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Manual de Tecnicas de Psicoterapia Breve 2015 Completo
Manual de Tecnicas de Psicoterapia Breve 2015 Completo
DE PSICOTERAPIA BREVE
Aportes desde la terapia sistémica
MANUAL DE TÉCNICAS
DE PSICOTERAPIA BREVE
Aportes desde la terapia sistémica
Prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio, electrónico o mecánico,
incluyendo las fotocopias, sin el permiso escrito de los editores.
Índice 5
Presentación 11
Prólogo 13
Advertencia al lector 25
Capítulo 1 Introducción: caminos hacia la solución y el cambio 27
La epistemología define la postura 28
Terapia estratégica breve 30
Terapia breve centrada en las soluciones 31
Terapia narrativa 32
Terapia dialógico colaborativa 33
Capítulo 2 Las técnicas, una cuestión de postura 37
Efectividad de la psicoterapia y los factores de cambio 37
Los factores comunes 38
Modelos postestructuralistas y los factores de cambio 41
Postura, habilidad y técnica 43
Capítulo 3 Apertura: técnicas iniciales 47
La primera entrevista, aspectos generales 47
Fase social 55
Exploración del motivo de consulta 57
Construcción de metas y objetivos de terapia 62
Excepciones al problema 67
Preguntas de proyección al futuro 72
Preguntas de escala 75
Elogio terapéutico 78
El mensaje final en la primera entrevista 81
5
Capítulo 4 Medio juego: técnicas centrales 85
Reencuadres 86
Redefiniciones 87
Uso de metáforas 94
Externalización 102
Deconstrucción 108
Uso de medios literarios o creativos 109
Uso del lenguaje persuasivo 112
Tareas terapéuticas 119
Capítulo 5 Final: maniobras para el cierre de la terapia 135
Maniobras indirectas 135
Maniobras directas 137
Capítulo 6 Manejo de situaciones difíciles 145
6
A Erika Alejandra, una vez más a mi lado. A mis hijos Eduardo Andrés,
Jorge y Martina, que iluminan de sonrisas e ilusiones todos mis días.
Felipe
A Patricia y Jolly por su afecto incondicional. También a aquellas
personas que buscaron ayuda, enseñándome el valor y la belleza de una
conversación terapéutica.
Hardy
7
AGRADECIMIENTOS
9
PRESENTACIÓN
11
de la terapia. Las técnicas son variadas, provenientes de los tres modelos, están
cuidadosamente explicadas y se complementan con ejemplos que las ponen en
marcha. El libro cierra con un capítulo que bien podría ser un apéndice, donde los
autores se han dedicado a explorar aquellas “situaciones difíciles” de las consultas.
Una especie de guía práctica, para que el terapeuta novel desarrolle herramientas
en ciertos devenires de las consultas que pueden causarle trabas o bloqueos en su
accionar. Siempre un capítulo de esta magnitud es bienvenido, principalmente para
los estudiantes y terapeutas primerizos que sienten el temor responsable en el inicio
de su trabajo en las lides de la psicoterapia.
Este es el libro que pude construir, como tantos libros se construirán a partir de
sus múltiples lecturas. Un libro ameno, práctico y dinámico, tal cual como el modelo
terapéutico que describe. Siempre afirmé que estos modelos, principalmente el mo-
delo del MRI de Palo Alto, donde centré mi formación, son una conjunción de arte y
ciencia. Es cierto, la solidez del aval teórico permite desarrollar o esgrimir (tal cual un
esgrimista) una cantidad de técnicas que, más allá de que su efectividad responda
a la teoría, también es el arte estratégico de su aplicación que hace que la estocada
sea clave: qué, cuándo, cómo, dónde, para qué y por qué, se condensan en una sola
maniobra, un movimiento una alocución.
Abro así esta obra, lector, y felicito a sus autores. Ahora es su turno de elaborar
la construcción de este libro.
12
PRÓLOGO
13
los tres comparten, si se nos permite expresarlo así, la misma “madre” teórica,
la reflexión antropológica y comunicacional desarrollada por Gregory Bateson.
Además, se trata de tres enfoques con una visión contextual de los problemas y
de su resolución, y que apuestan sobre todo por el cambio terapéutico.
Desde el punto de vista de las estrategias terapéuticas, la fuerza de la TSB es
que cada uno de sus tres componentes subraya procesos de cambio diferentes pero
complementarios: la idea de bloquear patrones problemáticos (central en TEB) man-
tiene una relación dialéctica con la potenciación de patrones positivos (los recursos y
excepciones de TCS), y ambos planteamientos se ven enriquecidos por la conexión
con los patrones biográficos y sociales más amplios que aporta la TN. De esta forma,
ante un consultante concreto, el profesional que practique TSB podrá optar por uno
u otro abordaje –o utilizar varios de ellos– en función de las circunstancias del caso
y las preferencias de sus consultantes.
En el nivel técnico, entendemos que cada uno de los tres enfoques incluidos en
la TSB en cierto sentido suplementan las posibles debilidades o insuficiencias de los
otros dos. El énfasis de TCS y MRI en establecer objetivos claros y cuantificables, que
puede por momentos parecer excesivamente “conductista”, se ve compensado por
la apertura a lo emocional de la TN. Por otro lado, la tendencia en TEB de centrar
la conversación terapéutica en el presente (en realidad, el pasado inmediato) se
compensa con la querencia de la TCS a conversar sobre el futuro y se ve enriquecida
por la incorporación desde la TN de los elementos del pasado biográfico. Además,
la relativa parquedad de las maniobras de validación y empatía en TCS y TEB puede
complementarse con la validación expresa de las historias de sufrimiento en la que
son maestros los terapeutas narrativos, así como con la conexión que se establecen
en TN con significados más amplios, culturales y biográficos.
Prólogo 15
(García Moreno, 2014); la educación masificada e insensible a las diferencias; o
la protección de menores cuando se aplica de forma policial e impositiva (Martín
Hernández, 2009). Contextos todos ellos en los que una mirada más centrada en
los recursos, más respetuosa con los usuarios y a la vez eficaz y resolutiva nos parece
una verdadera necesidad.
Prólogo 17
de tercera generación como la TSB son terapias contextuales (Pérez Álvarez, 2013),
en la medida en que sitúan los problemas humanos en su contexto interaccional.
Compartir en buena medida la visión de los problemas humanos lleva a que las
terapias de tercera generación y TSB presenten, más allá de sus obvias diferencias, al-
gunas importantes afinidades en su concepción del cambio y del proceso terapéutico.
Así, cuando en terapia de activación conductual se plantea a la persona deprimida
que la clave para cambiar cómo se siente se encuentra en actuar de forma diferente,
no solo resuena la propuesta de Steve de Shazer de actuar “como si hubiera ocurrido
el milagro”, sino también el “actúa para conocer” de Heinz von Foerster. Este énfasis
sobre la acción se encuentra también en el polo del “compromiso” de la terapia de
aceptación y compromiso.
Finalmente, las terapias de tercera generación y la TSB se asemejan también en
su interés por el lenguaje, y en especial por el lenguaje en la situación de terapia.
Aquí, es la Psicoterapia Analítica Funcional la que marca la pauta, con su estudio
detallado de cómo interaccionan verbalmente cliente y terapeuta a lo largo de las
sesiones. Aportación que constituye un buen contrapunto al interés por el lenguaje
que tradicionalmente han mostrado los autores estratégicos y centrados en solucio-
nes. Los primeros, por ejemplo, con el concepto de “optimismo automático” de los
autores del MRI (Fisch y Schlanger, 1999) o con el uso sistemático de las paráfrasis
y las ilusiones de alternativa en el diálogo estratégico, según las propuestas más
actuales de Giorgio Nardone (Nardone y Salvini, 2011). Los segundos, considerando
que “en el origen las palabras eran mágicas” de de Shazer (1994) y generando
recientemente una nueva línea de investigación con el microanálisis de sesiones te-
rapéuticas (De Jong y cols., 2014). Aunque la forma de analizarla es bien diferente,
lo cierto es que en ambos casos se coloca la lupa de la investigación y de la terapia
sobre la interacción verbal de clientes y terapeutas.
Prólogo 19
Funcional aporta algo que en la TSB tiende a pasarse por alto: la idea de que la
conducta del cliente en sesión puede ser también una posible fuente de mejorías,
más allá de lo que el cliente informe haber hecho en el tiempo entre sesiones.
Tomando un ejemplo clásico, si un cliente que busca con la terapia ser más aser-
tivo en sus relaciones personales y profesionales se opone durante la entrevista a
alguna sugerencia o propuesta del terapeuta, estaría en realidad dando un buen
ejemplo de asertividad en la propia sesión, ejemplo que merecería ser comentado
y destacado por el terapeuta, pero que a veces se ignora por el énfasis –a veces
excesivo– de los terapeutas sistémicos breves sobre la literalidad del lenguaje
De forma complementaria, la terapia de activación conductual nos recuerda
algo que siempre se ha reivindicado en la tradición de terapia breve en la que se
inscribe la TSB, pero que conviene no olvidar: la importancia de la acción fuera de
la sesión, de que el consultante actúe de forma diferente entre una sesión y otra.
Esta cuestión, que siempre ha sido central tanto en los enfoques estratégicos como
en los centrados en soluciones, se desvirtúa a veces por un excesivo enfrascamiento
en el micromundo de las propias sesiones terapéuticas, por un posicionamiento
posmoderno y acaso esteticista que ha llevado a algunos autores a plantear que no
es necesario asignar tareas a los consultantes y que debería ser suficiente con solo
elogiarles tras una conversación productiva (Iveson, 2014). Nosotros entendemos
que este planteamiento se acerca demasiado a lo que podría describirse como una
posición de “diálogo por el diálogo”, y defendemos que cerrar una sesión sin ofre-
cer alguna sugerencia solo tiene sentido si en ese punto los consultantes no están
dispuestos a hacer tareas o si su disposición es tan grande, y el detalle de las accio-
nes descritas durante la sesión tan minucioso, que no es necesario proponerles nada
ya que de todos modos van a pasar a la acción. En este punto, nos gusta pensar
que la TCS funciona en muchos casos como una verdadera entrevista motivacional
y como un verdadero programa de activación conductual, en el que al fin y al cabo
se establecen metas concretas y específicas y se describen los pasos intermedios de
forma igualmente precisa. En este punto, la diferencia entre los planteamientos de
la TSB y los de la terapia de activación conductual estarían sobre todo en el estilo
terapéutico, y en que la posición de la TSB es como hemos visto más arriba “guiar
desde atrás”, procurando que el plan de acción lo formule el propio cliente.
Prólogo 21
En definitiva, estamos convencidos de que el diálogo entre la TSB y las terapias
de tercera generación puede darse en múltiples niveles y ofrecer frutos muy intere-
santes en esta segunda década del siglo XXI, de modo parecido a cómo el diálogo
entre los planteamientos sistémicos y los cognitivo-conductuales produjo los suyos
a finales del siglo XX. Confiamos en que estos párrafos hayan contribuido a abrir
algunas líneas de conversación y a generar interés y motivación por avanzar en ellas.
Dr. Mark Beyebach
Pamplona, España
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Prólogo 23
ADVERTENCIA AL LECTOR
ste libro nace a partir de talleres realizados por nosotros desde el año 2009, en
E los que mostramos diversas técnicas de terapia breve y su aplicación. Además,
nuestros alumnos en asignaturas de psicoterapia constantemente nos demandan
sistematizar los contenidos que trabajamos con ellos y que al parecer les han sido
útiles en la práctica clínica una vez titulados. En tales casos, las técnicas psicotera-
péuticas las contextualizamos en relación a sus fundamentos teóricos y epistemo-
lógicos, los que están ausentes en el presente libro. No podemos olvidar entonces
que estas técnicas tienen un marco desde el cual se pueden comprender y utilizar.
Acercarse a esos fundamentos nos lleva a sugerir la lectura del texto TERAPIA SISTÉ-
MICA BREVE. FUNDAMENTOS Y APLICACIONES publicado el año 2013 en editorial RIL y en el
que participamos como editor o autor de algunos capítulos. En el presente texto,
como en nuestras respectivas clases, no descansaremos en afirmar que las técnicas
son solo un ingrediente de todo proceso psicoterapéutico, claramente importante
aunque no exclusivo si lo que perseguimos es el cambio y el bienestar de nuestros
consultantes. Su relevancia relativa y la necesidad de enseñarlas en contextos pe-
dagógicos nos han incentivado a la hora de organizarlas, clasificarlas y explicar su
naturaleza, además de mostrar ejemplos de aplicación, aspectos que constituyen el
centro de este manual.
Por otro lado, invitamos al lector a no considerar las técnicas presentes en este
manual como el “modo correcto” de hacer psicoterapia o que están escritas sobre
tablas de la ley. Usted puede hacer con ellas lo que estime oportuno, en la medida
que sepa lo que está haciendo, conozca los fundamentos de lo que hace y esta ac-
ción coincida con lo que su consultante comprende o está dispuesto a hacer.
La presentación de un manual de técnicas tiene por lo tanto un fin más bien
didáctico y no prescriptivo, pues no podemos dejar de insistir que la flexibilidad de
nuestras acciones y la necesaria humildad para aceptar las sugerencias de nuestros
clientes son caminos que abren más posibilidades que la adscripción rígida a ciertas
instrucciones. Los mejores cocineros no son aquellos que siguen al pie de la letra un
recetario, sino quienes le agregan un toque distinto, personal, que hace del produc-
to logrado algo inigualable. No todas las empanadas saben igual.
Al respecto, coincidimos con las palabras vertidas por Bill O’Hanlon (2009) en su
capítulo del libro MANUAL DE TERAPIA BREVE SEXUAL:
“Habitualmente, en mi trabajo dejo que mis clientes me dirijan a mí. Yo tengo
algunas ideas sobre lo que puede hacerse, pero a mí me parece que las mejores
ideas las tienen los clientes o, por lo menos, ellos tienen las mejores respuestas a
las sugerencias, posibilidades o ideas que les ofrezco, y son estas las que me llevan
25
a seguir en la dirección que estemos tomando en ese momento o a cambiar por
completo el curso de la acción” (pp. 53-54).
El lenguaje empleado para referirnos tanto a quien se presenta a la consulta con
una demanda, como a la demanda misma, requiere también aclaración. Al tradicio-
nal nombre de paciente nos oponemos pues da una imagen de pasividad, que no es
lo que esperamos de quienes nos visitan; por el contrario, requerimos alguien acti-
vo, que bogue incluso con más fuerza que la que ponemos nosotros, los terapeutas.
Además, “paciente” es un vocablo más ligado al modelo biomédico, en el que las
personas que consultan deben ponerse en manos de una persona más experta que
ellos y que les dice lo que deben hacer o se lo hacen ellos sin más (como una ope-
ración). Tampoco hablaremos de “caso”, pues resulta algo impersonal, equivalente
a ponerles un número en la ficha y tratarlos de ahí en adelante con ese número.
Usaremos indistintamente, por lo tanto, las palabras “cliente” y “consultante”, y si
es posible el aún más afortunado “persona”.
Por otro lado, a la demanda del cliente le llamaremos “problema” aunque en-
fatizamos que no es el nombre que necesariamente usaremos ante el consultante.
A veces ellos nos presentan una “inquietud”, una “duda” o una “preocupación”
y llamar a eso “problema” es no respetar su lenguaje e imponerles una palabra
que en nuestra cultura tiene connotaciones más severas y preocupantes. Está de-
más decir que tampoco usaremos, a menos que sea imprescindible, las palabras
“trastorno”, “enfermedad” o “síntoma” para referirnos a las manifestaciones del
problema presentado o a las cualidades del consultante en su interacción con otros
o con nosotros.
Por último, si bien entendemos que existen terapeutas de distinto género, y
consultantes o clientes también diversos, y que el lenguaje tradicionalmente usado
para referirse a ambos tiene un sesgo masculino, no adscribiremos en ese manual
al lenguaje de género (por ejemplo, el/la) pues optamos por privilegiar la fluidez y
claridad de la lectura. Por tal motivo, usaremos indistintamente el masculino o el
femenino cuando corresponda, asumiendo que el lector sabrá adaptar el contenido
a su situación particular y perdonará nuestra opción lingüística.
Iniciamos este manual con dos capítulos introductorios. En el primero de ellos
presentamos los modelos que sirven de base para el desarrollo de las técnicas que
hemos seleccionado. El segundo aborda los factores de cambio, es decir, aque-
llas variables que influyen en el resultado exitoso de un proceso psicoterapéutico.
Luego, en tres capítulos diferenciados, plantearemos las técnicas que se utilizan en
el inicio de este proceso, en su parte central y en su finalización. Finalmente, agre-
gamos un capítulo que afronta las situaciones difíciles que un clínico puede afrontar
en su práctica profesional, entregando algunas sugerencias para resolverlas.
26
Capítulo 1
INTRODUCCIÓN:
CAMINOS HACIA LA SOLUCIÓN Y EL CAMBIO
27
aspectos esenciales de los modelos que sostienen las herramientas propuestas, des-
tacando cuatro distinciones: la concepción de los problemas, la naturaleza del cam-
bio, el rol de terapeuta y cliente y el papel del lenguaje.
Modelos estructuralistas
Estos modelos se basan en la distinción de que el fenómeno posee alguna forma de
estructura que da cuenta de la entidad, la que puede ser interna (individualizante)
o externa (sistémica). En la primera se hallan todos los modelos tradicionales: psico-
dinámico, cognitivo-conductual, humanista, por mencionar algunos. En la segunda,
se encuentran algunas formas de terapia familiar, como la terapia familiar estructu-
ral y la terapia estratégica del MRI, entre otras. Esta mirada proviene de la tradición
moderna, que entiende el lenguaje como una instancia que permite describir lo que
está allí o representar la naturaleza del fenómeno.
Modelos postestructuralistas
Estos modelos se comprenden dentro de un marco posmoderno y se vinculan con
el construccionismo social, es decir, derivan de un cuestionamiento sobre los funda-
mentos de la modernidad, y por ende, del establecimiento de verdades universales,
cobrando relevancia las visiones múltiples y las construcciones locales y contextuales.
Asimismo, el postestructuralismo adhiere a la metáfora narrativa y asume un enfoque
interpretativo, es decir, dicha posición hermenéutica propone que los significados se
establecen en colaboración, ya que nadie tiene un acceso privilegiado a la realidad.
