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Estilo y Narración II

¿Qué quieren leer nuestros lectores de fin de semana?


Por Rafael Molano, director de la Revista Gatopardo / Ponencia en la VII Jornada de la Prensa /
Miércoles 23 de junio, Santiago de Chile.

Desde el momento en que el amable José Luis Santa María me hizo una invitación formal a este
importante foro, dos mezclas de sensaciones me atacaron el estómago casi simultáneamente sin
siquiera haber tenido tiempo de pensar mucho en el asunto. La primera, fue una bien sabrosa
combinación de agradecimiento, sazonado con una buena cantidad de entusiasmo. Pero la segunda,
igual de instantánea y natural que la primera, resultó ser una extraña sopa de pánico frío atravesado
por unas cuantas cucharadas de risa, bien calientes.

Ahora que ya tuve tiempo de pensar y escribir estas líneas, puedo explicar con cierta lógica la razón
de estos sentimientos encontrados. Eso si, debo advertir antes de entrar en detalle, que el tono
gastronómico utilizado en el párrafo introductorio es un homenaje a las largas conversaciones
sostenidas con mi editora chilena Bárbara Fuentes acerca de los suculentos frutos de los mares de
este querido país y al enorme placer que me produce tan sólo pensar en ellos.

La combinación de agradecimiento y entusiasmo que sentí es, para mí, casi obvia. Sé que no es fácil
ser invitado a este espacio en el que se reúne los mejores del periodismo chileno, por lo que intuyo
que algo bueno debemos haber hecho en nuestra revista y por lo tanto agradezco mucho tal
reconocimiento por parte de la Asociación Nacional de la Prensa. De igual manera me produce gran
alegía la posibilidad de compartir y poner a prueba ante este experimentado auditorio algunas de
las ideas sobre periodismo en las que creo y que quizás sirvan de algo para responder a la pregunta
de ¿Qué quieren leer nuestros lectores de fin de semana?

Aunque fue precisamente esa pregunta, y no la invitación a este panel, la que me produjo el
encuentro entre pánico y deseos de reir. No sabía si llorar de miedo o retorcerme a carcajadas
cuando José Luis me mencionó el tema a desarrollar. Estuve a punto de decirle: “Oye José Luis, me
estás hablando en serio? Tu quieres que yo responda a esa pregunta? Nadie sabe qué quieren leer
nuestros lectores, ni hoy ni en el fin de semana. Esa es la pregunta del millón, esa es la piedra
filosofal. Eso es lo que andan tratando de descifrar todo el tiempo periodistas, editores, dueños de
medios, agencias de publicidad y, por último, los mismos lectores, que creen saber lo que quieren,
pero lo único que tienen es una fiebre de ideas en su mente, que curan con lo que nosotros, los
medios de comunicación, les brindamos.

Pero ahora, ya pasado el primera ramalazo de emociones, debo admitir, que precisamente por ser
esa la pregunta que nos hacemos constantemente, es sobre todo sano para la calidad de nuestras
publicaciones hacerla una y otra vez y tratar de responderla. Por supuesto la mayoría de nosotros,
mirando las frías cifras y los flujos de caja, cree haber ya arañado un pequeño o gran trozo de la
respuesta. Al fin y al cabo, las ventas son las ventas, y si un diario o revista, observa que la gente lo
compra, que sus números de circulación crecen o se sostienen, y que ha sido aceptado a lo largo de
los años, (aun por los escépticos anunciantes de publicidad), pues lo único que puede pensar es que
está ofreciendo a los lectores lo que ellos desean. Sin embargo, la pregunta persiste. Y menos mal
persiste. Porque aunque los dólares o los pesos se estrellen a montones contra nuestra rostro de
éxito, todavía no sabremos realmente si lo que estamos escribiendo es recibido por nuestros
lectores porque es lo que desean o porque simplemente aceptan lo que nosotros decidimos que
deben desear.

En otras palabras, una notable pregunta para hacerse, antes de cualquier otra es: ¿Qué fue primero,
el huevo o la gallina?

Probablemente nunca se sepa, o quizás aparezca unos de esos bíblicos estudios de mercado que me
afotee despiadadamente para hacerme despertar de mi ingenuidad o mi estupidez por lo que voy a
decir. Pero no importa, soy capaz de poner la otra mejilla en este caso, porque esta es tan sólo una
opinión. Como decía mi profesor de literatura: “Para que la despellejemos, muchachos.”

