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EL
CACIQUE BLANCO
COSTUMBRES DE LOS ARAUCANOS
EN U PAMPA
CASA EDITORA
J AC OB O P E U S E R
B U E N O S A IB E S
1893
FILIBERTO DE OLIVEIRA CEZAR
EL
CACIQUE BLANCO
COSTUMBRES DE LOS ARAUCANOS EN LA PAMPA
BUENOS AIRES
CASA. EDITORA DE JACOBO PELJSER
1893
F o to g rab a d o s de Jacobo Peuser.
ÍN D IC E
PÁGINAS
PÁGINAS
La Pampa
(I) Por lo que puede interesar al lector el conocimiento más com pleto de
las guerras con los A raucanos, dam os aquí p arte de un artículo etnográfico-
historico, publicado en el Diccionario Enciclopédico H ispano-Am ericano
que edita actualm ente la casa M ontaner y Simón de Barcelona. Dice así:
« A m ediados del siglo XVI, Pedro Valdivia, g o bernador de Chile, des-
pues de haber fundado la capital de Santiago y conquistado gran p arte de
aquel país, decidió llevar sus arm as al S. del río Bíobío. En el año 1553 los
españoles habían recorrido los territorios de la costa y aun los que. se ex
tienden al S. del río T olten; pero en los com prendidos entre el Bíobío y sus
afluentes al N., el Tolten al S., los A ndes al E. y la cordillera de la costa al
O., aun no habían penetrado. E sta región, dice el historiador chileno B arros
Arana, que mide sólo una extensión aproxim ada de mil leguas cuadradas,
cubierta en gran p arte de bosques im penetrables, c o rtad a por numerosos
ríos de difícil paso y por vastas ciénagas que favorecían su defensa y ro
deada de ásperas serranías que con sus tapidas selvas facilitaban la guerra
de em boscadas y de sorpresas, era tam bién la p arte m ás p o b lad a del te rri
LA PAMPA II
torio chileno, y sus habitantes los m ás vigorosos y resueltos del país. H asta
entonces se habían mantenido tranquilos, sin tom ar p arte apenas en las
guerras que contra los soldados españoles sostuvieron las tribus de las
vecinas com arcas Valdivia p re p a ró la invasión que proyectaba, fundando
en la costa próxim a al citado país, que es hoy en su m ayor p arte el terri
torio de Angol, el fuerte de Arauco, y luego otros dos más al interior, uno
en la falda occidental de la cordillera de la costa con el nom bre de Tucapel.
y el otro, llam ado Puren, m ás al .Sur, y en la falda oriental de la inisma
cordillera. En los llanos de Angol, y á orillas de uno de los afluentes del
Bíobío, m andó levantar la ciudad de los Confines. L o s indígenas com pren
dieron que su libertad peligraba y se pusieron en arm as. E ran las tribus
aguerridas á que los españoles dieron el nom bre de A raucanos, que deri
van de las p alab ras peruanas aucca, hom bre de guerra, y are, ardiente.
A la región que habitaban al S. del Bíobío, y que llegaba hasta el Tolten,
ó según algunos autores hasta el C allacalla, comprendiendo por consi
guiente, p arte de la provincia de Valdivia, se llamó A raucam ia. L a guerra
que entonces comenzaron los altivos araucanos fuá larg a y sangrienta y
jam ás se sometieron por completo al dominio español. En los prim eros
días del mes de diciembre de 1553 atacaron y destruyeron el fuerte de
Tucapel, y habiendo acudido Valdivia á so fo c arla rebelión, los araucanos,
acaudillados p o r L autaro ó Leuteru, derrotaron á los españoles en la
b a ta lla de Tucapel. Valdivia cayó p risio n ero ; los vencedores, tan crueles
y feroces como bravos, le cortaron los brazos y los devoraron á su pre
sencia. T res días vivió el conquistador de Chile, sufriendo horribles torturas.
