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Borramiento del cuerpo o cómo perdimos la indexicalidad

El siguiente ensayo es una disertación sobre observaciones que han tenido lugar a partir de
experiencias personales de la vida académica y cotidiana en torno a la identidad, la imagen
y la fantasmagoría del ser moderno. Cabe señalar que es un tema que podría tomar tesis
enteras -de hecho, múltiples autores han dedicado su vida al estudio de ello-, sin embargo,
se desarrollará en otra ocasión con más referentes y extensión, puesto que este pretende ser
sólo un esbozo de una idea, a penas un breve planteamiento.
Hasta hace un par de años el término postmoderno o postmodernidad me parecía
ajeno, más que otra cosa lo había oído para expresar características denostables, pero en
realidad no tenía idea de a qué se refería cuando alguien decía “pinche vato posmo” o
cuando alguien escribía una reseña de una película decepcionante justificándolo con que era
muy posmo. Hoy en día, me causa un poco de gracia el rechazo a algo que nos ha ya
rebasado y de lo cual no podemos sino analizar y afrontar, por otro lado, sabemos que esa
actitud de resistencia es normal y entendible al recordar la concepción lineal y fragmentada
de tiempo occidental, que nos regala contrastes y riñas cada cierto tiempo.
El veinte a cerca de la época en que vivimos me cayó un día que mi abuela me pidió
ayuda porque olvidó dónde había dejado sus tarjetas y credenciales y, obviamente no se
puede vivir en este mundo sin identificación y dinero. De sobra sabemos que un día en que
tienes que hacer trámites es un día perdido: ese intento por modernizar, organizar y
controlar las acciones de la población resultó en una dinámica de poder corrompible,
ineficiente y generadora de dolores de cabeza. Pero más que hacer de esto una queja
quisiera apuntar hacia un hecho específico con el que se impone la posmodernidad
violentamente.
Le pedían a mi abuela su huella digital.
No hay de otra, los datos biométricos son la última tecnología y hay que usarlos para mayor
seguridad, para que el sistema esté seguro de quién eres. Ya no basta con ese garabato
ilegible que sólo tú sabes hacer, la mano ya no hace nada, ahora su trabajo es posarse,
inmóvil y limpia. Procedemos al trámite y hay un error, nos atoramos. No sólo quieta e
inmaculada, la mano también debe ser joven, las yemas de los dedos de mi abuela
registraban a penas una mancha borrosa, las huellas se borraron por la natural erosión de la
piel a través del tiempo. Nadie tomó en cuenta eso, nadie pensó en los viejos.

“Mis huellas digitales nonagenarian se han borrado y los bancos se niegan a atenderme :
¿castigo por sobrevivír?” (Glantz, 2020)

Esto sucedió en una sucursal de banco cercana a una zona citadina y le dije a mi
abuelita que acudiera a una más cercana a la periferia, pues seguramente en Xochimilco los
funcionarios de los bancos están más acostumbrados a tratar con problemas de este tipo:
personas menos habituadas a las hazañas tecnológicas. Y para mi sorpresa tuve razón, en 20
minutos mi abuela ya tenía su tarjeta.
Otro ejemplo son los juzgados -a los que recurrentemente asiste ella- de los que se
queja amargamente puesto que para el seguimiento de un caso ya no es posible sacar
copias, si quieres información la debes tomar con tu celular y a pesar de que esto pueda
tomarse como una medida ecológica, demuestra lo obsoleto que es el papel hoy en día.
El aparato se fusiona al
funcionario, ya no cuerpo, ni masa muscular,
sino funcionario que funciona al ritmo del
aparato (Flusser, 1967).
Durante estas idas y venidas, traté de acallar la molestia de mi abuela, pues ella hablaba de
los empleados del banco como si no quisieran ayudarla, sin embargo yo sé que no hay a
quién reclamar, ese espacio en el que el rey escuchaba a sus súbditos atentamente y ellos
acudían en busca de una solución, ya no existe.
El cuerpo se va perdiendo poco a poco, existe en la posmodernidad una pérdida de
dimensión y sólo hay una red de funcionarios ejecutantes de actividades específicas,
principio del trabajo industrial y obviamente, sustento del capitalismo.
Ahora me pregunto ¿cómo ser artista visual hoy en día, si estar parado frente a los ojos de
cientos de personas no confirma tu existencia? ¿de dónde nos nutrimos si la percepción ya
pasa a segundo plano?
Algunos maestros antes de la pandemia aún dejaban copias en la papelería para que
leyéramos, pero la pandemia sólo vino a acelerar algo que eventualmente pasaría. La
carrera universitaria entera dentro de una laptop. Al comienzo del encierro me resistía no
sólo en mi mente, sino que mi cuerpo encontraba un malestar enorme al estar sentada 6
horas frente a una pantalla, los silencios porque nadie sabía qué decir eran aún peores sin
un rostro callado, sentía que el registro fotográfico de mis apuntes o lo que hiciera era una
traición a mí, porque hay cosas que sólo quería dejar en el papel, no quería que se
convirtieran en ese haz de luz dentro de un cable.
La cultura sedentaria, fue
parte de un proceso civilizatorio que procuró
sentar al nómada, que subvertía con sus
traslados y dificultaba su ubicación, y, por
ende, su control. (Echeto Silva 2012)
La tercera catástrofe (luego de, por lo
menos, dos anteriores, para no ser reduccionista
con la historia), es la del tiempo y
el espacio, la de la perdida de dimensionalidad
y temporalidad. Es decir, la que seda
el pensamiento producto de estar sentado y
anestesia la estética, transformando al nómada
en un sujeto sedentario (sedar; sentarse;
sedentarizarse, vienen de la misma
familia etimológica). (Echeto Silva 2012)

Ahora, me pregunto seriamente si ha llegado el fin de la escultura… Los talleres de


escultura perecen en la época digital, nadie quiere aprender a esculpir madera a través de
una pantalla, nadie tiene un horno cerámico en su casa, y el cuerpo poco a poco desaparece.
Tal vez nazca ahora la escultura digital, si no es que ya existe, o siga imperando la
instalación, más atractiva y libre.
No quisiera sonar a teoría conspirativa, pero, si antes vivíamos en la sedación y la
ceguera, la pandemia y el acompañamiento mediático de ésta han dejado entrar de lleno la
posmodernidad a nuestras vidas y es evidente su búsqueda de homogenizarlo todo a su
paso.
La pregunta es entonces, como entes creativos -más allá del quehacer artístico- ¿qué
hacer? ¿cómo escapar a que no sea arrebatado nuestro territorio de acción?

Cada una podrá elegir si subrogarse o posicionarse con una actitud más aguerridas. La toma
del cuerpo existe, sobre todo en corrientes feministas contemporáneas que abogan por una
recuperación del territorio y un retorno al origen mismo: la Tierra. Yo creo en el trabajo
que ellas hacen y en que no hay nada que los conocimientos elementales no puedan
responder.
Fuentes:
Echeto Silva, Victor. «En torno a la teoría de la imagen visual y de los imaginarios: las cajas
negras de la comunicación y la post-vida de las imágenes». Líbero 15, n.o 30 (2012): 47-52.

Margo Glantz (@Margo_Glantz). “Mis huellas digitales nonagenarian se han borrado y los
bancos se niegan a atenderme: ¿castigo por sobrevivir?” 25 febrero 2020, 1:07 p.m.,
https://twitter.com/margo_glantz/status/1232381680746364928 [consulta: 28 enero 2022]

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