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Staff
Moderadora
Julie
Traductoras
Correctoras
Sofía Belikov Danita Pame .R.
Anna Karol Jadasa Gesi
Julie
Morgan
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De acuerdo. Tal vez me metí en un lío.
Como si la casa de forma octogonal estuviera de acuerdo con mis
pensamientos, una de las ventanas que luchaba en el tercer piso se rindió en su
batalla con la brisa del océano y se soltó con un crujido ruidoso.
Las tres nos inclinamos hacia la derecha, siguiendo el lento deslizamiento
de la ventana condenada hasta que se soltó, golpeó otra ventana, dejándola
inestable, y finalmente aterrizó en la arena a unos diez metros.
—Permíteme entender todo esto —dijo Sam, bajándose los lentes de sol
por la nariz para observar, por encima de la montura, la casa vieja de playa que,
desde hacía treinta y seis horas, era mía—. Will te dejó quinientos mil dólares y
compraste esto.
—No exactamente —respondí, arrastrando las palabras. Ambas giraron
lentamente la cabeza hacia mí—. Will me dejó una póliza de seguro de vida
secundaria de quinientos mil dólares. Su abogado lo invirtió hasta que estuviera
lista para hacer algo y terminó siendo un poco más de seiscientos.
—Y te compraste esto —repitió Sam, su mirada verde se llenó de
incredulidad.
—Síp. —Claro que parecía un hongo gigante, pero el precio estuvo
bueno.
—¿Para demolerla? —me preguntó.
—Voy a arreglarla —declaré, mi voz mucho más segura que mi certeza.
Esa había sido una de las condiciones de la compra.
La casa se quejó e inclinamos la cabeza hacia la izquierda cuando la
ventana que fue golpeada previamente se dio por vencida ante la gravedad y
cayó por el exterior de tejas grises, aterrizando al lado de su compañera como
una lápida sepulcral sobre la arena.
—Hasta el exterior está abandonando el barco —murmuró Mia desde el
otro lado, cruzando los brazos sobre su pecho. Siendo la única nativa de Outer
Banks, su evaluación hizo que me detuviera. Si alguien conocía algo de casas de
playa, era Mia. Era más que la cuñada de Sam; había crecido a una hora, hacia
el norte, y en ese momento estudiaba arquitectura en la UNC.
—Sobrevivió al último huracán —argumenté en defensa de la casa.
—Y quedó con respirador —murmuró Mia, caminando hacia adelante
para examinar los pilares.
Motivo por el cual costó tan poco.
—No está tan mal. —Mi voz se agudizó un poco. Tal vez lucía
desgastada, más que fea, tenía una forma extraña y parecía a punto de
desmoronarse, pero me aseguraron que la estructura era buena.
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Recibí dos miradas de reojo de mis amigas.
—Está lo suficientemente mal como para que llamaras refuerzos. —Sam
arqueó las cejas—. No es que me esté quejando. Estoy feliz porque justo visitaba
a los padres de Grayson cuando llamaste. Además, han pasado siglos desde la
última vez que te vi.
La culpa me dio justo en el corazón.
—No han pasado siglos. Te vi en tu boda hace dos meses.
—Oh, ¿te refieres a la media hora que estuviste en la fiesta ante de irte de
Las Vegas? Ni siquiera te despediste de Paisley. —Su tono era juguetón, pero
sentí la preocupación por debajo.
—Sí, bueno… —Tomé una bocanada de aire, buscando las palabras que
había evitado durante los últimos veintidós meses. ¿Cómo les explicabas a tus
mejores amigas que por mucho que las amaras, no podías soportar estar con
ellas? ¿Ni su felicidad?—. Quería quedarme, pero… no podía. —Sonaba poco
convincente incluso para mí.
—¿Todavía? —me preguntó con suavidad.
—Todavía.
Sam era la única de nuestro grupo de amigas con la que podía hablar sin
ser noventa y cinco por ciento falsa acerca de cómo me sentía. Tal vez porque
fue mi compañera de cuarto durante un tiempo en la universidad. Quizás
porque no señalaba el calendario y me presionaba a estar sana, linda y lista para
las exigencias sociales. O tal vez porque no me echaba en cara su felicidad. Las
otras… bueno, exudaban felicidad y la dejaban por ahí como escarcha que
nunca podías limpiar.
Y claro, Sam se enamoró de Grayson, uno de nuestros pilotos, mientras
asistía a la academia de aviación del ejército, pero Grayson no quedó atrapado
en lo que vino después.
Siempre fueron Josh y Ember.
Luego Paisley y Jagger.
Sam y Grayson.
Asumí que seríamos Will y yo… hasta que lo mataron en Afganistán.
La chica que fui, la que creía en finales felices, murió con él.
Ni siquiera conocía a la mujer que era ahora: solo sabía que tenía una
casa de playa que arreglar y un título en educación de niños y literatura. El
resto era un contenedor vacío y todo aquello que no se encontrase igual, sentía
dolor.
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—Te extrañan —dijo Sam con suavidad—. Ember. Paisley. Los chicos.
—Ya lo superaré. —La promesa se sentía tan vacía como mi corazón—.
Solo que no en este momento.
—Y hasta entonces, eres de nosotras —dijo Mia con una sonrisa llena de
apoyo.
—Y tal vez el estar aquí te ayudará a sanar a tu propio ritmo y no al de
todo el mundo. —La postura de Sam se suavizó y le dio un apretón a mi brazo
con gentileza—. ¿Por qué no nos enseñas el interior de esta monstruosidad?
—Sí, vamos —concordé, agradecida de que me permitiera salirme con la
mía como siempre.
Subimos por las escaleras que daban desde la base de concreto del
garaje hasta el primer piso de la casa. Todas las casas de por aquí se hallaban
construidas sobre columnas para protegerlas de la marea alta que venía con las
tormentas y mi casa no era la excepción.
Mi casa. Aunque no era realmente mía, ¿no? Era suya. Comprada con un
dinero que nunca quise, de algo que pasé noches rezando para que nunca
sucediera.
—Cuidado con el piso. —Salté el escalón roto a mitad de la escalera.
—Sabes, igual podrías esperar seis meses a que Grayson regrese a casa
del despliegue. Estoy segura de que estaría feliz de darte una mano —sugirió
Sam en lo que atravesábamos el piso destruido que daba a la puerta principal.
—En seis meses, esta cosa podría convertirse en una pila de escombros
en la playa —bromeó Mia mientras se acomodaba los rizos negros en una cola
de caballo. Era diferente a su hermano en casi cada aspecto. Ella pequeña y él
grande; con la piel pálida donde su hermano tenía un bronceado perpetuo, y
ojos grandes y azules mientras que los de Grayson eran más plomizos. ¿Pero su
terquedad? Sí, igual a la de Grayson. Lo bueno era que Sam era incluso más
terca, como para enfrentarlo.
—¡Oh, vamos, ni siquiera han visto el interior! —discutí.
—Me imagino algo muy tipo Los Locos Adams —dijo Mia, arrastrando las
palabras—. Digo: me encanta que aceptaras el trabajo en la Secundaria Cape
Hatteras, pero tal vez debería haber venido y revisado todo esto para ti. O pude
haber enviado a Joey. O a alguien. A cualquiera.
Me detuve con la mano sobre la perilla caliente por el sol. Hacían unos
veintiún grados, algo caluroso para estar a mediados de marzo en Outer Banks.
No era nada en comparación a la intensidad que traería el verano. Por fortuna,
habiendo nacido y crecido en el sur de Alabama, conocía lo que era el calor y la
humedad.
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—Está bien; quizás comprarla cuando lo único que había visto eran
imágenes de un sitio web y el reporte de inspección fue arriesgado, pero solo
esperen. —La puerta se atascó y la forcé con un empujón del hombro antes de
entrar al vestíbulo. Revestimientos envejecidos de madera nos recibieron desde
cada pared mientras las guiaba hacia la sala de estar.
—Demonios —susurró Sam, quedando boquiabierta ante la vista.
—Exactamente. —El ventanal cuya vista daba hacia el Atlántico fue lo
que me convenció de arriesgarme a comprarla.
Atravesamos la alfombra de un verde aguacate que combinaba con las
paredes de la cocina, las encimeras y gabinetes, y abrí la puerta corrediza de
vidrio con un chillido digno de encogerse. —Ignoren esa ventana tapeada. —
Asentí en dirección al lado sur.
—¿Y esa también? —Sam señaló hacia otro segmento de madera
contrachapada.
—Síp. Y cuidado con las tablas que faltan allí.
La brisa salada del océano me erizó los vellos de la nuca y espalda a la
vez que las chicas me seguían por el piso amplio hasta que apoyamos las manos
sobre la baranda de madera astillada. Debajo, la pequeña cerca terminaba con
una puerta que conducía a un camino de madera que atravesaba la duna hacia
una playa desierta a unos metros de distancia.
Las olas colisionaban con una constancia tranquilizadora, en un ritmo
hipnotizaste.
¿Puedes creer que de verdad haya gente que viva aquí? Es un paraíso. Su voz
atravesó mi corazón y mis ojos se cerraron ante el recuerdo dulce y lleno de
dolor. Habían pasado casi dos años desde que estuve en una terraza como esta,
lejos de la costa de Nags Head, con Will.
Ahora era una de las personas que vivía aquí. Le habría encantado.
—De acuerdo, ahora puedo ver porqué la compraste. —La mirada de
Mia viajó hacia el norte y luego al sur—. ¿En qué año la construyeron? ¿En los
cincuentas?
—En el cincuenta y uno —respondí—. ¿Cómo lo supiste?
—No hay más casas más allá de las dunas. Tú y tu vecino son los únicos
en kilómetros. Hatteras tiene una playa protegida y advino que fue construida
justo antes de que al Seashore lo establecieran como parque nacional. Guau. Me
pregunto cómo se escapó de los procesos inminentes de propiedad de esa
época. Esta propiedad tiene que valer millones de dólares, Morgan.
—Quizás, si derribaras la casa; pero hay una cláusula en mi contrato de
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compra que estipula que si la estructura deja de existir o la extiendo más allá de
cierto límite, la propiedad será del gobierno. Mi única opción es arreglarla.
Mia niega con la cabeza. —Con el daño del huracán del año pasado, la
casa debe haberse mezclado con todas las otras propiedades que necesitan
reparación. Tienes mucho trabajo que hacer, pero en serio tuviste mucha suerte
con la compra. La casa tampoco se ve tan mal. Parece terrible, pero en realidad
desvía el viento como una campeona. Probablemente por eso todavía existe.
—Así que, solo serán tú y tu vecino —adivinó Sam—. Por cierto, ¿por
qué no compraste esa? —Asintió hacia la casa del lado. Era un poco más
pequeña, pero lucía en perfectas condiciones.
—Porque no se encontraba a la venta. Además, me gusta esta casa… o
bueno, las posibilidades que tiene. —Tenía casi ochocientos metros cuadrados,
encajaba en mi rango de precio y se sentía como yo: desgastada, golpeada y rota
de formas que necesitaban más que una capa de pintura. Era mi alma gemela.
—Bueno, ya sé qué es lo próximo que voy a revisar. ¡La playa! —Sam se
dirigió hacia la escalera norte en la parte trasera de la cubierta.
La seguimos por el patio arenoso, más allá de la puerta, hacia el camino
de madera que llevaba a las dunas.
—Tendrás que limpiar el resto con una pala —dijo Mia, señalando el
camino cubierto de arena mientras atravesábamos la pequeña colina—. El
viento recoge arena de la playa y la deja aquí. Por eso la duna. Pero protege la
casa.
—Entendido. —Hice una nota mental; bajamos los primeros tres metros
y nos deslizamos por el resto de la duna hasta que llegamos a la playa. Además
de un par de familias repartidas por la costa, parecía desierta—. Es tan
silencioso.
—Justo como nos gusta —señaló Mia con una sonrisa mientras nos
acercábamos al agua—. Estará más movido en un par de semanas: para el
descanso de primavera y el verano, pero una vez que los turistas se vayan, se
verá así.
—Es pacífico —remarcó Sam.
¿Paz? No había sentido nada cercano a esa emoción en el último par de
años. Ni siquiera estaba segura de que existiera en mi realidad. Pero el agua, la
arena y la brisa fría eran tranquilizantes. Eso era suficiente.
La arena se hacía más firme y húmeda a medida que caminábamos; y me
detuve, observando cómo el océano se apresuraba hacia mis pies y los cubría. El
agua se sentía deliciosamente fría y no pasó mucho tiempo antes de que me
hundiera ligeramente, hasta que, eventualmente, la arena me cubrió los pies. 12
Jackson
dolerle—. Mis amigas regresarán en cualquier momento, así que no hay razón
para que te preocupes.
Guau. Sí, ese acento era más profundo que cualquiera que los nativos
hablaran por aquí, y el doble de sexy que el de la chica irlandesa que alquiló la
casa al lado de Sawyer el verano pasado.
—¿Preocuparme? No sé si lo notaste, pero como que estás atrapada en tu
escalera.
—No ha escapado de mi atención. —Mantuvo la sonrisa terca.
—¿Qué tanto te duele? ¿En la escala del uno al diez?
Tal vez fue porque suavicé el tono o la adrenalina ya desaparecía, pero
suspiró y dejó caer la fachada junto con sus hombros.
—¿Cinco? Un poco raspada, creo, pero sobre todo mortificada. Estoy
segura de que puedo salirme de esto… —Trató de empujar los antebrazos, y me
encogí—. O no.
—Con cuidado, te despellejaste las costillas.
—Parece que sí. La mayor parte del dolor lo siento allí, en mis caderas…
y en mi dignidad. Pero como que no puedo respirar bien.
—Estás bastante apretada, Kitty. —El apodo se deslizó por mi lengua
antes de que pudiera detenerlo.
Gimió, dejando caer la barbilla sobre el pecho, e incluso las puntas de sus
orejas se sonrojaron. —De todas las cosas que podría estar usando. Esto está a la
altura de aquella vez que la falda de porrista se me atoró en los calzoncillos —
susurró.
—¿Calzonc... qué? —susurré y reí para que Finley no me escuchara.
Levantó la cabeza, y puso los ojos en blanco. —Calzoncillos. Son… ya
sabes… bombachos. Van debajo de las faldas de las porristas. Realmente
desearía traerlos puestos ahora mismo, si te soy sincera.
Y ahora que tenía esa imagen en mi cabeza…
—Vale, hay que sacarte de este aprieto. —Escaneé el rellano, estudiando
los otros tablones que parecían listos para desplomarse si ponía algo de peso
sobre ellos—. No tengo el ángulo correcto para alzarte, y si rompemos los
tablones, corremos el riesgo de hacerte más daño. Tenemos que levantarte.
¿Estás bien con eso?
Presionó los labios llenos en una línea recta y asintió.
—Hagámoslo. —Le di lo que esperaba fuera una sonrisa tranquilizadora,
después bajé los escalones y me metí debajo del rellano, haciendo lo mejor
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posible para ignorar su parte baja, que se encontraba mayormente desnuda y
colgando frente a mi rostro. Lo más probable es que estuviera involucrada con
quienquiera que condujera la camioneta estacionada junto al antiguo cobertizo
para botes. Prácticamente gritaba macho alfa, por el tamaño de los neumáticos
hasta la rejilla de luz. Se necesita de uno para reconocer a otro.
No que importara. Cualquiera que viviera al lado o conociera a Finley se
encontraba fuera de la mesa de rollo de una noche, que fue todo de lo que era
capaz.
Fin tropezó con mis pies, y la agarré de la cintura antes de que se
golpeara la cabeza contra el pilar del soporte.
—Fin, cariño. ¿Por qué no me das un poco de espacio? No quiero
aplastarte los dedos de los pies.
Asintió, luego se escabulló debajo de mis pies y se retiró hacia las sillas
del patio que se alineaban en nuestra sección de la cerca, ansiosa por ver el
espectáculo.
Evalué el ancho del espacio que tenía entre las costillas y la madera
circundante, y maldije mentalmente. Era como una clavija curva en un agujero
cuadrado.
—De acuerdo, debes haberte caído de cierta manera. Tendremos que
maniobrar un poco para pasarte. De lo contrario, quedarás colgando del… —
culo, terminé mentalmente. No es que no fuera espectacular, pero en esta
situación, definitivamente no le ayudaba.
—¿Trasero? —sugirió.
—Exactamente.
—Puede que necesite que me des un pequeño empujón… ahí. No tengo
ningún apalancamiento.
¿Puedo tomar prestada una taza de azúcar?
¿Tienes madera contrachapada para cubrir las ventanas?
Vamos a salir de la ciudad por el fin de semana, ¿podrías regar las plantas?
En los casi cinco años que llevaba siendo dueño de mi casa, esas eran la
clase de cosas que los Hatcher me pedían. Nunca hubo una discusión acerca de
“¿podrías empujarme el trasero en el ángulo correcto para que pueda salir del
rellano de madera en el que estoy atrapada?”. Jamás.
Parecía que me encontraba a punto de cruzar todos los límites de vecinos
en los primeros cinco minutos de conocer a esta mujer.
Salí de debajo del rellano y encontré su mirada. —Hola —repetí mi línea
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anterior.
—Hola —hizo eco, pero con el fantasma de una sonrisa.
—Soy Jackson Montgomery. Pensé que debería presentarme primero. —
No era como si me hubiera presentado a todas las personas a las que salvaba.
No era sociable. Ese era el trabajo de Garrett—. Mis amigos me llaman Jax.
—Morgan Bartley. Un placer conocerte.
Morgan. Perfecto. Como mi ron favorito, el cual tenía mucho en común
con el color de sus ojos. Ojos con los que no te involucrarás, ¿recuerdas?
—Excelente. Ahora no tengo que seguir llamándote Kitty.
—Como que me está empezando a gustar, dada la situación y todo. —Se
rió con suavidad—. Hay un montón de cosas peores que podría haber estado
usando, de seguro.
Mierda. No solo era hermosa: también me caía bien. No mucha gente que
conocía podía mantener el sentido del humor en este tipo de situación.
—Entonces, de acuerdo, Kitty, aquí vamos. —Me metí de nuevo debajo
del rellano. Mierda, se encontraba llena de moretones y raspaduras desde las
costillas a la cadera y las piernas. Solo su cintura y pantorrillas salieron ilesas—.
¿Lista?
—Pienso que ahora es tan buen momento como cualquier otro —dijo.
Sin contemplaciones, agarré su cintura y la levanté.
—Uf. —El sonido escapó cuando sus costillas se liberaron de la barrera
del rellano.
—¿Mejor? —La posé sobre mi hombro izquierdo, cuidando de mantener
el antebrazo asegurado sobre la parte superior de sus piernas para evitar rozar
sus costados maltratados.
—Un poco —respondió—. Ahora puedo respirar mejor. Gracias.
Viendo el nuevo espacio entre su cintura y los tablones, estiré la mano
derecha y jalé con suavidad la tela del vestido veraniego, bajándolo en secciones
para darle tanta modestia como pudiera ofrecerle.
—Gracias —repitió, más suave en esta ocasión.
—Tómate un segundo para recobrar el aliento, y luego te levantáremos
por completo. —Mi cabeza se giró ante el sonido de neumáticos en el camino de
grava. Un auto pequeño se estacionó entre la camioneta gigante y el contenedor
movible, y dos mujeres se bajaron. Una pálida, sosteniendo una gran caja de
pizza, y la otra con tez morena y lo que parecía ser una botella de tequila,
ambas con los ojos abiertos y la mandíbula floja.
—Oh. Dios. Mío. 23
—¡Morgan!
Se apresuraron hacia los escalones.
—¡Oigan, esperen! —grité entre las tablillas de la escalera, haciendo que
se detuvieran de golpe—. No sé cuánto peso pueda mantener ese rellano.
Dos cabezas se asomaron por la base de la escalera y asentí hacia ellas.
—Hola.
—¿Señor Carolina? —preguntó la pequeña, con la boca abierta.
¿Señor qué?
—Eh. No según la última vez que lo comprobé. Pero bueno, no participo
de los circuitos de los concursos de belleza —respondí. La que llevaba el tequila
se acercó para ver mis manos firmemente presionadas contra la parte superior
de los muslos de Morgan, una encima y otra debajo del vestido—. Te daría la
mano, pero como puedes ver, las mías están llenas por el momento.
—Bien, entonces —dijo sin un rastro de acento sureño—. Morgan, ¿estás
herida?
—Un poco apaleada, pero nada de qué preocuparse —respondió,
moviéndose un poco en mi hombro. Pesaba casi nada—. Bueno, ella es Finley, y
Jackson aquí es mi vecino de al lado. ¿Qué te parece la suerte?
—Jax —ofrecí.
Fin las saludó con la mano, y la amiga de Morgan regresó el gesto antes
de retornar la mirada hacia mí.
—Bueno, Jax, qué incómodo, digo, asombroso conocerte. Soy Sam, y ella
es mi cuñada, Mia. Y la chica que tienes posada en el hombro es una de mis
mejores amigas, así que, ¿qué puedo hacer para ayudar?
—Un gusto conocerlas también —le dije a las chicas—. Sería genial si
pudieran darle una mano a Morgan. El resto de las escaleras parecen sólidas,
pero el rellano es inestable. Si pudieran subir los escalones traseros y bajar hasta
el último escalón antes del rellano, sería increíble. Ve si pueden poner las manos
debajo de sus brazos para ayudarla a subir hacia las escaleras mientras la
levanto. Si pueden evitarlo, no dejen que ponga el peso en el rellano.
—Hecho. ¡Mia! —llamó a la otra chica, y se fueron en un borrón.
—¿Estás bien ahí arriba, Morgan? —le pregunté. ¿Qué tipo de perfume
usaba? Seguro olía divino. ¿Vainilla y fresas?
—Yo debería preguntarte eso, considerando que soy yo la que está
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sentada sobre ti.
Casi me reí. —No te preocupes por mí. Estoy bien. —Le guiñé un ojo a
Finley, quien se rio detrás de su mano.
—¿No vas a estar muy cansado para sacarme? —preguntó Morgan, la
preocupación saturando su voz y aumentando el número de sílabas en la última
palabra. Mierda, la mujer podría leer la guía telefónica con ese acento, y
quedaría obsesionado.
—Créeme, podría sostenerte todo el día. No voy a dejarte caer.
Sentí que su postura cedió suavemente. Bien, se relajó un poco.
—Entonces, compraste la casa, ¿eh? —pregunté, tratando de llenar el
silencio hasta que las chicas pudieran acercarse a Morgan.
—Sí. Tal vez debería haberla visto primero. —Su voz descendió, casi
ininteligible con la madera amortiguando el sonido entre nosotros.
—¿No la viste antes? —¿De verdad?
—¡Vi fotos! —respondió—. Y el informe de inspección y por los mapas
de Google. Es solo que no la visité… hasta hoy.
Mierda. ¿La compró a ciegas? La casa en sí era estructuralmente sólida,
pero, maldición, necesitaba algo de mantenimiento. Nadie la tocó desde que los
Hatcher la compraron en los setenta.
—¿Y es lo que esperabas?
Se tensó.
—¿Morgan?
—No es que no quisiera arreglar algo. Quería. Quiero. Quiero mirar algo
y decir “yo lo hice”. —Su suspiro fue lo suficientemente fuerte como para
sentirlo en el pecho—. Simplemente resulta que hay mucho más por arreglar de
lo que pensé en un comienzo.
—¿Tu esposo es hábil con las manos? —Había aprendido que siempre es
más seguro asumir que una mujer se encontraba en una relación a lo contrario.
Además, con su piel suave y desnuda bajo mis dedos, sería útil saber si estaba a
punto de recibir un puñetazo en la cara por una pareja sobreprotectora.
Sus muslos se convirtieron en piedra.
—No estoy casada, ni involucrada, ni buscando estarlo —escupió cada
palabra.
Maldición, acababa de ser rechazado por una chica con la que ni siquiera
había coqueteado. Esa era una primera vez. 25
Morgan 31
—Dímelo directamente —le dije al cuarto contratista que Joey trajo para
que revisara mi propiedad en los últimos dos días. Al menos este tipo parecía
más cerca de nuestra edad y no me miraba como si hubiera perdido la cabeza o
sugiriera un desmontaje completo.
Se rascó la barba bien recortada y miró a la casa desde donde estábamos
en el camino de entrada. —Bueno, ¿cuánto dinero tiene?
—Vamos, Steve —espetó Joey, cruzando los brazos sobre su pecho. La
hermana mayor de Grayson había cortado sus trenzas oscuras en los años desde
que la vi, pero no la podía confundir con una chica linda cuando arqueaba la
ceja.
—No seas así, Joey. Me pediste mi opinión y te la estoy dando. Esa casa
es un desastre. Necesitas una nueva plataforma en ambos niveles… diablos, me
sorprende que continúe en pie, sinceramente… nuevos revestimientos, nuevas
escaleras.
Excluí lo de la caída en el descansillo.
—Bien, pero ¿estructuralmente? —presioné, esperando que el inspector
dijera la verdad en el informe que había visto antes de cerrar.
—En eso tuvo suerte. Los cimientos alrededor del cobertizo para botes y
los pilares son sólidos, pero necesitan mejor drenaje e impermeabilización. Las
vigas están bien, la forma es genial para desviar el viento, pero le vendría bien
una dosis de impermeabilización. Me sorprende que haya sobrevivido a este
último, y que no recibiera ningún daño. Definitivamente necesita un nuevo
techo, y esa veleta parece que va a romperse en cualquier momento. —Señaló la
pesada flecha de latón que giraba en círculos en mi techo cuando el viento
cambiaba de rumbo.
—Se queda —contesté—. Reinstálala o lo que sea, pero me gusta. —Las
flechas debían ser significativas, ¿verdad? Que se muevan hacia atrás para que
se liberen más lejos y más rápido, o algo así. Además, en caso de que hubieran
sobrevivido a las tormentas tanto tiempo, ¿quién era yo para sacarlas?
Suspiró. —Señorita Bartley, la veleta es el menor de sus problemas. Su
sistema eléctrico necesita ser completamente revisado. No sé quién pensó que
era una gran idea poner un panel secundario en un dormitorio que se construyó 38
literalmente para inundarse.
Y sigue mejorando. Por gracia, la casa era tan desordenada como yo.
Una larga sombra apareció paralela a la mía, y supe por la apariencia
física que Jackson era su dueño. Deseaba sentir molestias o un poco de ese
temperamento que se encendió cuando insinuó que no podía arreglar mi propia
maldita casa, pero no llegó. Solo una rápida aceleración de mi pulso y una rara
sensación de alivio.
Solo porque ya te ha sacado de la mierda una vez.
Y no olvides que también ha visto tu ropa interior.
Hice una mueca mentalmente por millonésima vez.
Se acercó lo suficiente como para casi rozarme el hombro, metiendo sus
pulgares en los bolsillos mientras Steve hacía una pausa en su lista de todo lo
que estaba mal en mi casa.
—Jackson, ¿cómo te va? —Steve sonrió, y los dos extendieron el brazo
para darse la mano.
—Va —respondió Jackson—. No te detengas por mí. Me muero por saber
lo que piensas. ¿Si eso está bien? —me preguntó—. Steve hizo las cosas de la
renovación en mi casa hace unos años.
Lo miré y asentí. Se sometería al ruido de la remodelación, por lo que
parecía bastante justo.
—Mierda, la mayor parte de eso lo hiciste tú mismo —respondió con un
movimiento de cabeza—. Ahora, señorita Bartley, esa lista ni siquiera toca cosas
cosméticas como la cocina o el piso. Solo hablamos de lo que la casa necesita
para sobrevivir la próxima década. Siempre me ha encantado esta casa, y quiero
que se mantenga en pie, así que cuando le pregunto cuánto dinero tiene no es
porque esté buscando inflar su factura. Es porque habrá un precio base muy
alto, y luego va a tener que decidir qué mejoras necesita en comparación con lo
que quiere y lo que está dispuesta a pagar.
—Definitivamente quiero todo lo que recomendaría estructuralmente. —
El resto lo rascaría, limpiaría y lo lijaría para suavizarlo por mi cuenta. Si me
tomaba años y cada centavo que tenía, que así sea. Habría una cosa en mi vida
que sería perfecta. Que nadie podría quitarme.
—¿Qué hay de la protección contra huracanes? —preguntó Jackson.
—Quiero oír hablar de eso. —Me hallaba acostumbrada a los tornados en
Alabama, pero los huracanes eran un juego de pelota totalmente diferente en la
costa.
Steve asintió. —Claro, si quiere hacer todo lo posible, definitivamente le
vendría bien algún refuerzo. —Estudió la casa en silencio por un momento, sus 39
ojos se movieron sobre la estructura—. A lo mejor necesitaríamos ascensores,
pero podríamos colocar un soporte de acero junto al que tiene atravesando la
casa, pero más profundo, y cambiar las posiciones de los anclajes en el techo
cuando coloquemos el nuevo para que sea estructuralmente como los de una
nueva construcción, a prueba de huracanes, pero seguiría estando dentro de los
límites legales para la remodelación. Quiero decir, ya tiene esas bonitas líneas
facetadas en el lado del océano, que es probablemente la razón por la que ha
aguantado tanto tiempo. Pero está ahondando en el costo de nuevo.
—Y el tiempo, supongo —dije con un pequeño suspiro.
—Esa parte no es tan mala. Quizá tengamos los soportes y el techo en
unas dos semanas, y tenemos una vacante si quiere empezar...
—Y, ¿puedes darle un par de estimaciones diferentes? —interrumpió
Jackson.
Le disparé una mirada por el rabillo del ojo. Escuchar era una cosa, pero
esta no era una situación en la que necesitara o quisiera ser rescatada.
—¿Qué? —Jackson se encogió de hombros—. ¿No quieres saber el coste
de lo que tienen que hacer los profesionales frente a lo que puedes hacer tú, frente
a lo que te gustaría que hicieran los expertos? —Esos ojos suyos me atravesaron
de una manera que fue más que un poco inquietante y me dejaron sintiéndome
expuesta, como si siguiera ahí en ropa interior.
—Claro, pero puedo lidiar con mi propio contratista —dije con una dulce
sonrisa—. Y si se me ocurre contratar a Barnum & Bailey para que construyan mi
nuevo tejado en forma de carpa de circo, puedo hacerlo.
—Eso sería increíble. No solo por la resistencia al viento, sino por el puro
efecto visual. —Sonrió, socavando toda mi intención, porque no pude evitar
poner los ojos en blanco.
El hombre tenía un efecto condenado en mí.
—Dulce Señor, Jackson, vete. Me estás distrayendo… a Steve. Estás
distrayendo a Steve. —Qué bien cubierto. No.
—Concéntrate más, Kitty —susurró con un encogimiento de hombros y
un guiño. Luego saludó a Finley, quien con entusiasmo devolvió el gesto en
tanto jugaba en su porche.
Esperen. Mierda. ¿Coqueteaba conmigo? No podía coquetear conmigo. No
me hallaba disponible para coquetear, o reír o… nada. ¿Había correspondido el
coqueteo?
La culpa me agarró por la garganta y me apretó.
Acababa de conocer este hombre desde hacía unos pocos días. 40
prueba de que podía hacerlo. Estaría bien cuando Sam se fuera en unos días.
Podría reparar esta casa. Repararme a mí misma.
Jackson y Finley bajaron las escaleras de su casa con gritos de guerra, y
levanté la mirada a tiempo para ver a Finley golpear a Jackson en el pecho con
un spray de su enorme pistola de agua.
—¡Ja! ¡Te tengo! —gritó.
Cayó de rodillas en la arena, exagerando su muerte por un momento
antes de rociar sus piernas cuando ella se acercó para un segundo disparo.
Ella gritó, corriendo a través del patio trasero, y él rápidamente siguió
sobre la duna hasta la playa.
Sonreí al ver lo felices que eran. Era tan simple como eso. Sam tenía
razón; aquí no había expectativas sobre el tiempo que me llevara recuperarme.
Aquí podía tener un momento para extrañar a Will como a una extremidad, y
aún sonreír un poco más tarde. Nadie juzgaba.
Aquí podía arreglar mi escalera... Un segundo.
La tabla no se movió esos centímetros cuando moví mis pies como esta
mañana. Miré más de cerca y vi que había algunos tornillos junto a los clavos
incrustados. Tornillos que sabía que no usé, porque no tenía taladro. Todavía.
Tal vez Joey afianzó mi obra mientras yo iba a ver a la doctora Circe.
Tendría sentido, ya que ella sabía mucho más de construcción que yo.
Subí a la cubierta y miré hacia la playa, pasando por las sombras que se
arrastraban hacia el océano por el sol de la tarde.
Conforme Finley corría hacia el agua, Jackson la seguía, agarrándola por
la cintura y girándola lo suficiente como para que sus deditos rozaran el agua.
Escuché su risa y sentí el eco en mi pecho, en algún lugar cerca de donde solía
pensar que estaba mi corazón. Quería ser así de feliz, encontrar alegría en…
algo.
Él se dio vuelta en mi dirección, y supe que era imposible, la distancia
era demasiado grande, pero podría jurar que nuestros ojos se mantuvieron fijos
por un momento.
Y tan segura como estaba de que atraparía a Finley cuando la lanzara al
aire, supe que fue quien aseguró la tabla de madera.
Pero no me hizo sentir infantilizada o como si me hubiera faltado al
respeto.
Oh, no, fue peor que eso.
Me hizo sentir protegida, y eso me asustó mucho. Pero esa chispita de
anhelo que sentí al ver a Jackson y Finley jugar en el océano... Eso fue aterrador.
42
—Tal vez me hace una perra, pero me alegro de que todos se fueran ayer.
—Sam me dio una taza de café y se sentó frente a mí al día siguiente, estirando
las piernas delante de sí en la cubierta calentada por el sol.
—Gracias —dije, y tomé un sorbo—. Yo también. O sea, me alegro de
que hayan venido, y lo agradezco, pero me he acostumbrado a la tranquilidad.
—Una vez que Sam se mudó, no acepté ningún otro compañero de piso. Llegué
a desear las horas de silencio que tenía en casa.
—¿Quieres que me vaya? Por supuesto que puedo —me ofreció Sam.
—No, por favor quédate. Es diferente estar cerca de ti. —El viento agitó
las páginas del cuaderno en espiral a mi lado.
—Puedo quedarme más tiempo, sabes. —Levantó su cara hacia el sol—.
Si necesitas a alguien, estoy aquí. No empiezo la escuela de posgrado hasta el
otoño, y no es como si Grayson me estuviera esperando en casa en Colorado.
Me estremecí. Llevaba dos meses en su primer despliegue. Will no había
sobrevivido a sus primeras dos semanas. —¿Cómo lo llevas todo tan bien?
Cerró los ojos. —No lo llevo. Lo extraño mucho, y no hay un segundo en
el que no esté cagada de miedo. Supongo que lo oculto bien. Mocosa militar y
todo eso.
Eliminé la distancia entre nosotras y tomé su mano. —Eres la mujer más
fuerte que conozco, Sam.
—Mírate al espejo alguna vez. —Me miró de esa manera tan suya,
forzándome a aceptar sus palabras como verdad, pero me sentía cualquier cosa
menos fuerte—. Vas a volver a ser feliz. Tal vez no hoy, o mañana, pero un día.
Lo sabes, ¿verdad?
No mencioné a la doctora Circe. Su oferta era ridícula... ¿verdad? Pero ¿y
si no lo era? ¿Y si hubiera una posibilidad real de que no tuviera que sentirme
así el resto de mi vida?
Pero viendo cómo corría mi suerte, probablemente era del treinta por
ciento.
—Tal vez soy una de esas personas que no llegan a ser felices. Tal vez mi
oportunidad de ser feliz murió con Will.
—No creo eso —susurró.
—La gente feliz nunca lo cree.
43
Jackson
—Hola, Jax, Connor está buscando la pelota de vóley —me dijo Cassidy
moviendo su cabello rubio sobre su hombro—. Oh, hola, Brie.
Brie le dio un medio saludo desde donde se encontraba parada, apoyada 45
contra la encimera de mi cocina. Tan parecida a Claire. Y aun así no podrían ser
más diferentes. Se llevaban muy poca diferencia de edad, Claire era mayor por
once meses; pero Brie siempre actuaba como la hermana mayor.
