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Jesús educa desde la noviolencia y a la noviolencia

Encuentro 4
Manuel José Jiménez R. Pbro.

Para varios teólogos y educadores Jesús no solo vivió y práctico la noviolencia, sino que además
educa desde y para la noviolencia. Lorenzo Vidal llega a identificar en Jesús “El paradigma
educativo noviolento”. Con lo cual no se afirma que Jesús sea un teórico de la noviolencia1.
Tampoco se quiere negar su realidad de Dios o de reducir su acción a la noviolencia, limitando a
ello su acción salvadora. Se quiere es subrayar el hecho de que la noviolencia en Jesús se
encuentran en el corazón de su mensaje y de su actuar, y de su anuncio y modo de hacer presente
el Reino de Dios. Como se señaló ya en otro de estos encuentros, si bien en los evangelios no
aparece el término noviolencia, la paz y la noviolencia es una realidad presente y continua en todo
en el evangelio, y no se reduce a alguna de sus enseñanzas o a alguna acción concreta.
Al decir que Jesús educa desde la noviolencia y para la noviolencia, si se afirma que la práctica
educativa noviolenta de Jesús debe inspirar, informar y guiar la educación cristiana en cualquiera
de sus formas y medios.
Lo que nos lleva a reflexionar sobre Jesús como educador. Para lo cual acudimos en esta reflexión
a un libro reciente del teólogo español Xabier Pikasa, llamado precisamente “Jesús educador”. 2
Libro en el cual el autor no sólo nos permite identificar los fines y fundamentos centrales de la
práctica educativa de Jesús que, como maestro de humanidad, son aplicables no solo para la
práctica educativa cristiana, sino cualquier educación que se diga verdaderamente humana.
Este libro, en palabras del autor, retoma el fundamento, el itinerario y la actualidad de la escuela
de Jesús. En esta línea insiste en la exigencia de una intensa fidelidad a Jesús, y en la necesidad de
una profundización y cambio, adaptándonos a las nuevas circunstancias de la sociedad y del mismo
cristianismo. Lo que se plantea en este libro, titulado precisamente Jesús educador como sinónimo
de Maestro, en mayúscula, es situarnos ante la función más significativa de este hombre especial,
heredero de la antigua tradición judía y creador profético de un nuevo pensamiento de vida,
partiendo de los pobres de su tiempo.
Jesús no quiso renovar la vida de su pueblo por la guerra, ni a través de una mayor exigencia legal,
sino por medio de un mensaje, una enseñanza (escuela), entendida como nuevo nacimiento,
mutación humana.
Jesús elaboró un modelo educativo propio, centrado en su persona, una escuela universal de
humanidad, integrada básicamente por unos compañeros a quienes podemos llamar itinerantes
mesiánicos, al servicio de la preparación y llegada del Reino de Dios en Galilea.
Por eso debemos volvernos aprendices con él y como él, pero también creadores, retomando su
proyecto y renovando su camino, insistiendo en sus métodos de educación y contenidos. En esa
línea, pensemos que la renovación esencial de la Iglesia ha de hacerse ante todo en un plano

1
Lorenzo Vidal. Fundamentación de una pedagogía de la no-violencia y de la paz. Editorial Marfil, Valencia 1971.
2
Xabier Pikasa. Jesús educador. Ediciones Khaf, Madrid 2014.

1
educativo, no desde la lucha por el poder, ni a través de un simple cambio de estructuras, pues e
trata de un cambio mucho más profundo que solo puede realizarse por medio de la educación.
El libro parte de una tesis de fondo: solo un cambio educativo en el modelo y proceso educativo
logrará que la humanidad alcance un equilibrio personal y social.
Contexto educativo
El judaísmo era entonces (comienzo del siglo I) un hervidero de escuelas y tendencias socio
religiosas. Jesús no se adscribió a ninguna, pero brotó de un pueblo con una larga memoria
histórico-profética, y puso en marcha un magisterio escolar que solo se puede entender en ese
contexto. Era judío Galileo, y tuvo que enfrentarse, al menos de modo implícito, al primer gran
modelo educativo universal, el del imperio greco – romano.
Jesús morirá condenado por las autoridades de Jerusalén y Roma. Su proyecto educativo no es
militar, pero tampoco apoyaba un pacto con Roma. Para Jesús el Reino de Dios debía ser universal
y no podía establecerse a través de un proceso de libración político/militar, pues implicaba otros
aspectos de transformación social y personal partiendo de los pobres y excluidos.
Jesús ofreció el Reino de Dios a los pobres y expulsados del sistema; no quiso formar un grupo de
puros, sino un movimiento universal del Reino. No se encerró en un monasterio en el desierto,
esperando la solución final de los problemas, sino que empezó a resolverlos, con su enseñanza, su
ejemplo y sus acciones. Fue un educador itinerante, pues le interesaban los excluidos de la
sociedad, más que los libros.
Jesús no especuló sobre Dios, sino que lo hizo presente en su propia vida; no elaboró una teoría
general de libro sobre el judaísmo, sino que encarnó y expresó la sabiduría de Dios en la práctica
de su vida, creando un movimiento popular, al servicio de la liberación y la reconciliación entre
los galileos enfrentados. No tuvo el poder, ni se interesó por el poder. Se encarnó en el sufrimiento
e injusticia de los seres humanos, viviendo con los pobres. No pactó con los poderes establecidos,
sino que fundó una escuela (un movimiento) de liberación universal partiendo desde los pobres.
El proyecto educativo de Jesús, siendo esencialmente judío, sólo puede entenderse en un contexto
educativo político como el de Roma, representada por el César. Las dos figuras (Jesús y César)
pueden y deben compararse. Jesús anunció la llegada del Reino de Dios según las esperanzas y
profecías de Israel; pero en aquel contexto esa llegada debía interpretarse con el trasfondo y en
oposición al imperio de Roma.
Roma simboliza la racionalidad socio-religiosa, que se impone como imperio, de un modo
jerárquico, a partir de los “nobles” o capaces, que colocaba el servicio político y militar al servicio
de la opresión. El imperio pone en marcha una enseñanza oficial que esclaviza y que le impide
vivir y pensar en libertad.
Jesús, en cambio, anuncia la llegada de Dios e instaura su Reino a partir de los pequeños y
marginados. Jesús no propuso una ingenua ideología de bondad universal, sino un mensaje de
fraternidad comprometida en un mundo como el de Roma. En este contexto el proyecto educativo
de Jesús no se ejecuta en forma de guerra con armas militares, sino de resistencia personal y de
educación en libertad.
Educación mesiánica

