemos citar el ejemplo de nuestro Señor que, un día, después de que los
apóstoles le contaron cómo habían predicado y trabajado mucho, les dijo: “Venid a la
soledad, a descansar un poco”. 104

CAPITULO XXV
DE LA DECENCIA DE LOS VESTIDOS

San Pablo quiere que las mujeres cristianas (y lo mismo se ha de entender de los hombres)
se vistan con decencia, adornándose con pudor y templanza. 105 Ahora bien, la decencia de
los vestidos y otros adornos depende
En estedecapítulo
la materia, de en
téngase la forma
cuenta yque
de Francisco
la limpieza.
de Sales
escribe hacia el 1608, razón por la cual el lector, o lectora,
deben ubicarse en el contexto cultural de la época y tomar lo
La limpieza debe acompañaresencial
nuestros vestidos,
de su evitando
enseñanza, pasandoquepor estén manchados
alto algunos aspectoso
pasajeros
sucios, salvo mientras se realiza cierto tipo de trabajos, pues la limpieza exterior refleja, de
alguna manera, la limpieza interior. En efecto, Dios mismo pide la limpieza corporal a los
que andan cerca de sus altares. 106
En cuanto a la materia y la forma de los vestidos, su decencia depende de muchas
circunstancias: del clima, de la edad, de las cualidades, del contexto social y de las
ocasiones. En ocasiones de fiesta, por ejemplo, el adorno suele ser mucho mejor, según la
importancia de la ocasión; en las bodas se llevan vestidos nupciales; y, en los funerales, de
luto. La mujer casada puede y debe adornarse, y dar gusto a su marido; pero si, en su
103
Cf. 2ª parte, cap. 13, pág. 49.
104
Cf. Mc 6, 31.
105
Cf. 1 Tim 2, 9-10.
106
Cf. Ex 19, 10 y otros muchos.
63

ausencia, se adorna demasiado, muchos se preguntarán a qué ojos quiere agradar con
adorno tan particular. A las jóvenes, en cambio, se les permiten muchos más alhajas y
galas, sea por gusto personal que por el deseo de agradar a muchos, aunque esto último lo
hiciera con el único fin de ganarse a alguno para un santo matrimonio.
No se tiene ya por malo que la viudas se adornen, con tal que no den la impresión
de superficialidad y locura, puesto que, como han sido ya madres de familia y han pasado
la tristeza de la viudez, se espera que tengan un espíritu puro, maduro y templado. Para las
verdaderas viudas, tales no sólo de cuerpo sino también de corazón, su adorno debe
consistir ante todo en la humildad, la modestia y la devoción; porque, si lo que quieren es
enamorar a los hombres, ya no son más verdaderas viudas. Por otra parte, no hay quien no
se ría de gente vieja que quiere lucirse y arreglarse demasiado, porque ésta es una locura
tolerable sólo a gente muy joven.
Andarás aseado o aseada, amigo o amiga, de suerte que no haya nada sobre ti que
desentone ni esté mal arreglado, porque falta de respeto con quienes conversamos es el ir
con ellos desagradablemente vestidos; pero, también, evita adornos impertinentes,
vanidades, curiosidades y locuras. Manténte, siempre que te sea posible, con sencillez y
modestia, que son, sin duda, el mejor y mayor adorno de la hermosura, y la mejor excusa
para la fealdad. San Pedro advierte, principalmente a las mujeres jóvenes, que eviten la
afectación en peinados, joyas y modas. 107 Hombres, tan poco masculinos que se dan a esas
acciones, son estimados en todas partes como hermafroditas 108; y las mujeres vanidosas son
tenidas por de poca castidad ya que, si la tienen, ésta no es visible entre tantas brujerías y
bagatelas. Dicen ellas que no piensan mal, pero yo replico que si ellas no, el diablo sí, y
siempre. 109
En cuanto a mí, yo querría que mi amigo y amiga fueran siempre los mejor
vestidos de toda reunión, pero los menos pomposos y afectados; y que, como se dice en los
proverbios, su adorno sean la gracia, decencia y dignidad. San Luis dice, en una palabra,
que nos debemos vestir según nuestro estado, de suerte que los sabios y buenos no puedan
decirte: “Tú exageras”; ni la gente joven te diga: “tú eres descuidado”. Pero en caso que
los jóvenes no se quieran contentar con la decencia, nos debemos arrimar al parecer de los
sabios.

CAPITULO XXVI
DEL HABLAR Y, PRIMERAMENTE, COMO HEMOS DE HABLAR DE DIOS

Los médicos conocen mucho de la salud o enfermedad de una persona examinando


su lengua. Así nuestras palabras son verdaderos indicios de la calidad de nuestras almas.

107
Cf. 1 Pe 3, 3; cf. 1 Tim 2. 9.
108
Hermafrodita: nombre compuesto de Hermes y Afrodita, dioces griegos. Se dice de personas que tienen
los órganos reproductores de ambos sexos.
109
Cf. parte 3ª, cap. 27.
64

Por eso dice el Salvador: “Por tus palabras serás justificado; y por tus palabras tú serás
condenado”110.
Así como uno suele llevar la mano donde le duele, así llevamos la lengua a lo que
nos gusta. Si eres, pues, persona verdaderamente enamorada de Dios, amigo o amiga, tú
hablarás siempre de Dios en tus conversaciones, sea en familia, sea con amigos y vecinos.
Así es, porque “la boca del justo susurra sabiduría y su lengua habla rectitud”. 111 Y como
las abejas no hacen otra cosa que miel con su pequeña boca, así tu lengua estará siempre
ocupada en la dulzura de Dios, y no sentirá mayor suavidad que la de sentir deslizarse por
entre tus labios alabanzas y bendiciones a su santo nombre. Así, decían que San Francisco
de Asís, pronunciando el santo nombre del Señor, se relamía los labios, como para sacarle
la mayor dulzura del mundo.
Así, pues, hablarás siempre de Dios como de Dios; es decir, hablarás de Él con
reverencia y devoción, sin querer aparecer como un especialista sobre Él, ni como un
predicador; sino con espíritu de dulzura, caridad y humildad. Como la Esposa del Cantar
de los Cantares, procurarás  repartir la miel de la devoción y de las cosas divinas, gota a
gota, ya en las orejas del uno, ya en las del otro, rogándole a Dios, en lo secreto de tu alma,
que tu conversación sirva para insinuar y hacer penetrar este santo rocío hasta en lo íntimo
del corazón de los que te oyen. Este oficio, propio de ángeles, debe hacerse, pues, blanda y
suavemente; no a manera de corrección, sino de inspiración. Es increíble el efecto que
produce la suave y amistosa propuesta de alguna buena cosa; es como una muy atractiva
carnada para atraer los corazones.
De las cosas de Dios no hables nunca por charlatanería y entretenimiento, sino
siempre con atención y devoción. Y lo digo para librarte de la notable vanidad que afecta a
muchos que se tienen por piadosos y que, a propósito de cualquier cosa dicen palabras
santas y fervorosas, como por costumbre, pero sin que sientan lo que dicen. Después se
creen santos por haber dicho tales palabras cuando, a veces, es lo contrario.

CAPITULO XXVII

HONESTIDAD DE LAS PALABRAS Y RESPETO A LAS PERSONAS

Dice el apóstol Santiago: “Si alguno no peca de palabra, es un hombre perfecto,


capaz de poner freno a todo su cuerpo”. 112
Procura cuidadosamente no dejar que se te escape ninguna palabra deshonesta,
porque, aunque tú no la digas con mala intención, los que la oyen pueden darle otro
sentido. La palabra deshonesta, cayendo en un corazón débil, se extiende como una gota
de aceite sobre tela y, a veces se apodera de tal modo del corazón, que le insinúa mil
pensamientos y tentaciones que le colocan en el resbaladero. En efecto, así como el veneno
entra al cuerpo por la boca, así el veneno espiritual entra al corazón por la oreja. La lengua
que produce este veneno es asesina, aunque su veneno no haya logrado matar, al haber

110
Cf Mt 12, 37.
111
Sal 36, 30.
112
Sant 3, 2.
65

encontrado corazones defendidos por algún antídoto, pues su malicia era como para
haberlos dejado muertos.
Tampoco me diga nadie que no pensaba en eso, porque nuestro Señor, que conoce
los pensamientos, ha dicho: “de lo que abunda en el corazón habla la boca”. 113 Y, si
dijéramos que nosotros no pensábamos mal, el demonio sí, sirviéndose siempre de estas
malas palabras para penetrar en el corazón de alguno. Por el contrario, así como dicen que
los que han comido la yerba que llaman angélica 114 tienen siempre el aliento dulce y
agradable, así los que tienen en el corazón la honestidad y la castidad, que es la virtud
angélica, tienen siempre sus palabras limpias, comedidas y pudorosas.
En cuanto a cosas indecentes y locas, el apóstol no quiere que siquiera se
mencionen entre cristianos115, asegurándonos que “las malas compañías corrompen las
buenas costumbres”. 116
Si, pues, estas palabras se dicen disimulada y encubiertamente, con cierto arte y
sutileza, entonces son mucho más venenosas porque, así como un dardo penetra tanto más
fácilmente cuanto más agudo de punta, así un dicho, cuanto más agudo de punta, tanto más
penetra en nuestros corazones. Los que piensan ser muy atrevidos y discretos usando de
tales dichos no saben para qué se hicieron las conversaciones: éstas deben ser como
enjambre de abejas que se juntan para hacer la miel de agradables y virtuosos
entretenimientos, y no como grupo de moscones, amontonados sólo para lamer y chupar
alguna hediondez. Si algún loco te dice palabras indecentes, muéstrale que tus orejas se
hallan ofendidas, mirando para otro lado, o de alguna otra manera, según tu prudencia.
Una de las peores defectos que uno puede tener es el ser fisgón y burletero. Dios
aborrece en extremo este vicio y, por él, en tiempos pasados ha ejecutado extraños castigos.
No hay cosa que sea tan contraria a la caridad, y mucho más a la santidad, que el
menosprecio del prójimo, ya que el escarnio y burla del prójimo jamás se hacen sin este
menosprecio, por lo que resulta un muy grande pecado. En efecto, los doctores tienen
razón al decir que el escarnio es la peor ofensa que se puede hacer al prójimo 117, por cuanto
a las otras ofensas se hacen con alguna estima del ofendido, pero ésta se hace sólo con
menosprecio.
Los juegos de palabras que se hacen unos con otros con modestia, regocijo y
alegría, pertenecen a la virtud llamada por los griegos eutrapelia, que nosotros podemos
traducir por buena conversación. Estos juegos de palabras permiten gozar de una honesta y
amigable recreación, en ocasiones frívolas que las imperfecciones humanas nos traen.
Pero hemos de evitar el deslizarnos de esta honesta alegría a las burlas. Las burlas hacen
reír por el menosprecio del prójimo; en cambio, el regocijo y la alegría hacen reír por una
simple libertad, confianza y familiaridad, unida con la gentileza y el ingenio de alguna
palabra bien dicha. Cuando los religiosos querían hablarle de cosas elevadas a San Luis,
después de comer, éste les decía: “Ahora no es tiempo de alegar, sino de gozar por medio

113
Mt 12, 34.
114
La yerba angélica, también llamada del Espíritu Santo, tiene efectivamente una efecto suavizante en los
trastornos estomacales.
115
Cf. Ef 5, 3.
116
1 Cor 15, 33.
117
Cf. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, II-II q. 23 a. 3 ad 1.
66

de algún honesto entretenimiento. Cada uno diga lo que quiera, pero con honestidad” 118.
Esto lo decía para favorecer a los nobles que tenía consigo. Amigo o amiga, pasemos el
tiempo con gusto, pero de modo que conservemos la oportunidad de una santa eternidad
por una vida santa.