Y para no abarcar demasiado, voy a intentar enfocarme en el esplendoroso espacio-tiempo de los


fines de semana o de los momentos de ocio, por llamarlos de alguna manera. La idea es la siguiente:
tengo la impresión de que a pesar de que los periodistas rastreamos en el ambiente las pistas que
deja ese monstruo informe de las tendencias y gustos de la sociedad, somos mucho más
responsables nosotros del deseo de los lectores que ellos mismos. Y esa es una responsabilidad
realmente apabullante.

Porque sí, sabemos o intuimos que en el fin de semana la gente quiere descansar, divertirse, quiere
soñar, tal vez con viajes, o con jardines primaverales para arreglar, con comida exquisita, con la
decoración de su casa, quiere saber de su equipo de fútbol, tal vez quiere recordar un lejano
acontecimiento histórico, probablemente alguien quiera recibir algo de análisis sobre las noticias
políticas de la semana. Y también hemos visto que palabras como internet, globalización y televisión,
producen efectos concretos que entran a diario en nuestro sistema nervioso central ( y en el de
nuestros lectores). Eso hace que “velocidad” sea la primera palabra que se nos viene a la mente
cuando nos piden resumir esta época. Por lo tanto concluimos, con una elemental suma, que si el
nombre de la época es velocidad y queremos informar a un lector sobre el arreglo del jardín, pues
debemos hacerlo de manera rápida, concreta y con muy pocas palabras.

En fin, pero todos estos tópicos que intuimos como deseos del público no son más que las uvas de
un extenso viñedo. Entre google.com, cómo lavar al perro, las relaciones entre Mark Anthony y
Jennifer López y lo último en vestidos de noche, hay de todo: racimos de carmenere, sauvignon
blanc, syrah, cabernet. Pero falta un pequeño detalle: nosotros los periodistas hacemos el vino. Le
decimos a nuestros lectores a dónde viajar, por qué viajar, cómo viajar, etcétera, etcétera. En último
término les decimos que deben hacer o por lo menos que deben querer. Ustedes lo saben
perfectamente, el poder de la palabra es descomunal, con ella nos inventamos el mundo y después
le contamos a la gente cómo es. Y desde luego, como simples especímenes pertenecientes al género
humano, en ocasiones retornamos la cosecha a nuestros lectores en forma de suntuoso Chateau
Margaux y muchas veces, atolondrados por las cifras de circulación a alcanzar, los deseos de
impactar, los presupuestos a cumplir y los pantallazos de nuestro computador gritándonos rápido,
rápido, producimos unas bochornosas botellas de almibarada Coca Cola.

Mejor dicho, lo que quiero plantear es que quizás el relajado escenario de los fines de semana, en
el que nuestra mente se abre a miles de ideas diferentes del escueto despliegue de noticias
cotidianas, sea el espacio perfecto para que repensemos la manera en la que estamos entregando
a nuestros lectores lo que suponemos que quieren leer. Algunas de las curiosidades que podríamos
auscultar en este ejercicio podrían ser del calibre de ¿Y bueno, dónde está el periodismo? ¿Cómo
hacer para que nuestros lectores se acerquen a la famosa verdad sin morir de aburrimiento? ¿Cómo
informarles sobre lo que sucede en su barrio o en el mundo? ¿Cómo debemos escribir?
Porque pareciera que en muchos de nuestros medios lo que la era veloz ha producido es la siguiente
conclusión: si el mundo está manejado por microchips, entonces hagamos micronotas, porque si no
es así nuestro moderno y atiborrado micro cerebro no resistirá la descarga. Que tremenda paradoja.
Porque lo que han hecho en realidad los microchips es arrasar con la vieja frase que decía que el
mundo es ancho y ajeno. Ahora el mundo es todavía más ancho y largo y alto, pero de ajeno, nada.
Está en la mesa de nuestra casa. Servido para que informemos sobre él, para que lo describamos. Y,
nosotros aterrados ante tanta inmensidad, lo que pretendemos hacer es explicarlo en pequeños
embutidos de diez líneas.

Creo que allí hay una increíble confusión. Ante tanto por conocer, creo que los periodistas tenemos
que controlar esa idea de que entre menos digamos sobre algo, menos peligro existe de que nuestro
lector se muera de sueño. Todo lo contrario, para que semejante cúmulo de información no se
pierda en una nada de diminutos destellitos, tenemos que investigar más, describir mucho, explicar
más, escribir mejor.

