Está en la página 1de 9
XVII LAS MASCARAS DEL SINTOMA Nuestras interpretaciones y las suyas El caso de Elizabeth von R. Disociacién entre amor y deseo El deseo articulado no es articulable La risay la identificacién Hoy quisiera conducirlos otra vez a cierta aprehensién primitiva referi- da al objeto de nuestra experiencia, es decir, el inconsciente. Mi propésito es en suma mostrarles que el descubrimiento del incons- ciente nos abre vias y posibilidades, sin dejarles olvidar los limites que le pone a nuestro poder. En otros términos, para mi se trata de mostrarles en qué perspectiva, en qué avenida se deja entrever la posibilidad de una normativacién — una normativaci6n terapéutica — tal que toda la expe- riencia concurre para demostrarles a ustedes que tropieza, sin embargo, con las antinomias internas de toda normativacién en la condicién humana. E] andlisis nos permite profundizar incluso en la naturaleza de esos li- mites. Inevitablemente nos impresiona el hecho de que Freud, en uno de sus Ultimos articulos — aquel cuyo titulo se tradujo impropiamente como “Andlisis terminable e interminable”, cuando en realidad se refiere a lo fi- nito o infinito —, el hecho de que Freud, pues, nos designe la proyeccién hasta el infinito de la finalidad del andlisis de la forma mis clara, en el pla- no de la experiencia concreta, como dice él, destacando lo que hay de irre- ductible para el hombre en el complejo de castracién, para la mujer en el Penisneid, es decir, en una determinada relacién fundamental con el falo. 327 LA SIGNIFICANCIA DEL FALO {Qué es lo que puso de relieve el descubrimiento freudiano en su punto de partida? El deseo. Lo que Freud descubre esencialmente, lo que apre- hende en los sintomas, sean cuales sean, tratese de sintomas patolégicos o de lo que él interpreta en lo que hasta entonces se presentaba como mas 0 menos reducible a la vida normal, a saber, el suefio, por ejemplo, es siem- pre un deseo. Mas aiin, en el suefio no nos habla simplemente de deseo sino de cum- plimiento de deseo, Wunscherfiillung. Esto nos ha de resultar por fuerza llamativo, a saber, que si habla de satisfaccién del deseo sea precisamente respecto al suefio. Indica por otra parte que, en el propio sintoma, hay cier- tamente algo que recuerda a dicha satisfaccién, pero es una satisfaccién cuyo car4cter problematico es bastante acentuado, porque por otra parte es una satisfacci6n al revés. Asi, parece que el deseo esté ya vinculado con algo que es su aparien- cia y, digamos la palabra, su mascara. La estrecha relacién que mantiene el deseo, tal como se nos presenta en la experiencia analitica, con lo que lo reviste de forma problematica, requiere que nos detengamos en ello como en un problema esencial. He destacado en diversas ocasiones, estas tiltimas veces, c6mo el deseo, en la medida en que aparece en la conciencia, se manifiesta de una forma paraddjica en la experiencia analitica — 0, mds exactamente, hasta qué punto ésta ha promovido el cardcter inherente al deseo, como deseo per- verso, consistente en ser un deseo en segundo grado, un goce del deseo en cuanto deseo. De una forma general, la funcién del deseo no la descubri¢ el andlisis, pero éste nos ha permitido comprobar qué grado de profundidad alcanza el hecho de que el deseo humano no esté directamente implicado en una relacién pura y simple con el objeto que satisface, sino vinculado tanto con una posicién adop- tada por el sujeto en presencia de dicho objeto como con una posicién que adop- ta aparte de su relacién con él, de tal forma que nunca hay nada que se agote pura y simplemente en la relacién con el objeto. Por otra parte, el andlisis viene bien para recordar lo siguiente, que se sabe desde siempre, a saber, el caracter vagabundo, huidizo, insaciable, del deseo. Este elude precisamente la sintesis del yo (moi), no dejandole otra salida que la de ser tan solo, a cada momento, una ilusoria afirmacién de sintesis. Si bien siempre soy yo quien desea, eso que hay en mi sélo se puede captar en la diversidad de los deseos. A través de esta diversidad fenomenoldgica, a través de la contradiccién, de la anomalia, de la aporia del deseo, no hay duda, por otra parte, de que 328 LAS MASCARAS DEL SINTOMA ve manifiesta una relacién més profunda, que es la relacién del sujeto con la vida, y, como se suele decir, con los instintos. Al tomar esta via, el ana- lisis nos hace hacer progresos en lo referente a la situacién del sujeto res- pecto de su posicidn de ser vivo. Pero, precisamente, el andlisis nos hace experimentar a través de qué mediaciones se realizan los objetivos 0 los fines, no sdlo de la vida sino tal vez también de lo que esté més alld de la vida. En efecto, Freud tuvo en cuenta, como un més all4 del principio del placer, no sé qué teleologia de los primeros fines vitales 0 de los fines tlti- mos a los que la vida estaria dirigida, que son el retorno al equilibrio de la muerte. Todo esto, el andlisis nos permitié, no digo definirlo sino entreverlo, en la medida en que nos permitié también seguir en sus derro- teros el cumplimiento de los