—Está en el garaje, en el segundo estante, en el lado derecho. Y dile a tu
esposo que la cerveza sin alcohol está aquí, sé que se encuentra de guarida esta
noche —le dije a Cassidy antes de verter la bolsa de hielo en la hielera. La ola de
calor hizo que las temperaturas del fin de semana se acercaran a los veintisiete
grados, lo cual significaba que era tiempo para la primera barbacoa dominical
de la temporada.
—Hombre, es extraño estar aquí sin Finley —dijo Brie, balanceando una
bolsa de toallas de playa sobre su hombro.
—Sí, pero es el fin de semana de tu mamá, y sé que ambas viven por ello.
—Finley adoraba a su abuela. Diablos, los dos la adorábamos. Vivian llenó los
grandes zapatos vacíos dejados no solo por Claire, sino también por los otros
tres abuelos que mi hija perdió.
—¿Cómo van las cosas con la nueva niñera?
—Hasta ahora, todo bien. Sé que a tu mamá no le gustó mucho que Fin
pasara mucho tiempo con una extraña…
—Mira, Jax, tu trabajo es impredecible. Nunca sabes si recibirás una
llamada o si un turno se retrasará. No tienes control sobre lo que pasa allá
afuera. —Hizo un gesto hacia el océano—. Mamá no cuida de su diabetes como
debería y está envejeciendo. No es apta para cuidarla a altas horas de la noche.
Hiciste completamente lo correcto al contratar a Sarah.
Cerré la tapa de la hielera. —¿Sigue molesta?
Hizo una mueca. —Bueno, no dejó tranquila a Claire por unos buenos
veinte minutos esta mañana.
Se me encogió el estómago. —¿Claire se encuentra aquí?
—¡Oh, no! —Sus cejas se alzaron—. Por teléfono, digo. Aún hablan todos
los sábados.
Flexioné la mandíbula, y me tragué cada comentario que me vino a la
mente, como cuán ridículo era que hablara con su mamá cada semana cuando
no se molestó en llamar a Finley en los últimos dos meses. —¿Cómo está? —Me
las arreglé para preguntar.
No era culpa de Brie que Claire fuera… bueno, Claire.
—Bien. Sigue en Los Ángeles, esperando a ver si el piloto que grabó es
escogido.
—Piloto. Claro. —¿Cuántos eran hasta ahora? 46
63
5
Te conozco. Siempre has sido buena en mantenerte fuerte.
Sé que recogerás todas las piezas.
Morgan
79
6
Traducido por Julie & Gesi
Corregido por Danita
Jackson
—¡Buenas noches, papá! —exclamó Fin por sexta vez desde que le di el
beso de buenas noches hace dos minutos.
—Buenas noches, Fin. —Le soplé un beso pero le mostré la mirada de 80
“no estoy bromeando”.
Ella se rió en consecuencia. Apagué su luz y cerré la puerta sin protestas,
así que lo declaré una victoria.
Con Fin acostada, mi mente empezó a dar vueltas mientras bajaba las
escaleras, dándome todas las razones para no hacerlo, diciéndome una y otra
vez que no violara la privacidad de Morgan, recordándome que no me había
dado detalles por una razón.
Cogí una botella de agua de la nevera.
Ahora, si solo tuviera espuma. Y alcohol. Y cerveza. Pero me encontraba
de guardia, así que sería agua.
El clima había cambiado, lo que significaba que existía una buena
posibilidad de que me llamaran de todos modos. Con suerte, Morgan habría
logrado llegar a donde se estuviera quedando, pero no podía enviarle un
mensaje de texto ni nada. Eso habría requerido tener su número de teléfono.
Tener su número de teléfono lo convertiría en algo más que una
preocupación vecinal, no es que no le habría dado el mío si ella no hubiera
cerrado la puerta, alejándose corriendo.
Agarré mi iPad de camino al sofá, apenas mirando las gotas de lluvia que
golpeaban mi cubierta, y ya tenía el navegador abierto antes de que mi
conciencia pudiera vencerme.
Tenía que saberlo.
Al momento en que el sol brilló en las alas plateadas clavadas en la visera
del camión, tuve una sensación de malestar en el estómago.
Básicamente, había tenido náuseas durante las últimas cinco horas.
Toqué el navegador y mi teclado apareció en la pantalla. No lo hagas.
Debería esperar a que me lo dijera. Debería ser ese hombre bueno y
paciente que ella pensaba que era, capaz de sentarse tranquilamente mientras se
curaba lo suficiente como para contarme lo que le había pasado.
Pero ya le había advertido que era un imbécil egoísta y descuidado... y el
imbécil que había en mí quería saberlo. No se encontraba dispuesto a esperar.
Carter, William D. Ejército de los Estados Unidos.
Escribí el nombre que leí en la matrícula y en las placas de identificación
que colgaban del espejo retrovisor y maldije los resultados.
Un tipo de veintitantos años con pelo castaño ondulado y ojos marrones
apareció en mi pantalla en una serie de fotos sobre una lista de enlaces. Pasé por
81
alto la foto de él en uniforme e hice clic en la que sonreía. Me llevó a un perfil
de redes sociales.
La foto de la portada me detuvo en seco. Era una foto de grupo tomada
en un baile militar, con cuatro tenientes vestidos de azul y sus citas. En lugar de
una de esas fotos formales, era una foto sincera, con todos riendo, sonriendo, o
en el caso de la pareja rubia, besándose. Inmediatamente reconocí a Sam, la
chica que había ayudado a Morgan a mudarse, de pie cerca del centro con uno
de los tenientes.
A su lado se encontraba el tipo cuya etiqueta decía “Carter”.
Y ahí estaba Morgan.
Se hallaba en medio de una carcajada con un vestido infernal, su nariz
arrugada y su cabeza inclinada ligeramente hacia Carter. Tan hermosa, alegre,
sin ninguna de las sombras que la atormentaban en sus ojos. El brazo de él le
rodeaba la cintura, acercándola, y sus ojos se fijaban en los de ella con una
mirada llena de tanta admiración que casi sentí como si me estuviera
entrometiendo en algo.
Te entrometes, idiota.
Pero... miré más de cerca. No había alas en ninguno de los tenientes. Recé
para que las alas del camión fueran solo una coincidencia. Cualquier tipo de
coincidencia. Noté que la foto fue tomada hace dos años en diciembre y la
minimicé.
—Solo miraré unas pocas más —murmuré, como si fuera cualquier tipo
de excusa para lo que hacía.
Hice clic en las fotos destacadas, y la primera apareció en pantalla
completa. Era el mismo camión, cubierto de barro en medio del campo, y
apoyada en él estaba Morgan. Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, el borde de
una gorra de béisbol granate cubriendo su cara, pero reconocería esas piernas
en cualquier parte.
La siguiente fue una toma de Will usando la misma gorra.
La siguiente... mierda. Era Morgan, con el pelo recogido sobre un hombro,
prendiendo un juego de alas plateadas brillantes en el pecho del chico mientras
éste estaba de pie con su traje azul, mirando estoicamente hacia adelante.
Joder. Esas tenían que ser las mismas alas en la visera de la camioneta.
Pasando mis manos por el pelo, dejé escapar un profundo suspiro. Luego
cerré la página de redes sociales sin mirar ninguno de sus estados y volví a la
búsqueda, haciendo clic en la historia de la noticia listada en segundo lugar.
93
7
No tengas miedo de volver a arriesgarte, ¿de acuerdo?
Morgan
Oh Dios.
No había tiempo. 94
—Eso suena un poco duro —le dijo Sam a la doctora Circe mientras se
sentaba en el sillón junto al mío cuatro días después.
—No se trata de ser dura —respondió la doctora Circe con voz suave—.
Se trata de que tanto Morgan como yo seamos conscientes de cómo la muerte
de Will la ha cambiado. Te ha elegido como su persona de apoyo en este
proceso, y sé que tiene una inmensa confianza en ti. No serás dura.
La mirada de Sam se dirigió hacia mí.
—Adelante —la animé.
100
Sam tragó y miró a la doctora Circe. —Antes de que ocurriera, Morgan
no tenía miedo. Dominaba cada habitación en la que entraba y nunca dudaba
en hacerle saber a nadie lo que pensaba. Tenía una sonrisa que iluminaba la
mitad del estado, y ella... salía más, supongo que se podría decir eso.
Me echó un vistazo y yo asentí.
—Era una especie de mariposa social, y era feliz. No todo el tiempo, por
supuesto... nadie es feliz todo el tiempo. Ella y Will tuvieron algunas peleas
legendarias, y su temperamento era rápido, pero cualquier emoción que sintiera
estaba ahí para que el mundo la viera. Siempre fue valiente. —Se volvió hacia
mí—. Siempre envidié eso de ti. Nunca tuviste miedo de hablar y luchar por lo
que querías. Nunca huiste de las cosas difíciles como yo lo hice.
Me costó toda la energía que pude reunir sostener su mirada mientras
trataba de recordar a la chica que describió.
—¿Y ahora? —preguntó la doctora Circe.
—Estás callada —me dijo Sam, como si fuéramos solo nosotras dos y no
estuviéramos en mi tercera sesión de terapia para sanar el duelo complicado—.
Escondes tus emociones, y no sé si es porque eres increíblemente fuerte o tienes
miedo de que la gente que te quiere no pueda soportar lo que hay dentro.
Me concentré en mis manos juntas que descansaban en mi regazo.
—Está evitando al resto de nuestros amigos, lo cual es algo que nunca
hubiera hecho antes de que Will muriera, y desearía que no sintiera que tiene
que hacerlo. Se ha retraído tanto que le faltan unos cuantos gatos para ser un
cliché, y no se abre a la más mínima posibilidad de volver a ser feliz algún día.
Porque no es posible. Me guardé el pensamiento para mí misma.
—Pero sobre todo, está triste. Tan condenadamente triste. Esa luz que
siempre ha tenido dentro sigue ahí. La veo parpadear de vez en cuando, pero es
casi como si la tuviera enterrada, y solo quiero ayudarla a recuperarla. —Se
estiró y me cogió la mano.
—Lo hará —prometió la doctora antes de cambiar de tema, detallando lo
que traerían las semanas restantes de terapia. No había hecho las paces con el
hecho de que iba a tener que hablar a fondo sobre la muerte de Will la semana
que viene, pero sabía que tenía que intentarlo. Tenía que vencer el instinto de
retraimiento y encontrar cualquier chispa de luz en mí que aún viviera.
Estábamos a punto de terminar por hoy cuando Sam levantó el dedo.
—Una cosa —le dijo a la doctora Circe y se movió para enfrentarme—.
Necesito que sepas que sigues siendo tú. Las cosas que te hacen increíble no han
cambiado, Morgan. Sigues siendo muy valiente, y si no lo sientes, mira lo que
estás haciendo ahora. Esto requiere un coraje increíble. Mira cómo salvaste a
Finley el otro día. Sigues siendo la amiga que antepone a los demás... 101
—¿Como, por ejemplo, hacer que te quedes aquí las próximas trece
semanas mientras yo trato de arreglar mis cosas? —me burlé con una voz
aguada.
—Basta. Me acogiste cuando no tenía ningún otro sitio al que ir. Nunca
me juzgaste por mis elecciones, y aún no lo haces. Tu dolor por Will es tan
profundo como tu amor, y eso no es algo de lo que avergonzarse. Estoy tan
orgullosa de ser tu amiga.
Me jaló contra ella en un incómodo abrazo por encima del brazo de la
silla, y sentí que se me escapaban dos lágrimas. Puede que estuviera orgullosa
de mí ahora, pero sabía que lo peor estaba por venir. Había evitado lo peor del
dolor durante los últimos dos años, y eso tenía un precio.
8
Apóyate en nuestros amigos, Morgan. Dios sabe que has dejado que se
apoyen en ti.
Morgan
—Entonces, ¿dónde estamos? —le pregunté a Steve, dándole una taza de 102
café mientras él permanecía de pie junto a la encimera de mi cocina. Las dos
semanas y media más largas de la historia, pero estábamos de vuelta en mi casa.
—Gracias. —Tomó un sorbo y luego hojeó su carpeta—. Bien, los nuevos
pilotes de hormigón están en su sitio para la cubierta, y los de soporte para los
cimientos están perfectamente colocados, soltamos los estabilizadores, y tu casa
sigue en pie, lo cual es bueno puesto que te mudaste hace tres días.
—Considerando que me dijiste que había muchas posibilidades de que
tuviéramos un problema importante durante ese proceso, lo considero una
victoria. —Levanté mi taza y él sonrió.
—Yo también. Tu cabeza se ve mucho mejor, por cierto. —Hizo un gesto
hacia donde mis cortes eran solo pequeñas líneas rosas en mi frente—. No
puedo decirte cuánto lo siento.
—Basta. Me lo has dicho al menos dos veces al día desde que ocurrió. No
fue tu culpa.
—Aun así. Crecí con Claire, y solo pensar en lo que podría haber
pasado... —Sacudió la cabeza.
—¿Creciste con la madre de Fin?
—Sí. —Sonrió—. No había ningún chico en la escuela que no estuviera
medio enamorado de ella, y supongo que eso no cambió en la universidad,
viendo cómo Jax sigue esperando que vuelva. El chico no ha tenido una relación
seria desde que ella se fue. De todas formas, siento mucho que haya pasado.
Aparentemente, compartir en exceso era un mal hábito en todos los
pueblos del sur.
—Estoy triste porque la veleta se ha roto. Es una pena perder algo que ha
estado en la casa tanto tiempo.
—¿Incluso si tratara de asesinarte?
—Bueno, cosas más fuertes lo han intentado y han fallado. —Me encogí
de hombros—. ¿Qué tal esta monstruosidad? —Señalé la columna muy grande
y visible que ahora recorría desde el techo, a través del nivel del garaje hasta la
superficie de abajo. Era cierto que era una gran adición para cualquiera que
considere ganarse la vida con el baile exótico, pero no me gustaban mucho ni la
monstruosidad ni el agujero que habían hecho en cada piso de mi casa durante
la instalación. La inversión de cinco mil dólares fue conducida directamente al
dormitorio principal, aunque ni siquiera me había planteado empezar esa parte
de la remodelación.
—Se instaló bien, y... Oh, estás hablando de la estética, ¿no?
Arqueé una ceja. 103
—Lo esconderemos tan bien como podamos una vez que comencemos la
parte interior de la remodelación. —Pasó a la página que despreciaba—. Ya
estás en un poco más de cincuenta mil.
Auch. No es que no supiera que acumulaban los cargos. Había firmado
suficientes cheques, pero Señor, eso fue un golpe en la barriga, o, mejor dicho,
en la cartera.
—Bien, y eso es para el nuevo techo, los cimientos de la casa y el
cobertizo para botes…
—Tanto como sea posible —repitió Steve—. Si el océano sube, no hay
nada que podamos hacer para mantener el agua fuera del garaje. La casa está
construida para que el agua pase por debajo de ella. El cobertizo para botes es
otra historia.
—Correcto. Lo entiendo. —Las náuseas se me subieron a la garganta al
pensar en el camión de Will siendo tragado por las aguas de la inundación—.
¿Y después?
—Se compraron todas las ventanas. Las tengo guardadas. También las
persianas para tormentas y la madera para las nuevas cubiertas.
—¿Y dónde nos deja eso?
Volvió a su calendario. —La construcción de la cubierta comenzará una
vez que terminemos en Frisco. Deberían ser otras dos semanas, y la instalación
de las ventanas en tres. Siéntete libre de empezar a destrozar el interior ahora
que tus cimientos están reforzados.
Ahora que tus cimientos están reforzados.
La frase dio vueltas por mi mente cuando terminamos la charla de
programación y lo acompañé hasta la puerta.
De pie en la sala de estar unos minutos después, miré al océano por la
puerta abierta. La brisa era pesada con la sal y la humedad, pero mejor que el
aire estancado dentro de la casa.
Unas pocas semanas y recuperaría mi cubierta en lugar de esta tosca X de
madera clavada en la parte inferior de la puerta, al estilo de una puerta de bebé.
Como si fuera a olvidar que no había una cubierta allí y caminara hacia la nada.
Pero los pilotes se encontraban dentro, preparados para soportar lo que
vendría después.
Los cimientos de la casa estaban listos. Los míos todavía se sentían
agrietados.
—Oye —dijo Sam cuando bajaba las escaleras, recogiendo su cabello en
una cola de caballo—. ¿Estás lista?
104
Eché un vistazo a la pequeña grabadora de casetes que se hallaba sobe la
encimera junto al refrigerador y me acobardé.
El martes había sido brutal. Resultó que la base de la terapia de duelo
complicado consistía en contar la historia de la muerte de Will una y otra vez…
y después escucharme contándola todos los días en ese maldito reproductor de
casetes, solo para grabarla de nuevo la semana siguiente y así sucesivamente. Se
suponía que iba a disminuir el impacto emocional, que parecía más bien como
ducharse antes de un tsunami. O, en mi caso, como si la ducha hubiera
provocado el tsunami. Todavía era un desastre en lo que respecta a la parte de
las instrucciones que decía: ahora visualízate guardando el recuerdo, al igual que se
guarda la grabadora.
—No quiero hacerlo. —En lugar de eso, me serví otra taza de café.
—Bien, y sabes que respeto tus elecciones, así que te daré una. —Sam se
subió a la encimera de la cocina junto a la grabadora—. Puedo reproducir este o
el que grabé en mi teléfono antes de darme cuenta de que estábamos usando ese
artefacto de tecnología antigua.
Eso le hizo ganar un poco de atención.
—Persona de apoyo, ¿recuerdas? Así que escuchamos, ¡y luego puedes
elegir tu recompensa!
—Ya está hecho. —Señalé el libro de tapa dura de La Señora Dalloway que
descansaba sobre la encimera de la cocina, mi señalador asomándose desde la
mitad de la novela.
—Virginia Woolf no es una recompensa. Es un deber —desafió.
—Resulta que me encanta Virginia Woolf. En realidad, he leído tres
cuartas partes de todos sus libros, para que lo sepas, cerebrito matemático. —
Hice una cara que la hizo reír.
—Ajá. —Murmuró algo acerca de las carreras de literatura a medida que
buscaba en el cajón de la izquierda y sacaba panfletos—. Ya hemos hecho
pedicuras y el acuario…
Alguien llamó a la puerta. Le puse a Sam una falsa cara de pena y corrí
hacia el vestíbulo.
—¡Papá tiene el día libre! —exclamó Finley antes de que yo tuviera la
puerta completamente abierta.
—Ah, ¿sí? —Le sonreí.
—¡Sí! ¡Y vienes con nosotros! —Dio un salto.
—Ah, ¿sí?
—Espera, se supone que debo preguntarte eso. —Frunció el ceño—.
105
Vamos a la apertura de la tienda de surf. ¿Quieres venir? —La esperanza y la
luz en sus ojos hicieron casi imposible negarme.
—¡Claro que sí! —respondió Sam por mí, pasando su brazo alrededor de
mi hombro—. ¡Mira, Morgan, tu recompensa ha aparecido como por arte de
magia!
Mi pecho se apretó.
—¿Recompensa? —preguntó Finley.
—¡Sí! ¡Morgan tiene que hacer una tarea rápida, y luego irá enseguida! —
Sam me echó una mirada que me dijo que no escapé de la tarea que me dieron
en terapia.
—¡Vale! Señorita Sam, ¿quieres venir también? —Finley saltó otra vez.
—Lo haría, pero mi marido me llamará en un par de horas, así que tengo
que estar conectada para poder ver su atractivo rostro.
Finley se rio y se fue después de que yo repitiera la promesa de Sam de
que iría en un momento.
—Jackson no puede ser mi recompensa. —Sacudí la cabeza de forma
enfática, cruzando los brazos.
—Bueno, dije que Finley era tu recompensa, y Jackson puede ser lo que
tú quieras que sea. ¿O estábamos sentadas en diferentes sesiones de terapia
cuando la doctora dijo que exploráramos nuevas relaciones? —Inclinó la cabeza
y arqueó una ceja.
—¡No creo que se refiriera a Jackson!
—Oh. Cierto. Se refería a todas las demás personas del planeta, excepto a
Jackson Montgomery. Mi error. —Me envió una mirada que decía que era una
mentirosa.
Mi teléfono sonó en tanto caminábamos de vuelta a la cocina. Paisley.
Solo ver su nombre en el identificador de llamadas hizo que mi estómago se
desplomara.
—¿Qué vas a hacer al respecto? —preguntó Sam.
—Solo la lastimaré si le contesto.
—Podrías herirla más usando el botón de rechazar —dijo, luego se giró
hacia el refrigerador y sacó una de las docenas de cremas para café que había
guardado para ella—. Entenderá si eres honesta con ella, y la doctora dijo que
estaba bien pedirle espacio hasta que avanzarás en tu tratamiento, ¿cierto?
Sí, claro.
El cuarto timbrazo sonó, y mi pulgar pulsó el botón verde en lugar del 106
rojo. Oh, santo cielo. ¿Qué podría decirle?
—Hola, Paisley. —Buen comienzo.
—¿Morgan? ¡Respondiste! —Su voz era una mezcla de alivio, asombro y
preocupación.
Sí, fui una perra.
—Sí. —Fue todo lo que pude decir cuando la ansiedad clavó sus garras
escamosas, apretando mi garganta. ¿Cómo podía quedarme sin palabras para la
única persona que las había aprendido conmigo en primer lugar?
—¿Cómo te encuentras? ¿Dónde estás? Llamé a tu madre, pero me dijo
que te habías mudado y que si querías decirme qué sucedía, lo harías. Luego
dijo que se supone que debo convencerte de que vuelvas a casa.
Una risita se abrió paso a través del nudo en mi garganta.
—Sí, ella quiere eso.
—Espera un segundo. —Estuvo callada por unos momentos—. Lo siento,
tuve que agarrar el monitor de bebé. Peyton decidió tomar una siesta matutina,
y yo no quería dejar caer el teléfono en la madera y despertarlo. Ya lo he hecho
antes. Nunca más.
—Por supuesto. —Forcé una sonrisa, como si pudiera verme. Peyton
Carter Bateman. Su hijo fue nombrado por Will y su hermana, Peyton. Porque en
su mente (caray, en la de todos), Will siempre había sido el amor de Peyton. El
duelo de Paisley.
Nunca mío.
Ese sentimiento enfermizo que había hecho todo lo posible por evitar me
dio una bofetada, y sentí un desgarro en mi corazón, las meticulosas puntadas
que llevaba cosiendo desde que llegué aquí, soltándose una por una, rasgando
trozos de mi alma para sangrar de nuevo.
—Entonces, ¿a dónde te mudaste? ¿Qué está pasando? —Suspiró—. Esto
duele horrible, la ruptura que puedo sentir entre nosotras, y no sé qué hice, o
qué puedo hacer para arreglarlo.
—Estoy bien. Estamos bien —mentí.
—¡No es cierto! No has contestado ni una sola de mis llamadas desde la
boda de Sam, y eso fue hace tres meses, así que no me digas que no pasa nada,
porque no puedo recordar la última vez que estuvimos tres meses sin hablar.
Yo sí. Fue después del funeral de Will, pero no lo mencionaría. Mentiras.
Sonrisas falsas. Me sentía tan harta de todo eso. Era mi mejor amiga y la más
antigua. Podía hacer esto. Podía pedirle lo que necesitaba, pero era imposible
no hacerle daño en el proceso. 107
Jackson
—¡Sí! Iré por mis cosas. —Agarrando su nuevo premio, Finley corrió a su
habitación, dejándonos parados en el vestíbulo de entrada.
—Gracias. Ella nunca me deja trenzárselo. Mayormente porque cada vez
que lo intento, me sale torcida y no parece mucho una trenza —mencioné,
luchando por decir algo que no saliera como “oye, en verdad me gustas, ¿hay
alguna posibilidad de que puedas sentir lo mismo?”.
Porque no tenía catorce años.
Y la mujer todavía no sabe a qué te dedicas, idiota.
—No hay problema. Me alegra hacerlo.
La acompañé a la cocina y le ofrecí un trago.
—No, gracias, estoy bien. —Apoyó las manos en el granito y empujó su
trasero en el mismo lugar en el que la curé hace semanas.
Si Sam no hubiera entrado, yo habría…
—Entonces, jardín de infantes, ¿eh?
—Es solo orientación para el próximo año, pero me agarró desprevenido,
eso es seguro.
—Lo hará genial.
Maldita sea. Cruzó las piernas y se movió ligeramente hacia adelante,
apoyándose en las palmas de las manos. Tal vez era el mes de celibato, pero mi
cuerpo se fijó más que suficiente en ella. Mierda, ¿cuándo fue la última vez que tuve
sexo? Desde que llegó Morgan no, era seguro. No por falta de oportunidades,
sino porque no quería a nadie más.
Joder. No quiero a nadie más.
Entonces, ¿qué diablos significaba eso? ¿Quería una cita con esta mujer?
¿Una noche en su cama? ¿Una relación real? Sí a todo.
Ella respiró profundo, provocando que sus pechos se elevaran contra su
escote, y me giré de vuelta al refrigerador, abrí la tapa de una de esas bebidas
antioxidantes que le gustaban a Finley porque son rosas, y lo bebí todo.
—¿Sediento? —bromeó Morgan.
No tienes una jodida idea.
—Podría decirse. —Me volví lentamente, y por la forma en que sus ojos
se abrieron, estaba haciendo un mal trabajo al excluir mis pensamientos de mi
cara.
Solo unos pocos metros nos separaban. Un latido, tal vez dos, y podría
estar entre sus rodillas, su rostro entre mis manos, mi lengua saboreando por
fin la curva de su boca.
120
Como si pudiera leer mis pensamientos, sus labios se separaron y el aire
crepitó por toda la electricidad potencial que persistía entre nosotros.
—¡Lo tengo! —gritó Fin, deteniéndose frente a Morgan con una caja de
aparejos llena de productos para el cuidado del cabello.
Morgan parpadeó rápidamente y se giró hacia Fin. —¡Bien! ¡Vamos a
empezar!
Unos minutos más tarde, Morgan tenía a Fin en el suelo frente a ella al
tiempo que se sentaba en el sofá de dos plazas. Escuchó con gran atención en
tanto Finley le contaba todo sobre el gran debate de las mochilas para el jardín
de infantes.
Observé desde el sofá, tratando de averiguar qué demonios debía de
hacer con mi deseo por esta mujer. Demonios, no había tenido una segunda cita
desde Claire. Realmente no había tenido una cita de verdad.
—¿Qué pasa si tengo hambre? —preguntó Finley en tanto Morgan le
rociaba producto en sus rizos. Era la primera vez que escuchaba su voz
preocupada por ir a la escuela.
—Hay tiempo para almorzar y merendar —le dijo Morgan, cepillándole
los rizos con facilidad—. Y si tienes mucha hambre, díselo a tu maestra.
—¿Y si a nadie le gusta mi mochila? —preguntó en voz baja, y tomó todo
en mí no responderle, porque ella no me preguntó.
—Entonces ese es su problema —comentó Morgan simplemente.
Parpadeé. Mi primer impulso había sido decir que a todos les encantaría
su mochila, pero la respuesta de Morgan fue mucho mejor.
Morgan pasó los rizos de Fin entre sus dedos y tejió una trenza alrededor
de su cabeza.
¿Qué clase de brujería era esa?
—¿Y si no les caigo bien? —La voz de Fin se volvió aún más suave.
Me incliné hacia adelante y Morgan me lanzó una mirada que me
advertía que no debía hablar. Alcé las cejas, pero me quedé en silencio.
—Entonces no son las personas a las que quieres caerles bien. Y ya tienes
una amiga allí, así que ya estás más adelantada. —Movió las manos y continuó
con la trenza por el otro lado de la cabeza de Fin.
—¿Quién? —preguntó Fin, sentándose más quieta que nunca cuando yo
la peinaba.
—Yo. Solo piénsalo, tu primer día de jardín de infantes será mi primer
día como maestra, así que las dos vamos estar nerviosas. Y apuesto a que todos
121
los demás niños de tu clase tienen el mismo tipo de preocupaciones que tú.
Entonces, si sonríes mucho, es posible que también los pongas un poco menos
nerviosos.
—¿Eres maestra? —Fin empezó a girar la cabeza, pero se lo pensó mejor.
—Así es. Al menos eso es lo que me dijo la universidad. Sin embargo,
nunca he tenido una clase propia, entonces supongo que ya veremos. Estaré
justo al final del pasillo en quinto grado.
Terminó la trenza, enrollando un elástico en el extremo y metiéndolo en
el comienzo de la trenza antes de pasarle unos pasadores.
—¡Todo listo!
Fin saltó y corrió hacia el espejo, donde quedó boquiabierta. —¡Es una
corona! ¡Tengo una corona! —Volvió volando y rodeó a Morgan con sus brazos,
poniendo un beso en su mejilla—. ¡Gracias!
—De nada. —Los ojos de Morgan se cerraron mientras abrazaba a Fin
con fuerza.
Luego Fin se fue a guardar sus cosas para el cabello, dejándonos solos.
Morgan se levantó del sofá de dos plazas.
—Eso fue asombroso —le dije poniéndome de pie—. ¿Cómo sabes hacer
eso?
—Videos en internet. —Su sonrisa era suave pero real.
—Te adora. —A Fin le gustaba mucha gente, pero esa descarada mirada
de afecto que le prodigó a Morgan, solía estar reservada para mí o para Vivian.
—Bueno, el sentimiento es mutuo. Ella es fenomenal. —Nos miramos a
los ojos brevemente antes de que Morgan apartara la mirada.
—Gracias. Eres increíble. Lo sabes, ¿cierto?
El rosa tiñó sus mejillas. —En realidad no. Si conocieras a la verdadera
yo, no estoy segura de que pensarías eso.
—¿Y qué me haría cambiar de opinión? —Esperaba que no se refiriera al
ataque de ansiedad que tuvo con la camioneta.
—¡Bien, ya estoy lista! —exclamó Fin, con los brazos en alto en señal de
victoria mientras giraba con el vestido más nuevo que Vivian le compró. No era
tanto como de baile de salón, pero tampoco era exactamente para el salón de
clases, y en sus pies llevaba su par de zapatillas negras favoritas.
—Te ves absolutamente maravillosa. ¡Seguro que todos te recordarán
cuando sea el momento de volver el año que viene! —la elogió Morgan antes de
que pudiera cuestionar el proceso de pensamiento de mi hija. 122
—¿Siquiera sabes cómo tener citas? —Se agachó para que estuviéramos
al mismo nivel.
Por supuesto que no podía dejarlo terminar allí.
—Estoy bastante seguro de que todo funciona igual a la última vez que
lo hice —espeté, respirando a través de las repeticiones.
—¿Te refieres a los mil ochocientos? —Se rió.
—En serio, déjalo en paz —le dijo Garrett, bajando después de su última
subida—. Jax, me cae bien. Puede que sea hermosa, pero no actúa como si lo
supiera y se comió tu hamburguesa con queso quemada.
—Gracias por tu aprobación. —Gruñí cuando llegué al final de la serie.
—¡No dije que no me agradara! —Alzó las manos en el aire—. Estoy aquí
para esto, Montgomery. ¿Qué puedo hacer para ayudarte? ¿Necesitas trucos?
¿Consejos? ¿Ideas para citas? Sabes que Myspace ya no existe, ¿verdad?
Terminé la última repetición, bajé de la máquina y le puse la mano en el
hombro. —Sawyer, sabes que te quiero como a un hermano, pero eres la última
persona en el mundo a la que pediría consejos sobre citas.
Garrett estalló en carcajadas mientras llevaba mi trasero a la ducha. No
dejaría que Sawyer me afectara, no cuando había conseguido que Morgan dijera
que sí, incluso si era una cita de amigos. Aceptaría lo que pudiera conseguir en
cuanto a ella.
Mi teléfono sonó mientras me abrochaba la cremallera del traje después
de ducharme.
—Joder —murmuré, pero aun así respondí—. ¿Sabes qué hora es, Claire?
—Las diez y media —espetó.
—Es la una y media de la madrugada. —Me senté en el banco frente a mi
casillero y me puse las botas.
—Bueno, respondiste, así que aún debes estar despierto.
—Pero no lo sabías cuando llamaste… —Me erguí y me froté los ojos—.
De acuerdo, comencemos de nuevo. ¿A qué debo el placer de esta llamada?
—Tenemos un gran jodido problema —dijo furiosa.
—¿Cuál sería?
—¿De verdad enviaste a mi hija a su orientación de jardín de infantes con
un maldito vestido de pascua y Converse? —Su voz era lo suficientemente alta
para ser calificada como chillido.
128
Reprimí una respuesta instintiva, que habría sido decirle que se fuera a la
mierda y cortar. Es la madre de Finley. Repetí ese pensamiento cuatro veces antes
de hablar.
—No que yo sepa. —Me incliné para atarme los zapatos, sosteniendo el
teléfono con el hombro.
—¿Entonces esta foto que me envió Brie no es en la orientación de
Finley? Acabo de enviártela.
Mi celular vibró y lo aparté el tiempo suficiente para ver que la foto que
le había tomado el día anterior aparecía en nuestros mensajes de texto. —Esa es
Finley justo antes de la orientación —confirmé.
—¡Jax!
—¿Qué? —Terminé de atar la primera bota y comencé con la segunda—.
No está usando un vestido de pascua porque no tiene mil conejitos, o huevos, o
una cruz gigante. Es un vestido de fiesta. Y esas no son Converse, son su par
favorito de Vans.
—¿Y la dejaste usar eso? ¿Sabes lo que debe haber pensado la maestra?
¿Lo que otros chicos debieron haber pensado de ella?
—Eso es problema de ellos —respondí, tomando prestada una página del
libro de Morgan mientras me ataba la otra bota—. Mira, Claire, se puso lo que
la hace sentir bien consigo misma. Si tienes un problema con ello, entonces
supongo que deberías haber estado allí para decirle que lo que la gente piense
es más importante que cómo se sienta.
—No puedo creer que acabas…
Sonó la alarma y me paré de un salto del banco para correr hacia el
pasillo.
—¡Tenemos una emergencia! —gritó Sawyer, corriendo en mi dirección,
donde estaban almacenados todos nuestros equipos.
Era hora de irse.
—Claire, tendré que llamarte luego. Hay personas que necesitan que las
salve de problemas reales. —Corté y guardé el teléfono en mi bolsillo sin volver
a pensar en ella al mismo tiempo que volvía corriendo al vestuario. Sawyer y
Garrett entraron por la puerta mientras tomaba mi bolsa, luego presioné un
beso contra mis dedos y toqué la foto de Finley que tenía pegada en el interior
de mi casillero.
Luego también la saqué de mi mente y me concentré solo en la misión
que tenía delante.
129
—Vamos a salvar algunas vidas.
10
Te dejaré mi camioneta. Los mejores recuerdos que tengo en ella son
contigo en el asiento del pasajero, así que parece adecuado.
Morgan
No es una cita.
No es una cita.
No. Es. Una. Cita.
Repetí esa frase en mi cabeza mientras iba a abrir mi puerta. Solo porque
me hubiese puesto un vestido y un pequeño suéter a juego no significaba que
fuese una cita. Una cita habría implicado tacones, y mis pies estaban dentro de
un par de ballerinas planas y sencillas, pero lindas. Tal vez me haya depilado
las piernas, pero eso tampoco lo convertía en una cita. Tampoco mi maquillaje o
que me haya tomado el tiempo de encrespar mi cabello.
Esos pequeños actos habían sido mis propias afirmaciones de vida. No
tenían nada que ver con el hombre que acababa de tocar el timbre de mi casa.
Exhalé lentamente mientras me inclinaba hacia el pomo de la puerta.
Luego tomé aliento, puse una sonrisa y abrí la puerta.
Mierda. Tenía una camiseta casual, y él hacía que se viera bien. Muy bien,
maldición. Su cabello tenía ese estilo desordenado, como si hubiese pasado sus
dedos por él, tenía las mangas de su camisa blanca enrolladas y un par de
pantalones cortos azul marino.
Pero era su sonrisa la que parecía detener mi corazón.
—Guau. Morgan, te ves increíble.
Tal vez era el profundo timbre de su voz, o la forma en que su mirada
calentaba mi piel mientras me veía de la misma forma en que yo lo acababa de
ver, pero de repente esto se pareció mucho a una cita.
