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D 11 TO CB

Primera lectura Ez 17,22-25


La lectura de la parábola (vs. 3-10) y de su interpretación (vs. 11-21) es necesaria para la
intelección de los versículos que leemos hoy. Dos enormes águilas "...de gigantescas alas.... y de
espeso plumaje..." (vs. 3.7a) emprenden un gigantesco vuelo en la historia de la humanidad. Son
los grandes imperios de Babilonia (v. 12) y de Egipto (vs. 15) que intentan extender su dominio a
otros territorios. Israel, situado en la ruta de los dos imperios, no puede ni le dejan ser neutral.
En la segunda etapa de su ministerio, el mismo Ezequiel reinterpreta el texto anterior en los vs. 22-
25. El pueblo desterrado ha perdido su esperanza; entre los miembros de la comunidad cunde el
desaliento. Ezequiel debe gritar: El Señor no les ha abandonado, sino que les va a colmar de
bendiciones a través de un nuevo rey salido de la estirpe de David. Y Dios no sólo habla, sino que
también actúa (v. 25).
Así, el Señor, como el águila gigante del v. 3, coge también un esqueje del cogollo del cedro y lo
planta en suelo adecuado (v. 22), 
El esqueje (=¿alusión a un futuro rey?, cfr. Is.11, 1ss; Jr, 23, 5). Plantado en el monte Sión
(=morada perpetua de Dios; cfr. Salm 68, 16 ss), se convierte en un gran árbol frondoso capaz de
cobijar bajo sus ramas a todas las aves del universo. El pequeño reino de Israel, que había perdido
todo, incluso su esperanza, se convierte, con este esqueje, en lugar de refugio y salvación para
todas las naciones del mundo. Esto no lo consigue el pueblo con sus fuerzas, sino Dios. Él es el
Señor del tiempo y de la historia y hace lo que quiere aunque los humanos nos empeñemos en
hacer lo contrario: "... verán que yo humillo al árbol elevado y elevo al árbol humilde.." (v. 24).
Se trata, pues, de una profecía mesiánica en la que se utiliza la imagen del "árbol cósmico" (cf. Dn
4, 7-9), alusión a un señorío universal a cuyo amparo acudirán todos los pueblos. Esta imagen la
encontramos de nuevo en la parábola evangélica del grano de mostaza (Mt 13, 32). El soberbio
árbol del imperio de Babilonia será humillado por Yahvé, que ensalzará al humilde árbol de la
casa de David, dándole una lozanía insospechada. Un día el retoño mesiánico plantado por Dios
Padre dará verdadero fruto para todo el mundo en la alta montaña del Calvario.
Segunda lectura
Un punto esencial en esta nueva situación es la tensión entre el presente y el futuro, lo que se está
viviendo ahora y lo que se espera vivir. Esto último no es algo simplemente futuro, todavía no
alcanzado, de ninguna manera. Más bien al contrario: aquello que aún no se vive plenamente ya
se tiene en germen ahora. De donde brota la confianza como actitud fundamental del cristiano.
El cristiano no es una persona simplemente volcada hacia el futuro, sino viviendo lo actual,
sabiendo que es una anticipación o comienzo total de aquello.
Evangelio
En la parábola del campesino perseverante (vv. 26-29), el reino de Dios es comparado al lento
crecimiento de la semilla hasta su cosecha, y, simultáneamente, con la larga inactividad del
campesino antes de su febril actividad de la recolección. Esa recolección es el juicio de Dios que
inaugura su reino efectivo. Esto equivale a decir que es Dios el agricultor: es indudable que no va
a tardar en intervenir y de forma tan espectacular como un segador en la recolección.
Es verdad que ahora, y de manera especial a lo largo del ministerio de Jesús, Dios parece no
intervenir: deja a Cristo aislado, sin éxito, cada vez más rechazado por los suyos. Pero este
silencio de Dios no deja por eso de estar vinculado al juicio venidero, lo mismo que la inactividad
del agricultor mientras brota la semilla no deja de estar vinculada a su actividad de segador.
Dios deja crecer la semilla lentamente, pero no se pierde nada con esperar: no hay continuidad
absoluta entre ese laborioso parto del reino de Dios y su manifestación en plenitud. Que quienes
