Está en la página 1de 19

Filosofía de las Ciencias 2022 Prof.

Alejandro Cassini

Clase teórica N° 9

La concepción semántica (modelística) de las teorías

Características generales

La concepción clásica de las teorías culminó su desarrollo hacia fines de la


década de 1950. Aproximadamente en la misma fecha surgió otra concepción de las
teorías empíricas, posteriormente denominada concepción semántica (semantic view) de
las teorías, que también tuvo un largo desarrollo y que todavía se encuentra vigente. El
nombre “concepción semántica” no es apropiado porque, como ya señalamos, la
concepción clásica de las teorías no es sintáctica sino semántica, por lo cual no captura
ninguna distinción esencial entre las dos. Es mejor llamar concepción modelística a la
concepción semántica, dado el papel central que el concepto de modelo desempeña en
ella. No obstante, la denominación “concepción semántica” es la más usada todavía
hoy; por razones de comodidad, también la emplearé aquí. El nombre alude más bien a
una familia de concepciones diferentes de las teorías empíricas, todas las cuales están
centradas en el concepto de modelo; se la suele llamar la familia semanticista. Ahora
consideraremos los rasgos comunes que tienen las diferentes variedades del
semanticismo, y luego señalaremos algunas de sus diferencias.

La concepción modelística de las teorías surgió a partir de los trabajos del


filósofo norteamericano Patrick Suppes (1922-2014), pero tiene antecedentes en la obra
anterior del matemático y filósofo holandés Evert Willem Beth (1908-1964). Luego fue
desarrollada por el filósofo norteamericano Joseph Sneed (1938-2020) y el filósofo
alemán Wolfgang Stegmüller (1923-1991), entre otros. Esa es la variante estructuralista
de la concepción semántica. Otras variantes fueron desarrolladas por el filósofo
holandés Bas Van Fraassen (n.1941) y el filósofo norteamericano Frederick Suppe (n.
1940). Una tercera variante fue desarrollada por el filósofo norteamericano Ronald
Giere (1938-2020). Aquí estudiaremos solamente la primera y la tercera de esas

1
variedades, que son más fáciles de comprender y, representan, por así decir, dos de los
extremos del espectro de posiciones semanticistas.

El punto de partida de la concepción modelística de las teorías se encuentra en


diversas críticas que señalan defectos, o supuestos defectos, en la concepción clásica de
las teorías empíricas. La primera de estas críticas se refiere al carácter enunciativo de la
concepción clásica, donde una teoría se identifica con un conjunto, lógicamente
clausurado, de oraciones de un determinado lenguaje. Si esa identificación se toma
literalmente, entonces, no sería posible formular una misma teoría en diferentes
lenguajes, lo cual parece ciertamente absurdo y contrario a los hechos. Sin duda,
admitimos que una misma teoría admite diferentes formulaciones, por ejemplo,
mediante diferentes bases axiomáticas (o, cosa que nos trivial, en diferentes idiomas).
De hecho, dos conjuntos de axiomas que sean lógicamente equivalentes entre sí, no
importa en qué lenguajes estén escritos, se consideran como dos formulaciones
diferentes de la misma teoría.

Para superar este defecto, la concepción semántica, que suele autodenominarse


también no enunciativa, propone no identificar a las teorías empíricas mediante
conjuntos de oraciones, sino mediante una colección de modelos. Así, para todos los
semanticistas, presentar una teoría empírica no consiste en presentar un conjunto de
enunciados (ya sea mediante axiomas o no), sino en presentar una colección de
modelos. Sin embargo, así como no cualquier conjunto de enunciados constituye una
teoría desde el punto de vista lógico, tampoco cualquier colección de modelos
constituye una teoría desde el punto de vista semanticista. Los diferentes modelos de
una misma teoría deben estar relacionados entre sí mediante alguna relación
determinada, que llamaremos R. Así, la primera aproximación a la concepción
semántica de las teorías es la siguiente: una teoría empírica es una colección de
modelos relacionados entre sí mediante una cierta relación R. Todas las diferentes
variedades de la familia semanticista aceptan esta caracterización general de las teorías,
pero se diferencian entre sí en la manera de entender el concepto de modelo y en la
determinación de la relación R que relaciona entre sí los diversos modelos de una misma
teoría. Consideremos por separado estos dos componentes.

Como es bien sabido, el concepto de modelo es polisémico y tiene diferentes


significados en las ciencias empíricas. En matemática y lógica, en cambio, el concepto

2
de modelo tiene un único significado: un modelo es una estructura conjuntista en la cual
todos los axiomas de una teoría resultan verdaderos. En las ciencias empíricas (y en la
ingeniería o las tecnologías), en cambio, suele llamarse “modelo” a entidades de tipos
muy diferentes: a objetos materiales, como maquetas, mapas, íconos, prototipos y
modelos a escala, y a objetos abstractos como sistemas de ecuaciones o programas de
computación. Es evidente, entonces, que las relaciones que pueden tener entre sí
diferentes modelos, dependen de la manera en que se conciba la ontología de los
modelos. Dos maquetas de madera balsa pueden tener entre sí ciertas relaciones que no
pueden tener dos sistemas de ecuaciones entre sí, ya que se trata de objetos de diferentes
categorías ontológicas, uno concreto y el otro abstracto. Dos maquetas pueden tener, por
ejemplo, el mismo peso o el mismo tamaño, pero no tiene sentido decir que dos
sistemas de ecuaciones tienen estas propiedades en común, lo cual sería un error
categorial.