—Gracias —me las arreglé para responder—. Tú también te ves bien. —
Eso se quedaba corto. El hombre estaba para comérselo.
135
—Gracias. —Su sonrisa creció—. ¿Estás lista?
—Claro. —¿Claro? Oh, Dios, ¿de verdad dije eso? ¿Dónde mierda estaba
el encanto por el que se me conocía? ¿La sonrisa rápida y coqueta?
No pareció notar que le había respondido como un abuelo de ochenta y
cinco años, y al par de minutos estábamos en su Land Cruiser, dirigiéndonos al
sur.
—Entonces, ¿qué exactamente planeas mostrarme en la oscuridad? —
pregunté, y mentalmente me volví a maldecir—. Ya sabes, ¿donde no podemos
ver nada? —Para, estás empeorándolo.
Me dirigió una sonrisa y luego miró por el parabrisas. —Es una noche
clara y hay luna llena. Es una buena noche para hacer montañismo, ¿no crees,
Kitty?
Bufé. —No estoy exactamente vestida para hacer montañismo, Jackson.
Desaceleró, entrando en el estacionamiento. —Bien, porque no tenemos
montañas por aquí, precisamente.
Giramos una vez y mi boca se cayó.
—Pero tenemos faros —dijo mientras estacionaba el carro.
Salí al estacionamiento, mirando hacia arriba, arriba y arriba, a la pintura
blanca y negra que subía por la enorme torre. Esta cosa era colosal.
—Es el faro de ladrillos más alto en Estados Unidos —explicó, mientras
cerraba su puerta. Luego rodeó el carro hasta mi lado y cerró la mía, ya que yo
estaba demasiado ocupada mirando boquiabierta.
—¿Y vamos a escalarlo? —Juré por Dios que, si ese hombre sacaba un
arnés de escalada y una cuerda, iba a...
—Vamos a subir las escaleras dentro de eso.
—¿Y te dejan hacerlo a las nueve en punto de un sábado por la noche?
Se rió, enviando una ola de aleteos por mi estómago.
—A partir del mes que viene, harán recorridos de luna llena, pero esta
noche, solo estamos tú y yo. Vamos. —Hizo un gesto hacia la acera que llevaba
al faro, y caminamos por el sendero iluminado por la luna.
—Hola, Jax. —Un hombre alto, pesado, con abundante barba negra y con
un uniforme salió de la puerta cuando nos acercamos.
—John. Gracias por dejarnos entrar —dijo Jackson mientras estrechaba la
mano del hombre.
—No hay de qué. Te debo mucho más que un pequeño acceso nocturno.
136
¿Vas a presentarme a tu chica? —Me dio una sonrisa amable.
—Oh, no soy su chica.
—Ella no es mi chica.
Hablamos al mismo tiempo, y luego dejamos que la incomodidad
hablara por sí misma.
—Ya. —Miró entre nosotros—. De acuerdo, las luces de la escalera están
encendidas, pero las de la cubierta están apagadas, así que tengan cuidado.
Le aseguramos que lo tendríamos y luego entramos en el faro. Tomé la
escalera de caracol y sacudí la cabeza. —¿Por qué te debe John exactamente?
La mandíbula de Jackson se flexionó antes de responder. —Una vez
saqué a su hermano de un aprieto. Nada importante.
La forma en que miró hacia otro lado me dijo lo contrario.
—Te gusta salvar a la gente, ¿verdad? —Como a mí.
—No tienes ni idea —respondió en voz baja, mirando al centro de la
escalera.
—Bien, guía turístico —dije mientras mi pie llegaba al primer escalón de
metal—. Es hora de empezar a guiar.
—Te prometo que vale la pena —juró cuando empezamos a subir—. Son
treinta y un escalones entre cada rellano para un total de doscientos cincuenta y
siete escalones —recitó, comenzando mi lección de historia de la tarde.
Caí en el ritmo de mis pies y la cadencia de su voz mientras me contaba
por qué se había construido en el siglo XVIII.
—¿El cementerio del Atlántico? —pregunté—. ¿No crees que eso es un
poco extremo? —Mi respiración se volvió dificultosa, y noté con más que un
poco de asombro y molestia que la suya no. No señor, él seguía respirando
hondo y parejo. ¿Cómo diablos? ¿Pasaba una hora en una máquina escaladora
todos los días?
—Te lo mostraré —prometió—. Este es el último tramo de escaleras antes
de la cima.
—¿Quieres decir que esto termina eventualmente? —me burlé.
Sacudió la cabeza, pero había risas en esos ojos azules.
—Sí, sí. Sigue subiendo, Kitty.
—¿Nunca haces nada para divertirte que no queme mil calorías?
—¿Qué quieres decir?
—Ven a caminar por la playa, Morgan. —Mi voz bajó en una horrible
137
imitación de Jackson—. Ven a surfear, Morgan. Mira, hay yoga para que aprendas,
Morgan.
Su risa resonó en la estructura de ladrillos.
—¿Por qué no, veamos una película, Morgan? O mi favorita, ¿pedimos
comida y vemos Netflix, Morgan? —Finalmente llegamos a un rellano con una
puerta, y me volví hacia él cuando se paró a mi lado, atrayendo mis ojos hacia
arriba otra vez—. ¿Mmmm? —pregunté, levantando una ceja.
—Pediré comida para llevar contigo cuando quieras. —Su mirada se
posó en mis labios, y la temperatura en el faro se elevó. O tal vez eso era solo mi
propio cuerpo—. Incluso te dejaré elegir lo que haremos la próxima vez.
La próxima vez. Tragué, tratando de encontrar la frivolidad que teníamos
hace unos segundos.
—Espero que te levantes para una noche divertida de lectura en el sofá
—bromeé.
—Iré a leer contigo —me ofreció en lo que tenía que ser la voz más sexy
imaginable. Demonios, esa fue la frase más sexy imaginable—. ¿Con qué libro
pasas tus noches?
—Acabo de terminar La Señora Dalloway, y ahora estoy con Orlando. Me
gusta un poco Virginia Woolf.
—Imagínate, eres una chica clásica. —Me sonrió—. Casi me engañas,
pensando que te gustan las excursiones nocturnas —bromeó.
Resoplé. —No soy exactamente un tipo de chica de exteriores, ya sabes.
—Al menos no lo había sido.
—Con toda la caza de caracoles, las caminatas por la playa, el yoga y el
surf... Podrías haberme engañado.
—La vieja yo prefería las pedicuras a las cuatro ruedas, y lo único que
cazaba en la playa eran chicos y un bronceado. Oh, y el ocasional viaje en moto
acuática. —Mis hombros se levantaron en un encogimiento de hombros.
—La vieja tú, ¿eh? —Dio unos pasos a mi derecha y alcanzó la manija de
la puerta.
—Sí. Ella incluso venía con una sonrisa rápida y una lengua afilada
cuando la ocasión lo requería. —Esa era una vida completamente diferente, una
chica completamente diferente, pero la chica que era esta noche tampoco se
sentía tan mal.
—Todavía tienes esas cosas. Créeme. Y resulta que me gusta cualquier
versión de ti que esté bien. De hecho, todavía no he visto ninguna versión de ti
que no me guste. Todas son simplemente tú.
La sinceridad de sus ojos me quitó otra capa de mis defensas, pero no me
138
sentí cruda ni expuesta. Me sentí... vista, lo que fue extrañamente reconfortante
de una manera que no quería examinar en este momento.
—Gracias. Entonces, ¿vas a abrir esa puerta, o esta caminata fue solo por
diversión?
Se hizo a un lado y abrió la puerta con una floritura. —Después de ti.
Subí a la cubierta, y mi pelo se volvió loco, volando en varias direcciones
con la fuerte brisa que me azotó desde el océano. Sostuve los mechones en una
mano y el dobladillo de mi vestido en la otra mientras Jackson entraba por la
puerta detrás de mí y la cerraba. Nos quedamos de pie en una cubierta circular
justo debajo de la cima del faro, donde una luz giraba a un ritmo constante al
menos a tres metros por encima de nuestras cabezas.
Su amplia sonrisa me hizo cuestionar su cordura. —Te ves igual que
cuando te vi por primera vez.
—Oh —dije en voz baja. ¿Tan bien recordaba la playa?
—Ven. —Se acercó lo suficiente como para que sintiera el calor de su piel
mientras sus brazos me rodeaban, reemplazando mis manos por las suyas—.
Ahora puedes agarrar una liga de pelo si quieres.
—¿Qué te hace pensar que tengo una liga de pelo? —Arqueé la ceja,
negándome a ceder a lo guapo que era el hombre a la luz de la luna.
—¿No guardan todas las mujeres una liga de pelo en su bolso? —Él
asintió hacia el mío, que había colgado en diagonal sobre mi hombro.
—No estoy segura de que haya algo que hagan todas las mujeres —le
respondí, sabiendo muy bien que tenía una liga en mi bolso. Pero el sentido
común prevaleció, así que me rendí y le entregué mi cabello, luego busqué en
mi bolso. Mi mejilla le rozó el antebrazo desnudo cuando giré la cabeza, y
murmuré una disculpa mientras encontraba rápidamente la liga y me sujetaba
el pelo en un rápido moño.
Jackson ganó otro punto cuando no mencionó que yo tenía, de hecho,
una liga como él había asumido. En cambio, me tomó de los hombros y me giró
lentamente para que me enfrentara al océano.
—¿Valió la pena la caminata?
Me quedé sin aliento y me moví hacia adelante para apoyarme en la fría
baranda de metal, esperando que fuera suficiente para evitar que mi falda
volara sobre mi ropa interior. Estos eran definitivamente un paso adelante
desde mis Hello Kitty, y no estaba exactamente preparada para presumir de
ellas.
—Es hermoso —dije, sin estar segura de si el viento le hacía muy difícil a
Jackson escucharlo. La luna llena jugaba con las olas en la distancia, trazando
un camino de color blanco a través del agua que conducía directamente a la 139
playa, iluminando la costa en una mezcla de luces y sombras, suavizando el
paisaje dramático.
—¿Mmmm? —preguntó Jackson mientras se acercaba por detrás de mí,
con su cabeza sobre mi hombro.
—Dije que es hermoso. —Mi mente se quedó en blanco mientras luchaba
por pensar en algo más que en lo cerca que se encontraba. En que había solo
unos centímetros, si es que eso, entre nosotros, tortuosos pero necesarios, ya
que esos centímetros eran lo único que impedía que el revoloteo de mi
estómago se convirtiera en algo mucho más potente y peligroso.
—Sí. Seguro que sí.
Incliné ligeramente la cabeza y sus labios me rozaron la oreja. El aire se
precipitó en mis pulmones mientras esa pequeña y accidental caricia enviaba
destellos de inesperado placer por mi espalda.
—¿Ves eso? —Pasó el brazo por encima del hombro apuntando con el
dedo.
—¿Las olas? —Miré hacia el océano, siguiendo el camino que me había
mostrado.
—Aquí es donde la fría corriente del Labrador se encuentra con la cálida
corriente del Golfo. Eso hace que los cardúmenes se muevan de manera
impredecible, lo que puede hacer que los barcos naufraguen. —Su voz era
suave en mi oído, sus labios cerca, pero sin tocarme.
—¿Cuántos crees que han naufragado a lo largo de los años? —Las olas
parecían casi inofensivas en la distancia.
—Los expertos de aquí estiman unos dos mil.
—El cementerio del Atlántico —recordé, mirando las olas. Tan hermosas,
pero tan peligrosas—. ¿Crees que todavía ocurren naufragios ahí fuera?
—¿En este momento? Espero que no. Pero sí, ocurren por aquí más de lo
que nos gustaría, eso es seguro. —Dejó caer su brazo y se movió, así que se
puso a mi lado, con las dos manos en la barandilla. Apretó el metal mientras
tomaba lo que parecía ser una bocanada de aire constante.
—Parece casi una tontería, ¿no? ¿Saber lo peligrosa que es el agua y aun
así elegir navegar por ella? Esa parece ser la definición de locura para mí. Una
vez que algo te muestra lo mortal que puede ser, elijo creerlo y alejarme. —El
viento golpeó la parte posterior de mis muslos, y de inmediato extrañé el calor
de él mientras simultáneamente maldije mi decisión de usar un vestido.
El dolor se reflejó en sus rasgos, y mi estómago se tambaleó. Había
tocado un nervio de alguna manera. 140
Su cabeza se inclinó hacia atrás mientras su pecho subía y bajaba con una
respiración profunda, como si él fuera el que luchara por el control, no yo.
Cuando volvió a mirarme a los ojos, contuve la respiración.
¿Qué diablos quería realmente? Presionar pausa en este momento, llamar a
Sam y saber su punto de vista al respecto, y luego presionar reproducir nuevamente
para saber lo que se supone que debo sentir. Como si eso fuera a suceder.
—Sé de los ataques de ansiedad. Recuerda, estuve allí en uno —dijo,
como si estuviéramos hablando de lo que habíamos almorzado—. Me alegro de
que tengas una terapeuta porque soy consciente de que estás trabajando en algo
en lo que no estás lista para dejarme entrar, y eso está bien. Tampoco sabes
exactamente todo sobre mí, y lo más probable es que cuanto más sepas, más
pensarás que eres la que debería correr. —No movió un músculo, pero la forma
en que me miró se sintió una caricia de todos modos—. De hecho, sé que serás
tú quien correrá.
—¿De ti? —me burlé—. Eres la persona más equilibrada que conozco. —
Incluso si todavía suspiraba por su ex, pero ¿quién era yo para juzgar?
—Entonces deberías conocer a más gente. —Me miró, enarcando una
ceja—. Morgan, me gustas y no me refiero solo como mi vecina. Te quiero de
una manera que me mantiene despierto por la noche, calculando mentalmente
los pasos entre mi puerta y la tuya. Te deseo tanto que apenas me contengo de
dar esos pasos todas las noches. No tengo ningún problema en reconocer mis
sentimientos hacia ti. Y aunque no voy a presionarte por algo cuando es obvio
que no sientes lo mismo…
Me quedé boquiabierta. —Nunca dije que no te deseo…
—Creo que mereces saber que puedes predicar que eres un desastre,
pero creo que eres bastante perfecta, con ruinas y todo.
Cada protesta murió en mi lengua ante la sinceridad tangible en su voz.
—¿Estás luchando? —empezó de nuevo—. Sí. Es evidente. Pero, Dios,
eres una luchadora, incluso si no lo ves. Tuviste el coraje de retomar toda tu
vida y mudarte porque sabías que necesitabas un nuevo comienzo. Tal vez no
puedes abrir la puerta del camión, pero no lo dejaste en un almacén y corriste.
Esa mierda está en tu patio delantero donde eliges enfrentarla todos los días.
Empujas tus límites, ya sea en una tabla de surf o dejándome que te lleve a una
barbacoa. Tienes amigos leales, lo que significa que tú también eres bastante
leal, y cuando la muerte vino volando hacia ti en forma de veleta que el tiempo
olvidó, tu primer instinto fue proteger a mi hija, lo que es suficiente para
hacerme caer a tus pies sin el hecho de que eres la mujer más exquisita que he
visto, lo que eres. —Volvió a levantar esa ceja desafiante.
Mis labios se separaron y las mariposas en mi estómago revolotearon tan 145
rápido que la fricción me calentó desde adentro, incluso cuando amenazaron
con convertirse en llamas y prender fuego a mi cuerpo. Me quería de verdad.
Vio el desorden y me quería de todos modos, de alguna manera encontrando
belleza en todo lo que yo llamaba escombros. Maldita sea, ya no quería que
sean escombros. Quería estar completa de nuevo. Quería tener algo que ofrecer
a este hombre que me llevó de excursión a la luz de la luna y me alejó de mis
propias sombras con su luz.
Me quedé sin aliento cuando me di cuenta de que él me hizo querer vivir,
no solo sobrevivir y esperar lo mejor. Había reavivado esa chispa dentro de mí
desde el momento en que sentí ese destello de atracción en la playa y el cuidado
que había tenido al rescatarme de mi propia escalera. Esa chispa crecía cada vez
que me hacía reír, sonreír o poner los ojos en blanco. Prosperó cuando hice
planes con él, finalmente deseando mirar hacia adelante en mi vida. Podría
haber estado haciendo el trabajo en terapia, pero no se podía negar que Sam
tenía razón: Jackson se había convertido en mi recompensa por aprender a vivir
de nuevo.
—No me mires así. —Se pasó la mano por el pelo—. Eres hermosa, y eso
ni siquiera es lo mejor de ti. Cada vez que me dejas entrar en esa cabeza tuya,
me siento como el imbécil más afortunado del planeta, y no hay nada que haya
encontrado que me haga quererte menos. Dios, todo sobre ti me acerca más sin
siquiera intentarlo. Como dije… puedo reconocerlo. Y claro, lo que siento por ti
me asusta muchísimo, pero eso es lo que me dice que es auténtico. Así que sí,
respetaré tu falta de sentimientos porque yo siento demasiado, pero por favor no
me digas que no puedo quererte, porque te quiero. Y estoy lo suficientemente
seguro de esto como para esperar hasta que estés en un lugar donde veas lo
increíble que eres…
Detuve sus palabras con mis labios.
146
11
Traducido por Jadasa & Sofía Belikov
Corregido por Julie
Jackson
Morgan
160
—Y esas son las nuevas ventanas que instalaron esta semana. ¡Mira esto!
—Sam apuntó el portátil hacia las ventanas que ahora abarcaban todo el lado
este del primer piso—. ¡Morgan, pulsa el botón! —instó por encima del hombro.
—¿Qué estoy mirando exactamente? —La voz de Grayson llenó la sala
de estar, y no pude evitar sonreír a medida que alcanzaba el mando a distancia.
Sam siempre era más feliz cuando tenía la oportunidad de hablar por Skype con
él.
—¡Mira esto! —exclamé, y luego presioné el botón superior del control
remoto que Steve me había dado hace dos días.
La línea de ventanas se dividió en el medio de la casa, los paneles se
retrajeron y se apilaron sobre sus rieles individuales hasta que toda la pared
quedó abierta al océano, menos las tres vigas de soporte sobre las que Steve juró
que no podían hacer nada.
La brisa llenó la casa, agitando las páginas de mi libro. Me hundí más en
el sofá y levanté las rodillas para proteger la cubierta.
—Mierda. Es impresionante. —Grandes elogios viniendo de Grayson
Masters.
—¿Verdad? Pero todo el infierno se desata si abrimos la puerta principal
al mismo tiempo. Aprendimos eso de la manera difícil —le contó mi amiga.
Todo mi archivo de renovación se había convertido en esa escena de la
carta de Harry Potter. Los papeles habían volado por todas partes. El simple
hecho de recordar el dolor de recogerlos todos y ponerlos en orden fue
suficiente para hacerme pulsar el botón del medio.
Las ventanas invirtieron su patrón anterior hasta formar una pared
sólida contra el viento.
—Apuesto a que sí. Oye, ¿Morgan? —gritó Grayson.
Sam giró el portátil así que me encontré mirando la cara del piloto del
Apache. El tipo era un culturista, y por el implacable corte de su ya tallado
mentón, supuse que pasaba la mayor parte de su tiempo libre en el gimnasio de
allí.
—¿Qué quieres, Grayson? —Me burlé, el tono saliendo con facilidad. Ser
yo misma a su alrededor era más fácil que con los demás. Por otra parte, él tuvo
un asiento en primera fila para mi fiesta del dolor, así que no tenía que esconder
nada a su alrededor.
Una comisura de su boca se elevó hasta lo que casi podría llamarse una
sonrisa. —También me alegro de verte, Morgan.
161
—Siempre es encantador ver tu feliz y brillante cara. —Acentué el acento
y arrugué la nariz, lo que hizo reír a Sam.
—Dime que has pensado en los huracanes con esas ventanas gigantescas.
—Su sonrisa se esfumó.
Resoplé. —Dale la vuelta a tu marido, Sam.
—Mira esto —le dijo mientras lo giraba para que mirara a las ventanas
ahora cerradas.
Presioné el botón inferior del control remoto y fui recompensada con un
zumbido inmediatamente. La habitación se oscureció cuando las persianas
metálicas descendieron, y finalmente se bloquearon en su lugar justo debajo del
nivel de la cubierta.
—Eso sí que es sexy —comentó el hombre.
—Persianas enrollables europeas —dije en voz alta para que me oyera,
después presioné el botón de nuevo y vi como las persianas se elevaban,
empapando la habitación de luz.
Sam sonrió al portátil, y yo miré hacia otro lado, prestando atención a mi
libro.
—Retiro lo dicho —dijo él—. Tú eres la sexy. Dios, te echo de menos,
cariño.
—Yo también te extraño —respondió en voz baja, con la voz teñida de
tristeza.
Miré las palabras de la página pero no las leí. ¿Y si esta fuera la última
vez que ella podía hablar con él? ¿Y si su helicóptero se estrellaba como lo hizo
el de Will?
—¿Me haces un favor? —preguntó Sam al tiempo que se acomodaba en
el otro extremo del sofá.
—Lo que sea —prometió.
Me dolía el corazón, pero me lo sacudí. ¿Quería un amor así? Sí. ¿Pero
estaba celosa de lo que pasaban ahora para que funcionara? Diablos, no.
—¿Dile a Morgan que perdone al señor Piloto Atractivo de la Guardia
Costera de al lado? —preguntó dulcemente a su marido.
Mi cabeza se levantó de golpe, y le di una buena mirada fulminante. Mi
amiga me ignoró descaradamente.
—Diablos, no. No me voy a meter en medio de eso.
—Sabía que te amaba por una razón, Grayson —exclamé.
162
Sam puso los ojos en blanco. —Bien, al menos dile que tiene que hablar
con él —pidió, girando la cabeza y apuntándome con esas últimas palabras—.
Ese hombre le ha dejado un trozo de cristal marino en la puerta todos los días
desde que ella lo echó. Todos los días. Al menos escucha su versión de la
historia.
Mis ojos se dirigieron a la pequeña pila de la mesa lateral. Seis piezas en
total.
—Sé toda la historia que necesito —respondí, tratando de concentrarme
en las letras que llenaban la página—. Él vuela una versión glorificada del
mismo maldito helicóptero que Will. Fin de la historia.
—Si es un tipo de Blackhawk, dile a ella que huya —bromeó Grayson—.
Si va a enamorarse de un piloto, al menos que se asegure de que vuele un
pájaro de verdad.
—Es un Jayhawk —le respondí antes de que pudiera detenerme. Es
curioso lo que puedes aprender en Google.
Sam me envió una sonrisa conocedora, y yo la fulminé con la mirada por
si acaso.
—Si te importa lo suficiente como para buscar cosas de él, entonces no es
el final de la historia —comentó Grayson.
—No más amor para usted, señor Masters —respondí—. Sabes que él
buscó a Will en Internet, ¿verdad? —Eso haría que el hombre volviera a estar de
mi lado.
Maldijo, y yo levanté una esquina de mis labios con una ligera sonrisa. Se
sentía bien tener razón.
—Si le gustas tanto, no puedo culparlo. ¿Si hubiera pensado que alguien
se interponía entre Sam y yo? No me habría detenido en una búsqueda en
Google.
—Traidor. —Mis ojos se entrecerraron.
—Ese es mi hombre. —La sonrisa de mi amiga era contagiosa, y me
encontré sacudiendo la cabeza con un indicio de una risa.
En realidad, la única razón por la que no había buscado en Google a la ex
de Jackson era porque no quería saber nada de ella ni de nadie que pudiera
alejarse de su familia como ella lo había hecho.
El chirrido de la puerta al abrirse sonó desde el portátil, y una voz
apagada salió por el altavoz.
—Mierda. Tengo que irme, cariño. Te amo.
—Te amo —respondió—. Cuídate, ¿de acuerdo?
163
—Siempre —respondió él.
Luego se fue.
Sam cerró el portátil, y luego lo sostuvo contra su pecho mientras su
cabeza caía al fondo del sofá. —Lo extraño muchísimo.
—Lo sé. Lo siento. —Cerré mi libro, y luego me moví para sentarme a su
lado—. ¿Qué quieres hacer hoy? Podemos hacer lo que quieras. —Ya había
escuchado la grabación de esta semana de la historia de Will y me recompensé
con un viaje a la tienda de Christina, donde pasé una hora mirando todos los
hermosos collares de cristal marino que tenía, así que mi día estaba abierto.
—¿Cualquier cosa? —preguntó, con los ojos tristes mientras miraba el
nuevo ventilador de techo.
—Cualquier cosa —le aseguré.
Se sentó y puso la computadora en la mesa de café. —¡Bien! Porque
quiero que dejes de revolcarte y vayas a hablar con Jackson.
—Cualquier cosa menos eso. —Me levanté del sofá y abandoné mi copia
de Al faro en la mesa.
—Vamos, Morgan. Estás sufriendo. ¡Has estado sufriendo durante la
última semana! Te he dado tiempo para que lo proceses, pero ahora solo estás
dándole vueltas, y no voy a sentarme aquí en silencio mientras lo alejas. —Me
siguió en tanto me dirigía a la cocina. Era la siguiente gran renovación.
—Noticia de última hora. He estado sufriendo los últimos dos años —le
respondí. La próxima semana serían exactamente dos años, y aunque trataba de
no pensar en la fecha que se acercaba, se quedaba en mi mente cada minuto
posible—. Y no es como si tuviéramos una relación que estoy perdiendo. Es solo
un tipo que vive en la casa de al lado. —Saqué dos vasos y los puse en la
encimera—. ¿Té?
—Solo si es dulce —respondió, apoyándose en la formica.
—Cariño, es el Sur. Siempre es dulce. —Nos serví dos vasos.
—No es solo un tipo que vive en la casa de al lado —discutió, y luego me
agradeció por el té cuando le pasé una taza—. Es el tipo que quieres. El tipo que
dijiste que besaba como un dios.
—Tal vez exageré. —Tomé mi té, sabiendo muy bien que no exageré.
Besar a Jackson fue una experiencia religiosa. El hombre sabía exactamente lo
que hacía en ese departamento, y lo hacía tan bien que mi corazón aceleró el
ritmo solo de pensarlo. Si ese hombre podía acelerarme usando solo su boca,
¿de qué sería capaz el resto de su cuerpo?
—Ajá —desafió, levantando la ceja mientras gritaba mis tonterías.
164
—Nada de eso importa —refunfuñé—. La definición de locura es hacer
lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes, y no involucrarme
con otra angustia inminente cuando no me he recuperado de la última.
—No sabes si él va a traerte angustia —argumentó—. ¿Y si es el amor de
tu vida y te lo pierdes porque fuiste demasiado terca para cruzar el maldito
patio y hablar como adultos?
Eso no era posible. Will fue el amor de mi vida. ¿Verdad?
¿Pero y si... no lo fue?
Maldita sea, ¿era una persona horrible por siquiera pensar eso?
—¿Morgan? —preguntó Sam, esperando claramente una respuesta.
Pestañeé, tratando de recordar lo que había dicho. —Incluso si no fuera
un piloto, no funcionaría. El hombre está enamorado de su ex. Lo niegue o no,
lo escuché en su voz cuando habló de ella. No me voy a involucrar con alguien
que me ve como una especie de premio de consuelo. No, gracias.
Suspiró. —Y de nuevo, no lo sabes. Estás asumiendo. Tenemos tan pocas
oportunidades de ser felices. Casi pierdo mi oportunidad con Grayson porque
estaba segura de que aún amaba a Grace, y ahora no puedo imaginar cómo
hubiera sido mi vida sin él.
¿Cómo era mi vida sin Jackson? Mi corazón tartamudeó en protesta, pero
no podía confiar en esa cosa, de todos modos. Había pasado por cosas peores.
Sobreviviría. A lo que no sobreviviría sería el momento en que inevitablemente
él se estrellara en el maldito océano.
—Eso es diferente. —Sacudí la cabeza—. Ustedes son la definición de
destino y felices para siempre.
—Somos la definición de una buena lucha —replicó—. Mira, sé que el
tipo mintió, y si lo que estás haciendo es castigarlo con tu silencio, entonces
estoy de acuerdo. Hazle sufrir hasta que sientas que ha pagado el precio por ser
un idiota y ocultarte su trabajo.
—¿Ocultarme su trabajo? No es tan simple. —Apoyé mis manos contra la
encimera mientras mi estúpido y tonto corazón se partía en dos, una parte se
puso del lado de la lógica y la autopreservación y el otro... se puso del lado de
él.
—Ya lo sé. —Dejó su vaso y me dio la madre de todos los suspiros—.
¿Qué te gusta de él?
—¿Qué?
—Compláceme. —Se encogió de hombros—. ¿Qué daño podría hacer
responder? No es como si él estuviera escuchando o le dieras esperanzas o algo
así. —Sus cejas se levantaron—. A menos que tengas miedo de que hablar de 165
ello te haga subir sus escaleras y saltar sobre él como hiciste en lo alto del faro,
lo cual, por cierto, le da a ese chico un sobresaliente en la categoría de cita
romántica, sin importarme lo enojada que estés.
El recuerdo no invitado de sus ojos a la luz de la luna y sus brazos a mi
alrededor me golpeó en el corazón, seguido por la forma en que su beso me
había robado todo pensamiento excepto más y ahora.
—Bien —gruñí, ignorando el pequeño aplauso de felicidad de Sam—. Me
gusta que me vea. No solo la cáscara que todo el mundo ve, sino que realmente
me ve. Es como si el hombre tuviera visión de rayos X para las tonterías, porque
no puedo fingir nada a su alrededor, y en cierto modo, es mucho más fácil
porque ni siquiera tengo que intentarlo.
—Está bien. ¿Y? —me instó a continuar, saltando sobre la encimera y
moviendo sus pies.
—Y me gusta que sea un buen padre. Finley está primero, y no pone
excusas para eso. Su sol sale y se pone sobre esa niña, y puede sonar raro, pero
es ridículamente excitante.
—Eso no es raro. Son miles de años de biología. —Se encogió de
hombros—. ¿Qué más?
Me metí el pelo detrás de las orejas. —Me gusta que él empuja mis
límites, aunque desearía que nos dejara quedarnos así de vez en cuando. Y me
gusta que sea paciente conmigo y muy cuidadoso, pero no me trata como si
fuera frágil o débil. Solo me trata como si fuera algo precioso.
—Porque lo eres —me aseguró.
Me encorvé un poco. —Me gusta que piense así. Me gusta que esté tan
seguro de decirme que me quiere y que luego pelee por ello. Nunca antes había
tenido a nadie dispuesto a pelear por mí. —Siempre era yo la que luché por
Will, rogándole que nos dé una oportunidad.
—Eso es una ventaja en su columna, sin dudas —señaló mi amiga—.
¿Qué más?
—Sabe que soy un desastre. Me ha visto caer al suelo durante un ataque
de ansiedad, y no ha corrido. Solo me ayudó a superarlo y volvió por más. Me
ha visto atacar la camioneta de Will, y todavía se presenta en la puerta todos los
días.
—La puerta que te niegas a abrir —comentó con un toque de juicio en su
mirada.
—Me gusta que siga volviendo —admití suavemente—. No quiero, pero
me gusta.
166
—Demonios, también me gusta eso de él. Y me gusta que desde que ha
estado viniendo, has empezado a mirar el mundo nuevamente. Me gusta la
esperanza que él me da de que algún día puedas ser feliz.
Tragué saliva, sintiendo una ligera quemadura en la garganta, pero la
ansiedad no se disparó a toda velocidad. Al visualizar mi garganta abriéndose,
lentamente sentí que los músculos se relajaban. —Cuando estoy con él, Will no
es siempre el primer pensamiento de mi mente —admití en voz baja—. No digo
que no piense en él cuando estoy con Jackson, porque lo hago. Pero como que
se desvanece en el fondo. No hay mucho espacio para nadie más en mi cabeza
cuando Jackson está cerca. —La confesión me pareció pecaminosa, y miré a
Sam, esperando que repartiera mi penitencia.
—Creo que eso también es algo bueno —dijo con una sonrisita triste—.
Siempre habrá una parte de ti que ame a Will. Pero eso no significa que no
tengas espacio en tu corazón para alguien más, Morgan. O que tu corazón no
crezca para que quepa alguien más con el tiempo.
—Me siento culpable —susurré.
—Lo sé. Y no deberías. La doctora Circe dijo que está bien empezar una
nueva relación, ¿recuerdas? De hecho, lo animó en la misma cita en la que te
pidió que llenaras esa hoja sobre tus recuerdos no tan estelares sobre Will. —
Asintió con la cabeza a la hoja que seguía vacía al final de la encimera. Tenía la
sensación de que podría ser mi primera tarea realmente fallida.
¿Cómo era justo para Will que yo lo destrozara por los ejercicios mientras
seguía adelante con Jackson?
—La tarea tendrá que esperar. Y aunque quisiera a Jackson, ¿cómo
puedo esperar que él entienda que mi límite de velocidad emocional rivaliza
con el de un perezoso?
—Dile exactamente eso. Y que lo quieres, incluso si no estás lista para
admitirlo. Te conozco. —Sus ojos se suavizaron con simpatía.
Negué.
—Está bien. Dime algo que no te guste de él —me retó antes de beber un
sorbo de té.
Moví mi taza entre mis manos y levanté la vista para mirarla. —Odio que
vuele helicópteros, y no cualquiera, sino la versión de la guardia costera de los
de Will. ¿Qué clase de destino es ese? Odio ese sentimiento que me retuerce el
estómago cuando pienso que, si me enamoro de él, no sobreviviré a tener que
enterrarlo. Sé que es realmente egoísta de mi parte decir eso teniendo en cuenta
que Grayson está en Afganistán...
—Detente. —Fijó su mirada determinada en mí—. Perdiste al hombre
167
que amabas y yo no. Puedes decirme lo que quieras cuando desees hacerlo.
Ahora escucha. Jax no es Grayson… o Will.
Me estremecí, pero sostuve su mirada.
—Jax es piloto, sí, pero nadie le dispara. No va a ir a Afganistán o Irak ni
a ningún otro lugar parecido. Sale ahí afuera —Hizo señas en dirección a la
pared de ventanas—, para salvar vidas. Ese es el hombre que es. Salva a la
gente. Y te preocupas… Dios, odio que eso sea parte del trabajo, pero así es. La
muerte de Will te traumatizó, y saber que Jax vuela va a hacer destrozos en tu
mente. Eso es comprensible. Eso no te convierte en un desastre, te hace humana.
Además, he visto a ese hombre sin camisa y me sorprende que eso no esté en tu
lista de cosas a favor. Imagínate, ese chico es un maldito piloto. Uno pensaría
que ya seríamos mejores identificándolos.
—Creo que tengo un tipo —solté, poniendo los ojos en blanco.
—¿Acaso no todas lo tenemos? —Sonrió—. Solo debes decidir si todas
esas cosas que te gustan de él valen menos que las que no te agradan.
Dios, era una idiota por siquiera pensar en eso, por contemplar la idea de
hacer exactamente lo que Sam sugirió y hablar con Jackson sobre mis límites y
nuestras posibilidades. Tal vez traicionaba la memoria de Will, pero lo quería
en mi vida.
¿Y si él no quería esperar a que pusiera mis cosas en orden? ¿Y si yo no
podía superar su trabajo? ¿Pero qué sucedería si ni siquiera lo intentaba?
—Hoy tienes una tarea más, ¿verdad? —insistió mi amiga
Suspiré. —La camioneta.
—La camioneta. —Asintió—. ¿Quieres que vaya contigo?
—No, puedo hacerlo. —Forcé una sonrisa falsa y puso los ojos en
blanco—. De verdad. Puedo hacerlo.
—Vale, entonces sal y abre esa puerta. Diez segundos. ¿Me escuchas? —
Ordenó a medida que pasaba a su lado.
—Diez segundos —acepté.
—Y trata de no desquitarte a golpes con ella esta vez —me gritó cuando
salí por la puerta principal.
La cerré con más fuerza.
Avergonzada apenas describía como me sentí esa noche, por lo que
Jackson había visto antes de que Sam lo obligara a irse a casa. Había estado
completamente desquiciada por la ira, y sin embargo, no había sentido tanta
libertad con mis emociones desde... siempre.
