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Política, corrupción y guerra


Este domingo 26, vamos a realizar un tercer exorcismo, esta
vez contra la corrupción política, después de haber fracasado el
1 de octubre de 2016 en el exorcismo mayor y más vital, como
era votar contra la guerra y por la paz política, pues el 63% de
los ciudadanos habilitados no se pronunciaron ni a favor, ni en
contra: se abstuvieron de promover y defender la vida de todos,
demostrando así que la guerra y la abstención electoral son la
fuente de la corrupción que nos afecta y continúa matando.

Hernando Llano Ángel


Profesor Asociado, Pontificia Universidad Javeriana – Cali

Sin duda, son las tres obsesiones que nos desvelan, atormentan y matan a los
colombianos desde hace más de medio siglo. No obstante ser tres cosas
diferentes, forman una sola realidad verdadera, la que vivimos y padecemos
todos los días. Una especie de misteriosa, insondable y mortífera trinidad
pagana, contra la cual no parece existir exorcismo salvador. Aunque en los
últimos años se han practicado al menos tres exorcismos públicos, sus
resultados han sido desastrosos. El primero, se llamó séptima papeleta y
Asamblea Nacional Constituyente, que promovimos muchos con la ilusión y la
ingenuidad propia de nuestra juventud, bajo el ritual de una supuesta
“democracia participativa”, y una pléyade de exorcistas encabezados por César
Gaviria, Manuel José Cepeda y Fernando Carrillo. Hoy, 27 años después,
conocemos sus frustrantes resultados y el significado exacto del “bienvenidos al
futuro”, trasmutado en ese horrendo y destemplado trío conformado por Gaviria,
Uribe y Pastrana, que han catapultado a la presidencia a un joven barítono,
seguramente para que la tonada de la corrupción y la guerra suene un poco
distinta y deje de ser tan estridente y cacofónica. Incluso, para que en medio de
tanto barullo, consulta popular anticorrupción, promesa de pulcritud y supuesto
manejo técnico de la República –eso sí, sin asomo de política– como lo anuncia
sin rubor el presidente Duque, olvidemos la nota esencial de la corrupción, que
es precisamente la apropiación privada de la vida pública.

Corrupción política: apropiación privada de la vida pública

Y la nota esencial de la corrupción es precisamente la apropiación privada de lo


público –la privatización y personalización de la política– que hoy se expresa en
esa obsesión del presidente Duque al conformar un gabinete ministerial muy
bello, joven y pulcro, supuestamente ajeno por completo a la política, que no se
dejará manosear de ese antro de corrupción llamado Congreso. Un gabinete
ministerial que tuvo que reforzar con una nómina paralela de asesores
presidenciales, cuyos austeros emolumentos pagaremos todos los colombianos.
Para comenzar, un buen ejemplo de transparencia y austeridad, completamente
ajeno a la corrupción y lejano del “Estado derrochón”, que tanto fustiga su
“presidente eterno”. Semejante impostura maniqueísta y ausencia de austeridad
administrativa del presidente Duque es una de las más deplorables expresiones
de la corrupción estatal y de lo público. Un presidente que empieza a gobernar
denostando de la política y ufanándose de que su gabinete ministerial será
“técnico, competente y no político”, como si se tratará de la junta directiva de una
empresa privada, difícilmente gobernará con una visión democrática del interés
público y será más proclive a definir lo público desde los intereses corporativos
y privados. Ya su joven, competente y hermosa ministra de Minas y Energía,
María Fernanda Suárez, lo anunció: “Tengo que convencer al presidente Duque
sobre el fracking”.

Como si el uso del fracking fuera algo que sólo compete y decide el presidente
con su ministra y no tuviera la capacidad de afectar en forma irreversible a todos
los colombianos y a nuestro derecho constitucional y bien público superior de la
sostenibilidad ambiental. Si la ministra llegase a convencerlo, incluso con todas
las formalidades legales, sería un acto gravísimo de corrupción pública,
seguramente impune y técnicamente “inofensivo” para favorecer la explotación
y ganancia de las empresas petroleras. Un acto de corrupción plutocrático en
perjuicio de las mayorías presentes y de las futuras generaciones, irónicamente
auspiciado por quien dice que gobierna y representa una nueva generación
política. Una especie de crimen de lesa comunidad ambiental, cometido con las
mejores intenciones del emprendimiento nacional. Ojalá que el presidente Duque
tenga presente la Constitución Política desde su primer artículo, donde se
consagra la prevalencia del interés general sobre el particular, así como los otros
artículos relacionados con la función ecológica de la propiedad y la defensa del
medio ambiente como bien público superior: artículos 58, 79, 80, 95, 267, 268,
317, 334 y 339. Que no vaya a ser tan laxo y creativo como juró su cargo, con la
expresión de solo “prometo defender la Constitución”, cuando su primer deber
es “cumplirla fielmente”, pues el inefable Macías se apropió indebidamente del
artículo 192 de la Carta, al preguntarle: “Jura a Dios y promete al pueblo cumplir
fielmente la Constitución y las leyes de Colombia”. Gajes de un mediocre
bachiller en una responsabilidad que lo sobrepasa e ignora por completo el
protocolo constitucional de la investidura presidencial.

Pero mucho más preocupante es el ministro de Defensa, Guillermo Botero, casi


“presidente eterno” de la Federación Nacional de Comerciantes de Colombia,
quien está convencido que el problema de contener y disminuir drásticamente la
siembra de coca es un asunto de erradicación forzosa de los cultivos ilícitos –
¡como si la naturaleza fuera criminal e ilegal! – devastándola con el cancerígeno
glifosato 1, con mayor control policivo y represión militar, desconociendo la
complejidad del asunto y el fracaso rotundo de la llamada “guerra contra las
drogas”.

