Está en la página 1de 3

Arturo Almandoz Marte, reconocido urbanista Cum Laude venezolano, retrata en su texto

“Industrialización, urbanización y modernización sin desarrollo en la Latinoamérica del siglo XX”


una Latinoamérica que, siguiendo la ecuación desarrollista y modernizadora impulsada desde
Europa y Norteamérica de industrialización, crecimiento y estabilidad política propuesta por Walt
Whitman Rostow, implementó una serie de reformas destinando grandes rubros de sus PIB en
inversiones en infraestructura e industria. En este panorama, países como Venezuela y Brasil
surgen en este escenario como los países punta de lanza en términos del despegue (take-off)
económico que inicia a mitad de la década de los sesenta.

Este take-off debía estar además sucedido por, al menos, una fase de drive to maturity (empuje a
la madurez) que debía sostenerse en al menos dos generaciones de estabilidad económica, social y
política (cerca de cincuenta años) además de ir acompañado de un desarrollo tecnológico en los
sectores con que esos países habían basado su desarrollo. La fase final consiste en una urbanizada
sociedad con consumo masivo y un Estado de bienestar, y solamente los países del hemisferio
norte consiguieron sostenerse en esta fase, mientras que a los países que habían iniciado su fase
de take-off fueron llamados “en vías de desarrollo”, entre los que se encontraban los ya
mencionados Brasil y Venezuela, Colombia, y Chile.

Urbanización y masificación tempranas

Durante el segundo tercio del siglo XX, la gran mayoría de las ciudades latinoamericanas
experimentaron un incremento radical demográfico, alcanzando cifras que rebasaron los
poblamientos de centurias de ciudades europeas. Con economías basadas en la minería y el agro,
las presidencias de corte pos-liberal intentaron como fuese adaptarse a las nuevas demandas de
poblamiento que se dieron en los años treinta del siglo pasado, pero cuyas reformas y transiciones
fueron relativamente demoradas debido a factores como la persistencia de conflictos internos, la
inestabilidad del atractivo de estos países en el circuito internacional de inversión, el carácter
económicamente liberal pero políticamente conservador que se vivía en países como Colombia, y
regímenes tendientes a la autocracia.

Con las ciudades coloniales o nuevas urbes emergentes pobladas de migrantes y foráneos, era
usual encontrar problemas habitacionales y sanitarios, llegando a ser en algunos sitios condiciones
insostenibles y altamente denunciadas. Con esto en mente, las élites políticas instalaron la
urbanización y la higienización de las ciudades como parte de sus agendas, cimentando de manera
temprana las condiciones para la formación de un Estado de bienestar.

Desfase entre industrialización y urbanización

Después de los años cincuenta, Latinoamérica contaba ya con una serie de ciudades cosmopolitas,
como Buenos Aires, Rio de Janeiro y Ciudad de México, quienes rebasaban más de los dos millones
de habitantes. Estas cifras fueron acompañadas de una relativa estabilidad económica generada a
partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, en que algunas regiones demostraron un significativo
crecimiento industrial a partir de la sustitución de importaciones, en medio de la ya mencionada
urbanización.

Para Rostow, países como México y Brasil alcanzaron en esta época un avance que los hizo calificar
como países en take-off, mientras que los demás no rebasaban los cuatro puntos de incremento
en sus PIB. En compañía a este despegue económico, diversos gobiernos absolutistas y de corte
desarrollista empezaron a surgir a lo largo y ancho de la región, además de que se vislumbran los
intereses de países del hemisferio norte en la creación de agencias internacionales como la OEA y
la Cepal, patrocinadas por las Naciones Unidas y Estados Unidos, quienes fueron las piedras
angulares para las políticas desarrollistas impulsadas en la región. Estas políticas consistían
principalmente en la substitución de importaciones y la consolidación del corporativismo estatal.

Como tal, se impulsaron modelos desarrollistas extraídos de literatura económica norteamericana


y británica, incluyendo a autores como Hauser, Reissman y Davis, quienes desde la perspectiva de
la transición demográfica y el consecuente cambio social apuntaron que Latinoamérica iba en
buen camino para alcanzar la plenitud económica, aunque notaron las profundas distorsiones que
tenía esta región a comparación con Europa y Norteamérica; Por un lado, la frágil industrialización
no había procedido sino más bien seguido a la urbanización latinoamericana, de manera que la
sustitución de importaciones no podía ser vista como equivalente de la Revolución Industrial, con
sus consiguientes efectos dinamizadores sobre el sistema económico y la transición demográfica.
Así, tal como ocurrió en otras partes de lo que comenzaba a ser denominado el “tercer mundo”,
en lugar de haber halado hacia las ciudades contingentes poblacionales que pudieran ser de hecho
absorbidas por la industria y otros sectores productivos, la mayor parte de la migración del campo
a la ciudad latinoamericana había sido empujada por un sector primario preterido por reformas
agrarias demoradas o inexistentes, así como por políticas de énfasis urbano llevadas adelante por
Estados corporativos.