La variante estructuralista de la concepción semántica sostiene que el concepto


de modelo que se emplea en las teorías empíricas es el mismo que en las ciencias
formales, es decir, todos los modelos científicos son estructuras conjuntistas (de allí el
nombre “estructuralismo”). Por supuesto, estos modelos se presentan (como ocurre en
matemáticas) mediante un conjunto de axiomas formulados en un determinado lenguaje,
pero la teoría que ese conjunto de axiomas formula no se identifica con los enunciados
que son consecuencias lógicas de esos axiomas, sino con la clase de todos los modelos
que tienen esos axiomas. Esa clase de modelos es independiente del lenguaje en que se
formulen los axiomas y de cuáles sean los enunciados que se elijan como axiomas.
Diferentes conjuntos de axiomas (todos los que son lógicamente equivalentes entre sí)
formulados en diferentes lenguajes pueden determinar la misma clase de modelos. La
identidad de una teoría, entonces, no depende de los enunciados que se elijan como
axiomas ni del lenguaje en que se los formule, sino de la clase de todos los modelos de
tales axiomas. Adviértase que esta idea presupone que la teoría es consistente, ya que
las teorías inconsistentes no tienen modelos. Por consiguiente, para la concepción
estructuralista, como para cualquier otra concepción semanticista, no hay por principio
teorías inconsistentes. Si una teoría es inconsistente, la clase de sus modelos es vacía.
Por tanto, todas las teorías inconsistentes deberían identificarse con la clase vacía de
modelos, lo cual les hace perder su identidad. Sin embargo, parece tener sentido, al
menos en matemática, sostener que hay diferentes teorías que son inconsistentes, pero

3
que no son una misma teoría. La cuestión merece un examen lógico atento, pero en este
curso no disponemos de los recursos formales para realizarlo, por lo que la dejaremos
como una pregunta abierta: ¿Pueden dos teorías ser ambas inconsistentes y, sin
embargo, identificarse como dos teorías diferentes? [Una clave para pensar la respuesta:
todos los conjuntos de axiomas inconsistentes formulados en un mismo lenguaje son
lógicamente equivalentes entre sí porque implican los mismos teoremas, a saber, todas
las fbf de ese lenguaje].

Si una teoría se identifica mediante una colección de modelos y los modelos se


conciben como estructuras conjuntistas, entonces, la relación que liga a los diferentes
modelos de una misma teoría tiene que ser una relación formal entre estructuras. El
primer candidato natural es la relación de isomorfismo, por lo cual, todos los modelos
de una misma teoría deberían ser isomorfos entre sí. Esta idea, sin embargo, no es
sostenible, ya que presupone que la teoría en cuestión es categórica y es evidente que
hay teorías que no son categóricas; de hecho la mayoría no lo son, como ya hemos
señalado al estudiar la categoricidad. Se necesita una relación más general, como el
homomorfismo, para relacionar entre sí a todos los modelos de las teorías que no son
categóricas. Recordemos que todo isomorfismo es también un homomorfismo, pero no
a la inversa. Así pues, según el estructuralismo, la relación que liga a los diferentes
modelos de una misma teoría es el homomorfismo. Por tanto, dos modelos pertenecen a
una misma teoría si y solo si son homomorfos entre sí. Esa es la manera de identificar a
los modelos de una teoría y distinguirlos de aquellos que no pertenecen a la teoría,
según la concepción estructuralista.

Otra crítica que los semanticistas dirigieron a la concepción clásica, es que, al


identificar una teoría con un conjunto de enunciados, tiene la consecuencia de que las
teorías son entidades rígidas, que no admiten cambio. En efecto, si a un conjunto se le
agrega o se le quita un elemento, pierde su identidad, el resultado es otro conjunto. Así,
por ejemplo, el conjunto de los números naturales con el cero es un conjunto diferente
del conjunto de los números naturales sin el cero. Por tanto, afirman los semanticistas,
para la concepción clásica, todo cambio en una teoría es un cambio de teoría. Una
teoría no puede admitir ningún cambio sin perder su identidad. Así, el simple agregado
de una regla de correspondencia para un término teórico de una teoría, implica un
cambio de teoría. Sin embargo, intuitivamente, no consideraríamos que, digamos, la
mecánica de Newton cambie porque se descubra una regla de correspondencia para el

4
término “masa”. Seguiríamos llamándola “mecánica newtoniana”. Sin embargo, para la
concepción clásica, ese cambio es inevitable, ya que las reglas de correspondencia
forman parte de la base axiomática de una teoría. Y es evidente que si a una teoría
axiomática se le agrega un axioma (independiente) el resultado es una nueva teoría, que
siempre implicará un número infinito de teoremas nuevos.

Para los sistemas axiomáticos formales de la matemática, es esencialmente


correcto decir que todo cambio en la teoría es un cambio de teoría, ya que la única
manera de cambiar un sistema axiomático es modificando la base axiomática. Así, si se
quita un axioma, se pierden infinitos teoremas, por lo que se obtiene una subteoría de la
teoría original. Por otra parte, si se agrega un axioma independiente, se ganan infinitos
teoremas, por lo que se obtiene una extensión de la teoría original. Finalmente, si se
reemplazan axiomas (independientes), se pierden y se ganan a la vez infinitos teoremas,
por lo que el resultado es una teoría diferente, que generalmente no es una extensión ni
una subteoría de la teoría original (como ocurre con la geometría hiperbólica respecto
de la geometría euclídea). Debido a la clausura lógica de las teorías, no es posible quitar
ni agregar enunciados aislados ni conjuntos finitos de enunciados de una teoría. Es muy
importante comprender esta consecuencia. En el ejemplo de los números naturales, se
trata de un conjunto que no es lógicamente clausurado, por lo cual se le puede agregar o
quitar uno o cualquier número finito de elementos. Pero esto no puede hacerse con las
teorías. El resultado de modificar una teoría dada siempre es la pérdida o la ganancia, o
ambas cosas a la vez, de un conjunto infinito de enunciados. Así, dadas dos teorías, o
bien tienen todos sus enunciados en común (en cuyo caso son la misma teoría), o bien
difieren en un número infinito de enunciados (y son, obviamente, dos teorías
diferentes); no hay otra posibilidad. Por consiguiente, siempre que se modifica la base
axiomática de una teoría (de manera no trivial, es decir, no sustituyendo un axioma por
otro equivalente) el resultado es una teoría diferente.

