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ESCUINTLA, Guatemala, 13 de junio de 2018 – 

Eran casi las 11:00 de


la mañana del sábado 3 de junio de 2018 cuando Gricelda Santiago
Sánchez oyó la explosión. Le pareció fuerte, pero vivía allí desde hacía
años y había oído otras peores. Aun así, su instinto materno la puso alerta.
Pasadas las 15:00 horas del mismo día, Gricelda oyó una nueva explosión,
pero esta vez fue diferente: más fuerte, más compleja. Alertó a sus
hermanas y, agarrando a su hijo y a dos sobrinos, corrió montaña arriba
hacia las plantaciones de café. En cuanto pudieron, se echaron sobre un
pequeño hueco que había en el suelo: un instinto que les salvaría la vida.
El Volcán de Fuego había entrado en erupción.
Corrí lo más rápido que pude, tenía mucho miedo
Felipe Neftaly, 7
Felipe Neftaly, el hijo de siete años de Gricelda, es uno de los más
de 650.000 niños y adolescentes que viven en las zonas afectadas
por el volcán. Mantiene la cabeza baja y sujeta la mano de su madre.
Está visiblemente conmocionado. Algunas personas de esta pequeña
comunidad, que se encuentra a menos de 50 kilómetros de la ciudad
de Guatemala, corrieron a la carretera, pero era imposible escapar de
la mezcla de gases volcánicos y lava ardiente provenientes del
volcán. La erupción arrasó y enterró el pueblo entero bajo una capa
de 3 metros de lodo, rocas y arena hirviendo.
Ese día, Gricelda perdió a su suegra y a muchos amigos y vecinos.

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