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Primera lectura
Hechos 9,27-31 hace referencia, sobre todo, a la primera ida de Saulo a Jerusalén después de su
conversión. Aunque intentaba unirse a los discípulos de aquella comunidad, ellos recelaban de él
debido a su reciente pasado de perseguidor de la Iglesia. Fue la hora de los buenos oficios de
Bernabé, que sobresalía por su carisma de apertura y conciliación, que supo hacer de puente entre
Saulo, los apóstoles y la comunidad cristiana de Jerusalén (v 27).
Segunda lectura
Juan insiste una vez más en el amor, pero en un amor que no se contenta con hermosas palabras;
pues debemos amar como Cristo nos ha amado, ya que "en esto hemos conocido lo que es amor:
en que él dio la vida por nosotros" (v. 16). Y éste es el amor que nos saca de dudas; por él
conocemos si somos o no de la verdad; esto es, si hemos nacido de Dios y somos sus hijos.
Este amor es la prueba evidente de que estamos de parte de la verdad y así podremos apaciguar
ante Dios nuestra conciencia (vv. 19-22). Estar de parte de la verdad es afirmar que nuestro actuar
se rige por un nuevo principio de acción: nuestra fe. Por eso, cuando el hombre comparece ante
Dios (contexto judicial: cfr. Mt. 10, 32; 25, 32...) en el foro interno de su conciencia, esta práctica
del amor hace rebrotar en nosotros la confianza y la paz interna aun cuando nuestra conciencia
pueda echarnos en cara nuestras culpas.
Evangelio
Los versículos de hoy tienen que ver con el dinamismo interno de la comunidad cristiana, al que
hace referencia la primera lectura. Hay una invitación en una interrelación personal con Jesús.
"Yo soy la verdadera vid". Como hijo de Dios, Jesús se designa a sí mismo, como la vid, en el
sentido de que solamente él -como Hijo de Dios- puede ser la vid. Jesús se pone en el lugar que
hasta ahora solía ocupar el pueblo de Israel. Jesús es la vid verdadera en el sentido de que es él
quien da la auténtica vida, la que proviene de Dios, la que encuentra su fuente en el Padre.
Entre los sarmientos y la vid hay una comunión de vida con tal de que aquellos permanezcan
unidos a la vid. Y ésta es la condición para que el sarmiento dé fruto. El fruto es la realidad del
hombre nuevo, es el hombre que ya no existe para sí, que se esfuerza por morir a su egoísmo y a
vivir para Dios y para los demás.
La imagen apunta claramente a una comunión de vida con Cristo. Hay una dirección interesante
en la imagen, la poda; a los que se mantienen unidos a Cristo, Dios los "poda", para que den más
fruto; ¿qué aspectos de nuestra vida estamos dejando que sean podados en esta Pascua, qué
purificación y renovación se nota en nuestra existencia personal, en nuestra comunidad?
La vid, un pueblo, una iglesia, un cuerpo, la eucaristía, todo nos hablan que no estamos solos,
somos una comunidad de fe, en comunión con la Trinidad.
Debemos aspirar a estar con él y a estar en él. No se trata de una experiencia pasajera, sino de una
presencia envolvente, de una realidad penetrante, de una comunión permanente. El mismo Pablo
nos hablará de esta realidad de compenetración con Cristo, con multitud de expresiones y
metáforas, como revestirse de Cristo, vivir en Cristo, comulgar con Cristo, ser Cristo y, sobre
todo, «estar en Cristo». Estar en Cristo es acoger a Cristo y escucharle, es tener sus mismos
sentimientos y actitudes, es morir y vivir en él, es crucificar la carne para vivir en el Espíritu, es
vivir en la libertad y el amor, es vivir la filiación y la fraternidad, es vivir en total comunión con él
y no tener otra vida que Cristo.

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