2
La gente sabe que Jesús no es un maestro de la ley. No ha estudiado con ningún maestro famoso.
No procede de ningún grupo dedicado a interpretar las Escrituras. Jesús se mueve en medio del
pueblo. Habla en las plazas y descampados, junto a los caminos y a orillas del lago. Tiene su propio
lenguaje y mensaje. Para comunicar su experiencia del reino de Dios, narra parábolas que abren a
sus oyentes a un mundo nuevo. Para provocar a la gente a entrar en la dinámica de ese reino,
pronuncia sentencias breves en las que resume y condensa su pensamiento. De su boca salen
sentencias directas y precisas que apremian a todos a vivir la vida de otra manera.3
En tiempos de Jesús, la Torá y el Templo eran los dos pilares del judaísmo. Sin embargo, seducido
totalmente por el reino de Dios, Jesús no se concentra en la Torá. No la estudia ni obliga a sus
discípulos a estudiarla. Jesús no se dedica a interpretar la ley. Jesús nunca emplea la terminología
tradicional entre los rabinos: “Así dice la Torá” Apenas recurre a las Escrituras sagradas, y no cita
nunca a maestros anteriores a él. No pertenece a ninguna escuela ni se ajusta a ninguna tradición.
No ofrece una doctrina sistemática sobre la Torá. Más bien va tomando posición en cada caso
partiendo de su propia experiencia de Dios. Ciertamente no promueve nunca una campaña contra
la Torá de Israel. También él encuentra en muchos aspectos de esa ley la expresión válida de la
voluntad de Dios. Está llegando el reino de Dios, y esto lo cambia todo. La ley puede regular
correctamente muchos capítulos de la vida, pero ya no es lo más decisivo para descubrir la
verdadera voluntad de ese Dios entrañable que está llegando. No basta que el pueblo se pregunte
qué es ser leal a la ley. Ahora es necesario preguntarse qué es ser leales al Dios de la compasión.
Jesús confronta a la gente no con aquellas leyes de las que hablan los escribas, sino con un Dios
compasivo. Lo importante en el reino de Dios no es contar con personas observantes de las leyes,
sino con hijos e hijas que se parezcan a Dios y traten de ser buenos como lo es él. El criterio que
Jesús tiene en cuenta es ver si una ley concreta hace bien a la gente y ayuda a que la compasión de
Dios vaya entrando en el mundo.4
Jesús no vino a este mundo sabiéndolo todo y teniendo fijado de antemano su proyecto, sino que
fue aprendiendo y trazándolo a través de un camino ejemplar. El aprendió en la escuela de su
familia y en la tradición popular judía. Jesús proviene del mundo de los artesanos (no de los
propietarios agrícolas) en un tiempo de crisis laboral.
Jesús fue capaz de trabajar al servicio de los demás, en un duro mercado de oferta y demanda,
conociendo por experiencia la complejidad y miseria de la vida social, desde la perspectiva de la
precariedad y pobreza de los campesinos expulsados de su tierra. En esa escuela aprendió cosas
que no están en la Escritura de los rabinos profesionales, ni en el templo de los sacerdotes.
En sentido social y económico, él conoció la pobreza por experiencia propia y no de un modo
intelectual. Era un marginado, aunque no un resentido (no buscaba una violencia reactiva en contra
de los ricos) con un inmenso potencial de creatividad.
El trabajo y contacto con la gente oprimida de Galilea han sido otra escuela para Jesús, más que
los libros. Así podemos llamarle profeta y Cristo de Galilea, pues allí inició su primer proyecto
personal, y desde allí debe entender su estrategia, que consiste en crear y expandir los signos del
Reino de Dios (anticiparlo y presentarlo), curando, enseñando, liberando a los artesanos y pobres

3
Jesús Antonio Pagola, Jesús aproximación histórica. PPC, Madrid 2013, 211.
4
Jesús Antonio Pagola, Jesús aproximación histórica. PPC, Madrid 2013, 208. 218

3
de su tierra, a través de un cambio personal y social, algo que nunca, nadie había promovido de
esa forma, en tiempos anteriores: desde los pobres y excluidos de las aldeas y campos. No era de
Jerusalén, hombre de templo y leyes, sino israelita de pueblo, nazareo mesiánico, que unía las
tradiciones de David con las experiencias de los marginados de Galilea. Este punto de partida
galileo determinó su trayectoria. Su proyecto le ligó al sufrimiento de los campesinos y aldeanos,
que él había conocido y sufrido en carne propia como artesano.
Descubrió que el Reino había comenzado ya, y estaba actuando (irrumpiendo) en la vida de los
seres humanos, no en el templo de Jerusalén (santidad sagrada), ni como enseñanza de expertos
(doctrina), ni por una lucha política o toma de poder (como querían los partidarios de la guerra
santa) sino a través de aquellos que aceptaban su presencia y se dejaban transformar por ella,
transformándose ellos mismos y enriqueciendo a otros desde Galilea.
Jesús Maestro, una escuela del Reino
Jesús ha fundado una escuela del Reino, centrada en la venida de Dios y la llamada al amor a los
seres humanos.
En tiempos de Jesús eran conocidos y apreciados diversos libros que recogen proverbios y
sentencias sapienciales: el libro de los Proverbios, terminado de redactar hacia el 480 a. C; el libro
del Qohélet. En estos libros se enseña a vivir de manera sensata y razonable. Jesús nunca habla de
estos programas de vida, sino de la respuesta radical al reino de Dios. Cuando Jesús proclama el
reino de Dios, lo hace buscando despertar una respuesta. Dios está ya actuando. Israel no puede
seguir viviendo esta nueva situación como si nada estuviera ocurriendo. Hay que entrar en el
proyecto de Dios. 5
Cuando Jesús proclama el reino de Dios, lo hace buscando despertar una respuesta. Dios está ya
actuando. Israel no puede seguir viviendo esta nueva situación como si nada estuviera ocurriendo.
Hay que entrar en el proyecto de Dios. Jesús está sembrando. Es el momento de responder. ¿En
qué tipo de respuesta está pensando? Contra lo que se podía esperar, nunca invita a la gente a hacer
penitencia practicando ritos y gestos ascéticos tan queridos a los profetas. Su llamada va más allá
de esa penitencia convencional. Tampoco llama sencillamente a volver de nuevo a la ley. Todos
han de cambiar para “entrar” en el reino de Dios, no en actitud penitencial, sino movidos por la
alegría y la sorpresa del amor increíble de Dios.
Jesús no hace una llamada a la penitencia nacional de todo Israel, al estilo del Bautista, pero
tampoco está pensando en un grupo selecto. A todos les ha de llegar la Buena Noticia. Todos están
invitados a creer. No encontrarán en el reino de Dios un nuevo código de leyes para regular su
vida, sino un impulso y un horizonte nuevo para vivir transformando el mundo según la verdadera
voluntad de Dios.
En el reino de Dios solo se puede entrar con un “corazón nuevo”, dispuestos a obedecer a Dios
desde lo más hondo. Dios busca “reinar” en el centro más íntimo de las personas, en ese núcleo
interior donde se decide su manera de sentir, de pensar y de comportarse. En la mentalidad semita,
el “corazón” no es la sede del amor y la Vida afectiva. Es más bien el nivel más profundo de la
persona, la fuente de la percepción, el pensamiento, las emociones y el comportamiento En el
corazón de la persona “se decide” su Vida entera. Jesús quiere tocar el corazón de las personas. El