hayan de colaborar en la instauración del reino no pierdan su confianza en Dios: El ha comenzado
y no puede haber duda de que, tras el silencio, dé cumplimiento a su obra. Que se le espere con
paciencia, sin querer adelantarse a Él. Y que quienes no quieran creer en el reino sino en el
momento de su manifestación, estén muy atentos: ese reino está ya cerca de ellos en Jesús y hay
que saber reconocerlo actuando ya en la pobreza de los medios y la lentitud del crecimiento.
Jesús habla de la siembra y luego se olvida, voluntariamente, de todo el trabajo que viene después:
la poda, la lucha contra la sequía, la preocupación por el mal tiempo... Prescinde de todo esto
porque tiene una lección concreta que ofrecernos: el Reino crece de todos modos, "lo mismo que
la luz brilla sin que nosotros podamos hacer nada, lo mismo que nada puede ocultarse cuando Dios
abre el camino".
La parábola del grano de mostaza alimenta la confianza en Dios al subrayar el contraste entre los
humildes comienzos del reino (v. 31) y la magnitud de la tarea escatológica (v. 32, en donde el
tema del nido está tomado de las escatologías judías consagradas a la incorporación de los paganos
en el pueblo de Dios; cf. Ez 17, 22-24). Con esta parábola Jesús ha querido, seguramente,
responder a la objeción de quienes se oponían a la pequeñez de los medios utilizados por Jesús
para la gloria del Reino esperado, y que ridiculizaban la pobreza y la ignorancia de los discípulos
de Jesús frente al cortejo triunfal que habría de inaugurar los últimos tiempos.
En realidad, en lo minúsculo actúa ya lo grandioso: incluso en el mundo que no conoce el reino,
este está ya actuando; incluso en el corazón del pecador más endurecido puede brillar aún una
lucecita y convertirse en gloria y fuego devorador. Se trata de tomar a Dios en serio a pesar de
todas sus apariencias.
La breve parábola del grano de mostaza (4, 30-32) encuentra su sentido en el contraste y en la
continuidad entre la humildad del punto de partida (un pequeño grano) y la magnitud del punto de
llegada (el árbol). El Reino, el Reino grandioso, está ya presente en esta pequeña semilla, o sea, en
la vida y en la predicación de Jesús y más tarde en la vida y en la predicación de la comunidad
cristiana. Pensamos en la actuación de Jesús: una misión que camina poco a poco hacia el fracaso
y un rebaño que se va encogiendo; pueden surgir las dudas y las crisis: ¿cómo compaginar esta
situación con la pretensión de universalidad que proclama el Reino? Esta semilla -afirma Jesús-
encierra dentro de sí una enorme potencialidad.
"La enseñanza de esta parábola no concierne propiamente al futuro. No pretende enseñarnos que
el Reino de Dios habrá de venir con toda seguridad, y que nos despreocupemos de todo eso. Se
trata de hacernos comprender el significado decisivo del tiempo presente". Así pues, la parábola
nos enseña a tomar en serio "nuestras" ocasiones, las ocasiones que se ofrecen aquí y ahora, por
muy humildes y terrenas que parezcan. Son, en el fondo, ellas las que esconden la presencia del
Reino.
Dos conclusiones. Como el Reino está aquí, en medio de las oposiciones y de los fracasos,
entonces no tenemos que huir de la historia (aunque ésta sea fragmentaria, equívoca y mezquina).
El discípulo sabe ver en todo esto la presencia de Dios. En cierto sentido -y ésta es la segunda
conclusión- en el Reino de Dios se desperdician muchas cosas (intentos repetidos, obstinados,
como el gesto del sembrador); no se puede ahorrar. Pero se trata sólo de un despilfarro para los
que razonan según los cálculos mezquinos de los hombres. Realmente en el amor no se
desperdicia nada, ni tampoco en la actividad de Dios: sólo hay riqueza de obstinación y de
fantasía. Dios (y el amor que se le parece) no pretende que cada gesto tenga un fruto, que cada
esfuerzo obtenga su recompensa. El amor vale por sí mismo, lo mismo que la atención a los
hombres, la obstinación en la solidaridad, la esperanza. Dios se da sin reservas.

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