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Cómo arreglar el sistema alimentario en

simples pasos, o no
Para solucionar el problema que representa el impacto
medioambiental que suponen la agricultura o la pesca, es crucial
que no le echemos la culpa a la tecnología de no haberlo resuelto;
usémosla para ir mejorando las cosas

GABRIEL PONS
11 MAY 2022 - 22:35 COT
La agricultura es la causante de una cuarta parte del cambio climático. Además, por si fuera poco, el
sistema alimentario ha mostrado su fragilidad con la guerra de Ucrania, que ha producido una subida
de precios sin precedentes y que puede ser peor que la crisis alimentaria de 2008-2012. Esto se debe a
una combinación de encarecimiento del gas, escasez de fertilizantes y la falta de acceso internacional
al grano ruso y ucranio.
¿Es posible construir un sistema alimentario capaz de resistir estos dos desafíos –la huella de carbono
y la estabilidad–, pero que no consista en soluciones simples para problemas complejos?
Entre los sectores ideológicos (no hablo de los científicos) más preocupados por mitigar el cambio
climático se suelen proponer recetas casi siempre parecidas que acaban resultando peores que la
enfermedad debido a ciertos sesgos frecuentes a ambos lados del espectro ideológico. Uno de estos es
que escuchamos a los expertos que coinciden con nuestras ideas y tendemos a ignorar a los que no.
Les creemos cuando nos dicen que el cambio climático tiene causas humanas, pero no cuando nos
defienden que las soluciones que sugerimos para resolverlo no sirven.
Cuando recomendamos la agroecología para disminuir la huella de carbono, no tenemos en cuenta que
sus rendimientos son menores comparados con la agricultura convencional. Menos rendimiento
implica más necesidad de tierras para producir la misma cantidad de comida, lo que a su vez significa
más deforestación.
Pero el mundo agroecológico es refractario a las evidencias y sus consecuencias. Hace un año, cuando
el presidente de Sri Lanka decidió prohibir la importación de fertilizantes y pesticidas, parecía una
gran idea. Un año después, al menos una parte de la multitud que asedia el palacio presidencial en
estos días la componen agricultores iracundos. El país se enfrenta a un descenso brutal en los
rendimientos, que ha significado una caída en las exportaciones de té que ha costado al país 425
millones de dólares (403 millones de euros), y un déficit en la producción de arroz de un 20%, cuando
siempre había sido autosuficiente.
Cuando recomendamos la agroecología para disminuir la huella de carbono, no tenemos en cuenta que
sus rendimientos son menores comparados con la agricultura convencional
¿Y si en vez de tomarse un año en reducir fertilizantes químicos, Sri Lanka se hubiera tomado diez?
No habría funcionado tampoco. El problema es de dónde va a salir tanto nitrógeno, el elemento
esencial para el crecimiento de las plantas, junto con el fósforo y el potasio.
En resumen, el balance de materia orgánica en el suelo es como el de una cuenta bancaria:
equilibramos ingresos y egresos. Si llevamos años extrayendo nutrientes, para reponerlos hay que
añadirlos otra vez, con el equivalente a aumentar un 75% la producción anual de fertilizantes
nitrogenados. ¿De dónde va a salir tanto nitrógeno?
Otra receta nos dice que podemos disminuir la huella de carbono cambiando el consumo de alimentos
importados por locales. ¿Es el transporte el causante de la mayor parte de la huella? Los datos de
Ourworldindata.org, mi sitio de referencia para no quedar como un cuñado al emitir una opinión
alimentaria, nos dicen que no. Lo importante no es de dónde es la comida, sino qué comemos. No se
trata de sustituir carne de vacuno industrial por carne de vacuno ecológico y local. Se trata de comer
menos carne de vacuno y lácteos del tipo que sea, lo que tu compromiso ideológico pueda soportar.
Por suerte, la izquierda tolera mejor que la derecha que le digan la verdad: que para conseguir los
objetivos de cambio climático tendremos que cambiar nuestra forma de consumir. Lo que la izquierda
no tolera tan bien es que le digan que para conseguir los objetivos de cambio climático tendremos que
además que mejorar nuestros sesgos cognitivos. Una de las falacias en las que caemos con más
facilidad es la llamada naturalista, por la cual pensamos que lo industrial es malo porque no es natural,
y lo natural es bueno porque… Bueno, porque sí, que para eso se trata de un sesgo. Nuestro cerebro ha
evolucionado para creerlo así, todavía no sabemos bien por qué.
Veamos el ejemplo de la pesca. Nos basta poner en un artículo que es agricultura o pesca
“industriales” para que el cerebro actúe y piense: “malo”. ¿Es mejor la pesca artesanal que la
industrial? Depende. La de proximidad tiene sus ventajas ecológicas: generan más empleo y se
preocupan mucho más por la sobrepesca, porque no pueden ir a faenar a otro lado. Pero su huella de
carbono es el doble de la de un arrastrero de altura, que emite mucho menos por kilogramo de
pescado. Depende, también, de la especie capturada: la langosta gasta mucho combustible y la sardina
muy poco. El problema de la pesca industrial es el manejo sostenible de los caladeros, no su huella de
carbono.
¿Es mala la acuicultura porque es industrial? Su huella de carbono es solo ligeramente superior a la de
la pesca industrial, y muchísimo menor que la de la carne (ecológica o no). Es una manera eficiente de
producir proteína. Lo importante es que no deforeste manglares.
Umberto Eco decía que hay problemas que tienen que resolverse demostrando que no tienen solución.
La agricultura es uno de ellos. ¿Cómo se resuelve un problema sin solución? Haciendo gestión de
daños, porque no podemos aspirar a más, mientras avanzamos en soluciones técnicas, pero también
políticas y personales.
Pero para ello es crucial que no seamos tecnófobos. No le echemos la culpa a la tecnología de no
haber resuelto un problema sin solución. Usémosla para ir mejorando las cosas. Y antes de que salga
el trol correspondiente a decir que me paga Monsanto, diré que estas opiniones, en el mundo de la
cooperación para el desarrollo, no me han ayudado precisamente a hacer amigos. Lo mío es vocación

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