5
Jesús Antonio Pagola, Jesús aproximación histórica. PPC, Madrid 2013, 212.

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reino de Dios ha de cambiar a todos desde su raíz. Jesús lo ve así: nunca nacerá un mundo más
humano si no cambia el corazón de las personas; en ninguna parte se construirá la vida tal como
Dios la quiere si las personas no cambian desde dentro. 6
Como profeta, Jesús ha buscado y preparado un mundo nuevo, en el que puedan vivir los
expulsados de la sociedad. No esperó una intervención futura y espectacular de Dios. No concibió
a Dios como señor que ha de venir al fin, cuando las cosas de este mundo acaben, sino que lo
descubrió y anunció como Padre y así proclamó su Palabra, concretada en unos signos (curaciones,
comida compartida, amor fraterno), introduciendo el futuro de la salvación en el tiempo actual
entre los necesitados y enfermos del pueblo.
No fundó una escuela de especialistas, como algunos rabinos de su tiempo, sino que quiso educar
a todas las personas, en la calle o en sus propias casas, y entendió la conversión como cambio de
mente (pensamiento distinto). Podemos cambiar, nosotros y todos, de forma que este mundo
cambie de raíz, porque hay Dios, es decir, salvación. Supo que Dios habla y que nosotros podemos
escucharle y transformarnos, transformando así este mundo de opresión en que vivimos.
No enseñó cosas que pueden aprenderse de memoria o por razonamiento, sino que fue sembrando
humanidad, un conocimiento creador, que se hace vida en aquellos que escuchan y acogen la
Palabra. No se trata pues que los hombres y mujeres aprendan cosas, sino que descubran su vedad
(se iluminen por dentro) y sean ellos mismos, desde la Palabra que van escuchando y acogiendo
en su propia vida, en gesto de amor hacia los otros.
El Reino de Dios ha venido y ya está presente. Por eso invita a sus oyentes a que crean, es decir, a
que acepten la buena noticia (Evangelio), dejándose cambiar por ella, pues triunfa la gracia de
Dios, no el pecado. Dios actúa y triunfa (es Rey) a través de aquello que parece más débil, menos
importante. Esta es su prueba: los ciegos ven, los cojos andan, los pobres son evangelizados. El
Reino está llegando, como amor creador, desde los pobres. No viene a través de una victoria militar
o de un dominio económico, sino a través de una llamada, como don de Dios, abierto de un modo
gratuito a los seres humanos.
Esta es quizá la nota distintiva de la escuela de Jesús: todo es don de Dios y, sin embargo, los
hombres y mujeres han de realizarlo todo, sin esperar de un modo pasivo, siendo ellos mismos
profetas mesiánicos, en comunicación de amor. Por eso, la escuela del Reino es una escuela
creativa, para suscitar de esta manera un mundo nuevo, algo que no existe todavía. Este Reino de
Jesús va en contra de un tipo de sociedad que oprime, explota y expulsa a los más pobres, en
nombre del mismo sistema.
La tarea de Jesús no fue enseñar a producir, creando un tipo de escuela agrícola o un taller de
capacitación artesanal (eso lo sabían ya las gentes de su tiempo), sino a vivir en gratuidad, para
compartir los bienes producidos como señal de Dios, en experiencia de amor generoso que
transforma la vida de aquellos que quieren transformarse. En esta línea, crea una escuela itinerante
de gratuidad, para abrir caminos de pan y amistad.
Jesús no quiso la pobreza sino la comunión, una riqueza que solo puede darse allí donde los
hombres y mujeres superan un deseo de posesión particular que les opone a los demás e inician un
camino de comunicación gratuita y creadora, desde los más pobres, al servicio de todos, sabiendo

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Jesús Antonio Pagola, Jesús aproximación histórica. PPC, Madrid 2013, 213.

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que el Reino se instaura a partir de los pobres, no de los sabios o ricos, los fuertes soldados o los
observantes religiosos.
Este fue el principio de su escuela: Dios se manifiesta como fuente de vida y comunión, a través
de los pobres, que son el auténtico mesías, no para cerrarse en ellos, sino para sanar a los ricos, a
fin de que todos puedan compartir la vida. No se trata, pues, de tomar el poder, pues Dios no es
poder, sino de expandir amor desde los más pobres.
Jesús no puso ni uso los medios que otros consideraban necesarios. No proclamó la guerra de
independencia de Israel, ni quiso convertir por ley a los pecadores, para que cumplieran lar normas
de pureza nacional, sino que abrió un camino para todos, desde los pobres, campesinos y
marginados de Galilea, iniciando un camino de vida universal. Situó su proyecto en una línea de
mutación creadora, de tipo humano, desde los más pobres, en apertura a todos. Quiso que todos se
transformaran por dentro.
Jesús no ha enseñado a sus discípulos una nueva teoría. No les ha ofrecido demostraciones nuevas
sobre el ser de Dios. No ha impartido una nueva teoría, ni ha fijado ningún cuerpo de leyes para
dirigir la sociedad, sino que ha hecho algo mucho más profundo: ha ofrecido a los seres humanos
su amor hecho palabra (esto es, el amor de Dios), como principio de existencia y de transformación
humana.
Jesús no fue maestro de libro, sino por experiencia. Ciertamente aceptó el libro, pero no lo comentó
paso a paso, ni escribió otro distinto, ni codificó por escrito una doctrinas, sino que elevó su voz
desde la vida, el sufrimiento y la esperanza de los hombres y mujeres de su tierra, que eran a su
juicio el verdadero libro. Ellos, en espacial los pobres, le mostraron a Dios y pusieron en marcha
su Evangelio. Para Jesús, el conocimiento de Dios se expresa en la experiencia de nuestra
transformación personal y social.
Por eso, la enseñanza de Jesús se identifica con su propia vida, con amor activo y con sus
sanaciones. Enseñar es ofrecer (dar) vida y por tanto curar, en el sentido del uso de la palabra, no
de contenidos ya fijados en textos, sino de apertura personal Él se ha comportado, así como
maestro, como padre/madre/amigo, un despertador de la conciencia de los hombres y mujeres, a
quienes capacita para aceptarse a sí mismos en amor y para amar activamente a los demás. De esta
manera aparece como un Maestro que se vuelve en sí mismo Enseñanza, no para imponer una
visión del mundo, sino para abrir un camino de diálogo de libertad personal para todos, a partir de
la problemática social y personal de los pobres, que son a su juicio el lugar de la manifestación de
Dios.
Interpretado así, el proyecto educativo de Jesús implica un cambio radical en la conciencia y en la
vida de las personas. El Dios Padre de Jesús actúa, educa y transforma desde los pobres y
expulsados. Dios no es objeto de enseñanzas o de demostración teórica, sino que habla en el
interior, y se le escucha en la misma experiencia de maduración humana.
En esta línea, siendo oferta de gratuidad y transparencia, el Evangelio aparece también como
exigencia de transformación (conversión) de los poderosos, en el aspecto social y religioso.
Bienaventurados los pobres de espíritu, son todos aquellos que asumen un camino de pobreza para
ayudar a los otros. Por eso Jesús, para educar a todos los seres humanos en esa línea de pensamiento
y acción conforme al Reino de Dios, ha debido desenmascarar los ídolos socio religiosos de su

