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¿Por qué en ocasiones recordamos un lugar o a una persona con el simple hecho de oler un aroma
en particular? ¿Por qué hay aromas que nos repugnan o desagradan y otros que nos ponen de buen
humor? ¿Realmente somos capaces de modificar nuestra conducta con solo oler una sustancia aún
sin ser conscientes de ello? Estas y muchas otras preguntas tienen sus respuestas en el sistema
sensorial olfatorio y presentan un punto de partida para reflexionar acerca de la importancia que
adquiere este sentido en el desarrollo de la vida en los animales y sobre todo en la de los humanos.
En los mamíferos, la percepción sensorial olfatoria está mediada anatómica y funcionalmente
por dos distintos órganos sensoriales, por un lado se encuentra el epitelio olfativo principal y por el
otro el órgano vomeronalsal (Gutiérrez y Contreras, 2002).
De acuerdo con Kalat (2011) el sentido del olfato es la respuesta a sustancias químicas que
entran en contacto con las membranas que se encuentran en el interior de la nariz, es decir que éste
es el que está relacionado con la detección de olores que se encuentran en el ambiente, mientras que
el órgano vomeronasal se refiere a un conjunto de receptores especializados para responder
exclusivamente a las feromonas. Éstas últimas son definidas por Kalat (2011) como aquellas
sustancias liberadas por un animal que afectan a la conducta de otros miembros de la misma
especie, en especial en lo sexual, dícese de paso, éste término hace referencia a las interacciones
semioquímicas que ocurren entre organismos de la misma especie, los cuales liberan compuestos
hacia el ambiente en respuesta a señales químicas y/o físicas (Gutiérrez y Contreras, 2002). Sin
embargo, cabe mencionar que estudios e investigaciones han comprobado que estas sustancias
también son detectadas por el sistema olfatorio principal aún cuando el órgano vomeronasal se
encuentra bloqueado o lesionado (Molina, Gutiérrez y Contreras, 2013).
Sin embargo aún no existen muchas evidencias que indiquen que el órgano vomeronalsal
humano en realidad cumpla funciones fisiológicas importantes. No obstante, existen evidencias de
que muchos comportamientos muy primitivos como la conducta sexual, la agresión, la furia y la huida
están mediados por sustancias químicas odoríferas que necesariamente tienen su recepción en el
sistema olfativo para después ser procesadas por estructuras límbicas que modulan estos
comportamientos.
Ahora bien, a pesar de que suele pensarse que las actividades del ser humano son regidas
principalmente por el sistema visual, y que, por lo tanto, la importancia del sentido olfativo se ve
subestimado, se debe señalar que el sistema olfativo desempeña un papel fundamental en la
determinación de estrategias de supervivencia del individuo y de la especie puesto que nos informa
de lo que está junto a nosotros y a punto de entrar a nuestros cuerpos, así mismo establece
conexiones con las estructuras encargadas del procesamiento de las emociones (Molina, Gutiérrez y
Contreras, 2013). Este constante registro olfativo que el organismo hace del ambiente no sólo le
permite percibir sustancias químicas que se encuentran suspendidas en el aire nombradas como
olores, sino que también le ayudan a detectar alimentos, descubrir la presencia de un medio seguro o
peligroso e incluso localizar otros congéneres para reproducirse (Molina, Gutiérrez y Contreras,
2013).
Si bien es cierto que generalmente no nos percatamos de la función del sistema olfativo en
nuestras vidas, cada olor tiene su mensaje e incluso adquieren un valor emocional significativo al
asociarse con algún suceso en particular (Molina, Gutiérrez y Contreras, 2013) para entender cómo
sucede este tipo de asociación se debe recurrir a la vía que se genera en el sentido olfativo desde la
captación del estímulo hasta su codificación cerebral y consecuente interpretación emocional.
Cuando las sustancias químicas son percibidas a través del sistema olfativo, la información llega a
ciertas estructuras cerebrales, como la amígdala y el hipocampo, donde se integra la emoción
determinada por el contexto y es apoyada por un proceso en el que se comparan las experiencias
previas con la presente, es decir, la memoria emocional (Molina, Gutiérrez y Contreras, 2013). Dado
que la información nerviosa llega a estructuras que permanecen al sistema que regula las emociones
y la memoria, también aparece la sensación emocional o afectiva de los olores y, a su vez, la
adquisición de nuevas experiencias y recuerdos relacionados con esos estímulos olfativos (Molina,
Gutiérrez y Contreras, 2013). Es por tanto que un olor puede generar emociones muy diversas e
incluso opuestas como tristeza, alegría, miedo, enojo, ansiedad, etc.
De aquí que la importancia del sistema olfativo radique en la capacidad de detectar olores,
reconocerlos, asociarlos, generar cambios fisiológicos y evocar recuerdos de sucesos que tienen una
cierta carga emocional, lo que hace posible que un individuo sobreviva al realizar acciones que
optimizan su respuesta ante diversas situaciones que provienen del entrono y que compara con su
repertorio de recuerdos para elegir la estrategia más eficaz en ese momento (Molina, Gutiérrez y
Contreras, 2013).
Es muy interesante todo lo que gira alrededor del sistema olfativo puesto que existen muchos
fenómenos en cuanto a la conducta social que se presentan y dan pautas claves del funcionamiento
de dicho sistema, un ejemplo de esto es la sincronización del periodo menstrual de las mujeres
cuando éstas viven juntas durante periodos prolongados (Gutiérrez y Contreras, 2002).
Finalmente como conclusión se puede decir que es gracias al sentido del olfato que ocurren
cambios conductuales y fisiológicos relacionados con la regulación de procesos tales como la
reproducción, la conducta social, el cuidado maternal y quizá la defensa o la huída, dependiendo del
tipo de sustancia detectada y del contexto (Molina, Gutiérrez y Contreras, 2013).
Bibliografía
Molina, T., Gutiérrez, A. y Contreras C. (2013). Olfatear es recordar. Revista de Divulgación Científica
y Tecnológica de la Universidad Veracruzana. 26 (3), 54-59.