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El rol de la “impensabilidad” en los individuos y en los grupos

implicados en situaciones extremas


(versión oct. 2012)
Dr. Riccardo Romano
Catania Italia

La pensabilidad es un concepto psicoanalítico que he utilizado para describir la función mental


capaz de transformar los estímulos sensoriales en pensar, entendido no como simple llamada y
reproducción en representación mental de lo percibido, sino como construcción transformativa del
dato sensorial y que implica siempre una diferencia con la reproducción de lo percibido. Esto quiere
decir que el pensar està siempre acompañado por el dolor, por un sufrimiento derivado de la
experiencia de la falta, de la pérdida de homeostasis. La pensabilidad es una importante función
creativa de la mente para mantener una relación sana con el mundo porque es la capacidad de
tolerar el dolor mental procurado por la ruptura de la continuidad del ser en el mundo, y de elaborar
la frustración de la impotencia frente a la realidad externa, es decir atravesando la experiencia de la
falta y activando mecanismos psíquicos capaces de dar respuestas reparativas más o menos
adecuadas. La impensabilidad es la incapacidad de pensar en lo que se està viviendo, o se ha vivido,
o se podrà vivir, y tiene un rol importante en la psicología y en el comportamiento de los individuos
implicados en situaciones de riesgo, crisis o catástrofes.
Es necesario distinguir en las situaciones de riesgo catastrófico, la psicología y el comportamiento
de los individuos, de la psicología y el comportamiento de los grupos; es útil e interesante además
estudiar las relaciones que existen entre el individuo y su grupo de pertenencia.
Quisiera comenzar con un ejemplo sobre el riesgo de una catástrofe que todos, al menos los que
tienen una cierta edad, hemos vivido. Hace solamente algunas décadas, cuando la angustia de la
catástrofe nuclear, que ahora parece haber desaparecido, incumbía sobre la humanidad, algunos
psicoanalistas decidieron utilizar los conocimientos psicoanalíticos para estudiar los aspectos
inconscientes de la carrera a los armamentos nucleares. La organización International
Psychoanalists Against Nuclear Weapons fue fundada en el seno de la International
Psychoanalytical Association con la ocasión del 34° Congreso IPA, efectuado en 1985 en
Hamburgo. Sucesivamente se escribieron numerosos artículos sobre el argumento. Aquí me interesa
retomar un trabajo escrito por Parthenope Bion sobre “La impensabilidad de la guerra nuclear”;
incluso porque he podido profundizar el argumento personalmente con la Autora, desgraciadamente
fallecida, a propósito de un estudio mío sobre la pensabilidad. Escribe P. Bion que el argumento de
la catástrofe nuclear visto por un psicoanalista no puede tratarse “como exclusivamente político,

