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Universidad Católica de la Santísima Concepción


Licenciatura en Ciencias Religiosas y Estudios Eclesiásticos
Estudiante: César Paredes Poblete
Docente: Manuel Gómez Mendoza
Fecha: 26 de julio de 2021.-

LA VIDA CRISTIANA. LA VIDA EN LA IGLESIA


Ser cristiano es “vivir en Cristo”. Revisaremos qué significa ser cristiano en
la Iglesia y cómo influye aquello en la espiritualidad, a partir de dos preguntas
centrales: ¿Cuál es la naturaleza de la auténtica relación del cristiano con la
Iglesia?; y ¿Qué papel juega la mediación de la Iglesia en la espiritualidad
cristiana? Se responderá a aquello teniendo presente el contexto actual, en el que
es difícil que el cristiano se defina por su pertenencia a la Iglesia, y si lo hace,
enfatiza su distancia respecto de la Iglesia oficial, por sobre aquellos aspectos que
comparte con Ella.

I.- EL CRISTIANO EN LA IGLESIA: para entender la naturaleza de esta relación,


nos centraremos en las tres coordenadas, propias del Concilio Vaticano II, que
explican la realidad de la Iglesia: Misterio; Comunión; y Misión.

1.- La Iglesia Misterio: la palabra “misterio” está presente en la Sagrada


Escritura, y de manera especial en el NT, en el que adquiere un contenido
teológico especial: se refiere al Reino y a su revelación por parte de Dios en
Jesucristo. San Pablo enseña que “el misterio” es el plan salvífico de Dios
realizado en Cristo, y que la Iglesia es “misterio” en cuanto que ésta es habitada
por Cristo, es presencia del misterio de Cristo, signo y manifestación de este
misterio para el mundo. A su vez, la Iglesia es “misterio” porque tiene su fuente en
la Santísima Trinidad: es pueblo de Dios; el cuerpo de Jesucristo resucitado; y el
templo del Espíritu Santo. Así, el misterio de la Iglesia es como una extensión y
manifestación de la Trinidad que en la Iglesia adquiere una dimensión histórica. Su
realidad mistérica consiste en que viene de la Trinidad y está llena de la Trinidad.
Por lo tanto, la Iglesia no es una mera sociedad humana, sino un verdadero
misterio: tiene una condición sacramental en Cristo, es decir, es signo o realidad
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visible, en la que se significa el misterio de la vida del Padre invisible, que se da a


los hombres por Cristo, a través de todo su Cuerpo, en el Espíritu; y que la
comunica. Así, la Iglesia significa la vida trinitaria y la comunica a toda la
humanidad y al mundo.

Implicaciones de la Iglesia Misterio en la espiritualidad cristiana: quien acepta


en su vida a la Iglesia misterio, y la comprende como extensión de la Trinidad en
el tiempo, la admira y la venera siempre agradecido, desde su fe; la contempla
como una sola realidad en su doble dimensión: divina y humana, en referencia al
Verbo Encarnado; reconoce y acepta todo lo que supone ser Iglesia: es partícipe
de la vida divina y la necesita; entra en comunión con los demás miembros del
pueblo de Dios; con todos los hombres y con el universo entero; vive en el amor
de Cristo hacia sus hermanos y hacia la Iglesia, a pesar de sus limitaciones y
pecados, reconociéndose a sí mismo pecador; y en comunión con sus hermanos
vive y ejerce el amor de la Iglesia hacia el Señor.

2.- La Iglesia Comunión: nace en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y para ser signo e instrumento de la unión íntima de los hombres
con Dios y de la unidad de todo el género humano. Por lo tanto, la razón de la
comunión en la Iglesia trasciende la explicación meramente sociológica. La
comunión significa la común participación de los miembros de la Iglesia en la
salvación de Dios ofrecida por medio de la alianza, la regeneración en Cristo, la
participación de la naturaleza divina y la filiación. Estos dones son la base de la
comunión entre los miembros de la Iglesia. A su vez, la comunión propia de la
Iglesia se hace presente en su realidad sacramental: la Iglesia es como
sacramento universal de salvación, es signo e instrumento de unión íntima de los
hombres con Dios y de los hombres entre sí. Además, la comunión eclesial
supone la aceptación de la unión indisoluble entre la vida interior espiritual y la
dimensión histórico social que constituyen la única realidad de la Iglesia. Y
finalmente, la comunión en la Iglesia se realiza en y por la celebración de la
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Eucaristía, en y por la participación del cuerpo y sangre de Cristo, convirtiéndose


los miembros de la Iglesia en aquello que reciben.

