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POSTE RESTANTE

Cynthia Rimsky

POSTE RESTANTE

IMÁGENES DISEÑADAS POR ANDREA GOIC

Santiago de Chile
Itinerario

Santiago................................................................................................................................................. 13

Londres................................................................................................................................................... 19

Israel......................................................................................................................................................... 25

Egipto....................................................................................................................................................... 52

Chipre....................................................................................................................................................... 62
Este libro es un aporte del Consejo Nacional del Libro y la Lectura
a las Bibliotecas Públicas del país. Rodas........................................................................................................................................................ 87
© 2011, CYNTHIA RIMSKY M. Turquía................................................................................................................................................... 88
Inscripción N° 194.087, Santiago de Chile.
ISBN: _________________ Ucrania.................................................................................................................................................119

Derechos reservados para esta edición: Praga.......................................................................................................................................................146


© EDICIONES LASTARRIA
Avda. Las Condes 12771, D. 37, Santiago de Chile. Polonia..................................................................................................................................................154
edicioneslastarria@gmail.com
Austria..................................................................................................................................................173
DISEÑO DE LA COLECCIÓN
Andrea Goic Eslovenia..............................................................................................................................................175

DIAGRAMACIÓN Santiago...............................................................................................................................................179
Máquina de Comunicar

Texto compuesto en tipografía Garamond Premier Pro.

Se terminó de imprimir esta


TERCERA EDICIÓN
En los talleres de Andros Impresores Ltda.,
Santa Elena 1955, Santiago de Chile,
en noviembre de 2011.

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,


puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por
procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o electrónicos,
incluidas las fotocopias, sin permiso escrito del editor.

IMPRESO EN CHILE/ PRINTED EN CHILE


Presentación

Con Poste restante, de Cynthia Rimsky, Ediciones Lastarria inaugura la


serie Ogaño, dedicada a la publicación de aquellas obras contemporáneas que
manifiestan un punto de vista refractario a las corrientes dominantes de la
narrativa y se vinculan a cierta tradición paralela a la del canon constituido
por la crítica.
Los editores
a Doris Mitnik y Teodoro Rimsky en Chile
a Mateja Kavcic en Eslovenia

“¿Quién puede ser tan insensato como para


morir sin haber dado, por lo menos,
una vuelta a su cárcel?”
Marguerite Yourcenar
Álbum de familia

Ortuzio dice que los mercados persas son el diván del psicoanalista aho-
rrándose el dinero. Los objetos ordenados en el suelo despiertan evocaciones
que recorren a los visitantes a la manera de un álbum íntimo y social. Las
familias cuyo pasado se remonta a la historia de Chile, encuentran objetos
que siendo desconocidos están impresos en su memoria, que es también la
memoria del país. Para los emigrantes la historia es una línea trunca y el re-
corrido por dicho mercado tiene más relación con la imaginación que con la
memoria.
Un domingo de octubre de 1998 encontró en el mercado persa de Arrieta
en Santiago un pequeño álbum de 11,5 por 9 centímetros, forrado en un ta-
piz de evidente origen extranjero. Las fotografías mostraban a una familia de
vacaciones, medían 6 por 8,5 centímetros y estaban enmarcadas en una pesta-
ña de cartulina color crema cuyos bordes interiores habían sido cortados con
una tijera zigzag. En la primera página habían escrito con lápiz grafito algo
indescifrable. “Plitvice in Jezersko/ Rimski Vrelec/ Bled”.
Su apellido es Rimsky. La diferencia en la última letra bastaría para colegir
que no se trata de la misma familia, sin embargo, al dar vuelta la página y ver
la primera fotografía

una caída de agua

experimentó la emoción del viajero cuando escoge un camino que lo llevará


a un lugar desconocido. Ignora si sus abuelos prefirieron convertir su pasa-
do en algo desconocido o sus padres no mostraron interés en conocerlo. Su
historia familiar siempre fue una pregunta por el olvido más que una certeza
de la cual asirse, fragilidad que se trasladó al nombre, al ver los inmigrantes
cómo el funcionario de Aduanas chileno inscribía a los Cohen como Kohen,
a los Levy como Levi, por lo que Rimsky podía haber sido Rimski.

Una niña en traje de baño sentada en una roca,


sustrae la atención que concita la caída de agua
en segundo plano.
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Los datos familiares que consiguió reunir hablan de una bisabuela mater-
na en Odessa y una abuela nacida en el barco que la traía a Chile. Su abuelo
materno vivía en Kiev; a los catorce años, con su mejor amigo, algunos her-
manos pequeños y el padre cruzaron Europa para embarcarse hacia Argenti-
na. De los que permanecieron en Ucrania (entre ellos su bisabuela) no pudo
averiguar nada. Su abuelo paterno proviene de un pueblo llamado Ulanov,
ubicado en algún lugar entre Moldavia, Polonia y Ucrania. Su abuela paterna
nació en Cracovia aunque después vivió en Varsovia. Todos ellos emigraron
a América entre 1906 y 1918. El resto es una confusa deuda inmemorial; el
olor de los vestidos de las ancianas de ojos claros sentadas en un recodo som-
brío de la piscina del Estadio Israelita, observando tras el velo de sus sombre-
ros a los nietos chilenos; las telas de los vestidos traídos en el barco, el aliento
que exhalaban las carteras cuando buscaban un dulce añejo para la nieta de la
amiga. Todo eso representó desde su niñez esas tierras innombrables.

La caída de agua y la roca


en primer plano,
vacía.

Al momento de encontrar el álbum de fotografías en el mercado persa ha-


bía planificado un viaje a Ucrania. Como su interés no era encontrar parien-
tes o el nombre en una tumba, decidió que buscar el origen de las fotografías
podía ser un destino tan real como el otro
la adolescente en traje de baño levanta los talones
del suelo y extiende los brazos hacia el cielo,
la pelota ha salido fuera de cuadro
y el movimiento se congela.

Álbum de fotografías encontrado en el mercado persa de la calle Arrieta en


Santiago de Chile.
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Equipaje

En la mochila con ruedas lleva dos pantalones largos y uno corto, cua-
tro camisetas de manga corta y dos de manga larga, dos chalecos. Un corta-
plumas comprado y afilado en el pasaje Matte, una petaca, una bufanda de
seda azul, una chaqueta de cuero dada de baja por bomberos, Las flores del
mal de Baudelaire, una linterna taiwanesa, unas hawaianas amarillas para no
contagiarse hongos en las duchas (su madre), un gorro de lana chilote, una
mano de Fátima para la buena suerte, un par de aros con forma de pájaro, un
cuaderno de viaje azul, lápices, goma de borrar, cuchillo cartonero, el Diccio-
nario de la lengua española. Tareas Escolares de Zig-Zag, tres disquetes, un
plato plástico verde comprado en La Vega, antiinflamatorios, una foto de su
bisabuela con su madre tomada en Valparaíso y otra de su bisabuelo con su
abuela, un estuche con hilo negro, rojo, blanco y agujas (su padre), y el libro
Cuadros de pensamiento de Walter Benjamin. En un bolso de mano lleva el
boleto de avión, el pasaporte y un cuaderno de tapas blancas con direcciones.
En un estuche de género fucsia que guarda bajo el pantalón, lleva las tarjetas
de crédito, los cheques viajeros de cincuenta y cien dólares, una fotocopia del
pasaporte, el recibo original de los cheques viajeros y tres billetes de mil pesos
para su regreso a Santiago.

El dinero que lleva escondido en el estuche fucsia, bajo el pantalón y alrede-


dor de la cintura, es el lazo que la sujeta a la realidad.
Cynthia Rimsky 19

Martes 22 de diciembre de 1998, Aeropuerto Heathrow, Londres. El fun-


cionario de Migración que revisa mi pasaporte no da importancia al domici-
lio. La palabra Bilbao no significa para él la pequeña casa al fondo del pasaje,
la ventana de la cocina desde donde armo el relato de mis vecinos, la ausencia
de Y. El timbre cae en una hoja en blanco. “Nada se conoce, sólo se ahonda
en el propio abismo...” (Las flores del mal de Baudelaire comprado en la feria
de Achupallas).

Pasaporte otorgado el 30 de octubre de 1998 y que expiró el 30 de octubre


del 2003.
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Miércoles 23 de diciembre. Escucho las primeras palabras que nombran Estaciones


en otro idioma los objetos familiares mientras reviso un mapa del metro de
Londres. Las estaciones evocan a la joven inteligente en la fiesta de la señora Kilburn. En el suelo del andén que corre en dirección a Elephant & Castle
Dalloway, la americana de Henry James, la borracha de Jean Rhys. Cuando hay una bufanda de lana gris. La gente pasa y no la ve. Cuando sube al vagón,
me encuentre en ellas, evocará la vida que no llevo en las estaciones Salvador, sigue allí.
Los Héroes, Cal y Canto...
Baker Street. Intenta comprar papel higiénico en un negocio indio y recibe
papelillos.
—It´s my pronunciation —se disculpa.
—Is our pronunciation —se burla el inmigrante.

Picadilly Circus. Antes de salir de Chile viene a verla un amigo periodista que
se caracteriza por el impresionante cúmulo de datos objetivos que almacena
en su memoria. Lo acompaña su hijo Rafael. A los cuatro años de edad cono-
ce cinco recorridos de autobuses con sus números y ya vivió la experiencia de
viajar desde la esquina de su casa al paradero del autobús junto a su abuela.
Los inmigrantes que viajan en el metro, su experiencia de la ciudad, los olores,
la luz, los sonidos, el transcurso del tiempo, corresponde a los fragmentos que
encuentran al salir de las estaciones.

Kensington Garden. Como la señora Dalloway, en vez de confeccionar la


lista de invitados a su fiesta, calcula de cuánto dinero dispone para almorzar.

Charing Cross. Los adornos navideños se estremecen con el viento que an-
ticipa la lluvia. En el bar un africano abraza a una inglesa de piel blanca que
llora. “Good girl. You don´t have family?”, pregunta el africano y la rubia
continúa llorando. “No problem. You are very sweet”, la empuja suavemente
hasta la boca del metro.

Leicester Square. Un grupo de estudiantes colombianos y puertorriqueños


gritan y ríen como verdaderos latinos en la mesa de un pub. La joven escocesa
que los acompaña apenas puede tenerse en pie: “Its so funny, so funny”. Al
otro extremo de la mesa un joven inglés que lleva un abrigo ciento por ciento
lana se pone colorado. “It´s so funny”, repite la escocesa estrellando la frente
en la mesa.
Cynthia Rimsky 23

Green Park. Dos amigos griegos entran a un céntrico restaurante griego. El


mozo les ofrece su propia comida en inglés con acento griego. Los clientes
responden en inglés con igual dificultad. Cuando terminan de cenar los tres
se desean Happy Christmas.

Kilburn. A las diez de la noche del 24 de diciembre de 1998, por el subsuelo


de Londres se desplazan un pakistaní, dos africanos, un asiático, dos colom-
bianos y una chilena. En algún lugar de la superficie la familia real abre sus
regalos.

Tottenham Court Road. Pierde el gorro de lana chilote.

Mapa del metro de Londres de la agenda que le regalará en Chipre del Sur
un militar inglés retirado que combatió contra el IRA.
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En la pendiente de una colina, ante una montaña nevada, Sábado 26 de diciembre, Aeropuerto Ben Gurión, Tel Aviv. Una luz azuli-
están sentadas con las rodillas flectadas sobre el pasto, dos mujeres y una niña. na se derrama sobre la losa, la Terminal, la Aduana, los pasajeros, los pájaros
La mayor fuma un cigarro, la niña mira el lente de la cámara,
la joven que lleva un collar de perlas alrededor del cuello,
de la mañana no despiertan. Hace frío.
se inclina hacia delante con los ojos cerrados.
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Escaparates Puertas

En el trayecto del aeropuerto al centro de Tel Aviv se insinúan las señales En el centro de Tel Aviv existe un barrio, a una cuadra de la avenida Ben
de su precariedad. Los edificios grisáceos y descascarados, las ventanas oxida- Yehuda, que evoca un melancólico pueblo del norte de Chile o Polonia. Es
das, los sitios eriazos entre hoteles cinco estrellas, construcciones inconclusas verdad que comienzan a aparecer restaurantes, talleres de arte y tiendas de
o tapiadas, montículos de arena, cañerías, bloques de cemento, dan cuenta souvenirs, pero el desgano, las casas hundidas bajo el nivel irregular de la ca-
de la posibilidad cotidiana de un derrumbe. Fragilidad que contrasta con el lle, la música fuerte, los vecinos que conversan en la acera sin camisa, hacen
ajetreo chillón de las avenidas, bocinazos, conversaciones a gritos, martilleos, olvidar la ciudad moderna que está a unos pasos. Entrever lo que ocultan
la gente va y viene, nadie sabe de dónde viene y hacia adónde va, los zapatos las puertas es la razón que anima al viajero a caminar por las ciudades. Una
aplastan las grietas por donde amenaza salir la desidia, el placer, la duda. mezcla de reserva y respeto impide prolongar la observación el tiempo nece-
A la entrada de los locales de comida rápida hay un fierro atravesado por sario, hambriento de imágenes fugaces se hace necesario completarlas con la
finas lonjas de carne de cordero que da vuelta alrededor del fuego. El en- imaginación.
cargado raspa meticulosamente la carne con el cuchillo hasta que la fuente A través de la rendija de una puerta vislumbra una habitación desprovista
de aluminio se llena de hilachas que introduce en un pan pita relleno con de adornos, con las sillas adosadas a las cuatro paredes y la mesa servida de
ensalada y salsa, envuelto en papel mantequilla. El proceso se repite horas y libros. Da la sensación que los que aquí se juntan a rezar están más allá del
días, todos los días del año a todas las horas. Mientras exista carne que asar, el barrio, de la ciudad, de Israel. Calle arriba hay una tienda. Un par de mesas
fierro seguirá girando alrededor del fuego. ubicadas afuera hace pensar que se trata de un café. El interior está saturado
de libros, sillas en mal estado, frascos, cajas, vidrios rotos… Un hombre de
larga y descuidada barba, sentado ante un escritorio metálico, observa a un
joven de chaqueta negra gastada en los codos, pelar papas. El borboteo del
agua en la olla indica que se trata de un restaurante donde el hijo representa
durante años el acto de preparar la comida, mientras el padre se queja de lo
mal que va el negocio y los comensales olvidan venir.
Por la calle aparece un grupo de ancianos religiosos. Llevan los libros
abiertos tan cerca del rostro que las letras trazan a un mismo tiempo el canto
y el paisaje del ghetto narrado por Sholem Asch.
—Rezan a la luna llena —explica el padre inclinándose al paso de los an-
cianos—. ¿Usted de dónde viene?
—De Chile.
—¿Hay judíos en Chile?
—Sí.
—¿Cuántos?
Da una cifra cualquiera. Los religiosos se detienen poco antes de la es-
quina. En la tienda, iluminada por una ampolleta que cuelga del techo, se
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escucha una melodía popular hebrea. El joven troza los huesos y los mete a la Viernes 8 de enero de 1999. Los habitantes de Tel Aviv comparan su ciudad
olla. El padre alisa sus tupidas cejas, puede que esté pensando o puede que no. con Nueva York, más se parece al Santiago de los años setenta.
De la calle surge un joven vestido a la moda. Sus vehementes gestos expresan
la satisfacción de haber encontrado finalmente la oportunidad que se mere-
ce. Al ver la tienda vacía le parece increíble que esos dos sigan aferrados a su
incredulidad. Discute con el padre, a la mitad del argumento se vuelve contra
el hijo que reparte el caldo en tres tazones, divide una hogaza de pan y coloca
todo sobre el escritorio fiscal.
El visitante repasa con su mirada las ollas grasientas, desciende por la es-
palda curva de su amigo de infancia, se detiene en las manchas de aceite, los
platos saltados, y se desploma en la silla, remoja el pan en el caldo, lo intro-
duce en su boca y aleja el tazón. Aquellos dos no van a rendirlo, busca entre
los estantes y bajo los volúmenes un pedazo de papel. Encuentra un cuaderno
donde transcribe en voz alta los dólares que piensa ganar con la oportunidad
que merece. Cuando levanta la cabeza de la gigantesca suma ve al amigo con
las mangas de la camisa arremangada lavando los tazones, mientras el padre
escucha las noticias en una vieja radio. El joven arroja el cuaderno y sale de
la tienda.
—En este país están todos locos. Yo me voy a América —y se aleja bajo
la luna llena.
El hijo recoge el cuaderno y lo deja sobre una pila de polvorientos libros.
Por eso me gustan las puertas. De no haber entrevisto la casa de rezos, lo que
sucedió después no me habría sido develado.
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Ventanas Terminal

En los edificios antiguos de Tel Aviv existe la costumbre de bajar las per- Cerca de la estación de autobuses, entre los vendedores de drogas y las
sianas metálicas para protegerse del sol del verano. Es invierno y siguen ce- prostitutas, hay una calle peatonal abarrotada de negocios que ofrecen cer-
rradas. veza a precios populares. El suelo está cubierto por cáscaras de semillas de
Caminando por las callejuelas de la ortodoxa Safed se detiene ante la pe- girasol que los bebedores se echan a la boca entre trago y trago. Son hombres
queña sinagoga de Abuhav. A lo largo de la habitación se enfrentan dos hi- macizos, bruscos, de piel blanca y ojos claros. Emigraron de la ex Unión So-
leras de asientos. Al igual que en ciertos trenes, a pesar de la proximidad, los viética, viven en los suburbios de Tel Aviv y se refugian cerca de la estación de
que rezan evitan encontrar sus miradas, pero aquí no hay ventanas para mirar autobuses. Aunque no van a ninguna parte, el límite es el lugar posible.
hacia fuera. En los alrededores del pueblo funciona la escuela de la Torá y,
al frente, el cementerio. A cualquier hora presurosas figuras de negro van y
vienen entre la escuela y las tumbas iluminadas de los rabinos santos. Más allá
del cementerio, de la escuela, del sendero, existe un gran basural. Para un pa-
lestino de Akko, el problema de los israelíes es que son “insight”. No necesitan
abrir las persianas. La serpiente se muerde la cola.
Cynthia Rimsky 33

Álbum de familia

En el Museo de la Diáspora, bajo la luz melancólica que envuelve el cami-


no, el barco, la maleta, el pasaporte, hay un servicio computacional donde los
visitantes se informan acerca de su árbol genealógico. Escribe sus apellidos
en un papel.
—Lo siento —dice la funcionaria.
—¿No existen?
—No los tenemos registrados.

Sus apellidos escritos en ucraniano por R. Nacido en Ucrania, vivió hasta los
treinta y tres años en California. En 1998 emigró a Israel, pero tampoco allí
se sintió a gusto. Cuando lo encuentra en el Sinaí planea volver a Ucrania
para buscar a una novia que tuvo a los trece años y a quien, en ese momento,
no supo reconocer como el verdadero amor.
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Tejedoras la costumbre recogen piedras y las colocan sobre la losa. La joven que lleva un
vestido en forma de saco sostiene un libro de rezos entre sus manos. La segun-
Cada vez que la viajera se aventura a un nuevo lugar, siente un cosquilleo da se sienta en una piedra y una tercera enciende un fósforo, espera hasta que
interno. Una mañana de enero llega a Safed en los altos del Golán. En la guía la llama se consuma, pero antes el dolor la lleva a soltarlo.
turística lee: “atractivo pueblo en la montaña con una rica herencia de misti- —Me contaron que vieron a Ari tomando helados con Ester —dice, pro-
cismo judío, bendecido con una maravillosa vista”. La estación de buses queda bando con un nuevo fósforo.
en un recodo del camino, a los pies de la ciudad. “¿Y si continúo hacia el lago —Es una traidora, pero me voy a vengar.
Teverya?”, se pregunta. El chofer termina su descanso y sube a la máquina. —Si tú fuiste la que terminaste con él —grita la jovencita soltando el fós-
Seguir de largo, permanecer… En el cuaderno azul escribe las ciudades de foro quemado con un gritito.
destino, las ciudades de paso y las ciudades que no encuentra. Podría dejar la —Qué niñas son —las increpa la ortodoxa.
mochila en custodia y echar un vistazo calle arriba, pero si decidiera quedarse La intensidad del cielo próximo a apagarse recorta las figuras de la joven
en Safed tendría que volver por el equipaje y subir nuevamente la cuesta hacia ortodoxa, la ex novia de Ari y la muchacha de las cerillas. La viajera está a va-
el centro. ¿Hay un camino acertado y uno equivocado? rios metros de distancia, sigue sus movimientos, no alcanza a escuchar lo que
Calle arriba se cruza con un grupo de niñas, los vestidos cubren sus to- dicen. Aunque se acercase, hablan en hebreo.
billos, cuello y brazos. Telefonea a la dueña de un hostal barato. Quedan de Shoshana, la rumana con pelos en la barbilla, ofrece a su huésped una
encontrarse en la pensión en diez minutos. “¿Y si regresa a la estación?” Shos- manzana y ella una petaca con vodka. El frío, la soledad o la pobreza favore-
hana tiene el cabello canoso, largo y desordenado, de su barbilla salen pelos y cen la intimidad. La anciana le cuenta que su esposo la abandonó por otra, se
casi no tiene dientes. La sigue a un pequeño y sucio departamento con cinco llevó el dinero y le dejó tres hijos. Ellos se casaron y ahora vive sola. Lo dice
catres. Debe estar acostumbrada a leer la decepción en los turistas porque in- riendo como si hubiese sido una mala broma, como si le hubiese sucedido
mediatamente se muestra amable e, incapaz de decir que no, termina pagando a otra, a la turista. Se burla de los ortodoxos que portan celulares bajo sus
los treinta nis (tres mil pesos chilenos) que le cobra por noche. Sale del depar- abrigos negros y se emociona al recordar el dinero que gastó en salvar a un
tamento furiosa. “¿Qué busca? Una ventana por la que atisbar un pedazo de perro que finalmente murió. Recomienda a la más joven tener un hijo porque
ciudad o un paisaje, y una mesa para colocar la computadora”. En vez de eso se no es bueno llegar a vieja sola. La huésped le contesta que con tres hijos, ella
encuentra nuevamente en las calles. Un pequeño templo le evoca a su abuelo también está sola. “Oh, me llaman por teléfono”, sonríe.
y a la modesta sinagoga (cuando las sinagogas en Santiago eran modestas) Hoy escribe en la cocina, sobre un viejo mantel plástico, con el ruido in-
en el segundo piso de una derruida casa de avenida Independencia, con ca- termitente del refrigerador, ante una minúscula ventana a través de la que
nastos repletos de maní para los niños. Sigue a un hombrecillo embutido en distingue un árbol y una nube. Ya pagó los treinta nis de esta noche. Por la
un abrigo negro largo, tocado por un sombrero del mismo color. Dejan atrás tarde recorrerá las calles, tal vez vaya al cementerio y se siente en una piedra o
el centro, avanzan por colinas pedregosas bañadas con la luz del atardecer. sobre una tumba hasta que sea hora de volver al cuarto. Hará tanto frío que se
Entre fragmentos de lápidas retorcidas y arrastradas por un derrumbe inme- meterá en la cama. Shoshana aparecerá arrastrando las piernas. Como en su
morial, de modo que es imposible dilucidar cuándo se camina por el sendero niñez, cuando sostenía alrededor de las muñecas la lana que su abuela ovilla-
y cuándo por una tumba, circulan como hormigas los religiosos. ba, Shoshana desovillará noche tras noche, a tres mil pesos chilenos la noche,
El sol empuja el aliento de las nubes sobre las colinas. Hasta una tumba la historia que la huésped enrollará en sus muñecas.
santa iluminada por una lámpara a kerosén llegan tres muchachas, siguiendo
36 POSTE RESTANTE

Función de cine

A la película francesa que se proyecta en la matiné del cine arte de Carle-
bach acuden seis espectadores. En la fila G se sienta una mujer delgada con
una parka roja. Sus manos acarician un pequeño rinoceronte de trapo con la
intensidad de quien se encuentra al borde y no tiene a qué aferrarse. Cuando
termina la película, las calles son invadidas por gente que sale a divertirse o
regresa de una tarde familiar. Entre ellos camina una mujer de parka roja que
se sostiene de un rinoceronte de trapo, seguida por una mujer de chaqueta de
cuero que no tiene dónde ir. En la vermú del cine arte de Carlebach, Romy
Schneider se enamora de Michel Piccoli.

