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HAN URS VON BALTHASAR

MINISTERIO Y EXISTENCIA
Lo que, según la Biblia, caracteriza al sacerdocio cristiano, y le contradistingue de
todo otro fenómeno semejante, es la identidad total entre existencia y ministerio, que
tiene su raíz en la misteriosa identidad de Cristo, palabra e Hijo, víctima y sacerdote.
Sólo desde aquí pueden comenzar a plantearse las cuestiones relativas al ministerio. La
visión ideal del autor necesitará sin duda ser completada por otro tipo de
planteamientos más prácticos, sociológicos o inmediatos. Pero sería un error
prescindir olímpicamente de ella.

Amt und Existenz, Internationale katholische zeitschrift «Communio», 1 (1972) 289-297

Quien ejerce un ministerio tiene el poder de ejercer la autoridad y de dar órdenes en


beneficio de la comunidad. En una democracia el ejercicio del poder está sometido al
control de los súbditos, quienes pueden constatar si el ejercicio de la autoridad es en
beneficio de la comunidad. Este modelo no puede aplicarse al pueblo de Dios del AT y
del NT, puesto que la concepción del pueblo de Dios no es democrática, sino teocrática
y cristocrática. Revisaremos esta afirmación intentando responder a dos cuestiones
actuales: ¿puede existir un ejercicio cristiano del ministerio que no sea congruente con
la existencia del ministro?, ¿existe una función crítica por parte de los súbditos, aun
admitiendo que la autoridad no procede de ellos?

Unidad desde siempre

Las grandes figuras que soportan la historia vetero y neotestamentaria vienen marcadas
por la unidad entre su misión y su existencia. La misión viene siempre de Dios, pero
afecta al enviado en lo más hondo de su existencia, enajenándole de sí r mismo en favor
de la responsabilidad que ha tomado frente a su pueblo. Y así vemos cómo la más leve
falta de fe o de obediencia de Moisés es severamente castigada: ya no hay lugar para
consideraciones privadas, pues la responsabilidad que se ha tomado debe adecuar
siempre la voluntad de Dios. Y esto sólo acontece cuando el enviado se mantiene en
contacto vital con Dios en obediencia orante.

Este contacto vital es el que tiene Abraham: ante la promesa de descendencia está
dispuesto al sacrificio de su hijo, sin tildar "críticamente" a Dios de contradictorio. Y si
repasamos las narraciones de los patriarcas, de los jueces y de los reyes, siempre
veremos a Dios eligiendo a los personajes, y quitándolos de en medio si es preciso, en
nombre de esta identidad entre el ministerio y la existencia (cfr. Nm 27,18; Jos 1,8; Jc
2,16.18;3,10; 1S 16,1; 2S 7, 14). La misma base presenta la institución del ministerio
sacerdotal (Dt 38,8ss; Nm 3,12ss; Jos 13,33). Y aunque los orígenes del profetismo
permanezcan obscuros, sin embargo el profetismo aparece como una forma de
existencia (1S 19,20) y en los grandes profetas la pretensión de la palabra de Dios
penetra cada vez más profundamente en la vida personal del profeta (Jeremías,
Ezequiel) hasta convertirlo en el oyente ideal de la palabra (Is 50,4) que no solo la pone
en práctica sino que la padece, y así pasa a ser el tipo del Salvador futuro.

Éste, Jesucristo, es la identidad de ministerio y existencia, la misión personificada: la


palabra del Padre como Hijo, y el Hijo del Padre como su palabra. La reflexión del NT
excluye que ambas cosas puedan pensarse por separado. Y esta unidad llega a la
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paradoja de la pasión: sacerdote y víctima al mismo tiempo, ministerialmente el ejecutor


autorizado y existencialmente el último que soporta el abandono de Dios.
Consiguientemente, si en su iglesia debe haber un poder ministerial - y él lo ha
conferido: Mc 3,15;6,7; Mt 10,1; 16,19; Lc 9,19; Jn 21, 15ss- éste deberá ir
estrechamente ligado a una forma de existencia (Mt 8,18ss) que incluirá la promesa de
la cruz (Jn 21,19; cfr Jn 17,17. 19). La identidad sacerdote-víctima no es arbitraria ni
accidental, sino el estigma del ministerio neotestamentario. Herejes como los
montanistas y donatistas han sentido rectamente -aunque sacaran de ahí una conclusión
falsificada- cuando han concluido que un sacerdote cristiano que no viva
existencialmente su santidad ministerial es incapaz de comunicar la gracia de Cristo al
pueblo de Dios. Tal sacerdote sería teológicamente un monstruo, una "posibilidad
imposible".