deseos, El deseo humano, en sus relaciones internas con el deseo del Otro, se habia entrevisto desde siempre. No hay mas que ir al primer capitulo de la Fenomenologia del espiritu de Hegel para encontrar las vias por las que una reflexién lo suficientemente profunda podria permitirnos iniciar esta inves- tigacion. Esto no le quita nada de su originalidad al fenémeno nuevo plan- teado por Freud, que nos permite arrojar una luz tan esencial sobre la natu- raleza del deseo. La via seguida por Hegel en su primer abordaje del deseo esta lejos de ser tinicamente, como se suele creer desde fuera, una via deductiva. Se tra- ta de captar el deseo a través de las relaciones de la conciencia de si con la constitucion de la conciencia de sf en el otro. La cuestién que se plantea entonces es saber cémo, con esta mediacién, puede introducirse la propia dialéctica de la vida. Esto s6lo se puede traducir en Hegel mediante una especie de salto que en este caso él Ilama una sintesis. La experiencia freu- diana nos muestra un recorrido muy distinto, aunque, curiosamente, y de forma muy notable también, en él, el deseo se presenta como profundamen- te ligado a la relacidn con el otro, aun presentandose como un deseo incons- ciente. Ahora conviene volver a situarse en el plano de lo que fue en la ex- periencia del propio Freud, en su experiencia humana, este abordaje del deseo inconsciente. Necesitamos representarnos los primeros tiempos en los que Freud se encontré con esta experiencia en su carécter de novedad sorprendente, como algo que requiere, no ya intuicién, sino mas bien adivinacién, porque se trataba de aprehender algo detrés de una mascara. Ahora que el psicoanilisis est4 constituido y se ha desarrollado en un discurso tan amplio y tan movedizo, podemos representarnos — pero nos 329 LA SIGNIFICANCIA DEL FALO lo representamos bastante mal — el alcance de lo que Freud estaba intro- duciendo cuando empezaba a leer en los sintomas de sus pacientes, en sus propios suefios, y cuando empezaba a aportarnos la nocién de deseo incons- ciente. Esto es ciertamente lo que nos falta para ponderar en su justo valor sus interpretaciones. Todavia nos resulta muy chocante lo que a menudo nos parece su cardcter extremadamente intervencionista en comparacién con lo que nosotros mismos nos permitimos y, yo dirfa, en comparacién con lo que podemos y ya no podemos permitirnos. Se puede afiadir incluso que sus interpretaciones nos sorprenden, hasta cierto punto, por su cardcter errado.' Mil veces les he hecho notar, a prop6- sito del caso de Dora por ejemplo, o de sus intervenciones en el andlisis de Ja joven homosexual, que hemos comentado extensamente aquf, hasta qué punto las interpretaciones de Freud — él mismo lo reconoce — dependfan de su conocimiento incompleto de la psicologia, muy especialmente de los homosexuales en general pero también de las histéricas. Debido al conoci- miento insuficiente de Freud en aquel momento, en mas de un caso sus interpretaciones se presentan con un cardcter demasiado directivo, casi for- zado y a la vez precipitado, que en efecto da su pleno valor al término de interpretaci6n errada. Sin embargo, es indudable que esas interpretaciones se presentaban en aquel momento, hasta cierto punto, como interpretaciones que habia que hacer, como las interpretaciones eficaces para la resolucién del sintoma. {Qué quiere decir esto? Evidentemente, esto nos plantea un problema. Para empezar a desbro- zarlo, necesitamos representarnos que cuando Freud hacia interpretaciones de esta clase se encontraba en una situacién muy distinta de la actual. En efecto, todo lo que, en una interpretacidn-veredicto, sale de la boca del analista en tanto que hay interpretacion propiamente dicha, ese veredicto, lo que se dice, se propone, se da por verdadero, su valor procede literalmen- te de lo que no se dice. La cuestién es, pues, saber sobre qué fondo de no- dicho se propone una interpretacién. En la época en que Freud le hacia sus interpretaciones a Dora, le deca por ejemplo que amaba al Sr. K y le indicaba sin ambages que con quien normalmente hubiera debido rehacer su vida era con él. Esto nos sorpren- de, tanto més cuanto que sabemos que no podfa ser asi, por las mejores razones, y a fin de cuentas Dora no quiere saber nada al respecto. Sin em- bargo, una interpretacién de esta clase, en el momento en que Freud la ha- 1. A cété. [N. del T.] 330 LAS MASCARAS DEL SINTOMA cfa, se presentaba sobre un trasfondo que, por parte de Ja paciente, no su- ponia ninguna presuncién de que su interlocutor buscara rectificar su apre- hensién del mundo o hacer que su relaci6n de objeto alcanzara la madurez. Para que el sujeto espere de la boca del analista cosas semejantes, se requie- re todo un ambiente cultural que todavia no se habia formado en absoluto. En verdad, Dora no sabe lo que espera, la llevan de la mano y Freud le dice Hable, y ninguna otra cosa despunta en el horizonte de una experiencia dirigida de esta forma — salvo implicitamente, porque s6lo con decirle que hable ya debe de estar en juego algo del orden de la verdad. La