Tuvieron los españoles que despoblar la ciudad de los Confines y los
fuertes de Puren y Arauco, y no pasaron de aquí sus desastres; Francisco
de Villagran, proclam ado gobernador en V aldivia y en Concepción, fué
también derrotado por L au taro en Marigueñu y los araucanos saquearon
y destruyeron á Concepción, En el invierno de 1554 Villagran em prendió
segunda cam paña y obtuvo algunas ventajas, porque en aquella época el
ham bre y la peste acosaban á los indios rebelados. En 1556, se renovó la
guerra; L a u t a r o salió o tra vez á operaciones, pasando al N. del río Maulé,
fué derrotado p o r V illagran en la b a ta lla de M ataquito, y al año siguiente
y en el mismo sitio sufrió una nueva derro ta en la que perdió la vida. L e
sustituyó Zeupolicán, el Caupolican de Ercilla, contra quien en 1557 em
prendió activa y enérgica cam paña el nuevo gobernador de Chile, don
G arcía H urtado de Mendoza . E ste ganó la b a ta lla de las Lagunillas ó de
Bíobío, penetró en el interior del territorio araucano, venció de nuevo en
Millarapue, donde tanto se distinguió el autor de L a Araucana, don
Alonso de Ercilla, hizo reconstyiir el fuerte de Tucapel, fundó la ciudad
de Cañete y repobló á Concepción. En los prim eros días del año de 1558
los araucanos sufrieron una nueva d e rro ta en el desfiladero de Cayucupil
atacaron luego á Cañete, de donde fueron rechazados con gran pérdida,
y el capitan don Pedro V elascoí sorprendió un cam pam ento enemigo en
el que hizo prisionero á Caupolican, que conducido á C añete murió em pa
lado. No terminó sin em bargo la guerra; los araucanos continuaban en su
12 E L CA CIQU E BLANCO
actitud hostil, y don G arcía, salien d o ' de nuevo á cam paña, los batió por
com pleto en la b a ta lla de Quiapo.
L as victorias de los españoles solo sirvieron’p a ra que durante dos años
escasos reinara m ay o r tranquilidad. En 1561 se renovó la guerra de Arauco,
siendo go b ern ad o r don Francisco de V illagrán. L o s araucanos vencieron
a los invasores en C atirai ó M areguano, C añete fué desp o b lad a y aquéllos
pusieron sitio á la plaza de A rauco que defendió heroicam ente el capitán
Lorenzo Bernal de M ercado. De 1563 á 1565, siendo gobernador interino
Pedro de Villagran, los españoles viéronse forzados á evacuar la plaza de
A rauco y sufrieron nuevas derrotas en Ita ta y Andalien, y aunque consi
guieron ventajas en las inmediaciones de Angol, la insurrección de los arau
canos fué tom ando m ayores propoiciones, y el desaliento cundía entre
los españoles. Bajo el^ gobierno de Q uiroga, de 1565 á 1567, el ejército
español se sobrepuso á sus enemigos, alcanzó varios triunfos, y C añete y
A rauco fueron repobladas. E l doctor B ravo de Saravia, que le sucedió, se
propuso d ar el último golpe á los rebeldes; m as su ejército sufrió gran
d e rro ta en M areguano, y de nuevo fué preciso evacuar las citadas plazas.
En 1575 volvió á encargarse del gobierno R odrigo de Q uiroga y en sus
cam pañas de 1577 á 1578 logró escarm entar á los araucanos. E n los años
siguientes continuó la guerra casi sin interrupción y sin resultados eficaces,
y al term inar el siglo, to d as las ventajas habían quedado de p arte de los
araucanos. En 1598 el g o b e rn a d o r Oñez de L o y o la fué d erro tad o y muerto
en C uralava; en 1599 tuvo la m ism a suerte el corregidor A ndrés Valiente,
y á p esar de los refuerzos que enviaba el virey del Perú, eran continuos
los desastres qne sufrían los españoles, y la alarm a general al comenzar
el año de 1600.
