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O de la Divina Misericordia
PRIMERA LECTURA
SEGUNDA LECTURA
EVANGELIO
El evangelio de hoy nos ubica en el atardecer del día de la resurrección. En él, Jesús se aparece
a sus discípulos mientras se encontraban en una casa con las puertas cerradas por miedo a los
judíos, pues pensarían que, si al Maestro crucificaron, qué no harían con ellos. En la aparición,
la primera palabra de Jesús para aquellos que lo dejaron solo en el Huerto de los Olivos no es
de reproche, sino de misericordia: «Paz a ustedes». Estas palabras, en labios del Resucitado,
no son simplemente el saludo habitual que se intercambiaban los judíos, sino realmente el don
que trae consigo su resurrección: la armonía en el corazón del hombre porque ha sido
destruido el pecado y vencida la muerte. Los discípulos se alegran de la presencia viva de
Jesús. Sin embargo, uno de ellos, Tomás, no estaba en aquel momento. Cuando Tomás regresa
a la casa y escucha de labios de sus compañeros las noticias de que Jesús está vivo, él no cree.
Tal vez pensaría que la pena por la muerte del Maestro es tan grande y tan honda que
alucinarían verle. Ciertamente –pensaría–, sería maravilloso contemplar a Jesús vivo, pero
cómo creer que está vivo si los ojos de la carne lo han visto muerto en la cruz. ¡Oh, Tomás, qué
absorto estás en tus pensamientos! A los ocho días, Jesús se aparecerá nuevamente y se
dirigirá a Tomás para suscitar en Él la fe. Tomás lo exclamará como Dios y Señor, y Jesús
llamará dichosos a los que hayan de creer sin necesidad de ver.
Que Cristo Resucitado suscite en nosotros la fe en su resurrección para caminar como hijos de
la luz, herederos de la resurrección futura.