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económico o social: es pleno de pensamientos y fantasías inconscientes, y retengo que es muy
importante tratar de tomar conciencia de estos elementos inconscientes para atenuar su potencia”.
Más adelante la Autora cuenta: “Recientemente he tenido la oportunidad de leer una reseña de un
libro sobre varios conceptos de defensa civil corrientes en diferentes países – URSS, EEUU, Suiza
y Gran Bretaña- en los que la guerra nuclear se describe como “impensable”…
Aparentemente el reseñador entendía, con ello, que la guerra nuclear era considerada inaceptable,
visto que estaba hablando de una serie de preparativos que implicaban que al menos los gobiernos
de aquellos cuatro países de alguna forma pensaban en la guerra, pero tengo la impresión de que
hay una verdad escondida detrás de esta utilización imprecisa del lenguaje, que debería ser
estudiada”. La verdad escondida que está detrás de este lapsus, podríamos decir que es simplemente
la natural propensión defensiva del hombre, más bien del niño, que retiene que basta no pensar para
anular lo que se rechaza o da miedo. En efecto, entre las fantasías inconscientes relacionadas con las
catástrofes se encuentran las de omnipotencia y de inmunidad mágica personal. En esta dirección
podemos notar como el hombre civil occidental, el de la “sociedad en riesgo”, tiende cada vez más
a atacar y desvalorizar el pensamiento y la memoria. “Si pudiera encerrar en una imagen – escribe
Primo Levi – todo el mal de nuestro tiempo, escogería esta imagen, que me es familiar: un hombre
enjuto, con la frente inclinada y los hombros encorvados en cuyo rostro y en cuyos ojos no se pueda
leer trazas de pensamiento”. En el rostro del protagonista del grito de Munch no hay pensamiento
sino pura emoción. No cambia mucho si en vez de la cabeza reclinada y de los hombros
encorvados ponemos los semblantes altaneros y joviales que aparecen en la actual inundante
publicidad. En esta comunicación quisiera profundizar el tema de la pensabilidad y de su negación.
La pensabilidad no es solamente la capacidad de pensar sino de pensar de un cierto modo. No es
solamente la capacidad de usar la función mental de transformar las sensaciones endógenas y
externas en representaciones, sino de mantener dichas representaciones, y de activar procesos
mentales capaces de elaborarlas. La pensabilidad por lo tanto no es solamente una capacidad
mecánica aunque sofisticada, sino más bien una función creativa.
Trataré de aplicar los conceptos y el método psicoanalítico a las situaciones examinadas aquí; esto
comportarà inevitablemente relaciones aparentemente forzadas que sin embargo pueden aceptarse
por la utilidad demostrada para la comprensión profunda de la psicología de los individuos y de los
grupos implicados en situaciones de riesgo, crisis y catástrofes.
La pensabilidad es aquella función mental capaz de contener, interpretar y elaborar los
pensamientos relativos a un evento (en nuestro caso un evento catastrófico), en modo de producir
otros pensamientos nuevos, verdaderos y más adecuados.

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Contener significa recibir y mantener en el espacio y en el tiempo, en un espacio mental libre de
otros pensamientos intrusivos y confusos, en un tiempo adecuado para la elaboración.
Elaborar significa lograr imaginar una continuación, no quedarse bloqueado en aquella
representación catastrófica.
Interpretar significa dar un significado más verdadero y completo del que aparece evidente, es decir
que tenga en cuenta también los aspectos inconscientes del pensameinto. La experiencia del evento
catastrófico, percibida, recordada, o fantaseada, es un objeto mental que puede estudiarse si se
tienen presentes todas las dimensiones en las que se extiende tal objeto mental. Tales dimensiones,
o quizás es mejor hablar en este contexto de condiciones, son cuatro: Sentido o memoria, mito o
cuento, afecto o pasión, ética o responsabilidad. Antes de comenzar a describir estas condiciones
del objeto mental, quizás es útil que aclare ulteriormente la diferencia que establezco entre objeto
mental y pensamiento, para lo cual usaré una metáfora cinematográfica. Podemos registrar con una
máquina cinematográfica datos de la realidad: hechos, escenas, paisajes, diálogos, expresiones
emotivas, y podemos reproducirlas y volver a verlas todas las veces que querramos, pero todo esto
no constituirà una película. Para que todas estas escenas se vuelvan un film son necesarias algunas
operaciones que respeten algunas condiciones: se necesita lo que se define como el argumento, una
idea general que dé un sentido unitario a los elementos esparcidos; se necesita por lo tanto el
montaje, una construcción de una historia, una narración que no sea nunca cerrada, completa, sino
más bien abierta a diferentes posibilidades evolutivas, se necesita también una motivación afectiva,
una pasión que justifique la intención comunicativa; se necesita por último un director, un autor, un
responsable de todas estas operaciones claramente reconocible.
La primera condición para que un objeto mental pueda acceder a la pensabilidad es que éste sea un
objeto de los sentidos, es decir que pueda ser reconocido por los sentidos, que sea audible o
palpable, visible, oloroso, pero que tenga también un sentido, un significado reconocible, derivado
del hecho de que exista un acuerdo entre los sentidos para reconocerlo, que tenga por lo tanto un
sentido común. Si es reconocido, de alguna forma es memorizado. La memoria, para la cual los
sentidos tienen una importancia notable, efectúa una operación de recategorización de los datos
sensoriales memorizados en función de una intencionalidad. Podríamos decir que en nuestra mente
no hay recuerdos específicos, existen solamente los medios para reorganizar las experiencias
pasadas. La memoria no debe ser concebida solamente como recuperación estadística y pasiva de
recuerdos, sino como función dinámica de reorganización incesante de impresiones pasadas. Esto se
complica aún más si consideramos que la memoria representa otro sentido a nuestra disposición
para contactar el inconsciente. Para utilizar en el mejor modo esta función propia de la memoria es