situaci6n esté lejos de ser semejante para nosotros. Hoy, el sujeto viene ya al andlisis con la nocién de que la maduracién de la personalidad, de los instintos, de la relacién de objeto, es una realidad ya organizada y normativizada cuya medida representa el analista. El analista se le antoja en posesién de las vias y los secretos que de entrada se presentan como una red de relaciones cuyas lineas generales capta el sujeto, aunque no las co- noce todas — las capta, al menos, dentro de su propia nocién de dichas li- neas. Tiene la nocién de que pueden concebirse detenciones en su desarro- Ilo, de que debe Ilevarse a cabo un progreso. En resumen, hay todo un fon- do relacionado con la normativacién de su persona, de sus instintos, etcé- tera — abran una llave y afiadan todo lo que quieran. Todo esto implica que el analista, cuando interviene, interviene en posicién, como se suele decir, de juicio, de sancién — hay una palabra todavia mds precisa que luego in- dicaremos —, lo cual le da a su interpretacién un alcance muy distinto. Para captar bien de qué se trata cuando les hablo del deseo inconsciente en el descubrimiento freudiano, hay que volver a aquellos tiempos de fres- cura en que, con respecto a la interpretacién del analista, no se presuponia nada, salvo la deteccién en lo inmediato, detras de algo que se presenta parad6jicamente como absolutamente cerrado, de una x que esta més alla. Todo el mundo aqui se relame con el término sentido. En mi opinion este término es tan sdlo una versién debilitada de lo que est4 originalmente en juego. Por el contrario, el término deseo, por todo lo idéntico al sujeto que anuda y retine, da a lo que se encuentra en esa primera aprehensién de la experiencia analitica todo su alcance. Conviene partir de ahi si queremos ordenar al mismo tiempo el punto donde nos encontramos y lo que signifi- ca esencialmente, no sélo nuestra experiencia, sino también sus posibili- dades — quiero decir lo que la hace posible. Esto mismo ha de mantenernos a salvo de la pendiente, la tendencia, dirfa incluso la trampa en la que nosotros mismos nos vemos implicados con el paciente a quien introducimos en la experiencia — inducirlo a una 331 LA SIGNIFICANCIA DEL FALO via basada en cierto nimero de peticiones de principio, es decir, en la idea de que se puede encontrar una soluci6n tltima a su condicién que le per- mitirfa, a fin de cuentas, convertirse, digdmoslo, en idéntico a un objeto cualquiera. Volvamos, pues, al caracter problematico del deseo tal como se presen- taen la experiencia analitica, es decir, en el sintoma, cualquiera que sea. Llamo aqui sintoma, en su sentido mAs general, tanto al sintoma mérbi- do como al suefio 0 a cualquier cosa analizable. Lo que llamo sfntoma, es lo que es analizable. El sintoma se presenta bajo una mascara, se presenta bajo una forma paraddjica. E] dolor de una de las primeras histéricas que Freud analiza, Elisabeth von R., se presenta de entrada de una forma completamente cerrada en apariencia. Freud, poco a poco, gracias a una paciencia que verdaderamen- te, en este caso, podemos decir que se inspira en una especie de instinto de sabueso, lo relaciona con la presencia prolongada de la paciente junto a su padre enfermo y con la incidencia, cuando lo estaba cuidando, de algo distinto que al principio entrevé en una especie de bruma, a saber, el deseo que quizas la unia por entonces a uno de sus amigos de infancia a quien es- peraba convertir en su marido. Luego se presenta algo mas, también de for- ma poco clara, a saber, sus relaciones con los maridos de sus dos hermanas. El andlisis nos hace entrever que, de diversas maneras, ambos han represen- tado para ella algo importante — a uno, lo detestaba por cierta indignidad, groseria, torpeza masculina, mientras que el otro parece haberla seducido infinitamente. En efecto, parece como si el sintoma se hubiera precipitado en torno a cierto ntimero de encuentros y una especie de mediacion obli- cua concerniente a las relaciones, por otra parte muy felices, de este cufia- do con una de sus hermanas menores. Repito aqui estos datos para fijar las ideas, a modo de ejemplo. Est4 claro que nos encontramos en una época primitiva de la experien- cia analitica. Que Freud le diga pura y simplemente a la paciente, como no se privé de hacerlo, que estaba enamorada de su cufiado y que alrededor de este deseo reprimido se ha cristalizado el sintoma, en particular el dolor 332 LAS MASCARAS DEL SINTOMA en la pierna — ahora percibimos perfectamente y sabemos, tras todas las experiencias que han tenido lugar después, que en una histérica esto es un forzamiento, como lo fue haberle dicho a Dora que estaba enamorada del Sr. K. Cuando nos acercamos a una observacién asi, esta visién desde mas arriba que les propongo nos resulta palpable. Para ello no es preciso poner patas arriba la observacién, pues sin que Freud lo formule asi, lo diagnos- tique, lo discierna, aporta todos los elementos de la forma més clara. Hasta cierto punto, més alld de las palabras que articula en los parrafos que escri- be, la propia