Si los semanticistas definieran a las teorías empíricas como conjuntos de


modelos, toda teoría sería una entidad tan rígida e inmodificable como cualquier otro
conjunto. De allí la necesidad de caracterizarlas como colecciones de modelos, en un
sentido informal y no conjuntista del término. De esa manera, es posible admitir que
una teoría empírica, a diferencia de una teoría matemática, sea una entidad flexible, es
decir, que pueda modificarse sin perder su identidad. En consecuencia, sostienen los
semanticistas, la concepción modelística de las teorías se adapta mejor a la historia de la

5
ciencia, donde es posible observar que las teorías experimentan cambios a lo largo del
tiempo. Sin embargo, es evidente que esos cambios deben tener un límite. No parece
posible reemplazar la totalidad de la clase de los modelos que identifican a una teoría
sin que se pierda la identidad de dicha teoría. No obstante, es posible que se eliminen o
se agreguen algunos de los modelos que pertenecen a la colección que identifica a la
teoría de la teoría y la identidad de dicha teoría se mantenga. Cuando esto ocurre, se
dice que cambia el dominio de aplicación de la teoría: si se eliminan modelos, se
produce una restricción del dominio de aplicación; si se agregan modelos, se produce
una extensión del dominio de aplicación; y, por último, si se reemplazan algunos
modelos por otros, se produce un cambio en el dominio de aplicación de la teoría.

¿Cuáles son los cambios que pueden hacerse en la colección de los modelos de
una teoría sin que se pierda la identidad de la teoría, es decir, sin que se produzca un
cambio de teoría? Para responder a esa pregunta los semanticistas se ven obligados a
distinguir dos clases de modelos: los modelos centrales o nucleares, de los cuales
depende la identidad de la teoría, y los modelos periféricos, que no son esenciales para
la identidad de la teoría. Por consiguiente, una teoría mantiene su identidad cuando se
mantienen sin cambios sus modelos centrales, aunque se produzcan cambios en los
modelos periféricos. La manera en que las diferentes variedades de la concepción
semanticista distinguen entre modelos centrales y periféricos depende de los detalles
técnicos de cada una. En general, puede decirse, que los modelos centrales son los que
dependen de ciertas leyes fundamentales de la teoría, mientras que los periféricos son
los que no dependen de tales leyes. Por ejemplo, en la mecánica newtoniana los
modelos centrales son los que dependen de la segunda ley del movimiento de Newton
(F = m.a), que es la ley fundamental de la mecánica clásica. En cierta forma, la
distinción entre las dos clases de modelos de una teoría es una versión de la antigua
distinción metafísica entre las propiedades esenciales y accidentales de un objeto. Un
individuo mantiene su identidad cuando no se modifican sus propiedades esenciales,
aunque sufra constantes cambios en sus propiedades accidentales.

6
La concepción semántica de Giere

Consideremos ahora otra versión de la concepción semántica de las teorías, la


propuesta por el filósofo norteamericano Ronald Giere (1938-2020). La presentó con
detalle en su libro Explaining Science, de 1988, y la reformuló en su último libro,
titulado Scientific Perspectivism, de 2006. Seguiremos sobre todo esta última
presentación. Giere entiende la noción de modelo en un sentido muy amplio e informal,
que abarca todo aquello que los científicos denominan modelos: maquetas, mapas,
íconos, prototipos, modelos a escala, sistemas de ecuaciones y modelos teóricos
abstractos, e incluso admite conjuntos de proposiciones. Por ejemplo, el modelo de la
estructura del ADN de Watson y Crick, el modelo planetario del átomo de Rutherford,
el modelo atómico de Bohr, etc. Para Giere, como para todos los semanticistas, una
teoría empírica es una colección de modelos relacionados entre sí. En su terminología,
una teoría es un conglomerado (cluster) o población (population) de modelos. Por
simplicidad, seguiremos hablando de colección. La relación que liga entre sí a los
modelos de una misma teoría es la semejanza (similarity), entendida en un sentido
amplio e informal. Los modelos de una misma teoría son aquellos que son semejantes
entre sí. Dos modelos son semejantes si tienen ciertas propiedades en común. Ahora
bien, esta caracterización corre el riesgo de volverse trivial, ya que, en principio, todos
los objetos del universo comparten propiedades, de modo que cualquier objeto es
semejante a cualquier otro en algún respecto, ya que todos tienen algunas propiedades
en común. Para evitar esta consecuencia, Giere limita la semejanza a ciertas
propiedades relevantes y hasta cierto grado, ya que la semejanza es siempre una
cuestión de grado. Cuáles sean las propiedades que se consideren relevantes y cuál sea
el grado de semejanza requerido es algo que no se puede determinar a priori, sino que
depende de las intenciones y los propósitos de los agentes que construyen los modelos.
Así pues, la semejanza requerida entre los modelos la determinan los propios científicos
en cada contexto específico, es decir, aquel en el que los modelos serán empleados.