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entorno. De modo especial el ídolo del dinero y del capital. Lo contrario a Dios no es el ateísmo,
ni una crítica contra su existencia, sino el capital de aquellos que oprimen a los pobres.
Jesús no ha instituido una teoría sobre el prójimo, sino una acción concreta al servicio de los
necesitados. Por eso no ha creado una escuela jurídica exegética de traductores y hermeneutas de
la Biblia, ni una academia de estudios económico-políticos, sino un movimiento de pensamiento
y de vida al servicio de la nueva humanidad. Siguiendo esta línea, la educación cristiana ha de
ofrecer una enseñanza activa de transformación que se expresa a modo de un compromiso práctico
de comunión (de solidaridad histórica), a favor de los expulsados del sistema.
Jesús no ha fundado una escuela de templo, para organizar los ritos de los sacerdotes y realizar
mejor los sacrificios. Tampoco ha creado una academia rabínica, para interpretar mejor la ley y las
tradiciones, en la línea de los especialistas rabínicos, sino que ha sido más bien un sabio mesiánico,
contador de parábolas, no para saber más, sino para ser y hacer, es decir, para madurar como seres
humanos y ayudarse unos a otro.
Esta sabiduría de Jesús constituye la raíz de toda educación, que no sirve para organizar el mundo
de manera triunfal, y así ascender en la escala social, sino para admirar la realidad en su Verdad
(por gracia de Dios), para llevar a sus oyentes al más hondo manantial de su saber, para mirar las
cosas y personas desde la ribera de la gratuidad, con los ojos salvadores de Dios. Jesús es un sabio
que habla al interior de la vida de las personas, poniéndose siempre al lado de los pobres. Por eso,
Jesús quiso cambiar a las personas, ofreciéndoles su nuevo pensamiento, a través de las parábolas.
Jesús no ha sido célibe para quedar más libre en general, ni por rechazo de una familia propia, sino
para cultivar y expandir de un modo intenso (universal) el Reino de Dios. Su mismo cuidado por
el Reino le ha hecho célibe. Su decisión no nace de un rechazo social, ni de una condena del
matrimonio, sino que es un medio y camino para servir a los excluidos sociales y carentes de
familia.
Jesús no ha sido célibe por rechazo al matrimonio, sino para que hombres y mujeres puedan
vincularse de un modo liberado y universal, al servicio del Reino. De este modo, Jesús se vincula
a todos, para formar un nuevo tipo de familia, partiendo de los pobres y excluidos, en los márgenes
de la sociedad, para iniciar allí, sin tierra ni herencia particular, un proyecto universal de
comunicación o Reino.
El mundo no era lo que debía ser, los seres humanos no actuaban como debían hacerlo, pues había
una gran distancia entre la realidad y del deseo de Dios. Jesús protestó con su propia vida contra
todo tipo de vida dominante de la sociedad de su entorno, iniciando así su escuela del Reino. No
quiso ganar una guerra (judíos contra romanos), ni invertir una economía (pobres contra ricos),
sino recrear a los seres humanos concretos, desde el reverso de la sociedad establecida, no en un
sentido intimista, sino de transformación activa.
De esta forma se vinculan los estudiantes (familiares) de la escuela itinerante de Jesús (pobres,
pecadores, prostitutas, leprosos) unidos a los carismáticos a quienes él educa para que dirijan su
tarea mesiánica. Jesús lo tomó como germen del pueblo de Dios, hombres y mujeres en quienes se
revela y está llegando el Reino de Dios.
Los primeros de la escuela de Jesús no son los grandes y sabios de las ciudades ricas, que creen
saberlo todo; no son los seguros fariseos y escribas de Jerusalén, ni los sacerdotes, sino los niños

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y excluidos de todo otro tipo de escuelas, enfermos y leprosos, empobrecidos por la injusticia civil
y religiosa.
Esta es una escuela mixta, hombres y mujeres, niños y pobres, con aquellos que asumen el camino
de pobreza para acompañarlos. Los primeros son los pobres sin nada más, los que tienen nada, y
que así pueden hacerse maestros. Los pobres los evangelizan. Pero con ellos están otros que,
pudiendo tener su propia riqueza, renuncian a ella (la comparten con otros) para así ponerse al
servicio del Reino.
Jesús no quiso formar grupos de dominio, desde arriba, sino un movimiento de creatividad social
(comunicación) donde cupieran todos. Por eso empezó ofreciendo salud a los enfermos e identidad
a los posesos y empobrecidos (víctimas del poder establecido). No fue pauperista, no rechazó a los
acomodados, dueños de casas y campos, en quienes se expresaba el ideal más antiguo de la
agricultura israelita (cada familia, un campo; en armonía con otras familias también propietarias),
sino que los puso al servicio de los pobres.
Todos intervienen en su escuela, pero los que más aportan son los pobres (no los ricos y sabios),
como lo muestra su mandato misionero, cuando envía a sus discípulos pobres (itinerantes, sin
nada), anunciando el Reino y curando precisamente a los que pueden acogerlos, porque tienen
comida y casa.
Esta es la tarea escolar de los itinerantes pobres, sin casa ni hacienda, que enseñan (anuncian el
Reino y curan) a los sedentarios más acomodados, que los reciben en sus casas. Solo unos pobres
mendicantes, que confían en el Reino, pueden liberar y curar (educar) a los sedentarios con casa y
trabajo en Galilea, superando así una dinámica escolar de jerarquía (los superiores sostienen y
curan a los inferiores) y confrontación (lucha de pobres contra ricos). No se establece una relación
de patronazgo y limosna de algunos, sino de comunicación integral y sanadora. Son los pobres,
que no tienen nada, pero creen, que pueden educar a los ricos, que corren el riesgo de cerrarse a sí
mismos. Por su parte, esos ricos pueden ayudar a los más pobres, formando familia con ellos.
Esta es la nueva estrategia del Reino: curar y compartir desde abajo, haciendo que las mismas
estructuras sociales sean de Reino. Desde la perspectiva normal del sistema, se supone que la
educación y curación se hace a base de dinero, desde aquellos que dominan por arriba a los más
débiles y pobres. Pues bien, por el contrario, el Evangelio indica que son precisamente los más
pobres los que pueden curar a los ricos. Jesús no ha querido que unos (pobres) tomen las tierras de
otros (ricos), volviéndose así propietarios, sino crear una humanidad fraterna, y que ofrecieran
salud y curación a los más ricos.
Jesús no buscó la generosidad patronal o patriarcal de unos, ni la dependencia material de otros.
Sino la conversión de todos. Así vino a ser promotor de una escuela especial del Reino, desde los
itinerantes/pobres, pero vinculados con los sedentarios/ricos, sin que un grupo dominara sobre el
otro, aunque los pobres sean maestros de los ricos. Jesús inicia así un movimiento de comunicación
social, de solidaridad real en Galilea.
No instaura solo una escuela interclasista, en la que cada uno siga siendo aquello que era, sino de
establecer unos caminos de conversión para todos.
Las parábolas en la escuela de Jesús

