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Directores de la colección:
Dr. Antonio Alegre (Profesor de H? Filosofía, U.B. Decano de la Facultad de Filosofía)
Dr. José Manuel Bermudo (Profesor de Filosofía Política, U.B.)
Dirección editorial: Virgilio Ortega
DELA
PERCEPCIÓN
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no prueba que la presencia de mi cuerpo sea com parable a la objeto, e star nunca «com pletam ente constituido»,1 es que mi cuer-
perm anencia de hecho de ciertos objetos, el órgano a u n uten- po es aquello gracias a lo que existen objetos. En la m edida que
silio siem pre disponible. M uestra, al contrario, que las acciones es lo que ve y lo que toca, no es ni tangible ni visible. El cuerpo
en las que me em peño por h abitu d in corporan a sí m ism as no es, pues, un objeto exterior cualquiera, con la sola particula-
sus instrum entos y les hacen pa rtic ipa r de la es tru ctu ra original ridad de que siem pre estaría ahí. Si es perm anente, es de una
del propio cuerpo. En cuanto a éste, es la h abitu d prim ordial, perm anencia absoluta que sirve de l:ondo a la perm anencia re-
la que condiciona todas las dem ás y p o r la que se com prenden. lativa de los objetos eclipsables, los verdaderos objetos. La pre-
Su perm anencia cerca de mí, su perspectiva invariable no son sencia y ausencia de los objetos exteriores solam ente son varia-
una necesidad de hecho, ya que la necesidad de hecho las pre- ciones al interior de un cam po de presencia prim ordial, de un
supone: para que mi ventana me im ponga u n p un to de v ista so- dom inio perceptivo sobre los que mi cuerpo tiene poder. No
bre la iglesia es necesario, prim ero, que mi cuerpo m e im ponga solam ente la perm anencia de mi cuerpo no es un caso p articu-
uno sobre el m undo; y la p rim era necesidad no puede ser sim- lar de la perm anencia en el m undo de los objetos exteriores,
plemente física m ás que porque la segunda es m etafísica, las si- sino que éste no se com prende m ás que po r aquélla; no sola-
tuaciones de hecho no pueden afectarm e m ás que si prim ero soy m ente la perspectiva de m i cuerpo no es un caso particular de la
de una naturaleza tal que se den p ara m í situaciones de hecho. En de los objetos, sino que la presentación perspectiva de los obje-
otros térm inos, yo observo los objetos exteriores con mi cuerpo, tos no se com prende m ás que por la resistencia de m i cuerpo a
los m anipulo, los examino, doy la vuelta a su alrededor; pero, a toda variación perspectiva. Si es preciso que los objetos no me
mi cuerpo, no lo observo: para poder hacerlo sería necesario dis- m uestren nunca m ás que u na de sus caras, es porque estoy en
poner de un segundo cuerpo, a su vez tam poco observable. Cuan- un cierto lugar desde el que las veo, pero que yo no puedo ver.
do digo que mi cuerpo siem pre es percibido p or mí, no hay que Si, no obstante, creo en sus lados ocultos, como tam bién en un
entender, pues, estas palabras en un sentido p uram ente estadís- m undo que los abarca a todos y que coexiste con ellos, es en
tico; y en la presentación del propio cuerpo debe darse algo que tanto que m i cuerpo, siem pre presente p ara mí, y, con todo, em-
haga im pensable su ausencia o siquiera su variación. ¿Qué es? peñado en medio de ellos po r tantas relaciones objetivas, los m an-
Mi cabeza no se ofrece a m i vista m ás que p o r la p un ta de la tiene en coexistencia con él y hace palpitar en todos la pulsa-
nariz y po r el contorno de mis órbitas. Puedo v er m is ojos en un ción de su duración. Así, la perm anencia del propio cuerpo, si la
espejo de tres caras, pero ya serán los ojos de alguien que ob- psicología clásica la hubiese analizado, la habría podido conducir
serva, y apenas puedo sorprender mi m irada viva cuando un es- al cuerpo, no ya como objeto del mundo, sino como m edio de
pejo m e envía, en la calle, inopinadam ente, mi imagen. Mi cuer- n uestra comunicación con él; al mundo, no ya como sum a de ob-
po, en el espejo, no deja de seguir mis intenciones como la som - jetos determ inados, sino como horizonte latente de nuestra ex-
bra de éstas, y si la observación consiste en hacer variar el pun- periencia, sin cesar presente, tam bién el, antes de todo pensa-
to de vista m anteniendo el objeto fijo, aquél rehúye la observa- m iento determ inante.