Apuntes de Tel Aviv que registra en el cuaderno azul.


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Los viajeros del tiempo Convivencia

Bowles, Potocki, Maupassant, Gide, viajaron para abrir ventanas y descu- En el mercado persa de Old Jaffa, el único sector de la ciudad donde coha-
brir mundos no sólo geográficos sino imaginarios. En la actualidad el viaje bitan judíos y musulmanes, encuentra un cobertor de plumas de ganso igual
es un asunto de meteorología. Al acercarse el otoño a Europa Central, los al que heredó de sus abuelos. No está la cama con respaldo de felpa, sí la
viajeros modernos se trasladan al lado soleado. Entre los pasajeros del hostal bailarina que danzaba sobre la mesita en forma de riñón, no la cuerda que la
N° 2 hay un suizo que trabaja en la vendimia, un escocés carga paquetes en hacía bailar, sí el diminuto elefante de bronce, no el domador, sí el anillo de
el muelle, un alemán empaqueta productos manufacturados y un holandés compromiso, no el dedo, sí el cuaderno que utilizó en la enseñanza básica, no
sirve de mesero. Cuando se acerque la primavera volverán a sus países; como las palabras ma-má, de-do, da-do.
no siempre encuentran empleo en su ciudad natal, deberán trasladarse a lu-
gares tan desconocidos como Tel Aviv. Al escocés que trabaja como cargador
le cansa esta vida. Hubiese querido tener la seguridad de un empleo y una
jubilación como la de sus padres, pero ya no es posible. Al cabo de seis u ocho
horas de trabajo, el alemán, el holandés, el suizo y el escocés vuelven al hostal
N° 2, se duchan y beben cervezas hasta la hora de dormir. A veces sienten que
caen en la rutina y vuelven al hostal N° 1.
Cynthia Rimsky 41

Álbum de familia

El departamento de estudios ucranianos de la Universidad de Tel Aviv es


un conjunto de minúsculas oficinas. El profesor B observa ansioso su reloj
bajo los pesados libros con lomo de cuero que amenazan desplomarse sobre
su nuca.
—Lo siento —dice, depositando el volumen que consultó sobre la mesa
cubierta de libros—. Debe ser un poblado o cambió de nombre después de
la revolución.
—Tal vez en otro libro —sugiere la visitante.
El profesor B tiene una mancha roja en el cuello. A ella también, cuando
está nerviosa, le aparece una mancha roja pero a él, de tanto tenerla, le ha
quedado impresa.
—Tal vez en la Biblioteca... —se excusa mostrando los punteros reunidos
al mediodía.

Una isla fotografiada desde tierra firme, se divisa la torre de una iglesia.

Al final de la mesa, una mujer pálida y desgarbada con el pelo rubio peina-
do en un moño, permanece inclinada ante una pequeña olla con comida. No
sabe inglés, sólo ucraniano. La visitante le enseña la hoja del cuaderno escolar
forrado con papel volantín blanco, donde el profesor B escribió el nombre
del pueblo que busca. La bibliotecaria tapa la olla, sube con resignación dos
peldaños de la escala de mano, retira un libro de cuero rojo, lo revisa y lo
vuelve a colocar en su lugar, sube dos escalones más, coge otro libro, baja la
escalera y despliega el volumen en un mapa de Ucrania.
—Ulanov —señala.
La visitante no ve nada.
—Ulanov —insiste la mujer, señalando un punto minúsculo en una línea
férrea.
La visitante intenta hacerse una idea de la ubicación del pueblo natal de
su abuelo paterno, pero los nombres están escritos en cirílico. La bibliotecaria
echa un vistazo a la olla, coge el cuaderno escolar y dibuja una línea férrea que
Ulanov escrito por el profesor B, de la Universidad de Tel Aviv, en el cua- termina abruptamente en un punto.
derno blanco. —Vinnitsa, Ulanov —se encoge de hombros.
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Esquinas

Todas las mañanas entre el 10 y el 20 de enero de 1999, una turista chilena


cruzó la esquina de Ben Yehuda con Gordon en el centro de Tel Aviv.
Todas las mañanas entre 1925 y 1960, León R salió de su casa en Maruri
329, dobló por Lastra, atravesó Picarte, Independencia, avenida La Paz, y se
detuvo ante su negocio de abarrotes en La Vega.
¿Cuál de los dos, la turista o el emigrante, persiste en la retícula de la ciu-
dad?
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Fieles País real

Ciudad Vieja de Jerusalén. A las diez de la mañana del viernes los helicóp- La primera vez que camina por el barrio judío de Jerusalén se encuentra
teros del ejército israelí custodian a los musulmanes que asisten a la mezquita con el dueño de una librería ubicada en el sótano de un convento construido
en el último día de Ramadán. A las seis de la tarde los helicópteros custodian durante Las Cruzadas. Pertenece a una generación poco tolerante con los no
a los judíos que acuden al Muro de los Lamentos en el primer día de Sha- religiosos como ella, a quienes considera “católicos”.
bbat. —Vamos a ganarles, ¿sabes por qué? Ustedes no tienen hijos, en cambio,
A las ocho de la noche la ciudad está cerrada: tiendas de souvenirs, mez- un religioso tiene siete u ocho niños.
quitas, sinagogas, iglesias ortodoxas, católicas, la bóveda donde está ente- —¿Y todos los hijos terminan siendo religiosos?
rrado Cristo, las piedras basales, restaurantes griegos, armenios, italianos, —Algunos se rebelan. Es parte del crecimiento buscar la propia identidad,
tiendas de alfombras, pastelerías, panaderías, el hombre que vende humus... pero cuando forman una familia se dan cuenta de que sólo pueden educar a
En el hostal para mochileros Tabasco suenan las canciones de Bob Marley y sus hijos como sus padres hicieron con ellos y vuelven al camino.
turistas venidos de todo el mundo beben cerveza barata, escriben postales o Los libros, que ocupan la pieza principal y las bodegas, están deshilacha-
miran un desfile de Versace por el cable. dos, manchados, polvorientos. El hombre los odia por haberlo arruinado.
En las casas árabes se celebra el fin del Ramadán con una espléndida cena. —Antes me gustaban los libros e ir al cine, ahora quiero realidad, la rea-
En las casas judías se celebra Shabbat con una sobria cena. En el barrio alemán lidad es lo que único me interesa —señala la computadora con la que envía
de la ciudad nueva un grupo de ortodoxos arroja piedras contra un grupo de un boletín sobre judaísmo a miles de inscritos reales que el servidor devuelve
no religiosos que decidieron abrir un bar durante Shabbat. A la medianoche por inexistentes.
la Ciudad Santa duerme. El sábado almuerza en casa de un religioso que trabaja en la IBM. Ya tiene
tres hijos y su esposa espera un cuarto.
—Yo fui educado en una familia religiosa, pero no quise seguir estudian-
do Las Escrituras, quise trabajar, salir al mundo real. Después de unos años
me pregunté qué deseaba de la vida real: los bienes materiales no me satisfa-
cían, necesitaba algo espiritual, que trascendiera, hacer algo por mejorar el
mundo.
—¿Qué hiciste?
—Bueno —contesta tras su larga barba —me casé, tengo hijos y voy a
educarlos como buenos judíos, honestos, que hagan el bien.
Es imposible no sentir simpatía por este pequeño ser que predica desde un
destartalado sillón entre pañales y mamaderas. “El único sentido de estar aquí
es porque fuimos elegidos para ser la conciencia del mundo. Si somos hones-
tos, si actuamos de acuerdo a la verdad, el mundo va a tener un ejemplo don-
de mirar. No importa que ahora escojan otro camino, nosotros seguiremos
estudiando la Torá, siendo honestos y, en algún momento, van a darse cuenta
46 POSTE RESTANTE

de que es posible manejar la tecnología y vivir con verdad. La guerra con los
palestinos no hay que verla en forma política. Dios nos puso esta prueba para
evitar que vayamos por el camino fácil del placer y la comodidad ahora que
tenemos un Estado”.
Escucha las campanas de la iglesia, el canto del muecín, las primeras partí-
culas de oscuridad invaden los rincones de la casa. Como en Shabbat no está
permitido realizar ninguna actividad, como accionar los interruptores, todos
los sábados antes que caiga la noche, se enciende la luz en forma automática.

Éxodo de León Uris, que Teodoro R regaló a Dora M en 1960, cuando esta-
ban de novios, y que hoy forma parte de la biblioteca de la autora.
48 POSTE RESTANTE

Irreal

El barrio yemenita de Tel Aviv está conformado por callejuelas y casas


de fachada continua de uno o dos pisos. La gente tiene la piel oscura y calza
babuchas. Hasta los niños calzan babuchas. Imagina que los caminos de Ye-
men están marcados por huellas de babuchas, no hay árboles y la tierra es seca
como aquí. Igual que un domingo en Maruri, los viejos sacan los asientos a la
calle y acumulan sol para el invierno. Una mujer en babuchas se acerca a la tu-
rista sentada en la solera. Mediante señas le explica que salió a la calle porque
en su casa no le permiten fumar. Como el padre podría aparecer en cualquier
momento, esconde el cigarro en la palma de su mano y cierra los dedos. Tiene
cuarenta o cincuenta años, está un poco loca pero es amable y trae a la turis-
ta una taza de café con galletas añejas. Como si llevasen muchos domingos
haciendo lo mismo, le pasa el cigarro en caso de que su padre aparezca. La tu-
rista le promete que mañana volverá a almorzar a su casa. La mujer se aburre
y con la turista, aunque le es imposible hablar, no se aburre.

Carta enviada por Rita Ferrer a la lista de Poste restante del correo de Tel
Aviv, devuelta al remitente en Chile.
50 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 51

“Querida amiga: periencias (se pasó una noche en ‘cana’ por andar sin documentos a la salida
¿Acaso no sabes ya que ser judío es ser en el exilio aunque sea en su pro- de una discoteca en Maitencillo y a la semana siguiente hicieron lo mismo
pia tierra? ¿Cuál es el centro que añoras si Dios en el mundo salió de la escena con una amiga) han servido para entender juntas que las cosas no sólo depen-
y sólo está de espectador? (¿Viste lo de Armenia en Colombia? El Apocalip- den de su actitud personal sino que hay que tomar en cuenta la mentalidad
sis no fue el terremoto sino una ciudad completa en estado de barbarie) Me del contexto. Ahí vamos.… La hiel: Se confunde el silencio propio del verano
alegró recibir tu carta hace ya poco más de una semana. Extrañamente me con densos aires de recesión que me tienen preocupada e impiden que disfru-
pareció que ‘el viaje’ sólo es una excusa para concentrarte a la manera de los te de mi tiempo libre, que más que descanso merecido, a veces se confunde
futbolistas y limpiarte de esta atmósfera miserable que parece invadir la vida con la ‘nada’”.
cotidiana en Chile. Respira, respira y sigue contándome sobre las cocinas de
mujeres como nosotras. Es una forma sensata de afirmar un estilo que a ra-
tos me parece insustentable en este medio que cada día más se desangra tras
perseguir el ‘progreso’. Acá las cosas están de miel y de hiel. De miel porque
esta época es ideal para concentrarse en Santiago: mi jardín está precioso y
algunos cultivos estelares, como mis tomatitos de cóctel, me dan mucha ale-
gría. También es la época en que emprendo el abastecimiento de conservas
básicas para el año.
Todos los días me despierto a las 7:30 y veo las noticias hasta las 8:00
en la tele. De ahí emprendo 1 hora y media de lectura en cama con buen
café. Durante este tiempo he leído bastante y a tu vuelta te voy a presentar a
‘un amigo’ que piensa justamente sobre lo que tú mencionas en tu carta de
la ética judía: honestidad, estilo de vida, verdad. Obvio que es judío (parece
que somos los únicos que se desvelan por seguir pensando en estas cosas, que
parecen ‘superadas’ para el resto de la humanidad).
Todos los días escribo —o al menos lo intento— un par de horas; que
normalmente son entre dos y cinco de la tarde. Me viene bastante bien ese
horario porque mi casa es fresca a esas horas de gran calor.
Mi hija me tiene trastornada. Es una bohemia empedernida y vivo en
la cuerda floja porque las cosas en la calle no están muy bien y ella, que re-
cién comienza, piensa que está por sobre las circunstancias que la rodean: al
respecto, las noticias están tenebrosas. El otro día asesinaron a un chico de
diecisiete años por ajuste de cuentas entre pandillas y, a partir de eso, todos
los días aparecen noticias impresionantes de pandillas juveniles de todos los
sectores y no te imaginas las distorsiones y ferocidades, producto del mundo
hostil en el que transcurren sus vidas. En todo caso, está bien y un par de ex-
52 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 53

Espejismo comienzan a sudar. Recuerda lo que le dijo un marroquí años atrás: “Sólo
puede pasarte lo que tú quieres que te pase”. Vuelven a aparecer las estrellas,
Frontera entre Israel y Egipto. Camina de madrugada por el corredor el sonido del mar Rojo, las luces del pueblo, las dunas, su hucha.
que separa ambos países. Atrás quedan las luces de Aquaba ( Jordania), Elat Desayuna café con leche, recostada sobre los cojines ante un mar quieto
(Israel) y Arabia Saudita, la cercanía hace pensar en cuánta intimidad com- y silencioso. A veces también un omelet o ensalada con feta. El primero en
parten los enemigos. pasar es el hombre que arrienda caballos. Luego vienen los beduinos con sus
Una luz azulina realza las montañas rocosas que el sol ilumina capricho- camellos. Dos veces al día pasa el barco blanco que va del puerto de Nuweiba
samente mientras el mar Rojo se torna verde. Al final del camino un egipcio a Aquaba.
en un destartalado Peugeot station con la palabra taxi pintada en un costado Al mediodía camina al pueblo. En cada alojamiento por donde pasa la
se ofrece a llevarla al lugar donde están los automóviles que viajan a Dahab. invitan a beber té. Issa habla de Sudán, Mohamed de la familia beduina que lo
Unos kilómetros más allá, el taxista se detiene en un descampado. dejó en un internado en Egipto y pasaba a verlo cada año con la caravana. Ha-
—¿Y los autos a Dahab? —pregunta. blan del sentimiento de no pertenecer a ningún lugar. A través de los relatos
—No autos —contesta el chofer mirando el reloj como si este tuviera visita Sudán, Chad, El Cairo, Europa. Mientras su mente viaja, su cuerpo se
la culpa—, sólo el mío. deshace. Aquí todos ansían el verano porque se llena de gente que duerme en
Está tendida sobre un montón de cojines dispuestos en un rectángulo la playa, arman fiestas por las noches y la temperatura llega a cuarenta y ocho
de arena demarcado con troncos secos de palmeras y cubierto por alfombras grados. Incluso ahora que es invierno el calor vuelve perezoso y debe hacer un
a la manera de una tienda beduina en la arena. Está mirando el mar, atrás las enorme esfuerzo para emprender una tarea. Hoy demoró todo el día en llegar
montañas y junto a ella, un té preparado a las brasas. Según el taxista, para al pueblo. Lo olvidaba, quería comprar naranjas.
una sola persona salía muy oneroso el trayecto a Dahab. En una bifurcación En el glamoroso Henlan Hotel de Nuweiba un grupo de música suda-
salió del camino y enfiló hacia la izquierda. Cuando quiso preguntarle el nés toca My way, Bésame mucho, reggae y folklore sudanés. Tirados sobre
nombre de la playa, ya no estaba. cojines, fumando en una pipa de agua tabaco aromatizado con manzana, es-
Un joven moreno con turbante azul la conduce a su hucha, una cabaña cuchan a un hombrecillo de chaqueta negra y pantalones blancos que canta
de bambú heptagonal con alfombras sobre la arena, un colchón y cojines. con los ojos cerrados. Su voz aguda evoca una ópera japonesa. Issa, los suda-
Vuelve a la playa. Cuando el sol está muy fuerte se desplaza hacia la tienda be- neses, la inglesa y la chilena bailan. El cantante la invita a beber té con brandy
duina cubierta con techo de palmas. Al enfriarse vuelve al sol. Son los únicos a su cuarto para mostrarle sus composiciones. La viajera ya conoce el juego y
movimientos que hace durante el día. le dice que mañana. Las familias egipcias se aburren.
Por la noche sube las dunas. Del otro lado encuentra una calle de tierra T es una estudiante de antropología israelí que vino a preparar el exa-
rodeada por restaurantes y cabañas. Los turistas leen o beben té alrededor men de grado a escondidas de sus padres. “Mi madre diría: por Dios qué ha-
de las fogatas. Un hombre llamado Hassan la invita a la cabaña de un amigo ces ahí. Sal de ese lugar de perdición”. La madre de T tiene razón. Este es uno
donde comen unos exquisitos dulces preparados por su madre. La llevan a de los pocos lugares donde los israelíes se relacionan con los árabes. Como
una discoteca que no tiene permiso para funcionar y ven una telenovela egip- queda a trasmano, Dios sólo puede vigilarlos de reojo. Los árabes ríen y dicen
cia donde el protagonista, secuestrado por beduinos y criado por europeos, que los israelíes se limitan a leer, comer y beber.
intenta encontrar a su verdadera madre. Al regresar, en medio de la oscu- A las cuatro de la tarde invariablemente camina por la playa hasta City
ridad, advierte que camina junto a dos extraños, desconoce donde está su Beach, el único campamento donde venden cerveza. Generalmente está un
alojamiento, ni siquiera sabe cómo se llama el pueblo. Las plantas de sus pies holandés que se dedica a emborracharse y meterse drogas, y un atractivo
54 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 55

hombre parecido a Paul Bowles que llegó a los sesenta años y ahora se siente Álbum de familia
de veintidós. El DJ pone música egipcia y por momentos las montañas de
Arabia Saudita parecen reales, un decorado, una fantasía, una ausencia. El Su hermano y ella crecieron con la idea de que el sueño de su padre era
mar se tiñe de rojo. Quietud. conocer Israel. Ambos se comprometieron a que con su primer sueldo como
Ha dejado de preocuparle la seguridad, el dinero, la máquina fotográfi- profesionales (son la segunda generación de profesionales de la familia) le
ca, ha comenzado a olvidar que es una periodista chilena que vino a escribir costearían el viaje. Llegó el día y su padre no quiso viajar.
un reportaje.
Una joven en lo alto de la colina
El taxi corre a 120 kilómetros por hora. La arena en la noche parece
contempla las nieves eternas a su alrededor.
nieve. Los dos italianos, el francés y la chilena llegan a la una de la mañana
al monasterio de Santa Catarina, construido en el siglo IV (a.C.) por la em- Ahora su hija espera en el puerto de Haifa el barco en el que abando-
peratriz Helena. El plan es ver el amanecer desde la cumbre del monte Sión, nará Israel, hace fila para el control de la policía. Siempre ha temido a los
(2 mil 285 metros) donde Dios entregó la Ley a Moisés. Caminan durante policías y a los militares. En Israel aprendió a temer a los ortodoxos. Cuando
una hora y media hasta una escalera esculpida en la roca. Son cinco mil 700 llega su turno los jóvenes y sanos uniformados israelíes encuentran sospecho-
gigantescos peldaños que llevan a la cumbre. Sus piernas se agarrotan y debe so que después de dos meses no haya encontrado un familiar o un papel que
valerse de los brazos para levantarlas. Se va quedando en la oscuridad. Para acredite su origen.
no morir de miedo recuerda el Volvo rojo de Moisés M, los domingos al me-
diodía, cuando pasaba a recoger a sus nietos para llevarlos a los Juegos Diana Puede tratarse del mismo lago donde estaba la caída de agua.
de Alameda, la visita al café Haití de la calle Ahumada, la lengua desconocida Al fondo, apenas visible, hay un puente,
un puente curvo
que usaba con sus amigos, la conocida para sus nietos: “Deben ser obedientes como el de Las señoritas de Avignon de Van Gogh.
y buenos, no causar sufrimiento a sus padres que todo lo hacen por su bien, o Al fotógrafo debe haberle parecido hermoso porque lo retrató solo.
Jehová, que observa desde el cielo, los va a castigar”. En una ocasión, después
del café Haití los llevó a un departamento de la calle Miraflores, donde una Pudo haber mencionado ante los soldados, las ancianas junto a la piscina
viuda les obsequió bombones. Años después su nieta se enteró de que la mu- del Estadio Israelita, pero siempre odió el Estadio Israelita, en realidad, tam-
jer fue amante de Moisés M. Por ese tiempo comenzó a dudar si deseaba ser poco en el servicio computacional de la colonia chilena está inscrito su nom-
buena, obediente, respetuosa. Ahora con el abismo a sus pies... bre. Pudo mencionar el mercado persa o a Walter Benjamin, a quien Adorno
En la cima del mundo hace frío, un frío insoportable. A pesar de la fraza- intentó llevar a Palestina sin resultado, el olor del gefilte fish que preparaba su
da con la que se envuelven, es imposible dormir o así cree cuando la despierta abuela o la cantidad de platos distintos que cocinaba con un solo pollo. Pudo
el alarido de un guía religioso avisando a sus acólitos que el sol comienza a haberlos enumerado: Joledetz, panitas revueltas con cebolla, consomé con
salir entre las montañas donde Dios dictó la Ley a Moisés. Los coreanos se mondalej, cogote relleno, chicharrones con ensalada de rábano, pollo asado,
abalanzan a tomar fotografías. La cima es tan estrecha que, una vez capturado salpicón para el día siguiente, pero los soldados no son inmigrantes. Por eso
el paisaje, dirigen sus cámaras hacia los cuatro turistas envueltos en una fraza- le quitan su computadora, revisan su cuerpo, meten las manos en su mochila,
da. Cuando se van, aparece un pájaro rojo. revuelven las fotografías, cuadernos, casetes, y hasta telefonean a un escritor
A las cuatro de la tarde del jueves 28 de enero coge un taxi de regreso a que entrevistó para averiguar quién es ella…
Israel. Estuvo a sólo cuarenta kilómetros de la frontera.
56 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 57

Sobre el puente curvo hay una mujer y una joven. Jueves 11 de febrero, mar Mediterráneo. En tanto las nuevas lenguas regis-
Desde la otra orilla asoman sus siluetas. tran sus pasos, la voz que la acompaña desde la infancia se repliega a un lugar
tan íntimo que en ocasiones se hace necesario buscar las palabras olvidadas en
…la nieta chilena de dos familias emigrantes que entre 1906 y 1918
el Diccionario de la lengua española. Tareas Escolares de Zig-Zag.
abordaron un barco que no se detuvo en Palestina.
Al mirar la fotografía de cerca
se observa que los pies de la joven cuelgan
fuera del puente sin rozar el agua.

