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dirigida por
DR. LEONARDO MAGRAN
El médico, el paciente
y la enfermedad
PRóLOGO DEL DR . O . SURGEON
LIBROS BASKOS
Tí tulo del original inglés:
THE DOCTOR HIS PATIENT AND THE ILLNESS
Traducció n de
ANÍ BAL LEAL
9
ellos convienen en un interés recí proco sobre esa ' enfermedad" .
Esta faceta de la relaci ón médico- paciente conduce a preguntas
tales como: "¿Qu é necesita realmente el paciente del m édico y
qué es lo que obtiene ?", y, " ¿Qué es lo que el paciente no
obtiene del médico para que tenga que volver a insistir ?" o
bien, "¿Qué es lo que el médico da al paciente que éste no desea
.
o no necesita ? ”
Con preguntas como éstas en su mente, el doctor Balint es -
cribe un libro acerca de ias historias del paciente, de Jos esfuer
zos del médico y de la contribuci ón de ambos, médico y pa -
-
ciente, en sus esfuerzos combinados para alcanzar la meta de
la salud.
Las observaciones del doctor Balint sobre la relación médico
paciente comprenden gran n ú mero de situaciones. É l trata sobre
-
.
lo que llama "La colusi ón del anonimato" Con esto é l no se
refiere a una colusión consciente sino inconsciente, en la cual
el m édico de familia env ía al paciente a un especialista que
hace un diagn óstico y brinda sugestiones. S¡ esto parece resolver
el problema , la cuestió n no es complicada. Pero algunas veces
se env Í 2 al paciente a m ás de un especialista . El paciente recoge
entooces más de una impresión. El médico de familia nunca
restringe las opiniones que considera m ás importantes. Resul
tado: los especialistas han dado su palabra y el paciente termina
-
desorientado. Quizás esto es porque el médico de familia está
demasiado ocupado para representar la fund ón de consejero o
es demasiado modesto para hacerlo, o, en su fastidio con la
pan -sintomatolog í a del paciente, indica: "Bien, ya que es tan
dif ícil conformarlo, usted puede tomar cualquier consejero que
desee, y que salga bien de ello” .
Est á n incluidos en este libro cap í tulos sobre cuándo comenzar
.
y cu á ndo detener la psicoterapia Se tratan casos tan dif íciles
que resulta evidente que los debates de seminario fueron abso -
.
lutamente necesarios para haber obtenido algú n éxito Se recibe
la impresi ón de que el médico general actual necesita esta clase
de debates por varias razones: para entender la complicada es
.
-
tructura psicol ógica de sus pacientes lo necesita para mejor su
conocimiento de si mismo como una parte de la droga que el
paciente obtiene en cada visita. É l necesita saber cómo dosifi
carse frente al paciente, y cómo evitar esa frustració n , incomo
-
-
didad, desaliento y ansiedad que tal vez Heve consigo hasta que
aparezca la mejor ía necesaria.
10
El doctor Balint trata lo que é l llama "La función apostólica
—
del médico” su única posición en el cual puede discernir lo
que est á bien o equivocado, lo que es bueno o malo para la
salud. Hay muchos pacientes que desean esto en su m édico, y
algunos médicos que gustan de asumir tal papel. Dado que en
muchos casos la enfermedad es un medio para la necesidad de
amor y atención ; es posible para el médico utilizar esta necesi
dad para educar hacia la perfecci ón o simplemente dar desahogo
-
a sus propias opiniones.
El doctor Balint trata la importancia de la psicoterapia en
el trabajo del médico general del futuro. Su experiencia y su
pensamiento hacen aquí que la lectura sea interesante. Los últi -
mos cap í tulos sobre la selecci ón de pacientes, las notas sucesivas
sobre los pacientes estudiados y algunas acotaciones sobre la
pr áctica, hacen que el libro sea el puente necesario entre la
instrucci ó n met ódica de la escuela m édica y el hospital y las
responsabilidades que d ía a d í a tiene el médico general.
Me satisface que aparezca esta obra , como tambié n poder dar
un breve prefacio de lo que espera al lector.
.
O. SpuactON ENGLISH MD.
-
Profesor y Jefe del Departamento de psi
.
quiatría Temple University Hospital.
14 de setiembre de i 960.
11
PREFACIO
15
CAPITULO I
Introducci ón
—
criben los médicos generales. La discusió n reveló muy pronto
ciertamente, no es la primera vez que ello ocurre en la
—
historia de la medicina que la droga m ás frecuentemente
utilizada en la pr áctica general era , con mucho, el propio m é-
dico, es decir, que no sólo importaban el frasco de medicina
o la caja de p í ldoras, sino el modo como el médico las ofrecía
al paciente; en suma, toda la atmósfera en la cual la droga
era administrada y recibida.
En su momento, la cosa nos pareció un descubrimiento muy
sugestivo, y todos nos sentimos m ás bien orgullosos e impor
tantes ante la comprobación realizada. Sin embargo, el semi -
-
nario realizó muy pronto otro descubrimiento: a saber , que
a ún no existe ninguna forma de farmacolog í a respecto de tan
importante droga. Para expresar este segundo descubrimiento
en términos familiares a los m édicos, en ning ú n libro de texto
se hallar á n prescripciones sobre el dosaje que debe aplicar
el profesional cuando se trata de su propia persona, en que
forma debe hacerlo, coo qu é grado de frecuencia, cu á les son
las dosis curativas y de mantenimiento, y otros aspectos por
el estilo. M ás inquietante a ú n es la falta de toda literatura
sobre los posibles riesgos de este tipo de medicación , sobre las
diversas condiciones alé rgicas observadas en distintos pacien -
tes ( las cuales deben ser objeto de atenta observaci ó n ), o sobre
los indeseables efectos secundarios de la droga. En realidad ,
17
la exig ü idad de informació n sobre esta droga , la de m ás fre-
cuente empleo, es abrumadora e inquié tame, sobre todo cuan -
do se considera la riqueza de información disponible en torno
de otros medicamentos, aun de aquellos que acaban de ser
incorporados a la prá ctica general. Resp óndese usualmente que
la experiencia y el sentido com ú n ayudar á n al m édico a ad -
quirir la habilidad necesaria para recetarse a sí mismo. La
vaciedad de este reconfortante consejo resulta evidente cuando
se lo compara con las detalladas instrucciones basadas en expe-
rimentos cuidadosamente controlados que acompa ñ an la intro-
ducció n de cada nueva droga en la pr á ctica general.
Cuando el seminario advirtió tan inquietante estado de co -
sas, nuestra actitud cambi ó, y decidimos inmediatamente que
— —
uno de los objetivos quizás el principal de nuestra investi -
gaci ó n ser ía comenzar la elaboració n de esta nueva farma -
cología.
La importancia de un estudio de esta naturaleza es quizás
mucho mayor hoy que en ning ú n otro per íodo anterior; pero
la razón de que as í sea sólo en parte se relaciona con la medi-
cina. Sobre todo como resultado de la formaci ó n de centros
urbanos, gran n úmero de personas han perdido sus ra íces y
conexiones, las familias numerosas — con sus complicadas e
—
í ntimas interrelaciones tienden a desaparecer , y el individuo
se separa cada vez m ás, y aun se 2 Ísla . Cuando se encuentra
en dificultades, prá cticamente no tiene a quié n recurrir en
busca de consejo, de consuelo, o quizá s simplemente de opor -
tunidad para abrir su corazón. Cada vez m ás acentuadamente
se ve reducido a sus propios recursos. Sabemos que en mucha
gente, quiz á s en todos nosotros, toda tensi ó n o esfuerzo exce-
sivo, de carácter mental o emocional va acompa ñ ado de diver-
sas sensaciones f ísicas, o se refleja en ellas. En tales estados
de perturbación, especialmente si la tensi ón aumenta , una po-
— —
sible v á lvula de escape en la pr áctica muy usada consiste
en yisitar a nuestro m édico y quejarnos. Deliberadamente no
aludo al motivo de la queja, porque en esta etapa inicial no
sabemos qu é es m ás imporcante, si el acto de quejarse o los
motivos que informan la queja. Precisamente aqu í, en esta
-
fase inicial todav í a "inorg á nica ” de una enfermedad , es deci
siva la capacidad del m édico para administrar su propia per -
sona. Analizaremos inmediatamente las posibles consecuencias
inesperadas de la reacció n del médico ante las quejas de su
18
pacienre. Pero antes de entrar en materia me propongo for
mular algunas observaciones sobre nuestros m é todos y sobre la
-
organizaci ón general de nuestra investigación.
Nuestro trabajo adopt ó exclusivamente la forma de grupos
de discusión , integrados por ocho a diez m édicos generales y
uno o dos psiquiatras. Los grupos se reunieron una vez por
semana durante dos o tres a ñ os, aunque algunos se prolonga -
ron m ás. Las reuniones se realizaban a primera hora de la
tarde del medio d ía libre que habirualmente se toman los
médicos generales. Este sistema les permit ía asistir sin que se
produjeran interferencias serias con la consulta de cada profe -
sional; en realidad , esta disposición dio tan bueoos resultados
que aun durante los meses m ás activos para el médico general,
de diciembre a marzo, la asistencia fue muy buena; es decir,
un promedio, para el a ño redondo, del noventa al noventa y
cinco por ciento del total posible.
Nuestra empresa fue una mezcla de investigación y adies -
tramiento. Fue mi punto de partida la idea de que, desde el
punto de vista psicológico, en la pr á ctica general hay m ás
entre el paciente y el medico de lo que se dice en los tradicio -
nales libros de texto. Si mis conceptos eran correaos, los he-
chos que vo deseaba someter a examen s ólo pod í an ser obser -
vados por el propio m édico; la presencia de una tercera per -
sona , por mucho tacto y objetividad que ella demostrara, in -
evitablemente destruir ía la atm ósfera de llaneza e intimidad.
Dicha tercera persona sólo ver ía una imitación, quizás muy
buena, pero nunca la cosa misma.
Por consiguiente, la investigaci ón sólo podria ser realizada
por el médico general, en el curso de su trabajo cotidiano,
sereno y sin perturbaciones, amo soberano de su propio do -
minio m édico. Pero los médicos generales carecen absoluta-
mente de adiestramiento para este tipo de tarea; problema
sobre el cual habr é de volver en varias ocasiones en el trans -
curso de estas páginas. Más a ú n , cuando empezamos no exist í a
ning ú n m é todo establecido, por lo que yo sé, para encarar la
formaci ón de los médicos generales en el psicodiagnóstico y
en la psicoterapia. De modo que debimos encarar tres tareas
diferentes, aunque interrelacionadas. La primera consist í a en
estudiar las implicaciones psicológicas de la pr áctica general;
la segunda, en adiestrar para esta labor a los médicos genera -
19
les; y la tercera, en concebir un m é todo apropiado para efec
tuar dicho adiestramiento .
-
Este libro destaca particularmente el aspecto investigativo
de nuestra empresa. Se describe brevemente el sistema de adies-
tramiento en los Apéndices I y II. Algunas de las discusiones
que siguieron a los informes de los médicos sobre sus respec -
tivos pacientes permiten formarse cierta idea del modo de
funcionamiento de nuestro sistema de “ investigaci ón y adies -
tramiento”. ( Véanse especialmente los casos Nos. 10, 15 , 17, 19,
.
21, 23 y 24 )
Nuestra terminología refleja la incertidumbre suscitada por
la compleja estructura de la empresa abordada. El polo cen
tral de nuestro trabajo de investigación y adiestramiento reci
--
birá en el curso de este libro diversos nombres: discusión co -
lectiva , conferencia sobre casos cl í nicos, seminario de inves-
tigación, seminario de discusión, grupo de discusión , etc., ex
presiones todas que aluden a lo mismo, pero que lo describen
-
desde diferentes á ngulos.
Segú n se ver á, los médicos hicieron todo lo posible para
-
atraer a los psiquiatras a una relaci ón del tipo maestro alumno,
pero por numerosas razones se consider ó prudente negarse a
ello. Nos propusimos crear una atm ósfera libre, de toma y
daca, en la que cada uno pudiera plantear sus problemas, con
la esperanza de iluminarlos gracias a la experiencia de los
dem ás. El material de nuestras discusiones proven í a casi inva -
riablemente de experiencias recientes con pacientes, informa
das por el m édico a cargo de los respectivos enfermos. La
-
continuidad del curso nos permitió seguir el desarrollo de
—
los problemas de los pacientes durante dos o tres a ños a
veces durante per íodos m á s prolongados y por lo tanto com
—-
probar hasta qu é punto nuestras ideas, diagn ósticos, predic -
ciones, ensayos terapéuticos, etc., eran o no correctos y ú tiles.
.
( Apé ndice IU )
Nuestro objetivo principal era realizar un examen razona -
-
blemente completo de la variable relaci ón m édico paciente, es
decir, el esrudio de la farmacolog í a de esa droga llamada “ m é
.
dico” Con el propósito de obtener datos fidedignos para este
-
trabajo procuramos limitar al m í nimo el uso de material es -
crito en nuestros grupos de discusió n. No se realizaban lec -
turas de informes preparados o manuscritos ; se ped í a a los
médicos que informaran libremente las experiencias realiza -
20
.
das con sus pacientes Se permit ía el uso de notas cl í nicas, pero
sólo en car ácter de aide memoire, y no como pr é cis. Desde el
-
principio fue nuestra intención que el informe del m édico
incluyera la rese ñ a m ás completa posible de las reacciones emo-
cionales del propio médico ante su paciente, y aun de su rela
ción emocional con los problemas del paciente. Es posible ob
--
tener una información franca sobre el aspecto emocional de la
-
relacióo médico paciente sólo si la atmósfera en que se desen
vuelve la discusi ón es lo bastante libre como para permitir la
-
expresión espont á nea del profesional. Los informes a base de
escriros preparados, necesariamente hubieran implicado buena
proporci ón de elaboración secundaria de este material espon-
tá neo, que era precisamente lo que deseá bamos evitar. Los ca
p í tulos que siguen atestiguar á n basca qu é puato fuimos capa
-
-
ces de alcanzar nuestro objetivo.
Perm í taseme aclarar desde el principio que nuestra contri
bución a la soluci ón de los numerosos problemas impl ícitos en
-
-
el estudio detenido de la relació n médico paciente es m á s bien
magra , aunque resultará bastante clara la direcci ón general en
que, de acuerdo coa nuestra opinión, debe desenvolverse la
.
medicina Pero aun en aquellos casos en los que sea imposible
indicar una terapia racional para una enfermedad dada, se ha
avanzado un paso si se ha creado la posibilidad de describir
los procesos patol ógicos correspondientes y de ofrecer un diag
.
n óstico fidedigno Éste es, pues, el objetivo principal de esta
-
-
obra: describir ciertos procesos en la relación médico paciente
( los efectos secundarios indeseables e involuntarios de la droga
llamada "m édico" ) que son causa de innecesarios sufrimientos,
irritaci ón e in ú tiles esfuerzos del paciente y de su m édico.
Hasta ahora , estos procesos no han sido cabalmente observados,
o, si fueron observados, no se apreció correctamente la im -
portancia que revisten . Por lo tanto, procuraremos describir los
dignos diagnósticos que permitir á n al m édico el reconocimiento
. -
— —
oportuno de estos procesos patol ógicos Sólo en tercera instan
cia y en proporciones muy modestas podremos indicar el
tipo de terapia aplicable a este campo harto complicado .
Mi primera tarea, por consiguiente, consiste en plantear el
problema que nos proponemos investigar. Brevemente, se trata
de lo siguiente: ¿ Por qué es tan frecuente que, a pesar de los
honestos esfuerzos de ambas partes, la relación entre médico y
paciente resulta insatisfactoria, y aun desgraciada ? O, en otras
21
palabras, ¿ por qu é ocurre que la droga "doctor", no obstante
el aparente cuidado con que se la receta, no produce los efectos
buscados ? ¿ Cu á les son las causas de este desarrollo involun-
tario, y cómo evitarlo?
Fundaré todas mis deducciones sobre observaciones cl í nicas
concretas de pacientes individuales. Sin embargo, ninguno de
los casos fue objeto de mi observaci ón directa. Como ya lo he
señalado, en la Clí nica Tavistock se organizaron cursos en los
cuales grupos de médicos generales examinaron las implicacio-
nes psicológicas de sus experiencias cotidianas. Todos los casos
citados en este libro provienen de esta fuente, y habitualmente
aparecen reproducidos con las mismas palabras del informante.
— —
Los res úmenes que en ciertos casos en beneficio de la breve
dad prepar é personalmente fueron sometidos a la aprobaci ón
de los m édicos a quienes concern í an, antes de ser incluidos
-
aqu í.
El borrador del libro fue distribuido, por entregas, a todos
los médicos que tomamos parte en la investigación , y consagra
mos cierto n úmero de reuniones a la discusió n del mismo. Se
-
examinaron todas las objeciones, y si un n úmero considerable
de participantes se identificaba con alguna de ellas, se proce -
d ía a alterar o a omitir el pasaje en cuestión. Por lo tanto,
la versión final es el resultado de un auté ntico trabajo de
equipo. Pero aunque todos han participado en la confección
de este libro, Ja responsabilidad del texto impreso me per -
tenece í ntegramente.
Para preservar el anonimato de los profesionales, a lo largo
de todo el libro sólo se usa el pronombre masculino, excepto
en dos historias dioicas, las Nos. 22 y 24, en las cuales el sexo
del m édico era importance para el desarrollo de la relacióa
m é dico- paciente. Sin embargo, cada profesional ha sido iden-
tificado mediante una letra, para que el lector pueda estudiar
las diferentes atmósferas individuales creadas por ellos. Uno de
los resultados inesperados de nuestra investigación consistió en
que comprendimos cu á nto pueden diferir estas atm ósferas. Lo
que parece absolutamente imposible en un consultorio, es cosa
sobreentendida en otro ( véase capí tulos XIII y XVII ). Es evi -
dente que la droga "doctor ” se halla muy lejos de la tipifica -
— —
ción. Y hecho m á s interesante a ú n los pacientes pueden
beneficiarse de todas estas variedades de la droga. Lo cual no
significa, sin embargo, que todas las variedades sean igual -
22
meó te benéficas. Por el contrario, cada uua posee sus propios
efectos secundarios, y la identificaci ón de nuestros an ónimos
doctores mediante una letra del alfabeto ayudar á al lector a
cobrar conciencia tanto de los efectos principales deseables
como los efectos secundarios indeseables de cada variedad .
Preservar el anonimaro del paciente demostr ó ser tarea mu -
cho m ás dif ícil. Hemos hecho todo cuanto estuvo a nuestro
alcance para tornar irreconocibles a los pacientes citados en
este libro. No se mencionan nombres, y siempre que ello es
posible se modifican las circunstancias exteriores. Desgraciada
mente, estos intentos de disfraz tienen un l í mite. Si se avanza
-
demasiado en esa dirección , la historia cl í nica difiere tanto del
.
original que acaba evcntualmcnte en falsificaci ón Para evitar
este obstáculo, todos los aspectos esenciales
—y particular
mente los de car á cter psicológico del paciente individual
-
—
fueron mantenidos sin retoque. Pero ello significa que un pa
ciente puede identificarse en la descripción de su caso. Esta
-
eventualidad , harto indeseable , es por desgracia inevitable, y,
basta donde puedo ver , nada puede hacerse para evitarla con
absoluta seguridad. Para disminuir al m í nimo este riesgo hemos
confinado nuestra selecci ón a las historias cl í nicas de aquellos
pacientes de quienes pensamos que era muy improbable que
leyeran este libro. Pero a pesar de todas nuestras preocupaciones,
sé que por un azar de la suerte esta publicación puede causar
molestias, cierro desagrado y auo dolor a éste o a aqué l pa -
.
ciente Si asi fuera, no me restar ía sino expresar mi profundo
y sincero pesar , y ofrecer la seguridad de que es sumameote
improbable que la persona en cuesti ón pueda ser identificada
por nadie que no sea ella misma .
Las bisrorias cl í nicas tienen cierto corte novel ístico, y algu -
nas de ellas son incluso prolijas. No habr í a sido dif ícil expur
garlas, e imprimir sólo aquello que el expurgador consider ó
-
esencial y pertinente. Después de cierta reflexión resolv í no
seguir esa linea de acció n , sino imprimir los informes de
acuerdo con la forma en que eran presentados, sin preparación,
.
en nuestros seminarios de discusi ón l Un informe cuidadosa
mente expurgado representa lo que nosotros, los psicoanalistas,
-
1 Por regla general, uoa expena taquidaail ógrafa, la se ñ orita Doris
Young, se hallaba presente y anotaba todo lo que se dec í a, pr á ctica
mente de manera rexrual. Los informes reproducidos aqu í est á n basados
-
ni Us notas que ella tom ó.
25
consideramos los resultados de una elaboración secundaria, es
decir, de la poda de la mayor í a de los residuos de los procesos
emocionales en la mente del informante, o de sus cr í ticos, lo
cual determina desproporcionado hincapié en los procesos inte-
lectuales. Precisamente porque hemos mantenido la forma ori -
ginal de los informes, abrigo la esperanza de que el lector podr á
percibir, hasta cierto punto, la implicaci ó n tanto intelectual
como emocional del informe y de su audiencia.
Los casos incluidos en este libro son del tipo simple y coti
diano que se presenta en el consultorio de cualquier m édico,
-
de un extremo a otro del pa ís. Aliento la viva esperanza de
que, cuando los lean , ios profesionales reconocer á n a uno u
otro de sus harto familiares pacientes. Ese fue exactamente
nuestro propósito; poner a los m édicos en condiciones de ob -
servar con renovado interés su propia experiencia cotidiana ,
para comprobar que hay problemas que, a pesar de los intentos
de la medicina por ignorarlos, suscitan buena proporci ón de
trabajo innecesario, y a los pacientes muchos sufrimientos y
molestias in ú tiles. Como ya be dicho, puedo ofrecer soluci ó n a
una fracci ón apenas de los problemas planteados por esta obra.
El resto deber á aguardar nuevas investigaciones. Sin embargo,
espero que nuestras observaciones faciliten a los m édicos la
percepción de los problemas en gestaci ó n antes de que éstos
echen a perder la relaci ón que mantienen con ciertos pacientes,
y que un conocimiento m ás cabal y una percepci ón m ás aguda
les permitan impedir ciertos desarrollos indeseables.
El libro ha sido dividido en tres partes. La primera , que
incluye los cap í tulos II a IX sobre el Diagnóstico, es de ca -
r ácter principalmente crí tico, a ratos una cr í tica muy severa.
Abrigamos la esperanza de que se comprenda claramente que
nuestra cr í tica no implica la idea de que el conjunto de la
medicina se halla urgentemente necesitado de reforma. Por el
contrario, nos proponemos demostrar cu á les son los aspectos
del pensamiento y de la pr áctica profesionales que exijea re-
visión. En nuestra opinión , estos aspectos podr í an resumirse en
la siguiente expresi ón: la patologí a de la persona total.
— —
La segunda parte de la obra cap í tulos X a XV se ocupa
de la Psicoterapia del M édico Genera!. Sólo han sido incluidos
casos tratados por médicos generales. Esta secci ón es , inevita -
24
blemente, un tanto heterogé nea. La principal razón de ello
reside en la parquedad de nuestro conocimiento, que no nos
permite tratar sistem á ticamente el tema.
— —
La tercera parte Conclusiones generales está formada por
seis cap í tulos un tanto desconectados. En ellos he procurado
.
resumir los resultados positivos de nuestra investigaci ón Como
-
ya he se ñ alado, en la mayor ía de los casos, en lugar de solucio
nes sólo hemos hallado problemas, pero tambi é n posibilidades
.
de investigaci ón futura
En el Apé ndice I se describe el estado actual de nuestro sis
tema de adiestramiento, y luego se ¡ocluye un Apé ndice sobre
-
el problema de la selección ; un tercer Apé ndice abarca el
desarrollo de todos los casos informados, por lo menos hasta
el 31 de diciembre de 1955; finalmente, un cuarto cap í tulo,
redactado por Joho D. Sutherland , describe una importante
funci ón complementaria de la cl í nica psicológica.
Desde aqu í debo advertir al lector que no hallar á en este
-
libro ninguna referencia a la literatura sobre el tema. La princi
pal razón es de cará cter personal. Soy un lector desordenado y
.
asistem á tico Aunque sé que ciertos autores pueden haber escrito
sobre este o aquel aspecto de nuestro campo de investigaci ón,
mi conocimiento de la lireratura especializada no es fidedigno .
Para obviar esta deficiencia , hubiera debido componer una
bibliograf ía esp ú rea , o consagrarme a varios meses de duro
trabajo de biblioteca . Hubiera detestado cualquiera de ambas
actitudes.
Mi incapacidad para citar a nadie puede parecer irrespe -
tuosa , arrogante y egocéntrica. En realidad, ninguno de estos
adjetivos es aplicable a mi caso; la explicación auté ntica reside
simplemente en la falta de conocimiento. En justicia, debo
aceptar las incertidumbres y limitaciones provocadas por mi
ignorancia . Es perfectamente posible que varias de nuestras
observaciones hayan sido anticipadas por otros, quienes quizás
incluso han efectuado descripciones m ás precisas o m ás claras.
Si asi fuera, pido disculpas y renuncio a toda prioridad.
Una excusa m ás, con respecto a esta ausencia de referencias .
Con toda intención mantuvimos la autonom í a de nuestra in
stigación. Deseá bamos comprobar hasta d ónde podia llegar
-
—
un grupo como el nuestro es decir , un equipo de médicos
25
generales y de psiquiatras — apoyado exclusivamente en sus
propios recursos, situaci ón que ios m édicos conocen demasiado
bien. Por lo tanto, este libro est á basado en lo que sol í amos
llamar el "coraje de nuestra propia estupidez ” (véase Apén -
dice I ) ; de modo que la referencia a otros autores ser í an m á s
bien impertinentes.
2fi
P R I M E R A P A R T E
DIAGNÓSTICO
CA P ÍTULO II
El problema general
29
oai, es decir, es de origen probablemente muscular o fibroso. Sugiero
.
la aplicación de masajes ”. Di ose masaje, pero con escaso éxito La mujer
era frecuenre visitante del consultorio, y la revis é por primera vez en
.
octubre de 1946 Pensé entonces que sus s í ntomas pod í an ser conse-
.
cuencia de una "apeodicitis crónica ** Primero la envié a un ginecólogo,
y éste me escribi ó en 1947: “Esta se ñora es un problema desconcer -
.
tante Ha sido examinado por el doctor L., quien la ha revisado com
pletamente y no ha encontrado nada; por mi pane, debo admitir que
-
no puedo descubrir nada anormal, y desde el punto de vista gineco
lógico no be bailado el menor indicio. Es dif ícil decir si, dados los
-
constantes dolores en el costado derecho y la constipació n crónica,
existe la posibilidad de apendicitis, pero si usted lo desea hablaré con
uno de nuestros cirujaoos . , . ** Por lo tanto, se llam ó en consulta a uo
.
cirujano, y éste declaró en octubre de 1947: **. . Le he aconsejado in -
gresar en el hospital para proceder a la extirpació n del apé ndice." En
diciembre de 1947 se efectu ó la apeodicectomia. Desde eotonces vino
a verme casi todas las semanas; se quejaba de una variedad de dolores,
a veces en la fosa iliaca derecha , a veces en la espalda, y rae irritaba
con su charla en apariencia fuera de lugar y su poca disposición a
.
abreviar la consulta en momentos de mucha tarea para m í La envié
en consulta a uo ortopedista bien conocido, a causa de su persistente
dolor de espalda. Éste me comunicó en enero de 1948: "La espalda es
flexible, aunque existe cie ñ a ligera sensibilidad en los m ú sculos lum-
bares. Preparar é uo tratamiento en la secció n fisioterapia**.
La se ñ ora G concurri ó regularmente todas las semanas a mi con
sultorio, se quejó de las mismas dolencias anteriores, y comenzó, con
-
asombro de m¡ parte, a coquetear agresivamente conmigo. Entonces,
cierto d ía le comuniqué, m ás bien bruscamente, que era muy poco lo
que pod ía hacer por ella, y que era mejor que regresara a su trabajo
de vendedora, y no volviera a verme durante alg ú n tiempo. No volvi ó
.
hasta 1950 Insistió nuevamente en sus aotiguos dolores y quejas, y eo
actitud de oi ñ a sumisa ( *'< Me extra ñó ?" y "Espero que no volver á a
enojarse conmigo ” ). Torn ó a coquetear y tra ( ó de poner su pie sobre
el mí o, y un d ía depositió su mano sobre la m ía. La rechacé, y se ech ó
a llorar; se march ó, pero para retornar a la semana siguiente, y du -
rante las semanas posteriores. En cida ocasi ó n recibió diez minutos de
conversaci ón y un frasco de medicina.
Desde entonces, debido a que comprend í mejor la existencia de
desórdenes de la personalidad , le he concedido una entrevista de una
bora, durante la cual, inter alie , habló de su infancia , del padre que
estaba en la marina, fuera de la casa casi siempre, de un hermano
30
m á s joven , muy querido, cuyo fallecimiento coincidió con el comienzo
de los s í ntomas, de cierta dispareunia desde el principio de su matri -
monio, y de su total incapacidad de mantener relaciones sexuales desde
la muerte del hermano. Estoy ahondando la investigación. Desde esa
entrevista su actitud hada m í ha cambiado mucho, no se esfuerza por
coquetear y sus sí ntomas han mejorado. Pero se necesitaron cuatro
a ñ os y una apendicectom ía para llegar a esta conclusión. ¡Mea culpa!
— —
Ahora el ai ñ o visita de vez en cuando el consultorio hasta el
punto de que, cuaodo lo hace, llama la ateocióo aunque todav í a
Padece ocasionales prolapsos. Eo enero de 1949 la señ ora A. cambió de
medico, y DO volvimos a verla hasta febrero de 1950, en que regresó
a nosotros.
31
El Caso N9 3 fue informado por el doctor P. eo una de las
reuniones consagradas a la discusión de casos aparentemente sin
solución.
CASO 3
.
Sexo femenino, 60 años de edad, no muy ioteligenre Ha acudido •
buen n úmero de hospitales para ver a varios especialistas. Durante
.
varios a ños ha sufrido bronquiectasis Ahora presenta regularmcure
tres dolencias: dolores de cabeza , descompostura de est ó mago y vahí dos.
Cuaodo le receto medicació n para los dolores de cabeza, durante la
consulta siguiente se queja de sus molestias estomacales, y cuando me
ocupo de su estómago, aparece el problema de lo» vahídos Trat é de.
hablar coo ella, pero no dio resultado. Se ech ó a llorar cuando le
expliqu é que todas esas medicinas de nada serv ían. Le suger í que
cambiara de m édico, pero se negó a ello. He comprobado que la ú nica
manera de tratarla consiste en continuar d á ndole 1as medicinas que
.
reclama, y ahora se siente feliz Se dispone a mudarse del departamento
que ocupa , y durante los ú ltimos seis meses me ha dicho en varias oca
.
siones: "Seguramente se alegrará de saber que me marcho" Le dije que
-
no era así, y que realmente deseaba ayudarla, y agregu é que estar í a a
su disposició n siempre que me necesitara.
que algo pod ía oo andar bien, pero ella lo neg ó. Le fueron recetadas
gotas oculares, y se le dijo que volviera una semana despu é s, si no
mejoraba. No regresó hasta septiembre, cuando su m édico estaba en
vacaciones, de modo que fue atendida por el reemplazante. Declar ó
que padec ía una “desagradable dolencia", la que en definitiva resultó
una hemorragia provocada por una peque ñ a hemorroides No fue .
f ácil revisarla, pues se quejaba continuameotc de esa 'molestia terrible -
.
mente desagradable" Se le recetaron supositorios, con la recomenda
ció n de que retornara dos semanas despu és, si no mejoraba. Volvió uo
-
mes despu és, y se quejó de que oo pod ía dormir durante la noche, y
de que sent ía la garganta “muy hinchada, como si alguien me estuviera
32
estrangulando ”, y pareci ó muy preocupada. El m édico le aseguró que
oo babia se ñ ales de enfermedad f ísica, pero la paciente insistió ec que
deb ía tratarse de anemia, pues siempre hab ía sido an é mica. Fue enviada
al hospital para que se le efecruaran an á lisis de sangre. El pat ólogo
informó que le hemoglobina alcanzaba al 110 por ciento, y cuando
la paciente supo que su estado era normal, coment ó: "Oh, qu é fasti
..
dio . • • No, no me entienda mal . Quiero decir que hubiera sido la
-
.
explicación má s sencilla de mi insomnio” El m édico replicó que, apa -
rentemente, ella deseaba enfermar realmente de anemia, y su respuesta
fue: 'TCo, QO quiero estar enferma, pero, ¿ cu á l puede ser la causa de
mis s í ntomas ? ” Cuando se le repitió la pregunta, coment ó: "Bueno,
.
supongo que se trata de algo menear A lo cual agregó que, en tal caso,
no necesitaba la ayuda del profesional, pues su "sentido com ú n le
.
permitir ía salir del paso" El doctor la invitó a que regresara si se
sent ía dispuesta a conversar sobre sus problemas o dificultades emo -
.
cionales, dado que por el momento no deseaba hacerlo La paciente
regresó sólo seis meses despu és. Afirm ó que hab ía padecido dolores
de garganta durante todo el mes anterior. Hab í a cambiado de empleo,
y ahora ocupaba el cargo de enfermera en una f á brica, pero no se
.
bailaba satisfecha Se comprobó la existencia de una faringitis bien
.
definida, y elevació n de temperatura (39,9°) Despu és de un sencillo
tratamiento m édico con pastillas y g á rgaras, su condició n babia me
jorado cuando se la revisó nuevamente, cuatro dias despu és. Por su
-
propia cuenta informó que había estado muy preocupada, y dijo sentir
.
que ello "debía ser la causa del dolor de garganta ” Tres semanas
despu és acudió nuevamente al consultorio, esta vez debido a la repe -
tición de la pérdida de sangre y del dolor durante la defecació n. El
examen reveló la presencia de una pequeñ a fisura aoal. Se pres
.
cribió un simple tratamiento local Durante el examen se mostró mucho
-
menos dif ícil que en ocasiones anteriores. La paciente observó que sus
taalestares se deb í an seguramente "a la tensión psicol ógica en el tra
.
bajo” Se le indicó que regresara al cabo de una semana, si no se sent ía
-
mejor, pero mientras escribimos esto ( dos meses despu és, en julio de
1954 ) oo ha regresado a ú n.
33
respond í a con los correspondientes exámenes f í sicos , seguidos
de una terapia racional, con lo cual desmenuzaba cada suges-
ti ón , demostrando que era injustificada o infundada . El m édico
aceptó de buena gana las observaciones cr í ticas y presentó la
historia clí nica de la paciente, la cual confirmó ampliamente
todo lo dicho. Dado que la tarjeta de esta paciente expone una
historia t í pica , la reproducimos aqu í , pues es representativa de
innumerables casos de la misma clase que aparecen en la prác -
tica diaria de todos los médicos.
195 i
13 de ocrubre: Resfr ío de una semana. Tos; debilidad ; sin fiebre.
Pulso regular. Investigación de sangre para tensi ón. Constipació n.
Toma sal de frura. Metatone. Remedio para la tos.
25 de octubre: Dice temperatura 39,8° a ia tarde (6 de la urde) sin
tos, úlcera frenul. de la lengua . Cauterizaci ó n .
26 de ocrubre: Ganglios submentooianos agrandados. Temperatura
normal.
29 de octubre: Informa temp. 39,9° ayer tarde. Fauces bien. T. 38,9°.
Pastillas esta noche. Úlcera de Frenul en ia lengua . Escara.
29 de ocrubre: Temp. 38,9° .
2 de noviembre: 38,8°. Orina normal . Neurofosfatos.
-
5 de noviembre: Se iiud ó per. 3 semanas de intervalo. T. 38,8°.
12 de noviembre: Mejorada.
1952
5 de enero: Mejorada.
31 de marzo: Resfr ío. Glá ndulas L cuello. Urticaria tipo rubeola sobre
el rostro y el pecho. ¿ Sarampi ó n ?
11 de julio: Se prescribe ung ü ento.
11 de noviembre: Catarro nasal y dolor froatal.
1953
24 de enero: Resfr ío catarral. Hace dos d ías, extracción dental. Fa
tigada. Neurofosfatos.
-
5 de febrero: Medicación 3 d ías.
—
12 de mayo: ( Secretaria de una compa ñía.) Lagrimeo ojo derecho
.
hace un mes ‘’resfr ío” y "garganta” Buena salud general
Engrosó U Q poco. Duerme bien.
Historia dioica: Rubeola 1952.
.
Varicela.
.
Operac. gl á ndula paró tida R. ( ¿ Cá lculo ? )
. .
Reglas: regulares 3/25 Sin dolor.
Examen de ojo. Conjuntivitis angular benigna (R.)
( ¿ Ansiedad de discutir? )
35
.
.
22 de setiembre: Ha tenido esa “ desagradable dolencia" Vio al reem
.
plazante Le recetó supositorios. Preparado de óxido de zinc Movi -
-
miento intestinal bien . Discusión general.
— —
26 de octubre: Se despierta de noche sólo una vez siente que "mi
garganta est á muy hinchada , como si alguien me estuviera estran -
. .
gulando" Muy tensa. Muy voluble Al hospital para prueba de
hemoglobina y recuento globular.
28 de octubre: Informe del laboratorista: 110 % hemoglobina . No hay
anemia. Cuando supo que no padecí a anemia , dijo: "Oh , qu é fasti
dio . .. .
No, no me entienda mal Quiero decir que hubiera sido la
-
explicació n m á s sencilla de mi insomnio. Uucno, supongo que se
trata de algo mental. Mi buen sentido me permitirá salir del paso" .
Declin ó oferta de discutir problemas .
1954
—
30 de abril: Recurrencia de dolores de garganta un mes. Cambio de
empleo. Es enfermera de f á brica, y no le gusta. Temp. 39,9° farin -
gitis. Tratamiento: Clorato de Pot. 0,3 h . G á rgaras de timol glicer.
3 de mayo: Mejorando. Dice que ha estado muy preocupada ree que
eso puede haber sido la causa de sus dolores de garganta. Tr. Me-
tatone.
24 de mayo: Dolor al defecar acompa ñ ado de pé rdida de sangre.
Movimiento intestinal regular , pero tensió n ocasional. Comenta su
creencia de que ello se debe a la "tensió n psicol ógica en el trabajo" .
Pequeña fisura anal. ( Esta vez no ofreci ó dificultades mientras se
. .
la revisaba ) Tr Ung Nupercainal. Emula. Parafioa L íquida.
37
70s .
que surgen durante el proceso Prestaré particular atenci ón
a las contribuciones del m é dico, destinadas a fijar en una en *
—
fermedad aceptable al paciente que no puede ser curado del
—
todo, y, lo ú ltimo pero no lo menos importante el precio
que m édico y paciente deben pagar por este compromiso. Fi
nalmente, analizaré algunas de las alternativas de que puede
-
echar mano el profesional para ayudar a sus pacientes a cobrar
concieocia de sus problemas y hallar una solución menos cos
tosa que su propia fijación como paciente de una enfermedad
-
aceptable de prolongada duración.
Ahora bien , con respecto a Jos cuatro casos arriba menciona -
dos, la contribución de los cuatro doctores fue diferente, aun
que cada uno de ellos actuó con la mayor objetividad posible,
-
y ciertamente de acuerdo con las reglas de la ciencia y de la
pr áctica médicas. En el Caso 1 el médico aceptó, por así de-
cirlo, todas las enfermedades que la paciente le sugirió, y la
remitió a especialistas destacados en los respectivos campos de
las distintas enfermedades ' propuestas". Tambié n los especia
listas desempe ñ aron correctamente su función; informaron con
-
acierto que no habí an hallado nada , o propusieron terapia ra
cional cuando ésta ten í a alguna justificación. De todos modos,
-
las medidas tomadas de nada sirvieron, porque la paciente
necesitaba algo absolutamente distinto, y sólo cuando el mé -
dico cobró conciencia de lo que se le ped í a, y permitió que
— — —
la enferma comprendiera y expresara sus problemas reales y
ayud ó a que as í ocurriera toda la situación tanto los errores
pasados como la dolencia presente tom óse inteligible\
—
Dado que en el Cap í tulo IV hemos de volver sobre el Caso 2,
aqu í deseo señ alar solamente que durante el periodo de obser
vación este médico aceptó rodas las enfermedades sugeridas
-
—
por el paciente, sucesivamente prescribió la correcta terapia
—
de corta duración para cada dolencia, con el resultado de
que obtuvo éxitos de escasa duració n , pero en nada pudo con
tribuir a la curación real. La cura final fue obra de aconteci --
mientos exteriores.
El Caso 3 refleja una infortunada y habitual situación entre
un profesional bien intencionado, tolerante y comprensivo, y
su paciente, dispuesto a cooperar, pero aparentemente incura -
ble. Aunque hicieron los mayores esfuerzos ^ el profesional para
l Véase, sin embargo, el informe sobre el desarrollo de este caso,
en el Apéndice III.
38
ayudar y la paciente para obtener ayuda , no fue posible al-
canzar una mejor ía real. Una de las razones de ello fue que
la paciente ya hab ía adherido a su enfermedad organizada , y
otra, que, en esta etapa, el m édico comprobó que le era im
posible penetrar hasta la ra í z de la perturbación.
-
El Caso 4 ilustra , con pureza cl ásica ¡pecialmente si
-
—
mamos en consideraci ón la historia previa este forcejeo en
tre el m édico y el paciente en busca de un posible compromiso.
En este caso la reacción del médico fue algo diferente de la
to
-
que se observ ó en los profesionales de las tres historias an -
teriores. No sólo aceptó todas las enfermedades menores que
le fueron sugeridas, y prescribió el tratamiento adecuado a la
condición de las mismas, o las desechó mediante apropiados
exá menes f ísicos, sino que trató de introducir en su paciente
Ja idea de que todas estas dolencias menores debí an obedecer
a una causa general. A medida que desech ó m ás y m á s suges-
tiones, la paciente se vio evenrualmence puesta entre la espada
y la pared, obligada a preguntar , de muy mala gana, si esa
causa general no era quiz ás de car ácter ’‘mental *. Aunque esta
admisión hubiera constituido un gran éxito terapé utico si hu
biese acontecido antes, en esta etapa tard í a, cuando la relaci ó n
-
entre m édico y paciente se habí a tornado un poco tensa e in
cómoda, la enferma ruvo que rechazar la ayuda ofrecida con -
la afirmaci ó n de que "se las arreglar í a con su sentido com ú n '*.
Cuando nuestro seminario discuti ó el borrador de este ca
p í tulo, se formularon agudas cr í ticas. Los médicos coincidieron
-
con mi descripción y an álisis de los procesos din á micos, pero
sostuvieron que el problema fundamental no hab í a sido for
mulado de un modo suficientemente claro. Finalmente uno de
-
ellos me desafi ó a que preguntara a cada uno de los participan
tes cuá l era, en su opinión, el problema real, y aseguró que,
-
si lo hací a , no recibir í a dos respuestas ¡guales. Acept é, y el
resultado pareci ó vindicar totalmente el desaf ío. Para uno de
los ' médicos el problema era el siguiente: " ¿Qu é necesita el
paciente de su m édico, y qu é obtiene realmente ?" Otro reali -
zó la siguiente formulación: " ¿Qué es lo que el paciente no
puede conseguir de su médico, y qu é lo obliga a regresar una
y otra vez, con el fin de obtenerlo? ** Un tercero se expresó
as í: " ¿ Qu é es lo que el médico brinda al paciente, y que éste
ao quiere ni necesita ?".
39
Creo que todas estas formulaciones pueden ser consideradas
variaciones del mismo tema ; y mi propia formulació n no es
m ás v á lida ni m ás importante que cualquiera de las dem ás.
¿ Cómo ha de "responder ” el doctor a los "ofrecimientos” del
paciente con el fin de evitar un desenlace indeseable como los
que aparecen en las cuatro historias cl í nicas que hemos re -
—
producido ? El problema implica el hecho de que las reacciones
—
del médico pueden contribuir considerablemente y a menudo
ése es el caso a la forma definitiva de la enfermedad a la
que adherir á el paciente. Antes de pasar a otro tema, me pro -
pongo ilustrar la utilidad de esta ¡dea con unas pocas historias
cl í nicas m ás.
40
CAPITULO III
Las sugestiones del paciente y las reacciones del mé dico
.
peorado "Pereceo creer que me imagino cosas
—
Icocia, y coment ó que era estrato, porque los dolores habian em -
—
pórtame en la historia de todo paciente
demos estudiar en diferentes per íodos la
———
Comencemos por el problema ya mencionado: el paciente
primer paso muy im -
.
lio este caso, po
existencia de un
-
compromiso aceptado una sugesti n del paciente, luego una
, ó
del medico, el rechazo sucesivo de ambas, y finalmente algunas
de las correspondientes consecuencias .
-
En primer lugar , el compromiso aceptado. Un hombre grave
mente disminuido alcanza , con la ayuda de su m édico, un pro --
-
mente satisfactorio
—
fesional comprensivo, cierto equilibrio mental y f ísico suma
muy probable someti é nd óse é l mismo
intensa presi ón y compensado su deficiencia f ísica mediante
.
elevada eficiencia Luego, repentinamente, sufre un severo cbo
•
-
que el éctrico, accidente que provoca un estado de inconciencia
— -
y posiblemente en el aspecto psicol ógico m ás que «o Su
42
.
reacci ón consiste en la gradual aparició n de dolores sobre toda
la parte frontal del cuerpo
—— la regi ón que miraba hacia el
lugar de d ónde vino el choque con la notable excepci ó n de
la pierna defectuosa. Todo el cuerpo, es decir, la enfermedad
"sugerida ", configura claramente una reacci ó n psicológica
—
:ierta extra ñ a mezcla de temor , reconocimiento y negaci ó n
como si el paciente dijera: "Ha ocurrido algo terrible. Temo
haber sufrido grave da ño en todo el frente de mi cuerpo, po
siblemente tambi é n en mi pierna ya impedida ; pero, no, eso
-
no puede ser; sieoto dolores prácticamente en todas partes,
excepto en la pierna izquierda" .
Precisamente aqu í se produce la intervenci ón de! médico.
Fiel a la educaci ón recibida , su primera preocupaci ón consiste
en comprobar todas las posibles complicaciones f ísicas, aunque
no existen pruebas que sugieraa la presencia de ninguna de
ellas. Despu és de todo, el accidente ocurrió en febrero, y el
paciente no acudi ó al consultorio sino a fines de mayo. Aun
asi, el primer paso consiste en pedir la opini ón de un especia
lista. De acuerdo con lo esperado, el veredicto es negativo, de
-
modo que la conciencia del médico con respecto a su propia
responsabilidad puede descansar ea paz. Entonces trata de de
rivar el paciente hacia un segundo grupo de ex á menes, ahora
-
a cargo de un psiquiatra .
—
Pero, entreunto, ¿qué le ha ocurrido al paciente y, cosa
m ás importante, que ha ocurrido en el paciente ? Ha acudido
a consultar a un viejo amigo, a un hombre de confianza , al
médico de la familia, impulsado por dolores, ansiedades y te-
mores, pero por lo dem ás con espí ritu confiado y amistoso,
en la esperanza de obtener ayuda , comprensi ó n y simpat í a . Es
verdad que ha recibido buena proporción de todo ello, pero
luego hubo de pasar por la m áquina de la rutina del hospi -
tal, en la que casi seguramente una serie de desconocidos de
guardapolvo blanco le dispararon cantidad de inquietantes
— —
preguntas. Quiz ás comprendi ó y quizás no que todos es
taban comenzando a preocuparse cada ve2 m ás ante una posi
ble acritud compensatoria , o, para emplear una expresión m á s
-
-
de moda , ante una posible neurosis de compensación, y que
estaban haciendo lo posible para evitar que cayera en ese
estado. Sin embargo, lo que sin duda comprendió perfecta
tnente, fue que todos los m édicos se esforzaron por conven-
-
cerlo de que él no estaba enfermo, es decir, rechazaron su
43
.
propuesta Cuando regresó al consultorio de su médico con el
informe del hospital, la anterior actitud confiada y amistosa
hab í a sufrido grave quebranto, y el paciente modelo se hab í a
convertido en un hombre desilusionado, suspicaz y descon
fiado.
-
¿ Podr ía haberse tomado alguna medida que evitara tan in
deseable situaci ón ? En la discusió n que siguió a este informe
-
se sugirió que quizás convendr í a haber invertido el orden de los
exámenes. Despu és de todo, cuando un paciente aparece con
sí ntomas que se ñ alan claramente una perturbaci ón renal, no
se debe empezar por mandarlo a que se tome una radiograf ía
de tórax o a que ingiera una comida de bario. Y por la misma
razón, convendría que los paciente que sufren probablemente
una perturbaci ó n psicológica examinados en primer té rmino
por un psiquiatra, y luego, si resultara necesario realizar nue
vos ex á menes, por un cirujano o por otros especialistas. La
-
mejor respuesta a esta sugestió n fue dada por uno de los m é
dicos, quien se ñ al ó que si un m édico general comenzaba por
-
enviar ese tipo de paciente a un psiquiatra , lo m ás probable
era que recibiera una carta indignada reproch á ndole su negli
gencia por no haberlo sometido primero a un examen f ísico.
-
Hemos de volver sobre el problema que aqu í hemos plan -
teado, el orden apropiado de los ex á menes a cargo de espe
cialistas. Actualmente el pensamiento médico teme sobre todo
-
omitir alguna dolencia de carácter f ísico mientras concentra
la atención sobre las posibles causas psicológicas. Este temor
obedece a varias razones, y en el pr óximo cap í tulo hemos de
examinarlas, y tambi é n examinaremos sus efectos sobre el
desarrollo de la actitud del paciente y del doctor frente a la
enfermedad . Aqu í sólo deseo señalar que descuidar una enfer-
medad posiblemente psicológica para confirmar la inexisten
cia de procesos f ísicos puede ser tan nocivo para el futuro del
-
paciente como el caso contrario, del que se suele hacer men -
ción , es decir, concentrarse indebidamente entre las implica
ciones psicológicas, y por lo tanto descuidar las posibles causas
-
f ísicas.
Quizás el modo de evitar este desarrollo indeseable podr í a
haber sido que el médico hubiese dicho al paciente: “Creo que
su dolencia obedece a ciertos efectos psicológicos secundarios
del choque que usted ha sufrido, de modo que ante todo debe
mos ocuparnos de realizar un apropiado examen psicol ógico;
-
44
por otra parce, para mayor seguridad , y como salvaguardia ,
pediré a un cirujano que eche una ojeada a su cuerpo’*. El
— —
examen psicológico exactamente lo mismo que el examen
f ísico podría ser llevado a cabo por el propio médico o, si
no conf í a en su propia competencia , por un especialista.
En el caso del se ñ or U. todo marchó bien basta que se le
--
orden ó que se sometiera a ciertos ex á menes en el hospital. An
— —
teriormente la relación entre el paciente y el doctor en reali
dad entre el doctor y toda la familia hab ía sido excelente,
aunque ambas parte hab í an pasado por momentos de coaside .
rabie tensión debido a la grave enfermedad del hijo menor.
-
Ni siquiera la '‘enfermedad ” provocada por el accidente pudo
conmover el esp íritu de amistosa cooperación. Sólo cuando el
paciente sospech ó que los médicos se dispon í an a rechazar sus
"proposiciones”, es decir, no comprend í an su dolencia o, lo
que es peor, no se preocupaban de entenderla , la relación se
— —
deterioró. El paciente comenzó a sentir oscuramente al prin
cipio que quiz ás los profesionales ya no estaban de su
lado, y que era posible a ú n que se hubieran vuelto contra é l.
-
Este paciente, hasta ese momento ejemplar, se vio lanzado en
primer término a una discusión con su médico, discusi ón que
posteriormente pod ía convertirse en batalla de proporciones.
Sin embargo, no debemos olvidar que, a pesar de la tensi ón
que experimentaba y de su suspicacia , el paciente est á atemo
rizado y perdido, y que siente desesperada necesidad de ayuda.
-
Su principal problema , que no puede resolver sin ayuda es
el siguiente; ¿ Cu á l es su enfermedad, esa cosa que provoca sus
dolores y le atemorizaba ? ” De acuerdo con sus propias palabras:
"¿Qué dicen los libros ?”
Deseo subrayar aqu í que éste es casi siempre el principal
J m ás inmediato problema ; b ú scase un nombre para la enjer
medadt se desea un diagnó stico. Sólo en segundo té rmino el
-
paciente reclama cierta terapia, es decir , pregunta que puede
hacerse para aliviar sus sufrimientos, por una parte; y por otra
cu á les son las restricciones y privaciones provocadas por la
enfermedad misma.
La falta de atenci ó n a este orden de importancia es la causa
de una forma muy frecuente de irritación y de
- — - amargo desen
sa ñ o en la relació n médico paciente otro efecto secundario
indeseable de la droga llamada “ médico". Cuando, despu és de
una serie de cuidadosas y concienzudas
-
-
revisaciones, se infor
45
ma a un paciente que est á sano, los m é dicos esperan que el
interesado sienta alivio y aun mejor í a. Admitamos que esto
ocurre en muchos casos, pero en buen n úmero de pacientes se
obtiene el resultado exactamente inverso, situación en la cual
la reacción habitual del m édico es de dolorida sorpresa e in
dignación . Pues aunque el caso es frecuente, siempre le resulta
-
inesperado. Quizás pudiera evitarse este problema si los m é -
dicos recordaran que comprobar que '‘ todo marcha bien ” no
es respuesta a la ardiente necesidad del paciente, que exige
un nombre para su enfermedad . Adem ás del temor casi uni -
versal de que hayamos descubierto una enfermedad tan terri -
ble que no nos atrevemos siquiera a revelarle la verdad , el
paciente sospecha que la frase " todo marcha bien ” disimula
el hecho de que no hemos sabido examinarlo, y por lo tanto
no estamos en condiciones de decirle cu á l es la causa real de
su temor y de sus dolores. Por consiguiente, se siente recha -
zado, imposibilitado de explicar y de aceptar sus dolores, te-
mores y privaciones. Y ciertamente no le ayudará saber que
a veces sus sospechas son justificadas ; que la afirmaci ón "todo
marcha bien ” en ocasiones significa realmente que la medicina
no puede dilucidar qué anda mal en su caso particular.
La razón principal que me ha movido a discutir detalla -
damente este caso trivial reside en que aqu í se destaca clara
mente el conflicto entre m édico y paciente. Es verdad que
-
ninguno de los dos reconoce francamente, pero ambos saben y
sienten que sus relaciones son tensas. El paciente pregunta:
“ ¿ Qu é dicen los libros ? ” y en lugar de contestar honestamente,
el m édico replica: “ No se preocupe de su enfermedad , interé -
sese sólo por sus dolores e inquietudes, que yo puedo aliviar ”.
Aparte de que cabe dudar de que esta procrfesa pueda ser
cumplida tan absolutamente como podr ía deducirse de la res -
puesta del profesional, es evidente el malentendido entre el
.
paciente y el m édico No se ofrece soluci ó n a los urgentes
problemas del eofermo, a su pedido de un nombre para lo
innominado, y la temible enfermedad queda como una frustra -
ció n: es decir, se rechaza su “ofrecimiento”. M á s a ú n , no se
le ofrece la oportunidad o la libertad de expresar francamente
.
sus temores y desilusiones En cambio de todo ello, se le da la
discutible seguridad de que todo marcha bien , coronada con
el “ofrecimiento ” de una segunda tanda de desagradables ex á -
menes y con cierta vaga y no muy realista promesa de ayuda.
46
De modo que hay una peligrosa coafusi ón de lenguas, pues
cada parce habla un idioma que la otra no enciende y que,
aparencemence, no puede entender. Esta situación puede desem
bocar en discusiones, desilusiones, y a menudo aun en francas
-
polé micas y en disputas.
—
Existen numerosos casos en los cuales a pesar de que los
CASO 6
El paciente era un hombre de treinta y cinco a ñ os, director de una
compañía, al cuidado de su actual m édico desde hac ía tres meses. Hab í a
estado enfermo duraoce varios a ños, y se quejaba de dolores en el
abdomen. Había consultado a varios eminentes y costosos especialis -
***» y sufrido innumerables ex á menes radiogr á ficos, comidas de prueba,
«c. Durante estos a ñ os se le hab ía extirpado el apéndice. Adem ás,
hab ía sufrido accesos periódicos de diarrea, eructos y aun vómitos;
uoo de los muchos diagnósticos que recibi ó fue el de "colon espás-
La familia del padeote vino a Inglaterra, eo calidad de refu
tada, pocos a ños antes de la guerra, y vivió en condiciones de con-
-
siderable estrechez. Al comienzo de la guerra el padente ingresó en
Cuerpo de Pioneros y su actividad en la organizadón le agradó
47
mucho. Sin embargo, despu és de un tiempo comenzó a perder peso,
fue enviado a un hospital y, contra su voluntad, se le dio de baja
del Ejército, por inapto, y con intermitencias ha estado enfermo des -
de entonces.
Despu és de su licé nciamiento ingresó en la firma en la que traba -
jaba ahora . Como carec í a de capital, debió aceptar condiciones bas -
tante duras, por ejemplo retribución principalmente a comisió n, un
peque ñ o salario, y privació n de servicios sociales. A pesar de ser hom -
bre trabajador y de mucho éxito, y de haber mejorado considerable-
mente la marcha de la empresa, por una u otra raz ón no ha sido
capaz de enfrentar a su empleador y de exigir mejor paga y mejores
condiciones de seguridad. Ello se ha debido en parte a su propia timi
dez, pero en pane tambi é n a la personalidad de su patr ón , hombre
-
recio y duro, aunque muy enfermo y al cuidado del mismo médico.
El empleador acostumbrada instruir al m édico sobre el modo de
tratar al paciente, y se quejaba de que el negocio se perjudicaba. -El
m édico sostuvo siempre, sin embargo, que no le interesaba el nego -
cio, sino el paciente. La esposa del empleador, soda de la empresa,
era a ú n m ás dura y explotadora.
El m édico en la suposició n de que los diversos s í ntomas eran pro
bablemente expresiones som á ticas de la ansiedad del padente ante su
-
propia e insegura situació n económica, le aconsejó seriamente que
solicitara un contrato en regia, pero el padente se mostró incapaz de
seguir el consejo. Se le sugirió entonces un tratamiento psiqui á trico,
con lo que el padente estuvo de acuerdo, pero despu és de una sesi ón
con el psiquiatra partió sú bitamente para el Continente, a los ba ños.
All í se sinti ó mucho mejor, pero al regreso sufrió una reca ída, y
se le admnistraron sedantes para tranquilizarlo. Surgió entonces la
necesidad de un vuelo trasatl á ntico para resolver un importante negó
do. Aunque anteriormente le hab ía agradado volar, esta vez se sinti ó
-
incapaz de hacerlo, y se hallaba en tal estado que el m édico lo de-
claró inapto para viajar en avió n.
Como se trataba de un asunto de importancia, el empleador movi ó
-
d élo * y tierra para obligarlo a realizar el viaje. El doctor sufri ó seve
ras censuras y se presion ó intensamente al paciente. El médico
obstante ser también quien atend ía al patró n
— —
se mantuvo firme y
organizó otro de los innumerables ex á menes "totales”, esta vez en
no
48
le provocar ía un ataque de claustrofobia. Pero abora el médico lo
aleot ó a atenerse a la decisió n tomada, le recetó m á s sedantes, y apa*
rcntemrate logró tranquilizarlo, pues el paciente partió con á oimo
sereno.
Despu és, el doctor supo que el paciente hab ía subido al avi ón, el
cual, sin embargo, debió detener la marcha al final de la pista, por
que el paciente hab ía sufrido un ataque agudo de claustrofobia. Se
-
Llim ó una ambulancia, y el enfermo fue llevado a un ceotro de auxi
lio, donde el psiquiatra que lo había atendido previamente se hizo
-
cargo de él. El m édico general decidió al principio mantenerse al
margen , sobre todo porque el psiquiatra afirm ó su coofianza de que
mediante la abreacción de pentotaJ sería capaz de ayudar al paciente
--
a superar las dificultades inmediatas; no obstante, el paciente bom
bardeó al m édico con llamados telef ó nicos, hasta que éste acept ó par
ticipar en el tratamiento, aunque dudaba de que el paciente pudiera
cooperar con el psiquiatra. La razón principal de sus dudas radicaba
.
en el car ácter del paciente Hasta ese momento el pacieore hab ía
aceptado siempre todos los consejos del m édico, pero agregando que
no podr ía poner en pr á ctica los consejos porque sus nervios oo sopor -
tar ían la tensión.
52
Aqu í debo interrumpir mi informe, pues el m édico en cues -
tión no volvi ó a aparecer en nuestros seminarios, a pesar de
que se le enviaron varias cartas invit á ndolo a concurrir. Po -
demos ofrecer una interpretaci ó n f ácil: quizás los hechos de
mostraron que el m é dico se hab ía equivocado , y que nosotros,
-
los psiquiatras, escépticos estuvimos en lo cierto. Quiz ás así
ocurri ó, pero la historia cl í nica demuestra tambié n que los
psiquiatras nos equivocamos completamente en el tratamiento
que dispensamos al m édico. Nuestras interpretaciones y expli -
—
caciones es decir, nuesrro tratamiento — -
resultaron inefica
ces y sin valor ; el m é dico no pudo aceptar nuestros consejos
ni advertir que iba por mal camino. Más a ú n, este caso cons -
tituye ú til recordatorio de las necesidad de no esperar dema
siado de las explicaciones intelectuales, aunque se apoyan en
-
hechos innegables. Todos los miembros del grupo de discusi ó n
—
excepto el m édico interesado tanto psiquiatras como m édicos
generales, ten ían conciencia de la posibilidad de que el pa -
ciente no evolucionara satisfactoriamente. El médico a cargo
del enfermo alent ó la permanente convicci ó n de que corres-
pond í a continuar examinando al paciente hasta que se hallara
la correcta causa orgá nica , para concretar entonces todos los
esfuerzos en el tratamiento de la misma ; obtenido lo cual, los
.
s í ntomas neur ó ticos desaparecer í an sin m á s Se trata de una
idea bastante generalizada, y es el motivo de buen n ú mero
de ex á menes, operaciones y tratamientos, no del todo necesa -
rios y a veces absolutamente innecesarios. Aunque se trata de
un problema m édico de extraordinaria importancia, sólo re
viste importancia secundaria para el tema que nos ocupa.
-
Aqu í nos hallamos nuevamente ante un paciente que "ofrece
enfermedades a su médico”. Desgraciadamente, en este caso,
a pesar de la desesperada necesidad de ayuda de una parte, y
del trabajo consciente, circunspecto y generoso de la otra, mé -
dico y paciente no consiguieron entenderse. Como ya se ha se -
ñalado, lo mismo puede decirse de la relaci ó n entre los psiquia
tras y el m édico. En el Caso 5 esta falta de comprensi ón
-
determin ó el principio de una controversia, aqu í fue motivo
. -
de cierta confusi ón de lenguas, y en general provocó conside
rable proporción de sufrimiento a todos los interesados
Esta historia dioica incluye cierto n ú mero de aspectos que
luego discutiremos m ás detalladamente. Pero antes deseo de-
mostrar , mediante otra historia clí nica, una forma especial de
53
esta tendencia a "sugerir enfermedades” al m édico. Todos los
m édicos generales de nuestro curso convinieron en que en
— —
gran n úmero de casos de ni ñ os y especialmente ni ñ os de
pecho que acuden frecuentemente al consultorio, la persona
realmente enferma es la madre ( menos frecuentemente el pa
dre, muy frecuentemente ambos padres ). Es com ú n que resulte
-
f ácil tratar la enfermedad particular que presenta el ni ñ o de
pecho; pero una vez curada, aparece otra.
Se trata de un importante problema de medicina general.
A menudo hablamos de la naturaleza hereditaria de la neuro-
sis, o de la existencia de una constituci ó n neuró tica , etc. No
pretendo negar la existencia de estos factores. Pero adem ás de
la constitució n heredada existe el condicionamiento directo
para la neurosis de la generación más joven por la acción de
la m ás vieja , cierto traspaso de la neurosis de una generaci ó n
a otra, el fen ómeno que podr í amos denominar tradició n neu -
r ótica. El ni ñ o, s í ntoma cristalizado de la enfermedad de uno
o de ambos padres, constituye un campo f á cilmente accesible
para el estudio de esta tradición.
El Caso 2 es buena ilustraci ón de nuestros puntos de vista.
Sin embargo, debido a la importancia del problema , deseo
trascribir otro caso, del gran n úmero de ellos que hemos es-
tudiado.
54
un varóo de ocho, otro vir ón ( Miguel ) de siete, una ni ñ a de cuatro
y un varó n de tres. Miguel sufri ó su primer ataque de asma en juLio
de 1952, y la se ñ ora D. ruvo uo hijo eo setiembre de 1951. Miguel es
un ni ñ o - muy tranquilo y de buenos modales. En realidad, el mejor de
todos. Prefiere quedarse en casa, eo lugar de salir a jugar , y si dis
pone de algú n dinero suelto, no compra caramelos, sioo algo para
-
ella, por ejemplo, huevos. En cuanto a la madre, se ha sentido muy
deprimida durante cierto tiempo, con insomnio y dolores de cabeza.
Siempre se ha mostrado muy ansiosa con respecto a Miguel. Por ejem -
plo, se hace mandar huevos desde Irlanda, porque cree que son me -
jores que los ingleses.
El padre de la se ñora muri ó en irlanda cuando ella ten ía seis
.
meses. Tiene seis hermanos, varones y mujeres La madre contrajo co -
lace nuevamente cuando la hija ten ía tres a ñ os. El padrastro era hombre
muy bondadoso, pero ella nunca pudo simpatizar del todo. Había otros
.
cuatro hermanastros y hermanastras La madre muri ó once a ñ os atr ás,
y el hecho constituyó un rudo golpe para ella. D ías antes de que la
.
madre muriera de hemorragia cerebral, la se ñ ora D soñó que prepa
raba el funeral. Tambié n ruvo dos sue ños consecutivos durante los
-
cuales se ve ía contemplando fotograf ías de su propio padre. Cuando
.
la madre acogió a los hijastros, ella se sintió desplazada No mantie
ne correspondencia con el padrastro. Toda su infancia fue una lucha
-
contra la pobreza, y despu és de abandonar el hogar trabajó eo el
servicio dom éstico. Antes de casarse nada sab ía del sexo, y la reve -
lación constituyó un gran choque. Solía concurrir regularmente a
Ja iglesia, y siempre deseó ser monja .
El esposo jam á s la lleva a pasear; cuando va al cinemat ógrafo, lo
hace sola. El esposo no se interesa activamente por los ni ñ os; vuelve
a casa, lee los diarios y se acuesta. Los ni ñ os lo quieren , pero ella
cree que si no regresara durante una semana ni siquiera preguntar í an
el motivo de la ausencia.
Certas cosas eran bastaate evidentes. En la primera breve charla
se ñ alé que quiz á s los padecimientos sufridos durante su propia infan
cia eran la fuente de la ansiedad que experimentaba con respecto a
-
los ni ñ os. Tambi én llamé su atenci ón sobre el problable significado
del asma; a saber, que el ni ño buscaba afecto; ese asunto de comprar
cosas para ella y el deseo de no separarse constitu ían tentativas de
comprar el afecto de la madre, de demostrarle su amor de hijo, y
por ah í adelante. Ciertamente, podr ía haber mencionado .otras cosas,
por ejemplo el sueño sobre la muerte de la madre y el tema de las
fotograf ías del padre, pero consideré mis prudente esperar. La se -
55
ñora había mearionado que antes de uno de los ataques Miguel se
había lastimado una mano. Cabe preguntarse si se trat ó de un acto
deliberado o inconsciente. Deseo agregar que basta entonces Miguel
había sido el ú nico paciente. Se le hab í a sometido a ex á menes real
-
mente exhaustivos en dos distintos hospitales para ni ñ os. En ning ú n
caso se hab ía mendonado la presenda de un problema psicológico.
57
de combatir el asma del ni ñ o. ¿ Se trataba de uaa situació n ade-
cuada para desarrollar uoa terapia eficiente? El becbo de que
en el transcurso de m ás de dos a ñ os no fuera posible lograr
—
—
mucho a pesar de la concienzuda atenci ón m édica y de la
permanente cooperaci ón de la madre y del ni ñ o nos incita a
la duda. Entonces, la actitud de simpat ía del médico determinó
que aflorara el trasfondo intensamente neurótico que se escon -
d ía tras la fachada de eficiencia de la señora D. La situació n
ha cambiado definidamente, pero debemos preguntarnos si para
—
bien o para mal. Algunos señ alar á n muy acertadamente
que el asma de un niño es una dolencia agotadora , de car ácter
—
cró nico, que exige mucha paciencia de toda la familia ; en
lugar de destruir las defensas de la madre, el m édico debió
haberlas robustecido; ahora , adem á s del ni ñ o asm á tico, deb ía
cuidar a una madre neurótica, y en todo caso el m édico general
poco puede hacer en estos casos dif íciles, sin hablar de que las
perspectivas de obtener tratamiento especializado para la se ñ ora
no son muy promisorias.