En el siglo XVII, el sistem a de conquista gradual planteado p o rte l go
bernador Alonso de R ivera y proseguido p o r Alonso G arcía Ram ón p ro
dujo buenos resultados en un principio, y aun p a ra evitar nuevos desastres
se apeló á la guerra defensiva, de suerte qué los españoles lim itáronse á
resistir las frecuentes correrías de los indios. En 1625 cesó ese sistem a de
guerra; los araucanos, bajo el m ando de Lienfur, organizaron grandes
ejércitos, y las arm as españolas tuvieron que lam entar nuevos desastres,
entre otros la d erro ta de las Cangrejeras. L a victoria que en 1630 consi
guieron éstos en L a A lb a rra d a tuvo escasos resultados, y tam poco los
dieron las negociaciones de paz dos veces en tab lad as en Quillín; antes al
contrario, el 14 de febrero de 1655 ocurrió un levantam iento general de
los indígenas y los españoles tuvieron que rep leg arse en la ciudad de Con
cepción. Nuevos triunfos consiguieron los araucanos en 1657 bajo las
órdenes del mestizo Alejo, soldado español desertor. En 1671 el gober
nador don Juan Henríquez celebró paz con aquellos; pero los indomitos
araucanos no respetaban treguas ni paces m ás que cuando les convenía,
y no había medio de reducirlos. F undáronse misiones, em prendiéronse
nuevas operaciones m ilitares; pero todo fué inútil, y al comenzar el siglo
XVIII aquel pueblo conservaba su independencia. Luchó tam bién p a ra de
fenderla en ésta y en la presente centuria, y cuando Chile rompió los lazos
LA PAMPA 13
( I ) A fin de ilustrar nuestro trab ajo á propósito de los prim eros m alones
traídos por los Querandies á las estancias inm ediatas á Buenos Aires, agre
gam os á continuación algunos párrafos de un escrito publicado el año 56
por el señor F. B arb ará. . ^
«L a guerra que los indios han sostenido con Buenos Aires d a ta de los
años 1738 y 40 habiendo antes de esos años, hecho algunas pequeñas incur
siones p a ra inquietar á los h abitantes que vivían en la cam paña.
Un cacique llam ado C angapol era en esa época el m ás poderoso de las
tribus nóm ades, im poniendo respeto y tem or á los dem ás caciques. Cuando
alguno de estos contravenía sus disposiciones, lo a ta c a b a y castig ab a seve
ram ente, haciendo alard e de crueldad. Si lo g ra b a vencerlo, hacía degollar
hom bres, mujeres y niños hacinando multitud de huesos, cráneos etc.; y
teniendo que presenciar esta horrible^ escena aquellos que se escapaban de
ser inm olados.
L a política de este famoso cacique se reducía á m antener la paz con los
españoles, á fin de que estos le concediesen perm iso p a ra cazar en los cam
pos contenidos dentro de los partid o s de M atanza, Conchas y M agdalena.
E ste cacique prohibía que las otras tribus se internasen dentro de los
referidos p a rtid o s ; y solo les concedía perm iso p a ra hacer sus correrías y
boleadas en las inmediaciones del Salado. A p esar de los celos con que los
indios m iraban á los españoles, no o bstante conservaban como dejo dicho,
buenas relaciones, estableciendo un comercio enjtre estos á cam bio de sus
telas. Así perm anecieron pacíficamente h asta el año de 1738, en cuya época
rom pieron su am istad disponiéndose p a ra la guerra, á la que fueron pro
vocados por el celo indiscreto de los españoles.
