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DOMINGO IV ADVIENTO
PRIMERA PAGINA
Paz y Alegría
María visita a Isabel, que pronto dará a luz a su hijo. Isabel, la estéril, está llena de vida. María, la
que no conoció varón, también lleva en su seno la realización de una promesa vital: alumbrará al Hijo
de Dios. Don mujeres sencillas que han visto revolucionada su existencia por su disposición a dejar a
Dios intervenir en sus vidas. Dios las despierta a una vida asombrosa.
La confianza plena de María en el Señor la lleva a vivir hechos extraordinarios. Y esos hechos
extraordinarios los vive María con sencillez, como algo normal. Es tan grande la humanidad de María
que consigue llevar al Hijo de Dios en sus entrañas sin dejar de ocuparse de su vida cotidiana. Hace
su trabajo, lleva su casa, y se pone en marcha en cuanto se entera de que su prima Isabel la necesita a
su lado. María está llena de Dios, y eso la lleva corriendo junto a quien la necesita. La experiencia de
Dios convierte a María en alguien al servicio de su prójimo.
La aparición de Dios en la vida de María es el principio del gozo. ¿Cómo no estar en el gozo
sabiéndose elegida? Si Dios te mira, te conoce, te elige, te pide ayuda, ¿no es lo mejor que te puede
pasar? No reconocemos la fe como fuente de contento y alegría. ¿Qué se ha hecho de la alegría de
los primeros tiempos del cristianismo? ¿Qué hemos hecho con la alegría?
Me viene a la mente aquel verso de Tagore: “Dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi
que la vida era servicio. Serví y vi que el servicio era alegría” Qué hermosas palabras para explicar lo
que le pasó a María. A Ella y a todos los que aceptan la Palabra con ánimo de hacerla vida. Aunque
esto suponga poner la vida en manos ajenas. A nosotros, tan amigos del control y de las propias
decisiones, se nos hace muy, pero muy cuesta arriba.
Las cualidades de María (discreción, disposición, contento…) presiden todos los momentos de su
vida. Desde el nacimiento de Jesús, hasta el final, al pie de la Cruz, aparece poco, pero su presencia
en la vida de su hijo es fundamental. Ella le ha enseñado a confiar, a dejarse traspasar por Dios, a
poner la vida a su servicio. María, como madre, ha inculcado a su hijo la costumbre de tratar a Dios
en lo cotidiano, de verlo en lo pequeño y obedecer en lo grande.
María acompaña desde la sombra, sin reclamar protagonismo. No dudo que pasó por momentos
terribles en su vida. Pero estoy segura de que el resto la vivió satisfecha y contenta. Alegre.
Disfrutando de todo. Nos proponen a María como modelo, sobre todo a las mujeres, y nos chirría el
aura de sometimiento y servidumbre. Pero María es un modelo fuerte, apto para todos los creyentes.
El vivir cerca de Dios produce gozo y fuerza. Y las vidas que se viven en el gozo y desde la fuerza,
esparcen luz y consuelo, y dan mucho fruto. Por eso nos miramos en ella, porque lo mejor de la
madre de Jesús no está en sus retratos. Está dentro de nosotros, cuando nos dejamos mirar, conocer y
traspasar por Dios.
María es mi modelo favorito de libertad y de compromiso. Porque pudo decir no, pero dijo sí. Y vivió
su vida entera comprometida con esa respuesta.
A. GONZALO
aurora@dabar.net
DIOS HABLA
MIQUEAS 5, 1-4a
Así dice el Señor: «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de
Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo en que la
madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de Israel. En pie, pastoreará con la
fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará
grande hasta los confines de la tierra, y éste será nuestra paz».
LUCAS 1, 39-45
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en
casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su
vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu
saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo
que te ha dicho el Señor se cumplirá».
EXEGESIS
PRIMERA LECTURA
Escuchamos hoy a uno de los profetas más significativo del A.T. Pertenece a la “edad de oro de la
profecía de Israel”. Un siglo glorioso, VIII antes de Cristo, en el que Amós, Isaías, Oseas y Miqueas
se tocan los dedos formando una cadena que llena todo un siglo de espléndida profecía.
Siguen la estela de los pasados profetas míticos en la tradición vetero-testamentaria: Elías y Eliseo, que
lograron configurar esa figura aún vacilante en los siglos anteriores, o confusa del profeta. Será una
personalidad determinada a poner por encima de todo la presencia del Señor en su pueblo y en la
historia. Y lo harán con independencia de todo poder e institución económica, política y religiosa. Les
sigue entonces esta pléyade de profetas singulares que además son excelentes escritores, poetas que dan
con la forma literaria adecuada y justa que nos permite hoy todo un repertorio de lenguaje religioso
potente, conciso y hermoso; y así llenarán de un espíritu nuevo el resto del antiguo testamento.
