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Día 5: Las parábolas del Reino de Dios

La relación con Dios y con los demás (Mt 18,23-34): El reino de los cielos se parece a un rey que quiso
ajustar cuentas con sus siervos. Cuando comenzó a ajustarlas, le presentaron a uno que le debía diez mil
talentos. Pero, como éste no tenía con qué pagar, mandó el señor que lo vendieran, con su mujer y sus hijos
y todo cuanto tenía, y que así se liquidara la deuda. El siervo se echó entonces a sus pies y, postrado ante él,
le suplicaba ¡Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo! Movido a compasión el señor de aquel siervo, lo
dejó en libertad, y además le perdonó la deuda. Al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros
que le debía cien denarios; y, agarrándolo por el cuello, casi lo ahogaba mientras le decía: ¡Paga lo que
debes! El compañero se echó a sus pies y le suplicaba: ¡Ten paciencia conmigo, que te pagaré! Pero él no
consintió, sino que fue y lo metió en la cárcel, hasta que pagara lo que debía.

Esta parábola está construida sobre una doble relación. La relación del siervo con el rey y la de los siervos
entre sí. El siervo malo debía de pensar que estas dos relaciones son distintas, que su comportamiento para
con los demás siervos no tendría importancia por lo que hace a su relación con el rey. Lo contrario es la
verdad: ambas relaciones no constituyen más que una. Si el rey está dispuesto a comportarse en relación a
los siervos exactamente lo mismo que ellos se comportan entre sí, es que, en definitiva, hay un único juego
de relación, único aun siendo complejo, de los hombres entre sí y de los hombres con Dios.

Los hombres no pueden negar el perdón a los demás porque a todos y cada uno Dios les ha perdonado
muchísimo más. Y, además, esos mismos hombres no pueden ignorar que su actitud en lo referente a sus
hermanos compromete su propia situación ante Dios. Si su relación con el prójimo es vivida bajo el signo de
la maldad, no hay razón para que su propia relación con Dios se viva de otra manera; pero entonces son ellos
las víctimas.

El Padre que está en los cielos procederá como el rey de la parábola, si alguien no perdona de todo corazón
(18,35). Tan grande como la medida del castigo es la medida del perdón de Dios. Él es el rey que perdona la
enorme deuda sólo por la simple súplica. Su clemencia es sin medida, el perdón de la culpa sobrepasa todo
limite humano.

Los trabajadores de la viña (Mt 20, 1-16): El reino de los cielos se parece a un propietario que salió muy de
mañana a contratar obreros para su viña. Y habiendo convenido con ellos a un denario la jornada, los envió a
su viña. Salió luego hacia la hora tercia y, al ver a otros que estaban en la plaza desocupados, les dijo
igualmente: Vayan también ustedes a mi viña, y les daré lo que sea justo. Y ellos fueron. Nuevamente salió
hacia la hora sexta y a la nona, e hizo exactamente igual. Salió aún hacia la hora undécima y encontró a otros
que estaban allí, y les pregunta: ¿Cómo están aquí todo el día sin trabajar? Ellos le responden: Es que nadie
nos ha contratado. El les dice: Vayan también ustedes a la viña. Al atardecer, dice el señor de la viña a su
administrador: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y acabando por los
primeros. 

A los primeros no se les hace ningún agravio por el hecho de que se les pagara el jornal que se había
concertado, o sea un denario por la jornada. Aunque los otros recibieran lo mismo, no por eso se perjudica a
los primeros. Porque la recompensa que el propietario-Dios tiene que dar, no hay que conseguirla por causa
de la justicia, sino por razón de la gracia. No se puede merecer la vida eterna, sino que se adjudica al hombre
como don libre. En la vida eterna dejan de existir la lógica humana y la inteligencia calculadora, más aún,
deben ser superadas directamente en esta pregunta del propietario. En Dios están vigentes otras reglas.
porque Dios piensa de otra manera. Y tiene que pensar de otra manera, porque su recompensa es distinta

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del jornal pagado por el rendimiento del trabajo del hombre. El Dios propietario puede regalar libremente lo
que quiera. Y el hombre no le puede impedir que dé a quien quiera y cuanto quiera. Lo único que debemos
saber es que Dios da por bondad. Sólo podemos fiarnos de la bondad de Dios y contar sólo con ella. Nunca se
puede contar con el rendimiento del propio trabajo, con el supuesto título jurídico, con la correspondencia
entre rendimiento y jornal. Estas cosas son muy importantes para el orden de nuestra vida entre los
hombres, pero tienen muy poco valor y son inválidas en el orden divino de la gracia, y nuestra parábola sólo
habla de este orden.

