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MICROHISTORIA
HISTORIA
Durante la ofensiva final hacia el centro del país, Carranza, Obregón y algunos
otros militares, lanzaron amenazas contra la Ciudad de México y sus habitantes.
Algunas semanas después, tras la renuncia de Huerta -15 de julio-, cuando los
constitucionalistas se preparaban a ocupar la ciudad de México, Carranza
expresó: “Todo el país está hecho pedazos y sus pobres habitantes han sufrido lo
indecible con la revuelta, sólo la Ciudad de México nada ha perdido, y sin
embargo, es siempre cuna de todos los cuartelazos y todas las revoluciones; justo
es que pague esta vez sus faltas y la vamos a castigar duramente, igual que a
todos los que ayudaron a Huerta”
Carranza decidió castigar a la capital del país de una manera muy singular,
permitiendo que sus hombres se apropiaran de las casas de los principales
enemigos de la revolución. Obregón se alojó en la mansión de doña Lorenza
Braniff, en el Paseo de la Reforma; el general Pablo González lo hizo en la de
Ignacio de la Torre, yerno de Porfirio Díaz; el general Lucio Blanco ocupó la “casa
de los héroes”, así llamada la mansión de la familia Casasús.
Las casas fueron saqueadas, las cavas rápidamente consumidas, las bibliotecas
desmembradas, los muebles robados. Para los habitantes de la Ciudad de México,
difícil era creer que ese grupo de hombres pudiera restablecer el orden
constitucional si sólo se sometían al mandato de sus ambiciones y su personal
concepto de justicia. Lo que para los propios constitucionalistas parecía legítimo y
justo, para algunos intelectuales de la época, también revolucionarios, era tan sólo
vandalismo y latrocinio.
José Vasconcelos también dejó testimonio de aquellos críticos días que sufrió la
Ciudad de México a manos de los “consusuñalistas” como empezaron a llamar a
los constitucionalistas. Era un hecho que la Ciudad de México sufría del embate
del vandalismo revolucionario.