Es un siglo de profundas transformaciones: está a punto de concluir una etapa de prosperidad,
impensable para unos pequeños reinos: reyes fuertes, negocios y comercio próspero, templos en el
norte y en el sur bien dotados por sus reyes como signo de su independencia, y que dotan a un pueblo
nómada de conciencia de permanencia y pertenencia; pero donde los poderes e instituciones no acaban
de definir sus competencias propias dejando en libertad al resto: los reyes ofrecen sacrificios, y también
los profetas; los profetas dictan el comportamiento de los reyes, y los ‘señores de la tierra’ campan por
sus respetos pues dominan a la población y se enriquecen desmesuradamente… mientras el pueblo se
empobrece hasta términos escandalosos. Los jueces los venden por un par de sandalias; y en este
tiempo de riqueza se ha levantado un muro entre el poder y el pueblo.
Estos profetas se sitúan enfrente de todas estas realidades que sumían al pueblo en la miseria, los dejaba
en manos de desalmados y la justicia y el derecho permanecían arrumbados en un rincón por mano de
jueces, magistrados y reyes que dictaban las normas que ellos mismos imponían a la mayoría silenciosa
y oprimida. Todos los profetas citados alzan su voz contra esta situación. Ven en perspectiva que el
engaño y sobre todo ‘la mentira organizada tiene las patas cortas’; y antes o después tendrá que venirse
abajo aquel soberbio tinglado.
No todos los profetas pudieron alcanzar a ver aquel final, pero casi; y algunos lo contemplarán y
sacaron consecuencias inesperadas. Miqueas es uno de ellos. La destrucción de Samaria, capital de
Efraín, cayó arrasada y toda su población fue deportada a Nínive.
La reacción de Miqueas (e Isaías) fue copernicana: ahora vendrá la salvación. “De ti saldrá un jefe…
que pastoreará con la fuerza del Señor y éste será la paz”.
TOMÁS RAMÍREZ
tomas@dabar.net
SEGUNDA LECTURA
Ya en el capítulo 9 se vio cómo el ordenamiento del culto en el Antiguo Testamento es insuficiente,
por lo que la nueva alianza introduce el único y mejor sacrificio de Cristo. Ahora, en el texto que
hoy leemos, se nos va a decir que esto sucedió por voluntad de Dios. Ésta es la afirmación de estos
versículos.
Esto se demuestra en el Sal 40, 7-9. El salmo es un canto de acción de gracias, dirigido a Dios por un
hombre piadoso alabando la ayuda recibida. Según el salmo, en el texto original hebreo, lo que
quiere Dios es obediencia mejor que sacrificios. Así, el hombre piadoso alaba a Dios dándole gracias
por la ayuda recibida a través de la obediencia y el cumplimiento de la ley. Pero el autor de Hebreos
se basa en la traducción de los LXX, que varía el sentido, por lo que el autor entiende las palabras
como si Jesús comprobase en ellas la voluntad divina de que él debía entregar su cuerpo como
sacrificio (v. 5).
El v. 7 es la respuesta de Cristo a la voluntad divina. El autor cita las palabras del salmo haciendo
ver que Cristo ni quiere ni puede dejar de cumplir la voluntad de Dios (contenida en las profecías del
Antiguo Testamento) de que debía hacerse hombre y asumir el sacrificio. Así, Cristo quiere lo que
quiere Dios (v. 7).
La voluntad de Dios es, a la vez, positiva y negativa. Hay que dejar de lado los sacrificios que tenían
validez hasta ahora. Esto es muy sorprendente, ya que estos sacrificios eran practicados según la ley
que Dios había promulgado. Se puede decir que lo que propone el autor es algo nuevo, incluso
revolucionario para su tiempo. Pero es el mismo Dios quien lo quiere (vv. 6.8).
Dios pudo haber ordenado seguir con los sacrificios, pero cuando envió a Cristo a la tierra, los
rechazó, ya que su voluntad quedó fijada en la redención a través de Cristo. Así, Cristo quita “lo
primero”, es decir los sacrificios que hasta entonces se hacían, con las palabras del salmista y
establece “lo segundo”, es decir, la voluntad de Dios dirigida a la redención por Cristo (v. 9).
Nuestra santificación es el contenido de esta voluntad. Nos capacita para estar en comunión con Dios
por el sacrificio de Jesucristo, hecho de una vez para siempre. Utiliza aquí el autor el nombre de
Jesucristo en su forma doble y completa, dándole así un aire grandioso. Cuando se alcanza la
santificación, ya no queda lugar para los antiguos sacrificios. La voluntad de Dios ha sido que los
pecados se han quitado por el sacrificio de Cristo. El autor no cree necesaria una fundamentación
especial de lo que está diciendo. Ha puesto en boca de Cristo las palabras del salmista partiendo de
su segura convicción cristiana (v. 10).