Las diez muchachas (Mt 25, 1-12): El reino de los cielos será entonces semejante a diez vírgenes, las cuales
tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas. Porque
las necias, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las sensatas, junto con sus
lámparas llevaron aceite en las vasijas. 

Lo que la parábola pretende poner de relieve, es que la luz, alimentada por el aceite, es un valor de difícil
adquisición. Es el amor, la caridad, que no están nunca de rebajas. El aceite y la lámpara significan algo
personal e intransferible que forma parte de la propia identidad. Están o no están en la biografía personal.
Sin ese aceite y esa lámpara encendida, el hombre no es hombre, Dios no lo reconoce: "No los conozco". 

Las muchachas descuidadas representan a aquellas personas para los que la fe es algo que aparentemente
no necesita cuidados. Se quedan dormidas, se despiertan y al darse cuenta de su falta de aceite la piden a las
otras, a las prevenidas. Las muchachas preparadas son las que han pensado que el novio se puede retrasar y
se han procurado una reserva de aceite para que la fe no se apague. La fe no se puede prestar a nadie. El
corazón de cada persona es el campo exclusivo donde florece la gracia de la fe que no se puede trasplantar ni
ceder a nadie. El Señor está por venir, tenemos que mantener viva nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro
amor; pero esto sólo se logra con vigilancia, con perseverancia y con una profunda confianza en el Señor.

El banquete de bodas (Mt 22, 1-14) 1: El reino de los cielos se parece a un rey que preparó el banquete de
bodas para su hijo. Envió sus criados a llamar a los convidados al banquete, pero éstos no querían venir.
Nuevamente envió a otros criados con este encargo: Digan a los convidados: Ya tengo preparado el
banquete; he sacrificado mis terneros y reses cebadas; todo está a punto. Vengan al banquete.

El Reino de Dios es un banquete. Mateo recalca fuertemente la posición de los que no aceptan el banquete.
Deliberadamente "no se preocupan" del asunto y se vuelven a sus negocios. El tema del traje
nupcial recuerda el del vestido y su significado simbólico en el orden de la salvación. Revestirse de Cristo" o
"revestirse del hombre nuevo", representa la acción de participar en el ámbito de la salvación que engloba el
desprendimiento y la resurrección de Jesús.

El nuevo pueblo de Dios se ha reunido abriendo a todos sus puertas: a buenos y malos. Pero los últimos
versículos indican que del hecho de pertenecer a la comunidad eclesial no se sigue automáticamente la
entrada en el Reino, sino que es necesaria una transformación personal, expresada con la imagen del traje de
fiesta. El rey-juez excluye a quien no lo lleva y su situación expresa la desaparición de aquel que, por culpa
propia, ha sido excluido de la salvación. Y el texto evangélico termina con esta sentencia: la llamada de Dios
es para todos, pero exige una respuesta que no todos dan.

Parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37). Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar vida
definitiva? La voluntad de Dios no viene de fuera, sino que es una exigencia de nuestro ser. Dios no crea al

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Fray Marcos, SI NO TE APROXIMAS AL QUE TE NECESITA, TE ALEJAS DEL VERDADERO DIOS, in:
https://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/14010-si-no-te-aproximas-al-que-te-necesita-te-alejas-del-
verdadero-dios.html

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ser humano y luego le impone unas obligaciones. El jurista sabía la respuesta, luego no pregunta para
aprender, sino para examinar. Jesús se lo hace ver, haciendo que él mismo responda. Lo que no estaba tan
claro era quién era Dios y quién era el prójimo. Aquí sí que había, y sigue habiendo, mucho que aclarar. Jesús
habla de superar la Ley como venida de un Dios que desde fuera y desde arriba nos exige normas de
conducta que van en contra de nuestros intereses. Jesús habla de una ley impresa que llevamos todos dentro
y que hay que descubrir, se trata de la vocación personal de cada uno. Se trata de la manera como hacemos
visible el carisma cristiano en nuestras vidas.