De esta manera, Giere evita la consecuencia de que cualquier modelo pueda


pertenecer a la colección de modelos de cualquier teoría, ya que en algún respecto será
semejante a algún otro modelo. No obstante, su posición tiene consecuencias para la
identidad de las teorías que no pueden evitarse. La semejanza, aún limitada a ciertas
propiedades y a cierto grado, no es una relación transitiva. Un objeto puede ser

7
semejante a otro y este a un tercero, pero el primero puede ser o no ser semejante al
tercero. Eso depende de cómo se haya determinado la semejanza que se requiere.
Tomemos el ejemplo de la estatura de las personas. Podemos definir la semejanza de
estatura, convencionalmente, estableciendo que dos personas tienen estaturas
semejantes si difieren en menos de cinco centímetros. Dada esta definición,
supongamos que alineamos en una fila, de menor a mayor, a veinte personas que
difieren en solo un centímetro de estatura respecto del siguiente, comenzando con una
estatura de 160 centímetros hasta llegar a los 180 centímetros. En tal caso, el primero de
la fila tiene una estatura semejante a las de las personas que ocupan el lugar segundo,
tercero y cuarto, pero no a la de las que ocupan el lugar, quinto, sexto, etc. El que ocupa
el tercer lugar tiene una estatura semejante a la de los que ocupan los lugares primero,
segundo, cuarto, quinto, sexto y séptimo, pero no a las de los que ocupan los lugares
octavo, noveno, etc. Y es evidente que el primero y el último de la fila no tienen
estaturas semejantes, incluso en ningún sentido razonable del término. Así pues, la
semejanza tampoco es una relación intransitiva; en algunos casos es transitiva y en
otros no. Incluso con esta definición, la semejanza admite grados, ya que dos personas
que difieren en un centímetro de estatura son más semejantes entre sí que dos personas
que difieren en cuatro centímetros. Lo mismo ocurre con los modelos, la semejanza se
pierde progresivamente por grados, de modo que algunos modelos de una misma teoría
son más semejantes entre sí que otros, mientras que otros son menos semejantes.

La consecuencia de todo esto, es que no hay una línea de demarcación clara


entre los modelos que forman parte de la colección de modelos de una teoría y los que
no forman parte de dicha colección, ya que la semejanza entre ellos, además de estar
definida de manera convencional, se pierde gradualmente. Por consiguiente, las teorías
empíricas, según Giere, son entidades vagas, cuyos límites no están bien definidos. Esta
concepción de las teorías empíricas es muy diferente de la de los estructuralistas, donde
las teorías están siempre bien definidas, ya que el homomorfismo entre modelos no
admite grados, un modelo es o no es homomorfo a otro, y eso no depende de ninguna
definición convencional ni de ningún contexto o intención de los agentes. De modo que
no puede haber duda, para el estructuralista, acerca de cuáles son los modelos de una
teoría. Giere no solo admite que las teorías científicas son entidades vagas, sino que
considera que esta es una ventaja desde el punto de vista descriptivo, ya que encaja
mejor con la historia de la ciencia y con la manera en que las teorías empíricas se

8
desarrollan. Por supuesto, las teorías matemáticas están excluidas de todo esto. Ninguna
concepción modelística se aplica a las matemáticas o a las ciencias formales, donde los
estructuralistas y otros semanticistas reconocen que se emplea el método axiomático
formal. Las teorías matemáticas, entendidas como el conjunto de los teoremas que se
deducen de un conjunto dado de axiomas, siempre están bien definidas, ya que toda fbf
del lenguaje de una teoría dada es o no es un teorema de dicha teoría.

A pesar de que considera que las teorías empíricas son entidades vagas, Giere
acepta, sin embargo, que toda teoría tiene modelos centrales y modelos periféricos y
que la identidad de la teoría se mantiene mientras no se cambien sus modelos centrales.
Así pues, la vaguedad de los límites de una teoría depende de los modelos periféricos.
Respecto de los modelos centrales no puede haber vaguedad. Para dar un sentido
preciso a la distinción entre modelos centrales y periféricos, cosa que Giere no hace,
podría definirse a los modelos centrales como aquellos para los cuales la relación de
semejanza es siempre transitiva, mientras que para los modelos periféricos no siempre
lo es. De esta manera, el núcleo de la teoría está siempre bien definido, mientras que su
periferia es borrosa. En particular, la frontera entre los modelos nucleares y los
periféricos no puede ser borrosa, porque en tal caso la identidad de la teoría se vería
comprometida.

Los modelos, en cualquier forma que se los entienda, no son oraciones, y más en
general, no son entidades lingüísticas. Por consiguiente, una colección de modelos
tampoco es una entidad lingüística. Por esa razón, los partidarios de la concepción
semántica de las teorías la consideran una concepción no enunciativa de las teorías, que
se distingue así de la concepción clásica a la que denominan enunciativa. Sin embargo,
como se verá enseguida, hay un elemento de carácter lingüístico en todas las
concepciones modelísticas de las teorías, por lo que no es, en sentido estricto,
enteramente no enunciativa.

Una colección de modelos relacionados entre sí, sin más, es una entidad que no
tiene relación alguna con los fenómenos del mundo real. Más precisamente, no hace
ninguna afirmación sobre los fenómenos que pueda considerarse verdadera o falsa. Por
sí misma, una colección de modelos no tiene valor de verdad, ni puede confirmarse o
refutarse por medio de la experiencia. Por consiguiente, la mera colección de modelos
no puede constituir la totalidad de una teoría empírica, sino solo un componente

9
necesario, pero insuficiente. Se requiere, además, otro componente que relacione los
modelos de una teoría con los fenómenos del mundo real a los cuales pueden aplicarse
esos modelos. Ese componente tiene carácter lingüístico. En la versión de Giere se lo
llama hipótesis teórica (los estructuralistas lo llaman aserción empírica). Así pues,
según Giere, una teoría empírica está formada por dos componentes:

1) Una colección de modelos semejantes entre sí.


2) Un conjunto de hipótesis teóricas.

Las hipótesis teóricas son oraciones o enunciados que afirman que un


determinado modelo de una teoría es semejante hasta cierto grado a un determinado
fenómeno o sistema real. Las hipótesis teóricas, a diferencia de los modelos o
colecciones de modelos, son susceptibles de ser verdaderas o falsas. En palabras de
Giere:

Una hipótesis teórica es un enunciado (afirmación, aserción, conjetura) acerca


de la relación entre un modelo teórico y algún aspecto del mundo. Afirma que el
modelo es realmente semejante al mundo en ciertos aspectos indicados y hasta un
cierto grado de exactitud. Si el modelo es semejante al mundo, como se ha afirmado,
entonces, la hipótesis teórica es verdadera. Si el modelo no es semejante al mundo,
como se ha afirmado, entonces, la hipótesis teórica es falsa. (Giere, Understanding
Scientific Reasoning (1997), p. 25).