CAPITULO XXVIII

DE LOS JUICIOS TEMERARIOS

Dice el Salvador de nuestras almas: “no juzguéis, y no seréis juzgados; no


condenéis, y no seréis condenados”.119 Y el santo apóstol dice: “no juzguéis antes del
tiempo, hasta que el Señor venga, porque él iluminará los secretos de las tinieblas, y
manifestará los designios de los corazones”.120 ¡Cuán desagradables a Dios son los juicios
temerarios! Los juicios de los hijos de los hombres son temerarios, porque al juzgarse
mutuamente usurpan el oficio de juez universal, exclusivo de nuestro Señor. Son
temerarios, en especial, por cuanto la mayor malicia de un pecado depende de la intención
y decisión del corazón, que es precisamente lo que para nosotros permanece en el secreto
de las tinieblas. Son temerarios, finalmente, porque cada uno de nosotros tiene harto en qué
ocuparse juzgándose a sí mismo, antes de pretender juzgar a su prójimo.
Para no ser nosotros juzgados es, pues, igualmente necesario el que no juzguemos a
los demás y el que cada uno de nosotros se juzgue, más bien, a sí mismo. En efecto,
nuestro Señor nos enseña lo uno y el apóstol nos ordena lo otro, diciendo: “Si nos
juzgamos a nosotros mismos, nosotros no seremos condenados”. 121 Pero nuestros pecados
evidencian que hacemos lo contrario, pues hacemos lo que nos está prohibido, juzgando en
cualquier ocasión a nuestro prójimo; y, en cambio, lo que nos está mandado, que es el
juzgarnos a nosotros mismos, no lo hacemos jamás.
Por lo cual, según las diversas causas de los juicios temerarios, se deben aplicar
diversos remedios. En efecto, hay corazones agrios, amargos y ásperos por naturaleza que
vuelven agrio y amargo todo lo que tocan, como dice el profeta: “trocáis en veneno el
juicio y en ajenjo el fruto de la justicia” 122, no juzgando jamás del prójimo sino con todo
rigor y aspereza. Los que esto hacen tienen gran necesidad de caer en manos de un buen
médico espiritual, porque pareciéndoles natural esta amargura del corazón, les es difícil
corregirse. Este rigor y amargura no son en sí un pecado, sino una imperfección, pero
peligrosa por cuanto introduce y hace reinar en el alma el juicio temerario y la crítica
injusta.
Algunos otros juzgan temerariamente, no por un corazón agrio, sino por soberbia.
Les parece que entre más dañen la honra ajena, tanto más sobresale la propia. Estos son
juicios de gente arrogante y loca, que se admira a sí misma y se eleva tan alto en su propia
118
JOINVILLE, Historia de San Luis, p. 1ª.
119
Lc 6, 37.
120
1Cor 4, 5.
121
1Cor 11, 31.
122
Am 6, 12.
67

estimación, que mira a todos los demás como a gente pequeña e incapaz. “Yo no soy como
los demás hombres”, decía el loco fariseo.123
Algunos no tienen un orgullo tan manifiesto, sino más bien cierto pequeño agrado
en la consideración del mal ajeno, pues les permite saborear más dulcemente el bien
contrario, del cual se consideran dotados. Esta complacencia es tan secreta e imperceptible
que sólo un buen ojo la puede descubrir. Los que sufren de este mal no lo llegan a
conocer, si no se lo muestran.
Otros, para excusarse a sí mismos y contrarrestar los remordimientos de su
conciencia, juzgan fácilmente y de buena gana que los viciosos son los otros, fijándose
precisamente en el vicio que ellos mismos sufren, o en algún otro que consideren al menos
tan grande como el propio; y les parece que, así, el mal de muchos haga su propio pecado
menos condenable.
Muchos se dan al juicio temerario sólo por el gusto de filosofar y de adivinar la
sicología de las personas, como por ejercicio intelectual. Y si, de casualidad, aciertan
alguna vez en sus juicios, crece su atrevimiento y su deseo de continuar este ejercicio, de
manera que no hay quien los aparte de este vicio.
Otros juzgan por pasión: piensan siempre bien de los que estiman o aman; y
siempre mal de los demás, salvo en el caso extraordinario de que su exceso de amor no
correspondido los lleve a juzgar mal al que aman. Es un efecto monstruoso, nacido de un
amor impuro, imperfecto, alborotado y enfermo, llamado celos. Todos saben que éstos,
por una simple mirada, o por la menor risa o correspondencia, condenan a las personas
acusándolas de maldad y adulterio.
En fin, el miedo, la ambición y otras semejantes flaquezas del espíritu son la causa
ordinaria de semejantes sospechas y juicios temerarios. Pero, ¿qué remedio hay para esto?
Los que beben el zumo de una yerba de Etiopía, llamada ofiusa 124, dondequiera que
miran creen ver serpientes y cosas espantosas; y así mismo, los que han alojado en su
corazón la soberbia, la envidia, la ambición y el rencor, no ven sino cosas malas y dignas
de menosprecio. Para sanarse, aquellos deberán tomar vino de palma 125; y éstos el vino
sagrado de la caridad, que les sacará estos malos humores que los lleva a emitir juicios
errados.
La caridad no sólo no busca el mal, sino que no quiere encontrárselo; y, cuando lo
encuentra, voltea la cabeza y disimula e, incluso, cierra los ojos para no verlo, apenas lo
percibe al primer ruido. Y después cree, por sencillez, que no era el mal, sino sólo su
sombra o algún fantasma suyo; y, si por fuerza reconoce ser el mismo mal, de inmediato
procura despedir este pensamiento y olvidar su figura. La caridad es el gran remedio para
todos los males, y principalmente para éste.
Ven todas las cosas amarillas los que sufren de ictericia. Dicen que para sanarlos se
les debe colocar, por debajo de la planta de sus pies, hojas de celidonia. 126 Así el pecado de
juicio temerario es como una ictericia espiritual, que hace parecer todas las cosas malas a
los ojos de los que sufren este mal. Quien quiera sanar, es menester que ponga los

123
Lc 18, 2.
124
Cf. PLINIO, Historia Natural 1. 24 c. 17.
125
Cf. ibid.
126
La celidonia pertenece al género de las papaveráceas; y su jugo acre y caústico destruye las verrugas.
68

remedios, no en los ojos ni en el entendimiento, sino en los afectos, que son los pies del
alma.
Si tus afectos son benévolos, tu juicio será benévolo; si son caritativos, tu juicio
será de la misma suerte. Te daré tres ejemplos admirables.
El primero: Isaac había dicho que Rebeca era su hermana. Abimelec vio que jugaba
con ella; esto es, que la acariciaba tiernamente, y juzgó luego que era su mujer. 127 Un ojo
maligno hubiera juzgado que era su amiga o que, si era su hermana, era un incesto. 128 En
cambio, Abimelec siguió la opinión más caritativa que en tal caso podía tener. Es
necesario, pues, hacer siempre lo mismo, amigo o amiga, juzgando en favor del prójimo
cuanto nos sea posible; que si una acción tiene cien caras, la miremos por la más hermosa.
Un segundo ejemplo: Nuestra Señora estaba embarazada, y san José lo vio
claramente; pero, por otra parte, la consideraba enteramente santa y enteramente angélica;
y dejándola, resolvió dejar el juicio a Dios. Aunque el motivo era tan evidente como para
hacerle concebir una mala opinión de la Virgen, no quiso jamás juzgarla. ¿Por qué? El
Espíritu de Dios dice: “Porque era justo”. 129 Así, quien es justo, cuando ya no puede
excusar ni el hecho ni la intención de quien ha conocido como persona de bien, aún así no
quiere juzgar, procura desechar tal pensamiento, y deja el juicio a Dios solo. Así también,
Nuestro Salvador crucificado, no pudiendo excusar del todo el pecado de los que lo
crucificaban, por lo menos disminuía su malicia alegando su ignorancia. Cuando no
podamos excusar el pecado, hagámoslo, por lo menos, digno de compasión, atribuyéndole
la causa más benigna que podamos.
Luego. . . , ¿no podemos nunca juzgar al prójimo? No; ciertamente, jamás. Amigo
o amiga, sólo Dios tiene el derecho a juzgar a los reos, en justicia. Es verdad que se sirve
de la voz de los magistrados, para hacerse inteligible a nuestras orejas; pero, incluso éstos,
son tan sólo sus ministros y intérpretes, y no deben pronunciar cosa alguna fuera de lo que
han aprendido de él, pues que al fin y al cabo son oráculo suyo. Que si hacen otra cosa,
siguiendo sus propias pasiones, entonces serán indudablemente ellos los que juzgan, y no
Dios; y por eso serán juzgados, porque es prohibido a los hombres, en calidad de hombres,
juzgar a los demás.
El ver o conocer una cosa no es juzgarla. En efecto, según la Escritura, emitir un
juicio presupone, adicionalmente, dictar sentencia. En tal sentido dice la Escritura que los
que no creen ya están juzgados130: no hay duda sobre su condenación.
¿Será malo dudar del prójimo? ¡No!, porque no está prohibido dudar, sino juzgar.
Sólo que no está permitido dudar ni sospechar, sino cuando existen razones y argumentos
que nos hacen dudar; de lo contrario, serían dudas y sospechas temerarias.
Un tercer ejemplo: si algún ojo maligno hubiera visto a Jacob besando a Raquel
junto al pozo, o a Rebeca aceptando los brazaletes y zarcillos de Eliezer, hombre
desconocido en aquella tierra131, sin duda que el tal hubiera pensado mal de estos dos
ejemplos de castidad, pero sin razón ni fundamento. Porque cuando una acción es en sí

127
Gén 26, 7-9.
128
Incesto: relación carnal entre parientes muy cercanos.
129
Cf. Mt 1, 19.
130
Cf. Jn 3, 18.
131
Cf. Gén. 29, 2.
69

misma indiferente, resulta ser una sospecha temeraria el sacar de ella una mala
consecuencia, a no ser que otras muchas circunstancias den pie para hacerlo.
Es también juicio temerario el sacar consecuencias de un acto, para injuriar a una
persona. Pero, de eso hablaré en el próximo capítulo, más claramente.
En fin, los que tienen su conciencia en regla, pocas veces cometen juicios
temerarios porque, así como las abejas se retiran a su colmena a mirar por su miel cuando
ven el tiempo nublado, así también los pensamientos de las almas buenas no salen cuando
ven argumentos confusos, o situaciones dudosas del prójimo. Por el contrario, para evitar
encontrárselas, se encierran en sus propios corazones, para cuidar más bien de las buenas
resoluciones que requieren su propia enmienda.
Es propio de un alma inútil el entretenerse examinado las vidas ajenas. Sólo hago
excepción de los que tienen otros a su cargo, sea en la familia, sea en la República, porque
una buena parte de las obligaciones de su conciencia consiste en velar y vigilar con amor a
los que le han sido encomendados; después de lo cual, también ellos retírense en sí mismos
para mirar por sí mismos.

CAPITULO XXIX
DE LA MURMURACION

El juicio temerario produce inquietud, menosprecio del prójimo, soberbia,


satisfacción y agrado de sí mismo, y otros muchos efectos perniciosos, entre los cuales la
murmuración tiene uno de los primeros lugares, como la verdadera peste de las
conversaciones. ¡Quién tuviera una de las brasas del altar de Dios, para tocar los labios de
los hombres y hacer que quedasen limpios de iniquidad y pecado, a imitación del Serafín
que purificó la boca de Isaías!132 El que pudiera quitar la murmuración del mundo, quitaría
una gran parte de los pecados e inquietudes existentes.
Cualquiera que quita injustamente la buena fama a su prójimo, además de cargar
con la culpa de pecado, está obligado a hacer la reparación de la buena fama, en forma
diversa, según la diversidad de las murmuraciones. Ninguno puede entrar al cielo
cargándose el bien de otro; y entre todos los bienes exteriores de una persona, la buena
fama es el mejor.
La murmuración es una especie de homicidio de una de nuestras tres vidas: la
espiritual, que es la gracia de Dios en el alma; la corporal y, finalmente, la civil, que es la
buena fama. El pecado nos quita la primera vida, la muerte la segunda y la murmuración la
tercera. El murmurador, de un solo golpe de lengua, ordinariamente comete tres
homicidios: mata su propia alma y la del que lo escucha; y, finalmente, mata la vida civil
de aquel de quien murmura o maldice. Por eso dice San Bernardo: “aquel que critica
injustamente y aquel que lo escucha tienen, ambos, el diablo encima: el uno en la lengua y
el otro en la oreja”. 133 David, refiriéndose a los murmuradores, dice: “afinan su lengua
132
Cf. Is 6, 6-7.
133
SAN BERNARDO, Sobre el Cantar de los Cantares, sermón 24,3.
70

igual que una serpiente”. 134 En efecto, la serpiente tiene la lengua hendida y con dos
puntas; y la lengua maldiciente, con un solo golpe, pica y emponzoña tanto la oreja del
oyente como la reputación de aquel de quien murmura.
Te ruego, pues, amiga o amigo, que no murmures jamás de persona alguna, ni
directa ni indirectamente. Cuídate de adjudicar falsas culpas y pecados al prójimo, de
descubrir los que son secretos, de agrandar los que son evidentes. Cuídate de interpretar
mal una buena obra, de negar los méritos a quien le corresponden, o de disminuirlos con
tus palabras. Con todas estas cosas ofenderías a Dios en extremo; sobre todo, acusando
falsamente y negando la verdad, en perjuicio del prójimo, porque sería un doble pecado:
mentir y, simultáneamente, perjudicar al prójimo.
Los que antes de murmurar o maldecir, hacen ciertas declaraciones previas de
aprecio en honor de su víctima y expresan ciertas pequeñas gentilezas y habilidades,
propias de los que murmuran, son los murmuradores más finos y venenosos. Dicen, por
ejemplo: “les aseguro que lo estimo y que, por lo demás, es muy buena persona; pero. . . ,
en honor a la verdad, no tenía por qué haber hecho tal y tal bellaquería”. O, en otro caso:
“es una muchacha muy decente; pero se dejó engañar, y. . . ” así otras murmuraciones de
este tipo, según les insinúa su mala intención. ¿No ves tú el disimulo, amigo o amiga? En
efecto, hacen como los tiradores de arco: ellos jalan cuanto pueden la flecha hacia sí
mismos, pero con la única intención de arrojarla con más fuerza; de la misma manera, los
murmuradores pareciera que alejan la murmuración hacia sí mismos con las alabanzas
previas, pero con la sola intención de lanzarla con más fuerza y que, así, penetre más
profundamente en el corazón de los oyentes. La murmuración dicha con estos disimulos es
la más cruel de todas.
La cicuta135 natural no es un veneno muy fuerte, sino flojo y lento, fácilmente
controlable; pero tomada en vino es irremediable. Así, la murmuración que podría
fácilmente entrar por una oreja y salir por la otra, como se dice, se queda más firmemente
en la memoria de los que la escuchan cuando se mezcla con algún concepto o dicho sutil y
alegre. Por eso dice David: “los tales tienen el veneno del áspid136 debajo de sus labios”.137
En efecto, sus palabras son como la picadura de áspid, casi imperceptible, cuyo veneno
causa inicialmente una comezón gustosa, que dilata el corazón y las entrañas, haciendo que
se absorba más rápidamente el veneno. Después no hay ya remedio alguno.
No digas nunca Fulano es un borracho”, aunque lo hayas visto borracho; ni digas
que es un adúltero, aunque lo hayas visto en este pecado; ni digas que es un incestuoso, por
haberlo hallado en esta desventura... porque un solo acto no es suficiente para dar tales
títulos. En efecto, el sol se paró una vez en favor de la victoria de Josué 138 y se oscureció
otra por la muerte del Salvador del mundo139, pero no por eso dirá ninguno que el sol sea
inmóvil u oscuro. Noé se emborrachó una vez y Lot otra; y, peor aún obró éste, que
cometió un gran incesto140; pero no por eso ambos fueron borrachos, ni Lot un incestuoso.
134
Sal 140, 3.
135
Cicuta: planta umbelífera y venenosa, parecida al perejil.
136
El aspid o áspide es una culebra muy venenosa, típica de Egipto, de cuello dilatable.
137
Sal 140, 4.
138
Cf. Jos 10, 13.
139
Cf. Lc 23, 45.
140
Cf. Gén 19, 30-38.
71