El construccionismo social actualmente está muy bien representado por las ideas
de Kenneth Gergen. La postura construccionista se define bien desde ciertos su-
puestos, los que en síntesis indican que los significados y comprensiones lingüísticas
dependen del uso que se haga del lenguaje en la interacción, no habiendo cabida
a la objetividad o validez universal que cada objeto o fenómeno exija por sí mismo
(Gergen, 2009b). Hay una determinación cultural e histórica de los discursos.
Por lo tanto, Gergen cuestiona que el lenguaje pueda contener o transmitir la
verdad. Sugiere que las descripciones de los hechos surgen desde convenciones
estrecha relación con los significados, por lo cual este debe estar al servicio de la
neutralización de las acciones fallidas de gestión sobre el entorno. Este modelo, en
la medida que se adentra más en la importancia del lenguaje como constructor de
realidad, va adhiriendo a un constructivismo radical y a una cibernética de segundo
orden, alejándose de su posición estructuralista (Watzlawick, 1992a; Watzlawick,
1992b; Watzlawick, 2000; Watzlawick y Krieg, 2000).
TERAPIA NARRATIVA
La terapia narrativa (TN) de White y Epston viene a profundizar la posición postes-
tructuralista, ya que usa decididamente la metáfora narrativa. Las personas van
organizando su experiencia en secuencias lineales a través de relatos de sí mismos y
su entorno, permitiendo un sentido de continuidad temporal. Las narraciones equi-
valen a la experiencia de la persona, las que están en relación con relatos disponibles
en la sociedad y la cultura. Sin embargo, en este proceso de estructuración de la na-
rración, existirán otras experiencias que no serán incorporadas al relato dominante
que se ha creado respecto de sí mismo (White y Epston, 2008; White, 1994; White,
2002; White, 2007).
La TN opera a través de la deconstrucción del relato restrictivo (ver Deconstrucción,
p. 108), lo que requiere efectuar preguntas que discriminen tanto la influencia que
el problema ha tenido en su vida, como también el modo cómo la persona ha in-
fluido en la vida del problema, es decir, las veces que el problema no ha logrado
afectar su bienestar (White y Epston, 2008), acción que implica separar el problema
de la identidad personal, proceso denominado externalización (ver Externalización,
p. 102). Estas preguntas de influencia relativa constituyen, según nuestro marco
de análisis, los ISF y los ISE, respectivamente. La conversación estructurada de este
modo hace que el relato se amplíe progresivamente, se reescriba la trama y la confi-
guración de las experiencias varía en un sentido liberador, dando mayores opciones
TERAPIA DIALÓGICO-COLABORATIVA
Esta exposición sería insuficiente si no hiciéramos mención al modelo de sistemas
de lenguaje en colaboración desarrollado por Anderson y Goolishian (Anderson,
1999), cuyo modelo y práctica entiende la terapia como una elaboración conver-
sacional. No será un modelo a desarrollar en cuanto a técnicas en este manual, ya
que su autora se opone, por su acento marcadamente posmoderno, al uso de una
técnica, sin embargo, optamos por incluirlo ya que junto con la TN y la TBCS cons-
tituyen en conjunto terapias posestructuralistas (Tarragona, 2013), lo cual permite
entregar algunas reflexiones más sobre la importancia del lenguaje y sentar algunas
ideas para el próximo capítulo.
La terapia dialógico-colaborativa (TDC) también puede ser entendida en el mar-
co de los ISF e ISE, ya que el relato monológico equivale o sostiene los intentos falli-
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Modelos y técnicas
Los modelos y técnicas también pueden ser incluidos en los factores comunes, al
menos bajo ciertas consideraciones. Según Hubble y cols. (1999), las técnicas y
modelos hacen posible el desarrollo de formas de interacción que consideren los
aportes de los otros factores comunes, por ejemplo, pueden potenciar la esperanza
y mejorar la alianza, como también permiten considerar aportes de la vida del suje-
to. Cuanto más dichas actividades y conversaciones focalizadas se vinculen con la
visión de mundo o teoría del cambio del cliente, con sus preferencias y expectativas,
tanto mejor. En ese sentido la anuencia del cliente con los procedimientos ofrecidos,
frutos de un trabajo de alianza y colaboración, que van en correspondencia con los
objetivos deseados, permite el uso de los factores de cambio.
Parece pertinente, según estos mismos autores, orientarse hacia la novedad, es
decir, en lugar de insistir en el uso reiterado de algunos recursos, proponen efectuar
variaciones, de tal modo de sumar nuevas formas de mirar el problema o de enfren-
tar la situación. Se trata de tener una caja con muchos recursos.
ca, irreductible a un modelo, anclada a un modo de ser en terapia que reviste toda la
naturalidad de un encuentro entre personas. Cuando este terapeuta “maduro” ope-
ra desde su mente consciente y su mente inconsciente en el devenir conversacional,
muy probablemente en una primera entrevista co-construirá la percepción de que el
problema es comprensible y solucionable, después de todo algo humano que requie-
re tiempo para una transformación inevitable. Se co-construye una “comprensión
para la acción” que reviste de esperanza la continuidad de la vida del sujeto.
Los aportes de este manual son semillas que germinarán en esa matriz de diálogo
entre terapeuta y cliente, adquiriendo una sustancia propia, concreta y vivencial, que
va otorgando la práctica regular y cotidiana, impidiendo que estas líneas solo sean
letra muerta y fría. Como ya señalamos, la madurez y maestría en este oficio se da
solo desde una práctica constante, por lo cual esperamos que estos modelos no sean
para el lector un “hablar acerca de”, sino un “un hablar desde”, es decir, no “un
saber de clínica”, sino “un hacer clínica”. La tarea es ardua, pero fascinante.
Bibliografía
PRIMERA FASE
SEGUNDA FASE
Co-construcción de
Motivo de consulta Exploración
objetivos
TERCERA FASE
47
• Encuadre inicial: se da la bienvenida al cliente, se presenta el terapeuta, se plan-
tean reglas mínimas de interacción, como la duración de la primera sesión, la
confidencialidad y otra información que por razones éticas es necesario que se
señale desde el principio (Ej.: si va a ser grabada).
• Fase social: su finalidad principal es conocer al cliente, su mundo, su lenguaje,
sus intereses, sus redes de apoyo. Cumple además otros fines nada desprecia-
bles, como bajar la ansiedad del cliente y cimentar las bases de la relación tera-
péutica.
• Motivo de consulta: se indaga expresamente (si esto no ha salido ya en forma
espontánea en la fase social) sobre las razones que tuvo para asistir a la terapia.
Para algunos modelos esto corresponde a la queja, ya que se hace una distin-
ción respecto del motivo de consulta. La queja es el relato inicial, por ejemplo,
“me siento estancado, como bloqueado, de hecho no quiero hacer nada, duer-
mo mal…”. Cualquier indagación que se haga y que defina un problema co-
rresponde al motivo de consulta, que desde esta mirada tiene que ser necesaria-
mente co-construido. En el punto siguiente se aprecia mejor esta idea.
• Exploración del motivo de consulta: se explora en extenso sobre las distintas cir-
cunstancias relacionadas con el problema. Es la etapa más larga y en muchas
ocasiones se extiende por más de una sesión. Finaliza cuando el/la terapeuta lo-
gra comprender qué es lo que le sucede al cliente y el cliente logra sentir que el
terapeuta lo ha comprendido o al menos se esfuerza activamente porque esto
suceda. Surge como una co-construcción del trabajo entre terapeuta y cliente, y
se establece como una definición conjunta y acotada de lo que sucede, que ob-
viamente se centrará más en su naturaleza cibernética o recursiva cuanto mayor
sea el enfoque de tipo estratégico utilizado.
• Co-construcción de objetivos: antes de continuar con el proceso psicoterapéuti-
co, es necesario acordar los objetivos que se pretenden lograr. Aquí es necesario
conocer las expectativas del cliente, los parámetros o indicadores que le permiti-
rán saber si logró o no lo que quería y el terapeuta debe ayudar a que estos ob-
jetivos sean formulados en una forma que se puedan alcanzar.
• Mensaje final: hacemos un resumen de lo conversado y acordado en la sesión;
rescatamos los recursos del cliente, y aportamos alguna explicación tentativa
que le ayude a reencuadrar su problema desde una mirada que movilice el cam-
bio. Este mensaje o devolución también podría ir antes de la co-construcción de
objetivos, normalmente cuando se ha definido el problema.
• Prescripción de una tarea: aunque no es imprescindible asignar una tarea tras
finalizar el primer encuentro con el cliente, muchas veces quedamos con lagu-
nas de información que necesitan ser llenados (para lo cual generalmente pe-
dimos una tarea de observación y/o registro) o se nos ocurre una acción que
podría alterar la pauta del problema.
Primera impresión
Muchos psicólogos sociales hablan de la importancia de las primeras impresiones
en la interacción humana. Una de las conclusiones más importantes de las investi-
gaciones es que estas impresiones, una vez formadas, son difíciles de modificar. Si
nos presentan a alguien y sentimos que esa persona es demasiado condescendien-
te con los demás, probablemente interpretemos de ahí en adelante sus opiniones
como intentos de agradar a la audiencia aunque la persona esté claramente en una
posición de minoría.
El primer encuentro entre terapeuta y consultante es por tanto el momento
en el que se van a formar las primeras actitudes mutuas, ya sea de rechazo o de
aceptación, sentirse escuchado o perdiendo el tiempo, resistente o colaborador.
Esto nos obliga a nosotros, los terapeutas, a no dejarnos engañar por esa pequeña
muestra no representativa del comportamiento de una persona en sus primeros
minutos frente a nosotros, muy influido quizás por sus temores, ansiedades, expec-
tativas, estereotipos y quizás cargando una dificultad que le resulta difícil expresar
en palabras o compartirla con alguien que no sabe si lo va a entender o no. Por
otro lado, también nos obliga a hacer los máximos esfuerzos por co-crear un clima
colaborativo, en el que se logre el vínculo necesario y suficiente para mantenerse
unidos trabajando por un objetivo común, a pesar de los obstáculos que de seguro
irán apareciendo en este pedregoso camino de la psicoterapia.
Mark Beyebach (2006) señala en ese libro fundamental llamado 24 IDEAS PARA UNA
que nuestra atención debe estar puesta en formar una relación pro-
PSICOTERAPIA BREVE
picia desde el primer contacto con el consultante, ya sea vía telefónica o cara a cara.
contacto con su terapeuta cuando este lo llama para asignarle una hora, suge-
rimos al clínico llamar a la persona en cuanto los datos lleguen a sus manos.
Y si no puede asignarle aún una hora de atención debido a la alta demanda,
quizás una frase como “lo llamo para decirle que su ficha ya llegó a mis ma-
nos; en estos momentos no puedo asignarle una hora pues no queda ninguna
disponible, pero en dos semanas más lo vuelvo a llamar para coordinar una
cita”, puede generar un alivio que eventualmente facilitará un clima agradable
cuando se realice la primera sesión y en ocasiones da inicio a pequeños cambios
que sumados pueden hacer una importante diferencia respecto a su demanda
al momento de solicitar atención. Estos efectos positivos de la llamada inicial
serán abordados más adelante en este mismo capítulo, cuando hablemos de los
Cambios pretratamiento (p. 69).
1
Si no lo conocen, aquí va: “Un día apareció en el patio de la granja en la que yo vivía un caballo extraviado. Nadie sabía su procedencia y no
tenía ninguna marca que lo identificase. No era cuestión de quedarse con él, porque era evidente que pertenecía a alguien. Mi padre decidió
devolverlo. Se montó en el caballo, lo llevó a la carretera y simplemente dejó que el instinto del caballo le condujese al dueño. Solo intervenía
cuando el caballo abandonaba el camino y se detenía a comer o se metía en uno de los campos colindantes. Cuando lo hacía, mi padre lo
obligaba a volver a la carretera. De esta manera, el caballo no tardó mucho en llegar a casa del dueño. Este se sorprendió al ver al caballo y le
preguntó a mi padre cómo se las había arreglado para averiguar quién era el dueño. Mi padre respondió: ‘¡Yo no sabía quién era el dueño, pero
el caballo sí! Todo lo que hice fue mantenerlo en la carretera’”.
2
Nunca olvidaremos la pregunta “¿a qué edad le sacaron los pañales?” de un psicólogo en formación a un cliente físicamente sano de 40
años que consultaba por un problema de pareja, simplemente porque esa pregunta estaba anotada en una ficha que debía llenar.
FASE SOCIAL
Mark Beyebach (2006) llama “fase social” a lo que Marcelo Ceberio (Watzlawick
& Ceberio, 2008) denomina “caldeamiento” o joining. Ambos se refieren a una
etapa inicial en la conversación terapéutica en la que se desarrolla un diálogo más
distendido, sobre aspectos generales de la vida del cliente y en forma (al menos
aparente) carente de estructura. En general se busca conversar sobre aspectos que
no sean amenazantes para el cliente, de modo de contribuir a su comodidad y a su
disposición para conversar más adelante sobre temas más íntimos o preocupantes.
Es importante indagar en esta fase sobre su trabajo, sus estudios, sus gustos y afi-
ciones, su familia, pareja y redes sociales, pues estos elementos constituyen recursos
y herramientas con las que el cliente cuenta y que podrían serle útiles para enfrentar
el problema que lleva a terapia.
Además de conocer al cliente, disminuir su ansiedad y aumentar su disposición
a la colaboración, la fase social también es útil como maniobra de supervivencia en
el caso que el cliente llegue con poca disposición al diálogo terapéutico, lo que es
común en niños y adolescentes derivados, en cualquier fase de la terapia. En tales
casos, hablar de su programa favorito, el juego de video que se le da más fácil o
cualquier otro tema que sea de su interés puede favorecer la disposición a continuar
la conversación sobre temas más personales. No es necesario que el terapeuta sea
un experto en estos temas laterales para entrar a una conversación social fluida,
también puede hacerlo desde una posición de curiosidad, de querer saber, frente a
lo cual los niños y adolescentes muchas veces asumen un rol más activo y con más
poder para mostrarle al terapeuta sus habilidades y conocimientos en dichos temas.
Cabe destacar que no todos los referentes clínicos en terapia breve sugieren
explícitamente realizar esta fase social, en el MRI por ejemplo, se va directamente
al problema; de hecho, uno de nosotros (Hardy Schaefer) en su formación en dicho
centro observó cómo el Dr. Fisch preguntaba al inicio lisa y llanamente “¿cuál es el
problema?”.
de lo que hacen y otros no, por lo tanto, un terapeuta no directivo es aquel que
no sabe lo que hace. Por tal motivo, sus preguntas buscan generar un efecto en
dirección al cambio, ya sea sugiriendo nuevas formas de entender la situación (re-
encuadre) o nuevas formas de actuar frente al mismo (prescripciones). Ejemplos
serían: “¿Qué cree usted que sucedería si en lugar de levantarle la voz a su hija
cuando ella lo desafía, se acerca y le da un abrazo?”, “¿y si usted se enterara que
la razón por la que ella le discute tanto es porque usted le interesa, qué cambiaría
en la relación?”, “¿preferiría escribirle una carta esta noche al llegar a su casa o
le gustaría esperar una semana más?”.
Preguntas reflexivas. Al igual que las preguntas estratégicas, las reflexivas tienen
la clara intención de movilizar al cliente hacia el cambio. Sin embargo, a diferencia
de las anteriores, el terapeuta asume que las exploraciones y decisiones tienen
que venir desde el cliente, por lo que las preguntas tienen más bien la finalidad
de generar una reflexión que le permita encontrar sus propias soluciones. Son
preguntas muy ligadas a las terapias centrada en la solución y narrativa. Ejemplos
de ellas serían: “¿Cuándo llegas a tu casa, quién de tus hijos es el primero en obe-
decer tu orden de hacer los deberes y cómo logras que él te obedezca?”, “Si qui-
sieras convencer a tu esposo de que realmente te preocupas por él, ¿cómo harías
para demostrárselo?”. También son preguntas reflexivas aquellas que exploran
excepciones, que se orientan al futuro y las preguntas de escala, las que se trata-
rán más adelante en Excepciones al problema (p. 67); Preguntas de proyección al
futuro (p. 72); y Preguntas de escala (p. 75).
Preguntas de clarificación
También son útiles en esta fase aquellas preguntas destinadas a clarificar signifi-
cados que pueden llevar a cierta ambigüedad y, por ende, a cometer errores en
la dirección de la terapia. Por ejemplo, cuando un adolescente consulta porque
se siente “inseguro en la vida” podemos suponer que aún no ha logrado claridad
respecto a su identidad sexual, aunque también puede tratarse de una dificultad
para relacionarse socialmente con sus pares, incluso puede ser que le está cos-
tando mucho tomar una decisión importante, como vivir solo o continuar con
sus padres. ¿Cómo sabremos entonces a qué se refiere? Pues preguntando. Por
ejemplo, si alguien consulta porque se siente nervioso, podemos intentar clarificar
contrapreguntando:
• ¿A qué te refieres con “nervioso”?
• ¿Me puedes dar un ejemplo de una situación en la que te hayas puesto ner-
vioso?
• Si yo te estuviera observando a través de un vidrio, ¿qué vería que estás hacien-
do y cómo sabría que estás nervioso?
Ejemplo
Recibí a una mujer joven, estudiante universitaria, que consultaba por fre-
cuentes discusiones con su pareja, con quien vivía en el mismo departamento.
Indagué sobre las circunstancias de dichas discusiones, la pauta de dicha inte-
racción, las posibles soluciones para que las discusiones cesaran, opté por una
postura positiva de buscar construir un futuro sin discusiones, y cuando terminó
la indagación, casi al final de la sesión y bastante satisfecho de mí mismo y de
mi habilidad para construir posibilidades, la consultante replicó, “pero es que
no he venido a que me ayude a manejar las discusiones, vengo porque quiero
terminar la relación y no sé cómo hacerlo sin producirle daño”. En suma, mejor
preguntar directamente qué es lo que desea el cliente. F.G.
Construcción de
objetivos
Ejemplo
Recibimos a una consultante con muchos problemas: fumaba compulsivamen-
te, arrastraba un insomnio desde hacía varios días, andaba irritable e hiper-
sensible, tenía problemas de convivencia con la hija, entre otras dificultades.