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El mensaje de Reino universal desde los pobres con su visión de Dios resuena de un modo especial
en las parábolas. Las parábolas dicen cosas normales, son literatura para conversar de forma que
todos puedan entenderlas. Pero, al mismo tiempo, ellas muestran las cosas desde el otro lado de la
vida; son metáforas que deben ser recreadas por los mismos oyentes. Jesús las pronuncia para que
la gente piense, para que piensen por sí mismos y descubran el sentido de las cosas. Jesús enseña
a ver las cosas de otra manera.
Con las parábolas Jesús rompe el nivel del pensamiento ordinario. Habla con ellas para interpelar,
haciendo que las personas se vuelvan creadores, sorprendidos, iluminados, incitados a
comprometerse. Desde este fondo ha de entender la experiencia de la escuela de Jesús como la
portadora de una sabiduría que no sirve para triunfar, sino para acompañar en el camino del Reino
a los pobres
Pagola se pregunta: ¿Para qué cuenta Jesús sus parábolas? Y sobre ello afirma: aunque es un
maestro en componer bellos relatos, no lo hace para recrear los oídos y el corazón de aquellos
campesinos. Tampoco pretende ilustrar su doctrina para que estas gentes sencillas puedan captar
elevadas enseñanzas que, de lo contrario, nunca lograrían comprender. En realidad, sus parábolas
no tienen una finalidad propiamente didáctica. Lo que Jesús busca no es transmitir nuevas ideas,
sino poner a las gentes en sintonía con experiencias que estos campesinos o pescadores conocen
en su propia vida y que les pueden ayudar a abrirse al reino de Dios. Jesús mismo explica lo que
quiere: “¿Con qué compararemos el reino de Dios o a qué parábola recurriremos?” (Marcos 4,30).
Las parábolas comienzan a veces con una introducción muy significativa: “Con el reino de Dios
sucede como con un grano de mostaza, que...” (Mateo 13,33).
Con sus parábolas, trata de acercar el reino de Dios a cada aldea, cada familia, cada persona. Por
medio de estos relatos cautivadores va removiendo obstáculos y eliminando resistencias para que
estas gentes se abran a la experiencia de un Dios que está llegando a sus vidas. Cada parábola es
una invitación apremiante a pasar de un mundo viejo, convencional y sin apenas horizonte a un
“país nuevo”, lleno de vida, que Jesús está ya experimentando y que él llama “reino de Dios”.
Estos campesinos y pescadores escuchan sus relatos como una llamada a entender y experimentar
la vida de una manera completamente diferente. La de Jesús. Sus parábolas conmueven y hacen
pensar; tocan su corazón y les invitan a abrirse a Dios; sacuden su vida convencional y crean un
nuevo horizonte para acogerlo y vivirlo de manera diferente. 7
Para profundizar en las parábolas como medio educativo para la noviolencia podemos a acudir a
los estudios de Crossan.8 Este teólogo define la parábola como “una historia metafórica”, pero las
parábolas de Jesús representan sólo un tipo específico de parábola.
Marcos, el evangelio más antiguo, presenta las parábolas como enigmas: pruebas que determinan
si una persona “capta” la visión de Jesús del reino de Dios. Según Marcos 4:10-12, Jesús en
realidad utiliza parábolas para distinguir entre los que están adentro, a los que se le ha entregado

7
Jesús Antonio Pagola, Jesús aproximación histórica. PPC, Madrid 2013, 100.
8
https://blogdeestudiosbiblicos.wordpress.com/2014/07/22/resena-de-el-poder-de-la-parabola-de-john-dominic-
crossan-parte-2/. Para profundizar John Dominic Crossan. El poder de la Parábola. Como la ficción de Jesús se hizo
ficción sobre Jesús. PPC, Madrid 2012.

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el misterio del reino, de los que están afuera. Y en Marcos 12:1-12 Jesús usa parábolas como un
arma contra sus oponentes.
Las parábolas de Jesús no eran ni enigmas ni historias ejemplificadoras. En cambio, Jesús hablaba
en “parábolas-desafío”: parábolas que desafiaban a sus oyentes a dar un paso atrás y reflexionar
sobre el mundo y sobre Dios en maneras nuevas y contra intuitivas. Invitaban a sus oyentes a
reflexionar sobre “lo que se da por descontado en nuestro mundo”. Una parábola-desafío toma las
expectativas normales y les da vuelta.
Un buen ejemplo de una parábola-desafío es la famosa parábola del Buen Samaritano (Lucas
10:25-37) ha proporcionado durante mucho tiempo el caso típico de Crossan. La escena presenta
un diálogo entre Jesús y un “abogado” – un experto en la ley de Israel – y termina con Jesús
diciendo: “Vete y haz tú lo mismo”. En otras palabras, Lucas utiliza la parábola para enseñar a la
gente que no hay ningún límite para el mandamiento de amar al prójimo. Siendo una historia dentro
de una historia, la propia parábola ocupa sólo unos pocos versículos dentro de la escena más
grande. Un hombre, probablemente judío, se encuentra medio muerto al costado del camino. Y
cuando pasan dos judíos supuestamente respetables, evitan a la víctima y lo dejan a su suerte. Sin
embargo, casi todas las parábolas de Jesús vienen con un “gancho” o sorpresa. El “gancho” de esta
parábola no está en el hecho de que un tercer transeúnte se detiene para ayudar, sino en la identidad
de ese hombre. Ese hombre es un samaritano, considerado alguien inferior si es que no un enemigo
por la mayoría de los judíos (el Evangelio de Juan recuerda a los lectores que los judíos no se
trataban con los samaritanos).

No es de extrañar, afirma Crossan, que un hombre se detenga y ayude. Lo sorprendente es qué


clase de hombre lo hace. Y esa es la esencia de una parábola-desafío. ¿En qué clase de mundo
vivimos cuando los “buenos” judíos no muestran compasión, sino que un “malvado” samaritano
ofrece misericordia?
Para comprender la fuerza pedagógica de la parábola, no debemos pensar en Jesús contando las
parábolas como aparece en el Nuevo Testamento, donde toma máximo cinco minutos contar la
parábola del Buen Samaritano. Y si alguien tose y no escucha la palabra “samaritano”, se arruina
todo. Denle una hora a Jesús, con una audiencia oral, que no eran educados como ustedes para no
interrumpir. En una audiencia oral te replican, y la gente habla unos con otros. Así que por lo
menos una hora. Muy interactivo, y muy perturbador. Esa es la función de una parábola: incitarte
a pensar, provocarte pensar.9
Imaginen que Simeón llega a su casa y le dice a su esposa Rebeca:

– “Esta mañana estuve escuchando a un hombre muy sabio. Hablaba sobre sembrar, y dijo que
nos fijemos en las aves, el camino, los espinos y las rocas. Aprendí mucho esta mañana”.
– “¡Simeón hijo de…! Ya sabíamos eso. Otra vez perdiste la mañana”, dice Rebeca.

9
Las parábolas no pueden ser traducidas a un lenguaje conceptual sin perder su fuerza transformadora original Al
interpretar una parábola, el objetivo no ha de ser “explicarla” con un con un lenguaje más claro que el de Jesús, sino
suscitar de nuevo algo de lo que se pudo experimentar en su entorno cuando las pronunció por primera vez. Esto no
excluye que posteriormente se pueda ahondar en las diferentes resonancias que la parábola pueda generar (Cf Jesús
Antonio Pagola, Jesús aproximación histórica. PPC, Madrid 2013, 101).

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– “Eso dijo él”.

– “¡Es una parábola! No estaba hablando de sembrar”.

