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a soberbia hermosura de un caballo

lo alejó de sus amigos que lo despre-


ciaban a causa de su orgullo. Pero la
soledad es terrible y Pedro olvidó su
vanidad para convertirse en un ala-
zán humilde.

Al despertar la aurora, surge
el amanecer de un nuevo día en las
praderas de tu mente. Con el primer
rayo de luz hay pájaros de todas las
especies que cantan y vuelan y los
otros animales que viven en la llanu-
ra empiezan el día parpadeando para
que desaparezca de sus ojos el rocío
matinal.

Este apacible amanecer fue in-
terrumpido por el ajetreo de
una manada de caballos
que se adentraban en la
pradera para pastar y
jugar durante todo
el día. Había ca-
ballos de todos
los colores:
pintos,

sabinos, negros y bayos. Los más pequeños coceaban
y saltaban mientras que los mayores comían tranquila-
mente el delicioso pasto verde de la pradera.

Los caballos permanecían juntos conforme el
día iba pasando. Todos los caballos, bueno, ex-
cepto un hermoso alazán llamado Pedro
Potrillo. Pedro nunca jugaba con los otros
caballos porque sabía que no jugarían con
él ya que era muy bello. Se sentía a gusto
contemplando, desde la cumbre que domi-
naba la vista de la pradera, las travesuras
de las manadas que se sucedían aba-
jo.

“¡Caballos tontos!”, mur-
muraba para sí, “lo único
que hacen durante todo
el día es jugar y comer,
jugar y comer.

Yo nunca cometería ese error; Había momentos en que Pedro


soy demasiado hermoso para jugar se sentía cansado de mirar su sombra
con esa manada de caballos!” y buscaba otras maneras de verse a
sí mismo. Casi todos los días frota-
Diciendo esto dio un gran salto ba su piel suave y sedosa contra una
y se colocó en un lugar especial de la roca hasta que llegaba a brillar tanto
cumbre donde los rayos del sol caían que podía ver su propio reflejo. Pero
directamente sobre él. Entonces, si su pasatiempo favorito era permane-
miraba cuidadosamente, veía su mo- cer cerca del estanque, al final de la
numental sombra reflejada en el pas- pradera, y admirar durante horas su
to. bella imagen reflejada en el agua.


De vez en cuando los otros caballos de la manada se desmandaban cerca
de Pedro, pero lo ignoraban porque era tan engreído que ni siquiera les dirigía
una mirada.
Un caluroso día de verano Pedro estaba, como de costumbre, admirando
su imagen en el agua. Un potro muy juguetón olvidó mirar hacia donde iba y
más bien por accidente tropezó con Pedro tirándolo al estanque. Se veía tan
chistoso sentado ahí con un lirio sobre su oreja que los otros caballos relincha-
ban y pateaban desternillándose de risa.

Saltando intempestivamente, Pedro salió
del agua mientras que los otros caballos
volvían a pastar en la Pradera. “!Ca-
ballos tontos!”, pensaba mientras se
sacudía para secarse, “no deberían
reírse de mí, pues soy el caballo más
bonito que hayan visto jamás”.

Lleno de resentimiento se acostó
bajo el sol para tratar de secar-
se, pero estaba tan mojado
que parecía una espon-
ja chorreando agua.


Entonces, diciendo “¡Ashh!” se colocó en la are-
na a orillas del estanque y rodó y rodó hasta
que estuvo seco.“¡Ahhh! Así está mejor”, dijo
mientras daba unos cuantos pasos.

Después decidió admirarse una vez más


en el estanque antes de regresar a la cumbre
que dominaba la pradera. Conforme se fue in-
clinando se quedó estupefacto al ver un po-
tro flaco y enlodado en donde solía reflejarse
un magnífico caballo. No podía creer lo que
veían sus ojos, miró una vez más y, se dio
cuenta que Pedro Potrillo se había transforma-
do en un horrendo caballo enlodado con un lirio
pendiendo de una oreja.

“¡Qué voy a hacer!” lloraba “¡lo que más disfrutaba
en este mundo era mirarme y ya no hay nada que ver
porque no quiero verme así!” Al decir esto corrió a ocul-
tarse debajo de un árbol para llorar su desdicha.

Pedro se había ocul-


tado debajo de ese árbol
durante todo el día, de
no ser por un gran cuer-
vo negro que se posó en
una rama justo arriba de
su cabeza.

 
-Hola caballo, -dijo el cuervo agitando sus alas en señal de saludo- ¿qué
haces?
-¿Qué parece que estoy haciendo?, -contestó Pedro con pucheros-. Me
estoy ocultando porque yo solía ser el caballo más bonito y ahora soy horrible.
-Vamos -graznó el cuervo-, a mí me parece que luces como un caballo
normal.
-Hmmmph, -refunfuñó Pedro-, qué puedes saber tú. Yo era tan hermoso
que los otros caballos ni siquiera jugaban conmigo y ahora soy tan feo que no
tengo nada que hacer mas que esconderme debajo de este árbol.
El cuervo pensó durante un instante y graznando dijo:
-Te aseguro que si fueras ahora y trataras de jugar con los otros caballos,
ellos ni se darían cuenta de quién eres y probablemente ni les importaría sa-
berlo. Así, ya no tendrás necesidad de ocultarte.
Pedro miró al cuervo y una vez que hubo meditado sobre su propuesta
decidió hacer un intento.
Con suma cautela se dirigió a la pradera y al principío los otros caballos
simplemente lo ignoraron. Pedro Potrillo estaba a punto de darse por vencido
cuando uno de los otros caballos corrió hacia él, le dio un golpecito en el lomo
y gritó:

 
-¡Anda, ven a jugar!
Pedro se sorprendió tanto de que lo invitaran a jugar que se quedó es-
tático durante unos instantes. Después, relinchando emprezó a galopar para
golpear a otro caballo.
Fue el día más divertido de toda su vida. Aprendió a jugar escondidillas,
encantados y muchos otros juegos sumamente entretenidos. Algunas veces,
tan sólo por el gusto de hacerlo, Pedro perseguía una mariposa o trataba de
alcanzar el sol.
Aun después de que las lluvias le lavaron el lodo y que volvió a lucir her-
moso, Pedro, alegre y divertido, olvidó que era más bonito que los demás y se
complacía ahora en ser sólo un caballo.

Cuando mires
en el espejo de
las praderas de tu
mente, acuérdate de Pedro
Potrillo y la lección que
aprendió.



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