Me acerqué al vehículo como si fuera un animal salvaje dispuesto a 168
devorarme si le daba la espalda. Diez segundos, me dije. Solo abre esa puerta de par
en par y mira dentro durante diez segundos, luego ciérrala.
La doctora Circe me había dado la tarea ayer, la llamó mi próximo paso
para avanzar en evitar situaciones. De alguna manera, esto parecía más fácil
que hablar mal de Will en un pedazo de papel.
La manija estaba caliente por el sol en el instante que la agarré con mis
dedos. Respiré hondo y tiré. La puerta se abrió con un clic y la abrí de par en
par, dando un paso atrás para que no me golpeara.
Uno. El olor a cuero caliente me llegó el tiempo suficiente para que Will
inundara mi mente. Su voz llenó mi cabeza, riendo en tanto ponía su gorra de
béisbol sobre mi cabello.
Dos. Una brisa sopló, azotándome, despejando ese olor.
Tres. Sus alas todavía se encontraban clavadas en la visera del lado del
conductor.
Cuatro. La luz del sol se reflejó en sus chapas identificatorias y no pude
apartar la mirada.
Cinco.
Seis.
Siete. Esas no eran las que llevaba cuando sucedió.
Ocho. Su madre tenía ese par.
Nueve. Ella también tenía la bandera cuando estaba lo suficientemente
sobria como para recordar dónde la puso.
Diez. Agarré el borde de la puerta y la cerré de golpe, esta vez no con ira,
sino con pura desesperación por el cierre de la puerta metafórica.
Mi pecho jadeaba. Lo hice. No se avecinaba ningún ataque de ansiedad ni
nada por el estilo. Los recuerdos se detuvieron con el cierre de la puerta. Por
extraño que parezca, sentí que tenía el control por primera vez, como si hubiera
ganado el poder de abrir o cerrar la puerta al propio Will cuando quisiera.
Me di la vuelta para regresar a la casa y encontré a Jackson mirándome
desde el medio de nuestros patios.
Mi corazón dio un salto mortal.
Su vista me hizo agua la boca, pero eso no era nada diferente. Apuesto a
que el hombre incluso se veía delicioso cuando tenía resaca o estaba enfermo, lo
que era injusto. Metió las manos en sus bolsillos e inclinó ligeramente la cabeza
hacia un lado en tanto su boca se tensaba levemente y sus ojos me rogaban que
me acercara. Trataba de darme el espacio que había forzado entre nosotros, y
eso solo hacía que me gustara aún más.
169
Mi pulso se aceleró, y la mitad de mi corazón que se había apagado por
instinto de autoconservación me traicionó al ver el anhelo en su expresión. Oh
Dios, ¿cómo podría alejarme de él? ¿Y si nunca volvía a sentirme así?
El primer paso fue el más difícil, pero los demás fueron fáciles a medida
que me acercaba a él.
—Morgan. —Su mirada me recorrió con avidez, como si estuviera
buscando algún tipo de respuesta.
—Hola, Jackson. —Mis labios formaron una sonrisa y toda su pose se
relajó.
—He estado tratando de hablar contigo. Por favor, déjame explicarte. —
Dio un paso adelante, pero mantuvo las manos en sus bolsillos.
—No tienes que darme explicaciones. —Se hallaba lo suficientemente
cerca como para percibir el leve aroma de colonia mientras estiraba el cuello
para mirarlo.
—No. Morgan, por favor. —Sacó las manos de sus bolsillos para acunar
suavemente mi rostro—. Por favor, no termines esto antes de darme la
oportunidad de hablar contigo.
Mis manos cubrieron las suyas, y mis pulgares acariciaron suavemente el
dorso de sus manos. —Quiero decir que no me debes una explicación. Por nada
de eso.
Frunció el ceño, confundido.
—Tus padres murieron en un accidente en barco —dije suavemente—.
Tiene sentido que decidieras convertirte en la persona que podría haberlos
salvado. Y en cuanto a lo otro. —Tragué, pero no aparté la vista—. Yo también
habría buscado su nombre en Google si fuera tú. Luego habría revisado cada
publicación en sus redes sociales y en las mías hasta descubrir exactamente qué
relación teníamos. No puedo culparte por querer respuestas que no me hallaba
en posición de darte, aunque desearía que me hubieras dado el tiempo y la
oportunidad de decírtelas yo misma.
Cerró los ojos con fuerza y apoyó su frente contra la mía. —No te
merezco.
—Lo dices como si yo fuera una recompensa, cuando hay muchas
posibilidades de que sea la prueba que te lleve a beber —bromeé, dando una
pizca de la verdad.
—¿Qué significa esto? —Se apartó lo suficiente para mantener el contacto
visual.
—No lo sé. Respondo lo más sinceramente que puedo. Me asusta mucho 170
que vueles, y no estoy segura de poder superarlo. Pero espero que me des un
poco de paciencia y gracia, y tal vez que esperes solo un poco para que mi
cabeza y corazón se pongan en orden.
—Te daré el tiempo que necesites. No me iré a ningún lado —prometió—
. Esperaré por siempre si eso significa que tendré la oportunidad de besarte otra
vez.
La boca de este hombre iba a ser mi perdición.
No tenía palabras para contestar, así que me puse de puntillas y rocé mi
boca con la suya, luego lo besé de verdad. Fue suave y casto, pero lo que
significaba me golpeó más fuerte que cualquier encuentro apasionado.
—¿Mejor?
Sonrió contra mi boca. —Infinitamente.
Me aparté un poco cuando escuché que su puerta se abría y se cerraba,
sabiendo que Finley saldría. —Te contaré sobre Will, si quieres saber más de lo
que dicen los artículos. Solo tienes que ser paciente. Sufro esta cosa, se llama
duelo complicado, y hace que sea muy difícil hablar de él. Pero está mejorando.
Sus ojos se ampliaron y asintió rápidamente. —Quiero saber todo lo que
estés dispuesta y lista para contarme.
—¡Morgan! —gritó Finley, a medida que bajaba los escalones.
—¡Hola, Fin! —Me aparté de los brazos de Jackson y la saludé mientras
corría hacia mí.
—Mierda. Morgan, hay algo que necesito decirte —comenzó Jackson.
—¡Te eché de menos! ¿Dónde estabas? ¡Tengo tantas caracolas de mar
que mostrarte! —Las palabras de la niña llegaron a mí con la misma velocidad
que ella, y apenas mantuve el equilibrio en el momento que me abrazó.
—¡Yo también te eché de menos! —Envolví mis brazos a su alrededor y
la abracé con fuerza—. No puedo esperar para ver las caracolas.
Me sonrió, luciendo dos trenzas francesas a los lados de su cabeza.
—¡Guau, me encantan tus trenzas! —Se veían fantásticas, aunque un
poco apretadas.
—¡Gracias! ¡Mamá me las hizo! —Asintió con entusiasmo.
Todo se tambaleó cuando mi mirada interrogativa voló hacia Jackson.
—¿Mamá?
—Eso es lo que...
—Sí, mamá —afirmó una voz femenina cortante desde unos metros de
distancia—. Se refiere a su madre. Que sería yo. 171
174
13
Traducido por Julie
Corregido por Danita
Jackson
185
14
La noche del baile de graduación… bueno, estuviste allí. Debería
haberlo sabido entonces, pero a la mañana siguiente me desperté tan
asustado de no haberte podido ofrecer lo que necesitabas. Nunca fuiste tú,
Morgan. Siempre fui yo.
Morgan
186
Mi cabeza amenazó con separarse del resto de mi cuerpo con cada paso
que di por las escaleras. ¿En qué demonios había estado pensando?
Sam rebuscaba en la cocina, el ruido aumentaba mi dolor mientras
doblaba la esquina y pisaba el linóleo. Una semana más y este bebé se
convertiría en madera dura. Una sartén chocó contra el quemador de la estufa y
me encogí.
—Siéntate. —Señaló al otro lado de la encimera. ¿Por qué demonios se
veía tan alegre? Incluso sus rizos rebotaban con más energía de la que tenía en
todo mi cuerpo.
Me deslicé en un taburete y apoyé los codos en la fórmica para acunar mi
adolorida cabeza.
Un vaso de agua apareció frente a mí y colocó dos analgésicos al lado.
—Ya tomé los que dejaste en mi mesa de noche junto al agua. —Levanté
la cabeza lo suficiente como para atrapar un destello de confusión antes de que
sonriera levemente.
—Yo no los dejé. Debe haber sido Jackson. —Tomó las píldoras con una
leve sacudida de cabeza—. Resulta que el señor Carolina es uno de los buenos.
Jackson. Oh, Dios, me puse en total ridículo anoche.
—¿Qué tan mal estuve? —Mis dedos se curvaron alrededor del vaso a la
vez que ella rompía dos huevos en la sartén.
—En una escala del uno a mí, tal vez alrededor del siete. Definitivamente
no te encontrabas en tu mejor momento, pero tampoco bailaste sobre la barra al
estilo de la película Coyote Ugly. —Se encogió de hombros.
Mátenme ahora. —No pensé en los medicamentos.
Se giró un poco para reunirse con mi mirada. —Lo sé. Si lo hubieras
hecho, estaríamos teniendo una discusión diferente. Debí haberme entrometido
cuando pedías tus bebidas.
—Estabas hablando con Grayson. No te eches la culpa por mis decisiones
de mierda. ¿Dónde está Mia?
—Se fue hace tres horas.
Mis ojos volaron al reloj. —¿Ya es mediodía?
—Sí. —Deslizó los huevos en un plato, tomó un tenedor y colocó la
comida frente a mí—. Ahora, come.
Lo hice y deslizó una taza de café como recompensa cuando terminé.
—Gracias. 187
—No hay problema. —Se apoyó sobre la encimera mientras sus labios se
levantaban en una sonrisa—. Ahora dime cómo fue dormir junto a Jackson. —
Meneó las cejas.
—¿Qué? Quiero decir… —Oh, mierda, dormí a su lado. Le rogué que se
quedara conmigo y luego me acurruqué con él y…—. Me quedé dormida —
susurré.
—Bueno, sí. Le dije que lo enterraría en el océano si se aprovechaba, así
que mejor que eso haya sido todo lo que hicieron.
Mis ojos volaron hacia los suyos. —No, Sam. Me quedé dormida. Sin video.
Sus cejas se elevaron. —¿Sin video de Will? —aclaró.
—No. Solo Jackson. —No había dormido una noche sin ver ese video en
casi dos años desde que me lo dieron. Se había convertido en mi canción de
cuna, mi oración, mi ayuda para dormir y mi súplica a mi cerebro para dejarlo
entrar en mis sueños—. ¿Qué significa eso? ¿Fue el alcohol? ¿Jackson? Dios, ¿lo
estoy usando para reemplazar…?
—Detente. —Su mano cubrió la mía— Significa que pasaste una noche
sin ver el video. Deja de analizar por qué diste el paso y solo alégrate de haberlo
hecho. Alégrate de que puedas dormir sin él.
Seguro, si estoy borracha y tengo los brazos de Jackson a mi alrededor. La
segunda parte de ese remedio era lo bastante fácil de remediar. De cualquier
manera, lo hice.
—Dormí sin el video. —Sonreí cuando un peso se levantó de mi pecho, y
respiré profundo.
—Dormiste sin el video. —Sam me apretó la mano.
Toda la noche. En los brazos de Jackson… —Oh, Dios, ¿a qué hora se
fue? —¿Durmió toda la noche conmigo?
—Oí la puerta alrededor de las seis de la mañana. —Sonrió al estirarse
por su café—. Ese hombre está loco por ti, Morgan Bartley.
Me burlé. —Después de que me viera darle una paliza a la camioneta de
Will, luego bombardearlo cuando apareció su ex, hacer que me cargara a casa
borracha y dormir a mi lado, tengo la sensación de que va a correr tan rápido
como pueda. O estaría corriendo si no viviera al lado.
—No obligaste a ese hombre a que hiciera nada. Él eligió estar contigo
durante esos tres… —Luchó en busca de palabras.
—¿Rabietas? —sugerí.
—Iba a decir arrebatos, pero entiendes el punto. —Se estiró hasta la cajita
al final de la encimera y me la dio—. Además, un hombre que está escapando 188
no le deja regalos a una mujer.
—¿Me dejó esto? —Miré fijamente la cajita blanca en mi mano mientras
ella sostenía un trozo de papel doblado.
—Y una nota. —Agitó el papel sobre la caja—. Y he esperado horas para
saber qué dice, ¡así que lee!
Aturdida, dejé la caja sobre la encimera y desdoblé la nota. La letra de
Jackson llenaba la página.
Morgan,
Finn me ayudó a diseñar esto, así que espero que te guste. Solía ser un frasco o
un vaso de algún tipo. Todo lo que sé con certeza es que en cierto punto se rompió. Se
hizo añicos, luego pasó años en las olas y la arena hasta convertirse en algo totalmente
nuevo. Ya no es transparente y afilado, sino suave y opaco. Cuando vi esta pieza, me
recordó a ti: hermosa, resistente y única. No lamento lo que solía ser en su vida anterior,
porque para mí es precioso justo cómo es ahora. No puedo imaginármelo siendo aún más
hermoso —ni siquiera entero— pero también sé que en el centro aún es el mismo cristal
transparente que siempre ha sido. El mismo cristal, solo que más excepcional, no a pesar
de todo lo que ha atravesado, sino gracias a ello.
—Jackson.
195
15
Traducido por Ana_V.U & Tolola
Corregido por Julie
Jackson
—Porque es una noche de escuela —dije con tanta calma como pude,
cruzando los brazos sobre el pecho. La siete de la tarde en una noche escolar
para ser precisos. Estuve trabajando de noche durante los últimos cinco días y
196
no quería pasar la única noche libre de esta semana discutiendo con Claire, pero
aquí estábamos.
Quería pasar el tiempo que tenía con Morgan, especialmente porque no
la había visto desde que salí de su cama el sábado por la mañana. Casi había
sido imposible obligarme a ir.
—Y deja que falte mañana. Es preescolar, por el amor de Dios, no
Harvard. —Pasó junto a mí hacia la sala de estar.
—Por supuesto que no. —No era la primera vez que estaba en mi casa,
pero aun así me sorprendió verla mirando las fotos de Fin que yo tenía por todo
el lugar.
—Pero estoy recuperando el tiempo perdido, Jax. Es solo una fiesta de
pijamas. —Claire se hundió en mi sofá, se quitó los zapatos y metió las piernas
debajo de ella, sentándose como siempre. Hace unos años, esa vista familiar
podría haber despertado sentimientos muertos hace mucho tiempo, pero ya no.
Me recosté hacia atrás y eché un vistazo a mis escaleras para asegurarme
de que Finley no escuchaba. —No es solo una pijamada. Es una interrupción
total en su horario.
Frunció los labios. —Tiene cinco años. No necesita un horario.
—Tiene cinco años, por eso necesita un horario. A los niños les gustan los
límites y la previsibilidad, Claire. Que vengas a casa es genial, pero Finley no
puede ir rebotando como una pelota de tenis.
—Regresé para pasar tiempo con ella —argumentó—. ¿Cómo puedo
hacer eso si no me dejas? —Su rostro decayó.
—¿Quién dice que no te dejaré? —Me froté la piel entre las cejas y recé
pidiendo paciencia. Claire lo había trastornado todo en los últimos diez días.
—¡Dijiste que no puedo llevarla esta noche! —espetó.
—Primero, baja la voz. Fin no tiene por qué escuchar nada de esto. En
segundo lugar, no, no puedes recogerla y llevártela cuando te convenga. La
tuviste el fin de semana pasado. Este es mi fin de semana y los fines de semana
no empiezan los jueves por la noche. —Puse una lista de reproducción en mi
teléfono, y Mumford and Sons sonó a través de los altavoces. Con suerte, eso
evitaría que los oídos de Fin escucharan mucho.
Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Claire. —¿Aún escuchas
esto?
—Aparentemente.
Su sonrisa se desvaneció ante mi tono. —¿Por qué no estás feliz de que
esté en casa, Jax? ¿No es esto lo que querías?
197
Solté un suspiro y me senté en el sofá de dos plazas frente a ella. —Estoy
feliz de que estés en casa, siempre que te quedes.
Ella tuvo el descaro de lucir herida. —Esta vez es diferente, Jax.
—¿De verdad? ¿Y a qué se debe? —Me incliné hacia adelante, apoyando
los codos en las rodillas.
—Porque cuando Brianna llamó y dijo que pensaba que realmente ibas a
seguir adelante, me di cuenta de que necesitaba estar aquí. —Sus ojos miraron
los míos en busca de algo que no podía darle.
Mi estómago se retorció. —Estás en casa por Finley, ¿verdad? Porque esa
es la única relación que puedes mejorar.
Retrocedió y parpadeó rápidamente, mirando hacia otro lado.
Mierda. Lo más difícil de discutir con Claire era no saber si mostraba sus
verdaderas emociones o actuaba.
—Claire. Dime que estás aquí por Finley —repetí, suavizando mi tono.
—No quiero que otra mujer críe a mi hija —admitió sin mirarme a los
ojos.
Morgan. Todo esto se trataba de Morgan.
—Estoy totalmente a favor de que ayudes a criar a Finley —le dije con
sinceridad—. Eres su madre.
Llevó su mirada a la mía, y la vulnerabilidad allí me tomó por sorpresa.
—Sé que soy la madre de Finley. ¿Qué soy para ti?
Mierda.
—Eres la mamá de Fin. Eso es todo, Claire. —Suavicé las palabras tanto
como pude, pero ella se estremeció.
—Solías amarme —argumentó.
—Sí. Pero ya no. Me preocupo por ti profundamente y siempre lo haré.
Pero no tenemos ninguna posibilidad. Si te vas a quedar en Cape Hatteras,
tienes que aceptarlo. —Cada palabra estaba clara con la esperanza de que mi
significado también lo fuera.
—Pero… —Negó con la cabeza—. ¡Esto es lo que querías! —Sus piernas
se deslizaron del sofá y se inclinó hacia mí—. ¡Me dijiste que me esperarías!
¡Que podría volver a casa y volveríamos a ser una familia!
—¡Te fuiste hace cinco años! —Me estremecí, a continuación controlé mi
temperamento y mi tono—. Finley tenía dos años la última vez que te dije eso.
Me aferré a la esperanza de que volvieras a casa durante años, Claire. Pero con
el tiempo, te dejé ir. 198
206
16
Dios, desearía haber tenido la oportunidad de llevarte arriba conmigo.
Desearía que supieras cómo se siente estar aquí con las nubes. Es como si
fueras un ser humano intrascendente y un dios todo a la vez. Lo amarías.
Morgan
207
—Esto es bueno —dijo la doctora Circe, mirando mi lista de recuerdos
menos que asombrosos de Will. Por mucho que el aniversario me hubiera
deprimido un poco, no me había hecho retroceder tanto como me anticipé—.
¿Cómo te sentiste al llenarlo?
—Culpable —respondí honestamente—. Pero más ligera una vez que
terminé.
—Excelente. Tenemos una tendencia a poner a nuestros seres queridos
fallecidos en un pedestal, como si solo pudiéramos recordar las cosas buenas de
ellos en lugar de quiénes eran como una persona completa. —Se inclinó hacia
adelante y puso la hoja de trabajo sobre la mesa de café—. Hemos pasado la
mitad del camino y estoy increíblemente satisfecha con tu progreso.
—Gracias. —El calor subió a mis mejillas.
—¿Cómo vas con la camioneta?
Se me aceleró el pulso. —Bien. Ya puedo abrir la puerta y ponerme en el
estribo.
Asintió, anotando algo en su libreta. —¿Y los ataques de ansiedad?
—Tuve uno el primer día que me paré en el estribo —admití en voz
baja—. Pero Sam estaba allí y me calmó. No tuve que usar mis medicamentos
de rescate ni nada de eso.
Sonrió. —Bien. Eso es muy bueno. Y puede que no parezca un progreso,
pero lo es. ¿Ves? —Abrió mi carpeta, pasó a una página en la parte de atrás,
hizo una marca y luego la giró para que yo pudiera verla—. Esta es la cantidad
de ataques a la semana.
El gráfico era decreciente.
—Y esto —Pasó otra página— es tu nivel de dolor informado. Mira,
empezaste aquí en diez y ahora estás aquí abajo en cinco. Significa que la
terapia funciona. ¡Eso es fantástico!
Miré el gráfico y asentí con la cabeza mientras un nudo me llenaba la
garganta. Funcionaba. Estaba mejorando.
—Entonces, durante esta semana, quiero que pongas un pie en el estribo
y el otro pie dentro de la camioneta.
Me quedé quieta, el pánico aumentó ante la idea de meterme en ella.
—¿Por cuánto tiempo?
La doctora Circe miró su cuaderno. —No tienes que hacerlo. Solo mira si
puedes poner tu pie adentro. Recuerda, esto es un maratón, no una carrera de 208
velocidad. Queremos que tengas éxito pero que sigas progresando.
—Correcto. —Tal vez debería haber dejado esa maldita cosa almacenada
en lugar de hacer que el camión lo entregara.
—Además, es hora de empezar a hablar sobre la dinámica interpersonal
con la que luchas. Mencionaste a Paisley en la mayoría de nuestras sesiones. ¿Te
sientes con ganas de abrir ese diálogo? —Me miró con atención, pero no había
juicio en su tono o mirada, lo que era una de las razones por las que me gustaba
tanto.
—De hecho, pensaba en invitarla, a todos, en realidad, al fin de semana
del Día de los Caídos. Creo que por fin podría tener las palabras que necesito
decirle. —Algunas salieron volando a Jackson esa noche en la cocina, y otras
llegaron mientras llenaba esa hoja de trabajo. La conclusión era que amaba a mi
mejor amiga, y si no intentaba, al menos explicar mis sentimientos, la iba a
perder.
—Es bueno oír eso. Y sé que todavía no estás lista para la conversación
imaginada con Will, pero ¿tal vez la próxima semana? —Sonrió optimista.
Sí. No.
—Quizás —respondí—. Tengo una pregunta, ya que sé que tenemos que
llegar a la historia antes de regresar a casa.
—¿Cómo puedo ayudar? —preguntó.
—Jackson... —Abrí y cerré la boca un par de veces mientras luchaba por
encontrar las palabras—. ¿Lo estoy usando?
—¿Cómo?
Me moví en mi asiento. —Me gusta mucho, y mis sentimientos por él
aumentan cada vez que lo veo, hablo con él o recibo un mensaje de texto. ¿Pero
solo le estoy proyectando mis sentimientos por Will? ¿Estoy cada vez mejor
porque estoy sacando el clavo?
Sus ojos se suavizaron. —¿Estás enamorada de Jackson?
Me resistí. —No. Al menos, no creo que lo esté. —Estaba loca por el
hombre, pero no iba a empezar a soltar la palabra con A—. Pero me veo
enamorándome de él. Es decir, en un futuro.
—Eso es justo. Ahora dime, ¿todavía amas a Will? —Su voz se suavizó.
Me dolió el corazón. No era el mismo nivel de dolor que antes, pero los
sentimientos seguían ahí. —Sí —susurré—. Sin embargo, es un poco más suave,
como si alguien hubiera bajado el volumen de la radio del auto y ahora también
pudiera escuchar otros sonidos.
—No creo que estés usando a Jackson. Me preocuparía si dijeras que te
encuentras perdidamente enamorada de él y que ya no sientes nada por Will. 209
Pero todo lo que sientes va por buen camino. Puede que tengas sentimientos
más fuertes por Jackson porque te vas recuperando y volviéndote capaz de
ellos, Morgan. Estoy muy satisfecha con el progreso que estás mostrando en
esta área.
—¿Entonces no es solo una especie de curita? —Jugueteé con el collar de
cristal marino.
—No que yo pueda verlo. Y, sinceramente, un curita no te habría tocado
cuando entraste por primera vez por esas puertas. Necesitabas una cirugía a
corazón abierto. Lo que sientes por Jackson parece ser genuino, pero no te
sorprendas si un poco de culpa fuera de lugar se abre camino. No dejes que te
descarrile ni a ti ni a esta nueva relación. Todavía eres un trabajo en progreso.
Trabajo en progreso. Necesitaba eso tatuado en mi maldita frente.
Cogió la grabadora. —¿Estás lista?
Asentí y apretó el botón de grabación.
—Estoy en el supermercado, escogiendo un frasco de mermelada...
—Vale, ¿qué hago aquí? —le pregunté a Jackson al día siguiente mientras
me encontraba entre nuestros autos en el estacionamiento fuera de su estación.
Tenía un brillo diabólico en los ojos que me hizo sospechar de inmediato.
—Tengo una idea.
—¿Sí? —Crucé los brazos sobre el pecho e ignoré lo bien que se veía con
ese traje de vuelo.
—Quiero que veas lo que hago. —Se reclinó contra su Land Cruiser y
sonrió.
—Ya sé lo que haces. —No era posible que vaya a verlo volar. Ya tenía
problemas para dormir las noches que sabía que se encontraba de turno.
—Bien, pero quiero que lo veas. Sé cuánto pesa sobre ti y tal vez si…
—Detente. —Extendí la mano—. ¿Quieres que yo qué? ¿Qué me pare en
tu torre de control y vea cómo vuelas la misma cosa que me da pesadillas?
Su sonrisa se desvaneció. —No exactamente. Quiero que vueles conmigo.
La sangre se fue de mi rostro y mi estómago dio un vuelco. —Bromeas.
—Nop. Voy a colarte a bordo con mi tripulación y vamos a hacer una
patrulla rápida y sencilla. El cielo es azul celeste, no hay una nube a la vista y 210
no hay posibilidad de mal tiempo. Es el día perfecto. —Me miró con una
intensidad que me dijo que hablaba en serio.
—No me vas a colar a bordo de nada, porque es puramente imposible
que algo de eso suceda. —Di un paso hacia él, sacudiendo el dedo.
Gran error.
—¿Has subido antes? —Me agarró las caderas y tiró de mí hacia adelante
para ponerme entre sus muslos. Claro, era un día cálido, pero eso no tenía nada
que ver con el aumento de temperatura dentro de mi propio cuerpo. Eso era
puro Jackson.
—No, y no creo que puedas encantarme para subir a esa trampa mortal.
—Puse las manos sobre su pecho para mantenerlo alejado, pero eso tampoco
ayudó. Era firme bajo mi toque, y sabía exactamente cómo se veía debajo de su
traje de vuelo. Apreté los muslos y le di mi mejor mirada.
—¿Confías en mí? —Movió sus gafas de sol a la parte superior de su
cabeza y me golpeó con esos ojos increíbles.
—No es justo —me quejé, pero no me encontraba segura de si era por la
pregunta o por el uso de su arma secreta.
—Morgan Bartley, ¿confías en mí? —Sus manos se flexionaron en mis
caderas.
—Con mi vida —refunfuñé.
—Soy un maldito buen piloto. Me gradué como el mejor de mi clase. —
Su mirada se clavó en la mía.
—¿En serio? —Como Will. Saqué ese pensamiento de mi cabeza.
—Sí. Y no hay ninguna posibilidad de que haga algo que te ponga en
riesgo o me ponga en una posición en la que no pueda llegar a casa con Finley.
Lo sabes. —Su mano se levantó y peinó mi cabello hacia atrás solo para que la
brisa del océano pudiera azotarlo en la otra dirección.
Eso era cierto. Nunca pondría en peligro el futuro de Finley.
—Dame una hora, Morgan, y no tendrás tanto miedo de lo que hago ahí
fuera.
Metí mi labio inferior entre los dientes y mastiqué ligeramente. ¿En serio
consideraba esta locura?
—Vamos, Kitty. Te daré lo que quieras si haces esto conmigo. No te
pediré una sola cita al aire libre durante un mes. Ordenaremos comida todas las
noches y podrás leer mientras te froto los pies. —La súplica en su voz y su
expresión esperanzada no tenían precio. 211
Suspiré. Una hora. Tal vez era como escuchar esas malditas cintas mías
contando la historia de la muerte de Will una y otra vez. Tal vez hacer esto una
vez apestaría, pero haría el futuro más fácil, el futuro que quería con él.
—Sé lo que quiero. —Lo miré a los ojos.
—Cualquier cosa. —Esa sonrisa se encontraba de vuelta, y maldición si
no hizo que mi corazón se acelerara. El hombre era demasiado guapo para su
propio bien.
—Invité a mis amigos a pasar el fin de semana. —Bueno, fue por mensaje
de texto, pero me había comunicado.
—Bien. —Frunció el ceño.
—Quiero que los conozcas. —Apreté los labios en una línea y contuve la
respiración.
—¿Eso es todo? ¿Solo quieres que conozca a tus amigos? —Me estudió.
—Sí. Y antes de aceptar, debes saber que tiene el potencial de ser el fin de
semana más incómodo de tu vida.
Sus ojos se agrandaron. —Esos amigos.
Asentí. —Y no van a hacértelo fácil. Sam es un juego de niños en
comparación con Josh y Jagger. —Mis dedos trazaron los parches en su pecho.
—Trato hecho. —Ni siquiera lo dudó.
—Deberías tomarte un minuto para pensarlo —lo animé.
—Morgan, acabas de pedirme algo que está en mi poder darte. Es tuyo.
Soy tuyo, fin de semana incómodo y todo, viaje en helicóptero o no. Estoy aquí.
—Presionó un beso en mi frente y me derretí.
Oh, Dios, realmente me estaba preparando para hacer esto.
—Llévame a volar.
Media hora más tarde, dudaba de mis elecciones de vida mientras
entraba en el helicóptero. Llevaba puesto uno de los trajes de vuelo de Sawyer,
ya que era más bajo que Jackson, y mis pies estaban metidos en botas, al menos,
cuatro tallas más grandes. Tenía el cabello recogido dentro de un casco de vuelo
con la visera baja, protegiéndome los ojos. Sin embargo, no me protegió del
olor. Ese sabor metálico era exactamente como olía Will después de pasar un
día en la cabina.
—Tenemos opciones —dijo Jackson a través de los auriculares mientras
yo miraba el espacio relativamente vacío. Señaló el par de asientos en la parte
trasera—. Puedes tener un asiento más cómodo. —Movió el brazo hacia la parte
212
delantera, donde había dos asientos más pequeños y de aspecto mucho menos
estable—. O puedes estar más cerca de mí.
Garrett se enganchó en uno de los asientos traseros y palmeó el que se
hallaba a su lado. —Tengo espacio aquí para ti, Morgan.
Los asientos delanteros eran perpendiculares a los de Jackson y se
hallaban justo detrás de él. Incluso podría tocarlo si fuera necesario. —Más
cerca de ti —le respondí.
—Esa es mi chica. —Me dio una sonrisa y me abrochó el cinturón. Mi
corazón latía con fuerza al ritmo de los rotores sobre nosotros cuando Sawyer
comenzó la verificación previa.
—¿Alguien la vio? —le preguntó Jackson a Sawyer.
—Nop. Te dije que sería fácil. Ahora siéntate y relájate, Morgan. Aquí en
la guardia costera aérea nos gustaría darte la bienvenida a bordo al vuelo de
hoy. —Sawyer me sonrió mientras Jackson apretaba las correas de mi arnés—.
Hoy tenemos un plan de vuelo rápido para ti que incluye un breve recorrido de
placer por Outer Banks. Por desgracia, no se proporcionarán bocadillos. Mantén
las manos dentro del avión en todo momento y recuerda que los vómitos se
consideran de mala educación.
Se me revolvió el estómago.
—Te tengo —prometió Jackson, acunando mi mejilla debajo de mi casco.
Asentí, apretando los dientes mientras me preparaba para darle un beso
de despedida a la tierra.
Inhalar por la nariz, exhalar por la boca. Pasé el resto del tiempo previo
al vuelo concentrándome en mi respiración, por lo que no dejé que el pánico
ganara y me hiciera salir corriendo de la aeronave.
—Aquí vamos, Kitty —dijo Jackson cuando despegamos.
Mi estómago dio un vuelco cuando nos elevamos en el aire y cerré los
ojos con fuerza. ¿Qué diablos hacía en esta cosa? No tenía nada que demostrar y
todo que perder. Y las vibraciones a través de mi asiento iban a adormecerme el
culo, en el mejor de los casos, y sacudir mi columna en el peor. Eran aún más
fuertes a mis pies.
—No es divertido cuando no puedes ver nada —bromeó Sawyer,
mirando hacia atrás desde la cabina.
Abrí los ojos y le enseñé el dedo corazón.
Se rio. —Tu chica no cree que esto sea divertido.
—Si tu exnovia hubiera sido derribada y luego muerta en un tiroteo, es
probable que tampoco pienses que esto es divertido —espetó Jackson.
213
La cabeza de Sawyer se echó hacia atrás, sus ojos enormes por la
disculpa. —Mierda, Morgan, no lo sabía.
—Toma los controles —ordenó Jackson.
—Tengo los controles —respondió Sawyer, su enfoque completamente
dedicado a la aeronave.
La mano de Jackson se estiró hacia atrás y la tomé. —¿Estás bien allá
atrás?
—Estoy bien —mentí.
—La vista es hermosa si miras por la ventana —sugirió, apretando mi
mano.
Me incliné hacia adelante y jadeé. El azul del agua contra la arena de la
playa creaba un contraste impresionante mientras volábamos por la costa, y
tuve que admitir que tenía razón. La vista era espectacular, fascinante, incluso,
y algo que solo podía haber visto desde el aire. Volamos kilómetros por la costa
y, por fin, mi cuerpo se adaptó a la vibración y el movimiento del avión. Mi
cerebro era un asunto completamente diferente.
—Guardacostas siete-cinco-tres-nueve, adelante. —La radio sonó a través
de mis auriculares.
La mano de Jackson desapareció y mi comunicación se cortó.
Garrett asintió y movió la boca, pero no pude oírlo. ¿Qué diablos pasaba?
¿Alguien los había visto colarme a bordo? ¿Jackson iba a tener problemas? Justo
cuando estaba a punto de enloquecer, las comunicaciones volvieron a la vida.
—Morgan, tenemos una llamada de socorro —dijo Jackson, sin tomar mi
mano porque ahora era él quien volaba.
—¿Tenemos qué? —Mi voz se quebró.
—Tenemos un barco que llamó pidiendo auxilio.
—Solo es un patrullaje —murmuró Sawyer.
—No hay heridos y somos el equipo de rescate más cercano. Necesito
que te sientes ahí atrás, ¿de acuerdo, Kitty?
—Sí. Muy bien. —Mis manos agarraron los bordes de mi pequeño
asiento mientras el avión cambiaba de rumbo, yendo a la izquierda. Nos
dirigíamos hacia el mar.
Cerré los ojos y me concentré en el sonido rítmico de los rotores y mi
respiración, súper consciente de mi garganta. El corazón me latía con fuerza y el
estómago se me hundió con la vuelta, pero no sentía ningún ataque de ansiedad
inminente… todavía.
214
Está bien. Estás bien. Jackson hace esto todos los días. Es un piloto estupendo. El
mejor de su clase, ¿cierto?
Will también lo era, me susurró al oído el defensor de mi diablillo. Al igual
que Josh y Jagger.
—Morgan, ¿cómo vas? —preguntó Garrett—. No te preocupes; somos los
únicos que podemos oírte. Intercambiaron nuestra comunicación a uso aéreo.
—Estoy bien —le mentí. Parecía que hoy mentía un montón, pero los
nervios que sentía no importaban en comparación a lo que esa gente tenía que
estar sufriendo.
—Lo finges bastante bien —me aseguró mientras se desabrochaba.
—Tiempo estimado de llegada: tres minutos —dijo Sawyer a través de
los auriculares.
Garrett se levantó del asiento y se acuclilló frente a mí. —Necesito que te
quedes aquí y no te muevas, ¿está bien? Es todo lo que tienes que hacer. Dime
que lo entiendes.
—Lo entiendo. Quedarme aquí. Sin moverme. —Asentí con la cabeza
para darle énfasis. Había cero posibilidades de que me moviera de ese asiento o
me interpusiera en la misión de salvar a alguien.
—Es todo rutinario, así que no te estreses. —Se levantó y preparó para
hacer lo que fuera que debía hacer. Cogió dos sábanas grises de la camilla de
rescate y las puso en el asiento junto a mí.
—No me estreso. Claro —susurré.
—Respira, Kitty. —La voz de Jackson se oía grave por la preocupación.
