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Así como hablé del desierto: vestigios de pasos y vida. Yo veo la preparación de tu partida.

Como
el anuncio de una despedida, me desprendo, esta vez, de una parte de mí que quiere ir más allá,
contigo. No puedo irme toda yo, mi carga es pesada. Pero sigo admirando lo que dejaste frente a
mis ojos, y dentro de ellos también.

No pensé que fueras a prenderte tanto de mí. No pensé lo riesgoso que sería, pues yo ya había
levantado el ancla para dejarte libre, volando como bien sabes. Sin embargo, siempre te admiraré
volar, a lo lejos, sólo que ahora esta nostalgia me succiona la vida y los pensamientos. No pensé en
lo riesgoso que podría ser dejarte tocar mis labios y dejarme envolver por el peso de tu cuerpo. Yo
adormecí el deseo, lo sedé para que ya no me causara daño, y ahora de las cenizas renace como
un fénix emplumado de vida, sed y revolución.

Me hablas de semillas y yo te ofrezco mi canto. Un canto para que germine todo lo que tenga que
germinar sin ninguna expectativa. El deseo es cabrón, te digo. Es una máscara con los ojos
vendados. Es una máscara caliente que palpita como el corazón fuerte de un soñador. En su
obscuridad nos muestra vías lácteas que transitamos con las ansias en las manos y en el pecho. Mi
cabeza se recuesta con los pensamientos nublados. Miro al cielo y al techo al mismo tiempo,
dedicándote canciones que hablan de Adiós… aún si estás acostado a mi lado.

Te preparas para llegar hasta donde bien sabes. 100 años, me dijiste, 100 años se multiplicarán
hasta que la humanidad exhale su último aliento. Lo sé. Lo confirmo en mis sueños e intuición,
reina del mundo de los muertos, vivos y videntes. Yo daría el salto de fe que vive de la palabra y de
las ilusiones. Yo doy todos los saltos por tus palabras entonces.

Revisión

Así como hablé del desierto: vestigios de nuestros pasos en un mundo maravilloso y hostil.
Yo veo la preparación de tu partida. Como el anuncio de una ausencia. Me desprendo de
una parte de mí que quiere ir más allá, contigo. No puedo irme toda yo, mi carga es
pesada. Pero sigo admirando lo que dejaste frente a mis ojos, y dentro de ellos también.

No pensé en lo riesgoso que sería, dejarte entrar de nuevo, pues yo ya había levantado el
ancla para dejarte libre, volando como bien sabes. Siempre te admiraré volar, a lo lejos,
aunque esta nostalgia me succione la vida y los pensamientos hasta casi quedar seca
como la tierra. No pensé en lo riesgoso que podría ser dejarte tocar mis labios y dejarme
envolver por el peso de tu cuerpo. Yo adormecí el deseo, lo sedé para que ya no me
causara daño, y ahora de las cenizas renace como un fénix emplumado de vida, sed y
revolución.
Me hablas de semillas y yo te ofrezco mi canto. Un canto para que nutra todo lo que tenga
que germinar. El deseo es la vía por la que te conservo y te dejo, con el ritmo del dolor al
compás del olvido, al pasar del tiempo. Tengo una máscara que tiene los ojos vendados. Es
una máscara caliente que palpita como el corazón fuerte de un soñador. En la obscuridad
me muestras vías lácteas que transito con las ansias en las manos y en el pecho. Mi cabeza
se recuesta en pensamientos nublados y amenazantes como una supercelda tornádica.
Miro al cielo y al techo al mismo tiempo, dedicándote canciones que hablan de Adiós…
aún si estás acostado a mi lado.

Te preparas para llegar hasta donde tus sueños te piden. Cien años, me dijiste, cien años
se multiplicarán hasta que la humanidad exhale su último aliento. Lo sé. Lo confirmo en
mis sueños e intuición, reina del mundo de los muertos, vivos y videntes. Yo daría el salto
de fe que vive de la palabra y de las ilusiones. Yo doy todos los saltos por tus palabras
entonces.

Evitar “,” antes de los verbos.

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