La sirena del barco que se aleja del muelle de Haifa, el revuelo de los
pájaros nocturnos que vuelven a la costa.
Cynthia Rimsky 59

“Querida amiga viajera:


Hoy es un día en que no encuentro posición. Más de treinta grados
en Santiago y una barriga que crece, dejándome todo el resto del cuerpo en
calidad de visita, son los culpables. Para escribir, apoyo el brazo izquierdo so-
bre la cama y a ratos la hoja se me pierde debajo de la guata. En fin, esto es el
pincelado retrato de mi embarazo, al cual estoy completamente entregada.
Antes de ponerme a escribirte he discutido ante la única proposición
que mi amigo Ignacio y yo hemos convenido para una de sus tareas: Se trata
de describir su obra pintada y la idea es esta: ‘Muchas pequeñas coherencias,
pegadas unas a las otras, mitigan una incoherencia mayor’. De pronto esta ob-
servación suya, escrita con mil errores sobre una hoja blanca, me ha parecido
el vivo cuadro del mundo y me he quedado sin nada que decir al respecto. Por
eso decidí parar y releer tu carta. Los trayectos, las distancias, a veces despejan
las cosas. Veo que, para ti por lo menos, funciona y el mundo judío de pri-
mera fuente te habla claramente. Creo, por lo que nos cuentas, que el judaís-
mo como sionismo es más una ideología (nacionalista y por lo tanto cagona
como cualquier otra de ese tipo) que un torrente cultural y sanguíneo, que
capaz que escurra por otras vías con las que te cruzarás más inesperadamente.
Ojalá. De todos modos ese ambiente bíblico que describes me llena de emo-
ción, sobre todo ahora que un ánimo de Virgen María me tiene tomada (Esta
broma es medio en serio).
Te hablaré de mis actuales ocupaciones:
—Pensar e intercambiar arrumacos con bebé (aún inaudito, es decir no
sentido como ser pataleante dentro de la guata, lo cual no deja de preocupar-
me un poquitín).
—Hacer tareas ajenas, lo cual pone furiosamente a prueba mi deserción
teórica, como te he contado.
—Buscar desesperadamente pitutos.
—Preparar el gran viaje a la isla del fin del mundo. Me agrada decirlo
así, ahora que tú estás entre esas grietas añejas del mundo.
Sabes que tienes tu lugar de privilegio reservado allá y tu novio que te
espera con mediagua en alto. De modo que no debe importarte que te cuente
que va a llegar medio mundo a la casita: Ale, Daniel, Vero, Gustavo, Ernesto,
Carta enviada por A. M. Risco a la lista de Poste restante del correo de Tel Cristián y Magdalena. Capítulo aparte para ella: Totalmente desilusionada
Aviv, devuelta al remitente en Chile.
60 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 61

de los ciclistas existencialistas y cagados de onda (los adjetivos son suyos) ha Peregrinas
decidido integrarse a un grupo de cicleteros aventureros, entusiastas, muscu-
losos y tostados, con los que va de gira a la carretera austral. El Sinfonía pertenece a una generación de embarcaciones que durante los
Espero recibirla por allá (en Chiloé) unos días. Claro que sola, porque años cincuenta tenían casino, discoteca, bar, restaurante, tiendas de licores,
en mi estado tanta testosterona puede ser de mal gusto. boutiques, casa de cambio y cabinas de lujo. Hoy sólo permanece abierto un
Querida: no quiero que esta carta interrumpa tu interesante estado de pequeño autoservicio y el bar. Los pasajeros son comerciantes o camioneros
amnesia respecto de este suelo. Me encanta saber que casi no existimos en las que deambulan por las raídas alfombras engañando al tiempo. Un camarero
montañas del Golán, sino sólo como una confusa hebra de recuerdos en tu de uniforme blanco percudido la conduce a la cabina 167. Como es la pri-
cabecita. Por favor, mantennos en esa espesura y que todo aparezca para ti mera en llegar, escoge la cama de abajo y vuelve a la sala donde un músico
como la vida verdadera… chipriota, un inmigrante palestino que tratará de desembarcar en Chipre, y
Cariñosos saludos de P y de B que, a todo esto, se largó a Nueva York un californiano intentan seducirla. No es que les parezca irresistible, pero una
con su abuela y nos dio filo con nuestro folklórico paseíto. viajera sola anda buscando sexo o por qué viajaría. En el mismo orden inten-
A. M.” tan abrazarla sólo como amigos, apretarla al bailar y emborracharla.
De regreso a la cabina se encuentra con que la cama de arriba está ocupada
por una joven que duerme vestida con el rostro tapado por un velo. El calor
le hace dar continuas vueltas, emite quejidos y tira las sábanas hacia atrás de-
jando al descubierto sus pies.
Por la mañana ve sus piernas deslizarse al suelo mientras la túnica queda
retenida entre las sábanas. Nunca antes había estado tan próxima a una mu-
sulmana. La intimidad con lo que se vela le causa extrañeza y deseo.
Por medio de gestos la joven le cuenta que fue en peregrinación a Jerusa-
lén y ahora vuelve a su casa en Rumania. Cuando le pregunta cómo estuvo el
viaje, en sus ojos asoma un entusiasmo pueril.
El calor de los motores, sumado al sol que se cuela por la lucerna, impide
respirar con normalidad. Sugiere a la joven que salga a tomar aire fresco. Con
un movimiento de su dedo la joven indica que no le es posible abandonar el
camarote, pone en orden el velo y la túnica. La viajera saca de la mochila un
frasco de perfume. Los ojos develados de la joven siguen sus movimientos en
el espejo. La viajera deja caer unas gotas en su cuello. La joven moja sus labios.
La viajera le tiende el perfume, lo acerca a su nariz.
En la cubierta del Sinfonía, a medio camino entre Israel y Chipre, una
judía viaja sola por el mundo. En la cabina 167 una musulmana vuelve de
Jerusalén. Las dos comparten un olor.
62 POSTE RESTANTE

Frontera

La línea que divide la isla de Chipre pasa por el centro de Nicosia, deja
pueblos a un lado y al otro, deja la cumbre a un lado y la ladera al otro, el esta-
blo a un lado y la casa al otro, la vida a un lado y la memoria al otro. Un país,
¿se parte como una torta, como una naranja, como un papel? La frontera, ¿se
traza sobre la mesa de la cocina, en la mesa de negociaciones, en un bar? ¿De
quién es el mapa?
Los soldados desenrollan un gigantesco canuto de alambre de púas. Pasan
por Kornokipos y lo dejan en el norte, pasan por Kalyvakia y lo dejan en el sur.
Hubo gente que tuvo veinticuatro horas para cambiarse y se llevó los muebles.
Hubo gente que tuvo cuatro horas y acarreó los animales. Hubo gente que salió
con la ropa puesta. A la gente se le quedaron las cabras, el paisaje, el álbum de
fotografías del matrimonio, la muñeca, un corazón tallado en un árbol, el pan
recién horneado, un par de zapatos viejos, una cuerda, el tejido, la mesa, la silla,
la cama, la almohada, la funda, los cabellos en la funda…
Alektora era un villorrio turco que quedó en el sur. Lo habitan refugiados
griegos que vivían en el norte. Están allí hace veinte años y siguen conside-
rando que las casas pertenecen a los turcos. El gobierno prohíbe venderlas o
arrendarlas porque tienen dueño y, cuando se es propietario, siempre está la
posibilidad de regresar.
Los chipriotas del sur perdieron el norte y ganaron dos bases inglesas. Los
militares ingleses son dueños del terreno y de los edificios, son dueños de la
ley al interior de la base. En los últimos diez años los jubilados ingleses han
invadido Chipre del sur. El clima es soleado, el cambio de dinero favorable y
las propiedades baratas. Estos últimos cinco años han llegado turistas, apro-
vechan el sol y a los hombres guapos.
Diez años atrás los chipriotas del Sur montaban en burros a través de las
colinas pedregosas, por calles de piedra llegaban a sus casas de piedra, rodea-
dos de cabras. Diez años después viajan en camionetas ranger por carreteras
de alta velocidad, habitan en casas de cemento, calientan los platos típicos en
hornos microondas, compran en supermercados, por las noches acuden a los
cabarets de la mafia rusa y gastan libras esterlinas con las bailarinas rusas.
En Chipre del Norte tienen el árbol de limones amargos que describió
Lawrence Durrel. Mapa de Chipre comprado en una librería de Limassol.
64 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 65

Turismo inglés Plato típico

Los británicos trabajan años en el Reino Unido hasta que reciben su jubi- Cueza las habas, corte una cebolla, un tomate y un trozo de queso blanco (ca-
lación y se mudan a Chipre del Sur donde, además del clima, llevan un mejor bra u oveja) en cuadrados. Riegue los ingredientes con abundante aceite de
estándar de vida. Los matrimonios con hijos casados apuestan por una aven- oliva y sal. Sirva con una hogaza de pan fresco y un vaso de vino tinto. Lleve
tura que insuflará bríos a la relación y compran una casa en un condominio la bandeja a un lugar soleado junto a una pared encalada o a una buganvilla.
que les evoca su hogar de clase media. Mientras el marido cierra las cuentas Tome una silla y ocupe el lugar de la viajera.
corrientes, la mujer viaja a disponer de la casa. Desembala el berger de cuero,
la porcelana, las alfombras, hasta que todo luce “as home”. Pasan las semanas,
el viaje del esposo se aplaza, la mujer visita un bar donde descubre que a los
cincuenta o sesenta años despierta los apetitos sexuales de los jóvenes locales,
y enloquece.
En lo alto de la colina que domina el pueblo de P hay un exclusivo restau-
rante donde los ingleses adinerados intercambian mujeres. Más abajo hay un
bar donde los ingleses de clase media comparten sus mujeres con los lugare-
ños.
Desde hace diez años que Chipre del Sur es invadido por mujeres solas o
aburridas de un marido que prefiere engrandecer Europa a perder el tiempo
en el efímero acto sexual. Ellas viajan a Chipre, Grecia, Turquía, Marruecos
o Túnez, atraídas por el mito del amante mediterráneo. No importa que sean
choferes de buses, campesinos, pescadores… Los lugareños —acostumbrados
a los matrimonios arreglados entre familias— pierden la cuenta de las muje-
res que llevan al auto, a la playa o a la casa del condominio. Eso sí, tienen clara
su preferencia: si la esposa es rubia, la británica será rubia. El amante de Lady
Chatterley en los años noventa, un producto turístico económico. Mujeres
satisfechas por hombres de sangre caliente exigen menos dedicación a mari-
dos que vuelcan su energía al trabajo. La institución del matrimonio conti-
núa vigente, la Iglesia se muestra satisfecha y la Unión Europea recomienda
incorporar a Chipre gracias al desarrollo de su industria turística.
66 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 67

Sábado 13 de febrero. Arriendo un departamento en un pueblo de Chipre Domingo 14 de febrero. Hago compras. Me baja angustia de permanecer
del Sur para escribir sobre un viajero que encuentra un álbum de fotografías aquí tres meses. Camino por las colinas. Escucho el sonido de las campanas
con su apellido manuscrito en la primera página. Pude haber escogido Rodas que bailan en el cuello de las cabras. Vuelvo al departamento. Suenan las cam-
o Alejandría, escogí Chipre porque aquí escribió Lawrence Durrell. Ya ins- panas de la iglesia.
talada en un pueblo en lo alto de una colina, a cuatro kilómetros de la playa,
me entero que el escritor inglés vivió en Chipre del Norte, pero estoy aquí y
el balcón que da hacia las casas encaladas y el mar es apropiado para vivir en
un lugar sin más lazo que la escritura.
68 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 69

Lunes 15 de febrero. Por la noche en el bar conozco a un grupo de británicos Martes 16 de febrero. Me despiertan las campanas de la iglesia. Intento vol-
residentes. Tom es ex policía. Rose, su esposa, posee un rostro masculino y ver a dormir pero una vivaracha anciana vestida de luto conversa a viva voz
arrugado que evoca a un travesti y unas piernas adolescentes. Los sigue un con alguien al otro lado de la pandereta. Media hora después cuatro ancianas,
chipriota parecido a Elmer Gruñón. Todos, excepto Elmer, pertenecen a un con vestidos negros que exhalan un olor agridulce, me examinan. Decepcio-
grupo de jubilados que en verano van a la playa y en invierno al bar. nadas porque no pueden saber si tengo hijos, marido o casa en Chile, sacan
las sillas al patio y comienzan a tejer. Tienen las manos deformes, la piel grue-
sa y manchada. Como el sol cambia de lugar, corren las sillas, a veces, cambian
de casa. Las acompaño y no escribo. Esta mañana, por el desagüe de la ducha,
se escurrió uno de los aros en forma de pájaro que me regaló Y.
Cynthia Rimsky 71

Miércoles 17 de febrero. Escribo, dejo de escribir. Vuelvo de la panadería


con un pan campesino redondo y tibio. Corto gruesas rebanadas y las unto
con mantequilla irlandesa. Engordo.

Palabras griegas que aprende con sus vecinas y guarda en el cuaderno donde
registra sueños, imágenes, diálogos y apuntes de una novela que no escribe.
72 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 73

Jueves 18 de febrero. Del aparador, entre viejas fotografías y piezas sueltas de Viernes 19 de febrero. ¿Qué sentido tiene permanecer ante una pantalla va-
loza, la anciana vecina saca una galleta para mí. Ella mastica un trozo de pan cía en Chipre? Los únicos movimientos del pueblo ocurren en el café y en la
duro que remoja en el café. Dejo a un lado la galleta rancia y remojo un trozo iglesia. Al café van los hombres, juegan cartas y pasan cuentas. En la iglesia las
de pan duro. Sabe a hogar. Llega la hermana mayor que vive al otro lado de mujeres rezan y mastican granos. Por la noche los británicos van al bar.
la pandereta, llega la cuñada, la prima… todas remojan el pan duro en el café,
trasladan las sillas con el sol y tejen mientras cantan antiguas melodías grie-
gas. Siento que es más importante estar aquí que escribir, pero vine a escribir
y eso me angustia.
Cynthia Rimsky 75

Sábado 20 de febrero. Se aproxima Semana Santa. La gente encala muros,


lava manteles, sábanas y cortinas, friegan, sacan brillo, blanquean. A través
de la ventana veo a mi vecina arriba de una escalera empuñando un rodillo.
Cierro la computadora y voy en su ayuda. Por la tarde escribo la historia de
un hombre que viaja a Chipre para recibir una casa en herencia. Una vez aquí
descubre que la casa está ocupada por un refugiado del Norte y, como no
tiene los papeles, la contempla desde la otra orilla.

Lista de comestibles comprados entre el 15 de febrero y el 15 de abril, escrita


en el cuaderno azul, donde lleva el registro de los gastos efectuados durante
el viaje.
76 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 77

Domingo 21 de febrero. Hay sol. Viajo en automóvil a dedo, camino por un Lunes 22 de febrero. Se celebra una fiesta religiosa llamada Green Monday.
sendero de tierra que atraviesa colinas y viñedos hasta la playa de Melanda, El dueño del bar me invita a un almuerzo vegetariano en su casa pero me sien-
donde conozco a un joven de anteojos que tiene dificultades para expresarse. to inspirada con la historia del hombre que, mientras espera recuperar la casa
Como Cesare Pavese, salió de su pueblo para conocer el mundo. Llegó hasta en Chipre del Sur, conoce a una mujer inglesa, casada con un ex policía.
Atenas. Ahora enseña en una escuela pública y siente que se ahoga. Al despe- A las cuatro de la tarde se acaba la inspiración y voy a la fiesta. Británicos
dirnos dice que hablar conmigo fue como mirar por una ventana. y chipriotas están ebrios. Rose, su esposo Tom, el chipriota parecido a Elmer,
una morena igual a Glenn Close en La noche de las narices frías, un militar
retirado que combatió al IRA, un campesino gigantesco al que llaman Bull,
el dueño del bar y su familia.
A las seis de la tarde termina el Green Monday y ponen la carne en la pa-
rrilla. El militar retirado me cuenta al oído que Elmer Gruñón es amante de
Rose y que su esposo Tom acepta a cambio de que lo dejen mirar. Deja caer
su mano izquierda sobre mi pierna derecha. Bull tiene su mano derecha en
mi pierna izquierda y Tom sostiene sobre ambas piernas a la hija pequeña del
dueño de casa.
Antes de proseguir debo advertirles que el alcohol liado a una confusa
sensibilidad por el dolor del mundo suele llevarme a confundir la frontera
entre escritura y vida. La confidencia del militar retirado me despierta una
atracción irresistible por Rose, le susurro al oído que me encantan sus pier-
nas y le pregunto si puedo besarla. La mujer, sorprendida de que conozca su
triángulo amoroso y de que su marido y su amante la utilicen, aproxima sus
labios a los míos. Olvidamos los vegetales, la carne en la parrilla, el brandy,
que estamos en la historia de un chileno que busca recuperar su casa ocupada
por un chipriota del Norte, cuando un desgarrador tirón nos devuelve al asa-
do y a un hombre parecido a Elmer Gruñón que nos arrastra del pelo, mien-
tras la villana de Las narices frías intenta rescatarnos y Tom juega al caballito
con la hija del dueño de casa sobre sus piernas.
78 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 79

Martes 23 de febrero. Despierto junto a un enorme perro San Bernardo. El La rumana


militar retirado tiene el estómago surcado de cicatrices causadas por el esta-
llido de una bomba que le puso el IRA. Recuerdo mi mano desplazándose A la barra del bar llega una rumana de pelo negro corto y tez blanca. Tie-
por el mapa de la guerra, la colección de muñecas de porcelana de la esposa, ne la belleza ambigua de un muchacho y la sensualidad explícita de una breve
las plantas de plástico, las alfombras, el papel tapiz, el berger de cuero negro. falda y una blusa negra transparente. Trabaja como empleada doméstica para
Siento deseos de vomitar. un matrimonio inglés con cinco hijos que la ha llevado a Suiza y Francia. Sabe
alemán, francés, inglés y español, todos aprendidos viendo telenovelas. Me
Un bote a la deriva, en la parte posterior,
cuenta que mató a su hermano, golpeó a un profesor y a su novio:
sobre una tabla que sirve de asiento,
una joven en traje de baño. —He likes to make me nervous. I cannot understand. Last night we came
here and he didn’t talk to me in two hours, so when he brought me home I
kick him and he begun to cry as a baby.
La rumana cuenta la historia de un joven que, cansado de repartir panfle-
tos sin que nadie le preste atención, entrega los papeles y repite: “thank you,
fuck you, thank you, fuck you”. A cada persona que entra al bar, la rumana
le dice:
—Thank you, fuck you.
Anoche al regresar a casa de sus patrones, un automóvil negro que viajaba
a gran velocidad la arrojó contra la cuneta. La joven no alcanzó a distinguir al
conductor. Esta noche coquetea con un inglés.
—I want to fuck this man —dice reclinando el cuerpo sobre el tapete de
la mesa de pool, antes de volver a su cuarto de asesora del hogar.
Cada noche aparece en el bar con ropa más atrevida, coquetea con todos
y no se va con ninguno.
—Mi novio nunca me ha tocado. No me gusta que me toque, ni siquiera
le permito besarme. Ahí viene, hablemos de otra cosa.
Entra un adolescente con dientes de conejo que no le dirige la mirada.
—Ahora voy a hablar contigo en español. ¿Sabes por qué soy así? Debes
jurar que no vas a decírselo a nadie. Mañana, espérame en tu casa.
La rumana se acomoda en el sillón que se hunde con una caja de bombo-
nes sobre las rodillas.
—Ahora vamos a hablar en español —junta las piernas.
—En Rumania mi padre y mi madre trabajaban fuera de casa, mi herma-
no mayor estudiaba y yo me quedaba cuidando al menor. El mejor amigo
de mi padre trabajaba con él en una fábrica de acero. Una tarde apareció en
80 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 81

casa. Pensé que le había pasado algo a mi padre, dijo que necesitaba hablar Viernes 26 de febrero. El militar retirado me cuenta cómo quebrantaba a
conmigo… los militantes vulnerables del IRA para que delatasen a sus compañeros. A
La joven reacomoda la caja de bombones. cambio, simulo pasar por alto su impotencia.
—No es necesario que sigas.
—Si, es necesario. Mi hermano chico estaba en el jardín. Pude haber gri-
tado pero no quise asustarlo. Creí que podría quitármelo de encima, pesaba
tanto, me sofocaba su peso.
La rumana describe la ventana cerrada, las paredes blancas, la cama des-
hecha, la expresión del padre al volver de la fábrica, los temores de la madre
al saber que su esposo salió en busca del amigo, el minúsculo baño donde
lavó su calzón, el dolor entre sus piernas, el examen ginecológico, la encarce-
lación del amigo de su padre… las palabras inscriben la violación, esta vez en
su cuerpo testigo. Tañen las campanas de la iglesia. La rumana se levanta. Los
bombones caen.
82 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 83

Domingo 8 de marzo. Atravieso el pueblo de P cargando una olla donde co- Viernes 12 de marzo. Observo desde la calle el bar donde todas las noches
ciné una receta de estofado que mi madre preparaba los domingos, mientras se reúnen Tom, Rose y Elmer. Parecen más unidos y felices que antes. Ellos
mi padre lavaba la Renoleta, mi hermano leía en su pieza la revista Mecánica no me ven.
Popular y yo escribía poemas con heroínas que morían solas en tierras lejanas.
El sol atraviesa las nubes, el viento empuja la sombra hacia las colinas sal-
picadas de olivos. La quietud de las calles se interrumpe con el balido de una
cabra que extravió su rebaño. En el bar de P, una rumana que fue violada,
una joven de Moldavia que vino engañada a trabajar como prostituta en un
bar y una viajera chilena almuerzan una receta familiar que tal vez vino de
Ucrania.
A la deriva en el bote, sobre la tabla que les sirve de asiento,
la joven en traje de baño y su melliza.
84 POSTE RESTANTE

Viernes 16 de abril. En la plaza, durante las carreras de burros que realizan


para Semana Santa, el militar inglés aprovecha un descuido de su esposa para
guiñarme un ojo. Horas más tarde abandono Chipre del Sur, donde no vivió
Lawrence Durrell, sin la novela que vine a escribir.
Las mellizas en traje de baño continúan con sus cuerpos muy juntos en el bote.
En el asiento delantero un niño empuña los remos.