Por otro lado, los niveles de urbanización casi duplicaban la participación industrial en las
economías argentina, chilena, venezolana, colombiana y brasileña, según los censos de los años
cincuenta. Tales niveles no podían ser absorbidos por el sistema productivo, de manera que a la
postre redundarían en una “inflación urbana” o “superurbanización”, tal como ocurriría en otras
regiones del tercer mundo. En las siguientes décadas, este excedente de población improductiva
ocupa lugares marginales en las ciudades, alojándose en barriadas y dependen de la economía
informal.

El fracaso de la modernización y la respuesta marxista

La revolución cubana y la Guerra Fría instaron a la implementación urgente de un corolario de


acción no marxista en la región liderado por Estados Unidos, quien conforma la Alianza por el
progreso como una forma de impulsar la idea de desarrollo capitalista que Rostow había
concebido. Sin embargo, pese a estas medidas, para finales de los sesenta la industrialización no
se había ni diversificado ni consolidado en Latinoamérica, especialmente en términos de bienes
duraderos y de capital, dado que no había una integración económica regional, existía un
estrechamiento de algunos mercados nacionales y la desventaja de la mayoría de las
manufacturas latinoamericanas para competir en circuitos internacionales, lo que lo condujo
inevitablemente al fracaso.

Este fracaso se agrava después de 1973 debido a los coletazos inflacionarios de las crisis
internacionales, que en Latinoamérica no sólo fueron causados por los altos precios de los
combustibles, sino también por el impagable incremento de la maquinaria importada para las
industrias y el problema de las guerrillas. Este malestar truncó algunas democracias
latinoamericanas.
Como tal, era evidente que los modelos desarrollistas de Rostow y la Cepal eran puntuales desde
un paradigma socioeconómico que, siendo inalcanzable, resultaba agotado e inválido en el marco
de la urbanización tercermundista y del clima político, técnico y académico de América Latina.

En este ambiente, la teoría de la Dependencia reforzó las tendencias nacionalistas de los gobiernos
opuestos a la presencia de capital foráneo en la explotación de materias primas y en los procesos
industriales.

Década perdida, neoliberalismo y globalización

Con el agotamiento de la sustitución de importaciones, las crisis petroleras, las recesiones y la


disminución de las exportaciones latinoamericanas dentro del total mundial agravaron el
endeudamiento externo de las repúblicas, haciendo de la década de los ochenta la década
perdida. En este panorama de hiperendeudamiento, surgen los paquetes de políticas neoliberales,
incluyendo la privatización de muchos servicios y compañías de los leviatanes de Latinoamérica
propuestas por Milton Friedman y los Chicago boys, quienes apuntaron a la renovación de la
agroindustria para la exportación, la privatización de la educación universitaria y de los sistemas
pensionales, entre otras medidas, que fueron aplicada de manera tardía y que solamente lograron
incrementar la pobreza, el desempleo, la desigualdad y la criminalidad para finales de la década.

Para los años noventa y 2000, la diversificación de la economía informal y el agravamiento de la


pobreza han tenido efectos dramáticos en el escenario urbano, especialmente en términos de la
invasión del espacio público por vendedores ambulantes y el establecimiento de gated
communities. Esta segregación de la ciudad dual ha sido acompañada por el deterioro de la
infraestructura y el incremento de la pobreza urbana que para 1990 alcanzaba el 40% en
Colombia, el 38% en Brasil y un 28% en Venezuela.

Para un continente que ha completado su ciclo de urbanización después de un siglo, esta agenda
de malestar socioeconómico puede ser vista como un accidentado proceso en relación con las
fases de Rostow que demuestran: Primero, la inestabilidad política y económica que imposibilitó la
consolidación del Estado de bienestar. Segundo, la estrechez de los mercados nacionales, donde la
condición fundamentalmente productora se daba para el mercado foráneo, mientras que la
condición consumidora se daba a nivel local. Tercero, el agotamiento de la sustitución de
importaciones y otros programas económicos también pesaron en lo que puede ser llamado la
inmadurez del desarrollo latinoamericano.

Con esto, puede decirse que el desbalance producido entre la industrialización y la urbanización
en Latinoamérica después del agotamiento de aquella, con la consecuente inflación urbana y
sobretercerización, puso fin a las posibilidades de la madurez para el desarrollo en términos de las
fases y la lógica de Rostow.

También podría gustarte