—Estoy bien. —Incluso levanté la voz un poco para demostrarlo—.
Concéntrate en volar, ¿vale? —Lo último que necesitaba era pensar en mí.
—Tenemos un avistamiento. Tiempo de llegada: un minuto —anunció
Sawyer.
Garrett desató una jaula de alambre de una torre frente a mí y la dejó
sobre el suelo, donde la amoldó como una cesta rectangular. A continuación, se
enganchó a un cinturón atado al techo y abrió la puerta del helicóptero. El nivel
del ruido se alzó de golpe: el viento atravesaba el fuselaje, y solo existía océano
por lo que podía ver. Quien fuera que nos esperaba abajo se encontraba solo, y
aunque yo viera el helicóptero como una trampa mortal, me di cuenta de que
para la persona era una salvación.
—Ya los veo —dijo Garrett mientras asomaba la cabeza por la maldita
puerta—. El adulto y el niño se ven en el área de aterrizaje.
Se me apretó el pecho. ¿Había un niño?
215
—¿Necesitas ayuda, Harrison? —preguntó Sawyer.
—No, señor. Estoy bien.
El helicóptero se ralentizó hasta quedar encima.
—Prepárate para bajar la cesta —dijo Sawyer.
Garrett la ató a un alambre que salía del helicóptero. —La cesta está lista.
—Despliegue —ordenó Sawyer.
—Desplegando. —Garrett deslizó la cesta a través de la puerta, y esta se
mantuvo fuera del helicóptero por un momento, antes de que apretara un botón
y descendiera. Mi estómago se hundió cuando volvió a inclinarse hacia afuera.
Un poco más, y también lo tendríamos que rescatar a él—. Ojos en la cesta.
Perdimos un poco de altura, pero tenía que ser a propósito, porque nadie
entró en pánico. Bueno, nadie excepto yo. Probablemente tendrían que volver a
tapizar el asiento después de que le sacara las uñas. Mi corazón se aceleró, pero
todavía no sentía problemas en la garganta.
—Manténgase así, señor. —La cabeza de Garrett se movía de un lado al
otro, mirando lo que fuera que se encontraba por debajo de nosotros por un
minuto. Tal vez dos—. Listo para levantar la carga. —Otra pausa—. Subiendo la
carga.
Inhalé con fuerza mientras el montacargas subía la cesta. Habíamos
salvado al menos a uno de ellos.
—Entendido —respondió Sawyer.
Garrett se recostó sobre el suelo mientras la cabeza le colgaba por fuera
de la aeronave. —La carga está a medio camino. —Se puso de rodillas y alargó
una mano hacia el alambre—. La cesta está a tres metros de la cabina.
—Entendido.
—A un metro y medio de la cabina. Metiendo la cesta a la cabina.
—Entendido.
Garrett se puso de pie y metió la cesta de rescate al helicóptero, con un
niño aterrorizado y su padre como sus ocupantes.
Mi respiración salió en un apuro audible ante la comprensión de que los
habíamos salvado a ambos. Que habíamos llegado a tiempo.
—La cesta está en el interior de la cabina.
—Entendido.
Desenganchó el alambre, cerró la puerta y sacó al niño primero.
Dios. Se encontraba mojadísimo, temblaba como una hoja, y su piel lucía
pálida contra la luz naranja de su chaleco salvavidas. 216
Cogí una de las mantas y alargué el brazo hacia la mano del niño.
Cuando se volteó, le ofrecí una sonrisa reconfortante, lo acerqué, sacudí la
manta y la envolví a su alrededor como una capa. —¿Así está mejor? —le
pregunté, alzando la voz así podía oírme por encima del ruido de los rotores.
Asintió, con sus ojos amplios y pupilas dilatadas. Apretó la manta con
fuerza, y Garrett lo llevó al asiento que había ocupado.
Le tendí la segunda manta al padre, quien la cogió con un asentimiento
agradecido. El alivio en sus ojos era superado por la conmoción mientras
Garrett los situaba en sus asientos.
—Vamos —dijo Garrett por el micrófono.
—Entendido —respondió Sawyer de nuevo.
El helicóptero se inclinó ligeramente hacia delante y después hacia la
izquierda, llevándonos de regreso a la costa mientras Garrett se sentaba junto a
mí.
—Qué bueno que estuviéramos cerca. A ese bote le quedaban diez
minutos, como máximo —dijo a través de los auriculares.
—¿Qué lo hundió? —le pregunté.
—No es tema mío. —Se encogió de hombros—. Están vivos. Eso sí me
importa. Lo hiciste genial, Morgan.
Solté un bufido. —Me quedé aquí y le entregué las mantas.
Sonrió. —Como dije: lo hiciste genial.
Padre e hijo se sujetaban de las manos, y la cabeza del hijo cayó sobre el
hombro del padre mientras regresábamos a la estación de la guardia costera.
Diez minutos. Era todo lo que se interponía entre esa familia y el océano. Diez
minutos y la tripulación de Jackson.
Diez minutos que los padres de Jackson no tuvieron.
¿Cuántas vidas había salvado? ¿Cuántos niños aún tenían a sus padres
gracias a Jackson? ¿O Garrett? ¿O Sawyer?
¿Me dio un montón de miedo? Sí.
Pero me llenaba de humildad.
—¿Estás bien, Kitty? —preguntó Jackson.
—Estoy genial. —Y en serio me sentía así.
—Esto se va a poner un poco complicado, así que, cuando aterricemos,
quédate con Garrett. Tengo que hacer otro vuelo. Garrett, ¿puedes llevarla a los
camarotes? 217
—Claro —respondió Garrett.
El aterrizaje fue un borrón: hice lo que Jackson me pidió y esperé con
Garrett. Al principio, me quedé detrás de él con la esperanza de que nadie
notara que me encontraba allí mientras bajaban a nuestros refugiados. Por
suerte, no éramos el centro de atención.
Una hora después del aterrizaje, me encontraba sentada en la cama más
lejana de la puerta de los camarotes, mirando el reloj. Mi traje de vuelo, botas y
casco prestados yacían en la cama junto a mí, listos para ser regresados a sus
dueños. —¿Siempre tarda tanto? —le pregunté a Garrett.
—Confía en mí; se encuentra bien. Si hubiéramos sido descubiertos, ya lo
sabríamos. —Se reclinó contra la puerta, mirando ocasionalmente a través de la
ventanilla que daba al pasillo.
—Una ronda rápida y fácil, Morgan. —Mi voz bajó hasta una imitación de
la de Jackson.
Garrett se rió. —Ese era su plan, en serio. —Un golpe resonó desde la
puerta, y echó un vistazo a través del cristal—. Ya era ahora —dijo mientras
abría la puerta.
Jackson entró, su traje de vuelo lo suficientemente abierto como para
revelar la camiseta debajo. —Gracias, amigo.
—No hay problema. —Garrett se despidió y salió, cerrando la puerta
detrás de él.
Jackson bloqueó la puerta, miró por la ventana, y luego se me acercó con
una sonrisa llena de disculpas. —Así que, resultó un poquito más aventurero de
lo que esperaba. —Se sentó junto a mí, lo suficiente cerca para que nuestros
muslos se tocaran.
—¿Eso crees? —Incliné la cabeza.
Hizo una mueca. —Bueno, podría haber sido peor.
—Podrían haberte atrapado.
—Sí, también. —Cogió mi mano y entrelazó nuestros dedos—. En serio
lo siento. Nunca quise meterte en algo así.
Dios, esos ojos. Me hacían desear nadar en ellos; en él.
—Estoy bien —le aseguré.
—¿Sí? Porque había planeado llevarte a volar para que vieras lo increíble
que puede ser y, en su lugar, terminaste en medio de una operación de rescate.
—Miró hacia delante y se tensó—. Aunque estoy bastante orgulloso del rescate,
218
temo haber fallado en la Operación de Apaciguamiento de Morgan. —Apretó el
músculo en su mandíbula.
Mi corazón se aceleró.
Que le soltara la mano lo sorprendió, pero lo terminé por asombrar
cuando me volteé y deslicé una rodilla por encima de sus muslos para sentarme
a horcajadas sobre él. Me acomodé en su regazo como si siempre hubiera
pertenecido allí y acaricié la parte trasera de su cabeza con las manos.
—Estoy bien —le prometí, mirándolo a los ojos así sabría que hablaba en
serio—. Entregué mantas y no vomité. Salvaste a dos personas. Diría que fue
toda una victoria.
—Me asombras. —Me cogió de las caderas con suavidad—. Pero
supongo que no ayudé a calmar tus miedos.
Deslicé las manos hacia delante, así podía pasarle los pulgares por las
mejillas. —¿Me aterroriza que vueles? Sí. Eso no cambió, y no creo que vaya a
cambiar.
—No te culpo. —Su rostro decayó ligeramente.
—Shh, estoy hablando. —Puse un pulgar sobre sus labios.
Sus ojos destellaron; pasó los dientes por la yema de mi pulgar y luego la
lengua.
Mi cuerpo se llenó de calidez, y me llevó un minuto recordar lo que
decía. —Sí, estoy asustada, ¿pero verte hacer lo que hiciste allí afuera? También
lo entiendo.
Su agarre se tensó. —¿En serio?
Parecía tan esperanzado que no pude evitar sonreír. —Sí. Existe la
posibilidad de que esa familia no estuviera aquí si no hubieras estado allí
afuera. —Le di un beso en la frente—. Me sentí tan orgullosa de ti.
Aspiró un aliento, y luego se reclinó hacia atrás con una sonrisa.
—Espera, ¿te sentiste orgullosa de mí?
—Todavía me siento orgullosa. Ahora deja de buscar cumplidos, Jackson
Montgomery.
Sus ojos cayeron sobre mis labios y apenas los había abierto antes de que
me besara. Dios, amaba la boca de este hombre. El primer toque de nuestros
labios fue suave, pero se profundizó rápidamente. Incliné la cabeza mientras su
lengua encontraba la mía, y un choque de electricidad recorrió mi columna.
Sabía dulce, como bebida de naranja y algo único de Jackson, mientras tomaba
mi boca en caricias que variaban de fuertes y profundas, a suaves y lentas. Me
219
mantuvo inclinándome en busca de más, y al minuto en que lo conseguía, él
cambiaba el ritmo.
Cuando se apartó, ambos respirábamos con fuerza. Atrapé su labio
inferior entre mis dientes y lo jalé con suavidad. No me encontraba lista para
terminar con esto.
Gimió, tomando el control por completo de la situación y se lo di con
gusto. Me balanceé hacia delante, y me cogió del trasero, acercando nuestras
caderas. Estaba duro, y no lucía para nada arrepentido mientras pasaba una
mano por mi cabello y me besaba.
¿Cómo era posible para un hombre robarme cada pensamiento? Gimoteé
cuando me besó el cuello, burlándose de cada una de mis áreas sensibles como
si tuviera un maldito mapa. Su cabello se sentía suave bajo mis dedos, y lo cogí,
buscando algo, cualquier cosa, que me mantuviera en la tierra mientras mi
cuerpo volaba.
—Me vuelves loco. ¿Lo sabes? —preguntó con la boca en mi garganta.
Me arqueé para darle un mejor acceso, y lo aproveché. Dios, se sentía genial—.
Eres todo lo que puedo pensar. Todo lo que sueño.
—Jackson —gemí en respuesta. Cada beso, lamida y mordisco enviaron
olas de necesidad a través de mis extremidades, saturándome el estómago. El
deseo se alzó con tanta rapidez y fuerza como una represa atiborrándome el
alma, llenándome de sentimientos que ya no necesitaba contener.
Presionó besos por el centro de mi pecho, y cuando alargó una mano
hacia los botones de mi blusa sin mangas, los abrí.
Nuestros ojos chocaron; me alcé ligeramente, deslicé las caderas hacia
delante y me deslicé por su longitud.
—Joder, Kitty —siseó. Entonces su boca se fusionó con la mía en un beso
del que solo había leído. Del tipo que alteraba el universo y te dejaba adicta. Ya
ni siquiera sabía si existía un universo. Solo existía Jackson. Las manos de
Jackson. La boca de Jackson. El cuerpo de Jackson debajo del mío.
Su mano se deslizó al interior de mi blusa abierta para ahuecarme el
pecho a través del sostén blanco. De repente, deseaba haberme comprado o
simplemente haberme preocupado lo suficiente el último par de años como
para tener más de dos colores de ropa interior.
—Por favor. —Me incliné hacia su toque, y me sacó el pecho de la copa,
pasando el pulgar sobre mi pezón, así lo endurecía para él.
—Perfecto —murmuró contra mis labios; luego inclinó la cabeza y me
levantó ligeramente, así podía coger el pico entre los labios.
Gemí ante la sensación dulce, mis dedos enterrándose en sus hombros
220
mientras me rebelaba en el placer que me daba su boca. Su lengua era magia, y
sus dientes despertaron cada terminación nerviosa con toques delicados.
Mis caderas se movieron por instinto, buscando fricción y presión…
buscando a Jackson.
Gimió, cambiando su atención al otro pecho, y luego deslizó su mano
libre por la piel desnuda de mi muslo. Me acerqué de nuevo, y metió el pulgar
por debajo del bordillo de mis pantalones cortos, siguiendo la línea hasta llegar
a mis muslos.
Oh, diablos, sí.
—Morgan, tene…
Un golpe en la puerta nos congeló.
—Mierda —murmuró.
Mi cabeza cayó sobre su hombro mientras intentaba calmar mi corazón
acelerado.
—Un segundo —gritó Jackson, sus manos ya trabajando en los botones
de mi blusa.
Tiré de los breteles para asegurarme de que las chicas estuvieran bien
ocultas y me bajé de su regazo. Me estabilizó y buscó mis ojos.
—Estoy bien —le prometí.
Asintió y se encaminó hacia la puerta. —¿Qué diablos quieres? —soltó a
quien fuera que estuviera del otro lado de la puerta mientras la abría.
—Vas a llegar tarde a la sesión informativa —le dijo Sawyer.
—No creo que me importe. —Jackson murmuró una maldición y le cerró
la puerta en la cara a Sawyer. Entonces cerró los ojos y se reclinó contra la
puerta.
Segura de que tenía todo donde se suponía que debía estar, cogí la bolsa
de la cama y la colgué sobre mi hombro.
—Morgan, lo… —comenzó Jackson, las disculpas llenando su mirada.
—Me debes todo un fin de semana —le dije antes de que pudiera
terminar. No lamentaba nada, y nunca le permitiría arrepentirse.
Sus ojos destellaron con sorpresa. —Sí, supongo que sí.
—Entonces supongo que te veré en casa. —Lo besé con suavidad—.
Ahora, muéstrame cómo salir de aquí.
Sonrió, abrió la puerta, y me llevó por el pasillo hacia el aparcamiento,
donde me besó de nuevo. Suponía que en realidad no le importaba llegar tarde.
Cuando llegué a casa, Sam se hallaba en la mesa del comedor, haciendo 221
una lista de compras que incluía comida suficiente como para alimentar a un
regimiento: un regimiento al que había invitado para el fin de semana. Un
regimiento al que tendríamos que alimentar con la parrilla, porque no tenía
cocina.
Ember. Josh. Paisley. Jagger.
Todos llegarían en tres días.
De repente, el dar una vuelta en helicóptero se sentía como la parte más
sencilla de mi semana.
17
Traducido por Julie
Corregido por Jadasa
Jackson
—Ojalá lo hubiera olvidado yo. Pero estará en casa el lunes por la tarde.
Morgan retrocedió y levantó la vista. —Bueno, supongo que eso significa
que te tendré para mí sola por un par de días, ¿eh?
Sonreí. —Bueno, tienes que compartirme con las mascotas de Fin ya que
estoy a cargo de alimentarlos, pero aparte de eso, sí.
—Lo encuentro aceptable.
El silencio en la habitación me llamó la atención, y por supuesto, había
cuatro o cinco personas mirándome con descarada curiosidad. El rubio también
tenía un poco de escepticismo en su mirada.
—Um. Todos, este es Jackson. Jackson, estos son todos —me presentó
Morgan, girando hacia ellos, pero dejando su brazo alrededor de mi cintura—.
Va a insistir en que lo llamen Jax.
—Eres la única persona del planeta que me llama Jackson —le dije
riéndome—. Y sí, por favor llámenme Jax.
El tipo de cabello oscuro era Josh, y su esposa pelirroja era Ember.
El rubio era Jagger, y su esposa era la mejor amiga de Morgan, Paisley.
—Y este es Peyton. —Paisley miró con amor a su hijo—. ¿Puedes saludar,
Pey?
El chico metió la cabeza en el cuello de su madre, pero una vez que lo
saludé, él también lo hizo, abriendo y cerrando un pequeño puño. ¿Finley había
sido alguna vez tan pequeña?
—Así que eres el vecino de al lado —comentó Ember con una sonrisa
lenta, mirando a Sam, que asintió.
—Ese sería yo. —Sonreí.
Estoy seguro de que así se sentían los animales en el zoológico, porque
todos me miraban. Las mujeres tenían expresiones curiosas, y los hombres
lucían totalmente escépticos.
La mano de Morgan me apretó la cintura a medida que el silencio de la
habitación se volvía sofocante. La isla se sentía como una tierra de nadie, con
Sam, Morgan y yo a un lado y sus amigos al otro.
—Tenías razón —le dije a Sam—. Incómodo es una buena palabra.
Bufó y me golpeó el brazo con el dorso de su mano. —¿Quieren que
consiga la lamparita oscilante para que lo hagan sudar en un interrogatorio aquí
mismo, o prefieren hacerlo junto a la hoguera?
Paisley puso los ojos en blanco y le dio un codazo a su marido cuando 224
parecía que lo consideraba.
—Preferiría la hoguera, ya que mis amigos están ahí abajo —dije con un
pequeño encogimiento de hombros.
Morgan y yo habíamos organizado esto hace unos días, pensando que
sería un poco más fácil para todos los involucrados si tuviéramos una barbacoa
para iniciar el fin de semana y romper la tensión, en lugar de esperar al lunes,
cuando tendríamos otra, por supuesto.
—Secundo la hoguera —añadió Sam.
—¿Está bien para Peyton? —preguntó Morgan, dirigiendo sus ojos hacia
el bebé—. Todavía quedan un par de horas antes de la puesta de sol.
—¡Oh, claro! —respondió Paisley—. Llevaremos su sombrilla. ¿Cariño?
—En ello —contestó Jagger, subiendo las escaleras. Supongo que eso
respondió a la pregunta de dónde iban a quedarse todos.
Una vez que Jagger tuvo la sombrilla, tomamos la escalera de la cubierta
trasera hacia el camino que serpentea sobre la duna, y Morgan entrelazó sus
dedos con los míos.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Por supuesto. ¿Por qué no iba a estarlo? —Me dio una sonrisa que no
llegó a sus ojos.
Hice una pausa en la mitad de la duna y le dije a Sam, cuando nos pasó,
que nos encontraríamos con ellos en un rato.
—¿Qué sucede? —preguntó Morgan.
Una vez que los otros estuvieron fuera de la vista, tomé su cara en mis
manos y la besé.
Ella se derritió contra mí, y ese simple beso se transformó en algo mucho
más intenso de lo que planeé. Cuando levanté la cabeza, sus ojos lucían un poco
vidriosos y su postura era infinitamente más relajada.
—Así está mejor —dije, metiéndole el cabello detrás de la oreja para
poder ver su cara.
—¿Por qué fue eso?
—Para recordarte que no tienes que fingir conmigo. Sé que estás
luchando con ellos aquí.
Ella apartó la mirada, e incliné su cabeza para que volviera a mirarme a
los ojos.
—¿Y si no puedo hacer esto?
225
—Puedes —le aseguré—. Y si llega a ser demasiado, entonces puedes ir a
mi casa y recomponerte. Diré que tienes que alimentar al conejillo de indias.
—¿Aunque me lleve una hora recomponerme? —preguntó, levantando
una ceja.
—Ella también tiene un pez y una tortuga. Créeme, podemos encontrar
una excusa.
Se rio, y le besé la nariz.
Cuando empezamos a subir la duna, vi a Paisley en la cima, mirándonos
con una mezcla de confusión y felicidad. Luego su expresión cayó ligeramente
cuando se dio la vuelta para volver a la playa.
—Te extraña. —Tomé la mano de Morgan cuando empezamos a subir.
—Extraña a quien solía ser —dijo suavemente mientras ascendíamos la
duna.
—No voy a decirte cómo sentirte o cómo manejar esto. Dime qué
necesitas que sea, y yo seré eso, ¿de acuerdo?
—Solo te necesito. —Me apretó la mano y observó la pequeña reunión—.
Sabes que van a interrogarte, ¿verdad?
—No serían buenos amigos si no lo hicieran.
Saber ese hecho no hizo que la siguiente hora fuera menos dolorosa. En
tanto Morgan se sentaba con sus amigas, echándome miradas cada pocos
minutos, Josh y Jagger me dispararon preguntas de ambos lados. Ella se hallaba
lo suficientemente cerca como para escuchar mis respuestas, pero confiaba en
que yo me mantendría firme y no interferiría.
Tengo veintiocho años. Mi hija tiene cinco años. No, su madre y yo no estamos
juntos. Sí, me gusta Morgan. Nos conocimos cuando la saqué de su escalera. Sí, conozco
a su contratista. Sí, le dio estimaciones justas. Las preguntas fueron llegando, hasta que
estuve bastante seguro de que me iban a pedir mi número de seguro social para poder
hacer una comprobación de crédito.
Lo único que no habían preguntado...
—¿Y a qué te dedicas? —preguntó Josh.
Ah, ahí está. —Soy un piloto de búsqueda y rescate de la guardia costera
—respondí.
Morgan me miró a los ojos.
—¿Es una broma? —Jagger se inclinó en su silla.
—No. —Le guiñé un ojo a Morgan, esperando que se relajara lo
suficiente para respirar. Su mirada parpadeó entre los chicos—. Llevo aquí
cinco años.
226
—El mejor maldito piloto de Outer Banks —comentó Sawyer en tanto
arrastraba una silla por la arena y se sentaba al otro lado de Jagger—. Aparte de
mí, por supuesto.
—Qué humilde —bromeé.
Sawyer levantó su cerveza en saludo.
—¿Son todos pilotos? —Jagger miró hacia la parrilla, donde Moreno y
Garrett discutían sobre el tiempo.
—Nah. —Sawyer sacudió la cabeza—. Javier es nuestro mejor mecánico,
y Garrett es un nadador de rescate. Su trabajo nos hace parecer unos cobardes.
Y ese junto al agua es Goodwin. Es otro nadador. Sin embargo, Hastings, el tipo
que está a su lado, es piloto. Esas son sus esposas, Christina y Cassidy.
—¿Y ella lo sabe? ¿Morgan lo sabe? —Josh dejó caer su voz.
—Morgan conoce a todo el mundo. No es como si Jackson la mantuviera
encerrada o algo así. —Sawyer se encogió de hombros.
Los ojos de Josh se entrecerraron sobre mí.
—Eso no es lo que está preguntando —le dije a Sawyer antes de volver a
Josh—. Sí. Morgan lo sabe.
Evaluando el nivel de tensión, Morgan se puso de pie y se acercó a las
maderas que se iluminarán aquí en un rato.
—Y ya sabes... —empezó Josh.
—¿Todo bien? —preguntó ella, sentándose en mi regazo y apoyando su
brazo sobre mis hombros.
—Estamos bien —le prometí, poniendo mi mano en su rodilla desnuda—
. Solo preguntaban si sabías que yo vuelo.
—Lo sé —dijo en voz baja—. No me gusta, pero lo sé. Y sinceramente,
una vez que me llevó y lo vi rescatar...
—¿La llevaste a volar? —Los ojos de Jagger se abrieron de par en par—.
¿En un helicóptero?
—Jagger Bateman, ¿no es eso lo que acabo de decir? —replicó Morgan,
arqueando una ceja—. No te atrevas a ir haciendo preguntas sobre mí como si
no estuviera sentada aquí.
Presioné mis labios en una línea firme para no reírme.
Jagger suspiró, pero parecía bien reprendido. —Bien. Lo siento. ¿En serio
volaste?
—Sí. Fue aterrador y estimulante al mismo tiempo. —Me sonrió, y
227
maldita sea, eso hizo que mi pecho se estrechara—. Él salva vidas. Es bastante
increíble.
—¿Quién salva vidas? —preguntó Paisley, instalándose en el regazo de
Jagger mientras Sam y Ember jugaban con Peyton.
—Jackson —respondió Morgan—. Es un piloto de búsqueda y rescate de
la guardia costera.
Esto habría sido mucho más eficiente si hubiéramos informado a todos a
la vez.
Paisley palideció. —¿Perdón?
—Jax es un piloto de búsqueda y rescate de la guardia costera —repitió
Sawyer lentamente y a mayor volumen—. Yo también, y Hastings, ese de allí
junto al agua.
Paisley parpadeó hacia Sawyer, y luego giró su cara hacia Morgan.
—Cariño, ¿estás de acuerdo con eso?
—El hecho de que esté o no de acuerdo con ello no cambia los hechos. —
Morgan movió sus piernas.
—Bueno, ya lo sé. Es solo que... —La mirada preocupada de Paisley
parpadeó entre Morgan y yo—. Es inesperado.
—Todo sobre Jackson es inesperado. —Su sonrisa fue lenta cuando nos
miramos a los ojos—. Y, además, no es que tienen despliegues ni nada.
Mi estómago se hundió.
—¿Qué? Diablos, sí, tenemos. Desplegaremos en seis semanas —contó
Sawyer.
La cara de Morgan se descoloró y su cuerpo se puso rígido.
—No voy a ir, Kitty —dije suavemente, acariciando sus mejillas—. No
voy a desplegar.
Tragó saliva, pero no se le quitó el terror de sus ojos.
—Los chicos desplegarán durante tres meses en un pequeño y cómodo
equipo en el Caribe. Necesitaban que algunos nos quedáramos, y como tengo a
Finley, me quedo. —Mantuve mi voz calmada a pesar del pánico tratando de
salir de mis tripas. Era como si mi cuerpo respondiera al suyo, o tal vez me
sentía muy asustado de perderla.
—¿Finley? —preguntó.
—Sí. Tengo un plan de cuidado familiar, pero se apiadaron de mí. No
tengo que ir. —Acaricié sus mejillas con mis pulgares.
—No vas a ir. —Respirando lentamente, se relajó.
228
—Nos está abandonando —se quejó Sawyer—. Pero no te estreses,
Morgan. Volveremos a finales de septiembre.
—¿Estás bien? —Joder, debería haber hablado con ella al respecto antes,
pero no iba a ir, así que no me pareció importante mencionárselo.
Asintió.
—¡Paisley! —Ember se rió cuando Peyton le agarró puñados de cabello.
Entonces su risa se convirtió en una mueca.
—Yo me ocupo. —Sam recogió a Peyton, pero él no soltó el cabello de
Ember.
—¡Peyton Carter Bateman! —regañó Paisley, saltando desde el regazo de
Jagger.
—Yo lo buscaré. —Morgan se rió y se dirigió a soltar el cabello de Ember
del entusiasta agarre de Peyton.
—Peyton Carter, ¿eh? —pregunté. Maldición, este tipo estaba en todas
partes.
Paisley sonrió. —Sí. Se llama así por mi hermana y...
—Will —respondí.
Su mandíbula cayó por un segundo antes de componerse. —¿Te ha
hablado de él? Sam me dijo que le era difícil hablar de él.
—Es difícil ignorar esa camioneta gigante en su patio delantero, pero sí,
me ha dicho lo que puede. —Traté de ofrecerle una sonrisa tranquilizadora—. Y
cada día es capaz de un poco más.
Su expresión pasó de la conmoción a la envidia y se estableció en la pura
gratitud. —Me alegro de que te tenga, Jax.
—Yo tengo suerte de tenerla.
—¡Paisley, tu hijo es extrañamente fuerte! —gritó Morgan.
Jagger se movió, pero Paisley tocó su antebrazo. —Yo voy. —Se levantó
del regazo de Jagger y se dirigió hacia el bebé.
—Le gusta el cabello rojo. —Jagger se rió.
—Ese hombre es de los míos. —Josh sonrió en tanto Paisley desenredaba
a Peyton del cabello de su esposa.
—¿Ya terminaron con el interrogatorio? —pregunté mientras las chicas
caminaban hacia la playa.
—Estoy bien —comentó Josh—. Sam respondió por ti.
—¿Te preocupa nuestra aprobación, costero? —desafió Jagger con una 229
sonrisa.
—No. Sinceramente me importa un carajo lo que piensen de mí. Pero
seguro que sería más fácil para Morgan si no pensaran que soy un completo
imbécil. —Me encogí de hombros.
—Puedes quedarte. —Jagger se rió—. En fin, ¿cómo subiste a Morgan a
un helicóptero? ¿Día familiar?
—La disfracé con un traje de vuelo y la llevé directamente al pájaro. —Vi
cómo Morgan levantó a Peyton en su cadera bajo la luz del atardecer. Iba a ser
una madre increíble, si eso es lo que quería. Mierda, ¿quería tener hijos? ¿Finley
era un problema para ella? No todas las mujeres querían una familia ya armada.
—¿Es broma? —cuestionó Josh.
—No —respondió Sawyer—. Ella se manejó como una campeona, sobre
todo cuando llamaron al rescate.
Diablos, sí, lo hizo.
—Dios, ahora puedo oír a Carter —se quejó Josh—. El reglamento dicta
que no se te permite subir a este avión, Morgan. —Su voz cayó en lo que
obviamente era una imitación, pero había una suave sonrisa en su rostro.
Jagger se rió. —Se habría cagado ladrillos. ¿Te imaginas tratar de hacer
que suba a alguien a bordo? Su corazoncito amante de las reglas habría
implosionado.
—¡Hamburguesas en cinco! —gritó Javier.
—¿Quemaste este lote? —gritó en respuesta Sawyer.
Javier respondió mostrando el dedo del medio.
—Entonces, ¿Will era un tipo que seguía las reglas? —No quise
preguntar, pero quería saber la respuesta. Una cosa era competir con un
fantasma, pero ¿un maldito santo? Eso era imposible.
—Will escribía las malditas reglas. —Jagger mantuvo sus ojos en su
esposa e hijo—. Veía todo en blanco y negro. No había término medio. No había
espacio para el compromiso.
—Incluso con Morgan —comentó Josh con un pequeño apretón de
manos—. Diablos, especialmente en el caso de Morgan. —Su voz bajó de
nuevo—. No puedes usar eso en público, Morgan. ¿Qué pensará la gente?
—Cuida tu lengua, Morgan —agregó Jagger.
¿Su lengua? —Así que están diciendo que no era perfecto.
—¿Carter? Joder, no. Era un graduado orgulloso de West Point al que le
230
encantaba provocar —se burló Jagger—. Siempre tenía que entrar primero.
Siempre tenía que tener la razón. —Tragó saliva—. Siempre tenía que hacer lo
correcto, sin importar lo que le costara.
Josh bajó la cabeza brevemente.
—Ella lo amaba. Demonios, todavía lo ama. —La confesión permaneció
en el aire antes de que pudiera controlar mi lengua.
—Sí, seguro que lo amaba. Pero esos dos... —Jagger silbó—. No puedo
pensar en un momento en que estuvieran en la misma habitación donde no
estuvieran discutiendo.
Maldición, deseaba que esta botella de agua en mi mano fuera algo más
fuerte.
Josh me estudió cuidadosamente. —¿Por qué la subiste a ese pájaro?
—Porque quería que sintiera esa adrenalina por despegar. Quería que lo
experimentara al igual que yo, al igual que nosotros, cada vez que volamos. Mi
esperanza era que viera la belleza de ello, y que le ayudara a vencer su miedo a
que yo cayera como ustedes tres. —Me quité las chanclas y metí los pies en la
arena.
—Will no lo habría hecho. —Josh sonrió para sí mismo—. Le habría
dicho que estaba más segura en el suelo, y luego la habría mantenido allí. Le
habría dicho que su miedo era infundado porque él era infalible en un avión.
—Will nació con este impulso inconquistable de proteger, y Morgan
nunca ha necesitado la protección de nadie. —Jagger torció su gorra de béisbol
hacia atrás—. Morgan necesitaba a alguien capaz de amarla y luego quitarse de
en medio.
La vi rebotar a Peyton ligeramente y presentárselo a Christina a medida
que las chicas se dirigían hacia nosotros.
—En resumen, el tipo era nuestro amigo. Joder, extraño al idiota todos
los días —continuó Jagger—. Pero por supuesto que no era perfecto, y lo más
importante que hizo mal es algo que ya has hecho bien.
—Ilumíname.
—Elegiste a Morgan. Él nunca lo hizo. Eligió a Peyton. Eligió a Paisley.
Cuando llegó el momento, incluso nos eligió a Josh y a mí. Pero nunca eligió a
Morgan. Tú sí. —Se calló cuando las chicas llegaron junto a nosotros.
Diablos, sí, elegí a Morgan, y siempre lo haría. El hecho de que alguien
no lo haya hecho era sorprendente.
—¿Has terminado de coquetear con la tía Morgan, hombrecito? —Jagger
231
se puso de pie y tomó a su hijo de los brazos de Morgan.
Ella sonrió, pero la sonrisa se encontraba teñida de tristeza, y un dolor
correspondiente se agudizó en mi pecho. Esta escena solo fue posible porque
Will había dado su vida por ellos. Demonios, yo solo tenía una oportunidad con
Morgan por la misma razón.
—¡Oh! ¡Traje algo para ti! —exclamó Paisley, arrodillándose y sacando
algo de su bolsa de pañales antes de volver a ponerse de pie—. Los acabamos
de enviar la semana pasada, pero quería dártelo en persona. —Le entregó un
sobre a Morgan.
—Gracias —dijo Morgan al agarrarlo. Deslizó una tarjeta de la cubierta
de marfil, y toda su postura cambió al leerla.
—¡Hamburguesas! —gritó Javier.
Levanté mi dedo en el símbolo universal para pedir un maldito minuto.
—¿Qué? —susurró Morgan en tanto su frente se arrugaba y sus hombros
se curvaban. Devastada. Se veía total y completamente devastada. ¿Qué diablos
había en esa tarjeta?
Me puse de pie.
—Pensé que tal vez querrías venir... ya sabes. Si te sientes con ánimos. —
La sonrisa de Paisley tembló.
—¿Kitty? —pregunté en voz baja, viniendo a su lado. No iba a mirar por
encima de su hombro ni a entrometerme en nada en lo que no estuviera
preparada para darme la bienvenida.
Morgan empujó la tarjeta contra mi pecho y miró fijamente la arena a
unos metros de distancia.
En nombre del Presidente de los Estados Unidos, el secretario del ejército solicita
el placer de su compañía en la entrega de la Medalla de Honor a William Carter...
Morgan 233
pequeño baile—. Morgan, jamás dije que no estaba destinado a ser tuyo. Nunca
desalentaría tu sueño. Dios, todos vimos la forma en que te miraba, cómo lo
volvías loco. Sabía que si alguien podía romper ese caparazón que le rodeaba el
alma, serías tú. Hubieras sido tú.
Me mofé y sacudí la cabeza cuando los sentimientos repugnantes y
horribles que intenté superar con tanto esfuerzo anularon mi genuino amor por
mi mejor amiga. —¿Así que no te paraste sobre el cuerpo de Will y le dijiste a
Josh que Will estaba donde debía estar?
Sus ojos abiertos se centraron en Josh. —Yo…
—¿Qué fue lo que dijiste? —Incliné la cabeza hacia mi mejor amiga—.
Está con Peyton. ¿No es así? Y podría haberse casado y tener una familia, pero
ningún amor se compararía con lo que sentía por ella. Escucho esas palabras
cada vez que veo tu cara. —Sabían a ácido y se comían las defensas emocionales
que tenía intactas. Solo se las había dicho a la doctora Circe.
—Mierda —siseó Josh, metiendo las manos en los bolsillos de sus
pantalones cortos.
—Morgan, eso fue… fuiste… —Paisley sacudió la cabeza y miró
alrededor de nuestro grupo como si le fueran a dar la respuesta.