Cuando el jurista preguntó, ¿Quién es mi prójimo?, presupone que puede haber alguien que no lo es y
tendría que amar solo al que lo es. En algunos casos, en el AT, el prójimo tenía este sentido. La religión judía
nació como un medio de aglutinar un pueblo en torno a un Dios, con unas obligaciones que le permitían
asegurar una cohesión interna capaz de superar el egoísmo destructor. Para nada pensaban en un amor
universal, sino en un amor a los pertenecientes al pueblo, con la finalidad de defenderse de los que no
pertenecían a él.

La pregunta presupone que el ser o no ser prójimo depende de las circunstancias. Este es el fundamento de
la mentalidad legalista que excluye toda aproximación. La ayuda al miserable desde el estricto cumplimiento
de la Ley no excluye el sentimiento de superioridad. Cumplo lo mandado, pero no me involucro en la
situación del otro. Lo hago “por amor a dios”. Esta es la trampa donde hemos caído. Lo que hizo el
Samaritano está a años luz de esta actitud. Se aproxima, lo cura, lo venda, lo lleva a la posada…

Los oficiales de la religión están demasiado preocupados por la legalidad y la pureza para preocuparse del
otro. Para el sacerdote y el levita, lo primero era la Ley. Para el samaritano, lo primero era el hombre. El
hereje, el idólatra, el impuro, odiado precisamente por no ser religioso, no está sujeto a normas externas,
lleva la ley en el corazón. La palabra empleada en griego para indicar que se conmueve, nos indica que el
Samaritano se dejó llevar por su verdadero ser desde el interior y acabó imitando a Dios.

La parábola, no deja lugar a dudas sobre lo que Jesús entendía por próximo. Prójimo es todo aquel con quien
me encuentro en mi camino. Prójimo es aquel que me necesita. Estamos equivocados al pensar que el
prójimo lo puedo determinar yo. Jesús nos dice que el prójimo se me impone, aunque yo puedo tomar la
decisión de escamotear esa presencia e ignorarlo. Cuando me niego a verlo, estoy fallando, buscando
excusas para escapar a esa imposición que me saca de mi programación, de mis planes, a veces tan religiosos
ellos.

El prójimo está siempre ahí, a tu vera. Descubrirlo depende solo de ti. Siempre que te aproximas a otro para
ayudarle, lo estás convirtiendo en próximo. Cada vez que haces a uno prójimo, te estás acercando a ti mismo
y a Dios. Cada vez que superas tu egoísmo y pones al otro en el centro, te acercas a la plenitud de
humanidad. Siempre que das un rodeo para pasar de largo ante el dolor ajeno, te estás alejando de ti mismo
y de Dios. La religión que me permite vivir sin preocuparme de los demás será siempre falsa.

La pregunta del letrado es en función de "la vida eterna". Se diría que es un eco de la palabra de Jesús, en la
invitación al seguimiento: "que cargue con su cruz cada día..." El seguimiento de Jesús no implica una
búsqueda imposible de actitudes nuevas e inesperadas, como si fuera necesario inventar constantemente la
vida cristiana.

Es algo mucho más inmediato; "está muy cerca de ti..." De ahí que la respuesta de Jesús se refiera al Shemá
Israel, muy próximo a los labios de todo israelita piadoso. La contraposición se hace entre las actitudes de los
que "bajan" de Jerusalén -se diría que satisfechos de haber estado allí para celebrar el culto del templo, pero
sin haber captado que "la misericordia es mejor que los sacrificios"- y la del samaritano que se encuentra "en

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camino" y es capaz de darse cuenta de lo que realmente hay en el camino: un hombre medio muerto. En
definitiva, se trata de ser "próximo", y no distanciado.

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