composicién de su observacién lo deja traslucir de una forma infinitamente mas convincente que todo lo que dice. Asf pues, ,qué pone de relieve a propdsito de la experiencia de Elisa- beth von R.? Precisamente que, seguin é1 y de acuerdo con su experien- cia, en muchos casos la aparicién de sintomas histéricos esta vinculada con la experiencia, en sf misma tan dura, de entregarse devotamente al servicio de un enfermo y desempeiiar el papel de enfermera — y mas to- davia, si se piensa en la importancia que adquiere esta funcién cuando la asume un sujeto respecto de alguien cercano. Entonces todos los vincu- los del afecto, incluso de 1a pasi6n, atan al sujeto a aquel a quien cuida. De este modo, el sujeto se encuentra en posicién de tener que satisfacer, més que en ninguna otra oportunidad, lo que puede designarse aqui con el mayor énfasis como la demanda. La entera sumisi6n, incluso la abne- gaci6n del sujeto con respecto a la demanda, Freud la plantea como una de las condiciones esenciales de la situacién en lo que a veces revela te- ner de histerégena. Esto es tanto més importante por cuanto en esta histérica, contrariamen- te a otras que Freud nos trae igualmente como ejemplos, los antecedentes tanto personales como familiares son extraordinariamente ambiguos y se destacan poco, y en consecuencia el término situacién histerégena adquie- re sin duda toda su importancia en este caso. Por otra parte, Freud lo indica claramente. En la mediana de mis tres f6rmulas, aislo aqui la funcién de la deman- da. De forma correlativa, en funcién de esta posicién de fondo, diremos que de lo que se trata es esencialmente del interés que se toma el sujeto en una situaci6n de deseo. Freud slo comete aqui un error, por decirlo asi, verse arrastrado en cier- to modo por la necesidad del lenguaje y orientar al sujeto de una forma prematura, implicarlo de una forma demasiado definida en esa situaci6n de deseo. 333 LA SIGNIFICANCIA DEL FALO Hay una situacién de deseo, y el sujeto se toma cierto interés. Pero ni siquiera ahora que sabemos qué es una histérica podemos afiadir — como quiera que se lo tome. En efecto, eso seria ya suponer que se lo toma de una forma o de otra — que se interesa por su cufiado desde el punto de vista de su hermana o en su hermana desde el punto de vista de su cufiado. La identificacién de la histérica puede subsistir perfectamente de una forma correlativa en varias direcciones. Aqui es doble. Digamos que el sujeto se interesa, que est implicado en la situacién de deseo, y es esto esencialmente lo que esta representado por un sintoma, lo cual vuelve a suscitar la nocién de mascara. La nocién de mascara significa que el deseo se presenta bajo una forma ambigua que precisamente no nos permite orientar al sujeto con respecto a tal o cual objeto de la situaci6n. Es un interés del sujeto por la situacién misma, es decir, por la relacién de deseo. Esto precisamente es lo que se expresa a través del sintoma que aparece, y es lo que Ilamo el elemento de mascara del sintoma. Aeste respecto puede decirnos Freud que el sintoma habla en la sesién. El eso habla del que les hablo constantemente esta presente desde las pri- meras articulaciones de Freud, expresado en el texto. Mas tarde dird que Jos borborigmos de sus pacientes, cuando se hacian oir en Ja sesién, tenian una significaci6n de palabras. Pero ahora, lo que nos dice es que los dolo- res que reaparecen se acentuan, se hacen mds 0 menos intolerables durante Ja propia sesi6n, forman parte del discurso del sujeto, y que él los compara con el tono y la modulacién de la palabra, con lo candente, la importancia, el valor de revelacién de lo que el sujeto est4 confesando, lo que est4 sol- tando en la sesi6n. El rastro, la direccién centripeta de este rastro, el pro- greso del andlisis, lo mide Freud con la propia intensidad de la modulacién por la que el sujeto acusa durante la sesi6n una mayor o menor intensifica- cién de su sintoma. He tomado este ejemplo, podria tomar otros, también podria tomar el ejemplo de un suefio — con el fin de centrar el problema del sintoma y del deseo inconsciente. La cuestidn es la del vinculo entre el deseo, que per- manece como un signo de interrogaci6n, una x, un enigma, y el sintoma con el que se reviste, es decir, la mascara. Nos dicen que el sintoma en cuanto inconsciente es, en suma, hasta cier- to punto, algo que habla y de lo que se puede decir con Freud — con Freud desde el origen — que se articula. El sintoma va, pues, en el sentido del re- conocimiento del deseo. Pero, ;qué ocurrfa con ese sintoma que est ahi para hacer reconocer el deseo antes de que Ilegara Freud y, tras él, todos sus disci- 334 LAS MASCARAS DEL SiNTOMA pulos reclutados, los analistas? Este reconocimiento tiende a abrirse paso, busca su via, pero sélo se manifiesta mediante 1a creacién de lo que hemos llamado la mascara, que es algo cerrado. Este reconocimiento del deseo es un reconocimiento por parte de nadie, no se refiere a nadie, porque nadie puede leerlo hasta el momento en que alguien empieza a aprender su clave. Este reconocimiento se