Tampoco san Pedro fue un violento porque hirió una vez, cortando la oreja a un siervo del
Sumo Sacerdote141, ni fue un blasfemo142 porque blasfemó una vez. 143 Para recibir el
nombre de algún vicio o de alguna virtud, es necesario que hayan causado algún progreso
y hábito. Es una mentira, pues, el decir que un hombre es colérico o ladrón, tan sólo por
haberlo visto enojado o robando una vez.
Aún más. Aunque un hombre haya sido vicioso por mucho tiempo, aún hay peligro
de mentir cuando se le llama vicioso. En efecto, Simón el Leproso llamaba a la Magdalena
pecadora, porque poco antes lo había sido; pero sin embargo mentía, porque ya no lo era
más, sino que se había convertido en una santa penitente144; y también nuestro Señor tomó
partido en favor suyo. El otro loco fariseo consideraba al publicano un gran pecador,
podría ser por injusto, adúltero y gran ladrón; pero se engañaba totalmente, porque al
mismo instante quedó justificado. 145
¡La bondad de Dios es tan grande, que un solo momento basta para alcanzar y
recibir su gracia!; así, pues, ¿qué seguridad podemos tener, entonces, de que un hombre
que fue pecador ayer, siga siéndolo hoy? El día precedente no debe juzgar el presente, ni el
día presente debe, tampoco, juzgar el precedente. Sólo el último día de cada ser humano
sirve para juzgar sus demás días.
Jamás podemos decir, pues, que un hombre sea malo, sin peligro de mentir. Lo que
podemos decir, en caso que sea necesario que nos pronunciemos, es que hizo un tal acto
malo, que vivió mal en tal tiempo, o que hace mal al presente. Pero no se puede sacar
ninguna consecuencia de ayer a hoy, ni de hoy al día de ayer, ni menos al día de mañana.
Aunque es necesario que seamos muy cuidadosos para no hablar mal del prójimo,
también debemos cuidarnos del extremo opuesto en que algunos caen, por querer evitar la
murmuración, es decir, terminan alabando y hablando bien de un vicio. Así, pues, si se
trata de una persona notoriamente murmuradora, no digas por excusarla que es franca y
libre. Si se trata de otra persona abiertamente vanidosa, no digas que es generosa y muy
especial. Si hay intimidades peligrosas, no las llames bondades o ingenuidades. No
maquilles la desobediencia diciendo que es celo, ni la arrogancia llamándola libertad, ni la
lujuria con el nombre de amistad. No, querido amigo o amiga: no está bien favorecer o
alabar artificialmente a otros, pensando en evitar el vicio de la murmuración. Por el
contrario, se ha llamar mal al mal, con claridad y libertad; y llamar feas las cosas feas.
Reprochando el mal glorificamos a Dios, con tal que se guarden ciertas condiciones:
para señalar con justa causa los vicios de otro, es necesario que sea útil a aquel de quien se
habla, o a quienes se habla. Por ejemplo, si delante de algunas jovencitas veo que se
cuentan las familiaridades secretas y evidentemente peligrosas de unos tales con unas
fulanas, o si se comenta el relajamiento de un tal, en palabras o acciones que son
manifiestamente lujuriosas; entonces, si yo no desenmascaro abiertamente este mal, sino
que lo pretendo excusar, dichas jovencitas creerán que es normal lo que oyen, y podrá
fácilmente imprimirse en sus tiernas edades el deseo de seguir alguna de estas cosas. Así,
141
Cf. Lc 22, 50.
142
Blasfemo: el que dice blasfemias, es decir, dice contra Dios palabras de odio, de reproche, de desafío...
ya sea externamente, ya sea tan sólo en su interior.
143
Cf. Lc 22, 54-62.
144
Cf Lc 7, 39.
145
Cf. Lc 18, 11. 14.
72

la utilidad y defensa de estas jovencitas requiere que yo condene tales


acciones abiertamente y de inmediato, salvo que pueda esperar otra ocasión más propicia
para hacer este buen oficio más a propósito y con menos daño de aquellos de quienes se
habla.
Fuera del caso anterior, me tocará hablar de este sujeto cuando soy de las personas
principales de la conversación, porque si entonces no hablo, parecerá que apruebo el vicio;
pero si soy de los menos importantes en la conversación, no debo intentar hacer esta
censura, sino mostrarme cabal en mis palabras, de manera que no me exceda. Como por
ejemplo: si yo critico la demasiada intimidad de aquel joven con aquella señorita, por
cuanto es muy indiscreta y peligrosa, es necesario, amigo o amiga, que tenga la balanza
bien calibrada para no engrandecer la cosa ni un pelo. Si no hay sino una débil apariencia,
no pasaré de aquí. Si no hay sino una simple imprudencia, tampoco diré más de esto. Si
no hay imprudencia ni verdadera apariencia del mal, sino sólo un no sé qué, en que algún
espíritu malicioso puede tomar ocasión de murmuración, o no hablaré, o no me saldré de la
verdad.
En efecto, mientras doy una opinión sobre el prójimo, mi lengua es como un bisturí
en manos del cirujano, para cortar entre nervios y tejidos. Es menester que el corte sea tan
preciso que no diga ni más ni menos de lo que sea conveniente. En fin, es importante,
cuando se condena el vicio, distinguirlo de la persona que lo lleva; e intentar, en cuanto sea
posible, perdonar a la persona.

Ñ
2ª VERSIÓN

Con todo esto es preciso no hablar del prójimo ni juzgarlo, sino cuando el tiempo y
el lugar lo requieran. Por ejemplo: se relatan delante de unas jovencitas las intimidades
manifiestamente peligrosas de tales o cuales personas, o la relajación de fulano y mengana
en palabras o en gestos, manifiestamente lujuriosos. Si no se censurara dicho mal y se
quisiera excusarlo, tales almas tiernas allí presentes podrían tomar ocasión de relajarse en
algo semejante. En tal caso, pues, no sólo puedo, sino que debo decir con franqueza que
tal intimidad es censurable y tal disolución deshonesta. Pero si tuviera ocasión para decir
lo mismo en privado, debo callar puesto que, entonces, ni el tiempo ni el lugar me exigen
juzgar.
Igualmente es evidente que me corresponde juzgar y hablar, cuando soy uno de las
personas principales entre quienes conversan, ya que si no hablara podría parecer que
apruebo el vicio. Entonces debo libremente reprobarlo. Pero si soy uno de los menores
del grupo, no debo entrometerme para juzgar. Por lo demás, censurad siempre el vicio
cuando podáis y no disimuléis sobre la persona a quien se acusa; pero decid, también: no
puedo creer que esta persona haya obrado tan mal.

Es verdad que de los pecadores infames y de los pecadores públicos se puede hablar
libremente, con tal que se haga con espíritu de caridad y de compasión; y no con
73

arrogancia, ni por gozarse del mal ajeno, ya que esto último es muy de corazones viles y
rastreros. Hago excepción, únicamente, de los enemigos declarados de Dios y de su
Iglesia. A estos tales, como son las sectas de herejes 146 y cismáticos147, y sus cabecillas, se
les ha de recriminar cuanto se pueda. Caridad es gritar y ahuyentar al lobo cuando se mete
entre las ovejas, o en otra parte.148
No hay quien no se tome el derecho de juzgar y censurar a los gobernantes y
murmurar de las naciones en general, según los afectos de cada cual. Amiga o amigo, te
ruego que no caigas en esta falta, porque fuera de la ofensa a Dios, podría causarte mil
discusiones.
Cuando oigas murmurar, pon en duda la acusación, si puedes hacerlo en justicia; y,
si no, excusa la intención del acusado. Si ni siquiera puedes hacer esto, demuestra
compasión del acusado, procurando cambiar el propósito de la murmuración, acordándote
y recordando a los demás que los que no caen en dicha falta se lo deben a Dios, a quien
deben dar las gracias.
Procura, finalmente, contrarrestar al murmurador de algún modo pacífico, diciendo,
por ejemplo, algunas cosas buenas de la persona ofendida, si es posible decirlas.

CAPITULO XXX
OTROS AVISOS SOBRE EL HABLAR

Nuestro lenguaje debe ser dulce, agradable, sincero, natural y verdadero. Guárdate,
pues, de dobles sentidos, artificios y fingimientos porque, aunque no sea bueno el decir
siempre toda clase de verdades, tampoco es permitido el ir contra la verdad. Acostúmbrate

146
Hereje: es el que cree o difunde una herejía, es decir, una concepción equivocada de la fe. Esto puede
suceder por mala interpretación , o por negación de una verdad (dogma) de fe.
147
Cismático: el que vive separado de la comunión de la Iglesia, presidida por el Papa y los obispos.
Técnicamente se llama así a los miembros de sectas cristianas.
148
Estas frases de San Francisco de Sales parecen contrastar con la mansedumbre y la bondad que lo
caracterizan y con el diálogo ecuménico que favorece la Iglesia con los “hermanos separados”, hoy día. Sin
embargo, no es así: porque:
1º S. Francisco de Sales vivió en carne propia las discusiones teológicas entre católicos y protestantes que,
en su tiempo, no se reducían a intercambio de argumentos, sino que se extendían a discriminaciones y a
violencia física, pues se pusieron en juego no sólo las convicciones personales de cada uno, sino la entera
organización social y política de la época. El afianzamiento del abogado francés y reformador protestante
Juan Calvino (1509-1564) en Ginebra (hoy día ciudad suiza), hizo que Francisco de Sales, nombrado
Obispo de esta ciudad, nunca pudiera tomar posesión ni de su casa, ni de su catedral. Calvino sostenía que,
por la predestinación, Dios había escogido sólo a unos cuantos hombres para la salvación; y, entonces, por
la fuerza se dedicó a convertir a Ginebra en una ciudad de “elegidos”, en la Roma del protestantismo.
2º El ecumenismo, como movimiento que busca la unidad de los cristianos, no pretende ocultar ni negociar
la verdad, sino buscarla con todas sus consecuencias, ya que Cristo no fundó sino una sola Iglesia que
“subsiste en” la Iglesia Católica; es decir, que sin negar los elementos de bien y de santificación existentes
en otras iglesias y sectas, se afirma claramente que “solamente por medio de la Iglesia católica puede
alcanzarse la plenitud total de los medios de salvación” (cf. Concilio Vaticano II, Unitatis Redintegratio,
n.3).
74

a nunca mentir conscientemente, ni por excusarte ni de otra manera. Acuérdate de que


Dios es el Dios de la verdad. Si ves que mentiste por descuido, y puedes enmendar la falta
de inmediato, con alguna explicación o reparación, enmiéndala. Una excusa verdadera
tiene más gracia y fuerza para excusar que la mentira.
Es verdad que alguna vez se puede, con discreción y prudencia, envolver y cubrir la
verdad con algún artificio de palabras; pero sólo en cosa de importancia, cuando la gloria y
servicio de Dios manifiestamente lo requieran. Fuera de este caso, los artificios son
peligrosos porque, como dice la Sagrada Palabra: “pues el espíritu santo que nos educa
huye del engaño, se aleja de los pensamientos necios”. 149
No hay ninguna fineza tan buena y digna de desear en el hablar como la sencillez.
Las prudencias mundanas y las manipulaciones de la verdad pertenecen a los hijos del
mundo; en cambio, los hijos de Dios caminan sin rodeos y tienen el corazón sin dobleces.
Dice el sabio: “quien camina derecho va seguro”150. La mentira, la doblez y el fingimiento
son siempre propios de un espíritu débil y agudo.
San Agustín había dicho, en el libro cuarto de sus Confesiones151, que su alma y la
de su amigo no eran sino una sola, y que la vida le era aborrecible después de la muerte de
su amigo, por cuanto no quería vivir a medias; y que, así mismo, por esta consideración
temía también el morir, no fuera que, muriendo él, muriese el recuerdo de su amigo
totalmente. Estas palabras le parecieron, más tarde, muy artificiales y afectadas, y así lo
declara en el libro de sus Retractaciones152, calificándolas como una necedad. ¿Ves tú,
amigo o amiga, cómo esta alma santa y hermosa se muestra sensible respecto a la
artificialidad de las palabras? Ciertamente son un gran adorno de la vida cristiana la
fidelidad, sencillez y sinceridad en el lenguaje. Así, David se decía: “Guardaré mis
caminos, sin pecar con mi lengua. Pon, Yahvé, un centinela en mi boca, un vigilante a la
puerta de mis labios”. 153
Es un consejo del rey San Luis el no desmentir a nadie, si no está de por medio un
pecado o un gran daño, para evitar toda clase de enfrentamientos y disputas. 154 Cuando sea
importante, pues, el contradecir a alguno y oponer la propia opinión a la de otro, es
menester usar gran mansedumbre y destreza, sin querer violentar el espíritu del otro;
porque, así como así, nunca se gana algo, a la fuerza.
El hablar poco, tan recomendado por los sabios antiguos, no significa decir pocas
palabras, sino no decir muchas inútiles; porque, en materia de hablar, no se mira la
cantidad sino la calidad. Y me parece que se deben evitar dos extremos: dárselas de
demasiado entendido y severo, rehusando participar en las charlas familiares, da la
impresión de falta de confianza, o de cierto desdén; y, al contrario, el hablar siempre, sin
permitir a los demás que hablen a su gusto, también es señal de envanecimiento y
superficialidad.
San Luis no consideraba correcto que, estando en compañía de otros, se hablase en
secreto, en especial cuando se estaba a la mesa, para evitar sospechas de que podría estar
149
Sab 1, 5.
150
Prov 10, 9.
151
Cf. Confesiones c. 6.
152
Cf. Retractaciones 1. 2 c. 6.
153
Sal 39, 1; 141, 3.
154
Cf. JOINVILLE, Historia de San Luis, p. 1ª.
75

hablando mal de otros. Decía: “el que está a la mesa en buena compañía y quiere decir
algo alegre y de gusto, debe decirlo de modo que todo el mundo entienda; y si es cosa de
importancia y reserva, debe callarse”. 155