Carta enviada por Ortuzio a la lista de Poste restante de la isla de Rodas,


devuelta al remitente en Chile.
86 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 87

“Mi querida y lejana amiga: ¿Cómo escribirte cuando tu penúltima carta po- Domingo 18 de abril, Rodas. Mientras me dirijo a Turquía, la bufanda de
nía de remitente el desierto del Sinaí? Ni siquiera un oasis. Por cierto que te seda azul que olvidé en el barco sigue camino a El Pireo.
acompaño en tus fabulosas odiseas. Tanto —tanto que conversar— pensar
después de este intenso corte del cordón umbilical. Serás otra cuando vuel-
vas. Yo como siempre echándote mucho de menos. Escribir lo que pienso de
mí y de ti, sería no acabar nunca. Por eso tú con brandy y yo con pisco chile-
no. ¡A tu salud. A tu salud!
Quedo vostrísimo tuyo, esperando saber más de ti”.
Valparaíso
11 de abril 1999
88 POSTE RESTANTE

Falsificaciones

Los turistas que recalan en Estambul cruzan al menos una vez la explana-
da que une el palacio Topaky con la mezquita Santa Sofía. Por cada turista
que pasa un vendedor de souvenirs va tras él. Como el chancho y el afrecho,
como el agua estancada y los mosquitos, son indivisibles.
La mercancía que ofrecen es una réplica barata e inexacta de los originales
que se encuentran en el palacio y la mezquita. Su evidente falsedad induce a
pensar que ningún turista se dejaría embaucar.
Habiendo una tarde permanecido más tiempo del habitual en la explana-
da, habiéndose los vendedores acostumbrado a su presencia, pudo compro-
bar cómo los turistas, por cansancio o necesidad de volver con regalos, com-
pran las baratijas que luego exhibirán en las repisas de sus casas en Oregon,
Temuco, Guayaquil, Alaska, Pekín… Con el paso del tiempo, la muerte y las
mudanzas, los objetos llegarán al mercado persa donde serán encontrados
por sus hijos o nietos, quienes habiendo asociado las baratijas al relato mítico,
volverán a comprarlas y la réplica tomará el lugar del original.

Guía de viajero de Europa mediterránea de Lonely Planet, 1997.


90 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 91

Miércoles 21 de abril, Dalyan, Turquía. Hasta los años sesenta este fue un El salón de té
pueblo de calles polvorientas con un río navegable, pozas de agua caliente y
una playa con tortugas. Cuando la vecina Marmaris se convirtió en un bal- Jean Potocki en Viaje a Turquía y Egipto cuenta que en el siglo dieciséis
neario internacional, los operadores turísticos buscaron un lugar en los alre- el sultán acudía disfrazado a los salones de té para saber qué opinaba la gente
dedores para ampliar la estadía de los turistas y se encontraron con el apacible de su gestión. En el siglo veinte los políticos están demasiado ocupados para
Dalyan. El pueblo se colmó de lanchones, tiendas, hoteles, cabañas, restau- bajar a los salones de té, aunque allí los continúan criticando.
rantes, agencias de turismo… De todo el país llegó gente con la esperanza de Un salón dispone de algunos tableros de backgamon y una máquina para
ganar en tres meses dinero para pasar los nueve restantes. preparar té. En verano los árboles sombrean las mesas que esperan en la ve-
Este año los europeos fueron advertidos por sus gobiernos del peligro que reda. Un camión cisterna riega la calle y, por minutos, huele a humedad. Los
representa viajar a Turquía cuando se juzga al líder de los kurdos y el gobierno bebedores piden la primera taza de té. El minúsculo vaso de vidrio, que se en-
es acusado de violar los derechos humanos. Los comerciantes que invirtieron sancha ligeramente en la parte superior, permite introducir apenas los labios.
en renovar, pintar, construir, ampliar, se apostan todos los días en la calle Si en Occidente no se concibe beber en un recipiente sin asa, aquí el té jamás
principal para ver aparecer los turistas y estos no aparecen. Cuando la chilena se sirve a una temperatura que impida sostener el vaso entre los dedos. En el
baja del autobús todos los ojos se posan en ella, casi puede escuchar el sonido platillo vienen dos cubos de azúcar que el calor derrite.
de las liras caer en sus oídos. Cuatro jóvenes que beben cerveza en la terraza Un station se estaciona junto a las mesas. El grueso conductor abre la
de un pub le ofrecen un buen hotel. La turista se hace pasar por una mochile- puerta trasera del automóvil para exhibir una ruma multicolor de baldes y ja-
ra sin dinero y quedan dos: T vino de Estambul para juntar dinero y largarse bones. Los comensales se aprestan a beber el primer sorbo. Bastarían dos para
de Turquía. K, fundador del primer grupo punk nacional, adicto a la heroína, apurar el líquido, emplean cinco y seis. El vendedor ofrece en voz alta ocho
busca dejar la droga. Ambos paran en la casa del padre de T, que en los bajos tipos de jabones para el cuerpo y la ropa, más un balde. Los bebedores aban-
atiende el café Pearl Jam, al cual la invitan esa noche. donan paulatinamente la silla para echar un vistazo. En un momento llegan
a haber seis hombres inclinados sobre la pila de jabones y baldes. Cuando pa-
rece que la transacción va a concretarse, vuelven a sus mesas y piden otra taza
de té (beben de quince a veinte diarias), engarzándose en una interminable
discusión sobre la inflación, la falta de trabajo, los políticos que roban a espal-
das del pueblo… El dueño del salón retira los vasos. El vendedor aprovecha
para lamentarse en voz alta que los bebedores dejen pasar una ganga como
aquella, regresa al automóvil y hace ademán de guardar los productos en sus
cajas. Un bebedor se acerca. El vendedor le tiende un balde con ocho jabones,
esconde las liras bajo la túnica y procede a guardar la mercadería. Se acerca un
segundo bebedor, un tercero y un cuarto… Algunos prefieren el color rosa,
el verde, el celeste. Dos horas más tarde los bebedores vuelven a sus casas lle-
vando ocho tipos de jabones y un balde. El chofer guarda el camión cisterna
en el hangar, no saldrá hasta las cuatro de la tarde cuando los bebedores hayan
vuelto al salón de té y por la calle se aproxime otra ganga.
92 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 93

Jueves 22 de abril, Dalyan. Cecilia Alvear me escribe un correo electrónico El vendedor de oro
advirtiendo que no podré utilizar el pasaje aéreo liberado a Santiago durante
la temporada alta. Tengo dos semanas para embarcar a Chile o deberé espe- En la discoteca de la pensión Monastyr, Ercan, un tío anciano y una tu-
rar cuatro meses. El dinero es insuficiente para sobrevivir hasta entonces. No rista chilena conversan alrededor de la estufa a leña cuando entra al lugar un
puedo creer que el viaje termine aquí. hombre corpulento y abotagado, con la papada comprimida por el cuello de
la camisa. Ercan y el anciano besan su mano y esperan de pie a que regrese
acompañado por una joven mujer con la cabeza envuelta en un pañuelo que
cubre hasta su cuello.
Ercan trae una botella de raki y una fuente con nísperos, guindas y cirue-
las. El visitante se sumerge en una conversación con el anciano, a quien da
muestras de profundo respeto. La mujer, un espejismo de Stefania Sandrelli
en el film Nos habíamos amado tanto, acepta en silencio ser dejada aparte. El
visitante coge un níspero entre sus dedos colmados de anillos de oro y piedras
preciosas, y hunde sus pequeños dientes en la carne anaranjada. Ercan, que
coloca un cenicero limpio cada cinco minutos, explica a la turista que se trata
de un vendedor de oro, el más adinerado de la zona. “Cada vez viene con
una mujer diferente”, confidencia. El hombre, que se limpia continuamente
el sudor de su rostro con un pañuelo, les entrega un níspero de su plato en
un gesto que remite al Imperio Otomano, cuando los sultanes celebraban la
circuncisión del hijo varón abriendo las puertas de su casa para circuncidar
a ciento cincuenta niños del pueblo, cuando los límites de Turquía se exten-
dían desde la China a Europa, y el regalo más apetecible era el oro.
A la medianoche ha cerrado el salón de té, el bazar, el almacén y la joyería.
En la calle sólo queda un Mercedes Benz negro. En el asiento trasero un niño
escudriña la oscuridad llamando a su madre mientras en la pensión, el vende-
dor de oro limpia los vestigios del imperio con un pañuelo ordinario.
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Viernes 23 de abril, Dalyan. Al principio voy al café Pearl Jam sólo por las El vendedor de alfombras
noches. Ahora que olvidé escribir, también al mediodía bebo vino barato,
refugiados en la orilla del río, imaginando la vida que podríamos llevar si se Un profesor norteamericano y su esposa cuentan que en un pueblo de
nos ocurriese un negocio para cuando empiece la temporada. Al mediodía el Capadocia les salió al encuentro un joven educado. Aunque por sus maneras
calor y la embriaguez deshacen los sueños. Sólo en la tarde, cuando empieza obsequiosas se dieron cuenta de que se trataba de un vendedor de alfombras,
a correr viento, logramos desperezarnos. Con la noche vuelve a caer sobre como estaban cansados, aceptaron beber un vaso de té en su tienda, convi-
nosotros la imposibilidad. Comienzo a sentirme parte de este vicio. niendo de antemano en que no iban a comprar. Permanecieron allí tres horas,
compararon las costumbres de americanos y turcos, tocaron temas de historia
y política, el joven hablaba un inglés excelente.
—Vivimos un grato momento —asegura el profesor—. Compramos dos
alfombras preciosas y a un precio muy conveniente, una ganga.
En Dalyan la mochilera tiene oportunidad de hablar con uno de los nu-
merosos vendedores de alfombras que pululan por cualquier lugar turístico.
Es un experto en psicología y un estudioso de las culturas, sabe cómo reaccio-
nan latinos y gringos, de qué forma abordar a un japonés, las diferencias entre
un italiano y un francés.
—Cuando entran a mi tienda no me interesa mostrarles la mercadería.
Los interrogo acerca de su trabajo, el hotel donde alojan, las ciudades que vi-
sitaron… hasta que me armo un mapa de su psicología, del dinero que poseen
y el que están dispuestos a gastar. En la siguiente hora conduzco la conversa-
ción hacia la cultura e historia de Turquía, les relato la vida de las comunida-
des aisladas, la forma en que trabajan la lana, el origen de los diseños. Por su
propia cuenta comienzan a mirar las alfombras. Como sé la cantidad de dine-
ro que llevan encima, mi labor consiste en guiarlos hacia los tapices que están
a su alcance. Si no compran, no hay problema: lo que aprendí me servirá para
convencer a otros clientes. Sin salir del pueblo, conozco el mundo.
Al llegar a este punto el vendedor se ausenta. Para no aburrirse, revisa las
alfombras colgadas en los muros.
—¿Te gusta alguna?
—Te advertí que no vine a comprar.
—Y no quiero venderte. Sólo por curiosidad, dime ¿cuánto pagarías por
esa? —señala la alfombra que estuvo observando la turista.
Le da una cifra extraordinariamente baja.
96 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 97

—Eres una mujer inteligente, eso me gusta—. Y propone una cifra más Sábado 24 de abril, Dalyan. T dice que hay una posibilidad de trabajar en un
alta. resort en Marmaris, me pregunta si estaría dispuesta a desempeñarme como
Una hora después el vendedor se queda con sus antiinflamatorios, algunas masajista.
liras turcas y sus zapatillas de lona. Ella recibe a cambio una pequeña alfom-
bra y la sensación de haber desbancado al casino.
98 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 99

Domingo 25 de abril. Pierdo los anteojos oscuros en las ruinas de Kaunos. Miércoles 28 de abril. Navegamos río abajo a comprar anguilas para la cena.
¿En cuántos años más los encontrarán? ¿Qué relato construirán sobre mí? El psiquiatra que cambió Estambul por la provincia dispone de un lanchón
en forma permanente, en realidad, sólo pagó el primer día; el lanchero acepta
la mora sabiendo que al menos conseguirá un pescado para comer.
K habló por teléfono con su novia, está contento y quiere meterse droga.
T confiesa dolido que nunca ha podido enamorarse y deja caer sus pesadas
manos sobre mí. Las anguilas se escurren por entre las manos de los pescado-
res que intentan trasvasijarlas de la piscina a un balde. Durante el regreso se
salen del balde y resbalan por el bote. El psiquiatra usa la camiseta, que luego
vuelve a ponerse, para cogerlas. Nos cruzamos con otros turistas que vienen
por el día.
100 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 101

Jueves 29 de abril. Abro los ojos y me encuentro en el suelo. T y K aspiran Viernes 30 de abril. Dejo la ropa con olor a pescado en el cuarto de hotel. En
el neoprén que pertenece al hijo pequeño del psiquiatra. Las anguilas reptan sentido contrario se aproximan los autobuses colmados de turistas.
por la cocina. Utilizo mi chaleco para retornarlas al balde. A T lo ha violenta-
do el hecho de haber aspirar neoprén con K y que yo resbale de entre sus de- En las siguientes tres páginas del álbum
dos, corre enloquecido por las calles tras la presa que saciará su imposibilidad faltan las fotografías.
de amar. No hay luces en la oscuridad. Sólo él, yo y una hebra imperceptible
que separa el desamparo del deseo de vivir.
102 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 103

Viernes 30 de abril, Fethye. Recibo la primera carta electrónica de mi padre. Sábado 1 de mayo, Fethye. En el Diccionario de la Lengua española. Tareas
“Tengo la impresión que estás un poco perdida. Usa la cabeza, no cometas escolares de Zig-Zag no aparece perdida, sólo pérdida.
tonterías”.
104 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 105

Maruri La parte de atrás de la casa fue arrendada a veinte inmigrantes peruanos


que trabajan en labores domésticas. Ellos producen los ruidos que el hijo de
Durante cincuenta años Abraham K salió de su casa en calle Maruri a las Abraham y Ester escucha todos los martes y jueves de dos a cinco de la tarde,
cinco y media de la mañana para vender géneros y jabones puerta a puerta. mientras teme por su hija que se pierde en Turquía.
La crisis económica del año veintinueve llevó a que sus clientes entraran en
mora. Desquiciado, Abraham se paró en la esquina de Independencia con Una montaña pedregosa enfocada desde abajo.
Lastra a vocear la mercadería a los transeúntes. Su esposa Ester y su hijo lo
encontraron con los ojos extraviados y la boca llena de jabón. Ester cogió sus
ahorros y encomendó a Abraham rematar un local en La Vega. Cuando un
judío rico se lo adjudicó, personalmente le suplicó que se lo traspasara.
Desde ese día Abraham K caminó las cinco cuadras que separaban su casa
de la tienda de abarrotes en La Vega. Al mediodía aparecía su esposa y Abra-
ham desandaba las cinco cuadras que lo separaban de la casa de Maruri, vertía
en un plato las legumbres que Ester mantenía calientes en una olla envuelta
en paños blancos, y volvía a los abarrotes.
Los viernes cerraba a las cinco de la tarde para asistir a una humilde si-
nagoga ubicada en los altos de una tienda en Independencia. El sábado no
trabajaba, no tomaba autobuses, no encendía interruptores ni se afeitaba.
Abraham fue un buen judío. Ester le reprochaba su falta de carácter, de
lo cual se aprovechaban los clientes para no pagar, pero siempre respetó la
ley de su pueblo. Su hijo también fue un buen judío. El día que se graduó de
dentista asistió con sus compañeros a una fiesta. Mientras los demás hacían
fantásticos planes, él soñó con abrir una consulta en el barrio alto y comprar
un Volvo rojo. Cuando volvió a la casa de Maruri, en la puerta de entrada
había una placa de bronce con su nombre y profesión. Durante la noche Ester
había sacado los trastos que guardaba en la pieza principal, puesto papel flo-
reado en las paredes y convertido el piso de madera en un espejo, al centro del
cual dispuso una silla odontológica de segunda mano. El almacén de La Vega
se quemó. Abraham K murió. Ester murió. El hijo de ambos se casó, tuvo dos
hijos y compró a treinta años plazo una casa DFL 2 en el barrio alto. Jamás
abandonó la consulta dental de la calle Maruri. Las flores del papel mural se
ajaron, lo mismo que la silla odontológica, el escritorio, las obras completas
de Freud, La montaña mágica de Thomas Mann, América de Kafka, Éxodo
de León Uris y Los hermanos Karamazov.
106 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 107

El camino señalado A la sombra

Al atardecer los mochileros que han visitado la ciudad o sus alrededores A la vera de un camino cualquiera, bajo la sombra de un árbol, huye de
regresan al hostal. Los únicos sonidos provienen de la ducha, el chapoteo de las ruinas, los mapas, las playas recomendadas, las filas de turistas en los pa-
las sandalias, las puertas que se abren y cierran. Antes de decidir si volverán raderos de los autobuses que conducen a lo que debiera ver. Han pasado dos
a la ciudad para cenar, los mochileros se encuentran en la sala común. Esta automóviles y un hombre sin dientes en una bicicleta. En la otra orilla un
coincidencia puede durar varias noches o una, puede repetirse en otro hostal mecánico intenta enderezar un parachoques a golpes. Le pregunta adónde
varias noches o una mientras leen revistas o guías de viajero y los más ex- lleva el camino, dice que a una playa, le pregunta si pasa un autobús, no pasa
trovertidos intercambian relatos de lugares que visitaron o esperan visitar. A ninguno, le pregunta si podría llegar caminando, el mecánico lo duda. Vuelve
veces ocurre que un relato los hace cambiar de opinión y alteran las fechas o al árbol. En el mapa no aparece ninguna playa. Se acerca un automóvil. El
deciden saltarse uno o más puntos del mapa. conductor y su familia sólo hablan turco, intentan comunicarse con mímica
Esta obsesión por fijar un itinerario justo en el tiempo, el dinero y la canti- pero es cansador para todos. El camino se vuelve una huella que pasa por
dad de lugares susceptibles de conocer, les induce a creer que se mueven aun- entre las raíces de los pinos hasta desembocar en una bahía solitaria. La única
que llevan días o semanas sin salir de la pensión, bebiendo cerveza y hablando forma de regresar será con la familia que la trajo. El camionero gordo y tosco,
entre ellos, exhaustos ante las grandes distancias que necesitan recorrer para de grandes bigotes, prepara el fuego. La mujer, de rostro dulce y cuerpo grue-
ver lo que —según el relato— hay que ver. so, corta las verduras. La hija adolescente, avergonzada por el crecimiento
Si se hiciese calzar el mapa de la Guía de viajero de Europa mediterránea repentino de su busto, se baña con camiseta, y el hijo menor se revuelca en
Lonely Planet 1997 con el mapa oficial del territorio, los pueblos, las pensio- la arena.
nes, los restaurantes, las playas, las ruinas, los café Internet recomendados se De regreso a la ciudad la invitan a conocer su casa. Intenta negarse pero
revelarían como una ilusión representada por actores aficionados que hacen es arrastrada por barrios que no aparecen en el mapa y pierde la orientación,
las veces de guías, vendedores, enamorados, garzones, dueños de hostales. hasta que el automóvil se detiene en la carretera que sale de la ciudad. Manos
Pero si no se ve lo que es dable ver, ¿qué se ve? expertas hacen desaparecer sus zapatillas. Calzada con sandalias abiertas en
el talón es conducida a un amplio baño. A pesar de que hay ducha portátil,
la dueña de casa le señala una pequeña toalla, un balde, un recipiente y un
sillín. Cuando se apresta a quitarse el jabón con el agua del recipiente, entra la
dueña de casa, coge la pequeña toalla y enjabona su espalda. Luego la obliga a
aceptar un calzón nuevo de algodón blanco que le llega a la cintura.
Jean Potocki relata que cuando los otomanos conquistaban un pueblo lo
dejaban continuar con su gobierno, costumbres y religión, a cambio de acep-
tar su tutela militar.
En la sala, el padre realiza una exhibición del home theatre, el video, el
equipo de música, la aspiradora, la antena satelital. Las mujeres en la cocina
preparan sopa, burekas, tostadas francesas, mermelada hecha en casa, crema,
queso, aceitunas, tomate, pan, miel y mantequilla.
108 POSTE RESTANTE

La dueña de casa observa atentamente los movimientos de su invitada,


cuando está por finalizar una tostada, se apresura a colocar en su plato otra.
De nada sirve negarse. Sólo se detiene cuando comenta que deberá desabro-
charse el botón del pantalón.
El camionero, excitado con su hospitalidad, toca un instrumento tradicio-
nal y obliga a sus hijos a bailar. La muchacha, que ha estado revisando un dic-
cionario inglés, coge a la invitada y escapa con ella fuera de la casa. “Come”,
susurra en la oscuridad, poniendo a su alcance una escala de mano. En Tur-
quía los techos sirven de piso a un segundo nivel postergado por una eterna
crisis. La muchacha, que heredó los ojos negros de su madre y las facciones
toscas del padre, permanece en silencio para darle tiempo de contemplar la
carretera de seis pistas iluminada por los focos de los automóviles. “Para us-
ted”, musita, depositando en la palma extranjera unos aros de mostacilla que
escogió entre sus joyas. Cogiendo su mano, la conduce a la parte posterior del
techo, entre casas iguales a la suya, y señala una plantación de maíz. El viento,
al rozar las hojas trae el sonido del río, hay un espantapájaros y en alguna
parte trina un pájaro. Desprende de su oreja el aro en forma de pájaro que no
desapareció por el desagüe de la ducha en Chipre y se lo entrega.
La madre ha arreglado una cama en la sala. Teniendo cuidado de no ofen-
derlos les explica que a la mañana siguiente deberá continuar viaje temprano.
Intentan convencer de la que la ciudad escogida no es digna de interés, está
muy lejos, hace frío y la gente no es buena.
La muchacha aprovecha un descuido para conducirla a su cuarto, donde
le enseña el interior aterciopelado del cofre de latón que servirá de jaula al pá-
jaro que le obsequió. En el velador tiene abierto A la sombra de las muchachas
en flor de Proust.