Abrumarse con todos esos problemas tal como lo hacía la consultante no iba a
ayudar al terapeuta, debía por lo tanto jerarquizar. Se le propuso trabajar en pri-
mer lugar el insomnio, que era una preocupación relevante para ella y algo que
el/la terapeuta consideraba que podía trabajar con su nivel de experiencia. Una
vez regulado su sueño, bajó significativamente su consumo de tabaco, pues ya
no estaba tan ansiosa; tampoco estaba tan irritable e hipersensible y por lo mis-
mo, tenía menos problemas relacionales y discutía menos con su hija. En otras
palabras, con un pequeño cambio en un aspecto del problema, se generaron
cambios en otros elementos que permitieron que la intervención se abreviara al
cumplirse las metas planteadas por la consultante. F.G.
Por último, cabe destacar que la construcción de los objetivos como la defini-
ción previa del problema requiere la existencia de un sujeto motivado al cambio.
Recordando las fases del cambio, cuando los clientes se encuentran en fase precon-
templativa y contemplativa resultará infructuoso hacer esfuerzos para ambas tareas,
ya que aún no hay consultante. Recuerde que en algunos casos, particularmente
en cierto tipo de problemáticas, resultará necesario efectuar un pretratamiento que
trabaje con los aspectos motivacionales a través de la entrevista motivacional. Esto
será tratado más adelante.
EXCEPCIONES AL PROBLEMA
El equipo de Steve de Shazer e Insoo Kim Berg en Milwaukee denominó excep-
ciones a las acciones y circunstancias en las que la queja y/o sus consecuencias se
atenúan o, sencillamente, no ocurren. Un principio de la TBCS es que el cambio es
inevitable. Asumiendo el precepto de Heráclito de que no es posible bañarse dos
veces en el mismo río, sostenemos que el universo está en constante cambio, y no-
sotros, los seres humanos, parte del universo al fin y al cabo, también cambiamos
permanentemente. Ya lo decía Pablo Neruda con su famoso verso: “nosotros, los de
entonces, ya no somos los mismos”. En palabras más clínicas, alguien que se pre-
senta en terapia señalando que es “depresiva” probablemente en su vida ha tenido
episodios en el que esta depresión no se presentó o simplemente se olvidó de ella.
El problema radica en que las personas, cuando llegan a consulta, se encuentran tan
sumidas en sus dificultades que no son capaces de ver y centrarse espontáneamente
en esas circunstancias excepcionales que podrían eventualmente entregarle algunas
herramientas, ideas y soluciones para superar sus problemas.
Por tal motivo, es tarea del terapeuta promover el tema de las excepciones du-
rante la conversación terapéutica. Indagar en ellas consiste, por tanto, en intere-
sarse por los comportamientos que el cliente y/o sus familiares hacen o hicieron en
alguna ocasión y que logran o lograron resolver el problema o, al menos, encaminar
la situación hacia un abordaje más eficaz.
Dentro de las excepciones encontramos distintos tipos:
• Aquellas que ya se producían antes de iniciar la terapia ("excepciones" propia-
mente tal). Por ejemplo, el cliente con depresión indica que la semana pasada se
sintió muy animado tras recibir la visita de un amigo de la infancia.
• Aquellas que se producen entre el momento de concertar la entrevista y el mo-
mento en que la entrevista tiene lugar. Estos son los “cambios pretratamiento”.
Un ejemplo es el matrimonio que discute tanto que decide pedir ayuda a un te-
rapeuta de pareja. Desde el momento que se les asigna una hora, las discusio-
nes cesan.
• Aquellas que aparecen una vez iniciado el proceso terapéutico. A estas excepcio-
nes podemos llamarlas también “avances” o “cambios terapéuticos”. Por ejem-
plo, el cliente informa que desde la última sesión se ha sentido más animado y
que esto le ha permitido retomar algunas actividades laborales.
• Atribuir control: una vez ampliada una excepción, es necesario que el cliente
sea capaz de reconocer su contribución para que esa excepción haya ocurrido.
La excepción debe ser considerada por el cliente como algo deliberado e identi-
ficar qué cosas hizo que posibilitaron que la excepción tuviera lugar: ¿cómo se
te ocurrió hacer/decir/pensar eso?, ¿cómo conseguiste mantenerte tantos días
sin fumar?, ¿cómo lo hiciste para apoyar la idea de tu hija y sumarte a su inicia-
tiva?, ¿cómo lo hiciste para aprovechar ese encuentro casual con tu amigo y dis-
traerte con él?
• Vincular: el clínico debe hacer el esfuerzo por relacionar la excepción con la pro-
blemática actual del cliente, a fin de que aporte al cambio que este busca en la
terapia. Para ello es factible preguntar: “De todas estas cosas que me has con-
tado, ¿cuál es factible seguir haciéndola?, ¿cuál de ellas crees que puede ser un
indicador de que vamos por buen camino si se repitiera?”. “¿Qué dice dicha ex-
cepción acerca de ti misma?”. “Viendo que fuiste capaz de hacer esas cosas,
¿qué otras cosas te sientes capaz de hacer?”. “¿Qué tiene que pasar para que
esto suceda más a menudo?”.
Cambios pretratamiento
Otro tipo particular de excepciones, que ya habíamos presentado en algunos párra-
fos atrás, son los cambios pretratamiento. Estos cambios se refieren a los momentos
en los que, en los días o semanas previos a la consulta, el cliente ha manejado mejor
• ¿Si ya no discutían tanto, entonces que hacían en lugar de discutir, de qué co-
sas conversaban?
• ¿Esas cosas que ocurrieron son el tipo de cosas que le gustarían que ocurrieran
al finalizar la terapia?
• ¿Cuál de estas cosas que ocurrieron podrían seguir ocurriendo?
• ¿Qué tiene que pasar para que estas cosas sucedan más a menudo?
Ejemplo
Una consultante joven llega a terapia debido a que ha pasado en los últimos
años por períodos de mucha tristeza y angustia, sin claridad respecto a qué se
deben tales estados. Sin embargo, señala que después de pedir hora se sintió
con las “pilas puestas”. Cuando dice esto, la miro con interés, me inclino hacia
adelante y le pregunto:
F: ¿Y qué fuiste capaz de hacer con las “pilas puestas”?
C: Compré una agenda en la que anoto todo, así me planifico en lo que tengo que
hacer.
F: ¿Y qué significa planificar para ti?
C: Siento que vuelvo a ser yo, me gusta ordenar todo, cuando me desanimo
dejo de hacerlo.
F: ¿Y qué más hiciste con las pilas puestas?
C: En esta semana decidí mi tema de tesis, lo tenía postergado. Igual debo es-
perar qué me dice mi profesor, pero al menos sé qué me motiva hacer.
F: (asiento con la cabeza).
C: También he estado más atenta con mi hermano, me he preocupado más de
él, y el fin de semana salí con amigos que había estado evitando, porque no
tenía ánimo de ver a nadie.
F: ¿Estas cosas que me mencionas son el tipo de cosas que te gustaría que si-
gan sucediendo cuando termine la terapia?
C: Sí, claro que sí, pero me gustaría que esas cosas se mantengan.
F: ¿Y qué dicen acerca de ti estas cosas que empezaron a ocurrir?
C: Demuestran que soy proactiva, que estoy dispuesta a hacer cosas para sentirme
mejor.
F: Excelente, y fíjate que además de mostrar que eres una persona que no se
deja derrotar fácilmente, estos cambios también demuestran que lo que es-
peras de la terapia son cosas que son perfectamente factibles de alcanzar,
de hecho ya están sucediendo, solo nos queda ver qué hacer para mante-
nerlos. F.G.
La bola de cristal
La técnica de la bola de cristal es la denominación que de Shazer (1991) hizo de
la “pseudoorientación en el tiempo” de Erickson. Este último, usando la hipnosis,
ayudaba a las personas a crear una sensación de distorsión temporal, de forma que
podían ir con facilidad adelante y atrás en su propia historia. Una vez que domina-
ban la distorsión temporal, les dirigía hacia el futuro, cuando su problema estuviera
resuelto, y les pedía que imaginaran un encuentro con sí mismos en ese futuro
imaginario, en el que le contaran cómo habían resuelto sus dificultades. Una vez
que le habían descrito la escena, les hacía olvidar esta experiencia por medio de la
amnesia y los mandaba a casa. Tras cierto tiempo, informaban por lo general haber
resuelto sus quejas.
En rigor, la pregunta de la bola de cristal (y cualquiera de sus variaciones) debiese
orientar al consultante a un futuro próximo o distante, y ser capaz de describir en de-
talle qué estaría haciendo, con quién estaría, cómo se daría cuenta que el problema ya
no existe y qué sería capaz de hacer entonces que hoy se le hace más difícil. Además,
y tan importante como lo expuesto, el clínico debe preguntar al consultante cómo fue
capaz de alcanzar ese futuro sin el problema, qué tuvo que hacer, que acciones tuvo
que realizar, qué decisiones tuvo que tomar, con qué personas pudo contar, que le
permitieron alcanzar ese futuro sin el problema. En una sesión más hipnótica puede
pedírsele al cliente que su sí-mismo del futuro hable con su sí-mismo del presente y le
cuente qué tuvo que hacer para alcanzar ese futuro (ver Figura 3-6).
Imagina
que tienes
frente a ti una bola
de cristal, y en esa bola
mágica eres capaz de
verte en un tiempo más
sin el problema
3
Mark expone en sus cursos y talleres que las clásicas formulaciones de las preguntas del milagro, de escala y de las excepciones se suelen
confundir con las técnicas pero no son las técnicas en sí, sino más bien el inicio de las respectivas conversaciones que finalmente permitirán
vislumbrar nuevas posibilidades ante los problemas planteados por los consultantes. El problema radica en que algunos terapeutas noveles
formulan solo la primera pregunta y luego cambian el foco de la conversación, sin aprovechar la conversación para profundizar en las soluciones.
… en forma vaga: “me sentiría mejor de ¿En qué va a notar que…? ¿Cuál sería la primera cosa
ánimo” que…?
… en términos de cambio en otras personas: ¿Cómo va a reaccionar usted cuando él…? ¿Cómo va a
“mi esposo estaría más cariñoso” responder él cuando usted…?
Si se agota un tema: “creo que eso sería todo ¿Qué otra cosa cree usted que va a cambiar?
si ocurriera un milagro”.
PREGUNTAS DE ESCALA
La pregunta de escala es una técnica característica de la TBCS (de Shazer, 1999) que
consiste en proponer al cliente que se ubique él, su problema o su avance en una
escala numerada. Su ventaja radica en que prácticamente todas las personas, con
independencia de su edad, nivel socioeconómico y habilidades de expresión oral,
entienden el lenguaje básico de los números, que indican simplemente que el 2 es
más que el 1 y el 9 es menos que un 10. De ese modo, se da cabida a la subjetividad
del cliente, que sabe muy bien aunque nosotros no lo tengamos tan claro, cómo
es sentirse en un nivel 5 y qué significaría para él subir a un nivel 6. Además, por
su misma naturaleza, es posible usar la pregunta de escala en niños, a veces reem-
plazando los números con caritas en distinto grado de felicidad o tristeza, como
aquellas escalas que se usan para medir el dolor en niños (Figura 3-7).
Cabe destacar que esta técnica no es exclusiva de los modelos sistémicos breves,
ya que ha sido ampliamente utilizada en los enfoques cognitivo-conductuales y en
la medicina en general, ya que encuentra una gran correspondencia con las deno-
minadas “escalas visuales análogas”. Lo interesante y novedoso en este modelo no
es su correspondencia válida y confiable con la medición del fenómeno o conducta,
sino como una instancia que permite una conversación diferente y centrada en las
soluciones.
0 2 4 6 8 10
Figura 3-7. Pregunta de escala para niños.
Una vez conseguida la respuesta, al igual como ocurre con la pregunta del mi-
lagro, es posible iniciar una conversación en la que se profundice en sus respues-
tas, intentando visualizar objetivos, concretar soluciones y amplificar recursos. Por
ejemplo, en una escala en la que 1 es el peor momento y 10 es el mejor, si el
cliente responde “un 3”, en lugar de decaer por la baja puntuación o deprimir-
se por todo el camino que les espera para recorrer, un terapeuta adiestrado en
soluciones ve el vaso medio lleno y preguntará: “¿y por qué en un 3 y no en un
2 o un 1?”, lo que obliga al cliente a responder por qué no se encuentra peor y
por lo tanto vislumbrar excepciones o recursos que podrían ser útiles para seguir
avanzando en la escala.
Para construir ahora objetivos a corto plazo o cambios mínimos es posible pre-
guntar lo siguiente: “usted me dice que está en un 3 y que le gustaría llegar a un
8… considerando que cualquier cambio es un proceso que ocurre paso a paso, y
entre un 3 y un 8 hay 5 pasos, ¿cómo se daría usted cuenta que avanzó un peque-
ño paso hacia su meta, es decir, que ya está en un 4?, ¿cuál sería la primera señal
que ya está en un 4?”, para rematar con: “¿qué tendría que hacer usted para dar
ese pequeño paso y avanzar hasta un 4?”. Si bien esta última pregunta parece muy
apropiada, es también más arriesgada en una persona en la que aún no se han ex-
plorado soluciones pues se corre el riesgo que el cliente diga “no sé, por eso estoy
aquí”. De ahí la advertencia de no formular esa última pregunta si ven al cliente
demasiado pesimista o con una agencia personal o autoeficacia socavada por malas
experiencias anteriores.
Como siempre, no nos faltará el consultante que simple y llanamente nos res-
ponde que está en el nivel más bajo posible (“¿el 1 es lo peor?, entonces estoy
en un 1”), impidiéndonos encontrar recursos y excepciones frente a su respuesta,
aunque no nos impedirá construir objetivos y pasos pequeños de avance; además,
viéndolo con ojos optimistas, ya que tocamos fondo solo nos queda subir. Aun así,
es posible preguntar: “¿cómo lo ha hecho para soportar estar en nivel 1?”, con lo
que es posible que de todos modos salgan algunos recursos relacionados a la resis-
tencia, la valentía o la fortaleza.
Evaluar el estado actual ¿En qué número se encuentra ahora?, ¿en qué número ha
estado en esta última semana?
Reconocer recursos y excepciones ¿Por qué en un 3 y no menos?, ¿cómo lo hizo para subir
de 1 a 3? ¿Cuál es el momento en que se ha sentido más
alto en esta escala?, ¿qué sucedió en ese momento?
Elaborar pequeños objetivos (cambios Considerando que hay que avanzar paso a paso, ¿cómo
mínimos) se daría cuenta que ha avanzado a un 4?, ¿qué cosas
caben en ese 4?
Explorar soluciones ¿Qué podría hacer para avanzar de un 3 a un 4?, ¿de las
cosas que está haciendo ahora, cuál le serviría para subir
a un 4?, ¿qué necesitas hacer para acercarte a un 10?
cualidad interna del cliente, lo que ayuda a que este sea capaz de reconocer y po-
nerle un nombre a sus fortalezas.
El elogio también puede ser entregado en forma indirecta, simplemente resaltan-
do partes del discurso del cliente, subrayándolo como se subrayan también las excep-
ciones (con las que el elogio guarda obvias conexiones). Esto es más recomendable
frente a clientes que se cohíben con un reconocimiento demasiado rotundo, lo que
es comprensible en culturas en las que se valora la humildad o en personas que no
tienen la costumbre de escuchar alabanzas sobre sí mismos. Un ejemplo lo expresa
Jorge Ayala (2013) en donde describe que Insoo Kim Berg, cuando elogiaba, “usaba
su cuerpo, se inclinaba hacia atrás o hacia delante, abriendo más los ojos al afirmar
la expresión. Otras veces colocaba su mano en la barbilla, en silencio, dejando que
la otra persona sepa que se había quedado absorta con lo que había escuchado”. El
mismo Ayala, menciona que ante un comentario de su clienta en una intervención
por problemas de pareja, expresó “¿Te dijiste hoy tiene que ser diferente a los otros
días? ¡Wow, eso me sorprende!”. Como ven, en el elogio indirecto es uno el que se
“sorprende”, o le “llama la atención” algo que ha dicho o hecho el cliente, en lugar
de atribuir directamente al cliente una cualidad positiva derivada de lo que ha relata-
do. Incluso, se le puede simplemente pedir que dé más detalles de algo que acaba de
contar y con ello ya transmite la idea de que ha dicho algo importante: “me comenta
que esta mañana se atrevió a hablar a su jefe; por favor, cuénteme más acerca de eso
y de cómo lo logró”. Esto demuestra la fuerte vinculación de la exploración de las
excepciones con el elogio terapéutico (Figura 3-8).
Un comentario común en personas que están recién sumergiéndose en la te-
rapia sistémica breve, es establecer una similitud entre el refuerzo conductual y el
elogio terapéutico, manifestando que son prácticamente sinónimos. En rigor, lo
único común es que ambos, el refuerzo y el elogio, son cosas que dice uno al otro
y parecen generar cambios en el segundo. Sin embargo, el refuerzo conductual
tiene como función modificar una conducta por medio del control ejercido exter-
Elogio
Directo
Indirecto
“¡Wow!, su capacidad
“Me llama la atención
de deducción habla
cómo fue capaz de lle-
muy bien de su inteli-
gar a esa conclusión”
gencia”
4
Los estudios experimentales sobre sesgo atencional realizados por Almudena Duque, de la Universidad Complutense de Madrid, muestran que
las personas depresivas tienden a focalizarse espontáneamente más en rostros que expresan emociones negativas que aquellas personas que
no son depresivas (Duque y Vázquez, 2015). Una implicación alarmista de esta constatación es que nuestra hiperformación en psicopatología
parece estar generando “terapeutas depresivos”, que solo se enfocan en síntomas de desórdenes y no en habilidades dignas de elogio. Por
otro lado, sus estudios sobre modificación de sesgo atencional hipotetizan que cuando la persona logre enfocarse en rostros que transmiten
emociones positivas, también se reducirían los síntomas depresivos y favorecería la autorregulación emocional. De comprobarse esta asociación,
esta parece ser una ventaja digna de destacar para los terapeutas que optan por un enfoque centrado en la solución o narrativo en lugar de
modelos patologizantes o centrados en el problema.