RAFA FLETA
rafa@dabar.net
EVANGELIO
1. Aclaración de términos
V.42 A voz en grito. Expresión testimonial de un estado de fuerte conmoción. Bendita/o por Dios.
Forma abreviada de bendecida/o por Dios.
V.43 Madre de mi Señor. La versión griega del Antiguo Testamento traduce el nombre hebreo de
Dios (“Yahveh”) con la palabra “Kyrios” (“Señor”). Hablando de la “madre de mi Señor”, Isabel está
reconociendo el origen divino del niño que María lleva en su seno.
V.45 Traducción preferible de este versículo: ¡Bienaventurada tú, que has creído que se cumpliría lo
que te fue dicho de parte del Señor!
Una secuencia así va más allá de lo puramente familiar. La presencia de María genera una realidad nueva
en el niño Juan y en su madre Isabel. La intérprete de esa realidad nueva es Isabel gracias al Espíritu
Santo, que habla por medio de Isabel. Isabel es una profetisa, intérprete de los hechos desde Dios.
Los movimientos del feto que lleva en su seno, Isabel los califica de “saltos de alegría”. La alegría del
tiempo mesiánico. Isabel, a su vez, interpreta la visita de María como una distinción inmerecida:
“¿Quién soy yo?”. ¿Por qué inmerecida? Porque su “Señor” estaba en el seno de María.
Isabel, por último, declara bienaventurada a María por haber escogido el camino correcto en su vida, el
camino de la fe en Dios. María se había fiado total y absolutamente de Dios. Una fe, gracias a la cual, el
Señor estaba ahora en el seno de María.
3. Pautas de actuación
Isabel es una mujer con la que identificarnos. Ella, que experimenta en carne propia las obras de Dios, se
convierte en profetisa. Coloca su propia persona en último lugar y la subordina completamente a la sabia
voluntad de Dios. Reconoce y proclama la actuación de Dios en María, descubriéndonos la alegría de la
salvación que trae el hijo de María.
Isabel, una mujer para la esperanza; testigo de una vida nueva, transformada por el Espíritu de Dios.
ALBERTO BENITO
alberto@dabar.net
La profecía de Miqueas dirige hoy nuestra mirada hacia Belén de Éfrata, pequeña entre las aldeas de
Judá. Su pequeñez se ve desbordada en la grandeza de uno de sus hijos, el que será el jefe de Israel.
Aguardan a que la madre dé a luz y el profeta esboza el carácter de su misión: pastorear con la fuerza
del Señor, traer la unidad y la paz. Lucas y Mateo sitúan el nacimiento de Jesús en la aldea de Belén
para mostrarnos que las profecías se cumplen en Jesús, que él es el anunciado en las Escrituras, aquel
del que hablaron los profetas: el jefe de Israel. Pero no el jefe que el nacionalismo había forjado;
tampoco el jefe que aparecería rodeado de los elementos de los poderosos de la tierra, sino el jefe que
Dios le había encargado ser: el que pastorea, el que trae la paz.
Los textos de la misa del cuarto domingo de Adviento ponen siempre su atención en la Virgen María.
Es la figura final del tiempo del Adviento, de los últimos días, de las ferias mayores antes de la llegada
de la Navidad. La intención de la liturgia es de tipo pedagógico. En este tiempo hemos ido viendo la
figura de los profetas, la de Juan el Bautista; ahora nos toca mirar a María la Virgen, aquella mujer que
nos va a traer al mundo a Dios encarnado. Porque Jesús viene al mundo nacido de mujer. Su
disponibilidad hacia Dios, su entrega generosa a su plan divino lo hace posible. María está de parto y
va a dar a luz al Salvador. El ciclo C nos propone para hoy el evangelio de la visitación de María a
Isabel. Lucas nos sitúa en un episodio en el cual María se encuentra embarazada, antes del nacimiento
de Juan el Bautista.
La escena ha sido preparada en el relato de la anunciación. María e Isabel se encuentran; pero el suyo
es también el encuentro primero entre los dos niños que hay en sus respectivas entrañas. Juan salta de
alegría con solo que su madre mire a María. Isabel, que no ha tenido antes noticia de lo que ocurre en
María, de pronto, lo sabe todo. El evangelista se apresura a aclararnos que habla movida por el Espíritu
Santo, el mismo que ha concebido en el vientre de María. Llena del Espíritu de Dios, Isabel proclama
una alabanza de María: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. Esta alabanza es
similar a la que aparece más adelante, en 11, 27: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te
criaron”, que después puntualiza Jesús en 11, 28: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la
cumplen”. María es, pues, la mujer dichosa que escucha y cumple la palabra de Dios. También aquí
Juan es el precursor de Jesús; su salto de alegría le ha desvelado a Isabel lo que estaba ocurriendo en el
seno de María y que todavía no daba manifestación externa alguna. Isabel se refiere a María,
seguidamente, como “la madre de mi Señor”. Esta expresión ha calado hondo en el pueblo cristiano,
que, desde muy pronto, la llama con el título de “Madre de Dios” (la Teho-tokos la llaman los
cristianos orientales).