ción y se ofrece como un sim ulacro de mi cuerpo táctil ya que Los demás «caracteres» por los que se definía el cuerpo propio
mima las iniciativas de éste en lugar de responderles con un de- no eran menos interesantes, y por las m ism as razones. Mi cuer-
sarrollo libre de perspectivas. Mi cuerpo visual es, sí, objeto en po, se alegaba, se reconoce porque me da «sensaciones dobles»:
las partes alejadas de mi cabeza, pero a m edida que nos acer- cuando toco mi m ano derecha con mi m ano izquierda, el objeto
camos a los ojos, se separa de los objetos, p rep a ra en medio de m ano derecha tiene esta singular propiedad de tam bién sentir.
ellos un semiespacio al que no tienen acceso, y cuando quiero Acabamos de ver que nunca am bas m anos son al m ismo tiempo,
colm ar este vacío reco rriendo a la im agen del espejo, ésta m e una respecto de la otra, tocadas y tocantes. Cuando estrecho mis
rem ite aún a un original del cuerpo que no está ahí, en tre las dos manos, una contra la otra, no se trata de dos sensaciones
cosas, sino de este lado de mí, m ás acá de toda visión. Lo m is- que yo experim entaría conjuntam ente, tal como se perciben dos
mo se diga, y pese a las apariencias, de m i cuerpo táctil, puesto objetos yuxtapuestos, sino de una organización am bigua en la
que si puedo palp ar con mi m ano izquierda m i m ano derecha que am bas m anos pueden altern ar en la función de «tocante»
m ientras ésta toca un objeto, la m ano derecha objeto no es la y de «tocada». Lo que se quería decir al hablar de «sensaciones
mano derecha que toca: la prim era es un tejido de huesos, m úscu- dobles», es que, en el paso de una función a otra, puedo reco-
los y carne estrellado en un punto del espacio; la segunda atra -
viesa el espacio como un cohete p ara ir a revelar el o bjeto ex- 1. H u s s e r l , Ideen, t. II (inédito). Gracias a Mons. L. Noël y al Institut
Supérieur de Philosophie de Lovaina, depositario del conjunto del Nachlass,
terior en su lugar. En cuanto ve o toca el m undo, mi cuerpo no y en particular a la amabilidad dcl R. P. Van Breda, pudimos consultar cierto
puede, pues, ser visto ni tocado. Lo que le im pide ser jam ás un número de inéditos.
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nocer la m ano tocada como la m ism a que seguidam ente será en un punto del espacio objetivo p ara conducirlo a otro, no pre-
tocante —en este am asijo de huesos y m úsculos que es m i m ano ciso buscarlo, está ya conmigo: no necesito conducirlo hacia el
derecha para m i m ano izquierda, adivino, p or un instan te, la en- térm ino del m ovimiento, ya toca al m ism o desde el principio y
voltura o la encarnación de esta otra m ano derecha, ágil y viva, es él m ism o que al m ism o se lanza. Las relaciones de m i deci-
que arro jo a los objetos pa ra explorarlos. El cuerpo se sorprende sión y de mi cuerpo en el m ovim iento son unas relaciones má-
a sí m ism o desde el exterior en acto de ejercer un a función de gicas.
conocim iento, tra ta de tocarse tocando, bo sq ueja «una especie de Si la descripción del propio cuerpo en la psicología clásica
reflexión»/* y esto b a staría p ara distinguirlo de los objetos, de ofrecía ya todo lo que es necesario p ara distinguirlo de los ob-
los cuales, sí, puedo decir que «tocan» m i cuerpo, pero sólo jetos, ¿cómo es que los psicólogos no hayan hecho esta distin-
cuando está inerte, sin que le sorpren dan nunca, pues, en su fun- ción o que, en todo caso, no hayan sacado de la m ism a ninguna
ción exploradora. consecuencia filosófica? Porque, p or una actitud natural, se si-
Se decía tam bién que el cuerpo es un ob jeto afectivo, m ien- tuaban en el lugar de pensam iento im personal al que la ciencia
tras que las cosas exteriores solam ente m e son representadas. se refirió m ientras creía poder sep arar en las observaciones lo
E ra p lan tear po r tercera vez el problem a del estatu to del propio que depende de la situación del observador y las propiedades del
cuerpo. En efecto, si digo que mi pie me duele, no quiero sim- objeto absoluto. P ara el sujeto viviente, el propio cuerpo muy
plem ente decir que es un a causa de dolor, igual que el clavo bien podía ser diferente de todos los objetos exteriores, p a ra el
que lo desgarra, pero m ás próxim a; no qu iero decir que sea el pensam iento no situado del psicólogo, la experiencia del sujeto
últim o objeto del m undo exterior, después de lo cual em pezaría viviente se convertía, a su vez, en un objeto y, lejos de recla-