Mensaje final
Ejemplo
Le dije al finalizar la sesión que le agradecía por haberme contado sus historias
de abuso cuando niña y en sus relaciones de pareja, pues entendía que no eran
vivencias fáciles de compartir. Cuando nos suceden hechos que no podemos
comprender se nos hace aún más difícil transmitirlos a otros, y además nos dan
vueltas una y otra vez en la cabeza como si hiciéramos un esfuerzo por encon-
trarle la lógica a algo que no la tiene. Por eso, muchas veces, con la finalidad
de protegernos frente a algo que sentimos que no somos capaces de entender
y resolver, hacemos cosas como las que usted me ha contado, como ocultar
lo que le ocurrió, decir cosas graciosas para que nadie notara como se sentía
y evitar los conflictos con otras personas, todo eso era necesario para tomar
distancia hasta que se sintiera preparada para enfrentar lo que vivió. Asimismo,
para que su experiencia no le ocurriera a otros, desarrolló un fuerte interés por
proteger a otras personas, como a su hermana menor a quien cuidó para que
no le pasara lo mismo o a los niños vulnerados a los que ayuda gracias a su
profesión de trabajadora social. Ahora, al parecer usted está ya preparada para
enfrentar esta experiencia y empezar a construir un futuro distinto, ha pedido
una hora para hablar conmigo, se ha dado permiso para llorar y para conversar
de lo que vivió, ahora al parecer esa habilidad que desarrolló para ayudar a los
demás la puede utilizar para ayudarse a sí misma. F.G.
85
REENCUADRES
Desde una postura constructivista, los significados determinan no solo lo que pen-
samos sino también lo que decimos o hacemos. Cade y O'Hanlon (1995) denomi-
nan reencuadre “al proceso por medio del cual el terapeuta proporciona o alienta
el desarrollo de un marco o significado nuevo o alternativo para una situación, de
modo directo o indirecto” (p. 128). La palabra “reencuadre” es una traducción del
reframing anglosajón, un término que también se usa en la fotografía para aludir
a los cambios en el color, luminosidad o contraste que se pueden hacer en una
imagen.
El reencuadre, por lo tanto, implica transformar la visión que la persona tiene
de su problema para promover una perspectiva diferente. Cuando el reencuadre es
eficaz, cambian no solo las percepciones sino también las conductas, promoviendo
lo que Watzlawick y cols. (1995) denominan “cambio 2”. Para estos autores, el
cambio 1 es aquel que ocurre dentro del sistema, pero que no logra modificarlo,
persistiendo la dificultad. Está por lo tanto relacionado con los intentos de solución
fallidos que el consultante ha realizado para resolver su dificultad y que finalmen-
te lo que hacen es mantenerlo. Dentro de esas soluciones fallidas se cuentan sus
percepciones, creencias o visiones respecto al problema, así como sus conductas o
pautas relacionales que ha empleado para enfrentar el problema o sus consecuen-
cias. Por otro lado, el cambio 2 implica la alteración y modificación del sistema, un
cambio de reglas, contexto y marco de referencia (Schaefer, 2013), siendo el tipo de
cambio que el cliente espera que ocurra a partir de la psicoterapia.
Para algunos autores, toda intervención clínica efectiva involucra un reencua-
dre, por cuanto implica un cambio en los pensamientos, sentimientos o conductas
relacionados a un problema; de hecho, la reestructuración del terapeuta cognitivo
o la interpretación del psicoanalista, son intervenciones que permiten modificar la
manera cómo el consultante ve sus dificultades y por lo tanto, son también formas
de reencuadrar su experiencia. Sin embargo, existe una importante diferencia pues
tanto la “reestructuración cognitiva” en la terapia cognitivo-conductual como la
“interpretación” en el psicoanálisis se realizan desde un marco teórico a priori im-
puesto por el clínico: el pensamiento racional y la teoría psicoanalítica, respectiva-
mente; en cambio, en el reencuadre, el marco desde donde se realiza es del propio
consultante.
Cade y O'Hanlon (1995) indican que es importante que el nuevo marco sea
congruente con las experiencias del cliente y que a su vez introduzca una perspec-
tiva distinta sobre las mismas. Si la congruencia no es suficiente, es probable que la
intervención sea negada o rechazada por el consultante. Por ello, es necesario para
el clínico conocer previamente el lenguaje, la historia, las experiencias, las aficiones,
las percepciones, atribuciones e hipótesis del cliente respecto a su problema, entre
otros aspectos, para que el reencuadre propuesto sea escuchado y asimilado por
este. Recuérdese lo que ya se mencionó sobre el mensaje final en la primera sesión,
el cual incluye un reencuadre (ver El mensaje final en la primera entrevista, p. 81).
Por ejemplo, el individuo deprimido puede percibir su depresión como algo inútil,
una experiencia dolorosa que existe sin una razón aparente. Esta percepción no
solo incrementará su tristeza y desesperanza, también se culpará a sí mismo tanto
por tener el problema, como por su falta de habilidad para controlarlo. Esta culpa,
naturalmente, va a mantener o incluso intensificar el problema.
Ante esto, el clínico podría reencuadrar la depresión en forma directa, manifes-
tándole que la depresión puede ser una señal de precaución de que es necesario el
cambio en algún aspecto de su vida, o en forma indirecta, describiendo la experien-
cia de otro individuo que enfrentó circunstancias similares. También puede decírsele
que la depresión es a veces una señal de que una relación requiere redefinirse o que
es necesario tomar una decisión importante. Reencuadrar una depresión como una
experiencia natural cargada de posibilidades puede motivar al consultante a comen-
zar a pensar en hacer cambios en su vida en lugar de mantenerse atragantado por
el descontento.
Un reencuadre bien formulado y asimilado por el cliente puede dar paso a una
prescripción que ahora será más fácil de aceptar, por compleja o absurda que parez-
ca, permitiendo la transferencia del cambio cognitivo en sesión hacia el cambio en
su experiencia de vida fuera de sesión.
Como vimos en el ejemplo, el reencuadre puede ser realizado en forma directa,
a través de una redefinición, o en forma indirecta, utilizando para ello las metáforas
o la externalización.
REDEFINICIONES
La redefinición consiste en modificar la percepción que tiene una persona o su
familia sobre el problema y que por lo general dificultan el cambio. Al redefinir, el
terapeuta no se limita a poner en duda los significados que el cliente atribuye a una
determinada situación, sino que directamente propone un encuadre alternativo;
por eso, una característica esencial de las redefiniciones es que son ofrecidas direc-
tamente por el mismo terapeuta al cliente, quien puede aceptarla o no. En general
no representa un problema grave si el cliente no la acepta, pues puede ser una
oportunidad para consensuar una nueva visión de su problema en el que se sienta
partícipe. Sin embargo, si la acepta, esto puede representar un cambio 2 en relación
a cómo se había planteado su dificultad hasta ese momento, movilizándolo hacia
formas más preferidas de comprensión o comportamiento, lo que sin duda implica
un avance y un acortamiento de los tiempos de terapia.
Como ya habíamos dicho, al ser la redefinición una nueva visión ofrecida por el
mismo terapeuta, se incrementan las posibilidades de que sea aceptado si coincide
con el marco de referencia del cliente, con su lenguaje y con su teoría del cambio.
Esta aceptación es posible comprobarla por los medios verbales (“no lo había pen-
sado de esa manera”) o no verbales (abriendo los ojos y asintiendo) utilizados por
el cliente.
Reetiquetado
Una forma muy simple de alterar la percepción del consultante respecto a su proble-
ma, es modificando el nombre que otros o él mismo le han asignado por una nueva
etiqueta menos patologizante o que genere más posibilidades de acción. Podemos
mostrar varios ejemplos que pueden ilustrar esta posibilidad, acompañados de una
prescripción derivada del reetiquetado:
• A una adolescente que se describe a sí misma como “tímida” pues le costaba
vincularse con personas que estaba recién conociendo, se le dice que nos parece
más bien “precavida” en la medida que prefería primero conocer a la gente an-
tes de establecer una conversación. Frente a esto, se le pidió que hiciera un lis-
tado de aspectos que le permitían decidir cuando ya era momento de acercar-
se a conversar con alguien.
• A un joven derivado por “cleptómano” pues tendía a llevarse para su casa ob-
jetos ajenos, sintiéndose culpable por esta conducta, se le señala que nos pare-
cía más bien un hombre “curioso” y debido a que no se permitía la curiosidad,
terminaba ocultando el objeto de su interés para que no se dieran cuenta que
lo había tomado con sus manos. Se le pidió que diera rienda suelta a su curiosi-
dad pero que primero debía pedir permiso a sus dueños para mirar, tocar y oler
los objetos que le atraían.
• A una mujer estigmatizada por un “trastorno de personalidad” debido a que
tenía conductas impulsivas que un terapeuta anterior no había podido ayudar
a modificar, se le señala que esos comportamientos demostraban más bien que
era una persona “persistente”. Se le pidió a continuación que elaborara un lis-
tado de conductas que era correcto que persistieran y otras a las que había que
ponerle límites.
• A una mujer que había sido acusada por una educadora de párvulos como “so-
breprotectora”, pues debido a una enfermedad congénita de su hija la había
cuidado en exceso hasta el punto de limitar innecesariamente su autonomía,
se le señaló que nos parecía más bien que había sido una madre “cuidadora” y
que gracias a sus cuidados ahora su hija estaba en condiciones de hacer cosas
por sí misma, invitándola a trabajar en terapia para lograr una mayor indepen-
dencia de la niña.
Connotación positiva
La forma más conocida de redefinición es la connotación positiva, una técnica
derivada del trabajo del Grupo de Milán (Selvini, Bosco, Cecchin & Prata, 1982) y
que se inspira en muchos relatos terapéuticos de Milton H. Erickson. El concepto
de connotación positiva se basa en la idea que todo síntoma o problema cumple
una función estabilizadora en el sistema del cliente; de ese modo, al reconocer
dicha contribución y atribuirle una connotación positiva, se da el primer paso
hacia su disolución.
Esta técnica propone una visión positiva alternativa a la visión negativa que el
consultante atribuye al mismo problema. A lo que el cliente ve negro (sus pensa-
mientos recurrentes, su dolor, su depresión, etc.), el terapeuta le muestra su lado
blanco.
Normalización
Una forma de aliviar a las personas que se sienten impotentes frente a sus sensacio-
nes, reacciones o pensamientos, es plantearles que dichas respuestas son normales
o esperables, dada las circunstancias que le tocó vivir (un duelo, un acontecimiento
traumático) o son producto de cambios predecibles de acuerdo a la etapa del ciclo
vital del individuo, pareja o familia en la que está transitando.
Para Ayala (2013), cuando normalizamos las dificultades que trae una persona le
procuramos alivio y esperanza, pues le ayudamos a pensar que las cosas no son tan
malas como parecen. Gradillas y Gradillas (2006) plantean que la normalización se
consigue a través de una frase suavizante del clínico de que considera comprensible,
natural o común su comportamiento o vivencia. Viktor Frankl (1995), tras su reclu-
sión en el campo de concentración de Auschwitz, en la Segunda Guerra Mundial,
afirmaba que las reacciones de sus compañeros (abalanzarse sobre los muertos para
quedarse con sus ropas, por ejemplo) eran normales frente a una situación que era
anormal.
Sugerimos, sin embargo, tener cuidado que la normalización no haga sentir al
cliente que se está minimizando su problema. En una ocasión, una consultante que
recibimos nos refirió que antes había consultado junto a su marido a otro terapeuta,
pero que lo habían dejado tras la primera sesión pues a cada dificultad que le plan-
teaban (discusiones frecuentes, desacuerdos, desinterés sexual), él le respondía que
eso era normal en una pareja cuando llevaban mucho tiempo juntos. Al finalizar la
sesión, sintieron que no los había tomado en serio y no los había ayudado a que sus
problemas se redujeran.
Para evitar que el cliente se sienta menospreciado, junto con señalar que lo
que vive es “normal”, debemos ser capaces de reconocer el dolor y sufrimiento
que provoca la persistencia del problema y ofrecer nuestro apoyo para conseguir
un alivio. Por la misma razón, recomendamos normalizar las reacciones del cliente
cuando ya se haya formado una relación terapéutica apropiada que facilite su
asimilación.
Otra sugerencia que debemos resaltar, si bien resulta de perogrullo, que no
podemos normalizar conductas que son claramente perjudiciales para sí mismos o
para terceros, como las autoflagelaciones, los intentos suicidas, el abuso de sustan-
cias o la violencia conyugal, por muy frecuentes que nos parezcan esas conductas
en la población o en una edad determinada.
Algunas frases que se pueden emplear para normalizar son las siguientes:
• “Es esperable que sienta tristeza después de la partida de su hijo a la universi-
dad, pues estaba acostumbrada a vivir con él”.
• “Usted es una persona normal, lo anormal es el abuso que vivió, eso es lo que
jamás debió haber ocurrido”.
• “Yo no esperaría en alguien normal una reacción distinta a la suya después de
vivir un accidente”.
• “No eres la única a la que le ocurre esto, son muchas las personas que tienen
problemas de pareja cuando nace el primer hijo”.
• “Es normal que los hijos se pongan rebeldes (o reservados, o se vistan diferentes,
o salgan mucho con amigos) cuando llegan a la adolescencia”.
Validación o legitimación
La validación o legitimación consiste en “dar permiso” o “autorizar” a que una
persona sienta, piense o haga algo que inicialmente rechaza de sí mismo. Señalarle
a un padre cuyo hijo se retiró por enésima vez de una carrera universitaria que
tiene “derecho” a enojarse por ello, le permite expresar sus emociones y reduce
la culpa de sentir algo que quizás considere inapropiado. Si una madre primeriza
piensa que su hijo recién nacido le arruinó la vida, se le puede señalar que es “le-
gítimo” pensar eso si siente que muchos de sus planes quizás sean más difíciles
de conseguir, y que eso no significa que no “ame” a su hijo. Este ejemplo ilustra
una de las vertientes más positivas de esta estrategia, que consiste en permitir
que la persona pueda tener emociones, creencias o conductas aparentemente
contrapuestas, aliviando de esa manera los cuestionamientos que surgen por la
aparente contradicción.
Una señora de mediana edad acudió a terapia debido a que tenía conflictos
con su madre adulta mayor cuando se la llevó a vivir con ella, debido a una
enfermedad que obligaba a monitorearla constantemente.
La inclusión de su madre al interior de la familia, como era de suponer, no
había significado solo sumar un miembro más, sino que además había alterado
las dinámicas familiares, produciendo un distanciamiento de su esposo y menor
control sobre sus hijos.
Esto le había hecho sentir mucha rabia hacia su madre, pero se sentía cul-
pable por ello pues sabía que su madre había hecho todo cuando era niña para
sacarla adelante y darle una vida feliz, y no era propio de una buena hija sentir
esa rabia.
Se le señaló que era válido sentir rabia cuando constataba que su madre
había alterado la vida en el hogar, y eso no significaba que no quisiera a su
madre, quien había hecho tanto por ella. Esta validación significó un alivio en la
mujer, que dejó escapar un suspiro y lágrimas salieron por fin de sus ojos. FG.
En fin, se puede dar permiso a una persona a llorar si así lo desea, a sentir rabia
tras una ruptura injusta, a cortar una amistad que le hace daño, a dejar un trabajo
demasiado estresante, entre otras vivencias que las personas cuestionan en sí mis-
mos, pero que son perfectamente legítimas.
Argumento estratégico
Los argumentos estratégicos son explicaciones, reales o ficticias, que el terapeuta
ofrece al problema del cliente y que por lo general permiten encuadrar una pres-
cripción difícil de aceptar sin ese marco. A veces estas explicaciones son verdade-
ros sofismas, es decir, son argumentos aparentes con el que se quiere persuadir
al cliente de algo falso; en otras ocasiones, son parte de una psicoeducación5, es
decir, basadas en evidencia, aunque desconocida para el cliente, de modo que
efectivamente logra modificar su visión original.
Como técnica ha sido ampliamente utilizada por la terapia estratégica, Giorgio
Nardone ha elaborado dos libros en los que muestra (a veces en forma risible) cómo
estos argumentos se entremezclan en verdaderos diálogos, plagados de persua-
siones, metáforas y prescripciones, para lograr generar un cambio en el problema
planteado por el cliente (Nardone, 2004; Nardone & Salvini, 2006). Normalmente
son entregadas como devoluciones que persiguen el fin de dar sentido a ciertas
directivas, particularmente las paradójicas.
5
En general, nosotros no usamos el concepto de psicoeducación, debido primero a su carácter normalizador pues presenta por lo general una
forma correcta de conducta o experiencia, y segundo porque se formula desde la mirada de un experto.
Algunos terapeutas han cuestionado el uso del sofisma pues no muestra to-
das las cartas al cliente, más bien se envuelve una tarea difícil en una explicación
aparentemente racional para hacerla más aceptable aunque el terapeuta no crea
en dicha explicación, lo que puede interpretarse por algunos como una mani-
pulación. Sin embargo, manipulación es obligar al cliente a hacer algo que no
quiere hacer, y en este caso, la estratagema lo lleva a cumplir con objetivos que
él mismo ha planteado y que lo acerca a un modo de vida preferido. Aunque
Nardone sugiere revelar la falsedad de los argumentos empleados cuando el
cambio ya se ha producido, esto no es siempre necesario, pues depende de la
naturaleza del argumento que se ha empleado.
• Una mujer mayor llega a terapia porque no puede evitar mantener los ojos ce-
rrados, el terapeuta le explica que quizás ese es un mensaje del inconsciente que
quiere mantenerla ciega por alguna razón desconocida. Por ello, la persuade a que
por una semana actúe como si estuviera ciega de verdad, vendando su vista, co-
locándose lentes oscuros y caminando acompañada de un bastón, y que solo se
saque esos implementos cuando termine la semana, antes de volver a la siguien-
te sesión, de modo de descubrir porqué el inconsciente quiere mantenerla ciega.
• A una mujer que acaba de perder su matrimonio se le explica que cuando uno vive
un evento difícil de comprender, como el abandono de su pareja sin una razón vá-
lida, nuestra mente piensa repetidamente en ello, aunque no lo deseemos, inten-
tando encontrar alguna lógica o sentido en lo que ocurrió. Por esta razón, en lugar
de intentar frenar esos pensamientos, algo a veces imposible, debemos más bien
permitir que hagan su trabajo hasta determinar qué trozos nos faltan –y buscar
esa información– o descubrir algún orden, significado o aprendizaje en lo vivido.