En caso de extravío o robo, registra en el cuaderno blanco los números de


serie de los cheques viajeros gastados y los que aún permanecen en su poder.
110 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 111

Lunes 3 de mayo, Olympia. Olvidé la toalla en la pensión de Fethye. ¿Cuán- Sangre caliente
tos días se sostendrá en la cuerda?
Su curiosidad por el mito sexual del hombre mediterráneo y musulmán
se ha saciado. Ocurrió de forma imprevista. Habiendo llegado a la pensión
Pasa, en Capadocia, el dueño la invita a un asado en su jardín. A las cuatro
de la tarde salen a comprar el cabrito, raki, tomates, ajíes y pan. En el proceso
participan su hijo adolescente y una mujer de rostro dulce y ojos claros, con el
cuerpo prematuramente estropeado, que resulta ser su esposa. Cuando llega
el momento de partir al asado ambos se quedan en casa. Al insistir en que
debe llevarlos, el dueño hace un gesto de desprecio.
El jardín es una huerta en la que crecen cebollas, tomates y duraznos,
en un pliegue de las montañas de Capadocia. Al interior de una cueva el
hombre mantiene algunos muebles, vasos, servicio y platos. “Lo tengo para
venir a relajarme”. Significa que lo compró con el dinero del patrimonio fa-
miliar, al cual la mujer aporta con el trabajo de lavar, limpiar y cocinar para
la pensión.
Mientras comen los trozos de cabrito asado al palo aparece un taxista,
compadre del dueño, y se ponen a recordar un viaje a Francia (llevan tantos
años contando la historia que es imposible precisar cuándo ocurrió) en el que
enloquecieron a cuanta francesa encontraron en la calle. Cientos de actos
sexuales y orgasmos femeninos, u lá lá lá. “Los hombres franceses no hacen
el amor, sólo hablan de amor —filosofa el dueño de la pensión—. Por eso las
mujeres se vuelven locas con los turcos”. Como prueba, el taxista saca una
ajada postal con una calle pueblerina que bien podría estar en cualquier lugar
del mundo.
—¿Cómo es el sexo con sus esposas? —se le ocurre preguntar a la extranjera.
—No hay sexo.
—¿Cómo no hay sexo?
El taxista se burla:
—Ay me duele la cabeza, ay estoy enferma, el pecho, las piernas. Siempre
les duele algo. Nunca quieren tener sexo.
El mito sexual se hace añicos. Turcos, árabes, mediterráneos, incapaces de
seducir a sus propias mujeres, tienen sexo con francesas cuyos maridos son in-
capaces de seducirlas, una cadena de insatisfacciones propias y deseos ajenos.
112 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 113

Álbum de familia La mujer que posó con el militar ante el muro ha dejado cartera y sombrero en el pasto.
En traje de baño sostiene las patas delanteras de un perro
que se ve obligado a caminar cómicamente en sus patas traseras.
En las montañas calcáreas de Capadocia, la gente que huía de la perse-
cución religiosa cavó casas e iglesias, pintó frescos, esculpió altares, mesas, Guarda la hoja con el nombre del pueblo donde nació su abuelo paterno
camas, sillas, dibujó la libertad en una celda. entre las fotografías encontradas en Chile con un apellido que no es el suyo
Una noche de verano se encuentra allí con dos turcos, hijos de emigrantes escrito en la primera página. Seis meses hace que viaja con un álbum sin re-
macedonios, y una eslovena. Los tres comparten la cultura balcánica. No sólo lación con su biografía. En las montañas de Capadocia el lazo aparece tan
coincide el lenguaje, también los postres de infancia, las canciones populares, frágil.
los programas de televisión… Tiene la sensación de que nombran la leche
nevada, el corre-el-anillo, la casa donde vivía Paulette y su madre que se acos-
taba con hombres que no eran su marido, los Establecimientos Oriente, El
chancho con chaleco, la cuncuna de los Juegos Diana, el instante en que la
lona se cerraba y ella apretaba la mano de su abuelo.
Un hombre y una mujer posan ante un muro blanco.
La mujer lleva un coqueto sombrero ladeado y en su mano derecha aprieta una cartera.
La mano izquierda descansa en el brazo de un hombre que viste uniforme militar.
Sonríen.

Los dos hombres que nacieron, se casaron y tuvieron hijos en Turquía llo-
ran por una Macedonia que no alcanzaron a conocer. Su canto envuelve las
montañas y las huellas de los emigrantes en los muros.
De regreso a la pensión la eslovena comenta que las palabras, los bailes, las
canciones y los programas de televisión recordados por los hijos de emigran-
tes no corresponden a Macedonia.
Por primera vez durante el viaje muestra el álbum fotográfico que en-
contró en el mercado persa de Arrieta. La eslovena reconoce su país. Plivitce
significa vacaciones. Bled corresponde a un balneario a orillas de un lago.
Jezersko, a un pueblo fronterizo en los faldeos de los Alpes. ¿Qué podrían
haber estado haciendo sus parientes allí? A la eslovena se le ocurre desprender
una fotografía del marco de papel para ver si tiene algo escrito al reverso y
descubre una fecha: 1940.
—Siento decirte que en esa época el ejército austriaco estaba bajo el do-
minio nazi por lo que difícilmente puede tratarse de parientes tuyos. Hay
algo más —vacila— Rimski significa baño romano, por lo que Rimski Vrelec
—posa su mano en el brazo de la chilena— es un lugar de baños termales.
114 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 115

Jueves 17 de junio, mar Negro. De ahora en adelante dispongo de diez dó- “Hija linda:
lares diarios, una visa a Ucrania por diecisiete días que me costó cien dólares Aleluya, estamos viajando, me siento como una princesa, tan bien nos
y una carta del cónsul honorario de Chile en Estambul, dirigida al cónsul de atienden, volveré rodando porque comemos todo el día desde las 8 el desayu-
Ucrania en Turquía, donde certifica que soy una persona de buena conducta. no hasta las 11 de la noche. Tenemos cine, jacuzzi, piscina, boite. Ayer hubo
remate de arte (cuadros), hay bingo, hay casino (ya jugué), hay boutique, etc.
Todo el personal es negro o filipino o colombiano o indonesio (muy pocos
hablan castellano). Muchos gringos. Al principio me asusté y después en cu-
bierta mirando como el barco partía tropecé y dije: chucha. Entonces se me
acercaron dos señoras y me preguntaron: ¿chilena? Vieras tú su alegría y, al
saber mi nombre, gritó: ¿eres del Liceo 5? Sí. Éramos compañeras de curso
y en el comedor estamos con chilenos, en los tours y en las fiestas también
nos juntamos. Sucede que en los tours no quieren traducir, entonces ahora
la peleamos porque somos doce chilenos y todos de armas tomar, es pura
chacota.
Ahora te estoy escribiendo desde la cubierta porque en media hora pasa-
mos una esclusa en el canal de Panamá. Hicimos un tour donde nos explica-
ron todo, pero yo ahora quiero verlo personalmente.
Mañana tocamos puerto en Costa Rica y el viernes en Montego Bay, estoy
feliz, relajada, disfrutando este viaje maravilloso. Llegando a Santiago des-
canso una semana. Si Sergio está en Santiago te mando un e-mail. Estaremos
cuatro días en Cartagena de Indias y haremos muchos tours para conocer
bien la ciudad, tiene una playa inmensa con aguas tibias. Tu papá está dur-
miendo siesta y está muy contento. Te quiero mucho, mucho, siempre estoy
pensando en ti. Besos. Doris”.
116 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 117

El barco tropical Diez de la noche. Las pobres luces de colores de la discoteca se asemejan a
la de Horcón fuera de temporada, con la Babilonia bailando sola. En la pista
Mar Negro. Espera en la disco del Mehmet a que la policía turca y los hay tres niñas de ocho o diez años, sensuales como las mujeres en las mesas,
funcionarios del barco revisen las fotocopias negruzcas de las prostitutas y brillantes como si navegasen en un crucero de lujo. Las canciones antiguas,
contrabandistas ucranianas que regresan a Odessa desde Estambul. Hay la americanas. El viejo está junto a su hija, una amiga y dos contrabandistas gor-
que parece dueña de casa (el marido la abandonó con cuatro chiquillos), la das con lunares en la cara. La hija no quiere que su padre beba. El viejo no
prostituta vieja, gastada y sola; la que no puede dejar de ofrecerse aun cuando sabe qué hacer si no bebe. El capitán saca a bailar a una mujer vestida de lamé,
no haya clientes. la sutil seducción, la desnudez provocativa, nuevamente en el mundo cristia-
A quien contó del viaje a Ucrania, la previno: “roban en la calle y en los no. La hija se lleva al padre, avergonzada de que apenas pueda caminar.
hoteles, roba la policía”. Lleva parte del dinero escondido en el forro del cua-
derno blanco, al interior de una toalla higiénica y bajo la plantilla de sus za-
patos. Si aun así le robaran, envolvió un billete de veinte dólares en un papel
donde anotó los números de los cheques viajeros y por medio de un trozo de
scotch lo fijó al sostén. Con una cadena sujeta la mochila y la computadora a
la pata del asiento. Un viejo que huele a vodka (de Chile conoce las palabras
Pinochet, Salvador Allende y Neruda) le enseña a colocar los cojines en el
suelo a modo de colchón. Le obsequia un pastel y menciona lo bonita que
es (no podía faltar). El azúcar le hace olvidar el miedo hasta que despierta
con el sol en la cara sin saber dónde está. Las ucranianas en sus asientos se
maquillan. Más tarde las encuentra en cubierta, bronceándose en minúsculos
bikinis o en topless como si estuviesen en el trópico. El lugar se llama Tro-
pical Bar y en los muros han pintado unas escuálidas palmeras. Sus cuerpos
grandes y carnosos tienen la piel suelta como su abuela, su madre y la de ella
a medida que envejece.
118 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 119

Ocho de la mañana. Irina, la recepcionista del barco, tiene ojos celestes y Vanidad
coquetos, corpulenta al estilo de las mujeres del Soviet pero abundante en
sinuosidades. Pregunta a la pasajera si sabe que sus apellidos son ucranianos. Al final de las escaleras Potempkin sorprende el silencio y la amplitud.
Ella le cuenta por qué viaja a Ucrania. Los edificios, diseñados por arquitectos que Catalina la Grande hizo traer de
— ¿Conoces a alguien en Odessa? Italia y Francia para convertir a Odessa en una ciudad cosmopolita, cuentan
— No, a nadie con espacio para ser admirados sin la interferencia de letreros. Tarda varios
—¿A nadie en Ucrania?, ¿y si te pasa algo? Ven a buscarme a las cinco y te días en comprender el origen del silencio: el capitalismo lleva en sí el bullicio
muestro la ciudad. de la circulación que satura el oído para doblegar al consumidor a la compra.
No será la primera vez que un personaje salva a su autor. Acostumbrado al ruido que lo saca de sí, parece extraño encontrarse a solas.
¿Qué se mira al caminar? A los otros, las flores, los frisos, los pensamientos
como en un espejo.
En ningún otro país ha visto mujeres tan elegantes. Vestidas en el día como
si fuera noche, las telas traslucen al atardecer lo que el corte insinuó bajo la luz.
Entre majestuosas avenidas, flanqueadas por añosas limas y edificios cincela-
dos con animales y diosas, se tiene la sensación de que traspasan los pórticos
para asistir a una fiesta en Palacio. Tras las fachadas de los edificios dibujados
por los arquitectos franceses esperan los descascarados conventillos, las ca-
ñerías húmedas y oscuras escaleras que acceden a habitaciones subdivididas,
donde habitan numerosas familias sin trabajo, modistas empobrecidas que
copiaron los elegantes vestidos de revistas occidentales pasadas de moda.
Hay ciudades que cargan su destino como un peso. Odessa fue creada
como un centro cosmopolita y se ha convertido en un castigo a la vanidad.
120 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 121

Las estafadoras Clarisa indica que no desea comer. La turista insiste en que acepte su in-
vitación. Irina cuenta que su sueldo en el barco es de quinientos dólares men-
A las cinco de la tarde, Irina, la recepcionista del barco, aparece en la ex- suales y jamás se lo han pagado (descubrirá que es una práctica generalizada
planada del puerto. Como todavía hace calor propone visitar los museos, en Ucrania). La turista le pregunta de qué vive.
beber algo en su casa y recorrer el centro. La turista acepta con la condición —Cobro por las fotocopias, guardo bolsos. Soy afortunada en tener un
de invitarla a cenar. Según leyó no le costará más de cinco dólares. Aunque trabajo. Clarisa lleva tres años cesante.
le advirtieron que no muestre su dinero, Irina parece de confianza y le pide La mesera sirve el vino. Helado, seco, perfecto.
que la lleve a una casa de cambio. Ella misma sugiere que sólo cambie veinte —Si la gente es tan pobre, ¿cómo es que las mujeres van tan bien vestidas?
dólares por grivnas y guarde los otros treinta. —Es lo único que nos queda —ríen—. Encontrar un marido rico.
En la calle le cuenta que su mejor amiga se les unirá en la Ópera, donde —Yo era tan romántica cuando joven… —suspira Irina pinchando un to-
insisten en comprarle un boleto para evitar que le pidan un precio más alto mate—. Después que terminé de estudiar para maestra viajé a Siberia. Ahora
por ser extranjera. Clarisa tiene el cabello teñido de rojo, los ojos verdes y un que lo pienso fui valiente, estar sola en ese ambiente… después no quise seguir
cuerpo voluptuoso de cincuentona. Pasan ante el castillo de Tolstoi y la casa enseñando y me enganché en una compañía que hacía cruceros por el mun-
de su amante casada por la cual fue al exilio. Irina le cuenta que debido a los do. Con la caída del comunismo la compañía se fraccionó y estuve obligada a
asesinatos de Stalin y a la guerra de Afganistán, en Odessa faltan hombres. aceptar trabajo en el Mehmet.
Ella misma es madre soltera: un tripulante del barco omitió su estado civil La mesera sirve tres pequeños panqueques cubiertos con caviar rojo. Las
y, entre estar sola, decidió tener a su hijo. Clarisa tuvo más suerte. Su primer bolitas chisporrotean en su lengua. Hablan de la crisis de los hombres y de la
marido murió pero encontró un segundo. dificultad para que se comprometan, de la vida que soñaron y no fue, de estar
—Ahora te voy a mostrar dos lugares donde podemos comer. Tú eliges. en Odessa, dos ucranianas y una chilena cuyos abuelos nacieron en Ucrania
El primero es un parque con improvisadas mesas y un violinista. Se pre- comiendo caviar. Brindan por sus deseos con un rubor que puede o no pro-
gunta si también tendrá que pagar por la cena de Clarisa. El segundo posee venir de la última copa de vino. Aunque ni siquiera ella tiene trabajo en Chile
un rancio glamour que evoca a los rusos de las películas de James Bond. Las promete conseguirles uno y, por qué no, un buen hombre.
habitaciones están decoradas con distintos motivos. La mesera trae la cuenta. Clarisa mira hacia otro lado. Irina insinúa que va
—¿Nos quedamos aquí? —pregunta Irina señalando el cuarto rojo. a aportar pero después de lo que le contaron, no puede aceptar. Deja sobre la
Imagina que el restaurante del parque es más barato, pero ambas se ven mesa los treinta dólares y los otros veinte convertidos en grivnas.
cansadas. Aunque su presupuesto diario no puede exceder los diez dólares, —Yo pedí lo más barato —se excusa Irina— pero la mesera me ofreció los
el aire acondicionado, el mantel rojo, las copas de cristal… Si hoy gasta diez, vinos más caros —insiste en el taxi de regreso al hotel.
mañana comerá pan con queso y lo recupera. Durante los dieciocho días que estuvo en Ucrania nadie la estafó, robó o
Como el menú está en ucraniano, Irina decide. pidió más dinero del que suelen pagar los ucranianos. Las únicas estafadoras
—¿Carne o pescado? fueron quienes la previnieron contra los estafadores. No se arrepiente. Como
—Pescado y vino. ellas, ha experimentado el sentimiento de vivir al ras de la realidad. Como
—El pescado es un poco caro —confía—. Vamos a pedir dos ensaladas ellas, ha arriesgado todo por una fantasía, aunque breve, grandiosa. Hay que
griegas, dos platos de fondo y vino blanco. ser mujer para comprender.
—Pero somos tres —protesta.
122 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 123

Las debutantes Cuando vuelve no sólo han desaparecido el pan, la escalopa y las papas,
le preguntan si quiere una botella de agua (el vodka lo beben con agua). La
El parque Sofía, creado por un conde polaco para enamorar a su segunda extranjera responde que no necesita agua. Confundidos, discuten entre ellos,
esposa, una esclava griega que compró en Turquía, es el único motivo por el señalan la botella vacía, la voltean hacia abajo. La extranjera acepta comprar
cual un pueblo como Umán figura en el mapa. una, pero se niega a ir a la barra. Para cuando llega el agua, los apetitos de las
A las cinco de la tarde el sol derrite el paisaje y los visitantes se refugian a la jovencitas, la enana y el niño se han desbocado. Le preguntan si quiere más
sombra de las estatuas griegas. Indiferentes al calor los niños corretean, atraí- ensalada, escalopa, pan, cerveza… Después de contemplar las aleteantes fan-
dos por las innumerables posibilidades de escalar y perderse. Por los intersti- tasías que ha despertado, la extranjera abandona el local.
cios del bosque aparecen siete jovencitas vestidas de negro, violeta y rojo. El
rumor de la seda inunda tumultuoso los senderos de grava. Pliegues, escotes y
tajos hacen aparecer senos y muslos de potrancas. Entre risas y acompañadas
por un niño y una enana, las jovencitas dejan tras sí la ilusión de que sólo su
ausencia demora la fiesta del conde polaco.
A las siete de la tarde por la calle principal de Umán pasean sus habitantes.
En una cafetería, la turista chilena intenta explicar a la dueña que desea comer
cualquier cosa, pero la mujer le pide un nombre, cualquier nombre. Agotada
del desencuentro, la dueña consulta a los clientes que ocupan el reservado. Al
correr la cortina aparecen las debutantes, el niño y la enana. Una joven que
conoce media docena de palabras en inglés se ofrece a ayudar a la extranjera.
En su mesa hay una pequeña botella de vodka, agua y un plato con restos de
ensalada y de pan. Tienen dieciséis años, viven en los blocks construidos por
el ex gobierno comunista, salieron de la escuela y pasean vestidas de fiesta por
la calle principal de Umán a la espera de encontrar un marido rico que anule
el embrujo del destino.
La joven que habla inglés convida a la extranjera un vasito de vodka. La
dueña trae ensalada, pan y una escalopa de pollo con papas salteadas. Como
su hambre se sacia con la ensalada empuja el plato con el pollo al centro de
la mesa. Nadie se atreve a sacar. La botella de vodka se acaba y la extranjera
propone comprar otra. Su traductora se niega, pero las demás (incluyendo la
enana y el niño), creyendo que no les entiende —cuando hay gestos que son
universales— presionan a la muchacha para que se anime a preguntarle si le
gusta el vodka. La extranjera asiente. Sin quitar la vista de sus amigos, su tra-
ductora le pregunta si quiere más vodka. La extranjera repite su ofrecimiento,
pero ellos la urgen a que vaya al mesón a ordenar una botella personalmente.
124 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 125

Álbum de familia Lunes 21 de junio, Odessa. Recibo una carta de mi madre en respuesta a
una mía donde le pregunté por qué fue desdichada la abuela. Cuenta que los
En 1910, en el barco que traía a sus padres desde Ucrania a Argentina parientes con los que vivió de allegada la trataban como a una sirvienta. A los
nació Rosa S. Su nieta nunca supo frente a cuál costa, si en los límites de un dieciocho años conoció a un judío tan pobre como ella, estaban enamorados,
país o en altamar. Cuando le preguntaba detalles de su infancia en Temuco, pero no tenían futuro. En una fiesta él conoció a la hija de un judío rico y
recuerdos simples, un juguete, el primer baile, Rosa S respondía que su vida se comprometió. En la misma fiesta Rosa S conoció a Moisés M. Ella no lo
era demasiado triste para una jovencita con tanto tiempo por delante. Tal vez amaba y él tenía como amantes a otras mujeres, judías que se habían rebelado
cuando cumpliese dieciocho años, si era respetuosa con sus padres, si entraba a su destino.
a la universidad… Con el mismo velo cubría la incertidumbre de su vida y la
Fotografiada desde más lejos
de su nieta.
se revela que la mujer sobre los esquíes está en medio de un camino.