un dolor del sentido íntim o, una consciencia de dolor po r sí m is- m ar una nueva definición del ser, se instalaba en el ser univer-
m a sin ubicación que solam ente se vincularía al pie po r una sal. Lo que se oponía a la realidad era el «psiquismo», pero
determ inación causal y en el sistem a de la experiencia. Quiero tratad o com o una segunda realidad, como un objeto de ciencia
decir que el dolor indica su ubicación, que es constitutivo de un que había que som eter a unas leyes. Se postulaba que nuestra
«espacio doloroso». «Mi pie duele», significa no: «Pienso que mi experiencia, ya investida p o r la física y la biología, había de re-
pie es causa de este dolor», sino «el dolor viene de m i pie» o solverse enteram ente en saber objetivo cuando el sistem a de las
incluso «mi pie está dolorido». Es lo que m uy bien pone de m a- ciencias estuviese acabado. Con ello la experiencia del cuerpo
nifiesto la «voluminosidad prim itiva del dolor» del que hablaban se degradaba en «representación» del cuerpo; no era un fenóme-
los psicólogos. Se reconocía, luego, que mi cuerpo no se ofrece no, sino un hecho psíquico. En la apariencia de la vida, m i cuer-
como los objetos del sentido externo, y que quizás éstos sola- po visual com porta una gran laguna a nivel de la cabeza, pero
m ente se perfilan sobre este fondo afectivo que originariam ente la biología colm aría esta laguna, la explicaría ^ o r la estru ctura
lanza a la consciencia fuera de sí m ism a. de los ojos, m e enseñaría lo que en verdad es el cuerpo, que
E n fin, cuando los psicólogos quisieron reserv ar al propio tengo una retina, un cerebro como los dem ás hom bres y como
cuerpo unas «sensaciones cinestésicas» que nos d arían globalmen- los cadáveres que diseco, y que, finalm ente, el instrum ento del
te sus movimientos, m ien tras atribu ían los m ovim ientos de los cirujano pondría infaliblem ente al descubierto, en esta zona in-
objetos exteriores a u na percepción m ed iata y a la com paración determ inada de m i cabeza, la réplica exacta de los cuadros ana-
de posiciones sucesivas, se les podía o b jetar que el movimiento, tóm icos. Capto m i cuerpo como un objeto-sujeto, como capaz de
al ser u na relación, no p odría sentirse y que exige un recorrido «ver» y «sufrir»; pero estas representaciones confusas form aban
m ental; pero esta objeción solam ente condenaba su lenguaje. p arte de las curiosidades psicológicas, eran m uestras de un pen-
Lo que ellos expresaban, bastante mal, hay que decirlo, con la sam iento mágico del que la psicología y la sociología estudian las
«sensación cinestésica», era la originalidad de los m ovim ientos leyes y que, a título de objeto de ciencia, hacen e n tra r en el sis-
que ejecuto con mi cuerpo: anticipan directam en te la situación tem a del m undo verdadero. La incom pleción de mi cuerpo, su
final, mi intención no esboza un recorrido espacial m ás qu e p a ra presentación m arginal, su am bigüedad como cuerpo tocante y
alcanzar el objetivo, dado prim ero en su lugar; hay com o un cuerpo tocado no podían, pues, ser rasgos de estructura del cuer-
germ en de m ovim iento que sólo secundariam ente se desarrolla po, no afectaban a la idea de éste, se volvían los «caracteres
en recorrido objetivo. Muevo los objetos exteriores con el auxilio distintivos» de los contenidos de consciencia que com ponen nues-
de m i propio cuerpo que los tom a en un lugar p ara conducirlos tra representación del cuerpo: estos contenidos son constantes,
a otro. Pero ai cuerpo lo muevo directam ente, no lo encuentro afectivos y curiosam ente apareados en «sensaciones dobles», pero,
salvo eso, la representación del cuerpo es u n a representación
2. H u s s e r l , Méditations cartésiennes, p. 81. como las dem ás, y, correlativam ente, el cuerpo es u n objeto
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como los dem ás. Los psicólogos no se percatab an de que, tra - habrían perdido el sentido que debían a esta evolución. El «psi-
tando así la experiencia del cuerpo, no hacían m ás que, de acuer- quismo» no era, pues, un objeto como los demás: todo lo que se
do con la ciencia, d iferir un problem a inevitable. La incompie- diría de él, éste lo había hecho ya antes de ser dicho, el ser del
ción de m i percepción se entendía como una incompleción de he- psicólogo sabía de sí m ism o m ás que él, nada de lo que le había