– “¿Entonces de qué estaba hablando?”

– “No sé, pero no estaba hablando de sembrar”.

– “Y por qué no dijo lo que quería decir?”

– “Porque quería que hicieras lo que nunca haces, Simeón: ¡pensar!”

El atractivo, la provocación y lo molesto de una parábola es para que te vayas a tu casa


pensando: “No sé qué significa, pero no me gusta. No entiendo la parábola del Samaritano, pero
creo que no me gusta. Y si averiguo qué significa, entonces ahí sí que no me va a gustar”.

La función de una parábola es participar, es hacer a la audiencia debatir. Si al terminar la gente le


decía a Jesús: “Qué linda parábola, rabí”, entonces era un fracaso. No la uses de nuevo, Jesús, la
echaste a perder. Pero si empezaban a debatir entre ellos:

– “Yo no creo que un samaritano ayude a un judío”.

– “Yo conozco a un samaritano buena persona”.

– “¿Pero por qué siempre atacas a los sacerdotes y los levitas? Yo conozco a un levita buena
gente”.

– “Y dos denarios no es suficiente para pagar una posada”.

Eso es justo lo que quieres que haga la audiencia, porque la estás incitando, provocando y
molestando para que participen.

Las parábolas son pedagogía participativa. Si el mensaje es sobre colaborar y participar, así debe
ser tu medio de difundirlo. Tiene que incitar a la gente a pensar sin hacer lo que estoy haciendo, o
sea, dar un discurso. Es contar una historia calculada para capturar su atención. Dios no lo va a
hacer solo, nosotros no podemos hacerlo solos. Y, por lo tanto, la función de las parábolas es
incitarte, seducirte, provocarte para que pienses. Es un medio colaborativo pensado para motivarte.
Uno de los problemas de escribir un libro sobre las parábolas es que todos queremos dar su
significado. Y lo que ellas quieren es provocar. Así que no se puede saber lo que significan, pero
sí lo qué provocan en la audiencia. Son muy interactivas, así que lo importante es lo que le pasa a
la audiencia. Por eso no nos gusta escribir sobre las parábolas, lo que queremos es decir “significa
esto”.

Maestro asesinado: una escuela de pascua

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A Jesús no lo mataron por ser guerrillero, ni por otras razones de tipo político y social, sino porque
era maestro y su enseñanza opuesta al orden oficial del judaísmo del templo, y al orden del imperio
romano. Entendida así, su muerte pertenece a su misma doctrina; es elemento esencial de su
escuela. Jesús no ha expuesto una doctrina sobre el sentido de la muerte, sino que recorrido un
camino de enseñanza que le ha llevado a tener que dar la vida en favor de los demás. Jesús tenía
una enseñanza y la ha seguido, muriendo por ella; no por el destino, como los trágicos griegos, son
por la entrega voluntaria de su vida.
Jesús ha defendido con su vida y enseñanza una experiencia particular de Dios, al que concibe
como perdón y gracia que sostiene a los pequeños excluidos, y ha condenado (de un modo
consecuente) a los que, de un modo u otro, oprimen a los pobres. Por eso actúa de un modo especial
por los pobres, enfermos y pecadores a los que Jesús ofrece salvación, mientras eleva su amenaza
contra aquellos que les oprimen/condenan.
Lógicamente, los sacerdotes y otros grupos de poder se han opuesto a la enseñanza de Jesús, pues
el Dios a quien apelan aparece como garante del orden nacional del templo (que ha pactado a fondo
con el imperio de Roma). Según ellos, todo lo que vaya en contra de ese templo, con su estructura
de poder, se opone a Dios y ha de ser rechazado. Lógicamente, esos judíos poderosos pensaron
que, al romper o debilitar los lazos de la vida nacional israelita (por insistir en los pobres), Jesús
era un hombre teológicamente peligroso, contrario a Dios. Lógicamente, para defender a ese Dios,
sacerdotes y oligarcas (ancianos) de Jerusalén han pensado que lo mejor era deshacerse de Jesús.
Nada de lo que sucedió en su pasión era “necesario” en sentido externo, nada estaba previamente
escrito como imposición. Judíos y romanos, Judas y Pedro, autoridades y discípulos conservaron
su iniciativa y libertad de negarle y condenarle.
El Evangelio establece una disonancia entre Jesús y sus seguidores, una incomprensión creciente,
como lo muestra el hecho de que tuvo que recorrer los últimos momentos de su camino a solas.
Tenía una enseñanza, pero su acogida y cumplimiento, dependía de la respuesta de los responsables
de Jerusalén y de sus seguidores.
Jesús no subió a Jerusalén para morir en sentido sacrificial. No buscó su destrucción, como víctima,
sino la llegada del Reino de Dios, partiendo de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados del
sistema israelita y romano) a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea. No pacto con los
sacerdotes. No negoció con Roma. Su misma opción a favor de los expulsados le llevó a entender
el camino opresor de la escuela del templo, vinculada al sometimiento y expulsión de los pobres.
Jesús no ha muerto para aplacar a un Dios airado sino por ser fiel a su proyecto, es decir, a su
escuela del Reino, ratificando de esta forma su enseñanza. No murió víctima de un Dios sediento
de sangre, sino de la injusticia de los poderosos, que se oponían a su magisterio de gratuidad y
comunión. Su muerte no fue un error político, ni una causalidad histórica, sino consecuencia de la
lucha de aquellos que se oponían a la libertad y educación liberadora de su proyecto del Reino.
En este sentido, murió “con” otros muchos educadores y maestros de humanidad también
asesinados. No había subido a Jerusalén para morir, sino para anunciar el fin del viejo templo
nacional, ofreciendo a todos un mensaje y escuela de nueva humanidad. No se escondió, sino que
él mismo provocó de algún modo su muerte por enseñar como enseñaba. En esa línea, siendo
preparación para la vida, su enseñanza fue preparación para su muerte. No quería morir sino vivir,
pero al aceptar la muerte mostró el sentido que tenía su vida. Su forma de educar, elevando a los