CAPITULO XXXI
DE LOS PASATIEMPOS Y RECREACIONES
Y PRIMERAMENTE DE LOS LICITOS Y LOABLES

Recreos hay que en sí mismos no son de modo alguno peligrosos, como pasear por el
S. Fco. ofrece
campo o los jardines, tocar instrumentos de música, cantar; 2 versiones
y de tales, queoconservamos
amigo, amiga, no
tengo nada que decir, pues el sentido común basta para bien servirse de ellos. ¡Vale
en éste y próximos capítulos. pena !
Hay laotra
clase de recreos que son algo más peligrosos: ciertos juegos y las danzas y festines. Hay,
en fin, una tercera clase de diversión todavía más peligrosa: ciertos torneos y toda clase de
juegos prohibidos.
Jugar fútbol, al balón, a los bolos y otros ejercicios corporales en la que la victoria
sirve de premio a la habilidad y ligereza de los jugadores, es cosa en sí mismo buena y
gustosa; como también el ajedrez, las damas chinas y otros juegos en los que ganar
depende principalmente del arte y habilidad mental de los jugadores, pues la razón quiere,
con justicia, ver al más hábil recompensado con la victoria.
En cambio, los juegos de dados, cartas y otros juegos de azar, en los que la
ganancia depende principalmente de la suerte, son sencillamente despreciables porque no
se ajustan a la razón, sino a la suerte, que a menudo premia al menos hábil; y no al que,
conforme a su industria y habilidad, lo merecería. Por ello, tanto las leyes civiles como las
eclesiásticas han prohibido tal clase de juegos o los tienen bajo control.
Además de esto, amigo o amiga, son censurables estos juegos porque, en lugar de
servir de descanso, sirven de trabajo y cansancio. En efecto, ¿cómo llamar recreo o
diversión a un ejercicio que exige estar tensos todo el tiempo, inquietos y con toda clase de
zozobras y temores? ¿Hay algo más triste? Y, por otra parte, ¿existe gozo más perverso
que el que se base en la tristeza del perdedor? Pues quien juega estos juegos no tiene otro
gozo que la pérdida y, por consiguiente, la tristeza de su compañero. Por tales tres
razones están prohibidos esos juegos de azar; y es opinión mía que nadie los debiera
practicar jamás. Así, sabiendo el rey san Luis que su hermano, el conde de Anjou, y el
noble Messire Gualterio de Nemours jugaban en una habitación, aunque enfermo y en
cama, se levantó y fue vacilante hasta donde estaban, tomó las tablas y dados, y los arrojó
al mar, sin más, incluso con parte del dinero. Y la santa señora Sara, hablando a Dios de
su inocencia, dice: “bien sabes, Señor, que jamás me mezclé con los jugadores”.
Tales juegos disipan el espíritu de devoción y el impulso a la santidad, debilitan la
caridad para con el prójimo, vuelven flojo y triste el espíritu, y despiertan en el alma mil
clases de malos afectos.
Con todo, confieso que se puede jugar, pero con estas tres condiciones: que sea
más por el recreo que por la ganancia, para lo cual es menester que lo jugado sea poco y
no comprometa el afecto. En segundo lugar, que se gaste en ello poco tiempo; que si se

155
Cf. ibid.
76

gasta mucho, ya no es recreo sino oficio. Y, finalmente, hacerlo raramente, pues no han de
ser ejercicios ordinarios tales recreos. Estas tres condiciones se han de observar
igualmente en los demás juegos, gratos en sí mismos.
En cuanto a bailes digo que no son en sí tan malos pero, con todo, muy peligrosos
en razón de la vanidad que ordinariamente cada uno demuestra en ellos, siendo ésta una
gran ocasión para malos amores. ¿Te digo mi pensamiento, amigo o amiga? Es necesario
tomar tales recreos peligrosos como si comiéramos setas156 u hongos. Las setas no son un
veneno, pero entre los alimentos peligrosos ocupan la primera fila.
Es forzoso dar algunas veces a nuestro espíritu y a nuestro cuerpo algún tipo de
recreación y descanso. Cuenta Casiano157 que un cazador encontró, un día, a san Juan
evangelista en el campo, acariciando una perdiz que tenía sobre el puño. El cazador le
preguntó que por qué perdía el tiempo en cosa tan baja y vil, siendo hombre de tanta
importancia. San Juan le dijo: “¿y, por qué tú no llevas siempre tu arco templado y listo
para disparar las flechas?”. “Temo, respondió el cazador, que teniéndole siempre curvo y
tenso, pierda la elasticidad y la fuerza y me falle cuando de verdad lo necesite”. “Por eso
mismo, no te espantes, le replicó el Apóstol, de que yo me aparte algunos ratos del rigor y
atención de mi espíritu, para tomar un poco de recreación. Lo hago, de la misma manera,
para luego poderme emplear mejor y más vivamente a la contemplación”. Es un vicio, sin
duda, el ser tan rigurosos, agrestes y salvajes, como para que no querer tomar para sí
mismo, ni permitir a los demás, ningún tipo de recreación o diversión.
Tomar el aire, pasearse, entretenerse con discursos alegres y amigables, tocar la
guitarra y otros instrumentos, cantar; todas éstas son recreaciones tan honestas que, para
usar bien de ellas, no hay necesidad sino del sentido común, que es el que da a todas las
cosas orden, tiempo, lugar y medida.
Los diversos juegos con balones, el mazo, el correr la sortija, el ajedrez, las tablas,
etc., son todos diversiones de por sí buenas y lícitas. Sólo se ha de evitar el exceso, sea de
tiempo que del dinero que se invierta. Porque, si se emplea mucho tiempo, ya no es más
recreación, sino ocupación, y ni el espíritu ni el cuerpo encontrarán descanso sino
cansancio. Así, si uno juega cinco o seis horas al ajedrez, se levanta cansado; si uno juega
mucho tiempo fútbol u otro juego de balones, termina molido. Si uno apuesta mucho
dinero, aumenta su tristeza si pierde, o los jugadores se incitan a las trampas; y fuera de
esto, no es justo poner tan altos precios a las habilidades de los juegos. Pero, sobre todo,
tendrás en cuenta, amigo o amiga, el no poner tu afición en todo esto: por honestos que
sean una recreación o un deporte, es vicio poner en ellos todo el corazón y afición. No
digo yo que no se le tome el gusto al juego y al deporte mientras se juega, porque de otra
suerte no recrearía; pero digo que no se ha de poner en él tanta afición como para
embeberse y obsesionarse con él.

CAPITULO XXXII

DE LOS BAILES Y PASATIEMPOS LÍCITOS PERO PELIGROSOS

156
Son hongos comestibles, en forma de sombrilla, fácil de confundir con otros venenosos o alucinógenos.
157
Cf. Conferencias 1. 24 c. 21.
77

Vale, para la interpretación correcta de este


capítulo, lo dicho para el cap. XVIII. Lo esencial
debe rescatarse porque sigue siendo válido, si bien
sea tan distinto nuestro contexto socio-cultural.

Las danzas y los bailes son dos cosas diferentes por naturaleza; pero, por el modo
usual en que se hacen, resultan llenos de riesgo y peligro. El hacerse de noche, y en medio
de semioscuridad, hace fácil el deslizarse a muchos accidentes viciosos.
Por otra parte, las trasnochadas que conllevan hacen perder las mañanas del día
siguiente, con su oportunidad de servir a Dios en ellas.
Digo, en una palabra, que es locura el trocar el día con la noche, la luz con las
tinieblas, las buenas obras con las locuras. En efecto, cuantos acuden a los bailes llevan a
ellos vanidad a porfía; y la vanidad es una predisposición muy cierta y grande para malas
aficiones y para amores peligrosos y reprochables, que fácilmente se engendran en los
bailes.
Amigo o amiga, te digo de los bailes lo que los médicos dicen de las setas 158 y de
los hongos: que aún los mejores no valen nada; así, también, te digo que aún los mejores
bailes no son muy buenos. Sin embargo, así como te recomiendo que, si tuvieras que
comer setas, procures que estén bien preparada; así mismo te digo que, si por algún motivo
no pudieres excusarte de ir a un baile, procura que esté bien dispuesto. Y, ¿cómo? Pues,
con modestia, con dignidad y con buena intención. Comed pocos hongos y pocas veces,
dicen los médicos, porque por bien preparados que estén, el comerlos en cantidad los
vuelve veneno. Igualmente, baila poco y pocas veces, amigo o amiga, porque, de lo
contrario corres peligro de aficionarte a esta vanidad y de tropezar en las otras que de ella
derivan.
Los hongos, según Plinio, por ser esponjosos y porosos, atraen fácilmente toda las
infecciones y podredumbre que tienen alrededor de sí; y así, estando cerca de serpientes,
reciben su veneno. De igual manera, los bailes y otras reuniones semejantes en medio de
tinieblas, atraen de ordinario los vicios y pecados que reinan en un lugar, las pendencias,
las envidias, las burlas y los amores locos. Y, así como estos ejercicios abren los poros del
cuerpo de los que los practican, y sudar; así, también, abren los poros del corazón.
Sucedido esto, si alguna serpiente viene a soplar a las orejas alguna palabra lujuriosa,
alguna ternura engañosa, algún requiebro; o si algún basilisco 159 arroja miradas deshonestas
y guiños amorosos, ¿quién duda de que, en tales circunstancias, el corazón está muy
predispuesto a dejarse asaltar, rendir y envenenar?
¡Oh amigo o amiga!, estas impertinentes recreaciones son de ordinario peligrosas:
disipan el espíritu de devoción, debilitan las fuerzas, resfrían la caridad y despiertan en el

158
Las setas son hongos comestibles en forma de sombrilla. Sólo gente muy experta las distingue de otros
hongos muy venenosos.
159
El basilisco, a más de reptil americano, representa un animal mitológico que mataba con su mirada.
Dícese, aquí, de hombres que matan con sus miradas maliciosas.
78

alma mil especies de malas aficiones. Por esto, pues, se deben practicar con una gran
prudencia.
Se dice que, después de los hongos, sobre todo se debe procurar beber vino
precioso. Yo digo que, después de los bailes, se debe practicar algunas santas y buenas
consideraciones que contrarresten las peligrosas impresiones que haya podido producir este
vano placer en nuestros espíritus. Pero ¿qué consideraciones?
1. Al mismo tiempo que tú andabas en bailes, muchas almas ardían en el fuego del infierno
por pecados cometidos en los bailes, o por causa de ellos.
2. Muchos religiosos y gente devota estaban, a la misma hora, delante de Dios, cantando
sus alabanzas y contemplando su bondad. ¡Oh, y cómo su tiempo ha sido mucho más
dichosamente empleado que el tuyo!
3. Mientras tú danzaste, muchas almas se despidieron de esta vida entre mil ansias y
congojas; millares de hombres y mujeres sufrían grandes fatigas en sus camas, en los
hospitales y en las calles: gota, fiebres y otras enfermedades. ¡Pobres: no han tenido
reposo alguno! ¿No te compadeces de ellos? ¿Piensas tú que un día no gemirás, como
ellos, mientras otros danzan, como tú lo has hecho?
4. Nuestro Señor, Nuestra Señora, los ángeles y los santos te han visto en el baile. Sin
duda que te han tenido lástima, viendo tu corazón embebido en tal desatino y atento a
semejante necedad.
5. ¡Pobre de ti, que mientras estabas allí el tiempo se pasó y la muerte se te acercó! ¿No la
ves, burlándose de ti y llamándote a su danza, en la cual los gemidos de tu corazón
servirán de violines, mientras no harás sino un solo trasteo de la vida a la muerte?
¡Esta danza es el verdadero pasatiempo de los mortales!,  pues pasan, en un
momento, del tiempo a la eternidad de gloria o de pena.
6. Te he puesto estas consideraciones; pero Dios, si es que vive en ti su amor, te traerá
otras sobre el mismo argumento.