Así pues, se advierte que la concepción semántica no es enteramente no


enunciativa, como a veces afirman sus partidarios, ya que posee un componente de
carácter lingüístico: las hipótesis teóricas (o aserciones empíricas). No obstante, es clara
la diferencia con la concepción clásica, donde una teoría es un conjunto de enunciados
deductivamente organizado. Los semanticistas, por tanto, no son hipotético-
deductivistas respecto de la estructura de las teorías. Eso vale para cualquier versión de
las que forman la familia semanticista. Una teoría empírica, para lo concepción,
semántica, nunca es un sistema hipotético-deductivo de enunciados u oraciones.

Según Giere, los modelos teóricos son entidades abstractas, que están definidas
por las leyes fundamentales o principios de una teoría. Así, por ejemplo, las leyes del
movimiento de Newton (en particular la segunda ley: F = m.a) definen cuáles son los
modelos de la teoría que llamamos “mecánica newtoniana”. Las leyes del movimiento

10
de Newton son, por definición (o por decisión, podríamos decir) verdaderas en todos
los modelos que forman la colección de modelos de la mecánica newtoniana. Ahora
bien, dado que ni los modelos ni los fenómenos físicos a los cuales se aplican son
entidades lingüísticas, la relación entre ellos no puede ser la de verdad o falsedad. La
relación entre los modelos y los fenómenos físicos es una relación de representación:
los modelos representan los fenómenos del mundo. El ejemplo favorito de Giere para
ejemplificar esta relación es la analogía con los mapas: los modelos representan los
fenómenos de una manera análoga a como los mapas representan los territorios. Giere
extrae muchas consecuencias de esta analogía, pero no podemos detenernos a
analizarlas todas aquí. Baste decir que así como son posibles muchos mapas diferentes
de un mismo territorio, también son posibles muchos modelos de un mismo fenómeno.
Cada uno de ellos proporciona una representación parcial del fenómeno en cuestión
desde una cierta perspectiva. Esto vale también para todos los modelos científicos. Por
esa razón, Giere llama “perspectivismo” a su posición epistemológica.

¿Cuándo un modelo ofrece una representación adecuada de un fenómeno y


cuándo una representación inadecuada (misrepresentation)? Este es el problema
principal de toda posición representacionista acerca de los modelos. Giere responde que
un modelo proporciona una representación adecuada de un fenómeno cuando es
semejante a al fenómeno representado en ciertos aspectos y hasta cierto grado. Dado
que el aspecto y el grado de la semejanza dependen de los agentes que construyen o
emplean el modelo, la representación resulta una relación pragmática, determinada por
los propósitos y las intenciones de los agentes. En última instancia la representación es
adecuada si satisface los propósitos de los modeladores. Así pues, la semejanza
requerida es relativa a los propósitos para los cuales el modelo ha sido construido, es
decir, para los usos que se le pretende dar. En sí mismo, un modelo no representa nada
en particular, a menos que un agente (en ciencia, es siempre un agente colectivo, como
una comunidad científica) tenga la intención de representar un determinado fenómeno
en particular y no otros, a pesar de que el modelo pueda ser semejante a muchos
fenómenos a la vez.

El ejemplo de los mapas ofrece otra vez una buena analogía. El mapa es
semejante al territorio que representa en algunos aspectos y hasta cierto grado, pero cuál
sea el grado de semejanza requerido depende del uso que se le quiera dar. Un mapa de
la red de subtes que represente todas las estaciones en una línea recta como círculos a

11
igual distancia puede ser una buena representación del recorrido si el uso que se le
pretende dar es simplemente subir y bajar en la estación que uno desea. Pero si se quiere
calcular la forma precisa del trayecto, o la distancia recorrida o el tiempo de viaje, no
resulta una representación adecuada. Advirtamos que una representación más
simplificada o menos aproximada de los fenómenos puede ser más útil para
determinados propósitos que una representación más compleja y más aproximada. Por
ejemplo, si quiero encontrar la salida de un laberinto muy complejo, un mapa que
represente el camino de salida ignorando todos los detalles de las demás sendas del
laberinto resulta más útil para ese propósito que otro mapa que represente cada detalle
de las sendas que uno no debe seguir. Así pues, una representación más adecuada de los
fenómenos no siempre es la que proporciona una descripción más detallada o verosímil
de dichos fenómenos. La adecuación o no de la representación que proporciona un
modelo es relativa a los propósitos de los agentes y, entre otras cosas, al contexto en el
cual se usará el modelo en cuestión. Un mapa muy completo de un territorio puede ser
completamente contraproducente para los usos que se le quiere dar. En el caso límite, un
mapa a escala 1 a 1 sería completamente inútil, ya que tendría la misma complejidad
que el territorio que representa y, por consiguiente, sería prescindible para cualquier
finalidad práctica.