Por lo tanto veo que ha llegado el momento de hablar un poco de la crónica periodística o del
periodismo narrativo (como dicen los gringos) o periodismo literario o nuevo periodismo o como se
le quiera llamar a esa imbatible manera de contar historias sobre hechos o personajes reales de un
modo profundo y muy atractivo. La crónica, decía Gabriel García Márquez, es como un cuento pero
enteramente basado en la realidad. Pero no voy a caer en el desacierto de dar lecciones sobre este
género periodístico a personas como ustedes que han lidiado con él a lo largo de sus carreras y que
conocen perfectamente. Lo que sí voy a hacer es contarles acerca de unas pocas conclusiones que
he sacado de mi experiencia personal, esa si única, con relación a esta forma de hacer periodismo,
desde una tribuna privilegiada, la de la revista Gatopardo. Aclaro que la experiencia es única y
privilegiada, no porque la revista sea extraordinaria, maravillosa o brillante, ni nada por el estilo.
Simplemente, porque de acuerdo con la simple ley del mercado, es hasta ahora la única publicación
dedicada por completo a este género y que a la vez circula en toda América Latina. En ese sentido
he tenido un amplio horizonte para observar como reaccionan los lectores, sobre todo los de fin de
semana, ante un experimento como ese. La verdad es que han reaccionado extremadamente bien,
cuatro años de vida en constante crecimiento me lo dicen. Cuatro años que también me han
permitido ver como se derrumban ante mis ojos dos o tres mitos del periodismo latinoamericano.

1. Que a los latinoamericanos no nos interesa mayor cosa saber acerca lo que sucede a nuestros
compañeros de habitación en este continente.

2. Que los latinoamericanos no leen.

3. Que los textos largos son más aburridos y soporíferos que un discurso presidencial.

En cuanto a lo primero he podido observar en primera línea como lectores chilenos, vibran,
comentan, elogian y han sentido como suyas muchas historias escritas por venezolanos, mexicanos,
peruanos o argentinos y acontecidas en esos países. Y lo mismo ha sucedido en todo tipo de
combinaciones con respecto a las crónicas sobre hechos de un país que llegan a los lectores de otro
país.

1. Los latinoamericanos no leen malos textos. Pero si la historia es divertida o intrigante o novedosa
o conmovedora pero, sobre todo, bien narrada, se la devoran.

2. Los latinoamericanos leen con pasión textos largos con las características del punto anterior.
Inclusive, ante la ausencia en muchas ocasiones de tiempo para leer libros completos, sustituyen
esa lectura por la de una buena crónica o reportaje y sienten que han crecido en conocimiento y
cultura.

Por supuesto entiendo que las estadísticas producidas por este todavía reducido experimento
llamado Gatopardo, no sean suficientes para derrumbar ancestrales temores y hábitos
periodísticos, que a fuerza de costumbre se han convertido en dogmas.

Tal vez una ojeada a lo que sucede con el gigante del periodismo mundial, pueda apoyar mi
referencia al periodismo narrativo. Todos hemos mirado alguna vez hacia el universo periodístico
de los Estados Unidos y admiramos uno que otro de sus diarios o revistas. Allí el tema de la crónica
siempre ha sido importante. No en vano, de grandes como Tom Wolfe, Guy Talese o Truman Capote,
salió la noción de nuevo periodismo. Pero ahora el asunto se ha convertido inclusive en herramienta
fundamental para atacar los problemas de la industria.

Mark Kramer, profesor de periodismo en la Universidad de Boston y participante en el reciente


seminario sobre periodismo narrativo de la Fundación Nieman en la Universidad de Harvard, nos da
algunas luces al respecto. En un ensayo titulado “El Periodismo Narrativo llega a la mayoría de
edad”, Kramer, con pragmatismo, dirigiéndose en simultánea a los dueños de los medios y a los
idealistas editores o reporteros, dice: “El interés editorial en la narrativa periodística ha venido
siendo estimulado en la búsqueda de soluciones a muy comunes y actuales problemas del negocio
como el decrecimiento o estancamiento en la circulación de los periódicos, en el decrecimiento de
los minutos dedicados a la lectura , o para pelear contra el envejecimiento en su base de lectores.”

En otras palabras, lo que están haciendo los periódicos, sobre todo en sus páginas y revistas
dominicales, y eso se podría extender a las revistas de fin de semana y también de actualidad, es
combatiendo la baja en la lectura y el decrecimiento en circulación, con buena larga, investigada y
atractiva lectura, es decir con crónicas, no con capsulitas. El argumento, tan manido y a veces
reverenciado por los periodistas, del limitadísimo attention span (como dicen los estadounidenses)
o capacidad de atención de los lectores modernos sólo se aplica para los malos textos. En las
historias bien narradas, bien investigadas y llenas de detalles, el attention span se agiganta y pide
más y más aventura.