—¿Qué? ¿Privado? ¿En serio crees que algo en este grupo es privado? —
acusé—. Ember te escuchó, ¿recuerdas? Y se enojó comprensiblemente porque
Josh no le hablaba de lo que había pasado allí, pero de alguna manera se las
arregló para hablar contigo, ¿verdad? Así que Ember llamó a Sam para que la
apoyara, y Sam estaba en mi suite del hotel comprobando cómo estaba.
—Oh, mierda —maldijo Sam—. Nunca quise que escucharas eso.
—Lo sé —le dije en voz baja—. Estabas en la sala porque apenas podía
levantarme de la cama, y lo pusiste en el altavoz porque Ember también quería
el punto de vista de Grayson. Nunca te he culpado. No habría superado nada
de esto sin ti.
Sus labios se fruncieron mientras luchaba por componerse, pero logró
asentir con la cabeza.
—No quise decir que no hubiera sido capaz de amarte —juró Paisley.
—Pero no tanto como a Peyton —le respondí—. Solo porque mi apellido
no sea Donovan no significa que no fuera capaz de hacerle feliz.
—¡No pensaba eso!
—No pensaste en mí para nada —argumenté—. Fue llamado a con tu
hermana, ¿verdad? Ahora por fin tenían la oportunidad de ser felices. Eso fue lo
que dijiste. —Me picaron los ojos, y mi visión se tambaleó por el brillo de las
239
lágrimas.
Su labio inferior temblaba.
—¿Cómo diablos puede alguien que se hace llamar mi mejor amiga
pararse ahí y decir que su única oportunidad de ser feliz estaba en la muerte?
¡Sabías que lo amaba! —La pinché con un dedo—. ¿Soy tan horrible, tan poco
digna de ser amada a tus ojos que prefieres verlo muerto con tu hermana que
vivo conmigo? Puede que no sea tan dulce, amable y perfecta como tú, pero eso
no significa que no fuera merecedora de él. —Las lágrimas calientes y furiosas
cayeron de mis ojos, y no las limpié. Dejé que las viera. Que todos las vieran.
—No. Dios, Morgan, no. —Paisley sacudió la cabeza—. Por supuesto que
eres digna y amada, y me mata que pienses que…
—¿Entonces por qué? —El grito crudo se arrancó de mi garganta—. ¿Por
qué dices que él estaba destinado a estar muerto en lugar de conmigo?
Respiró hondo y miró a Josh. —Porque era lo que Josh necesitaba oír.
—¿Y qué demonios creías que yo necesitaba oír? —Las lágrimas cayeron
rápidamente, su calor fue robado por la brisa del océano cuando llegó a mi
mandíbula.
—No lo sé —admitió en voz baja—. Pero ahora puedo ver que no te lo
dije.
—No te molestaste conmigo. —Mi voz cayó—. Estabas embarazada, y
Jagger tuvo tres mil millones de cirugías. Lo sé, lógicamente. Estabas exhausta,
y asustada, y lidiando con un montón de cosas. Lo recuerdo porque cuando me
llamabas, solo hablábamos de eso. Y también fue mi culpa. Debí decírtelo en ese
momento, pero me había acostumbrado tanto a proteger tus sentimientos que
no sabía cómo ser sincera con los míos. Así que me mantuve callada y me mentí
para superar los días, y las bodas, y las llamadas telefónicas. ¿Pero durante las
noches? No podía seguir fingiendo. Y como nadie vio la necesidad de —Agité la
mano a Josh y Jagger— tomarse el tiempo de aparecer y decirle a la mujer que
amaba a Will exactamente cómo murió, cada pesadilla se desarrolla de manera
diferente cada noche. Pero está bien, ya que solo soy yo quien pasa por eso y no
alguno de ustedes. Y oigan, eso es mejor que hacer que ustedes lo revivan,
¿verdad? ¿A quién le importa que no lo sepa mientras no los moleste? Pero la
cosa es que mi terapeuta quiere que tenga esta conversación imaginaria con
Will, que se supone que tiene lugar en el lugar donde murió, lo cual es ridículo,
aunque no puedo discutir porque la terapia está funcionando. ¡Pero ni siquiera
puedo hacerlo porque no tengo ni idea de lo que pasó esa noche!
—Mierda, Morgan, no me di cuenta… —Josh hizo una mueca.
—No te preocupes. Es lo normal por aquí. Y uní un poco lo que dijiste en
el funeral y los trozos que Ember expuso en el cementerio, que no fue mucho.
¿Qué fue lo que dijiste, Josh? Paisley lo amaba más que todos nosotros, ¿no es 240
cierto? Es por eso que la evitabas. —Lo miré fijamente y se desinfló.
—Habían salido juntos, y yo sabía que aún eran cercanos, y me sentía tan
culpable por vivir cuando él no lo hacía —dijo Josh en explicación.
—¡Ella ya no lo amaba! —Grité las palabras que había retenido durante
demasiado tiempo—. ¡Yo sí! —Me giré hacia Paisley, que ahora tenía el brazo
de Jagger alrededor de su cintura. Incluso ahora, tenía apoyo—. Yo lo amaba
más. No tú. O Peyton. Ella nunca lo eligió. Lo quebró. Entonces lo tuviste y aun
así elegiste a Jagger, ¿recuerdas? Yo soy la que siempre elegía a Will cuando no
priorizaba tu felicidad. Yo. Elegí. A Will. No tú. El hecho de que no se molestara
en elegirme hasta que estaba en camino de convertirse en un mártir ¡no cambia
el hecho de que yo lo amaba más!
Mi mirada se dirigió a las alas de Paisley, el collar que le dieron la noche
del baile de la escuela de vuelo.
—Podría haber muerto con el nombre de Peyton en sus labios, pero era
mi collar el que tenía alrededor de su cuello. El collar que Grayson trajo con el
cuerpo de Will. El que él y Sam me ayudaron a poner en el ataúd con él la
noche antes de enterrarlo, porque si yo tenía sus alas, él debería tener las mías.
¡Y ahora han pasado dos años y ya todos lo superaron! ¡Lo superaron! ¡Están
curados, felices, casados, con hijos y embarazadas, y aunque los quiero a todos,
los odio por ello! ¡Se suponía que iba a venir a casa conmigo, no a ser enterrado
junto a ella! —Un sollozo brotó de mi garganta, y me desplomé.
Unos fuertes brazos me envolvieron, y me abrazó el olor del océano y de
Jackson mientras me sostenía contra su pecho.
—Tranquila —murmuró contra mi cabello mientras yo sollozaba en su
camisa, agarrando puñados de la tela para asegurarme de que era real. Él estaba
aquí.
Necesitaba no estar aquí.
—Morgan —dijo Paisley, pero Sam se interpuso entre nosotras—. Sam,
por favor. Solo necesito hablar con ella. Déjame arreglar esto. ¡Necesito. Hablar.
Con. Ella!
—Paisley, sabes que te quiero, pero esto no se trata de ti o de lo que
necesitas ahora mismo —respondió Sam en un tono amable pero firme.
—¿Desde cuándo soy la tercera rueda por aquí? Puede que seas la que
eligió para venir a vivir con ella, ¡pero esa es mi mejor amiga, Samantha!
¡Muévete!
—Sé que no me estás gritando por tu propia cagada, Paisley Bateman.
Nada de lo que está pasando ahora es mi culpa. Y entiendo que tus emociones
son intensas, y con razón, pero vas a tener que dejar que esas idiotas se queden
241
en el asiento trasero de Morgan por una vez.
No pude ver ninguna de sus caras, pero el aliento indolente de Paisley lo
dijo todo.
—Y si no puedes hacer eso —La voz de Sam se suavizó—, si no puedes
escuchar sinceramente el dolor que ella tiene sin tratar de arreglarlo, entonces
tal vez necesites llevarte a casa a ese bebé hermoso y tu esposo apuesto hasta
que puedas. No puedes arreglar esto, y ella no te lo está pidiendo. Solo está
siendo sincera por primera vez en años y te dice dónde está. Y sé que quieres
ayudarla. Sé que la amas, y que nunca le has hecho daño intencionadamente.
Ambas sabemos que esto es un gran lío hecho por algunas circunstancias de
mierda bastante complejas, pero eso no cambia el hecho de que Morgan se
perdió y se quedó atrás.
Mi respiración se reguló con los constantes latidos del corazón de
Jackson mientras Sam me daba el tiempo que necesitaba para calmarme. Los
brazos de él se sentían tan bien a mi alrededor. Segura. A salvo. Me abrazó
como si fuera algo que apreciara, porque era así. Dios, no merecía a este hombre
que me abrazaba con cuidado mientras lloraba mi pena por otro.
—Nunca quise que esto sucediera —dijo Paisley en voz baja.
Me dolía el corazón por el sufrimiento de su voz. Yo tampoco quería
esto. Nunca quise que mis sentimientos la perjudicaran. Nunca quise perder a
Will. Nunca quise enredar mi corazón con otro aviador que tuviera que
enterrar.
—Nadie quería —respondió Sam—. Pero no puedes ayudarla ahora, por
muy buenas que sean tus intenciones. Y por mucho que valore nuestra amistad
y el vínculo que todos tenemos, no puedo quedarme aquí y dejar que le pongas
una curita sobre una herida infectada y supurante solo porque te ayudará a
dormir esta noche.
Mi ojo se fijó en la invitación a la ceremonia de Will mientras colgaba de
los dedos de Jackson, y sentí esa misma rabia burbujear a la superficie. Tal vez
al dejar salir el fuego de mi alma no lo había apagado, sino que lo había
alimentado.
—Necesito recomponerme.
Jackson asintió una vez. —Bueno, por muy divertido que sea esto, vamos
a tomarnos un pequeño descanso para alimentar al conejillo de indias de mi
hija. —Inclinó la cabeza y me miró—. Puede que también necesitemos alimentar
a la tortuga. —Me tomó la mano, se puso entre mis amigos más cercanos y yo, y
comenzó a caminar hacia la duna.
—¿Vas a volver? —preguntó Paisley, con la voz quebrada—. ¿Quieres 242
que nos vayamos?
Hice una pausa, recuperé la compostura y me di vuelta para enfrentarlos
sin soltar la mano de Jackson.
—Necesito un descanso, porque cuando miro esa invitación, el único
lugar al que quiero decirte que vayas es al infierno, Lee. Que me condenen si
voy a verte aceptar su premio póstumo mientras todos aplauden, porque
sabemos que su mamá no va a estar lo suficientemente sobria para hacerlo.
Sus ojos se encendieron, y luego su expresión cayó.
—Bien, eso es lo que creí. —Mi estómago se revolvió ante la perspectiva
de ver cómo todo se derrumbaba—. Will te hizo su pariente más cercano, y eso
te da acceso a toda la información, y lo entiendo, solo querías honrarlo mientras
intentabas navegar por mis delicados sentimientos de los que no sabías nada.
Pero ahora sí sabes. Así que me voy con la esperanza de que por la mañana,
este sentimiento pase y pueda calmarme lo suficiente como para no decirte que
tomes esa ceremonia de premios y te la metas en tu perfecto trasero, porque
esta es la última vez que dejaré que alguno de ustedes piense que su dolor o su
amor por Will es más profundo o más fuerte que el mío. Perder a ese hombre
me llevó a la verdadera locura, y por lo que puedo ver, todos ustedes lo están
llevando muy bien.
Me miraron fijamente con diferentes grados de conmoción, salvo por
Sam, que sonrió.
—Ember, la cafetera está enchufada en el comedor ya que no tengo
encimeras. Sam puede mostrarte dónde pongo las toallas extras, y sabe cómo
hacer funcionar la alarma y las ventanas corredizas. Y Sam, si no te importa
disculparme con nuestros amigos de Outer Banks... que tengan una buena
noche. Aprecio mucho que hayan venido hasta aquí para verme. —Entrecerré
los ojos—. Y si alguno de ustedes llega a tocar su camioneta, que Dios me
ayude, no habrá suficiente tiempo y espacio en el mundo para calmarme.
¡Buenas noches! —Mostré una sonrisa falsa que todos habrían aceptado como
auténtica antes de esta explosión y caminé sobre la duna con Jackson… que
acababa de ser testigo de toda mi diatriba sobre otro hombre.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, entregándome la invitación.
—¿Tú te encuentras bien? —le desafié suavemente—. Nunca quise que
escucharas todo eso. No puedo imaginarme cómo te debes sentir.
Su mandíbula se flexionó un segundo, pero levantó mi mano y me besó
el dorso. —Me siento orgulloso de ti.
—No me refería a eso. —Sacudí la cabeza—. No quiero que pienses que
estás en una especie de competencia con Will.
—Pero lo estoy. —Se encogió de hombros mientras hacíamos una pausa 243
Morgan
244
Un calor sustancial y delicioso me rodeaba cuando abrí los ojos.
Pestañeé rápidamente para enfocar el mundo y traté de hallarle sentido a
los muebles pesados y masculinos, y al edredón verde de cazador.
Estaba en la cama de Jackson.
Era su brazo el que me cubría la cintura, su fuerte cuerpo el que acunaba
el mío. Esperé a que cundiera el pánico o a que sonara una campana de aviso de
que había sido imprudente al arrastrarme a su cama anoche, pero todo lo que
sentí fue un calor relajante y tranquilizador.
Su dormitorio daba vistas hacia el océano, y vi las olas estrellarse en la
orilla con un ritmo constante que casi me hizo volver a dormir. El cielo se
encontraba gris y lleno de nubes pesadas cuando se avecinaba una tormenta,
pero no me preocuparon porque Jackson no iba a trabajar hoy. Supongo que el
clima no había recibido el memorándum de que el huracán Morgan ya había
tocado tierra anoche.
Había destrozado a mis amigos, y aunque debería haber sido más
amable, cada palabra que había dicho era cierta. Will habría estado horrorizado
y avergonzado de mí por lo que había hecho pasar a Paisley.
Jackson había estado orgulloso de mí por ser finalmente sincera.
Con cuidado de no despertarlo, rodé lentamente en sus brazos y lo vi
dormir como una mujer obsesionada. Era tan hermoso que todo mi cuerpo se
calentó con solo mirarlo. Tampoco me dolió que durmiera sin camisa. El
hombre estaba tonificado de maneras que debían ser ilegales en algunos
estados.
Pero aunque era increíblemente guapo, era su corazón el que me tenía
esclavizada. Era ferozmente protector pero amable cuando me tocaba. Su
lealtad y persistencia eran incomparables con las de cualquier otro hombre, y
aun así nunca me presionó por más de lo que estaba dispuesta a dar. Me dejaba
moverme a mi propio ritmo sin insinuar que era demasiado lento para él. Había
dominado el arte de la seducción emocional con paciencia, y eso era más
caliente que las líneas de músculos enlazados en su estómago o incluso las
líneas entintadas de latitud y longitud que corrían a su lado.
Mi corazón, mi estúpido y tonto corazón, se estremeció con un latido
agudo y dulce.
No puedes enamorarte de este hombre. No mientras todavía ames a Will.
Lo amaba, ¿verdad? Todavía amaba a Will. Pero cada día que pasaba,
cada tarea de terapia que conquistaba, suavizaba la intensidad de esa emoción.
Cuanto más tiempo pasaba con la doctora Circe, más me daba cuenta de que
Will ya no era un mar de dolor. Era una montaña en mi vida, tal vez incluso la
245
montaña. No importaba dónde estuviera, todavía podía verlo al oeste, pero me
gané suficiente distancia para que ya no dominara mi existencia. Era un punto
de referencia por el que podía guiarme, reconfortante en su permanencia. Pero
en algún momento en estos últimos meses, fue Jackson quien se convirtió en el
océano de mi este. Profundo, calmado y estable, como esas olas que golpeaban
la orilla detrás de mí. Y también era un poco imprudente, torciendo mucho las
reglas que encontraba inconvenientes y rompiendo las que se interponían en su
camino. Pero por cada peligro que podía traer, también era lo suficientemente
gentil y tenaz como para transformar una botella rota en un invaluable pedazo
de cristal marino.
Examiné las fuertes líneas de la cara de Jackson, tan diferentes de las de
Will. Y tal vez estuvo mal comparar, pero lo hice. Jackson era más grande, más
alto, su cuerpo más afilado que la compacta y flexible complexión de Will, pero
también era blando en las áreas donde Will había sido inflexible. Jackson no
tenía problemas para mantenerse firme, pero a la vez, también sabía cuándo
comprometerse, cuándo ceder y cuándo arriesgarse. Incluso apostaría que hacía
esto último con demasiada frecuencia.
Will había visto el mundo en blanco y negro, correcto o incorrecto.
Jackson argumentaría que había diez mil tonos entre los dos.
Mi pecho se apretaba cuanto más lo estudiaba, pero las mariposas en mi
vientre no se encontraban por ningún lado. Ya no había nada por lo que
ponerme nerviosa cuando estaba en los brazos de Jackson. No podía hacer o
decir algo malo, porque él me quería tal como era, con un montón de problemas
y todo eso. Tampoco había cuestionado mi necesidad de dormir a su lado.
No viste el video anoche. Son dos veces.
Me di cuenta al mismo tiempo que Jackson abrió los ojos.
Mi corazón saltó, y ese dolor se multiplicó por cien mientras me daba la
sonrisa más sexy y adormilada que jamás había visto mientras se estiraba.
No puedes enamorarte de él. No. Puedes.
Oh Dios, es demasiado tarde, ¿no?
Lo que sentía por Will estaba completamente separado de las emociones
que me dominaban cuando se trataba de Jackson. ¿Cómo diablos fui capaz de
hacer ambas cosas?
—Buenos días. —Su voz era áspera de sueño mientras su mirada se
posaba sobre mí—. Te ves increíble en mi camisa.
—¿Te arrepientes de la preocupación caballerosa de anoche por mi
virtud? —me burlé, esperando que no viera lo inquieta que me sentía bajo mi
sonrisa. 246
256
20
Traducido por Anna Karol
Corregido por Julie
Jackson
262
21
Quiero que seas feliz. Nunca lo olvides.
Morgan
275
22
Traducido por Julie
Corregido por Jadasa
Jackson
Morgan
285
Giré la llave en el encendido y el motor arrancó con un ronroneo que
reconocí muy bien. ¡Tarea completa por tercer día consecutivo!
—¿Estás segura de esto? —preguntó Sam desde el asiento del pasajero.
Deslicé mis manos por el volante e inhalé el aroma del cuero en mis
pulmones.
—No sé si puedo ser lo que quieres o lo que necesitas. Hay partes de mí que
están permanentemente rotas, y no sé si alguna vez funcionarán bien. Lo único que sé es
que nunca dejaré de preguntarme en los “hubiera” si no lo intentamos porque han
pasado seis meses, y juro que todavía puedo saborear ese beso, Morgan.
—Morgan. ¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Sam de
nuevo.
Pestañeé para salir del recuerdo y miré las alas que había dejado
clavadas en el visor. —No. No estoy segura —le contesté tan sinceramente
como pude.
—Bien, bueno, asegurémonos antes de que pongas a este monstruo en
marcha, porque puede que te ame, pero no estoy dispuesta a morir porque
creas que estás lista para saltarte los deberes y quieres dar un paseo. —Me
arqueó las cejas de un modo que me dijo que iba en serio—. Me faltan cuatro
meses para que vea a mi marido, y tengo la intención de estar ahí cuando baje
del avión.
Su voz se entrecortó con esas últimas palabras, y mi mano agarró la suya.
Anoche fue duro. Se informó de un accidente de un Apache en Afganistán y,
aunque los medios de comunicación habían informado de todos los hechos
menos los nombres, los soldados habían sufrido un apagón, con los servicios de
Internet y telefónicos cerrados, para que esos nombres no se filtraran hasta que
los parientes más cercanos pudieran ser notificados. Eso significaba horas de
espera, mirando nuestros teléfonos. Mirando fijamente nuestra puerta.
El accidente salió en las noticias alrededor del mediodía.
Grayson no tuvo la oportunidad de llamar hasta las dos de la mañana.
—Eres mucho más fuerte que yo. —Le apreté la mano.
Se burló y le quitó importancia al cumplido. —No he pasado por lo que
tú has pasado. No de la misma manera. No sé cómo Ember y Paisley dejaron
volar a esos chicos después de lo que sucedió.
—No tengo ni idea. —Ellas también eran más fuertes que yo. Todos. Pero
yo me volvía más fuerte. Cada día—. ¿En serio estás bien después de anoche?
—Sí. Solo tengo el corazón roto por esos aviadores y sus familias.
—Yo también. —Puede que no hubiéramos recibido la llamada a nuestra 286
puerta, pero alguien sí.
Forzó una sonrisa, pero no hubo alegría. —Pero no quiero pensar en ello,
así que no lo haré. Además, estamos aquí por ti.
—¿Así que yo puedo exponer constantemente mi carga emocional, pero
tú no tienes que hacerlo? —Levanté las cejas mientras me burlaba de ella.
—No estoy aquí por mi carga emocional. Estoy aquí por la tuya. Ahora,
¿por qué no me cuentas qué se siente al haber arrancado este vehículo? —Hizo
un gesto hacia el tablero, y sonreí débilmente cuando la luz del sol besó su
diamante y lanzó puntitos de arco iris por toda la cabina.
—Todavía lo oigo —admití en voz baja—. Cada vez es menos, pero cada
vez que estoy aquí, juro que puedo oírlo sentado a mi lado. ¿Crees que eso
desaparecerá alguna vez?
—¿Quieres que desaparezca?
—No lo sé. —Pasé mis dedos sobre el suave y flexible cuero de la consola
que separaba mi asiento del de Sam. El asiento de Will y el mío—. En cierto
modo, sí, porque tal vez eso significa que me estoy curando. Además, me
gustaría no tener un ataque de ansiedad cada vez que me meto en esta cosa, y
sé que nunca lo venderé. —Eso sería como vender la memoria de Will—. Pero
me aterroriza que un día deje de escucharlo, y entonces olvidaré el sonido de su
voz, su risa, y empezaré a olvidarlo. Y tampoco quiero eso.
¿Cómo hacía más espacio para Jackson en mi corazón sin perder a Will?
—Es comprensible —dijo, girando en su asiento para poder mirarme
directamente—. ¿Quieres conducir?
Sentí que se me apretaba la garganta, pero no era tan grave como lo
había sido. —Hoy no.
Se hundió con evidente alivio. Yo tampoco querría dar un paseo en un
vehículo que le provocara ataques de ansiedad al conductor.
—Lo estás haciendo muy bien, sabes. La terapia, los deberes, todo. Las
cintas suenan cada vez mejor, e incluso superaste lo de la cinta de recuerdos del
funeral, aunque no conozco a ninguna otra mujer de veinte años que se premie
con Virginia Woolf.
—Oye, no te burles de los clásicos. —Miré por encima del hombro a la
cabina, medio esperando ver la bolsa del casco y el equipo de vuelo de Will,
pero estaba vacía, por supuesto—. No podría haberlo hecho sin ti, Sam. Y sé
que te vas a casa en un par de semanas, pero estoy inmensamente agradecida
de que te hayas quedado conmigo.
Sonrió. —No habría querido que fuera de otra manera.
287
Miré la casa de Jackson, y luego revisé el reloj del tablero. Normalmente
tomaba una siesta el día que volvía al turno de día, lo que significaba que se
despertaría pronto. Mi pulso saltó con anticipación.
—Está bien amarlo —comentó suavemente mi amiga—. No significa que
amas menos a Will. O que lo estés reemplazando. Él querría que fueras feliz.
—Esa es la cuestión. Normalmente soy feliz con Jackson... cuando no me
da un susto de muerte y se va corriendo a volar en una tormenta. —Mi mano se
cerró alrededor del colgante de cristal marino, como si pudiera abrazarlo de
forma indirecta, y mi frente se frunció. Hubo muy pocas veces en las que fui
feliz con Will. Claro, había habido noches como el baile y cuando apareció en
mi casa, pero la angustia definitivamente dominaba la mayor parte de nuestra
relación—. Son tan diferentes.
—Noche y día —coincidió—. Y eso está bien. No tienes que compararlos.
No es como si tuvieras que tomar una decisión.
¿Una elección? ¿Entre Will y Jackson? No, gracias.
Se burló. —Chica, he dicho que no tienes que elegir.
Puse los ojos en blanco y volví a respirar hondo, buscando en mi cuerpo
las señales habituales de que estaba al límite. —No hay ataque de ansiedad.
—No hay ataque de ansiedad —concordó—. Mírate, poniéndote sana y
todo eso.
—Salgamos de aquí. Tal vez conduzca mañana.
—¿Cuánto de esa medicación para la ansiedad tienes? —preguntó.
—¿Qué? ¿Para los ataques agudos? —le pregunté—. No he tomado esos
medicamentos de rescate en... —Traté de pensar—. Dios, ya ha pasado más de
un mes.
—Bien. No dije que fueran para ti. Son para mí que voy contigo en esta
cosa. —Levantó las cejas.
Nuestros ojos se encontraron y nos reímos. Todavía tenía una sonrisa en
mi cara en tanto subíamos los escalones de mi casa. Me encantaba mi pequeña
casa en forma de hongo. La pintura color cerceta, el ribete blanco, el nuevo y
más fuerte entarimado. La sentía como una extraña que poco a poco se había
convertido en mi mejor amiga. Mi muy cara mejor amiga.
La remodelación estaba casi terminada. Los otros dos dormitorios de
arriba necesitaban ser tirados y rehechos, pero lo haría después de que Sam se
fuera para no molestarla.
Había pedido ya el generador de toda la casa, y Steve debía comenzar la
demolición del baño principal la semana próxima.
288
Por fin iba a tener un banco en la ducha para poder afeitarme las piernas
sin retorcerme como el nuevo miembro del reparto del Cirque du Soliel. Un
banco donde Jackson pudiera sentarse mientras yo me sentaba en su regazo...
Hablando del diablo, ¿por qué el Land Cruiser de Jackson se encontraba
en la entrada de su casa?
Nos quedamos en la terraza en tanto él se estacionaba en el garaje.
—Hola, forastero —grité cuando apareció, balanceando una bolsita de
papel.
Se sobresaltó. —¿Qué haces ahí arriba?
Sam se apoyó en la barandilla. —Hemos estado sentadas aquí todo el día
con la esperanza de que aparezcas … ¡y mira! ¡Aquí estás!
Mis hombros temblaron de risa mientras él cruzaba nuestro patio, pero
cayeron cuando me miró y subió las escaleras.
Parecía agotado y tenso. Sus mejillas estaban ásperas por la barba crecida
durante un turno, y sus ojos se encontraban inyectados de sangre. Algo andaba
mal.
—¿Estás bien? —pregunté en cuanto llegó a la cima.
—Sí. No. No estoy seguro. ¿Puedo tener un segundo contigo? —Extendió
su mano para pedir la mía.
Entrelazamos los dedos y asentí con la cabeza, luego lo llevé adentro.
—Les daré algo de tiempo —dijo Sam, dándose cuenta de la energía del
momento. Desapareció arriba, y llevé a Jackson a la cocina, donde lo senté en
uno de los nuevos taburetes que hacían juego con mi temática del blanco y el
gris.
Puso la bolsa en la encimera, donde rápidamente se cayó, pero no la
levantó. Se hallaba demasiado ocupado mirándome como si yo fuera la que
actuaba raro por aquí.
Le agarré una botella de agua de mi nevera, luego le quité la tapa y la
puse delante de él.
—Gracias.
—Te ves...
—¿Horrible? —sugirió con una sonrisa.
—Es imposible que estés feo. Pero necesitas una siesta. ¿Por qué no
dormiste cuando saliste esta mañana? —¿Dónde diablos había estado todo este
tiempo?
289
—Tenía que ir a buscar algo que había pedido la semana pasada, y luego
conduje un rato sin rumbo. —Tomó la botella y se bebió la mitad.
—¿Pasó algo? ¿No pudiste dormir? —Oh, Dios, ¿Claire lo amenazaba
con una demanda de custodia otra vez? Me metí entre sus muslos extendidos y
puse mis manos sobre sus hombros—. Dime qué te preocupa.
Me estudió como si nunca me hubiera visto antes. —Eres hermosa. —Me
pasó la mano por el cabello y me sostuvo de la cintura con la otra, y luego me
acercó—. Bésame, Kitty.
Eso era algo que podía hacer.
Puse mi boca sobre la suya como tantas veces antes y le besé lenta y
profundamente, rodeando su cuello con mis brazos. El mundo y sus problemas
se desvanecieron con un fondo nebuloso, dejando solo a Jackson y la forma en
que me hacía sentir. Cambió el ritmo con hábiles movimientos de su lengua, y
el beso se volvió hambriento y urgente... incluso desesperado. Para cuando nos
separamos, nuestras respiraciones eran irregulares. Mi pulso estaba acelerado, y
mis labios se sintieron hinchados.
Nunca en mi vida había estado con un hombre que pudiera borrar el
mundo con un solo beso como él. El poder que Jackson tenía sobre mí era
aterrador, pero sabía que nunca lo usaría contra mí. Me amaba.
Y yo... lo adoraba. Era adicta a él. Mi corazón saltaba por él, y sentía mi
alma entera cuando me encontraba en sus brazos. Necesidad, enamoramiento,
conexión... esas eran todas las cosas que sentía por él, ¿pero amarlo? Era una
emoción, un poder, que no me encontraba segura de ser capaz de volver a dar a
alguien más. El amor era un regalo. Lo sabía. Lo sentía cada vez que Jackson me
daba esas palabras. Pero amar a alguien también le daba el poder de destruirte.
—Te he traído un regalo —dijo contra mi cuello, apretando sus labios en
ese punto sensible bajo mi oreja. La barba de su cara era un delicioso contraste
con sus labios suaves.
—¿Este regalo implica desnudarme? Porque, aunque podría estar
absolutamente a favor de ello, Sam está arriba. —Ladeé la cabeza para darle
mejor acceso.
—Está en la bolsa. —Levantó la cabeza, y casi me quejé de la pérdida. El
asunto de tener finalmente a Jackson fue que nunca me sentía completamente
satisfecha. Quería más y más de él—. No me mires así, o estaremos en mi casa
en treinta segundos, y hay algo de lo que tenemos que hablar primero.
Hice pucheros. Fue infantil, y no me importaba. —Bien. Hablamos, y
luego vamos a tu casa.
—Abre tu regalo. —Me mostró una sonrisa que casi me quita las bragas y
empujó la bolsita marrón en mi dirección. 290
—¡No! —Usarlos era una derrota. Era un paso hacia atrás y se suponía
que debía avanzar. Estaba en un tres. ¡Un tres!
A menos que hubiera un desencadenante. ¿Despliegue? Desencadenante.
¿Jackson volando? Desencadenante. El mismísimo Jackson…
—¡Sam!
Me aparté de sus brazos y me deslicé por la pared. Una vez que mi
trasero golpeó la baldosa, acerqué las rodillas a mi pecho. Respira. Abre tu
garganta. Todo está en tu mente, no en tu cuerpo.
—¿Qué está pasando…? Mierda.
Pasos apresurados.
—Está teniendo un ataque de ansiedad. —Jackson cayó de rodillas ante
mí. Dios, esos ojos eran tan azules. Como mi cristal marino. Azul. Azul. Azul.
Tan hermoso. Por supuesto que me enamoré de él, y como lo hice, ahora se iría.
—De acuerdo. Dame un segundo.
—Respira, Kitty. —Su voz era calmada. ¿Por qué parecía tan tranquilo?
¿Por qué seguía aquí? ¿No entendió que no podía hacer esto?
Mis uñas se clavaron en mis pantorrillas.
—Está bien. —Comenzó a acercarse, pero lo pensó mejor—. Dios, me
gustaría que me dejaras abrazarte.
¿Puedo abrazarte? Solo una vez más antes de irme. La próxima vez que te bese
será después de este despliegue.
El tornillo alrededor de mi garganta se apretó.
—Muévete —ordenó Sam.
Jackson se hizo a un lado.
—Aquí vamos. —Mi amiga me tendió una pastilla blanca ovalada y una
botella de agua.
—No —negué—. Casi un mes.
Sus ojos se suavizaron por un segundo, y luego volvió a ser acero. —Sí,
así que esta vez presionaremos para que haya dos meses de por medio. Fijamos
los objetivos que podemos alcanzar, ¿recuerdas?
Me tendió la ofrenda y esperó a que yo decidiera. Me daba poder en un
momento que no tenía.
Tragué la pastilla. Me tomé la mitad de la botella de agua para bajarla
por mi garganta, pero estaba dentro. A continuación, apareció una bolsita de
papel marrón. La agarré con las dos manos, me la acerqué a la cara y comencé a
297
respirar.
—Ahí vamos —animó en voz baja—. Solo respira y espera a que los
medicamentos hagan efecto. ¿Qué diablos hiciste? —Esa última parte no fue
dirigida a mí.
—Voy a desplegar.
Sam se echó hacia atrás y sus grandes ojos volaron hacia los míos,
interrumpidos por mi bolsa de papel cada pocos segundos cuando se expandía.
—Oh, Morgan.
—No es lo mismo, Sam.
—Para ella, sí.
Ambos se quedaron en silencio a medida que yo respiraba como si fuera
mi trabajo de tiempo completo. Durante los últimos cuatro meses, lo había sido.
¿Cómo había vivido aquí solo durante cuatro meses? ¿Es realmente el tiempo
en que conocía a Jackson? Dios, y ya me encontraba tan arruinada que respiraba
a través de una bolsa de papel. Esta no sería la única vez que se desplegara.
Esto era lo que él era.
Poco a poco, mi respiración volvió a la normalidad y el zumbido se
desvaneció en mi cabeza. Mi garganta seguía constreñida, pero eso pasaría una
vez que los medicamentos entraran en acción. No es que importara porque
estaría dormida poco después de eso.
Dejé caer la bolsa al suelo y me senté con la cabeza contra la pared,
arqueando el cuello. —Deberías irte.
—Está bien. Yo la cuido, Sam —dijo Jackson en voz baja.
—No. —Bajé la cabeza y lo encontré mirándome. Hermoso, amable,
magnético, locamente enamorado de mí… y una jodida pistola cargada cuando
se trataba de mi salud mental—. Deberías irte, Jackson.
—¿Morgan? —Sus ojos se ensancharon.
—Vete. Esto no va a mejorar cuanto más hablemos de ello. —Mi corazón
gritó en protesta—. Necesito que te vayas.
Luchó consigo mismo, con mis palabras. Se notaba en toda su cara.
—Vale. Tengo que hablar con Fin. Y Claire. Mierda. Está bien. ¿Vengo a
desayunar mañana?
Los cortes rápidos eran mejores. Negué con la cabeza. —No. Necesito
que te vayas para siempre.
—Esto no ha terminado. Esto es... no sé qué es esto porque no es una
pelea. Esto es un punto en el radar, Kitty. —Agonía. Esa era la única manera de
298
describir la mirada en sus ojos y el desgarro de esos puntos en mi corazón.
Sam se puso de pie y retrocedió, permaneciendo en el costado del
vestíbulo. Ella nunca se iba muy lejos después de que tenía un ataque.
—Esto se acabó —declaré en voz baja—. No pasaré por otro despliegue.
No aceptaré otra llamada telefónica. No enterraré a otro hombre que yo… —
Cerré la boca de golpe. Dios, ¿cuándo iban a hacer efecto los medicamentos?
—Amas —acusó—. Me amas.
Cerré mi mandíbula y bajé la mirada.
—Vale. Bueno, yo te amo, incluso si tú no lo dices, y no me voy a rendir
contigo. Son solo tres meses, Morgan. Nada cambiará en tres meses.
—Prueba tres días —susurré—. No estoy preparada para esto. No soy lo
suficientemente fuerte para esto. No lo haré. ¿Sabes lo que pasa cuando nadie te
elige?
—Kitty, esto no es así —susurró.
—Aprendes a elegirte a ti mismo. Y eso es lo que estoy haciendo. Me elijo
a mí. Elijo no tener ataques de ansiedad. No pasar por despliegues. No estar…
—Mi rostro se arrugó, y luché contra las lágrimas que punzaban mis ojos.
—Conmigo. —Apretó la boca mientras luchaba por el control emocional.
—Si me amas, te irás.
Se estremeció.
—No me pedirás que haga esto. No me pedirás que me quede contigo,
sabiendo que el costo es que esto me pase cada día. No me pedirás que deshaga
todo por lo que he luchado tanto. —El aire voló libremente por mi garganta y el
dolor disminuyó.