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necesaria una condición ulterior, la de la narración o del mito. Es decir para que el objeto mental
acceda a la pensabilidad tiene que poder integrarse en una historia, en una narración creativa incluso
fantástica pero decible, narrable. Esta condición respeta el hecho de que el pensar tiene dos
tendencias características e insuprimibles: la tendencia conectiva y la cinética. “Así como el
pensamiento no puede permanecer en un estado de quietud, y es siempre móvil y activo como
expresión específica de nuestro estar en el mundo; análogamente los pensamientos no pueden
permanecer en un estado de singularidad aislada; cada átomo de pensamiento tiende
espontáneamente a agregarse, a conectarse y a relacionarse con otros átomos de pensamiento”
(Corrao). El pensar tiene necesidad de un movimiento como de ida y vuelta, vinculado al
pensamiento creativo: a la mitopoiesis. La tercera condición es que el objeto mental tenga algún
contenido afectivo, que esté cargado de emociones o pasiones. Es importante poner de relieve que
el psicoanálisis ha sido siempre más abstracto que el estudio de la dinámica y de la cinética de los
fenómenos afectivos, por los aspectos comunicativos de los afectos, por su poder de influencia
interactiva y su empleo teleonómico y cognitivo. El modelo que considera a los afectos como cargas
o inversiones, no puede prever su transformación, sino más bien una modificación de cantidad,
extensión, fuerza, dirección. Esto significa que los afectos dolorosos pueden solamente reprimirse o
desplazarse sobre otros objetos. En esta dirección la catarsis ha sido interpretada como liberación de
las pasiones y no como se debería entender más correctamente como liberación a través de las
pasiones. Como se puede intuir fácilmente, este punto es fundamental para nuestro discurso porque
o se cree que uno se puede defender de las emociones vinculadas al riesgo simplemente negándolas
o descargándolas lejos o se retiene que se debe utilizar la fuerza de las emociones para responder de
forma adecuada y constructiva a la vivencia catastrófica- La última condición para que el objeto
mental pueda volverse pensable es la que preve la necesidad de individuar y de reconocer al
responsable del pensamiento, sea por lo que se refiere al individuo que se asuma la responsabilidad
del pensamiento y que no adopte mecanismos de negación o proyección, sea en los grupos.
La negación de todo esto puede definirse como impensabilidad. La impensabilidad puede
evidenciarse antes, durante o después del evento catastrófico. Puede manifestarse en los individuos
o en los grupos sociales, mejor, a menudo depende de la relación que los individuos tienen con el
propio grupo de pertenencia. Estudiar y comprender bien la incidencia y la calidad de esta relación
es fundamental para enfrentar colectivamente el problema.
La impensabilidad que se verifica antes de la situación a riesgo se relaciona con lo afirmado
precedentemente sobre una posible guerra nuclear, es decir con exorcisar el peligro y la angustia
con la negación, utilizando mecanismos mentales infantiles o primitivos que placan el ansia con

