Está en la página 1de 382

1

Esta traducción fue hecha sin fines de lucro.


Es una traducción de fans para fans.
Si el libro llega a tu país, apoya al escritor comprando su libro.
También puedes apoyar al autor con una reseña, siguiéndolo en redes sociales y
ayudándolo a promocionar su libro.
¡Disfruta de la lectura!

2
Nota
Los autores (as) y editoriales también están en Wattpad.
Las editoriales y ciertas autoras tienen demandados a usuarios que suben
sus libros, ya que Wattpad es una página para subir tus propias historias. Al
subir libros de un autor, se toma como plagio.
Ciertas autoras han descubierto que traducimos sus libros porque están
subidos a Wattpad, pidiendo en sus páginas de Facebook y grupos de fans las
direcciones de los blogs de descarga, grupos y foros.
¡No subas nuestras traducciones a Wattpad! Es un gran problema que
enfrentan y luchan todos los foros de traducciones. Más libros saldrán si se deja
de invertir tiempo en este problema.
No continúes con ello, de lo contrario: ¡Te quedarás sin Wattpad, sin
foros de traducción y sin sitios de descargas!
3
Staff
Moderadora
Julie

Traductoras

Snow Q Bells767 Blonchick


Camila Cruz Miry Jadasa
Clara Markov evanescita Nickie
Gesi Julie Gesi
Ana_V.U Anna Karol Val_17
4
Tolola Sofía Belikov Vane’
Auris IsCris

Correctoras
Sofía Belikov Danita Pame .R.
Anna Karol Jadasa Gesi
Julie

Revisión Final Diseño


Julie Anna Karol
Índice
Sinopsis Capítulo 19
Capítulo 1 Capítulo 20
Capítulo 2 Capítulo 21
Capítulo 3 Capítulo 22
Capítulo 4 Capítulo 23
Capítulo 5 Capítulo 24
Capítulo 6 Capítulo 25
Capítulo 7 Capítulo 26
Capítulo 8 Capítulo 27
5
Capítulo 9 Capítulo 28
Capítulo 10 Capítulo 29
Capítulo 11 Capítulo 30
Capítulo 12 Capítulo 31
Capítulo 13 Capítulo 32
Capítulo 14 Capítulo 33
Capítulo 15 Capítulo 34
Capítulo 16 Dos Años Después
Capítulo 17 Agradecimientos
Capítulo 18 Sobre la Autora
Sinopsis
Dos años después de que el hombre que amaba fuera asesinado en
Afganistán, Morgan Bartley está tratando de reconstruir las piezas de su vida.
La renovación en su destartalada casa de playa en los Outer Banks podría ser la
distracción que necesita para mantener a raya sus debilitantes ataques de
ansiedad y comenzar a sanar su corazón… si puede ignorar al chico
ridículamente guapo de al lado.
A los veintiocho años, la vida de Jackson Montgomery, padre soltero,
gira en torno a su hija de cinco años y su trabajo como piloto de búsqueda y
rescate para la guardia costera. No es ajeno a salvar a una damisela en apuros, y
aunque su hermosa nueva vecina está claramente en apuros, ella no es una
damisela. Es testaruda como nadie con paredes de un kilómetro y medio de
ancho, y las placas de identificación que cuelgan de su espejo retrovisor le dan
una buena idea de por qué.
6
No importa que su atracción sea innegable; ella juró que nunca se
enamoraría de otro piloto, y mucho menos de un militar. Hay algunas heridas
que el tiempo no puede curar y algunos miedos son demasiado abrumadores
para vencerlos.
Ella es un corazón roto que apenas respira al borde de la recuperación.
Él es una colisión a punto de ocurrir.
Juntos podrían tenerlo todo… si pueden soportar la tormenta que se
avecina.
Flight & Glory #5
1
Acepta el dinero. Úsalo. No lo dones a caridad ni lo guardes en una cuenta
bancaria, Morgan. Gástalo en algo que te dé felicidad. Úsalo para irte como
siempre lo has planeado. Solo me gustaría irme contigo.

Traducido por Snow Q & Camila Cruz


Corregido por Sofía Belikov

Morgan
7
De acuerdo. Tal vez me metí en un lío.
Como si la casa de forma octogonal estuviera de acuerdo con mis
pensamientos, una de las ventanas que luchaba en el tercer piso se rindió en su
batalla con la brisa del océano y se soltó con un crujido ruidoso.
Las tres nos inclinamos hacia la derecha, siguiendo el lento deslizamiento
de la ventana condenada hasta que se soltó, golpeó otra ventana, dejándola
inestable, y finalmente aterrizó en la arena a unos diez metros.
—Permíteme entender todo esto —dijo Sam, bajándose los lentes de sol
por la nariz para observar, por encima de la montura, la casa vieja de playa que,
desde hacía treinta y seis horas, era mía—. Will te dejó quinientos mil dólares y
compraste esto.
—No exactamente —respondí, arrastrando las palabras. Ambas giraron
lentamente la cabeza hacia mí—. Will me dejó una póliza de seguro de vida
secundaria de quinientos mil dólares. Su abogado lo invirtió hasta que estuviera
lista para hacer algo y terminó siendo un poco más de seiscientos.
—Y te compraste esto —repitió Sam, su mirada verde se llenó de
incredulidad.
—Síp. —Claro que parecía un hongo gigante, pero el precio estuvo
bueno.
—¿Para demolerla? —me preguntó.
—Voy a arreglarla —declaré, mi voz mucho más segura que mi certeza.
Esa había sido una de las condiciones de la compra.
La casa se quejó e inclinamos la cabeza hacia la izquierda cuando la
ventana que fue golpeada previamente se dio por vencida ante la gravedad y
cayó por el exterior de tejas grises, aterrizando al lado de su compañera como
una lápida sepulcral sobre la arena.
—Hasta el exterior está abandonando el barco —murmuró Mia desde el
otro lado, cruzando los brazos sobre su pecho. Siendo la única nativa de Outer
Banks, su evaluación hizo que me detuviera. Si alguien conocía algo de casas de
playa, era Mia. Era más que la cuñada de Sam; había crecido a una hora, hacia
el norte, y en ese momento estudiaba arquitectura en la UNC.
—Sobrevivió al último huracán —argumenté en defensa de la casa.
—Y quedó con respirador —murmuró Mia, caminando hacia adelante
para examinar los pilares.
Motivo por el cual costó tan poco.
—No está tan mal. —Mi voz se agudizó un poco. Tal vez lucía
desgastada, más que fea, tenía una forma extraña y parecía a punto de
desmoronarse, pero me aseguraron que la estructura era buena.
8
Recibí dos miradas de reojo de mis amigas.
—Está lo suficientemente mal como para que llamaras refuerzos. —Sam
arqueó las cejas—. No es que me esté quejando. Estoy feliz porque justo visitaba
a los padres de Grayson cuando llamaste. Además, han pasado siglos desde la
última vez que te vi.
La culpa me dio justo en el corazón.
—No han pasado siglos. Te vi en tu boda hace dos meses.
—Oh, ¿te refieres a la media hora que estuviste en la fiesta ante de irte de
Las Vegas? Ni siquiera te despediste de Paisley. —Su tono era juguetón, pero
sentí la preocupación por debajo.
—Sí, bueno… —Tomé una bocanada de aire, buscando las palabras que
había evitado durante los últimos veintidós meses. ¿Cómo les explicabas a tus
mejores amigas que por mucho que las amaras, no podías soportar estar con
ellas? ¿Ni su felicidad?—. Quería quedarme, pero… no podía. —Sonaba poco
convincente incluso para mí.
—¿Todavía? —me preguntó con suavidad.
—Todavía.
Sam era la única de nuestro grupo de amigas con la que podía hablar sin
ser noventa y cinco por ciento falsa acerca de cómo me sentía. Tal vez porque
fue mi compañera de cuarto durante un tiempo en la universidad. Quizás
porque no señalaba el calendario y me presionaba a estar sana, linda y lista para
las exigencias sociales. O tal vez porque no me echaba en cara su felicidad. Las
otras… bueno, exudaban felicidad y la dejaban por ahí como escarcha que
nunca podías limpiar.
Y claro, Sam se enamoró de Grayson, uno de nuestros pilotos, mientras
asistía a la academia de aviación del ejército, pero Grayson no quedó atrapado
en lo que vino después.
Siempre fueron Josh y Ember.
Luego Paisley y Jagger.
Sam y Grayson.
Asumí que seríamos Will y yo… hasta que lo mataron en Afganistán.
La chica que fui, la que creía en finales felices, murió con él.
Ni siquiera conocía a la mujer que era ahora: solo sabía que tenía una
casa de playa que arreglar y un título en educación de niños y literatura. El
resto era un contenedor vacío y todo aquello que no se encontrase igual, sentía
dolor.
9
—Te extrañan —dijo Sam con suavidad—. Ember. Paisley. Los chicos.
—Ya lo superaré. —La promesa se sentía tan vacía como mi corazón—.
Solo que no en este momento.
—Y hasta entonces, eres de nosotras —dijo Mia con una sonrisa llena de
apoyo.
—Y tal vez el estar aquí te ayudará a sanar a tu propio ritmo y no al de
todo el mundo. —La postura de Sam se suavizó y le dio un apretón a mi brazo
con gentileza—. ¿Por qué no nos enseñas el interior de esta monstruosidad?
—Sí, vamos —concordé, agradecida de que me permitiera salirme con la
mía como siempre.
Subimos por las escaleras que daban desde la base de concreto del
garaje hasta el primer piso de la casa. Todas las casas de por aquí se hallaban
construidas sobre columnas para protegerlas de la marea alta que venía con las
tormentas y mi casa no era la excepción.
Mi casa. Aunque no era realmente mía, ¿no? Era suya. Comprada con un
dinero que nunca quise, de algo que pasé noches rezando para que nunca
sucediera.
—Cuidado con el piso. —Salté el escalón roto a mitad de la escalera.
—Sabes, igual podrías esperar seis meses a que Grayson regrese a casa
del despliegue. Estoy segura de que estaría feliz de darte una mano —sugirió
Sam en lo que atravesábamos el piso destruido que daba a la puerta principal.
—En seis meses, esta cosa podría convertirse en una pila de escombros
en la playa —bromeó Mia mientras se acomodaba los rizos negros en una cola
de caballo. Era diferente a su hermano en casi cada aspecto. Ella pequeña y él
grande; con la piel pálida donde su hermano tenía un bronceado perpetuo, y
ojos grandes y azules mientras que los de Grayson eran más plomizos. ¿Pero su
terquedad? Sí, igual a la de Grayson. Lo bueno era que Sam era incluso más
terca, como para enfrentarlo.
—¡Oh, vamos, ni siquiera han visto el interior! —discutí.
—Me imagino algo muy tipo Los Locos Adams —dijo Mia, arrastrando las
palabras—. Digo: me encanta que aceptaras el trabajo en la Secundaria Cape
Hatteras, pero tal vez debería haber venido y revisado todo esto para ti. O pude
haber enviado a Joey. O a alguien. A cualquiera.
Me detuve con la mano sobre la perilla caliente por el sol. Hacían unos
veintiún grados, algo caluroso para estar a mediados de marzo en Outer Banks.
No era nada en comparación a la intensidad que traería el verano. Por fortuna,
habiendo nacido y crecido en el sur de Alabama, conocía lo que era el calor y la
humedad.
10
—Está bien; quizás comprarla cuando lo único que había visto eran
imágenes de un sitio web y el reporte de inspección fue arriesgado, pero solo
esperen. —La puerta se atascó y la forcé con un empujón del hombro antes de
entrar al vestíbulo. Revestimientos envejecidos de madera nos recibieron desde
cada pared mientras las guiaba hacia la sala de estar.
—Demonios —susurró Sam, quedando boquiabierta ante la vista.
—Exactamente. —El ventanal cuya vista daba hacia el Atlántico fue lo
que me convenció de arriesgarme a comprarla.
Atravesamos la alfombra de un verde aguacate que combinaba con las
paredes de la cocina, las encimeras y gabinetes, y abrí la puerta corrediza de
vidrio con un chillido digno de encogerse. —Ignoren esa ventana tapeada. —
Asentí en dirección al lado sur.
—¿Y esa también? —Sam señaló hacia otro segmento de madera
contrachapada.
—Síp. Y cuidado con las tablas que faltan allí.
La brisa salada del océano me erizó los vellos de la nuca y espalda a la
vez que las chicas me seguían por el piso amplio hasta que apoyamos las manos
sobre la baranda de madera astillada. Debajo, la pequeña cerca terminaba con
una puerta que conducía a un camino de madera que atravesaba la duna hacia
una playa desierta a unos metros de distancia.
Las olas colisionaban con una constancia tranquilizadora, en un ritmo
hipnotizaste.
¿Puedes creer que de verdad haya gente que viva aquí? Es un paraíso. Su voz
atravesó mi corazón y mis ojos se cerraron ante el recuerdo dulce y lleno de
dolor. Habían pasado casi dos años desde que estuve en una terraza como esta,
lejos de la costa de Nags Head, con Will.
Ahora era una de las personas que vivía aquí. Le habría encantado.
—De acuerdo, ahora puedo ver porqué la compraste. —La mirada de
Mia viajó hacia el norte y luego al sur—. ¿En qué año la construyeron? ¿En los
cincuentas?
—En el cincuenta y uno —respondí—. ¿Cómo lo supiste?
—No hay más casas más allá de las dunas. Tú y tu vecino son los únicos
en kilómetros. Hatteras tiene una playa protegida y advino que fue construida
justo antes de que al Seashore lo establecieran como parque nacional. Guau. Me
pregunto cómo se escapó de los procesos inminentes de propiedad de esa
época. Esta propiedad tiene que valer millones de dólares, Morgan.
—Quizás, si derribaras la casa; pero hay una cláusula en mi contrato de
11
compra que estipula que si la estructura deja de existir o la extiendo más allá de
cierto límite, la propiedad será del gobierno. Mi única opción es arreglarla.
Mia niega con la cabeza. —Con el daño del huracán del año pasado, la
casa debe haberse mezclado con todas las otras propiedades que necesitan
reparación. Tienes mucho trabajo que hacer, pero en serio tuviste mucha suerte
con la compra. La casa tampoco se ve tan mal. Parece terrible, pero en realidad
desvía el viento como una campeona. Probablemente por eso todavía existe.
—Así que, solo serán tú y tu vecino —adivinó Sam—. Por cierto, ¿por
qué no compraste esa? —Asintió hacia la casa del lado. Era un poco más
pequeña, pero lucía en perfectas condiciones.
—Porque no se encontraba a la venta. Además, me gusta esta casa… o
bueno, las posibilidades que tiene. —Tenía casi ochocientos metros cuadrados,
encajaba en mi rango de precio y se sentía como yo: desgastada, golpeada y rota
de formas que necesitaban más que una capa de pintura. Era mi alma gemela.
—Bueno, ya sé qué es lo próximo que voy a revisar. ¡La playa! —Sam se
dirigió hacia la escalera norte en la parte trasera de la cubierta.
La seguimos por el patio arenoso, más allá de la puerta, hacia el camino
de madera que llevaba a las dunas.
—Tendrás que limpiar el resto con una pala —dijo Mia, señalando el
camino cubierto de arena mientras atravesábamos la pequeña colina—. El
viento recoge arena de la playa y la deja aquí. Por eso la duna. Pero protege la
casa.
—Entendido. —Hice una nota mental; bajamos los primeros tres metros
y nos deslizamos por el resto de la duna hasta que llegamos a la playa. Además
de un par de familias repartidas por la costa, parecía desierta—. Es tan
silencioso.
—Justo como nos gusta —señaló Mia con una sonrisa mientras nos
acercábamos al agua—. Estará más movido en un par de semanas: para el
descanso de primavera y el verano, pero una vez que los turistas se vayan, se
verá así.
—Es pacífico —remarcó Sam.
¿Paz? No había sentido nada cercano a esa emoción en el último par de
años. Ni siquiera estaba segura de que existiera en mi realidad. Pero el agua, la
arena y la brisa fría eran tranquilizantes. Eso era suficiente.
La arena se hacía más firme y húmeda a medida que caminábamos; y me
detuve, observando cómo el océano se apresuraba hacia mis pies y los cubría. El
agua se sentía deliciosamente fría y no pasó mucho tiempo antes de que me
hundiera ligeramente, hasta que, eventualmente, la arena me cubrió los pies. 12

