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La calle

Es de tierra y tiene charcos muy quietos, de color verde pizarra. Al sur, la hilera de casas,
definidas así: casa con pared de barro, rosado oscuro, techo de paja; casa con pared de
bloques sin pintar, techo de asbesto; luego, trecho baldío con arbustos cubiertos de tierra,
charco de color verde pizarra, caucho Firestone carcomido que aflora en él; seguidamente,
casa con pared de barro, pintada de verde perico con ventanas de tela de saco, techo de
paja, dos grandes peladuras dejan ver el bahareque; después, casa con pared de bloques,
techo de zinc herrumbroso, puertas pintadas de blanco y con candado, con apariencia de
no haber sido movidas en mucho tiempo. Nuevo espacio libre, sin arbustos; empiezan
nueve estacas de un metro y medio de alto con tres, luego dos, luego un hilo de alambre de
púas que se retuerce y hace ovillos. El sol está alto. Hacia la izquierda, sobre el techo de
zinc de la casa blanca y azul, una nube pequeña, muy blanca y quieta. En toda la calle,
papeles, trozos de vidrio verde y mierdas de perro, en número indefinible. Frente a la casa
pintada de rosado oscuro, una lata volcada, color amarillo cobre, invadida por el color
pimienta de la herrumbre.

Hacia la izquierda el aire ondula y no se distinguen bien ni el comienzo de la fila d casas ni


varios cardos cubiertos de polvo. De allí viene un perro pequeño, blanco, flaco. Tiene una
macha negra en la oreja. Huele con diligencia los papeles que emergen como una espesa
nata de los charcos, los que se apelmazan bajo el alambre de púas. Es minucioso y
hediondo. De cerca, se le notan el rosado borde de los párpados, el interior de las orejas,
mechones de pelo que estuvieron embebidos en algún líquido que, al secarse, los ha dejado
rígidos como pinceles endurecidos. El perro se aleja hacia la derecha y está mucho rato
examinando el caucho roto. Después, pone rígidas las patas, hace arcadas y vomita,
escasamente. Mira a todos lados, se aleja y sigue husmeando.

Todo ese tiempo, un niño desnudo ha estado en el umbral de la casa pintada de verde,
sentado en el suelo y pasando un dedo untado de saliva por la tierra.

El sol se ha movido. Se oye el zumbido de una mosca, pero a la mosca no se la ve.

Luis Britto García

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