E l prim er paso que dieron estos y por el cual se d isg u stáro n lo s indios,
fué la espulsión de uno d e sú s caciques llam ado Moyu-Pili-yál, quien era
muy estim ado entre indios y cristianos. Bien pues, este cacique fué espul
sado del territorio sin tom ar en consideración las consecuencias que más
tard e habían de surgir. No se concretaron á esto únicamente, sino á obli
garle tam bién que se retirase lejos y no pudiese, com unicarse con sus
indios. -
A una orden perentoria y a p o y ad a por la superioridad de las arm as, no
le quedó m ás remedio que obedecer y retirarse al lugar que se le había
designado, y lo hizo asimismo por no exponer á su familia sí desobedecía
Poco tiempo despues de su ostracism o, murió de pesar al verse expuesto
al furor de los Ranqueles que le aborrecían por creerlo amigo de los cris
tianos. •
L a muerte de este cacique produjo una impresión profunda en su tribu y en
las otras sus vecinas y aliadas, determ inándose á d ar un avance á las pose
siones pertenecientes á los españoles. Despues que se reunieron con este fin,
acordaron los caciques los medios m ás conducentes p a ra efectuarlo. P ara
LA PAMPA 15
con los españoles y poseía una carta del gobernador de esa época, la cual
conservaba p ara su seguridad. Ni por esto se escapó, pues así que se vio
con el m ariscal de cam po dióle éste, un pistoletazo en la cabeza .que lo
dejó muerto. Acto continuo se apoderó de las mujeres cautivándolas á la
par de sus hijos quienes lloraban la pérdida de su padre, que y acía cad á
ver. E l único que se escapó fué el hijo ma)ror de este cacique debido á la
casualidad de andar dos días antes en las boleadas de caballos silvestres,
acom pañándole una p artid a de los indios que pertenecían á la tribu de su
padre.
Ya se puede inferir lo que una conducta sem ejante o bservada por el
m aestre de campo, influiría en el ánimo de todas las tribus que existían
en tan v asta llanura, previniéndose en vista de esta á reprim ir tanta
crueldad. .
L a noticia esparcida bien pronto por todas las naciones de indios, p ro
dujo en ellos el deseo de tom ar venganza. L os que m ás se exasperaron
fueron los Puelches y Moluches quien tom aron las arm as contra los espa
ñoles, viéndose éstos repentinam ente atacados desde las fronteras de C ór
doba y Santa Fé, á lo largo del río de la Plata, frontera de 400 leguas.
Les era á los españoles sum am ente dificultoso poder atender un punto tan
dilatado, máxime cuando los indios se internaban p o r diversas partes, ca
yendo sobre villas y poblaciones á un mismo tiempo.
Nunca pudieron descubrir el número de indios, y m ientras los españoles
los perseguían por una p arte dejaban los otros p o r otra. C angapol que ha-
bia vivido en paz con los españoles, propendiendo á la p rosperidad de éstos,
no dejó de irritarse al sab er las crueldades que estos sus amigos hacían con
sus vecinos.
No era sin razón tan justo resentimiento, pues en poco tiempo le habían
muerto á sus amigos los Guiliches, á su am ado pariente Calelillan y á o tra in
finidad de deudos, este cacique frizaba en los 60 años y conservaba una ener
gía que infundía respeto y temor.
Convocó á sus parciales, enterándolos de la resolución invariable que
había tom ado de pelear con los españoles que tan mal com portam iento usa
ban con él y sus amigos. A este llam am iento acudieron los Tehuelches, Gui
liches y Pehuenches, confiriéndole el m ando en jefe, prom etiéndole adem ás
valor y obediencia.
Reunidos cuatro mil hombres jóvenes la m ayor parte, m archó con ellos
cayendo sobre el distrito de la M agdalena, muy cerca de Buenos Aires, y
repartió sus tropas con la mejor disposición y cordura como p ara que el
éxito no fuese contrario á sus deseos. Un dia y una noche le fué suficiente
p a ra desolar más de doce leguas del país más poblado y abundante, como
consecuencia inm ediata m ató infinidad de españoles establecidos en la cam
18 E L CACIQUE BLANCO
Ii
Mister W hite.
(I) E ste viaje corresponde al año 1878, según se deduce de los apun
tes del expedicionario.