• A una adolescente que vomitaba después de cada comida, y que era incapaz de
dar una explicación lógica de por qué lo hacía, se le señala que quizás su subcons-
ciente quería hacerla vomitar por algo y que ella, más pendiente de que su madre
no la descubriera, no prestaba atención a los pensamientos que surgían al momen-
to de expulsar la comida y que podrían entregarle la clave de por qué lo hacía. Se
le prescribe que vomite adrede después de comer, y para no distraerse en planificar
formas de esconderse, se le señala a la madre que le dé permiso una semana para
vomitar, de manera que esos pensamientos surjan y prestarles la debida atención.
• A una joven que manifestaba molestia por ruborizarse en muchas situaciones so-
ciales, se le indica que el rubor es una señal automática del cuerpo femenino des-
tinada a volverse más atractiva ante los ojos del varón, y que equivale al colorido
de algunas plantas para atraer a las aves y facilitar la polinización. Prueba de ello
es que nuestras abuelas usaban el rubor artificial como maquillaje, de modo que
sus mejillas se vieran sonrojadas. Se le pide encuestar a varones en los que con-
fiara preguntándoles si les parecía más atractiva una mujer que se ruborizaba an-
te su presencia o preferían aquellas que palidecían cuando los veían.
Tipos de metáforas
Existen distintos tipos de metáforas, de las cuales destacamos las siguientes:
• Analogías: son comparaciones simples entre una imagen y otra. Por ejemplo,
“siento que la cabeza me va a estallar como un globo”, “no quiero seguir es-
condiendo la basura debajo de la alfombra”, “si solucionara mi problema sería
como meter el gol del triunfo en una final”. Como se observa, muchas analo-
gías son aportadas por el mismo consultante. En ocasiones es posible proponer-
le una analogía; esto último debe tomar en consideración el lenguaje y la expe-
riencia del cliente. Por ejemplo, un cliente con estudios de informática nos dice
que quiere cambiar pero “sin dejar de ser yo mismo”. Se le pregunta si eso es
como actualizar el software pero sin cambiar el hardware, a lo que asiente.
• Anécdotas: son historias no muy largas relacionadas directa o tangencialmente
con la situación expresada por el cliente. Pueden ser sacadas de la vida perso-
nal, del cine, de un libro, etc. Dentro de ellas se encuentra una serie de histo-
rias que Milton H. Erickson denominaba “mi amigo Juan”, en el que señalaba
al cliente que lo que le acababa de relatar le traía a la memoria lo que le ha-
bía sucedido a su amigo Juan, tras lo cual le contaba una anécdota referente a
una persona real o imaginaria. Por ejemplo, cuando una consultante nos pre-
guntó por qué había retrocedido de una sesión a otra, le dijimos que su pre-
gunta nos había recordado una escena de la película Batman Begins, cuando
un Bruce Wayne niño cae en un foso y se fractura la pierna. Su padre bajó a
rescatarlo y cuando lo llevaba en brazos a la mansión, le preguntó a su hijo:
“¿sabes por qué te caíste?” y ante la mirada interrogativa del niño, el padre
replicó: “para aprender a levantarte”.
• Relatos: son historias más desarrolladas, que contienen sugestiones. Son metá-
foras más complejas, de las que Milton H. Erickson hacía mucho uso en sus pro-
cesos de inducción hipnótica. Dentro de estas se encuentran las metáforas en-
trelazadas propuestas por Lankton y Lankton (1986). Para su uso se requiere
Ejemplo
Hace casi seis meses, una amiga mía compró una balanza (scale) nueva, moder-
na, digital; estaba cansada del modelo antiguo. Quería una en la cual realmente
pudiera depender y conocer cuál era su peso exacto. Esperaba que el modelo
nuevo, computarizado, pudiera hacer el trabajo. Pero no hacía mucho que ha-
bía adquirido la balanza casera cuando advirtió que cada vez que estaba de pie
sobre ella, esta reflejaba un peso diferente, reflejando cambios en el peso más
rápidamente que lo que su peso realmente podía cambiar. Era como si tuviera
una torcedura (wrench) en su mecanismo. Era como si no pudiera leer lo que
sucedía. Y eso era un lío, como puedes imaginar. Mi amiga estaba interesada
en observar su peso, interesada en mantener un equilibrio (balance) particular
dentro de una variación particular. Y cada vez que estaba sobre la balanza,
obtenía resultados de los cuales no podía depender. ¡Y eso era irritante, una y
otra vez! Ahora, un equilibrio apropiado es importante. ¡No necesito decírtelo!
Y cuando menciono el equilibrio, un conjunto particular de asociaciones viene
a la mente, ya que el equilibrio es un concepto que has pensado en forma
personal. Tú sabes que el equilibrio es la forma que tu mente tiene para perca-
tarse del desequilibrio. (Pausa) E incluso tus manos han alcanzado una posición
de equilibrio, aunque levemente asimétrico. Tu mano izquierda ha descansado
sobre ese lado, con su palma hacia abajo, con los dedos tocando el muslo,
mientras tu mano derecha ha descansado en el otro lado con su palma hacia
arriba. Y en una forma similar, una lágrima vino primero de tu ojo izquierdo,
pero fue seguida después por otra lágrima de tu ojo derecho, creando así un
equilibrio de tus lágrimas sobre tus mejillas. Y también sé que has estado revi-
sando tu historia muy recientemente. E imagino que puedes recordar esa hoja
que era importante mientras la creabas, mientras recordabas esas numerosas
experiencias y la riqueza de asociaciones. No necesito mencionar cuáles eran
esas experiencias puesto que has hecho recientemente el esfuerzo de escri-
birlas, pensando cada una como lo hiciste. Y yo no podía ayudar, pues me
daba cuenta, mientras me mostrabas tu hoja, del interesante equilibrio de la
lista de experiencias agradables en un lado de la página y la lista de esas ex-
periencias de temor al otro lado. E incluso, aunque un grupo de experiencias
fue colocado en la lista como temor, yo esperaría que al recordar esas expe-
riencias venga a la mente cierta fuerza, ciertas lecciones valiosas que fueron
aprendidas en el proceso de vivir y sobrevivir al pasar por esas experiencias de
temor. Desde luego, podría mencionar algunas específicas. Podría mencionar
simplemente una palabra como “aventuroso” (adventuresome) y no sé con
exactitud lo que vendrá a la mente, pues quizá es uno de esos juegos a través
de las flores silvestres... (Florence exhibe una amplia sonrisa momentánea), y
uno se dedica a dictar clases, pues cuando hay que hacer una definición o una
enumeración de elementos en una materia determinada, es fácil observar cómo
la audiencia comienza a divagar, distraerse, iniciando conversaciones paralelas o
incluso permitiéndose breves ensoñaciones. En cambio, si luego uno dice: “esto
me recuerda algo que me pasó el otro día”, inmediatamente las miradas se dirigen
al profesor, dejan lo que están haciendo y se disponen a escuchar atentamente la
historia. Ya lo sabía Jesús de Nazareth, quien atraía la atención de su audiencia a
través del uso de parábolas.
Resultan fáciles de recordar. El uso de metáforas permite aumentar la posibili-
dad de que el cliente recuerde algunas ideas expresadas en terapia, cumpliendo
una finalidad mnemotécnica, tal como señala Beyebach (1995). ¿A quién no le ha
pasado que es capaz de recordar las anécdotas, las historias con las que los profe-
sores adornan contenidos de sus clases, pero no logran recordar el contenido que
pretendían ejemplificar? Del mismo modo, las metáforas fuertes usadas en sesión
(es decir, aquellas que son más fáciles de recordar pues resultan significativas o
emocionantes) pueden seguir recordándose fuera de sesión, y si están asociadas a
un reencuadre o a una tarea, se facilita que estas sean asimiladas o cumplidas.
Facilitan la comprensión de una idea. La metáfora es un vehículo para hacer más
comprensible una idea que el terapeuta intenta transmitir al cliente.
Ejemplo
Una cliente que se quejaba de un rubor insoportable cada vez que se sentía ex-
puesta a la evaluación de sus jefes, aprendió técnicas autoinstruccionales para
controlarse y manejar las situaciones, bajando notoriamente la frecuencia e
intensidad de su problema. En la sesión en que me manifestaba sus logros, me
preguntó:
C: ¿Pero tendré toda la vida que hablarme a mí mismo para evitar el rubor?,
¿habrá un momento que esto suceda espontáneamente?
F: ¿Sabes conducir un automóvil? (ella asiente). ¿Cuánto tiempo tuviste que ma-
nejar pendiente de cada movimiento hasta que finalmente lo hiciste sin pensar
en cómo lo hacías?
C: Unos dos meses.
F: ¿Y de qué dependió que lo lograras?
C: Tuve que practicar todo ese tiempo.
F: ¿Entonces qué debe suceder hasta que ya no necesites pensar para lograr
controlar tu rubor, hasta que eso suceda espontáneamente?
Ella asintió y me dijo, “entonces debo seguir practicando”. F.G.
Ejemplo
Una consultante había tenido que cambiarse de colegio al no poder enfrentar
las continuas burlas de sus compañeras, que incluso habían llegado a la agre-
sión física. En su nuevo colegio, logró hacerse algunas amigas y el mejor clima
impidió que en ese contexto la molestaran. Cuando un día salía de su colegio,
se encontró a boca de jarro con sus antiguas compañeras. Ella las vio y las
eludió, pero un miedo intenso a volver a clases se apoderó de ella, con la idea
recurrente de que la iban a estar esperando para volverla a humillar.
Al escucharla, optamos por no cuestionar la veracidad de sus temores, ni hi-
cimos de detectives privados para “descubrir” a sus provocadoras, más bien
elegimos creerle pues entendimos que daba lo mismo si la seguían o no, ella
pensaba que lo hacían y actuaba en consecuencia para protegerse, no yendo a
clases o haciéndose acompañar a la ida y a la vuelta por su padre.
El terapeuta en práctica y yo coincidimos que una posibilidad para afrontar su
problema era actuar como si no la estuvieran esperando, caminar como si no la
siguieran, conducirse como si no les tuviera miedo; de ese modo, si realmente
la seguían, las antiguas compañeras se iban a aburrir al no cumplir su objetivo
y dejarían de molestarla.
El problema ahora residía en cómo persuadirla de hacer esa tarea sin que se re-
sistiera. Para sembrar la tarea, el terapeuta preparó una serie de metáforas que
iba a ir intercalando a lo largo de la sesión y que daba cuenta de cómo muchos
animales para evitar ser cazados simplemente dejaban de correr. Sin embargo,
la mejor metáfora surgió espontáneamente al iniciarse la sesión:
T: ¿Cómo estás hoy?
C: Más o menos, ¿y usted?
T: ¿Yo? (dejando algunos segundos de silencio mientras sonreía). ¡Excelente!
C: ¿Por qué?
T: Lo que pasa es que yo les tengo miedo a los perros, y a mí una vez me dijeron
que los perros detectaban ese miedo y por eso me ladraban o me perseguían
cada vez que me cruzaba con alguno, pero este fin de semana conocí a un
veterinario y le pregunté si era verdad todo eso. Me respondió que no, que los
perros no detectan el miedo, sino el movimiento brusco. Entonces si yo veía un
perro y pasaba al lado de él, y actuaba como si no le tuviera miedo, entonces
el perro no me atacaría. ¿Te diste cuenta que había un perro a la entrada del
consultorio?
C: Sí.
T: Bien, cuando lo vi me acordé de las palabras del veterinario, entonces pasé al
lado suyo como si no le temiera, y el perro ni siquiera me miró. ¡Por eso estoy
feliz!... Ahora cuéntame tú, cómo ha estado tu semana.
Luego de esa metáfora, la sesión transcurrió tal como se había planeado y al
finalizar, la consultante aceptó realizar este experimento, en el que su padre de-
bía vigilarla a distancia, para no exponerla a un riesgo innecesario. A la semana
siguiente, ella llegó muy contenta, pues al realizar el experimento se dio cuenta
que nadie la seguía, así que había vuelto a asistir normalmente a sus clases. F.G.
Ejemplo
Una consultante joven, profesional, que arrastraba hace un tiempo una angustia
y desánimo marcado, además recientemente divorciada, luego de varias sesiones,
y después de haber planteado metafóricamente que llevaba una carga pesada,
como una rigidez, acuerda con el/la terapeuta que lo que mejor simbolizaba su
padecer era como un cubo pesado, rígido, incómodo, frente a lo cual el/la tera-
peuta sugirió construir uno. En la siguiente sesión llegó con un cubo de madera,
hecho con sus manos, el cual estaba relleno de algún material que lo hacía ser
muy pesado. Se acordó posteriormente que lo llevara consigo, el mayor tiempo
posible, porque algún sentido debía tener, hasta que decidiera despedirse de ese
objeto. Luego de un tiempo, sin haber hablado entremedio sobre ello, comentó
que había enterrado el cubo, y desde ahí andar más liviana fue más que un sím-
bolo para ella. Efectuó cambios, como haberse ido de la casa de los padres, haber
reiniciado su vida afectiva y estar orientada a ciertas metas.
Este caso no solo constituye un ejemplo del uso de metáforas, sino también
de una prescripción paradojal y el uso de una ordalía, las que serán explica-
das más adelante. HS
Externalización
esposa?”, y luego “¿cuándo fue la última vez que lograste que la culpa no afectara
tus relaciones?”, “¿cómo te las arreglaste en ese entonces?”.
Nosotros no consideramos la externalización como una técnica aunque muchos
terapeutas la utilizan como tal. White señala que es más bien una práctica, que
además está sustentada en una ética, en una forma de ver a los seres humanos,
a sus problemas y a su identidad. Latorre (2013) plantea que al preguntar “¿qué
esperanzas crees que tiene la angustia en la relación con tu hermano?”, no estamos
poniendo en práctica una técnica ni un truco terapéutico para lograr un objetivo
determinado; esta pregunta se fundamenta más bien en la creencia de que las per-
sonas no somos los problemas, más bien tenemos con ellos una relación.
Las conversaciones externalizantes logran compensar la tendencia tradicional
de la psicoterapia y la psiquiatría que ubica a los problemas dentro de las personas,
haciéndolas parte de su identidad. El lenguaje tradicional utiliza términos asociados
a “rasgos de personalidad”, como timidez, inseguridad, dependencia o agresividad,
para describir estados internos que suponen estables e inmodificables, “eres tímido,
por eso no puedes hablarle a un desconocido” se transforma en una explicación
habitual en este contexto de significados. Un uso extremo de esta tendencia se
encuentra en la nomenclatura psicopatológica, que confunde —en el lenguaje— a
la persona y su problema en una sola entidad. El uso de expresiones como “eres
depresivo”, “tienes un trastorno de personalidad” y “su hijo es hiperactivo”, más
bien profundiza los problemas y obstaculiza los cambios, de una manera que a
veces cuesta trabajo revertir. De ese modo, la externalización puede ser útil en si-
tuaciones en las que la persona se describe a sí mismo y a sus dificultades utilizando
un lenguaje internalizante o psicopatológico, que el terapeuta debe identificar y
externalizar.
Temor
• Emplear una metáfora del cliente: Tarragona (2013) señala un buen ejemplo
de esto: “hace poco un joven me decía que el perfeccionismo era como un
carcelero que constantemente lo estaba vigilando. Eso es muy diferente que
pensar en este muchacho como ‘un perfeccionista’, ya que poner al perfec-
cionismo afuera nos permitió hablar de muchas maneras diferentes sobre él:
cuándo apareció en su vida, si era un carcelero gracioso, como de caricatura,
o si daba miedo, qué lo mantenía al acecho, qué lo distraía o alejaba, qué lo
alimentaba, qué lugar pensaba el cliente que el perfeccionismo debería de te-
ner en su vida, etc.”.
Ejemplo
Proceso de externalización
Una pauta para entrenarse en el desarrollo de una conversación externalizante,
podría seguir los siguientes pasos:
No puedo seguir
huyendo
El mie doue
me persig
Lucharétí
contra Esto se acabó cobarde
te he derrotado
DECONSTRUCCIÓN
Michael White propuso que el proceso de deconstrucción, planteado anteriormente
por el filósofo postestructuralista francés Jacques Derrida (1973: 1976: 1978), podía
ser útil para reconstruir narrativas dañadas por discursos dominantes que imponían
ciertas “verdades” restrictivas a las personas. Para Rodríguez-Morejón y Beyebach
(1994b), deconstruir es rastrear los significados que las personas atribuyen al pro-
blema (su origen, por qué se mantiene, quién está involucrado, cómo puede resol-
verse), lo que supone en principio aceptar como válido el relato dominante o marco
de referencia que ellos nos proponen, pero a partir de esa aceptación, y junto al
consultante (más que “contra él”), desafiar los supuestos sobre los cuales este pro-
blema fue construido. El terapeuta entonces no se opone a los clientes ni intenta
convencerles de nada, sino que plantea interrogantes desde dentro del propio en-
cuadre de sus interlocutores.
El lenguaje de la deconstrucción es fundamentalmente interrogativo y reflexivo,
aunque las preguntas no se plantean desde una posición de experto, sino a partir
de la ignorancia o del desconocimiento, desde una posición de auténtica curiosi-
dad por conocer cómo la persona fue armando una historia que ha terminado por
totalizarlo. La deconstrucción, más que una técnica, es una práctica que invita a
consultante y terapeuta a ir más allá de estos discursos, intentando desarmarlos de
modo de reconstruir luego una narrativa que dé cuenta de la vida preferida de los
clientes, es decir, de la vida que a ellos les gustaría vivir. Probablemente donde este
fin encuentra su mejor expresión es a través de la externalización del problema, una
práctica desarrollada por el mismo White.
Según Pierre Bourdieu (2001), la deconstrucción permite subvertir realidades y
prácticas que se dan por descontadas y que ocultan prejuicios, como la supremacía
del hombre sobre la mujer, la importancia de la delgadez en el autoconcepto o
la patologización de ciertos comportamientos, entre otras construcciones. Michael
White (1994) agrega que cuando las prácticas de poder subyacentes a esas “verda-
des” quedan desenmascaradas, las personas pueden asumir una posición respecto
de ellas y contrarrestar su influencia.