Finalmente, la vida y los escritos de Pablo son el sello de la posibilidad de unir


coherentemente, en seguimiento de Cristo, el poder ministerial y la existencia propia. Y
Pablo es el modelo de todo ulterior ministerio. Timoteo lo toma como pauta (2 Tm
3,10s.). Y Pablo mismo suele argumentar con su vida en favor de su doctrina aunque en
esto nunca se equipara con Cristo; él es solo el enviado en su lugar (2 Co 5, 19) su
"colaborador" (y así designa Pablo a los demás ministros: Rm 16,21; 1 Co 3,9;16,16; 2
Co 8, 23; Flp 2, 25; 4, 3). A partir de la gracia de su elección y de su entrega en la fe,
Pablo toma parte en la identidad de ministerio y existencia que se da en Cristo y que él
comunica.

Identidad en Cristo. Su transmisión

Hemos mostrado -muy sumariamente- la continuidad de ministerio y existencia desde


Abraham a Pablo. Sin embargo, esta identidad se agudiza al pasar del AT al NT: Israel
era un pueblo "carnal" y la iglesia es el "Israel espiritual". La carta a los Hebreos pone
de relieve aguda y casi parcialmente esta ruptura: el sacerdocio institucional
veterotestamentario es asumido en el sacerdocio existencial de Cristo, único y "de- una-
vez-por-todas". Esta constatación no niega lo dicho anteriormente, sino que quiere solo
acabar con la institución impersonal, popular, como era el sacerdocio o el reinado
hereditario. Ya los profetas habían criticado la concepción de que el sacerdote, por el
mero hecho de heredar una función, poseyese un cierto carisma profético para la
explicación de la palabra de Dios, como también criticaban lo mágico y automático del
culto antiguo que parecía dispensar de la fe existencial. Y Jesús mismo no critica el
ministerio existente y su autoridad en cuanto tal, sino su abuso. Sabe que la perfecta
identidad entre ministerio y existencia se realiza en él, y que lo que le ha precedido solo
puede tener validez remitiéndose a él (Lc 24, 25ss; Jn 5,46;8,56).

Si la carta a los Hebreos subraya la distancia entre la "simple" institución y el


cumplimiento actual en la obediencia personal de Cristo, el tema del pastor -que Jesús
toma del AT- muestra, por el contrario, la continuidad.

Dios es el pastor de Israel (Sal 23) : en esta imagen, autoridad y entrega (Einsatz) son
totalmente idénticos. Y desde esta identidad hará surgir Dios los pastores que le suplan,
que apacienten el rebaño para Él. Y si no lo hacen, Dios mismo cuidará su rebaño,
mientras no acabe haciendo surgir un único pastor para todos (Ez 34; 34, 23; 37, 24). El
tema reaparece en Juan y los sinópticos, identificando a Jesús como el Dios pastor. La
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imagen del pastor que posee un poder "suprapastoral" (1 P 5,4), y que lo muestra en que
muere por el rebaño, es tan paradójica como la del sacerdote de Hebreos. En ambos
casos la paradoja es la misma: la absoluta constitución en poder es deducida de la
absoluta entrega. Es también la paradoja de su promesa de resucitar a los que comen su
carne y beben su sangre, es decir, a los que confiesan su muerte como vida del mundo
(Jn 6): tal es su poder, surgido en y de su anonadamiento. Tal poder se lo ha dado el
Padre y, mirado con ojos terrenos, roza la locura, superable solamente si uno reconoce
en Jesús la identidad entre el poder y la misión: Jesús es hasta tal punto "misión
personificada" que en definitiva es el Padre quien le entrega (Jn 3,16); en la muerte libre
del Hijo se revela la total libertad de la actuación salvífica de Dios.