± ± ± * .± ± ± ± ± ± ‘J z±% .±±±±±±±±'!'±±±±±±±$% ±±±±3z
fy
Las carretas
-■M&i&gs
MM J-SPRi
*
IV
Los indios
Confidencias nocturnas
IX
El malón
(I) L lam aban « cristianos » á todos los hom bres blancos ó que viviesen
entre ellos, aunque perteneciesen á cualquier religión, lo que les e ra indi
ferente. •
E L MALON 49
( I ) Al leer esto, no faltará quien se espante del salvajism o (le los n atu
rales, olvidando, ó ignorando ta l.vez, que el conquistador Don Pedro de
Valdivia, hacía co rtar las narices y la mano derecha á los araucanos p r i
sioneros de g u e rra , y que los naturales podrían bien aleg ar que han a p ren
dido crueldades en las prácticas d é lo s blancos.
La Rinconada
X I II
ir
X IV
Huircain y Calvucurá
La Chále-Kejahue
* .
* *
Las nubes pasan bajas y oscuras atropellándose y
descorriéndose ante un cielo ceniciento. A veces se
disuelven convirtiéndose en granizo ó en gotas de agua
helada que caen y revientan en el suelo endurecido y
pedregoso.
Por entre las aberturas de los toldos, los indios aso-
5
74 E L CACIQUE BLANCO
. *
** ■
'
La boleada de avestruces
E L PIUQUÉ
El perdido
7
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..................1111111............ ..
XX
La cabaña m isteriosa
XXI
Botas peludas
Juegos indios
•• •• ••
• • • • C •
*• •• ••
• • • • • •
X X III
podrán sa
car sino des
pues de ren
dirlo por medio de
un prolongado sitio.
—
bién está previsto!
dijo la voz del Caci
que Blanco, que ha
blaba de un lugar
invisible, pero indu
dablemente próximo al que ser
vía de alojamiento á los viajeros.
— / The devil!! dijo Mr. White, estamos en las cavernas
del infierno.
El Cacique Blanco se presentó entonces en la sala
sonriendo, por la sorpresa que había causado á los dos
huéspedes. —Vengan Vds. conmig-o, les dijo á los dos
hombres, síganme, y verán si podemos defendernos de
cualquier ataque.
El guía y el inglés siguieron en silencio los pasos de\
LAS PAREDES TIENEN OÍDOS 127
XXV
XXVI
(1 ) A ve rapaz.
(2 ) Lleno de agua.
(3 ) Correo ó conductor de un parte.
BLONDINA LA HERMOSA 153
hay algunas abuelas que son más feas que lo que dicen es
el diablo. A los padres de los abuelos los designan con el
nombre de Y oni - Chescúy ó Yom - Lacú, lo que quiere
decir en castellano padre de mi abuelo ó padre de mi
abuela. L a sobrina al tío materno lo denomina Huecú y
al tío paterno Mallé\ pero el sobrino varón llama á su tío
Putrd - M un.
Entre los hermanos, los varones se denominan Piñí, y
las mujeres La7núen. Estas mismas palabras sirven para
designar los primos hermanos, anteponiéndoles la pala
bra Usan.
Chale significa deudo ó pariente político, y el marido
llama ásu mujer Curé y á la suegra Quempú.
— También tienen suegras los indios? dijo Mr. White.
— Sí señor, y llenan en la familia las mismas funciones
que entre los cristianos, siendo igualmente bien queridas
por sus yernos.
Filcáj llama la mujer al hermano de su marido, y á la
tía paterna de éste le dice N a zú , siendo el tío paterno del
marido conocido por el nombre de Puiñimó.
—Todo esto me lo ha de decir mañana, dijo Mr. W hi
te, para tener ocasion de apuntar en mi cartera de viaje.
—Vá Vd. á mandar también á Inglaterra la lista de es
tos clasificativos ? dijo Juan Sin patria.