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fantasías de salvación mágico-omnipotentes individuales o colectivas como aquellas religiosas. Es
impensable que me suceda a mí tener que morir por una guerra o por un terremoto y si luego
morimos todos, será por que así lo quiere Dios y entonces, nadie muere sino que se renace. Sin
embargo, este tipo de impensabilidad es esencialmente narcisístico, no existe una evaluación
objetiva de los demás. Cuando la impensabilidad se da durante el evento catastrófico, es decir,
cuando la experiencia del evento catastrófico no permite ninguna elaboración mental, como en las
situaciones de pánico, se verifica una fuga de la realidad externa dentro de sí mismos, una
introversión masiva que interrumpe los vínculos con el mundo y con el proprio grupo; también este
mecanismo es de tipo narcisístico, pero paradójicamente aunque sea más grave, es más natural que
cultural. Sucede por un imprevisto y repentino cambio de registro personal, es decir cuando en una
situación de relativo acuerdo con el ambiente un hecho imprevisto impone que uno ya no se sienta
contenido positivamente por el contexto en el que se halla. Este tipo de impensabilidad, como decía,
seguramente es la más grave porque es muy difícil intervenir eficazmente con diligencia, sin
embargo los otros dos tipos de impensabilidad son más graves por la responabilidad colectiva en la
falta de prevención, preparación y educación para enfrentar el riesgo a conciencia y con seguridad.
El tercer tipo de impensabilidad es sucesivo al evento catastrófico y equivale a la represión, a la
cancelación de la memoria activa. Significa que no se mantiene el recuerdo, el pensamiento sobre el
peligro porque es insoportable; también ésta es una defensa natural y comprensible para poder
seguir adelante sin quedarse paralizados por el recuerdo permanente del peligro, pero en este tipo de
impensabilidad hay una responsabilidad colectiva. En una situación social es imposible aplicarla si
no existe un acuerdo omertoso de todos para cancelar o distraerse de aquel recuerdo. De todo lo
dicho resulta evidente la importancia que adquiere la información en el caso de riesgo de catástrofe,
que debe tener forma y contenidos diferentes según cada uno de los tres momentos de los que se ha
hablado. La regla fundamental corresponde al principio deontológico que regula nuestra relación
médico-paciente. En línea de máxima es justo que todos los individuos estén informados sobre los
peligros que corren. Los motivos que se adoptan para justificar la falta de información o la
substracción o manipulación de la información dependen de la relación de confianza que se instaura
entre quien posee el conocimiento y los que lo ignoran. En tanto, pueden surgir mecanismos de
colusión que tienden a fomentar la impensabilidad; luego, la preocupación de no provocar un daño
mayor a través de la comunicación desencadenando el pánico colectivo o de masa, también esto
depende de la relación que se ha establecido preventivamente sobre estos hechos y de la relación
que se ha creado y mantenido entre los individuos y el grupo. En otros términos, surge el problema
de si se deba decir la verdad, toda la verdad. ¿Pero la verdad de qué cosa? La verdad del hecho, del

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evento de riesgo potencial o en acto o pasado, cierto que sí. Pero no es suficiente, es necesario saber
interpretar la verdad, sobre todo la verdad escondida que no se quiere conocer. Entre otros motivos
hay que tener en cuenta que muchas de las resistencias al conocimiento de las condiciones de riesgo
se deben al valor negativo que se atribuye a la angustia. La cultura occidental del bienestar
considera diabólica el ansia que es concebida como un mal que hay que eliminar, con la
contrapartida de incrementar la impensabilidad. Se considera que los responsables de la
información sobre todo tienen que evitar de inducir ansia y que, en cambio, tienen que tranquilizar
en lo posible, porque se presume erróneamente que el ansia sea negativa para los comportamientos
adecuados que se deberían asumir en las situaciones de riesgo. Por el contrario, las situaciones
verdaderamente peligrosas que conducen a comportamientos irracionales e inadecuados se deben a
la impensabilidad que comporta también la incapacidad de tolerar el ansia.
La información preventiva no tiene solamente el objetivo de advertir del riesgo posible, sino que
también tiene la tarea de educar a pensar en el riesgo, a crear un hábito mental sin falsas alarmas ni
negaciones hipócritas. Por este motivo es necesario que la información preventiva adquiera una
forma narrativa que sepa crear sentidos comunes estables, repetidos, que puedan ser fácilmente
reconocidos y asociados en los momentos de necesidad. La forma narrativa tiene además la
prerrogativa de que puede integrar la dramatización de los afectos, de las emociones, que se
integran en una historia que vuelve posible su desarrollo y transformación. Este momento es
asimilable a la operación de contar fábulas a los niños asustados, fábulas ya conocidas y repetidas,
aunque contengan elementos que den miedo como monstruos, brujas, etc. La información durante el
evento catstrófico tiene la tarea de llamar al sentido común, de dar puntos de referencia
reconocibles en tanto ya conocidos, de dar el sentido de la dirección y del movimiento, de recrear y
de mantener el sentido de la evolución de los eventos, de dar comunicaciones responsables en las
que se pueda reconocer al sujeto del que parte la información con quien ya se ha establecido un
sentimiento de confianza y de credibilidad.
La información sucesiva a los eventos de riesgo tiene la tarea de mantener viva la memoria, para
que frente a la tendencia natural al olvido no se realice la impensabilidad de lo que ya se ha vivido.
Hay que tener presente que superar el riesgo puede conducir a un tipo particular de psicología del
sobreviviente marcada sea por sentimientos de culpa sea por elementos maniacos- omnipotentes.
Por consiguiente es útil que la memoria, incluso la memoria mítica del riesgo pasado, se transforme
en una atención preventiva hacia el futuro y que no adquiera las características de una glorificación
del riego superado.