—Morgan, no. Dios, por favor. —Apretó las manos, pero no me alcanzó.
Un toque era todo lo que se necesitaba para romper mi resolución, y no
podía permitir que eso pasara. No, a menos que quisiera volver a sumergirme
en los ataques diarios, y si tenía que pasar por otro despliegue... ahí es dónde
estaría.
—Jackson, si me amas tanto como dices, saldrás por esa puerta y no
volverás. Me dejarás sanar. Me dejarás ir.
Desesperación. Conflicto. Enfado. Frustración. Derrota. Todos cruzaron
su rostro en el lapso de treinta segundos… algunos dos veces. Me aferré a mis
rodillas para evitar alcanzarlo cuando se levantó. Apreté mi mandíbula para
evitar rogarle que se quedara.
Se dirigió a la puerta y luego la atravesó, pero se dio la vuelta una vez
que estuvo en el rellano. —Te amo más que cualquier tortura que puedas
299
pedirme. Así que, si yo te amo lo suficiente como para marcharme, ¿no puedes
tú amarme lo suficiente como para quedarte conmigo?
Los últimos puntos de mi corazón se soltaron y mi daño se desangró por
todo mi cuerpo. —Nunca dije que te amaba —fue apenas un susurro, pero él lo
escuchó.
—Ya. Supongo que no lo hiciste. —Su expresión perseguiría mis sueños
durante toda mi vida.
—Sam, cierra la puerta —le rogué. Los medicamentos estaban haciendo
efecto, y aunque podía moverme, estaba muy lenta, pero al menos el dolor de
garganta ya desaparecía.
Su rostro se tensó, desafiándome a hacerlo yo misma, pero no pude.
—Morgan… esto… ¿Quizás quieras tomarte algo de tiempo? —preguntó
suavemente.
La miré fijamente. —¿Recuerdas cuando apareciste en mi casa con un
camión lleno de muebles y me rogaste que no le dijera a Grayson dónde te
encontrabas?
—Mierda. —Su boca se tensó y su mirada voló entre Jackson y yo.
—Por favor, cierra la puerta. —Se me quebró la voz y mis hombros se
levantaron cuando el primer sollozo me atravesó.
Jackson se movió en mi dirección, pero Sam fue más rápida y cerró la
puerta antes de que llegara. Y como Sam nunca hacía nada a medias, le siguió el
cerrojo.
Lo que quedaba de mi pulverizado corazón se rompió en tantos pedazos
que bien podría haber sido arena.
Sam se sentó y me estrechó entre sus brazos mientras yo lloraba.
—Todo va a salir bien —susurró, a pesar de que ambas sabíamos que no
era así.
Así que hice lo que siempre hacía. Me limpié las lágrimas, levanté la
barbilla y esperé a que pasara el dolor.
300
24
Traducido por Julie
Corregido por Gesi
Jackson
—Así que sí, estoy rezando para que nunca veas esto. Pero... —Tragó—.
Pero si algo pasa y lo ves, quiero asegurarme de que sepas que eres el dolor en
el culo más exasperante y terco que he conocido. —Asintió.
Mis ojos se abrieron de par en par. ¿Qué carajo?
—Siempre estaban peleándose —comentó Sam con una sonrisa triste.
—Pero también eres ridículamente inteligente, compasiva y leal, y tan
guapa que me enloqueces cuando te miro. No hay nada en mí que merezca todo
lo que traes a la mesa. —Bufó—. Me presento a la fiesta con las manos vacías, y
lo más sorprendente de ti es que no te importa. Solo me quieres a mí, y no
puedo entender por qué, pero estoy harto de luchar. ¿Quieres este desastre? Es
tuyo. Disfruta de tus últimos nueve meses de libertad, quiero decir, con suerte
no te divertirás mucho ni nada, porque una vez que llegue a casa, haremos esto.
Y sé que voy a volver, porque quién diablos es lo suficientemente bueno para
dispararme desde el cielo, ¿verdad? Como dije ayer, volar es volar sin importar
dónde lo hagas. —Su sonrisa se volvió arrogante y se me revolvió el estómago.
Joder, sonaba igual que yo.
—Mierda, eso es más o menos lo que le dije. —Maldije.
—Me lo imaginé. —Su cara se arrugó con lástima.
—Pero a fin de estar preparados, hagámoslo. Esta mañana he contratado
un seguro de vida secundario y eres la beneficiaria. Y sé que querrás oponerte,
pero, por favor, acepta el dinero. Úsalo. No lo dones a caridad ni lo guardes en
una cuenta bancaria, Morgan. Gástalo en algo que te dé felicidad. Úsalo para
irte como siempre lo has planeado. Solo me gustaría irme contigo.
El video continuó durante unos quince minutos mientras se despedía de
ella. Mientras le confesaba las cosas que no se había sentido lo suficientemente
fuerte para decirle en persona. Esos quince minutos lo transformaron de un
fantasma bidimensional a un hombre de carne y hueso con el que tal vez no me
juntaría en la vida real pero al que podría respetar. Éramos parecidos en formas
minúsculas y completos opuestos en las que realmente importaban.
—Supongo que te veré luego. Y espero que vengas a la ceremonia de
reasignación porque es cuando todo comenzará para nosotros. —Una sonrisa se
extendió por su rostro—. Y te besaré tan fuerte que los últimos años habrán
valido la pena. —Levantó las cejas—. Deberíamos ir a Outer Banks durante toda
una semana cuando regrese. ¿Recuerdas lo bien que nos lo pasamos allí? Tal
vez esta vez sí te saque de la playa y te ponga en una de esas tablas de surf. Sí.
Lo planearé todo. Y supongo que ahora tendré que borrar este archivo cuando
vuelva o va a arruinar la sorpresa. —Suspiró, largo y tendido—. Hasta luego,
Morgan. Nueve meses.
Se estiró y terminó la grabación. 307
—Así que, ese es Will —dijo Sam con un suspiro, cerrando el portátil y
trayendo la grabadora.
—Ya sabía que lo amaba, pero gracias por hacerlo real. —Mi voz fue más
áspera de lo que pretendía. Si esa noche en Afganistán hubiera ido de otra
manera, tal vez la habría conocido, pero habría sido una turista envuelta en los
brazos de su novio. Nunca habría tenido la oportunidad de enamorarme de
ella.
—De nada. Ahora, sabes que cada semana tiene que grabar la historia de
su muerte y escucharla, ¿verdad?
—Así que para eso es la grabadora.
—Ya lo entiendes. Esto es de esta semana. —Presionó reproducir y la
dulce y clara voz de Morgan empezó a escucharse. Contó la historia de
principio a fin, luego el funeral, sin ningún problema. Había dolor y pena en su
voz, pero fue concisa y en control.
—Esa terapia se parece mucho a una tortura —remarqué mientras Sam la
detenía.
—Lo ha sido. —Deslizó su teléfono delante de ella, lo abrió y se deslizó
por sus archivos—. Ahora escucha. Solo tengo esto porque fui idiota y pensé
que debía grabarlo. Pero, ¿cuando te paras ahí muy frustrado, predicándole que
estarás bien y que solo son tres meses de vacaciones en la playa? Esto es lo que
pasa por su cabeza. —Presionó algo y la voz de Morgan volvió a surgir.
—Estoy... en el supermercado... —Mierda, sonaba destrozada. Cada
palabra era una lucha—... escogiendo un frasco de mermelada, y mi teléfono
suena. —Jadeó, aspirando aire—. Es Sam —Sollozó.
Apoyé la cabeza en mis manos y cerré los ojos. Como si pudiera de
alguna manera bloquear su dolor si no veía el maldito teléfono.
—Ella... ella... —Su aliento era irregular—. No puedo hacer esto. No
puedo.
—Puedes, Morgan. Solo tienes que atravesarlo una vez por hoy. Avanza
tanto como puedas —dijo una voz tranquilizadora. Tenía que ser su terapeuta.
—Sam dijo que hubo un accidente. —Otra pausa—. Y nuestros amigos
están heridos.
—Toma un poco de agua —le sugirió.
—Gracias. —Otra pausa—. Y Will... no sobrevivió. —Sus sollozos me
aplastaron el alma, el ego, mis cimientos—. Está muerto. Solo ha estado allí por
tres días, y se ha ido. —Lloraba tanto que me ardían los ojos, y cuando miré a
Sam se estaba limpiando las lágrimas.
308
—No puedo escuchar esto —espeté.
—Si ella pudo superarlo, tú también puedes —respondió.
Apreté la mandíbula a la vez que mis piernas comenzaron a moverse,
buscando cualquier acción para disminuir el dolor de Morgan.
—Y... y... —Aspiró con fuerza—. Se me cae el frasco y se rompe, pero ¿a
quién le importa? Will está muerto. ¡Will! ¡Mi Will! ¡Y no puedo respirar!
¿Cómo se supone que respire? —Gritó la última palabra y la sentí reverberar en
cada célula de mi cuerpo. Su jadeo me fue familiar, y tensé cada músculo de mi
cuerpo al escucharlo—. No puedo. No puedo. No puedo. —El cántico continuó
otros diez segundos antes de que la terapeuta se lanzara a ayudar con el ataque
de ansiedad, y la cinta se detuvo.
Sam guardó el teléfono y volvió a limpiarse las mejillas.
Derrotado. Agotado. Angustiado. No podía distinguir qué emoción
triunfaba sobre el resto. —La amo —susurré.
—Sí, sé que la amas. ¿Y debajo de todo esto que está nadando en su
cabeza? Creo que también te ama. Y puedes enojarte tanto como quieras con
que te haya apartado, siempre que entiendas que no tiene nada que ver con lo
que siente por ti sino con la autopreservación para no convertirse en ella —
Levantó su teléfono— otra vez.
—¿Entonces qué se supone que debo hacer? ¿Alejarme de la mujer que
amo? —Levanté la cabeza—. Porque eso no está en mi naturaleza. Lo que
tenemos es algo por lo que vale la pena luchar y estoy subiendo al ring, listo
para recibir los puñetazos, pero ella ya ha salido del estadio.
Suspiró y se frotó la frente, luego miró su anillo de bodas. —La verdad es
que estoy indecisa. Sinceramente creo que te necesita tanto como tú a ella. Yo…
—Sacudió la cabeza y le murmuró algo a Will—. Creo que eres el indicado. Pero
también sé que estás saltando encima del mayor detonante que tiene.
—No puedo evitarlo. Si pudiera hacer algo al respecto, créeme que lo
haría.
—También lo sé. —Se puso de pie y guardó todo en su bolsa—. Por eso
te digo que no será suficiente que luches por ella. También tendrás que pelear
con ella. Y puede que eso sea más de lo que puedas soportar.
Me levanté para acompañarla a la puerta, luego miré a través del cristal a
su casa. Ahora mismo ella estaba allí, y no podía hacer nada al respecto. ¿O sí?
—Puedo soportarlo —le dije—. Lo que sea que entregue, puedo soportarlo.
Ahora, durante el despliegue y después. No voy a rendirme.
Me estudió y luego asintió. —De acuerdo.
—Pero, ¿cómo se supone que la ame sin detonarla ahora mismo? Porque
no quiero que sufra durante los próximos tres meses. —No quería volver a oír 309
310
25
Estos meses pasarán volando. Lo prometo. Y luego seremos tú y yo.
Morgan
Morgan
320
Sam se fue dos semanas después que Jackson. Protestó todo el tiempo,
jurando que podía quedarse más tiempo si la necesitaba, pero ya se había
tomado todo el que pudo, y no iba a hacer que perdiera ni un solo día de la
escuela de posgrado.
Además, la doctora Circe me había eximido del tratamiento por el duelo
complicado y, aunque todavía la veía por la ansiedad, me aseguró que la
pérdida que seguía sintiendo respecto a Will iba por un camino saludable y
normal.
¿La pérdida que sentía por Jackson? Bueno, eso fue obra mía.
Se había ido hacía tres semanas, y respirar… no era fácil, y cuando la
ansiedad se apoderaba de mi garganta y amenazaba con cerrarla, llevaba a mi
mente a otra parte y me recordaba que no tenía novio, así que no tenía
necesidad de llorar al respecto.
Me subí al camión y puse en marcha el motor. Rugió a la vida, y sonreí.
Hoy era el día, y como tenía tres semanas antes de que empezara la escuela, un
nuevo baño principal, y habitaciones de repuesto recién desmontadas que
arreglar, era hora de ir a la ferretería.
Con el cinturón de seguridad abrochado y el asiento del conductor
ajustado desde el último viaje de Will hasta mi contextura más pequeña, puse el
camión en marcha y… conduje. —¿Qué escuchabas? —le pregunté mientras
encendía el estéreo.
Johnny Cash llenó los altavoces y me reí. —Claro que sí. —El olor del
cuero y de Will aún impregnaba la cabina, así que bajé las ventanillas y dejé que
el aire húmedo del océano llenara el espacio mientras conducía por las calles del
pueblito que había decidido llamar hogar.
Compré provisiones, las puse en la parte trasera y volví a subir al asiento
del conductor. Todo era tan… normal, y aun así Will seguía en todas partes. No
era mi camión, era el suyo. Pasé el pulgar sobre sus alas. Esas no. Merecían
quedarse. Mis ojos se fijaron en sus placas de identificación.
Con cuidado, las desenrollé del espejo retrovisor, las apreté con fuerza en
la mano por un momento, luego las puse en la guantera y la cerré. Un poco
menos de él… pero necesitaba más de mí. Me quité el colgante de cristales
marinos del cuello y aseguré la cadena con cuidado alrededor del espejo. El
cristal se balanceaba como un péndulo.
Ya lucía mejor. Ahora yo también me encontraba presente.
Y Jackson.
Estacioné el camión en la entrada, recogí los suministros que podía llevar
y subí los escalones.
321
—Oh, gracias a Dios. —Paisley se levantó de la tumbona—. Tomé un taxi
desde el aeropuerto, y cuando no te encontré, ¡pensé que iba a terminar
durmiendo en tu porche el fin de semana!
Dejé caer las bolsas y envolví a mi mejor amiga en un abrazo fuerte.
—Me alegro mucho de que estés aquí.
Y lo decía en serio.
Sabía que ella ansiaba tranquilidad, ya que su vida no tenía ninguna, así
que pasamos el día siguiente acurrucadas en la sala de estar leyendo mientras
una tormenta de verano hacía que las playas turísticas quedaran tranquilas.
Lo mejor de tener una bibliotecaria como mejor amiga era que no
hablaba cuando había libros que leer.
Página tras página pasaban volando mientras devoraba Noche y Día, a
pesar de mi mejor juicio. Este libro pertenecía a una vitrina, protegido y
preservado, pero se sentía como una traición ponerlo sin leerlo, así que lo hice.
323
Los únicos sonidos eran las páginas girando mientras nos empapábamos
en la quietud y, de vez en cuando, me detenía y hacía una pausa ante la belleza
de una frase bien escrita mientras saboreaba el último libro en mi atracón de
novelas de Virginia Woolf.
Te veo en todas partes, en las estrellas, en el río; para mí eres todo lo que existe;
la realidad de todo.
Aunque la confesión le pertenecía a un hombre que nunca existió,
publicada en un libro que fue escrito hacía más de cien años, mi pecho se apretó
y me quedé sin aliento porque conocía ese sentimiento con una intimidad que
me sacudió por completo.
Lo veía a él en todas partes. En el océano y la playa. En mi dormitorio, mi
cocina y en las nubes que pasaban por encima. En la lluvia que golpeaba mis
ventanas y el sol que calentaba la cubierta por la mañana.
En algún momento de los últimos cinco meses, mi existencia cambió. Mi
centro de gravedad se movió. Él era mi realidad de todo.
Jackson.
Cerré el libro y lo sostuve contra mi pecho mientras un dolor de anhelo
me consumía.
—¿Qué sucede? —me preguntó Paisley desde el otro extremo del sofá,
mirándome por encima de su lector electrónico.
—¿Cómo dejaste que Jagger volara de nuevo?
Sus ojos se abrieron de par en par, y se sentó derecha, colocando su
tableta en la mesa de café. —¿Qué quieres decir?
—Casi se muere. Will murió salvándolo, así que, te pregunto cómo lo
dejaste volar de nuevo. —Sostuve el libro como un escudo.
—Bueno, no estoy segura de que se le permita a Jagger hacer nada —
murmuró con un suspiro.
—Tú sí. Si le pidieras que no volviera a volar, lo haría. Así de mucho te
ama.
Presionó sus labios en una línea y miró alrededor de mi casa, sus ojos sin
enfocarse en nada mientras pensaba en mi pregunta. —Me enamoré de Jagger
tal como era, y pedirle que no volara lo convertiría en alguien que no conozco.
Es una parte de él. No podría pedirle que dejara de volar, como él no podría
pedirme que dejara de leer.
—Pero leer no hará que te maten —la desafié.
—Mi corazón casi me mató. —Se encogió de hombros—. No tienes que ir
a la guerra para poner tu vida en peligro. Puedes subirte al coche, o caminar por 324
la calle, o meterte en el océano.
—Pero después… de lo que pasó… ¿no tienes miedo? —Susurré la
pregunta, temiendo la respuesta. Temiendo que pudiera ser la cobarde de las
dos.
—Me aterroriza —admitió—. Cada vez que veo sus cicatrices, me
acuerdo. Cada vez que vuela, contengo la respiración. Me sorprende que no me
desmaye algunos días.
—Pero de todos modos te pones en esa situación.
Suspiró y se ajustó la manta sobre el regazo. —Sí, lo hago. ¿Cuánto
tiempo le queda, por obligación, en la escuela de vuelo?
No fingí ignorancia. —Seis años.
—Así que no puede dejar de volar, aunque se lo pidas. —Su voz se
suavizó.
Sacudí la cabeza. —De todas formas, no importa. Hemos roto. No
estamos juntos.
Sus ojos rodaron hasta el otro lado de su cabeza. —Sí, claro.
—No puedo pasar por eso otra vez. Si algo le sucediera a Jackson… —
Tragué más allá del nudo en la garganta y calmé mi respiración. Hoy no,
Satanás—. Cuando Will murió, se llevó mi corazón.
—Lo sé. —Asintió con una sonrisa triste.
—Pero Jackson… —Me saqué el libro del pecho y lo puse sobre mi
regazo—. Se llevaría mi alma. No quedaría nada que me hiciera seguir
respirando.
Se puso a mi lado, y me giré para que nos sentáramos hombro con
hombro.
—Tienes que decidir qué es más grande: tu amor por él o tu miedo a
perderlo. Y pensarías que van de la mano, pero no es así. Mi amor por Jagger
gana por un pelo. Y es el pelo más pequeño, pero ahí está. Prefiero arriesgarme
a perderlo que pasar la vida sin amarlo. —Sus ojos verdes se fijaron en los míos.
—Pero no amo a Jackson —susurré.
Me cogió la mano. —Llámalo como quieras. Lo que sea que sientas, si es
más grande que tu miedo, entonces agárralo con ambas manos y no lo sueltes.
—Pero, ¿qué sentido tiene? ¿Qué pasa si lo hago, y no soy suficiente para
él? ¿Y si no puedo dejar atrás el pasado? ¿Qué pasa si…? —Suspiré.
Me inmovilizó con la mirada. —¿Qué pasa si no aprendes de ese pasado? 325
—Sí, y todos estos padres van a pensar que soy la madre perdedora que
no puede presentarse a la hora del cuento el jueves, y todos saben que no he
estado aquí tanto como me hubiera gustado. Los chismes en un pueblito nunca
mueren. —Frunció los labios.
—Lo sé muy bien. —Era más o menos la historia de mi vida—. Pero
cuanto más estés aquí, cuanto más te conozcan, menos hablarán.
Sacudió la cabeza. —¿Cómo hace Jax todo esto y aun así logra mantener
su preciosa carrera? —Había una pizca de pánico en sus ojos.
Ugh, y ahí se fue mi estúpido corazón con el dolor de nuevo.
—Bueno, primero, no seas tan dura contigo. Jackson aún no ha sido un
padre de jardín de infantes, así que no ha hecho todo esto. Es un territorio
nuevo. ¿Hay algo más que te esté estresando, Claire? —El nivel de agitación
parecía un poco injustificado.
Se peleó consigo misma por un segundo, y luego suspiró. —Hoy tengo
una audición, y aceptaron hacerla por video chat, lo cual es bastante inaudito.
Pero el único momento que tiene el director es exactamente cuando Fin sale, y
mamá tiene una cita con el médico, y Brie tiene una reunión, así que voy a tener
que cancelarla. Estoy tratando de hacer ambas cosas; averiguar cómo ser la
madre de Finley y no perder mi carrera, pero… —Sacudió la cabeza y miró
hacia otro lado.
Me mordí la lengua y me recordé que no podía juzgarla por la forma en
que había abandonado a Fin los últimos cinco años, ya que ahora se encontraba
aquí y obviamente hacía lo mejor que podía. —¿Por qué no la llevo a casa
conmigo?
Su mirada se dirigió a la mía.
—De verdad. Solo deja su asiento para el coche en la oficina, y yo la
llevaré a casa. No es gran cosa. No es como si vivieras al otro lado de la isla,
¿recuerdas? Solo ven a buscarla cuando tu audición termine. —Me vendría bien
la opinión de Fin sobre los colores de la pintura para la habitación de invitados
y tal vez incluso podríamos colarnos en alguna cacería de caracolas.
—No puedo pedirte eso —protestó, pero se le encendió una chispa en los
ojos.
—Sí, sí puedes. Amo a Finley. Me encanta pasar tiempo con ella, y
sinceramente me harías un favor. —Levanté la placa—. Y ya tengo revisión de
antecedentes y todo.
—Pero tú y Jax… —Dudó.
De repente deseé tener su colgante alrededor del cuello en vez de haberlo
328
dejado en el camión. —Esto no se trata de Jackson. Es sobre Fin.
Miró nerviosamente mientras los padres sacaban fotos de cada “primera
vez” de la mañana. —Bien. Gracias. Supongo que no me di cuenta de que sería
tan difícil. O tal vez sí, y por eso me mantuve alejada tanto tiempo.
—No hay problema —le aseguré—. Siempre estoy disponible para
ayudar, si me lo permites.
Me mostró una sonrisa de Hollywood, pero lucía teñida con una nota de
desesperación.
Empecé a llevar a Finley a casa todos los días.
27
Traducido por Tolola
Corregido por Sofía Belikov
Jackson
No existía tal cosa como un fin de semana de tres días aquí, así que el
hecho de que fuera el fin de semana del Día del Trabajo no marcó ninguna
diferencia para mí. Me senté en el centro de operaciones con la computadora
329
portátil, buscando en internet la manzana hinchable más odiosa del mundo
para el aula de Morgan.
Hastings ponía los ojos en blanco cada vez que lo enviaba a misiones
cualquiera, pero nunca se quejaba. Le quitaron el yeso la semana pasada, pero
le negaron la petición de reemplazarme aquí. Sinceramente, no podía estar
enfadado. Este era mi trabajo y, nos gustara o no, los despliegues eran parte de
él.
Un hecho que Morgan conocía muy bien, lo que no funcionaba a mi
favor. Una vez que llegara a casa y la tuviera de nuevo en mis brazos, sería solo
cuestión de tiempo que pasáramos por esto otra vez. Demonios, sería teniente
comandante en dos años, por lo que un traslado permanente de estación no se
encontraba muy lejos.
Extrañaba mucho a mis dos chicas, y no estábamos ni a la mitad de este
despliegue. Mirar la cara de Fin cada mañana y noche era su propia forma
especial de tortura. Podía verla, pero no podía abrazarla, y cada vez que la
pantalla se ponía negra me dolía más el corazón. Me perdí su primer día de
guardería, que era algo que nunca pensé que diría.
Pero estuvo con Claire, ¿verdad?
Y Morgan.
Joder, echaba de menos a Morgan. Extrañaba su sonrisa y su risa. Echaba
de menos los paseos por la playa y los momentos en que se abría. Echaba de
menos despertarme en mitad de la noche con su cuerpo alrededor del mío y su
cabeza sobre mi pecho. ¿Extrañaba el sexo? Era un hombre, y era el mejor de mi
vida, así que sí, claro, pero extrañaba más la conexión. Habría renunciado al
sexo durante el resto de la vida si eso significara que podría abrazarla todos los
días. Aunque probablemente negociaría unos cuantos besos. Extrañaba tanto
sus besos que casi gemía de solo de pensar en ellos. Nunca era capaz de ocultar
sus sentimientos con su boca sobre la mía.
El hecho de que Finley pasara sus tardes con Morgan me daba esperanza.
No era que estuviera usando a mi hija para mantener a mi novia o algo así. No
me encontraba seguro de que existiera algo que pudiera hacer para quedarme
con Morgan, pero eso no significaba que no fuera a darlo todo. Hablaba en serio
el día que me fui. La amaba lo suficiente como para superar esto. Demonios, la
amaba lo suficiente como para pasar por mil situaciones iguales, pero aun así
me odiaba por hacerla atravesar esto. No había suficientes regalos en el mundo
para compensar el aumento de sus ataques de ansiedad.
Pero una manzana gigante e hinchable podría ayudar.
—Sabes que a las chicas les gusta el chocolate y las flores, ¿verdad? —
preguntó Sawyer, golpeándome el hombro mientras se sentaba a mi lado—. O
sea, si estás pidiendo manzanas hinchables, hay modelos mucho mejores que 330
sirven a propósitos mucho mejores.
Resoplé.
—Deja al hombre en paz. Está cortejando a distancia —comentó Garrett
desde la esquina de la habitación donde jugaba un videojuego.
—Solo digo. —Sawyer movió las cejas—. Y, de todos modos, ¿quién
diablos dice cortejar? ¿Qué es esto, el siglo diecinueve?
—Cortejar es la única palabra que puedo utilizar para lo que sucede allí
—dijo Garrett—. ¿Cómo llamarías sino a un esfuerzo constante con cero citas y
cero estímulo?
—Acoso —bromeó Sawyer, y luego hizo un gesto—. Mierda, me pasé.
Le eché una mirada sobre la pantalla de la computadora.
—¡Dije que lo sentía! —Levantó las manos—. A todos nos gusta Morgan.
Todos te apoyamos. Entendemos por qué… hizo lo que hizo, y todos creemos
que vale la pena.
—No digas todos, como si nos sentásemos a chismorrear sobre la vida
amorosa de Montgomery —regañó Garrett.
En realidad me importaba poco si aprobaban mis acciones o mi relación,
o la falta de ella. Las únicas dos opiniones que me importaban en el mundo eran
la de Morgan y la de Fin. —Cierto. Gracias.
Giró la silla para mirar el monitor detrás de mí. —¿Estás vigilando a
Ingrid? Está empezando a tener un aspecto desagradable.
Miré por encima del hombro a las tormentas nombradas que se dirigían
hacia nosotros. —No. Parece que podría pasar por alto las Bahamas, y solo es
categoría dos. Los chicos de Clearwater se encargarán de ella. Pero Jerry me
llama la atención.
¿Cuándo demonios me volví tan insensible como para pensar en los
huracanes como rescates y secuelas en lugar de destrucción y vidas perdidas?
Nos llamaban cuando había tormentas todos los años en la costa, y nunca
dejaba de afectarme, pero hacía años que había dejado de sentir pánico ante las
proyecciones de los modelos.
Sawyer silbó por lo bajo. —Es enorme, carajo.
—Y se dirige hacia aquí, si los modelos son correctos. —Lo último que
Puerto Rico necesitaba era otro maldito huracán, pero nos encontrábamos aquí
y listos para ayudar si llegaba.
—¿En qué crees que terminará? —Sawyer se recostó en la silla.
331
—¿Ese tipo? —Garrett sacó la silla de la consola y miró el monitor—.
Escalará a un cinco.
—Estás loco. A un tres —respondió Sawyer—. Perderá fuelle al pasar por
las islas de allí. —Señaló el modelo que llevaba la tormenta al sur.
—Recemos para que no los alcance en un tres. —Miré los modelos más
de cerca—. Y si sigue esa proyección, entonces apoyo a Garrett. Va a lo grande.
Moreno entró en la habitación, agarrando el marco de la puerta.
—Recibimos una llamada.
Cerré mi computadora portátil. —Es hora de salvar algunas vidas.
334
28
Traducido por Julie
Corregido por Pame .R.
Jackson
han cerrado y los puentes están abiertos al tráfico de salida. A los residentes de
aquí se les ha dicho que los servicios de emergencia no estarán disponibles, y el
gobernador les ha advertido que están poniendo sus vidas en peligro.
—Mierda —maldijo alguien detrás de mí.
—Y aun así este idiota está parado ahí afuera —agregó Sawyer.
Mi pie golpeaba impacientemente en mi bota, y decidí que la presión en
mi pecho no iba a disminuir hasta que supiéramos que Vivian había logrado
salir.
—Y hemos oído que algunas calles ya se están inundando —dijo la
presentadora.
—¡Sí! ¡Las zonas bajas ya están llenándose de agua, y como pueden ver,
el mar está avanzando rápidamente! —Se inclinó hacia atrás por el viento.
—Ryan, acabamos de recibir la noticia de que Ingrid ha bajado de
categoría a un tres —anunció la mujer del noticiero.
Hubo un pequeño suspiro alrededor de la mesa, pero no fue grande. La
diferencia de un par de kilómetros por hora en la velocidad del viento no
significaría tanto como esa marea tormentosa.
—Eso es genial...
Una ola golpeó tanto al reportero como al camarógrafo, enviándolos por
el muelle.
—Te lo dijimos —dijo Sawyer a la televisión, como si pudieran oírnos.
Seguí a Patterson fuera de la sala de conferencias. —Señor, no puede
esperar que los que tenemos familia nos quedemos sentados aquí.
—No lo espero. Espero que hagan su trabajo. Jerry sigue...
—Jerry ha sido degradado a categoría uno, señor. ¿Me dice que cree que
seremos efectivos rescatando gente aquí, sabiendo que nuestras familias están
en peligro en casa?
Su mandíbula se flexionó. —Le digo que hasta que el trayecto de Jerry no
sea seguro, no puedo hacer nada. Ahora, su hija evacuó, ¿verdad?
—Sí, pero su abuela no.
—No puedo hacer nada al respecto, teniente.
—Esto es una completa y absoluta mierda. No me importa si cree que
Elizabethtown tiene esto cubierto. Es una mierda —dije.
Sus ojos se entrecerraron, y supe que me había excedido pero no me
importaba una mierda. —No hay nada que pueda hacer. Los reemplazos están
en camino, pero hasta que lleguen o Jerry se disipe, nadie saldrá de esta isla.
337
¿He sido claro?
—Como el agua.
Lo dejé parado en el pasillo y me dirigí a mi habitación, tratando de
calmarme antes de llamar a Fin. Lo último que necesitaba era preocuparla. Tal
vez ella ni siquiera sabía que Vivian se había quedado.
Una vez que mi pulso se estabilizó, puse mi teléfono en el fondo de mi
escritorio y busqué el número de Finley.
Claire llamó en su lugar.
—Hola —respondí, poniéndome el teléfono en la oreja—. Me estaba
preparando para llamar a Fin.
—Acabo de comprobar que está bien —dijo, sonando sin aliento.
—¿Qué quieres decir con que comprobaste? —espeté.
—Relájate. Quiero decir que llamé y lo comprobé. ¡Ese es mío! —gritó.
Mi estómago golpeó el suelo. —Claire, ¿qué diablos está pasando?
—¡Me llamaron para esa serie de ciencia ficción! ¡Me quieren!
Respiré hondo y conté hasta tres.
—Por favor, dime que no estás en Los Ángeles.
—Acabo de aterrizar y tengo mi bolso. Dijeron que solo podía tener el
papel si estaba aquí lista para filmar esta mañana, así que compré un vuelo
nocturno a Raleigh.
Mierda.
—¡Dime que tienes a mi hija! —grité.
—Dios, Jax. Deja de gritar. Por supuesto que no. Me dijiste que no podía
traerla a Los Ángeles, ¿recuerdas?
Me saqué el teléfono de la oreja y lo miré como si esto fuera un error.
—¿Dónde. Está. Finley?
—La dejé con mamá. Hola, sí, soy Claire Lewis.
Me quedé helado. Yo, el hombre con los reflejos de rayo y el gran juicio.
El que nunca se metía en una situación de la que no podía salir. Me quedé
congelado.
—Jax, ¿estás ahí?
—Ese huracán se dirige directamente a ellas. —Mi voz temblaba con el
esfuerzo de no gritarle.
—Puf. No te preocupes tanto. Mamá ha sobrevivido a todos los
huracanes importantes, y dijo que no hay nada de qué preocuparse. Además, ya 338
ha sido degradado por lo que me enteré. Se quedarán adentro. Todo irá bien.
Deja de exagerar.
—¡No estoy exagerando, carajo! Dejaste a nuestra hija con tu madre en
una isla en medio de un huracán, ¿y qué quieres que haga? ¿Que me calme? —
Me paseé por los pequeños confines de mi habitación.
—Dios, ¿siempre te has enfadado tanto? He tapiado con tablas tus
ventanas y he asegurado tu casa, Jax. Todo está bien.
La rabia llenó cada célula de mi cuerpo. —¡Me importa una mierda la
casa! ¡Quiero a mi hija a salvo!
—No tengo que quedarme aquí y escucharte gritar. No estamos casados,
¿recuerdas? Finley está a salvo, Jax. No creciste allí. Yo sí. Todo el mundo
enloquece, compra toda el agua embotellada, y después pasa la tormenta,
limpiamos y seguimos adelante. Tu trabajo te ha vuelto paranoico, cariño.
Ahora, tengo que irme. Mi coche acaba de llegar.
—Vete al infierno, Claire.
Colgué.
29
Entiérrame en West Point, ¿quieres? Mi mamá va a decir que debería estar
en Alabama, pero pertenezco a West Point. Te lo pido porque sé que de
todas las personas en las que confío, eres la más fuerte, la más capaz de
pelear, y necesito que lo hagas.
Morgan
339
344
30
Traducido por Julie
Corregido por Pame .R.
Jackson
Mi maleta estaba empacada. No había nada más que pudiera hacer sino
esperar y pensar hasta morir.
Me senté en la cama con la espalda contra el cabecero, sin preocuparme 345
de que mis botas dejaran huellas por toda la ropa de cama.
Finley se encontraba en casa de Vivian.
Lo más probable es que Vivian se hubiera roto la pierna, si no toda la
cadera.
Nadie podía llegar hasta ellas.
Hastings había llevado a los pájaros a un lugar seguro, y Christina ya
estaba en Tennessee con su familia. Todos los demás que conocía se hallaban
aquí.
El huracán iba a golpear en cuatro horas.
Los reemplazos se encontraban en camino. No era como si pudiéramos
dejar a la gente aquí sin ayuda. Lógicamente, lo sabía. Emocionalmente,
arañaba los lados de mi jaula, maldiciendo mi propia incapacidad para proteger
a mi hija.
Mi teléfono sonó, y me sobresalté. Se cortó la electricidad en Buxton hace
una hora, y le dije a Fin que conservara su batería.
Un segundo. ¿Morgan?
—¿Morgan? —Deslicé el dedo en el teléfono para contestar. Mierda, hoy
era la ceremonia, ¿no? ¿Seguía siendo el mismo día?
—¡Cerraron el puente Virginia Dare! —gritó—. ¿Cómo puedo pasar el
canal?
Mi corazón latió un poco más suave con el sonido de su voz. Dios, la
echaba de menos.
—¿Qué? Kitty, está muy ruidoso. ¿Estás en un lavadero de autos? —¿Por
qué me preguntaba por el puente?
—¡No, no estoy en un lavadero de autos! ¿Por qué diablos estaría en un
lavadero de autos? Cerraron el puente Virginia Dare, Jackson. Me desvié una
hora en el camino porque sabía que los otros ya estaban cerrados, pero ahora
este también lo está. ¿Cómo puedo pasar el canal? —espetó.
Me senté derecho. —Sé que no preguntaste lo que creo que acabas de
preguntar.
—¡Basta de tonterías! —exclamó.
—Kitty, por favor dime que estás en D.C. con tus amigos. —Mi pecho se
estrechó.
