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Un cross a la mandíbula, definía Roberto Arlt.

Algo así sucede cuando el lector se encuentra, casi siempre por


azar, con la literatura de Juan Solá. Toparse con sus textos es meterse en un viaje hacia la emoción: los
claroscuros de la infancia, el gris de la pobreza, los pulsos cotidianos de la memoria, los personajes atravesados
por la amistad, el amor y la tristeza. Ahondar en su trabajo es reconocerse en ese poco transitado sendero de
ternura y angustia. En una narrativa local que parece entusiasmarse demasiado con las formas, los relatos de
Juan conmueven por su sensibilidad, por el delicado artefacto de emoción que enciende, por el fascinante
universo que devela.

En los cuentos de épicaurbana, Solá condensa tres matrices narrativas: la primera de ellas –que da nombre a
esta compilación– propone un paisaje de barrio, voces y confesiones en las orillas del caos cotidiano, escenario
para una fauna de personajes que cada lector y lectora se ha cruzado por las calles alguna vez. "Todos los
amores", por otro lado, es una ventana abierta al mar de las dudas y la incertidumbre de vínculos extraviados,
heridas abiertas y grabadas en la piel. En la frontera entre el haikus narrativo y un diario íntimo, Solá dibuja
palabras y contornos a grises fantasmas del amor. Y, finalmente, "La parte honda del río" contiene una de las
narrativas de la infancia más tiernas y profundas que se hayan leído jamás en la literatura argentina. El mundo
incomprensible y contradictorio de los adultos desde los ojos de un niño, el abismo de los miedos, la soledad y
los afectos en el espejo de la ingenuidad y la sensibilidad que todos y todas guardamos en algún rincón de
nuestro corazón.

Otra vez, la emoción como herramienta y como puente. Y una certeza irrefutable: nadie sale ileso después de
leer épicaurbana.

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