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Entonces, diciendo “¡Ashh!” se colocó en la are-
na a orillas del estanque y rodó y rodó hasta
que estuvo seco.“¡Ahhh! Así está mejor”, dijo
mientras daba unos cuantos pasos.
-Hola caballo, -dijo el cuervo agitando sus alas en señal de saludo- ¿qué
haces?
-¿Qué parece que estoy haciendo?, -contestó Pedro con pucheros-. Me
estoy ocultando porque yo solía ser el caballo más bonito y ahora soy horrible.
-Vamos -graznó el cuervo-, a mí me parece que luces como un caballo
normal.
-Hmmmph, -refunfuñó Pedro-, qué puedes saber tú. Yo era tan hermoso
que los otros caballos ni siquiera jugaban conmigo y ahora soy tan feo que no
tengo nada que hacer mas que esconderme debajo de este árbol.
El cuervo pensó durante un instante y graznando dijo:
-Te aseguro que si fueras ahora y trataras de jugar con los otros caballos,
ellos ni se darían cuenta de quién eres y probablemente ni les importaría sa-
berlo. Así, ya no tendrás necesidad de ocultarte.
Pedro miró al cuervo y una vez que hubo meditado sobre su propuesta
decidió hacer un intento.
Con suma cautela se dirigió a la pradera y al principío los otros caballos
simplemente lo ignoraron. Pedro Potrillo estaba a punto de darse por vencido
cuando uno de los otros caballos corrió hacia él, le dio un golpecito en el lomo
y gritó:
-¡Anda, ven a jugar!
Pedro se sorprendió tanto de que lo invitaran a jugar que se quedó es-
tático durante unos instantes. Después, relinchando emprezó a galopar para
golpear a otro caballo.
Fue el día más divertido de toda su vida. Aprendió a jugar escondidillas,
encantados y muchos otros juegos sumamente entretenidos. Algunas veces,
tan sólo por el gusto de hacerlo, Pedro perseguía una mariposa o trataba de
alcanzar el sol.
Aun después de que las lluvias le lavaron el lodo y que volvió a lucir her-
moso, Pedro, alegre y divertido, olvidó que era más bonito que los demás y se
complacía ahora en ser sólo un caballo.
Cuando mires
en el espejo de
las praderas de tu
mente, acuérdate de Pedro
Potrillo y la lección que
aprendió.