Por otra parte, debe admitirse que el diagnóstico realizado
por el m édico antes del hecho que nos ocupa, aunque correcto,
fue m ás bien superficial e incompleto. En conjunto, cabr í a
esperar un diagn óstico m ás profundo y comprensivo, que per-
mitiera al médico una estimació n m ás cabal y exacta del caso,
y quizás tambi é n un más eficiente tratamiento. 1 Volveremos
sobre este problema.
Desde el punto de vista de nuestro tema , el aspecto m ás im-
portante es el de las respuestas del m é dico ante los s í ntomas
ofrecidos. Su primera reacci ón consisti ó en centrar la atenci ó n
sobre el asma del ni ñ o, y excluyó la enfermedad de la madre.
Su segunda reacci ón consisti ó en incluir tambi é n la enfermedad
de la madre. Así, la situaci ó n sufri ó considerable transforma -
ci ó n , y el m édico mismo fue el responsable del cambio.
Por lo tanto, estos tres casos demuestran claramente que la
reacción del m édico ame las sugestiones del paciente, o ante
los s í ntomas ofrecidos, constituye un factor concurrente de ex -
traordinaria importancia para el desenvolvimiento concreto de
la enfermedad. En los cap í tulos siguientes examinaremos algu -
nos de los aspectos m ás importantes de las reacciones del m é --
dico, o ciertos ulteriores efectos secundarios de la droga "m é
dico”
l Véase la continuación en el Apé ndice III.
58
CAP ÍTULO IV
— —
o derivar el ni ño a un especialista , o si el paciente se trasla -
daba a otro distrito entregar la ficha a otro m édico, etc En .
cualquiera de las situaciones indicadas era f ácil mencionar ( y
los colegas entender í an perfectamente) o escribir "amigdalitis”,
"bronquitis”, etc., pero resultaba m á s bien extra ñ o, no del todo
propio, realizar descripciones psicológicas, de alto vuelo. El
deseo de ser comprendido y aceptado por nuestros colegas es
una de las razones que determinan el mantenimiento de estos
diagn ósticos f ísicos incompletos.
Esta actitud respetuosa hacia las fichas de diagn óstico es,
naturalmente, tambi é n herencia de la educaci ó n recibida. Los
m édicos generales han sido formados en hospitales por espe-
cialistas. Los especialistas saben curar las dolencias pertenecien -
tes a su esfera particular , cuando ellas son curables, y conocen
tambi é n las limitaciones de sus respectivas posibilidades ; pero
Í es preocupa menos la personalidad total del paciente, y nos
atrever í amos a sospechar que, en ese terreno, los conocimientos
61
que poseen no son suficientes. 1 Debemos comprender que en
la prá ctica general el problema real es frecuentemente la enfer -
medad de la persona total, hecho que todo estudiante de medi
cina ha oído decir innumerables veces. Sin embargo, rara vez
-
se alude a la consecuencia inevitable de esta ense ñ anza , es decir,
al becho de que las enfermedades descritas por las fichas de
hospital constituyen meros sí ntomas superficiales, y las fichas
mismas, seg ú n se las utiliza en la ense ñ anza en el hospital , po-
seen limitado valor para la comprensió n de los verdaderos pro-
blemas que debe afrontar el profesional.
Ello significa que existe una solució n de continuidad entre la
ciencia seg ún se la practica en los hospitales, y la pr á ctica gene -
m édica y la pr áctica general
—
ral del consultorio. En buen n ú mero de casos, ambas la ciencia
—
piensan y accú aa del mismo
modo, con gran provecho del paciente; pero existe una amplia
esfera (só lo empezamos a comprender cu á n amplia ) en que estos
dos enfoques divergen. El conocimiento de los problemas de
este campo mal explorado es menos seguro, y nuestra capaci
dad para resolverlos se basa principalmente en nociones em -
-
pí ricas, y apenas en conceptos cient í ficos. Quiz ás la razón m ás
importante de este infortunado estado de cosas reside en que
los m édicos poseen , por as í decirlo, mero conocimiento de se -
gunda mano de los problemas descritos en los capí tulos ante -
riores. Por otra parte, los m édicos generales, educados por
especialistas, se sienten deslumbrados por los é xitos de sus
maestros en las respectivas especialidades, y en consecuencia
tienden a pensar en el mismo sentido que sus profesores a
quienes dispensan profundo respeto —
en su propia pr áctica
poseen escasa expe-
—
general, terreno en el cual los especialistas
riencia .
Otra importante razón de esta infortunada soluci ón de con -
1 Mientras se discut í a el esbozo de este cap í tulo un m édico men -
cion ó el siguiente caso: "Hab í a enviado un paciente a uo cirujano
ortüp d í co . No le encontró nada , pero comenz ó a hablar en ré rminos
'
62
tinuidad es el desequilibrio de nuestro lenguaje cient í fico. Dis-
ponemos de un conjunto sumamente ú til de expresiones técnicas
destinadas a describir las experiencias de los especialistas. Se
trata de un lenguaje exacto, inequ í voco, comprendido tan ca
balmente por el especialista como por el m édico general, y que
- *
se sienu
—
En otras palabras, todav ía a menudo se cree y ciertamente
que estar enfermo equivale a hallarse en las garras
—
—.
de cierto poder maligno, y es general la idea no sólo entre
los pacientes de que para expulsar a dicho poder maligno
bastará conocer su nombre. Todos sabemos que ello está muy
lejos de ser cierto
El diagn óstico reconforta tanto al m édico como al paciente.
La actitud actual de la medicina consiste en afirmar que no
debe iniciarse el tratamiento antes de haber formulado un
diagn óstico. Actitud justificada y fecunda si el diagn óstico des -
cribe realmente los procesos patol ógicos, es decir, si hace algo
m ás que ofrecer un nombre al profesional.
El diagn óstico "neurosis” o " neurótico” puede ser formulado
—
orno todos sabemos por cualquiera , y apenas constituye
una indicació n sobre la naturaleza del paso que debe dar el
m édico. Es sólo una especie de nombre m á gico, y no un diagn ós-
tico en el verdadero sentido de la palabra. Para ser sinceros
debemos agregar que la expresión "neurosis” tiene menos de-
recho a ú n al calificativo de "diagn óstico ” que los té rminos "do-
los”, "vértigo”, "constipación ”, " jaqueca ”, etc. Quizás podamos
agregar , con cierta humildad , que en el curso de la pr á ctica
general, ao muy infrecuentemente debemos contentarnos con
estos diagn ósticos de inferior caregor í a.
Más a ún, los médicos, condicionados por su propia forma
ción , generalmente piensan primero en los diagn ósticos "f ísicos”.
-
La razó n generalmente aducida consiste eo que una enfermedad
de car á cter f ísico es m á s grave y m ás peligrosa que una dolen -
cia funcional, es decir, que puede ser mayor el perjuicio provo-
cado por la falta de atenci ón a una enfermedad f ísica que por
la misma actitud ante una enfermedad de car á cter funcional.
Esta es una peligrosa semiverdad; es cierto que en determinados
casps una enfermedad f ísica representa una amenaza m ás grave
para el bienestar del paciente, pero en otros la dolencia funcio
nal es definidamente el mayor peligro, como, por ejemplo, en
-
los casos 5 y 6, etc. Como consecuencia de esta semiverdad los
m édicos se sienten generalmente muy avergonzados cuando bao
omitido aunque sólo sea un diagnóstico f ísico de menor impor
tancia o absolutamente innecesario. ( Una buena ilustració n es
-
el Caso 11.) Otra razón que explica esta preferencia por los
64
diagn ósticos de car á cter f ísico reside en que ese tipo de enfer
medad parece m á s definida y concreta. En parte debido al estado
-
de nuestro conocimiento actual, pero tambié n a causa del sec
tarismo de nuestra educación , los médicos tienen mayor caudal
-
de informaci ó n sobre las enfermedades f ísicas, y ese mejor co-
nocimiento determina que se sientan m ás seguros y sobre te
-
rreno m ás firme que cuando deben encarar perturbaciones fun -
important —
cionales o neuróticas. Adem ás, y quizás éste sea el factor m ás
si el m édico formula un correcto diagn óstico
f ísico, aunque su esfuerzo terapéutico fracase, o aunque no
exista terapia apropiada para esa particular enfermedad , lo
tranquiliza el hecho de que la dolencia del paciente puede ser
justificada y explicada , lo cual, a su vez, significa que puede
ser aceptada por el profesional, y aceptada sin sentimientos
de culpabilidad . Sentir á , y con razón , que ha realizado un buen
trabajo; ha descubierto la verdadera causa de los padecimien -
tos. Por lo dem ás, no es responsable, aun si no puede hacer gran
cosa. La falta de éxito terapéutico puede ser atribuida al "estado
actual de nuestros conocimientos".
Este m é todo de pensamiento obliga al médico, cuando diag -
nostica una enfermedad , a seguir una curiosa y casi forzosa
secuencia de movimientos, la cual se aplica mec á nicamente, sin
examinar siquiera sus inconvenientes o sus ventajas (véase casos
1 y 5 ). Con alguna exageración, denominamos a esta secuencia
de movimientos "eliminaci ó n mediante apropiados ex á menes
f ísicos". Reciprocamente, esta actitud implica que las enferme
dades se hallan dispuestas en una suerte de orden jer á rquico, el
-
cual corresponde de un modo muy general a la gravedad de los
cambios anat ó micos que aqu é llas provocan o que se supone que
.
provocan Infortunadamente, no sólo se jerarquiza de este mo
-
do las enfermedades, sino que tambi é n se distribuye a los pa
cientes, por así decirlo, en los diversos casilleros de esta clasi --
ficación. Los pacientes cuyos malestares pueden ser relaciona
dos con modificaciones f ísicas o anat ómicas, demostrables o -
presumibles, ocupan los m á s altos lugares ,
y los neur óticos son
*** cierto modo el residuo que queda después de haberse extra í
do todo lo dem ás. De ah í que resulte
comprensible que todo
-
dedico, cuando recibe a UQ nuevo paciente, trate de ubicarlo
^ una buena categor ía, y que lo relegue a la clase de los neu
f óticos -
sólo cuando no halla ningú n motivo que permita otor
R^rle una jerarqu í a respetable. Corolario de -
este estado de cosas
65
es el hecho de que todos los m édicos se muestren orgullosos de
un diagn óstico definido de determinada enfermedad orgá nica,
pero en cambio se sientan un tanto incómodos cuando deben
formular un diagn óstico (spot ) de neurosis. Tambié n esto es
comprensible, si recordamos que el diagn óstico "neurosis” pue-
de ser obra de cualquiera , mientras que diagnosticar una enfer
medad f ísica exige experta capacidad profesional, de modo que
-
que el médico experimenta justificado orgullo ante su propia
realización.
Otro corolario, el cual en realidad pertenece a los cap í tulos
XVI y XVII, sobre la junción apost ólica del m édico, consiste
en que, como resultado de esta actitud, todos nuestros pacien
tes se preparan desde la ni ñ ez para sufrir un examen f ísico
-
m ás o menos completo. No est á n preparados para un examen
psicológico, y muy a menudo se atemorizan, pierden la sereni -
dad o aun se ofenden ante la sugestió n o el intento de llevarlo
a cabo. En este sentido, la actitud de algunos m édicos me re
cuerda mis tiempos de estudiante, cuando deb í amos aprender
-
a auscultar o a percutir , sobre todo a las mujeres, a través de
una camisa o de una toalla ya que, sin motivos imperiosos,
una mujer bien nacida no pod í a descubrir sus senos, ni siquiera
a los ojos de su consejero m édico.
Existe otra falacia en el enfoque de la "eliminación mediante
apropiados exá menes cientí ficos”. Implícita, aunque explícita -
mente, se supone que el proceso de "eliminaci ó n ” no modifica
ni influye al paciente. El Caso 5 es sólo uno de los muchos que
demuestran la absoluta falsedad de esta afirmaci ón. Por lo
general la actitud del paciente frente a su enfermedad cambia
considerablemente durante los exá menes f ísicos, y bajo el influjo
de los mismos!. Estos cambios, que pueden modificar profun-
damente el curso de una enfermedad cró nica, no son tomados
en serio por la profesi ón m édica, y aunque puedan ser objeto
66
de menci ón ocasional, nunca han sido sometidos a adecuada
investigaci ón cient ífica. En todo caso, no conozco ning ú n hos-
pital en el cual se preste siquiera sea atención rutinaria a estas
necesidades psicológicas del paciente; la que se presta , por
ejemplo, al movimiento regular de sus intestinos. A lo sumo,
el paciente recibir á palabras tranquilizadoras: rutinarias, bien
intencionadas, al por mayor, unas veces eficaces y otras in ú tiles.
En resumen, los médicos generales prefieren diagnosticar
enfermedades f ísicas, utilizando los ró tulos que aprendieron
-
de sus maestros especialistas, antes que diagnosticar problemas
atingentes a la personalidad total Como ya hemos visto, esta
preferencia obedece a varias razones. En primer término, no
existe un conjunto realmente ú til de té rminos para describir
el problema de personalidad del paciente no psicótico; en la
práctica los t é rminos disponibles no pasan de un puñ ado: his
teria , obsesión , neurosis, ansiedad , depresión, etc. Apenas se
-
necesita capacidad profesional para formular un diagnóstico de
este tipo; en otras palabras, en esta esfera el hombre de la
calle es casi tan buen experto como el m édico de la especiali
dad. All í donde el diagnóstico concreto conduce directamente al
-
m édico a una terapia m ás o menos racional , el diagn óstico de
los problemas de la personalidad rara vez rinde los mismos
resultados. Luego, est á la creencia, unas veces fundada y otras
oo, de que las enfermedades f ísicas son m á s importantes que
los problemas de la personalidad. El resultado de este m é todo
de pensamiento es lo que he llamado "eliminaci ón mediante
exá menes f ísicos adecuados" y los "órdenes jerá rquicos" de
enfermedades y de pacientes.
68
conjuntivitis. No lo conozco muy bien . Dijo que deseaba regresar ai
trabajo y quer ía un certificado del Servicio Nacional de Salud y dos
certificados privados, uno para la compa ñí a de seguros. Hab í a mejorado
la semana pasada, pero no deseaba regresar todav ía al trabajo. Evi -
dentemente, quer ía obtener del asunto un poco m ás de dinero.
.
[ 2} Se ñor B., limpiador, 63 a ñ os. Paciente de mi socio Sufre de
soriasis. Estaba muy contento. Mi colega le hab ía dicho que su enfer
medad era incurable, pero hab ía sugerido un remedio "desesperado":
-
inyecciones de extracto de h ígado. El tratamiento pr ácticamente lo ha -
.
bí a "curado" Afirm ó que mi colega se sentir ía muy complacido cuando
lo viera limpio y de buea aspecto.
. .
[33 Se ñ ora F., 28 a ñ os Casada desde hace dos a ñ os Se quejó de
.
dtsmenorrea . Obviamente histérica Siempre alegre y sonriente, del tipo
que coquetea. También sufre de frigidez y es est éril. Medio quiere y
medio no quiere tener un hijo. Anees del último per íodo le di tabletas
pira tomar, y no sintió dolores. Se manifestó dudosa de que las table
tas tuvieran siempre el mismo efecto. Hace dos a ñ os consultó a una
-
m édica, la cual le recetó tabletas, pero sin resultado. Le entregu é otra
receta para el próximo per íodo, y hemos convenido que volver á des -
pués.
[ 4 J Se ñ or E, empleado, de 25 a ñ os. Corpulento y fuerte, no tiene
aspecto de empleado. En el pie, un dedo sé ptico, y quer í a salir de
vacaciones; preguntó si no habr ía inconveniente. La apliqu é ioyecdóo
de penicilina y Ic dije que se tomara su vacació n .
.
[5] Se ñ or H., jornalero, 41 a ñ os. Enfermo cr ó nico de asma Hombre
muy poco inteligente. La esposa sufr ía de acn é rosá cea . Hace ocho a ños
tuvieron un ni ñ o esp á stico, defectuoso mental, que murió hace cuatro
a ñ os, para gran alivio de los padres. Mientras ten ían al ni ñ o, la esposa
estuvo a menudo enferma . Desde la muerte del ni ñ o la esposa no ha
«tado enferma, pero él sufre a menudo de asma. Viene de tiempo
en tiempo a pedir un frasco de medicina y unos pocos d ías de licencia .
Luego, se siente mejor durante cuarro “ o cinco meses. Esta vez recibió
su botella de medicioa y los correspondientes d ías.
[6] Se ñ ora N., 28 a ñ os. Examen prenatal. Espera el ni ño para
dentro de cuatro semanas. Primer hijo. Muy buen estado f í sico y de
anuno. Tom é presión sangu í nea y realicé an á lisis de orina. Se march ó
.
® uy feliz
.
[7 ] Se ñor B., 69 a ñ os, comerciante Padre de cinco hijos. La esposa
sufri ó una dolencia card íaca durante muchos anos. Era nuestra pa
ticnte, pero nunca vino a vernos ni nos llam ó. Hace tres o cuatro a ños
-
.
^ urió repentinamente cuando se hallaba en su sillón Todos los hijos
69
sufren jaquecas. Consiguen certificados, oo concurren al trabajo y me
joran. Un a ñ o despu és, retornan al consultorio. Uoo de los hijos sufre
-
ataques particularmente severos, pero se alivia mucho con tabletas
rojas (aspirina ) que le facilité hace unos siete a ños. La cuera del se ñor
B. es la mujer sobre quien inform é al seminario hace cieno tiempo
— la que no atinaba a superar el dolor provocado por la muene de la
.
madre Ahora el señor B. no puede sobrellevar el dolor ante la muene
de su esposa, aunque los dos oo eran muy felices juntos. Le receté un
t ónico, y volverá a verme.
[8] Se ñ or M., 23 años, jornalero. Una semana antes se había que -
jado de dolor en la mu ñ eca izquierda. Le orden é tomar una radiogra
f ía, y result ó tratarse de una antigua fractura sin soldar del escafoides
-
.
del carpo. No recordaba haberse lesionado Le pregunté qué deseaba
hacer al respecto, y dijo que dejaba la decisió n en mis maoos. Lo
envié a un especialista en ortopedia. Afirma que no quiere someterse
a una operaci ó n, las teme monalmente.
.
[9] Señora L., empleada en una cantina, 44 a ñ os Delgada, muy
pobremente vestida. Dedo séptico dura ote tres a cuatro semanas. Mi
colega le aplicó inyecciones de penicilina. Inform ó que duracce las
reglas sufr í a terribles dolores de cabeza, y si pod ía darle un tó nico
y tabletas, como hac ía mi colega. Acced í. Luego se mostró un poco
dudosa de la conveniencia de verme, y pregunt ó si yo creía que se
sentir ía mejor. Adem á s quer ía volver al trabajo por el dinero, de
modo que la di de alta.
[10] Señ or M., jardinero, 21 a ños. Joven alem á n que vino aqu í a
la edad de 13 a ños. Madre alemana, viuda de guerra, trabajó aqu í en el
servicio dom éstico. El joven fue puesto al cuidado de padres adoptivos.
Se ha convenido en un inglés perfecto, y ha olvidado la mayor pane
de su alem á n. Muy feliz en su trabajo; la madre volvi ó a casarse, esta
.
vez con un inglés Viven todos juntos, coo las hermanastras, y son
felices. Mide alrededor de seis pies y cinco pulgadas, y es muy ancho
.
de espaldas Dijo sentir fr ío y dolor de cabeza, y la madre lo incitó a
acudir ai consultorio, pues ya hab ía tenido bronquitis, y no quer ía
que enfermara nuevamente. Le dije que oo era probable que enfer -
mara de bronquitis, que informara en ese sentido a la madre, y que
regresara al trabajo. Se march ó aliviado, con su permanente aspecto
infantil.
[11] Señ ora C, con Susana, de 7 a ñ os. Se mudaba de nuestro
distrito, y ven ía a despedirse. Deseaba unas gotas para el o ído de la
.
ni ñ a, y le preparé una receta en ese sentido Se mudaba de la zona en
70
beneficio de los ni ños. Cree que los const tai es resfr íos de sus hijos son
consecuencia de la humedad de esta región.
[12} Se ñ or W ., 82 a ños. Ú lceras en la boca durante varias semanas.
Ha ensayado lavados bucales y sal, pero sin resultado. Finalmente se
ba visto obligado a rendirse y a consultar al médico. Se march ó muy
satisfecho.
[13} Señ ora W., 62, ama de casa. Durante varios meses ha sufrido
de indigesti ó n y sensació n de opresión en el abdomeo. Muy poco clara .
Es dif ícil obtener ninguaa informaci ón de ella. La revisé y descubr í un
tumor abdominal muy grande. La envié a un cirujano. Se mostró muy
ansiosa y preocupada ante la posibilidad de que fuera algo grave Se .
referia al peligro de un cá ncer que acabara COD ella. Le dije que no
acia que se tratara de eso, y despu és que la hube tranquilizado se
marchó un poco m ás animada.
LISTA 2
El doctor E. precedió su informe de un comentario sobre el
hecho de que ese d í a se sentí a muy malhumorado; le molestaba
hallarse encerrado una tarde tan hermosa .
.
{1} Joven de 15 a ñ os, madre hemipl é jica, padre neurótico Familia
poco satisfactoria, generalmeote atendida por mi colega. Deseaban un
certificado para las autoridades de la Escuela Naval, en el que se dijera
que el joven no hab ía padecido eauresis durante los ú ltimos dos a ñ os.
Les repliqu é que pidieran a las autoridades navales me escribieran in -
dicá ndome qu é deseaban.
[2} Se ñ orita Q., una hist érica, de 45 a ñ os, m ás o menos, fue operada
hace cinco a ñ os. Vive con padre enfermo de ochenta a ñ os. Dijo haber
venido en busca de tabletas para su progenitor, pero en realidad quer ía
un poco de alieoto y de apoyo para s í misma. Entre otras cosas, se
71
.
queja de debilidad en la espalda desde la operació n Recibió las table
tas pedidas, y tambié n algo de aliento, aunque en pequeñ a proporción.
-
Normalmente se le dispensa mucho m ás.
[ 3] Se ñ ora Z., de 28 a ños, inglesa, casada coa un prisionero de
guerra italiano. Padece dermatitis recurrente en la palma de la mano.
Se cura y luego retorna. Nunca be podido comprenderla muy bien.
Formuló una observación significativa: "Yo no meto las manos eo el
.
agua Mi madre ba estado lavando desde hace uno o dos meses. Todas
estas molestias no valen la pena". Le pregunté en qu é consist ía la mo -
lestia y replicó: "No lavar. Me cuesta mucho no lavar inmediata-
.
mente todo" La desped í hasta la semana siguiente .
.
(4} Se ñ or I , gal és melancólico, de 34 a ños. Trajo a su hijo para
que fuera inmunizado contra la difteria y la tos convulsa . .. cuatro
a ños tarde. Se quejó de dolor en el centro del abdomen, aparente -
mente una dispepsia de la ves ícula biliar. Luego, en presencia de su
hijo, comentó lo siguiente: "A propósito, despu és del ano sexual ex
perimento una intensa sensación de ardor en el est ómago, y a veces
-
no quiero realizar el acto sólo por evitar ese dolor”. Supuse que deseaba
discutir cienos problemas, pero lo desped í. La hermana es esquizo -
fré nica. ( Dos semanas despu és: la comida de bario ha revelado ahora
la existencia de una activa ulcera duodenal .)
[5] Señora U., mujer de clase trabajadora , 50 a ñ os. Se quejó
del empeoramiento de su vista, y quer ía un "cenificado ocular". Dijo
que después de un d ía de trabajo no pod ía leer libros. Cuando se
dispon í a a salir declaró que la cosa empeoraba cuando ten í a el per íodo,
y pregunt ó si yo cre í a que hab í a alguna relaci ó n entre ambos hechos.
Consegu í que se marchara. Pienso ver qué revela el examen ocular. Ya
tiene lentes, y con esto se propon ía obtener el cambio de los mismos.
{6] Se ñ or Z., 60 a ñ os, hipertensi ón y parkinsonismo. Vino para
repetir sus tabletas. Padece enfermedades muy concretas, pero es tam -
bié n un hombre muy ansioso, y quisiera quedarse a charlar. Sólo alude
a síntomas som á ticos, pero se muestra muy ansioso.
.
[7] Señ or A., 32 a ñ os Jornalero irland és. Dolor muscular en la
espalda. Examinado, pareció simplemente una honesta torcedura muscu
lar. No profundicé m á s.
-
{8} Se ñ orita Y., 48 a ñ os, cuida a la madre enferma, de ochenta
a ñ os. Vino a informarme que se sent ía mejor del est ómago. A veces
padece una ú lcera duodenal. No . coma medicina desde que la carne
fue excluida del racionamiento. Vino en busca ' de tabletas para la
madre. Con las botellas de aspirina y los corchos fabrica mu ñ equitos
72
muy atractivos. Hace un par de semanas me pidió que eligiera uno.
Deseaba que yo tuviera uno.
[9} Señora K ., 72 a ñ os. Vino con á nimo alegre y amistoso. Mucho
mejor que el a ñ o pasado. No recuerdo haberla visto antes, pero ella
me conoc ía muy bien. Se quejó de lagrimeo. El problema consiste en
que ella y su nuevo esposo (se casó hace un a ño ) sufren la persecu-
sió n de dos solteronas que viven en la misma casa. La familia de la
paciente aprueba cá lidamente su nuevo matrimonio.
{10} B., soldado, familia irlandesa , siete hijos. Familia rara
—
madre muy bella el padre, hombre rudo, tosco y sin educación. Todas
las muchachas son muy hermosas. Dos hijos son muy r ú sticos y feos,
— la
n
.
marchaba su catarro anual. Replicó que no lo habí a tenido Le recorde
que lo habla sufrido el a ñ o pasado, pero contestó: "No". Su voz era
nasal y el pecho reveló la existencia de un catarro, pero la joven in
sisti ó en que nada tenia . No pude comprender su actitud .
-
[15] Se ñ or F., problema conyugal; tanto la esposa como la madre
histé ricas graves, frecuentes visitantes del consultorio. F.l ano pasado
el hombre se manifest ó impotente, y después de haber sido revisado,
la esposa quedó embarazada. Insistió en que el ni ño no era suyo. Es
hombre de considerable violencia potencial. Cuando se sienta, al le -
vantarse nuevameute se marea y trastabilla, pero cuando est á a gran
altura
— trabaja en una especie de andamiada alta
— no presenta sí o
tomas. Ha sufrido algo as í como un colapso mental despu és de recibir
*
74
radiograf ía de tórax hace una semaaa o dos y fue negativa. Todav ía
experimenta ansiedad al respecto, y le preocupa saber que anda mal.
He preparado una nueva consulta con este paciente.
75
f ísicos, la cual, por as í decirlo, es la cl á usula operativa del
.
orden jer á rquico
Supoogo que estas listas suscitará n en mucha gente cierto
sentimiento de malestar. Es probable que algunos traten de
apaciguar su propia inquietud dici é ndose que todo esto es in -
necesario, mera charla vac í a en torno de problemas psicol ógi
cos. Reflexiones que, aparentemente, no nos llevan a ninguna
-
parte, por lo cual ser ía mucho m ás sensato que los médicos
77
seleccionadas, y por el contrario han sido elegidas al azar entre
muchas presentadas a nuestro curso.
Hay, sin embargo, una tercera posibilidad. La personalidad
y los intereses subjetivos del médico pueden ejercer decisiva
---
influencia sobre los aspectos del paciente que percibe y regis
tra ; puede, por ejemplo, poseer una sensibilidad particular
mente acentuada , particularmente si tiene cierta educaci ó n psi
col ógica. Este factor puede ejercer doble influencia. Percibir á
—
m ás, y al dirigir la atención de sus pacientes digamos, inne -
—
cesariamente bacía sus respectivos problemas neuróticos, re
unir á m ás material sobre problemas neur óticos que su colega
-
com ú n. Más a ún , el rumor del extra ño interés que muestra el
m édico pronto se difundir á , y los pacientes que sienten nece-
sidad de practicar este tipo de exhibicionismo neuró tico ven -
dr á n y volcar á n su corazones ante él, aprovechando su actitud
de simpatí a. En todo esto puede haber buena proporció n de
verdad , pero aun así, ello en nada disminuye la importancia
del problema real.
Evidentemente, si un m édico ha aprendido a usar el estetos -
copio, lo usar á m ás a menudo y oirá m ás que un hombre no
adiestrado, y el hecho mismo de que lo utilice constantemente
acostumbrar á a sus pacientes a esperar este tipo de examen. El
resultado obvio será que dispondrá de mayor n ú mero de datos
sobre los cuales fundar su diagn óstico que el hombre que no
posee estetoscopio. Exactamente lo mismo es aplicable a todo
nuevo m é todo diagn óstico, por ejemplo la radiograf ía de tórax,
el electrocardiograma , la pielograf ía intravenosa o retrógrada ,
etc. Todos estos m é todos producen una riqueza de nuevos datos,
los cuales ser ían inaccesibles sin aquellos. No todos los datos
así obtenidos revisten significado diagnóstico, y la profesi ó n
ha debido aprender a evaluarlos, y a integrar el mensaje que
ellos traen en el conjunto del conocimiento actual. Por consi -
guiente, el problema no consiste en la inclinación personal o
en el exceso de sensibilidad, siao en la estimaci ón de los datos
obtenidos mediante una nueva técnica.
—
Recí procamente, esto significa que la presencia de sí ntomas
—
neur óticos por muy superficiales que ellos sean debe ser
considerada seriamente. Ello no significa, sin embargo, que
la mera presencia de los mismos defina autom á ticamente el
carácter del diagnóstico, y por lo tanto la dirección en que
ha de orientarse una terapia racional. Por el contrario, los
78
síntomas neuróticos deben ser evaluados de acuerdo con el mis
mo mé todo que se aplica a los signos o síntomas de car á cter
-
f ísico. Un murmullo sistólico sobre el polo apical QO significa
necesariamente una deficiencia mitral; su presencia puede ser
significativa , y puede no serlo. Por otra parte, un murmullo
diastóiico es siempre patológico, es decir, reviste importancia
diagnóstica incomparablemente mayor. En general, puede de-
cirse lo mismo de los sí ntomas neuróticos. Algunos son patog -
nom ónicos, otros carecen de significado. Sin embargo, la eva
luación adecuada de los mismos exige experiencia y capacidad
-
profesional, tanto como puede exigirla la lectura de una placa
radiogr áfica.
Si es verdad , como tan a menudo se ha repetido en la litera -
tura, que por lo menos una tercera parte del tiempo del m édi -
co general corresponde a la atenci ón de individuos neuróticos,
la evaluaci ón de los diversos sí ntomas neur óticos constituye un
problema de carácter fundamental. El problema planteado es
-
el siguiente: ¿Cu á l de las dos actitudes es m ás econ ómica: en
carar la neurosis en la esperanza de que las dolencias menores
desaparezcan, o, como se hace ahora habitualmente, prestar
cuidadosa atención a las dolencias menores sin preocuparse
absolutamente de las complicaciones neuróticas, respecto de
las cuales, en todo caso, poco puede hacerse ? Antes de ofrecer
siquiera sea una respuesta general, debemos hallar el modo de
comprender las condiciones de carácter neurótico, y qu é pode-
mos hacer para curarlas. Este ú ltimo problema ser á examinado
en la segunda parce del libro, despu és de lo cual habremos de
volver sobre esta cuestión fundamental.
79
CAPITULO VI
Nivel de diagnó stico
CASO 8
Profesor E., de 49 a ños. Todos los miembros de la familia han
.
sido mis pacientes desde fines de 1949 Lo he visto muy poco; visitan -
te m á s frecuentes son los dos ni ños y la esposa. Ella es tambié n con-
ferenciante.
Familia excepcionalmente simpá tica. Hace pocos a ñ os el profesor
E. sufrió una nefrcCTom ía izquierda por cá lculo renal. Atend í a! padre
en una ocasió n con motivo de un quiste seb áceo, y en otras a causa
de uoa inflamación de garganta . En agosto de 1953 vino al consui -
tori ó quejá ndose de jaquecas quincenales, desde el mes de noviembre
inmediato anterior. Experimentaba la sensació n de que ten ía hinchadas
.
las venas de la cabeza. La presi ó n sangu í nea era 190 /J 20 (Un regis-
tro aoterior daba 145 /95). Mi impresi ón era que hab í a estado traba -
.
jando mucho, y el paciente esruvo de acuerdo conmigo Trabajaba
mucho en tareas de car á cter administrativo, y adem ás realiza investi
gaciones, las cuales constituyen su principal centro de interés. Vive
-
sometido a elevada presión, pero esa siruaci ó o le agrada. Me pareció
80
que mejorar í a si atenuaba un poco el ritmo de sus actividades. Le
suministré amitai y lo mantuve en observació n durante cieno tiempo.
A medida que se sucedieron las entrevistas se sintió mucho mejor, y
de pronto empeor ó un poco nuevamente. Pasó unas buenas vacado *
nes, regreso
—
:oo un sentimiento de repugnanda anee la mera idea
del trabajo y se sintió peor. Empecé a formularle algunas preguntas,
y la semana pasada sostuve con él una prolongada entrevista.
Cree que ha estado trabajando excesivamente durante casi diez a ños,
y que era necesario que lo hiciera cuaodo su esposa tomaba sobre sus
hombros tantas responsabilidades. Ella es una mujer muy competente,
eficaz, con aut éntico sentido del deber; es evidente que él la admira
mucho. El gran ideal de vida de este hombre era ser cr ítico literario,
.
y todo debía subordinarse a ese objetivo Se interesó por la literatura
y por la pintura desde la infancia.
Aunque en condiciones muy restringidas, vivió una infancia muy
feliz. Duraate toda su vida no ha conocido el tedio. Sol ía pintar y
dibujar durante horas. Siempre se las arregló para ser popular; no
mostr ó condiciones atl é ticas. Dijo que en realidad era un pervertido.
Un poco de masturbació n despu és del matrimonio; no conoció otras
mujeres, antes ai despu és. Cree que nunca fue buen amante para su
mujer, aunque ella merecía algo mejor. Personalmente, tuve la impre-
sión de que ambos hubieran podido ser mejores con otros compa ñ e
ros. Dijo que su esposa deseaba mucho tener hijos, aunque sent í a
-
horror de la concupiscencia. Sin embargo, él cree que es lo ú nico
para lo que él mismo sirve. Cree que ha sido muy egoísta, y no se
considera merecedor de total confianza . Relaci ón sexual interrumpida
desde hace varios a ñ os. Masturbació n ocasional.
Le interrogué sobre sus actuales dificultades. Dijo que recientemen
te hab ía estado en dificultades con su segunda, una mojer de mucho
-
cará cter la cual est á pr ó xima a retirarse. No cree ser hombre de gran
des condiciones administrativas. En una entrevista anterior revel ó que
-
quiz ás se retirara dentro de poco con el fin de consagrarse a la in
vestigació n .
-
El paciente fue enviado entonces a un cardiólogo, cuyo informe
confirmó el diagn óstico de hipertensi ón esencial benigna, presión san
£ mea 190/120, corazón normal, radiograf ía renal aormal , urea en la
-
.
sangre 33 De acuerdo con el especialista, la condició n del paciente no
eligía ningú n tratamiento especial, pero correspond ía un examen pe
-
ri ódico. El doctor Z. agregó al informe que entretanto habí a sostenido
dos 0 conversaciones con el paciente, y parec ía que, como resul
lado de las mismas, el paciente había podido organizar mejor su vida
-
81
y progresaba regularmente. Por ejemplo, aunque ten í a mucha terea al
final del curso con los estudiantes y con toda suerte de asuntos admi -
nistrativos, los toleraba sin nuevas jaquecas.
--
exterior que lo alivia de algunas de sus responsabilidades, par
ticularmente bacía sí mismo. La seguoda, es verdad , abre nue
vas posibilidades, pero pone en tela de juicio las soluciones del
enfermo y, en lugar de aprobarlas, le exige una decisión basa -
da en la revisión concienzuda de su vida y realizaciones pasa
das, por una pane, y de sus esperanzas y posibilidades futuras
-
por la otra. Quizás este caso nos ayude a comprender por qué
los pacientes experimentan tanta necesidad de que se les diga
cuá l es la enfermedad que padecen, y qué temores pueden
insinuarse en ellos si no se les ofrece ning ú n nombre; y, lo
ú ltimo pero no lo meoos importante, cu á les son las inevita
bles implicaciones de todo diagnóstico, por muy inocente que
-
el mismo pueda parecer.
Aqui, en contraste con los casos 5 y 6, aparentemente no hay
lucha, ni confusión de lenguas entre el paciente y su médico.
La enfermedad propuesta por el paciente fue aceptada por el
médico, y se alcanzó un acuerdo f ácil y rá pido. Como ya hemos
se ñalado, la situació n habr í a sido absolutamente distinta si el
85
médico hubiese resuelto avanzar más all á del diagnóstico de
hipertensi ón. No es f ácil determinar si el acuerdo ser á o no
— —
durable, pues los platillos de la balanza hasta donde conoce-
mos la situaci ón se encuentran en delicado equilibrio. El
siguiente caso, aunque semejante en cierto sentido, nos permi -
tirá observar qué ocurre cuando no es posible alcanzar ningún
acuerdo, Q í siquiera un compromiso.
El Caso 9 fue informado por el doctor D. en febrero de 1954,
en los siguientes términos:
CASO 9
Tengo un paciente, la se ñ orita Kn de veintitr és a ñ os de edad, que
coosuruye un problema; salra de uoo a otro de los colegas de nuestra
prá ctica de tres m édicos. No muy inteligente. Es la mayor de dos hijas,
la otra tiene doce o trece a ños. Familia de clase trabajadora, los padres
.
viven La conozco desde hace tres a ñ os, y los s í ntomas son siempre los
mismos. Se queja de inflamaci ón en la base y costado de la lengua.
Cuando examin é el órgano en cuestión, sólo lo hallé un poco enroje -
.
cido, pero eso fue todo Ni tratamiento ni palabras tranquilizadoras
ejercen el menor efecto sobre ella, pues est á convencida de que su mal
.
se convertir á en cá ncer Pide a la madre que le examine la boca todas
.
las noches, con el fin de comprobar si hay algú n cambio Ha renun
ciado a su puesto de secretaria, afirma que, si de todos modos va a
-
morir, no vale la pena continuar descmpeando un empleo dif ícil. En
realidad, nunca ha tenido relació n sentimental con un hombre, pero
cuida mucho su apariencia . Nunca sale de noche.
Ha consultado a un ocorrioolaringólogo, y éste no ha podido hallar
nada. Previamente la revisó un médico general, con el mismo resul
tado. Es una persona con una idea hipocondr íaca fija, capaz de des
--
arrollar tendencia psicóticas o suicidas. Es dif ícil lograr que acepte la
idea de que existea problemas psiquiá tricos. Siempre insisre en saber
qu é le pasa a su lengua. Como no es muy inteligente, oo he insistido
mucho en que regresara para sostener una larga entrevista. Sin embar -
go, dcb í haberme esforzado m á s .
Esta muchacha podr í a haber sido uno de los casos incluidos
en las dos listas discutidas en el cap í tulo anterior. En su histo-
ria dioica podemos estudiar el trabajo de todas las fuerzas
mencionadas anteriormente. La paciente ofrece una enferme-
dad al médico, y al principio éste Ja acepta como posibilidad.
86
Posteriormente se la env í a a varios especialistas, quienes con -
firman la observación del médico en el sentido de que existen
algunos ligeros s í ntomas f ísicos, pero que toda la dolencia
debe ser considerada de car á cter hipocondr í aco. Médico y pa
ciente convienen, por as í decirlo, en que algo anda mal, pero
-
ninguno de los dos parece capaz de determinar en qu é consiste
la perturbaci ón.
Durante la discusión se subrayó que, para llegar al diagnós -
tico, no se había tomado en consideración varios factores psi
col ógicos de hondo interés, a saber:
-
(a ) La paciente renunció a un buen empleo y se retiró a la
soledad, al extremo de no salir durante la noche.
( b) Renunci ó a toda tentativa de establecer contacto senti
mental con hombres, aunque a ú n vest ía con mucho cuidado.
-
(c) Sus idas y venidas entre diversos médicos, particularmen -
te cuando uno de ellos trata de ponerse en contacto con ella
para que hable de su problema.
(d ) Y, sobre todo, la necesidad obsesiva de que la madre le
revise la garganta y la tranquilice, asegur á ndole que está igual,
quo no ba empeorado.
Con el fin de alcanzar mejor comprensión del problema se
sugiri ó que supusi é ramos que la paciente padec ía la misma
perturbaci ón , pero en los genitales, y que iba de un médico a
otro para ser examinada y conseguir alivio a sus temores. En
ese caso, todos habr í amos concluido r á pidamente que est á ba -
mos ante una exhibicionista , temerosa de llevar una vida se-
xual normal y que creaba el s í ntoma para colocarse en el tipo
de situaci ó n
— —
aunque de un modo ingrato que tem í a y
deseaba al mismo tiempo. Si aceptamos la premisa de que esta
-
plazado
—
joven constituye un caso de exhibicionismo doblemente des
muestra la garganta en lugar de los genitales, y
necesita hacerlo ante la madre en lugar de elegir a un hom -
—
bre surge la vigorosa sugestióa de que nos hallamos ante
una elaboraci ón histé rica de fantas ías sexuales reprimidas. Re
fuerza esta impresión el hecho de que la joven necesita expre
-
-
sar su obsesión noche tras noche con el fin de asegurarse de
que el interior de la garganta est á perfectamente. El cuidado
puesto en el vestir puede constituir orro indicio en la misma
dirección. Quizás esto explique por qué no puede permitir que
nadie entable un rapport positivo con ella, es decir , se le
acerque, ya que ello podr í a impulsarla a hablar de su temible
87
secreto. Por otra parte, gracias a su insistencia consigue que
la madre y los médicos la tranquilicen en el sentido de que
no se ha producido irreparable da ño.
Bajo el fuego de nuestra cr í tica, el doctor D. prometió reali-
zar un nuevo y m ás detallado examen, incluido un examen
psicológico apropiado. Durante aproximadamente seis meses
nada más supimos de esta joven, hasta que en agosto el médi -
co informó lo siguiente:
A veces traró de hacer hablar a la paciente, pero ésra se manifestó
absolutamente adversa a toda sugestió n en el sentido de que no pade -
cía ninguna dolencia f ísica. Luego, en abril, fue enviada a ver un
dermat ólogo, el cual tampoco halló nada, y por su propia iniciativa
la remitió a un psiquiatra. El psiquiatra inform ó que la cancerofobia,
aparentemente el problema principal, era simplemente un sí ntoma que
reflejaba la profunda perturbació n de la joven. Adem á s, ten ía reuma -
tismo en todo el cuerpo, dolor en la base de la columaa, etc. La
progoosis era muy reservada, pues cab ía suponer que la grave hipo -
condr ía de una muchacha joven pod í a ser seguida de serias perbur -
baciones mentales. Finalmente, el psiquiatra sugirió que se aplicara a I2
paciente la menor proporció n posible de tratamiento en relaci ó n con
los diversos s í ntomas, pues de lo contrario se corr ía el riesgo de
confirmar su cancerofobia. Desde entonces la paciente ha consultado
solamente al m á s joven de los tres m édicos, y el doctor D. ignora si
el hecho es casual o intencionado. En conjunto, entre febrero y agosto
ha estado catorce veces en el consultorio, es decir , un promedio de
algo m ás de una vez por quincena , quejá ndose de toda suerte de dolo -
res y malestares. El m édico informante agregó que se hab í a curado
definitivamente de su tendencia a creer que la paciente padecía algú n
mal f ísico. Desgraciadamente, ni la paciente ni su socio m ás joven se
hallaban en la misma situaci ó n.
Este caso ilustra bien los inconvenientes del sistema que he-
mos denominado ''eliminaci ón med í ante apropiados exá menes
f í sicos” . El ligero signo sobre la lengua de la paciente fue to-
mado en serio, y la joven fue enviada sucesivamente a un
médico general , luego a un otorronilaringólogo, y finalmente a
un eminente dermatólogo. Eventualmente , m ás por casualidad
que de intento, cayó en manos de un psiquiatra , pero el infor -
me de este especialista tampoco contribuyó gran cosa . La his -
toria revela que es peligroso , no s ólo omitir un signo f í sico ,
sino tambié n hallarlo. Mientras se desarrollaban estos exá me-
88
nes f ísicos se perdieron tres a cuatro a ñ os, pero ésta fue la
parte menos importante de la pé rdida; m ás grave que el hecho
de que los exámenes f ísicos confirmaron a la paciente en su
idea de que su lengua ten í a algo que merecía ser revisado. El
examen psiqui á trico, tard ío y con car ácter de cosa complemen -
taria , no logró conmover la firme convicción de la paciente.
En este caso podemos percibir claramente la lucha entre el
m édico y la paciente. La paciente procura convencer a su m é -
dico de que ella está f ísicamente enferma, y el profesional,
respaldado por todos los especialistas, se esfuerza por conven -
cerla de que no lo está. Observamos tambi é n que no se ha
suministrado a la paciente un nombre para su enfermedad , no
se reconoce la necesidad que ella experimenta, y en el aprieto
en que se encuentra , la joven no tiene m ás remedio que aferrar -
se a la ú nica posibilidad que se le ocurra, es decir , la idea de
un proceso cancer ígeno.
-
El caso ofrece otro aspecto interesante, que despu és ( Capí tu
lo XVIII ) analizaremos con mayor detalle. Se trata de la autose -
lecció n de los pacientes con respecto a sus médicos. Ciertos en -
fermos van de m édico en m édico, hasta que hallan aquel que,
por una u otra razó n , congenia con ellos. Si se trata de una
sociedad formada por varios m édicos de diferentes opiniones y
puntos de vista, todo el proceso puede desarrollarse orno
ocurrió en este
—
caso deatro del mismo grupo m édico
pu és de algunas vicisitudes, la paciente parece haber elegido
.
CASO 10
Señ orita M., 19 anos, joven que afirm ó insistentemente que no
ten í a motivos de preocupació n. La vi por vez primera eo noviembre
de 1953, fecha eo que se registró como nueva paciente. I.os últimos
cuatro d ías ba tenido la garganta inflamada, y esa ma ñ ana , cuando
se levantó, no pudo sostenerse de pie ai concurrir al trabajo, tan mal
.
se sent ía Parecía nerviosa, los ojos nublados, sin afeites faciales, el
cabello peinado sencillamente y recogido eo una trenza asegurada
sobre la nuca. La examiné cuidadosamente y sólo hallé un principio
de faringitis. Tcoia acn é en el rostro, y dijo que le molestaba. Le
pregunté si algo la hab ía conmovido, y me contest ó negativamente.
Le prescribí un tratamiento sintom á tico para la garganta y le entre -
. gu é un certificado para presentar en su oficina. Regresó cuatro d ías
despu és, se seot í a mejor, pero ten ía tos. Le miré la garganta y estaba
.
m á s o menos igual que la vez aoterior Le pregunté si se sent ía en
condiciones de retornar al trabajo, y contestó que se bailaba muy
deprimida y que ten ía la pierna hinchada. Observ é la inflamació n de
una diminuta vena varicosa. Le señalé que estaba muy preocupada
consigo misma, y dijo que estaba deprimida y que deseaba tomar uo
t ó nico. Le recet é Metatone y le recomend é que volviera a .verme cuan -
.
do lo terminara Fue a trabajar. No retorn ó hasta ayer, es decir, dos
meses despu és, quejá ndose de dolor de garganta y de que perd ía peso
desde bac ía algunos meses. Examin é la garganta, y encontr é todo en
orden . Interrogada, respondió que su apetito era bastante bueno, pero
.
oo como antes Agregó que hacía var ías semanas que no dorm ía bien ,
.
losistió eo que no ten ía motivos de preocupació n Luego dijo que
bah ía estado trabajando mucho ( es taquidactiiógrafa ) y asistiendo a
clases tres veces por seraaoa , y que quizá s ésa era la causa de su
.
depresión Ante nuevas preguntas, aclaró que viv ía sola desde Ja muer
.
-
te del padre, dieciocho meses atr á s, é l ten í a sesenta y nueve a ñ os La
madre, de cincuenta y dos a ñ os, todav ía vive y reside en el campo. La
madre se sintió trastornada ante la muerte del padre, pero ahora est á
bien . La paciente no se desequilibró ante la muerte de su progenitor,
90
.
aunque él significaba mucho para la joven Le se ñ al é que entooces ou
se hab ía sentido particularmente conmovida, pero que duraate varias
semanas no se había sentido bien y no hab ía podido dormir normal,
mente. De rodos modos, insistió en que ese hecho no ia perturbaba.
Luego dijo que la hab í a Trastornado la ruprura de su compromiso. Se
había comprometido con un armenio; él cenia veintisiete a ñ os, ella
.
diecisiete Él, ortodoxo griego, ella anglicana. Los padres de la joveo
no simpatizaban con ¿1, y los padres del muchacho le escribieroo para
decirle que no aprobaban que saliera con una inglesa, de modo que
rompieron el compromiso. Contin ú an viéndose casi rodos los d ías, y
todav ía quiere casarse con él Le pregunté con cu á nta frecuencia man.
.
ten ían relaciones sexuales. Replicó: "M ás o menos ...’ y entonces se
*
.. . .
ech ó a llorar, " una o dos veces por semana '* Declaró que no que -
.
r ía que nadie lo supiera Creo que era el ú nico modo de obtener el
.
resultado deseado Perdió el control de sus nervios, lloró y se sintió
muy conmovida y enojada, pero al fio logr ó dominarse. Le dije que
era bueno confiar en alguien, puesto que no ten ía padre. Luego me
pregunt ó qu é opinaba de su casamiento con el armenio, y yo dije:
¿ Qu é piensa usted ? ** Ella señ aló los difereotes modos de vida; el novio
había observado que ella no sabía cocinar al modo oriental, y además
.
no sabía armenio Era un poco tarde, y le dije que conven ía que la
viera en otra ocasió n. Coment ó que oo cre ía propio conversar as í de
asuntos personales, y yo le repliqué que a ella tocaba decidir . Luego
pregunt ó cu á ndo pod ía volver. Regresar á la semana pr ó xima.
— —
Durante la discusión el médico se ñaló y creo que con ra
zón que entend í a haber realizado el examen adecuado, y
aun logrado rierta proporción de terapia real ; es decir, había
-
.
conseguido quebrar la resistencia de la enferma Algunos de
sus colegas, entre ellos el psiquiatra , abrigaban graves dudas
respecto del costo eventual de estas t ácticas de choque, y se
preguntaban cómo influir ían sobre el futuro de la relación
médico-paciente. Sent ían que, aunque el doctor R. se orientaba
quizás en la dirección correcta , desarrollaba excesiva velocidad
desde el punto de vista de la paciente, y que no se daba tiempo
a esta última para ponerse a tono con el profesional.
A pesar de las advertencias recibidas, durante la semana si
guiente, cuando se encontró con la enferma, el médico conti
--
nuó utilizando el mismo tipo de t écnica . La se ñorita M . vino
diciendo que no ve í a la utilidad de discutir sus asuntos perso -
nales con el médico; ese tipo de conversación no tendr í a ning ú n
efecto sobre la enfermedad que ella padec í a. Se quejó, como de
costumbre, de dolor de garganta y de pé rdida de peso. Mien
tras la examinaba , el doctor R . preguntó de un modo muy
-
casual qué clase de anticonceptivos utilizaba . Enojada, repitió
lo que ya hab ía dicho la vez anterior, a saber , que no los utili
zaba regularmente. El m édico dijo entonces que le parecí a que
-
ella deseaba quedar embarazada para que el novio se viera
obligado a casarse con ella. Dado que la paciente se mostr ó
bastante molesta y contrariada, el doctor R. no insistió en el
tema. Má s a ú n , como la señ orita M. no quer ía regresar para
continuar el tratamiento, el m édico orden ó una radiograf í a
de t órax, para disponer de otra oportunidad de proseguir con
el caso. Como cabía esperar, la radiograf í a de tórax resultó
---
negativa , pero la paciente no volvió para enterarse del resul
tado. .Varios meses después, en febrero de 1954, la joven re
apareció de un modo casual, ahora con motivo de ciertos lige
ros accesos de tos. El médico le revisó el pecho y la garganta ,
pero no hall ó rastros de dolencia f ísica . Preguntó entonces a la
enferma sí deseaba hablarle de algo en particular, pero ella
92
replicó enf á ticamente que no, y que todo marchaba muy bien.
Todav í a manten í a relaciones regulares con el prometido.
Sreo que tanto el Caso 9 como el Caso 10 deben ser consi --
—
derados fracasos parciales, aunque el nivel y el grado de fra
— .
caso o de falta de éxito es diferente En el Caso 9, aunque
la discusió n en el seminario indicó aproximadamente al m édi
co en qu é sentido debí a orientar la búsqueda de posibles im
--
plicaciones psicológicas, en parte debido a su propia persona
lidad y en parte por la gravedad del caso, fue incapaz de esta
--
blecer contacto con su paciente y de rematar el diagn óstico.
Por "rematar" el diagn óstico entiendo obtener indicaciones que
—
—
permitan dilucidar cu á les entre las ¡deas avanzadas por el
semioario son correctas y cu á les erróneas, para de ese modo,
mediante dicho "remate", conseguir datos que posibiliten una
terapia racional. La paciente rechazó las no muy entusiastas
aperturas del médico destinadas a plantear la discusión de los
problemas que la inquietaban , y se "autoseleccion ó" para el
otro m é dico del grupo, el que no la molestaba con ex á menes
psicológicos.
En el Caso 10, el médico presumió, probablemente con acier
to, que el verdadero problema de la paciente consist í a en su
-
desgraciado asunto sentimental y en las inquietudes y temores
que el mismo suscitaba. Incapaz de resolver sus problemas,
hu í a en la direcci ón sugerida por su propia constitución, es
— —
decir , bac ía el campo psicosom á tico de las dolencias menores
del aparato respiratorio. El médico estimó correctamente,
quizás , el peligro de que la paciente desarrollara una afec
ció n psicosom á tica cr ónica del sistema respiratorio, por ejem
-
-
plo bronquitis o faringitis crónica , asma , o aun alguna infec
ción tuberculosa moment á neamente latente, e hizo todo lo
-
posible por encarar el problema real. Por desgracia , anduvo a
un paso demasiado veloz para la paciente, y ésta rehusó co
laborar.
-
Con respecto a lo que llamamos "nivel" del diagnóstico, es
evidente en el Caso 9 que el t é rmino hipocondr í a constituye una
descripci ón correcta pero demasiado superficial de la enfer -
.
medad En lo más m í nimo ayuda al m édico a elegir una tera -
pia racional, y no ofrece a la paciente un nombre ú til que la
apoye en su lucha contra temores e inquietudes. El té rmino
hipocondr í a es, en realidad , tan superficial como casi in ú til.
Agregaré que casi la misma cr í tica puede set aplicada al in -
93
forme psiqui átrico. La descripción del caso oo contiene nueva
informaci ón , y el consejo ofrecido es totalmente negativo; in *
---
diagnosticar sin alguna forma de terapia. La razón de que am
bos médicos tuvieran limitado éxito con sus respectivas pa
cientes consistió en el inapropiado enfoque terapéutico apli
cado. En el Caso 9, debido al enfoque poco entusiasta del mé -
dico, apenas se prestó alguna ayuda a la se ñorita K . Sólo se
le suministró negativum: no ten í a "ninguna dolencia f ísica",
lo cual implicaba una actitud de rechazo del médico ante la
dolencia que la enferma propon ía . Independientemente de esa
negativa, la paciente no recibió ninguna indicación positiva
respecto de la actitud que se esperaba de ella , o sobre el modo
de encarar la b úsqueda de nuevos síntomas, temores, senti
mientos o ideas que arrojaran cierta luz sobre sus problemas
-
y posibilitaran la cooperación entre ella y su médico con el
fin de bailar alivio y aun alguna forma de solució n. Como
consecuencia de este fracaso, sólo le restó la posibilidad de
aferrarse a su idea de la dolencia f ísica, reforzá ndola y sobre -
cargá ndola.
En el Caso 10, el enfoque terapéutico un tanto impetuoso
del médico quebr ó en un punto las resistencias de la paciente
y permitió la confirmación del diagnóstico anticipado. Sin
embargo, esta actitud excitó otras resistencias, por ejemplo
indignación, resentimiento y sospecha. De ah í que, por lo me
nos durante cierto tiempo, es muy probable que la paciente
-
desconf íe del m édico, y que se cuide de ofrecerle ninguna
posibilidad de renovar la conversación sobre el tema. Se trata,
indudablemente, de un desarrollo poco deseable, el cual debe
ser deplorado tanto m ás cuanto que el médico hizo todo lo-
94
posible para ofrecer a la paciente en apuros una ayuda acep
table.
-
.
Finalmente, estos tres casos ( el profesor E.t la se ñorita K ,
y la señorita M.) demuestran la importancia de la reacci ón del
doctor ante la sugestión del paciente. En el caso del profesor
E., el médico, después de madura reflexión , aceptó la enferme
dad ofrecida, le atribuyó un nombre y lleg ó a un acuerdo con
-
el paciente. Es verdad que el paciente debió pagar un precio
por el acuerdo concertado, pero el precio (en todo caso desde
el punto de vista de su médico), fue razonable. En el caso de
la se ñ orita K. no pudo llegarse a ning ú n acuerdo, y la pa'
ciente debi ó cambiar de m é dico. El nuevo médico y la paciente
-
coincidieron , en todo caso moment á neamente, pero sólo al
precio de una dolencia crónica que la ha disminuido, y de
la cual no se sabe si alguna vez la enferma podr á liberarse.
La se ñorita M. rechazó las contraproposiciones de su m édico,
según las cuales los s í ntomas obedecían a cierta tensión men
tal, de modo que no fue posible llegar a ning ú n acuerdo. No
-
cambió de médico, pero insistió en sus dos s í ntomas principa
les, pé rdidas de peso y cararros del conducto respiratorio. En
-
el Cap í tulo XIII estudiamos la evolución ulterior de este caso.
En todos los casos mencionados el diagn óstico "m ás profun
do" permiti ó al médico alcanzar mejor comprensión del pro
--
blema, aunque debemos reconocer que ello no significó una
terapia mejor ai m ás efectiva. En el caso del profesor E. no
hubo modificación de la terapia; en el caso de la señorita K.,
después de infructuoso intento de obtener algo, se permitió a
la paciente continuar con su enfermedad "orgá nica ”; final
mente, en el caso de la se ñorita M., el ofrecimiento de psico
-
-
terapia result ó inaceptable para la enferma, por los menos en
la forma adoptada. Estos resultados dar á n sin duda materia
para la cr í tica que afirma que se trata de "mucho ruido y po
cas nueces”. Felizmente, podemos mencionar notables éxitos
-
terapé uticos, fundados en el mé todo que denominamos nivel
m ás profundo" de diagn óstico. Algunos ser á n descritos en la
secci ón consagrada a la psicoterapia.
Adem ás de que permite una comprensión innegablemente
mejor del paciente, el diagnóstico "m ás profundo" desemoe ñ a
otra funci ón . Consiste en la reducción del n úmero de casos en
ios que el médico se ve obligado a tomar a ciegas una decisió n ,
fundado exclusivamente en el diagnóstico f ísico. Estas decisio -
95
nes a ciegas, apenas influidas por la situación emocional del
paciente y por el control adecuado de la relaci ó n m édico -
paciente, permite el libre juego de las inclinaciones persona -
les, sentimientos inconscientes, convicciones y prejuicios firmes
del médico, es decir , de lo que hemos denominado su "función
apostólica". Me propongo arrojar cierta luz sobre este aspecto
de nuestro trabajo cotidiano, y capacitar al m édico para que
consiga establecer cierto control consciente, por lo menos sobre
parte del mismo .
96
CAPITULO VII
Complicidad en el anonimato
CASO II
El se ñ or K., de 54 a ñ os, me fue presentado en 1950 por la esposa,
la cual se quejaba de depresió n debido a la constante preocupación
que provocaba en ella el estado de su marido. ( Aqu í la esposa es el
sí ntoma cristalizado de la enfermedad del marido.) El hombre nunca
sent ía bien , era muy excitable, y exig ía que se prestara mucha aten -
97
cióc a su alimentació n. Sus molestias babíaa comenzado en 1934, de
bido a un apcndicectom ía seguida de peritonitis, la que exigió un »
-
operación en dos etapas, y luego una tercera para la reparación de la
hernia.
El se ñor K. es un hombre alto y corpulento, de apariencia bastante
elegaoce. Vive con su esposa y su hija en una casa de baja dase me -
dia. Suavizan la atm ósfera de respetabilidad muchos libros y varios
instrumentos de m ú sica . El jefe de la familia es empleado del gobierno,
en un puesto de secundaria importancia; empezó a trabajar a los ca
torce a ños como mensajero y abora ocupa un puesto de carácter admi
--
nistrativo. Nunca le gustó su trabajo, auoque tampoco sabe qu é hubiera
.
preferido hacer Lee y escribe poesía y cuentos conos. Tambi é n toca la
flauta y el cornet í n, y durante varios a ños form ó pane de una orquesta
de aficionados. Cuando ten í a treinta y cinco a ñ os sigui ó un curso por
correspondenda del Colegio Rulsio sobre iogl és y Literatura, seguidv
de otro sobre psicolog ía general. Su padre fue un trabajador rural
que luego se convirtió en empleado. Era un músico nato, y tocaba el
viol í n, a pesar de que no sab ía leer m úsica. Un hermano, miembro
de un cuerpo de bomberos, escribe novelas; una hermana aprendió a
tocar el violoncelo a los cuarenta y cinco anos.
Su vida hogareña parece feliz y afectuosa, apane del hecho de que
unco la esposa como la bija se ven tiranizadas por su mala salud. La
esposa exhibe una subyacente corriente de rebelión a través de la acen -
-
tuació n de sus s í ntomas menop á usicos; la hija revela indicios de frus
tración, pero lucha para superarlos.
Cuando lo revisé se quejó sobre todo de dolores abdominales inter
mitentes; a veces se doblaba de dolor y al acceso segu ía un ataque de
-
diarrea. Habitualmente experimentaba agudos dolores antes de la de -
fecació n, y en ocasiones el ano mismo suscitaba sensaci ó n de ardor .
En 1940 el m édico anterior sugirió que consultara a un cirujano, y
éste, despu és de investigar el caso planteó la posibilidad de que el
mal obedeciera a la presencia de adherencias. Se le recetó lumiaai y
atropina.
Adem ás de todos los s íntomas mencionados, se quejó de vahidos y
agregó que ten ía miedo de las multitudes, de ir al cine, o a la peluque
r í a para hacerse cortar el cabello. Complicaba su historia cl í nica una
-
ca ída, con fractura de columna, en 1939. Desde entonces se quejó
tambi é n de contracciones nerviosas en la pierna derecha, con punzan
.
tes sensaciones de calor Ello ocurre só lo durante la noche.
-
El se ñ or K. me visit ó regularmente una o dos veces por semanas,
.
durante un periodo prolongado Realizado el examen dioico, no pude
98
hallar oiogú o mal orgánico que justificara su maja salud. La invest í»
gacióa de motivaciones psicol ógicas siempre desembocaba en
grado que experimentaba por su trabajo. Mejoraba rá pidamente cuan»
el desa -
do se le conced ía licencia por enfermedad.
£a febrero de 1951 lo envié nuevamente al cirujano, el cual tam -
poco pudo hallar nada anormal en el aparato digestivo del paciente.
En junio lo envié en consulta al doctor S., con la esperanza de que
el especialista en psiquiatr ía aclarara el caso. Los s í ntomas del se ñ or
K . persistieron, y a veces se sintió próximo al colapso, aun sin dolores.
Una o dos veces fue llevado a la sala de primeros auxilios de un
hospital cercano. En octubre de 1951 concurrió al hospital de cl í nicas
donde el doctor S. es jefe del Departamento de Medicina Psicológica,
con el fin de someterse a una sesión de oarcoaná lisis. Nunca pude con -
seguir un informe de los resultados obtenidos. Sin embargo, fue remi -
tido al consultorio externo, donde se consideró la posibilidad de uo
.
cá lculo biliar Me chocó bastante la idea de que esa posibilidad nos
hubiera pasado inadvertida durante unto tiempo, y de que fuera la
causa de sus s í ntomas. Después de nuevos ex á menes fue operado, en
.
enero de 1952 Después de la operació n se sinti ó bien y totalmente
liberado de sí ntomas hasta mediados de abriL Entonces volvió a mi
consultorio, presentando recuperancia de los espasmos, diarrea, dolor
bajo el borde costal izquierdo y vahídos. Trat é de convencerlo de que
no había dejado piedra sin remover, y de que ahora, después de la
extracció n del cálculo biliar, oo pod í a pensarse en una causa org á nica;
le crplique que sus sí ntomas obedecían totalmente a factores psico -
lógicos, que deb í a superar sus angustias y aversiones para poder en -
frentar su propio problema. No le receté ninguna medicina .
Lo vi nuevamente hace dos d í as. Su estado de á nimo era de felix
.
resignación Repasé de nuevo con él toda su vida anterior, y esta vez
traté de discutir también su vida sexual. Parece que por ese lado nada
hay, o probablemente qne no be logrado superar su resistencia .
Aqu í a diferencia del caso del se ñ or U. ( Caso 5 ) aparente-
mente no hay polé mica ni lucha . El paciente concurre sumisa
y apreciativamente desde 1950, asi como hab í a asistido a la
consulta del predecesor del doctor Y. , desde antes de la guerra .
También el doctor Y . se mostró paciente y estuvo siempre
dispuesto a replantear la situación . En el marco de esta rela-
ción, en apariencia, el paciente ofreció a su médico gran va -
riedad de s í ntomas, casi siempre los mismos, con meras varia -
ciones de intensidad . El doctor hizo cuanto estuvo a su alcance
99
para hallar la solución de los problemas del paciente, y llegó
al extremo de enviarlo en consulta a un psiquiatra , pero por
una u otra razón la cosa no march ó. Todo el cuadro provoca
en nosotros acentuadas reminiscencias del Caso 6, aunque en
general es menos tenso y menos dram á tico.
Durante estos a ñ os aparentemente serenos, ocurrió un episo
dio interesante que arroja cruda luz sobre el pensamiento y la
-
pr áctica de la medicina actual. Cuando en el otoño de 1951
el ayudante principal del psiquiatra no pudo hallar nada, re-
miti ó al paciente al consultorio externo de su propio hospital.
All í sospecharon la existencia de colecistitis y cá lculos biliares.
De acuerdo con su propio informe, el doctor Y. se sinti ó
terriblemente avergonzado de no haber pensado en esa posi
bilidad y, acuciado por su sentimiento de culpa, se apresuró a
-
ordenar a su paciente que se hiciera tomar una radiograf í a;
cuando ésta demostró la presencia de cá lculos biliares, se pro-
cedi ó con igual apremio a preparar una operación, en la espe -
ranza de hallar finalmente la soluci ón real del caso. Despu és
de la intervenci ón hubo una convalescencia normal y tres me
ses sin molestias, y luego el paciente recayó en el estado ante-
-
rior. Se trata de un desenlace no infrecuente en el caso de ope -
raciones abdominales resueltas sobre la base de ligeras ( o aun
no tan ligeras ) evidencias positivas de car á cter f ísico, sin tener
plenamente en cuenta toda la personalidad del paciente, y espe
cialmente el papel desempeñ ado por la enfermedad dada en
-
su vida. Tambié n en este seotido constituye la contrapartida
del caso del director de una compa ñí a ( Caso 6) el cual, debido
a nuestra conducta poco h á bil, nos cost ó un m édico.
Pero la inclusi ón de este caso no obedece a la razón apunta
da. Mi objetivo principal es comparar por una parte el senti
--
miento de verg ü enza del médico ante su incapacidad para
diagnosticar la presencia de cá lculos biliares, con la ausencia
del mismo sentimiento frente a su propia incomprensi ón del
problema del paciente; y por otra, la velocidad y confianza
con que se organizó la operación , y la actitud un tanto de-
rrotista y complaciente con respecto al problema real, de ca -
r ácter psicológico.