presenta bajo una forma cerrada al otro. Asi, recono- cimiento del deseo, pero reconocimiento por parte de nadie. Por otra parte, en tanto que es un deseo de reconocimiento, es algo dis- tinto del deseo. Ademis, asf es como nos lo dicen — este deseo, es un de- seo reprimido. Por eso nuestra intervenci6n afiade algo més a la simple lec- tura. Este deseo es un deseo que el sujeto excluye porque quiere hacerlo reconocer. Como deseo de reconocimiento es tal vez un deseo, pero, a fin de cuentas, es un deseo de nada. Es un deseo que no est presente, un de- seo rechazado, excluido. Este doble cardcter del deseo inconsciente que, al identificarlo con su mascara, lo convierte en algo distinto de cualquier cosa dirigida hacia un objeto, no debemos olvidarlo nunca. He aqui algo que nos permite literalmente leer el sentido analitico del hallazgo de lo que nos presentan como uno de los descubrimientos freudianos més esenciales, a saber, la degradaci6n, la Erniedrigung, de la vida amorosa, que se deriva de lo mas profundo del complejo de Edipo. Freud nos presenta el deseo de la madre como lo que se encuentra en el ori- gen de esta degradaci6n para ciertos sujetos, de quienes nos dice precisamente que no han abandonado el objeto incestuoso — en fin, no lo han abandonado suficientemente, pues a fin de cuentas nos enteramos de que el sujeto no lo abandona nunca del todo. Por supuesto, ha de haber algo que corresponda a este mayor o menor abandono, y diagnosticamos — fijaci6n a la madre. Se trata de los casos en los que Freud nos presenta la disociacién del amor y el deseo. Estos sujetos no pueden plantearse abordar a la mujer cuando goza para ellos de su plena condicién de ser amable, de ser humano, de ser en el sen- tido pleno, de ser que, como dicen, puede dar y darse. El objeto esta pre- sente, nos dicen, lo cual significa que est4 presente bajo una mascara, pues 335 LA SIGNIFICANCIA DEL FALO no es a la madre a quien se dirige el sujeto sino a la mujer que la sucede, que ocupa su lugar. Aqui no hay, pues, deseo. Por otra parte, nos dice Freud, estos sujetos hallaran placer con prostitutas. {Qué quiere decir esto? Como estamos en el momento de una primera exploracién de las tinieblas en lo que a los misterios del deseo se refiere, decimos — es porque la prostituta es lo més opuesto a la madre. {Acaso basta con que sea lo mds opuesto a la madre? Luego hemos hecho los progresos suficientes en el conocimiento de las imagenes, de los fantasmas del inconsciente, para saber que lo que el sujeto va a buscar en las prostitutas en este caso es, nada mds y nada menos, lo que la Antigiie- dad romana nos mostraba claramente esculpido y representado en la puer- ta de los burdeles — a saber, el falo —, el falo en tanto que es lo que habita en la prostituta. Lo que el sujeto va a buscar en la prostituta es el falo de todos los de- mas hombres, es el falo propiamente dicho, el falo anénimo. Hay ahi algo problematico bajo una forma enigmatica, bajo una mascara, que vincula el deseo con un objeto privilegiado cuya importancia hemos conocido de so- bra al seguir la fase falica y los desfiladeros por los que ha de pasar la ex- periencia subjetiva para que el sujeto pueda alcanzar su deseo natural. Lo que llamamos en esta ocasién deseo de la madre es aqui una etique- ta, una designacién simbdlica de lo que constatamos en los hechos, a saber, la promoci6n correlativa y quebrada del objeto del deseo en dos mitades irre- conciliables. Por un lado, lo que nuestra propia interpretacién puede pro- poner como el objeto sustitutivo, la mujer como heredera de la funcién de la madre y desposefda, frustrada del elemento del deseo. Por otro lado, este mismo elemento del deseo, vinculado a otra cosa extraordinariamente pro- blematica y que se presenta también con un cardcter de mascara y de mar- ca, con un cardcter, digamos la palabra en cuesti6n, de significante. Todo sucede como si, al tratarse del deseo inconsciente, nos encontraramos frente a un mecanismo, una Spaltung necesaria, por la que el deseo, que desde hace tiempo suponiamos alienado en una relacién muy especial con el otro, se presentara aqui como marcado, no s6lo por la necesidad de esta media- cién del otro sino también con la marca de un significante especial, un significante escogido, que resulta ser en este caso la via obligada a la que ha de mantenerse pegada en su progreso, por decirlo asi, la fuerza vital, en este caso el deseo. El cardcter problematico de ese significante particular, el falo, ésta es la cuestin, ahi nos detenemos, ahi esta lo que nos plantea todas las dificulta- des. {Cémo concebir que, en las yfas de la maduracién Iamada genital, 336 LAS MASCARAS DEL SINTOMA tropecemos con este obstaculo? Por otra parte, no es un simple obstaculo, es un desfiladero esencial, y s6lo a través de determinada posicién tomada con respecto al falo — para la mujer como falta, para el hombre como ame- nazado — se realiza necesariamente lo que se presenta como la posible sa- lida, digamos, mas feliz. Vemos que interviniendo, interpretando, nombrando algo, siempre ha- cemos més, hagamos