del tesoro de bondad que tiene en su corazón" El domingo pasado habíamos reflexionado que la vida cristiana es un camino. Un camino que tiene una meta, un fin. Podríamos decir que tiene una cima que alcanzar. Lo cual implica esfuerzo, sí. Nuestra meta es la cima. Y es cierto, que quienes tienen mejor estado físico les cuesta menos subir una montaña, llegar a la cima. Bueno, lo mismo pasa en la vida espiritual. Hoy Jesús nos invita a ejercitarnos. No estoy hablando de salir a trotar o a andar en bicecleta sino de ejercitarnos en la virtud. Y, ¿qué es la virtud? Así como la práctica de acciones malas o dañinas van generando en las personas hábitos malos, los vicios, de los cuales es muy difícil salir, de la misma manera la práctica de acciones buenas, van generando hábitos buenos, es decir, las virtudes. Cuando vamos incorporando las virtudes, van formando cada vez más parte de nuestra vida. Comienzan a ser parte de nuestra naturaleza y de nuestro ser. Hay un refrán que dice: “uno no puede dar lo que no tiene”. Y se aplica a lo que estamos diciendo. Si estoy acostumbrado a pensar mal, a hablar mal, por más que me esfuerce por fingir, esa negatividad es lo que tarde o temprano va a salir de mi boca. Porque es lo que está más presente en el corazón. Y así con otros aspectos de la vida. Cada vez que obras, moralmente no solo estás eligiendo qué es lo que vas a hacer, sino que además te vas eligiendo, vas eligiendo quién querés ser. La vida nos moldea, las circunstancias nos moldean, los demás nos moldean pero nosotros también con nuestras acciones. Al que siempre piensa en sí mismo se va haciendo egoísta y, por lo tanto, le va a costar horrores ayudar a otro. En cambio la persona que va trabajado esto le cuesta menos ayudar, estar al servicio. ¿Por qué? Porque lo fue entrenando, por eso le cuesta menos. No hay recetas mágicas en esto. La virtud, por la Gracia de Dios, se va conquistando. Es una lucha de cada día. Por eso san Pablo nos anima a no bajar los brazos: “queridos hermanos, permanezcan firmes e inconmovibles, progresando constantemente en la obra del Señor, con la certidumbre de que los esfuerzos que realizan por Él no serán vanos.” ¿Por qué? Porque “¡Dios… nos ha dado la victoria por nuestro Señor Jesucristo!”. Vale la pena el esfuerzo por ser bueno, hacer el bien. Cuesta al principio o puede que cueste toda la vida. Pero con el entrenamiento se hace más fácil, y uno lo puede tener ya tan incorporado que ni te das cuenta, te sale espontánemente. Vale la pena ir acumulando en el corazón el tesoro de bondad. Cada uno elige qué es lo que va metiendo en el corazón. Y eso es lo que uno va a dar. Si nos dejamos purificar el corazón y la mirada, entonces, vamos a poder ayudar bien a otros. Vamos a caminar juntos sin caernos al pozo, como dice Jesús. ¿Cuáles son las motivaciones profundas de lo que hacés? ¿Buscás el bien de los demás o tu provecho? Son cosas para rezar y humildemente, delante de Dios, reconocer que necesitamos que Dios nos purifique la mirada para poder ver con sus ojos. Nunca repetimos suficientemente que nuestra vida espiritual y moral es un claro-escuro, es decir, que muchas veces se mezclan nuestras buenas intenciones con otras no tan buenas. Vamos siguiendo a Jesús muchas veces rengueando. Pero lo importante es que si vamos con Él y en comunidad vamos bien. En el camino Jesús nos va sanando y fortaleciendo para que podamos llegar a la meta, llegar a la cima. El mismo camino nos va entrenando para alcanzar nuestro fin: el encuentro definitivo con Dios. Esta promesa justifica sobradamente el camino.