Este caso, lo mismo que el del director de la compa ñí a que
mencionamos antes, revela algunos de los inconvenientes que
acarrea responder a las propuestas del paciente mediante el
diagn óstico, siempre que ello es posible, de una enfermedad
100
f ísica. Aunque para algunos las intervenciones quir úrgicas
constituyen posiblemente el inconveniente m ás espectacular,
no creo que sean de gran importancia , especialmente en el
caso que nos ocupa. Por una parte, el se ñor K. tuvo una con-
valescence sin molestias y se vio realmente libre de s í ntomas
durante tres meses; por otra , los s í ntomas y ios signos eran
sumamente sugestivos: los dolores abdominales en el costado
derecho, los cuales a veces lo obligaban a contraer el cuerpo
especialmente durante la noche, pod í an ser el resultado de los
sobresaltos sufridos durante un viaje en ómnibus, de las diarreas
ocasionales, de la presencia de cá lculos biliares ( demostrada
por la radiograf í a ), etc. Aunque supusié ramos que los cá lculos
biliares nada tienen que ver con la verdadera enfermedad ( como
es bien sabido, a veces se los encuentra cuando se practica la
autopsia de gente que en el transcurso de su vida jamá s ha
experimentado dolores abdominales ) tanto el diagn óstico co-
mo la operaci ó n estaban justificados, y no provocaron mayor
da ñ o. El verdadero inconveniente reside en el m é todo de pen -
samiento, el sistema de "eliminaci ón mediante ex á menes f ísi
cos ” , que costó a este paciente alrededor de veinte anos de su
-
vida. Esos veinte a ñ os fueron consagrados a la persecución de
una esquiva y quiz ás inexistente "apropiada ” enfermedad f ísi
ca, al mismo tiempo que no se prestaba la debida atenció n a
-
las posibles causas psicol ógicas. Deseo agregar que durante
esos veinte a ñ os el caso bien podrí a haber sido uno de los
pacientes mencionados en las dos listas de enfermos ( Capí tulo
V ), con una entrada que dijera: "paciente bien conocido, visi
tante habitual del consultorio; dolores abdominales, vah í dos,
-
diarrea ; se le prescribió sus medicinas usuales: atropina y lu -
.
minal ”
Sin embargo, este caso ofrece otro aspecto importante. El
doctor a cargo del paciente no estaba solo. Dado que era un
— —
hombre escrupuloso, de tanto en tanto seg ú n nos enteramos
a trav és de su informe enviaba a su desconcertante enfermo
a diversos especialistas. Hubo un buen n ú mero de ellos, y en
consecuencia hubo tambié n muchos informes. Dado que desde
el punto de vista de mi tesis reviste particular importancia el
-
espí ritu y el modo de pensamiento de estos profesionales, de
seo citar los informes de algunos de ellos. Con el fin de ofrecer
un cuadro coherente he elegido todos los informes del dram á-
101
tico per í odo que desembocó en la intervención quirúrgica, es
decir, de febrero de 1951 a marzo de 1952.
,
Cirujano desde el Hospital H . 231211951.
Estimado doctor Y.:
Ref ¿ Sr. K .
Gracias por haberme enviado este paciente para una nueva con -
sulta.
Las gastroscop ía revela un estó mago normal, salvo una pequeña y
fina cicatriz.
El enema de bario revela un colon normal.
He tranquilizado al paciente en el sentido de que no existen indi-
cios de ningú n desarrollo. Todavía est á excedido de peso. Creo que
se sentir ía mejor con una dieta liviana.
] 02
silló n del peluquero. Ha sido siempre hombre de gran tensi ó n nerviosa,
y enfermo de dispepsia nerviosa desde 1934. Parece experimentar cierta
rara complacencia ante sus sí ntomas, casi al extremo de ostentar una
belle indifference .
En la medida en que sus s í ntomas obedecen a motivaciones con -
ciernes, creo que le suministran una "pantalla" para los diversos fra
casos sufridos en el curso de su vida; y DO creo probable una reacción
-
positiva a ningú n tipo de psicoterapia.
De todos modos, conseguiré que lo registren en el Hospital 2., y
agregaré su nombre a la listas de ios que esperan turno para someterse
a tratamiento psiquiá trico; la cual, dicho sea de paso, es fabulosamente
extensa, como ya se imaginar á usted.
M édico é .
cargo del consultorio externo del Hospital Z 30; il|1951.
Estimado doctor Y.:
.
R e f j Sr K .
El paciente me fue remitido por el doctor E. del Departamento de
Medicina Psicológica, en representación del doctor S.
Ofrece una historia de dolor abdominal , que se presenta bajo la
forma de ataques, cuatro de los cuales sobrevinieron durante el último
a ño, y que est á n asociados con dolores en el costado derecho del es -
tómago. No sufre vómitos. Los ataques duran cuatro a cinco horas,
y generalmente lo obligan a internarse en el hospital. El paciente
se ñ aló que el traqueteo del ó mnibus le infunde temor.
Examinado, parece gozar de buena salud, pero tiene la lengua su-
da. Resistencia en el abdomen superior, y dos cicatrices de una apeo
diciris aguda asociada con peritonitis, de la que fue operado en 1935-
-
No se advirtió agrandamiento del h ígado o de la ves ícula biliar, ni
incomodidad renal, y oo ha perdido peso.
Creo que necesita ser sometido a una investigaci ón m ás profunda,
pero, como usted sabe, anualmente es dif ícil obtener radiograf ías.
Afirma que se le tomó una radiograf ía este a ñ o, en el Hospital H.,
con comida de bario, y le agradecer ía mucho que nos enviara una co -
pia del informe que le transmitieron. Creo que debe ser excluida la
posibilidad de cá lculos biliares, pero por otra pane tropezamos con
la dificultad de !a radiograf ía. Por mi parte, preferir í a esperar uo
per íodo de tres meses. Entretanto, le sugiero recete pí ldoras calel úicas
( Parker Davis and Co.), en n úmero acorde con el movimiento de sus
intestinos y yo lo revisaré nuevamente al cabo de ese periodo.
( Copia del donor S.)
103
M édico dal Hot pi tal £. 1 |12|19S1.
<
Estimado doctor Y.:
. .
Refj Sr K
Le agradezco haberme enviado este paciente. Creo que los informes
de los diversos m édicos son casi m ás interesantes que el paciente. Estoy
en desacuerdo con mis ilustres colegas de Z. con respecto a la auseo
da de reflejos rotulianos. Sin duda existen, pero no puedo decir lo
-
mismo de los reflejos patelares. Los tendones plantares son flexores.
No existe el signo de Babinski . Este hecho, conjuntamente con los
reflejos abdominales normales y con las reacciones pupiiares tambi é n
normales, puede ser considerado prueba casi definitiva de que no hay
patolog ía neurológica central o perif érica.
Experimenta vagos dolores en el abdomen, particularmente sobre el
costado derecho, pero aé reamente nada decisivo y localizado. No pue -
de convencerme de que hab ía dolor sobre la ves í cula biliar. Luego
advert í una masa interna sensible sobre el costado derecho, y una
ampolla llena de escí balos espá ticos.
El comienzo de las molestias se remonta a algú n tiempo despu és de
su operación abdominal, y en vista de ello he pedido una comida de
bario y un control destinado a clarificar el cuadro en la medida de lo
posible.
En el caso de aplicar alguna medicació n, deber ía estar formada por
espasmol í ticos, como ya se ha dicho. Contribuir ía a mejorarlo la in
gestión de tabletas de agua de Vichy, dos a cuatro veces por d í a du
--
rante diez d ías cada vez.
104
cieoce, pero no halló nada , y lo despachó con algunas palabras
"tranquilizadoras” y una dieta liviana. Enronces el paciente
acudió al consultorio privado de un psiquiatra , y éste realizó
otro buen examen f ísico y , aunque sin mucha confianza en la
psicoterapia , lo incluyó en la lista de candidatos. Luego, a su
debido tiempo el paciente fue revisado por los dos ayudantes
principales del psiquiatra ( ninguno de ellos escribi ó informes )
quienes lo remitieron a un m édico, y surgi ó entonces la sos
pecha respecto de los cá lculos biliares. El m édico personal del
-
paciente se sintió avergonzado de haber equivocado el diag-
n óstico "correero” , fue pedida otra opini ón, y el m édico llama
do en consulta se manifestó en desacuerdo con el psiquiatra
-
pero de acuerdo con el diagn óstico de cá lculos biliares, y por
lo ranto se procedi ó a extirpar la vesícula biliar del paciente.
—
El segundo cirujano fue el último orgullosamente da de alta
al paciente despu és de la operación , libre de todo malestar.
Nadie mencionó ( y quizá s a nadie le importó) qué pasaba en
el interior del paciente mientras lo peloteaban de un profesio -
nal a otro, para depositarlo finalmente sobre la mesa de ope-
raciones. Ahora, ¿ quié n era responsable de la salud del pa -
ciente: el m é dico general , el cirujano, los dos especialistas, el
psiquiatra o sus dos ayudantes ? Me gustaría saber cu á ntos de
los especialistas que intervinieron en este tratamiento se to-
maron la molestia de observar los resultados de sus recomenda-
ciones. Quien no puede dejar de advertir los resultados es*
naturalmente, el médico general , pero se ve libre de culpa y
cargo pues se ha limicado estrictamente a seguir el consejo de
eminentes especialistas .
En cualquier situación de este tipo, es decir, cuando el pa
ciente plantea a su m édico un problema desconcertante, y éste,
-
a su vez, est á respaldado por una constelaci ó n de especialistas,
ciertos acontecimientos resultan casi inevitables. Uno de los
principales consiste en la "complicidad del anonimato". Se
adoptan decisiones vitales, sin que nadie asuma la responsabi -
lidad de las mismas. La grave operaci ón del Caso 11, que aca -
bamos de describir , es sólo un ejemplo más bien dram á tico de
este tipo de decisiones, pero hay otros por lo menos igualmente
importantes.
Aunque el caso del señor K. es bastante com ú n , y demuestra
cabalmente la existencia de la complicidad en el anonimato .
105
deseo citar unos pocos ejemplos más para destacar las m ú lti -
ples consecuencias de este problema .
CASO 12
— —
La señorita F., de 24 a ños de edad, recibió del doctor C que la
había tratado duraote m á s de uo a ño eo marzo de 1954 la recomen -
dació n de someterse a un examen psiqui á trico, de acuerdo con la indi -
caci óo de un eminente médico perteneciente a uo hospital escuela de
Londres. El médico general se sintió muy molesto ante esta compli -
cada situació n triangular, sobre todo porque los resultados no fueron
muy buenos; m ás a ú o, la paciente comenzó a exhibir nuevos s í ntomas.
Cuando ella dejó deslizar la idea de que la causa de sus malestares
pod ía hallarse eo ios "nervios’*, aprovech ó la oportunidad y preparó
un examen psiqui á trico.
La se ñorita F. proviene de una familia rural de la alia clase media.
-
Su actual dolencia comenzó en un internado con intoxicación alimen
—
ticia, la cual afectó a varias aiumoas. Todas excepto la se ñorita F.
retornaron normalmente a sus actividades escolares después de pocos
dias. La misma paciente registró la historia que sigui ó a su enfermedad
—
en la solicitud de examen psiqui á tirco. Dado que este texto revela cla -
ramente su parte de complicidad, citaré verbalmente la solicitud.
"Cuando ten í a quince a ñ os sufr í una intoxicación alimenticia en el
internado en que me bailaba , pero no fue nada grave. Adelgacé mu
cho y me preocupé bascante, porque tem í retrasarme en mis estudios;
-
en realidad, sufr í uo colapso nervioso y se me cayó gran cantidad de
cabello. Me quedé eo casa durante un a ño y gradualmente recuperé
peso; regresé a un internado m á s peque ñ o cuando estuve mucho mejor.
Me hallaba eo esta escuela cuaodo empecé a notar que se me hincha -
ban las piernas, y gradualmente empeoraron duraote cieno per íodo de
tiempo, hasta que mi m édico me prescribió inyecciones de Mersalyl, las
cuales sólo produjeron efecto temporario. Desde eoconces be recibido
numerosas inyecciones tambié n para restablecer mis per íodos mensua --
les ( que hab í an desaparecido completamente despué s de la intoxica
.
ción alimenticia, cuando yo tenia quince añ os ) Las ¿ nyecciooes de
hormonas me mejoraroo no poco y de vez en cuando experimento li -
geros indicios de aparición del per íodo, a veces con intervalos de seis
meses. La falca del per íodo me preocupó bastante, y aun m á s el hecho
y
de que las piernas se me hinchaban tanto me causó gran inquietud
falta de confianza. Hace un a ñ o o a ñ o y medio me apareció un -
zar
puilido muy feo y desagradable. El especialista de la piel dijo que se
306
trataba de tensión nerviosa. No consigo que desaparezca, y parece venir
por ataques, especialmente cuando quiero ir a una fiesta y estar limpia.
También me preocupa el problema econ ómico, Hace nueve meses rom*
pí mi compromiso, pues sent í que mi novio estaba perdiendo inter és
por mi persona. Esto me puso muy nerviosa, y aumentó el 2arpullido
y también la inflamació n de las piernas. Creo que perd í a mi novio
a causa de las piernas y de ese feo sarpullido. Mam á sufrió una grave
operación durante la primavera pasada. Fui a casa para cuidarla. Aho -
ra est á completamente bien. No gan é dinero duraote cuatro meses y la
cuestión económica me preocupó mucho. Me resulta muy dif ícil tran -
quilizarme y aoimarce cuando salgo a algún lado, a una fiesta o a
cualquier otro siuo. Encuentro que me falta confianza'*.
A lo largo de este exteoso informe la joven menciona solamente
un especialista de la piel y a un m édico general, y omite completamen
te el hecho de que ha consultado a uo médico tras otro, impidiendo
-
que alguien asuma la plena responsabilidad del tratamiento. En reali -
•
dad, desde el episodio de la intoxicació n alimendcxa ha estado perma
nentemente bajo cuidado m édico. Eotre los numerosos profesionales a
-
quienes vio se hallaban el m édico de la familia en el campo, y un
amigo de la familia, eminente especialista de un bospital escuela lon -
dinense. Como la joveo viv ía en Londres, cite último le envió a un
m édico general de la misma ciudad, rog á ndole la incorporara a su
--
propia lista y le recetara las drogas, le aplicara las inyecciones y fir
mara los certificados del Servicio Nacional de la Salud. El tratamien
to recomendado consistió principalmente en prolongadas series de in -
yecciones de bormonas destinadas a regular los per íodos, y de mersa
lyl para aliviar la inflamació n de las piernas. A medida que pasaba
-
el tiempo, el doctor C. se sent ía cada vez m ás descontento con el
.
papel que desempe ñ aba, sobre todo porque la se ñ orita F renovaba
continuamente sus quejas y dirig ía cr í ticas severas al doctor Z^ el
eminente especialista. En cierta ocasió n, cuando el docior Z. se hab í a
tomado onas largas vacariooes, las quejas de la joven se tornaron tan
insistentes que el médico general le ordenó se sometiera a un examan
psiqui á trico. Cito su cana de referencia:
Esta muchacha acudió a mi consultorio hace uoo o dos a ños, cuando
ya hab í a estado duraote cieno tiempo bajo el cuidado de un m édico
especialista. Ella sólo deseaba que le recetara, por intermedio del Ser -
vicio Nacional de la Salud, varias drogas que el especialista le bah ía
recomendado. Este último estaba trarando una amenorrea con compli -
cadas combinaciones glandulares. No se me pidió que hiciera nada mis.
107
Su hogar est á en el campo, y durante la semaoa se desempe ñ a como
.
secretaria En el campo, la familia tiene su propio medico.
Luego, la joven desarrolló otros s í ntomas de origen evidentemente
nervioso, calambres en los dedos, de modo que no pod í a mecanogra -
fiar , sarpullidos en el curso de trastornos emocionales, etc., y ella
misma suministró la observació n de que cre ía que todos sus padeci -
mientos eran de origen nervioso. Reacciooó muy positivamente a la
idea de un tratamiento, en vista de que ei tratamiento f ísico no ha
producido ningú n resultado.
Es hija ú nica. Padre jubilado, de 68 a ñ os. Madre, 55 a ños. Los
per íodos menstruales de la paciente comenzaron a los trece a ñ os y
medio, y fueron bastante regulares hasta los quince a ñ os, cuando co
menzó a preocuparse, segú n afirma en . relación con una beca . Las
-
reglas desaparecieron durante vahos meses, y a pesar del tratamiento
glandular, desde entonces sólo se han restablecido muy de tarde en
tarde. Se siente complacida cuando me ve.
Es una muchacha agradable, cordial, m ás bien llana, que provoca
cierta impresi ón de infantilismo e inmadurez. Conquistó una beca en
un buen colegio secundario, de modo que su inteligencia est á por en -
cima del promedio. Superficialmente parece animosa, pero la existen -
cia de numerosas perturbaciones de car á ctec f ísico parecen indicar que
disimula hondos sufrimientos. La inflamació n de las piernas, acaecida
durante la adolescencia, sin causa aparenre, podr í a ser el edema de
Milroy, del cual se supone que es siempre ( por lo que yo sé) conse -
cuencia de un severo trastorno psicológico.
No be tomado la historia psicológica. No deseo tratarla personal
.
-
mente, pues presiento que el caso puede ser dif í cil y prolongado La
env ío para que se la someta a examen, con la idea de que se le apli -
que el tratamiento de grupo, o m á s probablemente el de car á cter in
dividual1.
-
Se trata de una situaci ón bastante t í pica, que se desarrolla
con basta frecuencia cuando cierto n úmero de médicos inter -
vienen en el caso y ninguno asume la responsabilidad de las
decisiones. El m édico de la familia era consultado só lo cuando
la señ orita F. visitaba a sus padres, e interven í a poco en el
1 Era cosa convenida en nuestros seminarios de investigaci ó n que,
cuando enviaba un paciente para la realizació n de un entrevista psi
qui á trica, el m édico deb ía adarar expl ícitamente si deseaba continuar
-
en forma personal el tratamiento del enfermo, y sólo requer ía con
sejo, o si solicitaba que la Cl í nica se hiciera cargo del paciente. Este
-
acuerdo dio frutos satisfactorios para todos los interesados.
108
.
tratamiento El doctor Z. la veía ocasionalmente y muy de pa -
sada, y sólo se interesaba por los s í ntomas f ísicos; al paso que
el médico general , que era quien realmente aplicaba el trata
miento, aunque en postura acentuadamente critica con respecto
-
a su eminente colega por su descuido ante el aspecto psicoló
gico de la dolencia, consideraba embarazoso y quizás in ú til
-
aclararle firmemente que creía de muy escasa utilidad el tra-
tamiento exclusivamente f ísico.
El examen psiqui á trico reveló que esta dif ícil situación era
obra tanto de los profesionales como de la paciente. Impulsada
——
por su estructura psicol ógica tema que no me propongo dis-
cutir detalladamente aqu í la se ñorita F. ten í a que compor-
tarse como una ni ñ a obediente y sumisa . Aceptaba sin resis -
tencia toda clase de consejos e instrucciones, pero luego en
frentaba a cada profesional con todos los dem ás, de modo que
-
en definitiva todas las sugestiones carec ían absolutamente de
valor. Su actitud de dependencia induc ía a todo el mundo a
realizar los mayores esfuerzos para ayudarla, pero la joven los
maniobraba basta colocarlos en una siruación en la cual la
mejor voluntad del mundo de nada serv ía.
Después del informe del psiquiatra el seminario discutió
extensamente qu é pod í a hacer el m édico para salir de la incó
moda situaci ón en que se encontraba. Su problema consist í a en
-
que, por una parte, deseaba ayudar a la paciente; y por la
otra, aunque en actitud cr í tica respecto del doctor Z., no de-
seaba hacer nada que perturbara las amistosas relaciones pro
fesionales que ambos manten ían. Durante la discusió n poco
-
a poco se torn ó evidente que la ú nica esperanza de resolver
esta siruación consist í a en tomar contacto con el doctor Z. y
en convencerlo de la necesidad de presentar un frente com ú n
ante la paciente, pero que ésta no pudiera maniobrar a uno
contra los dem ás. Adem ás, aunque el psiquiatra se manifestaba
m ás que dudoso, resolvimos que este profesional ofreciera ayu
da a la paciente, siempre que ella se manifestara dispuesta a
-
aceptarla. Todos esruvieron de acuerdo, y la mayor ía no to
—
dos consideraron que las cosas comenzaban a orientarse co- — -
rrectamente.
Es muy instructivo observar lo que ocurrió realmente. He
aqu í el informe del doctor C. durante la reunió n siguiente.
Escrib í una detallada carta al especialista explic á ndole exactamente
109
lo ocurrido; que la joven había sido sometida a examen psiqui á trico,
.
y la naturaleza del informe recibido Agregu é que le enviar ía el í Q-
forme, si así lo deseaba . ¿ Estaba de acuerdo en que se realizara UD
tratamiento psicoterapé utico, o deseaba continuar con su tratamiento
f í sico ? El especialista replicó muy breve y cortésmente que la joven
le había informado que se había concertado una entrevista en la Clí -
nica Tavistock , pero sin mencionar que ya había estado all í. "Varias
.
veces habló con mi secretaria, pero nunca mencion ó el hecho Creo que
no cabe duda de qpe padece una lesió n org á nica con retenció n perió
.
dica de agua y perturbaci ón urinaria” Entonces la joven volvi ó a mi
-
consultorio, y cuando le expliqu é que pod í a someterse a un tratamiento
psiquiá trico, me dijo: "Creo que debería volver al consultorio del doc-
tor Z. Ha sido muy amable conmigo", y insisti ó en ello. Le se ñ al é
que ya había duplicado a cuatro o cinco médicos, y que estaba manio-
brando a cada uno de ellos contra los dem ás. En el mismo sentido,
aunque habl ó en varias ocasiones a la secretaria del doctor Z., no men
cion ó que hab í a sido examinada por un psiquiatra, y que abora est á
-
considerando la posibilidad de someterse al tratamiento propuesto.
110
Finalmente , en octubre de 1955:
En agosto le pregunté có mo andaban sus per íodos, contestó que
hab ían sido bastante regulares durante un a ño. Pero nunca hab ía meo »
m
CAPITULO VIII
El médico general y los especialistas llamados en consulta
114
modo mejora . ¿ Puedo sugerirle uoa mezcla de doral y bromuro eo
lugar de ios barbimratos ? "
— —
hija lo mismo que la madre viv í a con un hombre casado
que no pod í a obtener el divorcio. La madre lamentaba esa si -
tuaci ón , quiz ás m ás a ú o porque, puesto que ella misma estaba
115
en falta, no podía desaprobar la conducta de su hija. Y, final
mente, estaban las constantes disputas con la familia de su
-
compa ñ ero, particularmente con la madre. Todos estos facto -
res sugieren que la paciente no habí a sabido resolver satisfac
toriamente sus problemas de relaci ón con los hombres, y menos
-
a ún con las mujeres. Habida cuenta de todos estos elementos,
era por dem ás improbable que los sedantes o los tónicos repre-
.
sentaran la menor ayuda El consejo del especialista, ofrecido
en completa ignorancia de todos estos hechos significativos,
.
era f ú til y sin valor A pesar de lo cual, tan acentuada era la
dependencia ambivalente del m é dico con respecto al respetado
especialista que fue necesario prestarle cierta ayuda antes de
—
que pudiera liberarse en la medida necesaria para criticar la
—
conducta del especialista y la propia en esta colusión
Aunque superficialmente parezca tratarse precisamente de
.
lo contrario de una colusi ón tácita , el próximo tema exhibe
otro sí ntoma del mismo problema. Ocurre con no poca fre
cuencia que el m édico general y su especialista difieren con
-
respecto al sistema de vida recomendable para el paciente. Caso
frecuente de este tipo de desacuerdo es el tratamiento de un
paciente enfermo de hipertensi ó n , sobre todo cuando se han
advertido pequeños signos premonitorios. Por ejemplo, el mé
dico general, que conoce todos los antecedentes, la personalidad
-
del paciente, sus reacciones ante cualquier restricción a su li -
bertad , su tendencia a los temores hipocondr í acos, etc., puede
llegar a la conclusi ó n de que la mejor manera de ayudarlo ser á
preservar su entusiasmo vital y su capacidad de trabajo, aunque
ello implique aceptar ciertos riesgos. El especialista , que sólo
posee un conocimiento superficial de la personalidad del pa
ciente y cuyo juicio se funda esencialmente en observaciones
-
de car á cter f ísico y en impresiones subjetivas, puede creer en
.
la conveniencia de una vida prudente y tranquila La elabo -
—
ración de v ías y medios en virtud de los cuales los dos colabo
—
radores el especialista y el m é dico general pueden infor
marse mutuamente de sus motivos y objetivos plantea un pro
blema extremadamente espinoso.
El médico general, por mucha apreciaci ón que experimente
-
--
ante las posibles tendencias personales del especialista , se ve
obligado por las circunstancias a solicitar la colaboraci ón del
mismo con el fin de dilucidar , por ejemplo, en qu é medida
está afectado el m úsculo card íaco, cu á nta potencia de reserva
316
tiene a ú n , si la función renal est á o no afectada , etc. Personal
mente carece de elementos para obtener estos datos. Otra fuente
-
de inquietud es el hecho de que el médico general nunca sabe
qu é se dir á a su paciente durante el examen o después de é l.
Las instrucciones verbales, sobre todo en un consultorio ex
terno muy atareado, a menudo son suministradas no por el
-
propio especialista, sino por alguno de sus secretarios, o por
su subalterno. El médico general carece de control sobre estas
personas y, de todos modos, de acuerdo con nuestra experien-
cia, los especialistas no se esfuerzan particularmente por super-
visar esta esfera especialmente importante de sus servicios. Por
lo geoeral las cartas que incluyen las observaciones f ísicas son
sometidas a cuidadoso control, para verificar la descripci ón
precisa de los resultados de los ex á menes. Quizás se cuide un
poco menos las recomendaciones terapé uticas trasmitidas al
m édico; con cierta frecuencia parecen un poco esquem á ticas.
—
Pero lo que el personal m á s joven dice al paciente después de
realizados todos los exá menes se deja con raras excepciones
a su "sentido com ú n ", o capacidad de imitar los ipse dicta
del "gran jefe blanco" .
—
La mayor ía de los médicos generales no se atreve a formular
sus desiderata; menos a ú n se atreven a instruir al especialista
sobre el modo de hablar a los pacientes que le env ía , ni a
indicar qué debe decirles o dejar de decirles. Y aunque se atre-
vieran a dar ese paso, me pregunto cu á ntos especialistas segui -
r ían las indicaciones en cuesti ó n y cu á ntos estallar ían de indig-
nación ante tama ñ a falta de respeto. La correspondencia entre
.
el doctor C. y el doctor Z. sobre la señ orita F (Caso 12 ) es
una buena aunque discreta ilustraci ó n del problema .
El resultado de esta mutua evasi ón es el refuerzo de la t ácita
.
colusión en el anonimato El especialista refunfu ñ a sobre los
indolentes médicos generales que escriben superficiales o ab
surdos pedidos de examen y que en nada le ayudan a su atareado
-
personal ; o que, por otra parte, escriben pretensiosas y exten
sas cartas, como si el especialista tuviera tiempo de leer estas
-
.
efusiones y desiderata Particularmente en Londres rara vez el
m édico general y el especialista se re ú nen y tienen tiempo y
oportunidad de intercambiar puntos de vista, inquietudes, plan -
.
teos terapé uticos y medios de realizarlos En las pocas ocasiones
en que el m édico geoeral re ú ne coraje y llama al hospital, o
aun concurre para discutir el caso de su paciente, ocurre casi
117
invariablemente que debe hablar coo un adjunto y no con el
.
especialista A veces s í y a veces no el adjunto, aunque posee
más elevadas calificaciones como posgraduado, es de menor
edad — y quizás tambié n posee menos experiencia —
que el
m édico general, lo cual no contribuye a facilitar la situaci ó n .
Generalmente, el adjunto, para ocultar la falta de confianza
en s í mismo, trata de mostrarse cortesmente superior y lejano,
mientras que el m édico general se muestra al mismo tiempo
complaciente e irritado. En las escasas ocasiones en las que el
m édico general es admitido a la presencia del especialista, el
tiempo disponible es tan breve y la relaci ón entre ambos tan
tensa que rara vez resulta posible realizar un examen exhausti-
vo del problema, y los dos profesionales se separan sin que
ninguno haya asumido expl ícitamente la total responsabilidad
del caso, con lo cual mantienen la norma de complicidad en
el anonimato. El Caso 27, citado en el Capí tulo XVIII, es buen
ejemplo de este tipo de situación.
Otro ejemplo de desacuerdo que enmascara la complicidad
en el anonimato ocurre cuando el m édico general y su espe-
cialista difieren fundamentalmente sobre el m é todo terapé utico
a aplicar en determinado caso. El Caso 14 constituye una im -
--
presionante ilustración de tan desagradable situación. Al mis
mo tiempo muestra nuevamente de qu é modo las pautas men
tales del paciente contribuyen primero a crear , y luego a poner
en funcionamiento esta complicidad, de modo que los dos mé-
dicos resultan implicados personalmente mucho m ás de lo que
hubieran deseado, y ciertamente m ás de lo que es conveniente
desde el punto de vista del tratamiento. En octubre de 1954 el
.
doctor B present ó el siguiente informe:
CASO 14
Se ñ or I., de 33 a ñ os, se encuentra al cuidado de un psiquiatra, y
ha estado tomando metedrina. Durante las tres horas siguientes a la
inyección de metedrina se sienta y escribe sus experiencias y recupera
toda clase de recuerdos. Luego lleva este material al psiquiatra, para
que éste lo lea. Lo conozco desde hace cieno tiempo. En varias ocasio -
nes ha sufrido trastornos agudos. Esta vez lo revisé porque ten ía bron -
quitis e inflamació n de garganta. Mientras proced ía a tratar sus do -
lencias f ísicas, comenzamos a discutir los problemas mentales que lo
118
.
«quejaban Ahora ha llegado al punto de derrumbe, ha cedido coro -
pletameore y se ha puesto en cama.
Es uno de cuatro hermanos. El padre fue hombre de empresa, y los
manten ía hijo estricto control; ei paciente estaba í ntimamente ligado
a uno de sus hermanos, muerto ec la guerra; despu és de este hecho
sufrió su primer quebranto. Luego se casó por primera ver, con una
hermana de la esposa de su hermano favorito; pero viv ían disputando
constantemente. Vino a verme hace un a ñ o y medio, en estado de alta
tensió n nerviosa. Lo asist í cieno n ú mero de veces y consiguió superar
la fase aguda. Luego, me enteré de que se hab ía casado por segunda
vez, hace de esto tres meses ( verano de 1954 ).
Los problemas actuales se relacionao con el segundo matrimonio.
El presente episodio empezó porque su esposa usó un collar regalado
por un ex novio. El paciente desarrolla su estado de agresividad muy
aguda, que es incapaz de controlar, y hoy me dijo que se sent ía capaz
de lastimar a su esposa. Ha entrado en un estado de despersonaliza -
ció n . Deb ía acudir al tratamiento la semana pasada , pero oo con -
currió. Se ha formalizado una cita para este sá bado. Siento que el tra -
tamiento a que se le ha sometido ha movilizado buena cantidad de
material inconsciente de ansiedad que oo bah ía sido absolutamente
superado. La metedrioa empeora considerablemente su estado. Hablé
por teléfono con el psiquiatra, y le preguoré si no creía m ás conve -
niente apelar al tramiento anal í tico. Contestó que no lo cre ía de nin-
guna utilidad en casos depresivos, y que el paciente sufrir ía esos ata -
ques de tanto en tanto, pero que el tratamiento con metedrina aliviar ía
los accesos de ansiedad aguda . Por el momento no se muy biea qu é
hacer con este hombre.
— —
l í tico, pero el paciente cuando se vio amenazado de colap-
so hab í a acudido al psiquiatra sin consultar antes con su
m édico. Algunos médicos del seminario se expresaron vigoro-
samente en relaci ón con esta aciirud, y declararon que perso-
nalmente se hubieran negado a mantener contacto con un pa-
ciente de conducta semejante. Sin embargo, el doctor B. sostuvo
que el hombre era su paciente , que sufr í a de una doleacia con
s í ntomas tanto f ísicos como mentales; el hecho de que el hom -
bre hubiera concurrido al consultorio del psiquiatra contravi -
niendo e! consejo del médico y a sus espaldas , consum í a sim-
119
plemente un acto de car ácter emocional, sólo un sí ntoma m ás.
Luego inform ó en detalle los últimos desarrollos.
Examin é la situació n con el paciente. Le dije que, dado que yo era
su m édico general, deb ía adoptar decisiones sobre las l í neas generales
del tratamiento, y que me pondr ía en contacto con el otro m édico;
el paciente se manifestó de acuerdo. Pero cuando convers é con el
psiquiatra éste mostró muy escaso esp íritu de cooperació n . Se opuso
terminantemente a mi sugesti ón de que pod ía existir algú n tratamiento
alternativo. Má s o menos dio a entender que, en mi condición de mé -
dico general, no conoc ía psiquiatr ía.
--
Creo que los detalles enunciados son suficientes para expli
car por qué los dos médicos chocaron . Aparentemente el desa
cuerdo se refer í a al m é todo psicoterapéutico adecuado. Como
argumento definitivo, el psiquiatra se ñ aló la diferencia de je-
rarqu í a profesional eatre é l mismo y el médico general, argu
mento que dejó a este último sin posibilidad de replicar, como
-
no fuera con su indignada cólera. Dado que ya conocemos bas -
-
tante de la din á mica del caso, f ácil nos es comprender la inu
tilidad de este tipo de disputa. El desarrollo habitual de estas
situaciones (como lo demuestran dos casos anteriores 12 y 13),
consiste en una sucesión de refunfu ñ os del médico general y
del especialista , los cuales se arrojan uoo al otro la responsa
bilidad del caso. Por excepció n en este caso el m édico general
-
121
pose í a suficiente versación en medicina psicológica como para
aclarar personalmente la parte principal del cuadro dinámico.
Se hallaba en la desusada situación del que se sabe mejor in-
formado que el especialista, y tuvo el valor y la perseverancia
necesarios para resolver el espinoso problema . Más a ún , cuando
la discusi ón realizada en el seminario le permitió comprobar
que buen n úmero de sus colegas no cre ían que su oposición
al psiquiatra constitu í a una falca de etiqueta , asumi ó la tota )
responsabilidad del caso. Por eso quizás sea interesante citar
textualmente su descripción retrospectiva, fechada en marzo
de 1955, de los incidentes de este per í odo:
122
analista. Actualmente, el trabajo de an álisis del paciente est á realizando
buenos progresos.
123
CAPÍ TULO IX
125
bas por un psicólogo y entrevistado por un psiqu íatra ( general
mente el jefe del seminario ). Los resultados de los test y de las
-
entrevistas con el psiqu í atra eran informados luego en nuestras
conferencias, y sometidos a despiadado escrutinio. La prueba
final del valor de estos informes, de influencia directa sobre
el prestigio tanto del psicólogo como del psiqu íatra estaba dada
por la medida en que ayudaban al m édico a mejorar el trata
miento del enfermo.
-
Se trata de una prueba muy severa , como lo puedo ates-
tiguar a través de mi experiencia directa. Ni yo ni los psicó
logos que intervinieron en la investigación hallamos agradable
-
aceptar que algunos de nuestros informes no eran otra cosa
que lindas frases, en las que se repet ía de un modo un poco
diferente hechos que el m édico ya se sab ía de memoria, y que,
por consiguiente, apenas contribu í a a aliviar su pesada tarea.
La ’’complicidad en el anonimato” discutida m ás arriba, su
ministra un excelente recurso para esquivar esta autocr í tica, a
-
menudo demoledora . El especialista no necesita comprender la
futilidad de sus informes, y puede continuar encaramado en su
seguro y "eminente” pedestal; el doctor puede refunfu ñar y
sentir que su despectiva opini ó n sobre el in ú til y pretencioso
especialista est á plenamente justificada y que, por lo tanto, na -
die necesita hacer nada. Nuestro sistema, que obliga a enfren
tarse como ¡guales a especialistas y a m édicos generales, cierra
-
todas las v ías de escape. Reconocemos que nosotros, como todo
el mundo, hemos tenido casos ea los cuales poco o nada pod í a
hacerse; tambié n esta eventualidad debe ser aceptada expl í cita -
mente, asumiendo la total y franca responsabilidad del diag
n óstico. -
Sin embargo, hay otras razones por las cuales es tan dif ícil
cambiar este estado de cosas. La "complicidad en el anonimato”
domina el campo, tanto en medicina como en educaci ó n, y
en gran parte por id é nticas razones. En ambas esferas el peso
de la responsabilidad es excesivo, y todos, incluso el paciente,
naturalmente tratan de aliviarlo complicando a alg ú n otro o,
si ello es posible, a muchos otros. Puede hablarse en estos casos
de un proceso de dilució n de la responsabilidad ,' TIMO la edu
cación como la medicina se vieron obligadas a crear instirucio-
-
trasfcrido del modo usual a la Cl í nica, la cual eventualmente se hac í a
cargo del mismo; es decir, el enfermo dejaba de ser responsabilidad
del m édico.
126
nes y mecanismos pr á cticos que permitieran que esta diluci óo
tuviera lugar de un modo f á cil y llano, a menudo hasta llegar
al extremo del anonimato total. A medida que se generaliza esta
disminución de responsabilidades, todos los interesados est á n
dispuestos a ingresar en la complicidad del anonimato.
Desde el punto de vista del paciente, esta situación es seme
jante a la muy conocida en la que un solo ni ñ o debe enfrentar
-
a todo un mundo de adultos, quienes tratan de educar al in
fante de acuerdo con las particulares normas de cada uno;
-
es decir, de acuerdo con nuestra terminología , en cumplimiento
de la "funci ón apost ólica" del adulto. (Véase Capí tulos XVI
XVII ). "Los adultos" adoptan de un modo an ónimo decisiones
-
vitales para el ni ñ o. Si todo marcha bien, los adultos interesados
— padres, parientes, amigos, la escuela , la cl í nica especializada
—
en problemas infantiles, etc. se sienten justamente orgullosos
y satisfechos. Si algo anda mal, nadie asume la responsabilidad
individual. Todo el que conozca , como profesional o como
simple particular , el ambiente que rodea a un ni ñ o con pro -
blemas, sabe cu á n lamentablemente ciertas son estas dos afir -
maciones.
No es extra ñ o, pues, que en el caso de un " paciente con pro -
blemas" la semejanza de situaciones movilice todas las ansie
dades, animosidades, temores y frustraciones, la ciega confianza
-
y las hondas sospechas de sus primeros a ñ os. Este hecho explica
por qu é tantos pacientes regresan al empleo de métodos sor-
prendentemente infantiles en sus relaciones con el m édico o
los médicos; por ejemplo, absoluta subordinaci ón, y adhesió n
fiel a cada palabra del m édico; o, por otra parte, rebeld í as casi
descabelladas, que los impulsa a ridiculizar y menospreciar to
das y cada uaa de las sugestiones del médico; y, finalmente, un
-
mé todo particularmente fastidioso, el maniobrero h á bil de un
m édico contra el otro.
La señorita F. y el se ñ or L, los casos 12 y 14 constituyen no -
tables ejemplos de esta terrible habilidad de ciertos pacientes,
capaces de paralizar al m édico de mejor voluntad , complicá n -
dolo en esté riles conflictos con sus colegas.
En la esfera de la profesi ón mé dica, la complicidad en el
anonimato es un mé todo destinado a aliviar el peso de la res -
.
ponsabilidad Otro, de igual importancia, consiste en la per
- .
petuació n de la relación maestro alumno Es muy natural que
-
el m édico, obligado a enfrentar un problema dif ícil en el curso
127
de su pr áctica, pida consejo, e igualmente natural que lo pida
—
a quienes lo formaron, o a sus pares los especialistas . Los
—
mira con respeto y admiració n , y espera que sepan m ás que él.
Refuerza su esperanza el hecho de que la pr áctica actual de la
medicina es apenas m ás que la suma total de las diversas es
pecialidades x. -
Los inmensos éxitos de los últimos siglos han sido alcanzados
en el terreno de las diferentes especialidades, y bajo el influjo
de esta sucesión de triunfos ciertamente reales, los m édicos tien-
den a olvidar que ha debido pagarse cierto precio por ello
Hoy, todos afirman que cuando un paciente est á enfermo, toda
.
su persona está enferma , y no tan sólo su piel, su estómago,
su corazón o sus ri ñones. Aunque verbalmente se rinde cons-
tante homenaje a esta verdad , por desgracia , en la pr áctica
m é dica cotidiana se la ignora. Supongamos que el m édico ha
llegado a la conclusión de que toda la personalidad de un pa
ciente está enferma: ¿ Podrá informarle alguien, en ese caso, a
-
qu é especialista consultar si surge alg ú n problema o dificultad ?
Comparemos, en cambio, este embarazoso problema con la fa-
cilidad con que puede enviarse el paciente al correspondiente
especialista para que proceda a examinarle el pecho, a otro en
consulta sobre cierta ú lcera duodenal, a un tercero sobre la
afecci ón de la piel que presenta una enferma , y así por el estilo.
En estos casos, ning ú n médico abriga la menor duda sobre los
pocos especialistas entre los cuales elegir á; pero cuando se trata
realmente de enfermedad de la persona total, só lo le resta du
dar y preguntarse a quién acudir en busca de ayuda .
-
No es extra ño, pues, que sobre todo en estos casos compli
cados, el m édico general se muestre renuente a aceptar la total
-
responsabilidad de su paciente. Resulta igualmente explicable
que el especialista a quien se ha pedido opini ón , y de quien
se espera ayuda, prefiera suministrar algunos consejos en lugar
de confesar que no est á en condiciones de decir nada , y que ni
siquiera sabe a qui é n ser í a posible pedirlos.
Volvamos al embarazoso problema: ¿ A qui é n consultar cuan
do el m édico general llega a la conclusi ón de la enfermedad
-
afecta a la persona total ? ¿ Y si se acudiera al psiquiatra ? Des
pu és de todo, aunque hablamos de la mente y del cuerpo, sólo
-
1 Un médico general de mucha experiencia, bastante desilusionado ,
me dijo lo siguieote: “Acrualmente, el m édico sólo necesita conocer
unas veinte recetas y las direcciones de unos treinta especialistas.”
128
c! cuerpo ha sido dividido eotre las diversas especialidades ma -
yores y menores; la mente -tanto teó rica como prácticamente
se ha mantenido m ás o menos indivisa. Ser í a justo esperar que
—
la psiquiatr í a constituyera la respuesta cabal a nuestro intrin
cado problema.
-
En mi condici ó n de psiquiatra, lamento reconocer que tam
poco la psiquiatr í a satisface a esta necesidad, y que a menudo
-
sus deficiencias son m ás graves a ú n que las de otras especia
lidades. La razón de este fracaso reside en la existencia de cierto
-
n úmero de dificultades, propias del estado actual de la psi -
quiatr ía, pero ausentes en el caso de las restantes especialidades.
Los m édicos generales informan frecuentemente que experi
mentan dificultades mucho mayores cuando sugieren a uno de
-
sus pacientes que consulte a un psiquiatra que cuando proponen
cualquier otro tipo de examen . Esta dificultad innegablemente
mayor se debe a un sentimiento general compartido por el m é
dico y por su paciente. Analizaremos posteriormente esta re
-
-
sistencia general contra la psiquiatr ía. De modo que por el
momento dejaremos de lado los temores del paciente y la vincu
lación del propio médico con esre problema. Evidentemente,
-
el médico que cree que un examen psiqui á trico es una especie de
estigma tropezar á con mayores dificultades cuando quiera en
viar a su paciente, que el profesional para quien el examen
-
psiqui á trico es cosa sobrentendida . Aparte de este problema
personal , es decir, individual, existe aqu í una dificultad de ca-
r ácter general, y en este capí tulo me propongo examinar sólo
el aspecto determinado por la relaci ón del médico con los es
pecialistas llamados en consulta.
-
-
El env ío de un paciente a una consulta psiqui á trica ( en reali
dad , a cualquier tipo de consulta especializada ) es cosa mucho
m ás complicada que pedir , por ejemplo, un test bacteriol ógico
o una radiograf ía. El único punto de contacto de ambas solici
tudes consiste en el que el m é dico general pide un examen que
-
no est á en condiciones de realizar personalmente; pero mientras
para el an á lisis bacteriol ógico sólo es necesario disponer de
una muestra, para la entrevista psiqui á trica es preciso encarar
al paciente en su integralidad. Ello implica mucho m ás de lo
que a primera pudiera creerse. Un examen psiqui á trico cabal
no puede omitir ninguna de las relaciones humanas importan -
tes del paciente, incluidas las que tiene con el m édico; es decir ,
para decirlo de un modo un poco exagerado, el psiquiatra no
129
sólo examinar á al paciente, sino tambi é n, y en considerable
proporci ón, al propio m édico. Coa ello no me refiero solamente
a sus posibles errores de diagn óstico sino tambié n
— — y quizás
principalmente , a su particular forma de encarar los proble-
mas de personalidad del paciente. Este tipo de amenaza se
— —
halla presente hasta cierto punco con independencia de la
naturaleza de la especialidad de que se trate, pero en ninguna
esfera reviste tanta gravedad como en el campo psiqui á trico.
Cuando se contempla la situaci ón desde este punto de vista se
comprende por qué algunos m édicos generales piensan el asun -
to dos veces antes de entrar en consulta con un psiquiatra.
Adem ás de esta complicación de carácter subjetivo, existen
tambié n razones objetivas en virtud de las cuales un m édico
general vacila antes de enviar un paciente ai psiquiatra. Pronto
descubre que en la mayor ía de los casos las recomendaciones
del psiaquiatra no producen mayores resultados; m ás a ú n, estas
recomendaciones parecen destinadas m ás bien a salvaguardar
los intereses del consultorio psiqui á trico de que se trate de
ayudar al m édico. Algunas de estas recomendaciones rutinarias
podr ían incluso provocar efectos bastante negativos en las re
laciones del m édico general con su paciente. Lo cual, me temo,
-
constituye una severa acusaci ón contra nosotros, los psiquiatras,
de modo que conviene que comencemos por revisar algunas de
estas recomendaciones rutinarias.
Supongamos que el psiquiatra decide que, en este o en aquel
caso, corresponde aplicar la "apropiada ” psicoterapia ( o psico-
an á lisis ) pero por su parte no dispone de tiempo para atender
el caso, ni sabe cu á ndo podrá hacerlo. ¿ Qu é har á en este caso
el médico general ? Es probable que el paciente haya aceptado
su consejo de mala gana, con aprensión y recelo y que, por
así decirlo, haya abandonado la protección que obten ía de sus
bien probadas defensas para conseguir del especialista ayuda y
tratamiento. Para el paciente esta nueva situaci ó n puede sig -
nificar, y en realidad a menudo así es, que el m édico general
no se considera en condiciones de encarar la dolencia. El psi -
quiatra llamado en consulta confirma esta opinión, pero no
ofrece ayuda concreta, ahora o en el futuro ¡amediato. ¿Cómo
reaccionará este pobre paciente, que ahora no sabe en qué apo-
yarse, cuando deba aceptar la ayuda de inferior jerarqu ía que
le ofrece el médico general, y qu é debe hacer este ú ltimo en
130
Q0C CS90 ? Consideradas las cosas desde este ángulo, es, evidente
que
H la consulta ha empeora do consider ablemen te la situació n.
Igualmente negativos son los efectos de la opinión que a
menudo se formula: "Por el momento no podemos hacer gran
cosa por el paciente; no est á bastante enfermo ( es decir , para
nosotros )”. Algo parecido ocurre a menudo con los casos límite
enviados al consultorio externo de un hospital de enfermos
men ules. ¿ Acaso el m édico general debe recomeodar a su pa
ciente que se apresure a empeorar para merecer que se le preste
-
ayuda, o conviene que contin úe sufriendo para evitar el trata
miento? Tambi é n en este caso la entrevista psiqui á trica ha
-
empeorado la situación.
Luego, cada médico general dispone de una colecci ó n prá cti
camente inagotable de opiniones psiqui á tricas que no van m ás
-
allá de esta recomendación: "tranquilice al paciente y dele
—
alg ú n sedante o un tó nico O aun ambos . Auoque las entre
vistas psiqui á tricas que desembocan en este tipo de recomen
-
-
dación no ayudan gran cosa a los médicos, éstos reconocen de
buena gana que prefieren este tipo de desilusió n , porque por
lo menos no empeora dr ásticamente la situación. Sólo significa
que el paciente debe contar con una esperanza menos, pero en
todo caso no se deteriora la confianza del enfermo en su m édico,
ya que el especialista tampoco demostró saber m ás.
Otra fuente prácticamente inagotable de quejas son los pro
pios informes psiquiá tricos. En primer término, siempre llegan
-
demasiado tarde. Es verdad que muchos pacientes esperan que
su médico reciba el resultado de la entrevista al d í a siguiente.
Es evidente el motivo de su impaciencia. Todos los exá menes
realizados por especialistas, pero particularmente las entrevis -
tas de car ácter psiquiá trico, sueleo suscitar temores y estados
de ansiedad , y se espera con inquietud el resultado. Toda de -
mora parece siniestra. Por desgracia, aparte de esta tardanza
subjetiva, es frecuente que los informes lleguen realmente con
demora. En segundo lugar, gran n úmero de informes psiquiá -
tricos son excesivamente breves y contienen poco m ás, y a veces
menos, de lo que el médico general ya conocí a sobre su pa
ciente. Tampoco ayuda al m édico general la inclusi ón en el
-
informe de uno o dos marbetes diagnósticos. Sabe bien, como
ya he tratado de demostrarlo en el Capí tulo IV, que estos mar -
betes apenas describen los verdaderos procesos patológicos y
que no sugieren ideas sobre una posible terapia racional. En
1S1
el mejor de los casos son diagn ósticos de sí ntomas, no de en -
fermedades. No altera su limitada utilidad el hecho de que
estos rótulos diagn ósticos cambien con arreglo a la moda pre -
dominante en el campo psiqui á trico. En el transcurso de mi
vida he sido testigo del cambio de moda, de la neurastenia a
la psicastenia , luego al car ácter neurótico, y recientemente a la
angustia o estados depresivos; pero lo que no ha cambiado es
el grado de colaboraci ón recibida por el m édico gracias a la
descripci ón del paciente mediante cualquiera de estos nombres.
Finalmente, est á n los informes novelados, no muy frecuentes.
Debido a que algunos psiquiatras tienen buen estilo literario,
estos informes novelados a menudo resultan agradable lec -
tura. Por desgracia , suelen acabar en la f ú til recomendaci ón
de que se tranquilice al paciente, y se le suministre fenobarbital
y tó nicos. Este libro incluye ejemplos de los informes breves
y de los novelados, como prueba de que mi descripción no es
fruto de la exageración .
Hasta ahora hemos criticado principalmente al especialista ,
lo cual es por cierto injusto. Hay , naturalmente, m é dicos ge
nerales que, por una u otra razón no se molestan cuando se
-
los limita al papel de proveedores de drogas. De acuerdo con
los relatos que circulan entre los especialistas y sus adjuntos,
estos m édicos se muestran indiferentes, indolentes, y aun del
todo desinteresados. El famoso y siempre repetido sonsonete:
‘ corazón
— por favor , revise y aconseje ” resume admirable
.
mente todas estas historias A estar de los especialistas, la pro
-
-
porci ón de pedidos de consulta de esta ciase es bastante ele -
vada ; a estar de los médicos generales, los especialistas tratan
a la mayor ía de los m édicos, aun a los que desean discutir a
fondo sus respectivos casos, como si todos pertenecieran a la
clase de los indiferentes. Nuevamente tropezamos con la acti
tud que consiste en esquivar la responsabilidad, es decir, con
-
la complicidad en el anonimato.
.
Es imposible dilucidar claramente la situación real, y ded
dir en qu é medida cada grupo tiene razó n o yerra. Constituir ía
-
un valioso trabajo de investigación reunir y revisar buen n ú
mero de las cartas mediante las cuales los m édicos generales
-
remiten a sus pacientes, y los correspondientes informes de los
especialistas. No se trata de una empresa imposible, ya que casi
todos los hospitales archivan meticulosamente la corresponden
cia, de modo que la búsqueda podr ía remontarse a muchos anos
-
132
atrás. El hecho de que esta investigación no haya sido realizada
por alg ú n organismo responsable como el Consejo de Inves-
tigaciones Médicas, o la Asociación Médica Brit á nica es otro
sí ntoma de la complicidad del anonimato.
De todos modos, sea cual fuere la auté ntica situaci ó n, debe
reconocerse que algunos médicos general no merecen y qui -
zás ni siquiera recibir í an con agrado un informe detallado y
bien fundado del especialista. En el caso de estos profesionales,
las cartas criticadas en los dos capí tulos anteriores consticuyen
quizás una institución comprensible.
Debemos retornar ahora al problema que nos plantea el
enfoque de esta dif ícil y embarazosa situaci ó n. Toda propuesta
debe ser capaz de responder a dos problemas muy intrincados,
los cuales son, en realidad, dos variantes de la misma cuestión
fundamental. La primera variante formula la siguiente pregun -
ta: ¿Quié n se hallar á a cargo del caso y aceptar á la plena e
indivisa responsabilidad del paciente ? Nos inclinamos a res -
.
ponder que esa persona debe ser el m édico general Sin em -
bargo, esta proposición implica que el m édico general debe
ser m ás independiente de los especialistas que colaboran con
é l, y debe asumir la responsabilidad complementaria de exami -
nar m á s cuidadosamente a sus pacientes para estar en condi-
ciones de formular — cuando realiza su pedido de examen —-
los interrogantes especí ficos que plantea al especialista. Tam
bié n debe aprender a criticar, con firmeza pero con simpat ía
ios informes y las recomendaciones de los especialistas, y a
estimarlos en su valor real. Lo ú ltimo, pero no lo menos im-
portante, debe aprender a reconocer los limites del consejo y
de la ayuda que es prudente esperar de sus especialistas. En las
pá ginas anteriores hemos discutido cierto n ú mero de razones
que explican por qu é los m édicos generales no se muestran , en
general, muy ansiosos de sumir esta responsabilidad adicionaL
La otra variante pregunta cu á l ha de ser el papel del espe-
cialista en relaci ón con el m é dico general; ¿ debe desempe ñ ar
la función de experto ayudante, o la de mentor y maestro? La
implicaci ón de esta formulaci ón es bastante clara, pero me
propongo ilustrarla con un ejemplo. Si el médico env í a una
muestra de sangre a un laboratorio, recibe un informe del ex »
--
pr áctica general y , en considerable medida, de la medicina psi
cológica. Por eso creo que ni el médico general ni el psiquia
tra de orientaci ó n psicológica tienen otra alternativa que no
sea la de aceptar este pesado honor , y que la investigaci ó n debe
ser realizada conjuntamente por ellos, aunque la parte del
leó n probablemente corresponderá al m édico general Cabe .
agregar que no estar á solo en la empresa . Ciertamente podr á
reclamar la cooperaci ó n y la ayuda de sus especialistas, pero
éstos sólo podr á n ser sus expertos colaboradores. El hecho en
sí no ser á novedad en el campo médico. De manera exactamente
paralela la actual investigació n especializada necesita y utiliza
la ayuda de la qu í mica , la anatom í a, la fisiolog ía , la patolog í a,
—
—
la radiología, la bacteriolog í a, etc. pero el especialista a cargo
del enfermo permanece constantemente en el centro del tra
bajo de investigaci ón. En la investigaci ón de la patolog í a de
la personalidad total, la novedad consistir á en que el centro se
-
hallar á ocupado por el médico general y tus pacientes. Ya se
advierte la necesidad de este tipo de investigaci ó n, y la misma
revista car ácter apremiante. Por lo tanto, corresponde que los
m édicos generales respondan a la demanda.
En resumen , algunos de los más importantes factores del
tri á ngulo m édico-especialista -paciente, que a veces confieren
innecesaria tensi ón a las relaciones entre los tres t é rminos, son
los siguientes:
( 1 ) Preferencia por el diagn óstico de enfermedades f ísicas,
y la tendencia a recomendar, siempre que ello es posible, tra
tamientos u operaciones de car ácter f ísico, aun en los casos en
-
que ese temperamento no se encuentra plenamente justificado.
( 2 ) El abrumador peso de la responsabilidad , ante la que
cada una de las tres partes reacciona derivando parte de ella
1S7
a las otras dos, de todo lo cual resulta una casi institucional
complicidad en el anonimato.
( 3) La perpetuación de la relaci ón maestro- alum no entre el
m édico y el especialista , con escasa sujeción a la realidad de la
situación.
( 4 ) La falta de comprensi ó n suficiente de las tendencias re
gresivas del paciente dentro de esta relació n triangular, espe-
-
cialmente de su inclinación a maniobrar a un profesional con -
tra el otro o los otros.
(5 ) La falta de utilidad concreta de muchos informes de
especialistas, particularmente cuando se refieren a aspectos psi -
cológicos ; y los informes de los psiquiatras no constituyen ex-
cepción a esta regla.
Una real transformación positiva só lo puede ser resultado
de la investigació n de largo alcance sobre la patología de la
personalidad total, en relación con el m é todo que hemos des -
crito anteriormente con la expresió n "nivel m ás profundo de
.
diagn óstico” A medida que los problemas propios de este
campo se conviertan en el problema de la prá ctica general, na -
die sino el m édico general podr á encarar la investigación.
138
S E G U N D A P A R T E
PSICOTERAPIA
CAPITULO X
Consejo y confortamiento
— —
por el médico; la función del paciente aunque no omitida
absolutamente ocupó un lugar de importancia secundaria en
nuestra exposici ón.
En nuestra reseñ a vimos al paciente, quien en su estado toda -
v ía "desorganizado” realizaba varios "ofrecimientos” de enfer
medades a su m édico, mientras éste respond ía a las sugestiones
-
rechazando algunas y aceptando finalmente una. Un aspecto
importante de la respuesta del médico es el proceso de "eli
minaci ón mediante ex á menes f ísicos apropiados”, que resulta
-
en la organizació n de cierto orden jer árquico, tanto de las en
fermedades como de los pacientes. Bajo el influjo de la respuesta
-
del m édico, suele alcanzarse con cierta frecuencia alguna forma
de "acuerdo" entre el profesional y su paciente, de modo que
la enfermedad entra en su fase "organizada".
El paso siguiente nos llev ó a analizar las complicaciones pro-
vocadas por la gran responsabilidad que el médico debe sopor -
tar en beneficio de su paciente. Si la carga resulta excesiva
mente pesada , se solicita la ayuda de los especialistas. Conse
--
cuencia imprevista , pero quizás no totalmente indeseada de
este mecanismo es la "dilució n de responsabilidad " por obra
de la "complicidad en el anonimato" y de la " perpetuaci ó n de
la relació n maestro-alumno”.
141
Pero ahora hemos llegado al terreno de la terapia. ¿Qu é se
espera del médico general, y qué hace realmente por sus pa -
cientes? Se admite en general que por lo menos un cuarto a
un tercio del trabajo del m édico consiste en psicoterapia pura
y simple. Algunos investigadores elevan la proporci ón a la mi -
tad , o a ú n m ás, pero, cualquiera sea la cifra, subsiste el hecho
de que la actual formaci ón m é dica no prepara adecuadamente
al m édico general para afrontar por lo menos una cuarta parte
del trabajo que debe realizar.
Aunque muchos m é dicos generales experimentan agudamente
la necesidad de comprender mejor los problemas psicológicos
y de adquirir mayor capacidad terapéutica , se muestran reacios
a aceptar la correspondiente responsabilidad profesional. La
razón m ás frecuentemente aducida consiste en que ya tienen
demasiado que hacer , segú n está n las cosas, y en que les es.
imposible sentarse y consagrar una bora a un solo paciente cada
vez, semana tras semana . Aunque el argumento parece de mu -
cho peso, en realidad carece de fundamentos sólidos. Es verdad
que organizar y mantener una relación psicoterapéutica ade
cuada lleva mucho m ás tiempo que recetar un frasco de medi
-
-
cina. Sin embargo, a la larga , puede conducir en numerosos
casos a ahorrar mucho tiempo en beneficio del m édico y de su
paciente ( y dinero de la cuenta de drogas del Servicio Nacio -
.
nal de la Salud ) Los casos 12, 16 y 18, entre otros muchos,
prueban ampliamente la verdad de nuestra afirmaci ón .
Como ya hemos visto en los capí tulos anteriores, en la ma -
yor ía de los llamados casos psicológicos el curso concreto del
tratamiento consiste en recetar casi mecá nicamente algunos
sedantes, si el paciente no está deprimido, y un '‘ tónico ”, si lo
está . Cuando estos recursos fracasan, se consulta a varios espe-
cialistas, de lo cual resultan generalmente algunos informes
'‘ tranquilizadores”, en el sentido de que no se ha comprobado
la existencia de ninguna dolencia f ísica. EventuaLmente se con -
sulta a un psiquiatra, a menudo no como parte de una pol í tica
deliberada, sino m ás bien jaute de mietix. Sin embargo, este
tipo de conducta es fruto tanto de las dificultades del psiquia -
tra como de las que debe afrontar el propio m édico general.
Es de conocimiento general que los servicios psiqui á tricos pa -
decen penosa desproporción con la demanda, en permanente
desarrollo; está n colmados de pacientes, y en consecuencia el
psiquiatra se ve obligado a entresacar y elegir. Una vez acep -
142
tado el paciente, se lo incluye en la lista de candidatos que es -
peran turno, y suele ocurrir que se pierda completamente para
el m édico general. Si el paciente no es aceptado, el informe
enviado al m é dico poco contribuye a su labor psicoterapé ueica ,
como no sea aconsejá ndole la prescripción de sedantes o de
tónicos.
Confinado a sus propios recursos, el m édico, a menudo con
cierto sentimiento de vergüenza , receta alg ú n placebo y ofrece
consejos o un poco de charla “ reconfortante”. ( Una broma
bastante com ú n es la que consiste en preguntar: “Reconfortan -
.
te . . pero, ¿ para qui é n ? ” ) Luego, est á n los defensores de la
psicología del "sentido com ún ”, que aconsejan al paciente to-
marse unas vacaciones , cambiar de empleo, dominar los ner-
vios, no tomar las cosas demasiado en serio, abandonar el bogar,
casarse, tener un hijo, o no tener m ás hijos, apelar a algú n an-
ticonceptivo, etc. Ninguna de estas recomendaciones es nece-
sariamente erró nea , pero la falacia consiste en creer que el
médico de experiencia ya posee suficiente psicolog í a de "sen -
tido com ún ” como para resolver todos los problemas psicoló-
gicos o de personalidad de su paciente. La cirug í a menor no
autoriza , por ejemplo, a tomar un cuchillo bien afilado o una
herramienta com ú n de carpinter ía para realizar con estos ins -
trumentos operaciones menores. Por e! contrario, el profesio-
nal debe observar cuidadosamente las reglas de asepsia y anti-
sepsia, debe conocer bastante a fondo las t écnicas de la anestesia
local y general, y debe ser capaz de utilizar el bistur í, el for -
ceps y la aguja , herramientas del cirujano profesional. Exacta -
mente lo mismo se aplica al caso de la psicoterapia en la pr ác-
tica general. La aplicación de los m étodos emp í ricos aprendidos
en la vida cotidiana son de tao limitado valor en la psicotera -
pia profesional como lo son el trinchante y el destornillador
en cirug í a.
Para demostrar la limitada utilidad de los consejos y con-
fortamientos de "sentido com ú n ”, deseo citar un • caso en el
cual este m é todo fue el úaico empleado. El doctor S., a pesar
de las severas cr í ticas del seminario, no traspas ó los lí mites
tradicionales de la medicina: redact ó una historia cl í nica, efectu ó
el examen f ísico cuando lo creyó necesario, " tranquilizó” al
paciente, y le suministró consejos de "sentido com ún ”, en el
estilo paternal que es propio de su car ácter. Por lo tanto, la
señ ora B. jam ás recibió psicoterapia , y ni siquiera se la sometió
143
a examen psicológico. Sin embargo , muchos detalles de su
historia cl í nica, sagazmente observados, permitieron al semi-
nario percibir aspectos de los mecanismos y problemas impl í -
citos en el caso. As í , pudimos seguir los altibajos de la historia
de su enfermedad , criticar la técnica del m édico , y apreciar
comprensivamente el éxito limitado que logró.
En mayo de 1953 el doctor S. mencionó nuestro Caso 15.
CASO 15
Señ ora B., de 24 a ños, a quien he conocido desde que ceu ía 17 a ñ os,
cuando fue sometida a una apeudicostom ía causa de una colitis, es
hija ú nica de una mujer muy neuró tica que la sometió a estricto
control. Hace algunos a ños aconsejé a la paciente que saliera m á s, con
curriera a bailes, etc. Sigui ó mi consejo y conoció en un baile a su
-
actual esposo. Ahora viven con la madre de ella, pero la suegra no se
lleva muy bien con el yerno. La pareja trató de emigrar, pero entonces
se comprobó que el esposo ten í a una sombra en el pulmó n. La cl í nica
de enfermedades pulmonares no pudo hallar nada particular al prin
cipio, pero una de las muchas muestras tomadas resultó positiva, y el
-
hombre fue enviado a un sanatorio. Despu és de cuatro meses regresó
al hogar, y el matrimonio vino a verme hace quince d ías. La señora
padecía s í ntomas oerviosos, palpitaciones, insomnio, y a veces diarrea.
Me preguntó si me parecí a aconsejable tener un hijo, y le contesté afir-
mativamente, pero el marido declaró que no deseaba un hijo , pues no
se hab ía asegurado una posici ó n, ni ten ía casa , sin contar con que
a ú n no sabían si podr ían emigrar, como es la intenció n de ambos
apenas lo permita la salud de él. Esta ma ñ ana telefoneó la madre de
la se ñ ora para informar que su hija est á muy mal de los nervios.
Luego vino al consultorio la propia paciente, y me dijo que la obse-
sionaba la idea de transformarse en hombre, y que ten ía que rezar
constantemente para evitar que ocurriera cosa semejante. Había le ído de
un caso as í en los diarios. Las relaciones sexuales con el marido son
infrecuentes. La revisé, y le aseguré que sus genitales eran completa -
mente normales, y que no ten í a por qu é preocuparse. Se sinti ó re -
confortada al oir mis palabras, y aseguró que no pensar ía m á s en el
asunto.
El esposo es un hombre má s bien extra ñ o, carece de amigos, y es
perezoso. Quiere esperar seis meses para asegurarse de que sus pul -
mones est á n perfectamente, y entonces Tratar á n de emigrar. Hace ó°s
144
a ños que
.
tivos
está n -
casados, e insiste en no tener hijos; usan anticoncep
145
cita. Está siguiendo un curso de taquidactilograf ía y concurre a la
escuela. Vino el lunes con el esposo, dijo que se sent ía muy deprimida ,
pero se la nota muy variable
— a veces profundamente deprimida, y
luego muy regocijada. Ha llegado al extremo de amenazar con suici -
darse, pero ni la madre ni el esposo la han tomado en serio. Afirma que
su depresi ó n es consecuencia de la falta de amigos y de entretenimien -
tos. Como la paciente se sent ía mejor, y yo estaba muy atareado, le
ped í que regresara al cabo de una q úinceoa.
146
dentro de una semana . Afirma que ie gusta venir y conversar conmigo,
porque después de Jas entrevistas se siente alentada debido a que yo
la escucho .
Agregó el doctor $.: "La paciente no habla mucho de su padre. Este
hombre sufri ó ec cieña ocasió n una recalcadura y estuvo en cama
durante dos semanas; eo enero sufrió de melena , dolencia de la cual
se recobró pronto. Es viajante, y a menudo est á ausente. La esposa lo
domina, y le dice qu é debe hacer".
Al cabo, el doctor S. encontró tiempo para "escuchar ” 1 a su
paciente. Además de repetir las consabidas dudas sobre el cam -
bio de sexo, sali ó a luz cierto material de importancia. Perci -
-
bimos la ¡arimidad y tensión de la relación madre hija , la cual
llegaba al extremo de que una mujer casada de veinticuatro
a ñ os debía informar a su madre todos los detalles de su vida
sexual, y aun pedirle consejo sobre lo que debí a y lo que no
debía discutir con el m édico. Que esta relaci ón no era pura-
mente unilateral, es decir, determinada por el car ácter domi
nante de la madre, quedaba demostrado por el deseo de la hija
-
de comparar sus propios genitales con los de la madre, con el
fin de asegurarse mejor. Este hecho, unido al juego sexual con
otra ni ñ a a la edad de cinco a ñ os, indicaba claramente la exis -
tencia de una vinculación homosexual vigorosamente ambiva -
lente con la madre. La ¡dea y el temor obsesivos de un posible
cambio de sexo resulta as í inteligible como m é todo fant ástico
de escapar del conflicto de ambivalencia, y tambié n se explica
por qu é era sentida como forma de castigo. Si esta l í nea de
——
pensamiento es en general correcta, f ácil es comprender por
qué un ‘‘confortamiento de sentido com ú n " actitud que ni
siquiera rozaba los problemas reales de la paciente no pod ía
ejercer mayor influjo sobre esta enferma.