La guerra contra las drogas, máxima corrupción de la política

1
“Daño colateral” El Nuevo Día.
Ignorando que dicha guerra es precisamente la máxima corrupción de la política,
no sólo por los propósitos que movieron a Richard Nixon a declararla 2 –controlar
y reprimir a los jóvenes y afroamericanos que estaban contra la guerra de
Vietnam, criminalizándolos y estigmatizándolos como un peligro para la
seguridad nacional– sino especialmente porque el Estado colombiano no ha
asumido su responsabilidad histórica, política, social y constitucional de impulsar
el desarrollo rural legal y reconocer a los campesinos “raspachines” como
ciudadanos y no como delincuentes, concertando con ellos la sustitución de la
coca, según lo convenido en el Acuerdo de Paz del Teatro Colón. Lo cual revela
otro rasgo de la corrupción política, quizá el más sutil y por ello imperceptible de
la guerra contra las drogas: el mal lo encarna la “mata que mata” –la tonada
favorita del gobierno de Uribe– los narcotraficantes, los narcoterroristas, los
raspachines, y va desapareciendo la responsabilidad de los comerciantes
ilegales de los precursores químicos 3, de la logística empresarial de su
importación, circulación y venta, del fabuloso entramado financiero que lava
ganancias impecable e impunemente. De esa penumbrosa parafernalia que se
extiende por la economía legal y la política institucional, con su narcoparapolítica,
proceso 8.000 y cubre las más altas esferas estatales y empresariales, casi sin
percatarnos. Porque la corrupción siempre es de los otros: los narcos, nunca
responsabilidad directa o indirecta del sistema político y social, mucho menos de
la creciente demanda de sus consumidores nacionales e internacionales. Con
semejante razonamiento jamás podremos reconocer la verdad, que la corrupción
es una relación ilegal de complicidades, privadas y públicas, para beneficio de
pocos y perjuicio de todos. Es la cultura del atajo y de la ilegalidad, el reino de
los “vivos bobos”. Y así corremos el riesgo de eximirnos y señalar que los
corruptos son únicamente los políticos y por eso muchos honestos y
pulquérrimos ciudadanos detestan la política –para ellos, una nauseabunda
actividad manchada de sangre y codicia, bien disimulada bajo edificantes
discursos y ademanes corteses– motivo por el cual nunca votan. Como
magistralmente lo sentenció Edmund Burke: “Los políticos corruptos son
elegidos por ciudadanos honestos que no votan”.

Tercer Exorcismo: Consulta Popular Anticorrupción

Por eso, el próximo domingo 26 de agosto de 2018, vamos a realizar un tercer


exorcismo, esta vez contra la corrupción política, después de haber fracasado el
1 de octubre de 2016 en el exorcismo mayor y más vital, como era votar contra
la guerra y por la paz política, pues el 63% de los ciudadanos habilitados no se
pronunciaron ni a favor, ni en contra: se abstuvieron de promover y defender la
vida de todos, demostrando así que la guerra y la abstención electoral son la
fuente de la corrupción que nos afecta y continúa matando.

La tercera es la vencida

2
“El presidente Nixon invento la guerra contra las drogas para acabar con los negros y los
hippies” Vía: portal Pijamasurf.
3 Siendo uno de los más prósperos importadores, Pedro Juan Moreno, secretario de Gobierno
durante la Gobernación de Antioquia de Álvaro Uribe Vélez, cuya accidentada y trágica muerte
no se ha podido aclarar: “Responsabilidad de Uribe en muerte de Pedro Juan Moreno no fue
presentada como chisme”. Vía portal Pulzo.
Dice el refrán popular que la tercera es la vencida, por ello hay que salir a votar.
De lo contrario, si en la consulta vuelve a ganar la abstención, habrá que concluir
que la corrupción no está tanto en la llamada clase política, sino en la indolencia,
la ignorancia, la pereza y la desidia de quienes no comprenden que la política es
un asunto de vida o muerte, tan importante que no se puede dejar en manos de
unos pocos. Si gana la abstención y no superamos la mitad más uno de
12.075.756 votos, es decir, 6.037.789 tarjetones marcados por el Sí en cada una
de las 7 preguntas, seguiremos siendo una sociedad de víctimas irredimibles y
de victimarios impunes, nunca una sociedad de ciudadanos que exigimos y
hacemos respetar nuestros derechos y el interés público. Nunca seremos una
democracia real. Seguiremos siendo esta plutocracia cacocrática, al mando de
diestros y astutos gobernantes, que logran hacer prevalecer sus intereses
personales sobre los generales. Lo privado sobre lo público, supuestamente en
nombre de la democracia, incurriendo así en la mayor y más grave corrupción
semántica y política, la corrupción de la vida pública. No vaya a ser que el
próximo domingo se confirme lo que ya circula por las redes sociales, que en
Colombia la gente vota contra la paz y a favor de la corrupción. Sin duda, votando
el próximo domingo SÍ en cada una de las 7 preguntas, no se acabará la
corrupción política, pero empezaremos a ser responsables de que ella no se
perpetúe impunemente y lo público siga siendo un botín usufructuado por unos
pocos y empiece a ser un ámbito defendido por todos y en beneficio de las
mayorías. Al menos habremos dado un primer paso como ciudadanía hacia la
democracia. Tal es el principal significado de la Consulta, por eso hay que votarla
multitudinariamente, contra aquellos que prefieren seguir escuchando el
destemplado trío de Uribe, Gaviria y Pastrana, tan cínicamente profesionales que
son capaces de salir a votarla, pero marcando aquello que más les conviene,
pues el voto es libre y secreto.

Edición 602 – Semana del 24 al 30 de agosto de 2018

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