¿Cómo se realiza esta comunión en la Iglesia?: 1.- La comunión de los fieles:


con Dios, en la misma fe, en la misma esperanza y en la única caridad; como una
familia de hijos y hermanos unidos por la gracia de Cristo; unidos en auténtica
igualdad y común dignidad, vinculados por una recíproca necesidad; igualdad
esencial que es diferenciada por la acción del Espíritu Santo que suscita carismas
diversos al servicio de la comunión; que se materializa en la comunidades
eclesiales en forma de acogida, de compartir necesidades y bienes, de confesar la
misma fe, y de vivir en comunión con la comunidad eclesial más amplia. 2.- La
comunión de Iglesias: las Iglesias particulares hacen presente y actualizan a la
única Iglesia de Cristo en un lugar determinado, y son una porción de la Iglesia
universal; la Iglesia universal es la comunión de Iglesias, la congregación universal
agrupada en Iglesias locales presididas a su vez por los obispos en comunión con
el de Roma. En suma, la Iglesia universal está presente en las Iglesias
particulares; y a su vez, la Iglesia universal se constituye a base de las Iglesias
particulares, de tal manera que ni la Iglesia universal existe al margen de las
iglesias particulares, sino por ellas y en ellas; ni éstas son meras partes, cuya
suma forman la totalidad de la Iglesia. 3.- La Comunión y la Institución
Jerárquica: en situación de crisis actual es necesario potenciar en la Iglesia la
comunión con el ministerio jerárquico. El ministro ordenado ha de ser considerado
desde la igualdad esencial entre los cristianos: como hermano va con los
miembros del pueblo de Dios; como autoridad va al frente del pueblo de Dios; y
como servidor ejerce su ministerio para sostener el sacerdocio común de los
fieles. A la vez, se debe tener presente la comunión dentro de la misma institución
jerárquica: de la comunión del colegio episcopal con el Papa; del presbiterio con el
Obispo; y de las conferencias episcopales con el Presidente, sin olvidar el principio
de la colegialidad. Crítica es la situación actual de la comunión entre el laicado y la
jerarquía, cuyas dificultades principales son la falta de un reconocimiento y
valoración del ministerio jerárquico por parte del laicado; y la exigencia de una
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participación de todos los fieles en la misión de la Iglesia. 4.- La Comunión con la


Iglesia Celestial: La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los
hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Es
una comunión que se expresa sobre todo por medio de la oración de la Iglesia
peregrina en favor de los difuntos, y por medio de la veneración de los santos que
nos une a Cristo, fuente de toda gracia.

Implicaciones de la Iglesia Comunión en la espiritualidad cristiana: el


cristiano debe vivir la comunión solicitándola y recibiéndola como un don de Dios
que se nos dispensa en la filiación del Hijo, la que debe manifestarse en la vida de
toda la comunidad eclesial y en las relaciones de sus miembros, de manera que
éstos conozcan la comunión como experiencia de vida. Así, la relación fraterna
debe ser la experiencia eclesial fundamental de la vida del cristiano, que rompe
con todas las diferencias sociales, raciales, culturales, familiares y religiosas. La
comunión debe asegurar el discernimiento eclesial en el proceso de las
decisiones, afincado en la comunión con Dios. Además, la comunión eclesial
implica para el cristiano integrar y aceptar los diferentes aspectos de la Iglesia:
visible e invisible; comunidad y persona; libertad y jerarquía, aunque parezcan
éstos contradictorios. La comunión eclesial implica para el cristiano pertenecer a
una comunidad y vivir la fraternidad, y aquello será auténtico si aquella comunidad
está siempre dispuesta a salir de sus límites y entrar en comunión con otras
comunidades cristianas y con la Iglesia local. El cristiano que acepta y vive la
Iglesia como comunión, acepta y valora el ministerio ordenado en su identidad
como algo constitutivo de la comunidad cristiana; y a su vez, el ministro ordenado
debe tener conciencia de la identidad de su ministerio, a partir de la igualdad
básica que tiene con todos los fieles. Y, finalmente, el cristiano que acepta a la
Iglesia Comunión debe aprender a vivir la unidad en la pluriformidad propia de la
Iglesia, porque la Iglesia, que es universal, se realiza en comunidades locales,
integra a los hombres con su realidad existencial y cuenta con los carismas
diversos del Espíritu, pluralidad que es posible gracias a la unidad.
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3.- La Iglesia Misión: la Iglesia peregrinante es, por naturaleza, misionera.