—Probablemente no, pero me interesa saberlo, por
que comprueba lo que Vd. me ha dicho antes, es decir,
que los indios entre sí, estiman y respetan los vínculos
de parentesco.
Despues de este interesante diálogo, Mr. White se quedó
dormido, y su asistente que lo oyó roncar, no tardó en
hacer lo mismo.
Aún no había empezado á aclarar, cuando los ladridos
de los perros y los toques de los cuernos de señal, pu
sieron en conmoción toda la cueva, anunciando la proxi
midad del peligro.
—Aquí se arma la gorda, dijo Juan Sin patria, que
como buen criollo tema sueño liviano.
Algunas voces de personas que hablaban en araucano
156 E L CACIQUE BLANCO
*
XXIX
IA B L O S !
dijo Mr. White, llevándose las
manos á la cara, y una vez que llegaron
á las grutas.
— Qué le pasa á Vd. ? pr
cique Blanco. Si ha perdido el som brero de
corcho, con que defendía su cabeza de los rayos del sol,
hemos de encontrar algún buen gorro de pieles que le
compense esa pérdida.
— ¡Oh no ! dijo el Ingeniero hablando con dificultad; lo
que he perdido con el golpe y la caida del caballo, ha sido
mi dentadura postiza, sin la cual me será imposible mas
ticar los alimentos !
Todos miraron entonces con sorpresa é hilaridad la
cara contristada del inglés, que pensó inmediatamente en
volver por sus dientes al lugar de la catástrofe.
Juan Sin patria y el mismo Cacique quisieron acompa
ñarlo personalmente, yendo todos en busca de tan útiles
herramientas.
En un lugar preciso encontraron las señales claras de
TREMENDA DESGRACIA 161
la rayada del caballo indio, como asimismo el rastro de
los cascos del que montaba Mr. White y más adelante
sobre la arena, vieron la señal de las manos y los pies es
tampadas por el jinete en la caida, pero por más que se
hizo una prolija investigación entre las yerbas, no le fué
posible encontrar lo que buscaban. Hubo que resig
narse y volver sin la dentadura, despues de dos horas
de mover las arenas.
—No se aflija, patrón, dijo Juan Sin patria á Mr. White,
cuando iban de regreso, yo me encargo de picarle chi
quitos los bocados, para que no trague entero hasta que
estemos de regreso en pueblo de cristianos.
—Es que por muy chico que se pique el alimento, dijo
Mr. White, nunca puede el hombre nutrirse tan bien,
como cuando lo mastica por sus propios dientes.
—Propios? agregó el Cacique Blanco. . . ¡ah! es que
me olvidaba que Vd. indudablemente los habrá pagado.
Unos fuertes dolores de estómago que sobrevinieron
horas despues á Mr. White, hicieron surgir la duda
de que tal vez aquella hermosa dentadura articulada que
era indudablemente una notable obra de arte, había sido
tragada por su dueño en la violencia del salto y la caida.
Las fuerzas enemigas siguieron retirándose lentamen
te del valle; y al anochecer vShaihueqae había cam
pado á tres leguas de distancia y reunía allí su gente
y los heridos. L a lentitud de la retirada, hizo enten
der al Cacique Blanco que el enemigo no se daba por
vencido, sin embargo de la encarnizada lucha. En efecto,
á la siguiente mañana aparecieron en la loma nuevos par-'
laméntanos de Shaihueque, que recibidos por un enviado
de Blanco chico, expusieron de parte de su Jefe que
estaban dispuestos á dar quinientas yeguas gordas si
se le entregaba el brujo rubio y que si no se le aceptaba
esta nueva proposicion, iban á volver á pelear al día si
guiente. Se dio cuenta al Cacique Blanco, y éste contestó
despues de consultar con Mr. White, en los términos si
guientes: Habiendo llevado un jinete enemigo en la punta
de su lanza el casquete amarillo del brujo, y siendo esta
162 E L CACIQUE BLANCO
XXXI
El amigo negro
V illegas y Pincen
( I ) Comer asado.