Preguntas de deconstrucción
En las preguntas de deconstrucción se invita a deconstruir (y por lo tanto a con-
versar, discutir y cuestionar) aquellos discursos que sostienen una construcción
social. Por ejemplo, se puede invitar a dialogar sobre el rol pasivo de la mujer en
relación a la violencia de género, discurso que se sustenta en una cultura patriar-
Ejemplo
Tras finalizar la primera sesión con Camila, en la que desarrollamos una intensa
y emotiva conversación sobre situaciones de abuso que había experimentado
en su infancia y las acciones que había efectuado para seguir adelante con su
vida a pesar de lo vivido, le escribí la siguiente carta que me permitió resumir lo
que habíamos transado durante este encuentro inicial:
“Estimada Camila, espero te encuentres bien. Para mí fue importante hablar
contigo, pues me permitió conocer a alguien que ha dado una lucha impor-
tante por salir adelante a pesar de haber vivido hechos tan dolorosos, una per-
sona que ha convertido ese dolor en una motivación para ayudar y proteger
a personas cercanas como tu hermana y tu hijo, e incluso a personas que no
son de tu familia, como los niños que ayudas en tu trabajo. Y pienso que qui-
zás esas mismas herramientas que te han permitido ayudar a los demás, hoy
puedes usarlas para ayudarte a ti misma. Veo que por mucho tiempo evitaste
enfrentar estos temas al no saber cómo hacerlo y qué hacer con esas vivencias
y esos pensamientos; hoy quizás tampoco lo sabes, pero te ves a ti misma lo
suficientemente fuerte para enfrentarlos de una buena vez e impedir que sigan
afectando tu vida, tal como has hecho hoy en sesión permitiendo que fluyan
las lágrimas, los recuerdos y las conversaciones. Espero de corazón poder ser un
apoyo para ti en este proceso”. F.G.
Dentro de los medios literarios y creativos que podemos usar en terapia se en-
cuentran los siguientes:
• Cartas de despedida/bienvenida: se redacta una carta en la que se despide el
problema, incluso agradeciendo lo que pudo ser útil de su influencia, y a su vez
se redacta una carta de bienvenida a la nueva identidad, ya sin el problema.
• Carta para no ser enviada/entregada: la carta está dirigida a alguna persona con
la que se tienen temas pendientes, que puede ser alguien importante que falle-
ció, un exnovio/a o un abusador al que no se le ha expresado todo lo que la per-
sona desea decirle, entre otras personas. Se le dice al consultante que la redacte
sin restricciones, pues su fin no es que la otra persona la lea, sino más bien or-
ganizar las ideas pendientes.
• Autobiografía y diarios de vida: se solicita a los consultantes que pongan por es-
crito su propia historia, esto puede ser utilizando videos, cintas de audio, cartas
personales, versos, etc. Se recalca que deben expresar una historia de “éxitos
y obstáculos” y no solo un “cuento triste” y puede tratarse de su historia has-
ta el día de hoy (autobiografía) o su historia una vez iniciada la terapia para dar
cuenta de sus cambios y su relación con el problema (diario de vida). Estos re-
latos permiten organizar la narrativa del problema, de la identidad y del proce-
so de cambio.
• Collage: se le entregan a la persona revistas variadas desde las cuales puede sa-
car recortes y pegar en una hoja en blanco. En estos collage puede representar
su identidad, su relación con el problema o su proceso de cambio.
• Caja de arena: útil para el trabajo narrativo con niños, es una caja de madera y
cartón que contiene arena (de ahí su nombre) en la que pueden colocarse ju-
guetes que representan para el niño distintas personas de su ambiente social,
así como la personificación del problema y de sus recursos, a los que hace mo-
verse, interactuar, aliarse y finalmente le permite idear estrategias para enfren-
tar y vencer el problema.
• Títeres: los títeres son otro recurso que se puede utilizar con los niños. De ese
modo, el terapeuta, el niño y la familia que lo acompaña pueden representar
distintos roles e incluso rotarse. Estos roles tienen relación con los distintos as-
pectos del problema, sus recursos, los personajes infantiles con los que se iden-
tifica, etcétera.
• Dibujos e historietas: hacer dibujos que representen la relación de la persona
con su problema, es un medio fácilmente asimilable por los niños, que hacen
trazos espontáneamente. Se pueden elaborar verdaderas historieta en forma de
comic, que representen la evaluación que el niño observa en su relación con el
problema, como se representa en la Figura 4-7.
Enfoque ericksoniano
El enfoque desarrollado por Milton H. Erickson fue revolucionario, ya que el apren-
dizaje logrado con el uso de la hipnosis permitió redefinir algunos principios por me-
dio de los cuales se desarrollaba la práctica de la psicoterapia, viniendo a subvertir
el rol del terapeuta, del consultante, el proceso terapéutico y la práctica concreta.
Sin el ánimo de alargarnos demasiado en este punto, es necesario señalar que el
principio rector del trabajo de Erickson, según lo explicaron e hicieron más compren-
sible otros autores posteriores, es la “utilización”, la cual consiste en usar todo lo que
el sujeto trae a la terapia, del mismo modo como se usa todo lo que el sujeto trae
para generar un trance. La idea es usar el marco de referencia del sujeto, sus motiva-
ciones, su lenguaje, sus conductas, sus problemas, de tal modo que el sujeto pueda
ser influenciado y pueda generar respuestas. Esto le da a la terapia ericksoniana un
carácter directivo y orientado a influir en la experiencia del sujeto. Por esta razón es
que se afirma que la terapia estratégica es hija de Erickson (Schaefer, 2013).
Por otra parte, la psicoterapia ericksoniana asume que los sujetos cuentan con
los recursos necesarios, los que de algún modo no están disponibles para enfrentar
la situación problemática, siendo responsable de ello los marcos limitantes del pro-
pio sujeto. Se trata de desarrollar o transferir dichos recursos al contexto problema
para generar un cambio efectivo. El lenguaje entonces no está al servicio de un
insight sino para generar un cambio conductual y/o perceptual.
En ese sentido hay sutilezas en el uso del lenguaje que propician el destrabar
pautas disfuncionales, ya que desde la práctica de Erickson era fundamental mo-
vilizar al sujeto hacia el logro de una meta ligada con el desarrollo. Desde esta
concepción de la terapia se entiende el uso de un lenguaje orientado a influir. Sin
duda para algunos, la connotación manipulativa de esta práctica puede resultar
incómoda, pero en este manual nos alejamos de dicha discusión, sabiendo que hay
buenos argumentos a favor y en contra, para lo cual recomendamos la literatura
desarrollada por el MRI para defender dicha práctica psicoterapéutica.
Ejemplo
Comencé un relato que señalaba la capacidad del cuerpo y la mente para ge-
nerar esos estados de trance sin que la persona necesariamente lo quiera y sin
importar cómo, lo que implicaba agradables sensaciones (lenguaje presupo-
sicional), ya que el cuerpo sabe cómo regularse, cuando dormir, cuando no,
cuando comer, cuando no, lo que con seguridad ocurre cada día. A veces sin
darse cuenta las molestias se van, a veces dándose cuenta, como le pasa tam-
bién a otras personas (indirección).
Posteriormente, de modo indirecto, narré lo que le sucede a las personas cuan-
do están en contacto con el agua fría de los ríos y lagos o con las aguas termales
(usé el marco de referencia de la alumna ya que es sureña, zona de aguas ter-
males y lagos de aguas muy heladas), el modo cómo lo siente el cuerpo, cómo
van desapareciendo otras sensaciones y el modo cómo la mente se distancia
cómodamente del cuerpo, todo a través de preguntas que intentan evocar la
experiencia disponible en sus aprendizajes. Como resultado de este trabajo, la
migraña desapareció.
Este ejemplo también muestra el enfoque ericksoniano, ya que se moviliza por
medio de la hipnosis los recursos experienciales necesarios para hacer frente al
problema. H.S.
Dirección positiva (yes set). Consiste en generar una dirección de aceptación comen-
tando o entregando frases que el cliente aceptará inevitablemente. Sin duda, es preciso
situarse en el marco de referencia del cliente y de ese modo facilitar su aceptación.
Uno de los ejemplos más mencionados en la literatura es el uso de experiencias
tempranas que hacía Erickson.
Ejemplo
La dirección positiva como forma de lenguaje persuasivo en hipnoterapia se
puede observar en el siguiente ejemplo:
“…Probablemente Ud. olvidó todo lo que implicó aprender a caminar, lo difícil
que fue… Ud. necesitó contar al menos inicialmente con un punto de apoyo,
un mueble, una mano afectuosa… Probablemente no recuerda cómo se fueron
coordinando sus distintos y numerosos músculos, cómo estos además, se coor-
dinaban con sus oídos y sus ojos, aparecían nuevas sensaciones. Sencillamente
Ud. vivió la experiencia, aceptó el miedo y la incertidumbre como parte de ese
aprendizaje…Ud. se fue dejando llevar, no supo cómo empezó a caminar, cómo
el tiempo pasaba sin darse cuenta. Solo necesitó confiar en quienes lo acompa-
ñaban, algo en Ud. se fue haciendo cargo de todo…hasta que llegó un día que
caminó completamente por sí solo…”.
Este ejemplo muestra la indirección del relato ya que en ningún momento se pide
que haga esto o aquello, y al mismo tiempo, es un lenguaje que va implicando el
valor de la confianza lo que sin duda influye en el vínculo terapéutico. HS
Este tipo de práctica lingüística puede resultar muy útil para efectuar algo que
también forma parte de las intervenciones ericksonianas: la siembra. La siembra
proviene de la inducción de trance y corresponde a afirmaciones, comentarios, én-
fasis, metáforas, ejemplos, etc. que van asentando ideas y percepciones nuevas,
las cuales van a ser utilizadas más adelante.
Ejemplo
Una consultante recientemente entrevistada en un programa de formación de
postítulo, se presentó como voluntaria invitada por una psicóloga, relatando
que se encontraba con episodios de angustia, frente a lo cual no mostró mayor
conocimiento acerca de qué le sucedía. Después de varios minutos de ardua
entrevista, con giros hacia el pasado y el futuro, se fueron extrayendo una serie
de aspectos que se podrían definir como co-construidos. En algún momento
Ejemplo
comprender esto o tal vez sí, de ese modo otra parte de ti, más creativa, que no
sé cómo lo pueda entender, tampoco sé que ocurrirá, pero será algo nuevo, dis-
tinto, donde esa parte de ti se pueda ir haciendo cargo de esto, ¿qué te parece?
Después de todo ya estás acá, y no estás solo en esto, ha sido una lucha silenciosa
que finalmente ganarás, haciendo cosas, también no haciéndolas, hablando de
ello conmigo o tal vez no, con tu familia o a veces sin siquiera mencionarlo ab-
solutamente con nadie, será algo que ocurrirá de manera repentina o muy de a
poco, la verdad no lo sé, solo sé que será una forma tuya, típica de ti o novedosa.
Quedamos en eso entonces, llevar una vida lo más normal posible, ¿te parece? H.S.
TAREAS TERAPÉUTICAS
Para la terapia estratégica breve, la superación de un problema implica bloquear
los intentos de solución fallidos y, por ende, quebrar la pauta de persistencia
del problema. De ese modo, las prescripciones o tareas pretenden interrumpir o
alterar la pauta del problema, ya sea pidiéndole al cliente que haga algo distinto
(tarea directa) o repitiendo o incrementando lo que ya está haciendo (tarea pa-
radojal). Por otro lado, la terapia centrada en la solución incorpora otras tareas
destinadas a descubrir, potenciar o utilizar los recursos del cliente.
Generalmente, la tarea se prescribe al finalizar cada sesión, de modo de apro-
vechar el tiempo entre sesiones para transferir los cambios cognitivos y afectivos
producidos durante la sesión a cambios conductuales o relacionales en su vida coti-
diana. Sin embargo, la prescripción de una tarea debe hacerse con cuidado pues no
es poco común que el cliente regrese a la siguiente sesión sin haber cumplido con lo
que se le pidió, pues se le olvidó o simplemente no creyó que fuera importante. Hay
que considerar que durante la sesión se conversan muchos temas significativos, y es
probable que al salir de la oficina sean estas conversaciones las que ronden por su
cabeza, generando una interferencia proactiva sobre la tarea que se le indicó hacia
el final, quizás en forma apurada y sin una adecuada contextualización que permita
su comprensión o memorización.
Ejemplo
Una joven me comenta que su problema principal son las discusiones con su
pareja, pues a pesar de que ella le explica los motivos de su enojo, él no cambia,
lo que la está haciendo perder cada vez más el control.
Cuando me describe las peleas, noto que agita muchos los brazos y manos,
claramente activada con el relato de sus desencuentros. Le pregunto si cuando
discute con él también mueve los brazos y manos de esa manera. Me señala
que no se ha fijado, pero que posiblemente sí lo hace. Entonces le comento
que, mientras me hablaba, el movimiento de sus brazos y manos me distraía y
que quizás a su pareja (que ya me había descrito como un hombre distraído)
estos movimientos lo afectaban aún más, impidiendo escuchar el “fondo” de
sus protestas, lo que podía explicar por qué no cambiaba.
Le prescribo lo siguiente: “cuando tu pareja llega atrasado a una cita, o se olvida
de un compromiso, tienes el legítimo derecho a enojarte y expresar tu enojo, por
lo que te voy a pedir que no dejes de decirle lo que sientes en esos momentos,
tal como lo has estado haciendo hasta ahora. Sin embargo, si vuelves a discutir,
vamos a aprovechar de hacer un pequeño y fácil experimento para comprobar si
efectivamente él se distrae con el movimiento de brazos. El experimento consiste
en que cuando le hables enojada te tomes las manos por detrás y no las sueltes.
De ese modo, si nuestra hipótesis es correcta él podrá concentrarse en tus pala-
bras y entender lo que le pides. La próxima semana me cuentas cómo te fue y
analizamos el resultado e implicancias del experimento”.
A la siguiente sesión, ella me comenta que se enojó dos veces en la semana (me-
nos de lo habitual) y que se había acordado del experimento por lo que se tomó
de las manos y no las soltó mientras le alegaba. Descubrió dos cosas importantes,
que él la escuchaba con más atención y que además ella no se había sentido tan
enojada, pudiendo explicar su punto de vista con más tranquilidad. F.G.
Ejemplo
Hace algún tiempo una estudiante universitaria consultó por una fobia relacio-
nada con los espacios hospitalarios. Como suele ocurrir, la presencia de aromas
característicos, el infaltable color blanco de los delantales y el ambiente físico
del lugar constituían un gran desagrado para ella, lo que había constatado en
más de una oportunidad mientras visitaba a conocidos. La angustia, el temor
anticipatorio, la tendencia evitativa formaban parte de sus respuestas y pautas.
Su mayor preocupación era que prontamente iniciaría su práctica profesional
precisamente en un ambiente de salud. La prescripción paradójica entregada
luego de un par de sesiones, consistió en que visitara el hospital más grande
de la ciudad e hiciera un estudio de campo para ver realmente qué era lo que
le perturbaba. Debía hacer buenas observaciones y pruebas en terreno, como
deambular en distintos lugares, a veces caminando y a veces sentada, variar los
tiempos de observación, etc. Siendo una alumna con formación científica, muy
responsable y dispuesta a conocer lo que ocurría, aplicó la tarea haciendo re-
gistros, hasta que progresivamente empezó a abandonarla, reconociendo que
no encontraba nada, solo hipótesis, pero que iban perdiendo sentido, ya que el
lugar no la perturbaba. La alumna hizo su práctica sin problemas y se desempe-
ña como profesional precisamente en el área de la salud. H.S.
Tarea de empeorar el problema. Esta estrategia permite al cliente romper sus pro-
pios límites, pues se basa en el axioma “si quieres enderezar algo aprende primero
todas las formas de torcerlo más”. Puede ser un buen recurso precisamente cuando
el sujeto no da con soluciones exitosas o cueste centrarlo en soluciones. De cual-
quier modo, si es capaz de empeorarlo, implica que lo puede manejar, y si lo puede
manejar, entonces con las acciones apropiadas se puede arreglar. Un ejemplo es
plantearle: “Si Ud. quisiera no mejorar voluntariamente su situación sino empeorar-
la, ¿qué tendría que hacer o dejar de hacer, pensar o dejar de pensar? Solo imagí-
neselo, reflexione. No lo haga, solo plantéeselo. Deberá escribirlo en su cuaderno
si son muchas las cosas que le surgen pero si no, con expresarlo verbalmente en la
siguiente sesión de terapia es suficiente”. La estructura de esta indicación no solo
puede aplicarse bajo la fórmula de una prescripción o tarea, ya que perfectamente
se puede usar en la conversación como una pregunta de tipo reflexiva que confron-
te la dualidad, por un lado de hacer las cosas de un modo exitoso, o por otro lado,
de un modo que empeora las cosas, como es explicado por Nardone en lo que él
llama el “diálogo estratégico” (Schaefer, 2013), como se aprecia en el siguiente
comentario terapéutico: “o sea lo que Ud. me quiere decir es que cuando está en-
cerrada en la casa, sin ver a nadie, sin ninguna actividad sistemática, con una rutina
Ejemplo
En una oportunidad, una paciente de 33 años consultó porque estaba aqueja-
da de un problema que bien podía ser entendido como un TOC. En este caso,
la consultante temía a la contaminación e infección, particularmente a su hija
lactante. Esto implicaba que en ocasiones pasaba mucho tiempo limpiando los
zapatos de su hijo mayor, principalmente cuanto este jugaba en el patio de la
casa, donde además, había excremento de la mascota.
En lugar de cuestionar la racionalidad de esta idea, ya que ella claramente la
consideraba irracional, validé la necesidad de controlar las infecciones y lo im-
portante que era cuidar a los pequeños. Le reafirmé que en verdad estábamos al
acecho permanente de gérmenes, muchos de los cuales son peligrosos. Incluso
le recomendé que debería redoblar esfuerzos, para lo cual le sugerí, como lo
recomienda la terapia estratégica breve, incrementar el procedimiento de des-
infección de los zapatos. El proceso de desinfección tenía una serie de pasos
(limpiar con agua, luego cloro, luego toallas desinfectantes, etc.) y debía ser
efectuado no menos de 5 veces, para estar realmente seguros de su efectividad.
La prescripción fue aceptada, pero al evaluarla posteriormente, la consultante
muy acongojada señaló que no lo había hecho de ese modo, que tuvo otras co-
sas que hacer y que tuvo que salir (retomó otras actividades que no había hecho
hace tiempo), y que en realidad con limpiezas ocasionales era suficiente. H.S.