Aquí ya todo se ha hecho personal y no queda nada de la institución popular-terrenal y


si Jesús transmite el poder y el cuidado pastoral veterotestamentario -que él llevó a
cumplimiento- a Pedro y a sus "copresbíteros" se trata de lo mismo que en el AT:
vicariedad de Dios, de su autoridad y de su entrega, pero ahora acuñada por la entrega
de Cristo y participando en su poder ilimitado (Mt 28,28). En el NT la autoridad ha sido
dada por el Padre al Hijo y es ahora el Hijo quien la otorga. Pero tal autoridad -en
correspondencia con la forma de existencia del Hijo, que es investido de la autoridad del
Padre en virtud de su obediencia hasta la muerte- solo será otorgada allí donde se dé una
disposición vital total ("Simón, ¿me amas más que estos?"), una disposición que vaya
más allá del propio querer ("Te llevará a donde tú no quieras"). En su carta magna al
clero, Pedro transmite lo que ha recibido: la autoridad se ha de ejercitar como un
"apacentar, no forzado sino voluntario, el rebaño de Dios, según su encargo" y añade
"no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no como si fueseis las herederos,
sino siendo modelos de la grey" (1 P 5,2s). Pablo repite la expresión "agotarse",
"esforzarse", cuando trata de la conducción de la comunidad: y precisamente porque
esta entrega es captada por los cristianos, por eso deben éstos someterse (1 Co 16,16),
atender a los que presiden (1 Ts 5,12), y no negarles el fruto de sus esfuerzos (2 Tm
2,6). Hb 13,7 mantiene esta perspectiva: "Acordaos de vuestros dirigentes que os
anunciaron la palabra de Dios" -autoridad y predicación son vistos unitariamente- "y
considerando el final de su vida, imitad su fe".

Obediencia y critica en la iglesia

Dijimos ya al principio que la iglesia es teocrática y cristocrática y no democrática.


Ahora tenemos ya el dispositivo de seguridad: Cristo tiene autoridad, en cuanto es
obediente hasta la muerte, y en esta obediencia (al Padre) se hace servidor de todos. La
traslación eclesial de esto la podemos ver en Pablo que se ve a sí mismo como "servidor
y administrador de los misterios de Dios" y sabe que "lo que se exige de los
administradores es que sean fieles... Mi juez es el Señor". Pablo no está dispuesto a dar
cuentas a la comunidad ni a otra instancia humana (1 Co 4, 1-5). Pero sí expone su vida
a la comunidad, de forma tal que ella puede y debe establecer una comparación entre su
acción ministerial y su existencia. Esta comparación, en la que los corintios también
pueden comparar su actitud propia con su fe, resulta beneficiosa para el apóstol, pues
"nosotros necios por Cristo, vosotros sabios en Cristo. Débiles nosotros; mas vosotros
fuertes. Vosotros llenos de gloria; mas nosotros despreciados... ya estáis hartos, ya sois
ricos, os habéis hecho reyes sin nosotros" (1 Co 4,10.8). Esta oposición puede
expresarse como en 2 Co 4,12: "la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida":
la cercanía del apóstol a la pasión de Cristo "merece" para la comunidad su cercanía a la
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resurrección. Pero esta oposición puede también entenderse peligrosamente: vosotros,


demócratas, cristianos maduros, creéis vivir más allá de la muerte en una supuesta
resurrección, nosotros estamos bajo la cruz. Pero como éste es el único tránsito posible
a la resurrección, Pablo recomienza su lección desde el primer capítulo: "para no
desvirtuar la cruz de Cristo", no quiere en Corinto "saber otra cosa que Jesucristo, y éste
crucificado" (1 Co 1,17;2,2 ).

Para desenmarañar la dialéctica de obediencia y crítica en la iglesia, Pablo se apoya en