V ILLEGAS Y PINCEN 181
( I ) Sables de caballería.
182 E L CACIQUE BLANCO
X X X III
(I) Todo lo que en este libro se refiere á usos y costum bres araucanas ó
pam pas, es com pletam ente histórico y ha sido n arrad o al autor por indios
que prestan servicios en los cuerpos de línea, y se com prueba por las obras
de los autores mencionados en la prim era página.
12
186 E L CACIQUE BLANCO
&
v v <><>-v <>v <>v v V<>v v <>v v v v ^ v H v •
X X X IV •
Ranque-Curá •
Se conviene la fuga
M
uinca! me dijeron los indios que habían venido con
• nosotros desde los toldos de Pincen, despues de
despertarme, dice Ranque-Curá que vengas y te presen
tes en el acto en su toldo.
Obedecí aquella orden sin vacilar.
Manuel venía también en nuestro grupo, y por la
seriedad y la actitud de los hombres que guiaban nues
tros pasos, comprendí que no era en carácter amistoso
que se me conducía ante el jefe indio, sino más bien,
desempeñando un rol de delincuente.
Siguiendo el sendero tortuoso, que salvando las ram a
zones de los talas, se internaba en el bosquecillo y cami
nando unos trás otros, estuvimos bien pronto en una
ancha enramada, sombreada por corpulentos árboles.
Allí debajo, entre la verde ramazón, habían sido armados
en hilera varios toldos de cuero, que servían de aloja
miento á las familias del cacique. Este, de pie en la
puerta del toldo principal, nos observó fijamente desde
que nos pusimos á la vista, clavando en mí la mirada con
expresión felina y escudriñadora al mismo tiempo.
— Chumpeymi huirica, quepay fa m ó ? me gritó el b ár
baro con altivez nada disimulada.
198 £L c a c iq u e blanco
13
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XXXYI
La huida
X X X V III
Cautivos y lanceados
X X X IX
XL
Un lunar de familia
XLI
F in a l
ADIOS.!
LA LENGUA ARAUCANA
^E
N ervios................ . Fuún
M anantial.............. Uufcó N ariz ........................ Yú
M asticar.................. Ugarcún N u e v e ......................Aillá
M in ero .................. Laucha N egro .................... Curú
Aledaño ................ Loó N itro............... ......... Chadi
M odorra................. Chafloncó j N u b e .................. .. T rom ó
M ejillas................... Trafuún • N o r t e .................... Picun
M ira d a .................... Gupilún N ie v e ...................... Piré
M irada de asom bro Huelguiaún , Noche................. T rafuyá
M irada am enaza .. Solicán N u tria ...................... L ú
M irada in sisten te .. Solín N uevo.................... H uí5
M irada e sp ia n d o .. Azquintún N u e ra ...................... Ñañúg
M irada de gu sto ... Comitún N unca...................... Chumúl
M uslos......................Puillagh ] N oche.................... Pún
M i l .......................... H uaránca i N e b lin a ............. ... Chichúay
M a n o ...................... Cuá Nudo ...................... P réñ
M adera ................ Mamúl N e g a r ...................... Mayen
Maíz..........................H uá , N ublarse el tiempo Trom un
M iel........................ Mizqui I N ave........................ Intá-huámpu
Ai es ...................... Cuyén ; N av aja.................... Iscuhé
Mate, calab aza__ Cléf j Negligente ........... Chofú
M a r.......................... Futá-lafquén N ido.......................... Zañé
Media noche.......... Ragi-pún No q u ie ro .............. Pilán
M adre.................... .. Xuque N iñ e ría s ..................Piñe-nuprán
M uerte................... .. L án N inguno.................. Quiñe no rumé
M uerte repentina. . Curu-lán N o tic ia s .................. Zu 2*11
VOCABULARIO ESPAÑOL-ARAUCANO 245
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248 VOCABULARIO ESPAÑOL-ARAUCANO