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La República - Libro I

Se nos presenta a Socrates junto a Glaucón en el puerto Pireo de Atenas, donde se realiza una
ceremonia a la diosa Bendis. Al momento de querer marcharse, Polemarco y sus amigos los interceptan
y, por medio de amenazas, los convencen de acompañarlos hasta su hogar mientras esperan la conti-
nuación de la ceremonia.
Allí se desenvuelve un dialogo con Céfalo, un antiguo amigo de Socrates, sobre la vejez, del
que se concluye que esta no es en si misma la causa de los padecimientos de los viejos, como suele
considerarse popularmente, sino del carácter de los hombres y familiares de estos. Además se dice so-
bre las libertades y paz que produce la vejez en los hombres, al “desembarazarlos de multitudes de
amos enloquecidos”; aun de que, para los hombres tolerantes y moderados, la vejez será algo llevadero.
Luego, comienza un dialogo sobre la justicia entre el mismo Céfalo y Socrates, aunque más
tarde Polemarco se uniría en remplazo a Céfalo. En este se concluye que la justicia consiste en bene-
ficiar a los hombres, sean estos buenos o malos, justos o injustos, ya que al perjudicarlos se estaría
dañando su excelencia humana, lo que concierne al injusto no al justo. Ahora, a partir de esta reflexión
se pueden desprender varias dudas y cuestionamientos, entre ellas: ¿existen los hombres totalmente jus-
tos o injustos? ¿puede el hombre justo cometer alguna injusticia? ¿a caso no todos hemos sido o sere-
mos injustos en algún momento, y, si todos somos injustos, existiría realmente la justicia? ¿por otro
lado además, estamos los hombres capacitados para denunciar la injusticia o justicia de otros hombres,
o solo podemos juzgar la nuestra y la de nuestros actos? ¿además, no sería solamente valido la determi-
nación sobre la justicia de un hombre habiendo ya este terminado su obrar en el mundo, es decir,
llegado el momento en que sus actos hayan llegado a su tope y la realización de otros que pudieran
perjudicar su calidad de justo o injusto sea ya imposible, diciéndolo claramente, al momento de su
muerte y la muerte de la consecuencia de sus actos? A tales cuestionamientos podemos concluir, luego
de reflexionar lo siguiente: 1) Ningún hombre es totalmente injusto o justo, todos los hombres habitan
su existencia cometiendo algunas y otras acciones según sea su conveniencia, estimación por los afec-
tados, situación económica (¿o a caso habrá algún superior entre los mortales que podría sancionar
como injusto, y negar que procedería de la misma forma, a alguien que robe comida para no morir, o
aun para alimentar a los suyos?), valores, presión social ejercida en él, e incluso violencia a él o a los
suyos para forzarlo a proceder, entre otros factores: todos los hombres viven como una amalgama de
justo e injusto. 2) Solo uno mismo puede conocer todos los factores dichos en el primer punto, por lo
tanto solo el hombre justo puede determinar su justicia, y así también con el injusto: los hombres no
pueden determinar definitivamente la calidad de justo de otro hombre. 3) Solo una vez muerto el
hombre y las consecuencias de sus actos (es decir, el truncamiento de estos como fenómeno vivo que
desencadena en otros fenómenos, hasta cuando fuera predecible y considerado por ese hombre) tiene
sentido y algún tipo de sustento hacer un atisbo acerca de su calidad de justo o al contrario: solo el
hombre muerto en cuerpo y consecuencias puede ser “juzgado” en calidad de justo o injusto. 4) Por
todo lo anteriormente expuesto, poco tiene de importante la sentencia de justos e injustos a hombres
particulares, y tal vez solo lo verdaderamente relevante de estos adjetivos sea la condena de actos, si -
tuaciones particulares o procesos complejos (sistemas políticos, leyes, procesos históricos, etc.): la jus-
ticia solo concierne a los hombres en cuanto les concierne y afecta de manera significativa en sus vi-
das o en las de otros a los que estimen.
El último dialogo que tiene lugar es entre Trasímaco y Socrates, y gira en torno a la idea, pro-
puesta por el primero, de que la justicia es lo que conviene al más fuerte, por tanto, a los gobernantes.
De este dialogo puede concluirse que, al contrario que la idea postulada, los gobernantes no hacen lo
que más les conviene sino lo que más conviene a sus gobernados, que el justo es sabio y bueno (al con-
trario de lo dicho por Trasímaco) y que la justicia es la excelencia del alma y por tanto el ser justo la
mejor forma del buenvivir. Además, puede concluirse que a lo que apela Trasímaco, en realidad, es a
una definición institucionalizada que imponen los gobernantes, por lo tanto, una mera afirmación legal.

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