Un destello de color apareció junto a mis pies. Cuando la próxima ola


retrocedió, recogí un puñado de arena húmeda y separé los dedos un poco
mientras el agua volvía, dejando que ésta se deslizara entre los huecos para
revelar un trozo de vidrio azul, del tamaño de un centavo, y ligeramente
redondo.
—¿Qué es…? —Sam entrecerró los ojos por el sol de mediodía mientras
observaba algo en el agua—. Guau.
Imité su postura y vi a un hombre saliendo del océano a un par de
metros de distancia.
Piedad.
Era… Bueno, para tener un título en literatura, irónicamente me quedé
completamente sin palabras. El agua se deslizaba por las líneas definidas de sus
músculos, como si fuera una especie de deidad del océano, mientras salía del
oleaje; los pantalones de baño negro contrastaban con su bronceado, igual que
el tatuaje que recorría su costado.
Sus abdominales tenían abdominales.
Se pasó las manos por el cabello castaño claro y espeso, giró los hombros
anchos y luego trotó por la playa, directamente hacia nosotras.
—Dios. Mío. —Mia arrastró cada palabra—. ¿Es real? ¿Estoy soñando, o
es que por aquí aparecen hombres locamente ardientes desde el agua?
—Ni siquiera lo sé —contestó Sam mientras se acercaba.
El viento me azotó el cabello en la cara, y cogí rápidamente los mechones
castaños y el dobladillo rebelde del vestido mientras nos alcanzaba.
Dulce Señor; era como un día abrasador. Con la nariz fuerte, la barbilla
tallada, los labios carnosos y cincelados, y con un estilo al Capitán América: me
dieron ganas de recitar el Juramento de Lealtad. Fue como si Dios hubiera
mezclado todo lo que encontraba atractivo en un solo hombre y lo hubiera
arrojado al océano junto a mi casa.
—Buenas tardes, señoritas —dijo con una sonrisa ligera, su respiración
tan uniforme como su paso.
Ojos azules como el océano. Por supuesto. Un tono más oscuro que el
vidrio de cristal que sostenía en la mano. Se fijaron en los míos, ensanchándose
por un segundo antes de que nos pasara y continuara su carrera por la playa.
—Sin acento sureño —dije una vez que encontré mis cuerdas vocales—.
Debe ser turista.
—En serio, voy a visitarte todos los fines de semana si así te recibe esta
isla. —Mia se acercó al agua y puso las manos alrededor de su boca—. ¡Chris
13
Hemsworth, por favor! ¡O me conformo con Liam!
—En serio, Mia. El océano no acepta peticiones. —Sam puso los ojos en
blanco—. No es que no tengamos la costumbre de conocer a chicos en la playa
en nuestro grupito. ¿Cómo le decía Paisley a Jagger?
—Señor California —respondí, recordando el día que lo conoció en la
costa de Florida, hacía casi cuatro años. Pero su historia tiene un final feliz.
Mis ojos siguieron la figura lejana de nuestro corredor.
—Ah, así es. Sin embargo, ese no parece de California —bromeó.
—Más como un Señor Carolina —ofrecí.
—Ah, Carolina. —Las chicas suspiraron a la vez.
Continuó por la orilla y el alivio reemplazó las mariposas que habían
asaltado a mi estómago. Con tal de que hombres así no salieran del océano
todos los días, me encontraba a salvo.
De todas formas, no es como si estuviera disponible para una relación.
Era imposible ofrecerle a alguien un corazón que no tenía. El mío se encontraba
enterrado a más de ochocientos kilómetros, en West Point.
Mia y Sam charlaron mientras regresábamos a la casa y luego hicimos un
recorrido en lo que me había comprado el dolor en mi corazón. Dormitorios y
baños: todo necesitaba una reforma.
—¿Y bien? —pregunté mientras las chicas evaluaban la cocina.
—¿Sinceramente? —Mia se apoyó en una de las encimeras de fórmica.
—Por supuesto.
Ella y Sam compartieron una mirada.
—¿Qué?
—Tenemos que llamar a Joey —dijo Mia.
—¿Joey, tu hermana? —le pregunté.
Asintió. —Es dueña de Masters & Co.
—El negocio familiar de construcción de barcos —aclaró Sam.
—Claro. Construyen barcos de carreras o algo así, ¿verdad? —Odiaba no
estar tan familiarizada con la familia de Grayson como debería haberlo estado,
ya que los conocía hacía un par de años.
—O algo así —contestó Mia sonriendo—. Pero Joey conoce a todos los
contratistas de renombre de OBX. Podría darte una buena lista para empezar...
¿a menos que estés pensando en ir a la ferretería y empezar a sacar cosas por tu 14
cuenta? —Sus ojos se agradaron—. Por favor, dime que no es lo que piensas
hacer.
—Más o menos. —Me encogí de hombros ante las miradas horrorizadas
en sus caras.
—Oh, Morgan. No; y no es solo un no, es un: diablos, no. No eres... —Sam
señaló la casa—. Sé que eres una gran fan de HGTV, pero no es tu especialidad
y lo digo con todo el amor en mi corazón.
—Al menos, las cosas estructurales deben ser hechas por profesionales —
instó Mia—. Remodelar en la playa es difícil.
Mi terquedad se ablandó ante la súplica en sus ojos. ¿Qué daño podría
causar el recibir algunas ofertas en los proyectos más grandes?
—Bien. Llama a Joey. Le pagaré a contratistas para que me ayuden con lo
que no pueda hacer sola. ¿Suena bien?
—Sí.
—Absolutamente.
Un par de horas más tarde, Mia fue en busca de pizza y Sam por tequila.
Yo, por otro lado, me encontraba en busca de luces. El sol se pondría en
un par de horas, y no iba a descargar lo poco que había traído conmigo con solo
la mitad de las luces encendidas.
Revisé el archivo que el agente de bienes raíces dejó en la cocina.
—Interruptor secundario en el garaje —leí en voz alta. ¿Por qué diablos
alguien pondría otra caja de interruptores allí? Tal vez Sam y Mia tenían razón;
necesitaría al menos un contratista para el trabajo eléctrico.
Seguramente quedaba otra media hora antes de que las chicas volvieran,
lo que significaba que si encontraba esa caja rápidamente, podríamos encender
toda la casa.
Salí corriendo por la puerta principal, sin molestarme en cerrarla, y bajé
por los escalones, saltando al rellano…
Chasquido.
El sonido se registró en mi cerebro alrededor de un milisegundo antes de
que cayera en picada por el rellano. Grité, extendiendo los brazos para soportar
mi peso en la plataforma restante. Mis pechos recibieron el resto del impacto
cuando golpearon el borde del agujero que hice con la mitad inferior. 15