Una semana después se inici ó un episodio dramá tico He .
aquí el relato del doctor S.:
Hace dos d ías recibí uo llamado telef ónico urgente de la madre de
la paciente, inform á ndome que la joveo hab í a tenido una pelea con
el esposo y había ingerido veneno. En realidad sólo babía tomado seis
aspirinas y una p íldora para dormir. Cuaodo llegu é a la casa, la madre,
el padre y la hija estaban juntos en una habitación, y todos empezaron
a hablar sobre la pelea. Pocos minutos despu és Llegó el esposo de la
147
¡oven, y dijo que el asuato oo debía ser discutido en p ú blico, de modo
que el padre y la madre se alejaron. Entonces, la pacieate censur ó al
esposo por ao darle un hijo, y amenazó coa divorciarse. Expliqué al
esposo que teaer uo hijo era ua derecho natural de la mujer, y que
si la esposa se divorciaba, a él le correspooder ía toda la responsabili
.
-
dad Esta ma ñ aaa la paciente vioo mucho má s feliz. Dijo que habia
mantenido relaciones sexuales tres noches seguidas, lo cual la habí a
complacido sobremanera, porque no se hab íao tomado medidas pre -
ventivas. Sin embargo, después del acto sexual el marido dijo que,
si de ello resultaba uo ni ño, él oo lo querr ía, porque constituir ía un
obst á culo y ua gasto imprevisto; éste es el problema que ahora la
.
preocupa A pesar de estos nuevos hechos, la pacieate contin úa alen -
tando fugaces ideas sobre la posibilidad de cambiar de sexo, y me
preguntó qu é debí a hacer cuando la acomet í an estas ideas, pregunta
a la cual no respond í.
148
De mala gana, el seminario debió reconocer que, después de
codo, el consejo al esposo en el sentido de que debí a aceptar
el derecho de su esposa a tener hijos, no había sido tan desa
certado. Hasta cierto punto el doctor S. hab í a tenido éxito,
-
.
pero nadie sabía cómo y por qué Menos a ú n se sabía cu á l
pod ía ser el precio de su éxito, y quié n lo pagar ía. De modo
que se recomend ó al doctor S. no mostrar excesiva satisfacci ón
ni dormirse en los laureles, sino estar atento a los desarrollos
futuros.
El octubre supimos que la joven pareja hab í a hallado un piso
a varias millas de distancia de la casa de la madre, y que hab í an
ido a despedirse del doctor S. Las relaciones sexuales eran
satisfactorias, pero la muchacha "todav ía concebía de tanto en
tanto absurdas ideas sobre la posibilidad de cambiar de sexo,
aunque sabí a rechazarlas inmediatamente" .
En mayo de 1954 tuvimos a la señ ora B.:
Ayer vino la madre de la pacieote, y se mostró muy inquieta y
llena de dolores y sufrimientos. Dijo que la hija no se hab ía sentido
feliz en el piso donde se trasladaran ¡nicialmente, y que ahora estaba
en otro sitio, donde se seat ía muy cómoda. Má s a ú n, est á trabajando
y espera un hijo, pero se niega a ver a su madre. La madre se siente
muy triste ante esta situació n , sobre todo porque la joven esposa no
desea que ella vea al ni ñ o. Quizás abora la muchacha no necesita
sentir que no es una mujer cabal.
Ahora me pregunto si todo el problema no se origin ó en la madre,
que asum ía la permanente representación de la hija, y a quien se in -
formaba de lo m ás í ntimos detalles de la vida sexual del joven ma -
trimonio. Quiz ás aqu í est á el motivo de que la joven se sintiera tan
.
vacilante respecto de su propia condició n Ahora, QO sólo se ha emba
razado, lo cual demuestra que es mujer, sino que se ha independizado
-
de la madre.
149
estaba enterado del nacimiento del ni ño. Nada le habían comunicado,
y se habí a enterado del nacimienro gracias a algunas relaciones comu -
nes . Dos d í as antes hab ía visitado a su hija, y habí a pasado una hora
con ella. La hija y su esposo afirman que no quieren tener nada que
ver con la madre, y que no le permitirá n tocar el ni ño. La madre ofre -
ci ó tener con ella a la hija durante una semana , cuaodo saiga del hos -
pital , pero el matrimonio rehusó de plaoo. Han roto completamente
con la se ñora.
ría de los casos restantes arrojar ían una luz demasiado ingrata
-
sobre el profesional implicado.
153
CAP Í TULO XI
" Por d ónde empezar”
—
redactar la historia mé dica es una especie de zona lim í trofe
entre la situaci ón unilateral el m édico examina al paciente en
—
busca de signos de car ácter f ísico, con el fin de establecer un
diagn óstico f ísico y la relación bilateral, indispensable cuan
do se pretende formular un diagnóstico psicol ógico, "m ás pro
.
fundo” La medicina hospitalaria ha desarrollado una t écnica
-
-
de elevada eficiencia y muy fidedigna para ser empleada en
esta regi ó n lim í trofe. Podr íamos denominarla: ’estructuraci ó n
de la relaci ón bilateral con arreglo a la pauta del examen f ísi
.
co” Fundamentalmente, consiste en una serie de preguntas,
-
que se inician con planteos de car ácter general; el m édico uti
liza las respuestas para estrechar el á mbito de las preguntas
-
siguientes, hasta que llega a unos pocos diagnósticos potencia -
les, pasibles de verificaci ón o de refutaci ón a través del examen
f ísico. Por ejemplo, si el paciente se queja de vagos dolores
abdominales, unas pocas preguntas bien dirigidas permitir á n
generalmente al m édico resolver si conviene pensar en indi-
gestión aguda , constipaci ón cr ónica , tuberculosis pulmonar in-
cipiente, ataques benignos de la coronaria, flatulencia nerviosa ,
espamos provocados por obstrucción intestinal, primeros sig -
nos de embarazo, etc. etc. Para formular un buen diagnóstico,
el primer requisito es, naturalmente, la capacidad del profesio -
nal de rememorar toda clase de enfermedades, y en segundo
156
lugar debe poseer suficiente vivacidad y elasticidad mental
como para advertir toda respuesta desusada o inesperada a
sus preguntas, y para mostrarse capaz de modificar en conse
cuencia sus propias ideas.
-
Pero siempre es é l quien formula las preguntas adecuadas
que le permitirá n obtener las pertinentes respuestas; al pacien
te sólo se le pide que comprenda las preguntas del profesional
-
y que responda a ellas con veracidad. La relación personal entre
los individuos implicados, aunque un poco m ás importante
que, por ejemplo, la que existe mientras el m édico escucha los
latidos del corazó n o palpa un abdomen doloroso, est á lejos de
constituir el centro de la atenci ó n.
La técnica de redacci ón de la historia m édica no ha sido
tipificada tan r ígidamente como, por ejemplo, la que se apli-
ca a la identificació n de flores y de á rboles; a ú n as í, resulta
en definitiva un cuestionario sistem á tico. Desgraciadamente,
a ú n no existe nada semejante en el campo de la patolog ía de
la persona total, el verdadero dominio de pr á ctica m édica ge -
neral. Y agregaremos que todav í a no puede afirmarse la posi -
bilidad de desarrollar un sistema parecido a esta esfera, parti
cularmente en el caso de los estadios "desorganizados” de una
-
dolencia . A falca de técnica mejor , y como cosa de "sentido
com ú n ” , los m édicos, cuando tropiezan con pacientes que ofre
cen problemas que trascienden el á mbito de la medicina hospi
-
-
talaria, apelan al método de redacción de la historia médica.
Aunque los resultados no son muy alentadores, los profesiona -
les no tienen m ás alternativa que continuar utilizando este sis
tema, dado que no conocen otro.
-
La psiquiatr í a tropieza con la misma infortunada dificultad ;
tampoco aqu í existe un cuestionario sistem á tico adecuado. Co
mo dato de interés, podemos mencionar el m é todo adoptado
-
por uno de nuestros principales hospitales-escuelas consagra
dos a la psiquiatr ía para resolver esta desagradable situación.
-
Dado que no existe a ú n un rational que permita al m édico
que revisa al paciente elegir la pregunta siguiente sobre la base
de las respuestas a las preguntas anteriores, la soluci ó n adop -
tada ha sido enumerar todas las preguntas a las que se consi
dera pertinentes desde el punto de vista de cualquier diagn ós-
-
tico psiqui á trico. El resultado de este concienzudo y penoso
mé todo de seguridad es, adem ás de buen n ú mero de diferentes
documentos, un manual de registro de once páginas, llamado
157
" hoja de rubros", que contiene m ás de quinientas preguntas.
El interno principal o el adjunto necesitan, m ás de dos d í as
de duro trabajo para recibir del paciente las respuesras a todas
estas preguntas. Ciertamente, no es procedimiento que el mé
dico general pueda imitar.
-
Nuestra experiencia ha sido invariablemente que, si el médi -
co formula preguntas seg ún el m étodo utilizado para redactar
la historia mé dica, siempre obtendr á respuestas
— pero casi
nada más. Antes de que pueda llegar a lo que nosotros lla -
mamos diagn ósticos "m ás profundos", necesitar á aprender a
.
escuchar Escuchar implica una técnica mucho m ás dif ícil y
sutil que la que necesariamente debe precederla: la t écnica de
--
calmar al paciente, colocá ndolo en coodiciooes de hablar li
bremente. La capacidad de escuchar constituye una nueva habi
lidad , que exige una modificación considerable, pero limitada,
de la personalidad del médico. A medida que desarrolle en sí
mismo la capacidad de escuchar aquellas cosas de su paciente
que surgen confusamente formuladas, porque el propio pa -
ciente tiene escasa conciencia de ellas, el médico empezar á a
escuchar el mismo tipo de lenguaje en sí mismo. A lo largo
de este proceso el profesional advertirá muy pronto que no
existen preguntas absolutamente directas capaces de traer a la
--
superficie el tipo de información que él busca. La estructura
ción de la relación médico- paciente sobre la pauta de un exa
men f ísico amortigua los procesos que el profesional pretende
observar, pues éstos sólo pueden acaecer en una relación bi -
personal.
Todo esto suena un poco extra ño y misterioso, de modo que
resulta aconsejable ilustrar m ás claramente la diferencia entre
este enfoque y el que se aplica a la redacci ó n de la historia
m é dica. Todos los m édicos generales que asistieron a nuestro
seminario ten ían plena conciencia de este fenómeno. Casi todos
ellos dijeron en medio de un informe sobre uno u otro de los
casos: "Al llegar a este punco sent í que el caso era m ás com
plicado de lo que parecía ; de modo que ped í al paciente que
-
volviera para que tuviésemos una prolongada entrevista, lo
cual me permitir ía entrar en el detalle de la historia del pa -
ciente". Pedir al paciente una "entrevista prolongada" implica
un enfoque diferente y significa comenzar 'una etapa comple -
-
tamente distinta en la relació n médico paciente.
-
Para subrayar la importancia de esta transformación la bc
158
mos denominado 'Tor d ónde empezar ”. Con el fin de demos -
trar el sentido de la misma transcribir é un caso que incluye
tanto la situaci ón rutinaria, con arreglo a la pauta habitual
de elaboración de la historia médica, como la "entrevista pro-
longada" y sus consecuencias. El doctor G . informó el Caso 16
en marzo de 1934.
CASO 16
La se ñ ora O., de 41 a ñ os era originalmente mi paciente privada,
pero desde la organización del Servicio Nacional de ia Salud est á en
mi lista con toda su familia. Durante Jos ú ltimos seis a ocho a ñ os me
ha visitado regularmente una vez por semana o cada quincena. Pre -
senta sudores, jaquecas, hemicr á neas, depresi ó n , fibrositis, pinchazos y
punzadas, pleurodinia , pesadez en Jos ojos, se fatiga f á cilmente, sinu -
sitis . . . pero todo ello sin signos de carácter f ísico. La ú nica dolencia
real era una car ú ncula de la uretra, que le fue extirpada. Es una mu
jer muy bonita. Ahora tiene accesos de depresi ón y llora, se queja
-
de los ruidos en el piso superior, y DO puede realizar el trabajo do-
.
m éstico
Siempre supe que sus dolencias eran psiconeuró ticas, pero tem í
ahondar en ellas. Probablemente cree que soy m édico bastante bueno,
a pesar de que no he logrado eliminar esos s í ntomas. Experimenta
terrible ansiedad por sus dos hijos; uno de los muchachos acaba de
salir del ejército, pesa 98 kilos y goza de perfecta salud; el otro hijo,
de 91 kilos, es igualmente robusto. Siempre se inquieta cuando pescan
algú n resfr ío u otra afección por el estilo. El esposo es hombre de -
cente, un poco tosco, pero gentil y bondadoso con ella. Acuciado por
el seminario decid í investigar los aspectos psicológicos, y la semana
pasada pregunté a la paciente si deseaba venir despu és de las boras
de consultorio.
Vino, y me contó que el padre era un borracho, y acostumbraba
golpear a la esposa, lo cual obligaba a veces a la intervenció n po -
licial. En cierta ocasi ón la paciente debió ir al hospital con la madre
para que le aplicaran unas puntadas. La madre tuvo nueve hijos, de
los cuales la paciente es la tercera. La madre trabajaba muy dura -
mente, y siempre estaba eaferma. Muri ó cuando la paciente ten í a trece
a ñ os, de modo que tuvo que abandonar 1a escuela y cuidar del resto
de la familia, hasta los diecinueve a ños, cuando contrajo matrimonio.
Nunca sal ía de su casa. El padre trabajaba en un mercado de frutas,
tenía que levantarse a las tres de la ma ñ ana, y siempre quer ía que
159
ella lo híder» primero, para prepararle el desayuno, etc Recuerda
escenas terribles en su casa. Ella y los otros ni ños estuvieron una vez
en horas de la madrugada en plena calle, y aterrorizados ante la
idea de entrar, debieron ir a la casa de un vecino, porque los padres
.
estaban peleando La madre era una cuujer maravillosa , siempre se
preocupaba de que los hijos tuvieran de comer, con independencia
de que el padre trajera o no regularmente el salario.
Poco despu és de la muerte de la madre, el padre trajo otra mujer
a la casa y contrajo matrimonio con ella; la padente la odiaba, y
dejó la casa seis meses antes de su propio matrimonio, para salir de
esa situació n. El padre murió en 1939 .
Conodó a su actual esposo cuaudo ella ten í a dicdsé is anos; cuando
sali ó de su bogar fue a vivir con sus padres pol í ticos, y el matrimonio
permaoedó all í durante cieno tiempo. El esposo es un hombre muy
bueno, muy generoso, capaz de hacer cualquier cosa por ella. La
paciente es fr í gida, el sao sexual la descompone, pero el esposo no
sabe cuáles son sus auté nticos sentimientos. A veces experimenta do *
.
lores y cierta sensació n de rensió n que sugiere vaginismo Cree que
sus dos hijos soo normales, y ciertamente lo son , excepto que han
tomado la costumbre de la madre de correr hada m í apenas sienten
el m á s leve malestar.
—
de sanar de uua enfermedad se despert ó en medio de la noche, y —
Fue feliz en la escuela, pero no ten ía mucho tiempo para jugar
con los otros ni ños. Recuerda un episodio; ten ía nueve a ños acababa
164
CASO 17
El se ñor Y. est á en mi lista desde hace varios a ñ os; es hombre de
casi cincuenta y cinco a ños, y conozco bastante bien a su familia. Es
individuo muy simp á tico, de buen corazón , y dirige un negocio de
-
zapater ía Padece tuberculosis cr ó nica, dolencia que se le descubrió
ea 1951. Siempre tuvo aspecto de persona perfectamente sana. Posee
una larga historia de a ños de iodigesrió n y bronquitis invernal, y
estuvo internado en el hospital una o dos veces antes de incorporarse
a mi lista. Nunca le hallaron nada. No se le tom ó radiograf ía de
pecho, pues nadie se preocupó mucho de su bronquitis. De todos
modos , lo enviamos a un hospital
le efectuara un examen de rutina
—;
en 1950 ó 1951
gracias a la
— para que se
radiograf
brieron que padecí a tuberculosis. La afecci ó n no fue considerada
-
í a , descu
—
miaba debí a realizar una serie de visitas matutinas iniciada
con UQOS buenos cuarenta minutos de retraso de modo que
fue preciso terminar la entrevista con la redacción de la
.
receta
Ahora bien, es casi seguro que el motivo real que impulsó
a este hombre a acudir al consultorio fue su temor a enve -
jecer. ( Posteriormente recogeremos ciertas pruebas confirma -
torias de nuestro aserto.) Es muy probable que en el curso de
su rutina normal, ajeaa a la influencia del seminario, el doc-
tor oo hubiera "escuchado” las pocas e indecisas frases pro
nunciadas por el paciente mientras aqu él escribía la receta.
-
Posiblemente el paciente hubiera recibido una dosis de "con -
fortamiento" y adem ás la orden para una radiograf ía. Después
de todo, el señ or Y. ten í a cincuenta y cinco a ñ os, se quejaba
de vagos malestares abdominales, y el médico recogió la im -
presión de que estaba preocupado, posiblemente ante la pers
pectiva de un cá ncer; ciertamente, se habr í a justificado una
-
comida o una enema de bario, sobre todo si el médico era de
naturaleza prudente. De cualquier modo, la obtenci ón de un
resultado negativo habr ía producido un saludable efecto Tran
.
quilizador Pero, como ya hemos visto en los cap í tulos ante
--
riores, e! veredicto negativo del médico unas veces da buenos
167
resultados, y otras no. Aqu í nos hallamos ame un caso que
—
negativo carece de toda relación con el problema del se ñor—
revela una de las razones por las cuales en ciertas condiciones
carece de todo efecto. El examen radiogr á fico positivo o
171
un expectorante; y si el doctor K. hubiera sido entonces miem
bro del seminario, podr ía haber empleado exactamente la mis-
-
ma frase que ahora estaba diciendo".
Siguió una prolongada discusión sobre la actitud m ás con
veniente. Aqu í me limitar é a resumir las conclusiones. El se-
-
ñor Y. pod í a hallarse en una situación precaria. No conven ía
apresurarse, pero cuando volviera debía conced é rsele tiempo
suficiente para que expusiera lo que le preocupaba, sin ha
cerle muchas preguntas. El doctor K. debía volver a exami
--
narlo muy cuidadosamente. Despu és de todo esto, el médico
debí a orientar la conversaci ón hacia la familia del se ñ or Y.,
particularmente hacia la hija, a quien se consideraba la m ás
gravemente necesitada de atenci ón, despu és del padre. Aun
que evidentemente en estado de gran tensió n , no se creí a que
-
la se ñ ora Y. requiriera ayuda inmediata. Si esta evaluaci ón
del problema era o no correcto, es cosa que no podemos deter -
minar todav í a , pues el caso fue informado en octubre de 1955.
Una de las razones por las cuales fue incluido aqu í consiste en
que arroja cierta luz sobre el modo de desarrollo de las discu
siones en el seminario, y en particular sobre la forma como un
-
caso se enriquece a medida que se profundiza el examen.
Desde el punto de vista de los problemas mencionados al
comienzo de este capí tulo, ambas historias cl í nicas ilustran
bien la diferencia entre los resultados de la técnica habitual
de redacci ón de la historia médica y la que consiste en "escu -
char”. Creo justo señalar que hubiera sido pr ácticamente im
posible formular preguntas que proporcionaran información
-
como la de que la hija del señor Y. deseaba que su padre se
mantuviera joven ; que la se ñora Y. se te ñí a el cabello y se
conmovía profundamente anre la pintura moderna; que el se
ñ or Y. no le hab ía preocupado en lo m á s m í nimo el hecho de
-
que su médico no hubiera realizado un diagnóstico precoz de
su tuberculosis, pero en cambio estaba muy inquieto ante el
aspecto de su bija, etc. etc. Del mismo modo, habr í a sido im -
posible lograr por medio de preguntas la confesi ón de la se ño-
ra O. de que hab í a presenciado las violentas peleas y los actos
sexuales de los padres ( Caso 16 ).
Por eso afirmamos que si el médico formula preguntas , red *
.
be respuestas . .. pero casi nada más Se trata de alentar en los
m édicos el desarrollo de la capacidad de escuchar el relato de
-
los hechos, seg ú n aparecen en la relaci ón médico paciente, y
172
en el curso de la entrevista. Más adelante, en los capí tulos
XIII y XVIII volveremos sobre la relaci ó n m édico-paciente, y
particularmente sobre la forma especial que adopta en la pr ác -
tica general, diferente a la de cualquier otra esfera de la medi -
-
cina. Esta forma especial de la relación m édico paciente en la
prá ctica general está condicionada por la conexión a menudo
prolongada e í ntima entre el profesional y el enfermo. La
hemos descrito con la expresi ón "compa ñí a de cr édito recípro-
co"; gracias a ella la se ñ ora O. fue capaz de franquearse con
su m édico en la primera ocasión que se le ofreci ó, y el señ or
—
Y. pudo aunque sólo en el ú ltimo minuto de la entrevista
mencionar el motivo real de su visita al consultorio.
-
Luego, est á el zarandeado problema de "atribuir un nombre
.
a la enfermedad " ( véase cap í tulo IV ) Parte del malestar del
---
doctor G. se deb ía a la imposibilidad en que se ve ía de "nom
brar" la dolencia de su paciente, cuando al fin la hab ía descu
bierto. Dicho sea de paso, antes de que la "entrevista prolon
gada ” le revelara de qu é se trataba, el m édico no hab í a tenido
dificultad ninguna para nombrar todas las dolencias menores
que la señ ora O. le "ofrecí a". Más a ún , su inquietud se vio
ciertamente agravada por su incapacidad para concebir una
terapia racional que permitiera encarar la situaci ó n. El hecho
de que a pesar de los escr ú pulos del galeno el paciente mejo -
rara definitivamente no atenu ó lo ingrato del episodio para el
doctor G., que es un profesional sensato y a quien le gusta
saber siempre qu é suelo est á pisando.
—
El caso del se ñ or Y. por lo menos por el momento era
un poco m ás sencillo. Aunque tampoco es posible atribuir un
—
nombre a la enfermedad , no hab í a necesidad inmediata y apre -
miante de hacerlo. El se ñor Y. se sarisfizo llam á ndola indiges-
ti ó n , y el m édico, que ahora sabe d ónde est á el peligro, tam -
poco sintió la necesidad de hallar un nombre.
Finalmente, digamos un & palabras sobre la funci ón del es -
— —
pecialista de cualquier rama de la medicina en los casos de
este tipo. Supongamos que un miembro de la familia Y hu . -
biera sido enviado en consulta a un especialista. En realidad ,
.
la se ñ orita Y fue examinada por un neurólogo, quien diag
nosticó una parálisis de Bell , cosa que no era novedad para el
-
m édico o para la familia. Ciertamente, el neurólogo logró
éxito en sus intentos de tranquilizar al padre ( la hija no nece -
sitaba ser tranquilizada ) pero ignoraba completamente el ver -
173
dadero problema que el m édico encaraba, y tampoco se interesó
en é l. El radiólogo y el clí nico que realizaron las pruebas de
— —
bario sobre el se ñ or Y. se hallaban si ello es posible m ás
alejados a ú n. Sencillamente ignoraban los hechos pertinentes,
y les hubiera resulrado dif ícil, descubrirlos utilizando la téc -
nica habitual de elaboraci ón de la historia médica. El m édico
de la familia estaba en posesión de todos los hechos, no como
resultado de la formaci ón de preguntas, sino porque conoc ía
.
a sus pacientes. Sin embargo , no los habí a escuchado El semi -
nario realizó la tarea de operar la reunió n del m édico con los
hechos ( en el caso del se ñ or Y., la reuni ón de los hechos con
dos médicos, pues hab í an intervenido el doctor K. y su ex
ayudante ).
Esta situaci ón , repetida con frecuencia demuestra por qué
tan a menudo resulta in ú til que el especialista adopte la pos-
tura de mentor y que el m édico general persevera en su anti-
.
guo status pupillaris En estos casos el especialista nada tiene
que enseñar, porque el m é dico general sabe mucho . . . a con-
dici ón de que se atreva a utilizar su mejor conocimiento. En
realidad , podr í a ense ñar mucho al especialista , pero todav ía
estamos lejos de eso. En primer término, el m édico debe apren -
der a escuchar.
174
CAPITULO XII
"Cuá ndo detenerse"
CASO 18
La señora J. me telefoneó para solicitarme una eotrevísta. No la
conoc ía; me explicó que me hab ía conocido a través de una relación
com ú n , pero me rogó que no dijera a esa amiga que ella ven í a a mi
.
consultorio Es una mujer pequeñ a , Ligeramente regordeta, parece te -
ner cincuenta y cinco a ñ os; me dijo que ten í a cuarenta y tres. Vino
de una de las colonias, y est á aqu í desde hace solamente tres sema -
nas. Por espacio de nueve meses ha sufrido intensos mareos. Dos d ías
aoces de que empezara La dolencia le habí an extra í do algunas muelas,
pero no habí a ocurrido nada anormal. Hace dos a ños que no mens -
trua. ( No tiene hijos, y se ha sometido a una cantidad de abortos.) Su
medico anterior le ha suministrado toda clase de medicina . Supuse
que podr ía padecer vibraciones auditivas pero oye muy bien. Tam-
-
bié n sufre dolores en todo el cuerpo, como si estuviera afiebrada . Tam
bién estaba terriblemente deprimida, y llor ó bastante. Pensaba con -
cederle una hora, pero se quedó tres. Piensa regresar pronto a la
colonia. Ahora siente que su cerebro est á suelto dentro del cr á neo, y
por ello no puede mover r á pidamente la cabeza. Excelente apetito,
y duerme muy bien . Proviene de Europa Central , donde perdió a su
esposo, a causa de Hitler. Posteriormente contrajo matrimonio con un
177
hombre que tiene un hijo. Lo quiere mucho, pero no tanto como a
su primer esposo.
La examiné y comprobé ligera propulsi ón ocular , reflejos muy exa
gerados, corazó n y pulmones normales, cierta torpidez sensorial de
-
mauos y pies, presió n sangu í oea 120/80. Me dijo que su situación
era dif ícil, jam ás lograba el orgasmo con el marido; habí a alcanzado
una edad en la que deseaba gozar de la vida , y no pod í a hacerlo. Me
dijo también que había querido mucho a sus padres, pero que cuan -
—
do era joven hab ía tenido pensamientos perturbadores deseaba la
muerte del padre. Esa idea la atemorizó considerablemente, pero Jueg®
todo se calm ó y abora retornaba sólo de tanto en tanto. Ahora la
acomet í an pensamientos semejantes, pero con respecto al esposo. De
pronto reconoci ó haberse masrurbado durante breve lapso, cuando
,
ten ía nueve a ños luego a los treinta anos; y cuando le extrajeron las
muelas había recomenzado. Le expliqu é que sus vahidos no eran de
origen org á nico; pero si deseaba volver a verme, pod ía hacerlo. Con
test ó que probablemente se limitar í a a telefonearme, y pareció muy
-
feliz.
Me telefoneó hace cuatro d ías, aproximadamente, y explicó que
deb ía verme urgentemente. Cuando llegó estaba muy excitada. (Yo
hab ía mencionado en la primera entrevista que era importante cono
cer su edad, pues Ja paciente pod ía verse afectada por una meno
-
-
pausia prematura, y suger í que ella ten ía cincuenta y tres a ñ os, cosa
que me confirmó. Agregó que su edad era la ú oica mentira que me
había dicho.) Contó que en la colonia ten ía una amiga a quien había
sorprendido cuando intentaba gasearse, y a quien hab ía logrado re -
vivir . La amiga le hab ía relatado exactamente la misma historia que
.
la señ ora J me contara la primera vez que visit ó mi consultorio. Ex -
plicó que deseaba el consejo de un m édico para su amiga, y que era
.
la ú nica manera de conseguirlo Estaba terriblemente nerviosa y agi-
tada . Por mi parte, no sab ía có mo manejar la situació n. La paciente
dijo que ahora que me había explicado la situaci ó n real, se sent ía
feliz. Le contesté que ella estaba m ás enferma de lo que yo había
cre ído al principio, y ella contest ó: "Usted no me cree". Le expliquc
que ella deb ía creer que todo lo que me hab í a dicho antes era terri -
blemente desagradable, y le aseguré que pod ía contar con in í discreci ó n.
Se ech ó a llorar e insistió eo que era verdad, que todo lo que hab í »
dicho se refer í a a su amiga.
Naturalmente, creo que el relato de la primera entrevista « r*
aut éncico, y falta la historia sobre la amiga. Pero me llama la ateo -
ci óo que haya apelado a tan extra ño recurso. Aunque, a decir verdai
178
el caso me resultó muy interesante ( me refiero al resultado de este
r á pido m é todo ) . Admiti ó que los s í ntomas eran suyos, pero insistió en
que la historia que me hab ía relatado correspond ía a la amiga . Le
dije que dejaba la decisi ón en sus manos; si se encontraba en difi
cultades, siempre pod ía volver a verme. Replicó que era muy amable
-
de mi parte y se march ó (esta vez, sin pagarme ). ¿ Cómo explican
ustedes esta actitud ? Algo ocurrió que la avergonzó profundamente
de todo lo que me hab ía contado.
— —
para que restablezca su equilibrio si se me permite la expre
sió n viviendo entre las dos entrevistas. O, para decirlo en t ér
-
-
minos m ás familiares, la droga llamada "médico” debe ser admi
.
-
nistrada en el dosaje adecuado Es evidente que algunos pacien-
tes no pueden tolerar una dosis excesivamente concentrada , pero
el efecto terapéutico buscado puede ser alcanzado sin grave
riesgo si la droga es administrada in rejracta dosis.
La siguiente historia clí nica refleja este problema desde un
.
á ngulo absolutamente distinto Veremos cómo "empezó” el
m édico, qu é hizo, y cu á les fueron los resultados de su inter -
venci ó n terapé utica. De paso, veremos tambié n por qu é el
m édico decidi ó interrumpir la entrevista en determinado mo -
mento. De ese modo encararemos directamente el problema
enunciado: "cu á ndo detenerse”, y estaremos en condiciones de
—
Historia familiar . La madre muri ó cuando el paciente ten ía tres
a ñ os, y él y dos hermanos mayores fueron enviados a un orfanato,
donde permaneció hasta los catorce a ñ os. El padre sufr ía de tabes y
estaba ciego. Cuaodo el paciente salió del orfanato se convirtió en
.
"mujer para todo servicio" de la casa Él era quien realizaba las com
-
pras, cocinaba y limpiaba. También se ocupaba del padre, sin ayuda
de los hermanos. ( Recuerdo personalmente el hecho, porque yo sol ía
tratar al padre, y conoc ía bien los antecedentes familiares.) Su ú nica
afición era andar en motocicleta, y siempre llevaba al padre de paseo.
Cree que la ceguera del padre es consecuencia de heridas de guerra y de
cieñ as experiencias. A menudo se ha preguntado cómo es estar ciego,
—
y con frecuencia hizo "una cosa tonta" manejar la motocicleta ce
rrando los ojos para ver cómo era. La madre de su padre era ciega
-
(as í le dijeron) y ella era también la menor de los hijos de esa familia.
Experimentaba profunda antipat ía por el hermano, y éste le retribuye
ese sentimiento. Este hermano ba desempe ñ ado siempre el papel de
patrón: pretend ía que se lo atendiera, "se arrogaba derechos" y que
-
181
r ía que el paciente se comportara con él como un esclavo. El hermano
no bebe ni fuma y es sujeto de esp íritu acentuadamente cr í tico. In -
cluso supervisaba los galanteos del paciente, le indicaba a qué hora
deb í a volver al hogar, y Je aconsejaba en érgicamente contra el ma
trimonio. El casamiento del hermano se deshizo al cabo de tres se-
-
.
manas y fue "anulado" ( oy ó que utilizaban esa palabra ) El paciente
le tem ía, pero ahora no se hablan y se cruzan en la calie sin salu-
darse.
Hace dos semanas el paciente se intern ó en el hospital a causa de
la severidad de sus jaquecas. Se le dio de alta pocos d ías despu és, con
la aclaració n de que todo se debí a a sus "nervios" .
.
Notas tomadas en el hospital ( las examin é personalmente ) "Vino
al hospital en un taxi , pues no pudo caminar debido a la gravedad
de los dolores. Admito: ¿sinusitis ? hemicr á nea. Investigado, no se ha -
lló ninguna causa orgá nica. Sistema nervioso central bien . Dado de
alta . Debe ser examinado nuevamente la semana próxima. ¿ Psiquiatra ?"
.
13 de marzo de 1953 Vino a verme inmediatamente después de
abandonar el hospital, se quejó de que continuaban los dolores de ca
beza y de que no pod ía dormir . "Ignoro a qué se debe todo esto; des
--
pués de todo, es la primera vez en mi vida que estoy libre de preocu -
paciones econ ómicas
motocicleta
— —por ejemplo, ya he Terminado de pagar la
y mi esposa est á curada, y puede volver a trabajar. De
modo que ahora me permito peque ñ os lujos que antes me estaban
prohibidos."
Interpretación inmediata despu és de escuchado el relato (esto es lo
.
que el m édico llamaba "realizar un verdadero Smith") Comprobació n
de que no hay nada orgá nico y nada que guarde relación con la ce
guera del padre. "Desde la infancia usted siempre se vio relegado, y
-
siempre en una posició n inferior. La Cenicienta de la familia. No te-
n ía derecho a estar bien. Siempre ruvo que llevar una carga sobre los
hombros, y careci ó de derecho a recibir afecto ( del que usted estaba
.
realmente necesitado) Ahora, de pronto se ve libre de sus tareas ( me
diante las cuales compensaba su posici ón inferior e inmediatamente
-
lo obspsiona un sentimiento de culpa . De modo que necesita expiar
ojo: —
con un sí ntoma, y el m ás obvio es el dolor de cabeza detr ás de los
que lo asocia a su padre, a quien se sent ía ligado ( y con res
pecto a quien, quiz ás inconscientemente, experimentaba resentimiento ".
-
"Eso mismo hab ía pensado yo."
16 de marzo. — Vi nuevamente al paciente. Dijo que se sent ía "ma
ravillosamente". Han desaparecido las jaquecas; ahora sabe que no
-
hay nada orgá nico, y comprende que los s í ntomas arraigan en su vida
182
anterior, duerme roda la ooche, y concilia el sue ñ o inmediatamente;
co tiene miedo cuaodo se encuentra entre la multirud, y Se siente mUy
agradecido.
7 de mayo.
— El paciente ha regresado al trabajo desde marzo, es
muy feliz con su esposa, duerme bien y no parece ningú n malestar.
,
22 de octubre. - ,
No be visto al marido desde hace varios meses,
01o a la mujer , y me iofotma que su esposo se «ente perfectamente.
A veces siente dolores de cabeza, sin mayor gravedad, y COotioua tra -
bajando. Ahora es m ás f ácil convivir con él, y desde el punto de vista
de su esposa constituye una cura total.
^sSüa? Eraste?*
1 les .
” Puesto que el ¿édico poseía abundante información vi
e\ caso de todo médico general que « ende a una ciien
tela numerosa — no sintió necesidad de redactar Una historia
-
-
“
la
la ansiedad 5
ans
mas insomnio ;
^
.
general, hasta desaparecer cas del todo, no hubo
v e\ paciente, que habí a estado gra -
capacitado para trabajar, volvió a sus
^
consideraba a Peter completamente curado.
-Se trataba de una buena ocasión para "detenerse” ? Creo que
la mayor ía de los psiquiatras habrían optado por dar de alta
a perer afirmando orgullosamente que estaba curado. Lo mis
mo pensó, por otra parte, el m édico general.
-
En mayo de 1954, m ás de ^ a°° desPues Smith , el
médico presentó un nuevo informe sobre Peter;
183
Vino a verm ? a principios de it semaoa; había debido faltar dos d ías
al trabajo a causa de una severa jaqueca. ( Era la primera vez desde el
"Smith".) ESTUVO perfectamente bieo basta cierto d í a en que fue al cine
con la esposa; debieron hacer cola, y de pronto comenzó a dolerle la
cabeza, se sintió descompuesto y debió regresar a su casa . Cuando me
vino a ver se sent ía mucho mejor. Hac ía mucho que DO iba al cine,
porque no le agrada; provoca en el paciente el mismo sentimiento de
claustrofobia que sol í a experimentar cuando trabajaba con las calderas.
La esposa piensa ir al hospital para someterse a examen m édico. Tuvo
tuberculosis y fue curada . Le practicaron una histerotomia, pero no
puedo recordar por qué. Escribí al hospital expresando que la se ñ ora
deseaba tener un hijo, pero no quedaba embarazada. ¿ Era posible que
la hubierao esterilizado cuando practicaron la histerotomia ? Replicaron
que en sus archivos no figuraba que se la hubiera esterilizado, pero que
investigar í an sobre la paciente misma.
Hablé con él, le expliqu é que no deseaba ir al cine, y que la jaqueca
era su modo de esquivar el compromiso. Por su parte, sugirió que
estaba preocupado por su esposa; afirmó que se hab ía sentido absolu -
.
tamente bien basta poco tiempo antes Con respecto al trabajo de las
calderas, incluso concurre solo a otros hospitales para desempeñ ar
-
tificado, y en el hospital no le permit ían reanudar su labor sin él. Dijo
que abora sent ía muy bien, y se march ó; ni pidió tabletas, y parec ía
muy contento.
185
confianza en su propia capacidad , se pronunciaron por la con -
veniencia de actuar inmediatamente; los otros, menos seguros
de sí mismos, defendieron una táctica de ver y esperar. Evi -
dentemente, la capacidad y la confianza en si mismo del pro
fesional es factor de vital importancia para determinar "cu á n
--
do detenerse”. Con respecto a su propia actitud , dijo el doc
tor G.: ' No me creo capaz de aplicar el tipo de tratamiento
-
que realiza el doctor F. ( El doctor F. era uno de los profe -
sionales inclinados a la pr áctica de la psicoterapia.) A lo sumo,
puedo enfrentar las alternativas del caso, a medida que apare
cen. Si no puedo hacer esto último, entonces es mejor que no
-
me ocupe en absoluto del paciente. Ya he metido bastante
mano en el asunto. He profundizado no poco, desde el punto
de vista del paciente, y he estudiado sus problemas. No creo
conveniente profundizar m ás de lo que ya lo hice”.
Era un argumento de peso, pero no se lo consider ó decisivo.
Se se ñ aló que quizás un a ñ o antes el doctor G. hab í a aplicado
torax— —
a su paciente un excelente tratamiento digamos, un neumo-
con muy buenos resultados. Ahora el paciente ven ía
para una reinsuflación ; ¿qué imped í a acceder a sus deseos ?
O, s í el m édico consideraba que no estaba en condiciones de
realizar el trabajo, ¿ por qu é no pedir la ayuda de un especia -
lista ?
Estas observaciones renovaron la discusión sobre el proble -
ma principal: cu ál debia ser el criterio para evaluar la urgen -
cia de la situación. ¿ Deb ía tomarse en serio los peque ñ os s í n -
tomas, o conven í a no prestarles mayor atención ? Ciertos m é -
dicos, entre ellos los que confiaban en su propia capacidad
como psicoterapeutas, argü yeron que la diferencia entre las
dos actitudes no era tan importante, es decir , que hubiera bas-
tado que el doctor G. dijera a su paciente: "Hum , usted olvi -
dó el certificado. Aunque usted me dijo ayer que deseaba mu -
cho volver al trabajo, algo en usted no alentaba la misma se -
.
guridad" Cuando comenzamos a analizar m ás a fondo esra
diferencia , comprendimos que el problema revestía conside -
rable importancia . En realidad , el doctor G. hab ía reforzado
las defensas y represiones de Peter, y había permitido (en cier -
to modo, lo hab í a empujado suavemente ) que retornara al tra -
bajo. Nadie pod í a predecir cu á nto tiempo durar í a esa situación ;
quiz ás dos a ñ os, quizás m ás. Lo que pod ía ocurrir durante ese,
lapso quedaba librado a la conjetura general. Por otra parte
i 86
-
— —
el manoseo de este problema pod ía precipitar un colapso re
lativamente leve o no rao leve , situación que exigir í a
seria atenció n del médico general o del especialista.
La discusión concluyó con un incidente interesante. Uno de
los participantes realizó la siguiente descripci ón de lo acon
tecido: " Peter acudió a su médico con los hechos conscientes de
-
.
su problema, y el m édico reaccion ó ante ellos Se plantea el
siguiente problema: ¿el médico deb ía limitarse a reaccionar
ante esos hechos, o tambié n correspond í a atender a la vocecita
que murmuraba: «Socorro, socorro» ? ” A esta pregunta un tan -
.
to poé tica , pero aguda, el doctor G replicó que no hab ía oído
.
ninguna vocecita La explicación no fue aceptada; se se ñ al ó
que el doctor G. no sólo la había oí do, sino que había res
pondido a ella, hasta el punto de recordarla y de informarla
-
ante el grupo. Pero algo en é l le hab ía impedido reaccionar
con seriedad en ese mismo instante. Se preguntó entonces al
doctor G. si se hab ía sencido molesto cuando el paciente re -
gresó, quejá ndose nuevamente de jaquecas, situación que de
mostraba que la terapia no hab ía sido toralmente exitosa. Con
-
-
vino en que se había sentido un poco deprimido. Los circuns -
tantes aprovecharon la oportunidad para demostrar la impor
tancia de "atender" a esas ligeras reacciones emocionales en
-
nuestra propia persona cuando estamos frente a nuestros pa
cientes. Ello no significa dar libre curso a nuestras reacciones
-
emocionales, y ni siquiera expresarlas; significa simplemente
que debemos "considerarlas”, para tratar luego de evaluar la
informaci ón como parte de toda la situación que se desarrolla
entre el paciente y nosotros.
La semaoa siguiente informó el doctor G.:
La esposa de Peter vino para informarme que hab ía concurrido al
hospital con el fio de realizar la prueba de esterilidad, pero all í com
probaron que estaba resfriada. La enviaron de regreso, y le dijeron que
-
volviera dos meses despu és. Me pareció que era la oportunidad de dis
cutir el problema coo ella, y le expresé con mucho vigor todo lo que
-
el grupo me habí a sugerido. El esposo no estaba de acuerdo. "¿ Para qué
molestarse en ir?", preguntó. Ella, en cambio, lo deseaba realmente.
Ahora que se le hab í a indicado que regresara al cabo de dos meses,
.
dijo el marido: "No, esperemos otro a ño; quizás todo se arregle" Dije
a la se ñora
— —
que acababa de salir del hospital , que dispon ía de
187
mucho tiempo para pensarlo, y que no resolviera nada por el momento.
La señora se indinaba a no ir.
189
felices. Durante el embarazo vi varias veces a la esposa de Peter coa
motivo de los acostumbrados cuidados prenatales. Utilicé las ocasio -
nes que as í se me ofrec ían para explicarle algunos de los temores de
Peter, sentimientos que la se ñ ora supo comprender sin dificultad.
Pecer viene muy rara vez al consultorio
ansioso de hacerme saber que su extra ñ a
— y entonces se muestra
resistencia
de su esposa no ten í a ning ú n significado particular .
contra el examen
tro d ías.
Parecía muy feii2 con su hijo, y su médico se sintió tranquilizado
ante la posibilidad de quedar en paz con su propia conciencia si nece -
.
sidad de profundizar m á s a ú n el caso
De modo que, echadas todas las cuentas, creo que hemos obtenido
un buen resultado, particularmente cuando comparo a este hombre,
originalmente un hist é rico agudo en grave estado, con algunos de
los casos que rondan el consultorio de nuestro psiquiatra local para
sostener conversaciones de diez minutos, y que a la larga no parecen
mejor ni siquiera superficialmente.
Es muy posible, por otra pane, que usted llame a todo esto "El
caso del m édico atemorizado que racionaliza" .
Creo justificado el orgullo del médico ante su propio éxito,
y a ún me parece comprensible la punzada que dirige a los
psiquiatras.
Además de revelar parcialmente los mé todos seguidos en
nuestros seminarios y en el trabajo de investigaci ón , la histo-
ria cl í nica de Peter ¡lustra bien la gran responsabilidad del
m édico cuando se trata de decidir el momento en que conviene
"detenerse”. También demuestra que (a solución del problema
se halla determinada no sólo por las exigencias de la situaci ón
concreta del paciente, sino tambi é n por la personalidad del
m édico. Para el grupo resultaba evidente que algunos de los
médicos participantes hubieran tratado a Peter de un modo
muy diferente , pero debemos admitir que a ún no sabemos cu á l
,
190
Como lo he señalado en el primer cap í tulo, vemos delinearse
una serie de nuevos problemas, pero estamos lejos de poseer
las correspondientes soluciones. Se necesita la urgente realiza -
ción de trabajos de investigaci ón, tanto intensivos como en
extensión ; y — —
quiero subrayarlo nuevamente investigacio-
nes que deberán ser obra de médicos generales , bien adiestra -
dos, de capacidad de observación y de esp í ritu cr í tico.
En el caso siguiente podremos estudiar ambos problemas
— por dónde empezar” y "cuá ndo detenernos” — desde un pun-
"
to de vista diferente. El profesional "agotó sus recursos” y en
el otoño de 1952 pidi ó consejo a la Cl í nica Tavistock . Como
ya he mencionado, organizamos una especie de servicio de
emergencia para este tipo de situaciones, con la única condi-
ci ón de que el médico estuviera dispuesto a continuar el tra -
tamiento de su paciente. Como esta paciente (Caso 20, señora
N . ) fue una de las primeras enviadas con arreglo a dicho plan ,
el informe inicial del médico fue muy concienzudo y deta-
llado, y debió ser abreviado U Q poco.
CASO 20
Jaquecas durante doce a ños. Comenzaron despu és de haber desteta-
do a su hijo de seis meses, y desde entonces U han molestado de tanto
— —
en tanto. Raros intervalos a lo sumo de dos meses libres de todo
malestar . Aparecen alrededor de diez minutos despu és de levantarse,
.
durante todo el d ía y desaparecen al anochecer Si toma tabletas para
calmarlos, los dolores reaparecen horas más tarde.
La paciente dice que las jaquecas son extremadamente severas, y
.
que le quitan toda la alegr ía de vivir El dolor se localiza sobre los
ojos, y la paciente experimenta la sensaci ó n de que tiene una banda
muy apretada alrededor de la cabeza, la cual parece afiebrada . La ra
diograf ía de los senos dio resultado negativo. Pasa malas noches. Ex
--
perimenta una extra ñ a sensació n en todo el cuerpo, como si alguien
le estuviera haciendo cosquillas de la cabeza a los pies. Y al caer el
d ía se pone nerviosa y no puede mantenerse quieta. Inquietud, sobre-
.
salto Ya ha visto tres o cuatro m édicos. Uno le examin ó los ojos,
otro dijo que era un problema nervioso y le dio fenobarbital, y otro
declaró que estaba an émica y le recetó hierro.
El padre era chofer y jardinero, y cambiaba de empleo con fre -
cuencia, de modo que se mudaban a menudo. De acuerdo con la pa -
ciente, era un hombre taciturno, m ás bien colérico, dado a enfurru -
191
¿ arsc por cualquier pequenez. La madre siempre tem í a decir algo que
lo incomodara. La paciente se Llevaba bien con él » mejor que la madre.
Es la segunda de cuatro hermanas. Se llevaba bien con ellas y con
la madre.
.
Su vida escolar fue feliz y sin hechos dignos de mención A los
dieciséis a ños, después de abandonar la escuela, quiso estudiar baile,
pero el padre no lo consideró una buena idea, de modo que la joven
ingresó cu una oficina, donde se desempe ñó como taquidactiiógrafa .
No experiment ó resentimiento ante la frustración de sus deseos, aun -
que nunca sintió inclinació n al trabajo de oficina. De todos modos,
ahora no le preocupa, pues sólo trabaja dos d ías por semana .
A los veinti ú n a ñ os contrajo matrimonio con un hombre diez anos
mayor. Antes de casarse tuvo buen n úmero de amigos, pero nada se
rio. Deseaba casarse con su actual marido, y no simplemente salir de la
-
oficina.
Cuaodo estall ó la guerra, tenia un hijo de pocos meses de edad. En
19^0 fueroo evacuados a una aldea, mientras el esposo permanec ía en
Londres ocupado en ureas esenciales para la guerra; de tanto en tanto
venia a verla. Una bomba lo lanzó por el aire, pero no sufrió heridas
graves. Durante cierto tiempo se alteró su car ácter, y resultaba muy
dif ícil manejarlo. Estuvo sin trabajar durante cierto tiempo, y luego
se reunió con ella para descansar quince d ías. Nada le interesaba, ni
siquiera el ni ño, y este hecho llam ó poderosamente la aceoció n de la
paciente. Entonces comenzaron los dolores de cabeza, pero no puede
precisar m ás exactamente cuá odo ios sufri ó por vez primera.
Su matrimonio ba sido muy feliz. Dice que los primeros a ñ os fue
ron los m ás felices de su vida , y siempre pensaba que aquello era
-
demasiado bueno, y que no pod ía durar. Nunca ba tenido otros asun
tos amorosos.
-
Tem ía mucho embarazarse por segunda vez, y durante algunos me
ses no permitió que el esposo se le acercara . Cuando finalmente aceptó
-
la preocupaba intensamente la posibilidad de embarazo. En 1945 re -
gresó a Londres y acudió a una cl í nica para el control de la oatalidad,
•
despu és de lo cual sus temores la abandonaron. No se opondr ía tener
otro hijo, salvo el hecho de que el matrimonio no vive en su propia
osa. Siempre ba anhelado poseer su propia casa , y nunca pudo satis
facer su propósito. Pero la mujer que comparte la casa donde ahora
-
viven es muy simpá tica, y se llevan bien . El hecho de no poseer osa
propia fue la razó n principal que la movió a trabajar despu és de ha
berse casado. Deseaba salir de esa casa. Ese problema no molesta al
-
192
esposo, y ella desear ía que lo inquietara m ás, pues entonces se esfor-
zar ía para hallar una solución.
Hace poco la paciente salió de Londres durante unas vacaciones que
duraron quince d í as. Las jaquecas desaparecieron una semana, y lue -
go la acacaroo despu és de un partido de badminton, y en el transcurso
de la segunda semana las mvo d ías tras d ías.
Es una mujer joven, agradable, bastante bonita, que no suscita la
impresió n de que sufra mucho. Siempre está bien vestida, y no me ha
dicho nada que explique estas jaquecas. Insiste en que, a pesar de
cierros problemas menores, como el de la vivienda (situación que, des -
pu és de todo, nada tiene de grave ) , su vida es feliz y satisfactoria . Me
agradar ía consagrarle el tiempo necesario, si se me dijera qu é debo
hacer. Por ahora, he agotado mis recursos, razón por la cual la env ío
a la Qinica Tavistock.
194
que probablemente se baila en un conflicto de lealtades entre el es -
poso y alg ú n otro hombre, y que sus dolores de cabeza era o expre
sió n directa del castigo que inflig ía a s í msima en la situación
-
dada. UQO de sus relatos habla de la muier a quien su bija ve
haciendo el amor con un hombre que oo es el esposo. Concluye con la
frase ingenua de la histé rica: "Sé que zni hija no verá con buenos ojos
este asunto". Este incidente cobra particular relieve cuando al final
del test la paciente afirm ó que su hija siempre puede aocicipar cuando
ella sufrirá una de sus jaquecas.
Quiz ás haya errado completamente la interpretació n del caso, pero
si un individuo histérico, pero de personalidad razonablemente sana,
se viera afectado por un conflicto como el que acabo de describir, yo
esperar í a precisamente este tipo de T. A. T. También me qued ó la
acentuada impresió n de que la enferma ten ía por lo menos conciencia
parcial del problema, pero que no estaba dispuesto a admitirlo ante m í.
196
superior, completamente independiente, donde nadie puede entrome-
terse ni interferir. Es posible que todo esto constituya una reminis
cencia de sus experiencias infantiles, durante la cual, a lo largo de
-
diez o m ás a ños, la familia acompa ñó al padre, quien desempe ñ aba las
funciones de chofer y jardinero y debía vivir en las dependencias des
tinadas a los sirvientes, “entre otra gente, no en su propia casa** .
-
Otra clave del problema puede ser el hecho de que el padre y la
madre, ambos mayores de setenta a ñ os, viven ahora en casa propia, de
.
una pensió n a la vejez y del dinero que el padre ahorró Los dos est á n
perfectamente, pero el padre suele preocuparse por su propia situa
ció n econ ómica, que juzga incierta . En realidad, a estar de lo que dice
-
la se ñ ora N ., ambos est á n cómodamente instalados y viven bien.
Utilicé este problema como palanca para penetrar tras la superficie
absolutamente tersa que la paciente ofrece al profesional. Por v í a de
prueba se ñ al é que quizás tambié n ella estaba inquiet á ndose por pro -
blemas que no erao muy importantes. Me replicó diciendo que es el
tipo de persona que tiende a forzar su propia actividad. Necesita
hacer las cosas, “siempre tengo m á s trabajo que tiempo ”, le es indis-
pensable “correr de un lado para otro” para cumplir sus obligacio
nes. Aunque el empleo de pocas horas que tiene es f á cil y agradable,
-
siempre pasa mala noche los miércoles, porque debe concurrir al tra
bajo los jueves y viernes.
-
Fue bastante dif ícil conseguir que aclarara estos aspectos, pues cons
tantemente trató de confundirme, y , por así decirlo, de desviarme de
-
la pista mencionando hechos que contradec ían toda posible relaci ó n
eotre su car ácter y las jaquecas. Despu és le señ al é que es muy impor
tante para ella convencer a todo el mundo, sin excluirse a sí misma ,
-
que todo está perfectamente, y entonces ella empezó a hablar de sus
nervios. Cuando la paciente puede mantenerse serena y en paz, se relaja
—
y dormita, con prescindencia del lugar en que se encuentre n el
cine o en el teatro o, por el contrario, sufre espasmos de inquietud ,
y debe salir para dar uo largo paseo o calmarse con aspirinas. Estos
espasmos sobrevienen no sólo en los teatros y cinemat ógrafos, sino
—
tambi é n m á s frecueotcment durante la noche, en el hogar, y en
tooces debe levantarse de la cama y caminar , preparar t é o tomar
*
alguna droga.
Finalmente, pudo decirme algo con respecto a su vida' sexual, aunque
.
sospecho que me ofreció un cuadro poco ver í dico De acuerdo con
sus palabras todo marcha perfectamente, todo es muy satisfactorio para
los dos, aunque ocurre solamente una vez cada quince d í as, aproxi -
madamente, y la principal raaó n reside en que ella est á generalmente
196
cansada y cuando el esposo se acuesta ya est á durmiendo. Finalmente,
*
cuando supo que faltaban dos minutos para concluir la entrevista, men
cion ó que en el campo, cuando fue evacuada, "conoció*' a algunos,
-
bombres que fueron muy buenos amigos. No creo que hayan existido
relaciones seruales, pero sospecho intensos juegos amorosos, sin llegar
al coito propiamente dicho .
Diagnóstico: Superficialmente se advierte una sobrecompensaci ón muy
.
bien integrada, y todo marcha perfectamente Es muy probable que
esta situaci ón sólo pueda mantenerse gracias a una vigorosa presión
interior y, en mi opinión , las jaquecas constituyen una especie de ma -
n ó metro que reflejan la presi ó n real. Otro medio de mantener el
equilibrio coosiste en la actividad agotadora que despliega y que le
insume todo su tiempo, actividad destioada a conseguir una cosa pro
pia, en la que oo baya gente peligrosa. Cuando no est á ocupada, y
-
— —
especialmente en condiciones que la excitan el teatro, el cinematógra
fo, el baile, o el lecho , le duele la cabeza, o se adormece, o le acome
ten nervios, lo cual sigoifica que debe marcharse. He de limitarme a
-
-
conjeturar que el peligro que ella teme es la excitacióo sexual , pero
carezco de material probatorio.
En resumen , considero que el caso es una mezcla de sobrecompeo
sació n obsesiva y de conversió n histé rica.
-
Es muy dif ícil formular al m édico recomendaciones con respecto al
.
procedimiento terapéutico Existen varias posibilidades:
-
( 1 ) Dejar que contin ú e en su estado de delicado equilibrio, admi
tiendo que no es posible ayudarla y aceptando la correspondiente
censura, al mismo tiempo que se traca de alentarla con una actitud de
comprensió n.
-
(2 ) El médico podr ía tratar de convencer a la paciente de la conve
niencia de disminuir su ritmo de trabajo, al mismo tiempo que mantiene
toda la terapia en un nivel discretamente racional
— una especie de
reeducació n comprensiva destioada a conquistar un mejor sistema de
vida.
( 3) Si mi última conjetura es correcta, podr ía intentarse llevar a la
superficie sus fantas ías sexuales reprimidas, y elaborar, en colaboración
con la paciente, algú n me todo que permitiera satisfacerlas mejor que a
trav és de la conversaci ó n hist érica.
197
ahora, despu és de tres a ños de experimentación, todos podría -
mos haberlo hecho mejor. Sin embargo, Ja preparación de me
jores informes desembocar ía inevitablemente en la reducción
-
del tiempo consagrado al desarrollo posterior de los casos. El
doctor G. concluyó su informe con la frase: "Por ahora, he
agotado mis recursos ”. Los informes de la clí nica le explica -
ron por qu é había ocurrido tal cosa. La se ñ ora N. poseía un
ego bastante vigoroso, y bastante bien integrado, el cual había
desarrollado un eficiente sistema de defensas, consistente en
una combinaci ón de mecanismos obsesivos e histé ricos, gra
cias a los cuales presentaba una frente casi impenetrable. Pero
-
dicho sistema revelaba , sin embargo, lo que constitu í a proba -
blemente el mejor punto de ataque: las intensas fantasías se
xuales de la señ ora N., basadas posiblemente en ciertas expe-
-
riencias de las que se sentía culpable. La historia posterior del
tratamiento demostrar á hasta qu é punto fue correcto el diag
nóstico anticipado.
-
Los informes fueron sometidos a discusión en noviembre
de 1952, y el doctor C decidió aceptar la m ás ambiciosa de
las recomendaciones que le fueron sugeridas, y tratar de lle-
var a la superficie los deseos y faatasí as heterosexuales de la
paciente. Pero como exist ía la posibilidad de que el síndrome ,
198
del esposo. Lamenta que él no haya sido aceptado en el ejército po
—
dr ía haber asceodido. No es posible acicatearlo pero ella nada dke.
— -
Desde la adolescencia se mostró reservada coo los muchachos y con
los padres
— y abora adopta la misma actitud frente al esposo y a la
.
hija de doce a ñ os Se siente má s namral ante los ni ñ os de corta edad.
Cuaodo la evacuaron, era la mujer más joven de la aldea. Los habi -
tantes del lugar hablaban de ella. Se sent ía excitada y repelida por los
.
asuntos amorosos de las otras mujeres Al final de este per í odo, tuvo
un asunto sexual con uo polaco ( ¡oficial!). Realmente enamorada de
ese hombre. "Por primera vez eo mi vida perd í el control de mis
actos". " Interiormente pose ída de cólera ” ante la indiferencia del es
poso cuando él se le reunió, durante su licencia.
-
Record ó que las jaquecas comenzaron después que uo ex novio le
escribió cuatro o cinco cartas apasionadas. Quer ía que la paciente huyera
con él, pero ella no ten ía mayor interés en el hombre. De todos modos,
las cartas la conmovieron profuodameote. Aun sola, se le subían ios co
lores a la cara. La paciente indicó al hombre que cesara su corres
-
-
pondencia.
En abril de 1953 el doctor G y su paciente se preguntaron
si ya hab í a llegado el momento de "detenerse”. Por una par-
te, las jaquecas hab ían desaparecido, y por otra parec í a que la
señ ora N . hab í a perdido interés en el tratamiento. Aunque
pueda parecer un poco repetitivo, ciraré el informe del mé-
dico al seminario:
Esta es la mujer que siempre sufr í a jaquecas cuaodo fracasaba en
algo. Experimentaba considerable frustraci ón con respecto al esposo,
hombre sin ambiciones y satisfecho de la situación en que se encon -
traba. Ella, en cambio, necesita poseer cosas tao buenas o mejores
como las de sus amigos, y le gustar ía progresar y mejorar su situació n
econ ómica cada a ño que pasa. Le habí a sugerido que lograr ía satisfa
cer sus ambiciones si trabajaba por su cuenca, por ejemplo abriendo
-
una librer ía y trabajando para sí misma, en lugar de hacerlo a ratos
perdidos para otro, como era el caso ahora. Me dijo que le parec ía una
buena idea, y que lo pensar í a, pero desde entonces no ha vuelto a verme
regularmente .
Tropezamos aqu í con el mismo problema que ec el caso Je
Peter , aunque la forma es un poco diferente. Los s í ntomas ofre-
cidos, las jaquecas, desaparecieron en los dos casos , y para
199
ambos pacientes la vida se tornó más grata y m ás feliz. En
ambos casos permanecieron sin solución una serie de sincomas
y de problemas neuróticos, aunque a juicio del médico ningu
no de ellos era muy grave. La diferencia consistió en que, en
-
— —
el caso de Peter, el médico después de prolongado e í ntimo
conocimiento realizó casi todo el trabajo terapé utico en una
sola entrevista, y luego se detuvo, mientras que en el caso de
la se ñ ora N.f la terapia fue prolongada y al llegar a cierto
punto flaqueó la cooperació n de la paciente. ¿ Deb í a el médico
general avenirse a " interrumpir ” el tratamiento, o conven ía
que presionara a la paciente para que ésta continuara ? Des-
pués de reflexionar sobre el problema, el doctor G decidi ó
aceptar el "ofrecimiento" de la enferma en el sentido de inte -
rrumpir el tratamiento. Una razón que contribuyó a su asen
timiento fue la aprensión expresada por varios miembros del
-
grupo, quienes tem ían que nuevas exploraciones hicieran pe-
ligrar el matrimonio de la se ñ ora N., cuyo equilibrio era un
tanto inestable.
El informe siguienre es de diciembre de 1953, es decir , apro
ximadamente ocho meses despu és de finalizado el tratamiento.
-
.
La se ñora N no había concurrido al consultorio durante siete
meses, pero el médico la habí a visto bacía mis o menos un
mes:
Ahora las jaquecas son asunto del pasado. Todav í a padece otras
molestias, a veces se siente nerviosa, no puede permanecer sentada en
.
ninguna parte, debe levantarse durante la oocbe para prepararse té etc.
En el cinemat ógrafo se duerme o bien necesita salir inmediatamente.
A ú n toma dexcdr ¿oa .( ? ) Todav ía se muestra muy ambiciosa.
200
demás, eo el mismo estado de costumbre. Nunca ha venido a pedirme
tabletas.
— —
mismo tiempo, resultó visible que la cooperaci ón de la pacien
a veces,
ni siquiera rozar cierto n úmero de s í ntomas, pero el m édico
consider ó que unto la paciente como é l se hubieran visto obli -
gados a consagrar mucho trabajo y esfuerzo a la solución de
los mismos. Adem á s, exist í a el peligro de que el matrimonio
sufriera las consecuencias. De modo que, de acuerdo con la
—
paciente, el médico resolvi ó interrumpir la terapia quiz ás
con razón . Infortunadamente, la paciente no ha vuelto a vi
sitar a su m édico desde junio de 1954, por lo cual no sabemos
— -
si la razón por la cual no ha concurrido a ) consultorio reside
en que se sintió mejor, o si ello se debió a descontento con
el doctor C. n cuyo caso puede haber consultado a otro
—
m édico o con la medicina en general , lo que la habr ía movi
do a tratar de resolver personalmente sus problemas. Pero qui
-
-
zás me estoy mostrando demasiado cauto, y la explicaci ó n m ás
probable consiste en que la paciente se sintió razonablemente
bien.
201
CAPITULO XIII
La particular atmósfera psicol ó gica de la pr áctica general
— —
tica propiamente dicha, el paciente puede regresar al consul
torio y así lo hace con un resfr ío, o una indigestión, o un
panadho, o un dedo magullado, o para vacunar a su hijo, y as í
úd infinitum .
-
205
parte de las soluciones psicoterapéuticas a Jos problemas plan -
teados por la prá ctica general. La otra razón es la perpetuaci ó n
-
de la relaci ón maestro alumno, ya discutida en el capí tulo IX
Los informes de nuestros seminarios de investigación nos per -
mitieron estudiar de cerca la particular relaci ón que se establece
entre el m édico general y sus pacientes y su influjo sobre estos
dos problemas inrerconectados. Veamos qué podemos aprender
.
de ellos
Un buen comienzo ser á quizás el caso de Peter ( Caso 19). En
cierta etapa del tratamiento, cuando Peter no respondió a la
invitaci ón del doctor G. y no apareció por el consultorio, el
tratamiento continuó discretamente por intermedio de la esposa
de Peter, utilizando con ese fin los ex á menes prenatales a los
que ella debía someterse. Los resultados fueron muy aceptables,
y a pesar de la resistencia inicial de Peter a la idea de un hijo,
"el ni ñ o llegó en un mundo que no era demasiado hostil", para
usar las palabras del doctor G , Justo es decir que a ning ú n
psiquiatra se le ocurrir ía continuar el tratamiento de un pa
ciente que se niega a concurrir al consultorio utilizando con ese
-
fin las consultas prenatales de la esposa . Aun la discusi ón del
tratamiento interrumpido con la esposa ( o el marido) se halla
—
en geoeral contraindicada en la pr áctica psiqui á trica salvo,
quizás, en el caso de un paciente gravemente psicótico. La acti -
tud que no es aconsejable, que es imposible o inconcebible para
un psiquiatra, puede dar buenos resultados en el caso de un
médico general. Muchos médicos se sorprender á n quiz ás ante
el hecho de que atribuya tanta importancia a algo que es evi
dente por sí mismo. ¿Qué m á s natural que el hecho de que
-
una mujer embarazada consulte al médico de la familia , y que
ambos conversen sobre el esposo, en quien ambos est á n sincera
mente interesados, y que en ese momento constituye un pro
--
blema ? E igualmente natural debe ser que el esposo est é al
canto de esa conversaci ón , y la acepte omo que casi segura -
mente suyo ser á el beneficio, a la larga , si el m édico posee
capacidad suficiente.
Los psiquiatras tienen sus propias ideas sobre lo que puede
ocurrir en estas circunstancias. Y aun pueden ser ideas acerta
das, pero su conocimiento de primera mano sobre lo que puede
-
y debe hacerse en estos casos es tan magro, y ciertamente no
los autoriza a desempe ñar el papel de mentores omniscientes.
Aqu í enfrentamos nuevamente la necesidad de proceder a reali -
204
zar adecuada investigaci óo , dirigida conjuntamente por los
médicos generales y por los psiquiatras, sobre la base de una
asociación igualitaria .
Para mayor ilustración, volveré sobre el caso de la señorita
M . f el Caso 10 del cap í tulo VI . Ya vimos Mpor dónde empez ó
el médico", desbordando con cierta impetuosidad las barreras
de la paciente, lo cual le permitió obtener pruebas confirma
torias de su diagn óstico en el sentido de que el problema real
-
de la se ñ orita M . era su desgraciado asunto amoroso, y las
preocupaciones y temores que el mismo le provocaba. Quizás
las defensas de la paciente eran demasiado fuertes, o quizás la
técnica del médico fue muy brusca; por una u otra razón , la
se ñorita M. se mantuvo en su negativa a aceptar las propuestas
psicoterapéuticas del doctor R . En febrero de 1954 recibimos el
último informe sobre esta paciente, y a ú n manten í a su v í nculo
con el armenio, ra í z, seg ún el diagnóstico del doctor R ., de sus
numerosas doleocias del aparato respiratorio.
Y ahora , continuemos el relato. El doctor R . informó a fines
de diciembre de 1954:
En febrero de 1954 present é mi ú ltima comunicació n sobre el caso
de esta paciente. Regresó el 11 de nerviembre de 1954, y se quejó de
"ataques de arcadas y de n á useas" asociados
con vagos dolores abdo
minales. Suced ía desde hac í a un a ñ o, pero la cosa habí a empeorado
-
mucho durante los ú ltimos dos o tres meses, particularmente poco
aotes del periodo. Las reglas eran un poco irregulares, y ven ían pre
cedidas de dolores durante una semana. El examen f ísico de la lengua,
-
el pulso, el abdomen , etc., arrojó resultados negativos. ( No se realizó
examen vaginal.) Mientras le examinaba el abdomen le pregunt é con
qué asociaba las n á useas, y me replicó que cuando era mis joven se
descompon í a siempre que se excitaba ; entonces hizo una pausa, como
si se le hubiera ocurrido algo, y dijo que las n á useas y arcadas habían
comenzado poco despu és de tener relaciones sexuales con su amigo (el
.
armenio) Me explicó entonces, con cierta dificultad , que él hab ía
regresado a su pa ís, y que ella hab ía acabada por comprender que él
no la amaba realmente, sino que solamente "la utilizaba para satisfacer
.
sus deseos" Se mostr ó muy amargada y dolorida ante esta situaci ó n, y
yo adopt é una actitud de adecuada comprensi ón, pero le record é que
eso mismo ya hab ía sido conversado durante ouestra ú ltima entrevista,
.
en febrero Despu és de una larga entrevista, la pacieote afirmó que
ahora cre í a , ver m ás claro. Discutimos lo que ahora ocurr í a cuando
205
se sent ía excitada serualroeore; no conocí a la palabra "mascurbació n”, y
despu és de una sencilla explicació n dijo que no, que ella no hacía tal
cosa. No hab í a estado saliendo con muchachos, y no se sent ía excitada.