Evangelizar constituye la identidad más honda de la Iglesia. La Iglesia existe para
evangelizar. La Iglesia ha sido convocada para ser enviada, porque nace de la
misión de Jesucristo y de la efusión del Espíritu Santo, según el plan salvífico de
Dios Padre. El misterio trinitario en su autodonación funda la existencia de la
Iglesia y origina la misión. En la Iglesia se prolongan la misión recibida por Jesús
del Padre y la unción del Espíritu Santo. La comunión y la misión de la Iglesia se
implican mutuamente y son inseparables: la comunión es misionera y la misión es
para la comunión. Su misión es ser sacramento de salvación: pertenece a Cristo y
sirve a los hombres comunicándoles la vida nueva en Cristo. La Iglesia es
esencialmente misionera, y por lo tanto, la misión pertenece a cada miembro de la
comunidad entera, encargada de anunciar el Reino de Dios. Para la realización de
la misión, actualmente, se hace más urgente la lectura, a la luz del Evangelio, de
los nuevos signos de nuestro tiempo: la violencia, la indiferencia religiosa, el
vaciamiento ético, y la necesidad de salvación que el hombre tiene. Es urgente
una nueva evangelización, que se realice por medio del diálogo de la Iglesia con el
hombre y con el mundo, y por medio de un proceso de inculturación, en el que la
Iglesia haga suya la opción preferencial por los pobres y la promoción humana.

Implicaciones de la Iglesia Misión en la espiritualidad cristiana: la misión es la


identidad del cristiano, y si el misterio de misión en la Iglesia tiene su fuente en el
misterio de comunión, el cristiano vivirá la misión desde y en la comunión,
contemplando su propia vida en Cristo y saliendo de sí mismo para ir al encuentro
de los demás, especialmente sirviendo en el amor y la solidaridad a los más
necesitados, porque ha contemplado y ha experimentado el amor de Dios en la
Iglesia. Así, la misión debe vivirse en el amor de la comunión. Por otra parte, vivir
la comunión en la Iglesia, como un sacramento de salvación, implica las siguientes
exigencias para la espiritualidad eclesial: la humildad sin triunfalismo; la reforma
permanente que haga creíble el testimonio de la Iglesia frente a la humanidad; la
conciencia de que la Iglesia es un don de Dios para el hombre; y la fidelidad que la
Iglesia debe a Dios y al hombre.
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II.- LA MEDIACIÓN DE LA IGLESIA: la Iglesia es a la vez obra de Cristo e


instrumento de Cristo para obrar la salvación en el mundo, es sacramento
universal de salvación, y por eso tiene la función de mediación, y el cristiano
necesita acoger la mediación que la Iglesia le ofrece y de la que está necesitado.
No podemos considerar a la Iglesia como mediación sólo por el hecho de que Ella
se descentre de sí misma para beneficiar al mundo o para servir a los hombres; su
carácter de mediadora no le nace de sí misma. Su carácter de mediadora radica
en ser Ella desde la Trinidad para los demás. En efecto, la Iglesia como
sacramento nunca será sacramento fuente; su carácter sacramental lo debe
exclusivamente a Jesucristo, Verbo de Dios encarnado, que es el mediador. Esto
hace a la Iglesia pobre y rica al mismo tiempo: pobre, porque los dones que ofrece
no son frutos de ella misma sino que los ha recibido como don; y rica, porque vive
la experiencia del don de la presencia de Cristo y de su Espíritu y de los dones
que dicha presencia le concede. Así, la Iglesia mediación, teniendo su origen en la
Trinidad y saliendo de sí misma al encuentro de los demás, vive una realidad
entitativa muy superior a la que le podría llegar desde sus propias fuerzas y de su
propio poder, lo que exige una constante conversión en su vida. Desde esta
realidad, entendemos a la Iglesia como Madre, cuya fecundidad no le surge de
Ella misma, aunque es realmente fecunda. Y finalmente, aceptar en la vida
cristiana a la Iglesia Mediadora supone una actitud de receptividad en el cristiano
que informa progresivamente su comportamiento y su estilo de vida.

