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Cuando Perseo creció, demostró poseer una gran valentía y habilidades poco usuales en los
humanos. Polidectes pretendía poseer a Dánae contra su voluntad, pero temía hacerlo con
Perseo cerca, por ello lo engañó y le ordenó traer la cabeza de Medusa, un monstruo
horrible y alado con la capacidad de petrificar con la mirada, y al que anteriormente nadie
había sido capaz de vencer. Perseo aceptó la misión para defender a su madre, y para poder
llevarla a cabo contó con la ayuda y consejo de los dioses Hermes y Atenea. En primer
lugar, viajó al encuentro de las Grayas, tres
ancianas que comparten un solo ojo y un solo
diente, para conocer el paradero de la Gorgona
Medusa. Éstas se negaron a hablar, pero Perseo
utilizó su astucia para robarles el ojo y el diente
hasta que las Grayas le proporcionaron la
respuesta. Posteriormente, se dirigió a la
mansión de las Ninfas para obtener los artilugios
necesarios para su misión: unas sandalias aladas, el casco de invisibilidad de Hades y un
zurrón.
También logró una hoz de acero muy duro que le proporcionó Hermes. Con todo ello, junto
a Atenea acudió a la morada de la temible Medusa y, mientras Atenea sostenía un escudo
bruñido de bronce que le permitía ver a Medusa y evitar al mismo tiempo su mirada,
decapitó a la Gorgona y metió su cabeza en el zurrón. En su viaje de regreso, pasó por
Etiopía, donde gracias a las armas mágicas que poseía rescató a Andrómeda, hija de
Casiopea y Cefeo, de las fauces de un terrible monstruo marino, acto por el que logró su
mano.