Dijo que ahora no ten ía m ás preocupaciones, excepto esos "puntos"
( acn é ). Le suger í que ellos pod í an ayudarla a mantener alejados a los
muchachos, si eso era lo que deseaba para impedir nuevos asuntos
amorosos, que contribu ían a perturbarla. Soarió, y pareció haber en -
tendido lo que yo quer ía decirle, y replicó que quizás m ás adelante
tendr ía menos miedo de los "hombres”, y volver ía a salir coa ellos. Le
receté tableras de Belladenal, y le ped í que volviera a verme dos sema -
nas después.
El 29 de setiembre de 1954 me informó que se sentia mucho mejor.
Despu és de tomar las tabletas durante dos d ías desaparecieron rodos
los s í ntomas , y adem ás el per íodo siguiente comenzó en la fecha exacta,
sin dolores antes de las reglas ni mienrras duraron. Le suger í otra cita,
pero replicó que volver ía a verme eo cualquier momento si ello era
necesario.
Una quinceoa despu és fui llamado para asistir a un joven, reciéo
llegado a Londres, y era la misma direcció n de la señ orita M. (es una
casa de pensi ón ). Sufr ía una infecció n aguda por virus ( del tipo de la
gripe ) y cuando bacía mi segunda visita se refirió a "mi amiga que le
telefoneó para pedirle que viniera". . . su "amiga ” es la señorita M .!
cl ásica
—
Pocos d ías despu és vi nuevamente a la se ñ orita M. atacada de gripe
— y cuando vino a mi consultorio para que le entregara su
certificado trajo a su amigo para presentá rmelo. ¡Y ahora se han
comprometido y van a casarse!
207
es seguro que, sin la ayuda del doctor R. , la paciente hubiera
debido afrontar dificultades mucho mayores.
Nuestro pr óximo caso (Caso 21 ) demuestra nuevamente cuán-
to m ás dilatada puede ser la escala de las "respuestas" del
médico general a los "ofrecimientos” de su paciente. Este factor
le permite en muchos casos afrontar situaciones que desbor-
darían totalmente las posibilidades técnicas del psiquiatra.
El doctor M , después de probar sus fuerzas durante varios
meses y de afrontar dificultades graves , en setiembre de 1952
remiti ó su paciente, la se ñ ora P., a nuestro servicio de emer-
gencia. He aquí el informe correspondiente:
CASO 21
La Señora Q., de 23 a ños de edad, sufre ataques de temblores. A
menudo experimenta dolor en el costado derecho del bajo vieotre,
piensa entonces que puede tratarse de apendicitis, no puede apartar de
su mente la idea de una inminente operació n (aunque í ntelectualmeoce
sabe que no es probable que se trate de apendicitis y entonces viene
un ataque de temblores ) .
Caracterol ógicamente, la joven es una histérica, pero he comprobado
que es muy dif ícil penetrar sus defensas. Admite que las interpretacio-
nes son correctas, pero ese reconocimiento en nada modifica su actitud.
Mantiene una postura de intensa adhesióo a la madre, y no ha sido
capaz de renunciar a su papel infantil hacia ella (la madre dirige la
-
casa, la se ñ ora Q. sólo tiene cinco chelioes para sus gastos, debió regre
sar de sus habitaciones amuebladas a la casa materna, donde bay ya
mucha gente, etc.). Al mismo tiempo que ésta renuncia a renunciar a la
madre como objeto exclusivo de amor, ha conservado cierta envidia
del pene, y se muestra incapaz de desempe ñ ar su papel como mujer.
Es fr ígida, teme tener hijos, y aun asusta la idea de bailar.
Sol ía orinarse en la cama , morderse las u ñ as, masrurbaxse manual
mente, y recuerda vividamente que “ jugaba al doctor ” con sus herma -
-
nos. ( El ú nico instante en que demostró cierta emoci ó n fue mientras me
relataba estos incidentes.)
Posee vivida fantas í a vital , pero no pudo relatarme el contenido de
sus sueños en estados de vigilia.
Odia al padre, por quien se siente rechazada. Ve en el padre sobre
todo al rival por el amor de la madre.
Cuando se la escucha, se tiene la impresió n de que, no sólo ha que -
dado fijada emocionalmente en la primera fase del per íodo ed ípico,
208
sitio de que a veces retorna a los niveles anales (exceso de limpieza,
preocupació n por el dinero, conducta sá dica hacia el esposo).
Mantiene relaciones amorosas il ícitas con un ex novio, y se muestra
despreocupada de las posibles consecuencias. Generalmente sus pro *
211
dinero, y le basta con obtener alg ú n dinero para gastos menudos del
que su esposo pasa a la madre.
El esposo quiere hijos, pero ella teme horriblemente el dolor, y no
es capaz de tolerar ni siquiera la ¿dea de tener un niño. El esposo es
panadero y debe acostarse muy temprano, de modo que la vida sexual
del matrimonio es mucho menos intensa de lo que ella desear í a. De
todos modos, soporta la situació n y no se le ocurre que pod ía, por
ejemplo, seducir al marido y hacerle el amor .
.
Evidentemente el doctor M. coooce perfectamente todo esto El pro
blema reside en saber qué hacer con la parieate, y por mi parte con
-
-
centraré deliberadamente la entrevista sobre ese punto .
Con la encantadora btlle indifference des hysteriques, la se ñ ora Q.
se manifest ó de acuerdo con todas mis observaciones. Traté de demos-
trarle que ahora está yendo a la deriva y que, como teme las conse
cuencias de esa actitud, cierra los ojos, y si es posible se echa a dor
-
-
mir. Intuye que dentro de diez o de quince a ñ os lamentará terrible -
mente todo lo que ahora está haciendo, pero esa conciencia de la pers -
pectiva la perturba muy poco .
El problema es éste: ¿ qu é debe y qu é puede hacer el m édico gene -
ral en estas circunstancias? Puede decidir, ya que el paciente no Jo
hace, que este tipo de vida es totalmente impropio, que la paciente
debe asumir la total responsabilidad de s í misma y de su familia y debe
vivir su vida. Es evidente que esta actitud puede despenar resistencia
en la paciente, y que el resultado será una agria disputa entre ella y
su médico.
La otra posibilidad consiste en permitir que la paciente contin ú e su
vida como hasta ahora, pero esta actitud crear í a hondo sentimiento
de culpa en el m édico, quien por así decirlo, estar ía tolerando sin
mover un dedo que una mujer joven y por lo demis sana, de bueoas
posibilidades, destruya su vida a cambio de muy escasas ventajas in -
mediatas.
La causa real de codo el problema es el temor de la paciente al
.
dolor, que a toda costa pretende evitar Obligarla a que se trate equi -
.
vale a exponerla a la situación traum á tica, y es muy probable que reac -
cione huyendo, de modo que mi recomendació n consiste en que se
plantee el problema franca, firme e insistentemente a la paciente, sub -
rayando siempre que nada podr á hacerse, a menos que ella lo solicite.
Eso mismo he hecho, pero estoy casi seguro de que el influjo de esta
idea se disipar á muy pronto, de modo que el m édico tendr á que em -
pezar casi desde el principio.
212
Los dos informes no coincid í an . El psiquiatra no dudaba de
la gravedad de los problemas, pero no consideraba que el caso
fuera totalmente desesperado. No cre í a posible establecer una
relación bien definida , pero alentaba al médico general a que
continuara pacientemente, un paso por vez, dispuesto a sopor
tar la aparici ón de largos intervalos vací os. En realidad , esta
-
prognosis facilitaba el tratamiento del caso por un médico
general, m ás que por un psiquiatra, siempre apremiado por su
horario. El informe del psicólogo era muy grave, sin duda. No
hallaba uoa personalidad coherente, muy poco control sobre
las exigencias primitivas de su propia personalidad , muy esca -
so contacto con la realidad , muy poca capacidad de tranforma
ron, etc. Esta descripción nos desconcert ó un poco, pues los
-
informes de ambas fuentes generalmente armonizaban bien,
confirm á ndose y complement á ndose mutuamente. Despu és de
examinar la situaci ón, se decidió pedir a otro psicó logo que
.
sometiera a las señora Q al test de Rorschach. Abrig á bamos
la esperanza de que un test diferente eliminara parte de la
discrepancia.
Este segundo test fue informado al seminario una quincena
después. Dado que el informe es un poco largo, y como en
l í neas generales coincide con el test anterior, citaré solamente
la s í ntesis diagn óstica.
Es evidente que las defensas de la paciente no son adecuadas para
el mantenimiento de su salud mental , pero son suficientemente esta *
214
que era demasiado temprano. Resentida , la se ñora Q. acudi ó
a otro médico de la vecindad , muy parecido al doctor M . en
cierto aspecto importante. Pero volvió al fin con aire contrito;
y el doctor M. aprovechó la oportunidad para subrayar la seme-
janza de la oscilación de la paciente entre su esposo y su aman-
te, con la huida en busca de otro médico.
Aunque el embarazo fue una alarma , y los per í odos retor-
naron con gran desilusión de la señora Q., la paciente continuó
su tratamiento. Sin embargo, pronto comenzó a llegar tarde a
las entrevistas, y su interés comenzó a decaer. A fines de 1953
dejó de asistir regularmente, y desde entonces el doctor M. la
atendió irregularmente y en el carácter de paciente com ún.
Citaré ahora dos cartas del doctor M. sobre la se ñ ora Q., de
agosto y noviembre de 1953.
215
es iodependieore. Por el contrario, surge una cueva forma de depeo -
deocia, quizás má s madura, ia cual resulta satisfactoria tanto para el
paciente como para el m édico. Segú n parece, la señ ora Q. ya no est á
— —
enamorada de m í, pero ahora mucho más que en cualquier ocasió n
anterior , soy el m édico de toda la familia, y se me considera 'amigo
.
de 1a familia" En lugar de un corte, de una separaci ón, como imagino
ocurre despu és del psicoan álisis, la paciente y yo continuamos unidos
.
por tenues lazos; cuyo cará cter oo es estrictamente m édico En otro
caso, ia paciente también est á enamorada de m í, y quisiera transfor -
mar ese sentimiento en una relaci ón que me permitiese convertirme en
"amigo de la familia ”, o en algo no bien definido desde el punto de
vista sexual, pero de todos modos fuera de la estricta relació n m édico
*
—
la función de psicoterapeuta , retorna al papel de médico, y m ás
tarde se convierte en obstetra es decir , tiene con su paciente
toda suerte de contactos í ntimos, postura imposible en el caso
—
de un psiquiatra , y finalmente se transforma en "amigo de
la familia". Y, mientras tanto, ha ayudado a una mujer ioso -
216
-
portablemente inmadura, gravemente histérico neurótica al al
canzar la condición de mujer y de esposa eficiente, y, muy pro
--
-
—
bablemente, de madre bastante aceptable. Todo ello fue lógra
lo en menos de dos a ños de febrero do 1952 a noviembre de
-
—
1953, en el transcurso de aproximadamente cincuenta sesio
nes . Sin el tratamiento, la se ñora Q. y sus hijos habr í an sido
fuente constante de dificultades y de irritación para el profe
sional. No es dif ícil calcular cu á nto tiempo ahorró el médico
-
— —
por ejemplo, en diez a ñ os gracias a esas cincuenta sesiones.
En cambio, ser ía más dif ícil estimar el ahorro en energ ías y en
sufrimientos, tanto de la paciente como del médico, logrado
-
gracias a que se evitaron las frustraciones, desilusiones e irrita
ciones que hubieran aparecido durante esos hipot é ticos diez
a ñ os.
La escala
— —
incomparablemente m ás amplia de las posi
bles formas de relación corre el médico general y el paciente
ofrece un aspecto especial de importancia. Lo hemos observa
-
-
do prá cticamente en todos nuestros casos, pero no hemos lo-
grado estudiarlo sistem á ticamente. El médico puede "dar ” algo
a su paciente, algo positivo y ú til. Ese algo es la medicina , el
"frasco” tradicional en Inglaterra. Con ello no quiero referir
me a los placebos. Los Placebos fueron primero ridiculizados
-
y luego pr ácticamente eliminados de los casos que discut í amos.
El habitual e implacable interrogante fue éste: ¿ Qu é se pro -
pon í a el médico cuando recetaba el frasco ? ¿ Era éste la mejor
terapia posible en esc momento y en el caso dado?
-
Si se considera desde este á ngulo el acto de "recetar un fras
co" , surge una serie de problemas fundamentales. Citaré algu -
nos. El médico debe atender un consultorio colmado de pacien
tes, y no puede consagrar a cierto paciente tiempo suficiente,
-
aunque es evidente que ese enfermo necesita algo. Una posible
soluciÓQ consiste en ofrecerle otra cita para un d ía de mutua
conveniencia , y recetarle un frasco, calculado de modo que,
cuando retorne al consultorio, lo haya concluido. De ese modo
se matan dos pá jaros de un tiro; el paciente tendr á una ra
zón adicional para cumplir la cita , y el doctor podr á iniciar
-
la entrevista con una sencilla y natural pregunta: ¿ Le ayud ó
a mejorar la medicina ? En cambio, si por una u otra razón
resultare bloqueado el progreso del tratamiento, y por el mo -
mento resultara in ú til o contraindicado realizar nuevas explo
raciones, una bien calculada dosis de medicina determinará el
-
217
retorno del paciente en una ocasión posterior, cuando quiz ás
-
la atmósfera sea m ás propicia. Por otra parte, si el médico gene
ral vacila con respecto a la conveniencia de detenerse, puede
indicar al paciente que regrese en busca de una nueva receta
o para controlar los resultados obtenidos, lo cual le permite
vigilar el desarrollo de los acontecimientos, y "empezar " de
nuevo si la situaci ón lo exige o lo sugiere.
El envío del paciente para la realización de diversos exáme-
nes es otro m é todo empleado a menudo con el fio de mantener
contacto. El m édico recibe el correspondiente informe, y m ás
tarde o m ás temprano el pacieote regresa en busca del resul -
tado, lo cual ofrece al médico otra oportunidad. Esras técnicas
fueron mencionadas en diversos casos incluidos en esta obra;
m á s a ún , todo m édico las conoce y las utiliza. Sin embargo,
lo que no se dice habitualmenre es que lo inesperado ocurre
con bastante frecuencia. Una droga inocente, recetada como
factor de contacto, determina la desaparición de un sí ntoma
cró nico; aunque se ba agotado el contenido de un frasco de
medicina , el paciente no regresa; un paciente no acude a ente-
rarse del resultado de una importante radiograf í a, etc.
¿ Por qué estas técnicas a veces producen el resultado espe-
rado, otras nos sorprenden con resultados mucho mayores de
lo que anticipá bamos, y otras, en fin , fracasan lamentablemen-
te ? Se trata , indudablemente, de un importante campo de in -
vestigación, pero debo confesar que sólo puedo se ñ alarlo, pero
no contribuir a él. Nuevamente debemos destacar la necesidad de
mayores y m á s organizados esfuerzos de investigación , tanto
más cuanto que la comprensi ón real de estos problemas sin du -
— —
da influir á profundamente el consumo nacional de drogas por
dem ás elevado y aliviará los servicios especializados, inne -
cesariamente recargados de trabajo.
218
SE TERMINÓ DE IMPRIMIR
EL 28 DE MARZO DE 1961
EN AM É RICALEE, EDITORA E
IMPRESORA , TUCUMÁ N 353.
BUENOS AIRES . ARGENTINA
BIBLIOTECA DE PSIQUIATRIA DINAMICA
dirigida por
DR. LEONARDO MACHAN
El médico, el paciente
y la enfermedad
PRóLOGO DEL DR. 0. SURGEON
II
Titulo del original inglés:
THE DOCTO* NU PATIENT AND THE ILLNESS
Traducción de
AN ÍBAL LEAL
—
Y a hemos examinado aunque de ning ú n modo resuelto
los numerosos problemas relativos al " modo de empezar ” y
al "momento de detenerse ", y tambié n hemos visto cu á otos
—
m ás recursos posee el médico general , comparado con los espe
cialistas. Ha llegado, pues, el momento de estudiar al prooio
-
médico en su papel de psicoterapeuta. En este punto debemos
encarar buen n ú mero de dificultades. La primera de ellas es
com ún a todos los aspectos de la psicoterapia. La mente es
inconcebiblemente multidimensional, al paso que toda des -
cripci ón se halla limitada a una sola dimensi ón. El leneuaie
puede describir sólo una secuencia de hechos por vez; si varios
de ellos ocurren simult á neamente, el lenguaje debe realizar
un movimiento de vaivé n entre las l í neas paralelas, lo cual
dificulta o confunde la comprensión del oyente. Una ulterior
y casi insuperable complicación es la determinación por el
hecho de que los procesos mentales no sólo ocurren simultá -
— —
neamente a lo largo de l í neas paralelas, sino que se influyen
mutua y profundamente. Esta es una de las razones quizás
la principal por la cual son tan escasas las buenas historias
-
cl í nicas psicoterapéuticas. En general, son confusas, complica
das y de gran vuelo. Me remo que a pesar de mis esfuerzos,
las m ías adolecen de id é nticos defectos.
Origen de la segunda dificultad es el hecho de que en con
.
siderable medida somos solamente principiantes La psicote
--
rapia de Jos mé todos generales ha sido hasta aqu í mera habi
lidad empírica, bien intencionada, fortuita, apenas verificada
-
por via experimental, y muy lejos de la tipificación que con -
fiere seguridad. Esta cr í tica, aunque en proporció n mucho me -
9
——
nor, es aplicable a todos los tipos de psicoterapia incluido
el psicoan á lisis, ú ltimamente objeto principal de estudio pe
ro a ninguno tanto como a nuestra esfera de actividad. Por
-
lo tanto, debe concederse al médico gran libertad para que tra
te a sus pacientes con arreglo a su propia personalidad. Dado
-
que nos habíamos propuesto esrudiar "la droga más frecuente
mente utilizada en la pr áctica general" nuestra tarea hubiera
-
sido imposible de haber impuesto condiciones r í gidas al em
pleo de la misma. De modo que se resolvió, no sin ciertas
-
aprensiones de parte de algunos participantes una pol í tica "to -
.
talitaria" Todos los médicos fueron autorizados ( y a ú n alenta -
dos) a utilizar libremente toda la fuerza de su personalidad.
Consecuencia de ello fue la gran diversidad de las técnicas
adoptadas.
Para ofrecer un cuadro representativo de nuestro trabajo,
este capitulo deber ía incluir por lo menos dos casos de cada
uno de los catorce m édicos que integraban nuestro seminario
de investigación . Desgraciadamente, esto es imposible, y qui
zás a ú n indeseable. De modo que se decidió reproducir en este
-
capítulo sólo dos casos. Además, en el siguiente capí tulo se
examinar á otro caso muy dif ícil. Cuando seleccioné los tres
casos tuve presente la necesidad de ofrecer ejemplos de buen
trabajo, considerado aceptable por los miembros del semina
rio, taoto desde el pumo de vista del médico utilizado como
-
del resultado obtenido. Estos ejemplos, en conjunción con los
restantes casos descritos en el curso de este libro, demostrar á n
cu á les son las realizaciones que, a nuestra opinión, pueden
esperarse de un médico general.
Ello no significa que todo médico general deba alcanzar el
mismo nivel. Semejante pretensión ser ía absurda. Ciertos mé
dicos, adem ás de su práctica normal, se inclinan a la cirugía
-
menor, y otros a la medicina prenatal y a la obstetricia; otros,
en fin, se interesan en la pediatr ía, o en los anestésicos, etc.
Nadie se interesa por rodas las ramas de la medicina. En ge -
neral, lo mismo puede decirse de la psicoterapia.
-
Abora , cuando vuelvo la vista sobre los casos elegidos, ad
vierto que
los tres fueron tratados por aquellos miembros de nuestro grupo
a quienes caractericé como "inclinados a la pr áctica de la psi*
—
pesar de que la eleccióa tuvo que ver con ello
CASO 22.
En primer lugar me visitó la esposa, y me dijo que el marido se
mostraba hosco, deprimido, ten ía agudos dolores abdominales, y dolo -
res en el cuello y en la cabeza. A menudo se tornaba violento y le
arrojaba cosas; la mujer le tem ía, y a veces pensaba en huir de la
casa debido a la conducta del esposo. El psiquiatra que trat ó al esposo
en el Hospital R. la aconsejó colocarse un diafragma anticonceptivo, y
cree que desde que tomó esa medida, ias relaciones entre ambos han
mejorado mucho, aunque éi no ha conseguido liberarse de su de
.
presió n
-
Posteriormente vi al esposo. Fue examinado por vez primera en
1949, en el Hospital R. (es un hospital escuela ) , y se estableció que
sufr ía un estado de ansiedad luego fue enviado al Hospital Bn donde
,
n
La doctora H. complementó esta información con la lectora
de una carta del Hospital R., a la cual vení a agregado un in-
forme del Hospital B.:
De: Hospital R.
A: Dri. H. 1? de junio de 1953.
.
R e f j Señor V
Estimada doctora H.:
Este paciente fue atendido aqu í por primera vez en diciembre de
1949, mejoró mocho, y fue dado de alta dos a ños despu és. Durante
-
este lapso fue paciente interno del Hospital B. Le incluyo copias fotos
tancas de su ficha. En ocasión del último examen a que se la sometió
-
hab í a experimentado una recurrencia de sus sí ntomas origiuales, y
tambi é n había recurrido su seborrea. Si usted necesitara alguna infor-
maci ón, tendr é el mayor placer en suministr á rsela .
Suyo sinceramente,
Ayudante Jefe,
Departamento de Medicina Psicol ógica
13
concurrir ai consultorio psiqui á trico externo de R, desde donde se
organizó el ingreso en B .
Estado mental: Se muestra tenso y ansioso, parece sentir miedo, habla
en voz baja, a menudo trémula. Sus modales suscitan una impresión
de ligera teatralidad; as í, cuando se le pregunta cu á l es su problema,
.
contesta: “Tengo miedo" A menudo próximo al llanto, particularmente
cuando se mencionan experiencias de guerra. Parece de mediana inte -
ligencia, no hay indicios de psicosis. La impresión general es de timi -
dez e inadaptació n, de auténtico temor y de ansiedad, todo ello presen
tado de un modo dramá tico.
-
Observaciones f í sicas: No se observa oinguna dolencia.
Diagnóstico e impresió n general: Personalidad hist érica muy inmadura,
actualmente con rasgos de ansiedad.
.
Tratamiento y progreso: 24.1 50: Abreacrion ó con intenso temor cuan-
do, bajo la influencia del pentotal, revivió las experiencias de la bata -
lla en la isla griega, y expresó sentimientos de culpa por haber muerto
.
alemanes que ten í an “esposas e hijos" Cuando volvió en s í se sintió
mucho mejor, y expresó alivio. Se sent ía tranquilizado y confortado .. .
.
27.1 50: Se sieoce mucho mejor. No tan atemorizado. Coot ó cu á nto
odiaba pelear y matar alemanes, "algunos de ellos eran hombres ma -
.
yores, como mi pap á" En este paciente est á contraindicada toda tera -
pia de exposici ón; responde bien al tratamiento de apoyo con reforza -
miento de sus intensas represiones, las cuales sufrieron un golpe du -
rante la Jucha en la guerra.
.
ligeros problemas dom ésticos
madre del
una sicuadó n
paciente , y é
desagradable
l
. Se lo
—
8.2 50: Se siente bien, pero est á un poco preocupado ante denos
la esposa se siente ignorada por la
experimenta
alent ó
ansiedad ante la posibilidad de
para que encarara a su madre.
Taa pronto como se Je traz ó una l í nea de acdón, se sintió y pared ó
mucho mejor .
3.3. 50: Mucho mejor. Ahora no siente miedo; Todo parece muy
.
tonto" Eo condidones de ser dado de alta la pró xima semana .
Diagnostico final: Estado de ansiedad en una personalidad fundamen -
talmente hist érica.
Condición en el momento del alta: Mejorado.
Prognosis: Buena con respecto al actual estado de ansiedad , pesimista
con respecto a la inadaptaci ó n fundamental .
(Firmado) Psiquiatra .
14
La doctora H . formuló algunos comentarios bastante acres
uoto sobre la carra como sobre el informe. La primera era poco
más que una serie de frases corteses y vac í as» y carec í a de uti -
lidad para el médico general; el segundo era pomposo» impre-
ciso y en muchos aspectos erróneo e incompleto. Reforcó sus
criticas con ciertos detalles complementarios de la historia del
señor V.:
--
su madre cada vez que ésta se embarazaba Cuando estuvo en el Hos
pital B. le dijeron que su enfermedad estaba relacionada con sus expe
riencias durante la guerra, pero no puede comprender que así sea, pues
le alegró mucho salir de su hogar, que le repelía, y tem ía luchar, de
modo que para él fue uo alivio caer prisionero.
Aparentemente su enfermedad comenz ó cuando regresó de la gue
rra. Aunque la familia se hab ía mudado a un departamento mejor,
-
detestaba regresar coo ellos, y trató de escapar casá ndose. Sin embargo,
dorante el primer a ñ o el matrimonio debió convivir coa los padres
del paciente, y esto fue demasiado para él. Siempre tuvo miedo del
padre, y esa situacióo no ba cambiado. El padre fue boxeador, uo hom -
bre muy vigoroso, siempre dispuesto a disputar y a pelear, y el pa -
riente procur ó proteger de sus furias a los hermanos y hermanas. Sien -
procede mal, y en el trabajo ( ambos realizan el mismo trabajo pin
— —
te que debe guardar siempre lealtad a su padre, aunque éste a menudo
15
El paciente afirma que ahora se siente mucho mejor, porque por
primera vez en su vida ha podido discutir libremente con alguien el
problema de la masturbaci ó n. Ahora puede salir, duerme bien , no toma
drogas, trabaja mejor, no siente dolores. Adem ás, mantiene con Ja
esposa una relación realmente satisfactoria. Del departamento de los
padres se mudaron en primer término a una casa más bien incómoda.
Sin embargo, hace tres meses consiguieron un piso suministrado por
el consejo local. El paciente visitó a su familia por primera vez en
tres semanas, y se alegró de comprobar que pod ían arreglá rselas bas-
tante bien sin éL Ahora puede jugar con su hija, de seis a ños de edad,
ante la cual nunca, hasta el momento presente, había demostrado pa -
.
ciencia La ni ñ a se orinaba en la cama, pero durante la última quin -
cena ha dejado de hacerlo.
17
la capacidad profesional de la doctora H . En definitiva, se acon-
sejó a la profesional no ir a verlo si no deseaba verse inaplicada
a ún m ás en el caso; en cambio, si estaba particularmente inte -
resada y se hallaba dispuesra a afrontar las consecuencias, debí a
dar ese paso; pero en ese caso debía manejar al paciente con
cautela.
La doctora H . decidió visitar al paciente en su casa, y el trata -
miento continuó. Nuestro grupo recibió informes peri ódicos
sobre la evoluci ón del enfermo, pero sólo transcribiré el infor-
me sinté tico y retrospectivo presenrado en junio de 1954, es
decir, aproximadamente un a ño después que la profesional co-
menzó su labor psicoterapéutica . Aunque es inevitable que el
segundo informe repita buena parte de lo que se dijo en el
primero, lo reproducimos íntegro, pues demuestra de qué modo
los mismos hechos revisten una importancia diferente a me-
dida que el tratamiento se desarrolla .
El se ñ or V. es na grao éxito. Fue prisionero de guerra en Alemania,
y all í se lo trató muy mal. Volvió al pa ís en 1946-47 y. no pudo enca -
rrilarse. Ten í a severos dolores abdominales, y estuvo en el Hosoital B.
durante m ás de dos meses. En 1949 50 el diagn óstico fue de estado de
*
18
Ahora, cuando est á coa el padre, consigue relajarse y no experimenta
temor .
.
Fue el mayor de muchos hermanos UQ factor de grao importancia:
le molestaban terriblemente todos los hijos que la madre tuvo, uoo
tras otro; luego, experimentó gran aosiedad por la hermana, mayor
--
que él, la que murió de peritonitis, despu és de una apendicitis. Com
probé que los dolores abdominales se remontaban a ese hecho. La her
mana murió cuando él ten ía cuatro o cinco anos, y el paciente nunca
pudo olvidarlo; siempre que le ocurr ía algo, ten ía que ser apendicitis
o peritonitis. El padre lo atropelló y castig ó mucho, ten ía que cuidar
constantemente a los otros ni ñ os, y que desempe ñ ar el papel de ni ñera;
no se le permitió crecer y desarrollar su propia vida. Fue muy maltra
tado; a decir verdad , siempre porque él mismo provocaba situaciones.
-
Discutimos muy detalladamente todo el problema. Manifestó intenso
desagrado con respecto al hospital B. y a las abreacciones a las que se
le sometió all í. Analicé lo que el pentotal significaba para él, y sus
temores de ser muerto y aplastado. Consegu í que fuera al dentista por
primera vez, la semana pasada, y le extrajeroo una muela, previa in -
yección. Naturalmente, habí a temido mucho esta situación . Insistió mu -
cho en el tema, y sabe que puede hacerlo. Tambi én experiment ó dolores
de espalda y jaquecas. Sufr ía dolores siempre que veía a sus padres,
o que se veía envuelto en alg ú n problema con su familia o con el
patró n, en el trabajo. Comprendi ó que el patr ón representaba más o
menos al padre. Empieza a entenderlo cada vez m ás claramente.
19
como la doctora H. Finalmente, el señor V., aunque no era un
hombre sin condiciones, tampoco era un intelectual. La com -
prensión de los mecanismos que provocaban sus dolores, moles
tias y ansiedades deben haber sido fuente de considerable satis-
-
facci ó n y la realización intelectual consistente en adquirir
capacidad de control sobre ellos le infundió confianza y orgullo;
todo lo cual quizá no hubiera impresionado a un esp íritu m ás
sofisticado. Sea cual fuere, el se ñ or V., después de haber sido
—
rechazado por los psiquiatras y con un pron óstico bastante
—
negativo fue curado por la psicoterapia de un m édico gene-
ral. Para el caso de que se objetara la palabra "curado” , citaré
el informe complementario de noviembre de 1955, casi un a ñ o
y medio despu és de concluido el tratamiento:
—
planeado y él se siente muy complacido ante el hecho
—. es un embarazo
20
CASO 23
La se ñ orita S. vino el 20 de noviembre y se registró en calidad de
paciente nueva. Muy joven, cabello recogido con una cinta; parec ía an-
siosa. Durante los últimos dos y medio a tres a ñ os hab í a sufrido buen
n úmero de indigestiones. En julio, el m édico anterior le dijo que corría
peligro de desarrollar una ú lcera péptica, y que debía mantener una
dieta estricta . Vino a pedirme que le recetara otro frasco de tabletas
alcalinas. Esto ocurr ía en medio de una atareada tarde de consultorio,
de modo que arreglé para verla nuevamente. Cuando se dispon í a a salir,
le pregunté si la preocupaba algú n problema, y dijo que se acercaba
el momento en que deb ía rendir algunos ex á menes, pero que el hecho
no era motivo de inquietud . Es estudiante, goza de una beca anual en
una escuela de arte, y luego har á pr á ctica de ense ñ anza durante otro
ano para obtener su diploma. Luego agregó que habí a otra cosa, su
novio, pero que despu és me contar ía al respecto.
Volvió el 4 de diciembre. Dijo que desde la edad de cinco a ñ os, y
hasta los ocho, sol í a padecer ataques biliosos pero luego habí a conse -
— —
guido librarse de ellos. No se sentía cómoda eo la escuela había em
pezado a asistir a los cinco a ñ os y cambió de establecimiento a los
-
ocho. No se sent ía feliz, debido a su timidez. Ha sido feliz en el colegio;
.
le gusta, aunque no experimenta extraordinario entusiasmo No siente
verdaderos deseos de pintar, es la madre quien insiste. La madre, de
cincuenta y cuatro a ños, volvió a casarse hace pocos a ños. Una mujer
muy desgraciada. El padrastro y la madre no se llevan bien. La madre
no ve con buenos ojos que la paciente tenga buenas relaciones con el
padrastro. El padre de la paciente abandon ó a su esposa cuando la hija
ten ía cinco a ñ os; la madre dijo que era U Q borracho. Le pregunt é si
había sentido la falca del padre, y ella replicó que la sent ía ahora. Le
dije: "¿Quiere decir con eso que ahora quisiera conversar con él sobre
los problemas que debe afrontar? ” Contestó afirmativamente. Me cont ó
de su novio» un estudiante sin un centavo, que viv ía de una beca. Hace
cuatro a ñ os que lo conoce* han estado pensando en casarse pronto, a
pesar de las dificultades financieras, pero la madre no simpatiza coo el
muchacho. Le pregunté si hab ía tenido relaciones í ntimas con el mu
chacho; replicó que no, pero luego comprobé que eso no era cierto.
-
Para el psiquiatra, nada más f ácil que repetir su perogrulla-
da: cuando se formulan preguntas, se obtienen respuestas y
prácticamente nada más.- Hubiera sido mejor esperar . La pre- —
21
gunta indujo a la paciente a dar una respuesta falsa, la que
posiblemente no le fuera f ácil corregir después.
El doctor R . no se dio por vencido:
Posteriormente le pregunt é: “ ¿Cu á ndo tuvo relaciones sexuales? ” Re -
cord ó lo que me había dicho, y se sonrojó. Lo observ é, y dije que no
ten ía importancia. La paciente tiene un hermano, a quien quiere mu *
22
entre ambos jó venes se acercaba mucho al acto mismo, y la paciente
experimentaba hondo sentimiento de culpabilidad. Debía volver a su
casa para Navidad.
Me telefoneó despu és de Navidad, y dijo que necesitaba mostrarme
algo. Vino el 22 de euero, y me mostró su anillo de compromiso. Hab í a
sostenido con su novio una larga conversación sobre el futuro, ambos
habían examinado los diversos problemas, y como consecuencia de ello
se habían comprometido, con plena conciencia de las dificultades que
deber ían afrontar. Con gran sorpresa de la joven , la madre había reci
bido bien la noticia. Me explicó luego que desde esa Navidad había
-
sido capaz de enfrentar a la gente y de conversar con todos sin senti
.
mientos de timidez y sin sonrojarse Por mi parte, observé que ya no
-
.
se sent ía avergonzada, y ella replicó: "Sí, asi es" A lo cual agregu é:
"Nada tiene de qu é avergonzarse, y bien puede encarar la vida en la
actitud del adulto".
Ya no usa el cabello recogido coa una cinta, y se maquilla un poco
el rostro. La vi nuevamente el 5 de febrero. Se sent ía mucho mejor,
pero hab ía estado pensando mucho en el padre, y le preocupaba el
modo como sin duda la madre lo había tratado. Le señ al é que ser ía
mucho mejor que concentrara su pensamiento en los problemas del
.
presente Luego habló sobre el trabajo, manifestó deseo de estar en X.,
donde su prometido estudia, de casarse, de trabajar, y de continuar sus
propios estudios. Hasta aqu í he llegado. La paciente se r íe ahora de
su indigestión y dice: "Ahora me asombro de haber estado tomando
esas tabletas durante a ñ os". Hubiera sido posible ahorrarle tres a ños
de ese tratamiento.'
— —
Es verdad , por otra parte, que el doctor R. de acuerdo con
su propio carácter aplic ó métodos un tanto impetuosos para
promover la transformación de la dolencia f ísica a la psicoló-
gica. Después de afirmarse claramente en el papel de benévolo
25
y comprensivo sustituto paterno, rechazó y ridiculizó la posi
bilidad de una enfermedad de carácter orgá nico, y usó de toda
-
--
.
su influencia para convertir a la se ñ orita $ a su propia psico
som á tica. En realidad , “ predicó un serm ón ” sobre el tema du
rante la primera entrevista prolongada , era una buena opor-
tunidad para convertir a la se ñ orita S., pues el m édico ya hab í a
demolido su primera linea de defensa , y ella no habí a tenido
tiempo de organizar otras nuevas. Estamos ante un instructivo
ejemplo de fervor “apostólico* en el médico, sentimiento que
1
25
largo rato. Recordó que no se había llevado bien con cierta maestra
de la escuela, porque era de carácter fuerte, como Ja madre, y que
se han suscitado dificultades con uua mujer del colegio al cual con -
curre actualmente, y por la misma razó n. Siempre que tropieza con
mujeres imbuidas de autoridad se suscitan choques. Luego explicó que
no sabía adonde ir, dó nde quedarse, de modo que la envi é a visitar
a otra paciente, la cual me había dicho que dispon ía de varias habita -
ciones desocupadas. Volvió anoche. Hab ía alquilado el cuarto, y cree
que all í escara cómoda. Sus dos amigas, coa quienes ha vivido hasta
• hora, también se mudará n a la nueva casa, y nuevamente vivirá n todas
.
juotas cuando puedan hallar comodidades apropiadas Agregó que du
rante el fin de semana su novio y ella hab ían decidido casarse en el
-
verano, y que ella trabajará en X., mientras él contin ú a estudiando.
Luego afirm ó que se sent ía un tanto indecisa, no est á segura de que
su decisió n de casarse con él obedezca a que lo ama, o a qué constituye
una solució n para sus problemas. Le pregunt é si le parec ía buena idea
la de casarse para solucionar sus problemas, y la paciente contestó que
oo, pero que no veía cómo saLir del asunto sin trastornarlo. Luego de
clar ó que oo creía que su resistencia a casarse se debía a falta de amor
-
pero sent ía que todo el caso provocaba en ella cierto conflicto. No
pudimos llegar muy lejos. Me sorprendió al final de la entrevista con
la afirmación de que ahora se sent ía mucho m ás feliz, pero confieso
que no veo claro qu é ocurrió realmente durante esta entrevista.
26
pero esencialmente rebelde y "dominante”, y todas las figuras
maternas de carácter fuerte.
( b ) El anhelo de un padre bueno, comprensivo y servicia!,
capaz de ayudarla en su lucha contra la madre.
¿Cu á l deb ía ser la conducta de un médico general en situa
ción cal ? Como ya hemos visto, el doctor R. accedió a los deseos
-
de la se ñ orita S. y consagró sus mejores esfuerzos al papel de
padre comprensivo y poderoso. ¿ Fue una terapia inteligente,
y en caso afirmativo, en qué proporció n conven í a aplicarla ? ¿ En
qu é punto convenia "detenerse” ? Recordemos el punto de par -
tida: el m édico es una droga . Este caso constituye buena ilus
tració n de la importancia de esta droga, y de lo poco que
-
sabemos respecto de su farmacolog ía.
Muy pronto el seminario comprendió que el doctor R. no
pod í a " retirarse" como uno de nosotros hab í a propuesto una
semana antes, en parte porque la paciente no se lo permit ía
— en realidad estaba "manej á ndolo" muy bien y en parte por-
que é l mismo no deseaba adoptar esa actitud. El éxito que ya
había obtenido era demasiado tentador, y resultaba obvio que
deseaba repetirlo en m ás amplia escala. Este ú ltimo es un as
pecto extremadamente importante de la psicolog í a de muchos
-
mé dicos; quieren
— —
y en realidad deben ser "buenos médi
cos", y el doctor R. era quizás el m ás vehemente representante
-
de este tipo de profesional en el seno de nuestro grupo. Pudi
mos seguir el desarrollo de esta misma situación en varios de
-
sus casos. Ayudaba a su paciente, el paciente mejoraba pero
quería m ás ayuda , ante lo cual el doctor R. no ten ía otra al
ternativa que responder suministrando m ás ayuda, la que pro
-
-
mov ía nuevas mejor ías, y así sucesivamente. En ciertos casos
fue posible cortar esta espiral en un punto favorable, pero en
otros fue origen de exageradas esperanzas del paciente, o del
m édico, o de ambos, esperanzas que no era posible satisfacer ,
razón por la cual el tratamiento conclu ía en amarga desilusi ó n.
Tal el problema que debí amos resolver. ¿ Era sensato adoptar
la decisi ó n de "interrumpir " ahora que hab í an desaparecido
los sí ntomas de dispepsia y los ligeros dolores reum á ticos, y
cuando los dos m ás apremiantes problemas psicológicos, el es -
tablecimiento de un modus vivendi con la madre y la decisión
con respecto al matrimonio, parec í an hallarse bien encamina
dos ? Naturalmente, el doctor R. debía mantenerse en cierto
-
segundo plano, disponible en caso de necesidad , pero esta nueva
27
lí nea de acci ón implicaba reducir el suministro de su persona
de una dosis terapé utica a otra de mero sostenimiento.
Otra alternativa consist ía en que continuara desempeñando
el papel de vigoroso padre que apoya a la hija contra ia madre,
pero esta t áctica pod í a provocar dificultades y complicaciones
m ás graves que el problema de bailar alojamiento para la se -
ñorita S. en una situaci ón de emergencia. Otra alternativa con -
sist í a en impulsar a la se ñ orita S. a que cobrara conciencia de
la intensidad con que necesitaba una poderosa figura paterna ,
y de su inclinaci ón a complicar en sus problemas al doctor R.
Esta actitud pod ía ayudarla, pero puesto que sab íamos cu án
grande había sido su desesperaci ón cuando el padre abandon ó
a la familia
— —
la paciente ten ía entonces cinco a ños no po
d í amos ignorar el peligro de provocar en ella necesidades más
intensas de las que pod ían ser atendidas dentro de los limites
-
establecidos ppr la pr áctica general.
Gradualmente el seminario comprendió que "comportarse co
mo un padre, pero sin crear conciencia sobre la naturaleza de
-
esa relación, es cosa diferente que no comportarse como un pa -
dre, ser algo un poco diferente, pero permitiendo que el pa
ciente experimente hacia nosotros sentimientos de car ácter
-
filial". Se trata de dos atm ósferas terapé uticas diferentes. "O,
en otras palabras, intuir lo que el pacieate espera del mé
dico, satisfacer sus esperanzas, y desempe ñ ar la funci ón de
-
—
padre en grado más o menos limitado eso es una cosa. La
otra consiste en no ser el padre, y en infundir al paciente con
ciencia de que espera de su médico algo semejante, y de que él
-
podr á responder a esa expectativa hasta cierto punto, pero nun
ca del todo. Hasta qué punto, y en qu é forma habr á de expli
--
—
carse todo esto al paciente be aqu í uno de los principales
problemas de la psicoterapia practicada por el m édico general".
-
Aclarados estos aspectos, no result ó dif ícil resumir la situa
ción. El doctor R. estaba desempeñando el papel de padre com
prensivo, ben é volo y poderoso. No estaba claro hasta qu é punto
-
la paciente deb í a adquirir plena conciencia de todo esto, pero
sí era seguro de que el doctor R. deb í a cobrar cabal conciencia
de su papel. Tal fue, en realidad , la ayuda que el seminario
le prest ó. El peligro consist ía en que, si continuaba represen -
tando el papel de padre, ejercerí a escaso control sobre la rela
ción entre la se ñorita S. y él mismo, pues no podr ía defenderse
-
adecuadamente contra el tipo de esperanzas que la paciente
28
alentar ía . Era muy probable , por ejemplo, que en la disputa
con la dueñ a de la pensión desempeñara considerable papel la
esperaaza de recibir ayuda del doctor R. , o aun de obligarlo a
que la ayudara . Además, no debe olvidarse que la pelea co-
menzó porque el novio de la muchacha habí a dormido en una
habitaci ón vecina a la de la paciente, situación objetada por la
due ña de la pensi ón pero que el doctor R. aprobó ( o se vio
obligado a aprobar ) . Se urgi ó al doctor R . a ponerse en guardia
contra futuras complicaciones , las cuales f ácilmente pod í an re -
sultar excesivas.
Una semana después recibimos un nuevo informe del doc-
tor R.:
29
ayuda del profesional, ella no podr í a resolver rodos sus proble-
mas antes de decidir si se casaría ahora o despu és. De modo
que todos llegamos a la conclusión de que en este caso la mayor
parte del trabajo psicoterapé utico ya habí a sido realizado, y
de que el resto no llevar í a sino unas pocas sesiones. Repetimos
entonces que quizás éste era el tipo de caso que pod í a ser re
suelto satisfactoriamente por un m édico general, es decir, se
-
estaba ante una personalidad razonablemente sana , enfrentada
--
a un grave problema, excesivamente dif ícil en ese caso particu
lar debido a ciertos conflictos neuróticos inherentes a la es
tructura mental de la paciente. Dado que ésta era incapaz de
alcanzar una solució n, se refugiaba en la enfermedad ; y si una
de sus ofertas resultaba aceptable para el médico, surgir ía el
peligro de que todas las energías de la paciente se consagraran
.
a combatir la eofermedad "convenida ” En este caso, ese des -
enlace favorable hab í a sido exitosamente impedido por la in -
tervenci ón del doctor R., y su ayuda de caracter ísticas pater
nales había permitido a la paciente recuperarse nuevamente;
-
cabí a esperar, por otra parte, que los restantes problemas se
resolvieran por sí mismos.
El siguiente informe llegó a mediados de marzo .
.
La se ñorita S vino a verme el 9 de marzo. Estuvo en ia casa de sus
padres durante el fin de semana, conversó largamente con la madre, y
ésta manifesto su aprobación al matrimonio de los dos jóvenes. La
paciente estaba muy sorprendida de que las cosas hubieran andado tan
bien, y de que su hermano, quien habitualmeate poco se ocupaba de
ella apoyara su proyecto de matrimonio, contra la voluntad de la ma -
. —
dre Dijo que se sent ía mucho m á s feliz, y lo parecía había obtenido
el "permiso" deseado, y parec ía bies respaldada. Me informó que ese
fin de semana pensaba ir i X ., y que seoc íi que ahora estaba eo
coodidoaes de arreglarse sola. Me preguntó si deseaba verla nueva -
mente, y repliqué que no lo cre ía necesario, pero que si alguna vez
sent ía que quer ía volver a conversar, pod í a hacerlo. Me agradeci ó y
.
se march ó Esperan casarse en setiembre. Esta ma ñ ana me telefoneó,
dijo que deseaba venir a mi consultorio para discutir algo que hab ía
ocurrido en K , pero en general parec ía muy complacida ante el des
- -
.
arrollo de la situació n. La veré ma ñ ana por la tarde
.
Ha ocurrido algo extraordinario La paciente se ha enterado de que
.
recido abora, y está viviendo con uo hermano en Y ; la paciente quiere
-
el padre, que bah ía desaparecido cuando ella ten í a seis a ños, ha reapa
31
El tratamiento fue, por lo tanto, un éxito bien definido .
Adem á s, el doctor R. nos informó que desde noviembre del
.
a ño 1953, fecha en que la señorita S se incorpor ó a su lista de
pacientes, el médico y la paciente sostuvieron veinte "entrevis
tas prolongadas" cada una de ellas de aproximadamente una
-
.
hora Durante la primera quincena fue vista cuatro veces, y
posteriormente con frecuencia cada vez menor. Ignor á bamos,
sin embargo, si el tratamiento aplicado por el profesional ser ía
de valor perdurable; es decir, si los problemas fundamentales
habí an sido resueltos en proporción suficiente como para per -
mitir a la paciente su propio desarrollo, o si posteriormente
.
requirir ía m ás ayuda El doctor R. se encargó de cerrar la dis -
cusión:
32
CAPITULO XV
El m édico general como psicoterapeuta
B. UN CASO DIFICIL
—
y segura de sí misma, y sent ía que los médicos generales si —-
. —
tomaban la cosa en serio pod ían realizar ían buena psicotera
pia como los psiquiatras, si no mejor Los otros la mayor ía ,
se sentían fuera de su elemento, y envidiaban a sus "valientes
y talentosos" colegas de vocación psicoterapéutica, al mismo
—
tiempo que de un modo ambivalente y suspicaz esperaban que
el psiquiatra los guiara y asumiera la responsabilidad de se ñ alar
"cu á ndo detener ” el desarrollo de los tratamientos que hab í an
.
iniciado En realidad , algunos de - este ú ltimo grupo renuncia -.
ron entonces, y durante cierto tiempo, a practicar psicoterapia
.
La doctora H pertenecí a al grupo m ás peque ñ o, de inclina
ciones psicoterapéuticas. Todos los profesionales miembros del
-
curso que encararan la realizaci ón de tratamientos psicotera
pé uticos pod ían solicitar a alguno de los especialistas de la
-
Clí nica Tavistock la supervisió n regular de sus casos. El jefe
del seminario no realizaba trabajo de supervisión , pues se tem í a
que ello pudiera dar al médico que trabajara con é l algo pare
.
cido a una posici ón de privilegio Aunque los especialistas que
-
durante breves per í odos cumpl í an las funciones de supervisores
33
tomaban parte en nuestras discusiones, por regla general se
manten í an al margen de las mismas. Se hab ía previsto la posi -
bilidad de que esta organización flexible provocara ciertas com
plicaciones, pero decidimos correr el riesgo antes que sujetar a
-
todo el mundo a un sistema de cooperación r ígida.
En esta atmósfera se produjo una crisis triangular, en la que
resultaron complicados el paciente, la doctora H. y el especia -
lista, el doctor X. En menos de lo que se tarda en decirlo, el
seminario y su jefe estuvieron a punto de verse envueltos en el
asunto. Dado que entonces ya sabí amos algo de la "complicidad
en el anonimato", de la "dilución de responsabilidad ” y de la
-
"perpetuaci ón de la relaci ó n maestro alumno" (discutidas en los
cap í tulos anteriores, Vil a IX ) el jefe del seminario logró, con
cierto esfuerzo, mantenerse y mantener ai seminario fuera del
choque provocado por la crisis. Pudo asi, desde su posición inde -
-
—
pendiente, ayudar al médico general a asumir la responsabili
dad total del caso independientemente de sus sentimientos de
resentimiento y de inseguridad por una parte, y de su tenden
cia a la cr í tica excesiva por otra. Fue una tarea dif ícil para
-
todos los interesados, y estoy agradecido a los protagonistas del
episodio por haber permitido la publicación de este relato.
Varias son las razones por las cuales deseo incluir esta his .-
toria cl í nica . Dada la naturaleza de las dificultades que el caso
ofrece, se ñala aproximadamente los limites de las posibilidades
del médico general. Sé perfectamente que habrá quienes digan
que un caso de esta naturaleza de ning ú n modo debe ser enca
rado por un m édico general. No discutiré esta opinión , tanto
-
m ás cuanto que en varias ocasiones, duraote el tratamiento, yo
mismo me sent í harto inseguro. Por fortuna
que no mucha ayuda de la suert
-
on cierta, aun
el tratamiento tuvo éxito,
hecho que creo bien vale la pena registrar.
Debo precisar más lo que acabo de decir. No todo médico
general podr ía pensar siquiera en aceptar este tipo de caso. La
doctora H. ten ía una vocaci ón particular por la psicoterapia, y
en cierto modo poseía el entusiasmo de los novicios. El senti
miento de que poseía estas cualidades !a hac ía audaz, aunque
-
nunca irresponsable. Encaró el tratamiento de casos que hubie
ran constituido una prueba muy seria para cualquier psicote
--
rapeuta adiestrado y, naturalmente, tuvo su proporción de éxitos
y de fracasos.
Esta historia clí nica ilustra cabalmente, tambié n, la gran
>
M
ayuda que UD seminario como el nuestro puede prestar a un
médico genera ) cuando éste se ve en dificultades con su pa
ciente. Estoy seguro de que todos los interesados convendr án
-
conmigo en que si la doctora H , no hubiera podido discutir
en nuestros seminarios sus dificultades técnicas y su propia si
tuaci ó n personal, no habr ía logrado evitar los escollos entre los
-
cuales ella y el se ñ or P. se vieron obligados a navegar a causa
de la audaz decisión de la doctora de aceptarlo como paciente.
Finalmente, esta historia muestra tambié n parte de las difi
cultades y azares de la relaci ó n entre el especialista y el m édico
-
general. En realidad , exhibe tan cabalmente todos los aspectos
de esta relación, ya examinada en los cap í tulos anteriores, que
me seria dif ícil, por no decir imposible, hallar un sustituto.
En el curso de este tratamiento todos cometimos errores en una
u otra ocasión, y deseo expresar mi reconocimiento ante el he
cho de que nadie objet ó la publicación de esta historia ni de
-
la parte que a cada uno le tocó individualmente.
Deseo recordar al lector que todos los detalles de este caso
fueron tomados de un registro taquigr á fico pr á cticamente tex
tual de las discusiones . -
El 6 de enero de 1954 la doctora H. presentó su primer in
forme sobre el señ or P.
-
CASO 24
.
Aproximadamente p*rt Navidad el tenor P experimentó aguda de -
.
presi ón, y me molest ó terriblemente El lunes discut í el caso con el doc
.
tor X, y ha aceptado verlo Pero su secretaria me telefoneó para
-
decirme que no podr á atender al paciente hasta el 3 de febrero. ¿ Qué
debo hacer • dado que se trata de un caso urgente?
i i
55
Es empicado de Ja administraci ón national, y durante estos seis meses
ba conseguido continuar asistiendo al rrabajo. Para Navidad su caída
fue total, y desde entooces no ha podido retornar a so puesto.
Sólo tiene una pierna, perdió la otra en Dunqoerque, y usa una
pierna artificial. Padece severos ataques de ansiedad, temor de la muer-
te y terribles semimieotos de culpa con respecto al pasado. Casado
despu és de la guerra, ha sido constaotemeoce infiel a su esposa. Nece -
sita siempre alternar con mujeres inferiores a é l , las tiene durante un
día, y luego las abandona . También experimenta sentimientos de culpa
coo respecto a la masturbació n y a su b á biro de espiar el interior de
los automó viles donde hay parejas que se hacen «1 amor, para luego
volver a su casa y disturbarse. También se excita cuando ve películas
o lee historias de amor . Nunca experimentó real satisfacció n con la
esposa.
Proviene de una familia de la baja clase media. El padre, soldado,
fue muy estricto. La ambición del paciente era elevarse; siempre temió
que la gente descubriera que proven ía de un bogar humilde. No recibió
muy buena educación. Poco antes de la guerra quiso ingresar en la
armada, pero .fue rechazado, y entonces se incorporó al ejército, con
el propósito de seguir all í una carrera, pero la pérdida de la pierna
dio por tierra coo sus proyectos.
Ha sufrido alrededor de veinte operaciones en la pierna; experimenta
sentimientos de culpa ante el hecho de hallarse vivo, otros fueron muer -
tos y ésa debió ser también su suerte. Ha tenido una infancia dif ícil,
los padres peleaban constantemente; cuando hab ía una discusió n , los
padres no se. hablaban durante d ías y d ías. El cu ño experimentaba te -
rror de ambos.
Analizamos el caso de los padres y los sentimientos que experimenta
bacía ellos, y empezó a comprender muchas cosas. Pero la esposa con *
cenó la visita de los padres del paciente para Navidad, y ése fue el
punto de partida de so depresi ó n. Nuevamente se produjeron escenas,
y los padres no se hablaron . El paciente se consideró culpable de todo
.
lo ocurrido Vino a verme el día de Navidad , lloraba como un ni ñ o
.
y no sabía qu é hacer Luego, la esposa volvió y también el resto de
.
la familia He debido firmarle certificados para justificar su ausencia
del. empleo, y recetarle tabletas.
—
El paciente teme el electroshock sabe de otra gente que se ha some
—
tido a di , y todos le dicen que debe hacerlo. También la esposa
insiste en que acuda a un profesional apropiado y en que se someta
-
a adecuado tratamiento. La gente de su oficina le recomienda que vaya
a un hospital, donde puedan tratar su depresió n. El doctor X. cree
56
que hay una transferencia negar iva demasiado intensa y que DO podré
resolver este caso, ya que también soy médica de la familia .
Le aterroriza la ¡dea de suicidarse. A ores no pod ía siquiera viajar
en tren ; ahora, ese sí ntoma ha desaparecido. Siente vah ídos, jaquecas,
zumbidos en los o ídos y rodos los s í ntomas habituales. Cuando era ni ñ o
casi pierde el brazo izquierdo debido a una vacuoa cual aplicada; tam -
bién sufrió graves quemaduras en ambas piernas. Se siente mucho peor
en la oficina, y mejor en su bogar. La grave depresión de principios de
1953 se debió a que en la oficina lo rebajaron de categor ía . £1 Minis -
terio comprobó que oo hab ía sido apropiadamente adiestrado para el
puesta que ocupaba ( consigui ó el trabajo por iotermedio del hospital
donde le amputaron la pierna ) de modo que lo rebajaron de categor ía
.
y pusieron a otro en su lugar Desde entonces se ha sentido bastante
bien , aunque no feliz; su matrimonio nunca fue satisfactorio.
Durante todos estos a ños su esposa se ha sentido muy deprimida. Es
originaria de A., y siempre quiere regresar con sus padres. Salieron de
A. y vinieron a Londres porque el paciente ya estaba harto .de que la
esposa fuera siempre de visita a casa de los padres.
39
En lugar de amilanarse cuaodo se le demostró que había omi-
tido algo, la doctora H. tí actitud habitual en ella se inte
resó m ás a ún , y comprendió ahora que el se ñ or P. era un pa
— -
-
ciente de cierta importancia. Era conocido de mucha gente; su
—
oficina, donde sus colegas se interesaban tanto por su salud,
estaba en el mismo barrio que el consultorio de modo que el
fracaso estrepitoso del tratamiento implicaba cierto riesgo para
la reputaci ón de la m édica , y era natural que ello la afectara,
ya que apenas comenzaba a formar su clientela Una vez roto .
el hielo, la doctora H. record ó lo siguiente:
---
tanto el paciente como su m édico pod ían presentar simult á nea
mente sentimientos ambivalentes, es decir, sentimientos agresi
vos y apreciativos, y unos y otros no del todo reprimidos y tam
poco completamente reconocidos; y que ello pod í a provocar
'
run
1
—
Cuando se discutió el borrador de este capí tulo, la donora H cri
reo que con razón el presumo acierto de mi intervenció n. -
Reconoci ó que en esa ocasió n hab íamos debido afrontar una crisis, y
que ella misma hab í a pedido ayuda; pero afirm ó que hubiera sido m ás
arenado de mi pane manterme fiel a mis propias ense ñ anzas y rehusar
el papel de servicial mentor. Adem ás, creía que las cos»s ent *e ellas
y el doctor X. se hab ían descarrilado después de mi
intervenció n. Lo
m á s interesante de todo el caso consis e en que, hasta el d ía de
*
la
dikusió n, yo no dudaba de la absoluta sensatez de mi intervenció n ,
y de que era quizás el ú nico modo correcto
Ahora no estoy uo seguro de ello.
de salir de un impasse .
41
—
romo ya lo hab ía hecho yo misma qne el electroshock no ser ía
un tratamiento suficientemente profundo para él. Sobre todo le impre-
sionó el ofrecimiento del doctor X. en el sentido de escribir al jefe (del
se ñor P.) sobre el problema planteado. Al d ía siguiente inform ó a su
jefe que habí a consultado a un psiquiatra, y que éste le escribir ía una
cana. El jefe se mostró muy complacido. Todos ios empleados de la
oficina lo envidian porque recibir á tratamiento en la G í nica . . . al f ío
se está haciendo algo concreto por él. Contin ú o vié ndolo una vez por
semana, durante una hora. Creo que el paso dado fue realmente va -
lioso. Lo atend í el jueves pasado, y arreglé para que viniera ma ñ ana,
pero aparead el lunes a mediod ía. Antes se quejaba siempre de jaqueca,
.
pero ahora era el corazó n Su cu ñ ado había muerto repentinamente de
trombosis coronaria, y ahora el paciente experimentaba dolores alrede -
dor del corazón ; pero ahora comprende que es su costumbre transfe -
rir sus dolencias a su propio cuerpo. Volveré a verlo nuevamente
ma ñ ana.
—
atendido por la Cl í nica. Desgraciadamente omitió informar y
por obvias razones a la doctora H. de la naturaleza de sus
motivos.
—
En el seminario vimos a la doctora H. refunfu ñando impo
tente ante la decisión del psiquiatra; y agregó: "Ahora no pue-
-
do hacer caso omiso de su recomendación , pues el paciente ha
depositado grandes esperanzas en ella". La doctora H. criticó
.
acremente que se hubiera incluido al se ñor P en el turno de
candidatos a tratamiento en la Clí nica, sin indicarle claramente
cu á ndo pod í a comenzar, y que durante el indefinido per íodo
de espera se lo dejara librado a la buena de Dios y a la defi
ciente capacidad de su médico general. A pesar de que aparen
--
temente hab í a aceptado las recomendaciones del doctor X., la
doctora H. continuaba el tratamiento como si nada hubiera
ocurrido. Ya exist í an todos los elementos de la "complicidad
en el anonimato": un caso dif ícil, un médico general fastidiado,
—
que refunfu ñ a y se rebela, y un especialista que desconf ía de
la capacidad del médico general y cuya desconfianza parece
bien fundada.
En mi opinión la primera tarea del seminario era disipar el
anonimato. Uno de los dos profesionales implicados en el caso
debía asumir la dirección total del caso, y, en lugar de criticar
al otro, debia aceptar la plena responsabilidad del futuro del
paciente. De acuerdo con este criterio dije a la doctora H.:
— —
A pesar de las experiencias vividas en com ú n hab í amos
trabajado juntos durante más de dos a ños esto fue demasiado
45
para el seminario, y sus miembros se negaron a aceptar mis
observaciones. Avanzaron toda dase de argumentos: el doc -
tor X. era , después de todo, un especialista de reputaci ón; re -
sultaba sencillamente imposible ignorar su importante vere -
dicto; y suya era la culpa si la doctora H. no había recibido
un informe apropiado. ¿Qu é pod ía hacer un pobre m édico
general en dificultades, como no fuera consultar a un especia -
lista ? ¿ Debía la doctora H. desairar a su especialista ? etc., etc.
Todo esto y mucho m ás fue refutado. Se ñalé lo siguiente: "El
doctor X. dijo m ás o menos as í: ‘Este hombre ser á incorporado
a un grupo, y hasta entonces debe esperar '. Ni siquiera sabemos
si la doctora H. est á o no de acuerdo con la propuesta". La
atm ósfera se aclar ó poco a poco, y me pareci ó que quizás habí a
llegado el momento de realizar una interpretaci ón del signifi
cado de los acontecimientos desde el punto de vista del se ñ or P.,
-
del motivo de su . mejor ía, y también del sentido de todo esto
para la doctora H . Observé que, ahora que hab ía sido despla -
zada por el doctor X., era muy probable que ya representara el
papel de la buena mujer ; había sido depuesta . Lo cual encajaba
—
en la pauta neurótica del paciente buscaba mujeres, pero só lo
para abandonarlas.
Ignoramos f¡ es positivo o negativo, desde el punto de vista de su
futuro, que e«a situación Sw naya repetido. Quizás el doctor X. no co -
noce siquiera la existencia de esta pauta .
— —
Muy probablemente quiz ás ustedes recuerden la discusi ón que sos
tuvimos hace un par de semanas los padres fueron quienes trastor
naron al paciente, y así aparecieron en primer plano, pero el verdadero
-
-
.
problema era con la doctora H. La intervenció n del doctor X , que
determin ó el desplazamiento de la doctora Hn encaja perfectamente .
La doctora H. fue castigada, y el paciente aplicó su pauta habi ual
'
- .
Nadie prestó atención a 4a relación total entre el paciente y su médica.
44
Según parece esta interpretación fue asimilada, como lo re -
conoci ó la propia doctora H.:
Sólo después de la discusión realizada aqu í comprend í hasta qué
punto me hab ía dejado dominar por el pá nico; debí haber continuado
y no haber provocado esta tormenta, ni haber enviado el enfermo a la
Cl í nica. Lo hice porque en la oficina donde trabaja el paciente se
hablaba cootra m í, y mi reputaci ó n hubiera podido verse da ñ ada. La
próxima vez debo tener m á s valor y no renunciar tan r á pidamente al
paciente. Creo que hubiera sido mucho mejor que el psiquiatra hubiese
dicho al paciente: "Conversar é del asunto con sn m édico” en lugar de
informarle sin m ás que lo incluir ía en la lista de candidatos a un
grupo, y que enviar ía una carta al jefe de la oficina. Esa actitud impli-
'
caba sacarme el paciente de las manos. De ese modo es dif ícil volver
y decir al paciente: "Voy a tratarlo”. He aprendido mucho de todo esto.
*
Los refunfuños y las crí ticas con respecto al especialista no
habían desaparecido del todo, pero la tormenta se hab í a disipa -
do casi totalmente , y la atmósfera se hab í a aclarado conside-
rablemente. La doctora H . comprendió el papel que ella misma
hab í a desempeñ ado en el desarrollo de la crisis , y así pudo
*
‘
Dos semanas después, el 10 de febrero, recibimos un nuevo
informe de la doctora H .:
Ciertamente comet í U Q error cuando envié al se ñ or P. a la Cl í nica;
había perdido la confianza en m í misma. En el corso de las sesiones
subsiguientes surgió el hecho de que el parieate se habí a sentido muy
desagradado cuando fue enviado aqu í. El paciente creyó q üe mi propó
sito era que otro psiquiatra lo revisara para confirmar mi diagn óstico.
-
Todo este asunto fue, eo definitiva, el pumo crucial del tratamiento.
Ahora se ha abierto realmente, y me dice lo que efectivamente ocurre,
cosa que nunca hizo antes. Hay una vigorosa transferencia positiva, o
mejor dicho existe un proceso alternado, pues manifiesta ambas formas.
45
Trat é de explicarle lo que habla ocurrido, es decir, que él me había
provocado para que lo rechazara; precisamente lo que suele hacer coa
laj mujeres, las seduce y luego las provoca para que lo dejen. Por
ejemploi condena una dta con una mujer en la puerta de un cine *
46
•
que lo dejaba librado a su decisió n. Decidió ir. Ayer la hora dei al -
muerzo telefoneó la esposa para decirme que estaba tan mal como siem -
.
pre, realmente desesperado, y que fuera a verlo Abora, después que
ha pasado todo, creo que él quiso preguntarme si debía reñ ir despu és
. .
del partido de snooker De todos modos, fui a verlo Me llevó veinte
minutos, y luego se sintió perfectamente bien . Nuevamente me puso
a prueba, afirmó que necesitaba el tratamiento por shock, y preguntó
por qué deb ía asistirse conmigo mes tras mes. Respond í a sus pregun -
tas. Apenas canceló la cita conmigo se sintió culpable, no fue al partido
.
de snooker Creo que he logrado mejorarlo nuevamente .
Se trataba de otra crisis, pero esta Tez capeada por la médica
sin necesidad de ayuda exterior.
Paralelamente a estos hechos , ocurrieron otros entre el m é -
dico general y el especialista. En este caso el seminario y su
jefe debieron reconocer su propio fracaso. Seg ú n parece, el
especialista estaba convencido de que el caso del se ñ or P. no
debía ser encarado por un médico general sin las correspon -
dientes calificaciones psicoterapé uticas. El especialista posible -
mente consideró que se trataba de un paciente gravemente
.
neurótico; que la capacidad de la doctora H no era suficiente
para afrontar los obstáculos creados por la suprema habilidad
con que el paciente complicaba a todos los que le rodeaban
en complejas pautas de transferencia; que nuestras experiencias
psicoterapé uticas con m édicos generales eran peligrosamente
irresponsables y ambiciosas, y as í por el estilo. La superación
de la dificultad creada por este franco desacuerdo entre los
objetivos del seminario y las opiniones del doctor X. exigió un
gran esfuerzo. El camino m ás práctico para salir del laberinto
de acatamientos, lealtades y dependencias contradictorios con
sistió en se ñ alar una y otra vez que sólo un médico pod ía asu
--
mir la responsabilidad total de cada paciente. A quien aplica
el tratamiento roca tomar las decisiones y afrontar la consi
guiente responsabilidad . El criterio de validez de una decisi ón
-
consiste en saber si la misma crea o no mejores perspectivas
terapé uticas para el paciente. Por lo tanto, siempre que la
doctora H. trató de mantener abierta una puerta de escape, se
le record ó consecuentemente que ella era quien debía decidir
—
lo que juzgaba mejor para el se ñ or P. la terapia de grupo con
—
su larga lista de candidatos en espera de una vacante, o la ayuda
inmediata, suministrada por ella misma y actuar en conse
47
-
cuencia. En definitiva este planteo determinó que la doctora M.
suspendiera sus sesiones de supervisión con el doctor X., lo cual
la obligó a buscar otro supervisor en condiciones de ayudarla .