Un dolor cegador me desgarró cuando mi cuerpo se detuvo, pero no caí.


El sonido que salió de mi boca fue cualquier cosa menos femenina.
Mierda, eso dolió. El fuego me subió por los costados, desde los muslos hasta
las costillas, y me encontraba bastante segura de que mis copas tamaño D se
amotinarían para regresar a una A, o simplemente se caerían.
Respiré profundo un par de veces para estabilizar mi corazón, rezando
para que el dolor se apaciguara, y luego luché por poner los codos por debajo
de mí. Tal vez podría levantar un poco… no.
Tiene que ser una broma, joder.
No podía moverme. En absoluto. Nada. Cero. Me encontraba firmemente
atrapada en un agujero hecho por mí misma, sin apalancamiento suficiente
como para levantarme.
Un bufido de risa autocrítica se me escapó. Hablando de metáforas para
mi vida. Will se habría reído como loco.
—Sí, apuesto a que piensas que esto es gracioso y simbólico o alguna
tontería —murmuré, metiéndome en el patrón familiar que consistía en hablarle
cuando me hallaba sola.
Moví las piernas tan lejos como me atreví, con la esperanza de encontrar
algo de apoyo, pero no entré en contacto con nada. Por supuesto que no. Me
encontraba fácilmente a dos o tres metros del suelo.
No era mortal. Simplemente molesto. Humillante, si seguía aquí para
cuando Sam y Mia regresaran. Qué forma de probar que estaría totalmente bien
aquí por mi cuenta. Ni siquiera sobreviví un día.
Me sacudí un poco y traté de empujar a las chicas por la abertura.
Auch. No. La piel que no se encontraba ya en carne viva por el raspado
protestó por la presión de las tablas restantes.
El sonido de pasos me llamó la atención, y miré hacia la terraza de mi
vecino para ver a una pequeña pelirroja bajando las escaleras hacia mí.
Tenía ese aspecto de jardín de infantes… mejillas redondas y ojos muy
abiertos. Mi mejor conjetura era que tenía unos cinco años, lo que significaba
que también tenía que haber un adulto en casa.
—Oh, gracias a Dios. Hola, cariño, ¿cómo estás? —le pregunté mientras
atravesaba los diez metros entre nuestras casas.
Hizo una pausa tímida cerca de mi escalera; sus rizos se detuvieron un
segundo después que el resto de ella.
—Hola. No debería estar aquí sola, pero la escuché gritar. Está atascada. 16
—Su frente se arrugó por encima de unos ojos grandes y marrones mientras su
acento sureño arrastraba esa última palabra como lo hubiera hecho el mío. No
era turista. Al menos eso significaba que la casa de al lado no era de alquiler
vacacional.
—Sí —admití—. Soy Morgan, tu vecina.
Sus ojos se agrandaron. —¿Nuestra nueva vecina? Teníamos unos viejos.
Muy, muy viejos. No se atascaban.
Podría haberme reído si la madera contra mis costillas hubiera dejado
que mi pecho se expandiera. —A ellos les compré la casa. ¿Cómo te llamas?
—Soy Finley. Papá me llama Fin. Como un pez. O un tiburón. —Vagó
por debajo del rellano y la perdí de vista.
Mis pies se detuvieron de inmediato. No me arriesgaría a darle una
patada por accidente.
—¡Oye, a mí también me gusta Hello Kitty! —chilló de alegría—. Hoy
llevo la ropa interior aburrida de sábado, pero porque no me gustan las de los
domingos. Son verdes.
—Hello Kitty... —Oh. Dios. Mío. Evalué la situación con más cuidado,
viendo la tela acumulada por debajo de mis pechos de una manera en la que no
debería estar. ¿Y esa brisa? Oh, no. No, no, no.
Tierra, trágame ahora mismo. Ahora mismo.
—¡Pesa mucho, señorita Morgan! —Bendita sea su alma pequeña: trató
de empujar mis pies hacia arriba, pero no me moví.
—Estoy segura de que me siento así, Fin. ¿Puedes hacerme un favor?
Salió y me miró, cruzando los brazos sobre su pecho. —Está atrapada.
Voy a buscar la sierra de papá.
—¡Oh, no es necesario! Pero en serio, gracias por ofrecerlo. ¿Crees que
podrías llamar a tu mamá? —Por favor, Dios. No era posible que me quedara
otro minuto atrapada en esa maldita escalera, mostrándole todo a las personas
de Cape Hatteras. No. De ninguna manera. Hello Kitty necesitaba despedirse.
—No. —La chica se encogió de hombros, alejándose.
—¿No? —le pregunté, segura de que mis ojos lucían a punto de salirse de
mi cabeza.
—Vive en California.
—Oh…
17
—Pero voy a buscar a papá. ¡No se preocupe, es muy bueno rescatando a
la gente! —Subió corriendo por las escaleras de la terraza.
—¡No! ¡No, estoy bien! ¡Esperaré a mis amigas! —grité, pero ya había
desaparecido en su casa.
Parpadeé, esperando despertarme de esta nueva versión de Pesadilla
Desnuda en la Escuela que vivía en la actualidad. Cuando no funcionó, me
resigné al hecho de que me encontraba a punto de conocer a mi nuevo vecino.
En ropa interior.
Mientras me hallaba atrapada en el rellano.
Hasta aquí las primeras impresiones.
Un segundo. Mierda. Me afeitaba las piernas, pero deserté la depilación
desde… bueno, hacía un tiempo. Mis hábitos de jardinería habían pasado de
meticulosos a, bueno… al natural. No le había dado mucha consideración, y ni
siquiera me importaba hasta este momento.
Este momento tan inoportuno.
Pero mis bragas eran del tipo infantil, así que existía una posibilidad de
que todo estuviera cubierto, ¿verdad? ¿Podrían empeorar más las cosas?
Tenía que haber un límite en la cantidad de humillación que alguien
podía soportar.
La puerta mosquetera de al lado se cerró y me mordí el labio inferior, el
dolor recordándome una vez más que esto definitivamente no era un sueño.
—¡Vamos, papá! —gritó Finley.
—Ya voy, cariño —contestó una voz profunda. Los pasos que siguieron
por los escalones eran pesados, masculinos.
—Está bien, señorita Morgan, traje a papá. Se estaba duchando, pero ya
no.
Abrí los ojos para ver a Finley mirándome con una sonrisa, asintiendo
con entusiasmo.
—Gracias, Finley.
Un par de pies descalzos aparecieron junto a los de ella, unidos a unas
piernas musculosas que llevaban a unos bañadores azules, unos abdominales
que desaparecieron cuando una camiseta blanca se deslizó por su estómago y
un tatuaje reconocible.
Alcé la vista hacia unos ojos azul marino que me resultaban familiares y
gemí.
18
Oh, Dios. Mátenme. Ya mismo.
Era el Señor Carolina.
Aparentemente, no existía un límite para la humillación.
2
Traducido por Clara Markov & Gesi
Corregido por Sofía Belikov

Jackson

Eh. Bueno, esta no era la manera en que planeaba presentarme con la


nueva vecina. Es como si me hubiera metido en uno de esos actos de magia en
donde cortaban a la chica a la mitad con una caja… excepto que esta no parecía
19
como la asistente dispuesta.
Eso sí; sí que tenía las piernas para tal acto, maldición.
—Vale —dije mayormente para mí, completando una rápida evaluación
de la situación. Se encontraba en el punto débil del rellano, el que les sugerí a
Diane y Carl que arreglaran antes de que pusieran la casa a la venta. Diablos,
les rogué por años que lo hicieran, pensando que correrían el mismo destino.
Me obligué a levantar la mirada y encontré el perfil del rostro de mi
nueva vecina tan rojo como su ropa interior de Hello Kitty: el único trozo de tela
entre sus costillas expuestas y los pies. Ropa interior que definitivamente no
debería haber visto… o notado.
Pero, en mi defensa, se hallaban justo en mi cara.
Atravesó los tablones horizontales, dejando la madera circundante
intacta en lugar de astillarse con ella, pero sin dudas sentiría esas abrasiones y
moretones en los costados por un tiempo. Tenía las costillas raspadas y le
sangraba levemente en algunos lugares.
—Finley, quédate aquí, cariño. No sé con seguridad si sea seguro subir
las escaleras.
Después de que asintiera, caminé alrededor de la escalera y comencé a
subir los escalones, poniéndome de rodillas unos escalones por debajo del
rellano, así podría ver a mi muy avergonzada vecina a los ojos. Bueno, lo haría
una vez que dejara de cerrarlos con fuerza.
Oh, joder. Era el bombón de más temprano en la playa. La hermosa del
cabello, los ojos y el vestido de verano que la acompañaba en la actualidad
sobre el rellano.
—Hola —dije suavemente.
Abrió un ojo, como si esperara que desapareciera, y me encontré con un
par de impresionantes ojos cafés, oscuros en los bordes, palideciendo a un
ámbar en el centro, y enmarcados con pestañas largas y gruesas. Cada palabra
que había estado a punto de decir se evaporó de mi cabeza. Sus ojos eran tan
llamativos como ella, pero había algo; una tristeza profunda y persistente que
apostaba que tenía poco que ver con la situación en la que se hallaba. Había
visto un destello en la playa, pero era incluso más notorio de cerca, y mentiría si
dijera que no gatilló la necesidad de salvarla de lo que fuera que lo provocara.
—Hola —respondió, su acento sureño más denso que la miel.
—Parece que podrías necesitar algo de ayuda. —Me concentré en no
tragarme la lengua. La frase impresionantemente hermosa no era nueva para mí,
pero esta la era la primera vez que me sentía realmente… impresionado.
—En verdad estoy bien —protestó con la sonrisa más falsa que había
visto. Habría sido casi gracioso si no hubiera visto su piel y cuánto tenía que 20