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Cualquier información que recibamos del mundo externo, sea que se obtenga directamente, sea que
la recibamos a través de la mediación de los medios de comunicación, debe atravesar nuestras
defensas. Para ilustrar mejor esta afirmación podemos usar la metáfora de la nave espacial que para
poder aterrizar, debe atravesar la atmósfera terrestre. La nave información tiene solamente un
reducido ángulo de incidencia respecto a la tierra para poder aterrizar suavemente. Si el ángulo es
demasiado reducido, la nave regresará a la atmósfera y se perderá en el espacio; si el ángulo es muy
alto la nave se quemará atravesando rápidamente la atmósfera o si la nave es demasiado grande se
precipitará catastróficamente sobre la tierra dañándola o destruyéndola. La amplitud del ángulo de
incidencia es directamente proporcional a la amplitud del continente (la tierra en la metáfora) que
tiene que recibir información. Esto quiere decir que el impacto de la información depende de quién
la reciba, si se trata de un individuo o de un grupo organizado y cohesionado. Es posible que
nuestras defensas eliminen la información o que la quemen rápidamente dejándola sin efecto,
pensemos en la incesante lluvia informativa que soportamos ininterrumpidamente y que
rápidamente quemamos sin que deje ninguna huella permanente, simplemente hemos desconectado
el contenido afectivo duradero de la información, quedando inmutable nuestra condición de
identidad; pero cualquier sistema que reciba del exterior un elemento extraño no puede permanecer
inmutable, salvo que no se logre modificar para ser capaz de acoger, absorber e integrar aquel
elemento extraño, tolerando el sufrimiento que el cambio comporta. Esto depende de la amplitud
del continente, es decir de la capacidad de tolerar las modificaciones y por eso, también de la
calidad del continente. Existen modificaciones que la amplitud y la calidad del continente individual
no puede tolerar; como existen eventos que el continente colectivo no puede tolerar y es necesario
recuperar la dimensión de la identidad personal para poder tolerarlos mentalmente, para recrear las
condiciones de una sucesiva ampliación del continente. La capacidad de tolerar lo nuevo y por
consiguiente con mayor razón la capacidad de tolerar el riesgo depende de la capacidad de
oscilación entre los varios registros de identidad, de no paralizarse con la ruptura de un registro de
identidad. Quizás resulte más claro el motivo del dolor por lo nuevo si damos un ejemplo de un
riesgo de crisis o catástrofe muy actual almenos en algunas zonas del mundo. Se trata de las
fronteras, sabemos que las fronteras no terminan nunca porque pueden cambiarse de nuevo
infinitamente. Me refiero a un problema que muchos consideran como una catástrofe, la cada vez
más inarrestable inundación de migración de gente procedente de lugares peligrosos e invivibles
hacia lugares que se espera que sean más seguros. ¿No es la migración un efecto de las catástrofes?
Los que acogen al inmigrante tendrían que entender que la angustia de pérdida de identidad que
sienten frente a lo nuevo, es la misma angustia que siente el emigrante. Para la angustia no tiene