lo que hagamos, de lo que creemos hacer. La palabra precisa que queria decirles hace un momento a este respecto es el verbo homologar. \dentificamos lo mismo con lo mismo, y decimos — Es esto. Sustituimos por algtin personaje a ese nadie a quien va dirigido el sintoma en tanto que esté ahi, en la via del reconocimiento del deseo. Asif, descono- cemos siempre hasta cierto punto el deseo que quiere hacerse reconocer, porque le asignamos su objeto, cuando no se trata de un objeto — el deseo es deseo de aquella falta que, en el Otro, designa otro deseo. Esto nos introduce ahora en la segunda de las tres formulas que les pro- pongo aqui, a saber, en el capitulo de la demanda. Mediante la forma en que abordo las cosas y las voy retomando, trato de articular para ustedes la originalidad del deseo del que se trata en todo momento en el andlisis, dejando de lado cémo pueda ser supervisado en nombre de una idea ms o menos tedrica de la maduracién de cada cual. Considero que han de empezar a entender que si hablo de la funcién de la palabra o la instancia de la letra en el inconsciente, no es ciertamente para eliminar lo que el deseo tiene de irreductible e informulable — no preverbal sino mas alla del verbo. ae Lo digo a propésito de una observacién que alguien muy mal inspirado en este caso creyé tener que hacer recientemente sobre el hecho de que cier- tos psicoanalistas, como si hubiera tantos, dieran mucha importancia al len- guaje en comparacién con lo informulado, eso tan famoso que, no sé por qué, algunos fildsofos han convertido en uno de Jos asuntos de su propiedad per- sonal. Al personaje que califico en este caso de muy mal inspirado — esto es Jo menos que pienso — y que enunciaba que /o informulado no es infor- mulable, le responderé lo siguiente, algo a lo que mas le convendrfa prestar atenci6n en vez de tratar de implicar a todo el mundo en sus discusiones de 337 LA SIGNIFICANCIA DEL FALO poca monta, pues se trata de una observacién de la que hasta ahora no pare- cen haberse enterado los filésofos. La perspectiva es inversa — que no sea articulable, no es una raz6n para que el deseo no esté articulado. Quiero decir que en si mismo el deseo esta articulado, porque estd vin- culado con la presencia del significante en el hombre. Esto no significa, sin embargo, que sea articulable. Precisamente porque se trata esencialmente del vinculo con el significante, nunca es plenamente articulable en un caso particular. Ahora volvamos al segundo capitulo, el de la demanda, donde tenemos lo articulado articulable, lo actualmente articulado. De lo que se trata por ahora es, ciertamente, del vinculo entre el deseo y la demanda. Hoy no Ilegaremos al final de este discurso, la préxima vez lo consagraré a estos dos términos, el deseo y la demanda, y a las para- dojas que hemos indicado hace un momento en el] deseo como deseo en- mascarado. El deseo se articula necesariamente en la demanda, porque sélo pode- mos entrar en contacto con él a través de alguna demanda. Si el paciente nos aborda y viene a vernos, es porque nos demanda algo, y ya es ir muy lejos en el planteamiento y en la precisi6n de la situacion decirle simple- mente — Le escucho. En consecuencia, es conveniente empezar de nuevo por lo que podemos llamar las premisas de la demanda, con lo que produ- ce demanda bajo pedido,’ con lo que constituye la situacién de la deman- da, con la forma en que la demanda se entabla en una vida individual. La demanda, ,qué la instituye? No voy a repetirles la dialéctica del Fort- Da. La demanda est4 vinculada ante todo con algo que esté en las propias premisas del lenguaje, a saber, la existencia de una llamada, al mismo tiem- po principio de la presencia y término que permite repelerla, juego de la presencia y de la ausencia. El objeto llamado por la primera articulacién no es ya un objeto puro y simple sino un objeto-simbolo — se convierte en lo que hace de él el deseo de la presencia. La dialéctica primordial no es del objeto parcial, de la madre-seno, o de la madre-alimento, 0 de la ma- dre-objeto total de no sé qué planteamiento guestaltista, como si se tratara de una conquista paulatina. Ciertamente, el nifio de pecho se da cuenta de que el seno se prologa en axilas y el cuello en cabellera. El objeto en cues- tidn es el paréntesis simbélico de la presencia, en cuyo interior se encuen- tra la suma de todos los objetos que ésta puede aportar. Este paréntesis sim- b6lico es en adelante mas precioso que ningun bien. Ninguno de los bienes 2. Sur demande. [N. del T.] 338 LAS MASCARAS DEL SiNTOMA que contiene puede satisfacer por si solo la llamada de la presencia. Como ya lo he expresado varias veces, ninguno de estos bienes en particular puede servir sino para aplastar el principio de dicha llamada. El nifio se alimenta, empieza tal vez a dormir y, evidentemente, en este momento ya no puede haber llamada en absoluto. Toda relacién con un objeto parcial cualquiera, como se suele decir, en el interior de la presencia materna, no es satisfac- cién propiamente dicha sino sustituto, aplastamiento del deseo. El