Observemos que decir que una hipótesis teórica es verdadera equivale, en la


perspectiva de Giere, a decir que el modelo en cuestión proporciona una representación
adecuada del fenómeno modelado. Advirtamos también que hay dos relaciones de
semejanza en juego: la semejanza que liga a los modelos de una teoría entre sí y la
semejanza que relaciona a cada modelo con los fenómenos representados. Estas
relaciones no tienen por qué ser concebidas como la misma relación. Más bien, hay que
pensar que son relaciones diferentes, que deberían llamarse con nombres diferentes.
Dado que los modelos teóricos son, según Giere, entidades abstractas, la semejanza
entre ellos puede concebirse como el hecho de que tales modelos tengan ciertas
propiedades en común. Sin embargo, los fenómenos representados por un modelo no
son entidades abstractas, sino concretas, por ejemplo, objetos físicos dotados de
propiedades físicas. Por tanto, la semejanza es aquí entre un objeto abstracto, el modelo
teórico, y un objeto concreto, el fenómeno. Pero ¿qué propiedades pueden tener en
común los objetos concretos y los abstractos? Un modelo teórico no tiene propiedades
físicas que pueda compartir con los objetos representados. ¿Cómo debe entenderse,

12
entonces, la semejanza entre modelos y fenómenos? La analogía con los mapas no sirve
de ayuda para entender los modelos teóricos, ya que un mapa y el territorio que
representa son ambos objetos concretos que pueden compartir propiedades físicas. Giere
no resuelve este problema, que afecta a toda posible comparación entre los modelos
teóricos y los fenómenos que representan.

Advirtamos que un problema similar afecta a la concepción estructuralista de la


representación. Si los modelos son estructuras conjuntistas, son meras entidades
abstractas, mientras que los fenómenos representados son entidades concretas, por
ejemplo, sistemas físicos que consisten en agregados de partículas. Para los
estructuralistas, la relación de representación no es la semejanza informal, como para
Giere, sino el homomorfismo, una relación formal. Pero todos los morfismos son
relaciones que están definidas exclusivamente entre estructuras. Si se afirma que una
entidad A es isomorfa (homomorfa, etc.) a otra entidad B, entonces A y B deben ser
estructuras conjuntistas; de otro modo, se cometería un error categorial. Una manera de
resolver este problema, la que adoptó Suppes, es afirmar que los modelos científicos
siempre se comparan con otros modelos, por lo que un modelo teórico nunca puede
compararse directamente con los fenómenos del mundo real sino con un modelo de los
datos obtenidos de dichos fenómenos. Es una solución muy razonable, sin grandes
costos metafísicos.

Otra solución posible consiste en sostener que los objetos físicos u agregados de
objetos ejemplifican o instancian estructuras, de modo análogo a como los objetos
particulares instancian propiedades universales (que este lápiz en particular sea rojo
significa que instancia el universal “rojo”, que también puede ser instanciado por otros
particulares). Por tanto, un modelo teórico, que es una estructura, siempre se compara
con la estructura que ejemplifican los fenómenos que se quieren representar. La
dificultad de esta posición, sin embargo, es que así como un particular puede instanciar
simultáneamente muchos universales (incluso infinitos, en principio), un mismo
fenómeno puede instanciar a la vez un número indefinido de estructuras, entre las cuales
casi seguramente habrá alguna que sea homomorfa con cualquier modelo. Esto amenaza
con volver trivial la relación de representación en tanto cualquier modelo podría
representar adecuadamente cualquier fenómeno. Notemos que el problema es análogo al
de la semejanza informal en Giere, donde cualquier modelo es semejante a cualquier
fenómeno en algún respecto. La solución en el estructuralismo también es de carácter

13
pragmático, dado que son los agentes que construyen un modelo los que determinan
cuál es el fenómeno representado, seleccionando una estructura determinada de dicho
fenómeno como aquella que tiene en común con el modelo que lo representa. De este
modo, la relación de representación vuelve a ser relativa a las intenciones y propósitos
de los agentes que construyen o usan los modelos. La inclusión de este elemento
pragmático parece ser inevitable para fijar la direccionalidad y la asimetría de la
representación, evitando a la vez la consecuencia de que cualquier modelo represente
cualquier fenómeno. Por ejemplo, un mapa representa un determinado territorio, pero
dicho territorio no representa al mapa, a pesar de que sean semejantes, por la decisión
de los agentes que trazaron el mapa; además, un mapa dado es semejante a muchos
territorios diferentes en algún respecto, pero solo representa a uno determinado, el que
los agentes tienen la intención de representar.

Ventajas y desventajas de la concepción semántica

La concepción modelística de las teorías empíricas reemplazó a la concepción


clásica hacia la década de 1970 y se mantiene hasta nuestros días como la posición
mayoritaria entre los filósofos de la ciencia acerca de la estructura de las teorías. En mi
opinión, esto ocurrió más bien debido a los problemas de la concepción clásica (sobre
todo, el de las dudosas reglas de correspondencia) que a las virtudes de la concepción
semántica. Es indudable que la concepción semántica es más flexible que la concepción
clásica, pero sus demás virtudes están todavía por determinarse. Por lo demás, la
cuestión de la estructura de las teorías no es un problema que preocupe particularmente
a los filósofos de la ciencia del siglo XXI, que están mucho más interesados en estudiar
los modelos científicos por sí mismos, con independencia de las teorías. De hecho, para
muchos filósofos, los modelos son realmente independientes de las teorías y tienen, por
tanto, una vida propia, son entidades autónomas. Más en general, puede decirse que la
categoría misma de teoría ha dejado de ser la unidad fundamental de análisis
epistemológico para la mayor parte de los filósofos de la ciencia actuales. Para muchos
filósofos, los principales vehículos del conocimiento científico no son las teorías, sino
los modelos. De hecho, la actividad de la ciencia normal no consiste principalmente en
construir teorías, cosa que es más bien excepcional, sino en construir y aplicar modelos.
Los modelos, son, así, mucho más empleados que las teorías en la práctica científica.