Si bien son tareas realizables, son muy difíciles de aceptar si el cliente no en-
tiende su utilidad o no está suficientemente motivado. Por eso es común que el
terapeuta aumente las expectativas o motivación diciéndole que le va a pedir algo
que ayudará a entender qué es lo que sucede, pero que no se lo va a decir si no está
convencido que el cliente la va a realizar. Ante las protestas del cliente que pregunta
cómo va a confirmar que la hará si no sabe de qué trata, el terapeuta admite que
esa respuesta le demuestra que quizás no está aún preparado para escucharla y
posterga su instrucción para más adelante, cuando repite nuevamente que si esa
tarea se realiza podrán tener claridad respecto al problema. Y así hasta que el cliente
se compromete ciegamente a realizarla, aunque no sepa de qué trata. En ese mo-
mento, por fin, se le puede explicar.
Uno de los ejemplos más conocidos del uso de la ordalía está en sugerir a una
persona con insomnio que no duerma, asociando la persistencia del insomnio a una
tarea desagradable. De ese modo, se bloquea la solución intentada fracasada de
forzarse a dormir voluntariamente.
Ejemplo
Una consultante es derivada por psiquiatra debido a que está “deprimida”
tras una separación amorosa. La manifestación más molesta de su estado
de ánimo era su dificultad para conciliar el sueño. La consultante trabajaba
como paramédico y nunca hacía turnos de noche, ya que resultaban muy des-
agradables para ella. De ese modo, se le dijo que ante esa situación, y dada
la pérdida de tiempo que implicaba no dormir y lo escasa que estaba de re-
cursos, era mejor que hiciera turnos de noche y así aprovechaba su insomnio
para algo constructivo. A la sesión siguiente llegó sin insomnio y, obviamente,
jamás hizo turno de noche. H.S.
Ejemplo
Una adolescente llega a terapia porque no está contenta con la vida que lleva y
quiere ser otra persona. Se explora cómo se visualiza siendo esa persona, utili-
zando las preguntas del milagro y la bola de cristal, mencionando por ejemplo
que le gustaría tener más desplante, ser más popular, sentir más confianza
cuando conoce personas nuevas y mejorar sus notas en el colegio. Cuando
termina la sesión se le pide la siguiente tarea: “Entiendo que te gustaría cam-
biar muchas cosas que hoy día no te gustan, pero supongo que quieres seguir
siendo tú. Cuando uno quiere arreglar su casa por lo general no parte desde
cero, sino que aprovechamos lo que nos gusta de ella y a partir de ahí recons-
truimos, a veces son los cimientos, a veces es la distribución de las habitaciones,
o incluso dejamos algunos muebles que son importantes para nosotros, entre
otras cosas. Por eso, te voy a pedir que de aquí a la próxima semana pienses qué
cosas de tu vida o de ti misma deseas mantener, qué cosas prefieres no cambiar,
y así comenzamos a trabajar desde esos cimientos”. F.G.
Caja de recursos. Se invita al consultante a preparar una caja en la que irá guar-
dando el material que le ha permitido ir venciendo el problema, ya sean aquellos
documentos y objetos elaborados durante el proceso terapéutico u otros objetos
importantes para él/ella. En la caja se pueden guardar, por ejemplo, notas que le
indiquen qué hacer cuando tenga un “día malo” y objetos que le recuerden los
recursos que posee, una lista de personas a las que acudir o llamar en caso de
necesidad, las cartas terapéuticas escritas y dibujos elaborados en el transcurso de
la terapia, etc. Con clientes más adultos, se puede elaborar una “carpeta de recur-
sos”, también debidamente adornada para hacer de ese objeto algo significativo.
Si bien, la caja de recursos cobra relevancia en la finalización de la terapia, cuando
los objetivos ya fueron cumplidos, su elaboración puede efectuarse en las sesiones
previas, anticipando que habrá un final e incrementando por ende las expectativas
positivas respecto al resultado de la psicoterapia (Figura 4-9).
Tarea de la sorpresa. Esta tarea consiste en pedir a cada miembro de la pareja o
familia que prepare una “sorpresa” para el otro y que se fije en qué efecto tiene.
“Cada uno de ustedes hará al menos una o dos cosas que sorprendan agradable-
Figura 4-9. Caja de recursos de un niño que consulta por problemas de habilidades sociales.
mente al otro (padres, hijo, pareja). La tarea consistirá en adivinar cuál es la sorpresa
que el otro les ha preparado. No vale decir cuál ha sido la sorpresa. Lo conversare-
mos aquí en la próxima sesión”. En la siguiente visita se comienza preguntando a
cada uno cuál creen que ha sido la sorpresa que les ha dado el otro. Por lo general,
se describen más de dos sorpresas, y alguno de los participantes puede considerar
como sorpresa algo que no ha sido tal, porque ya ocurría habitualmente y no se
había fijado en ello. Una variación maquiavélica de esta tarea consiste en decirle a
uno de los miembros de la diada (la mamá) que debe estar atenta a una sorpresa
que le preparará el otro (el hijo) durante la semana, mientras al hijo se le dice en
secreto que no haga nada distinto a lo que hace siempre. Lo que ocurre es que la
mamá llega a sesión con una lista de sorpresas agradables sin saber a ciencia cierta
cuál era la que su hijo le preparó, mientras el hijo se ríe diciendo que no preparó
ninguna, que todas esas cosas las hace habitualmente, solo que su mamá no se
había percatado. Como se ve, la tarea de la sorpresa puede ser muy divertida pues
fomenta que cada miembro de la familia se fije en las cosas buenas que hace el otro
transformándose en un verdadero juego.
Tarea de los post-it. Se pide a los miembros de la pareja o familia que se dejen unos
a otros pequeños mensajes positivos, escritos en post-it (pequeños papelitos adhesi-
vos), escondidos en diversos lugares de la casa, de modo que el destinatario los vaya
encontrando a medida que pasa el día. Por ejemplo, se le puede pedir a los padres de
un hijo conflictivo que en una semana a otra descubran todos los aspectos de su hijo
Ejemplo
Un ejemplo de tarea de predicción lo podemos encontrar en la historia de María,
cuyo estado de ánimo parece depender del ánimo de su marido y no de accio-
nes que ella pueda realizar para sentirse mejor. Frente a esto se le prescribe:
“María, estoy de acuerdo con que el ánimo de su marido es algo voluble, pues
hay días en que está de ánimo y la incentiva a usted a hacer cosas interesantes y
otros momentos en que se siente abrumado y apenas le habla. Me dice además
que le es imposible determinar cuándo se sentirá usted mejor pues se ve muy
afectada por el ánimo de su marido. Por eso, le voy a pedir que desde hoy y
hasta la próxima vez que nos veamos, cada vez que se acueste en la noche a
dormir, prediga si el día siguiente será un día en que él estará de buen o de mal
humor. Luego, al final del día, antes de predecir cómo estarán las cosas el día
siguiente, piense acerca de cuánto de su predicción para ese día fue acertada y
qué le permitió acertar. Note cualquier diferencia y similitud entre su predicción
y cómo fue el día, y memorice sus observaciones, de manera que pueda venir y
contarme acerca de ellas”. F.G.
Bibliografía
MANIOBRAS INDIRECTAS
El proceso de cierre de una psicoterapia puede verse favorecido, incluso sin llegar a
ser un tema, cuando se opera con ciertos principios que van sembrando su natural
término. Para ello se recomiendan las maniobras que se detallan a continuación.
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El cumplimiento de metas como desenganche
El encuadre inicial, además de estructurar el proceso y la relación terapéutica,
debe también incluir las condiciones de término de la terapia. Si el encuadre ha
sido co-creado como una alianza de trabajo, esto por sí solo otorga un límite
temporal, ya que se entiende que el número de sesiones está supeditado al cum-
plimiento de ciertos objetivos. Esto implica que el encuentro terapéutico no pue-
de ser una relación de amistad o centrada exclusivamente en el vínculo, sino un
proceso colaborativo en el que las personas implicadas (terapeuta y consultante)
mantienen la relación en la medida que existen objetivos claros a los cuales di-
rigirse. Una forma de explicitar este principio es preguntar, durante la fase de
construcción de objetivos, cómo el consultante se dará cuenta que ya no necesita
seguir viniendo a terapia.
Si el clínico ha sido riguroso en la co-construcción de objetivos de la terapia,
probablemente no requiera un esfuerzo adicional para darla por terminada, ya que
su finalización se desprende de modo natural y espontáneo, se hace evidente por
sí misma. Por ello, no debemos olvidar siempre definir objetivos y evaluarlos perió-
dicamente. La evaluación constante va acotando el plazo de término del trabajo
psicoterapéutico.
Algunas de las técnicas ya descritas (pregunta del milagro, bola de cristal) per-
miten que el cliente oriente su mirada hacia un futuro sin el problema, en el cual el
terapeuta se vuelve innecesario. Por ello, sugerimos conversar con el cliente acerca
del futuro, cómo será su vida cuando ya no esté en terapia o cuando ya no necesite
de un terapeuta.
Un nuevo estatus
La denominación del consultante como paciente o cliente lo posiciona como alguien
que requiere de ayuda u orientación para solucionar su problema. Cuando este ya
se encuentra en condiciones de terminar con la terapia, es posible cambiar su esta-
tus a expaciente o excliente, de modo de tratarlo ahora como alguien que superó
su dificultad. Si antes era “depresivo”, ahora “derrotó la depresión”, cambiando
no solo su relación con el problema sino también parte de su identidad. Esta trans-
formación requiere de rituales que subrayen su nuevo estatus y lo empoderen para
los desafíos que habrá de enfrentar en el futuro. De ahí en adelante, las sesiones
pueden denominarse de “seguimiento”, lo que permite también su espaciamiento
en el tiempo, tal como se señaló anteriormente.
MANIOBRAS DIRECTAS
Como es de esperar, si se ponen en práctica los principios anteriores, muy probable-
mente no sea necesario efectuar ningún proceso formal de cierre, y el tema pasa a
ser más bien una necesidad del terapeuta que del cliente, ya que es bastante fre-
cuente el “abandono exitoso” de la terapia, es decir, el sujeto deja de asistir porque
estima que ya no hay un problema, lo que muchas veces se confirma con encuentros
casuales con exconsultantes o con nuevos consultantes derivados por estos, quienes
refrendan la utilidad del trabajo realizado. En ocasiones, se comunican telefónica-
mente y por email para dar cuenta de la finalización unilateral del proceso.
Ejemplo
Prescripción de la recaída
En la tradición estratégica, la prescripción de la recaída es una tarea paradójica en
la que pedimos al cliente que ya ha superado su problema y que cuenta con herra-
mientas útiles para enfrentar algo similar en el futuro, que se provoque voluntaria-
mente una recaída o que persista en sus intentos de solución fallidos.
Por ejemplo, una persona que ha superado su miedo a las crisis de pánico y que
considera que ya podría vivir un nuevo episodio de pánico sin las reacciones emo-
cionales y psicofisiológicas que lo llevaron a buscar psicoterapia, se le puede pedir
que ahora se provoque voluntariamente una crisis “para ver cómo la enfrenta” o
para “demostrarse a sí mismo que ya puede manejarlas”. Si la crisis aparece, se dará
cuenta que su reacción ante ella no es la misma que antes y sentirá que su problema
está totalmente superado, finalizando la terapia. Si la crisis no aparece, significa
que ya no está “poseído por el miedo”, empoderándolo aún más y finalizando la
terapia.
En ocasiones, en lugar de prescribir la recaída del síntoma (como en el ejem-
plo anterior), lo que se prescribe son las condiciones que promueven la aparición
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Esta parece ser una procupación más teórica que práctica, pues los costos asociados a la atención clínica en Latinoamérica impiden el
desarrollo de terapias ilimitadas, a diferencia de los que ocurre en Norteamérica y Europa.
del problema. Por ejemplo, una persona que consulta por una ingesta incontrola-
ble de comida cuando está estresado en el hogar, pero que ya controla su inges-
ta, en lugar de prescribirle que vuelva a comer desaforadamente (algo del todo
inconveniente), lo que se le pide es que se involucre en una actividad estresante
en su hogar, para que constate si es capaz de manejar ahora su ingesta en esas
circunstancias. Si la controla, la terapia se dará por concluida.
Prevención de recaídas
Esta acción es atribuida a la terapia breve centrada en la solución y no debe ser con-
fundida con la “prescripción de la recaída”, ligada más bien a la terapia estratégica
breve.
Si bien la preocupación por prevenir las recaídas se hace urgente cuando ya
se presentan cambios importantes, puede resultar bastante apropiado hablar de
este tema desde la primera sesión, en primer lugar porque constituye un modo de
presuponer que la terapia tendrá un resultado positivo (“y cuando usted se sien-
ta mejor, ¿qué podría ser una señal de retroceso?”) y en segundo lugar porque
contextualiza o reencuadra la posibilidad de recaída como un evento que forma
parte de todo proceso de cambio (“este es un proceso que como todo aprendizaje
podría tener avances y retrocesos, cada avance será una muestra que usted es
capaz de ir dejando atrás este problema, cada retroceso sería una oportunidad de
demostrar que cuenta con mayores herramientas para superarse cada vez más”).
Como se observa, usamos fórmulas lingüísticas sugestivas de tal manera que la
eventualidad de una recaída se presente como algo posible pero improbable,
usando un lenguaje condicional, mientras que la reacción del cliente ante ella se
plantee como positiva y acertada, usando un lenguaje presuposicional.
Proponemos tres tipos de argumento que nos permiten reencuadrar positiva-
mente una recaída:
• La recaída ofrece la oportunidad de conocer y reevaluar la aparición de la vieja
forma de ver y enfrentar las cosas, con la visión de que “el error mejora la pun-
tería”.
• La recaída ofrece la oportunidad de usar y ensayar las nuevas habilidades apren-
didas, con la visión de que “la práctica hace al maestro”.
• La recaída ofrece una muestra de la vida normal, con altos y bajos, que impide
tener la creencia peligrosa de una vida perfecta, ya que “así es la vida”.
Cartas y rituales
Finalizar una terapia es un hito significativo que muchas veces merece ser destacado
a través de un ritual. El modelo narrativo invita a representar o testimoniar una iden-
tidad separada y triunfante sobre el problema a través de rituales de pasaje o de paso
que den un contexto significativo a ese cambio. No todos los procesos terapéuticos
y clientes son proclives al uso de rituales, probablemente los contextos de atención
pública, demasiado espaciados y de menor duración, dificultan su uso. Clientes in-
fantiles probablemente serán más receptivos a participar de fiestas y recibir certifica-
dos que testimonien su victoria que clientes más adultos. Existen problemas como la
dificultad para tomar una decisión importante, cuya resolución no es fácilmente aso-
ciable a algún ritual. Por ello se recomienda usar y ajustar las acciones considerando
lo anterior e incorporar las sugerencias del cliente en su implementación.
Algunas formas de testimoniar el cierre de la terapia son las siguientes:
• Carta a otro consultante: es una carta dirigida a otra persona que esté atrave-
sando la misma situación que ellos han superado, dándoles apoyo y consejos
sobre cómo enfrentarse a ella. Este procedimiento es útil para fortalecer la per-
cepción de haber superado el problema y de conciencia de los propios recursos.
Su entrega es un acto ritual asociado al fin de la terapia. Lo mejor es que la car-
ta efectivamente podemos utilizarla para mostrarla a otros clientes futuros que
presenten un problema similar, lo que aumenta su esperanza de recuperación.
Ejemplo
Recibimos a una madre que consultaba para ver cómo ayudar a su hija, pues
su padre había muerto hace poco, por suicidio. Nos comenta que ella estaba
separada hace algunos años de él, pero que cada cierto tiempo volvían a pasar
momentos juntos; de ese modo, ella nunca había reiniciado su vida de pareja
con otra persona.
Nos centramos en ella, pues notamos que estaba también muy afectada por
la muerte de su exmarido, y cuando exploramos sus propias proyecciones al
futuro, nos señala que no quiere tener más parejas en su vida, pues sentía que
su exmarido la celaba desde el cielo.
Luego de un trabajo terapéutico de seis sesiones, ella logró centrarse en sus pro-
pias emociones, ayudar a su hija en el proceso de duelo y recolocar a su exmarido
como alguien que la cuidaba en lugar de celarla. Al despedirse, le pedimos que
escribiera una carta dirigida a alguien que pudiera pasar por lo mismo que ella en
el futuro, de modo que su valiosa experiencia no se perdiera sino que sirviera de
ayuda para otros. Ella accede y nos dejó la carta que transcribimos a continuación:
“Hola, en primer lugar quiero contarte que yo estaba súper preocupada por el
estado de mi hija Claudia, por lo que le había sucedido a su papá, y yo como
mamá sentí que tenía que ayudarla. Por eso me dirigí a un psicólogo para que
me orientara, y así poder llegar a mi hija. Al principio estaba súper nerviosa,
pero la persona que me acogió fue muy simpática y me dio mucha confianza.
Es cierto que en un principio llegué por mi hija, pero después me di cuenta
que mi vida estaba muy mal, así que decidí hacer todo por estar mejor yo y
así poder ayudar a Claudia. Gracias a la terapia pude superar mi pena y a la
vez aprendí a mirar la vida de otra manera, con más optimismo y buena fe.
Te contaré también que encontré a una persona con la que me siento muy bien,
ya no tengo miedo a compartir mi vida con alguien más (…). Creo que soy muy
fuerte y nunca me he dado por vencida, menos ahora, pues tengo una hija por
quien luchar y tengo una vida por delante. Esto que he vivido me ha servido
para superar todo en la vida. Ahora ya no me estreso por tonteras, ahora vivo la
vida mucho más tranquila y relajada. Hoy en día he aprendido también a ayudar
a mis amigas que están pasando por cosas parecidas a las mías, les doy consejos
y las oriento. Espero que mis palabras te sirvan y tires para arriba cuando te
sientas triste o sola. Un beso”.
Como se observa, la carta denota a una mujer fortalecida tras el proceso de psi-
coterapia, que ha tomado las riendas de su vida, capaz de construirse un futuro
para sí misma y en la relación con su hija y que incluso se siente capacitada para
ayudar a sus amigas. Frente a esta evidencia, queda claro que la finalización de
la terapia era la decisión más adecuada. F.G.
Ejemplo
un viaje al extranjero como símbolo de que los motivos que los unían eran más
importantes que la dificultad que habían enfrentado. La foto la enmarcaron y la
colocaron en la sala de estar de su casa.