—
Este per í odo desde Navidad , fecha en que estall ó la crisis,
hasta mediados de marzo, cuando la doctora H ; pudo ponerse
—
de acuerdo con otro supervisor no fue de ningún modo f ácil
para la doctora H ., ni para el seminario, ni para su jefe y tam -
— —
poco dicho sea de paso para el doctor X. De un modo u
otro todos nos vimos envueltos en la cormenia . Creo que todos
aprovechamos la experiencia ; y todos, sin exceptuar al jefe -del
seminario, alcanzaron una más madura comprensi ón de las po-
sibilidades y limitaciones de nuestro poder terapéutico.
En abril nos enteramos de que se habí a producido otra crisis
con el señor P. La doctora H. nos recordó que:
En opini ón deí doaor XM era probable que este paciente sufriera
*
48
el cora2Ón, se siente enfermo. Me pregunta por qué no lo env ío para
que le tomen una radiograf ía , pues está seguro de que algo no fun
.
-
ciona bien. El lunes lo vi por última vez Vino a la una en lamentable
condición, absolutamente seguro de que est á enfermo. Había concurrido
a su oficina durante la ma ñ ana, pero dijo que ya no pod ía sopor -
tarlo m ás.
—
recordaron la opinión del doctor X. y empezaron a vacilar
quizás este tipo de tratamiento era de veras demasiado ambi
cioso para un m édico general. Debo reconocer que tambi é n yo
tuve mis momentos de vacilación. De todos modos, sostuve que
-
antes de tomar una decisi ón debíamos conocer todas las posi
bilidades. ¿Qué recursos exist ían , fuera del electroshock o de
-
la remisi ón del paciente a la Cl í nica Tavistock para su incor
poraci ón a un grupo ?
-
La doctora H. continuó:
49
También me pidió la última vez que lo enviara a un médico varón.
Le expliqu é que se traraba de la misma siruacióo que el e¡caroshok , en
otras palabras, de enviarlo adonde el padre, para que éste Jo castigara,
cal como ocurriera durante su infancia. Siento que deber ía proseguir
el tratamiento de este paciente. Bastar í a conseguir que comprendiera
que su depresió n no es m ás que una repetición • • t
—— .
Evidentemente, si ibón enviamos a este hombre despu és que ha
reconocido que desea textilmente a la doctora H. , al electrosbok o
a un psiquiatra varón, ello implicaria repetir y reforzar la pauta
determinada por los traumas sufridos durante la infancia ¿ No podr ía -
mos, en cambio, ofrecer tratamiento de apoyo a la doctora Hi
51
No siente interés por nada, y DO hay mejor ía despu és de verme. No
hay uoa actitud francamente suicida, pero me preocupa el hecho de que
ha sufrido buen n ú mero de acddeates eo el curso de su vida.
52
.
le parece que es imposible Al mismo tiempo, se compró un p á jaro,
.
rengo, lo mismo que él Durante varias semanas trató de cuidar al
animal, pero la esposa lo persuadió de que se desprendiera de é l y
comprara otro. Le expliqué la semejanza entre su actitud actual y el
acto de romper con el padre. Le demostré que fantasea respecto del
papel del psiquiatra como buen padre que lo protege, pero en realidad
no es su padre, y para el profesional el se ñ or P. no es m ás que un
paciente, y la carta recibida era simplemente un cuestionario.
.
Tambi é n mencion é el electroshock, el padre que lastima Mencion é
adem á s que sent ía necesidad del padre, porque éste lo habí a protegido
durante su infancia, cuando había debido afrontar algo desagradable,
por ejemplo el dentista, el hospital o la escuela. Durante meses e í padre
lo había llevado al hospital, donde atend ían sus quemaduras. JEnronces,
el se ñ or P. me pregunt ó si el padre lo habr ía llevado por amor paterno
o porque se sent í a responsable del accidente en el cual el paciente había
recibido las quemaduras.
5$
tmblcmcnte bien, y oo htn surgido dolencias de cará cter f ísico. El mismo
sugirió la conveniencia de venir solamente una vez por semana. Ha
.
iniciado una serie de actividades complementarias Es presidente del
comité de locatarios. Es á rbitro en partidos de cricket . • •
Todav ía presenta altibajos. A ú n sufre deno seutimicnro de ansiedad,
pero puede comprenderlos y dominarlos. Antes, o se derrumbaba o
venta a pedir ayuda, pero abora es realmente capaz de enfrentar la
vida. Piensa salir de vacaciones la semana próxima, cosa que hubiera
sido imposible seis meses antes. Y jamás lo sometí a examen f ísico.
.
El se ñor P se tomó tres semanas de vacaciones, por primera vez
desde que inició el tratamiento conmigo. Me envi ó una postal en la
que me dice que se siente muy bien. Volvió ayer, y con grao sorpresa
de mí pane su encuentra extremadamente bien . Mientras estaba fuera
de Londres fue a A. donde viv ía antes y donde reside la familia de
su esposa. Durante a ñ os enteros su esposa quiso regresar all í, y él trató
.
de huir Ahora, el paciente ha decidido volver. Trabajaba en el Minis -
terio de • • • y consiguió traslado a Londres porque la situación familiar
en A. se hab ía tornado insoportable. Así comenzó su estado general de
depresión. Esta vez, mientras se hallaba en A., fue a visitar al que
hab ía sido su jefe, quien le dijo que deseaba tenerlo de regreso, y que
lo ascendería inmediatamente. Adem ás, el se ñor P. ha arreglado con
el Consejo de A. para qne le construyan una casa. Má s a ú n, ba encon -
trado un hombre que tiene una prefabricada y que desea canjearla
con alguien que disponga de alguna comodidad en Loodres. El señor P.
proyecta llegar a un arreglo con este hombre y ocupar la casa pre -
fabricada hasta que esté lista la construcción prometida. Se sentía per -
ledamente bien , no ba sufrido un solo araque de ansiedad, no mani -
fiesta animosidad contra sus parientes pol íticos, no hay accesos de de -
presió n, y se siente perfectamente feliz. Su esposa ba cambiado comple
tamente desde que él cedió en el asunto de retorno a A. Su ú nica duda
-
se refiere a la posibilidad de separarse de m í. Piensa mudarse en se -
tiembre, y afirmó que ten ía la esperanza de continuar vié ndome para
discutir problemas, hasta el momento de su marcha. Me manifest é de
55
acuerdo y suger í que estableci éramos ua intervalo m ás prolongado. En
definitiva, el paciente dijo que volver ía dentro de dos semanas.
.
La doctora H ciertamente merece nuestras felicitaciones y
las esperanzas que todos expresamos de que la mejor ía del se ñ or
.
P fuera permanente. Uno de los miembros del seminario agre
gó: "Ojal á que sea un varón”,
-
A veces todo ocurre como es debido, y gracias a un informe
complementario de noviembre de 1955 supimos lo siguiente:
Desde que se mud ó a An el año pasado, no tuve noticias directas
del se ñ or P. Un amigo del paciente me dijo que se siente muy bien ,
tiene un buen empleo y, adem ás, hace seis meses nad ó un varón.
57
T E R C E R A P A R T E
CONCLUSIONES GENERALES
CAPÍTULO X V I
61
que uno de los participantes o el jefe del seminario citara como
ejemplo cierto caso, convincente para el resto, y que el médico
en cuesti ón permaneciera inconmovible. Por lo tanto, no fue
de ningú n modo f ácil obtener material ilustrativo que fuera
al mismo tiempo convincente para los lectores y convincente y
aceptable para el médico aludido.
La misión o función apostólica significa eo primer lugar que
todo médico tiene una vaga pero casi inconmovible idea sobre
el modo como debe conducirse el paciente cuando está enfermo.
Aunque este concepto poco tiene de concreto y de expl ícito,
— —
es inmensamente poderoso e influye seg ú n hemos podido
comprobarlo pr á cticamente todos los detalles del trabajo del
m édico con su paciente. Era como si cada médico poseyera el
conocimiento revelado de lo que los pacientes debí an y no
debí an esperar y soportar , y ademas, como si tuviera el sagrado
deber de convertir a su fe a todos los incr édulos e ignorantes
entre sus pacientes. Precisamente por esta razón surgió la idea
de aplicarle el nombre de "función apostólica".
Es f ácil advertir el influjo de la función apostólica cuando
se trata de un problema mixto, es decir, de una situaci ón que
encierra problemas médicos y morales. Por ejemplo, cierto d í a
un médico inform ó al seminario que una muchacha bastante
bien vestida había acudido a su consultorio para pedirle un
certificado que le permitiera gozar de una quincena más de
vacaciones. Este tipo de pedido no es raro, como todos sabemos.
El. médico se negó de plano, y coron ó su rechazo con un breve
serm ón moral. Durante la discusi ón, otro m édico expresó la
opinión de que el sermón estaba fuera de lugar; por su parte,
habría aconsejado invocar el sentido de responsabilidad social
de la muchacha, explicá ndole cu á les eran los derechos y deberes
de cada ciudadano de acuerdo con la ley del Servicio Nacional
de la Salud. Un tercero (de reconocida capacidad psicol ógica )
—
consideró erróneas ambas recomendaciones y se ñ aló que antes
—
de tomar ninguna medida es decir, antes de responder posi
tiva o negativamente a la "sugestión " de la paciente el pro
fesional debió haber tratado de averiguar por qué la paciente
--
quer ía abusar de sus derechos. De ese modo, explicó, antes de
aceptar o de rechazar el pedido, el m édico debía por lo menos
intentar cierto diagn óstico diferencial entre el fraude neurótico
y el que se realizaba por mera falta de escrú pulos. Tambié n se
observó cierta inclinación a considerar que quiz ás el médico
62
debía hacer la vista -gorda en ciertos casos, especialmente cuan-
do sabía que el paciente era normalmente un tipo decente. Este
último aspecto nos llevar á a un importante aspecto de la función
apostólica, que examinaremos en el capí tulo XVIII, y al que
hemos denominado la "compa ñía de crédito recíproco” entre
el doctor y el paciente.
Como vemos, en este caso existe cierto n úmero de "respues -
tas” posibles ante la "oferta ” del paciente. Todas las que hemos
.
citado son más o menos razonables Lo importante es que la
personalidad del m édico constituye el factor determinante casi
absoluto en la elecci ón de la respuesta adecuada. Si interroga
mos al profesional, poco le costar á presentarnos una serie de
-
impresionantes razones justificativas de su particular elecci ón,
pero cuando examinamos m ás atentamente los motivos alegados
adveramos que constituyen meras racionalizaciones secundarias.
vador exterio —
Detr ás de dichas razones es f ácil por lo menos, para el obser
percibir las firmes convicciones del profesio
-
-
su m édico. Más a ú n , el objetivo y muy a menudo el efecto
de la respuesta es inducir al paciente a que adopte las normas—
nal con respecto a lo que el paciente tiene derecho a esperar de
—
del m édico, es decir, convertirlo a la teoría y la práctica de
dicha fe.
En el caso que acabamos de citar el problema no es pura -
mente médico, y sus implicaciones morales facilitan la obser
.
vació n del mecanismo de la "función apostólica ” Pero aun en
-
los casos puramente m édicos, es muy dif ícil, por regla general,
que el médico no intervenga, es decir, no revela su opinión
sobre lo que debe ser la actitud propia y adecuada del enfermo
en determinadas circunstancias. Como . consecuencia de ello, el
paciente se ve obligado a aceptar "la fe y los preceptos” de su
médico y a convertirse, por lo menos superficialmente, o a
rechazarlos para resignarse a soportar una situaci ón de for
cejeo crónico, o, como último recurso, a acudir a otro médico,
-
cuyas "creencias y preceptos” sean más asequibles.
Admito que esta descripción está intencionalmente recar
gada, y que por lo tanto es injusta. Cualquier m édico podr á
-
oponerle la gran variedad de relaciones que sostiene con los
.
distintos pacientes de su consultorio De buena gana acepto la
objeci ón. Naturalmente, la relación médico-paciente es siempre
e invariablemente el resultado de un compromiso entre las
"ofertas” y exigencias del paciente y las respuestas del profe -
63
sional. En este capí tulo me propongo, en beneficio de la erpo -
sici ó n omitir la parte que corresponde al paciente, para con -
centrarme sobre la contribución del m édico y sobre sus efectos;
la contribución del paciente a las relaciones entre él mismo y su
médico será n examinadas en los cap í tulos XVIII y XIX.
Asi, después de aceptar el hecho de que cada m édico es
suficientemente flexible y adaptable como para permitir el des -
arrollo de gran variedad de relaciones entre é l mismo y sus
pacientes, me propongo discutir en este capí tulo las limitacio -
nes de esa elasticidad, los factores individuales que determi -
nan sus fronteras, y el modo como dichas limitaciones afectan
la "pr áctica ” del m édico, habida cuenta de casi todos los ma -
tices , de significado de esta compleja palabra, por ejemplo,
"acción habitual", "ejercicio habitual en cierto arte", "h á bito",
"trabajo profesional", disposici ón", etc.
Forman legi ón los casos de la pr áctica general en los que
el m édico procura convertir al paciente a sus propias normas.
Un ejemplo frecuentemente citado es el de los llamados noc-
turnos. Todos saben que cuando comenzó a aplicarse el sistema
dcJ Servicio Nacional de la Salud aumentó s ú bitamente el
n úmero de llamados nocturnos. Desde entonces ha disminuido
nuevamente y ahora la proporción es discreta, principalmen -
te a causa de la funci ón apostólica de toda la profesió n médi --
ca, cuyos miembros actuaron concertadamente. Como curiosi
dad mencionaré aqu í el m é todo utilizado por cierto médico
para resolver el problema. Se ocupó de informar a sus pacien -
tes que si cada uno de ellos pretend ía que respondiera al lla -
mado - nocturno para atender la m ás peque ñ a dolencia , al d ía
siguiente se sentir ía demasiado fatigado para atender apro
piadamente los graves problemas de su pr áctica. De acuerdo
-
con el médico, este m étodo apostólico dio buenos resultados.
Otro ejemplo consiste en la acritud de los médicos hacia
los llamados telef ónicos en general. Una médica inform ó al
seminario que hab í a dicho a todos sus pacientes que reservaba
cierta hora del d ía, durante la cual pod ían llamarla para con -
sultarla sobre problemas de menor importancia. De acuerdo
con la experiencia de la m édica , se trataba de una buena me -
dida; los pacientes apreciaban los beneficios de la misma ; no
telefoneaban a otras horas y, m ás a ún , no recargaban las horas
de consulta con problemas y cuestiones de cará cter secundario.
Fue acremente criticada por varios médicos, quienes afirma -
64
ron que, en principio, era imprudente formular recomenda -
ciones telef ónicas a los pacientes; y que el tel éfono debí a ser
utilizado solamente para trasmitir informes breves y concre -
tos, por ejemplo la temperatura ; si el paciente había experi
mentado nuevos dolores, cómo hab ía dormido, etc.; y que cual-
-
quier otro tipo de comunicación debí a efecruarse personalmen -
te. Tambi én se se ñ al ó que esa cómoda charla telef ónica insu
mí a demasiado tiempo.
-
No tomaré partido en la controversia, pero deseo subrayar
que los pacientes parecí an capaces de aceptar ambos sistemas,
y de aprovecharlos. Más a ún , es evidente que en cada caso era
elegido por el médico, el cual , porque lo consideraba un buen
sistema, convert í a a sus pacientes, adapt á ndolos al método de
su preferencia. Se trata, por lo tanto, de otro ejemplo de fun -
ción apost ólica. Como es obvio, ambos sistemas poseen m ás
implicaciones. Uno de ellos implica una actitud bondadosa,
maternal, que en cierto modo da a entender al paciente que
puede esperar por lo menos cá lida simpat ía y a menudo tam
bi é n cierto grado de ayuda inmediata , cada vez que se vea
-
obligado a afrontar los peque ñ os problemas de la vida diaria.
El otro ser ía una actitud realista , justa y comprensiva , de ca-
rácter paternal, que espera que el .paciente domine sus temo-
res y los padezca hasta cierto punto, - y que pida ayuda sólo
cuando ésta es esencial, situaci ón en la cual puede estar segu
ro de que recibir á no sólo colaboraci ó n sino simpat í a .
-
Existen otros innumerables campos de la pr áctica médica
general en los que es f á cil observar la presencia de la función
.apostó lica. No es posible enumerarlos todos ; a lo sumo, puedo
ofrecer aqu í unos pocos ejemplos m ás de su influjo fundamen
tal sobre el tratamiento del pacieate. El Caso 25 fue informado
-
por el doctor S., en julio de 19.5 -4, del siguiente modo:
CASO 25
Se ñ ora / 1. (familia de madre, padre, y tres hijos). En
compuesta
1949 llegu é a la conclusió n deque esta paciente era un tanto neuró -
tica. Trat é de descubrir en qué consist í a su dolencia; como resultado
de ello, abandonó mi consultorio, y no la vi durante un a ño. Luego,
me pidió que la readmitiera, a lo cual acced í. Nuevamente deb í afron
tar una serie de dificultades con toda la familia , los ni ñ os siempre
-
estaban enfermos de toda clase de dolencias infecciosas. Durante este
65
per íodo U madre tuvo el : tercer hijo. No lo quer ía, y había estado
molest á ndome constantemente para que interrumpiera el embarazo. La
paciente padec ía una permanente condición catarral de tipo alérgico,
.
inflamación nasal y ocular Le recet é drogas antihistominimas y me*
joro, pero entonces apareció con otros s í ntomas. Nuevamente traté
de descubrir cu á l era el factor de perturbació n emocional. Habló con
bastante franqueza, y me dijo que no se sent ía feliz con el esposo. Pero
no volvió, y nuevamente retiró de mi lista a toda la familia , Eso fue
hace cuatro o cinco meses. Ahora me ha telefoneado pira preguntarme
si pod ía reincorporarse a mi lista. Le pregunté por qué se había mar -
chado, puesto que la última vez que nos hablamos visto nos separa -
mos en buenas relaciones de amistad . Explicó que se había borrado
de mi lista porque el otro médico estaba m ás cerca. En realidad, la
paciente vive a cinco minutos de mi coosuitorio, m á s o mecos la mis
• • • •
-
•• • •
.
ma distancia que la separa del otro profesional Le pregunt é por qué
no se mantenía con el otro m édico, y dijo que no se entend í a bien con
.
él Con respecto a su pedido, le informé que lo lamentaba, pero que
por el momento no ten ía vacantes. "¿ Es verdad, o se traca de una
excusa ? inquirió la paciente. Insist í en que por el momento no pod ía
M
Este relato
aspectos que
—bastante
merecen
ser
com ú n , por otra part*
discutidos . En primer t
ofrece varios
é rmino, cabe
preguntarse si es aconsejable que un m édico que durante mu-
cho tiempo ha sido apoyo
el de una familia se transforme en
inquisitivo investigador
es el momento adecuado .
y ,
Luego
—
si
,
la
cu
respuesta
á l es la t é
es afirmativa
cnica que
, cu
permiti
ál
-
rá al paciente aceptar dicha transición; es decir, ¿cu á l es la
récoica que evitar á turbarlo y aun desequilibrarlo ? Ya hemos
examinado algunos aspeaos de estos problemas en los capí tulos
XI y XII , 'Tor dónde empezar" y '‘Cuá ndo detenerse". Los
métodos elegidos por el médico para resolver estos problemas
t écnicos influirá n considerablemente, como ya hemos visto, el
airso de los acontecimientos posteriores. Aqu í sólo nos interesa
el tercero de dichos problemas, es decir, el influjo de la fun -
’
71
— —
Maestros y estudia o tes por buenas razones t ácitamente evi
tan situaciones que puedan desembocar en el examen de sus
-
—propios problemas personales y de sus soluciones individuales
aunque dicho examen corra exclusivamente por cuenta de
los propios interesados.
El m é todo m ás frecuentemente empleado para anular la pre
sión externa o la necesidad interior de este examen consiste
-
en proclamar nuestras propias soluciones individuales, las me
jores o las m ás inteligentes, y luego, encendidos de fuego apos
--
tólico, "practicar ” la medicina de modo que podamos convertir
a todos los incrédulos a nuestra "fe ”. Fue de veras sorprendente
cu á ntos médicos mencionan en el curso de su "práctica ” el
m é todo que les es propio para resolver uno u otro . de sus
diversos problemas personales, y luego esperan que el paciente
vea en dichas resoluciones otros untos modelos. Entre muchos
otros casos, el del director de la compa ñí a ( Caso .6 ) constituye
.
un ejemplo trágico de esta “práctica" En el caso de la se ñ o
-
rita S. ( Caso 23), asistimos a una conversación exitosa de final
feliz. La se ñ ora C. ( Caso 1), umbi é n pudo .ser convertida, pero
sólo transitoriamente, .como lo demuestra la historia subsi
guiente, reproducida en el Apé ndice.
-
Se trata de un factor de extraordinaria importancia. La ne
gativa a autoexaminarse y el fervor apostó lico generalmente
-
se encuentran interreiacionados y se refuerzan mutuamente. De -
seo subrayar nuevamente que el celo apost ólico lo mismo
- —
que el confortamiento^ no es en sí mismo actitud negativa;
por el contrario, se trata de una droga de gran poder, y de Do
ubles posibilidades. Como en el caso del conforumiento, el
-
inconveniente del celo apostólico reside en que habicuaimente
se lo receu al por mayor, sin efectuar la menor tentativa de
proceder a un diagn óstico diferencial. Uno de los mejores mé
todos para desarrollar la capacidad psicoterapéucica del médico
-
consiste en lograr que cobre conciencia de su compulsiva fun
ción apostó lica, abriendo de ese modo el camino para que no
-
la practique autom á ticamente en todos los casos .
Muchas son las esferas de la medicina moderna en las cuales
la ciencia poco contribuye a la labor del m édico general , y
en las que éste debe apoyarse esencialmente sobre su sentido
comunique es simplemente otra denominació n de la función
apost ólica. Es f ácil reconocer estos sectores de la mediana por
72
la inquietud y el embarazo con que los médicos hablan de
ellos.
Uno de estos sectores es el que consiste en ‘’visitar enfermos*’,
especialmente si el enfermo es un paciente privado. Por "en
fermos” me refiero a los invá lidos crónicos, por quienes nada
-
puede hacer la medicina. Muchos aprecian y agradecen consi -
derablemente el escaso confortamiento y la esperanza que ob
tienen de las visitas de su médico. Sin embargo, esta actitud
-
del paciente sólo consigue acentuar la incomodidad del pro
fesional, pues sabe demasiado bien que su capacidad y sus
-
conocimientos "profesionales” son de muy poco valor. Ob -
tiene gratitud, aprecio y aun dinero a cambio de una actividad
que él mismo estima casi totalmente ficticia . Desde el punto
de vista "objetivo" esta evaluaci ón de sus servicios es correcta,
pero no ocurre lo mismo psicol ógicamente. Como la forma -
ción médica no reconoce oficialmente la existencia de valores
psicológicos, el profesional se ve obligado a elaborar sus pro -
pias normas. En otras palabras, necesita convertir al paciente,
para que éste acepte que las normas individuales que el médico
aplica en sus visitas son las ú nicas v á lidas.
Otro campo, m ás peligroso a ú n , es el papel del médico como
.
"confortador" Hoy, a medida que es mayor el n ú mero de los
ablados y de los solitarios, dbminuye el de las personas ante
*
75
la ayuda de estas medicinas, aunque nadie sabe por qu é y
el m édico menos que nadie. Por otra parte, como lo hemos
—
comprobado en varias de nuestras historias clí nicas, el primer
frasco de medicina puede determinar que el paciente "orga -
nice” su enfermedad de modo que ésta resulte inaccesible des -
.
de el punto de vista terapé utico Tampoco en este caso nadie
nadi
—
sabe y los doctores que recetan la medicina menos que
cuá ntos pacientes seguir á n por ese camino. Pero dado
que una "entrevista prolongada” exige capacidad psicológica,
-
es decir, el examen de las propias soluciones, es m ás f á cil con
vertir al paciente a la propia fe en las medicinas y en los
específicos, particularmente si se tiene en cuenta que toda la
población ya ha recibido considerable educaci ón en ese sen-
tido.
Existe un tercer campo, de sumo inter és, con respecto al cual,
por desgracia , poco sabemos. Se trata de la funci ón del mé -
.
dico como "padre confesor ” Debo pedir disculpas por mi
tendencia a utilizar tantos té rminos tomados de la teología ,
pero me justifica el hecho de que ellos describen exactamente
mi pensamiento. Mucha gente escrupulosa siente que caer en -
fermo, y sobre todo estar enfermo equivale a cometer una falta,
.
a exigir ventajas injustas Se sienten culpables porque reciben
más atención de la que les corresponde, porque no trabajan,
porque viven del trabajo de otros, etc. Luego, existe el tipo de
'
75
ante un matrimonio indudablemente feliz, pero luego se des -
— —
cubr ía con gran sorpresa del profesional que marido y mu
jer hab ían estado viviendo una vida de constantes discordias
-
y peleas. Este doloroso descubrimiento era tan frecuente, que
si un médico comenzaba a informar sobre cierta feliz pareja,
uno de cuyos miembros había ido a visitarlo, todos los parti
cipantes del seminario empezaban a sonreír condescendiente
-
-
mente, como quien está en antecedentes de la cosa. Sia duda ,
la pareja había hecho lo suyo para contribuir a la colusión del
silencio, pero lo mismo pod ía decirse del m édico. Después de
'
—
su actitud , y si no, cu á l es el l ímite ? ¿ Qu é grado de gratitud
debe esperar y aceptar en palabras , en presentes o en dinero
de los pacientes que padecen enfermedades crónicas e incapa
'
—-
citantes ? ¿ Y que proporción de cr í tica , de resentimiento o a ú n
de odio ha de tolerar cuando su terapia fracasa ?
r
Estos y otros muchos problemas contribuyen a lo que hemos
denominado la farmacolog í a de esa droga que es el propio
m édico. Es deseable que sepamos tanto, respecto de esta droga,
.
como sabemos, por ejemplo, del digital Sabemos que la pro-
ducción ( ? ) de cada a ñ o es diferente, pero, que de todos mo -
dos, es posible una tipificaci ón razonable; que muchos pacientes
reaccionan de manera individual cuando se Ies aplica digital
y que es preciso vigilar dichas reacciones; que existe conside -
rable diferencia entre dosis de car á cter preventivo, o terapéu-
tico, o simplemente de mantenimiento. Estos conocimientos
han sido adquiridos gracias a la realización de laboriosas in -
vestigaciones; y será necesario proceder a efectuar el mismo
*
78
C A P I T U L O XVII
La funció n apost ó lica: U
79
al paciente, con la esperanza de aliviar el padecimiento. En los
casos 15 y 17 observamos buenos ejemplos de esra actitud op-
timista. Los resultados son los mismos que en el plano de la
m édica f ísica. Si el m édico consigue aliviar el dolor, quizás
disimule los síatomas, y aun es posible que éstos desaparezcan
totalmente, y que tanto el m édico como el paciente permanez -
can en la oscuridad con respecto a la causa real de la enfer -
—
medad, al mismo tiempo que hecho bastante frecuenn
avanza el proceso patológico, dificultando o esterilizando even -
tualmente toda forma de terapia.
-
Es f á cil aconsejar al m édico la aplicación del principio se
gú n el cual el diagn óstico es previo al tratamiento ; es decir,
el concepto de que no debe Tranquilizar al paciente antes de
saber cu á l es el mal. El m édico acepta intelectualmente este
planteo, pero no puede seguirlo debido a sus propias emocio -
nes, es decir, a .su necesidad de comportarse en armon ía con
su propia función apostólica. Presenciar estados de ansiedad
o de dolor mental sin hacer nada es cosa cruel, ego ísta, inhu-
mana; y. así, en lugar de esperar el desarrollo de los s í ntomas,
el médico, deseoso de aliviar su propia conciencia, apela a la
rutina , al confortamiento masivo o a la terapia de sostén. A
menudo hemos planteado ante el seminario la desagradable
pregunta: "Confortamiento o apoyo, . , ¿ para quié n ? ” En la
—
- mayoría de Jos casos es el m édico quien necesita y obtiem
confortamiento y sost é n. Que los pacientes . se beneficien de
*
—
necesidad de ayudar del m é
—
apostólico, necesitan hacer todo lo posible para crear en sus
pacientes y en sí mismos la impresi ón de que son buenos
y serviciales médicos. Estas dos tendencias antagó nicas
dico, y la necesidad del
la
naciente —-
—
de probar que su m édico es in ú til suelen provocar cie ña ten
sión. Nuestra próxima historia clí nica , el Caso 26, informado
por el doctor G., refleja esta tensión, y demuestra los m é todos
un tanto heterodoxos elegidos por el profesional para aliviarla.
CASO 26
El se ñor Z. 1 es un hombre de 58 a ños, y ha pertenecido a la Lista
,
todo lo que hay en este libro, sin el menor resultado. < Me hace el favor
de elegir ío que ahora desear ía tomar? Obsé rvese que estas palabras
no son dichas con irritació n o fastidio, sino con esp íritu amistoso, y
en tono que, si bien expresa derrota, es también de sincera comprensió n .
.
Dicho sea de paso, el se ñ or Z parece gustar de estas escenas, ( quizás
le parece que se trata de una muestra de confianza en él!
82
En el transcurso de a ños be establecido con el paciente una relació n
en virtud de la cual acepto que nada puede mejorarlo, al mismo tiempo
que nos compadecemos juntos; metaf óricamente nos palmeamos mutua'
mente la espalda, con m ás o menos alegr ía, cuando viene a buscar su
— —
frasco semanal de medicina, la cual segú n ambos sabemos de nada
le servir á. No se muestra resentido conmigo, y no me cree incompe
tente porque no puedo curarlo. En realidad, soy un buen tipo; no como
-
algunos de esos otros m édicos. Le enorgullece un poco su capacidad
-
de resistencia ante los malos efectos de mis medicioas y tabletas, y par
ticularmente su fuerza de aguante a pesar de las considerables molestias
que debe soportar , "a diferencia de algunos de esos jó venes debiluchos
.
de hoy” No tiene problemas conmigo. Intuye cuando deseo que se
marche, y desaparece rá pidamente. Si estoy atareado, entra y se muestra
dispuesto a partir sin mayor discusió n, al mismo dempo que me dice
.
con alegría que ”hay una muchedumbre en la sala de espera ” En reali -
dad , se ha puesto de mi lado.
El doctor G. hubiera podido concluir su informe y no ha
—
bría faltado a la verdad con estas otras palabras: "Me he —
puesto de su lado, y en realidad hace muchos a ñ os que estoy
-
en esa postura".
Es evidente que el paciente ha estado ofreciendo a su médico
una enfermedad tras otra. Fiel a su educaci ón y a su función
apost ólica , el doctor G. examinó pacientemente cada una de
dichas ofertas, y luego pidi ó consejo a sus colegas m ás eru
ditos, pero en definitiva se vio obligado a rechazar todas las
-
ofertas, por inaceptables. Durante este per íodo "inorg á nico" el
paciente se retrajo gradualmente hasta ocupar la posición ya
conocida: "Ustedes los médicos para nada sirven , pero puedo
soportar la situación porque soy fuerte". Si aceptamos el a ñ o
1925 como punto de partida del per í odo "inorgá nico" muy
—
probablemente comenzó antes el paciente ten ía entonces vein
— -
tiocho a ñ os. Como lo demuestra la propia historia clí nica, el
señ or Z. desarroll ó y "organizó" a través de a ñ os una dolencia
bastante grave; y cierta gente podr ía creer improbable que nin
gún tratamiento m édico tuviera el menor efecto. Sin embargo,
-
debe se ñ alarse que jam á s se le ofreci ó la oportunidad de "empe
.
zar" Tenemos derecho a preguntarnos cu á l habr ía sido la suerte
-
del señor Z. si, en lugar de enviarlo a un especialista tras otro
y de recetarle frascos y m ás frascos de medicina, algú n m édico
•se hubiera preocupado, al principio del proceso, de sentarse con
85
él para sostener una "entrevista prolongada", de acuerdo con
el m é todo apropiado y en el momento oportuno. ¿Quié n sabe
lo que hubiera podido ocurrir ?
.
De todos modos, el se ñ or Z se estabilizó y creó y "organizó"
una impresionante dolencia que afectaba toda su vida. Aunque
los s í ntomas superficiales variaban y se suced ían , se manten í a
la estructura fundamental de la enfermedad, y a medida que
pasaban los a ñ os cobraba mayor solidez. Un aspecto de su enfer
medad consist í a en fastidiar a su médico, ech á ndole en cara de
-
vez en cuando que era un "in ú til” y que "no serv ía absoluta
.
mente para nada ” No puede excluirse del todo la posibilidad
-
de que esta actitud fuera en parte venganza ante la postura de
rechazo del doctor G. con respecto a las "ofertas” del paciente .
El informe nada dice en ese sentido, pero bien podemos ima -
.
ginar que el doctor G debió soportar una serie de per íodos
poco agradables. Pidi ó ayuda a sus colegas especialistas, pero
sólo recibió consejos negativos; es decir , se le indicó lo que no
debía bacer, pero en ningú n momento se le dijo cómo ayudar
.
al paciente, y, sobre todo, no se le aclaró "cómo empezar ” Cabe
preguntarse cu á ntos de nosotros, en nuestra condición de m é -
dicos generales, de especialistas y aun de psiquiatras, habr íamos
mostrado, en tan irritante situaci ón , la misma actitud calma e
imperturbable, amistosa y comprensiva del doctor G. ¿ Cu á ntos
habr í amos adoptado la decisi ón de retirar la farmacopea de su
estante y, con toda sinceridad , la habr íamos ofrecido al paciente
para que éste eligiera la medicina que creyera m ás ¡positiva ?
Fue gracias a esta atm ósfera de inconmovible y amistosa com
prensión que el señor Z. pudo hacer las paces con su "in ú til” e
-
"inepto” doctor, y consiguió aceptar la compa ñí a del profesio-
nal a lo largo de esos inquietos a ñ os de enfermedad , de dolor
y de sufrimiento. Es evidente que ten í a urgente necesidad de
compa ñía , y sin la ayuda del m édico no habr ía sido capaz de
mantenerse y de mantener una vida privada tolerable o quizás
no . absolutamente infeliz .
Resumamos. En este caso todas las enfermedades org á nicas
propuestas por el paciente fueron rechazadas una por una , pero
el profesional acept ó la existencia del dolor y del sufrimiento
y honestamente trató de aliviarlo. A su vez, el paciente rechazó
—
esta contraproposici ón, y
to
—
quizás acuciado por el resentimien
calificó a su m édico de inepto e impotente. El m édico
-
84
acept ó esta ú ltima proposici ón , es decir, el hecho de que no
era capaz de aliviar el sufrimiento ni el dolor; y tambi én aceptó
-
mantener su actitud amistosa y comprensiva Sobre esta base
se estableci ó un compromiso, y m édico y paciente se adaptaron
a una forma de dolencia aceptable para ambos. 1
Ahora, supongamos que este paciente hubiera pertenecido a
la lista de un m édico que, debido a su propia personalidad , se
siente obligado a mostrarse bueno y servicial, y cuya funci ón
apostólica lo impulsa a probar todos los recursos del arte para
—
curar a sus pacientes, y que no acepta excepciones ni muestra
piedad • • •
Retornemos ahora al tópico principal de este capí tulo, la fun
ci ón apostólica del médico. Todo médico crea onsciente o
-
—
inconscientemente , una atmósfera particular , debido a su for
ma individual de "practicar” la medicina , y luego trata de con
--
vertir a sus pacientes para que. la acepten. Para demostrar la
existencia de esa. atmósfera , particular , caracter ística de cada
——
médico el fen ómeno m ás importante de la funci ón apostó
lica se resolvió identificar mediante una letra del alfabeto a
cada uno de los médicos generales que tomaban parte en nues
tros seminarios. De este modo, al mismo tiempo que se manten ía
-
-
el anonimato, era posible reconocer f ácilmente la individualidad
de cada uno. Debo agregar que cuá ndo llamamos la atenci ón
sobre el papel de las individualidades no estamos formulando
ninguna clase de crí tica; por el contrario, nos limitamos a seña -
lar las mayores posibilidades inherentes a las "reacciones” mé -
dicas. Resulta extremadamente dudoso que cada profesional
pueda alcanzar un grado suficiente de elasticidad como para in -
cluir todas las variantes ú tiles informadas en este libro, y otras
además. Pero no habr á de perjudicarnos el hecho de que nos
propongamos una elevada meta.
Ahora, pasemos revista a dichas atm ósferas individuales. En
este libro hemos citado casos correspondientes a quince médi
cos. Doce pertenecen a la "vieja guardia ” de catorce m édicos
-
que fueron mis compa ñeros durante el primer proyecto en gran
escala, uno ( el m édico del Caso 6 ) se retiró, y dos ( los médicos
de los casos 17 y 27 ) pertenecen a un grupo m ás reciente. En
lo que sigue me propongo comentar las caracter ísticas de los
m édicos representados por m ás de un caso. Se trata de seis mé
-
1
-
Este informe fue publicado en The Lancet (1955), el 2 de abril,
85
dicos. Deseo disculparme ante los otros nueve, y ante los seis
primeros porque m¡ descripción les parecer á sin duda una espe
cie de caricatura. Aunque incompleta, la imagen que aqu í
'
-
ofrezco ser á reconocida por los colegas, mientras que la víc
tima sentir á indignación , porque han sido omitidas sus buenas
-
cualidades, y se han exagerado los aspectos negativos, de modo
que el resultado parece una injusta deformación.
Comencemos por el doctor S. Como lo demuestran sus casos
(15, 25 y 28 ) se trata de un hombre de ben évolo autoritarismo;
bondadoso, cordial y paciente, y muy dispuesto a tolerar buena
dosis de inconducta, mientras el enfermo lo acepte en el papel
de ‘Viejo veterano que sabe”, que sabe lo que hace, y que lo
hace bien. Pero cuando el paciente desaf ía su autoridad pater -
nal, muestra falta de respeto o a ú n rechaza su ayuda, e! doctor S.
puede mostrarse duro e inconciliable. Por la misma razón, se
’
—
estudio de la "funci ón apostólica" es quizás el modo m ás
directo de estudiar el principal efecto el efecto terapé utico
de esta droga. —
89
CAPITULO XVIII
El médico y su paciente
--
soportar el aumento de sus responsabilidades o de sus apren
siones, y si deben afrontar una situaci óa de ese car ácter nece
sitan esquivarla sometiéndose a la dependencia de alguna au
toridad.
-
Un m é todo com ún de ayudar a los pacientes que sufren de -
92
terminada enfermedad crónica , irreversible, consiste en rela
cionarlos con alguien que haya logrado adaptarse bien al mismo
-
problema. Cierta gente encuentra m ás f ácil imitar que tomar
la iniciativa de idear un mé todo propio.
Sin embargo, el médico debe estar en guardia, porque toda
privació n impuesta al individuo por la enfermedad puede ser
atribuida al medico. Por ejemplo, muchos pacientes sienten que
bastar ía que el médico fuera m ás amable o m ás simpá tico para
que les permitiera beber m ás, acostarse m ás tarde, comer ali
mentos m ás variados, fumar m ás, etc. Es f á cil observar la gra
--
dual aparición de este resentimiento, pero es mucho m ás dif í
cil controlarlo o prevenirlo. Esta resentida fantas ía a menudo
-
provoca sentimientos de cólera y de odio contra el médico ante
la falta de comprensió n que éste demuestra , y ante sus ingratas
recetas y sus estrictas órdenes diet é ticas; todo lo cual provoca
— —
irritación y a menudo como reacción ante ella temores y
ansiedades que el m édico quizá conteste en la misma vena. Por
otra parte, cierta gente, particularmente la que padece senti
mientos inconscientes de culpa o la de tendencia masoquista ,
-
aceptar á f á cilmente se la somera a estricta dieta o a cierto modo
de vida, porque para ella sufrir equivale a aliviar su propia
culpa.
Muy poco sabemos de todos estos problemas. Por otra parte,
desde el punto de vista del estudio del problema de la madurez
— —
o, en té rminos psicol ógicos, del vigor del ego la prá ctica
general constituye un campo por dem ás prometedor. La con -
ducta de la gente cuando cae enferma, o cuando advierte que
est á enferma , y las formas y los mé todos con los que afrontan
las consecuencias de la enfermedad cró nica , podr í an proveer
tan abundante material como la observaci ó n de los ni ñ os en
.
proceso de desarrollo He aqu í algunos sugestivos problemas
pertenecientes a esta esfera: ¿Cu á les son los factores que deter
minan el desarrollo de una actitud de dependencia infantil o
-
de madura independencia hacia la enfermedad ? ¿ Son estas ac-
titudes inherentes a la enfermedad , con arreglo a la individua
-
—
jadas —
lidad del paciente, o est á n determinadas quizás, sólo refor
por la interacció n de las "ofertas’ del paciente y lis
1
-
"'respuestas ” del m édico ? En definitiva , volvemos
-
a la farma
cología de la droga llamada “ médico”, y esta vez se trata de
uno de sus m ás importantes efectos secundarios. Y tambié n en
93
este caso debo subrayar la necesidad de que los mé dicos gene
rales consagren m ás tiempo a la investigación, porque ellos son
-
los que realizan el primer examen del paciente cuando éste cae
enfermo, y a ellos les toca observar permanentemente el desa -
—
rrollo de la actitud del paciente aote la enfermedad
—
Todo médico convendr á así lo creo en que la actitud
del paciente hacia su enfermedad es de suprema importancia
.
para el éxito de la terapia, y en que al médico corresponde la
,
ci ón. Deseo ilustrar con una historia cl í nica algunas de las difi
cultades con que se tropieza en este terreno. El caso elegido,
-
aunque complejo, no es raro. Las complicaciones fueron resul
tado de la interacci ón de varios factores, algunos de ellos ya
-
examinados en esta obra: el ni ñ o en el papel de sí ntoma cris -
talizado ( Capí tulo III ) ; la intervenci ón de un especialista, ori
gen de todas las complicaciones se ñaladas en los Capí tulos VII
-
a IX; y las consecuencias de atribuir o no un nombre a la
enfermedad ( Capítulo VI ). Luego, se suscitó un desacuerdo ( no
expl ícito ) sobre los objetivos y mé todos de la educaci ón , en este
caso la educación de los padres de la paciente; finalmente, el
—
factor que analizaremos en el capí tulo siguiente, la necesidad
—
del paciente en este caso, la de los padres de que la enfer
.
medad fuera tomada en serio El médico general, aunque acer
tó en todos los dem ás aspectos, no advirti ó esta necesidad ; por
--
consiguiente, su diagn óstico de toda la situación resultó in
—
completo no fue bastante "profundo”; el tratamiento del casa
-
y los objetivos y mé todos educacionales, auaque objetivamente
correctos, eran inaceptables para los padres, y estos se vieron?
obligados a cambiar de médico .
En uno de nuestros recientes seminarios, un médico general
informó así el Caso 27:
CASO 27
Una ni ña de doce años estaba muy enferma, con elevada tempera
tura de origen descooocido. No cenia la menor ¡dea de lo que pod ía:
-
ocurrirle. Los padres estaban muy inquietos y nerviosos, y cuando-
,
94
co ni ñ os. Llego el pariente y afirm ó que se trataba de paratifoidea. Pero
eo mi opinión no era ésa la enfermedad.
De todos modos, llegó el d ía siguiente y la madre dijo: "La ni ñ a
tiene paratifoidea. ¿Qu é debemos hacer ? " y aunque se ñalé que no estaba
muy seguro de que se tratara de esa dolencia, como el otro m édico era
un especialista, no me atrev í a decir que no creía en la validez de su
diagnóstico. En resumen , dije que debíamos esperar el resultado del
examen bacteriol ógico, y que deb íamos dejar el asuato en manos del
.
especialista. Así lo hicimos. Los an álisis fueron negativos Entretanto,
los padres habí an estado telefoneando dos veces por d ía para infor -
marse de los resultados, era una situación muy desagradable para
.
todos Se llamó nuevamente al especialista, y éste insistió: "No hay
duda de que es paratifoidea" .
Era un hombre extremadamente simpá tico, y aun vino a verme .
.
Tomamos caf é y bebimos juntos Estuvo cerca de una hora y me
contó la historia de su vida. Gcrtamente es un hombre muy inteligente,
y habló mucho. Conoce a todo el mundo, da conferencias y realiza
numerosas consultas. Le expliqué que el caso planteaba muchos pro -
blemas; por ejemplo, el hecho de que yo era un m édico adscripto al
Servido Nadoaal de la Salud, y que me Ye ía obligado a realizar dos
visitas diarias y a contestar llamadas telef ó nicas durante la noche por -
que un especialista hab ía formulado un diagnóstico de paratifoidea.
Propuse que la ni ñ a ingresara en un hospital, en parte para desemba -
razarme de ella, y en pane tambié n para no asumir la responsabilidad
.
del caso, porque no sab ía de qué se trataba en realidad Contest ó que
é l ten ía mucha experienda con la paratifoidea, y que, de todos modos,
siempre estaba a mano si se lo necesitaba.
Al d ía siguiente pasé media hora con la madre, porque ésta se
negaba a que la ni ña fuera a un hospital. Afirmó que su hija se sentir ía
muy desgradada en un hospital, porque all í no se la atender ía como es
.
debido Repliqu é que probablemente ella se sentir ía desgraciada sin la
hija. A propósito, la ni ñ a es una muchachita de doce a ñ os, muy inte
.
ligente Trat é de persuadir a la madre para que comprendiera que
-
estaba enfocando la situaci ó n de un modo ego ísta, y se ñ alé que la
solució n que yo propoa ía era la mejor para rodos, y especialmente
para la ni ñ a, aunque pudiera resultar dolorosa para la madre La .
señ ora insistió en ver nuevamente al especialista, y éste declar ó que
la enferma no necesitaba ir al hospital. Esto ocurr ía un s á bado, y esa
misma noche el padre vino a buscarme y tuve que ir a la casa. EL
domingo volvió otra vez; yo oo estaba en casa, pero mi esposa le
95
facilitó -el nombre del m édico de turno. Este les dijo que deb íao llevar
la ni ñ a al hospital, y entonces telefonearon nuevamente al especialista .
El especialista dijo por teléfono que hablaran con el m édico general.
El lunes por la ma ñ ana recibí el resultado del an á lisis de sangre. No
era paratifoidea, sino fiebre glandular. De modo que todos se habían
equivocado. La ni ñ a continuaba en su casa, pero yo recib í un llamado
telef ónico en el cual me dijeron que no era necesario que fuera nueva-
mente a la casa, pues habían comprendido que era mejor para toda la
familia acudir a otro médico; personalmente, había Llegado a la misma
conclusión .
Ahora bien, varias fueron las personas complicadas en el caso. En
.
primer lugar, la personalidad del especialista Habló mucho, es un
hombre muy simpá tico y muy inteligente, y el diagn óstico de para -
—
tifoidea era ciertamente uno. de los muchos que correspond í a considerar
pero lo cierto es que afirmó enf á ticamente su opinió n, y lo hizo ante
los padres. Discut í este problema cuando estuvo en mi consultorio, e
iosisti ó en que lo mejor era revelar a los padres ese grave diagn óstico.
Me manifesté en desacuerdo. Afirmé que semejante afirmació n debí a
conmoverlos pero rechazó mi planteo. Ahora bien , es un buen especia -
^
lista de ni ños, y me impresiooó mucho, porque sabe más que yo. In -
tenté insistir en un diagn óstico menos grave, o en que se eovia/a a -la
.
ni ñ a al hospital No concordó conmigo, y dijo a los padres exacta -
mente lo contrario de lo que yo hab ía afirmado, de modo que ios
padres perdieron confianza en m í. Realmente, no es problema de f ácil
solución.
96
tirado para discutir el caso, pero sin lograr coincidencia en el
diagn óstico. El especialista insist ía en que era paratifoidea,
mientras que el médico general se mostraba reacio y poco dis -
puesto a comprometer opinió n. Finalmente, prevaleci ó la opi
ni ó n del especialista , y fue comunicada a la familia, sin men -
-
cionar que el m édico general no estaba de acuerdo con elia; así
comenzaron el mal disimulado desacuerdo entre los dos médicos
y la inevitable lucha subterr á nea.
Es bastante interesante el hecho de que los dos m édicos
chocaran abiertamente cuando se planteó el env í o de la paciente
al hospital. Ello se debió en parte a que la relaci ón profesional
de cada uno con la familia era diferente; uno era un especialista,
a quien se llamaba só lo ocasionalmente y se pagaba por cada
visita, el otro un médico general que debí a mantenerse noche
y dí a al servicio de unos padres excesivamente ansiosos y un
poco desconsiderados, cuyas exigencias traspasaban, con mucho,
.
lo que era "objetivamente” razonable El problema consiste en
saber qu é hacer con este tipo de gente, cómo "educarlos” para
que adopten una actitud ."razonable”. Volveré sobre el tema,
pero antes deseo mencionar otro aspecto de la discusión.
En el seminario discutimos cómo era posible que el espe-
cialista hubiera visitado dos veces a la paciente sin la presencia
.
del m édico general ¿ Era necesario que el médico tolerara .esa
situación ? ¿ Hab ía sido correcta la actitud del especialista ? El
informante suministró nuevos detalles, y supimos que la pri
mera de dichas visitas hab ía tenido lugar durante el medio d ía
-
de descanso del m édico. La familia había sufrido otro ataque
de ansiedad,- y hab í a bombardeado tanto la casa - del m édico
como la del especialista con llamados telef ónicos, pero el espe-
cialista se había negado, con todo acierto, a visitar solo a la
niñ a. Finalmente, la esposa del médico general le hab í a telefo
neado para rogarle como favor que fuera a tranquilizar a la
-
familia ; sólo entonces el especialista había aceptado ir.
Este caso constituye un buen ejemplo de lo dif í cil que resulta
entenderse a dos profesionales de diferentes concepciones apos
tólicas. Es cierto que en este caso complicaron el problema
-
algunos factores secundarios, particularmente la diferencia de
status entre ambos m édicos, y el desacuerdo con respecto al
diagnóstico. Sin embargo, este ú ltimo factor fue, en las circuns-
tancias dadas, un problema de menor categor ía, aunque no du
damos de que la medicina cient ífica y objetiva har í a principal
-
97
hiocapié en él. As í hizo nuestro médico, y por eso se sintió
realmente lastimado cuando, a pesar de la correcci ón de su
diagnóstico, se le convirtió en chivo emisario y en definitiva
se le castigó.
Este caso es excepcional tambi én en el sentido de que tanto
el m édico general como el especialista se mostraron no sólo
absolutamente correctos y pr ódigos en aparente espí ritu de
cooperaci ón, sino que tambié n trataron de actuar de modo real
mente amistoso, hasta el punto de que se sentaron para sostener
-
—
una larga conversaci ó n y conocerse mejor hecho que puede
calificarse de desusado. Sin embargo, a pesar de roda la buena
voluntad demostrada , simplemente no pudieron llegar a un
acuerdo.
Una de las razones de esta confusi ón de lenguas fue la dife-
— —
rencia de credos apostólicos con respecto a! grado de ansiedad
que el paciente o los padres debían soportar sin ayuda
exterior; pero la otra consistió en que se detuvieron en un nivel
superficial del diagnóstico. Es cierto que en dicho nivel choca -
ron, pero en el plano de la pr áctica general la diferencia entre
paratifoidea, fiebre glandular o temperatura elevada de origen
desconocido (siempre que la condici ón febril no dure m ás de,
por ejemplo, una semana ) no es de suprema importancia, aun -
que reconocemos que la tiene en el plano de la medicina cient í
fica. Estoy dispuesto a soportar la severa censura de los médicos
-
de espíritu cient í fico, y convengo de buena gana en qué (en
algunos casos ) e! diagn óstico diferencial puede ser esencial para
formular el tratamiento adecuado. De todos modos, perm í tase
me formular una irreverente pregunta: ¿ En qu é proporción de
-
los casos tratados en el curso de la pr áctica general ? Adem ás,
¿es tan considerable la importancia de dicho diagnóstico como
para que el médico se detenga en ese nivel y descuide total-
mente el diagn óstico "m ás profundo” ? Esa exactamente fue
la actitud de nuestro médico general en este caso, y aunque
sus iludas con respecto al superficial diagnóstico de paratifoidea
resultaron justificados, su posterior castigo quizás no fue tan
injusto, porque no consigui ó apuntar a un diagn óstico "más
profundo” y más comprensivo.
El seminario llegó a la obvia conclusi ó n de que debe per -
mitirse a cierta gente ser presa de ansiedad .si algo empieza a
andar mal, y de que ese estado de ansiedad debe ser aceptado
y tratado apropiadamente por el médico. Necesitan sentir temor,
98
y si el médico se esfuerza por tranquilizarlos, correr á n de la
ceca a la meca hasta encontrar una buena razón que les permita
tener miedo. Este tipo de gente necesita padecer una grave en
fermedad, no se conforman con un susto. Así, el especialista
-
acert ó
— —
aunque su diagnóstico superficial fue erróneo y el
médico general, a despecho de la corrección de su diagnóstico
superficial , nada pudo hacer. Su fracaso fue tanto m ás grave
cuanto que hacía muchos a ñ os que conoc í a a la familia.
Por consiguiente, la primera tarea del médico consiste en
formular un diagn óstico mejor y m ás comprensivo. El proble -
ma siguiente consiste en determinar qué se har á una vez esta -
.
blecido el diagnóstico Si el profesional puede descubrir por
—
qué el paciente o los padres del pacient necesitan sentir
temor, es evidente que deber á intentar el diagn óstico y trata
.
miento correspondientes Por desgracia , en casos bastante gra
-
-
ves, como el que acabamos de informar, esa tarea rara vez se
.
encuentra dentro de las posibilidades del m édico general Pero
si no puede alcanzar ese objetivo, de todos modos debe aplicar
al paciente un tratamiento racional sintom á tico. Por ejemplo,
en un caso de jaquecas, a las que no es posible hallar motivo,
— —
es preciso que el paciente reciba algo aspirina, coda í na , etc.
pues de lo contrario no podrá soportar la situació n o no podrá
soportar a su m édico. Lo cual nos retrotrae a nuestro tema, la
educación del paciente para que adopte una actitud inteligente
hacia su enfermedad o hada la dolencia de su hijo. ¿Cuando
debemos dar paliativos, en qué proporci ón y durante cu á nto
tiempo ? ¿Cu á ndo debemos interrumpir el suministro de los
mismos, o reducir la cuota para pedir al paciente que en su
propio interés acepte cierta dosis de inevitable sufrimiento o de
ansiedad ? Como ya lo hemos se ñ alado, no poseemos suficientes
conocimientos sobre estos problemas de car ácter eminentemen
te psicológico, y debemos proponer que se ahonde la investi
--
gación en torno de los mismos.
En esta historia cl í nica hemos analizado las necesidades de la
gente excesivamente ansiosa. Se trata, no obstante, nada m ás
.
que de un caso particular Todos los pacientes nos "ofrecen"
sus diversas necesidades, y los médicos debemos "responder" de
un modo u otro. La respuesta con mucho m ás com ú n es dar algo
al paciente. Quizás la m ás ingrata experiencia de un médico es
terse imposibilitado para dar una soluci ó n "racional". Sin em -
bargo, esta actitud, la de dar, tiene otro aspecto. Cuando la
99
adoptamos, especialmente cuando cstamos .convencidos de que
lo que damos es " bueno” para el paciente, descargamos la culpa
sobre cL Por lo tanto, suya ser á la responsabilidad si no
.
mejora
En los seminarios a menudo tuvimos motivo de preguntarnos
si el objeto real de determinada receta era el beneficio del pa -
.
ciente o la conveniencia del médico Para que exista una rela
ción mutuamente satisfactoria es preciso que ambos sientan
-
que se ha dado un paso "positivo”, pues de lo contrario es
inevitable la conclusi ón de que el doctor es, hasta cierto punto,
la causa del sufrimiento, dado que no logra curarlo ni aliviarlo.
Ciertos pacientes se deslizan irresistiblemente hacia esta con
clusión hostil, la mayoria a causa de su personalidad , y algunos
-
quizás justificadamente. Pero reviste particular interés y m ás
importancia para nuestro tema el hecho ae que existe cierto
n úmero de médicos que alientan el mismo sentimiento, es de
cir, que creen no haber cumplido con el paciente. La mayor ía
-
de estos profesionales se recluta entre los jóvenes médicos. Los
miembros m ás recientes del personal de un hospital disponen
— —
de amplias posibilidades de diluir su responsabilidad, y salvo,
quizás, durante una intervenci ón quir úrgica es raro que un
solo m édico esté a cargo de un paciente del hospital. Pero
el m édico se encuentra casi siempre solo frente al paciente, y
carece de medios organizados que le permitan diluir su pesada
responsabilidad. No es extra ño, pues, que deba hacer todo Jo
posible para convencerse de que realmente ba dado algo . de
valor a su paciente.
Debo mencionar nuevamente el hecho de que nuestro cono
cimiento de los factores din á micos presentes en la relación
-
-
m édico paciente es incierto y escaso, y que ni siquiera sabemos
si tenemos conciencia de todos los factores importantes. Aqu í,
en todo caso, disponemos de una expresi ón de los mismos. En
primer lugar, el paciente está casi siempre atemorizado, aun
que en variable grado, y no sabe a qué atenerse. Acude al mé -
-
dico, el hombre que sabe. Luego, el paciente teme por el furu -
.
ro, y espera que se le reconforte A menudo sufre, y alienta
la esperanza de que recibir á alivio a su dolor. Los pacientes
deben afrontar el hecho de que est á n enfermos, es decir, tem -
poraria o quizás permanentemente incapacitados. Algunos agra
decen realmente al m édico que, por as í decirlo, les permite
-
enfermarse; otros se muestran profundamente resentidos A .
100
menudo el médico se ve obligado a ser el á rbitro de uoa com -
plicada situaciÓD concreta, como, por ejemplo, cuando un pa
ciente abusa de sí mismo para afrontar sus responsabilidades
-
y su familia desea que contin úe en la misma actitud, o cuando
no se cuida como es debido a un enfermo grave, o cuando un
paciente afectado de una condición no incapacitante exige ex
cesiva atención y cuidado de sus pacientes, y así por el estilo,
-
ad infinitum.
Como puede deducirse de esta enumeración, muchos son los
-
factores de lá relaci ón médico paciente que impulsan al pacieo:
te a concertar con su m édico una relació n de dependencia in
fantil. Ello es inevitable, y sólo cabe presuntar qu é grado de
-
dependencia es deseable. La respuesta obvia consiste en que
-
—
ello depender á de la naturaleza de la enfermedad , de la perso
—
nalidad del paciente, y no debemos olvidarlo del credo
apostólico del m édico en cuesti ó n. Esta frase, tan bella y co
rrecta , no es otra cosa , sin embargo, que pantalla de nuestra
-
—
ignorancia. El problema real consiste en saber qué grado de
dependencia constituye un buen punto de partida para una
terapia exitosa y cu á ndo esa actitud se convierte en obst áculo.
Al principio de este cap í tulo discutimos la necesidad de edu
car al paciente para que adopte una actirud razonablemente
-
madura bac ía sü enfermedad ó hacia la enfermedad de su
hijo. ¿Qué grado de dependencia infantil y de razonable ma
durez armonizan bien, y qué proporción d é cada actitud con
--
currir á a la formaci ón de una buena mezcla terapéutica ? En
tretanto, sólo podemos se ñ alar la existencia de estos impor
--
tantes problemas, pero no podemos ofrecer res cuestas í> i en
fundadas. Sólo sabemos con certeza que el sentido com ú n , es
decir , el credo apost ólico, constituye una • gu í a indigna de
confianza.
Citemos dos casos comunes en los que el doctor debe resol
ver este problema, el de combinar las proporciones adecuadas:
-
-
¿ Con qu é frecuencia debe visitarse a un inv á lido, y cu á nto
tiempo ha de consagr á rsele en cada ocasión ? ¿Cu á ndo convie -
ne espaciar las visitas diarias (o las dos visitas diarias ) en el
curso de uoa enfermedad aguda en proceso de mejor í a ? Anarte
del complicado problema de los honorarios, ¿ en qué consiste
la buena "pr á ctica ”, capaz de crear una sólida base, tanto en
el paciente como en el ambiente que lo rodea , para el trata
miento de cualquier enfermedad futura ? Como lo demuestra
-
101
la última historia cl í nica, la respuesta a estas preguntas no
es de ning ún modo clara, ni es problema de sentido com ún.
La carencia de técnica adecuadamente comprobadas en este
campo de extraordinaria importancia es tanto m ás lamentable
—
cuando la relaci ó n del m édico con sus pacientes si omitimos
—
a los “ n ómadas” ( véase Capí tulo XIX ) es í ntima y duradera.
Todos sus actos influyen necesariamente al paciente, y a la
larga dichas influencias se suman. En este sentido no modifica
mucho la situación el hecho de que el paciente pague hono -
rarios, es decir, el hecho de que sienta que el médico es, en
cierto modo, su servidor personal, o que sea cierta institución
an ó nima la que nombra al m édico, rodeá ndolo de un halo re -
flejo de autoridad, con toda la ambivalencia que éste promueve.
Es de la mayor importancia subrayar que la educació n no
.
es exclusivamente unilateral Médico y paciente desarrollan
conjuntamente cierto mejor conocimiento mutuo. Este mutuo
-
influjo no es un proceso simple, desarrollado seg ú n una orien
.
taci ó n totalmente positiva o absolutamente negativa Tanto el
m édico como el paciente deben aprender a soportar cierto gra -
do de frustración. El médico no está disponible automá tica -
mente cada vez que se lo llama, y no le gusta que lo llamen
durante la noche o los domingos. Aunque acuda al llamado,
,
—
retornan a ¿1 agradecidos o refunfu ñ ando
—
el desenvolvimiento de sus casos, la mayor ía de sus pacientes
una y otra vez.
Por una u otra razón los médicos generales parecen renuentes
a hablar del desarrollo completo de sus casos, aunque en rea -
lidad podr í an ser los verdaderos jueces de los resultados. Se
contentan con quejarse de los especialistas ineficaces, pero
muy rara ve2 reú nen el valor y el tiempo necesarios para rela -
tar constructivamente y por escrito sus experiencias.
104
CAPITULO XIX
El paciente y su enfermedad
— —
L o s capí tulos precedentes en realidad , la mayor parte del
libro han sido ocupados por la discusión de la relación entre
el médico y el paciente. Sin duda , ello no es absolutamente
justo. La enfermedad comienza antes de que el médico apa
rezca sobre la escena, en algunos casos mucho antes. Recuerdo
-
la frase favorita de uno de mis maestros: "¡Cu á nto m ás lleva -
dera ser ía la tarea del médico si el cá ncer , la s í filis y la suciedad
'
—
enfermedades tapa que puede durar algunos minutos o
varios a ñ os el individuo se retrae gradualmente de su medio
106
y primero crea , y luego desarrolla la enfermedad eo sus propia
persona, extrayéndola de si misma. Se conoce mal la naturaleza
de este per íodo, el cual, de acuerdo con nuestra experiencia,
reviste suprema importancia para el destino futuro de la enfer
medad y del enfermo. Nuestros mé todos psicoanalí ticos no nos
-
suministran una técnica adecuada en la medida necesaria para
seguir en detalle el desarrollo del paciente en sus esfuerzos y en
su lucha con el proceso de la dolencia. Durante este per íodo, lo
mismo que durante la creació n art ística, no hay testigos, y
ciertamente falta el socio exterior a quien sería posible trans -
fer ir las emociones, situaci ón que impide a la aplicaci ón de
.
nuestros mé todos analí ticos Aqu í, como en el caso de la crea-
ci ón artística, una de las concepciones psicoanaLí ticas ve en la
enfermedad una especie de hijo; en este caso un hijo desobe -
diente y malcriado, que en lugar de aportar placer es fuente
de dolor y de desastre para su creador. ( Este cipo de im ágenes
puede tomarse consciente y ser expresada exactamente en estas
palabras en el caso de ciertos pacientes, por ejemplo las mujeres
que padecen un abceso.) Debo repetir lo que ya he dicho. Aun -
que esta explicación es probablemente cierta, es también su
perficial e incompleta. * . . ... . .
-
^
solamente coloran
—
En general, una de dos ideas opuestas conforman o quizás
— la concepci ón del paciente sobre su pro -
pia enfermedad. En términos generales, lo mismo puede decir
se de las teor ías m édicas sobre la enfermedad . De acuerdo con
-
la primera de dichas ideas, el paciente estaba sano, y " bueno”
hasta que algo en él .mismo empezó a funcional "mal ” . De
acuerdo con la segunda , el "factor negativo" nada tiene que
ro sentido de la expresi ó n — —
ver con el paciente, proviene del exterior y es en el verdade
un "cuerpo extra ñ o". En ambos
casos, el "factor negativo” lo amenaza con dolores, privaciones
-
y a ún con la destrucción , a menos que pueda defenderse o des-
embarazarse de él, por s í mismo o con la ayuda de su m édico.
¿ Cu á l de estas dos concepciones opuesta es v á lida, o, en todo
caso, se encuentra m ás cerca de la verdad ? Se trata de un pro-
blema de dif ícil solució n. Cuanto menor la duració n de una
— — --
enfermedad y, por lo tanto; el per íodo de observación me
jor se adecúa a la ‘ teor í a del agente exterior. Un dedo magu
llado o un grave acceso de gripe puede ser confiadamente atri-
buido a algo "negativo ” con origen en el mundo exterior. Pero
si un paciente retorna periódicamente con una lesión de menor
importancia/ no podemos dejar de suponer que existe cierta
inclinació n a sufrir accidentes / o ausentismo deliberado; y si
"pesca ”' un ' n úmero excesivo de infecciones, hablamos de hi -
persensibilidad , condici ó n alé rgica , etc. Cuanto m á s prolongado
el per íodo de observació n , m ás se acent úa la impresión de que
la enfermedad es una condici ón del paciente casi tan caracte -
r ística como la forma de su cabeza, su talla o el color de sus
ojos.
Este razonamiento nos conduce directamente a uno de los
problemas eternos de la medicina: ¿ Cu á l es el factor primario,
una enfermedad org á nica de car ácter crónico, o cierto tipo
de personalidad ? ¿ Estos dos factores, son independientes entre
sí, interdependientes, o uno de ellos es causa y el otro efecto;
y si es así, qué papel corresponde a cada uno? Tienen los taci -
108
turnos probabilidad de contraer úlceras pé pticas, o éstas tornan
taciturnas a la gente ? ¿Son los ataques de bilis, o a ú n los cá lcu-
los biliares producto de la acritud de cierta gente, o ésta ba
echado a perder su carácter como consecuencia de los doloro
sos ataques padecidos ? Hasta hace poco se entend ían tácitamen -
-
te que toda enfermedad cr ó nica determinaba el desarrollo de
.
una - 'superestructura neur ótica” Durante los ú ltimos cuarenta
'
--
.
alcanza la etapa en que comienza a quejarse Aunque su enfer
medad se encuentra por lo general todavía en la fase inorg á
— —
nica , ahora necesita y encuentra un socio, en cierto sentido
un socio superior, de quien puede esperar ayuda, y a quien
puede transferir algunas de sus emociones. Aqu í, los analistas
nos sentimos cómodos y podemos usar confiadamente nuestros
— —
propios mé todos y espero haberlo demostrado nuestras ideas
110
pueden contribuir a aliviar la ardua tarea del médico general .
Sin embargo, no se trata ciertamente de uaa relación unilateral.
Es verdad que el médico general puede aprender mucho de nos
otros con respecto a la important ísima interacción entre las
-
proposiciones del paciente y las reacciones del médico, deter
minadas por su propio concepto de la función apostólica. Pero
-
no es menos cierto que los analistas podemos aprender tam -
bi é n mucho de las experiencias de los médicos generales. Por
obvias razones, en este libro podemos mencionar el hecho, pero
no abocarnos a su examen detallado.
Retornemos, pues, a nuestro tema principal. Hemos compro
bado que, cuando el paciente enfrenta un problema que para
-
--
él es de muy dif ícil solución, en parte o principalmente a cau
sa de su "deficiencia fundamental", su organizaci ón sufre cier
to contraste, y después de alg ú n tiempo, que puede durar algu-
. —
nos minutos o varios a ñ os, consulta al médico para quejarse
de alguna enfermedad Se trata de un becho desconcertante; en
-
el marco de la relación m édico paciente rara vez ocurre que
los pacientes acudan con un problema. En otras palabras, los
pacientes consultan a sus respectivos médicos solamente cuan -
do, por así decirlo, han convertido la lucha contra sus proble-
mas en enfermedad. Estoy seguro de que cierto n úmero de
médicos experimentará n sobresalto ante esta formulación. ¿Qué
tiene de malo esta situación ? preguntar á n con todo derecho.
