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UNA MIRADA A LA AUTOBIOGRAFÍA

Lisbeth Clocier
(Facilitadora del CEPAP)
Abril, 2005

Basta sentarse frente al computador o tomar lápiz y papel con la intención de


escribir nuestra autobiografía para que de inmediato comiencen a surgir preguntas:
¿Qué escribo? ¿Cómo empiezo? ¿Cómo lo escribo? En ese momento nos damos
cuenta de que las preguntas necesitan respuestas certeras para lo cual debemos hacer
un alto y reflexionar.

Y es que la autobiografía es, precisamente, una invitación a reflexionar acerca de


nosotros mismos, sobre nuestros procesos de vida, tropiezos, aciertos, alegrías,
tristezas, percepciones, creencias, aprendizajes, deconstrucciones; en fin, es una
invitación al ejercicio (a veces lúdico) de auto-reconocemos, de revincularnos con
nuestra historia y de auto-reconfiguramos responsable y reflexivamente a través del
acto sincero de desnudarnos con nuestra voz escrita.

La pregunta es el motor problematizador de nuestros pensamientos y acciones


que nos empuja hacia la concreción de ese autoreconocimiento, pregunta desafiante,
escurridiza, tímida, brillante, generadora de respuestas que nos develan el camino,
nuestro camino, nuestra historia. Ya lo decía el Maestro Rodríguez con esa claridad
preñada de presente y futuro que lo caracterizaba: Enseñemos a los niños a ser
preguntones...

En el marco del método de proyectos, la autobiografía cobra dimensiones


insospechadas (sin ánimo de sobreestimar sus alcances pedagógicos) en el sentido de
que inicia el proceso de discernimiento de esa historia de nuestra vida con miras a

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establecer nuestro acervo de aprendizajes, reconociéndolo, ordenándolo si se
encuentra disperso y descubriendo lo que no sabíamos de él o reafirmando lo que ya
sabíamos; hasta poder decir con propiedad: Yo soy esta persona: educadora, cultora,
orientadora, indígena, líder comunitaria, amiga, solidaria, responsable… Yo soy, yo
sé, yo hago, yo siento... ¡Yo soy! Es decir, la autobiografía nos brinda la oportunidad
de saber quiénes somos, qué sabemos, en qué contexto lo aprendimos, con quiénes; y
en la medida en que se va desenredando nuestra historia, podemos, además, miramos
de cara al futuro para establecer nuestras metas personales de aprendizaje de vida. En
otras palabras, conociendo nuestra historia conocemos también nuestras fortalezas y
debilidades y, en función de superar éstas últimas y reforzar las primeras, podemos
planificar nuestro propio proceso de aprendizaje y desarrollo personal, su dirección,
énfasis y pertinencia (Construcción de los perfiles de ingreso y prospectivo).

Pero no se quedan allí las bondades de la autobiografía como elemento del


método de proyecto. Otra que es fundamental es la socialización de la vivencia, el
poder comunicarla a los otros miembros del equipo de sistematización. Este
compartir la vida escrita con el resto de los compañeros, permite la vinculación con
ellos, la cercanía y la proximidad de vida; lo cual propicia o fortalece lazos de
amistad que nos guían y permiten que nos sinceremos y nos conozcan tal cual somos,
desnudos de miedos o cubiertos con ellos pero expuestos con nuestro morral de
experiencias a la ayuda, la crítica constructiva, el intercambio, la interrelación, el
diálogo de saberes, la cohesión y el crecimiento grupal con el cual crecen cada uno de
sus miembros y viceversa.

Con la autobiografía reconocemos que la experiencia es fuente de aprendizajes,


pues constatamos que hemos aprendido viviendo, construyendo nuestros saberes en el
quehacer cotidiano y redescubrimos nuestras potencialidades; entendemos por qué
nos dijeron toda la vida que el conocimiento lo tenían otros y que nosotros sólo
teníamos que aprenderlo, restando (mal) intencionadamente valor a las experiencias,

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solapando nuestras capacidades creativas y cognitivas. A partir de la autobiografía se
despierta y remueve nuestra "dimensión sentipensante", como diría Fals Borda.

Esa dimensión que no escinde corazón y mente sino que los integra en una
esencia con sabor a caribe, a Latinoamérica; es la que se preserva a partir de la
pregunta, de la indagación de nuestros orígenes, de la investigación acerca de lo
nuestro; lo que nos es propio: nuestra historia, nuestra herencia.

Existe, además, otro beneficio que podemos obtener con la elaboración de la


autobiografía, cual es el proceso de fortalecimiento personal que se vive desde la
escritura Observamos cómo a lo largo de 'la experiencia de convertir la vivencia en
texto, aprendemos a asumir la responsabilidad de lo que escribimos (la vida); ya no
podemos borramos de la historia y contarla como si la misma tuviera un protagonista
ajeno a nuestro ser, sino que tomamos de una vez por todas el mando y nos hacemos
presentes en cada letra, en cada palabra, frase o párrafo que creamos; nos hacemos
texto, el texto somos nosotros.

La tarea de humanizar el texto (o de hacer texto lo humano) no es tarea fácil. No


se trata s6lo de escribir asumiendo la primera persona del verbo, se trata de vivirse en
la escritura con toda la carga emocional que esto supone.

No es fácil descubrimos y aceptamos en la debilidad, en el dolor o en la


impotencia; no es fácil contamos en el quebrantamiento o el impedimento que la vida
nos coloca en el camino como tampoco lo es comunicar toda esa experiencia que en
su momento nos dolió y que sigue doliendo cuando la remueven, pero cuando
decidimos (porque es una decisión personal hacerlo o no) compartir nuestra vida
hecha texto, con mente y corazón, con los otros; podemos encontramos con la alegría
y la sorpresa de un buen recibimiento, del vínculo bonito, de las coincidencias y
disidencias y descubrir, finalmente, lo que siempre supimos y nos habían hecho
olvidar aquellos que no creen en el sujeto colectivo y que han hecho lo imposible por

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imponer el individualismo; que no estamos solos y que nuestras historias tienen
compañía.

Si queremos reencontrarnos con nosotros, con los otros y con nuestra historia, un
buen inicio es sentarse frente al computador o tomar lápiz y papel para recordarnos,
reivindicarnos y escribimos en nuestra autobiografía El resto es actuar en
consecuencia.

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