caracter inicial de la simbolizacién del objeto en cuanto objeto de la llamada, objeto de la presencia, est4 marcado de entrada por el hecho — ya lo hemos leido, también nosotros, pero como siempre, no sabemos extraer hasta el final las consecuencias de lo que leemos — de que en el objeto aparece la dimensién de la mascara. {Qué es lo que nos aporta nuestro buen amigo, el Sr. Spitz, sino esto? Lo primero que reconoce el nifio de pecho es el frontén griego, la armadu- ra, la mascara, con el cardcter de més alld caracteristico de esta presencia en cuanto simbolizada. Su busqueda apunta, en efecto, mas all de dicha presencia en tanto que est4 enmascarada, sintomatizada, simbolizada. Este mis alla, el nifio nos sefiala sin ambigiiedad en su comportamiento que é1 posee sus dimensiones. Ya he hablado a otro respecto del caracter muy particular de la reaccién del nifio ante la mascara. Te pones una mascara, te la quitas, el nifio se re- gocija — pero si debajo de la m4scara aparece otra m4scara, entonces ya No se rie e incluso se muestra particularmente ansioso. Ni siquiera es necesario dedicarse a estos pequefios ejercicios. Es pre- ciso no haber observado nunca a un nifio en su desarrollo a lo largo de los primeros meses para no percatarse de que, incluso antes de Ja palabra, la primera verdadera comunicacién, 0 sea, la comunicacién con el mas allé de lo que tii eres, delante de él, como presencia simbolizada, es la risa. Antes de toda palabra, el nifio rie. El mecanismo fisiolégico de la risa siem- pre esta vinculado con la sonrisa, con la distensién, con una cierta satisfac- cién. Se ha hablado de la sonrisa que esboza el nifio atiborrado, pero el nifio, cuando te sonrie, te sonrie presente y despierto en una cierta relacién, no s6lo con la satisfaccién del deseo sino, después de eso y mucho mas atin, con el mas alld de la presencia en la medida en que puede satisfacerlo y contiene una conformidad posible con su deseo. La presencia familiar a la que esta habituado a sabiendas de que puede satisfacer sus deseos en su diversidad, es llamada, aprehendida, reconocida en aquel cédigo tan espe- cial que son en el nifio, antes de la palabra, sus primeras risas delante de algunas de las presencias que lo cuidan, lo alimentan y le responden. 339 LA SIGNIFICANCIA DEL FALO La risa responde también a todos esos juegos maternales que son los primeros ejercicios en los que se le aporta la modulacién, la articulacién misma. La risa esta vinculada precisamente con lo que he llamado a lo lar- go de todas las primeras articulaciones de las conferencias de este afio so- bre la agudeza, el més alld, mds alld de lo inmediato, ms alld de la deman- da. Mientras que el deseo esta vinculado con un significante que en este caso es el significante de la presencia, las primeras risas van dirigidas al mis alld de dicha presencia, al sujeto que est4 ahi detras. Desde este momento, desde el origen, por asf decirlo, encontramos ahi Ja raiz de la identificacién, que se producira sucesivamente a lo largo del desarrollo del nifio, primero con la madre, luego con el padre. No digo que con este paso se agote la cuestién, pero la identificacién es, con toda exac- titud, correlativa de esta risa. Lo opuesto a la risa, por supuesto, no es el [lanto. El Ilanto expresa el célico, expresa la necesidad, el Ianto no es una comunicacién, el llanto es una expresiOn, mientras que la risa, en la medida en que me veo obligado a articularlo, es una comunicacién. {Qué es lo opuesto a la risa? La risa comunica, se dirige a aquel que, més alld de la presencia significada, es la fuente, el recurso del placer. ,La identificaci6n? Es lo contrario. Se acabé la risa. Esté uno serio como un papa o como un pap4. Hace uno como si nada porque ése de ahf te pone una cara como de palo, seguramente no es momento de reirse. No es mo- mento de reirse porque las necesidades, en ese momento, no hay que satis- facerlas. El deseo se modela, como se suele decir, conforme a quien deten- tael poder de satisfacerlo y le opone la resistencia de 1a realidad, y ésta tal vez no es exactamente lo que dicen sino que con toda seguridad se presen- ta aqui de una forma determinada y, por decirlo todo, ya dentro de la dia- léctica de la demanda. De acuerdo con mi viejo esquema, vemos que lo que est en juego en la risa se produce cuando la demanda llega a buen puerto, a saber, ms alla de la mascara, y encuentra, no la satisfaccién, sino el mensaje de la presen- cia. Cuando el sujeto acusa recibo de que en verdad estd delante de Ja fuente de todos los bienes, entonces estalla, sin lugar a dudas, Ja risa, y el proceso no tiene necesidad de continuar. Este proceso puede tener que continuar si la cara ha resultado ser de palo y la demanda ha sido rehusada. Entonces, como les he dicho, lo que est4 en el origen de esa necesidad y deseo, se presenta aqui bajo una forma trans- formada. La cara de palo se ha transferido al circuito para ir a parar aqui, a un lugar donde por algo encontramos la imagen del otro. Al término de esta 340 LAS MASCARAS DEL SINTOMA transformacién de la demanda se da lo