CAPITULO XXXIII
CUANDO SE PUEDE JUGAR Y DANZAR

Para jugar y danzar lícitamente es menester que sea por recreación, y no por afición;
por poco tiempo y no hasta quedar exhaustos; y que se haga raramente porque, si es lo
ordinario, deja de ser recreación y pasa a ser un oficio.
¿En qué ocasiones, pues, se puede jugar y danzar? Las justas ocasiones de danzas y
de juegos sanos son más frecuentes; las de juegos prohibidos, mucho más reprochables y
peligrosos, son más raras. Pero, en una palabra te digo: danza y juega, teniendo en cuenta
las condiciones que te acabo de decir cuando, por condescender y agradar a la gente
honesta con la que compartes, la prudencia y discreción te aconsejen hacerlo. En efecto, la
condescendencia, como tierna flor que es de la caridad, vuelve buenas las cosas
indiferentes, y permitidas las peligrosas; así mismo, la condescendencia quita la malicia a
las que son de alguna manera malas.
79

Por esto, pues, los reprochables juegos de azar no son tales si alguna vez la justa
condescendencia nos lleva a ellos. Así me ha consolado el haber leído en la vida del
bienaventurado san Carlos Borromeo que condescendía con los soldados en ciertas cosas en
las cuales, por otra parte, era muy severo; y que el bienaventurado Ignacio de Loyola,
habiendo sido convidado a jugar, aceptó.
También santa Isabel de Hungría, a veces jugaba y se hallaba en reuniones de
pasatiempos, sin perjuicio de su devoción, que tenía tan bien arraigada en su alma como
dice Plinio de las rocas que están alrededor del lago de Rieta, las cuales crecen siendo
combatidas por las ondas. Así su devoción crecía en medio del oleaje de pompas y
vanidades a las que su alta posición la exponía. Personalidades como éstas son los grandes
fuegos que se inflaman y crecen al viento; pero las personalidades débiles son como los
fuegos pequeños, que se apagan si no se les lleva protegidos.

CAPITULO XXXIV

QUE ES NECESARIA LA FIDELIDAD


EN LAS GRANDES Y PEQUEÑAS OCASIONES

El Esposo sagrado, en el Cantar de los Cantares, dice que su esposa le ha


arrebatado su corazón con uno de sus ojos y uno de sus cabellos160. Ahora bien, entre todas
las partes exteriores del cuerpo humano no hay ninguna más noble, sea por el artificio, sea
por la actividad, que el ojo; ni de menos valor que los cabellos. Con esto quiere hacernos
entender, el divino Esposo, que no sólo le son agradables las grandes obras de las personas
buenas y santas, sino también las obras de menor importancia y más ordinarias; y que, para
servirle a su agrado, debe tenerse gran cuidado de servir bien tanto en las cosas grandes e
importantes como en las pequeñas y humildes, ya que por las unas y por las otras podemos
robarle el corazón, por amor.
Manténte disponible pues, amigo o amiga, a recibir muchas y grandes pruebas de
Nuestro Señor, incluso el martirio. Resuélvete a darle todo lo que tengas por más precioso,
si él decide tomarlo: padre, madre, hermano, hermana, marido, mujer, hijos, tus ojos
mismos y tu vida, porque a todo esto debes disponer tu corazón. Pero mientras la divina
Providencia no te envíe aflicciones tan sensibles y grandes, y no te pida tus ojos, dale por
lo menos tus cabellos. Te diré como: soporta con paciencia las pequeñas injurias, las
pequeñas incomodidades, las pérdidas de poca importancia que te son cotidianas; porque
160
Cf. Cant 4, 9.
80

por medio de estas pequeñas ocasiones, empleadas con amor y atención, ganarás
enteramente su corazón y le harás todo tuyo. Estos pequeños sufrimientos cotidianos, el
mal de cabeza, el dolor de muela, la menstruación, el mal genio del marido o de la mujer,
el romper de un vidrio, un menosprecio, la pérdida de unos guantes o de una sortija, de un
pañuelo, la pequeña incomodidad que recibimos en irnos a acostar temprano para
levantarnos también temprano y rezar o comulgar; la pequeña vergüenza que se tiene
haciendo ciertas actos de devoción públicamente; en fin, todos estos pequeños
sufrimientos, aceptados y abrazados con amor, contentan en extremo a la bondad divina, la
cual por un solo vaso de agua ha prometido la mar de todas las felicidades a sus fieles. Y,
ya que estas ocasiones se presentan a cada paso, el emplearlas bien resulta un gran medio
para acumular muchas riquezas espirituales.
Cuando vi en la vida de Santa Catalina de Siena tantos raptos y elevaciones de
espíritu, tantas palabras de sabiduría y predicaciones hechas por ella, no dudé en que con
este su ojo de contemplación hubiese robado el corazón de su Esposo celeste; pero
igualmente me consoló el verla en la cocina de su padre atendiendo humildemente al
asador, atizando el fuego, preparando la comida, amasando el pan y haciendo todos las más
bajos oficios de la casa, con un ánimo lleno de amor y dilección para con su Dios.
Y no estimaba en menos la pequeña meditación que solía hacer a la vuelta de estos
oficios serviles que los éxtasis y raptos espirituales que tenía tan frecuentemente, los cuales
sólo pueden haber sido recompensa de esta humildad y desprecio. Su meditación, pues,
era así: se imaginaba que preparando la comida para su padre, la preparaba para Nuestro
Señor, como si ella fuese otra Santa Marta; imaginaba que su madre tenía el lugar de
Nuestra Señora, y sus hermanos el lugar de los apóstoles. Así se ejercitaba en estos
servicios humildes con una grande suavidad y mansedumbre, por cuanto sabía que esa era
la voluntad de Dios. Te he dicho estos ejemplos, amigo o amiga, para que sepas cuán
importe sea el enderezar bien todas nuestras acciones, por ordinarias que sean, al servicio
de su divina majestad.
Por esto te aconsejo vivamente que imites a la mujer fuerte, a quien el gran
Salomón tanto alaba: ella, decía, pone la mano en cosas fuertes, generosas y de
importancia; y, no obstante, no deja de hilar. 161
Así, también tú, pon la mano en cosa fuerte, ejercitándote en la oración y la
meditación, en el uso de los sacramentos, en dar el amor de Dios a las almas, en sugerir
buenas inspiraciones en los corazones y en hacer obras grandes y de importancia, según tu
vocación. Pero no olvides tampoco tu huso y tu rueca 162; esto es, que practiques aquellas
pequeñas y humildes virtudes que, como flores, crecen al pie de la cruz: así, el servicio a
los pobres, la visita a los enfermos, el cuidado de la familia con sus implicaciones, la
diligencia en ocupar bien el tiempo y otras cosas semejantes a las que te he dicho de Santa
Catalina.
Recuerda que las grandes ocasiones de servir a Dios se presentan raramente, pero
las pequeñas aparecen continuamente. El Salvador mismo dice que “a quien fuere fiel en
lo poco, lo pondré al frente de mucho”. 163 Así, pues, haz todas tus cosas para gloria de
161
Cf. Prov 31, 19s.
162
El huso y la rueca se usan aún, en algunos lugares, para hilar lana, seda, etc.
163
Mt. 25, 21.
81

Dios y todas te quedarán bien hechas; pues, sea que comas, que bebas, que le des vueltas a
la carne en el asador, o que estés al frente de tus negocios. 164 Adelantarás mucho a los ojos
de Dios si haces todas estas cosas, porque a Dios le gusta que las hagas.

CAPITULO XXXV

QUE SE HA DE TENER EL ESPIRITU JUSTO Y RACIONAL

Somos seres humanos sólo por la razón y, sin embargo, es cosa rara el hallar gente
verdaderamente racional, por cuanto el amor propio nos aparta a diario de la razón,
llevándonos insensiblemente a mil pequeñas, pero peligrosas injusticias e iniquidades.
Estas son como pequeños bichos que echan a perder los cultivos: como son pequeños no se
repara en ellos, pero como son cantidad, no dejan de hacer mucho daño. Dime si no son
iniquidades y sinrazones las que te diré ahora.
Acusamos al prójimo por poco, pero nos excusamos en mucho a nosotros mismos;
queremos que se ejecute la justicia en la casa ajena, pero que con la nuestra se use
misericordia; queremos que interpreten bien nuestras palabras, pero somos cosquillosos y
delicados al interpretar las que escuchamos; queremos que el prójimo nos venda su casa o
su hacienda, porque nos resulta cómoda, como si no tuviera más razón él en enojarse
porque lo queremos desacomodar.
De igual manera, si nos aficionamos a un ejercicio o deporte, menospreciamos
todos lo demás y contradecimos todo lo que no sea a nuestro gusto. Si hay alguno de
nuestros empleados que no nos cae en gracia o a quien alguna vez hayamos reprendido,
cualquier cosa que haga nos parece mal, sin que dejemos nunca de molestarlo y gruñirle
por el más leve motivo. Al contrario, si alguno nos cae bien, no hay cosa mala que haga
que no la excusemos.
También hay hijos virtuosos, a quienes su padre y madre no pueden casi ni ver
porque tienen algún defecto físico; en cambio, resultan favorecidos otros hijos que, aunque
viciosos tienen alguna habilidad corporal. En todo y para todo preferimos los ricos a los
pobres, aunque aquellos no sean ni de mejor sangre, ni de más virtud. Así mismo
preferimos los mejores vestidos.
Por otra parte, nosotros queremos que nuestros derechos se respeten exactamente y
por entero, y pedimos a los otros que sean pacientes y corteses para exigir los suyos.
Defendemos nuestros puestos al milímetro, pero queremos que los otros sean humildes y
condescendientes. Nos quejamos fácilmente del prójimo, y no queremos que nadie se
queje de nosotros.
Lo que hacemos por otro nos parece siempre mucho, pero lo que él hace por
nosotros nos parece siempre poco o nada. Somos, en fin, como las perdices de
Paflagonia165 que, según Plinio, tienen dos corazones. En efecto, tenemos un corazón
dulce, gracioso y cortés para con nosotros, y un corazón duro, severo y riguroso para con el
prójimo. Tenemos dos pesas: la una, para pesar nuestras comodidades con la mayor
164
Cf. 1Cor 10, 31.
165
Paflagonia: región del Asia Menor, al sur del Ponto Euxino.
82

ventaja que nos es posible; y la otra para pesar las del prójimo, lo menos que podamos. Y,
como dice la Escritura, “falsedades sólo dicen, cada cual a su prójimo, labios de engaño,
lenguaje de corazones dobles”166. Y el tener dos pesas, una pesada para recibir y otra ligera
para dar, es cosa abominable delante de Dios. 167
Sé, pues, amigo o amiga, persona equilibrada y justa en tus acciones. Ponte
siempre en el lugar de tu prójimo y a él ponlo en el tuyo: así juzgarás bien. Haz de cuenta
que estás vendiendo cuando compras, y que compras cuando vendes: así comprarás y
venderás justamente. Todas estas injusticias son pequeñas, por cuanto no obligan a la
restitución, hablando en términos rigurosos, que nos son favorables; pero no por eso nos
dejan de obligar a la enmienda, por ser grandes faltas de razón y de caridad.
Definitivamente, nada se pierde viviendo en forma generosa, noble y cortés, con un
corazón realista, equilibrado y racional.
Acuérdate, amigo o amiga, mía, de examinar a menudo si tu corazón es para con el
prójimo como querrías que fuese para contigo, si estuvieras en su lugar: éste es el punto
más alto de la verdadera razón. El emperador Trajano fue censurado por sus confidentes
porque, a su parecer, permitía a los particulares demasiada familiaridad con su majestad
imperial. Trajano, respondió: “Es verdad; pero yo debo ser para los particulares un
emperador como el que yo desearía, si yo mismo fuera un particular”. 168