14
Las ventajas y desventajas de la concepción semántica de las teorías empíricas
deben siempre juzgarse relativamente a otras concepciones rivales. Una alternativa
posible es la que llamo concepción proposicional de las teorías, que es una versión de
la concepción clásica despojada de su carácter enunciativo, del requisito de la
formalización y de las reglas de correspondencia. Según esta concepción, una teoría es
simplemente un conjunto de proposiciones (no de oraciones o enunciados) cerrado bajo
la relación de consecuencia lógica. Una teoría se formula mediante oraciones de un
determinado lenguaje, pero no se identifica con esas oraciones, sino con las
proposiciones que ellas expresan. Dos conjuntos de enunciados lógicamente cerrados
que sean lógicamente equivalentes son dos formulaciones de una misma teoría porque
expresan las mismas proposiciones. Una proposición, en efecto, se puede formular
mediante diferentes oraciones de diferentes lenguajes. Las proposiciones no son
entidades lingüísticas, sino entidades abstractas, como los conjuntos o las entidades
ideales. Para la concepción proposicional, una teoría no necesariamente tiene que estar
formalizada, ni axiomatizada, ni formulada en un determinado lenguaje en particular. Se
la puede formular sencillamente en cualquier lenguaje natural, enriquecido con el
vocabulario técnico que la teoría requiera. Las teorías, son así, entidades abstractas:
proposiciones o conjuntos de proposiciones. Desde un punto de vista lógico cualquier
teoría se puede formular como una única proposición, que es la conjunción de todas sus
proposiciones.

Respecto de esta concepción proposicional, no es evidente que la concepción


semántica tenga claras ventajas. Ante todo, la concepción proposicional, a diferencia de
la concepción semántica, admite la existencia de teorías inconsistentes y permite la
aplicación de todos los conceptos metateóricos, como el de completitud y otros, que se
emplean para las teorías formales. Debe comprometerse con la existencia de entidades
abstractas, como las proposiciones, pero todas las concepciones modelísticas también
deben comprometerse con alguna clase de entidades abstractas. Por ejemplo, los
estructuralistas deben aceptar la existencia de estructuras conjuntistas, que son
conjuntos, mientras que Giere admite que los modelos teóricos son entidades abstractas
de alguna especie. Por supuesto, tanto las teorías como los modelos se formulan
mediante las oraciones de un determinado lenguaje, pues, ¿de qué otra manera podría
hacerse? Sin embargo, es un error pensar que la teoría o el modelo en cuestión se
identifican con un conjunto particular de oraciones. Es cierto que la concepción clásica

15
de las teorías es enunciativa, pero, como hemos señalado, las diferentes versiones de la
concepción semántica también tienen un componente enunciativo, o, al menos
proposicional (las aserciones empíricas o hipótesis teóricas).

Entre las dificultades de la concepción semántica ya hemos mencionado que


presupone que las teorías son consistentes, por lo que no puede por principio admitir la
existencia de teorías inconsistentes, algo que no solo parece contraintuitivo, sino
también susceptible de contraejemplos históricos: la teoría de conjuntos de Cantor y la
electrodinámica clásica son claramente inconsistentes (y parece absurdo negar que sean
teorías genuinas). Por otra parte, nociones como la de completitud de una teoría no están
siquiera definidas para las teorías empíricas si se las entiende como colecciones de
modelos. ¿Qué podría significar que una colección de modelos es completa?
Finalmente, la concepción semántica tiene la limitación de no poder aplicarse a las
teorías matemáticas, por lo que sus partidarios deben admitir dos concepciones
diferentes de teoría: una para las teorías empíricas y otra para las teorías matemáticas o
formales en general.

La concepción proposicional que he propuesto, en cambio, se aplica por igual a


las teorías formales y empíricas, admite la existencia de teorías inconsistentes en ambas
clases de ciencias, permite la aplicación de todos los conceptos metateóricos, como el
de completitud, a las teorías empíricas e incluso dar cuenta de la existencia de teorías
consistentes que no tienen modelos (como ocurre con ciertas teorías de segundo orden).
Tampoco debe comprometerse necesariamente con la existencia de proposiciones como
entidades abstractas, ya que puede tomarlas como meras ficciones útiles, de la misma
manera que un matemático que usa la teoría de conjuntos no está obligado a aceptar que
los conjuntos existen en algún cielo platónico, ya que puede perfectamente ser
nominalista acerca de las términos que parecen referirse a entidades que no están en el
espaciotiempo. Por supuesto, tanto el ficcionalismo como el nominalismo son
posiciones filosóficas que tienen sus costos, pero todas las posiciones filosóficas los
tienen. En particular, el platonismo me parece mucho más costoso, ya que conduce
rápidamente a una inflación ontológica, según la cual, debe existir todo aquello que es
lógicamente posible que exista. Por último, es cierto que según la concepción
proposicional, igual que ocurría en la concepción clásica, las teorías son entidades
rígidas que no admiten cambios sin perder su identidad, por lo que todo cambio en una
teoría es ipso facto un cambio de teoría. No obstante, si se tiene en cuenta que dos

16
teorías diferentes siempre difieren en un número infinito de proposiciones, esta
consecuencia es inevitable en razón de la clausura lógica. Por otra parte, no es obvio
que concebir a las teorías como entidades flexibles, ni mucho menos como entidades
vagas, tenga alguna ventaja desde el punto de vista metateórico.

No proseguiremos estos temas, que exceden el contenido de nuestro curso.


Simplemente diré que la concepción proposicional de las teorías, que no ha sido todavía
desarrollada, me parece una alternativa interesante a la concepción semántica.

Los modelos como mediadores

Los modelos no tienen un lugar claramente delimitado en la concepción clásica


de las teorías. Como ya señalamos, los clásicos consideran a las teorías como sistemas
axiomáticos interpretados. En este contexto, los modelos de una teoría se conciben
generalmente como reinterpretaciones de los términos teóricos del sistema mediante
términos que refieren a objetos más familiares o más cercanos a la experiencia.
Típicamente, la reinterpretación se hace asignando objetos macroscópicos a términos
que originalmente pretendían referirse a objetos microscópicos. Así, por ejemplo, una
teoría molecular puede tener un modelo que la ejemplifica mediante bolas y varillas, o
una teoría atómica puede tener un modelo en términos de bolas de billar que se mueven
en el vacío y chocan entre sí. Un modelo, entonces, no es más que una interpretación
alternativa de los postulados de una teoría. Esta interpretación sirve principalmente para
fines pedagógicos, sobre todo, para presentar la teoría mediante ejemplos visuales o
intuitivos. Para la concepción clásica los modelos no solo son independientes de las
teorías, sino que resultan prescindibles; a lo sumo son un complemento útil de valor
heurístico o didáctico.