Más adelante insiste Kramer: “La narrativa está en esta lista de remedios porque atrapa lectores, en
esta era de saturación de mega corporaciones de medios, de páginas de internet y de adicción al
trabajo, los lectores todavía se sienten atraídos hacia las historias en las que las vidas y decisiones
de las personas son descritas vívidamente.”

Y remata: “Es indiscutiblemente más divertido escribir y leer algo así como “Los payasos se
tambaleaban, los leones rugían y un rutilante artista del trapecio se balanceaba sobre la multitud,
mientras las trompetas tocaban estrepitosamente la marcha de Sousa. Bella el payaso, ha
desembarcado de nuevo con su circo de la gran manzana en nuestro pueblo..” Que leer algo así
como: “La visita anual del circo de la gran manzana se inició ayer. De acuerdo con el portavoz Joe
Doakes, este año incluye la presentación del gran payaso Bella, al igual que leones, trapecistas y una
banda circense”.

Y finaliza Kramer: “Casi cualquier historia noticiosa se beneficia con un trozo de periodismo
narrativo, porque los reportajes vívidos atrapan lectores, lanzándolos hacia la placentera ilusión de
la inmediatez”.

Yo por mi parter se que diarios como The Washington Post y muchos otros en Estados Unidos, han
creado equipos dedicados exclusivamente al desarrollo de noticias o historias a través de este
género periodístico. Pero no lo han hecho por simple vanidad o satisfacción intelectual, lo hacen
porque sus cifras les dicen que con ello conquistan lectores. Es más, el Washington Post, publica
normalmente en su edición de fin de semana una larga crónica en serie que se inicia el domingo
pero que va dividida por capítulos hasta llegar al martes. Con esa fórmula ha comprobado que el
nivel de lectura no desciende al comenzar la semana.

No es gratuito que entre las 20 revistas de mayor circulación en Estados Unidos, muchas de ellas
propias de una lectura de fin de semana, la inclusión permanente de crónicas o periodismo narrativo
sea un hábito ya establecido. Desde la enorme AARP Magazine, la de mayor circulación en el mundo
con 22 millones de suscriptores (dirigida a los jubilados de ese país), pasando por National
Geographic (6 millones 600 mil), Readers Digest (11 millones), Womans Day (4 millones 200 mil),
Time (4 millones cien mil) o Playboy (tres millones), todas utilizan con creces el género.

Y sin necesidad de ir tan lejos, tengo entendido, que el prestigioso Mercurio de Santiago, realizó el
año pasado una serie de talleres para sus periodistas y editores con el estupendo cronista peruano
Julio Villanueva, viejo amigo de Gatopardo, con la intención de dar vitalidad y creatividad al lenguaje
y a las formas narrativas utilizadas tradicionalmente por su sala de redacción. También dentro de lo
poco que leído en este viaje, he observado que los editores de la revista Paula se preocupan por
incluir esta fórmula en sus páginas.

Como conclusión, después de tanto rollo, lo primero que debo decir acerca de los lectores de fin de
semana, entre quienes me cuento, es que acepto que los chismes sobre los amoríos de mi estrella
de cine favorita o las fotos de casas bonitas y muebles seductores para comprar y todos esas
pequeñas notas para descansar después de una dura jornada de trabajo producen diversión, yo las
leo con deleite y curiosidad, y cumplen un papel. Pero no debemos caer en el error de pensar que
eso es lo único que desea el lector (ni siquiera lo principal). Es tan sólo algo que nosotros hemos
decidido ofrecerle. Y que si se convierte en nuestra meta, estaremos irrespetando la inteligencia de
quienes nos leen, al pensar que ese material es el único que acepta su internetizado cerebro y
estaremos arrasando con los propósitos esenciales del buen periodismo.

Creo que es fundamental para el desarrollo de un mejor periodismo en general y una sabrosa lectura
de fin de semana en particular, que todos los medios contemplen la posibilidad de desarrollar en
sus páginas (no importa si la temática es frívola, seria, política o lo que sea) historias marcadas por
los elementos del periodismo narrativo. Y no lo digo con el propósito de pasar a la historia con una
tesis revolucionaria. Simplemente porque estoy seguro de que con ello nos acercaríamos al máximo
(y acercaríamos a nuestros lectores) a la idea básica de encontrar la verdad e informar la verdad que
encierran las personas y hechos de este planeta. Y porque el grado de investigación, verificación,
descripción, destreza narrativa que requiere hacer una buena crónica, no sólo la convierten en la
manera más entretenida de acercarse al conocimiento de algo o alguien, sino también porque para
nosotros periodistas produce la certeza de estar llevando nuestro trabajo a su máxima expresión.

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