Tarea del médico es tratar las enfermedades; naturalmente, la
gente acude a ellos cuando est á enferma. Hasta aqu í, todo mar
cha perfectamente, pero también es obligación del médico
-
practicar la medicina preventiva . Quizás fuera deseable modi-
-
ficar el carácter de nuestra función apost ólica y educar a nues
tros pacientes para que nos traigan sus problemas antes de que
se inicie la enfermedad ; si se aplicara tan precoz tratamiento,
mejorará n mucho las perspectivas de una terapia exitosa. Ade -
m ás, existe la posibilidad de que nuesrro conocimiento realice
extraordinarios progresos si logramos determinar qué tipo de
gente afronta problemas pero los resuelve sin apelar a la en
fermedad, y qui é nes son los que se entregan a ella. Es muy
-
probable que el tiempo sea otro factor de importancia. Así,
por ejemplo, la medicina sabe que el cá ncer rara vez empieza
ames de los cuarenta a ños, y que es dif ícil tropezar con una
úlcera péptica que haya comenzado después de los cuarenta.
No es imposible que estos y otros hechos emp í ricos de narura -
111
le? a semejante tengan ra íces psicológicas, . las cuales sin duda
ser í an mucho más accesibles al estudio detallado en el per í odo
anterior al comienzo de la enfermedad propiamente dicha.
Simultá neamente con el comienzo de la enfermedad se ponen
en movimiento una serie de procesos secundarios. Podr í a decir -
se que la enfermedad crea una situación vital a la cual el
paciente debe adaptarse. Este reajuste es un proceso complicado
y multidimensional, por lo cual debo limitarme a la enumera
ción de algunos de sus m ás importantes . aspectos.
-
Una de las m ás primitivas y poderosas tendencias de la mente
humana es la que técnicamente llamamos narcisismo. Ella Im -
plica, desde nuestro punto de vista, que nos sentimos í ntegros,
inviolados, imperecederos, importantes, capaces y, sobre todo,
dignos de amor. La vida y la realidad no siempre armonizan
con este sentimientoj durante nuestro desarrollo y en el curso
de nuestra vida madura, nuestro narcisismo - se ve herido una
y otra vez. Constituye un grave choque llegar a comprender
— —
poco importa si gradual o s ú bitamente que, debido a la
enfermedad , nuestro cuerpo (o nuestra meó te) ha perdido mo
ment á neamente su capacidad, y que quiz ás nunca podremos creer
-
que nuestras esperanzas se realizarán cabalmente en cierto fu
turo no especificado.
-
Las experiencias pasadas, particularmente durante nuestra in-
fancia y adolescencia, nos han ense ñado ciertos modos de enca
rar dichos choques. Nuestros padres y maestros ejercen profunda
-
influencia sobre este proceso de aprendizaje y sobre sus resul
tados. El acto de afrontar una enfermedad muy bien puede ser
-
comparado, con este proceso de maduración, y el papel del
m édico con el de nuestros padres y maestros; así como las con
cepciones y las convicciones de nuestros padres y maestros
-
contribuyeron mucho o retardaron considerablemente nuestro
desarrollo hacia la madurez, tambié n el médico y su funció n
apostólica nos influirá n duraote el proceso de la dolencia.
Para cierta gente, caer enfermo constituye severo golpe, para
-
otros bienvenido alivio. Hay gente que, debido a la gravedad
de su “deficiencia fundamental" hallan la vida muy dif ícil, que
sólo obtienen escasas satisfacciones, y cu ya econom í a mental
o biológica es precaria e inestable. Para estos individuos aun
las dolencias de menor importancia son excesivas, la vida es un
fenómeno agotador, que los frustra y deprime, y la enfermedad
les ofrece una oportunidad aceptable para retraerse y "cuidar
112
—
de sí mismos”. Ea cualquier caso sea que la enfermedad
constituya un severo choque o una bienvenida justificaci ón
—
para retirarse del campo • la enfermedad es siempre una for
ma de vida. Ello es especialmente cierto en el caso de las enfer
-
-
medades de cierta duración, que dan tiempo al paciente para
que se adapte a ellas. Esta adaptaci ón no es id é ntica al proceso
que denominamos "organización", pero constituye un fen óme
no paralelo, y ambos se influyen constante y recíprocamente.
-
Desde el punto de vista del tema que ahora nos ocupa sólo nos
interesa la enfermedad como forma de vida. Se trata de un
tema muy amplio, y aunque sobre el mismo poseemos nume
rosos datos de carácter empírico, y a pesar de que cierto n úmero
-
de médicos eminentes han tratado de resumir sus experiencias
de toda una vida sobre el problema , falta a ún una investigaci ón
sistem á tica. Mi muy modesta tentativa está muy lejos de satis -
-
facer las necesidades. Fundaré mi discusi ón sobre la teor í a psi
coanalitica de las ventajas primarias y secundarias. Aunque
conveniente como orientaci ón inicial, esta teor ía no reviste una
forma inequ í voca ni pretende ser más que un enfoque prima
rio y tosco.
-
Ninguna forma de vida puede subsistir sin cierto grado de
gratificaci ón. Recí procamente, ello significa que cuando se pre
tende modificar una forma dada de vida, es preciso utilizar
-
una fuerza compulsiva o bien ofrecer gratificaciones m ás acep -
tables co lugar de aquellas que el cambio imposibilitó. Parece
una perogrullada, pero vale la pena subrayar que esta norma
reviste total validez desde el punto de vista de la relación del
paciente con su enfermedad , y tambié n para el caso de una
forma dada de terapia que aspire a modificar dicha relaci ón.
Citemos un ejemplo convincente, entre otros muchos; el pre
dominio de los mé todos f ísicos, "brutales", en el campo de la
-
terapia psiqui á trica sobre los m é todos psicoterapéuticos, m ás
onerosos desde el punto de vista del tiempo que insumen. Los
diversos tratamientos por shock , y sobre todo la leucemia,
—
obligan brutalmente al paciente a renunciar a algunos de sus
—
síntomas de sus formas de vida y a contentarse con otros,
menos objetables en opinión de sus semejantes. Todo aquel que
haya tenido oportunidad de ver pacientes leucotoraizados sabe
cu á n dolorosamente cierto es lo que acabamos de afirmar.
Examinemos, pues, en primer lugar, la enfermedad como
fuente de gratificaci ón directa. Para evitar malentendidos, debo
11S
subrayar que en toda enfermedad el dolor, la limitació n , la
aprensión, etc, se encuentran siempre presentes. Todas las gra -
tificaciones posibles no son sino parciales, hechos complemen
tarios, o que está n completamente desplazados por el sufri
-
-
miento. Pero es imposible omitir la extraordinaria importancia
emocional del acto de comer en casi todas las enfermedades
gástricas y en algunas de car á cter meiabóü co, de las funciones
digestivas en los casos de desórdenes intestinales, particular
mente en la constipaci ó n cró nica , etc. Un ejemplo desconcer
--
tante citado a menudo es el de los frecuentes sue ñ os fecales de
los acromegá licos, de acento francamente ambivalente, en parte
fuente de intenso disgusto y de temor, pero al mismo tiempo
"interesante". En este aspecto el psicoan á lisis puede ofrecer
cierta ayuda, a través de la teoría de las zonas erot ógenas del
cuerpo. Por desgracia , rodo esto no es m ás que el principio.
La razón reside probablemente en que el material observado
por los psicoanalistas es fruto de rigurosa selección, es decir,
est á formado por pacientes que sufren casi todos enfermeda
des psicológicas, y en que muy pocos son casos de carácter
-
orgá nico. El m édico general , que atiende una gama mucho m ás
variada de pacientes, posiblemente nos suministrar á más abun
dantes datos, los cuales nos permitir á n ampliar y profundizar
-
nuestras teor í as psicoanal í ticas.
El segundo subgrtipo de gratificaciones directas est á for
mado por las oportunidades que la enfermedad ofrece y que
-
permiten al paciente retirarse de los distintos titos de relación
insatisfactoria, o que se caracterizan por las frustraciones que
provocan, por las obligaciones que plantean o por las exigen
. -
cias excesivas que suscitan Los ejemplos forman legión: la mu
jer fr ígida, cuya dismenorrea constituye bienvenida dispensa
--
ción de sus deberes conyugales; la uretricis de un hombre que
no est á seguro de su potencia ; las numerosas dificultades para
comer y las man ías alimenticias de los ni ñ os excesivamente
apremiados, que les permiten escapar de las garras de sus pa -
dres, demasiado poderosos (generalmente, se trata de las ma
dres ), mediante cierta aparente debilidad ; los ataques de asma,
-
que inevitablemente abruman al paciente cuando va de visita
a la casa de sus padres, o a la de sus suegros. El fenómeno mis
notable es la considerable disminución de la personalidad du
rante una enfermedad grave, no sólo puede ocurrir que desapa
--
rezca gradualmente el interés por el pró jimo, sino que la reí a -
114
cióo del paciente con la realidad se torna incierta y fr ágiL
Este subgrupo es bien conocido, y sobre él la observaci ón ge -
neral ha reunido suficiente cantidad de materiales. Desgracia
damente, se alude al problema casi siempre en el plano de las
-
anécdotas interesantes, y precisamente aqu í es indispensable
la realizaci ón de una investigación sistem á tica.
En una zona intermedia entre el ú ltimo subgrupo y el si -
guiente, es decir , entre el retraimiento y la regresió n , existe
lo que el psicoan á lisis denomina introversi ón. Es algo m ás que
retraimiento, ea cuanto el interés del individuo no sólo se
aparta del medio, sino que al mismo tiempo se concentra defi
nidamente sobre su propio persona. Los procesos y las sensa
--
ciones mentales, las ideas y las emociones alcanzan una impor -
tancia dif ícilmente observada en otras condiciones. El fen ómeno
en s í es bien conocido, pero todavía se comprende mal el me -
canismo m ás í ntimo, probablemente porque en las primeras
etapas el paciente suele hallarse solo, y QO dispone todav ía de
un compa ñ ero a quien transferir sus emociones. Por lo tanto,
casi todo lo que sabemos respecto de los hechos de la fase no
organizada de este per íodo proviene de una reconstrucción ba -
sada en los datos posteriores del paciente, cuando acude a nos
otros en busca de ayuda , o de nuestras impresiones subjetivas
-
e ideas teóricas preconcebidas. Es indispensable saber mucho
m ás sobre el desarrollo de las fases formativas de la introver
sión. Si las comprendi é ramos mejor, quizás lograr íamos pre
--
venir el desarrollo de graves hipocondriasis, el m ás grave de
los problemas de este subgrupo.
El cuarto subgrupo de gratificaciones directas gracias la
enfermedad puede ser denominado regresiones. Se trata de algo
más que retraimiento o introversión, porque determina, ade -
más, la aparici ón de formas infantiles en la conducta del pa
ciente. Aunque es innegable la frecuencia de esta forma, menos
-
se sabe de la regresión que de cualquiera de las formas ante -
riores de gratificación. La relaci ó n entre la enfermedad y el
retraimiento es bastante clara en muchos casos, pero en cambio
es muy poco clara la funcióo de la regresión. Puede ser con
secuencia de la gravedad de la dolencia, un caso extremo, como
-
lo es el delirio cuando el paciente sufre muy alta fiebre. Puede
significar que se abandona por desesperada e imposible la tarea
de afrontar la vida y el dolor en actitud madura, como por
ejemplo la adopción de la posición fetal en gran n úmero de
115
condiciones dolorosas, o la actitud de ciertos pacientes, muy
contentos de que se los alimente y lave ( y aun lo exigen ) cuan
do ello no es ya de ningú n modo objetivamente necesario, o
-
la institución o costumbre de encargar a una enfermera que
sostenga la mano del paciente sometido a anestesia local. La
regresi ón puede constituir tambié n una tentativa de autocu -
raci ón, el caso probable de la temperatura elevada en ciertas
infecciones; quizás el paciente regresa a un nivel m ás primi
tivo para buscar una oportunidad de desarrollarse en una di
--
rección diferente, evitando as í la que resultó bloqueada por la
enfermedad.
Como ya lo he dicho, aparte de su existencia poco se sabe
sobre el significado y la futició n de la regresión. El hecho es
inquietante, porque las respuestas del médico a la "oferta’' de
regresión del paciente son de gran importancia para el desa
rrollo fumro. Ni aun sabemos si conviene prevenir o alentar
-
la regresión, y en caso afirmativo, en qué enfermedades, en
qu é etapas de la enfermedad y en qué tipo de enfermos. Es
evidente el peligro de que el paciente pueda sentirse demasiado
cómodo en determinado estado regresivo o en otro caracteri -
zado por el exceso de presi ón y de "madurez”; es decir, el
peligro de que se "organice” demasiado bien y se torne inac -
cesible a la terapia real. Nuevamente debo llamar la atención
sobre la necesidad de m ás intensas investigaciones.
El segundo gran grupo de gratificaciones que permitan al
paciente someterse a la enfermedad o aceptarla como forma de
.
vida es el de las ventajas secundarias La enfermedad, lo mismo
que cualquier otra condición humana, puede ser utilizada para
obtener algo que el individuo considera ú til o valioso. El ejem -
plo mejor conocido es el de la neurosis de compensaci ón, pero
hay muchos otros. Para el observador exterior las ventajas se
cundarias pueden parecer de escaso valor, y a ún un poco ton
--
tas, pero son importantes para el paciente, y deben ser recono -
cidas como ules por su medio y por el médico.
Sobre este particular es posible citar numerosos ejemplos;
el empleo de un brazal como signo de que se acaba de recibir
una inoculaci ón o vacunaci ó n , llegar en taxi al hospital o al
— —
consultorio del m édico, reunirse con otros pacientes algunos
de ellos realmente muy enfermos en la colmada o rumorosa
sala de espera ; en general, ser el centro de cierta agitación , y
ser tratado como una persona importante. Todo ello es f ácil
116
de observar, pero ea ciertos pacientes suscita problemas que
no son de f ácil solució n. Hay, sin embargo, formas m ás com -
plicadas, y a medida que aumenta la complejidad de las mis -
mas, tanto m ás dif ícil resulta separarlas de las formas exami
nadas más arriba , es decir, de las gratificaciones directas. So
-
-
bre todo el retraimiento y la regresión constituyen formas a
las cuales es muy dif ícil clasificar inequ í vocamente.
Antes de seguir adelante, debemos analizar brevemente dos
importantes aspectos de la relación del paciente con su enfer
medad: los temores y el dolor. Ambos ofrecen grandes oportu
--
nidades a la capacidad terapé utica del médico, pero ambos,
sobre todo los métodos utilizados para calmar el temor, perte
necen desgraciadamente al dominio de la terapia de “sentido
-
com ún ”. Ya mencionamos al principio de este cap í tulo que
para cierta geate la enfermedad era el resultado de un proceso
“ negativo” en su propio interior, el cual , por consiguiente,
atacaba desde adentro. Este fenómeno puede crear severos esta
dos de ansiedad , los cuales, con ciertas dolencias progresivas,
-
por ejemplo algunas formas de cá ncer, ciertas infecciones o
determinadas condiciones degenerativas, pueden tener justifi
cación biol ógica. Está n adem ás los temores y frustraciones de
-
la gente que padece una enfermedad cr ónica , la cual debe re
nunciar a algunos de sus placeres habituales, en parre a causa
-
de la enfermedad mismo 1 deterioro de la visión, por ejem -
—
p ío, excluye ciertas ocupaciones, todos los juegos de pelota , y
la lucha o el boxeo o debido a la dieta necesaria para la
realizaci ón de un tratamiento efectivo. Antes de la insulina ,
--
eran casi proverbiales las frustraciones de los diabé ticos; actual
mente, los grupos m ás conspicuos son los fumadores que pade
cen ú lcera y los enfermos de colitis ulcerativas que sólo tole
ran una dieta blanda. Finalmente, el problema suscitado por el
-
—
temor del paciente a la muerte. Los m é dicos generales
enfermeras que mantienen í ntimo contacto con enfermos que — y las
se aproximan a la muerte poseen inagotable provisi ón de extra -
ordinarios relatos en que los que se refleja el temor, el heroís
mo, la humillación y la suprema dignidad ante la cercan ía de
-
la muerte. Seria sumamente valioso disponer de una orienta
ci ón experta, sólidamente fundada sobre lo que conviene hacer
-
en tan dif íciles circunstancias; por desgracia, tambié n en este
caso nuestro ú nico recurso es el sentido com ú n.
En general, lo mismo puede decirse de la actitud del paciente
117
.
ante el dolor En primer lugar, rodos los m édicos convendr á n
-
—
en que los enfermos pueden rolerar mejor el dolor diagnosti
cado que el sufrimiento sin diagnóstico y quizás lo mismo
podr ía decirse de sus médicos. Las actitudes sociales ante el
dolor son muy diferentes. En estas sociedades el hombre no
puede llorar, en otras se tolera el llanto masculino. Como de
costumbre, las mujeres gozan de mayor libertad , pero tengo
la impresión de que en este país las mujeres lloran y gritan
menos durante el parto que las mujeres de mi pa ís, Hungr ía.
Es indudable cuá l de ambas costumbres es mejor desde el pun
to de vista de las parteras y de los médicos, pero no sabemos
-
con certeza cu ál es mejor para las mujeres. Se trata , pues, de
otro gran problema que necesita ser investigado. ¿ Es más f ácil
soportar el dolor incesante “apretando los labios" o cediendo
y gritando? Hasta bace poco la medicina consideró al dolor
exclusivamente desde el punto de vista fisiológico, y de ello
ha resultado lo que quizás sea el capí tulo mejor estudiado de
la farmacolog ía, es decir, el de los analgésicos y anestésicos,
y la creación de una nueva especialidad. Los últimos a ñ os nos
han aportado los diversos sistemas de parto sin dolor primero
con la ayuda de drogas, y m ás recientemente tratando de ali -
viar la ansiedad de la mujer y de obtener su cooperaci ón. Ello
demuestra que en cuanto a la tarea de aliviar el dolor se ofrece
una gran oportunidad al profesional de vocación psicol ógica.
--
Creo que éste es el lugar adecuado para mencionar la des
cripción subjetiva que el paciente realiza de sus propios dolo
res y de otras sensaciones originadas en su cuerpo. Resulta
sorprendente cu á nto m ás rica y variada es la concepción de
nuestro cuerpo durante la enfermedad. Se trata de un inmenso
campo psicol ógico, apenas considerado por la ciencia. ¿ Por qué
la gente dice de sus dolores que son punzantes, lancinantes,
fulgurantes, ardientes, ere.? ¿O que cuando los sufren experi -
mentan presiones, constricciones, apreturas, sofocaciones, lati
dos, momentos de ceguera, etc.? ¿ Por qu é usan frases como
-
“parece que tuviera una piedra en mi interior ”, “como si esta
parte del cuerpo estuviera muerta ”, o “pesado como plomo",
“ un peso muerto en el vientre ”, ” un hierro al rojo”, "como si
fuera de algod ón", “me siento algodonoso", o "helado", y as í
por el estilo? Sabemos que ciertas frases caracter ísticas son
generalmente propias de la gente que padece determinadas do -
lencias, pero muy poco sabemos del grado en que estas frases
118
está n determinadas por procesos fisiológicos o por las fanta
sías del paciente respecto de los procesos que posiblemente se
-
desarrollan en su interior. Ser ía, sin duda, un estudio fascinan -
te para un m édico general que conociera bastante bien a sus
pacientes, no sólo durante la enfermedad, sino tambié n antes
y despu és de ella.
—
para ir con el colega, o viceversa. De modo que decidimos al
menos por el momento dejar las cosas como estaban. Aun
—
así, recogimos algunas historias cl í nicas de gran interés, tres
-
de los cuales, los casos 1, 5 y 9> aparecen en los cap í tulos ante
riores, o en el Apéndice 111, e ilustran algunas de mis obser
vaciones.
-
Lo poco que hemos aprendido sobre las causas del nomad is -
120
mo puede ser resumido en una frase: "Autoselecci ó n de los
pacientes de acuerdo con el credo apostólico del m édico”. Si
el paciente y el m édico no "encajan ”, y el m édico no legra
convertir al paciente para que adopte su credo apostólico, el
paciente no tiene m ás alternativa que buscarse otro médico. La
autoselecció n y la funci ó n apostó lica son dos caras de la misma
moneda , y constituyen los ingredientes fundamentales de esa
particular y muy caracter ística atmósfera individual de todo
consultorio, base de la compa ñí a de crédito recí proco. Desde
este punto de vista, los consultorios donde acrúan varios m é-
dicos son instituciones valiosas para los pacientes. Si no pue
den aceptar los m é todos de un m édico, pueden derivar a otro;
-
pues este ú ltimo, por muy bien adaptado que esté a su compa
ñero, siempre alentar á su propio credo apostólico. En ciertos
-
— —
casos el Caso 1 se cuenta entre ellos , el paciente utilizó los
servidos de ambos m édicos, con arreglo a sus propias necesida -
des circunstanciales, y hasta cierto punto para general satis -
facci ón . Repitamos que estos casos podr í an constituir la base
de valiosas investigaciones sobre el tipo de terapia que los
pacientes necesitan en diferentes per íodos de la enfermedad.
Quizás se desarrollen los mismos procesos en el otro tipo de
pacientes de "carpeta gruesa ”, los enfermos que necesitan ir
de un especialista a otro. Tal vez terminemos por comprobar
que en la relación especialista - paciente la función apostólica
y la autoselecci ón de los pacientes actúa del mismo modo que
en los consultorios de los m é dicos generales. Dado que la in -
vestigació n de nuestros seminarios no se ha extendido todav í a
a los especialistas, carezco de conocimientos de primera mano
sobre lo que ocurre en los consultorios de mis colegas. Por lo
que se refiere al m í o propio, es indudable la validez de lo
que he planteado m ás arriba .
El tercer grupo de casos de "carpeta gruesa", el de los pa
cientes que acuden al consultorio con harta frecuencia , pero
-
— —
se mantienen fieles al mismo m édico el Caso 26 constituye
notable ejemplo es un llamado de atenció n que debe mo -
.
vernos a no mostrar apresuramiento en nuestros juicios El esta
blecimieno de una efectiva compa ñí a de crédito rec í proco no
-
impide que el paciente se convierta en un enfermo dif ícil.
Como ya lo hemos se ñ alado anteriormente, no hay fronteras
definidas entre los tres grupos, y a veces cada uno de ellos
121
se confunde con los otros, de modo que sólo cabe plantear
nuevamente la necesidad de una investigaci ón m ás cabal.
Agregaré que, adem ás de los casos que he mencionado, es
decir, los casos 1, 5, 9, y 26, nuestros casos 2, 4, 6, 11, 12, 16,
17, 19, 21, 22 y 24 pertenecen tambi é n al grupo de los pa
.
cientes de "carpeta gruesa " Todo trabajo de investigación que
-
ayude al médico a resolver mejor los problemas propios de
este grupo aliviar á considerablemente la carga que soporta.
Que varios de ellos, por ejemplo los casos 16, 19, 21, 22 y 24,
pueden ser considerados verdaderos éxitos, y que, por lo me
nos durante cierto tiempo, las respectivas carpetas se estabili
-
-
cen en sus proporciones actuales, son hechos que demuestran
que marchamos en la dirección correcta.
122
CAPITULO XX
Psicoterapia del médico general
—
obligó a la se ñorita S. a transformar su ofrecimiento la enfer
—
medad f ísica en un problema psicológico; finalmente, en
-
lugar de "organizar" algo alrededor de la nueva situaci ón, ayu
d ó a la señorita S. a resolver sus problemas m á s graves. Queda
-
por ver si la ayuda prestada ha resuelto definitivamente el
problema de la paciente. Sin previo examen de la gravedad del
defecto fundamental , toda predicci ón es mera conjetura.
Otra esfera en la que estas ideas pueden ser de utilidad es el
diagnóstico. En el Cap í tulo VI hemos examinado los diferen
tes niveles de diagnóstico, pero lo hemos hecho exclusivamen
--
te sobre la base de observaciones directas realizadas en el con
sultorio del médico. Las ideas expresadas más arriba nos per -
-
miten conferir un sentido m ás preciso al t é rmino. En el caso
de Peter (Caso 19 ) , por ejemplo, los diagn ósticos " jaquecas",
"histeria", "bemicrá nea", "agorafobia", fueron todos correc
tos y, en la medida en que describ ían un aspecto importante
-
del cuadro total, eran de utilidad. Pero no nos permit ían pre
decir , por ejemplo, que el paciente tropezar í a con cierta difi
-
-
124
cuitad para aceptar el papel de padre, y que cuando surgiera
este nuevo problema vacilar ía , por as í decirlo, entre el estado
de salud y la recurrencia en sus dolores de cabeza y sus fobias,
y que necesitar í a la ayuda de un médico. Tampoco nos permi -
t ían explicar por qu é deb ía casarse con una mujer muy buena
y comprensiva, pero un tanto fr ígida, que sólo consegu ía sa
tisfacerse apelando a la masturbaci ón manual; ni por qué
-
acepraba en su hogar el papel de mucama para todo servicio,
y otros interrogantes por el estilo. Todo esto y otros muchos
rasgos de su carácter y de su enfermedad cobran m ás inteligi -
bilidad si consideramos la impresionante historia infantil, ca
racterizada por la falta de amor, y comprender porqu é ten í a
-
que realizar los mayores esfuerzos para conseguir ese efecto,
por qué se muestra aprensivo ante la llegada de un rival y,
por otra parte, por qu é le era imposible tolerar la desaparición
excesivamente r á pida de sus preocupaciones.
A esto precisamente nos refer í amos cuando aludimos a la
necesidad de un nivel apropiado de diagnóstico, y esto es m ás
o menos lo que puede y debe realizar un m édico general.
Debido a las muchas limitaciones que le impone su pr á ctica,
creo que en contadas ocasiones podrá profundizar en la me
dida suficiente para examinar la naturaleza y la amplitud de
-
este defecto fundamental.
Los casos de Peter y de la se ñ orita S. son relativamente sim -
ples. Cuando se le aplicó "
el Smith ,
'* la enfermedad de Peter no
se hallaba aun organizada, las diversas ventajas primarias y
secundarias no se hab í an revelado, y menos a ú n habían arrai
gado en su personalidad ; por lo tanto, la tarea del m édico no
-
.
era muy complicada. La enfermedad de la se ñ orita S estaba al
borde de la "organización ”, la ventaja primaria no era muy
considerable, y las secundarias apenas exist í an; por otra parte,
las perspectivas de convertirse en uaa mujer madura e inde -
pendiente eran muy atractivas. Tampoco en su caso fue rauv
dif ícil la tarea del médico. En té rminos generales, lo mismo
puede decirse de la se ñorita M. ( Caso 10 ), de la se ñora Q. (Caso
21), y quizá s tambi é n del se ñ or V. ( Caso 22).
Por otra parte, en el caso del director de la compa ñí a ( Caso
6), de la seoorira F. ( Caso 12 ), o del profesor E. ( Caso 8) la
enfermedad ya est á "organizada ”, es decir, se ha convertido en
gran medida en parte integrante de la personalidad del pa -
ciente, de modo que fue imposible separarla de la persona mis -
125
.
.-
ma Para describir la diferencia podr ía decirse que hay perso
ñas que tienen una enfermedad y otras que est án enfermas
Para ciertas personas la enfermedad es algo extra ñ o, algo im
pnesto, y agradecen todo lo que hagan para liberarlas de ella;
-
otras, en cambio, la consideran parte de su vida, ingrediente de
un desarrollo total. Es evidente que las posibilidades terapé u -
ticas son menores en el segundo de dichos grupos. En el caso
del profesor E., por ejemplo, el doctor Z. coincidi ó con su
paciente; ambos aceptaroa la enfermedad, y por lo tanto la
—
vida del paciente se adapt ó a la dolencia • y como lo demues-
tra el informe complementario, aparentemente con éxito. Nues-
tra intervención en el caso del director de la compa ñía fue
in ú til , y en definitiva nos llevó a perder un médico. La se ñ o-
rita F. permaneci ó en el mismo estado, y, gracias a la pacien
cia del doctor C. no perdimos tambi én al profesional. Pero de-
-
bemos llamar la atenci ón sobre el hecho de que en ninguno
de los tres casos mencionados logramos separar al paciente de
su enfermedad y ganarlo para nuestra causa , convirtié ndolo en
nuestro aliado en la lucha contra la dolencia.
Aunque en muchos de los casos restantes esta conquista del
paciente fue considerablemente dif ícil 1 Caso 21 ( se ñ orita
—
Q.) y el Caso 24 (señ or P.) son buenos ejemplos por una u
otra razón la tarea nunca pareció tan dif ícil como en los tres
casos mencionados. ¿ Debióse la diferencia a cierta condici ón
todavía indeterminada de la enfermedad , a la estructura par -
—
ticular de la enfermedad , a la naturaleza de la "deficiencia
fundamentar’ o a nuestra t écnica mediocre? Problema muy
pertinente, pero de dif ícil solución. En el caso del profesor E.
ya he mencionado que el doctor Z. no era un entusiasta psico -
terapeuta ; es posible, aunque de ning ún modo seguro, que
otrp profesional hubiera podido convertir al paciente, impul
sá ndolo a buscar atención psicoterapé utica. En qu é medida esa
-
actitud pod í a beneficiarlo, no lo sabemos. En cualquier caso,
es indudable que la técnica del doctor Z. en el caso que nos
ocupa suscita ciertas dudas. Nuestras dudas reposan sobre ba -
ses m ás firmes en relaci ón con el tratamiento del director de
.
la compa ñía, el Caso 6 Desde nuestro punto de vista el médico
cometió errores, aunque nada hizo que fuera contrario a los
principios m édicos aceptados. Pero a ú n as í si consideramos
probada la existencia de deficiencias de car ácter técnico, ello
no significa que otro médico de mejores recursos técnicos
126
habrí a podido separar al paciente de su estado de "organiza -
ción ”. El Caso 12, correspondiente a la se ñ orita F., constituye
ú til advertencia contra el exceso de confianza. En este caso ac -
ularon un m édico general de experiencia y de paciencia , y un
psiquiatra capaz, en actitud de sincera cooperación, pero en
definitiva el paciente no pudo solucionar su problema. Algo
semejante ocurri ó sin duda en el Caso 1, el de la señ ora C A
pesar del prometedor éxito inicial, la paciente no pudo apro -
vechar la oferta de ayuda del doctor M., y durante un lapso
considerable solicitó la atención del socio de nuestro médico,
un profesional poco dispuesto a perturbar el estado de "orga -
nización ” de la enfermedad con investigaciones psicológicas.
Estas consideraciones nos plantean uno de los m ás graves
problemas de la psicoterapia de la pr á ctica general: “ ¿Qu é de -
bemos tratar ?” Es f ácil responder a este interrogante en la
fase aguda o en las últimas etapas de una enfermedad. En la
—
fase aguda los sí ntomas son tan abrumadores, en las ú ltimas
—
etapas tan arraigados por ejemplo, en el caso 3 que no hay
posibilidad de elección. A veces, a ún en estas dos situaciones
el doctor dispone de cierta libertad de elección del punto de
ataque terapé utico; pero el problema que planteamos es de
verdadera importancia en las fases iniciales, "desorganizadas”
de una enfermedad.
El Caso 28, informado por el doctor S., ilustra bien este
problema l .
CASO 28
L* paciente era una mujer casada, de treiota y ocho a ños, bien ves -
tida, de expresió n cultivada, pero que, a juzgar por su expresi ó n, muy
desgraciada. Se quejaba de dolores entre los omoplatos. Habí a estado
adscripta a la Lista del médico durante muchos, a ñ os, pero éste sólo
( a hab ía visto en dos ocasiones, durante las cuales la pacieate se hab ía
quejado de cie ñ as picaduras de insectos. El examen f ísico nada revel ó,
excepto un nodulo — casi seguramente sin importancia
—
dula tiroides. Como el esposo no estaba incluido en la lista del m é
-
ea la gl á n
-
dico, el doctor S. preguntó m ás o menos de pasada si la paciente viv í a
con el esposo, a lo cual ella respondió afirmativamente, y luego agre-
--
o en el Capí tulo XII ("Cu á ndo detenerse") pues el médico de
bió resolver ambos problemas en el momento mismo, apremia
do por las circunstancias. Pero dejar é de lado ambas cuestiones,
y me limitaré a examinar la elecci ón realizada por el medico
cuando debió determinar la dolencia que conven ía tratar.
Cuando examin ó a la paciente, el médico halló cuatro enfer -
medades posibles: dos de car ácter f ísico, y dos psicológicas. En
primer lugar, el nodulo en la gl á ndula tiroides, que pod ía ser -
vir de indicio. Sin embargo, el médico lo desech ó, pues consi -
— —
deró probablemente con razón • que carecía de importancia.
Luego, estaban los dolores reum á ticos en la espalda. El profe
sional buscó cuidadosamente signos f ísicos confirmatorios y
-
aunque no los haLI ó, de todos modos recetó cierto medicamen -
to para calmar los dolores. Es decir, tom ó nota de las molestias,
pero toda su actitud procuró convencer a la paciente de la
conveniencia de no tomarlos en serio. Luego, la represi ón , que
no pasó inadvertida al médico, pero que éste consideró reac-
—
ción ante un matrimonio desgraciado una especie de s í nto-
ma secundario. Y, finalmente, el matrimonio mismo. De modo
que la paciente "propuso” por lo menos cuatro enfermedades:
una ligera hipertrofia de la gl á ndula tiróides, reumatismo mus -
128
cuiar , depresi ón, y frustraci ón sexual cr ó nica como factor de
infelicidad.
Estas cuatro enfermedades, ¿eran independientes entre si ? ¿ O
bien una de ellas era la consecuencia o s í ntoma de las otras ?
En ese caso, ¿ cu á l era la causa real ? M ás a ú n, si era imposible
curar la causa m ás profunda, ¿cuál era la mejor perspectiva
de aplicar una terapia real ?
Por ejemplo, ¿se trataba de una aut é ntica depresiva , cuyo
humor constantemente sombr ío y reprimida hostilidad ambi-
valente resultaba insufrible para el esposo, de modo que con
el tiempo sus afectos tomaron otra direcci ón ? ¿O era una mu -
jer com ún, desgraciadamente casada con un hombre esencial
mente infiel ? En este último caso, su infelicidad pod ía ser ex-
-
presi ó n de su iosoluble amor ambivalente, el cual posiblemen -
te había determinado una depresió n reactiva. En el mismo
sencido, podemos considerar sus vagos dolores como una espe-
cie de s í ntoma de conversió n , en los que se expresa su inca
pacidad para soportar y perdonar las tensiones, o para librarse
-
agresivamente de ellas. ¿O bien apuntaban el ligero n ódulo
de la tiroides y los vagos dolores musculares a cierta perturba
ción endocrina, de la que tanto la depresión como la infelicidad
-
sexual serian quizás sí ntomas secundarios ? Podr íamos conti -
nuar indefinidamente este tipo de especulación sobre las posi
bles causas y dinamismo del estado de la enferma.
-
Sin embargo, debemos tener presente que esta especulaci ón
no es mero e in ú til pasatiempo, porque precisamente de este
modo el médico decide qu é ha de tratar , cuándo y como. El
producto final de esta semiconscientc, sem i inconsciente recons
trucci ón de la patolog ía din á mica del paciente es el fundamento
-
de la respuesta del m édico a las proposiciones del paciente.
¿ Cu á l fue, en este caso, el resultado de la elecci ó n del medico?
Durante m ás de seis semanas nada se supo de la paciente. Luego,
-
repentinamente, el m édico de la f á brica donde la pacienre trabaja te
lefoneó al doctor S. Le io íorm ó que la mujer le habí a hablado de su
tensa vida familiar y le había pedido ayuda. El médico de la f á brica
sugiri ó una medicación a base de bromuros y pidió a nuestro profe
sional que facilitara el producto con arreglo a las oormas del Servicio
-
— —
Nacional de la Salud. El doctor S. se ñ aló a su colega con toda ra
xón que se necesitaba algo m ás que bromuro para ayudar a la pa
ciente; que estaba siempre disponible si la paciente deseaba verlo; y
--
129
que no teñí* objcdóo que formular a la ¡dea de iorencir co primer
término un preparado de bromuro. A pesar de esta complaciente acti -
tud , la enferma no reapareció.
¿ Estamos ante un fracaso, como lo denomin ó el propio m é
dico, o ante un éxito parcial ? Creo que de todo ello hubo un
-
poco. La paciente experiment ó temor ante el mé todo demasiado
en é rgico del m édico, y no volvió ni siquiera cuando él le ofre-
ció, por as í decirlo, un puente de plata; en este sentido el trata
miento debe ser considerado un fracaso. Por otra parte, cuando
-
consultó al médico de la f á brica , ya no se quejó de dolores, sino
de sus tensas relaciones conyugales. Gracias a la terapia del
doctor S., la enfermedad hab í a revertido a su origen , asumiendo
el car á cter de un problema , lo cual ofrecí a mejores perspectivas
para uoa auté ntica terapia etiológica.
Este es el segundo punto que deseo ilustrar mediante esta
historia clí nica. Segú n vimos en la Primera Parte de este libro,
existe el riesgo de que los m édicos, condicionados por su propia
formaci ón, prefieren diagnosticar y tratar enfermedades f ísicas
a considerar siquiera la posibilidad de una dolencia psicológica.
Sin embargo, existe tambié n el riesgo contrario, a saber, la posi
bilidad de que el médico se incline a desde ñar todos los sí ntomas
-
f í sicos y a enfocar directamente lo que ¿l cree constituye la raiz
psicoló gica de la perturbación. Este tipo de diagn óstico o de
m é todo terapéutico significa que el m édico trata de arrebatar
el sí ntoma al paciente, y al mismo tiempo de obligarle a encarar
conscientemente el doloroso problema que probablemente cons -
tituye la causa del s í ntoma. En otras palabras, el paciente se ve
obligado a abandonar sus sí ntomas limitados para volver al
grave sufrimiento mental que procur ó evitar huyendo hacia el
refugio de la dolencia f ísica, que le resulta m ás soportable.
Debemos comprender que la enfermedad ” funcional" del pa
ciente no es el problema, y a fortiori tampoco es un problema
-
psicológico. La presencia de una enfermedad "funcional” signi -
fica que el paciente ha tropezado con un problema que procuró
resolver con una enfermedad. La enfermedad le permitió que -
jarse, y en cambio no pod ía adoptar la misma actitud con res -
pecto al problema original. Las razones de esta imposibilidad
pueden ser m ú ltiples, Quizás ocurra que quejarse en relación
con el problema original resulte demasiado vergonzoso, emba -
.
razoso, desagradable, inquietante o doloroso Lo cual explique
tal vez por qué el paciente rara vez acude al médico para plan -
130
tear francamente un problema. Por regla general aparece con
una dolencia, y al doctor toca descubrir e! problema original,
del cual el paciente no puede hablar y que ha sido reemplazado
por una enfermedad. De modo que, si bien en definitiva nos
interesa el problema original, debemos comenzar por abordar
la enfermedad.
Ciertos m édicos olvidan este principio, y creen que su tarea
inmediata consiste en descubrir el conflicto original. Este tipo
de tour de force psicológico, el cual es realmente una violación
*
-
bir detalles min úsculos, a los que antes no se prestaba atenci ón,
y pueden llegar a conclusiones ciertas con creciente seguridad
Llamamos a este procedimiento "técnica de la entrevista psico -
-
l ógica o psiqui á trica ”, y seg ú n parece hemos heredado de nues
tros antecesores en la profesió n una no muy elogiable indife -
rencia ante ella. Siempre que nuestras conclusiones sean apro -
ximadamente correctas, no nos preocupa gran cosa el sufri
miento infligido al paciente por nuestros m étodos diagnósticos.
-
Indudablemente, un especialista o un examinador psicológico
pueden entregarse más despreocupadamente a esta belle indiff é
.
rence des diagnosticiens El paciente no Ies pertenece, y acude
-
al consultorio con el ú nico fin de someterse a determinado exa
men ; cumplida su misión, devuelven el enfermo al consultorio.
-
Desgraciadamente, el médico general forma la ú ltima l í nea de
defensa; el paciente es suyo, y a é l le toca completar la cura .
Por mi pane, me pregunto cu á ntos especialistas se molestan en
averiguar qu é dicen los enfermos al médico de la familia sobre
los m é todos y la conducta del propio especialista.
Sin embargo, los riesgos reales son m ás considerables aún.
El psicoan á lisis nos ha ense ñado no sólo a observar y a inter
pretar correctamente peque ñ os detalles, sino tambié n a utilizar
-
nuestra capacidad y nuestro conocimiento con cierta seguridad,
casi dir í a audacia. Los psicoanalistas podemos proceder de ese
modo por dos razones: la transferencia del paciente es en grao
medida nuestro aliado, y permanecemos durante mucho tiemoo
en í ntimo contacto psicológico con el paciente. Si surgiera al
gú n factor amenazante, lo advertiríamos inmediatamente y po
--
131
.
dr íamos intervenir, caso de presentarse una emergencia Mucha
gente ha adquirido considerable capacidad de diagn óstico y co
nocimiento gracias al estudio asiduo de la literatura psicoana
-
-
lí rica, pero es preciso tener presente que en el curso de una
— —
entrevista breve psiqui á trica, psicol ógica o social las con
diciones son completamente diferentes; y creo que esta dife
-
-
rencia debe ser respetada , tanto por los analistas como por los
no analistas.
Despu és de formuladas estas salvedades, deseo recordar la po-
sici ón especial del médico general, analizada en el Capítulo XIIJ .
Ya vimos que si se mantiene fiel a su vocaci ó n e inclinación
como m édico de la familia , podr á entablar con su paciente m ás
variada gama de relaciones que las que son posibles en ninguna
otra rama de la medicina. En relaci ó n con este aspecto, deseo
subrayar dos importantes diferencias. Una, que el médico ge
neral jam ás necesita apurarse. Ello no significa que puede demo-
-
rarse indefinidamente, pero s í que nunca necesita sentirse apre
miado por el tiempo si las resistencias del paciente son
-
demasiado acentuadas, no es necesario que acepte batalla allí y
entonces; el paciente regresar á al cabo de un par de d ías, de
una semana, o de un mes, y el trabajo psicoterapéutico podr á
ser reanudado donde fue interrumpido. La otra diferencia
consiste en la grao variedad de relaciones posibles siempre a
disposición del médico general. Si encuentra bloqueado el plao -
teo psicoterapé utico franco, puede continuar prescribiendo cier
ta medicina " inteligible”, por ejemplo un hipn ó tico, una vita
-
-
mina, un preparado para la tos, alg ú n producto para combatir
las jaquecas, o para mejorar el apetito o regular el funciona
miento de los intestinos; si fracasa esre recurso, puede remitir
-
el paciente a un especialista, con el fin de que se le someta a
un examen “ inteligible”: radiograf í as, electrocardiograma, etc.
y si la cosa parece desesperada puede cambiar de blanco y tratar
a otros miembros de la familia, por ejemplo la esposa (o el
marido ), el hijo, la suegra, o aun llegar inopinadamente a la
casa del paciente, despu és de visitar a alg ú n otro enfermo que
vive en la misma calle.
Todo esto significa que el médico general puede afrontar
riesgos calculados que exceden las posibilidades de cualquier
otro profesional. Sin embargo, nunca debe olvidar que es el
médico de la familia y no un psiquiatra aficionado. Desear í a
poder definir m ás exactamente qué sentido atribuyo a esta
132
impórtame disminució n. Por nuestra parte realizamos varias
tentativas encaminadas a clarificar la diferencia fundamental,
y desgraciadamente todas fracasaron . El ú nico hecho que pudo
ser establecido de un modo cierto fue que los l í mites var í an
de acuerdo con la personalidad del medico. Lo que para uno e$
parte integrante de la pr áctica general para el otro es psiquia
tr í a de aficionados. Ya hemos analizado e ¡lustrado algunas de
-
estas diferencias en los Cap í tulos XII, XVI y XVII, a los cuales
remito al lector.
Para el principiante, lo mismo que para el médico general
avanzado el mejor consejo es: cuando dude, no se apresure, y
escuche. Indudablemente, es muy peligroso no avanzar al mismo
ritmo del paciente, mantenerse rezagado, oblig á ndolo así no
sólo a hallar la soluci ón de sus problemas, sino a arrastrar en
*
13S
Me propongo discutir ahora algunos interesantes problemas
especiales de la psicoterapia de la pr ácrica general. Uno de ellos
est á determinado por el hecho, no siempre encarado con sufi
ciente seriedad, de que toda dolencia es también el x " vehí culo”
-
de un pedido de amor y de atenció n. Uno de los m ás comunes
conflictos del hombre es el determinado por la discrepancia
entre su necesidad de afecto y la proporci ón y calidad de afecto
que el medio puede y quiere ofrecerle. Cierta gente enferma
para obtener la atención y el interés que necesitan, y la enfer
medad constituye simultá neamente el reclamo, la justificaci ón
-
y la expiación de la proporci ón suplementaria de efecto que
el paciente exige. Estas interrelaciones son a menudo bastante
transparentes, pero carece de objeto obligar prematuramente al
paciente a reconocerlas y a renunciar a ellas. La necesidad de
amor, de inter és, de simpada y, sobre todo, de ser tomado en
serio, debe ser aceptada y hasta cierto punto satisfecha a través
del tratamiento antes de que el enfermo pueda experimentar
m é todos diferentes para obtener el afecto y la atenció n que
anhela.
Otro problema técnico estrechamente relacionado con el an
terior es el que se refiere a la oportunidad en que el médico
-
apartará al enfermo de sus propias fantasías , y al modo como
.
lo hará Hemos mencionado en varias ocasiooes que toda en -
fermedad suscita fantasí as sobre la naturaleza de su esencia,
—
sobre el modo como empezó, sobre su causa, sobre su eventual
—
curación total o parcial sobre su desenlace, etc. Como todos
saben , estas fantasías constituyen a menudo graves impedimen
tos de la terapia. Por otra parte, puede ocurrir que el paciente
-
utilice ciertos medios para retraerse de la realidad , con el fin
de ' atenderse ' ’ o "cuidarse” En otras palabras, si los problemas
--
reales, en su forma original y directa, son excesivamente dif í
ciles, ciertos enfermos tratar á n de transformarlos, atribuyén
doles formas fantásticas; actitud que posee la gran ventaja,
entre otras cosas, de que crea una situaci ó n de la cual es posible
quejarse. Cuando el médico demuestra a este tipo de pacientes
que no existe ning ún problema de car ácter f ísico, ello equivale
a exigirles que renuncien a sus fantas í as cuidadosamente ela -
boradas y a que afronten la amarga realidad y sus conflictos.
El asunto termina con bastante frecuencia en un forcejeo entre
el m édico y el paciente; aqu é l, subraya que las fantas í as carecen
de fundamento real, y éste se muestra incapaz de aceptar la
134
realidad exterior, de admitir su condición de jue2 definitivo de
cada situaciÓQ, y se aferra desesperadamente a sus fantasias.
Este cuadro diná mico nos suministra una razón m ás para
considerar f ú til el “confortamiento”. Cuando acepta ser con
fortado, el paciente reconoce implícitamente que sus fantasías
-
carecían de sentido, que eran infundadas y falsas. Si el pro -
blema fuera can sencillo como presupone el primitivo proce
dimiento del confortamiento, la mayoría de los pacientes ha
--
brí an llegado a ¿1 sin necesidad de ayuda exterior. En general,
lo mismo puede decirse del placebos. Recetar una droga inofen
siva y sin efecto equivale a decir al enfermo: esta inofensiva
-
droga ser á m ás poderosa que todas sus fantas ías. La experiencia
demuestra que es m ás f ácil prometerlo que de cumplirlo. De
rodos modos, los placebos son, por regla general, más eficaces
que el mero confortamiento. Ello se debe casi seguramente a
la diferencia existente entre responder a la dolencia del paciente
con algo concreto y hacerlo con meras palabras. Naturalmente,
la primera actitud se aproxima m ás a lo que ser ía tomar real -
mente en serio la dolencia.
Finalmente, un tercer problema , que muy bien hubiera po
dido ser considerado en los capí tulos referidos a la función
-
apost ólica. He mencionado que el paciente desarrolla una en -
fermedad con el fin de poder quejarse, ya que no le es dado
plantear claramente su problema o conflicto original, pero
deseo agregar que esta formulaci ón padece de unilateralidad.
El acto de quejarse es un fenómeno social por excelencia. Aun
que para decidir si la queja con respecto a un problema dado
-
es posible o admisible la individualidad del paciente es un
factor importante, el socio, es decir , la persona ante la cual el
primero se queja , es casi tan importante. El tercer factor de
esta relación es la atm ósfera social, que var ía con el sexo, la
edad , la clase social tanto del paciente como de su m édico y,
sobre todo, con la época. Si no me equivoco, actualmente no
es tan raro que las mujeres se lamenten ante su médico de la
falta de satisfacción en su vida sexual. Hace treinta a ñ os una
queja de este tipo era extraordinariamente rara, y en la é poca
eduardiana o victoriaoa debi ó ser simplemente inaudita. Quiz ás
los médicos sospechaban que algo de eso hab ía en algunos de
tus pacientes, y tal vez aun lo discut ían en voz baja entre ellos,
pero hubiera sido imposible que una mujer bien educada y su
médico discutieran el caso de un modo concreto y objetivo.
135
Las cosas han cambiado mucho, principalmente debido a la
función apostólica de los médicos y de otros profesionales y
semiprofesionales. Gracias a ese cambio la rarea del médico se
— —
ha tornado un poco m ás f á cil ya no necesita conjeturar ni
enga ñar, y puede hablar con franqueza pero por lo mismo
su responsabilidad es mayor ; ahora est á obligado a tratar do-
lencias que antaño no eran de su incumbencia. Quiz ás sea justo
a ñadir que tambié n ha aumentado su potencial terapéutico;
puede tratar las enfermedades en sus primeras fases, antes de
que desarrollen s í ntomas secundarios y de que arraiguen pro-
fundamente en la personalidad del paciente. Opino que es
imposible contener este proceso, y que sobre todo los m édicos
generales deben prepararse para enfrentar una creciente pro-
porción de pacientes que plantear á n directamente problemas de
car ácter psicológico.
--
tigación, a condición de que se lograra obtener informes fran
cos y ver í dicos de todos los socios del consultorio. Desgraciada
mente, no puede decirse que se trate de una tarea f ácil La .
señ ora C (Caso 1) , la señ ora A. ( Caso 2 ), el se ñ or U. (Caso 5 ) y
la se ñorita K. ( Caso 9) pertenecen a este grupo.
Nuevamente debo concluir con una admisión de relativa
ignorancia respecto de los procesos que determinan estos im
.
portantes hechos No podemos predecir con certidumbre qué
-
paciente completar á su tratamiento, ni cómo lo har á, y si la
forma especial en que lo termina es o no deseable en su caso;
y, sobre todo, qué tipo de técnica psicoterapé utica rematar á
del modo más adecuado el tratamiento en cuestión. También
aqu í debo concluir repitiendo mi refrá n sobre la necesidad
de realizar una investigaci ón m ás cabal.
—
para la minor í a adinerada son dolorosamente inadecuadas.
—
psicoterapia. Las posibilidades actuales en Gran Breta ñ a salvo
La razón principal de este desagradable estado de cosas reside
en que gran n úmero de psiquiatras son hostiles a todo tipo de
psicoterapia , o bien practican cierto eclecticismo y disimulan
su hostilidad tras la afirmación de que en casos "apropiados”
aconsejan psicoterapia y aun encaran personalmente el trata
miento; y cuando no se muestran hostiles, sólo se interesan por
-
-
los m é todos de car ácter f ísico, por ejemplo los diversos trata
mientos de shock, las operaciones sobre el cerebro, y las drogas,
cuyo n úmero aumenta constantemente.
¿Qu é puede hacerse entonces, en el caso de pacientes que
necesitan psicoterapia, y especialmente con los que necesitan el
tipo de psicoterapia examinada en este libro ? Nuestra expe
riencia demuestra que los pocos psiquiatras que no son hostiles
-
a la psicoterapia no atienden con placer a este tipo de pacientes,
pues su interés profesional se concentra esencialmente sobre la
psicoteria mayor; y el reducido n ú mero de especialistas inte -
resados en este tipo de trabajo ven su tarea muy dificultada por
la escasez de personal y por la falta de comodidades adecuadas.
No es exagerado afirmar que obtener psicoterapia para un
adulto bajo el sistema del Servicio Nacional de la Salud es casi
tan dif ícil como ganar el premio mayor de la loter í a.
La causa principal de este estado de cosas es la falta de psi
quiatras formados en los conceptos psicoterapé uticos. Todos
-
los hospitales escuela , tanto para graduados como para pos -
graduados, ofrecen cursos cabales y completos sobre anatom ía
140
y fisiolog ía del cerebro, y sobre todos los m é todos farmacoló
gicos y f ísicos utilizados ea psiquiatr ía, pero, que yo sepa,
-
prácticamente ninguno ha organizado cursos sistem á ticos de
formación psicoterapé utica . En la mayor í a de los hospitales
donde se ofrecen cursos de esta clase, adoptan la forma de un
poco definido aprendizaje de, por ejemplo, seis meses en el
consultorio de un especialista de mayor o menor vocaci ón psi -
coterapé utica. En este lapso el futuro psiquiatra adquirir á qui
zás cierta capacidad superficial y un poco de pr áctica , pero es
-
por dem ás improbable que se opere el '' limitado aunque consi -
derable cambio de personalidad ” que
—
orno veremos en el
Apé ndice consagrado a la formaci ón psicoterapé utica es fun
damento indispensable de la educaci ón del psicoterapeuta.
Dado que muchos psiquiatras no han tenido oportunidad de
-
adquirir capacidad psicoterapé utica, o no se han interesado por
obtenerla, su actitud hacia los pacientes necesitados de psico -
—
terapia y hacia los médicos generales que la solicitan
esencialmente negativa. En este libro hemos incluido cierto
n ú mero de informes negativos redactados por psiquiatras, as í
— es
—
curso de introducción a la cl í nica , y un curso principal du
rante el primer a ñ o de cl í nica , en cuyo desarrollo los estudiantes
-
se incorporan durante seis semanas al departamento psiquiátrico .
Compá rese esta actitud orgullosa del psiquiatra con la indigna
ción de un profesor de anatom ía o de un obstetra, si alguien se
-
atreviera a sugerir que seis semanas de instrucci ó n anat ó mica
141
ü obsté trica son suficientes para asegurar la formaci ón de los
futuros médicos generales. M ás a ú n, sabemos que numerosos
médicos generales, después de recibirse jam ás atender á n un
parto, y en cambio todos habrá n de afrontar los problemas
psicol ógicos de sus pacientes como parte inevitable del trabajo
cotidiano.
Esta es la razón de que mi descripción del "médico general"
y del "psiquiatra” revista caracteres un tanto idealizados y utó
picos. Por otra parte, como lo demuestran las observaciones
-
transcritas, es posible hallar m édicos generales cuyo interés es
suficientemente intenso como para impulsarlos a adquirir las
condiciones necesarias. Ulteriores esfuerzos permitir í an hallar
también psiquiatras con las mismas predisposiciones. De todos
modos, por el momento se trata de moscas blancas, y la capa
cidad que poseen es fruto del trabajo individual, realizado por
-
cuenta propia y generalmente sin ayuda de los hospitales es
cuela.
-
Pero aun si omitimos estos factores adversos de car ácter am -
biental , los cuales quiz ás son meramente temporarios, contin ú a
sin resolver el problema fundamental: ¿Quién ha de practicar
— —
esre tipo de psicoterapia, el médico general o el especialista ?
Reconocemos que los l ímites de este campo la psicoterapia
en la prá ctica general est á n mal definidos, y que los m é todos
y técnicas utilizables no han sido elaborados a ún , y menos
todav í a adecuadamente demostrados y tipificados. Pero todo
esto simplemente modifica el problema esencial: ¿ Quié n habr á
de dirigir la investigaci ón en este campo, qui é o asumir á la
responsabilidad de definir sus límites y de elaborar las técnicas
adecuadas?
El problema puede ser abordado desde diferentes á ngulos .
La respuesta m ás f á cil se funda en la consideración del n úmero
de pacientes afectados. Si es exacto que por lo menos una
cuarta parte del trabajo del m édico general corresponde a pa --
cientes afectados de dolencias de orden psicológico, es manifies
tamente imposible concebir un servicio psiqui á trico capaz de
afrontar la tarea, a menos que revolucionemos tanto nuestra
organización universitaria como la estructura general de los
establecimientos psiquiá tricos.
Otra posibilidad consistiría en crear una nueva rama de la
medicina y un nuevo grupo de especialistas en psicoterapia
.
"menor” Contra esta propuesta pueden enumerarse todos los
142
argumentos habirualmente formulados para criticar la excesiva
especialización de nuestra profesión. Hay, sin embargo, un
argumento de mucho mayor peso. Con é l llegamos a la solu
ción preconizada a lo largo de todo el libro, a saber , que la
-
persona apropiada para este trabajo y para encarar esta inves -
tigaci ó n es el médico general. Su posición en la comunidad
—
constituye ventajoso punto de mira, desde el cual puede y
así ocurre en realidad observar el desarrollo de los problemas
de personalidad de sus pacientes; y, salvo raras excepciones,
—
es el primero a quien se acude en busca de ayuda . De ese
modo, gracias a sv trabajo cotidiano realiza autom á ticamente
todas las observaciones que será n la ú nica base sólida de la
nueva psicoterapia .
As í, durante parte de este último capí tulo, abandonemos el
mundo de la implacable realidad , por ejemplo las limitaciones
económicas, los petrificados métodos de ense ñ anza y los miopes
mente restringida de las respuestas del medico
—
intereses creados de carácter profesional, la escala innecesaria
—
-
-
fruto de te
mores y de aprensiones y todos los restantes factores que
impiden al médico general lograr esc "considerable aunque li -
mitado cambio de su personalidad" que es indispensable ( Apé n
dice I ). Supongamos que una reforma fundamental de la ense
--
— —
ñ anza médica y de la econom ía social ha permitido supe
rar estas dificultades, y que nos disponemos a trabar relación
con este utó pico m édico general. ¿Qué aspecto tendr á ? ( En lo
-
que sigue recapitularé las m ás importantes comprobaciones de
nuestra investigaci ón e indicaré entre paré ntesis los cap í pilos
en los que se discuti ó con cierto detalle cada problema ).
En primer lugar , nuestro utópico médico general se sentirá
menos impresionado por la experiencia y la capacidad de sus
especialistas. Lo cual no significa que estos ú ltimos descende -
-
r á n de categoria; por el contrario, se jerarquizar á n en la medi
da en que se reconozcan las limitaciones que padecen. Una
vez que se haya comprendido que los problemas de la medicina
de hospital difieren considerablemente de la medicina de la
pr áctica general, y que la transferencia acr í tica de los bien
probados m é todos de la medicina hospitalaria a la pr á ctica
general constituye una mediocre e ineficaz solución, cada dis
ciplina podr á desarrollarse libremente y aun beneficiarse de
-
los resultados y de los éxitos de la otra ( Cap í tulo IX ).
Por consiguiente, el nuevo m édico general no aplicar á auto -
143
m á ticamente los mé todos elaborados y demostrados por la
prá ctica del hospital. Esto ú ltimo se aplica especialmente al
--
mé todo de redacci ón de la '‘historia m édica'*, con su casi stan
dardizada secuencia de preguntas. Aunque comprender á el va
lor de la "información pertinente", sabr á tambi é n que quien
..
formula preguntas obtiene respuestas . pero casi nada más
( Cap í tulo XI ).
En el mismo sentido, tendr á conciencia de que el cumpli -
— —
miento automá tico en el curso del diagnóstico de las nor
mas de "eliminaci ón mediante adecuados exá menes f ísicos" lo
proteger á n de la posible omisi ón de una enfermedad orgá nica ,
-
pero obligá ndolo al mismo tiempo a establecer un "orden je
r árquico de enfermedades y por lo tanto de los pacientes que
-
.
las sufren" ( Cap í tulos IV y V ) Otro peligro impl ícito en el
sistema de "eliminación mediante adecuados exá menes f ísicos"
-
que tratar á de evitar consiste en hallar cierto signo f ísico acci
dental, y con frecuencia sin importancia, para luego inducir
y ayudar al paciente a "organizar" su enfermedad en torno de
.
—
él (Capí tulo III ) Cierto n úmero de nuestras historias clí nicas
—
casos 5, 6, 9, 10, 11, 19, 23, 26, 27 y 28 reflejan distintas
variantes de las calamitosas consecuencias que puede provocar
este procedimiento diagn óstico mecá nicamente aplicado .
Nuestro m édico general aprender á que las "enfermedades
dioicas", exhaustivamente estudiadas y clasificadas por la me
dicina de hospital son meros episodios, aunque a menudo de
-
intenso dramatismo, o a ún tr ágicos, en el curso de una pro --
—
longada historia. Aunque tiene plena conciencia de que su de
ber es cuidar de sus pacientes durante estos episodios y aqu í
—
con frecuencia necesitar á y recibir á la valiosa ayuda de los
servicios especializados sabr á tambié n que todo episodio de
ese tipo representa simplemente una de Las varias "dolencias"
que un paciente "ofrece o propone" a su m édico ( Capí tulos II,
III y XVI1I -XIX ). El modo como el médico "responda" a estas
"ofertas" tiene señ aladas consecuencias para el futuro del pa -
ciente. Aqu í se suscitan problemas m ás importantes que la
posibilidad de omitir un proceso org á nico, el temible cuco que
nuestro actual sistema de ense ñ anza ha sabido introducir con
tanto éxito en la mente de todo médico (Cap í tulos IV, VI
y XX ).
El mé todo hoy establecido para esquivar ese cuco, y al mismo
tiempo para sortear la responsabilidad de las "respuestas" indi -
144
viduales ( no reconocida francamente, pero de todos modos sen
tida en toda su intensidad ) consistir á en diluir la responsabili
dad mediante la "complicidad en el anonimato" y la " perpe
---
tuaci ón de la relación maestro-alumno" ( Cap í tulos VII y IX ).
En Utopía se ha renunciado a esos sistemas, porque hace mu -
cho que los especialistas han comprendido la ventaja de aban
donar la postura de mentores omniscientes y superiores, y que
-
han aceptado el papel m ás realista y m ás satisfactorio de ayu -
dantes expertos del médico general, quien ahora es responsable
absoluto de sus pacientes. Durante breves per íodos, cuando
determinada terapia o ciertos exámenes indispensables exigen
la contribuci ón de un experto especialista, el paciente puede
pasar a manos del médico llamado en consulta, pero sólo du -
rante un lapso limitado y para propósitos limitados, como ocu
rre hoy cuando un paciente necesita exá menes de laboratorio o
-
radiológicos.
El médico, ú nico responsable de su paciente, puede seguir
el desarrollo de la historia en todos sus detalles, graves o ni
mios, en estado de buena salud o durante el transcurso de la
-
enfermedad. Los médicos de hospital, desde los internos jóve
nes hasta los especialistas veteranos pueden, a lo sumo, conocer
-
fragmentos de esta historia, en la medida en que se refleja en
las respuestas del paciente a las tradicionales preguntas. El mé -
—
dico general especialmente cuando posee cierta experiencia
en el manejo del capital conjunto de la "sociedad de crédito
rec í proco" formada entre él y su paciente (Cap í tulos XVIII y
XX ) necesitará escasa información adicional, ya que conoce
la mayor ía de los antecedentes de su cliente. Por lo tanto, no
necesita formular las preguntas del cuestionario cl ásico; en
cambio, debe hallar tiempo para que su paciente hable, y para
.
"escucharlo" ( Cap í tulos XI, XII, XX y Apé ndice I ) Lo cual,
me temo, quizás constituya una grave dificultad, aun un Utop í a.
Por muy favorable que pueda ser el sistema económico y mé -
dico de Utop í a , el tiempo de los médicos generales ser á el ar -
—
t ículo que siempre y por doquier
— y especialmente durante
los meses de invierno ha de resultar particularmente escaso.
De todos modos, as í como hoy es necesario encontrar tiempo
para practicar un adecuado examen cl í nico, no obstante todos
los apremios del m édico o del especialista , en Utop ía ser á pre
ciso hallar tiempo para proceder a la "entrevista prolongada",
-
en todos aquellos casos en los que el médico considere nece -
145
sario "empezar ” ( Cap í tulos XI y XII ). De - ningú n modo se
satisfará el m édico general con UQ diagnóstico superficial como
los que aparecen en las fichas del hospital, y por el contrario
considerará un deber llegar a una comprensi ón m ás cabal de las
"ofertas ” del paciente, es decir , a un diagnóstico "m ás pro-
fundo” ( Cap í tulo VI ). Puesto que nos hallamos en Utopí a, de
mos por sentado que los psiquiatras, con la ayuda de los m édi-
-
cos generales, han desarrollado una terminología que permite
a los profesionales describir las comprobaciones realizadas en
el curso de este diagnóstico "m ás profundo”, es decir, los di-
versos problemas psicológicos o de la personalidad , en lenguaje
tan simple, conciso y generalmente inteligible como el que
utiliza la medicina de hospital para describir las dolencias de
car ácter "cl í nico”. De este modo, los médicos no tropezará n con
dificultades cuando deseen denominar las enfermedades psico-
lógicas que hayan diagnosticado en sus pacientes ( Capí tulo III ).
Ignoro qu é pensará n los nuevos médicos generales de mi
propuesta encaminada a diferenciar la "deficiencia fundamen
tal ” y el conflicto de las "dolencias cl í nicas” ofrecidas por el
-
paciente, entre las cuales el médico ha de elegir la que presente
mejores posibilidades terapéuticas ( Cap í tulos XIX y III, XII,
XIII, XX ). Si estas ideas soportaran la prueba del tiempo y de
la experiencia, los doctores de Utop ía vigilar ían para impedir
que el paciente "organizara ” su dolencia alrededor de un signo
f ísico accidental y desprovisto de importancia, actitud esta úl
tima que desgastaría de un modo f ú til y estéril sus energí as y
-
las de sus m édicos. Los m édicos generales habrá n aprendido ya
cuando es esencial tratar la "enfermedad cl í nica ” ofrecida por
un paciente, y cu á ndo conviene ignorarla y concentrar la aten-
.
ción sobre el "conflicto” subyacente En otras palabras, en Uto -
pía los m édicos aplicar á n criterios fidedignos que les permitir á n
.
decidir "qu é dolencia tratar ” ( Capitulo XX ) Por otra parte,
*
sus hospitales escuela les habr á n enseñ ado las técnicas reque -
ridas por el acto de "escuchar ” durante una "entrevista pro -
-
longada ” . (Capí ailos XI XII y Apéndice I ) ; por otra, toda la
comunidad habr á recibido ia educaci ón que la capacitar á para
considerar cosa sobrentendida que el m édico debe examinar
al paciente tanto f ísica como psicológicamente ( Cap í ailos III,
VI, XVIII y XX ).
Sólo tenemos vagas ideas sobre el carácter de ia solución téc-
nica de las muchas dificultades provocadas por esta combina -
146
ción de exá menes f ísicos y. psicológicos. El examen psicológico,
la "entrevista prolongada", ¿seguir á o precederá al examen
f ísico, o bien coincidir á con él? Ser á posible establecer una
rutina tan fidedigna como la que poseemos en el caso del exa
men cl í nico? ( Capí tulos IV, XIII y XX ). Nuestro conocimien
-
to es demasiado escaso como para realizar predicciones é a este
-
campo. Pero si recordamos que las dos técnicas esenciales del
—
examen dioico clásico la percusi ón y la auscultaci ón son
—
— —
innovaciones relativamente recientes la percusi ó n data de
1761 y la auscultación de 1819 quizás no sea excesivamente
ambicioso abrigar la esperanza de que durante los próximos
cien o dentó cincuenta a ñ os nuestros futuros colegas podr á n
tipificar una rutina digna de confianza para la realizaci ón de
la "entrevista prolongada" y a ún para su combinació n con el
examen de car ácter f ísico.
¿Significa ello que todos los estudiantes de medicina de Uto
pia deber á n adquirir un m í nimo de capacidad psicodiagn óstica
-
para aprobar sus exámenes finales ? Estas técnicas, aunque no
son muy precisas, exigen cierta elasticidad mental y personal,
as í como cierto grado de madurez general; por el momento no
veo cómo ser á posible organizar cursos universitarios para que
todos los estudiantes adquieran los correspondientes conoci
mientos, y para que se opere el "limitado aunque considerable
-
cambio de personalidad" que es el fundamento incondicional
de estas t écnicas ( Apé ndice I ). Por otra parte, el m édico que
haya adquirido estas técnicas tendr á mayor jerarqu ía que quien
las ignore.
Cuanto he dicho con respecto a las técnicas psicodiagnósticas
se aplica con tanta mayor razón a las técnicas de car á cter
psicoterapé utico. No cabe duda de que en este campo aun en
Utopí a habr á cierta selecci ón ( Apé ndice II ) ; sólo algunos se
sentirá n atra ídos hacia la psicoterapia, y de éscos pocos lle
gar á n a ser maestros de su especialidad. Lo cual, por lo demás,
-
es aplicable a todas las ramas de nuestra profesi ón.