Uno de los pocos autores clásicos que concede un lugar destacado a los modelos
es Ernest Nagel, en su clásica y enciclopédica obra The Structure of Science, de 1961,
una de las últimas obras comprehensivas de filosofía de la ciencia, tanto general como
especial, escrita por un solo autor. Nagel sostiene que los modelos son uno de los tres
componentes de las teorías, junto con los postulados teóricos y las reglas de
correspondencia. Los modelos proporcionan una interpretación de los postulados
teóricos en términos familiares o visualizables. No pueden sustituir a las reglas de
correspondencia, por lo cual no permiten deducir enunciados observacionales de los

17
postulados, pero, no obstante, desempeñan diversas funciones importantes en la ciencia.
Según Nagel, los modelos tienen valor heurístico por sí mismos y pueden permitir el
desarrollo de líneas de investigación novedosas que no habrían surgido del análisis de la
propia teoría. No solo pueden sugerir la necesidad de nuevas reglas de correspondencia
para los términos teóricos de una teoría, sino también conectar dicha teoría con sus
sucesoras o predecesoras. Con todo, los modelos de una teoría no deben confundirse
con la propia teoría. En algún sentido, entonces, una teoría ya está completamente
formulada con los postulados teóricos y las reglas de correspondencia y no requiere, al
menos de manera esencial, de un modelo. Desde este punto de vista, Nagel es un
partidario pleno de la concepción clásica de las teorías.

La concepción semántica de las teorías, por su parte, se ubica en el extremo


opuesto de la concepción clásica porque considera que los modelos son constitutivos de
una teoría y, por consiguiente, no tienen ninguna independencia de ella. La teoría misma
se identifica mediante la clase de sus modelos. Algunos filósofos de la ciencia, filósofas
en este caso, en particular Nancy Cartwright (n. 1944), y Mary Morgan (n. 1952) y
Margaret Morrison (1954-2021) han adoptado una posición intermedia, de acuerdo con
la cual los modelos son una suerte de mediadores entre las teorías y la experiencia.
Mary Morgan y Margaret Morrison, en un libro ya clásico de 1999 titulado Models as
Mediators, consideran que los modelos son agentes autónomos que funcionan como
instrumentos para la investigación científica. Mediante esta expresión quieren decir que
los modelos científicos no dependen de una teoría determinada, sino que son entidades
híbridas en cuya construcción intervienen diversos elementos heterogéneos entre sí.
Usualmente un modelo se construye empleando hipótesis pertenecientes a una o varias
teorías diferentes (a veces incluso mutuamente incompatibles), así como apelando a
diversos datos empíricos de diferentes clases. No obstante, los modelos no pueden
derivarse solamente de la teoría o de los datos. De esta manera, Morgan y Morrison se
oponen tanto a la concepción clásica como a la concepción semántica de las teorías. De
acuerdo con estas autoras, los modelos no son constitutivos de una teoría determinada,
pero tampoco son completamente independientes de toda teoría, ni mucho menos
prescindibles o irrelevantes para la práctica científica. Al contrario, los modelos son
instrumentos empleados en la ciencia, tal como un termómetro o un voltímetro, pero, a
diferencia de esta clase de instrumentos, los modelos también cumplen una función
representativa. Empleando una conocida distinción de Ian Hacking (que estudiaremos

18
más adelante en este curso), Morgan y Morrison sostienen que los modelos sirven a la
vez para representar a los fenómenos como para intervenir sobre ellos.

Nancy Cartwright, por su parte, también acepta que los modelos funcionan como
mediadores entre las teorías y el mundo real y que, en la mayoría de los casos, tienen un
carácter representativo. Su argumento principal es que, al menos en el dominio de la
física, las teorías son demasiado abstractas y alejadas de la experiencia como para poder
ser contrastadas o aplicadas. Para hacerlo se requiere de un modelo más concreto o, si se
quiere, menos abstracto, un modelo en el cual las relaciones entre conceptos abstractos
formuladas en la teoría sean ejemplificadas. Las teorías físicas, sostiene Cartwright, no
representan lo que ocurre en el mundo; únicamente los modelos tienen esta capacidad
representativa. Sin embargo, los modelos no forman parte de ninguna teoría
determinada. Desde este punto de vista, Cartwright se opone a la concepción semántica
de las teorías. Su posición es que, aunque los modelos puedan haber sido construidos a
partir de ciertas teorías, tienen, no obstante, un carácter independiente de toda teoría en
particular. En general, los filósofos de la ciencia del siglo XXI se han dedicado a
estudiar los modelos científicos por sí mismos, con independencia de la relación que
puedan tener con las teorías. Como consecuencia de ello, la relación entre modelos y
teorías se ha vuelto borrosa, hasta el punto de que muchos autores, especialmente
científicos, usan ambos términos indistintamente y no establecen ninguna diferencia
esencial entre modelos y teorías. Este es un punto que los filósofos de la ciencia
deberían esclarecer en el futuro, pero la polisemia del propio término “modelo” en las
ciencias empíricas hace que tal elucidación resulte sumamente difícil.

Bibliografía obligatoria

Giere, R. (2006) Scientific Perspectivism. Chicago: The University of Chicago


Press. [Capítulo 4: “La teorización científica”. Traducción de la cátedra].

Bibliografía optativa

Cassini, A. (2016) “Modelos científicos”. Diccionario Interdisciplinar Austral.


http://dia.austral.edu.ar/index.php?action=mpdf&title=Modelos_cient%C3%ADficos

19

También podría gustarte