dolerle—. Mis amigas regresarán en cualquier momento, así que no hay razón
para que te preocupes.
Guau. Sí, ese acento era más profundo que cualquiera que los nativos
hablaran por aquí, y el doble de sexy que el de la chica irlandesa que alquiló la
casa al lado de Sawyer el verano pasado.
—¿Preocuparme? No sé si lo notaste, pero como que estás atrapada en tu
escalera.
—No ha escapado de mi atención. —Mantuvo la sonrisa terca.
—¿Qué tanto te duele? ¿En la escala del uno al diez?
Tal vez fue porque suavicé el tono o la adrenalina ya desaparecía, pero
suspiró y dejó caer la fachada junto con sus hombros.
—¿Cinco? Un poco raspada, creo, pero sobre todo mortificada. Estoy
segura de que puedo salirme de esto… —Trató de empujar los antebrazos, y me
encogí—. O no.
—Con cuidado, te despellejaste las costillas.
—Parece que sí. La mayor parte del dolor lo siento allí, en mis caderas…
y en mi dignidad. Pero como que no puedo respirar bien.
—Estás bastante apretada, Kitty. —El apodo se deslizó por mi lengua
antes de que pudiera detenerlo.
Gimió, dejando caer la barbilla sobre el pecho, e incluso las puntas de sus
orejas se sonrojaron. —De todas las cosas que podría estar usando. Esto está a la
altura de aquella vez que la falda de porrista se me atoró en los calzoncillos —
susurró.
—¿Calzonc... qué? —susurré y reí para que Finley no me escuchara.
Levantó la cabeza, y puso los ojos en blanco. —Calzoncillos. Son… ya
sabes… bombachos. Van debajo de las faldas de las porristas. Realmente
desearía traerlos puestos ahora mismo, si te soy sincera.
Y ahora que tenía esa imagen en mi cabeza…
—Vale, hay que sacarte de este aprieto. —Escaneé el rellano, estudiando
los otros tablones que parecían listos para desplomarse si ponía algo de peso
sobre ellos—. No tengo el ángulo correcto para alzarte, y si rompemos los
tablones, corremos el riesgo de hacerte más daño. Tenemos que levantarte.
¿Estás bien con eso?
Presionó los labios llenos en una línea recta y asintió.
—Hagámoslo. —Le di lo que esperaba fuera una sonrisa tranquilizadora,
después bajé los escalones y me metí debajo del rellano, haciendo lo mejor
21
posible para ignorar su parte baja, que se encontraba mayormente desnuda y
colgando frente a mi rostro. Lo más probable es que estuviera involucrada con
quienquiera que condujera la camioneta estacionada junto al antiguo cobertizo
para botes. Prácticamente gritaba macho alfa, por el tamaño de los neumáticos
hasta la rejilla de luz. Se necesita de uno para reconocer a otro.
No que importara. Cualquiera que viviera al lado o conociera a Finley se
encontraba fuera de la mesa de rollo de una noche, que fue todo de lo que era
capaz.
Fin tropezó con mis pies, y la agarré de la cintura antes de que se
golpeara la cabeza contra el pilar del soporte.
—Fin, cariño. ¿Por qué no me das un poco de espacio? No quiero
aplastarte los dedos de los pies.
Asintió, luego se escabulló debajo de mis pies y se retiró hacia las sillas
del patio que se alineaban en nuestra sección de la cerca, ansiosa por ver el
espectáculo.
Evalué el ancho del espacio que tenía entre las costillas y la madera
circundante, y maldije mentalmente. Era como una clavija curva en un agujero
cuadrado.
—De acuerdo, debes haberte caído de cierta manera. Tendremos que
maniobrar un poco para pasarte. De lo contrario, quedarás colgando del… —
culo, terminé mentalmente. No es que no fuera espectacular, pero en esta
situación, definitivamente no le ayudaba.
—¿Trasero? —sugirió.
—Exactamente.
—Puede que necesite que me des un pequeño empujón… ahí. No tengo
ningún apalancamiento.
¿Puedo tomar prestada una taza de azúcar?
¿Tienes madera contrachapada para cubrir las ventanas?
Vamos a salir de la ciudad por el fin de semana, ¿podrías regar las plantas?
En los casi cinco años que llevaba siendo dueño de mi casa, esas eran la
clase de cosas que los Hatcher me pedían. Nunca hubo una discusión acerca de
“¿podrías empujarme el trasero en el ángulo correcto para que pueda salir del
rellano de madera en el que estoy atrapada?”. Jamás.
Parecía que me encontraba a punto de cruzar todos los límites de vecinos
en los primeros cinco minutos de conocer a esta mujer.
Salí de debajo del rellano y encontré su mirada. —Hola —repetí mi línea
22
anterior.
—Hola —hizo eco, pero con el fantasma de una sonrisa.
—Soy Jackson Montgomery. Pensé que debería presentarme primero. —
No era como si me hubiera presentado a todas las personas a las que salvaba.
No era sociable. Ese era el trabajo de Garrett—. Mis amigos me llaman Jax.
—Morgan Bartley. Un placer conocerte.
Morgan. Perfecto. Como mi ron favorito, el cual tenía mucho en común
con el color de sus ojos. Ojos con los que no te involucrarás, ¿recuerdas?
—Excelente. Ahora no tengo que seguir llamándote Kitty.
—Como que me está empezando a gustar, dada la situación y todo. —Se
rió con suavidad—. Hay un montón de cosas peores que podría haber estado
usando, de seguro.
Mierda. No solo era hermosa: también me caía bien. No mucha gente que
conocía podía mantener el sentido del humor en este tipo de situación.
—Entonces, de acuerdo, Kitty, aquí vamos. —Me metí de nuevo debajo
del rellano. Mierda, se encontraba llena de moretones y raspaduras desde las
costillas a la cadera y las piernas. Solo su cintura y pantorrillas salieron ilesas—.
¿Lista?
—Pienso que ahora es tan buen momento como cualquier otro —dijo.
Sin contemplaciones, agarré su cintura y la levanté.
—Uf. —El sonido escapó cuando sus costillas se liberaron de la barrera
del rellano.
—¿Mejor? —La posé sobre mi hombro izquierdo, cuidando de mantener
el antebrazo asegurado sobre la parte superior de sus piernas para evitar rozar
sus costados maltratados.
—Un poco —respondió—. Ahora puedo respirar mejor. Gracias.
Viendo el nuevo espacio entre su cintura y los tablones, estiré la mano
derecha y jalé con suavidad la tela del vestido veraniego, bajándolo en secciones
para darle tanta modestia como pudiera ofrecerle.
—Gracias —repitió, más suave en esta ocasión.
—Tómate un segundo para recobrar el aliento, y luego te levantáremos
por completo. —Mi cabeza se giró ante el sonido de neumáticos en el camino de
grava. Un auto pequeño se estacionó entre la camioneta gigante y el contenedor
movible, y dos mujeres se bajaron. Una pálida, sosteniendo una gran caja de
pizza, y la otra con tez morena y lo que parecía ser una botella de tequila,
ambas con los ojos abiertos y la mandíbula floja.
—Oh. Dios. Mío. 23