la obediencia de Cristo hasta la muerte. La crítica, que a priori no debe ser rechazada
como inconveniente, tiene un presupuesto: que los críticos se juzguen a sí mismos, si
están en la fe o si son conscientes de que Jesucristo está en ellos (2 Co 13, 5). Se trata,
naturalmente, de aquel Jesucristo cuyo misterio de obediencia hasta la muerte es el
presupuesto de su existencia "espiritual" como resucitado. Si no pasan este examen,
entonces es que no se encuentran en el centro de la existencia cristiana, solo desde la
cual se puede juzgar la existencia cristiana de un ministro. Pablo espera, con todo, que
reconozcan que "no estamos reprobados nosotros", y lo espera precisamente porque él
en su existencia está configurado a Cristo y a su forma de autoridad: "pues ciertamente
fue crucificado en razón de su flaqueza, pero está vivo por la fuerza de Dios. Así
también nosotros: somos débiles en él, pero viviremos con él por la fuerza de Dios
sobre vosotros (2 Co 13, 4). Pablo tiene la esperanza de que entenderán la paradoja de la
autoridad eclesial a partir de la experiencia vital del misterio de Cristo (2 Co 12,10:
cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte). Y por ello está dispuesto a dejar
para ellos la madurez y tomar sobre sí la humillación sustitutiva: "Rogamos a Dios que
no hagáis mal alguno. No para que nosotros aparezcamos probos, sino para que obréis
el bien, aun cuando fuéramos nosotros reprobados... nos alegramos cuando somos
nosotros débiles y vosotros fuertes" (2 Co 13,73). Pues toda la autoridad del ministro
del Nuevo Testamento tiene sentido solo para la edificación de la comunidad. Y en esto
nuevamente vemos la diferencia entre la autoridad "carnal" del AT y la "espiritual" del
NT. Pues mientras jeremías recibe la autoridad "para extirpar y destruir, para perder y
derrocar, para reconstruir y plantar" (Jr 1,10), Pablo escribe al final de 2 Co: "Os escribo
esto ausente, para que, presente, no tenga que obrar con severidad conforme al poder
que me otorgó el Señor para edificar y no para destruir". Cierto que antes ha dicho (2
Co 10,4s) que puede, con las armas de su combate, que no son carnales, "arrasar
fortalezas, deshacer sofismas y demoler toda altanería que se subleva contra el
conocimiento de Dios". Pero lo decisivo es que este poder sólo lo quiere ejercitar en
conformidad con la comunidad que cree, entiende y sanciona, como se ve en el caso del
incestuoso: Pablo ha emitido ya su juicio, pero quiere llevarlo a término con la
comunidad (1 Co 6,3ss ). Está dispuesto "a castigar toda desobediencia cuando vuestra
obediencia sea perfecta" (2 Co 10,6) y puede estar de acuerdo en la legitimación del
castigo. Es verdad que Pablo puede amenazar con el simple ejercicio de la autoridad en
el caso de que la comunidad, con su crítica, se saliese de la comunión de obediencia de
fe y amor. Pero Pablo ve tal situación como imposible, como un caso límite que pondría
de manifiesto la ruptura de la comunión, que según Pablo recibe su forma interior por el
ministerio vivido conforme a Cristo: "En efecto, temo que a mi llegada no os encuentre
como querría... si vuelvo otra vez obraré sin miramientos. Queréis, es verdad, una
prueba de que habla en mí Cristo... " (2 Co 12,20s;13,2s). En la medida que esta prueba
sea pedida con espíritu de tentación y de contestación (Massá y Meribá: Ex 17,7 ),
Pablo ejercitará su autoridad no en la forma prevista, sino en la forma oculta del puro
poder. De ello será culpable la comunidad por su inautenticidad.
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De ahí no se sigue que la comunidad no pueda ejercitar frente a la autoridad ninguna


función crítica. De hecho, los dirigentes de la comunidad quieren educar en la fe a todos
los miembros de la iglesia para que ejerciten sus servicios, sean mayores de edad y
capaces de decir amorosamente la verdad (Ef 4,13). Esto mantiene unidos en servicio
mutuo a todos los miembros y posibilita una corriente de intercambio entre los
cristianos y sus dirigentes, que incluirá la aportación crítica para edificación del todo.
Pablo mismo siempre quiere ser acompañado, animado, edificado por las comunidades.

Que los sacerdotes pueden equivocarse, que se les acuse, que sean reprendidos por los
obispos ante la comunidad, está previsto en las pastorales (1 Tm 5,20s). Pero sin
parcialidad ni prejuicio, pues el dirigente debe ser, ante todo, tolerante (3,3). Y siempre
se presupone que el dirigente es irreprochable, "modelo para los fieles en la palabra, en
el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza (4,12) como el mismo Pablo se
entendió como modelo, configurado a su vez por Cristo. Con este presupuesto, Pablo
confirma a sus seguidores en una cierta santa firmeza, que exteriormente puede parecer
inflexibilidad, pero interiormente no es otra cosa que obediencia y responsabilidad del
ministro frente a su Señor.

Tradujo y condensó: LUIS TUÑI

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