CAPITULO XXXVI

DE LOS DESEOS

No hay quien ignore que nos debemos cuidar del deseo de cosas viciosas, porque el
deseo del mal nos hace malos. Pero te digo, amigo o amiga, algo más: no desees las cosas
peligrosas para el alma, como lo son: bailes, juegos de azar y pasatiempos semejantes, ni
honores y altos cargos, ni visiones, ni éxtasis; porque en tales cosas hay gran peligro de
vanidad y daño.
Tampoco desees las cosas remotas o poco probables, como son las que pueden
suceder dentro de mucho tiempo. Esto es lo que hacen muchos, y por esto se cansan,
disipan sus corazones inútilmente y se ponen en peligro de vivir con grande inquietud.
Te doy algunos ejemplos: si un joven desea con mucha ansia ser promovido a algún
puesto, antes de tener el tiempo y los requisitos exigidos, ¿de qué le sirve este deseo?; y si
una mujer casada anhela ser religiosa, ¿para qué le sirve? Si yo deseo comprar la hacienda
de mi vecino antes que él se decida a venderla, es claro que pierdo el tiempo con este
deseo. Si estando enfermo deseo predicar o celebrar la santa misa, visitar los otros
enfermos y hacer las cosas que hacía con salud, ¿no son vanos estos deseos, siendo
imposible efectuarlos estando enfermo? Entonces, además de perder el tiempo y la paz con
deseos inútiles, estos ocupan el puesto de otros que sí se deberían tener, como el ser
constantes y sufridos, bien preparados, bien mortificados, bien obedientes y mansos en los
166
Sal 12, 3.
167
Cf. Deut 26, 13; Prov 20, 10. 23.
168
Cf. EUTROPIO, Historia Romana 1. 8 c. 5.
83

propios deberes, que, en resumidas cuentas, es lo que Dios quiere que yo practique por
entonces. Pero nosotros, de ordinario, engendramos deseos de mujeres embarazadas, que
quieren cerezas y fresas en otoño, y uvas frescas en la primavera. 169
De ninguna manera apruebo que una persona comprometida con un deber ineludible
o con una vocación se enrede deseando otra tipo de vida distinto al que corresponde a su
deber, o deseando actividades incompatibles con su condición presente, porque esto le
disipa el corazón y lo aparta de la atención a sus deberes necesarios. Así, si yo deseo la
soledad de los cartujos, perderé el tiempo, y este deseo ocupará el lugar del que debería
tener el propósito de desempeñarme bien en mi oficio presente. Así mismo, no quisiera yo
que nadie desease tener mejor ingenio ni mejor juicio del que posee; porque estos deseos
son frívolos y vanos, y quitan el puesto al deseo que cada uno debería tener de cultivar su
propio talento, tal como es. Tampoco quisiera que se desee servir a Dios por medios que
no se tienen, sino empleando diligentemente los que se poseen. Todo esto lo digo
refiriéndome a aquellos deseos que absorben y ocupan el corazón, porque los simples
deseos pasajeros no hacen ningún daño, con tal que no sean frecuentes.
No desees cruces mayores en la vida si no has demostrado haber llevado bien las
que tienes al presente, porque es un evidente engaño desear el martirio, si no se tiene ánimo
para sufrir una injuria. El enemigo de nuestra alma procura muchas veces llenarnos de
grandes deseos de cosas ausentes y que no se presentarán jamás, para distraer nuestro
espíritu de los cosas presentes, de las cuales, por pequeños que sean, podríamos sacar
mucho provecho. Así, queremos combatir los monstruos de Africa en nuestra imaginación,
mientras nos dejamos picar por pequeñas serpientes y morir, por andar distraídos por
nuestro camino.
No desees las tentaciones, porque sería temeridad; más bien, prepara tu corazón
para esperarlas animosamente y defenderte cuando te lleguen.
La variedad de alimentos, especialmente si es en gran cantidad, hace pesado el
estómago; y, si éste es débil, no resiste. Así mismo, tampoco llenes tu alma de muchos
deseos mundanos, porque te arruinarán del todo; ni tampoco de muchos deseos espirituales,
porque no sabrás qué hacer con ellos. Cuando nuestra alma se ha purificado de malos
humores, se siente liviana y con gran apetito de cosas espirituales; y así, como hambrienta,
no hace más que desear mil ejercicios de piedad, de mortificación, de penitencia, de
humildad, de caridad y de oración. Es una buena señal, amigo o amiga, tener tan vivo el
apetito, pero mira bien si eres capaz de digerir todo lo que pretendes comer.
Con la ayuda de tu padre espiritual, entre tantos deseos escoge los que puedes
practicar actualmente, y en esos procura adelantar al máximo. Hecho esto, Dios te enviará
otros, que también practicarás a su debido tiempo. De esta manera no perderás ninguno,
con deseos inútiles. No digo yo que se dejen perder los buenos deseos, sino que se deben
ejecutar en orden y que, así, los que no puedan efectuarse al presente, se encierren en algún
rincón del corazón hasta que se les llegue su tiempo oportuno. Entretanto sólo realizar los
169
No es posible modificar el ejemplo propuesto, sino entenderlo. Sólo en regiones tropicales, como las
nuestras, se consigue fruta todo el año. En países con estaciones de invierno, primavera, verano y otoño,
cada fruta se da sólo en un momento determinado. Sólo los medios actuales de transporte rápido han
permitido al comercio internacional superar las limitaciones de las estaciones. Así se entiende que, en
Europa y en tiempos de S. Francisco de Sales era imposible satisfacer estos deseos caprichosos de las
embarazadas: las uvas se conseguían sólo en verano y otoño; las fresas en la primavera y el verano.
84

ya maduros y factibles. Y esto lo digo no sólo respecto a los deseos espirituales, sino
también a los de bienes materiales, si no queremos vivir llenos de inquietudes y tropiezos.

CAPITULO XXXVII

AVISO PARA LOS CASADOS

El matrimonio es un gran sacramento, digo en Jesucristo y en su Iglesia 170; es


honroso para todos171, en todos y en todo; es decir, en todas sus partes. Para todos, porque
las mismas vírgenes lo deben honrar con humildad. En todos, porque es igualmente santo
entre pobres que entre ricos. En todo, porque su origen, su fin, su utilidad, su forma y su
materia son santas. El matrimonio es el seminario del cristianismo, que llena la tierra de
fieles, para completar en el cielo el número de los elegidos. Así que conservar los bienes
del matrimonio es algo muy importante para un país, porque de él provienen la raíz y
manantial de todos sus recursos.
Quiera Dios que su amado Hijo fuese invitado a todas las bodas como lo fue a las
de Caná: entonces no faltaría jamás el vino de los consuelos y de las bendiciones. Que si
éstas faltan después es porque, en lugar de la figura de Nuestro Señor, meten figuras
mundanas como la de Adonis172; y, en vez de Nuestra Señora figuras como la de Venus 173.
Quien quiera tener corderillos hermosos y manchados como Jacob, deberá ponerles ante los
ojos varillas hermosas y de diversos colores, cuando las ovejas se juntan para aparearse, 174;
y quien quiera tener felices resultados en el matrimonio, en sus bodas deberá ponerse ante
los ojos la santidad y dignidad de este santo sacramento. Desgraciadamente, en lugar de
esto, los preparativos del matrimonio se pasan entre mil carreras, pasatiempos, despedidas,
palabras y arreglos. Siendo así, ¿por qué maravillarse de efectos tan desordenados e
insatisfactorios?
Sobre todo, exhorto a los casados al amor recíproco, que el Espíritu Santo tanto les
encomienda en la Escritura. Y por esto se entiende que no basta el amarse el uno al otro
con un amor natural, porque también las tórtolas hacen esto; ni el amarse con un amor
humano, porque los paganos también hacen lo mismo; sino que hagáis como dice el gran
Apóstol: “maridos, amad a vuestras mujeres como Jesucristo ama a su Iglesia. Mujeres,
amad a vuestros maridos como la Iglesia ama a su Salvador”. 175
Dios fue quien llevó a Eva a nuestro primer padre Adán, dándosela por mujer. Dios
También es, amigos míos, quien con su mano invisible ha hecho el nudo de la sagrada

170
Cf. Ef 5, 32.
171
Cf. Heb 13, 4.
172
Adonis: divinidad fenicia, correspondiente a un joven de gran belleza , que fue herido de muerte por un
jabalí.
173
Venus: diosa de la belleza, en la mitología romana, equivalente a la diosa Afrodita, de los griegos.
174
Cf. Gén 30, 38-39.
175
Cf. Ef 5, 25.
85

atadura de vuestro matrimonio y el que os ha dado los unos a los otros. ¿Por qué, pues, no
os acariciáis con un amor enteramente santo, enteramente sagrado y enteramente divino?
El primer efecto de este amor es la unión indivisible de vuestros corazones. Si se
pegan dos pedazos de pino juntos, con un pegante fino, la unión será tan fuerte que primero
saltarán pedazos por otras partes antes que por la unión o ligadura. Dios, pues, junta el
marido a la mujer en su propia sangre; y, por esto, esta unión es tan fuerte que antes se
debe separar el alma del cuerpo, del uno y del otro, que el marido de la mujer. Y no se
entiende esta unión principalmente del cuerpo, sino del corazón, del afecto y del amor.
El segundo efecto de este amor debe ser la fidelidad inviolable del uno para con el
otro. Antiguamente, los anillos que traían en los dedos estaban sellados, como también la
escritura santa nos lo muestra176. Este es el secreto de la ceremonia que se hace en las
bodas: la Iglesia, por mano del sacerdote, bendice una sortija y, dándola primero al
hombre, da a entender cómo sella su corazón por este sacramento, para que nunca jamás ni
el nombre ni el amor de ninguna otra mujer pueda entrar en él, mientras viva la que le ha
sido dada por propia. Después el esposo coloca el anillo en la mano de la esposa para que
también ella confirme que su corazón no debe aficionarse a ningún otro hombre, mientras
viva el que nuestro Señor acaba de darle.
El tercer fruto del matrimonio es la procreación y legítima crianza de los hijos. Con
razón debéis estimar, ¡oh casados!, el ver que Dios, queriendo multiplicar las almas para
que eternamente puedan bendecirle, os haya hecho sus colaboradores en una obra tan digna
como la producción de los cuerpos, dentro de los cuales él derrama las almas, como rocío
celestial, creándolas como las crea e infundiéndolas en los cuerpos.
¡Maridos!, conservad, pues, un tierno y constante amor para con vuestras mujeres.
Para esto la mujer fue sacada de la costilla más cercana al corazón del primer hombre: para
que fuese amada por él, cordial y tiernamente.
Las flaquezas y enfermedades de vuestras mujeres, sean del cuerpo o del espíritu,
no os deben provocar ninguna suerte de desprecio, sino más bien una dulce y amorosa
compasión, pues Dios las ha creado débiles, para que al depender en esto de vosotros,
recibáis más honra y respeto. Tenedlas, pues, por compañeras.
Y vosotras, ¡oh mujeres!, amad tierna y cordialmente, y con amor lleno de respeto,
los maridos que Dios os ha dado. Verdaderamente, Dios los ha criado de un sexo más
vigoroso, y quiso que la mujer fuese del hombre, un hueso de sus huesos, una carne de su
carne, y que fuese producida de una costilla suya. Toda la Escritura santa os encomienda
estrechamente este respeto al marido, que la misma Escritura quiere sea un dulce deber
pidiendo no sólo que lo hagáis con amor, sino ordenando también a los maridos que dicho
respeto lo ejerciten con grande amor, ternura y suavidad. Por ejemplo, San Pedro dice:
“vosotros, maridos, en la vida común sed comprensivos con la mujer, que es un ser más
frágil, tributándole honor como co-heredera también que es de la gracia de Vida”. 177
Pero mientras os exhorto a engrandecer más y más este recíproco amor que os
debéis, cuidad que ese amor no se convierta en una especie de celos. Sucede muchas veces
que, así como el gusano se engendra de la manzana más delicada y madura, así los celos

176
Cf Est 8, 8; Dan 6, 17; 14, 10.
177
Pe 3, 7.
86

nacen del amor más ardiente y vivo de los casados, dañando y corrompiendo, no obstante,
la sustancia. Los celos, poco a poco engendran riñas, divisiones y divorcios.
Es cierto que los celos nunca se juntan a una amistad recíprocamente fundada sobre
la verdadera virtud. Por esto, los celos son señal inequívoca de un amor en alguna manera
sensual e inmaduro, porque no logran penetrar sino en un corazón donde encuentran una
virtud débil, inconstante y sujeta a desconfianza.
Es, pues, una loca pretensión el querer exaltar la amistad suscitando celos, porque
los celos son una señal cierta de la grandeza de la amistad, pero no de su bondad, pureza y
perfección. En efecto, la perfección de la amistad presupone la seguridad de la virtud de la
cosa amada. Y los celos presuponen la incertidumbre.
Si queréis, ¡oh maridos!, que vuestras mujeres sean fieles, enseñadles esta lección
con vuestro ejemplo. Dice San Gregorio Nacianceno: “¿con qué cara queréis pedir la
honestidad a vuestras mujeres, si vosotros mismos vivís en deshonestidades? ¿Cómo les
pedís vosotros lo que no les dais a ellas? ¿Queréis que sean castas? Pues comportaos
castamente con ellas”. 178 Igualmente se expresa san Pablo: “que cada uno de vosotros sepa
poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los
gentiles que no conocen a Dios”. 179 Si, al contrario, vosotros mismos les enseñáis a ser
inmoderadas, no es de extrañar que ellas sean, después, motivo de vuestra deshonra. Pero
vosotras, ¡oh mujeres!, cuya honra está inseparablemente junta con el recato y la
honestidad, conservad celosamente vuestra gloria y no permitáis que ninguna suerte de
disolución manche la blancura de vuestra reputación.
Temed toda suerte de ocasiones, por pequeñas que sean; y nunca deis lugar a
requiebros. Cualquiera que insista en alabar vuestra hermosura y vuestra simpatía, os debe
ser sospechoso, porque cualquiera que alaba una mercancía que no puede comprar,
fácilmente siente la tentación de robársela. Y si alguno a vuestras alabanzas junta el
menosprecio de vuestro marido, será ofenderos infinitamente. Es claro, entonces, que el tal
no sólo os quiere echar a perder, sino que os considera ya medio perdidas. Nos debemos
siempre acordar de que se emponzoñan las almas por la oreja, como los cuerpos por la
boca.
El amor y la fidelidad juntos engendran siempre la familiaridad y la confianza. Por
esto los santos y santas se han dado muchas caricias recíprocas en su matrimonio, caricias
verdaderamente amorosas y castas, tiernas y sinceras. Así Isaac y Rebeca, la pareja de
casados más casta del tiempo antiguo, fueron vistos por una ventana acariciándose de tal
manera que, aunque sin ninguna muestra deshonesta, conoció bien Abimelec que no podían
ser sino marido y mujer. 180 Al gran San Luis, tan riguroso consigo mismo y tan tierno con
su mujer, le fue casi reprochado el abundar en tales caricias. Por el contrario, es de alabar
que, como buen marido, supiera equilibrar su espíritu marcial y animoso con estas
pequeñas muestras de cariño, tan útiles a la conservación del amor conyugal; porque,
aunque estas pequeñas muestras de pura y honesta amistad no ligan los corazones, con todo
eso los acercan y juntan, y sirven de un entrenamiento agradable a la recíproca
conversación.
178
SAN GREGORIO NACIANCENO, Discursos, 37, 7.
179
2 Tes 4, 4.
180
Cf. Gén 26, 8-9.
87