que se llama el Ideal del yo, mien- tras que, en la linea significante, empieza el principio de lo que se llama interdicci6n y supery6, que se articula como algo proveniente del Otro. La teorfa analitica siempre tiene todas las dificultades para conciliar la existencia, la coexistencia, la codimensionalidad del Ideal del yo y el supery6, cuando resulta que corresponden a formaciones y producciones distintas. Sin embargo, bastaria con establecer la distincidn esencial entre Ja necesidad y la palabra que la demanda, para comprender cémo pueden ser esos dos productos codimensionales y distintos al mismo tiempo. Don- de el supery6 se formula, incluso en sus formas més primitivas, es en la li- nea de la articulacién significante, la de la interdicci6n, mientras que don- de se produce el Ideal del yo es en la linea de Ja transformaci6n del deseo en tanto que siempre est4 vinculado con cierta mascara. : En otros términos, la mascara se constituye en la insatisfaccién y por intermedio de la demanda rehusada. Hasta aqui queria llevarles hoy. Pero entonces, {cul seria el resultado? Que en suma habria tantas més- caras como formas de insatisfaccién. Si, asf es como se presentan las cosas, y aqui podran orientarse con se- guridad. En la dimensi6n psicolégica que se desarrolla a partir de la frus- tracion, tan viva en algunos sujetos, podran advertir en sus propias decla- raciones esta relacién entre la insatisfaccién y la mascara por cuya causa, hasta cierto punto, habrfa tantas m4scaras como insatisfacciones. La plu- ralidad de las relaciones del sujeto con el otro, de acuerdo con la diversi- dad de sus insatisfacciones, plantea, ciertamente, un problema. Puede de- 341 LA SIGNIFICANCIA DEL FALO cirse que, hasta cierto punto, harfa de toda personalidad un mosaico move- dizo de identificaciones. Lo que le permite al sujeto reconocerse como uno Tequiere la intervenci6n de una tercera dimensién, que hoy dejaré de lado, reservandola para la proxima vez. : : Esta dimensién no la introduce, como suelen decir, la maduracin ge- nital, ni el don de la oblatividad, ni otras pamplinas moralizantes que son caracteristicas completamente secundarias de la cuestién. Es preciso pin intervenga, sin duda, un deseo — un deseo que no es una necesidad sino que es eros, un deseo que no es autoerético sino, como dicen, aloerético. lo cual es otra manera de decir lo mismo. Pero no basta con decirlo por- que no es suficiente con la maduracién genital para provocar las transfor- maciones subjetivas decisivas, las que nos permitiran captar el vinculo entre el deseo y la mascara. La proxima vez veremos esa condicién esencial que vincula al sujeto con un significante prevalente, privilegiado, que llamaremos — no por ca- sualidad, sino porque es este significante concretamente — el falo. Vere- mos que es precisamente en esta etapa cuando se realiza, paradéjicamente, lo que le permite al sujeto reconocerse como uno a través de la diversidad de las mdscaras, pero también lo que, por otra parte, hace que esté profun- damente dividido, marcado por una Spaltun, i 5 esencial entre | = seo y lo que es mascara. 8 a 16 DE ABRIL DE 1958 342 XIX EL SIGNIFICANTE, LA BARRA Y EL FALO El deseo excéntrico a la satisfaccién Esbozo del grafo del deseo La huella del pie de Viernes La Aufhebung del falo La castracion del Otro Hoy se trata de continuar profundizando en la distinci6n entre el deseo y la demanda. La consideramos tan esencial para la buena conduccién del andlisis que creemos que éste, de no establecerla, se desliza invenci- blemente hacia una especulaci6n prdctica basada en los términos de frus- tracién, por una parte, y de gratificaci6n, por otra, lo cual constituye desde nuestro punto de vista una verdadera desviacion de su via. Asi, de lo que se trata es de proseguir en la direcci6n de eso a lo que ya hemos dado un nombre — la distancia entre el deseo y la demanda, su Spaltung. Spaltung no es un término que emplee por casualidad. Aunque no fue in- troducido entonces, sf que se destaca con més fuerza en el ultimo escrito de Freud, aquel a cuya mitad la pluma se le cay de las manos, porque Je fue arran- cada pura y simplemente por Ja muerte. Esta Ichspaltung es verdaderamente el punto de convergencia de la ultima meditacién de Freud. No se puede decir que dicha meditacién lo levara hasta ahi repetidamente, porque s6lo tenemos un trozo, algunas paginas, que se encuentran en el tomo XVII de las Gesammelte Werke, y les aconsejo que las lean si quieren hacer surgir en uste- des la presencia de la pregunta suscitada por esta Spaltung en la mente de Freud. Verdn, sin embargo, con qué fuerza subraya que la funcién de sintesis del yo (moi) est lejos de serlo todo cuando se trata del Ich psicoanalitico. Voy a reanudar pues lo que dijimos la Ultima vez, porque creo que no podrfamos progresar en este punto sin dar tres pasos adelante y dos atras, para volver a empezar y ganar cada vez un corto paso. Con todo, iré bas- tante répido para recordarles en qué insisti cuando hablé del deseo, por una parte, y de la demanda, por otra. 343

También podría gustarte