Encontrándome en mi habitual estado, mi siempre amable Jesús, al venir
me hacía ver su adorable corazón todo lleno de heridas, de las que brotaban ríos de sangre, y todo doliente me ha dicho: "Hija mía, entre tantas heridas que contiene mi corazón, hay tres heridas que me dan penas mortales y tal acerbidad de dolor, que sobrepasan a todas las demás heridas juntas, y éstas son: Las penas de mis almas amantes. Cuando veo a un alma toda mía sufrir por causa mía, torturada, conculcada, dispuesta a sufrir aun la muerte más dolorosa por Mí, Yo siento sus penas como si fueran mías, y tal vez más. ¡Ah! el amor sabe abrir heridas más profundas, tanto, que hacen que las demás heridas no se sientan. En esta primera herida entra en primer lugar mi querida Mamá, ¡oh! cómo su corazón traspasado por causa de mis penas se vertía en el mío y Yo sentía a lo vivo todas sus heridas, y al verla agonizante y no morir, por causa de mi muerte, Yo sentía en mi corazón el desgarro, la crudeza de su martirio y sentía las penas de mi muerte que sentía el corazón de mi amada Mamá, y por ello mi corazón moría junto, así que todas mis penas, unidas con las penas de mi Mamá, sobrepasaban todo; por eso era justo que mi Celestial Mamá tuviera el primer puesto en mi corazón, tanto en el dolor como en el amor, porque cada pena sufrida por mi Mamá por amor mío, abría mares de gracias y de amor que se volcaban en su corazón traspasado. En esta herida entran todas las almas que sufren por causa mía y sólo por amor a Mí; en ésta entras tú, y aunque todos me ofendieran y no me amaran, Yo encuentro en ti el amor que puede suplirme por todos, y por eso cuando las criaturas me arrojan, me obligan a huir de ellas, Yo, pronto vengo a refugiarme en ti como a mi escondite, y encontrando mi Amor, no el de ellas, y penante sólo por Mí, digo: "No me arrepiento de haber creado cielo y tierra y de haber sufrido tanto." Un alma que me ama y que sufre por Mí es todo mi contento, mi felicidad, mi compensación de todo lo que he hecho, y haciendo a un lado todo lo demás, me deleito y me entretengo con ella. Sin embargo, esta herida de amor en mi corazón, mientras es la más dolorosa y sobrepasa todo, contiene dos efectos al mismo tiempo: Me da intenso dolor y sumo gozo, amargura indecible y dulzura indescriptible, muerte dolorosa y vida gloriosa; son los excesos de mi Amor, inconcebibles a mente creada; y en efecto, ¿cuántos contentos no encontraba mi corazón en los dolores de mi traspasada Mamá?
La segunda herida mortal de mi corazón es la ingratitud. La criatura con
la ingratitud cierra mi corazón, es más, ella misma da dos vueltas a la llave y mi corazón se hincha porque quiere derramar gracias, amor, y no puede porque la criatura me los ha encerrado y ha puesto el sello con la ingratitud, y Yo doy en delirio, desvarío sin esperanza de que esta herida me sea curada, porque la ingratitud me la va haciendo siempre más profunda, dándome pena mortal.
La tercera es la obstinación. ¡Que herida mortal a mi corazón! La
obstinación es la destrucción de todos los bienes que he hecho para la criatura, es la firma de la declaración que la criatura hace de no conocerme, de no pertenecerme más, es la llave del infierno al cual la criatura va a precipitarse, y mi corazón siente por ello el desgarro, se me hace pedazos y me siento arrancar uno de esos pedazos. ¡Qué herida mortal es la obstinación! Hija mía, entra en mi corazón y toma parte en estas mis heridas, compadece mi despedazado corazón, suframos juntos y roguemos." Yo he entrado en su corazón, cómo era doloroso, pero bello, sufrir y rogar con Jesús.