—Puedo decírtelo, pero estaría mintiendo. Jackson, necesito cruzar el
canal. Por favor, ya está muy feo aquí afuera.
Mis ojos se cerraron y me quité el teléfono de la cara mientras luchaba
por el control. No, Dios. No Morgan, también. No. 346
—¡Jackson!
—Da la vuelta y ve al interior. Esos puentes van a ser un infierno, y la
marejada ciclónica ya alcanzó la línea de la marea alta. Joder, ni siquiera sé si
puedes cruzar el puente de entrada de Oregón si logras cruzar el canal, así que
por favor, Morgan. Por favor, no lo hagas. —No podía saberlo, ¿verdad? ¿Cómo
lo sabría?
—No me voy a ir sin Finley, y Vivian no puede moverse.
—¡Mierda! ¿Cómo lo sabes?
—¡Finley me llamó!
Mi puerta se abrió, y Sawyer se asomó, sin duda porque gritaba como un
loco. —Morgan, no puedes hacer esto. El Mini va a ser arrastrado. Por favor,
cariño. No hagas esto.
—Tengo la camioneta, y conozco la regla. Si no puedes ver el fondo del
agua, no la atravieses.
Mis ojos se abrieron de par en par, y Sawyer debe haberla escuchado
porque asintió con la cabeza. —Es un vehículo muy pesado.
—Eso no se aplica a las olas del océano. —No estaba asustado. Esto
superaba tres mil millones de niveles al miedo. Me sentía aterrorizado.
—Se espera una marejada ciclónica de tres metros y medio. He visto la
casa de Vivian, Jackson. No puede soportarlo. Ambos lo sabemos. Y los dos
sabemos que solo hay una casa que puede.
La suya. No había suficiente oxígeno en esta maldita habitación.
—¡Soy la mejor oportunidad que tiene Finley!
Sawyer se apoyó en la pared y asintió lentamente.
—¿En serio vas a sentarte ahí y dejar que esto suceda? Estoy justo aquí,
Jackson. Estoy a una hora como mucho. Eso es tres horas antes de que llegue a
tierra. ¡Puedo lograrlo!
—¡No puedo perderte a ti también! —Mi voz tembló tanto como mi
mano.
—Conducir es conducir sin importar dónde lo hagas.
Ella no fue allí, carajo.
Sawyer cruzó la habitación, agarró el teléfono y golpeó el altavoz.
—¿Dónde estás, Morgan?
—¿Sawyer? 347
—Sí.
—No te atrevas a ponerla en peligro —le siseé a mi mejor amigo.
—Ella ya se puso en peligro. Por Finley, Jax. Todo lo que estoy haciendo
es ayudarla. ¿Dónde estás, Morgan?
—Estoy a las afueras del puente Virginia Dare. Está cerrado al tráfico
entrante.
—Están evacuando a tanta gente como pueden. Bien, quiero que vayas al
norte, al William Umstead. Encuéntralo en el GPS.
—Te odio, maldita sea —espeté.
—Ódiame mañana, hermano. —Su boca se aplanó.
—Listo. Estoy en camino.
—Quédate en la línea, ¿quieres, Morgan? Creo que podría hacer que Jax
se sintiera un poco mejor.
—Está bien. Dios, es difícil ver. La lluvia está cayendo con fuerza.
—Y se va a poner aún más competitivo ahí fuera —respondió Sawyer.
—Veo el puente. Está más cerca de lo que pensé. Mierda, hay un tipo y
una barrera de hormigón.
Mierda. Un segundo. Se suponía que debía sentirme aliviado. No quería a
Morgan en la isla... pero si Morgan no encontraba a Finley, había muchas
posibilidades de que no sobreviviera. Morgan tenía razón; la casa de Vivian no
estaba hecha para soportar una oleada tan alta. ¿En serio me encontraba a
punto de arriesgar la vida de Morgan por la de Finley? ¿Cómo diablos podría
pedirle eso?
—Siempre hay un tipo y una barrera —señaló Sawyer.
—Ve a la izquierda. Habrá espacio a la izquierda. Sé cómo los preparan
—dije, odiándome todo el tiempo.
—De acuerdo, lo veo. Puedo lograrlo. —La lluvia llenó los huecos de la
conversación lo suficiente como para que sonara como si estuviera en una
tormenta de pelotas de golf—. ¡Lo siento!
Me reí. Solo Morgan se disculparía con el guardia cuando ella lo pasó de
largo.
—Dime que tienes gasolina.
—Tres cuartos de tanque —confirmó—. Está lloviendo, pero estoy bien.
El puente está bien.
348
—Bueno, sí, todavía no está allí —susurró Sawyer, con la cara tensa.
—No debería estar ahí fuera —le dije. Pero era la única oportunidad de
Finley y Vivian.
—Bien, estoy en Manteo. ¿Cómo está el clima allá abajo, de todos modos?
—preguntó sobre la lluvia.
Mis ojos casi se salieron de mi cabeza. —¿Podrías concentrarte en
conducir?
—Apuesto a que te alegras de que no esté en tu oreja durante un rescate,
¿eh?
—Ni siquiera empieces conmigo, Kitty. —Joder, iba a estrangularla la
próxima vez que la viera. Luego iba a besarla como nunca. Que vivan, por favor.
—Aquí vamos, llegué a la sesenta y cuatro. ¡Perdón! ¡Lo sé, lo sé! ¡Lo
siento! Creo que acabo de hacer enojar a lo que queda de la Patrulla Estatal
aquí, Jackson.
—Créeme, tienen que freír peces más grandes que perseguirte. Ahora
escúchame. Vas a salir a la costa, y el viento va a empezar a tirar cosas, así que
mantén los ojos abiertos. —Me incliné hacia adelante, como si eso ayudara.
—De acuerdo.
Un minuto, tal vez dos, pasaron con solo el sonido de la lluvia contra el
camión.
—¡Estoy en la carretera doce!
—Buen trabajo, mi amor. Ahora ve con calma.
—¡Vaya, vaya!
—¿Morgan?
—Lo siento, creo que eso era madera contrachapada, ¡pero no me ha
dado!
Mi corazón saltó a mi maldita garganta.
—¡Oh mira, hay otra persona aquí! Es bueno saber que no estoy sola.
Aunque hay mucho viento.
—Solo va a haber más viento. —Y va a ser más fuerte. Y más lluvioso, y
entonces golpearía la oleada.
Sawyer dio vuelta su teléfono para que yo pudiera ver la pantalla. La
estación registró el viento a ciento cincuenta y cinco kilómetros por hora hace
cinco minutos. Mierda.
—Morgan, ¿qué hay en la parte trasera del camión? —¿Por qué diablos
no lo pensé antes? 349
—¡Unos doscientos kilos de arena! Grayson llamó antes de que llegara
demasiado lejos y me dijo que parara y comprara un poco.
—Bien. Bien. —Grayson era mi nueva persona favorita en todo el puto
mundo—. ¿Ya puedes ver el agua?
—Ahora mismo estoy despejando la zona residen... Mierda.
Mi cabeza cayó en mis manos. —¿Qué tan malo es?
—Es... Todo es blanco. Y enorme. Mierda, Jackson. Está llegando a la
playa. Está pasando la línea de marea alta.
La marejada ciclónica se acercaba.
Sawyer apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos.
—Bien, vamos, eh... vamos a mirar la carretera, Kitty. ¿Todavía puedes
verla?
—La lluvia me golpea de lado, pero no hay agua estancada.
Asentí, como si pudiera verme o algo así. —Necesito que me escuches.
¿Puedes escucharme?
—Te escucho.
—Morgan, esta es la parte más fácil del viaje. Pronto, tendrás que pasar
por el nuevo puente Bonner. ¿Lo recuerdas?
—¡Dios, odio esa cosa!
—Sí, bueno, solo ten cuidado. Debería drenar el agua, pero asegúrate de
ir un poco más despacio, así...
—Para no derrapar. ¡Sé cómo conducir, Jackson!
Levanté las manos y Sawyer resopló.
—Está bien, voy a subir al puente —habló después de lo que pareció una
eternidad—. Y estoy en ello.
Estaría en el aire durante cuatro kilómetros y medio.
—Esta cosa se está moviendo —cantó.
Casi podía verla mordiéndose el labio y agarrando el volante. ¿Por qué
diablos no estábamos allí? ¿De qué nos sirvió todo el viaje hasta aquí cuando
nuestras familias nos necesitaban?
—¿Cómo está el puente? —preguntó Sawyer.
—Te lo diré cuando lo deje.
Levantó las cejas.
350
Pasaron momentos tensos en los que todo lo que podía hacer era mirar el
teléfono y rezar.
Sawyer mostró su teléfono. Los vientos subieron a ciento sesenta.
—¡Ya lo pasé! ¡Gracias, dulce niño Jesús!
Mis hombros se hundieron con alivio.
—Realmente me empujó hacia arriba, pero me encuentro bien. Aunque
se está haciendo difícil de ver. ¡Los limpiaparabrisas no pueden seguir el ritmo!
—Está bien. Ahora, antes de que me arranques la cabeza, ¿recuerdas
haberme preguntado sobre el derrubio de la carretera? ¿El día que te llevé a
Avon?
—Sí. Ahí es donde la carretera se acerca a la playa, ¿verdad?
—Ya lo tienes. Escúchame, cariño. Si esa carretera está inundada, da la
vuelta y regresa. No tienes ni idea de lo profunda y rápida que será el agua.
Sería como conducir el camión directamente al océano. ¿Me entiendes?
Silencio.
—¿Morgan?
—Lo entiendo. No voy a dejar que Finley sea arrastrada por el agua,
Jackson.
—No puedo perder a ninguna de las dos. —Agaché la cabeza.
Sawyer puso su mano en mi hombro.
—No nos perderás. Llegaré a tiempo. Lo prometo. La oleada no está tan
avanzada. No es posible. Ahora cállate y déjame conducir.
Pero no sería la oleada. Esa sección de la carretera bajaría hasta las olas.
—Santo Dios, el agua está subiendo. Estoy en Rodanthe —gritó para
actualizarnos.
—Está bien. —No quería que pensara que se encontraba sola. Mis uñas
se clavaron en mis brazos.
—¡Mierda! —gritó.
—¿Morgan? —Estaba seguro de que la sangre abandonó todo mi cuerpo.
—El viento. —Pasó otro minuto—. Estoy bien. El viento me empujó de
lado. Estoy bien.
Si no volvía a oír el sonido de la lluvia nunca más, estaría bien.
—¡Avon! ¡Dios mío, creo que eso es un baño químico! ¡Hay cosas
volando por todas partes! Mierda, hay agua en la carretera, pero aún no llega a
la acera.
Iba a vomitar en cualquier momento. 351
—Dejando Avon.
Se estaba acercando. —¿Sabes si la carretera sigue ahí? —le susurré a
Sawyer.
Levantó los hombros y sacudió la cabeza.
Podría estar conduciendo directamente hacia el agua.
—Las olas. Puedo ver las olas y... ¡Mierda! —Patinaron los neumáticos—.
Vale, el agua está subiendo por la carretera aquí con cada ola.
Me sacudí. —Da la vuelta.
—No.
—¡Morgan! Te amo. ¡Por favor, da la vuelta! ¡Vuelve a Avon!
—¿Qué me dijiste esa noche? ¿Hay gente que morirá si no me voy ahora
mismo?
Cada músculo de mi cuerpo se bloqueó. No lo hagas. No lo hagas.
—Estoy bien, Jackson. No parece tan profundo. Voy a buscar a tu niña.
La lluvia se cortó.
El sonido se detuvo.
—¿Morgan? Kitty, ¿estás ahí? ¡MORGAN!
Se había ido.
La llamada se cortó. Agarré el teléfono y marqué su número.
Ring. Ring. Ring. Ring.
—Todas las líneas están ocupadas...
—¡Mierda! —grité y golpeé mi teléfono en la cama. Ella está bien. Es la
torre de celular. No es ella. Está bien.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Sawyer en voz baja.
—¡Méteme en un puto avión!
352
31
Morgan, cuando sea el momento de dejarlo ir, tienes que dejarlo ir.
Enamórate. Cásate. Ten todos los bebés que quieras. Solo sé feliz. Espero
que ese hombre sepa lo afortunado que es, porque tardé mucho en
reconocerlo. Ve. Ama. Vive. Estaré observando, animándote.
Morgan
353
Morgan
¿Fue así como se sintió Noé la primera vez que abrió la puerta del arca?
Al mediodía del día siguiente, los vientos habían cesado, la lluvia dejó de
golpear las ventanas y por fin me sentí lo suficientemente valiente como para
363
levantar las contraventanas de acero.
Contuve la respiración cuando el océano apareció a la vista, todavía
embravecido y con las crestas de las olas blancas.
—¿Qué tan malo es? —preguntó Vivian cuando abrí la puerta corrediza
de vidrio. El viento era fuerte, pero no tanto como antes.
—Estoy a punto de averiguarlo. —Miré de mi teléfono celular, notando
la falta de barras, a Finley, quien se hallaba sentada en la mesa de mi comedor,
jugando con mi iPad.
La terraza se sentía sólida bajo mis pies en tanto caminaba hacia la
barandilla, donde mis rodillas casi cedieron.
La duna fue demolida.
También la casa de Jackson.
Mi mano voló a mi boca en el instante que vi la devastación. Los pilotes
se derrumbaron por completo, llevando la casa de Jackson a la arena. Ese debe
haber sido el estruendo atronador en medio de la tormenta. La mitad de su
vivienda había sido arrasada, dejando el resto como una casa de muñecas
abierta que había visto una guerra.
Me dolía el corazón por lo que perdió.
—¿Puedo salir? —Habló Finley desde el comedor.
Me di la vuelta y me forcé a sonreír. —Todavía no, Fin. Aún hay mucho
viento. —No podía ver el daño desde donde se encontraba y no iba romperle el
corazón.
Cerré la puerta detrás de mí y besé la cima de su cabeza. —¿Qué te
parece si vemos una película?
Asintió, con los párpados ya caídos por el cansancio cuando la senté en el
sillón para que no golpeara a Vivian, quien se encontraba sentada en el sofá.
Anoche no durmió mucho.
—Dame un par de minutos para comprobar las cosas —le dije en voz
baja a la mujer.
—Estoy bien. No te preocupes por mí.
Por supuesto que me preocupaba, estaba en serios problemas. Abrí la
puerta de mi casa y me hundí con alivio. Esta parte de la plataforma también
aguantó, y las escaleras continuaban allí. Las algas cubrían la mayor parte de
los escalones, y había un olor que no podía identificar y que probablemente
habría dominado mis sentidos si el viento no siguiera azotando.
Mi estómago se hundió. No tuve que caminar penosamente por el barro
alrededor de la base de mi hogar para revisar mi Mini Cooper.
364
Se encontraba alojado en la pared del cobertizo para botes.
¿La puerta de mi garaje? ¿Quién sabía?
No había ni rastro de la camioneta de Will.
Estábamos bien y varadas, pero no éramos las únicas. Según la radio de
emergencia, la isla Hatteras quedó aislada cuando un tramo de la ruta doce se
arrastró al sur de Avon. La reparación podría tardar semanas. Vivian no tenía
semanas... ni siquiera días. Necesitaba atención médica ahora.
Levanté la mirada y evalué el cielo. Seguía nublado, pero era seguro para
volar. Solo necesitábamos una señal lo suficientemente grande.
En voz baja, para no despertar a Fin de su merecida siesta, le expliqué mi
plan a Vivian.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —Su rostro lucía tenso por el
dolor que el analgésico no calmaba.
—Creo que es nuestra única oportunidad. El servicio telefónico sigue sin
servicio. Tu pierna necesita ser atendida y no recogimos tu insulina cuando
escapábamos. Si tienes otra idea, soy toda oídos, pero ahora mismo, esto es todo
lo que tengo.
Suspiró, frunciendo el ceño. —Bueno. Pero solo si me dejas ayudar a
repintar una vez que haga buen tiempo.
—Trato —ofrecí, aunque no tenía ninguna intención de aceptarlo—.
Vuelvo enseguida. —Saqué el cubo de pintura roja de dieciocho litros del
armario de almacenamiento, metí un pincel y un destornillador en mi bolsillo
trasero y lo llevé todo a la terraza.
Luego comencé a pintar.
Me tomó la mayor parte de una hora, pero ahora era la orgullosa
propietaria de una X roja gigante en mi cubierta y unas letras enormes que
decían S-O-S.
Luego verifiqué a Vivian y Fin, y me acomodé para esperar un buen rato.
Evalué nuestros suministros y después medí el nivel de combustible en el
generador.
Justo cuando entré e hice las paces con convertirme en una versión algo
más excéntrica de Tom Hanks en Castaway, el sonido de las aspas de un rotor
golpeó el aire.
—¡Papá! —Finley corrió hacia la puerta corrediza de vidrio.
—¡Espera! —Apenas la detuve allí. Efectivamente, flotando encima de
nosotros había un socorrista que descendía de la cuerda de un helicóptero de
365
búsqueda y rescate de la guardia costera.
Sabía que era imposible, pero mi corazón dio un vuelco, de todos modos.
No había visto a Jackson en casi dos meses, y aunque estas no eran las mejores
circunstancias para una conversación de corazón a corazón, me sentía lista para
cumplir la promesa que hice anoche.
—¿Eres la chica de Montgomery? —gritó cuando sus pies golpearon mi
terraza.
Asentí. —¿Ese es él?
El tipo me miró como si estuviera loca. —No. Tuvo un despliegue,
¿verdad?
—Cierto. —Supongo que este no era mi momento de película.
—Hastings está volando. Vio la X. Toda la isla se encuentra aislada.
Probablemente comenzarán a evacuar a quienes puedan mañana, pero tenemos
espacio para dos más. —Tuvo que gritar las palabras para hacerse oír por
encima del ruido.
Dos. No tres. Este ni siquiera fue un momento hecho para la televisión.
De manera que hice lo que haría cualquier mujer en mi situación: envié a
Vivian y Finley a un lugar seguro, a pesar de que ambas protestaron, una en
voz alta y con muchas lágrimas porque no pude ocultar lo que le ocurrió a su
hogar.
Entonces me quedé sola... a menos que contara los cuatro animales de los
que ahora era responsable. Juno se enredó entre mis piernas, confirmando que
contaba. Yo era uno de los únicos humanos que encontraba aceptable, pero aun
así hice una nota mental de esconder todos mis zapatos.
Finley y Vivian se hallaban a salvo, y mi casa seguía en pie. Hice una
oración de agradecimiento.
Agotada, más allá de toda creencia, me acurruqué en el sofá y apoyé mi
celular en la mesa de café, mirando esas barras de servicio como un halcón con
la esperanza de que regresaran.
Tenía una promesa que cumplir.
366
33
Traducido por Vane’
Corregido por Pame .R.
Jackson
Morgan
—Sí —repetí—. Ya no voy a seguir esperando para ser feliz o a que pase
algo malo. Me cansé de ser cuidadosa y de guardar mi corazón en una caja
cuando ya te pertenece. En todo caso, los últimos días me han demostrado lo
rápido que todo puede desaparecer, así que me aferro a esto. —Deslicé mis
manos hacia su pecho y me agarré a su traje de vuelo—. Me aferro a ti con
ambas manos y un corazón entero.
—Kitty —susurró.
—Y si solo estabas bromeando, también está bien. Pero si lo decías en
serio, entonces siéntete libre de pedírmelo cuando quieras, porque mi respuesta
es sí.
Se rio. —Debería planearlo todo, pero no lo haré.
—Espera. ¿Quieres tener hijos? Más hijos, quiero decir. Eso es algo que
probablemente debería saber. —Porque yo sí quería. Muchos.
Parpadeó, y luego sonrió con toda su cara. —Sí, quiero más. ¿Quieres la
que ya tengo?
—Más que nada —respondí—. Sería una pena echarla después de todo el
trabajo que acabo de hacer para salvarla.
—Dios, te amo. —Me besó, suave y despacio, y cuando nuestros labios se
separaron, volvió a besarme profundamente. Mis dedos se enroscaron en su
traje de vuelo, y le devolví el beso con todo el amor que sentía por él—. Cásate
conmigo, Morgan Bartley.
373
Dos años después
Traducido por Val_17
Corregido por Pame .R.
La tarta de melocotón se veía perfecta. Todo sobre este fin de semana era
bastante perfecto, de hecho. El clima era magnífico, anoche conseguí seis horas
ininterrumpidas de sueño y Jackson incluso se las arregló para tener libre todo
el fin de semana del Día del Trabajo.
—Vaya, eso huele bien. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Sam mientras
caminaba hacia la cocina, atando sus rizos en una cola de caballo.
—¡Gracias! Definitivamente me vendría bien una mano. Creo que eso es
lo último. —Señalé el galón de helado que acababa de sacar del congelador.
374
—¡Yo me encargo! —Agarró el contenedor por la manija y asintió hacia
la puerta—. Salgamos.
Apilé las bandejas de tarta de melocotón para que no se aplastaran, luego
salí detrás de ella de la casa de la playa. Cerró la puerta detrás de nosotras y
comenzamos a bajar los escalones. Todavía había unos veintiséis grados, pero la
brisa de la tarde lo mantenía tolerable.
—El cobertizo se ve bien —dijo cuando llegamos a la parte inferior—. La
última vez que estuve aquí, todavía tenía un agujero gigante en el costado.
Me burlé. —Eso fue hace casi dos años, lo que te dice cuánto tiempo ha
pasado. —Observé el lugar por el que había atravesado mi Mini Cooper. Hacía
mucho que lo reconstruimos, pero todavía extrañaba ese pequeño auto… y la
camioneta. La encontraron unos días después del huracán, gracias a Dios, y
aunque habíamos tenido que rescatarla, recuperé las únicas dos cosas que me
importaban. Tanto las alas de Will como sus placas de identificación ahora
residían en el cajón inferior de mi cofre de joyas.
Jackson se ofreció a enmarcarlos por mí, pero se sentía bien guardarlos,
sano y salvo.
—Ha pasado demasiado tiempo —asintió mi amiga. En verdad era así.
—Uno pensaría que sigues estacionada en Colorado en lugar de Fort
Bragg —bromeé, golpeándola con la cadera a medida que dábamos la vuelta y
caminábamos hacia los escalones de las dunas.
Se rio. —Llevamos allí un mes. Danos un respiro. Estoy segura de que los
acosaremos bastante en los próximos seis meses.
En seis meses a partir de ahora, estaríamos en nuestro nuevo lugar de
destino en Cape Cod.
—Vamos a mantener la casa, así que avísame cuando quieran venir a
usarla —le ofrecí mientras subíamos.
—¿Están pensando en retirarse aquí?
—Esa es la idea. A los dos nos encanta, y Vivian y Brie se encuentran
aquí. —La brisa azotó los mechones de mi cabello que se soltaron de mi trenza
en el instante en que llegamos a la cresta de la duna.
La vista trajo una sonrisa inmediata a mi rostro. La hoguera se hallaba
preparada, lista para ser encendida al atardecer, y nuestros amigos ya habían
escogido sus asientos.
Garrett y Sawyer manejaban la parrilla en tanto Javier los sermoneaba y
Christina se reía de algo que había dicho su esposo.
—¡Dije que ayudaría! —regañó Paisley en tanto llevábamos la comida 375
más allá de la gigante sombrilla vacía, y la poníamos sobre la mesa.
—Se supone que no debes cargar cosas —sermoneó Sam.
—Estoy embarazada, no soy inútil —refunfuñó.
—¿Y cómo está la señorita Bateman? —preguntó Sam, agachándose para
poner sus manos sobre el creciente vientre de Paisley.
—Sigo votando que es un señor Bateman —declaró Ember con una
sonrisa.
Sam se burló. —De ninguna manera. Les digo que esta pequeña va a
inclinar la balanza hacia el lado de las chicas en la casa Bateman. ¿No es así?
Paisley puso los ojos en blanco. —Sea lo que sea este bebé, es el último en
la casa Bateman, eso es seguro. Tres niños menores de cinco años serán más que
suficientes.
—Pero haces bebés tan bonitos. —Hice un puchero, rodeando su hombro
con un brazo mientras Sam se levantaba.
—Habla por ti misma, Morgan Montgomery.
Eché un vistazo a mi anillo de bodas, sonriendo cuando brilló a la luz del
sol. Había pasado más de un año y todavía me mareaba cada vez que escuchaba
mi nuevo apellido.
—Sin importar cuántos tengamos, tienen que admitir que son demasiado
lindos —comentó Ember con una sonrisa, señalando hacia la playa—. Y no me
refiero solo a los bebés.
Mi corazón se derritió, y todas nos dirigimos en su dirección.
Los chicos formaban una línea, lo bastante lejos como para que las olas
llegaran a sus pies, todos ataviados con varios tamaños de portabebés.
Josh estaba de pie a la izquierda, portando una resistente mochila con
Quinn, su hija de dos años con Ember. Junto a él se encontraba Jagger, con
Annabelle, su hija de trece meses con Paisley, en un portabebé delantero. Luego
venía Grayson, quien de alguna manera se las arregló para parecer aún más
grande con Delaney, su hijo de quince meses con Sam, atado a su pecho. Finley
acompañaba a Peyton a través de las olas más pequeñas justo enfrente de ellos.
Y luego estaba Jackson.
Mi Jackson.
Deslicé mi mano en la suya y miré a nuestro hijo dormido, que se hallaba
escondido en la banda que llevaba Jackson. Grant tenía tres meses y era… todo.
376
Sus pequeñas respiraciones salían uniformes por sus diminutos y perfectos
labios, y Jackson lo protegía muy bien del sol en tanto dormía tranquilamente.
Le pusimos el nombre del padre de Jackson, y los tres nos enamoramos de esos
grandes ojos azules a primera vista.
Jackson presionó un beso en mi frente y deslizó su brazo alrededor de mi
cintura, acercándome. Era un padre asombroso, sin novedades allí, y Finley se
zambulló de cabeza en el papel de adoradora hermana mayor. Ahora éramos
una familia de cuatro… con seis mascotas.
—Si lo despiertas, lo llevas, Kitty —bromeó en un susurro.
Me reí. Si el rugido del océano y las voces retumbantes de los hombres a
nuestro lado no despertaron a Grant, nada lo haría. El niño dormía como un
campeón.
—Tendrás que prepararte para tener algunas líneas bastante incómodas
con esa cosa —noté, devorando la piel desnuda de su pecho y estómago con mis
ojos.
—Siempre puedes desnudarte conmigo y ayudar a desvanecerlas. —Sus
labios rozaron mi oreja.
Un escalofrío se deslizó por mi columna.
—¡Jackson Montgomery, tenemos compañía! —Dejé caer la mandíbula y
arqueé las cejas con fingida indignación.
Se rio.
Aparté la cabeza de Grant y me rodeé la boca con las manos. —¡Fin, hay
tarta! —Se había convertido en su postre favorito este año. El año pasado fue el
pastel de manzana, ¿y quién sabía qué elegiría el próximo verano?
Sus ojos se iluminaron y salió corriendo de las olas, con la mano aún
agarrada a la de Peyton.
—¿Podemos comer un poco? —preguntó, mirándome con una sonrisa
emocionada.
—A mí me parece bien, pero será mejor que él le pregunte a su mamá. —
Le alisé un rizo errante.
—Tía Paisley, ¿puede Peyton comer un poco de tarta? —preguntó Fin
rápidamente, mirando a Paisley que se encontraba con Jagger—. Quieres tarta,
¿verdad? —cuestionó a Peyton como una ocurrencia tardía.
—¿Mamá, por favor? —pidió él, saltando. Ese chico podría parecerse a
Paisley, pero era todo Jagger, en constante movimiento.
—Me parece bien —respondió ella.
377
—¡Sí! —exclamaron ambos al mismo tiempo.
Se echaron a correr, levantando arena.
Hace unos años, nunca hubiera pensado que estaría criando a mis hijos
con los de Paisley, y a veces, la mera realidad, la felicidad que inundaba mi
corazón cuando estábamos así todos juntos, era demasiado para las palabras.
No estaríamos juntos de esta manera por un tiempo. Jagger acababa de
llegar a casa, pero Josh saldría por última vez en un par de meses: su último
despliegue antes de que cumpliera sus seis años y fuera elegible para salir del
ejército. Grayson se iría antes de Pascua.
Este era un momento raro y completo, y sabía que ninguno de nosotros
lo daría por sentado. Todos aprendimos que no podíamos controlar las
tormentas en nuestras vidas, pero las resistíamos mejor cuando estábamos
juntos. Llamadas telefónicas, Skype, mensajes de texto y visitas: siempre
hacíamos tiempo y tenía la sensación de que siempre lo haríamos. Amistades
como la nuestra, forjadas a fuego, eran de las que perduraban.
Ember levantó a Quinn del portabebés, luego se fue tras la pequeña
torbellino cuando corrió hacia las olas, la levantó y sopló besos en su cuello.
Lentamente todos, excepto Jackson y yo, regresaron a la barbacoa, dejándonos
solos en nuestra playa.
—¿Qué estás pensando? —cuestionó, acariciando mi cintura.
—En cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a estar juntos así. —
Enganché mi brazo alrededor de su cintura y me apoyé contra él.
—¿Es agridulce?
—Un poco, pero estoy feliz por el tiempo que tenemos. —Lo miré y mi
corazón se sintió como si fuera a estallar—. Estoy feliz por cada día que tengo
contigo.
—Y yo estoy feliz por cada noche, así que estamos empatados. —Su
sonrisa me hizo alegrarme de haber superado las seis semanas de postparto
hace tiempo.
—Yo también te amo. —Me puse de puntillas, besándolo larga y
lentamente.
Astas de rotor golpearon el aire y nos separamos, viendo como el
Jayhawk volaba por encima de nosotros, dirigiéndose hacia el mar. Se me tensó
el estómago, pero no tenía miedo. Aunque sabía que Jackson no se hallaba de
guardia, siempre existía la posibilidad de que lo llamaran y no quería perderlo
ni un segundo este fin de semana.
—¿Crees que te necesitarán? —pregunté a medida que el pájaro se hacía
cada vez más pequeño. Cuando incliné la cabeza para mirarlo, encontré sus ojos
378
ya fijos en mí.
—No. —Ahuecó mi cara y presionó un suave beso en mis labios—. Estoy
justo donde necesito estar.
Dios, amaba a este hombre.
—¡Papá! —gritó Finley—. ¡Nos guardé asientos! —Señaló las sillas de
playa que había reclamado.
—Ya vamos a… —empezó a gritar, luego miró a Grant y lo pensó mejor.
—Adelante, iré enseguida —le aseguré, dejando que mi mano acariciara
su costado, donde se habían escrito dos coordenadas más. La primera conducía
al mismo lugar en el que estábamos ahora, donde nos conocimos. La segunda,
al hospital donde nació Grant.
—No tardes mucho —dijo en voz baja.
—¿Me vas a extrañar?
—Nah. —Sonrió y lo sentí entre mis muslos. El hombre era letal—.
Simplemente no estoy seguro de poder evitar que nuestra hija se coma tu parte
de la tarta.
Negué con la cabeza al tiempo que me lanzaba un guiño y se alejaba,
acunando a nuestro hijo con cuidado.
El agua estaba fría cuando mojé mis pies calentados por el sol, y dejé que
la paz del momento se hundiera y llenara mi alma. Mis dedos de los pies
rozaron algo duro, y me agaché, sacando el objeto y dejando que el agua
enjuagara la arena.
Era un trozo de vidrio marino verde del tamaño de mi pulgar. Sus
bordes eran suaves y gastados, al igual que el colgante que llevaba alrededor de
mi cuello. Sonreí suavemente ante mi hallazgo, luego lo arrojé al mar.
—¿Por qué hiciste eso? —dijo Fin, apareciendo a mi lado.
—Para que alguien más pueda encontrarlo. —Miré de mi hija al agua
donde había desaparecido el cristal. Quizás algún día aparecería a los pies de
otra chica con el corazón roto y le hablaría de la forma en que innumerables
piezas me habían hablado a medida que me reconstruía con cuidado.
Frunció el ceño. —¿No lo quieres?
—Creo que alguien podría necesitarlo más que yo. Tengo suficiente. —
Tomé su mano y sonreí.
Mientras caminábamos de regreso a la barbacoa, miré a nuestra pequeña
multitud.
Jagger, Paisley y sus hijos se encontraban acomodados en un juego de
sillas, con Ember, Josh y Quinn tomando el siguiente juego. Por otro lado,
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Grayson sostenía tanto a Sam como a Delaney en su regazo en tanto fingía
comerse las mejillas de su hija, para su deleite.
Jackson miraba con ternura a nuestro hijo, luego nos sonrió al tiempo
que nos dirigíamos hacia él.
Tenía más que suficiente.
Tenía todo lo que siempre había querido.
Agradecimientos
En primer lugar, gracias a mi Padre Celestial por bendecirme más allá de
mis sueños más salvajes.
Gracias a mi marido, Jason, por ser mi roca. Por amarme más que a tus
alas y empujarme a volar. Por ser el Jagger de la vida real, mientras das pedazos
de ti a Josh, Grayson y Jackson. Gracias a mis hijos, que no dejan de
sorprenderme con su capacidad de adaptarse a cada nueva situación -incluida
la cuarentena- con gracia y amor. A mi hermana, Kate, por escuchar siempre. A
mis padres, que siempre entienden lo que significa "estoy en la feche límite". A
mi mejor amiga, Emily Byer, por los batidos Sonic y la tarta.
Gracias a Karen Grove, no solo por editar este último libro de Flight &
Glory, sino por recoger el primero de la pila de borradores. Nunca me has
dejado conformarme ni has permitido que mi escritura cayera en la 380
autocomplacencia. He crecido no solo gracias a tu fe y a tus ánimos, sino
también a tu amistad. Gracias por atender siempre el teléfono.
Gracias a mi equipo en Entangled. A Liz Pelletier por aceptar dar a los
fans de Flight & Glory el libro que han estado pidiendo. A Heather y Jessica por
responder a un sinfín de correos electrónicos. A mi fenomenal agente, Louise
Fury, que me hace la vida más fácil simplemente por estar a mi espalda.
Gracias a mis esposas, nuestra impía trinidad, Gina Maxwell y Cindi
Madsen, que sostienen mi cordura en sus capaces manos y me mantienen a
raya. A Jay Crownover por ser mi lugar seguro y el lobo de mi conejo. A Shelby
y Mel por aguantar mi cerebro de unicornio. Gracias a Linda Russell por
perseguir a las ardillas, traer las horquillas y mantenerme entera en los días en
que estoy a punto de desmoronarme. A Cassie Schlenk, por leer esto mientras
lo escribía y por ser siempre la animadora número uno. A todos los blogueros y
lectores que han apostado por mí a lo largo de los años. A mi grupo de lectores,
The Flygirls, por alegrarme todos los días: esto es para ustedes.
A los increíbles miembros de la guardia costera de los Estados Unidos y
a sus familias, gracias no solo por su servicio sino por darme un poco de
licencia creativa, ya que la estación de Jackson en el Cabo Hatteras es
totalmente ficticia.
Por último, porque eres mi principio y mi fin, gracias de nuevo a mi
Jason. Nada de esto sería posible sin ti.
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Sobre la autora
Rebecca es una autora de más de quince novelas
con éxito de ventas en el Wall Street Journal y en el
USA Today, y siempre está dispuesta a provocar
emociones. También ha recibido el Colorado
Romance Writer's Award of Excellence por Eyes
Turned Skyward de su serie Flight and Glory.
Le encantan los héroes militares y lleva dieciocho
años felizmente casada con el suyo. Es madre de
seis hijos, que van desde el jardín de infancia
hasta la facultad de derecho, y actualmente
sobrevive a la adolescencia con dos de sus cuatro hijos jugadores de hockey.
Cuando no está escribiendo, se la puede encontrar en la pista de hockey o 382
tocando la guitarra a escondidas. Vive en Colorado con su familia, sus tercos
bulldogs ingleses, su aguerrida chinchilla y el gatito Maine Coon que los
domina a todos. Después de haber acogido y adoptado a su hija menor, a
Rebecca le apasiona ayudar a los niños en el sistema de acogida a través de su
organización sin ánimo de lucro, One October.
Visita su sitio web en www.RebeccaYarros.com para conseguir más
información.