—¡Morgan!
Se apresuraron hacia los escalones.
—¡Oigan, esperen! —grité entre las tablillas de la escalera, haciendo que
se detuvieran de golpe—. No sé cuánto peso pueda mantener ese rellano.
Dos cabezas se asomaron por la base de la escalera y asentí hacia ellas.
—Hola.
—¿Señor Carolina? —preguntó la pequeña, con la boca abierta.
¿Señor qué?
—Eh. No según la última vez que lo comprobé. Pero bueno, no participo
de los circuitos de los concursos de belleza —respondí. La que llevaba el tequila
se acercó para ver mis manos firmemente presionadas contra la parte superior
de los muslos de Morgan, una encima y otra debajo del vestido—. Te daría la
mano, pero como puedes ver, las mías están llenas por el momento.
—Bien, entonces —dijo sin un rastro de acento sureño—. Morgan, ¿estás
herida?
—Un poco apaleada, pero nada de qué preocuparse —respondió,
moviéndose un poco en mi hombro. Pesaba casi nada—. Bueno, ella es Finley, y
Jackson aquí es mi vecino de al lado. ¿Qué te parece la suerte?
—Jax —ofrecí.
Fin las saludó con la mano, y la amiga de Morgan regresó el gesto antes
de retornar la mirada hacia mí.
—Bueno, Jax, qué incómodo, digo, asombroso conocerte. Soy Sam, y ella
es mi cuñada, Mia. Y la chica que tienes posada en el hombro es una de mis
mejores amigas, así que, ¿qué puedo hacer para ayudar?
—Un gusto conocerlas también —le dije a las chicas—. Sería genial si
pudieran darle una mano a Morgan. El resto de las escaleras parecen sólidas,
pero el rellano es inestable. Si pudieran subir los escalones traseros y bajar hasta
el último escalón antes del rellano, sería increíble. Ve si pueden poner las manos
debajo de sus brazos para ayudarla a subir hacia las escaleras mientras la
levanto. Si pueden evitarlo, no dejen que ponga el peso en el rellano.
—Hecho. ¡Mia! —llamó a la otra chica, y se fueron en un borrón.
—¿Estás bien ahí arriba, Morgan? —le pregunté. ¿Qué tipo de perfume
usaba? Seguro olía divino. ¿Vainilla y fresas?
—Yo debería preguntarte eso, considerando que soy yo la que está
24
sentada sobre ti.
Casi me reí. —No te preocupes por mí. Estoy bien. —Le guiñé un ojo a
Finley, quien se rio detrás de su mano.
—¿No vas a estar muy cansado para sacarme? —preguntó Morgan, la
preocupación saturando su voz y aumentando el número de sílabas en la última
palabra. Mierda, la mujer podría leer la guía telefónica con ese acento, y
quedaría obsesionado.
—Créeme, podría sostenerte todo el día. No voy a dejarte caer.
Sentí que su postura cedió suavemente. Bien, se relajó un poco.
—Entonces, compraste la casa, ¿eh? —pregunté, tratando de llenar el
silencio hasta que las chicas pudieran acercarse a Morgan.
—Sí. Tal vez debería haberla visto primero. —Su voz descendió, casi
ininteligible con la madera amortiguando el sonido entre nosotros.
—¿No la viste antes? —¿De verdad?
—¡Vi fotos! —respondió—. Y el informe de inspección y por los mapas
de Google. Es solo que no la visité… hasta hoy.
Mierda. ¿La compró a ciegas? La casa en sí era estructuralmente sólida,
pero, maldición, necesitaba algo de mantenimiento. Nadie la tocó desde que los
Hatcher la compraron en los setenta.
—¿Y es lo que esperabas?
Se tensó.
—¿Morgan?
—No es que no quisiera arreglar algo. Quería. Quiero. Quiero mirar algo
y decir “yo lo hice”. —Su suspiro fue lo suficientemente fuerte como para
sentirlo en el pecho—. Simplemente resulta que hay mucho más por arreglar de
lo que pensé en un comienzo.
—¿Tu esposo es hábil con las manos? —Había aprendido que siempre es
más seguro asumir que una mujer se encontraba en una relación a lo contrario.
Además, con su piel suave y desnuda bajo mis dedos, sería útil saber si estaba a
punto de recibir un puñetazo en la cara por una pareja sobreprotectora.
Sus muslos se convirtieron en piedra.
—No estoy casada, ni involucrada, ni buscando estarlo —escupió cada
palabra.
Maldición, acababa de ser rechazado por una chica con la que ni siquiera
había coqueteado. Esa era una primera vez. 25

—Lo siento, vi la camioneta y lo asumí. —Y allí iba el gran problema de


asumir—. No es que una mujer no pueda tener una camioneta así, con ruedas
grandes, o algo. Es un buen equipamiento.
—Me la dejó… un amigo. Conduzco el Mini Cooper de allí. Entonces,
¿conoces algún buen contratista?
Tema cerrado. Entendido.
—Puedo buscarte algunos nombres…
—¡Llegamos! Lo siento, tuvimos que trepar el portón inferior y, bueno,
somos pequeñas. Nos tomó un segundo. —Sam se inclinó sobre la barandilla—.
¿Listos?
—Absolutamente. ¿Morgan?
—Síp.
—Aquí vamos. Lo siento, esto podría doler un poco. Estás bastante
golpeada.
—Hazlo. Soy más dura de lo que parezco.
De algún modo, no lo dudé mientras cambiaba el agarre en sus caderas,
teniendo cuidado de mantener las manos por encima del vestido. —Uno. Dos.
Tres. —La levanté lentamente y la observé avanzar a través de la pequeña
abertura.
—Vale, inclínate hacia Sam —ordené cuando la curva de su trasero llegó
a la tabla. Con casi un metro noventa y cinco, podía llegar a los dos metros del
rellano, pero necesitaba un mejor agarre para poder sacarla completamente.
—Mis manos están a punto de ponerse amistosas —le advertí.
—¿Qué, acaso ya no lo estaban? —bromeó.
—Ja. —Cambié el agarre rápidamente, tomando la parte posterior de su
muslo con una mano y deslizando la otra por debajo de su rodilla. La levanté,
permitiendo que mi mano superior se deslizara por su muslo mientras se
elevaba.
—¡La tengo! —exclamó Sam.
Entonces Morgan dio un paso para liberarse y mis manos quedaron
vacías.
—¡Funcionó! —gritó, inclinándose por la barandilla de las escaleras sobre
el rellano.
Salí a la luz del sol de la tarde y le sonreí. —Claro que sí.
—¡La rescataste! —gritó Finley, corriendo hacia mí en una maraña de
26
rizos y extremidades. La atrapé con facilidad y la levanté para sentarla sobre
mis hombros.
—No fue realmente un rescate —le dije a mi hija—. Solo un par de metros.
—Bueno, de seguro que pareció un rescate para mí —replicó Morgan,
mostrando una sonrisa que me golpeó justo en las rodillas.
—Salvaste el día —comentó la pequeña, Mia, creo que la llamaron,
arrastrando las palabras con el acento local al que me había acostumbrado y
mirándome con unos ojos azules y bonitos.
—Ese es su trabajo —respondió Finley. Se retorció y la bajé—. ¡Tengo
hambre! —Con esa declaración, corrió por las escaleras—. ¡Me alegra que ya no
esté atascada, señorita Morgan! —gritó y desapareció dentro de la casa.
—Siempre hambrienta —dije con una sonrisa.
—Bueno, gracias por ayudarnos a sacar a nuestra amiga. —Sam empezó
a subir los escalones. Cuando Mia no se movió, la cogió del bretel de la camiseta
sin mangas—. Te veremos después.
Mia me sonrió otra vez y la siguió.
Dejándome a solas con Morgan.
Se metió el cabello detrás de las orejas y miró fijamente la barandilla.
—Gracias —dijo en voz baja.
—Todo un placer.
Sus ojos se dispararon hacia los míos, sin duda pensando en el vistazo
que recibí.
Mala elección de palabras.
—Vendré por la mañana y colocaré un poco de madera contrachapada.
Eso te dará tiempo para que los contratistas estimen… bueno, todo.
—No te preocupes. Yo me haré cargo. —Su columna se enderezó.
No bromeaba cuando dijo que quería arreglar las cosas por su cuenta.
—¿Muy terca?
—No estoy segura de porqué pensarías eso. —Cruzó los brazos por
debajo de sus pechos e hizo una mueca.
—Porque te estoy ofreciendo ayuda y no la estás aceptando.
—¡Acabo de hacerlo! —Señaló el rellano.
—No tenías otra opción, a menos que quisieras esperar a que tus amigas
trajeran una sierra. —Metí los pulgares en los bolsillos de mis pantalones
cortos—. Según recuerdo, discutiste diciéndome que te encontrabas muy bien…
mientras tus pies colgaban. Obstinada. 27

—Aun así, acepté tu ayuda. Pero arreglaré el rellano yo sola.


Dios, ¿y si martillaba tablas podridas o cortaba el tamaño incorrecto?
Tendría que volver a sacarla.
—Entonces tienes experiencia en carpintería y todo eso.
¿Por qué no me dejaba ayudarla? Todos los del lugar se ayudaban. No es
que ella supiera ese punto, o el que hubiera pasado los veranos en las obras de
construcción de mi padre hasta que me fui a la universidad.
Hubo un destello de algo en sus ojos que me dijo que su determinación
admirable podría no coincidir con su conjunto de habilidades.
—Bueno. No. Todavía no, al menos —admitió.
No es de tu incumbencia.
Ni un problema que tengas que arreglar.
No te involucres.
—Cuando dijiste que querías arreglar algo, te referías a contratar gente
que sepa lo que hace, ¿verdad? No a usar un martillo tú misma. —Gran forma de
convertirlo en asunto tuyo, idiota—. Porque esta casa requerirá más experiencia
que un fin de semana en una maratón de Fixer Upper. A menos que tú y tus
compañeras de piso tengan algún historial en construcción que esas suaves
manos tuyas no estén mostrando, necesitarás ayuda.
¿Qué sucedió con ese “no es de tu incumbencia”?
Se molestó visiblemente. —Primero, no son mis compañeras de piso. Solo
están de visita. Estoy sola y soy bastante capaz. Para ciertas cosas tendré que
contratar a alguien, pero tengo unos meses hasta que comience mi trabajo, así
que estoy segura de que podré resolver el resto con tutoriales en línea…
—Espera. ¿De verdad estás considerando aprender a remodelar con
YouTube?
Se tensó, y sus ojos… lucían en llamas.
—Mierda, lo estás considerando. —¿Me sentía preocupado por ella o
completamente asombrado? Siendo honesto, probablemente un poco de ambas.
—Fue un placer conocerte, Jackson —casi me despidió—. Ojalá no
hubiera sido en circunstancias tan… memorables… —Y ahora volvía ese rubor,
elevándose por sus mejillas.
—Déjame ayudar. Al menos con las cosas de seguridad. Hice casi toda la
remodelación de nuestra casa por mi cuenta… bueno, con algunos amigos del
trabajo. Tu casa no ha sido tocada desde los setenta y dudo que la estructura
alguna vez haya sido reforzada. Los Hatcher la amaban tal como estaba, con la
28
pintura color aguacate y todo.
Por un segundo pensé que podría ceder.
—Soy confiable, lo juro. —Me llevé la mano al corazón.
Su babilla se elevó al menos cinco centímetros.
No debí decir eso.
—Contrario a lo que acaba de pasar, lo cual agradezco increíblemente, no
tengo la costumbre de depender de los hombres, ni siquiera de los bonitos, así
que arreglaré mi propio rellano, muchas gracias —me rechazó con un rápido
movimiento de la cabeza.
Había una gran historia allí, pero en todo lo que podía concentrarme era
en lo de bonito.
—Pero en serio. —Su voz se suavizó—. Muchas gracias por… —Hizo un
gesto hacia el rellano y volvió a bajar la mirada—, ya sabes… —Me regaló una
sonrisa avergonzada de labios cerrados y luego se retiró por las escaleras.
Qué cambio. La mujer hablaba suavemente un segundo y escupía fuego
en el siguiente. Para mi consternación, me gustaba más que un poco.
—¿Sacarte del agujero en el que caíste? —Mierda, sonreía. ¿Cómo no
podría? Se veía tan indignada de que me ofreciera a ayudarla, pero literalmente
le salvé el trasero.
—Correcto. Eso. Gracias. —Se detuvo y se despidió como una reina de
sus súbditos, pero no se volteó.
—La oferta se mantiene. Si necesitas algo, simplemente golpea, o puedo
hacer que Finley te dé nuestro número de teléfono.
—Aprecio el gesto.
Señor, sálvame de los buenos modales sureños.
Se quedó quieta, luego se giró en mi dirección, con su postura relajada.
—Por favor, agradécele a Finley de mi parte. Me salvó el trasero. —Inclinó la
cabeza, se estremeció levemente, y entonces me dio una risa de autocrítica—.
Literalmente.
Me reí, el sonido más honesto que cualquiera que haya hecho por una
mujer en mucho tiempo. Sonó mi teléfono y metí la mano en el bolsillo inferior
para comprobar el identificador de llamadas.
Por favor que no sea un rescate.
Solo era Sawyer.
29
—Nos vemos por ahí, Kitty.
Farfulló, alisándose el vestido alrededor de los muslos a la vez que yo
cruzaba el patio hasta nuestra casa, deslizando el dedo para atender la llamada.
—¿Qué sucede?
—¿Es un fin de semana libre de Finley? —preguntó con ruido de bar en
el fondo.
—No. Eso solo pasa una vez al mes y lo sabes, así que, lo que sea que
quieras que haga, la respuesta es no a menos que te involucre a ti en mi sofá
con Moana.
Oí cerrarse una puerta y miré hacia la casa de Morgan. Había entrado sin
otro incidente.
—Maldición. O sea, amo a Fin. Solo esperaba que me acompañaras en
McGinty’s. Hay un par de gemelas con…
—No. Estás solo. —Empecé a subir los escalones hasta mi puerta.
—¡Vamos! Llama a su abuela. Sabes que le encantará cuidarla. Y no
intentes decirme que no quieres un revolcón.
Siempre quería un revolcón. El sexo era una necesidad física con la que
no sentía culpa ni tenía problemas de satisfacer. Pero me mantenía alejado de
los enredos emocionales, las mujeres dependientes y cualquiera que viera a
Finley y pensara que necesitaban intervenir como su madre, lo que básicamente
significaba que me encontraba perpetuamente soltero, salvo por las ocasionales
aventuras de una noche con turistas. Exactamente como me gustaba.
Mis ojos volvieron al porche de Morgan. Sí, no vayas por allí.
—Querer hacer algo y hacerlo son dos cosas diferentes. Se llama adultez.
Llama a Garrett. Estoy seguro de que te respaldará.
—¡Vamos! Consigue una niñera. Llama a Brianna. Deberías ver las
piernas de estas…
No llamaría a la tía de Finley ni me perdería de pasar tiempo con mi hija.
—Adiós, Sawyer. Nos vemos el martes. —Le colgué a mi mejor amigo,
deseando que madurara un poco. El pensamiento hizo que me detuviera. Tal
vez él actuaba según nuestra edad y en realidad mi cabeza era demasiado
mayor para tener veintiocho años.
Qué gracioso: vi esa misma madurez en los ojos de Morgan cuando pasé
corriendo a su lado en la playa. Algo que no concordaba para nada con la ropa
interior de Hello Kitty.
No es que fuera a ver sus bragas de nuevo.
Intenté sacar a la hermosa morena de mi cabeza con cada escalón que 30
subía. Solo tenía lugar para una mujer en mi vida.
Y tenía cinco años.
3
Para ser sincero, me aterrabas. Siempre supiste lo que querías… incluso
cuando éramos niños. Tienes este enfoque de la vida increíble e intrépido
que perdí en algún momento del camino. Pero debes saber que, poco a poco,
lo he sentido regresar, y es por la forma en que me siento cuando estoy
contigo. Me estás devolviendo la vida, Morgan.