Ejemplo
Recibimos a una familia que había sufrido la muerte trágica del esposo y padre,
tras lo cual los hijos decidieron no hablar del tema en un intento por proteger
a la madre del sufrimiento, pero que sin embargo la dejaba a ella sintiéndose
sola e incomprendida.
Después de varias sesiones individuales y familiares, ellos por fin pudieron com-
partir sus emociones en relación a la pérdida, lo que implicaba hablar de él y
aceptar las lágrimas que fluían en dichas conversaciones como algo natural y
necesario.
Para finalizar la terapia, deciden hacer juntos una visita al cementerio y luego,
al regresar a casa, eligieron una foto de su ser querido para colocar en la sala de
estar en forma de homenaje, en un ritual altamente significativo para todos. FG
Ejemplo
Bibliografía
García, F., Briceño, M. y Elso, T. (2009). Historias de psicoterapia. Concepción, Chile: Universidad San
Sebastián.
Garfield, S.L. (1989) The practice of brief psychotherapy. New York: Pergamon.
145
tienen que ver con el proceso y no con las dificultades que el cliente plantea cuando
nos transmite su queja, pero también estimamos que aquellos criterios y prácticas
que sirven para resolver las dificultades en la vida del cliente pueden ser útiles para
resolver cuestiones relativas al proceso.
Para lo anterior, el buen criterio y la preservación de la alianza exigen contar
con algunos parámetros que ayuden en el discernimiento acerca de cómo enfren-
tar una situación difícil. Sugerimos a los terapeutas tomar en cuenta los criterios
que se señalan a continuación.
Flexibilidad
Las prácticas descritas en este manual se basan en una tradición que ha otorgado
a la flexibilidad un valor enorme. Desde las prácticas iniciales de hipnosis de Milton
H. Erickson, las cuales se adaptaban al funcionamiento del sujeto, se ha establecido
fuertemente la importancia de un terapeuta que se adapte a las percepciones de los
clientes, lo cual es muy fácil de decir y muy difícil de practicar.
Prescindir de la teoría
Con mucha frecuencia algunas dificultades se generan a partir de ciertas prescrip-
ciones que el modelo teórico del terapeuta sugiere, o bien por el contrario, se omi-
ten sugerencias del cliente ya que estas no están consideradas por el modelo.
En concordancia con lo que señalan ciertos autores (por ejemplo, Duncan,
Hubble y Miller, 2003) acerca de la conveniencia de prescindir de la teoría como
un modo de hacer más efectiva la terapia, nosotros estimamos que es además un
buen modo de resolver dificultades. Prescindir de la teoría obliga a utilizar una dosis
importante de buen criterio, realismo y pragmatismo, elementos esenciales al mo-
mento de estar en la trinchera clínica, ya que con mucha frecuencia las soluciones
a las dificultades de los consultantes o del proceso están a la vista, pero el lente del
modelo no los ve como una opción.
EL CLIENTE OBLIGADO
Desafortunadamente no todos los consultantes están dispuestos a cambiar o se en-
cuentran en una posición decidida y comprometida a efectuar esfuerzos tendientes
al logro de sus objetivos, de hecho, muchas veces, ni siquiera poseen objetivos. Para
algunos terapeutas esta situación es la regla, precisamente porque trabajan con una
población obligada a asistir a terapia psicológica. Ese es el caso de aquellos terapeu-
tas que trabajan en contextos penitenciarios, judiciales, escolares, de rehabilitación
o de protección a menores.
La literatura ha descrito las características de estos clientes y se han entregado
modelos teóricos explicativos de estos casos, como también guías acerca del modo
de proceder para generar la motivación al cambio. Se recomienda revisar la tipología
de clientes de la terapia breve centrada en la solución (Berg & Miller, 1996), el mode-
lo transteórico de motivación para el cambio de Prochaska y Di Clemente (1983), así
como las sugerencias para una entrevista motivacional de Miller y Rollnick (2002).
El cliente obligado o involuntario (o “visitante” según Berg y Miller o “precon-
templativo” según Proschaska y Di Clemente), se caracteriza por un nulo compro-
miso con la terapia. Ha llegado con nosotros derivado por familiares e instituciones,
se niega a cualquier tipo de colaboración y no reconoce que tiene un problema.
Comúnmente son adolescentes derivados por sus padres, colegios o instituciones
legales, infractores de ley y/o personas con consumo problemático de sustancias.
La primera idea que debemos considerar al momento de recibir a una persona
que dice no tener problema es que efectivamente no tenga ningún problema.
En otras palabras, su derivación se debe a que su conducta resulta molesta para
terceras personas que quieren que se adecúe a sus propias normas de compor-
tamiento, teniendo derecho quien está frente a nosotros a comportarse como le
venga en gana. Es el caso de un adolescente, por ejemplo, derivado porque ya
no les cuenta todo a sus padres o un hijo que ha tomado sus propias decisiones
respecto a su futuro laboral. Aunque existe la tentación frente a estos motivos
de consulta de terminar ipso facto con el proceso de terapia y devolverlo a su
medio sin más, previa solidaridad por la pérdida de tiempo que le ha significado
asistir con nosotros, sugerimos más bien proponer a la persona averiguar por
qué su comportamiento le resulta molesto a otros y buscar alternativas para que
dejen de presionarlo por cambiar o asistir a terapia. Esto significa proponerle,
por ejemplo, “¿qué podríamos hacer para que tus padres/escuela/autoridades,
etc. dejen de creer/molestar con que tienes un problema?”, después de lo cual
se pueden co-construir objetivos terapéuticos destinados a “convencer” a estos
sistemas significativos de que están equivocados.
En el caso que efectivamente estemos frente a alguien cuya conducta parece
ser un problema para sí mismo o para otros aunque no lo reconozca como tal (con-
ductas autolesivas, inanición voluntaria, consumo inmoderado de drogas y alcohol,
violencia conyugal, etc.), sugerimos algunas ideas que pueden ser útiles, basadas
en Selekman (1996).
Ejemplo
En un caso de una joven derivada con el diagnóstico de “trastorno de perso-
nalidad límite”, se aprovechó un chiste que la misma consultante emitió res-
pecto a un “torpe” intento de suicidio con un sobre de alprazolam (y que solo
le provocó un sueño profundo) para reírse de ese evento en gran parte de la
sesión, distendiendo el clima y generando confianza en la consultante para que
contara otras “anécdotas”. F.G.
La utilización
El “principio de utilización”, propuesto por Milton H. Erickson, es un principio fun-
damental de las terapias breves sistémicas de orientación estratégica. Hablar el len-
guaje del consultante, utilizar sus modismos, usar metáforas relacionadas con sus
intereses o habilidades, pueden ser maniobras útiles para ganar su confianza o
cooperación.
Ejemplo
de este tipo de clientes requiere examinar sus deseos y preferencias de tal modo
que las sesiones tengan sentido dentro de este contexto, por ejemplo, preguntando
al cliente qué deberían ver las demás personas para que estimaran que ya no es
necesario asistir a terapia o que debería informar el terapeuta para que no fueran
necesarias más sesiones. Para Miller esto supone un giro de “la práctica basada en
la evidencia” a una “evidencia basada en la práctica”, ya que desde el crisol de la
relación emana el cambio.
Como ya se dijo, desde el enfoque motivacional se estima que un cliente involun-
tario se encuentra en un estadio precontemplativo o a lo sumo en contemplación,
por lo cual la tarea motivacional consiste en el primer caso generar una conciencia
de problema, hablando de riesgos, consecuencias de las conductas, etcétera.
Otras maniobras
Mediante un lenguaje estratégico se puede ir implicando al cliente en la terapia como
un experto, más aún en alguien que ha pasado por muchos especialistas. Pueden ser
útiles por ejemplo las siguientes preguntas: “¿en qué crees que fallaron contigo?”,
“¿qué debería hacer contigo un nuevo terapeuta para producir un cambio importan-
te?”, “si yo tuviera que trabajar con una persona como tú, ¿qué consejo me darías
para ayudarlo?”. Muy relacionado con esto sería seguir una línea paradojal en el caso
de personas que no quieran revelar alguna información, para lo cual se insiste periódi-
camente en la falta de necesidad de hablar de ello, lo cual en algún momento podría
implicar que el sujeto afirme la necesidad definitiva de contar esa historia.
Ejemplo
Una consultante llega a terapia por un problema de insomnio, Al indagar sobre
sus redes de apoyo, señala estar pasando por un conflicto de pareja pero que
prefiere no hablar de eso, a pesar de que resulta evidente que esta es una de
las principales preocupaciones asociadas a su dificultad para conciliar el sueño.
Respetando las restricciones que ella impuso, le señalo que no se tocará el tema
de su relación de pareja a menos que ella considere que es importante hacerlo.
De ese modo, continúa la conversación hasta que espontáneamente surge de
nuevo un dato asociado a su relación de pareja, momento en que le digo “pero
no vamos a hablar de eso, ¿no?”, desviándome hacia otros temas relacionados.
Esto ocurre unas tres veces a lo largo de la sesión, hasta que en un momento
ella afirma que quizás sea igualmente importante hablar de ese problema, mo-
mento en el que accedo a tocar el tema y profundizarlo. F.G.
Otra estrategia puede ser asumir una posición de no saber, una actitud de ser
dirigido, lo cual promueve el inicio del diálogo y la posibilidad de ir construyendo
un motivo de consulta.
Cabe comentar que resulta raro que un cliente señale que la terapia no le está sir-
viendo. Más bien lo que ocurre es que el cliente deja de asistir, en cuyo caso la tarea
es trabajar desde la primera sesión facilitando la adherencia al tratamiento.
Sin embargo, es posible que en ocasiones el terapeuta se vea enfrentado a
situaciones donde el cliente hace críticas y exigencias, por ejemplo señalando abier-
tamente que la terapia no le está ayudando. Las críticas pueden apuntar tanto a los
resultados, a la alianza y a las actividades o temáticas desarrolladas. Es importante
que el terapeuta entienda que en estos casos no se le está atacando como persona,
sino que más bien la crítica del cliente apunta a un problema en relación al proceso
de psicoterapia. Por lo tanto, el terapeuta no necesita defenderse, sino bajar los
brazos, escuchar, mostrar empatía y luego hacer las correcciones necesarias para
que el cliente cumpla con sus objetivos.
Es posible que el cliente sea del tipo demandante (Berg y Miller, 1996), es decir,
identifica una queja pero no ha podido establecer pasos concretos para produ-
cir una solución (García, 2013). Es necesario en estos casos que el cliente vaya
percibiendo que los resultados dependen de su propio esfuerzo, que tiene un rol
protagónico en el cambio. Por esta razón, si el cliente reclama que el camino que
van recorriendo es inapropiado para sus metas, es necesario volver atrás, redefinir
los objetivos de la terapia y comprometerlo con el trabajo que seguirán realizando.
Por otra parte, es posible que el terapeuta no haya conducido el proceso para
obtener la suficiente retroalimentación de su cliente y no se hayan considerado
sus preferencias. Esta práctica sin duda pone en aprietos a muchos terapeutas, ya
que implica ser evaluados por su cliente en una tradición que siempre exculpó al
terapeuta de la falta de resultados. Es necesario evaluar los logros alcanzados, los
medios practicados y la calidad de la alianza.
Para salvaguardar la alianza, resulta necesario hablar sobre ella y encajar el trata-
miento a las preferencias del sujeto, de tal modo que tenga sentido para él. Esto sin
duda no descarta, más bien propicia, que el sujeto se vaya luego transformando en
un comprador motivado de terapia. Un ejemplo señalado en Recomendación gene-
ral y algunos criterios (p. 145), sobre la clienta que recomienda hacer algo distinto,
grafica la conveniencia de la retroalimentación.
Ejemplo
Una adulta joven extranjera, de profesión ingeniera, se muestra muy angustiada
ante su incapacidad de zafarse de su relación de pareja, tortuosa y estancada.
Luego de dos sesiones muy orientadas a definir el problema y hacer exploracio-
nes como reflexiones, solicita explícitamente la necesidad de “recibir tareas e
instrucciones”. En una tercera sesión plantea nuevamente lo mismo, pero esta
vez habiendo ella dado por terminada la relación de pareja; señala “cómo en-
frento esto ahora, cómo manejo la situación”. Sabiendo la naturaleza práctica
de la ingeniera, acepto la sugerencia y recomiendo activar sus redes sociales,
eliminar objetos recordatorios de la relación y trabajar la autoestima desde ac-
ciones muy concretas. Debido a su postura más pragmática, ella aceptó las su-
gerencias de buena gana, las considero apropiadas y se fue muy conforme. H.S.
tiene en general en la vida para estas situaciones, pues si estas respuestas naturales
y comprensibles en todo ser humano o en toda convivencia, tienden a incomodar
al terapeuta en su vida personal probablemente también generará tensión durante
una sesión de psicoterapia. El terapeuta, en la medida que ponga el foco en el clien-
te y no en sí mismo, con la suficiente empatía, puede dejar de ver estas reacciones
como una muestra de mala gestión y sabrá resolver adecuadamente estas actitudes
o reacciones.
En concreto, para que no sea un problema, es preciso respetar dichas manifes-
taciones, ya que permiten la necesaria profundización en la experiencia contada y/o
sentida. La experiencia de dolor o tristeza debe ser “compartida” del modo más
natural posible, validando el llanto con un silencio respetuoso o planteando explíci-
tamente: “este es su espacio, puede llorar si lo desea”.
En caso que el llanto ocupe buena parte del tiempo y se transforme en un obs-
táculo, tal vez ofrecer un diálogo más estructurado, a través de metáforas y reen-
cuadres, puede facilitar la comprensión de la experiencia en curso. Labrador (2011)
recomienda en estos casos señalarle al cliente: “Entiendo que usted esté así, forma
parte del proceso, así que debemos continuar con la sesión para que pueda superar
esta situación. ¿De acuerdo?” y luego distraer la atención del cliente proponiéndole
un cambio de actividad en forma evidente, por ejemplo, rellenar un registro.
Ejemplo
Durante una sesión hipnótica, una consultante comenzó a derramar lágrimas al
momento de reencuadrar una experiencia de pérdida. Cuando las lágrimas fluye-
ron, le dije que esas lágrimas eran una forma que su alma tenía de ir aliviándose
de la tristeza, y que cada gota que caía de sus ojos le daba más y más energía
para enfrentar aquello que debía enfrentar. Tras llorar por algunos minutos, las lá-
grimas cesaron espontáneamente y al salir del trance manifestó sentirse aliviada,
pues sentía que se había liberado de una carga. FG
Ejemplo
Para solicitar una hora de atención o acordar una nueva sesión cuando la pro-
gramada no pudo realizarse, suelo pedirles que llamen a mi móvil. Algunos
clientes aprovechan esa instancia para darme detalles y novedades acerca de
su problema y pedirme sugerencias al respecto. Suelo decirles que sufro de una
incapacidad para atender usando solo el oído, que necesito mirar a la persona
si no, no me concentro (lo que en mi caso, es cierto), por lo que les ruego que
me cuente de nuevo esos detalles para la próxima sesión. En la siguiente sesión,
les hablo nuevamente de mi incapacidad, estableciendo la regla de que las lla-
madas solo se usarán para llegar a acuerdos, pero no para realizar terapia. F.G.
Una variante de esta dificultad es que algunos clientes intentan guiar al tera-
peuta desde el principio, por ejemplo, indicando qué aspectos son o no relevan-
tes. Recordamos, por ejemplo, el caso de un joven universitario, quien relatando
su problema en su particular estilo, le indicaba al terapeuta qué información debía
anotar. Sin duda, esto puede molestar a terapeutas parapetados en su rol de ex-
perto, pero puede ser útil para apreciar el modo cómo el cliente quiere y entiende
la terapia. En estos casos se recomienda aceptar la propuesta, pero intercalando
preguntas que vayan focalizando el problema o hacer preguntas reflexivas que
conecten esos hechos, muchas veces relacionados con su pasado, con la proble-
mática actual, específicamente preguntando “cómo entiende eso con lo que le
sucede hoy en día”. Recuérdese que los modelos que sustentan este manual no
desconocen la dimensión temporal pasada, de hecho se alienta la relectura de
ella, pero también se orientan al futuro.
LA SOLICITUD DE AMISTAD
Un hecho que pudiera ocurrir es la solicitud de amistad del consultante o de en-
cuentros sociales fuera de la consulta. Si bien puede ser humanamente compren-
sible, resulta inadecuado llevar estas solicitudes a la práctica, no solo por razones
éticas que por sí solas ya bastan, sino también por razones técnicas. La psicoterapia
Primer ejemplo
Hace unos años, una consultante universitaria consultaba por sintomatología
depresiva. Luego de algunas sesiones con avances importantes, ella me plan-
teó su intención de invitarme al cine. Le señalé, aparte de dar las gracias por
dicha invitación, que resultaba una idea muy interesante, pero que dado que
el proceso de terapia está en curso puede resultar inconveniente distraerlo.
Como felizmente supuse, el tema nunca más surgió, incluso al finalizar la
terapia. H.S
Segundo ejemplo
Una consultante adulta joven, profesional, al inicio de la tercera sesión, plan-
teó la sugerencia de efectuar la sesión en el parque de la ciudad, el que se
encuentra a pocas cuadras de la consulta. Le indiqué que sin duda es un
sitio agradable para conversar, pero que dado que yo estaba tan habituado
a trabajar en mi consulta, a lo mejor me resultaría más difícil concentrarme
estando en un lugar tan relajado, pero a la vez distractor. La consultante en-
tendió las razones. H.S.
Labrador (2011) recomienda como medios para enfrentar este tipo de situa-
ciones: a) confrontar explorando los motivos que hacen pensar al cliente que es
necesario o importante sostener una relación distinta a la psicoterapéutica; b) des-
viar la conversación hacia otros temas, ignorando las insinuaciones; y c) clarificar la
relación terapeuta-cliente, en forma firme y directa, encuadrando los roles que debe
cumplir cada cual en este proceso.
Bibliografía
Bateson, G. (1998). Pasos hacia una ecología de la mente. Buenos Aires: Ediciones Lohlé-Lumen.
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Duncan, B., Hubble, M. & Miller, S. (2003). Psicoterapia con casos “imposibles”. Tratamientos efectivos
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Garfield, S.L. (1989). The practice of brief psychotherapy. New York: Pergamon.
Haley, J. (1999). Terapia no convencional: las técnicas psiquiátricas de Milton H. Erickson. Buenos Aires:
Amorrortu editores S.A
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