Santa Mónica, estando preñada del gran San Agustín, lo dedicó por medio de
muchas ofrendas a la religión cristiana y al servicio de la gloria de Dios, según él mismo
decía: que ya él había gustado la sal de Dios dentro del vientre de su madre. 181
Es una gran enseñanza para las mujeres cristianas el ofrecer a la divina Majestad
los frutos de sus vientres, aún antes de que hayan nacido a la luz, porque Dios, que acepta
las oblaciones de un corazón humilde y voluntario, de ordinario fecunda en tal tiempo las
buenas intenciones de las madres. Testigos de ellos son Samuel, Santo Tomás de Aquino,
San Andrés de Fiésola y otros muchos. También, la madre de San Bernardo, madre digna
de tal hijo, tomaba a sus hijos en sus brazos, luego que habían nacido y los ofrecía a
Jesucristo; y, desde entonces, los amaba con respeto como personitas consagradas que Dios
le había confiado. Lo sucedido fue dichoso: fueron todos siete muy santos.
Luego que los hijos llegan al uso de la razón, los padres y las madres deberían tener
el gran cuidado de imprimirles en el corazón el temor de Dios. La buena reina Blanca hizo
fervorosamente este oficio con su hijo el rey San Luis porque le decía muy a menudo:
“mucho más querría, amado hijo mío, verte morir a mis ojos, que el verte cometer un solo
pecado mortal”. Esto quedó de tal suerte grabado en el alma de este santo hijo que, como
él mismo contaba, no había día en que no se acordase de poner empeño en guardar bien
esta divina doctrina. 182
Las razas y generaciones son llamadas en nuestra lengua casas; y también los
hebreos llaman a la generación de los hijos edificación de una casa, porque en este sentido
Dios edificó casas a las parteras de Egipto 183 y una casa a David. 184 Esto, para mostrar que
no es hacer una buena casa el abastecerla de muchos bienes mundanos, sino el industriarse
para levantar a los hijos en el temor de Dios y en la virtud.
En esto, pues, no se debe rehusar ninguna suerte de pena y de trabajos, pues los
hijos son la corona de los padres. 185 Así, Santa Mónica combatió con tanto fervor y
constancia las malas inclinaciones de su hijo san Agustín, que habiéndolo seguido por mar
y tierra, lo hizo más hijo de sus lágrimas, por la alegría de la conversión de su alma, que
hijo de su sangre por la generación que había hecho de su cuerpo.
San Pablo deja a cargo a las mujeres el cuidado de la casa. 186 Por esto muchos
tienen esta verdadera opinión: que su devoción es más fructosa a la familia que la de sus
maridos, quienes al no vivir entre sus domésticos, no pueden por consiguiente guiarlos tan
fácilmente a la virtud. Por esta misma consideración, Salomón, en sus Proverbios, hace
derivar del cuidado e industria de aquella mujer fuerte que describe la bienaventuranza de
toda la casa. 187
El Génesis nos muestra que, viendo Isaac a su mujer Rebeca estéril, rogó al Señor
por ella; o, según los hebreos, rogó al Señor al frente de ella, porque el uno rezaba de una
lado del oratorio, y el otro del otro. 188 También la oración del marido, hecha en esta forma,
181
Cf. SAN AGUSTÍN, Confesiones 1. 1 c. 11.
182
JOINVILLE, Historia de San Luis, p. 2ª.
183
Cf. Ex 1, 21.
184
Cf. 2Sam 7, 12.
185
Cf. Prov 17, 6.
186
Cf. Tit 2, 5.
187
Cf. Prov 31, 10-31.
188
Cf. Gén 25, 21.
88

fue oída. Es la mayor y más fructuosa unión del marido y de la mujer la que se hace santa
devoción y aspiración a la santidad, a la cual se deberían llevar el uno a otro.
Hay frutas, como el membrillo189, que por la aspereza de su zumo no son muy
agradables sino en conserva; hay otras que, por su ternura y delicadeza, no pueden durar si
no se ponen también en conserva, como son las cerezas y albaricoques. Así las mujeres
deben desear que sus maridos estén confitados en el azúcar de la devoción, porque el
hombre que no tiene espíritu de piedad es un animal severo, áspero y rudo. Los maridos
también deben desear que sus mujeres sean piadosas, porque sin el espíritu de piedad la
mujer es en extremo frágil y propensa a caerse y apartarse de la virtud.
San Pablo dice que el hombre infiel es santificado por la mujer fiel; y la mujer infiel
por el hombre fiel190, porque en esta estrecha alianza del matrimonio el uno puede
fácilmente llevar al otro a la virtud: ¡qué bendición es cuando el hombre y la mujer fieles
se santifican, el uno al otro, en un verdadero temor de Dios!
En lo demás deben sobrellevarse recíprocamente, y con tanto cuidado y amor, que
no lleguen jamás a enojarse juntos a un mismo tiempo y de repente, para que así, entre
ellos, no se vea ningún disgusto, ni riña. Las abejas no pueden residir en lugares donde se
oyen los ecos y zumbidos y las repeticiones de voces; tampoco el Espíritu Santo puede
residir en una casa en la que haya discordias, réplicas, y alborotos de gritos y altercados.
San Gregorio Nacianceno dice que, en su tiempo, los casados hacían fiestas en el
día del aniversario de sus bodas. En verdad, yo aprobaría que esta costumbre se
introdujese, con tal que no fuese acompañada de recreaciones mundanas y sensuales; sino
que ese día, haciendo su confesión y comunión, los maridos y las mujeres le encomienden a
Dios con más fervor que de ordinario el progreso de su matrimonio, renovando los buenos
propósitos de santificarlo más y más, por medio de una recíproca amistad y fidelidad; y
tomando ánimos, en nuestro Señor, para llevar y cumplir con las obligaciones de su estado.

CAPITULO XXXVIII

DE LA HONESTIDAD DE LA CAMA NUPCIAL

Si en otros capítulos advertíamos dificultades de


comprensión, surgidas de un cambiado contexto socio-
cultural, aquí hemos de hacer mayor énfasis en ello,
dada la “revolución sexual” ocurrida en nuestro siglo.
Pero, también aquí, la sustancia de la enseñanza de
Francisco de Sales sigue intacta.

189
Membrillo: arbusto rosáceo, con fruto amarillo de textura granulada. Es famoso el dulce de membrillo.
190
Cf. 1Cor 7, 14.
89

La cama nupcial debe ser inmaculada, como el Apóstol la llama 191, esto es, exenta
de deshonestidades y otras manchas profanas. El santo matrimonio fue instituido en el
paraíso terrenal sin que, hasta el momento del primer pecado, hubiese existido desorden de
concupiscencia, ni cosa deshonesta.
No deja de haber alguna semejanza entre los deleites sensuales y los del comer,
porque ambos se relacionan con la carne (el cuerpo); si bien los deleites sensuales, por su
fuerza casi animal, se llaman simplemente carnales. Explicaré, pues, lo que no puedo
decir de los unos por lo que diré de los otros.
1. El comer se ordena a conservar las personas. Así como el comer para mantener la
persona es cosa buena, santa y mandada, también lo que se requiere en el matrimonio
para la producción de los hijos y multiplicación de las personas es una cosa buena y
muy santa, por cuanto éste es el fin principal del matrimonio.
2. El comer, no por conservar la vida, sino por conservar la recíproca compañía y la
condescendencia que nos debemos los unos a los otros, es cosa muy justa y honesta.
De la misma manera la recíproca y legítima satisfacción de las partes, en el santo
matrimonio, es llamada por San Pablo deber 192, y un deber tan grande, que no quiere
que una de las partes pueda eximirse de él sin el libre y voluntario consentimiento de
la otra; ni siquiera por motivo de ejercicios de la devoción, según lo tengo dicho en el
capítulo de la santa comunión. ¡Cuánto menos podría eximirse por caprichosas
pretensiones de virtud, o por motivo de cóleras y desdenes!
3. Como los que comen por el deber de la recíproca conservación deben comer libremente,
y no como por fuerza, sino más bien dando muestras de tener apetito, también el
deber nupcial debe cumplirse fiel y francamente.
4. Comer, no por las dos primeras razones, sino simplemente por contentar el apetito, es
cosa soportable, pero no digna de alabanza. Igualmente, el simple placer del apetito
sensual no puede ser objeto suficiente de alabanza. Basta, pues, que sea soportable.
5. Comer, no por simple apetito, sino por exceso y desorden, es cosa más o menos
condenable, según es el exceso grande o pequeño.
6. En excesos del comer se incurre, no sólo por comer demasiado, sino también por
hacerlo de modo grotesco. No es poca curiosidad anotar, amiga o amigo, que la
miel, siendo tan propia de las abejas y saludable, les pueda hacer daño; y tanto que, a
veces, las enferma, como cuando comen demasiado en primavera. Entonces les da un
flujo de vientre que, algunas veces, las hace morir sin remedio, así como, también,
cuando tienen la cabeza y alas untadas de miel. De la misma manera, aunque las
relaciones matrimoniales son algo tan santo, tan justo, tan digno de recomendación y
tan útil a la patria; no obstante, en algunos casos se vuelven algo peligroso para los
que las practican: en efecto, a veces enferman mucho de pecado venial, cuando se
permiten simples excesos; y a veces hacen morir por el pecado mortal, cuando el
orden natural es violado, ya que jamás se puede uno lícitamente apartar del orden
natural. Cuando alguna otra situación, como la esterilidad o el embarazo, impiden la
procreación, entonces las relaciones no dejan de ser justas y santas, con tal que las
reglas de la generación sean observadas.
191
Cf. Heb 13, 4.
192
Cf. 1Cor, 7. 3.
90

Por cierto, la acción que Onam hizo delante de Dios, en su casamiento, fue infame,
según dice el sacro texto. 193 Y aunque algunos herejes de nuestro tiempo, cien veces
más reprensibles que los cinco de quienes habla San Jerónimo en la epístola a los
efesios194, hayan querido decir que era la perversa intención de este mal hombre la
que desagradaba a Dios, la Escritura nos asegura en particular, que la cosa misma era
detestable y abominable delante de Dios.
7. Es verdadera señal de un espíritu villano el pensar en las comidas y manjares antes del
tiempo de comer; y, aún más, cuando después se divierten con el gusto que han
recibido en la comida, entreteniéndose con palabras y pensamientos, y revolviendo su
espíritu por la memoria del deleite. Son gentes que hacen de su vientre un dios,
como dice San Pablo. 195 La gente de honra no piensa en la mesa sino cuando se
sienta a ella, y después de la comida se lava las manos y la boca, para que no les
quede ni el gusto ni el olor de lo que han comido. El elefante no es sino una bestia,
pero la más digna de alabanza entre las que tienen más sentido. Quiero decirte un
poco cerca de su honestidad. En cuanto a lo primero, no muda nunca de hembra y
ama tiernamente la que una vez ha escogido, con la cual, no obstante, no se junta sino
de tres en tres años y por solo cinco días; y esto con tanto secreto, que nunca se es
visto en el acto. Pero es visto el sexto día, en el cual, ante todo, va derecho a alguna
ribera, donde se lava enteramente el cuerpo, sin querer volver a la manada hasta
haberse primero limpiado y purificado. Dime: ¿no son hermosas y honestas
propiedades las de este animal, por las cuales muestra a los casados a no quedarse
empeñados en la afición a las sensualidades y deleites que según su vocación
hubieren ejercitado? Más bien que, pasados éstos, se laven el corazón y la afición, y
se purifiquen cuanto antes, para poder, después, con toda libertad de espíritu,
practicar las otras acciones más puras y reveladas. En este aviso consiste la perfecta
práctica de la excelente doctrina que San Pablo da a los corintios: “El tiempo es
corto; y es menester que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran”. 196 
Según san Gregorio, aquel que “tiene mujer como si no la tuviese” goza de los
consuelos corporales con ella; pero no por esto se aparta de las pretensiones
espirituales. 197 Lo que se dice, pues, del marido, se entiende recíprocamente de la
mujer. “Que los que usan del mundo, dice el mismo apóstol, sean como si no lo
usasen”. 198 Que todos, pues, usen del mundo, cada uno según su estado; pero de tal
manera que, no aficionándose a él, se hagan libres y prontos al servicio de Dios,
como si no usaran de él. Es el mayor mal del hombre, dice San Agustín, el querer
gozar de las cosas que sólo debería usar; y el querer usar aquellas que debería sólo
gozar. 199 Debemos, pues, gozar las cosas espirituales, y sólo usar las corporales.