Traducido por Ana_V.U & Tolola


Corregido por Anna Karol

Morgan 31

—He leído tu expediente, tu anamnesis y las notas del doctor Meyers,


pero ¿puedes decirme más sobre cómo y cuándo se producen los ataques de
ansiedad? —preguntó la doctora Circe, recostándose en el sillón púrpura frente
al mío.
No se parecía en nada al doctor Meyers, quien simplemente me dio una
receta y listo. Por otra parte, la doctora Circe parecía tener unos treinta años y
tenía un trato mucho mejor que el psiquiatra de setenta y dos años que había
visto desde que comenzaron los ataques hace casi dos años.
—Claro —respondí, ajustándome en mi propio asiento. Por supuesto, no
quería volver a pasar por todo eso, pero mudarme significaba que necesitaba un
nuevo médico antes de que se me acabara la receta actual—. Mi cabeza
comienza a acelerarse y mi corazón da un vuelco, como si estuviera tratando de
seguir el ritmo de los pensamientos. Pero luego… —Tragué más allá de la
familiar sensación de opresión en mi garganta cuando se apoderaba de ella,
como lo hacía cada vez que trataba de describirlo—. Entonces mi garganta se
cierra, como si alguien la envolviera con un puño, apretando. —Incliné la
cabeza hacia atrás, estirando el cuello a la vez que me recordaba que aún podía
respirar; simplemente era incómodo. Era como si mis ataques de ansiedad
tuvieran un mecanismo de defensa propio para evitar que hablara de ellos.
—¿Vas a tener uno ahora?
Me encogí de hombros, mirándola a los ojos. —A veces suceden o se
intensifican cuando pienso en ellos. Pero sobre todo es cuando pienso o hablo
acerca de… —Piedad, dolía. Estiré mi cuello de nuevo, respirando a pesar del
vicio que se aferraba a mi garganta—. Él. —Dejé a un lado las imágenes y los
sentimientos que me inundaban cada vez que venía a mi mente.
—¿Puedes hablarme sobre… —Revisó mi historial—… Will?
Sin permiso, los recuerdos atravesaron mis defensas: un millón de
momentos diferentes de miles de días durante veinticuatro años. La infancia.
Escuela secundaria. La muerte de Peyton. El regreso a casa de él desde West
Point. Cachemir. La ruptura. Su falta de voluntad para estar conmigo. El baile.
Las alas. El beso. El ataúd…
—No —solté casi a fuerzas, tratando desesperadamente de meter todo en
la caja—. No es que no quiera, pero… —Tragué y volví a tragar, hasta que se
inclinó hacia adelante, empujando una botella de agua sobre la mesa de café de
cristal.
Removí la tapa y me tomé la mitad de la botella, tratando de quitarme la
tensión de la garganta y tragarla, pero no sirvió de nada. Nunca ayudó. Pasaron 32