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excluidos (pobres, impuros, pecadores), ponía en riesgo el duro equilibrio político de Roma, no
sólo en Israel, sino en todo el resto del imperio.
Su enseñanza fue esencialmente social. Para los romanos, Dios era el garante de su paz armada.
Jesús, en cambio, le tomaba como fuente de vida y amor gratuito (mesa y casa compartida) para
todos los hombres y mujeres, empezando por los expulsados del imperio, y de esa manera su
escuela suponía una amenaza para el equilibrio frágil de violencia sagrada del imperio romano.
Jesús no ha anunciado su inmortalidad, sino la venida del Reino de Dios, y por eso ha muerto
protestando, preguntando, esperando. Jesús ha muerto por ser fiel a su mensaje, proclamando así
que llega el Reino de Dios, y que su entrega hasta la muerte, siendo por una lado escandalosa, era,
por otra, confirmación de su mensaje. Ha muerto al servicio de la educación liberadora. De esta
forma invierte un lenguaje común; no son los seres humanos quienes deben servir a Dios, sino que
es Dios quien sirve y libera a los seres humanos, ofreciéndoles su enseñanza de vida.
La resurrección: escuela de pascua.
Con la crucifixión pareció que su escuela se había destruido: mataron al maestro se dispersaron
los discípulos. Pero no sucedió sí: Jesús resucitó.
La escuela de otros maestros se ha mantenido viva después de su muerte. Pero con Jesús y su
escuela sucede algo diferente y novedoso. Jesús vive de un modo más alto, no por su alma inmortal,
son porque el mismo Dios le ha resucitado. Jesús esta vivo no sólo en su enseñanza, como se puede
afirmar de otros maestros, sino que ha resucitado en persona, de manera que no queda solo una
doctrina, sino que el mismo actúa y se hace presente. Se puede hablar de una “mutación pascual”,
una nueva forma de ver y sentir al maestro a quien habían crucificado y que, sin embargo,
precisamente por eso, se halla vivo, de un modo más hondo, animando su mensaje, continuando
su obra. El fondo y el sentido de esa experiencia pascual es Jesús en persona, que ratifica su
mensaje y su compromiso de amor a los necesitados, desde Galilea y Jerusalén, para extenderse
en el mundo entero como presencia y escuela del Reino.
De esta forma se amplía y se transforma la enseñanza de la escuela de Jesús, de manera que de
ahora en adelante tendrá dos centros distintos, pero inseparables.
Primero, lo que Jesús había dicho sobre Dios y sobre el Reino, de manera que podemos hablar
ahora de una continuación pascual de su enseñanza/escuela en Galilea, en medio de su propia
gente, retomando su marcha y haciendo lo que él mismo hacía.
Segundo, el mismo Jesús resucitado, presente entre los suyos como el Cristo, Señor del universo.
Estos dos centros se vinculan y enriquecen entre sí: sigue siendo esencial aquello que Jesús había
dicho en Galilea; pero ahora vemos que, al mismo tiempo, es importante él mismo, Jesús
resucitado, presencia humana de Dios en persona. No se trata, pues, de una simple permanencia
de la escuela anterior, sino de una recreación de esa escuela, centrada y definida ahora por la
experiencia y confesión del mismo Jesús resucitado, que aparece viviendo y alentado en sus
discípulos, precisamente por su muerte.
La resurrección de Jesús no es simplemente una simple experiencia de sus discípulos, ni tampoco
una mera anticipación del futuro escatológico. La experiencia de la pascua de Jesús contiene un
novedad más profunda, un salto cualitativo en la vida de sus seguidores y de todos los hombres y
mujeres.

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Ser discípulo de Jesús significa descubrir que él se encuentra vivo, como presencia de Dios y
persona concreta, que existe de un modo distinto, nunca conocido, y que de esta forma actúa en
nuestra vida, no sólo por lo que decía y hacía cuando caminaba por el mundo, sino por lo que dice
y hace ahora, a través de aquellos que le aceptan y le reciben como su Maestro.
La Iglesia esta llamada a ser la escuela de Jesús, escuela del resucitado, escuela animada y guiada
por el Espíritu Santo. El Maestro Jesús no es alguien que simplemente enseña, sino alguien que
está con sus discípulos, los hombres y mujeres, llenando con presencia la escuela que él ha
fundado.
La Iglesia: una escuela en camino.
La Iglesia nació como escuela mesiánica de humanidad para todas las naciones, un fermento de
vida, de forma que todos puedan ser beneficiados y seguidores del camino de Jesús, a diferencia
del judaísmo rabínico que optó por permanecer como escuela particular (nacional) formando un
grupo separado.
Se extendió desde los primeros siglos como escuela de comunión, un hogar donde los creyentes
aprendían a vivir de un modo mesiánico (a renacer), dando y compartiendo mutuamente lo que
tenían, eran hombres y mujeres, judíos y gentiles, esclavos y libres.
En ese contexto, los cristianos aprendieron y enseñaron a compartir lo que tenían, sin guerra ni
dominio militar, partiendo del proyecto del Reino de Jesús. No eran simples ascetas, seguían
poseyendo propiedades, pero las ponían al servicio de las necesidades comunes.
También se extendió como escuela de conocimiento. Había diversas escuelas y saberes. Pero
estaban en gran parte separadas de la vida concreta y de los intereses de los habitantes. En ese
contexto, los cristianos ofrecieron a todos una educación superior de humanidad, en el sentido
radical de la palabra, un conocimiento intenso del sentido de la vida, de Dios y del ser humano,
con la historia de salvación y el valor de las realidades sociales.
Como escuela de celebración, la Iglesia fue un espacio común de alabanza y comunión festiva,
centrada de un modo especial en la eucaristía. La eucaristía es un culto compartido, una especie
de fiesta, centrada en la conmemoración de Jesús resucitado.
En esa línea se extendió el camino de Jesús hasta el siglo IV-V D.C., pero luego, al abrirse a todas
las clases sociales, sin cambiarlas realmente por dentro, y al volverse religión de Estado, la Iglesia
corrió el riesgo de olvidar el compromiso de educación en la justicia, el conocimiento compartido
y la celebración, para convertirse a veces en un tipo de superestructura sagrada, elevando
ciertamente la conciencia del conjunto de la sociedad, pero manteniendo e incluso resacralizando
las divisiones existentes. Tiende convertirse en escuela de educación sagrada para sus ministros,
con su supremacía de la jerarquía y sacramental, como una superestructura religiosa, con clérigos
que saben y enseñan y laicos que ignoran y escuchan. De esa forma tiende a establecerse un
monopolio de educación en el clero como estructura superior sobre las demás instancias. Y con
ello tiende también a ser exclusivista.
En la actualidad es importante y urgente para la Iglesia volver a la escuela de Jesús. Las nuevas
condiciones exigen un nuevo seguimiento. La Iglesia hoy ha de arriesgarse asumiendo la tarea
itinerante de Jesús. La verdadera evangelización y educación resulta inseparable de la liberación