Pero todavía Isabel añadirá una alabanza más a las que ya había proferido hacia María: “¡Dichosa tú
que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”. Isabel canta la felicidad de María
como creyente. Ella es dichosa por haber creído. Así, María se nos presenta como primera discípula;
su fe obra en ella la felicidad de la acción de Dios. Un Dios que cumple sus promesas y que realizará
en María lo que previamente le había anunciado.
El Adviento, pues, toca a su final y apura sus últimas horas, sus últimos días. La Natividad del Señor
es ya inminente y nos plantea ante nuestros ojos de fe un misterio lleno de admiración; un misterio de
amor que lleva a Dios a salir en búsqueda de la humanidad; un misterio de una misión por realizar
según el designio divino; un misterio de redención y de salvación para llevar a la humanidad a la
gracia y a la vida eterna. Adiós, Adviento; feliz Navidad.
JUAN SEGURA
juan@dabar.net
Preguntas y cuestiones
Cuando le pedimos algo al Señor sólo podemos tener una certeza, el Señor cumple. A lo mejor,
no como deseamos o cuando deseamos pero, cumple. Este versículo es buena muestra de ello.
Sólo se centra en una cosa, en la confianza. En unos días, será Navidad. La promesa de Dios se
cumple una vez más en nosotros.
¿Realmente creemos que Jesús nace en nuestros corazones?
¿Qué relevancia tiene este hecho en nuestras vidas?
PARA LA ORACION
Dios, Padre de misericordia, que nos envías a tu Hijo para salvar al mundo; ayúdanos a vivir el
misterio de la Navidad con los mismos sentimientos que pusiste en Isabel cuando vio que la visitaba
“la madre de mi Señor”.
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Acepta, Padre, estos dones que te presentamos como ofrenda en esta celebración. Mira nuestra vida y
transforma en semilla de amor y unidad todos nuestros sufrimientos y fatigas.
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En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias en toda ocasión, Dios Padre
creador, lleno de amor y misericordia. Y, al contemplar a la Virgen Santa María antes de los dolores
del parto, comprendamos que, como ella, hemos sido bendecidos y agraciados por tu mano generosa.
Tu amor nos ha dado la vida para ser imagen tuya; tú nos envías a Jesús para salvarnos y darnos la
vida eterna. Él nos ha derramado tu Espíritu Santo para que creamos que, por Jesucristo, nos has traído
la salvación y la paz. Él pone en nosotros la capacidad de la fe que nos hace felices y dichosos, la
disposición a vivir en los valores del Reino que Jesús nos ha mostrado. Por eso, nos unimos a los
ángeles y a los santos, que te alaban en el cielo, para cantar, gozosos, el himno de tu gloria.
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Después de recibir el sacramento de tu presencia perenne entre nosotros, te pedimos, Padre, que nos
hagas esperar nuestro encuentro definitivo contigo con la misma certeza y alegría con que esperamos
el nacimiento de tu Hijo Jesús.
LA MISA DE HOY
MONICIÓN DE ENTRADA
El Adviento apura ya sus últimos días, sus últimas horas y el tiempo de Navidad asoma ya a las
puertas de nuestra vida, un año más. Necesariamente, el cuarto domingo de Adviento nos hace poner
nuestra atención en la Virgen María. Ella es bendita porque bendito es el fruto de su vientre. Ella es
feliz porque verá cumplir las promesas del Señor. María es la esclava del Señor y por eso mismo es
también la gran servidora de la humanidad. Prestándose al plan de Dios, hace posible una nueva
Alianza, una nueva humanidad.
SALUDO
El Señor cuyo nacimiento vamos a conmemorar y en cuyo nombre nos reunimos, venga también a
nuestros corazones, por eso al reunirnos lo hacemos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo.
ACTO PENITENCIAL
+Tú, anunciado en los profetas. Señor, ten piedad.
+Tú, que llevas adelante la voluntad del Padre. Cristo, ten piedad.
+Tú, que naces de la Virgen María. Señor, ten piedad.
DESPEDIDA
Santa María nos acompaña siempre en nuestro caminar y nos enseña a decir a Dios “Amén”. Que su
ejemplo nos ayude a hacer como ella. Entonces seremos dichosos y bendecidos. Vayamos en paz.
Director: Enrique Abad Continente ·Paricio Frontiñán, s/n· Tlf 976458529-Fax 976439635 · 50004 ZARAGOZA
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