unos instantes mientras observaba cómo las olas se estrellaban en la playa al


otro lado de la ventana.
—Tengo problemas para hablar de él —admití finalmente—. No sé por
dónde empezar… cómo resumirlo en palabras, luego no puedo respirar porque
sé exactamente cómo… termina, y no puedo ir allí.
—¿Hasta cuándo murió?
Asentí. —Es como abrir la caja de Pandora. No puedo elegir lo que sale
de allí.
—Entiendo. —Asintió lentamente—. ¿Con qué frecuencia lo piensas?
Mis ojos volvieron a los suyos. —Más de lo que debería. —Todo el tiempo.
Cada minuto de cada día. Si mi vida fuera un océano, entonces el agua sería Will.
Siempre ahí, a veces tranquilo, profundo y reconfortante, y a veces un tsunami
listo para hundirme en olas de dolor tan profundas que me preguntaba cuándo
me ahogaría por fin.
—¿Y quién te dijo que había una cantidad apropiada de espacio para
pensar en eso? —Bebió un sorbo de té.
Parpadeé. —Todos, supongo. Familia. Amigos. Mi viejo psiquiatra. Se
supone que debo superarlo, ¿verdad? No se supone que todavía duela así.
Me estudió detenidamente, pero no fue entrometida ni crítica. —¿Cuánto
tiempo ha pasado?
—Veintidós meses. —Los meses más largos de mi maldita vida. Cada día
parecía una prueba personal diseñada para ver cuánto podía soportar.
Algunos días, ganaba. Otros, no.
—¿Ha mejorado? ¿El dolor?
—¿Comparado con qué?
—En comparación con el primer mes después de su fallecimiento.
No había fallecido. Se lo llevaron. Demonios, dio su vida.
—No —contesté al fin—. Pero me rendí hace mucho tiempo. Me imaginé
que ahora las cosas serían así. Que soy así.
—¿Y cómo es eso?
—Destrozada. —Me quedé mirando el agua en mis manos—. Mi médico
anterior me dijo que era ansiedad y depresión. Usted tiene mi archivo.
—Así es. —Dejó su té y garabateó en un pequeño bloc de notas—. Pero
prefiero escucharlo de ti antes que leer las notas de otro médico. Cuando
piensas en tu futuro, ¿qué ves para ti misma?
¿Qué veía? Hacía tanto tiempo que no pensaba en objetivos que ni 33
siquiera estaba segura de tenerlos.
—No lo sé. Quiero decir, compré mi casa y necesito arreglarla. Acepté un
trabajo que comienza en septiembre. —Me encogí de hombros.
—¿Y más allá de eso? ¿Qué hay a largo plazo?
—Eso es a largo plazo. —Todo lo que sucedió esta semana era de largo
plazo en lo que a mí respectaba.
Frunció el ceño por un momento antes de asentir, comprensiva. —Bien,
¿y amigos?
—Tengo amigos. Hay un par al que todavía sigo muy apegada, pero los
demás... —Miré al océano como si tuviera las respuestas que necesitaba—. Ellos
siguieron adelante, y yo estoy estancada. Como si alguien hubiera presionado
una pausa y yo todavía estuviera esperando que él regrese a casa después de
ese despliegue.
Escribió de nuevo en su libreta. No estaba segura de querer saber lo que
escribía sobre esa cosa. —Y mudarte aquí... ¿era mirar al futuro?
“Sí” era lo que quería escuchar. Una persona sana habría dicho que
mudarse aquí era su nuevo comienzo. Que era tiempo de despertar y recibir el
mañana con el tipo de optimismo que simplemente no existía para mí.
—Sé sincera —instó, con ojos amables—. No hay una respuesta correcta
o incorrecta. Solo quiero saber en qué punto del proceso te encuentras.
—Él estaba en todas partes —murmuré—. En Alabama, no podía ir a
ningún lado sin estar acompañada por un recuerdo suyo. No podía enseñar en
nuestra escuela primaria o comer en los mismos restaurantes, porque… se
encontraba en todas partes. Y todos en nuestro pueblito pensaron que debería o
superarlo o crear un santuario.
—Así que escapaste.
Asentí.
—¿Cómo se sintieron tus seres queridos con la mudanza?
—Mi madre está bastante descontenta conmigo. Piensa que una mujer no
tiene por qué vivir sola. Supongo que se olvida de que me crio sola a esta edad.
Los amigos con los que todavía me relaciono me apoyan. De hecho, una está
aquí.
—¿Así que tienes una estructura de apoyo aquí?
—Sam solo está de visita, y puedo apoyarme sola.
—¿Y los otros? ¿Los que siguieron adelante, como dijiste?
La culpa me golpeó.
34
—No les he dicho que me mudé. No he hablado con ellos en meses. No
puedo... solo necesito un descanso de ellos. —Terminé la última parte en un
susurro. Era la primera vez que se lo decía en voz alta a alguien que no fuera
Sam; no podía soportar estar cerca de la mayoría de mis amigos. Mi evasión era
más que rechazar una llamada de vez en cuando. Se había vuelto metódico.
—¿Y cuándo fue la última vez que te sentiste feliz? ¿O que al menos no
hayas pensado en tu pérdida?
¿Feliz? Me adelanté a ese pensamiento. Pero de nuevo... —Hace unos
días, me caí en mi descansillo —dije despacio.
—¿Estás bien? —Levantó las cejas.
—Adolorida, pero bien. Gracias por preguntar. —Tragué saliva—. Pero
un hombre, mi vecino de al lado, me levantó, y hubo unos minutos en los que el
único dolor que sentí fue por el raspón. Me acordé de... Will cuando Jackson
preguntó por su camioneta. —El calor inundó mis mejillas a la vez que giraba la
tapa de mi agua.
—Me alegro de que te ayudara, Morgan. ¿Cómo te sentiste después de
ese encuentro?
—¿Aparte de la vergüenza de que me encontrara colgando en mi ropa
interior de Hello Kitty? —Las comisuras de mi boca se estiraron ligeramente
hacia arriba.
Ella reprimió una sonrisa, pero asintió.
La mía se esfumó. —Me sentí culpable de haber disfrutado de conocer a
Jackson —admití en voz baja.
Me estudió por un momento.
—De acuerdo. —Se puso de pie y se acercó a su escritorio, luego sacó
papeles del cajón inferior antes de volver a mí—. Quiero que los llenes. Sé tan
descaradamente sincera como puedas. Como dije, no hay nada bueno ni malo.
Me entregó una evaluación de tres páginas y un lápiz.
—¿Ahora? —Mi estómago se retorció cuando revisé las preguntas.
—Si puedes —contestó con amabilidad, sentándose nuevamente—. Creo
que puede haber un poco más de lo que detectó tu último médico, y esto me
ayudará a resolverlo.
Tomé otro trago y luego respondí las preguntas con la mayor sinceridad
que pude. Anhelo a Will todos los días. Sí, es perturbador. He aceptado esto como mi
realidad. Demonios, sí, continúo amargada.
35
Cada pregunta pinchaba en el centro crudo de mi alma, raspando y
cortando hasta sacar sangre. Terminé y le devolví los papeles.
Me dio las gracias y me acerqué a la ventana para poder ver el agua a la
vez que ella leía mis respuestas en silencio.
—Bueno. Morgan, no creo que sea solo la ansiedad o la depresión lo que
está causando tus ataques.
—¿No? —Fruncí el ceño cuando me di la vuelta para mirarla.
—No. —Sacudió la cabeza y se inclinó un poco hacia adelante, poniendo
los papeles de mi archivo sobre la mesa—. Creo que tienes algo llamado duelo
complicado.
Me burlé. —¿Porque tuvimos una relación complicada?
—Tal vez se relacione. El duelo complicado sucede cuando tu mente
racional ha aceptado la pérdida, pero tu mente emocional no ha llegado hasta
allí. Te mantiene inmóvil en esa primera y aguda etapa de dolor y no te permite
seguir adelante.
—¿Bien? ¿Y qué se supone que debo hacer con eso? —Volví caminando a
su escritorio, deteniéndome detrás del sillón en el que había estado sentada.
—Yo te ayudaría a seguir adelante. —Me ofreció una suave sonrisa.
Apreté el respaldo del sillón, la tela se deformó ligeramente bajo mis
dedos. —¿Me ayudará a seguir adelante? —repetí, cada palabra un poco menos
amable que la anterior.
—Sí. Hacemos una forma muy específica de terapia que ha demostrado
ayudar a personas como tú a avanzar en el proceso de duelo. —Se sentó allí
tranquilamente mientras mis emociones se desbordaban.
—¿Avanzar? —Negué con la cabeza—. ¿Avanzar hacia qué? ¿A una vida
sin él? ¿A un mundo en el que todos los que me rodean están felices porque no
perdieron al único hombre que amaron? Eso no es avanzar… ahí es donde estoy
ahora. No hay avance cuando es la misma mierda que he estado viviendo los
últimos dos años.
—Puedo ayudarte a ver más allá de todo esto —prometió, y lo peor es
que creía en esa basura.
—¿Quiere ayudarme? Entonces tráigalo de vuelta —espeté—. Rebobine
el tiempo y vaya a ese valle olvidado de Dios en Afganistán y dígale que su
vida vale lo mismo que la de Jagger, no menos. Evite que sea un mártir. —Mi
estómago se retorció con algo caliente y feo mientras mis uñas se clavaban en la
tapicería—. Luego vaya a una tienda de comestibles en Alabama y apague mi
teléfono para que no suene, agarre ese frasco de mermelada de frambuesa antes
de que lo deje caer al suelo y se rompa. —Aparté el recuerdo con la silla, que
36
chirrió por el suelo de madera—. ¡Vuelva a coser mi corazón y denos la
oportunidad que no tuvimos! —Un puño de emoción con la punta de una
navaja se abrió paso por mi pecho, picando mis ojos de dolor, y tuve que gritar
para ser escuchada—: ¡Todos los demás tienen su oportunidad! Josh y Ember,
Paisley y Jagger, Sam y Grayson, diablos, incluso Paisley y Will recibieron su
oportunidad, pero en el momento en que decide que finalmente es hora de que
tengamos la oportunidad de ser felices juntos, muere salvando al esposo de mi
mejor amiga. —Me froté brutalmente el pecho, donde debería haber colgado mi
juego de alas de aviación… lo habría colgado si él hubiera vivido—. No quiero
seguir adelante. ¡Quiero a Will! ¡Quiero nuestra oportunidad! —Me limpié la cara
con enojo, apartando las lágrimas que se escaparon durante mi diatriba.
Dios, ¿cuánto tiempo había pasado desde que me solté así?
—No puedo traerlo de vuelta —respondió la doctora con suavidad—.
Lamento mucho tu pérdida. Pero sé que puedo ayudarte si me lo permites. Son
cuatro meses de una terapia bastante intensa, pero sé que podemos aliviar un
poco el dolor en el que te encuentras.
—¿Lo sabe? —espeté. Nada alivió el dolor. Nada más que el sueño me lo
quitaba, y aun así, al final tenía que despertarme.
—De verdad creo que tenemos una buena oportunidad no solo de
disminuir tu dolor sino de ayudarte a seguir adelante. Este programa tiene una
tasa de éxito del setenta por ciento.
—¿Y si encajo con el treinta restante?
—No creo. Esto no es algo que tengas que decidir hoy, Morgan. Te daré
una receta para la farmacia local. Queremos mantener los ataques de ansiedad
bajo control, pero también me gustaría tratar la causa subyacente, no solo los
síntomas. —Se puso de pie.
—Ninguna cantidad de terapia hará que lo extrañe menos.
Me acompañó hasta su puerta. —Dame cuatro meses. Solo piénsalo. Te
reúnes conmigo una vez a la semana. Y haces la tarea. Sentirás los resultados.
Pero necesitarías a alguien que te ayude a superarlo.
—Estoy totalmente sola. —Me encogí de hombros, cerrando la puerta a
la posibilidad.
Una comisura de su boca se levantó. —Bueno, como dije, piénsalo un
poco. Y mientras estás allí diciéndote a ti misma que la terapia no te va a
ayudar, quiero que pienses en el hecho de que me acabas de contar lo que le
sucedió a Will sin tener un ataque de ansiedad.
Abrió la puerta y entré en su pequeño y cómodo vestíbulo, donde otro
37
paciente ya esperaba.
Tal vez lo ayudaría a superar lo que sea que le estuviera pasando, porque
no había una solución para mí.