193
Cf. Gén 38. 2.
194
SAN JERÓNIMO, Homilía sobre la Epístola a los Efesios, c. 5,3. La alusión de S. Francisco de Sales,
probablemente, se refiera a la secta de los iluminados y a la de los nuevos adamitas.
195
Cf. Fil 3, 19.
196
Cf. 1Cor 7, 29.
197
Cf. Homilías sobre el Evangelio 1,2. 16. 12.
198
Cf. 1Cor 7, 31.
199
Cf. Sobre las 83 cuestiones, 30.
91

Cuando el uso de las corporales es convertido en gozo, nuestra alma racional se


vuelve brutal y bestial.
8. Pienso haber dicho todo lo que quería decir; y haberlo hecho con tanta delicadeza, que
se haya entendido lo que quería decir, sin decirlo.

CAPITULO XXXIX

AVISO PARA LAS VIUDAS


Para entender, téngase en cuenta que, en tiempos de S. Francisco
de Sales, el promedio de vida era menor que el actual, sobre todo
en los hombres. Por esta razón abundaban relativamente las
viudas jóvenes. Por otra parte, téngase en cuenta que no existían
sistemas de seguridad social. Hasta cierto punto, las viudas
Sanuna
formaban Pablo
“claseinstruye a todos los sacerdotes y obispos, en la persona de Timoneo,
social” aparte.
diciendo: “Honra las viudas que son verdaderamente viudas”. Para ser, pues, verdadera
viuda, son necesarias estas cosas:

1. Que la viuda no sólo sea viuda de cuerpo, sino de corazón. Esto es, que viva con una
resolución inviolable de conservarse en el estado de una casta viudez. Porque las
viudas que no lo son, sino mientras encuentran la ocasión de volverse a casar, no
están separadas de los hombres sino según el deleite del cuerpo; pero están juntas con
ellos, según la voluntad del corazón. Que si la verdadera viuda, para conservarse en
el estado de viudez, quiere ofrecer a Dios con voto su cuerpo y su castidad, sin duda
dará un gran esplendor a su viudez, y asegurará grandemente su resolución. En
efecto, esta resolución será más firme porque la viuda, viendo que, hecho el voto, no
le es lícito violarlo sin perder el cielo, entonces vivirá tan celosa de su promesa, que
no dará lugar ni un solo momento en su corazón a los más simples pensamientos de
casamiento; porque el voto sagrado pondrá una fuerte barrera entre su alma y toda
suerte de trabas contrarias a su resolución. San Agustín aconseja mucho este voto a
la viuda cristiana. Y el antiguo y docto Orígenes pasa aún más adelante, porque
aconseja a las mujeres casadas hagan con anticipación el voto de dedicarse a la
castidad viudal, en caso que sus maridos lleguen a morir antes que ellas. Piensa él
que, así, entre los placeres sensuales que podrían tener en su matrimonio, podrían, no
obstante, gozar de los méritos de una casta viudez, por medio de esta anticipada
promesa.
El voto ofrece a Dios las obras, que son como los frutos de nuestra buena voluntad;
pero le dedica también la voluntad misma, que es como el árbol de nuestras acciones.
Por la simple castidad ofrecemos nuestro cuerpo a Dios, pero conservando la libertad
de entregarlo otra vez a los placeres sensuales. Por el voto de castidad, en cambio, le
hacemos a Dios una donación definitiva e irrevocable de nuestro cuerpo, sin que nos
reservemos nada, sin poder desdecirnos, haciéndonos dichosamente esclavos de aquel
cuyo servicio es mejor que el mando sobre el mayor reino.
92

Así como apruebo infinito los avisos de estos dos grandes varones, Agustín y
Orígenes, así desearía también que las almas que dichosamente quieran seguirlos sean
prudentes, santa y sólidamente, examinado sus fuerzas, invocado la inspiración
celeste y aconsejándose con algún sabio y devoto maestro, antes de hacer tal voto,
porque de esta suerte todo se hará más fructuosamente.

2. Fuera de esto, es necesario que esta renunciación de segundas bodas se haga pura y
simplemente, para que con más pureza pueda poner toda su afecto en Dios y unir del
todo su corazón con el de su divina Majestad. En efecto, si el deseo de dejar a los
hijos ricos, o alguna otra pretensión mundana, hace quedar la viuda en viudez, es
digna ella de alabanza, pero no delante de Dios, porque delante de Dios nada puede
tener verdadera alabanza sino lo que se haga por Dios. 200

3. Es menester aún más: que la viuda, para ser verdadera viuda, esté separada
voluntariamente de los contentos profanos. San Pablo dice: “La viuda que vive en
placeres está muerte en vida”. 201 Querer ser viuda y, al mismo tiempo, querer gustar que
la enamoren y acaricien; querer hallarse en los bailes, danzas y festines; querer andar
perfumada, afeitada y muy compuesta. . . significa ser una viuda viva en cuanto al
cuerpo, pero muerta en cuanto al alma. ¿Qué importa, dime por tu vida, que la viuda se
vista de negro, si lleva la insignia de la hermosura de Adonis 202 y del amor profano
hecha de garzotas blancas, a modo de penacho, o de un velillo negro alrededor de la
cara, buscando que lo negro resalte mejor sobre el blanco? Esta viuda, como ya tiene
experiencia del modo con que las mujeres pueden agradar a los hombres, sabe ponerles a
sus almas carnadas más peligrosas. Así, pues, la viuda que vive en estos locos placeres
está muerta en vida; y, hablando con propiedad, es un simple ídolo de viudez.

“El tiempo de podar ha llegado; y la voz de lo tórtola ya ha sido oída en nuestra tierra”,
dice el Cantar de los Cantares. 203 Cortar las superfluidades mundanas es algo necesario a
cualquiera que quiere vivir cristianamente, pero principalmente a una verdadera viuda.
Esta, como una casta tórtola, acaba de llorar, gemir y lamentar la pérdida de su marido.
En cuanto a Noemí, apenas quedó viuda, volvió de la pagana Moab a su tierra de
Belén. Allí las mujeres que la habían conocido recién casada, se decían unas a otras: “no es
ésta Noemí?”. Pero ella decía: “por favor, no me llaméis Noemí (porque Noemí quiere
decir graciosa y hermosa); llamádme Mara, porque el Señor ha llenado mi alma de
amargura”204. Lo decía por cuanto su marido estaba muerto y había quedado abandonada.
Así, la viuda devota no pretende arrastrar la atención de los hombres por ser hermosa o
simpática; sino que se contenta con ser lo que Dios ha querido que sea; esto es, humilde y
abnegada a sus ojos.

200
Cf. Rom 4, 2.
201
Cf. Tim 5, 6.
202
ADONIS era una divinidad fenicia. Era un joven de singular belleza que murió herido por un jabalí. Su
nombre es sinónimo de belleza.
203
Cf. Cant 2, 12.
204
Cf Rut 1, 19-20.
93

Las lámparas hechas con aceite aromático despiden un suave olor cuando las
apagan. Así las viudas, cuyo amor ha sido puro en su casamiento, derraman un precioso y
aromático olor de virtud de castidad cuando su luz, su marido, se apaga por la muerte.
Amar al marido mientras vive, no es cosa difícil; pero seguirlo amando aún después de su
muerte, es un grado de amor que sólo pertenece a las verdaderas viudas. Esperar en Dios
mientras el marido sirve de apoyo no es cosa tan rara; pero esperar en Dios habiéndose
quedado sin apoyo, es cosa digna de gran alabanza. Por esto, pues, se conoce más
fácilmente en la viudez la perfección de las virtudes que se ha tenido en el casamiento.
La viuda que queda con hijos necesitados de su enseñanza y de su guía, en lo que
mira al alma y establecimiento de su vida, principalmente, no puede ni debe abandonarlos.
El apóstol San Pablo dice claramente que están obligadas a este cuidado, ya sea pagando el
mismo cuidado que sus padres y madres le tuvieron, ya sea porque si alguno no tiene en
cuenta a los suyos, principalmente a los de su familia, es peor que infiel. 205 Pero, si los
hijos ya están en situación de no necesitar la educación de su madre, entonces la viuda
debe poner toda su afición y pensamiento en aplicarse más puramente a su adelanto en el
amor de Dios.
Si una fuerza mayor no obliga la conciencia de la verdadera viuda a atender
problemas exteriores, como son los pleitos, yo le aconsejo que se aparte de ellos totalmente
y que siga el método más sosegado y modesto para dirigir sus negocios, aunque parezca no
ser el más ventajoso. Sería necesario que los provechos dejados de percibir fuesen muy
grandes, como para que fuesen comparables con el bienestar de una santa tranquilidad.
Esta, deja aparte los pleitos y otras tales marañas, que disipan el corazón y dan ocasión a
que se acerquen los enemigos de la castidad; no sea que, por agradar a aquellos de cuyo
favor tiene necesidad, la viuda utilice acciones y ademanes indebidos y desagradables a
Dios.
La oración será el continuo ejercicio de la viuda porque, no debiendo tener más
amor sino para con su Dios, así también no debe tener palabras sino para con su Dios. Así
como el hierro, apenas le retiran el diamante que le impide seguir la atracción del imán, se
arroja hacia él; así el corazón de la viuda, que durante la vida de su marido no era
plenamente libre para arrojarse del todo a su Dios siguiendo los atraimiento de su divino
amor, muerto su marido debe correr con ardor y diligencia tras el olor de los perfumes
celestes, diciendo, a imitación de la sagrada Esposa. “¡Oh Señor!, ahora que soy toda mía,
quiero ser toda tuya. Recíbeme y llévame en pos de ti. Ungüento derramado es tu nombre.
¡Corramos! Por ti saltaremos de gozo y nos alegraremos. ¡Con qué razón eres amado!”206.
El ejercicio de las virtudes propias de una santa viuda son: la perfecta modestia, la
renuncia de las honras, de los puestos, de las juntas, de los títulos y de tales suertes de
vanidades; el servicio de los pobres y enfermos, la consolación de los afligidos, el buen
ejemplo de todas las virtudes para con las jóvenes casadas. La limpieza y simplicidad son
los dos adornos de su lenguaje; la modestia y honestidad, el arreglo de sus ojos; y
Jesucristo crucificado el único amor de su corazón.
En fin, la verdadera viuda en la Iglesia es una pequeña violeta de marzo, que
despide una sin igual suavidad con el olor de su piedad, guardándose casi siempre
205
Cf. 1Tim 5, 8.
206
Cf. Cant 1, 3-4.
94

escondida debajo las anchas hojas de su humildad. Por su color menos vivo verifica la
mortificación, procura siempre hallarse en los lugares quietos, a fin de no ser combatida
por la conversación de los mundanos y conservar mejor la frescura de su corazón, contra
todos los ardores que el deseo de los bienes, de las honras, y así mismo de los amores, le
podrían acarrear. “La tal será bienaventurada, si persevera de esta suerte”, dice el apóstol.
207

Podría decir otras muchas cosas acerca de esta materia; pero lo habré dicho todo
cuando haya dicho que la viuda, celosa de la honra de su estado, lea con atención las doctas
epístolas que el gran San Jerónimo escribe a Furia y a Salvia, y a todas aquellas otras
damas que fueron tan dichosas, que merecieron el ser hijas espirituales de un tan grande
padre. Porque no se puede añadir cosa alguna a lo que él dice, sino esta advertencia: no se
debe jamás menospreciar ni censurar a las que pasan a segundas, o también terceras o
cuartas bodas, porque en ciertos casos Dios lo dispone así para mayor gloria suya.
Se debe tener siempre, delante los ojos, esta doctrina de los antiguos: que ni la
viudez ni la virginidad tienen puesto en el cielo, sino el que se distingue por la humildad.

CAPITULO XL
UNA PALABRA A LAS VIRGENES

No tengo, ¡oh vírgenes! sino sólo estas tres palabras que decir, porque por ellas
podréis percibir lo demás.
Si pretendes casarte, cuidarás celosamente que tu primera entrega sea para tu primer
marido. Pienso que es un gran engaño el ofrecerle, en vez de un corazón entero y sincero,
un corazón usado y recorrido por los caminos del amor.
Pero si tu buena dicha te llama a las castas y virginales bodas espirituales, y quieres para
siempre conservar tu virginidad, conservarás tu amor lo más delicadamente que puedas
para este Esposo divino que, como es la pureza misma, no hay cosa que ame tanto cuanto
la pureza; él, a quien las primicias de todas las cosas son debidas, y principalmente las del
amor. Las epístolas de San Jerónimo te abundarán de todos los avisos que te son
necesarios.
Y, puesto que tu estado te obliga a la obediencia, escogerás una guía espiritual, bajo
cuya educación puedes más santamente dedicar tu corazón y tu cuerpo a su divina
Majestad.

Ñ
2ª VERSIÓN

¡Cuán rara es la perfecta virginidad!, pues requiere la pureza del corazón, a más
de la integridad corporal.
¡Cuántas lágrimas no habría que derramar por la pérdida de tantas virginidades
como ha segado la lujuria de las malas compañías, incluso antes que buenamente se
mostrasen sobre la tierra!
207
Cf. 1Cor 7, 40.
95

¡Oh jóvenes, que cual azucenas ornáis con vuestro blancor el jardín de la Iglesia!,
preservad santamente vuestros corazones y cuerpos de las salpicaduras del mundo, ya para
un santo matrimonio corporal, ya para las sagradas nupcias de vuestra alma con Dios.
Vuestra juventud os hace agradables al resto de los hombres: cada cual os cerca y
os rodea como a arbolillos, para ver cuándo comenzáis a florecer. Pero cuidad que no se
acerquen a vosotras los machos cabríos, cuyo solo aliento os es pernicioso. Ya en otros
lugar os di consejos para vuestra castidad.

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