1.- La Palabra de Dios en la Iglesia: la Palabra de Dios es eficaz, es Palabra


Viva, es soporte de la Iglesia y es fuerza eficaz de salvación. Nace desde la
historia de Israel, desde Cristo, desde la Iglesia primitiva: es comunitaria y es para
la comunidad, la que debe ser fiel a la Palabra. La Iglesia es el lugar de la Palabra,
cuando la Iglesia reunida proclama la Palabra, es Cristo quien se hace presente,
es Él quien habla. En este contexto de fe, la escucha de la Palabra es
acontecimiento de gracia, es fuerza renovadora que obliga a responder a la Iglesia
en su situación histórica específica. Toda vida cristiana, en cada etapa de su
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proceso, necesita de la Palabra de Dios como su alimento: es fuerza impulsora,


referencia orientativa, norma de revisión y contenido de la oración cristiana,
especialmente de la oración litúrgica, que es prolongación de la oración de Cristo.

2.- Los Sacramentos en la Iglesia: Jesucristo es el sacramento primordial y


esencial de la salvación. Él es el autor de los sacramentos, y permanecen ligados
a Él. Es de Cristo de donde brota la gracia salvadora que comunican los
sacramentos, como signos sensibles eficaces que comunican la obra salvadora de
Cristo y que el hombre puede percibir y recibir. Son sacramentos de la Iglesia,
existen por Ella, porque es en la Iglesia donde Jesucristo resucitado se hace
presente, y es en la Iglesia donde sus miembros están presentes ante Jesucristo.
Son sacramentos para la Iglesia, permiten su edificación y fortalecimiento. Son
sacramentos de la salvación, porque cada sacramento pone al cristiano en
comunión con Cristo y su salvación. De lo dicho podemos deducir que: es
imposible una espiritualidad cristiana sin sacramentos; la madurez espiritual pasa
por la profundización en su vivencia de los sacramentos; la celebración de un
sacramento es en la persona un verdadero encuentro con la realidad salvífica de
Cristo, que marca su vida espiritual y que exige su respuesta y compromiso de fe;
la celebración de los sacramentos siempre debe darse en el contexto comunitario
eclesial; y son erradas las tendencias que intentan construir una propuesta de vida
de fe al margen de la participación en los sacramentos, ante lo cual se hace
necesario una valoración de los sacramentos por sobre los sentimientos y
reacciones no favorables hacia la Iglesia que pueda estar viviendo una persona.
Finalmente, la Iglesia cuando celebra los sacramentos ya ha recibido en germen y
participa ya de la vida eterna, y a la vez es animada y fortalecida para dirigirse al
encuentro definitivo con su Señor.

3.- El Servicio Fraterno en la Iglesia: la Mediación de la Iglesia también se


manifiesta en el servicio fraterno. La comunidad es una rica mediación de Vida
para el cristiano, es decir, el cristiano, por medio de la Iglesia, entra en comunión
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con sus hermanos y con la vida de Dios. Además, los miembros de la Iglesia han
recibido de Dios ciertos dones o carismas que éstos ponen al servicio de la Iglesia
para su edificación, dones y carismas que han de ser valorados como mediación y
acogidos con gratitud. Y finalmente, el servicio del ministerio ordenado constituye
una importante mediación en la Iglesia y de la Iglesia, cuya razón de ser es servir
al sacerdocio común de los fieles, y que se realiza por el ministerio de la Palabra
de Dios, por el ministerio de los sacramentos y por el ministerio de la dirección de
la comunidad, mediación constitutiva de la comunidad eclesial que, en el contexto
de la espiritualidad cristiana, debe ser valorado, aceptado y agradecido por los
miembros de la Iglesia.

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