Una mujer en medio de la nieve está parada sobre unos esquíes sin moverse.

El marido de Rosa S murió de cáncer al pulmón en 1973. No alcanzó a


habitar el departamento que compraron en Providencia. Rosa se mudó sola
al edificio de la calle Lota. Dos tardes a la semana su hija y su nieta se abrían
paso entre los militantes de izquierda y los de Patria y Libertad, que disputa-
ban en el Coppelia, para visitarla. La abuela bordaba, la madre tejía a crochet
y la nieta cambiaba los palillos por un lápiz. En estas sesiones logró averiguar
que su bisabuela materna se separó del marido con el que emigró en barco
desde Polonia, repartiendo a sus tres hijos en casas de parientes mientras ella
trabajaba y vivía pobremente en un cuarto de pensión en Valparaíso. Duran-
te estas sesiones de tejido, Rosa S intentaba convencer a su nieta que debía
casarse con un judío rico. Si la joven anteponía el amor al interés, la abuela
esgrimía que el romanticismo duraba un segundo y la vida años. Desde más
atrás su madre agregaba que los príncipes azules no existían. Zanjada la dis-
cusión se dedicaban a comentar los casos de judías que se habían rebelado a
su destino, debiendo vivir como castigo entre los gentiles. La joven escuchaba
sobre todo las partes que callaban, el territorio sin palabras.

La mujer sobre los esquíes sigue sin moverse.


Cynthia Rimsky 127

Lunes 21 de junio, Kiev. No sé dónde buscar. Leo en un periódico escrito


en inglés un aviso de un grupo llamado Haaretz que se reunirá el próximo
viernes a celebrar Shabbat en el Jewish Actor House en la calle Yaroslaviv Val
7. Llamo al teléfono 2452743. Nadie contesta.
En las siguientes seis páginas del álbum faltan las fotografías.

Mapa de Ucrania comprado en una librería de Odessa, donde la vendedora,


técnica en turismo, señaló el pueblo de Ulanov.
128 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 129

Ancestral Viernes 25 de junio, Kiev. Llego a la calle Yaroslaviv Val 7 una hora antes de
la cita. Encuentro un teatro de piedra con gárgolas a ambos lados de la puerta
Lvov. En la avenida Svobody (De la libertad), en un café abierto por un cerrada. Me siento en una plaza cercana, estoy nerviosa, por la calle aparece
nuevo rico, se presenta un desfile de modas al compás de un sintetizador que una mujer extranjera que toca a la puerta vecina. En la casa hay una sala de
confunde la música ambiental con el glamour. La exageración de vuelos, pli- espera y una secretaria que no habla inglés. Los convocados llegan de a uno y
sados, brillos y tajos evocan el cuarto sombrío de la modista del barrio; ese permanecen en la calle sin hablar. Un hombre sale de la casa para conducir-
personaje que sueña con su nombre impreso en una etiqueta dorada y debe nos a través de un túnel subterráneo hasta el teatro. Amparados bajo la bó-
contentarse con clientes que le encargan copias de modelos creados por otros. veda de piedra, adquirimos el aspecto excéntrico y desolado de un grupo de
En venganza la modista sugiere más aplicaciones, vuelos, brillantes. Entusias- náufragos. El guía, un joven y su hermana que toca la guitarra, dan comienzo
madas por convertir a sus hijas en princesas que conquistarán príncipes, las al servicio. Sus voces transforman las melancólicas y dolientes canciones del
madres gastan el dinero del mes y los maridos no pueden entender que, en templo de mi infancia en melodías alegres y esperanzadoras. Al finalizar la
vez de verdaderos pejerreyes, a la mesa lleguen tallos de acelga embadurnados ceremonia, mientras reparten pan y vino, los náufragos me relatan que la ma-
en huevo y harina. yor parte de los judíos de la ciudad alcanzó a emigrar a Israel o América. Sólo
En la avenida Svobody, una cuadra más allá del desfile de modas, junto quedan ellos, marginados de la comunidad ortodoxa por adscribir a un grupo
al monumento que simboliza la independencia de Ucrania, unas cien perso- reformista, sin pasaportes y con una madre o un padre anciano a quien cui-
nas, la mayoría de edad, cantan melancólicas canciones ucranianas. Sus voces dar. A veces leen el aviso en el periódico escrito en inglés, reunidos un viernes
roncas, agudas, apasionadas, dignas, se aferran a las notas como al país. Todos en el teatro vacío del subterráneo, después del servicio religioso, juntan las
los domingos a las siete de la tarde se reúnen a corear antiguas canciones. Al- monedas para el alquiler, y vuelven a casa. A veces llega un extranjero que les
gunos saben la letra completa, otros las olvidaron y van allí a reaprenderlas, pregunta por su abuelo paterno y se ven obligados a nombrar el lugar oficial
traen a sus nietos y a sus hijos. de la comunidad: Podil.
130 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 131

Luz y sombra Sábado 3 de junio, Kiev. Una pareja norteamericana que lleva seis años en-
señando inglés en una universidad de Kiev, me advierte: “Debes tener mucho
En su Diario de Moscú, escrito en 1926, Walter Benjamin narra el entu- cuidado. Si alguien golpea la puerta de tu cuarto en la mitad de la noche,
siasmo de los moscovitas por acceder a los museos después de la revolución. aunque se presente como la policía, no abras”.
En 1999 los museos están vacíos y varias salas han sido cerradas para dis- En el hotel la recepcionista me solicita que cancele el alojamiento del día,
minuir los gastos. Las que están abiertas permanecen a oscuras hasta que un como no he cambiado dólares y la agencia del hotel se encuentra cerrada, le
visitante cruza el umbral. Sus pisadas desperezan a la anciana adormilada en advierto que pagaré después.
la entrada, que se levanta de la silla y camina hacia el interruptor de la luz. A la medianoche resuenan fuertes golpes en la puerta. Pregunto quién es.
Basta que el visitante ponga un pie fuera del salón para que la anciana apague Como respuesta intentan abrir la cerradura obstruida por la llave. Lo inten-
la luz. En la siguiente sala sus pisadas desperezan a otra anciana que acciona tan tres veces. Paso el resto de la noche sentada en la cama, con el cuchillo
un nuevo conmutador. afilado en el pasaje Matte, contemplando la puerta cerrada.
En un museo contó doce ancianas, algunas intentan hojear un periódico Por la mañana la recepcionista del hotel me advierte que, como no can-
pero el silencio y la penumbra terminan por abatir sus ojos. Son los museos celé el alojamiento, antes de entregar su turno, fue a mi cuarto para cobrar el
que un día inspiraron a Benjamin. dinero.
En el patio de una casa,
junto a un muro de ladrillos cubierto por una enredadera,
un hombre de pelo canoso con anteojos de marco metálico,
recostado en una silla de playa, habla con expresión suficiente.
Lo escuchan dos señoras robustas.
Una de ellas mantiene los brazos cruzados sobre el delantal.
La otra, con los brazos en la mesa,
luce el collar de perlas que tenía la joven inclinada.
Como ella, cierra los ojos.
132 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 133

Bolsas plásticas Álbum de familia

En Occidente a nadie se le ocurriría considerar las bolsas plásticas como Desde que Moisés M abandonó su ciudad natal en 1918, por Kiev pasó la
un bien. Es más, uno se pregunta si es necesario poseer tantas, ya que no sólo revolución bolchevique, el gobierno de Stalin, las bombas alemanas y un gi-
invaden las casas sino las calles. Una amiga contó a la viajera que al cumplir gantesco incendio. Al mediodía del sábado 26 de junio de 1999 llueve en la
cuarenta años se encontró con que siempre cargaba una bolsa, útiles escola- antigua aldea de Podil, un suburbio con calles que se inundan como el barrio
res, provisiones, un pantalón con el cierre descosido, un kilo de pan. Once de Buenos Aires o el barrio Matta en Santiago.
En Ucrania las bolsas plásticas son un tesoro que despierta envidia. Se
Un grupo de personas que aparecen en fotografías anteriores se bañan en el lago.
puede comprar pan, frutas, cecinas, y no recibirá una bolsa plástica. Tendrá
Algunos juegan con una pelota,
que comprarla. Si el pan vale treinta kopecs, la bolsa costará veinte. Al salir a un joven se tira al agua desde una balsa,
la calle se debe tomar la precaución de llevar una o más bolsas en la cartera. una mujer nada con la cabeza afuera para proteger su peinado.
Fabricadas en un plástico delgado, han de colocarse una dentro de la otra,
produciendo un sonido tan característico como el de los tranvías. Existen En el patio de la sinagoga un grupo de niños corre. Se acerca al hall donde
bolsas de marca con manillas de plástico o sisal, llevan el nombre de Arma- conversan los religiosos ortodoxos. Uno de ellos rechaza asqueado la mano
ni, Versace o Boss, y se venden en puestos especializados del mercado como femenina que contraviene la ley por la que un religioso debe evitar cualquier
carteritas de fiesta para jovencitas. Ha visto a un hombre detenerse largos contacto físico con una extraña para no caer en tentación. Desde el primer
minutos a comparar bolsas hasta decidirse por una. escalón, la extraña pronuncia su apellido materno. El religioso pregunta cuál
Antes de partir su madre cogió una bolsa plástica que había tirado en la es el segundo apellido de su abuelo, no lo sabe; el nombre del padre de su
cocina y le enseñó a doblarla igual como aprendió de su madre a aprovechar abuelo, no lo sabe; el tercer apellido, no sabe; el de sus bisabuelos, no sabe; le
los restos de comida para hacer un nuevo plato, a no botar los alimentos por- pregunta si está segura que es Mitnik, no lo está. El ortodoxo concluye que
que en otro lugar del mundo pasan hambre, y a reutilizar el pan añejo. Su se trata de una impostora o de una judía que traicionó la Ley, le da la espalda
madre no recuerda el apellido de su abuelo ni el nombre del pueblo donde y entra al templo.
vivió, pero atesora las bolsas plásticas en un país donde sobran.
Dos muchachas juegan a la pelota en el pasto.
La que está de espaldas la tira por lo alto.
La que está al fondo alza los brazos para recibirla.
En el vértice del triángulo, una mujer mayor espera su turno.

Como en las sinagogas de avenida Matta y calle Serrano en Santiago, las mu-
jeres se ubican separadas de los hombres. Inclinados peldaños conducen al
segundo piso, apenas una saliente con piso de tablas, separada del vacío por
una baranda. Las grietas en las paredes han sido tapadas recientemente, hay
tarros de pintura y manchas de yeso en el suelo. En la primera banca, con sus
espaldas rectas y enfundadas en vestidos informes, confeccionados con una
tela basta que causa escozor en la piel, se apretujan seis o siete muchachas.
134 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 135

Cada tanto miran por sobre la baranda a los hombrecillos de negro que en Domingo 26 de junio, Podil. La lluvia escampa, sale de la fuente de soda,
el primer piso se balancean, murmuran y cantan alabanzas al Dios que los cree reconocer una esquina, un número de tranvía que no es, un mercado. La
eligió. Las muchachas voltean las páginas del libro de rezos, le impresiona la espesura de la crema ácida, el olor a la leche cortada al sol que su abuela desti-
culpa que tizna sus ojos. laba en una media para conseguir ricota, las espinas de las anchoas que extir-
paba bajo el agua de la llave clavándose los dedos, el largo mesón de verduras
En lo que parece un estadio,
en conserva: berenjenas, repollos, zanahorias, pepinillos. Las vendedoras la
un hombre maduro y dos mujeres reposan en sillas de lona.
Desde el pasto un niño en traje de baño seducen con sus voces. Al final del pasillo la más joven sólo tiene para ofrecer
contempla el lago donde los otros nadan. pepinillos en escabeche, con un movimiento de ojos señala el frasco de vidrio.
Su mano enrojecida extrae un pepinillo con la piel blancuzca, la carne fofa,
La lluvia moja a la extranjera que, sin dirección en Ucrania, desconoce dónde llena de agua… Las demás vendedoras saben que a los pepinillos de la joven
está el río, el centro, la sinagoga de Podil, temblando se refugia en una fuente les falta sal. La extranjera también lo sabe porque cuando escabecha pepinos
de soda. Los espejos en el techo reflejan la suciedad, el frío, el abandono, a en la cocina de su casa en Santiago, le quedan blancuzcos y fofos, llenos de
una mujer gorda y canosa que bebe vodka en un vaso plástico. Viajar es una agua.
forma de mirarse, no al espejo, sino en el charco. Ahora en Podil, donde no está su casa ni la de Moisés M, enterrado en el
Cementerio Israelita de Santiago, en vez de escoger un pepinillo en su punto
Un joven en traje de baño, acostado de espaldas sobre la balsa,
con sus codos apoyados en los troncos, contempla la lejanía.
compra el defectuoso y conserva el mito.
La joven a su lado se broncea con los ojos cerrados,
En una silla de lona, de espaldas a la cámara,
la niña gorda que los acompaña sólo lleva puesto el calzón del traje de baño
una mujer en traje de baño abraza a una niña
y al inclinarse hacia delante para tomarse los pies con las manos,
que oculta el rostro en su regazo.
sus senos infantiles salen hacia fuera.
Cynthia Rimsky 137

Tren a Vinnitsa

En el andén de la estación de Kiev una familia despide a una mujer que no


para de llorar y hacerlos llorar. La campana anuncia la partida del tren. Un jo-
ven rubio, atlético, hermoso, sube con ella al vagón. La mujer llora hasta que
el andén desaparece. Llora hasta que entra al camarote y comienza a fumar.
Tiene treinta años y vive en California. Aunque nació en Ucrania sus padres
pudieron emigrar a América. Ahora, de visita en Ucrania, se ha enamorado
del hermano menor de su mejor amiga, cuya familia lloraba en la estación.
¿Qué tienen en común un bello y tosco ucraniano de dieciocho años con
una americana que estudia en Yale y vive en California?
La americana desempaca la comida que la familia del joven preparó para
el viaje: minúsculas papas doradas, pollo escabechado, crepalej, pepinillos.
Apenas el novio cumpla el servicio militar, ella le conseguirá una visa para
que viaje a Estados Unidos. El joven no dice nada. Tal vez sabe que esa posi-
bilidad no existe o le basta soñarla, tal vez está cansado de escuchar a su madre
decir que la mujer de California es el futuro.

Riel dibujado por la bibliotecaria del Departamento de Estudios Ucranianos


de la Universidad de Tel Aviv, en la página donde el profesor B escribió el
nombre del pueblo donde nació León Rimsky en Ucrania.
138 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 139

Miércoles 30 de junio. Tengo miedo de seguir de largo, que el chofer olvide Ulanov
avisarme y no pueda regresar. Campos de trigo, gansos, calles de tierra, alma-
cenes, flores silvestres, un sanatorio entre un bosque de pinos, una familia en
un carromato… Cómo sabré cuál es Ulanov.
140 POSTE RESTANTE

El espejo

Un joven llamado Antón Malinovsky conduce a la mujer que dice ser nieta
de un tal León Rimsky a la casa de sus abuelos, la familia más antigua de Ula-
nov. El refugiado polaco Malinovsky está sentado a ciegas en el patio junto a
su vivaracha esposa. Antón lee la frase traducida al ucraniano por el funcio-
nario de turismo en Vinnitsa. La abuela acaricia la nuca de la nieta de otra,
dando a entender con ojos llorosos que todos los judíos de Ulanov murieron o
escaparon. Antón conduce a la nieta de León Rimsky a la casa que se encuen-
tra reparando. Allí están el nieto de los Malinovsky, la familia más antigua
de Ulanov, y la nieta de los Rimsky, la familia que nadie conoce en Ulanov,
friendo en un sartén trozos de grasa revueltos con papas, huevos de campo,
cebollas. Cuando declina la tarde el nieto de los Malinovsky la invita a pasar
allí la noche. La chilena despierta en la pequeña casa de campo, va en busca
de huevos frescos donde la babushka que acaricia su nuca con dedos toscos.
Vuelve a casa, corta la grasa y la fríe con papas, cebollas y huevos. Antón se ha
despertado y bebe una primera copita de vodka. Como no tienen nada que
decirse ni cómo decírselo, ella sueña con la vida que no lleva en un país lejano
llamado Chile. Cuando declina la tarde el nieto de los Malinovsky la invita a
pasar allí la noche. La nieta de León Rimsky se despide de Antón lamentando
que ya no sea posible Ulanov. Camina hacia el bar donde cinco horas atrás
dejó la mochila y su computadora personal. En el local, que huele a vodka y
pescado salado, están la dueña y dos viejos con el rostro estriado por las arru-
gas. La dueña le pregunta cómo le fue en su búsqueda. La chilena le cuenta que
comió grasa frita con papas, cebolla y huevos, como hacía su abuelo en 1906.
Al ver sus sonrisas condescendientes siente la necesidad de hacer un gesto de
credulidad. Se le ocurre sacar de la mochila el álbum de fotografías que encon-
tró en un mercado callejero de Chile con su apellido en la primera página que,
en realidad, no es su apellido sino un lugar de baños romanos. La dueña del
bar y los borrachos opinan que las fotografías son bonitas.
Sale a la carretera, la parada de autobuses está cerrada. Una joven que guía
una parvada de gansos le explica por gestos que no hay autobuses a Ismitnik,
donde Antón mencionó un hotel, ni a ninguna parte. La nieta de León Rims- “Mi abuelo León Rimsky vivió aquí en 1906. ¿Sabe de alguien que lo cono-
ky se queda en la orilla del camino. Al frente suyo un cartel señala que Ulanov ció?” (Pregunta escrita por un funcionario de la oficina de turismo de Vinnit-
está dos kilómetros hacia el interior. Nunca llegó a Ulanov. sa, Ucrania, el 29 de junio de 1999).
142 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 143

Por el retrovisor “Padre mío:


En una librería de Odessa, una joven que hablaba inglés me ayudó a en-
Un guindo. Un cine que fue una escuela judía y actualmente es un galpón contrar Ulanov en el mapa. Queda cerca de Vinnitsa. En esa ciudad, Sergei,
abandonado. Un niño en un columpio. Un río. Un grupo de mujeres que no de la oficina de Turismo, averiguó que salían dos autobuses al día y me acon-
conoce a los Rimsky. Gansos. Un charco… sejó llevar la mochila porque debía existir un hotel.
Al mediodía abordé un destartalado autobús (con las ventanas clausura-
Una montaña nevada, una calle de aspecto pueblerino,
das) atestado de campesinos que olían a pescado salado y llenaban el pasillo
una mujer robusta con un delantal alrededor de la cintura que se va quedando atrás
y con la mano hace un gesto de despedida. con sus bolsos. Pasaron las horas, comenzó a caer una fina lluvia de verano,
por la ventana desfilaban extensas llanuras de trigo, huertas, casas grises, ven-
tanas decoradas con ladrillos de colores. Había pedido a un pasajero que me
avisara al llegar a Ulanov. Llevaba tres horas y media de viaje y comenzaba a
preocuparme cuando unos gansos me hicieron recordar los plumones de los
abuelos. Tocaron mi codo: ‘Ulanov’, murmuró mi vecino de asiento.
Me encontré en medio del camino, junto a los gansos que bebían agua de
las pozas formadas por la lluvia, con la mochila y un pedazo de papel donde
Sergei había escrito en ucraniano que mis abuelos vivieron allí alrededor de
1906. La primera persona que encontré desmintió que hubiese un hotel. Ca-
miné por la calle principal hasta un café donde dejé mi mochila detrás de un
aparador con trozos de pescado salado.
Ulanov es una calle sinuosa, sombreada por altos guindos, que bordea un
ancho río como el del Cajón del Maipo. Cuántos recuerdos debía despertar
en tu padre cada vez que atravesaba el río Mapocho. Por eso cuando compró
la casa de Maruri plantó un guindo.
Un viejo que por allí pasaba mencionó a un tal Malinovsky y señaló una
dirección. Un grupo de mujeres empezó a gritar: Antón, Antón. Apareció
un joven con una brocha. Nadie hablaba inglés y yo sólo tenía el pedazo de
papel. Antón era el nieto de Malinovski, el anciano más antiguo de Ulanov
estaba ciego y no pudo recordar a nadie de apellido Rimsky. Su esposa me
abrazó lamentando que los judíos de Ulanov hubiesen muerto o escapado.
Como nunca esperé encontrar un familiar, tampoco experimenté desilu-
sión. Anhelaba caminar por Ulanov y ver con mis ojos lo que tu padre había
visto con los suyos. Puedo decirte que Ulanov es una aldea muy verde, junto
a un río caudaloso, en la orilla se levantan casas de adobe y de madera que
tienen huertas y árboles frutales. Un lugar del cual huir y sentir nostalgia.
144 POSTE RESTANTE

Antón me invitó a comer a la casa que estaba refaccionando. Preparó pa-


pas revueltas con cebollas y grasa salada. Su abuela nos trajo huevos frescos.
Antón me sirvió vodka en una copa de cristal rosado con bordes dorados
como las que tenía tu madre, una de las cuales guardo en mi casa.
Mientras comía y bebía no pude dejar de pensar que cien años atrás mi
abuelo había comido lo mismo, tal vez en esa calle. Ahora yo estaba con el
nieto del hombre más antiguo del pueblo, intentando comunicar por gestos
las vivencias de dos personas de la misma edad que se encuentran por sorpre-
sa en un camino.
Las mujeres que encontré en la calle escribieron en un papel el nombre
de un pueblo a veinte kilómetros donde existía un hotel. Prometí a Antón
volver al día siguiente. En el café donde dejé la mochila, además de la mujer,
había dos borrachos. Emocionada, me puse bajo la luz de la ampolleta para
que compararan si mis facciones correspondían a una ucraniana. Como no
encontraron semejanza les enseñé las únicas fotografías familiares que llevaba
conmigo: los abuelos por lado de madre que no tienen relación con Ulanov.
Cuando salí al camino eran las ocho y media de la noche y ya no corrían
autobuses. Aun así, sentí que nada malo iba a pasarme, protegida por la his-
toria que corría en mi sangre hice dedo a un camionero. A pesar de que en el
mapa no aparecía ningún Ismitnik supe que no debía tener miedo a la vida,
como las aguas del río tenía que dejarme ir.
El camionero se detuvo en el centro de Ismitnik. Un joven en bicicleta,
que escuchaba música rock en su walkman, me llevó a un decadente y derrui-
do castillo sobre una pequeña loma rodeada por el mismo río de Ulanov.
La encargada, con sus dientes incisivos de oro, no podía entender que es-
tuviese sola y, desconfiada, no quería dejarme pasar allí la noche. Entonces
le narré (por medio de gestos) la historia de una chilena que viaja a Ulanov
a conocer la tumba de sus abuelos. Era una historia tan triste que empecé a
llorar, la vieja se compadeció y me llevó a una altísima pieza donde corrían los
ratones y las sábanas estaban húmedas. A la mañana siguiente intenté volver a
Ulanov, fue imposible encontrar un autobús. Ahora, cada vez que paso cerca
de un río, recuerdo que no debemos tú y yo tener miedo de vivir.
Tu hija que te quiere”. Relación de los gastos efectuados en Ucrania y del dinero que resta, dividido
en tarjetas de crédito Mastercard y Visa, cheques viajeros, cuenta corriente y
dólares en efectivo.
146 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 147

