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Hasta que la muerte nos separe”.

Esa es la fecha de caducidad que tienen la mayoría de


nuestras neuronas. Estas células, encargadas de transmitir el impulso nervioso en el
cerebro, son de las más longevas de nuestro organismo. Nacen prácticamente a la vez
que nosotros y, por lo general, no se renuevan.

Pero existe una excepción a toda regla, y esta no iba a ser menos. No hace mucho que
sabemos que en el cerebro de la mayoría de los mamíferos se producen nuevas neuronas
a lo largo de toda la vida. Este fenómeno, que conocemos como neurogénesis adulta,
sólo ocurre en unas pocas regiones del cerebro. Entre ellas el hipocampo, una región
especializada en procesos de memoria y aprendizaje.

Las conexiones que establecen las neuronas dan forma a nuestros pensamientos y
manera de ser, haciéndolas únicas e insustituibles. De ahí que la pérdida de neuronas
que sufrimos al envejecer, o cuando caemos en las garras de una enfermedad
neurodegenerativa, suela ser irreparable.

Lo normal es morir
Las neuronas mueren cuando envejecemos debido a que acumulan residuos y defectos
que hacen que pierdan su función y degeneren. Este proceso natural se limita a unas
pocas neuronas pero se ve agravado en enfermedades neurodegenerativas como las
enfermedades de Parkinson o Alzheimer. Sin embargo, también hay mucha muerte
neuronal al inicio de la vida.

De hecho, antes del nacimiento se producen muchas más neuronas de las necesarias.
Tantas que la mayoría no sobreviven al no establecer las conexiones adecuadas. No solo
eso, sino que gran parte de las neuronas que se generan en la vida adulta y sus
precursores mueren sin llegar a incorporarse a los circuitos cerebrales. Esta muerte
temprana no es patológica: todo lo contrario. Estos procesos de muerte neuronal se
producen de forma normal y están destinados a mantener el buen funcionamiento del
cerebro.

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