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humana, en el sentido personal y social, evocando sobre todo el sufrimiento de las grandes
ciudades, con grupos cada vez mayores de inmigrantes, exiliados, pobres y excluidos.
Educar y evangelizar implica abrir caminos de comunión para todos, a fin de que todos puedan
hallar espacios y estímulos de vida humana. Esta ha de ser educación para la universalidad, en un
gesto de diálogo entre los hombres y mujeres, siendo, al mismo tiempo, una educación en la
diversidad, respetando la identidad social y cultural de cada pueblo. La educación cristiana ha de
ser, por una parte, justa y, por otra, ha de aceptar las diversas culturas, poniéndose de hecho, en
realidad, al servicio de todos los hombres y mujeres, empezando por los más necesitados. Esta
educación ha de ser contracorriente. Se ha de conocer el mundo, pero superando sus valores
dominantes, poniéndose al servicio de la persona en cuanto tal (no del sistema), porque cada ser
humano es portador de salvación, cambiando las estructuras sociales humanas.
Si bien puede existir una educación básicamente cristiana, incluso confesional, no se tratará de
educar directamente para la Iglesia, más bien de educar en los valores del Evangelio; en gratuidad,
libertad y justicia.
Esto implica educar para ver y escuchar, no para transmitir conocimientos en abstracto, sino para
que los hombres y mujeres puedan abrir los ojos, viendo por sí mismos, como quiso Jesús. Se debe
enseñar a mirar y escuchar, insistiendo más en la forma de saber que en los mismos saberes
objetivos.
Los educadores han de ser especialistas capaces de ayudar y acompañar a otros, no para imponerles
un tipo de lectura de la realidad o de la historia, la propia o la ajena, sino para darles paso a nuevos
espacios y caminos de conocimiento, a fin de que ellos puedan mirar y ver, sin cerrarse, de un
modo pasivo, en lo que otros digan, sino viendo y escuchando en comunión, para verse y
escucharse al fin unos a otros, en verdad, como personas. Más que saber cosas se trata de saber
mirarlas y pensarlas.
Por eso, la educación ha de enseñarnos a ver como veía Jesús de Nazaret, descubriendo los valores
y necesidades de los hombres y mujeres, ante la llegada de la nueva humanidad. El buen maestro
educa para ver y escuchar, no sólo en un plano de teoría, sino de comunión afectiva y
comprometida al servicio de la justicia y de la misericordia.
También se educa para juzgar. Juzgar significa interpretar el mundo de modo consciente, sin
dejarnos engañar por los nuevos tipos de mentira. Se trata de mirar y desear sin que nos engañen.
Es educar para discernir y distinguir de manera positiva.
También es educar para comprender los mecanismos que llevan a la ruina del mundo y de la vida
humana. También ha comprometerse al servicio de la vida, a la liberación de los oprimidos, a la
salvación de los pobres. Comprometerse a favor de la acción liberadora de Dios, al servicio de
todos, y en especial de los más débiles.
Enseñar a pensar en libertad, al servicio de la vida: ese es el sentido de la educación cristiana,
superando los dogmatismos de un lado y otro. Más que conocimientos cerrados en sí, los
educadores cristianos han de ofrecer unos medios y caminos para pensar en libertad y diálogo, sin
dejarse dominar por el mismo sistema.
La educación esta al servicio de la acción. Se habla de una educación para actuar, es decir, para
aprender a hacerse, siendo cada uno en libertad, con y ante los otros. El verdadero educador no

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manipula, ni enseña de manera impositiva, adueñándose de la voluntad de los educandos, para
imponerles un tipo de conducta, sino que les impulsa a ser y hacerse a sí mismos, de forma que
ellos mismos escojan, actúen y sean. El maestro ha de ser un pedagogo, es decir, alguien que
orienta y dirige a otros, pero sin apoderarse de ellos ni llevarlos a la fuerza, desde fuera, por un
único camino, sino capacitándolos para que disciernan, escojan su meta y se comprometan a tender
a ella.
Entendida así, la educación no es un consultorio psicológico, sino un espacio y tiempo de
aprendizaje, donde se ofrecen estímulos para el conocimiento y la opción a favor de la vida, es
decir, de los demás. No se trata pues de aumentar el caudal de conocimientos puros, archivados en
la mente como una memoria electrónica, sino de introducirse en el conocimiento personal de la
verdad.
La verdadera educación capacita al hombre y a la mujer para la madurez personal, la convivencia
y el trabajo. Solo en esta línea podremos abrir caminos nuevos de humanidad. Ciertamente hay
que educar para la excelencia (ser mejores) y para la competencia (crear personas capaces de
insertarse en un contexto social conflictivo). Pero más que el triunfo de algunos importa la
comunión de todos, a fin de caminar juntos, compartiendo trabajos, afectos y tareas. No se trata de
educar para el poder y para obediencia. La educación cristiana ha de educar para el amor y el
servicio mutuo, para la vida compartida. Educar para la justicia y la misericordia.
No se trata de algo exclusivamente nuevo, sino de volver a la raíz del Evangelio, tal como lo
impulsó Jesús. Se trata de crear comunidades “mesiánicas” de contraste, es decir, de choque
creador, para que los hombres y mujeres de nuestro entorno descubran que otro mundo es posible,
que otra vida es vida posible. Una vida que se funda y se expresa en parámetros de gratuidad y
comunión.
De un modo consecuente, en esta línea se puede y debe hablar de una Iglesia fuera de la Iglesia,
porque ella no acoge y no educa a los hombres y mujeres para que formen parte de su institución
y se sometan a sus normas, sino para que maduren como personas, en libertad. Ella no educa para
que los fieles se le sometan, no promueve una experiencia para que los seres humanos la acepten
y sean servidores suyos, sino todo lo contario: para que puedan vivir en libertad, para que
descubran y promuevan la riqueza de los humano, es decir, de la presencia de Dios.
No se trata de volver a un espiritualismo individualista, separado de los dones del mundo, del
progreso humano y de la comunidad, sino todo lo contrario, de sembrar humanidad, a mayor gloria
de Dios (no de la Iglesia como institución), es decir, a mayor gloria de las personas. Esta es la
primera tarea, el primer servicio de la Iglesia: salir de sí misma, buscando el bien de los seres
humanos, empezando por los pobres, es decir, por los menos valorados, promoviendo un progreso
de humanidad (es decir de experiencia fraterna). Entendida así, la Iglesia es una comunidad
excéntrica: tiene su centro fuera de sí misma. Sólo en la medida en que sale de sí y busca el bien
del ser humano es portadora de la salvación de Dios.
La tarea más urgente de la Iglesia es crear espacios y estructuras de fraternidad (liberada de las
ansias de poder y de control) para ofrecer el testimonio del Dios de los pobres. La misión de la
Iglesia consiste en salir de sí misma, no para que la misma Iglesia sea más grande y santa, sino
para que se realice el camino de la salvación de Dios, que Cristo ha ofrecido a todos los pueblos.

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En este contexto es importante volver al método y estilo de la palabra de Jesús que son las
parábolas. Con las parábolas Jesús pone en cuestión el pensamiento dominante, invita a un
pensamiento superior. Es una forma de educar en la libertad. Las parábolas son expresión de una
educación abierta, pues todos están orientados no a repetir, siempre dejan que pensar, para que
cada uno interprete su propia vida. Ellas no ofrecen un pensamiento hecho, sino que nos ayudan o
nos impulsan a pensar más allá de las verdades ya hechas, abriendo a los oyentes a la novedad de
Dios. Las parábolas obligan a pensar, de manera que cada uno pueda y deba decidirse, asumiendo
la responsabilidad de pensar con autonomía y decidir en libertad.
La educación cristiana no ofrece enseñanzas cerradas, en la línea de argumentación o doctrina fija,
sino que ha de abrirse más bien en forma de enseñanza dialogada y simbólica, como experiencia
de apertura a un nivel superior de pensamiento. Debe pasar del plano del discurso argumentativo,
al plano de la gratuidad y de la sorpresa creadora.
La Iglesia debe realizar una verdadera revolución educativa en la línea de las bienaventuranzas.
Partiendo de los pobres y de aquellos que entregan su vida al servicio de otros, para bien de todos.
Es necesaria una educación distinta que no sea sólo para el bien de algunos, sino de todos, sabiendo
que los más ricos deben renunciar a sus privilegios. Si la educación cristiana no cuestiona el actual
sistema, queda reducida al servicio del poder y del dinero. Con ello pierde el la novedad del
Evangelio.

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