Lunes 5 de julio, Praga. La ventana del dormitorio común del hospedaje está Martes 6 de julio. En la misma cafetería de la mañana anterior, Thomas me
a la altura de un paso a nivel por donde circulan los tranvías. El último pasa enseña un pasaje de tren a Cracovia con un gesto de entusiasmo y temor. Se-
a la medianoche y el primero a las seis de la mañana. A esa hora aparece en la rán cinco días de libertad después de pasar dos semanas con su tía. ¿Y si la tía
puerta un joven extremadamente delgado con una toalla en la mano (a pesar gorda y dominante es joven y atractiva como la tía Julia de Vargas Llosa?
del cinturón, el pantalón resbala por sus caderas), murmura una disculpa y Intento abrirme paso entre los visitantes al castillo de Praga. La arquitec-
desaparece por la puerta que da al recibidor. tura es admirable pero con menos he podido imaginar más. Hay que abrir un
El reglamento, que obliga a los pasajeros a abandonar la hospedería en- debate si la restauración implica embellecer o respetar la pátina del tiempo.
tre las ocho y treinta de la mañana y las seis de la tarde —arbitrariedad que Embadurnada como torta de cumpleaños, Praga despierta admiración, pero
los dueños de ciertos hostales usan para hacer notar que por el precio no se sólo las muescas, las fisuras, la opacidad, despejan el camino para ir al encuen-
puede aspirar al mismo trato que un establecimiento de clase— provoca un tro que sostuvieron en Palacio el rey y el consejero traidor, el disparo de los
segundo encuentro en un café vecino. Thomas, estudiante de Literatura en cañones, la ventana de la torre donde el enemigo perdió la razón. La belleza
Oxford, deja las frases sin completar como si le fuese permitido habitar en el ¿está en la perfección o en el deterioro? La eslovena que conocí en Capadocia
borde de las palabras. Si en un primer momento su acné resulta distractivo, me explica en un correo electrónico que la apariencia actual de la ciudad se
una hora después su piel parece limpia y llana. En él también debe haber ocu- debe a una decisión económica. Praga fue vendida a las fábricas de pintura
rrido un fenómeno similar pues en sus labios asoma una sonrisa que Balzac austriacas y a las de molduras alemanas, ellas financiaron la restauración con
hubiese descrito como la de un espíritu romántico seducido por la fantasía de el propósito de abrir mercado a sus productos. Los inversionistas saben que
haber encontrado un alma afín. En ese momento recuerda que debe reunirse los turistas quieren ver en la ciudad eterna la vida eterna.
con su tía, que aloja en un hotel del centro y, como el conejo de Alicia, des- La arquitectura da cuenta de que en la antigüedad los burgueses protegían
aparece. sus casas esculpiendo dioses o palabras como justicia, fraternidad, libertad.
Por la noche Giorgio, el dueño de la pensión que se entretiene disparando Los burgueses actuales consideran más práctico protegerlas con alarmas elec-
a los clientes con una pistola lanza agua, me cuenta que la tía de Thomas trónicas.
llamó en dos ocasiones preguntando por él. En ninguna otra ciudad son tan innecesarios los guías como en esta. A
pesar de que los monumentos están a la vista, los turistas se arremolinan tras
un pañuelo o un paraguas esgrimido por el guía como un faro. Hay los auto-
ritarios que tratan al grupo como a un jardín de infantes, los que prefieren no
desgastarse y hablan a los cuatro o cinco interesados mientas el resto conversa
o come; despectivos profesores de historia que debieron renunciar a su vo-
cación por el dinero. Cuál más, cuál menos termina conduciendo al grupo a
las tiendas y restaurantes que les otorgan comisión. Los turistas se contentan
con caminar en fila tras un paraguas o un pañuelo rojo.
Detrás del castillo me encuentro con cuatro parejas que forman un semi-
círculo alrededor de una mujer teñida de rubio platinado, con un escote tan
pronunciado que sólo deja adentro el pezón. Su voz de Barbie, en pésimo
inglés, les explica que ese lugar es de vital importancia por cuanto se puede
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contemplar el castillo desde atrás. Imposible discernir en cuál plano ven los recogerlo. Su relato se entrecorta, en los espacios en blanco asoma el olor a las
turistas la parte trasera del edificio y en cuál los turgentes senos de la guía. flores del jardín, los ruidos de la madre en la cocina, el chirrido de la verja...
Para alejarme de ellos tomo una calle lateral que desemboca en una cerve- —I went out of England the first time with him. It was so strong.
cería. Cuatro mesones y una pequeña barra tras la que se parapeta el amo y rey —Su cara enrojece haciendo visible las erupciones. Tengo la sensación de
del lugar: el cervecero. Con una mano acciona el pistón que llena los jarros estar tocando los nervios de una hoja que tiembla al paso de la savia.
y con la otra inserta los vasos sucios en una lavadora. Basta que un cliente —¿You believe in God? —me pregunta.
traspase el umbral para que el cervecero coloque un vaso con la medida pre- —No.
cisa bajo el pistón. Si alguien termina su cerveza, inmediatamente tendrá una —¿Why? —menea la cabeza dolido—. ¿Why?
nueva. —¿Why not?
Al ver un taburete libre me siento sin reparar en que al frente mío hay un Me pregunta cómo es Cracovia.
vaso servido. Cuando su dueño regresa, le pregunto si desea ocupar su silla. —I have fear —confiesa.
—La silla no importa —contesta—. El problema existiría si usted hubiese —¿Of what?
ocupado mi lugar. —Polish people.
Al salir de la cervecería, guardo el mapa y escojo calles donde no se vislum- —¿Vas a la casa de amigos?
bran más intrusos que yo. Encuentro pequeños bares, tiendas con letreros —Yes... —titubea—, to he house of a polish girl friend that I knew in
en checo, en la piedra desnuda aparecen las grietas, sigo a un gato y llego a Oxford. Is in few days —agrega asustado de ir hacia una desconocida que
una plaza en reparación. Hay escombros, adoquines, y una mujer en silla de amó en la brevedad—. This night I will pray for you.
ruedas entrega una jeringa de acero inoxidable a otra que lleva en el rostro la
pátina de los muros.
Por la noche Thomas me muestra los bocetos que hizo hoy. Imagino la
emoción de su tía, al encontrarse lejos de las normas familiares que rigen a
una mujer soltera, en compañía de un joven sobrino que contempla por pri-
mera vez Praga, la ciudad que ella ama por sobre todas las ciudades. Imagino
la pasión arrebatadora que la posee cuando camina por el barrio donde vivían
los judíos burgueses que, poco antes del nazismo, creían en la posibilidad
de integrarse a sus países de origen, el temblor de estas dos almas sensibles
al percibir la fragilidad, el desconcierto, la incredulidad. Thomas me cuenta
que a veces permanece media hora frente a una iglesia gótica hasta que es
capaz de aislar el contorno, los turistas, cables, conversaciones, falsos colores,
y comienza a verla como es. Le pregunto si su tía es joven o vieja.
—Between.
Le pregunto si tiene hermanos. Sus padres se separaron cuando él cumplió
tres años, el padre se volvió a casar y tuvo dos hijos. Aunque no tienen una
relación cercana, recuerda su impaciencia los domingos cuando tardaba en Miércoles 7 de julio. Comienzo el día en la plaza donde ayer encontré a la
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vendedora de heroína en silla de ruedas. Una niña sirve de modelo a un retra- deferencia hacia mí es la joven quien coloca la parte prendida dentro de su
tista, se trata de una vecina o de su propia hija que actúa como anzuelo para boca, acerco mis labios casi tocando los suyos y aspiro. Vuelvo al café Electra.
atraer clientes. Lo curioso es que la admiración de la niña, al seguir con sus Un joven norteamericano se levanta a saludar a un checo que viste pantalones
ojos el movimiento de la brocha, es lo que convierte al hombre en pintor. cortos. El checo le explica en inglés que su amigo puede conseguirle lo que
La gente que pasa por la calle a las once de la mañana un domingo es la desea. El americano saca una bolsa plástica y la pone sobre la mesa. Se trata de
misma en Praga que en Chile. El joven marido que vuelve con el periódico y tres gruesos volúmenes de antigua encuadernación que, al parecer, implican
el pan, el esposo cincuentón que lee el diario y bebe cerveza mientras su mu- para él una increíble rareza y placer. Se hace de noche. Dos prostitutas discu-
jer hace el aseo en casa, la solitaria que saca a pasear al perro, un hombre con ten en una lengua que no parece checo a la salida de una cervecería. Desde la
aspecto intelectual que fuma con aire confundido. puerta veo que el local está lleno de gitanos. No me atrevo a entrar y entrar es
La noche anterior llovió y el aire destila humedad. La iglesia renacentista mi deseo. En la acera contraria un grupo de jóvenes posmodernos conversa
se encuentra cerrada. Según el mapa, si la rodeo me encontraré en un pasaje en la puerta del Instituto Checo Alemán. Un hombre vestido con smoking
que conduce adonde quiero ir. Tres niños observan a una joven delgada, con me dice que la función está completa. El Goethe, como en Chile, en el borde
el pelo teñido de rojo, que duerme sobre el suelo empedrado. La falda reco- pero con la vereda lustrada. En el bar apenas se puede respirar, se confunde la
gida deja ver unas piernas agujereadas por los pinchazos. Los niños se burlan. sed, el alcohol y los cuerpos. Gritan que viene la policía. Una pareja sale co-
La joven hace un movimiento y huyen. Con las piernas flectadas de modo rriendo, yo detrás. La pareja se detiene a transar droga en un auto. Apresuro
que el borde interior de sus rodillas se toca, parece una niña que habiendo el paso. No quiero que me sorprenda la noche con el dinero encima. La joven
desobedecido la autoridad paterna, levanta las rodillas como una fortaleza. heroinómana ha desaparecido. Una calle más y estoy en la avenida principal.
Transcurrida la excitación inicial, se queda dormida y el muro cae. La paz Los turistas caminan de dos en dos y el guía balancea el paraguas invitándolos
que brota de su rostro hace pensar que tal vez la belleza de la ciudad no sea la a entrar a un restaurante con especialidades de Bohemia en inglés y alemán.
única. Tal vez existe otra más fría tras sus ojos cerrados. Cuando el primer turista atraviesa la puerta, comienza la música.
A medida que me alejo del centro del pastel, aparecen grandes cubos de Thomas vuelve alrededor de las once de la noche agotado. Aun cuando
metal verde, como si sólo la periferia produjera basura con peso y olor. En- hace esfuerzos por hablar sus ojos se cierran. Si la tía viaja con él seguramente
cuentro negocios que venden libros y postales para quienes otorgan al paso no tiene hijos propios. Recuerdo una visita a un campo en el lago Lanalhue
del tiempo más valor que a la actualidad. Un hombre en camiseta fuma y mira en el sur de Chile. En la antigua casa solo estaba una de las propietarias que
la calle desde un segundo piso, un grupo bebe cerveza en la puerta de una permaneció soltera. Durante la cena me habló de la importancia que tenía
casa. Encuentro un café Internet llamado Electra, junto a una plaza donde un para ella conservar la historia de su familia. Más tarde, en su habitación, me
africano y un joven rubio se dan la mano y continúan en direcciones opues- enseñó los objetos que conservaba en los cajones cerrados con llave de la có-
tas. Pasan tres jóvenes coreanas. Al final de la plaza un coreano con un teléfo- moda: el primer bordado que hicieron su hermana y ella en la escuela, foto-
no celular estira el brazo y recibe de las muchachas lo que parecen pasaportes. grafías de los bisabuelos, sombreros, carteras de fiesta, el cuaderno de cuentas
En la estación del metro, sentados en el suelo, tres jóvenes preparan un par de que su padre usaba para pagar a los inquilinos... la historia que iba a morir
cigarros de marihuana. Dicen que el negro que estaba en la plaza, Sam, vende con ella.
skank. Ellos fuman en el Metro porque no hay turistas ni policías. Cuando En los intervalos en que se despereza del letargo, Thomas me cuenta que
el cigarro está por acabarse, realizan un extraño ritual; uno pone el pitillo al sus abuelos emigraron de Praga a Londres después de la Segunda Guerra
revés dentro de su boca, el otro aspira y ambos reciben parte del humo. Por Mundial y que uno o tal vez los dos (en ese momento cierra los ojos y sus
152 POSTE RESTANTE

palabras se confunden) eran de origen judío. Le pregunto si su tía es judía.


—Menos de lo que ella quisiera.
—¿Quiere que tú te conviertas?
—Fue la primera en hablarme de Praga y me alentó a que viniera a cono-
cer la historia de mi familia.
—Si tu padre es judío, tienes un apellido judío.
Thomas echa la cabeza hacia atrás.
—Cuando mis abuelos llegaron a Londres se cambiaron el apellido para
no perjudicar a la parte de la familia que permaneció aquí bajo el régimen
comunista.
Como los niños resiste el sueño. Dice que tal vez haga los trámites para
recuperar su apellido original. Si lo hace, tendrá el apellido de una familia que
no existe y, con la que existe, dejará de tener un nombre en común. Mediano-
che. El último tranvía remece las paredes.

Carta que la viajera envió al periódico La Nueva República y que salió publi-
cada en septiembre de 1999.
154 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 155

Miércoles 14 de julio, Leba. En la parada del autobús, cansada de ir de un Domingo 18 de julio. Paso las tardes con P, el joven estudiante de Ed, cami-
lugar a otro, de un hotel a otro, encuentro a Ed Lehman, un profesor cana- nando por la orilla del río de S, sosteniendo conversaciones adolescentes en
diense que me presta su departamento en el pueblo de S mientras él dicta cla- inglés que hacen del verano una rutina.
ses de inglés en un campamento de verano en Leba, Polonia. Tras la caída del
comunismo los polacos abrieron escuelas, centros y hasta campamentos para
aprender inglés, importaron libros, profesores, CDs y casetes, con la esperan-
za de que el inglés los acerque a la abundancia. En caso de que necesite ayuda
Ed me da el número de teléfono de un alumno que estará feliz de practicar su
inglés conmigo.


156 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 157

Espíritu guerrero de su niñez, cuando se obsesionó con las batallas que por setecientos años
Polonia sostuvo contra sus enemigos. “Pasaba todo el tiempo, en la escuela,
Al cabo de tres semanas en S, la viajera siente un temor irracional hacia los en la casa, en los autobuses, dibujando batallas. Había veces que me ponía a
polacos. Tal vez se dejó influir por los libros que los acusan de antisemitas o llorar y mi mamá me preguntaba qué tenía. No podía decirle que sufría por la
los rayados en los muros animando a hooligans, nazis y punks. muerte de cinco mil hombres”.
Entre todas las imágenes le obsesiona la gente que pasea a sus perros con el Las imágenes se entrelazan: su temor irracional, los bozales, las suturas,
hocico aprisionado en un bozal. A P le extraña su asombro por cuanto aque- los borrachos. Corre por la sangre de esta gente una seguidilla de victorias en
llos bozales salvaron su vida en varias ocasiones, en cambio, en Chile uno se batallas atiborradas de muertos que luego fueron traicionados en la mesa de
expone constantemente a ser mordido. La viajera se pregunta qué pasaría si negociaciones, una frustración por haber sido dominados y menospreciados,
los dueños amaestrasen a sus perros o, en vez de policiales, criaran una raza sus ciudades destruidas por alemanes y aliados, entregados a los rusos, libera-
más dócil. ¿Es mejor domesticar la pulsión violenta o poner un bozal? dos, entregados a las trasnacionales; hay una cantidad de alcohol en su sangre
A las seis de la tarde por la costanera, mientras la gente pasea sus perros, mayor que la de cualquier ciudadano europeo, una exposición descarnada del
cerca de la torre donde fue quemada la última bruja de Europa, dos mujeres cuerpo a la vida sin protecciones, y sólo los contiene un bozal y un frasco de
y un hombre de mediana edad empinan una botella de vodka sentados en el antidepresivos mezclados con ansiolíticos.
pasto. Una de las mujeres se acerca al río y, entre palabras ininteligibles, que
suenan como la queja impotente de los que se emborrachan para olvidar que
la vida los dejó en la orilla de ninguna parte, se saca la camiseta quedando en
sostenes a un paso de la sucia corriente. Desde el pasto la otra mujer comien-
za a llamarla por su nombre. La borracha, hipnotizada por el agua, se acerca
peligrosamente a la orilla, sus pies se doblan y cae como una muñeca vieja
con las piernas abiertas. Tras varias tentativas de salvataje, la segunda mujer
se arroja al agua quedando varada entre los juncos. El rescate termina con los
tres en el agua.
Para ir desde el departamento de Ed al centro de la ciudad, existe un atajo
que pasa a través del patio del hospital, donde toman sol personas quebradas
o con heridas cortantes cosidas con hilo negro, en la cabeza, en los brazos, en
las piernas. También en la calle se ven caras rasmilladas. Imágenes dispersas
que no logra conectar hasta que un viaje a la playa con P esclarece el misterio.
En un encuentro anterior el joven le confesó que un año atrás comenzó a
tener pensamientos compulsivos que desaparecieron cuando un psiquiatra le
recetó un medicamento para distanciarlo de sus emociones. Las compulsio-
nes estaban relacionadas con pensamientos violentos que le impedían salir
a la calle y realizar actividades mínimas como comprar en un almacén por
temor a que alguien lo agrediera físicamente. Estos pensamientos databan
158 POSTE RESTANTE

Lunes 26 de julio. Caminamos por una autopista que atraviesa el río en di-
rección a los suburbios, a un centro comercial en el primer piso de un con-
junto de torres como las de la avenida Portugal en Santiago, donde funciona
un cine club que se encuentra cerrado. Sin fuerzas para volver a la ciudad,
nos quedamos conversando en la placa. En unas semanas P ingresará a la uni-
versidad en Gdansk para estudiar idiomas. El joven me cuenta que leyó en
el diario de vida de su hermana menor, el relato de la primera vez que tuvo
relaciones sexuales. Guarda silencio. Me dice que es virgen.

Apuntes de los días pasados en el pueblo de S en el norte de Polonia.


160 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 161

El militar de baja Martes 27 de julio. Me acostumbro a cruzar entre los heridos que toman sol
en el patio del hospital para ir y venir del centro al edificio donde viven los
P invita a la mochilera a alojar al departamento de sus padres la noche extranjeros que, al no encontrar trabajo en su país, vienen a un pueblo como
que Ed viene a la ciudad. En el trayecto le advierte que su padre atraviesa una S para enseñar inglés a los que sueñan con encontrar trabajo en el país de sus
crisis causada por su baja del ejército, el hecho de cumplir cincuenta años y no profesores.
saber cómo adaptarse al sistema capitalista. La crisis se traduce en unos celos
desproporcionados hacia su mujer, una tecnóloga médica más joven que tra-
baja en un laboratorio particular.
El departamento en una de las numerosas torres es amplio y amueblado
sólidamente en tonos pasteles. La madre sirve vodka y emparedados. P hace
de intérprete y la conversación se desenvuelve con normalidad hasta que el
apuesto dueño de casa pregunta a la extranjera si desea ver sus condecoracio-
nes. P y su madre desvían la vista. El padre regresa con una caja de la que ex-
trae numerosas medallas de una historia que desenvuelve ante sus ojos, trae la
boina, el pantalón, la chaqueta, el cinto, la espada, la pistola, las charreteras, la
madre pide permiso para retirarse, el padre ajusta la pistola en la cartuchera,
se cuadra y abandona la sala marchando.
A la mañana siguiente lo encuentra en la cocina, con un delantal de mujer,
preparando el almuerzo.
162 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 163

La casa Sábado 31 de julio. P desnudo en la cama de Ed Lehman, en el edificio don-


de viven los profesores de inglés, tiembla.
La aldea costera de Kluki fue uno de los primeros asentamientos huma-
nos de la región de S. Hoy sólo subsisten una docena de casas que fueron
transformadas en un museo donde se exhibe la forma de habitar que tuvieron
los pobladores del Báltico a lo largo de la historia. La primera casa constaba
de dos habitaciones; la principal hacía las veces de comedor, dormitorio y
cocina. Una más pequeña —generalmente ciega— servía como despensa, allí
se guardaban las herramientas para trabajar la tierra, salaban pescado, pro-
ducían miel, aguardiente, almacenaban conservas y granos para el invierno.
En la siguiente casa se agregó un tercer cuarto que usaban como cocina. El
comedor seguía funcionando por la noche como dormitorio. Sobre la mesa,
además del tejido de la madre y los instrumentos con los que el padre cargaba
su pipa, había un libro.
En la tercera casa, la despensa se construyó más pequeña para dar espacio
a un estrecho cuarto iluminado por una ventana y amueblado con una tosca
cama de madera, un velador, una mesa con una lámpara a kerosén, y una silla.
Era el cuarto del hijo mayor, el primero de la familia en estudiar los libros.
164 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 165

Cementerio El muro

Delante de cada tumba hay una banca de madera para que el deudo se En el centro de las ciudades, la plusvalía del suelo hace imposible que exis-
siente a contemplar la muerte. Bajo el asiento hay una caja cerrada con can- tan terrenos ociosos, no así en los barrios donde transcurren años o genera-
dado, donde guardan las herramientas para jardinear. La lápida está decorada ciones hasta que alguien decide construir en el territorio eriazo. Eso ocurre
con una fotografía del muerto. El retrato no corresponde a la edad en que fa- con parte del muro que circundaba el ghetto de Cracovia. Es visible desde
lleció, generalmente aparece más joven, a veces, como en el caso de una mujer la calle principal, desde el autobús, al ir de compras, desde la catedral o el
enterrada a los treinta y siete años, hay una niña de mejillas sonrosadas. asiento de la plaza que está al frente y, donde tras dos días de lluvia, el sol con-
Bajo los pinos, en el sector antiguo del cementerio, están enterrados los grega a ancianos y niños. También a una joven pareja —cuyo hijo persigue a
alemanes que ocuparon Polonia durante la Segunda Guerra. Después de la las palomas— que sostiene una apasionada disputa. Cuando parece amainar,
retirada forzosa, los habitantes de S robaron las lápidas de mármol para co- un detalle cualquiera la hace recomenzar y el esposo decide abandonar a su
locarlas en las tumbas de sus seres queridos. Desde entonces cada lápida lleva esposa y al niño en la plaza. La mujer saca de su cartera un sándwich envuelto
inscrito el nombre de la víctima y, al reverso, el de su victimario. en una servilleta, llega una inoportuna mosca que le impide comer. La joven
intenta ahuyentarla con su mano, como la mosca insiste, se cambia de lugar y
la mosca va con ella. El marido los espía desde el otro lado de la calle, junto al
muro. Da la impresión de que se dispone a cruzar cuando un pensamiento lo
disuade. Hasta que el niño mete los zapatos en un charco, atraviesa la calle y lo
reta. La madre, molesta por la mosca, se enfurece y recomienza la discusión.
La presencia del esposo ahuyenta la mosca y la mujer puede saciar su apetito a
grandes mordiscos. Sus cuerpos se aproximan lenta e inadvertidamente, a un
tris de rozarse, una insignificancia enciende la mecha y ella abandona la plaza.
El niño tropieza, cae y llora. Como su padre no le presta atención, mete los
pies en el charco. El hombre tira de su oreja. El chico, que no ve a su madre
por ninguna parte, vuelve a llorar. El padre busca en todas direcciones a la
madre que no está cuando se la necesita.
La curiosidad por saber cómo va a terminar la historia, la hace permanecer
en el lugar. No es la única: el hombre con quien comparte asiento emite un
comentario en polaco. Ella sonríe. El hombre asiente como si hablasen el mis-
mo idioma. ¿El final de la historia? Con el niño cogido de la mano la pareja
regresa sin palabras tras el muro.
En el muro blanco,
donde antes se fotografiaron el militar austriaco y la mujer con sombrero y cartera,
que, en una fotografía posterior,
hará caminar a un perro por sus patas delanteras,
posan las mellizas con sus faldas escocesas y sus blusas blancas;
una de ellas con un gato en los brazos.