En el sobrentendido de que mis ideas con respecto a la "de-
ficiencia fundamental", al "conflicto" y a las diversas "enfer
medades cl í nicas ofrecidas" se demuestran aceptables a la luz
-
de la experiencia , podemos esbozar cu á les ser á n las tareas del
m édico general en este campo. Como ya lo he se ñalado, cuida
rá de su paciente durante el desarrollo de una "enfermedad
-
clínica" y, si ello es necesario, llamar á a sus especialistas en
147
procura de ayuda y de consejo, exactamente como hace ahora,
pero también se esforzar á por impedir que el paciente "orga -
nice” su enfermedad alrededor de un dato f ísico carente de
importancia. Si no hay peligro, o tan pronto como el peligro
ha desaparecido, procurar á encarar el "conflicto” que determi -
n ó la queja del paciente ( Capí tulos II y XVIII a XX ). Cierta -
mente, sabr á que no debe "confortar” al paciente antes de haber
descubierto cu á l es el problema de fondo ( Cap í tulo X ). En qué
medida será capaz de penetrar en el conflicto del paciente
depender á principalmente de su propia personalidad , es decir,
de su funci ón apostólica ( Capí tulos XVI y XVII ). La Segunda
Parte incluye historias clí nicas que ilustran las diferentes t éc
nicas utilizadas y las diferentes profundidades alcanzadas por
-
m édicos generales en función de psicoterapeutas que intervi-
nieron en nuestra investigación; y supongo que existir á n aun
en Utop ía.
Aunque existe un inconfundible hilo conductor que va de la
"dolencia ofrecida ” al "conflicto” y, m ás profundamente toda -
v ía, en direcci ón a la "deficiencia fundamental” ( Casos 10, 19,
-
21 24 ), no creo posible que en el marco de la pr á ctica general
se alcance la "deficiencia fundamental”, y menos a ú n que se
la repare en un pacieate gravemente enfermo. Esta tarea co -
rresponder á probablemente a la psicoterapia mayor. Pero, una
vez realizada esta aclaración, deseo subrayar que todo psiquia
tra podr á enorgullecerse de algunos de los éxitos mencionados
-
en este libro. Es evidente, por otra parte, que la frontera entre
el m édico general y la psicoterapia mayor no puede ni debe
ser estrictamente delimitada, quizás ni siquiera en Urop í a.
He se ñ alado que en Utop í a el especialista no ser á un mentor
de naturaleza superior, sino el experto ayudante del médico
general. Recíprocamente, ello significa que el m édico general
no podr á ya esfumarse tras la sólida e inabordable fachada de
un aburrido y fatigado, pero no muy responsable proveedor
de drogas y autor de innumerables cartas, certificados y pedi
dos de examen ; en cambio, deber á soportar el privilegio de la
-
responsabilidad indivisa de la salud y el bienestar de sus clien -
tes, y en parte tambié n de su futura felicidad.
¿Qué papel desempe ñará la psiquiatr ía en la medicina de
Utopía ? La respuesta depende de los puntos de vista de cada
uno sobre el futuro de la psiquiatr ía, la cual por el momento
padece cierta división , o quizás sólo de cierta bifurcación. AL
148
guoos psiquiatras preconizan exclusivamente tratamientos de
car ácter f ísico, mediante drogas, shocks de diversos tipos, y
operaciones del cerebro; otros se indinan por la psicoterapia ;
y a pesar de que ambos grupos intercambian frases muy deli
cadamente ( y a veces no tan delicadamente) medidas, los re -
-
presentantes de estas dos tendencias ciertamente no sostienen
las mismas opiniones. Es materia de conjetura si estasdos -
ten
dencias se separar á n a ú n m á s, de modo que cada una de ellas
acabe formando una especialidad independiente, o si confluir á n
nuevamente en alg ú n punto del lejano futuro. Como es obvio,
no puedo empezar aqu í a escribir un tratado sobre el asunto,
de modo que debo contentarme con se ñalar la incertidumbre,
propia de la situación actual.
Por fortuna, la psicoterapia del médico general, no sólo su
perficial sino esencialmente es independiente y en gran medida
-
ajena a esta controversia. Los problemas que el médico general
debe afrontar muy rara vez exigen una leucotomia. El hecho
de que con tanta frecuencia prescriba drogas y de que remita
pacientes para que se los someta al tratamiento de shock se
debe principalmente a razones de conveniencia, a su propia
formación , pero especialmente a su incapacidad para conseguir
la aplicación de psicoterapia a sus pacientes o para aplicarla
por su cuenta. Por lo tanto, las dos tareas fundamentales de
por lo menos una de las ramas de la psiquiatr í a de Utopia ser á n
educar a los médicos generales en la técnica psicoterapéutica
y proveer recursos psicodiagnósticos y psicoterapé uticos por lo
menos para una razonable proporción de los pacientes que ne
cesiten de ellos.
-
Es probable que las facilidades para el psicod ¡agnóstico se
organicen en Utop ía sobre el molde de nuestro servicio de
.
emergencia (Capítulo XII y XIII) Después de examinar al
paciente que le ha sido enviado, el especialista no se limitar á
a fijar alg ú n marbete diagn óstico sin importancia y a aconse
jar al médico que tranquilice al paciente y le suministre un
-
tónico o un sedante. En lugar de ello describir á d ó nde reside,
en su opmión, el problema real, qué mé todos debe adoptar el
médico general para revelarlo, y de qué modo este particular
paciente puede ser ayudado por este particular m édico para
resolver U situaci ón dada. Tarea que no será excesivamente
dif ícil para el especialista porque poseer á conocimiento sufi
ciente del m édico y de su función apost ólica individual. -
149
No ser á preciso que existan recursos psicoterapcuticos en
tan enorme escala como ahora parece necesario. En primer lu
gar, los propios médicos generales estará n en condiciones de
-
tratar buena parte de los pacientes necesitados de ayuda ; en
segundo lugar, la gente en general se mostrará menos reser -
vada y cohibida, solicitar á ayuda antes, y podr á hablar de sus
conflictos cuando éstos no se hayan convertido a ú n en enfer -
medad. Es casi seguro que los médicos estar á n en condiciones
de curar a sus pacientes cuando todavía se hallan en esta pri
mera etapas de "desorganización ", y que, por lo tanto, el n ú
--
mero de pacientes crónicamente neuróticos disminuir á consi
derablemente ( Casos 8, 10, 11, 13, 14, 15, 16 y 19 a 24 ). -
La m ás interesante tarea de los psiquiatras del futuro ser á
estudiar, en cooperación con los m édicos generales, la patolo -
g ía esencial de la "deficiencia fundamental". Algunas de nues -
tras observaciones se vinculan con las primeras etapas de su
-
desarrollo, y por lo tanto sugieren una posible v í a de investiga
ción; nos referimos al "niño como sí ntoma cristalizado" y a la
,
—
ante la perspectiva de un resultado duradero y digno de con -
fianza, ambos ser á n capaces de concluir la relación al mismo
tiempo que salvan los valores m ás importantes de la compa ñí a
de crédito recí proco.
Finalmente, el m ás importante problema de la pr áctica ge
neral , la "función apostólica" del m édico (Cap í tulos XVI a
-
XVIII y XX ). ¿ Dispondrá n los utopiaaos de una auté ntica
*
152
alguna insistencia. Sobre todo les inquietaba el hecho de que
la nueva experiencia y los conocimientos que acababan de ad -
quirir no ven ían a simplificar el trabajo y la responsabilidad
que afrontaban. Ello es comprensible; mientras el paciente est á
enfermo o convalesciente, se procura aliviarle las dificultades
de la vida; cuando mejora, aumentan inevitablemente las res -
ponsabilidades. Lo mismo ocurrió en el caso de mis colegas ; a
medida que aprend ían a ver m ás, m ás exacta y m á s profunda -
mente, el trabajo era más complicado y m ás pesada la res-
ponsabilidad .
Todos sin excepci ón se quejaron de la situaci ón creada, pero
todos sin excepción hallaron el trabajo incomparablemente
m ás interesante y m ás fruct í fero. Durante todos estos a ñ os no
he oído a ning ú n m édico general afirmar que preferir í a regre-
sar y menos a ú n que hab ía regresado a los antiguos m é todos y
técnicas que practicaban antes de unirse a nuestro seminario
.
de investigaci ón
155
APÉNDICES
APÉNDICE I
Enseñanza
157
dependa de él, pueda comprender las suciles y complejas rami -
ficaciones de las relaciones conyugales, y los conflictos a
—
menudo profundos entre las necesidades individuales y las
—
obligaciones hacia otros. Tambi é n desde este punto de v ísta el
médico general de alrededor de treinta a ñ os es material huma -
no más prometedor.
Otro grupo interesante podr ía ser reclutado entre los adjun
tos ( y posiblemente entre los internos veteranos ) que trabajan
-
juntos en un hospital general no muy peque ño. Aun no he
tenido experiencia con un grupo de esta naturaleza, pero apro -
vechar ía con el mayor gusto cualquier posibilidad en ese sen
tido. Consultantes y especialistas aparecieron como visitantes
-
ocasionales en uno u otro de nuestros seminarios. Aunque los
problemas de sus pacientes son los mismos, el enfoque técnico
del especialista, y en realidad roda la atmósfera de la sala o del
consultorio de hospital es tan diferente de la que prevalece
en el consultorio del médico general, que nos vimos obligados
a contentarnos con reconocer esta diferencia. Queda por ver si
ser á posible organizar un seminario para especialistas, consa -
grados a la tarea de investigar los problemas psicológicos de
su propia pr áctica; en caso afirmativo, los frutos del mismo
ser í an por dem ás interesantes.
Capacidad psicoterapéuttca
Retornemos, pues, a los médicos generales y digamos nueva -
mente que por lo menos una cuarta parte, y posiblemente mu
cho m ás de su trabajo cotidiano corresponde a casos de car ácter
-
psicológico. En estas condiciones, resulta desconcertante que
los tradicionales programas de estudio oo tomen ea cuenta el
hecho, y por lo tanto no equipen como es debido al médico
para que afronte tan importante aspecto de su trabajo.
La conciencia de esta deficiencia ha sido la causa de los re -
damos cada vez m ás intensos de los médicos generales durante
los ú ltimos treinta a ñ os, poco m ás o menos, en el sentido de
que se provea alguna forma de enseñanza de la psicoterapia.
En todo el mundo los psiquiatras han procurado responder a
esta demanda, y de ese modo se ha procedido a organizar va -
rios "cursos”. Pero a pesar del intenso trabajo, del interés y
del entusiasmo de ambas partes, los resultados han sido gene-
ralmente desalentadores. Creo que el motivo de este relativo
158
fracaso es el hecho de que profesores y alumnos han adoptado
sin crí tica las formas y m é todos de los hospitales escuela y de
,
centrados, casi full time de una duración aproximada de dos
-
los tradicionales cursos de intensificaci ón ; es decir, cursos con
Enseñanza de la psicoterapia
El único curso sistem á tico de ense ñanza de la psicoterapia
es el sistema psicoanalí tico ( adoptado, hasta cierto punto, por
en todo el mundo, las tres partes est á n más o menos separadas
an á lisis personal, cursos teóricos y trabajo pr áctico bajo super-
visión. En su forma clásica, desarrollada en Berl í n y difundida
en todo el mundo, las tres partes est á n m ás o menos separadas
unas de otras. La única excepción es el sistema h ú ngaro, con
sus insistencia en que la supervisión del primer caso ( o de los
primeros ) sea realizada por el analista que dirige la enseñanza.
Esta diferencia produce numerosas e importantes consecuen -
cias, y la que interesa para el tema que nos ocupa es la si -
guiente. En el sistema de Berlí n la contratraasferencia del can
didato a su paciente no cae, por t ácito acuerdo, en la esfera
-
de la supervisi ón, y por el contrario su elaboraci ón corresponde
al an á lisis personal. De ese modo, la supervisi ón se coacentra
sobre la comprensión de las peculiaridades de la psicodin á mica
del paciente, seg ú n se refleja en la pregunta tipo: "¿Qué quie-
re expresar el paciente a su analista ? ” En el sistema h ú ngaro,
159
la interrelación enere la transferencia del paciente y la contra -
transferencia de su analista ocupa el centro de la atención des
de el principio mismo, y hasta el final del an á lisis. El problema
-
estudiado es la interacción de estas dos transferencias, es decir,
cómo se influyen y modifican mutuamente. No es f ácil inte
grar este tipo de supervisión en el sistema clásico, con su clara
-
separaci ón entre supervisi ón y an á lisis personal. El examen
de los fenómenos de transferencia inevitablemente lleva al exa
men de las pautas habituales de reacci ón del candidato, es
-
decir, al examen de sus conflictos y dificultades personales,
de sus problemas no resueltos, a menudo inconscientes. Por lo
tanto, este tipo de supervisió n siempre contiene algunos ele
mentos de análisis personal, pues su objetivo consiste en que
-
el candidato tome conciencia por lo menos de sus pautas auto -
m á ticas y de los factores de ansiedad que las determinan, aun
que por . el momento no se resuelvan.
-
Cuando Enid Balint y yo iniciamos nuestro primer plan de
ense ñ anza en el family Discussion Bureau ( Londres ) nos vi -
mos obligados a hallar alg ú n sistema que nos permitiera edu
car a los trabajadores sociales, preocupados por los problemas
-
conyugales de sus clientes, para que comprendieran y advirtie -
—
ran la presencia de procesos inconscientes pero sin ofrecerles
el tradicional mé todo de! an á lisis personal. En realidad , debi -
mos desplegar el mayor cuidado con el fin de evitar que nues
tro plan de enseñ anza se convirtiera en una forma de terapia
-
para los propios trabajadores sociales, o por lo menos para
evitar que ése fuera su objetivo principal, dado que las faci
lidades terapéuticas eran de un costo prohibitivo, y por lo
-
tanto estaban excluidas.
Dada la naturaleza del problema, decid í utilizar mi expe-
riencia con el sistema h ú ngaro de supervisi ón, y trazar un
plan de ense ñ anza de la psicoterapia basada principalmente en
el estudio atento, mediante mé todos de grupo de la contra -
transferencia de los alumnos. Con el propósito de poder exa
minar detalladamente esta última, debía crear condiciones que
-
permitieran la expresión más liberal posible. Por lo tanto, no
admití que se utilizara material escrito en las conferencias con -
sagradas a la discusi ón de los casos; el alumno deb í a informar
libremente sus experiencias con el cliente, de acuerdo con un
sistema reminiscente del de la “ libre asociaci ón", lo cual per
mit ía toda clase de distorsiones subjetivas, omisiones, elabora
-
-
160
—
dones, interpolaciones posteriores, etc. Utilicé este informe
— segú n se lo usa en el sistema h ú ngaro de supervisión como
algo af í n a la expresión del sueño, y procuré inferir de é l
los factores din á micos que le infundieron forma. Tanto las
observaciones complementarias del informante como las cr í ti
cas y comentarios del grupo fueron considerados una especie
-
de libre asociación. La prueba real de la validez o falsedad de
la reconstrucción de lo ocurrido entre el trabajador social y el
cliente en la entrevista era la entrevista siguiente, del mismo
modo que la prueba de validez de la interpretación de un sue ñ o
suele hallarse en el sue ño siguiente.
El método, seg ún después lo desarrollamos conjuntamente,
con vistas a la formación psicocerapéutica de los médicos ge
nerales, est á basado en las mismas ideas. En nuestros seminarios
-
de investigación no disponemos de facilidades apropiadas para
-
la realización del an á lisis personaL Toda la ense ñ anza se reali
za a través de la discusi ón de los informes que cada médico
presenta ai grupo, formado por los colegas miembros del curso .
El m ás importante material utilizado es la contratransferencia
del médico, es decir, el modo como usa su propia personalidad ,
sus convicciones científicas, sus pautas de reacción automá ti
ca, etc.
-
Dos tareas en el proceso de capacitaci ó n psicoterap é utica
Cuando iniciamos este experimento debimos encarar dos ta
reas; era preciso crear condiciones:
-
( a ) que permitieran a los médicos aplicar desde el principio
mismo psicoterapia bajo supervisión y
( b ) que los capacitaran para visualizar desde cierta distan
cia sus propios mé todos y sus reacciones frente al paciente,
-
reconocer aquellos aspectos de su propio particular enfoque
—
del paciente que fueran ú tiles y susceptibles de comprensión
—
y desarrollo, y los que no fueran tan ú tiles y que una vez
dilucidado su sentido din ámico necesitaran ser modificados
o abandonados.
Las dos tareas se hallan í ntimamente vinculadas, pero ea
beneficio de la claridad las tratar é separadamente.
( a ) Tan pronto como se comprende que gran parte del tra
bajo cotidiano del médico general consiste en tratar dolencias
-
de car á cter neur ótico, la primera tarea no parece muy dif ícil.
161
El ú nico factor consiste en no apartar de su práctica al médico,
en alentarlo a que contin ú e en la tarea que de todos modos
realiza , y en ofrecerle amplia oportunidad de que discuta su
trabajo cotidiano.
Hasta aqu í, todo parece perfecto, pero este plan supuesta
mente simple encierra numerosas dificultades. En su mayoría
-
ellas fueron examinadas en la Parte Primera, especialmente
en los Capí tulos VII a IX, cuando encaramos d problema de
la "diluci ó n de responsabilidad’ a través de la "complicidad
en el anonimato y de la "perpetuación de la relaci ón maestro
alumno’*,
'1
-
--
( b) Empecemos por se ñ alar que no existe , un m é todo pro
bado y establecido de uso general para la ense ñ anza de la psi
coterapia , es decir , para ayudar al candidato a efectuar la "/i-
mitada pero considerable transformaci ón de su personalidad
indispensable para aplicar la nueva t écnica adquirida. En cuanto
los conozco, los diversos mé todos adoptados está n basados en
una especie de indefinido noviciado. La ú nica excepci ón es el
psicoan á lisis ( y hasta cierto punto la escuela de Jung ) ya men
cionados m ás arriba. Para decirlo con cierta crudeza , puede
-
afirmarse que la ú nica ense ñ anza sistem á tica de la psicoterapia ,
es decir la ense ñ anza psicoanalí tica, se ha convercido en una
terapia de exageradas exigencias. Tengo plena conciencia de
que en este caso piso terreno en gran parte inexplorado y
bastante inseguro, pero creo necesario aclarar que por el mo-
mento carecemos de criterios establecidos sobre las normas m í -
nimas y óptimas que rigen la transformación de la persona
lidad que es deseable y necesaria para el psicoterapeuta. El
-
sistema anal í tico trabaja sobre la base del principio un tanto
oneroso de que "a mayor abundancia , mayor seguridad ”.
Dado que ese sistema y esas normas estaban fuera del alcance
de nuestro plan, nos vimos obligados a elaborar nuestros pro-
pios mé todos y a definir nuestras particulares normas .
El empleo de métodos de grupo
El eje de nuestro pkn es la conferencia semanal en la que
se discuten los casos, alrededor de diez o doce reuniones en
cada uno de los tres períodos anuales. Para asegurar la parti -
cipación intensiva y, por otra parte, para obtener material
suficientemente variado, comprobamos que es aconsejable for -
H¡2
mar grupos de aproximadamente ocho personas. Adem ás de
las conferencias, ofrecemos a todo m édico que lo solicite la
supervisi ón individual de sus casos, es decir, aproximadamente
una hora semanal de "discusi ón privada'* .
Ya he se ñ alado que tratamos de evitar, en la medida de lo
posible, la permanente tentación de crear una atmósfera de
tipo escolar. Nuestro objetivo es ayudar a los m édicos a adqui -
rir mayor sensibilidad ante el proceso que se desarrolla, cons•
cí ente o inconscientemente, en la mente del paciente, cuando
médico y paciente est án juntos. Este tipo de "atención " es
muy diferente del método de redacción de la "historia clínica"
y tropezamos con grandes dificultades cuando quisimos liberar
a los médicos de ( a costumbre de aplicar autom á ticamente este
tipo de enfoque. La diferencia entre ambos mé todos fue objeto
de cierto an á lisis en el Capí tulo XI, debo repetir aquí parte
de lo que all í se dijo. La principal diferencia consiste en que
la redacción de la historia clí nica gira casi exclusivamente al -
rededor de hechos objetivos, o de hechos que pueden ser expre -
sados f ácilmente en palabras ; hechos, en fin , respecto de los
cuales tanto el médico como el paciente pueden adoptar una
actitud distinta , "cient í ficamente objetiva’*. Los hechos que nos
interesan son de car ácter acentuadamente subjetivo y personal,
a menudo apenas conscientes, o a ún absolutamente ajenos a todo
control consciente; y también suele ocurrir que no existan for -
mas inequ í vocas que permitan describirlos en palabras. De
todos modos, estos hechos existen e influyen profundamente
la actitud individual ante la vida en general y en particular el
acto de caer y de estar enfermo, aceptar ayuda médica , etc
Puede afirmarse, sin temor a error, que estos hechos, que
se desarrollan constantemente en la mente de todo ser humano,
sólo en parte son adaptaciones inteligentes al medio en perma -
nente transformaci ón; en considerable medida se hallan gober -
nados por pautas casi autom á ticas, originadas principalmente
en la infancia pero influidas por las experiencias emocionales
de la vida posterior. Nuestra primera tarea fue impulsar a los
médicos a cobrar conciencia de la realidad de estas pautas auto -
má ticas y luego capacitarlos para el estudio cada vez más deta
llado de la influencia de muchas pautas sobre la actitud del
-
paciente hacia su enfermedad , y del modo como coloran y aun
determinan sus relaciones con todo ser humano, y especialmente
con su medico.
163
Otio factor que afecta la relación din á mica del paciente con
su médico es la reacci ón del propio médico, la cual también en
parre est á gobernada por pautas autom á ticas. La interacci ón
-
de estos dos juegos de pautas, su eventual "armon ía ” y el car ác
ter de esta ú ltima , determinan en considerable proporció n la
eficacia de todo tratamiento. Su influencia es menos importan -
te en las enfermedades breves y agudas, pero en las dolencias
cr ónicas es casi fundamental. Para conseguir mejor "armon ía ",
y con mayor n ú mero de pacientes, el médico debe disponer
de amplia gama de reacciones, lo cual significa que debe co -
brar conciencia de sus propias pautas autom á ticas y adquirir
gradualmente por lo menos un mí nimo de libertad respecto
de las mismas.
164
Crisis
Sin duda, de tanto en tanto se suscitan crisis cuando uno u
otro de los miembros encuentra dif ícil aceptar todas las
caciones de algunos de los mé todos que utiliza en el manejo
impli -
de sus pacientes, o la comprensió n de ciertas facetas de su pro -
pia personalidad, de las que hasta entonces ten í a vaga con
ciencia. Sin embargo, estos incidentes son soportables, pues
-
constituyen acontecimientos dentro de la vida del grupo, y
no afectan splamente al individuo. Es f ácil describir este estado
de cosas, pero es m ás dif ícil explica/ su din á mica. En la me
dida que las mutuas identificaciones de los integrantes son mis
-
o menos intensas, todo miembro individual puede afrontar ten
siones, porque se siente aceptado y apoyado por el grupo. Sus
-
errores y fracasos, aunque humillantes, no lo singularizan en la
condici ón de miembro in ú til del grupo; por el contrario, siente
que ha ayudado al grupo a progresar, y que sus fracasos han
sido otros tantos pelda ñ os l. Puede estallar una crisis cuando
existe cierta tensi ón entre uno y otro miembro y el resto del
grupo , tensión que el jefe no ha detectado a tiempo ( agregaré
que ni su función ni su formación psiquiá trica confiere al jefe
del grupo inmunidad absoluta contra esta posibilidad ) de modo
que, en lugar de restablecer la concesi ón, su cr í tica ayuda a
agravar la situació n.
Los signos de este aislamiento o de esta tendencia al aisla -
miento, y de la consiguiente sensibilización pueden ser consi -
derados equivalente de lo que los psicoanalistas llamamos re
sistencias. Por una parte, constituyen indicios premonitores de
-
que se est á afectando cierta importante actitud personal del
individuo en el marco de la situaci ón colectiva ; por otra, el
modo de realización y de mantenimiento de esa actitud aisla -
miento indica cu á l es el problema. Del mismo modo, la reac -
ción del grupo integrado con respecto a ese intento de aisla
miento revela la otra cara de la moneda decir , las contra-
-
transferencias del grupo con respecto a ese particular proble -
1 Desde el punto de vista psiquiá trico la depresi ón provocada por
la comprensió n de nuestras propias deficiencias debe ser aceptada sin
reservas; ahora , como siempre, la identificaci ó n con el ideal del grupo
general debe constituir un objetivo deseable y aJcanzable , pero el ¡efe
del grupo debe vigilar muy cuidadosamente si y có mo se obliga o se
permite a determinado miembro deslizarse hacia la posici ó n paraooide
del individuo "singularizado''.
165
raa de la personalidad . Debe arrojarse luz sobre la manera de
aislarse de un miembro del equipo, así como sobre el m é todo
que el grupo aplica a la solución del asunto. Constituyen muy
valioso material para el esrudio de las relaciones interperso-
nales, y su cabal dilucidaci ón es indispensable si se aspira a
restablecer una cohesión efectiva.
Si estas crisis ocurren con excesiva frecuencia, o si dejan una
estela de amargos resentimientos, puede suponerse que el ritmo
de la ense ñ anza ha sido excesivamente intenso o que durante
cierto tiempo se ha obligado al grupo a trabajar bajo consi -
.
derable tensión Sin embargo, la inexistencia de crisis consti -
tuye un signo igualmente ominoso; significa que no hay des-
arrollo de la sensibilidad ni de la garra del grupo, y que el
grupo y su dirigente correo auté ntico peligro de degenerar en
una sociedad de elogios mutuos, en la que todo es perfecto, y
el grupo mismo está formado por personas simpá ticas, inte
.
-
ligentes y comprensivas Debe descontarse que la adquisici ó n
de la t écnica psicoterapé urica equivale al descubrimiento de
cierto n úmero de hechos ingratos e inevitables sobre nuestras
propias limitaciones. £sta desagradable tensión debe ser afron -
tada , y el grupo se desarrolla mientras puede afrontarla, e in -
terrumpe su progreso cuando deja de hacerlo. Al jefe del grupo
corresponde la tarea de crear una atm ósfera en la que cada
miembro ( incluido él mismo ) sea capaz de soportar el embate,
cuando le llegue el turno.
Es precondición de nuestra técnica que se establezca en el
grupo este tipo de atm ósfera, y sólo en ella ser á posible lograr
lo que hemos denominado "el valor de la propia estupidez" .
Lo cual significa que el m édico se siente libre de ser él mismo
—
frente a su paciente es decir , libre de utilizar toda su expe
riencia pasada y su capacidad actual sin excesiva inhibición.
-
Al mismo tiempo, est á preparado para soportar las severas ob -
jeciones del grupo, y ocasionalmente incluso la aguda crí tica
.
de lo que denominamos su "estupidez" Aunque todo informe
y toda conferencia sobre casos concretos implica claramente
tension y esfuerzo, el resultado es casi siempre el aumento
• ' de
las posibilidades individuales y una mejor inteligencia de los
problemas.
166
Importancia del ritmo
Uoo de los m ás importantes factores en este tipo de ense
ñ anza es el ritmo; lo cual, significa en primer té rmino que no
-
debe haber apuro. Es mejor dejar que el médico cometa erro
res, y quizás aun se deba alentarlo a que incurra en ellos, en
-
lugar de imped í rselo. Esto suena un poco absurdo, pero no lo
es; todos los miembros de nuestro grupo poseían considera -
ble experiencia clínica, de modo que se justificaba esta t áctica
.
de obligarlos a "nadar para no ahogarse" Además de que esta
pol í tica no minaba la confianza y la dignidad del médico,
ten ía la ventaja de que suministraba amplio material para la
discusi ón , pues todos se bailaban constantemente ocupados con
pacientes y se mostraban ansiosos de informar sus observacio
nes y descubrimientos, sus éxitos y sus dificultades.
-
Si el ritmo es m á s o menos adecuado, el médico se siente
libre para ser é l mismo y posee "el valor de su propia estudi
.
dez" Gradualmente adquiere conciencia del tipo de situación
-
en la que probablemente perder á su sensibilidad y capacidad
-
de reacci ón , o, en otras palabras, en la que se comportará auto
m á ticamente. Entretanto, los informes de los otros m édicos le
han ense ñado otros m é todos aplicables , en situaciones seme
jantes. La discusi ón de los diversos métodos individuales, la
-
-
demostración de sus ventajas y limitaciones, lo alienta a reali
zar experiencias. ( Un profesional anunció el resultado de un
experimento de este tipo con las siguientes palabras: "En este
.
caso apliqu é un aut é ntico 'smith’.. y dio resultado" 1 con lo
cual quiso decir que habí a adoptado la actitud que, a su en -
.
tender, sol ía adoptar Smith ) Todo experimento de este tipo
significa un paso hacia una mayor proporción de libertad y
hacia una técnica mejor .
Actitud del jefe del grupo
Quiz ás el m ás importante factor sea la conducta del jefe del
grupo. Apenas puede decirse que constituye una exageración
afirmar que si sabe adoptar una actitud correcta ense ñar á más
con su ejemplo que a través de la combinación de los resun -
,
167
pone escencialmente el mismo tipo de atención que cl medico
debe aprender y practicar luego con sus pacientes. Si permite
la libre expresión de todos, si crea la posibilidad de que cada
—
uno diga lo que tiene que decir a su modo y cuando é l mismo
decide hacerlo, formulando las apropiadas sugestiones es de
cir, hablando sólo cuando realmente se espera que lo haga, y
formulando sus ideas de modo cal que, en lugar de indicar la
-
verdad , ofrezca a los médicos la posibilidad de descubrir per -
—
sonalmente alg ún mé todo eficaz de tratar los problemas del
paciente el jefe del seminario puede demostrar en la situa
ción ' concreta ” lo que precisamente desea ense ñar.
Es evidente que nadie puede satisfacer totalmente tan rigu
-
-
rosas normas. Afortunadamente, no es necesario alcanzar tanta
. -
—
perfecció n El jefe del grupo puede cometer errores
dad, los comete a menudo sin causar mayor da ño si es capaz
n reali
——
las consecuencias de estas interpretaciones. Las emociones trans
feridas excepto quizás durante la ú ltima fase de la situaci ón
terapé utica
-
se intensifica y cobra un car ácter cada vez m ás
primitivo. En nuestro método procuramos evitar este cipo de
desarrollo, aunque tenemos plena conciencia de la imposibili
dad de lograrlo completamente. Es inevitable que su jerarqu í a
-
y su funcióo singularicen al jefe del grupo, y sobre él se con
centren buena cantidad de emociones. El hecho en si debe ser
-
reconocido y aceptado, pero nos abstenemos de interpretarlo
detalladamente. Las pocas ocasiones durante las cuales debimos
interpretarlo revistieron car ácter de excepción , y no sabemos
si hubiera sido posible evitarlas mediante una técnica más ca
bal, es decir, prestando mayor atención a la contratransferen
--
cia en otros terrenos.
De todos modos, no es posible subestimar la importancia de
esta relación. El jefe del grupo representa las normas bací a
las que apunta el plan de ense ñ anza . Siempre que un médico
general entrevista a un paciente, en esp í ritu está presente el
jefe del grupo. Por consiguiente, y de acuerdo con la concreta
postura emocional del médico general, la entrevista tiene por
objeto alardear ante el jefe, o demostrarle que estaba equivo
cado, o probar que el médico general ba aprendido su lección
-
y que puede arregl á rselas sin el jefe, o que su opinión fue m ás
valedera y penetrante, etc. Naturalmente, las mismas actitu
des emocionales coloran los informes presentados al grupo.
-
Aunque tenemos plena coociencia de estas implicaciones, rara
vez hacemos alusión a las mismas y, como ya se ba dicho, el
jefe procura fusionarse con el grupo. Creo que mediante el
empleo de la contratransfexencia del médico a su paciente
como eje del problema al profesional en condiciones de adqui
rir uo m í nimo de esa "considerable aunque limitada" trans
--
formación de la personalidad, sin necesidad de un prolongado
aná lisis personal. Quizás el sistema que utilizamos con mayor
frecuencia es el de la comparación de los métodos de cada mi
dico con los de sus colegas del grupo. Simplificando un poco
-
169
las cosas, podríamos decir que utilizamos la horda fraterna en
lugar del padre primitivo. Para lograr este objetivo el jefe
debe aceptar dos actitudes. Primero, debe liberar al resto en
la medida suficiente para permitirles expresar sus criticas de
- .
un modo constructivo agresivo Ambos aspectos son igualmen
te importantes; la agresividad total, es decir , el odio destruc
-
-
tivo es tan in ú til como un suave y dulce esp í ritu de colabo
ración constructiva. Sin embargo, debemos aclarar que aun si
-
se tiene constantemente presente que la creaci ón de esta atm ós
fera es una de las tareas principales del grupo, no se trata
-
de una tarea f ácil, ni mucho menos.
Con el fin de alcanzar ese objetivo es esencial que el jefe
del grupo se reprima, se abstenga de formular sus propios co -
mentarios y sus crí ticas hasta que todos los dem ás hayan tenido
tiempo m ás que suficiente para expresarse. Para poder realizar
un comentario cabal sobre una complicada relaci ón m édico -
paciente es necesario que el oyente, gracias a su propia fan -
tas í a , se incluya en la situació n y luego observe sus potenciales
reacciones ante el problema. Debido a que existen resisten-
cias ubicuas, esto ocurre con cierra lentitud, de modo que tanto
«1 grupo como el jefe deben aprender a ser pacientes. Aun
despu és que los participantes han aprendido a prestar aten -
ci ón con casi total libertad a sus propios desarrollos internos,
la experiencia demuestra que solemos adquirir conciencia de
nuestras propias reacciones sólo fragmentariamente, de modo
que tiempo y paciencia son factores de vital importancia.
Ello resulta particularmente dif ícil cuando por una u otra
razón el grupo vacila o es evidente que se contiene para no
lastimar ai médico informante. En estos casos la técnica co
rrecta consiste en interpretar la vacilaci ón o el exceso de ama
-
-
bilidad del resto del grupo, y no en criticar al médico infor -
mante. Como ya he dicho, esta actitud exige una buena dosis
de autocontrol de parte del jefe, sobre todo porque resulta
sumamente tentador mostrarse servicial , comprensivo y, espe-
cialmente, adoptar una actitud concructiva. Si se cede a esta
tentaci ón, se enseñará excelente teoría, pero sólo a expensas
de la formación real. Muy probablemente el resultado ser á que
los médicos m á s promisorios poco a poco se aburrirá o y se
retirará n, mientras que los menos ú tiles admirar á n e ideali-
—
zar á n al jefe, asimilar á n sus ense ñ anzas y lo acompa ñar á n
siempre en la condición de fieles y leales alumnos.
170
Es mucho m ás dif ícil encarar la situación opuesta, cuando
despu és de un informe el grupo se muestra hipercritico o abso
lutamente indiferente y desprovisto de espí ritu de cooperació n.
-
Generalmente esta situación es s í ntoma de que uno de los
miembros se ha "singularizado”, para usar nuestra expresión
habitual. Numerosas son las posibles causas de esta tensa situa -
ción; enumeraré unas pocas, pero no se me escapa que no ago
taré el problema. El caso m ás frecuente consiste en que e!
-
miembro "singular ” no sigue el mismo ritmo del grupo, espe
cialmente con respecto al nivel alcanzado por su comprensi ón
-
-
emocional de la relación médico paciente. Ello puede deberse
a que se ha adelantado mucho a sus colegas, o a que marcha
muy rezagado; cualquiera de ambas alternativas provoca con
siderable irritaci ó n y es tolerada con dificultad por el resto del
-
grupo. Esta situación puede ser encarada con arreglo a dife -
rentes mé todos, y todos ellos suponen una forma de interpre
tación. El jefe puede destacar la conducta del grupo mediante
-
su propia conducta, la cual, naturalmente, y en la medida de lo
posible, debe ser imperturbable; por supuesto, queda excluido
todo indicio de irritaci ón. Si ello no basta , puede comparar
el trabajo del m édico informante con la labor del resto del
grupo, y subrayar las diferencias, y el significado de las mis
mas. Esto suele bastar, porque ayuda al informante y a sus
-
colegas a cobrar conciencia de los diferentes ritmos de desarro -
llo y a comprender las causas de la irritación. En el curso de ,
175
con el supervisor ). El eje principal de nuestro plan es el es -
.
tudio simultá neo de estas tres relaciones A pesar de esta seme
janza en el trabajo con los m édicos generales, nuestras inter
--
pretaciones han sido hasta ahora m ás limitadas o menos deta
lladas que en cualquiera de los otros dos planes de ense ñ anza
-
mencionados. Todavía no puedo ofrecer una explicación sa
tisfactoria de este fen ó meno. Es posible que el lapso de aplica-
-
ción de nuestro plan sea todav ía demasiado breve como para
que podamos determinar si esta limitación es sólo temporaria,
es decir, para establecer si hemos de profundizar y entrar en
mayores detalles a medida que el curso se desarrolle.
Por otra parte, existe otro importante factor que es parti -
.
cular de esta esfera de actividad En el Family Discussion Bu
reau, él paralelo m ás cercano a nuestro trabajo con los m é-
-
dicos, el problema primario es la relaci ó n entre los compa ñ e -
ros sexuales, la que puede ser entendida como una relación con
un objeto exterior. Cabe suponer que en la relació n con otro
objeto exterior —
1 trabajador social ejercerá n su influjo
los mismos temores, mecanismos defensivos, aprensiones, y de -
seos. El problema esencial que . el m édico debe enfrentar es
de naturaleza absolutamente distinta. En. la relació n del pa -
ciente con su enfermedad no existe un objeto exterior eviden
.
te Los aspectos m ás importantes son el dolor f ísico, el dete -
-
rioro de las funciones f ísicas, posiblemente la presencia de mo
dificaciones corporales visibles, nuevas e inquietantes sensa
-
-
-
ciones, etc. El psicoan á lisis sabe bastante respecto de las ansie
dades y de las inhibiciones neuróticas. También sabe algo no
—
mucho respecto del sufrimiento mental, pero puede decirse
—
que ignora los problemas que el médico debe afrontar .
Los problemas primarios en el plan aplicado en el Family
Discussion Bureau eran esencialmente las relaciones sexuales
.
con objetos de amor y de odio En el caso del plan que ahora
nos ocupa debemos estudiar la relaci ó n del paciente con su
enfermedad , y al respecto es muy poco lo que sabemos. De
modo que ser ía una buena conclusión repetir por úlcima vez
-
mi refrán de que necesitamos m á s trabajo de investigaci ó n,
tarea que probablemente sólo podr á n acometer los m édicos
generales .
176
APENDICE II
Selección
M é dicos Generales
La selecció n de las personas apropiadas para la tarea es, sin
duda, un objetivo por dem ás deseable. Desgraciadamente, sólo
estamos empezando a comprender en qu é consiste la tarea , y
pasar á bastante tiempo antes de que podamos definirla siquie-
ra sea aproximadamente. Cuando se inici ó el plan de adiestra -
miento, nuestras ¡deas sobre la psicoterapia aplicada por los
médicos generales eran tan imprecisas que llegu é a la conclu -
sión de que la única polí tica honesta consistía, no en seleccio -
nar, sino en descansar en la autoselección de los propios mé
dicos; en resumen, anunciamos en la prensa médica la orga -
-
nizaci ón de "Cursos de Introducci ón a los Problemas Psico
lógicos de la Pr áctica General" y aceptamos a todos Jos médicos
-
que se presentaron.
Sabía que esta actitud implicaba riesgos, pero las ventajas eran
quizás iguales a los inconvenientes. La aceptaci ó n de todas las
solicitudes nos permitió formarnos una opinión sobre el tipo de
profesionales interesados en la psicoterapia , sobre sus necesidades
y sobre la clase de "tratamiento" que reclamaban. Evidente
mente era imposible que el "tratamiento" aplicado, es decir ,
*
-
nuestro plan de adiestramiento, se adaptara a las necesidades
de todos y de cada uno, y cierto n úmero de médicos se retiró.
Al principio del curso la "proporción de bajas" fue elevada,
aproximadamente el 60 por ciento de los primeros grupos, y
alrededor del 35 por ciento en los m ás recientes.
Como podia suponerse que ocurrir ía , en casi todos los grupos
hab í a unos pocos médicos gravemente neur óticos, quienes en
realidad deseaban tratamiento terapé utico, so capa de ense ñanza.
177
Afortunadamente, la mayor í a de estos profesionales se "auto
excluyeron ” muy pronto cuando comprendieron que nuestro
-
plan no les ofrec í a lo que necesitaban. Uno o dos que no adop
taron ese temperamento recibieron el consejo de procurarse
-
-
—
la terapia apropiada o el pedido de interrumpir su concurren
cia tarea harto desagradable que debi ó afrontar el jefe del
seminario.
Otro grupo de desertores precoces estaba integrado por m é
dicos de jerarqu ía "superior". Se trataba de médicos generales
-
de experiencia, sólidamente establecidos, de buena reputación
entre sus pacientes como entre los colegas, y de muy intenso
"celo apost ólico". Desde el principio predicaron sus propios y
bien probados m é todos, y al mismo tiempo se mostraban in
capaces de escuchar y menos a ú n de considerar seriamente otros
-
m é todos que no fueran los propios. Esta actitud los colocó ine
vitablemente en el papel de competidores del jefe del seminario,
-
representante de los objetivos del ‘ seminario, lo cual a su vez
determinó una atmósfera tensa y dificultosa. Después de algu -
nos fracasados intentos de convertir al resto del grupo a su
propia "fe", estos profesionales se retiraron, casi seguramente
insastifechos e bipercr í ticos.
Un tercer grupo de desertores precoces fue el de los médicos
" por un per íodo". Asist í an regularmente, interven í as} activa -
mente en las discusiones, parecí an aprovechar considerable
mente las conferencias, y muy pronto comenzaban a aplicar los
-
nuevos mé todos aprendidos en el seminario. En realidad , ten ía
mos elevada opini ó n de ellos, pero despu és de un per íodo de
-
trabajo, o a lo sumo de dos, y raras veces de tres, no retornaban
al curso. A veces desaparecí an por completo y nada m á s sab ía -
mos de ellos; otras, segu í an coa benévolo interés el desarrollo
del equipo, pero a distancia segura ; o, finalmente, adornaban
una postura cr í tica respecto de nuestros objetivos. La cr í tica m ás
frecuentemente oída afirmaba que el trabajo en que est á bamos
embarcados constitu í a mera e innecesaria pé rdida de tiempo.
El cuarto grupo de desertores lo formaban m édicos muy cons -
cientes y comprensivos, para quienes su prá ctica y sus pacientes
significaban mucho; aparentemente les sobraba voluorad de
aprender. La primera impresi ón que suscitaban era la de que
constitu ían un gruoo por dem ás prometédor. M ás a ú n , nos
acompa ñ aban durante dos o tres per í odos y se separaban de
*
—
desarrollar á n de acuerdo coo la conveniencia de la mayor í a del
—
grupo y lo reconozco sin inconveniente de la personalidad
del jefe; ello no significa que el plan fuera r ígido y despiadado,
sino que prestaba menos atenci ón a las necesidades de los gru -
pos minoritarios.
Sin embargo, las apuntadas son sólo primeras impresiones. La
—
técnica de adiestramiento descrita en el capí tulo anterior se halla
todav í a en las.etapas experimentales es decir, reviste formas
toscas. Ten í amos plena conciencia de esta situaci ó n , y decidimos
aceptar los riesgos implícitos. Nuestra primera .preocupación
ha consistido en desarrollar una t écnica eficaz para una razo
nable proporción de los médicos interesados, con el fin de
-
comprobar si dicha t écnica de adiestramiento era efectivamente
—
viable. Los resultados -de los dos proyectos pilotos el plan del
—
Family Discussion Bureau y el plan de la Cl í nica Tavistock
para m éú lcos generales son sumamente alentadores, aunque
todav ía no pu' den ser considerados definitivos. Uoa vez re -
suelto el problema de nuestra t écnica, nos ocuparemos de exa -
—
minar nuestras ’’bajas” es decir , las razones por las cuales
cierto n ú mero de nuestros inscriptos nos abandonó. Es verdad
que la psicoterapia , lo mismo que, por ejemplo, la cirug ía , no
est á al alcance de. todos; sea como fuere, nuestra ’’proporción
de bajas” es considerable. Rec í procamente, ello implica aue
nuestra técnica de adiestramiento es por ahora poco flexible
y demasiado onerosa para cierto n ú mero de médicos generales.
Sin embargo, existe una importante diferencia entre la for
mación psicoterapé utica y la que es propia de cualquier otra
-
179
de las ramas de la medicina. Todo progreso terapé utico obliga
al m édico a incorporar un nuevo conocimiento, aunque sólo se
trate de aprender el modo correcto de recetar una nueva droga.
En otras palabras, asimilar una nueva terapia implica un cam -
bio. Pero, mientras los cambios exigidos por las nuevas técnicas
en otras ramas de la medicina no ejercen mayor influjo sobre
la personalidad del m édico, la técnica psicoterapéutica afecta
de un modo bastante profundo la personalidad. Desde este
punto de vista, la actitud de algunos profesionales que se reti-
raron fue quizás comprensible acto de defensa contra una vio -
laci ón no autorizada de su vida mental privada, y por consi
guiente, debe ser mirada con respeto. El peligro opuesto y
-
simétrico consiste en la posibilidad de que el grupo de adies-
tramiento degenere en terapia pura y simple. Tenemos cabal
conciencia de este peligro, el cual en realidad existe en todas
las formas de adiestramiento psiquiá trico, pero hasta ahora
hemos logrado sortearlo.
Antes de seguir adelante, deseo ilustrar los conceptos ante
riores mediante algunas cifras, las cuales, sin embargo, no
-
constituyen m ás que una aproximación muy general. Son de-
masiado fragmentarias como para merecer el calificativo de
fidedignas; debido a un error de car á cter administrativo se
extraviaron los archivos correspondientes a dos grupos; y su
mayor defecto consiste en que los grupos de desertores no está n
definidos inequ ívocamente. En cierto n úmero de casos el juicio
puramente subjetivo o la falta de información veraz decid í a
si un desertor era clasificado como neur ótico, obsesivamente
consciente, médico "por un per íodo”, etc.
Poseemos archivos completos de seis grupos, es decir , de
sesenta y un inscriptos. Para mostrar la limitada fidelidad de
las cifras, fueron subdivididos en dos sectores; una columna
analiza los primitivos grupos 2 a 5, y la otra los más recientes,
7 y 8. ( Los archivos de los grupos 1 y 6 se perdieron.)
180
Grupos 2 * 5 Grupos 7 s 8 Toul
;í
Inscriptos
i
•
o
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f*!o
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51
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Asistentes regu - 14 39 16
í
*
64 30
£*
50
lares
Neuróticos gra
ves
- 4 11 2 8 6 7
"Superiores* •• • 2 6 2 8 4 18
Obsesivamente
conscientes •• 8 22 3 12 11 16
Médicos "por un
per íodo 8 2 8 10
TOTAL t
•• 36 25 61
— — -
limitaciones de una entrevista inicial me permitieran o permi
tieran a un profesional m ás experimentado adoptar decisio -
nes fundadas en relación con este punto de vital importancia.
Pero sí aliento la esperanza de que ser á posible disuadir de la
idea de iniciar el curso a algunos de los candidatos menos pro -
mecedores, y reducir así nuestra "proporci ón de bajas” a cifras
entre el 25 y el 30 por ciento.
182
Ante la proporción de deserciones en otros sistemas, desde la
— —
enseñ anza de estudiantes de medicina a los cursos de formacióa
psicoanaií cica para citar dos casos extremos nuestra cifra
inicial del 60 por ciento de fracasos fue indudablemente ele
vada. Nuestra actual proporción del 45 por ciento, es acep
-
-
table, y si pudiera ser reducida al 25 ó 30 por ciento cabr í a
calificarla de elogiable.
Psiquiatras
En las pá ginas anteriores he procurado ofrecer una idea del
tipo de problemas con los que se tropieza durante la selección
de médicos generales destinados a recibir adiestramiento psico -
terapéutico. Espero se comprender á claramente que exactamente
del mismo modo no todo psiquiatra, y ni siquiera todo psiquia -
tra de formaci ón psicoanal í tica est á en condiciones de encarar
esta tarea: las dos disciplinas mencionadas soa quiz ás prerre -
quisitos necesarios, pero ciertamente no constituyen en s í mis
mas bases suficientes. Aparte de sólidos conocimientos sobre
-
psicoterapia y medicina, sobre impulsos, necesidades y emo
ciones inconscientes, sus formas de expresi ón, y sobre el modo
-
y oporrunidad de interpretarlos, e! psiquiatra deber á conocer
tambié n la terapia de grupos en particular y la organización
de grupos en general. Adem ás, y sobre todo, debe comprender
que su capacidad de especialista se halla limitada por las con -
diciones de su medio, y que un medio diferente, por ejemplo
el consultorio del médico, exige diferentes m é todos. Esta dife
rencia fue examinada en varias ocasiones, particularmente en
-
el Cap í tulo XIII y en los Cap ítulos XVI a XVIII .
La transferencia global de los mé todos psiqui á trico* o, para
-
el caso, psicoanal í ticos a la psicoterapia practicada por el mé
dico general crea limitaciones excesivamente severas, poco
realistas e innecesarias, y por lo tanto no contribuye a asegu
rar el éxito de la empresa. Otra consecuencia indeseable de
-
este enfoque consiste en que suscita en el m édico general la
impresión de que la psicoterapia es tarea más elevada y más
profunda,, de m ás graves consecuencias.. En ese caso, puede
desinteresarse de su propio consultorio y solicitar el ingreso en
alguna escuela de psicoterapia; si lo aceptan , renunciará a la
pr á ctica general, y si lo rechazan puede convertirse en un
médico general frustrado y descontento. Un peligro todav ía
183
más grave consiste en la . posibilidad de que se convierta por
propia iniciativa en psicoterapeuta aficionado, sin adecuada
formación. En cualquiera de ambos casos, la profesión habrá
perdido lo que podr ía haber sido un buen médico general
El objetivo del psiquiatra a cargo del curso debe ser tal
como se ha destacado muchas veces a lo largo de este libro
——
poner al médico general en condiciones de ser mejor médico,
con una mejor inteligencia de los problemas de su paciente y
con mayor capacidad para ayudar a resolverlos. Una ver com
prendido este principio, el psiquiatra no se sentirá tentado de
-
"enseñ ar" sus propios conocimientos en una forma diluida e
inferior; en cambio, unirá fuerzas con los médicos generales
con el propósito de establecer cuá les son los aspectos y la
proporción de los conocimientos psicoterapé uticos o analí ticos
.
aplicables con provecho en el consultorio del médico Esta acti
vidad, como puedo atestiguarlo por experiencia, constituye una
-
tarea realmente fascinadora, comparada con la que implica adop
tar la postura de maesrro erudito y a ún omnisciente.
-
Por otra parte, es tarea que exige considerable proporción
de elasticidad y libertad respecto de todo precoocepto. Pr á ctica
mente en cada una de las conferencias es preciso enfrentar
-
técnicas a las que el psiquiatra está acostumbrado, o aun de
las ideas teóricas que se creían m ás firmemente fundadas. Para
algunos psiquiatras esta constante revisión puede ser excesiva
.
mente severa Por desgracia, existen varios medios de evitar
-
esta costosa tarea, todos ellos muy plausibles y tentadores, tanto
para los psiquiatras como para los médicos generales.
Uno de ellos consiste en enseñar formas psicodin ámicas bien
fundadas, y en establecer por consiguiente una relación tipo
-
maestro alumno, en cuyo marco el psiquiatra podr á destacarse,
y los médicos generales adquirir excelentes conocimientos . .. a
costa del desarrollo de su capacidad real
Otro medio consiste en permitir que las conferencias se
desarrollen en el sentido de la terapia. También esta actitud
.
resulta muy agradable para ambas partes El psiquiatra se con
vierte en apto y servicial médico que realmente ofrece algo
-
valioso; los médicos generales, especialmente en las etapas ini -
ciales, se benefician notablemente y, para citar a Gilbert, " todo
.
marcha bien, tan bien como es posible" Este es el desarrollo
más peligroso, dado que toda terapia razonablemente positiva
va acompa ñada, por regla general, del mejoramiento de la
184
norma de trabajo; este progreso puede ser considerado entonces
.
prueba de la corrección de la técnica de adiestramiento Mi larga
experiencia en la esfera del adiestramiento psicoanal í tico me
ha infundido prudencia con respecto a esta posibilidad, con
el resultado de que carezco de experiencia de primera mano
--
sobre las consecuencias ú ltimas de aplicación sistem á tica. Anti
cipo, como ya lo ha dicho en el capitulo anterior, que las trans
ferencias de los participantes al psiquiatra, y simult á neamente
toda la atmósfera de las conferencias se tornar á n cada vez m ás
primitivas y que se elevar á la carga emocional. Entiendo que
una vez creada esta situación , la mayor parte del tiempo deber á
ser consagrada a la terapia, y que sólo podr á reservarse una
peque ñ a proporción al adiestramiento. Siempre que sucumbí
a la tentación de convertirme en el "buen doctor ”, aparecieron
-
—
resado, una actitud ambivalente ansiosa y atemorizada re
——
inmediatamente todos los signos alarmantes; en el médico inte
—
para advertirles cuando hay riesgo de profunda implicación
personal. Los médicos generales se sienten seguros y depen
dientes. No son ellos quienes toman decisiones, sino el psiquia
tra bené volo y sabio, un profesional merecedor de la mayor
-
-
--
confianza. Es evidente que este m é todo de ense ñ anza es absolu
tamente opuesto al esp í ritu de nuestra investigación , pero de
bemos reconocer que podr í a constituir la solució n de algunos
de nuestros fracasos. Sobre todo algunos de los "obsesivos” y
de los médicos “ por un per í odo” posiblemente juzguen a este
mé todo m ás en armon ía con su modo de sentir y de pensar, y
por consiguiente m ás aceptable.
Como se desprende claramente de todo lo anterior, la per
sonalidad del psiquiatra es factor esencial de la selección. Ella
-
185
decidirá si abordar á la empresa de formar médicos generales,
qu é m étodos adoptar á, qu é atm ósfera crear á
— y qué tipo
de éxitos y de fracasos cosechará. Los principios aplicables al
m édico general, son v á lidos tambié n, naturalmente, en el caso
del psiquiatra; es decir, su "práctica*4 de ia medidoa, incluidos
sus m é todos para el adiestramiento de los m édicos generales (o
su negativa a ense ñ arles ) es expresión de su funci ón apostólica,
Y, daro está, lo mismo vale para mí y a joriiori para esta obra.
186
APÉNDICE III
Informes complementarios
.
a ños, después de nuestra última conversaci ón Durante ese lapso vio
a mi colega, con el evideate deseó de tratar su dolencia en el plano
f ísico.
Durante esos dos a ños la señora C. fue atendida por mi colega apro
ximadamente doce veces. Advierto tambi én, gracias a las anotaciones
-
de nuestros archivos que el a ño pasado fue enviada a un urólogo, el
.
cual opinó que sus jsmtomas se debí an a tensió n nerviosa El cirujano
,
8 de octubre de 1953 .
Señora C .
Examin é a la paciente el 5 de octubre de 1953•
Dolencia: depresión y acceso de Uanto durante cuatro anos.
Historia: La paciente fue la mayor de . cinco hijos y tuvo una in
.
fancia feliz
-
187
La paciente contrajo matrimonio en 1940 , el esposo se desempeña en
una ocupación reservada. Desde el principio el esposo le dijo que no
.
deseaba tener hijos Tres a ños después del matrimonio la paciente
enfermó, con varios sinlomas corporales, entre dios dolores fugaces
.
en el pecho El esposo continuó practicando el coitus ioterruptos La .
paciente sufrí a dispsepiia bastante acentuada, pero últimametne ha
padecido accesos de llanto. Anteriores médicos sugirieron que la frus•
tración del sentimiento de maternidad podia guardar relación con sus
molestias.
Durante el último año su tensión nerviosa empeoró estando una
joven vino a vivir con ella; la paciente sintió que el esposo prestaba
excesiva atención a esta mujer , aunque no ha observado indicios de
inconducta.
La paciente se muestra muy tensa y excesivamente escrupulosa , y se
observa cierta frecuencia de micturición.
Un hermano fue enurético hasta la edad adulta.
Diagnóstico: Histeria.
Comentario: Entrevistaré al esposo y veré si es posible mejorar las
condiciones conyugales.
Suyo sinceramente
{ firmado ) M édico a cargo de la sala.
189
Es verdad que fue uno de nuestros primeros casos, y quizás el
doctor M. ten í a entonces menos capacidad técnica que ahora.
Esta misma duda se destaca con bastante claridad en sus infor
mes francos y sinceros.
-
Otro aspecto interesante es el juego de pé ndulo de la pacien
te entre los dos socios. Incluso podemos atrevernos a conjetu-
-
rar las razones. Cuando estaba en condiciones de aceptar la
realidad de sus perturbaciones psicológicas consultaba al doctor
M., y cuando la empresa era excesiva y deseaba apartar la vista
de sus apremiantes problemas, acud ía al colega de nuestro
—
médico. Este importante s í ntoma el cambio de un médico a
otro
— de su dolencia total desgraciadamente fue utilizado sólo
para lograr un diagn óstico m ás cabal, pero no con fioes te-
rapéuticos.
Finalmente, este caso constituye otra instructiva ilustración
de la "complicidad en ei anonimato” de la "diluci ó n de la res-
ponsabilidad ”. Como la se ñ orita F. (Caso 12 ) , la se ñ ora C. mani -
pulaba a sus m édicos de modo que ninguno de ellos estaba en
condiciones de asumir la total responsabilidad de la situación.
Como es inevitable en estos casos, tambié n entraron en el juego
varios especialistas. Aparte de los mencionados en ei informe
original, hubo un urólogo, un ginecólogo y un psiquiatra. Y,
como en la mayor ía de los casos de este género, el informe del
psiquiatra resultó pr ácticamente in ú til para el m édico general.
191
malestar, pero que una semana despu és de su regreso a Londres obser-
.
vó recurrencia de Jos dolores y hemorragias rectales El examen reveló
una peque ña fisura anal. El tratamiento simple no mejoró su estado,
y el 9 de agosto de 1954 la env íe a un cirujano (como paciente priva -
.
da, a su pedido) Posteriormente, el cirujano informó que la fisura
debía ser extirpada .
El 20 de setiembre de 1954 retorn ó con la queja de que durante
los últimos dos meses ten ía per íodos muy frecuentes; pasaban catorce
días entre ios períodos, y eran muy copiosos. En ese momento no pude
examinarla, pues perd ía, y le suger í que volviera a verme cuando se
interrumpiera el flujo sangu í neo. Me preguntó entonces si podr í a con -
tinuar atendié ndola, pues pensaba mudarse a otro barrio de Londres.
Despu és de conversar un rato, y de explicarle que no pod ía aten
derla bajo el patrocinio del Servido Nadocal de la Salud si viv ía
-
tan lejos de mi consultorio, dijo que continuar ía en la condición de
padente privada.
[ Hasta la fecha no la be visto ni he sabido de eiia!
192
haberse resignado a sus sí atonías, y ios tolera lo mejor que puede.
No viene personalmente, y se limita a mandar por un frasco de una
mexcla de bromuro de potasio y valeriana. En rierta ocasió n por error
omit í la valeriana, y envió la medicina de vuelta, pues afirmó que
.
olía diferente Durante un a ñ o y medio no io he visto, pero en derta
ocasió n lo encontré en su casa, adonde había ido a atender a su hijo;
se limit ó a saludar muy cort ésmente, y no hizo comentarios. La esposa
mostr ó síntomas de ansiedad durante el verano de 1955. El hijo mayor,
ahora de doce a ños, es muy t ímido y pasivo, m ás bieo femenino. Cuan
do trat é de discutir el problema con la madre, no pude llegar muy
-
lejos.
—
ai Consejo Ejecutivo) me ha visitado ocasionalmente, hemos sostenido
breves conversaciones pero ao hubo interpretaciones. La relació n era
buena. Segú n parece, Miguel no ha sufrido nuevos ataques de asma;
por lo menos nunca fui llamado para atenderlo .
195
No sabemos de cierto si la cesi ón de los ataques asmá ticos
tuvo relación con la "entrevista prolongada”, pero- es un he-
cho que ocurrió post hoc.
194
CASO 10 ( Señorita M ., informado por el doctor R . )
Este caso fue seguido hasta la Navidad de 1955 en el Capí tulo XIII.
196
—
Pocos meses después la madre del hombre que también es mi
—
paciente vino a decirme que ella y su esposo se mudaban, pues DO
pod ía soportar ya la vida en la casa. Desde entonces las jaquecas de
mi pacienre mejoraron, dado que ya no oecesitaba preocuparse por
las peleas diarias. La hija rompió con su amante, y despu és contrajo
matrimonio.
Abora, mi paciente se siente bien. Los problemas de la vida cotidia -
na, sumados a los de desarrollo m ás profundo, fueron sin duda exce
sivos y probablemente provocaron los s í ntomas. A través de la solu
--
ción de sus problemas actuales recuperó su anterior status de equili
brio bien defendido. Desde entonces se ba sentido bien . -
CASO 14 ( Señor L , informado por el doctor B . )
He visto profesionalmente al se ñ or 1. Sólo una vez desde mi último
—
informe en marzo de 1955, cuando tuvo una bronquitis benigna con
cierto trasfondo depresivo del que tuvo conciencia, y al que consi-
deró asunto para su analista, a quien no había podido ver durante
varias semanas. Cuando retom ó el tratamiento logró superar rápida -
mente su depresión. Lo he visto varias veces en la calle y su actitud
general ha mejorado mucho; al mismo tiempo, parece trabajar bien
y sentirse feliz.
198
fundamentar su pedido. Y uo permite que el m édico le sugiera que no
est áahí el problema reaL Como la orden para la radiograf ía debía
ser firmada por el m édico que lo atendió primero en el hospital, lo
remit í all í. Ahora esroy esperando el correspondiente informe.
200
jaquecas, pero la geore se da cuenta de su estado. Consume regular -
mente Drinainyl. Si no lo hace, se siente como si hubiera sido cloro-
.
formada y no consiguiera despertar Se duerme en el ómnibus Siem
pre que se relaja, se duerme . Ayer se durmió en la mesa. Dijo que
. -
deseaba verme para conversar del asunto, y concerté una cita. Y ahora
me estoy preguntando qué debo hacer. Ha modificado su actitud y
.
parece que estuviera traraQdo de forzarme la maoo Y como ahora
solicita ayuda, no veo de qu é modo seria posible neg á rsela; al mismo
me tienra
—
tiempo, no sé de dó nde sacar tiempo para atenderla
.
unque el caso
¿ Creen ustedes que su incorporació n a un grupo dar ía
buenos resultados?
Parece que la incertidumbre de nuestra evaluaci ón de los
resultados terapéuticos del caso fue un exceso de cautela. Las
jaquecas han desaparecido, pero no ha ocurrido lo mismo con
su “deficiencia fundamentar * . Desde el punco de vista la de-
cisión de “ interrumpir ” fue quiz ás la que correspond í a . Es
dif í cil definir la naturaleza de su somnolencia exclusivamente
sobre la base de una conversación telef ónica. Podr ía ser el
resultado de una narcolepsia de desarrollo insidioso, pero tam-
bi é n podr í a obedecer al deterioro de su antiguo sí ntoma histé-
rico, o aun a una combinaci ón de ambos factores . Como es
obvio, será necesario proceder a nuevos exámenes, tanto psico-
lógicos como neurológicos.
201
no vino a verme durante todo5 estos meses, despu és de cambiar de
empleo?" Replicó que no quer ía desilusionarme. Vino a verme sólo
despu és de haberse decidido a regresar a su antiguo puesto. Lo retoma-
ron y le explicaron que en ningú n momento hab ían dudado de que
él no era el culpable. Mi paciente repitió la situación que ya habíamos
tenido antes. "Usted dice que soy su madre y que no quiere desilusio-
narme, y reacciona frente a su gerente como si se tratara de su padre.
Este temor de desilusionarme se debe exclusivamente a que me atribuye
el papel de madre; pero yo no soy su madre, y usted bien podr ía haber
venido." Volvió a la semana siguiente, cuando todo se hab ía encarri
lado nuevamente; ahora co siente dolores ni est á deprimido. Creo que
-
haber tenido el valor de retornar a su antigua firma es un hecho
realmente positivo.
Abril de 1956. Me telefoneó la semana pasada para decir que su es
-
posa hab í a tenido un varó n . Dijo que se consideraba un hombre feliz.
.
sent á rmelo Sepreparaban para salir de Londres; él consiguió empleo
-
Enero de 1956. La se ñ orita S., ya casada, trajo a su esposo para pre
203
JLe entregu é una carta para el psiquiatra local. Informe: "Neur ótico
ansioso cr ónico, con s íntomas histé ricos de ansiedad desde la Primera
Guerra Mundial. Creo que ya no le es posible vivir sin sus sí ntomas, y
me temo que ninguna forma de psicoterapia sin internaci ón tendr ía el
menor efecto "
Despu és lo vi dos veces m ás, y siempre se muestra hura ño, aunque
no agresivo. Todavía simpatiza conmigo, pero ahora no se siente feliz
ni orgulloso de sus dolencias.
Se march ó de mala gana el 14 de enero, y desde entonces no lo he
visto . . . ¡lo cual es mucho dempo para él!
Como ya se ñ alé en mi nota anterior, el cordero se ha transformado
en lobo colérico, y el hecho me ha inquietado, pues creía controlar fir
memente la situació n, a pesar de las advenencias en contrario del
-
seminario.
Nuevo informe del 17 de febrero:
El paciente ba regresado. Ha retomado su actitud aoterior: "Hace
un mes que uo lo veo", declaró con aire triunfante. Se quejó de dolo
res en el pecho y de tos. Se mostró amistoso, nada agresivo y no muy
-
deprimido. Reconoció que se senda un poco mejor, aunque todav ía
sufre mareos. Me cumplimentó: "¡Usted es mejor psiquiatra que el del
hospital '"
De modo que ha retornado a su acarad anterior.
204
CASO 27
El m édico mda ba sabido de la familia desde la ruptura, aunque
sus miembros oo han solicitado retirarse de su lista.
205
APÉ NDICE IV
——
otra existe por Jo menos durante un perí odo considerable de
tiempo el proceso de adaptación de Ja propia; personalidad
del m édico, a medida que descubre en otros perturbaciones
emocionales de particular significado para el propio iniciado.
Ambos aspectos se bailan interrelacionados, y su influencia
conjunta puede demorar el aprendizaje. Ciertamente, puede
afirmarse que la fijación de: un lí mite de tiempo al per íodo
de adiestramiento psicoterapéutico es relativamente una cues-
tión arbitraria, porque el proceso de aprendizaje contin úa du -
rante muchos a ñ os;
Sin embargo; desde el punto de vista práctico es preciso atri
buir UQ límite de tiempo al llamado "per íodo de adiestra
-
-
miento"; pero lo que ocurre después de este per íodo reviste
considerable importancia para la Cl í nica. Varios de los m édicos
generales que hab í an completado los seminarios expresaron el
deseo de mantener una relació n permanente con un psiquiatra
especializado, con el fin de discutir sus respectivos casos, o por
lo menos para tener una oportunidad de hacerlo de manera con
veniente. Creemos que m á s adelante podremos dilucidar la razón
-
por la cual algunos médicos desean esta oportunidad de enrabiar
una relaci ó n permanente. De todos modos, en el caso de los
profesionales que desean continuar, la razón que los mueve ser á
probablemente muy clara después de la lectura de los capí tulos
anteriores. En este tipo de trabajo se repite constantemente una
situación que obliga al m édico general a buscar consejo. "He
•
/
206
procurado ayudar al se ñ or o a la señ ora “X., que sufre ciertas
molestias, de este o de aquel modo. Las cosas no marchan, y
cu á l puede ser el origen del problema /' Precisamente cuando
se suscita este tipo de problemas el informe escrito es, por regla
general, de muy escaso valor. En realidad , el médico general
necesita discutir su caso con el especialista , y para ello necesita
conocerlo suficientemente bien , con el fin de hablar tibremente
sobre sus propias eventuales contribuciones a la relación médico *
209
INDICE GENERAL DE LA OBRA
TOMO I
APéNDICES: 155
Apéndice I: Enseñanza 157
Apéndice II: Selección 177
Apéndice III: Informes complementarios 187
Apéndice IV: Punción adicional de la cl í nica psicol ógica • •• • 206
SE TERMIN Ó DE IMPRIMIR
EL 28 DE MARZO DE 1961
EN A MíRICA LEE, EDITORA E
IMPRESORA, TUCUM ÁN 353,
BUENOS AIRES . ARCENTINA