cho resu ltan te de la organización de mis ap arato s sensoriales; sobrevenido o le sobrevenía de acuerdo con la ciencia le era ab-
la presencia de m i cuerpo, como una presencia de hecho resul- solutam ente extraño. Aplicada al psiquism o, pues, la noción de
tante de su acción perenne sobre m is receptores nerviosos; final- hecho sufría una transform ación. El psiquism o de hecho, con sus
mente, la unión del alm a y del cuerpo, su puesta p o r esas dos «particularidades», no era ya un acontecim iento en el tiem po ob-
explicaciones, se entendía, según el pensam iento d e Descartes, jetivo y en el m undo exterior, sino un acontecim iento que tocá-
como u na unión de hecho cuya posibilidad de principio no había bam os desde dentro, del que éram os la consum ación o surgir
por qué establecer, porq ue el hecho, punto de p artid a del cono- perpetuos y que acum ulaba continuam ente en él su pasado, su
cimiento, se elim inaba de sus resultad os acabados. Pues bien, el cuerpo y su m undo. Antes de ser u n hecho objetivo, la unión
psicólogo podía, po r un m om ento, al igual que los sabios, con- del alm a y del cuerpo debía ser, pues, una posibilidad de la
tem plar su propio cuerpo con los ojos de otro, y ver el cuerpo consciencia y se planteaba la cuestión de saber qué es el sujeto
de otro, a su vez, com o un m ecanismo sin interior. La apo rta- p erceptor si tiene que poder experim entar un cuerpo como el
ción de las experiencias ajenas acababa b orran do la e stru c tu ra suyo. No había allí ya hecho sufrido, sino un hecho asumido.
de la suya, y recíprocam ente, al habe r perdid o contacto consigo S er una consciencia o, m ás bien, ser una experiencia es comu-
mismo, se volvía ciego pa ra el com portam iento del otro. Se ins- nicar interiorm ente con el mundo, el cuerpo y los dem ás, ser
talaba así en un pensam iento universal que tan to contencionaba con ellos en vez de ser al lado de ellos. Ocuparse de psicología
su experiencia del otro, com o su experiencia de sí mismo. Pero, es, necesariam ente, encontrar, por encim a del pensam iento ob-
como psicólogo, estaba em peñado en u na tarea que lo hacía vol- jetivo que se mueve entre las cosas ya hechas, una prim era aper-
ver a sí m ismo, po r lo que no podía perm an ecer en este pun to tu ra a las cosas, sin la cual no se daría conocim iento objetivo.
de inconsciencia. E n efecto, el físico no es objeto de su propia El psicólogo no podía d ejar de redescubrirse como experiencia,
ciencia, ni el quím ico, m ientras que el psicólogo erat él m ism o, eso es, como presencia sin distancia al pasado, al m undo, al cuer-
por principio, este hecho del que él se ocupaba. E sta represen- po y al otro, en el m ism o m om ento en que quería advertirse
tación del cuerpo, esta experiencia mágica, que se abordab a con como objeto en tre los objetos. Volvamos pues a los «caracteres»
desprendim iento, era él, él la vivía al m ismo tiem po que la pen- del propio cuerpo y continuem os su estudio en el punto en que
saba. Sin duda, como m uy bien se h a evidenciado,5 no le bastaba lo dejam os. Procediendo así volveremos a tra za r de nuevo los
con ser el psiquism o pa ra conocerlo; este saber, como todos los progresos de la psicología m oderna y efectuarem os con ella el re-
demás, solam ente se adquiere por nuestras relaciones con el otro; torno a la experiencia.
no es al ideal de una psicología de introspección a lo que nos re-
mitimos; y de sí al otro, al igual que de sí m ism o a sí m ismo,
el psicólogo podía y debía redescubrir una relación pre-objetiva.
Pero en cuanto psiquism o que habla del psiquism o, sí era él todo
aquello de que hablaba. De esta historia del psiquism o que él
desarrollaba en la actitu d objetiva, él poseía ya los resultados
ante sí mismo; m ejor, él era, en su existencia, resultado con-
tracto y recuerdo laten te de la m ism a. La unión del cuerpo y
del alm a no se había realizado de una vez p or todas y en un
m undo lejano, renacía a cada instan te debajo del pensam iento
del psicólogo, y no como un acontecim iento que se repite y que
sorprende cada vez al psiquism o, sino como una necesidad que
el psicólogo sabía en su ser, al m ism o tiem po que la consta-
taba po r m edio del conocim iento. La génesis de la percepción,
desde los «datos sensibles» hasta el «mundo», debía renovarse a
cada acto de percepción, pues, de otro modo, los datos sensibles
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