Mapa del distrito de Kazimierz aparecido en el periódico Praktyczny Kazi-


mierz julio/agosto 1999, Cracovia, Polonia.
168 POSTE RESTANTE

Álbum de familia

Entre 1905 y 1918 Aída G abandonó Polonia en pos de una fantasía. En


1999 su nieta abandona Chile para evocar una fantasía. Cuando llega a Cra-
covia, todas las mañanas entre el lunes dieciséis y el martes veinticuatro de
agosto, camina desde el centro de Cracovia hasta Kazimierz, el barrio donde
posiblemente nació su abuela paterna. Se sienta en la solera (el dinero para
restaurantes se terminó) y contempla a los turistas consultar las guías de viaje
donde se explica que allí vivían los judíos antes de la Segunda Guerra; con-
templa un coche a caballo que se anuncia con una campana, a un ebrio que
bebe cerveza en compañía de un niño, la explanada donde antes estaba la
plaza y ahora estacionan sus automóviles los judíos propietarios de los restau-
rantes y tiendas de souvenirs; contempla el letrero que pide a los paseantes
cambiar de acera porque esa fue edificada con huesos y cráneos de judíos
asesinados en un campo de concentración; contempla la pasión de Moisés M
y el desamparo de Rosa S por convertir a su nieta chilena en un imposible, a
un hombre que parcha con yeso el frontis de una casa.
Entre 1905 y 1918 Aída G abandonó Polonia en pos de una fantasía. En
1999 abandono Chile para evocar una fantasía. Cuando llego a Cracovia,
todas las mañanas entre el lunes 16 y el martes 24 de agosto, camino desde el
centro de Cracovia hasta Kazimierz, el barrio donde posiblemente nació mi
abuela paterna. Me siento en la solera (el dinero para restaurantes se terminó)
y contemplo a los turistas consultar las guías de viaje donde se explica que allí
vivían los judíos antes de la Segunda Guerra; contemplo un coche a caballo
que se anuncia con una campana, a un ebrio que bebe cerveza en compañía
de un niño, la explanada donde antes estaba la plaza y ahora estacionan sus
automóviles los judíos propietarios de los restaurantes y tiendas de souvenirs;
contemplo el letrero que pide a los paseantes cambiar de acera porque esa
fue edificada con huesos y cráneos de judíos asesinados en un campo de con-
centración; contemplo la pasión de Moisés M y el desamparo de Rosa S por
convertirme en un imposible, a un hombre parchar con yeso el frontis de una
casa. Contemplo mi trizadura que transporto como un hogar…

Calle Szeroka en el barrio Kazimierz publicada en el periódico Praktyczny


Kazimierz.
170 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 171

Miércoles 18 de agosto, Cracovia. En la plaza central, en el mercado de ar- “Querida Cynthia:


tesanías, en un local que vende ámbar como en Pomaire greda, encuentro los A las seis de la mañana el ruido es insoportable. ¿Dónde está el suave tri-
aros con forma de pájaro que Y compró para mí en un bazar en el norte de nar que tenían los pájaros al amanecer? Entre loros, catas y canarios, con un
Chile. El dolor de haber extraviado uno en Chipre, la nostalgia del segundo inquietante zumbido de abejas de fondo y un sol que traspasa las cortinas, la
guardado en el cofre de Berri. mañana del último sábado de primavera está lejos de ser plácida.
Por lo menos no hay una iglesia cerca, piensa, recordando que en Ale-
las mellizas vestidas con falda escocesa y blusa blanca,
mania las iglesias competían, sin respeto a las almas, quién tenía la campana
una de ellas con un gato en los brazos,
continúan esperando ante el muro. más grande. Obviamente la mayoría de los sacerdotes son hombres. General-
mente ganaban los protestantes. Y para colmo la perra resultó alérgica y anda
estornudando y sorbiendo sus mocos con resignada persistencia.
Pero si no fuera por los pájaros y su increíble variedad, costaría saber que
está en África. Johannesburgo se parece a esas grandes ciudades estadouni-
denses con autopistas, malls. Allá como acá los negros son pobres y casi los
únicos que utilizan el frágil sistema de transporte público. Aquí como allá los
inmigrantes son bienvenidos con recelo; si vienen de países vecinos, tratados
como leprosos, si llegan de Europa, bienvenidos.
Otra cosa que le molesta es que también en Sudáfrica pocos saben dónde
queda Chile. No porque quiera ser conocida necesariamente como chilena,
pero esa ignorancia la convierte en una especie de fantasma, alguien sin pasa-
do ni forma reconocible para los demás. ¿Chilena? Ah… How interesting…
La mamá de su empleada, que viene a hacerse chequeos a Johannesburgo y
pasa a tomar té con su hija, le preguntó una vez si habían negros en Chile. No,
le contestó. Y entonces quiénes trabajan como empleadas. Generalmente in-
dias, gente del campo, le dijo. “Entonces ustedes son un país muy rico”.
En Sudáfrica los únicos indios que se conocen vienen de la India y son
comerciantes, dueños de las tiendas de especies. Que ellas trabajen de em-
pleadas en Chile…
Intentó explicarle la diferencia, le mostró fotos de la Enciclopedia, hizo
un breve resumen de la historia del colonialismo y sus paralelos entre África y
América Latina, el capital y los pobres del mundo. Sin éxito, por supuesto.
Lo que la vuelve a traer al jardín y a esta sonora mañana. La vista es im-
presionante con los jacarandás en flor, el jardín primorosamente cuidado, la
baranda tapizada de pétalos que caen de los árboles, el pasto, la piscina… Tras
darse un chapuzón decide responder los e-mails. Dos días sin correo electró-
172 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 173

nico —no pudo localizar a alguien que se hiciera responsable del drama— le Lunes 30 de agosto, Austria. Ya no hay motivo para llevar el estuche con di-
hicieron ver cuán dependiente es de la tecnología. Como si no supiera que las nero que me ataba la realidad a la cintura. Acercándome al lugar del misterio:
computadoras sobrepasarán al hombre en el próximo milenio. “Plivitce in Jezersko/ Rimski Vrelec/ Bled.”
Desde anoche se pregunta qué parte de la historia del Álbum de familia
Un perro camina por un sendero montañoso seguido en forma decidida por una mujer con un
que le envió Cynthia es ficción. Seguramente ninguna. Ese final abierto al
chaleco tirolés y una cartera en forma de sobre. Detrás de ella vienen tres burros arreados por dos
abismo. Se pregunta cómo será el reencuentro con sus padres. Si ese primer lugareños, un hombre y un niño, a caballo.
abrazo de la viajera será igual a otros. ¿Qué cambios provocará ese largo cami-
no por la historia? ¿Cambiará Rimsky por Baños o Bañados?
De pronto unos gorriones amarillos o canarios salvajes, se apoderan de
una rama del almendro y arman un barullo enorme, segundos después des-
aparecen. Se acuerda de una pregunta cliché de la filosofía: ¿si el árbol cae en
medio de un bosque desierto, hace ruido?
El miércoles llega Helen desde Irlanda. Juntas irán a un safari en Botswa-
na, donde hay un proyecto de elefantes; dormirán en carpas y recorrerán la
selva en bicicleta. Después a unas termas, donde Helen invita, con pintada de
las uñas de los dedos de los pies incluida y una serie de masajes.
El miércoles llega Stefan de Mozambique, donde anda filmando en una
isla repleta de ruinas coloniales portuguesas. Stefan ha recibido múltiples fe-
licitaciones por el documental que hizo sobre Angola. Hace nota de algún
día mostrárselo a Cynthia. A diferencia del Álbum, en el film, el corazón del
enemigo está a la vista”.
Cynthia Rimsky 175

Martes 31 de agosto. Según el mapa, al otro lado de la frontera debiera estar


Jezersko, como es de madrugada decido seguir hasta el pueblo donde vive la
eslovena que conocí hace cinco meses en las montañas de Capadocia.

Diez personas, la mayoría de fotografías anteriores,


han terminado de almorzar
y beben café o té alrededor de una mesa en el patio de una casa.
Sus rostros expresan la satisfacción de la familia reunida un día de verano.

Página de la primera edición de Poste restante, donde aparece la imagen, hoy


perdida, del mapa y el papel con las instrucciones para llegar a Jezersko.
176 POSTE RESTANTE

Álbum

En el último tramo ya no pasan automóviles. El camino se interna zigza-


gueante entre gigantescas montañas cubiertas por nieves eternas. El aire se
vuelve tan puro que duele respirar. La lluvia, intermitente, imprime al pueblo
una economía de movimientos y sonidos.
La calle principal de Jezersko es el camino que conduce a Austria. El letre-
ro que señala los kilómetros hasta la frontera crea la ilusión de que existe un
desvío, la ilusión de que se puede tomar el desvío y llegar a otro lugar donde
es posible pertenecer.
Compara las laderas, los pastizales, las formas rocosas que aparecen en las
fotografías, realiza el ejercicio de insertar el paisaje en las pestañas de papel.
Por un instante cree reconocer el lugar donde estuvo sentada la joven con el
collar de perlas pero falta la montaña nevada al fondo.
La turista encontrada en el mercado de Arrieta por un álbum con su ape-
llido mal escrito en la primera página, enseña a un carpintero que arregla una
tapia en Jezersko, las fotografías de un grupo familiar austriaco que en 1940
pasó allí sus vacaciones. Un automóvil con matrícula de Austria se desliza en
dirección a la frontera. El carpintero hace venir a su mejor amigo, acicatea-
dos por el enigma de los retratos, discuten, argumentan, lanzan un grito y
me embarcan en un automóvil, mientras ellos determinan quién encontró la
primera hebra de la historia.
El automóvil abandona el camino principal por un estrecho sendero de
tierra. Las casas aparecen desperdigadas en medio de las vacas, sembradíos,
un portón de madera. La conductora, hija del carpintero, señala la colina
donde la adolescente en traje de baño extendía los brazos al cielo.
La dueña de casa, sorprendida por la visita, desata el delantal que lleva
amarrado a la cintura. Al avanzar el relato que traduce al esloveno la hija del
carpintero, mira alternativamente a la turista y a su acompañante. En su idio-
ma cuenta que se encuentran en una posada levantada en 1906, cuando el
tránsito por la frontera se hacía a pie o en burro. Quien construyó la posada
fue su bisabuelo, luego pasó a manos del abuelo y del padre, hasta llegar a
ella y a sus hijos. Impresionada de que haya venido de Chile con la misión de Página de la primera edición de Poste restante, donde aparece la fotografía,
encontrar a las personas retratadas en el álbum, pregunta si son sus parientes; hoy perdida, del álbum encontrado en el mercado persa en Chile que la viaje-
ra dejó a la familia en Jezersko.
178 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 179

creyendo que anima a la viajera un interés fotográfico le muestra sus retratos De


familiares colgados en el vestíbulo; la primera posada, sus remodelaciones,
los edificios anexos y altillos, tatarabuelos, bisabuelos, abuelos, primos… De regreso a la casa de Bilbao, busca en el diccionario Aristos que su padre
El hijo mayor, que durante la semana estudia Derecho en la capital, le en- le regaló para un cumpleaños la palabra De: “Preposición que indica: per-
seña dos tomos forrados en cuero marrón donde archivan las impresiones de- tenencia, el coche de mi tío; procedencia, venía de Canarias; la materia de la
jadas por los pasajeros. Busca 1940 y aparecen quince o veinte textos, dibujos que está hecha una cosa, sortija de oro; lo contenido en una cosa, botella de
y poemas que pudieron o no haber sido escritos por el hombre de anteojos, el vino; la condición o cualidad de personas o cosas, persona de buen corazón; el
militar, la mujer con cartera, las mellizas… La dueña de la posada se detiene asunto de que se trata, libro de poesía; el tiempo en que sucede una cosa, llegó
ante una página del álbum que la extranjera ha traído consigo. Reconoce la de madrugada.”
fotografía de la primera casa que construyeron sus abuelos —donde ella na-
ció— y que estuvo todos estos años extraviada en Chile. Saca la fotografía del
marco de papel. La biografía de la mujer está completa. La de ella...

El perro que caminaba por el sendero montañoso


posa para la cámara ante una olla con comida,
tiene la lengua afuera,
no sospecha que junto a él aparecerá retratada su sombra.
180 POSTE RESTANTE

Familia

Todas las mañanas la inquilina que vive en la casa 9, al final del pasaje de
la calle Bilbao, se levanta, va a la cocina, abre la ventana, bebe agua o pone la
tetera en el fuego y contempla el pasaje.
Las ocasiones en que despierta temprano, extraña el sonido de los tacos
aguja de la vendedora de zapatos industriales que fue desalojada, quedando
sus enseres sobre el pavimento. Ahora en la casa 8 vive otra mujer sola que
puso los vidrios faltantes, pintó la puerta amarilla y llenó de plantas el frontis.
La señora de la casa 2 también cultiva plantas. A todas horas baldea el pavi-
mento, riega o cuelga ropa, de forma que al pasar por allí parece estar en su
casa a orillas del río Calle-Calle, añorada desde el pasaje en Santiago.
Durante la ausencia de la mujer que encontró un álbum de fotografías
en el mercado de Arrieta con su apellido mal escrito en la primera página,
nacieron dos guaguas. Una de ellas sigue desde el coche la sombra de las hojas
del árbol en el muro de la casa 4. Cuando comienza a gatear, su primer viaje
es al tazón que rodea el árbol. La madre, que vigila desde los escalones, grita:
“caca no”.
Una vez en la mañana y otra en la tarde, la mujer sin identificación que
vive en la casa 7 cierra el candado de la puerta y sale con su muñeca de trapo
bajo el brazo. Horas más tarde vuelve con palos, diarios o cartones y enciende
un brasero donde tal vez calienta agua. También trae una bolsa con pan y la
muñeca de trapo que, como ella, lleva el pelo dispuesto en trenzas, una falda
escocesa tableada y chaleco azul. En la casa donde viven no hay electricidad y,
gracias a un vecino que rompió el sello del medidor, el agua corre libremente.
A veces aparece un hombre que se presenta como un primo y busca cómplices
para apropiarse de las ruinas. La mujer que mira desde la ventana al final del
pasaje suele encontrársela en alguna calle. Desde que volvió de su viaje no
sabe quién encuentra a quién.
Hace unos días un extraño robó las plantas más queridas de la señora que
vivía a orillas del Calle-Calle. Desde entonces, tiene miedo de quedarse sola
y, si uno de sus hijos no la acompaña, pone llave a la puerta mientras las plan-
tas se marchitan.
Uno de los últimos en llegar por la noche es el estudiante de comunica-
ción audiovisual de la casa 5. Desde hace tres días lo acompaña una joven Plano del pasaje de la calle Bilbao dibujado por Clara Arditi.
182 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 183

que lo mira enternecida abrir la puerta con torpeza. La niña que gateaba ya “Hola queridos familiares (*):
aprendió a caminar y, cuando el gato de la casa 10 la ve acercarse, se escabulle. Doris, Efraín, Teodoro, Cynthia, Sergio y el chiquitito Lucas. Para noso-
Desconcertada al encontrarse tan lejos, la pequeña regresa a la casa 3 trastra- tros fue una alegría muy grande recibir la carta de ustedes. Nueve años muy
billando por el pavimento resquebrajado. A la altura de la puerta amarilla, se largos los estuvimos buscando. León Rappaport nos ayudó y de eso estamos
encuentra con la mujer que contempla sus plantas con el rostro apoyado so- muy agradecidos. A ustedes les interesa la historia del abuelo Yosef. Mi espo-
bre un palo de escoba, mientras la túnica lila deja al descubierto su estómago so Liiv también sabía un poco de la historia y de lo que sabía le daba miedo
lechoso. contarla. En los años 1946, cuando me casé con Liiv Mitnik, mi esposo, su
Cierta noche, la autora que reconstruye el trayecto de una viajera a partir papá Yosef nos mandó cien dólares desde Chile, pero a Liiv le dio miedo
de sus cuadernos, recortes y mapas, sale al patio y escucha llorar a la mujer sin retirar la plata porque venía de otro país y no la retiró.
identificación o a su muñeca. Permanece de este lado de la tapia hasta que Cuando Yusef salió de Rusia con tres hijos, quedaron Uvlevel, Liiv y Ro-
cesan los llantos y se va a dormir. A la mañana siguiente ya no está segura si la nia más los pequeños. Uvlevel y Liiv fueron tomados en cuenta por el ejército
trizadura está en los objetos o en su mirada. y ya no los soltaron. Golda (la esposa de Yosef ) vivió toda la vida con sus
La niña que aprendió a caminar ahora llega hasta la casa 6. Desde allí con- otros hijos y echó mucho de menos a su marido y a sus hijos que se fueron a
templa la ventana al final del pasaje, pareciera que esta vez si va a atreverse, Chile.
pero a último momento corre hacia los brazos maternos, desde donde voltea En los años 1941, cuando empezó la guerra, Uvlevel y Liiv viajaron a Pa-
a mirar el territorio inexplorado. kistán. A Liiv lo llevó el ejército y a Uvlevel no lo llevaron. Cuando nos dije-
Durante el invierno todas las tardes se reúnen ante la puerta con candado ron que Uvlevel murió, su mamá Golda también murió de pena.
la señora sin plantas, su hija o hijo y la joven madre, atemorizadas de que la Pero Liiv no murió. Estaba en el hospital herido. Cuando mejoró, viajó a la
mujer y su muñeca vuelquen el brasero, provocando un incendio que reduzca ciudad de Pragna en Afganistán. Y nos casamos el año 1946. En el año 1950
sus vidas a fragmentos que vayan a dar a un mercado persa. nació Hina y después nos trasladamos a la ciudad de Kiev en Ucrania. Fueron
años muy difíciles, pero construimos una casa cerca de Kiev. Uvlevel y Liiv no
recibieron reconocimiento, pero Uvlevel era conocido y trabajó como vende-
dor en un negocio. Liiv trabajó como obrero en una fábrica de géneros. Ronia
trabajó como profesora y su marido enfermó y murió en 1976. Ronia no tuvo
hijos. Uvlevel era casado con Donia y tuvieron tres hijos hombres (Salomón,
Jaime, Gandi). Gandi se llamaba así por Golda. Con ellos, no hay contacto.
Mi hija Hina trabajó como parvularia.
Ahora en Israel trabajo en una fábrica de muebles. Trabajamos muy duro

(*) En diciembre de 1999, Dora Mitnik recibió el llamado telefónico de un señor Rappaport
de parte de una mujer ucraniana que emigró a Israel y buscaba parientes en el mundo. Resultó
ser la esposa de un hermano de Moisés M, el padre de Dora. Esta es la carta que la mujer envió
a sus familiares en Santiago de Chile. Traducida del idish al hebreo por Lodmila Catz, y al
español por Fanny Berdichevsky.
184 POSTE RESTANTE Cynthia Rimsky 185

pero muy contentos que hay trabajo. Kleman (mi yerno) era arquitecto en
Ucrania pero ahora es obrero. Nosotros vivimos bien. Lodmila, mi nieta, está
en tercero básico, es buena alumna y tiene muchos amigos.
Tengo muchas ganas de encontrarme con ustedes pero no se si es posible.
Yo termino escribiendo esta carta pero es muy difícil encontrar a alguien que
me la traduzca. Mi familia puede entender ruso o idish. Besos para todos.
Ida, Ina, Kalmen y Lodmila”.
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