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importancia que esté en crisis el contenido (acoger nuevas personas) o el continente (huir de un
lugar peligroso). La reacción de pánico de frente a las oleadas migratorias se debe a la
impensabilidad de un evento transformativo de este tipo. La consiguiente incapacidad del
continente se manifiesta en la tentativa de resolver el problema o rechazando de rebote al
inmigrante o aniquilándolo, lo que puede ocasionar un impacto esta vez sí ciertamente catastrófico;
y es a causa de la incapacidad de pensar en la ineluctabilidad del evento, pero sobre todo, en que el
ingreso de lo nuevo no es una catástrofe sino un cambio catastrófico. Es decir, habiendo superado el
sufrimiento por la necesaria modificación, lo nuevo es portador de vida y entonces de una mayor
seguridad como lo demuestran las naciones que han sido capaces de acoger la inmigración y se han
vuelto grandes por esto.
Quisiera hacer una lista de los puntos que me parecen esenciales:
1. En la experiencia de situaciones extremas se manifiesta la angustia de muerte.
2. La angustia de muerte es impensable: en el sentido de que no puede elaborarse mentalmente
sino negando la muerte como el final de todo. Las fantasías infantiles de la propia muerte están
siempre relacionadas con un placer o con una ventaja para la propia vida de relación. Para las
religiones la muerte está ligada a otra vida, así que el apocalipsis es visto como un momento de
transición.
3. La impensabilidad de la angustia de muerte, es decir no poderla elaborar sino negándola, lleva a
los individuos a adoptar comportamientos inadecuados respecto al peligro real.
4. Comportamientos irracionales directamente dependientes de las fantasías inconscientes
vinculadas a la propia muerte.
5. Por estas razones lo mejor que los individuos y los grupos tendrían que hacer preventivamente y
en el acto, es la de separar la idea de las situaciones extremas de la idea de la muerte, no para
negarla sino para permitir una mayor libertad mental en la evaluación realística del peligro,
como para cualquier otro evento de la vida.
6. Por las mismas razones no nos deberíamod preocupar de aplacar la angustia reasegurando. La
eliminación del ansia está directamente relacionada con la impensabilidad, mientras que en
cambio la capacidad de sentir y contener el ansia permite elaborar las representaciones
dolorosas del peligro.
7. Para contener la angustia en un grado justo de soportabilidad es necesario que exista un
continente y es preferible que éste sea un grupo lo más restringido posible, para que pueda
activarse un fuerte sentimiento de pertenencia.

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8. Más precisamente, es fundamental la relación que los individuos tienen con el proprio grupo de
pertenencia. El aislamiento es la peor condición para experimentar y elaborar la angustia. Si se
está en contraste, oposición, o aislados del propio grupo, la angustia se vuelve insoportable
porque no es referible a un continente mental y comportamental adecuado.
9. Este concepto de pertenencia grupal debe ser construido y ejercitado preventivamente. Es más
útil poner en práctica la participación en pequeños grupos aunque no se refieran directamente a
la protección civil, que ejercitaciones de buenos comportamientos que puedan ser fácilmente
borrados por el pánico.
10. Son fundamentales: tener la costumbre de dirigirse a puntos de referencia que no se vivan
pasivamente, la costumbre de participar afectivamente en el grupo, y la costumbre de elaborar
en el grupo las dificultades de relación con éste mismo.
11. Los diferentes grupos de pertenencia que normalmente en la dinámica social pueden estar en
contraste entre ellos, en el momento de la catástrofe deberían señalar la excepcionalidad del
evento, demostrándolo a través del acuerdo general bajo la guía de un único conductor (la
protección civil).
12. Para hacer pensable el objeto (en este caso el evento catastrófico) es necesario que exista una
información de un organismo de la protección civil especializado en este aspecto, diferente de
los medios de comunicación usuales, que sepa interpretar el evento. Es decir, que comunique
utilizando todas las condiciones del objeto pensable.1

BIBLIOGRAFIA

Bion P. (1991) L’impensabilità della guerra nucleare. In Immagini dell’impensabile a cura di P. Messeri e E.
Pulcini, Marietti, Genova.
Bion W.R. (1963) Elements of Psychoanalysis, Heinemann, London.
Corrao F. (1992) Modelli psicoanalitici. Mito Passione Memoria, Laterza, Bari.
Romano R. (1995) La pensabilità: un oggetto della psicoanalisi. Koinos Gruppo e funzione analitica. XVI,2.

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Texto traducido por la Dra. Ruby Mariela Mejía, Psicóloga Psicoterapeuta, Instituto Italiano de Psicoanálisis de
Grupo. Y revisado por el grupo Sygma.
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