—Dímelo directamente —le dije al cuarto contratista que Joey trajo para
que revisara mi propiedad en los últimos dos días. Al menos este tipo parecía
más cerca de nuestra edad y no me miraba como si hubiera perdido la cabeza o
sugiriera un desmontaje completo.
Se rascó la barba bien recortada y miró a la casa desde donde estábamos
en el camino de entrada. —Bueno, ¿cuánto dinero tiene?
—Vamos, Steve —espetó Joey, cruzando los brazos sobre su pecho. La
hermana mayor de Grayson había cortado sus trenzas oscuras en los años desde
que la vi, pero no la podía confundir con una chica linda cuando arqueaba la
ceja.
—No seas así, Joey. Me pediste mi opinión y te la estoy dando. Esa casa
es un desastre. Necesitas una nueva plataforma en ambos niveles… diablos, me
sorprende que continúe en pie, sinceramente… nuevos revestimientos, nuevas
escaleras.
Excluí lo de la caída en el descansillo.
—Bien, pero ¿estructuralmente? —presioné, esperando que el inspector
dijera la verdad en el informe que había visto antes de cerrar.
—En eso tuvo suerte. Los cimientos alrededor del cobertizo para botes y
los pilares son sólidos, pero necesitan mejor drenaje e impermeabilización. Las
vigas están bien, la forma es genial para desviar el viento, pero le vendría bien
una dosis de impermeabilización. Me sorprende que haya sobrevivido a este
último, y que no recibiera ningún daño. Definitivamente necesita un nuevo
techo, y esa veleta parece que va a romperse en cualquier momento. —Señaló la
pesada flecha de latón que giraba en círculos en mi techo cuando el viento
cambiaba de rumbo.
—Se queda —contesté—. Reinstálala o lo que sea, pero me gusta. —Las
flechas debían ser significativas, ¿verdad? Que se muevan hacia atrás para que
se liberen más lejos y más rápido, o algo así. Además, en caso de que hubieran
sobrevivido a las tormentas tanto tiempo, ¿quién era yo para sacarlas?
Suspiró. —Señorita Bartley, la veleta es el menor de sus problemas. Su
sistema eléctrico necesita ser completamente revisado. No sé quién pensó que
era una gran idea poner un panel secundario en un dormitorio que se construyó 38
literalmente para inundarse.
Y sigue mejorando. Por gracia, la casa era tan desordenada como yo.
Una larga sombra apareció paralela a la mía, y supe por la apariencia
física que Jackson era su dueño. Deseaba sentir molestias o un poco de ese
temperamento que se encendió cuando insinuó que no podía arreglar mi propia
maldita casa, pero no llegó. Solo una rápida aceleración de mi pulso y una rara
sensación de alivio.
Solo porque ya te ha sacado de la mierda una vez.
Y no olvides que también ha visto tu ropa interior.
Hice una mueca mentalmente por millonésima vez.
Se acercó lo suficiente como para casi rozarme el hombro, metiendo sus
pulgares en los bolsillos mientras Steve hacía una pausa en su lista de todo lo
que estaba mal en mi casa.
—Jackson, ¿cómo te va? —Steve sonrió, y los dos extendieron el brazo
para darse la mano.
—Va —respondió Jackson—. No te detengas por mí. Me muero por saber
lo que piensas. ¿Si eso está bien? —me preguntó—. Steve hizo las cosas de la
renovación en mi casa hace unos años.
Lo miré y asentí. Se sometería al ruido de la remodelación, por lo que
parecía bastante justo.
—Mierda, la mayor parte de eso lo hiciste tú mismo —respondió con un
movimiento de cabeza—. Ahora, señorita Bartley, esa lista ni siquiera toca cosas
cosméticas como la cocina o el piso. Solo hablamos de lo que la casa necesita
para sobrevivir la próxima década. Siempre me ha encantado esta casa, y quiero
que se mantenga en pie, así que cuando le pregunto cuánto dinero tiene no es
porque esté buscando inflar su factura. Es porque habrá un precio base muy
alto, y luego va a tener que decidir qué mejoras necesita en comparación con lo
que quiere y lo que está dispuesta a pagar.
—Definitivamente quiero todo lo que recomendaría estructuralmente. —
El resto lo rascaría, limpiaría y lo lijaría para suavizarlo por mi cuenta. Si me
tomaba años y cada centavo que tenía, que así sea. Habría una cosa en mi vida
que sería perfecta. Que nadie podría quitarme.
—¿Qué hay de la protección contra huracanes? —preguntó Jackson.
—Quiero oír hablar de eso. —Me hallaba acostumbrada a los tornados en
Alabama, pero los huracanes eran un juego de pelota totalmente diferente en la
costa.
Steve asintió. —Claro, si quiere hacer todo lo posible, definitivamente le
vendría bien algún refuerzo. —Estudió la casa en silencio por un momento, sus 39
ojos se movieron sobre la estructura—. A lo mejor necesitaríamos ascensores,
pero podríamos colocar un soporte de acero junto al que tiene atravesando la
casa, pero más profundo, y cambiar las posiciones de los anclajes en el techo
cuando coloquemos el nuevo para que sea estructuralmente como los de una
nueva construcción, a prueba de huracanes, pero seguiría estando dentro de los
límites legales para la remodelación. Quiero decir, ya tiene esas bonitas líneas
facetadas en el lado del océano, que es probablemente la razón por la que ha
aguantado tanto tiempo. Pero está ahondando en el costo de nuevo.
—Y el tiempo, supongo —dije con un pequeño suspiro.
—Esa parte no es tan mala. Quizá tengamos los soportes y el techo en
unas dos semanas, y tenemos una vacante si quiere empezar...
—Y, ¿puedes darle un par de estimaciones diferentes? —interrumpió
Jackson.
Le disparé una mirada por el rabillo del ojo. Escuchar era una cosa, pero
esta no era una situación en la que necesitara o quisiera ser rescatada.
—¿Qué? —Jackson se encogió de hombros—. ¿No quieres saber el coste
de lo que tienen que hacer los profesionales frente a lo que puedes hacer tú, frente
a lo que te gustaría que hicieran los expertos? —Esos ojos suyos me atravesaron
de una manera que fue más que un poco inquietante y me dejaron sintiéndome
expuesta, como si siguiera ahí en ropa interior.
—Claro, pero puedo lidiar con mi propio contratista —dije con una dulce
sonrisa—. Y si se me ocurre contratar a Barnum & Bailey para que construyan mi
nuevo tejado en forma de carpa de circo, puedo hacerlo.
—Eso sería increíble. No solo por la resistencia al viento, sino por el puro
efecto visual. —Sonrió, socavando toda mi intención, porque no pude evitar
poner los ojos en blanco.
El hombre tenía un efecto condenado en mí.
—Dulce Señor, Jackson, vete. Me estás distrayendo… a Steve. Estás
distrayendo a Steve. —Qué bien cubierto. No.
—Concéntrate más, Kitty —susurró con un encogimiento de hombros y
un guiño. Luego saludó a Finley, quien con entusiasmo devolvió el gesto en
tanto jugaba en su porche.
Esperen. Mierda. ¿Coqueteaba conmigo? No podía coquetear conmigo. No
me hallaba disponible para coquetear, o reír o… nada. ¿Había correspondido el
coqueteo?
La culpa me agarró por la garganta y me apretó.
Acababa de conocer este hombre desde hacía unos pocos días. 40

—¿Dónde estábamos? —preguntó Steve, mirando su portapapeles.


Aspiré un aliento estrangulado y tragué saliva, con una garganta que
amenazaba con cerrarse. Lo último que quería hacer delante de Joey o Steve era
tomar los medicamentos de rescate que me habían recetado para los ataques
agudos. Estoy bien. Esto está bien.
—Estuviste de acuerdo en trabajar con tres estimaciones para mí. —Me
enderecé un poco, y Joey sonrió, sin darse cuenta de que casi me había vuelto
loca—. Necesitaré una que incluya todos los temas de seguridad que trataste
primero, luego uno que incluya nuevos pisos, iluminación, revestimientos y la
eliminación de esa pared entre el comedor y la sala de estar. —Todo lo que no
podía hacer yo misma—. Y uno con las obras, lo que creas que necesita. Dame
detalles de cualquier impermeabilización que te guste. Oh, y me encantaría que
todo el salón tuviera la capacidad de retraer las ventanas como una gran puerta
corrediza de cristal. —Con cada palabra, el vicio alrededor de mi cuello se
aflojó.
—Hay mucho viento por aquí —comentó Steve.
—Es un presupuesto, no un contrato. Una chica tiene que mantener sus
opciones abiertas —bromeé tan rápido que casi me sentí yo un segundo.
Los bordes de la boca de Steve se curvaron mientras tomaba notas.
—Deme un par de días y le daré los presupuestos. —Nos estrechó la
mano y, cuando llegó a la mía, su mirada se dirigió hacia la camioneta, que aún
no lograba meter en el cobertizo para botes que serviría de garaje. Lo intenté
dos veces después de que la compañía de mudanzas lo dejara, pero no pude
abrir la puerta del conductor—. Algo tan grande puede ser un poco impráctico
aquí en las islas a menos que esté en mi línea de trabajo. ¿Alguna posibilidad de
que quiera librarse de ella? Le daría un precio justo.
Mi corazón galopó, y cada indicio de descaro que subió a mi superficie
desde el incidente de Hello Kitty se hundió como un bloque de cemento en ese
enorme océano detrás de mí.
—No está en venta. —Las palabras salieron como un susurro tenso.
—Vale, bueno, si cambia de opinión… —Se giró para hablar con Jackson
sobre algún festival próximo o algo que desconecté inmediatamente.
Me puse a mirar mi casa, apenas dándome cuenta de cuando Jackson se
fue a la suya.
Una vez que Joey comenzó a subir las escaleras, le seguí, deteniéndome
en el trozo de madera contrachapada que acababa de cortar con la nueva sierra
que me había recomendado comprar esta mañana en la única ferretería de la
isla.
Claro, quedó un poco floja e innegablemente imperfecta, pero era la 41

prueba de que podía hacerlo. Estaría bien cuando Sam se fuera en unos días.
Podría reparar esta casa. Repararme a mí misma.
Jackson y Finley bajaron las escaleras de su casa con gritos de guerra, y
levanté la mirada a tiempo para ver a Finley golpear a Jackson en el pecho con
un spray de su enorme pistola de agua.
—¡Ja! ¡Te tengo! —gritó.
Cayó de rodillas en la arena, exagerando su muerte por un momento
antes de rociar sus piernas cuando ella se acercó para un segundo disparo.
Ella gritó, corriendo a través del patio trasero, y él rápidamente siguió
sobre la duna hasta la playa.
Sonreí al ver lo felices que eran. Era tan simple como eso. Sam tenía
razón; aquí no había expectativas sobre el tiempo que me llevara recuperarme.
Aquí podía tener un momento para extrañar a Will como a una extremidad, y
aún sonreír un poco más tarde. Nadie juzgaba.
Aquí podía arreglar mi escalera... Un segundo.
La tabla no se movió esos centímetros cuando moví mis pies como esta
mañana. Miré más de cerca y vi que había algunos tornillos junto a los clavos
incrustados. Tornillos que sabía que no usé, porque no tenía taladro. Todavía.
Tal vez Joey afianzó mi obra mientras yo iba a ver a la doctora Circe.
Tendría sentido, ya que ella sabía mucho más de construcción que yo.
Subí a la cubierta y miré hacia la playa, pasando por las sombras que se
arrastraban hacia el océano por el sol de la tarde.
Conforme Finley corría hacia el agua, Jackson la seguía, agarrándola por
la cintura y girándola lo suficiente como para que sus deditos rozaran el agua.
Escuché su risa y sentí el eco en mi pecho, en algún lugar cerca de donde solía
pensar que estaba mi corazón. Quería ser así de feliz, encontrar alegría en…
algo.
Él se dio vuelta en mi dirección, y supe que era imposible, la distancia
era demasiado grande, pero podría jurar que nuestros ojos se mantuvieron fijos
por un momento.
Y tan segura como estaba de que atraparía a Finley cuando la lanzara al
aire, supe que fue quien aseguró la tabla de madera.
Pero no me hizo sentir infantilizada o como si me hubiera faltado al
respeto.
Oh, no, fue peor que eso.
Me hizo sentir protegida, y eso me asustó mucho. Pero esa chispita de
anhelo que sentí al ver a Jackson y Finley jugar en el océano... Eso fue aterrador.
42

—Tal vez me hace una perra, pero me alegro de que todos se fueran ayer.
—Sam me dio una taza de café y se sentó frente a mí al día siguiente, estirando
las piernas delante de sí en la cubierta calentada por el sol.
—Gracias —dije, y tomé un sorbo—. Yo también. O sea, me alegro de
que hayan venido, y lo agradezco, pero me he acostumbrado a la tranquilidad.
—Una vez que Sam se mudó, no acepté ningún otro compañero de piso. Llegué
a desear las horas de silencio que tenía en casa.
—¿Quieres que me vaya? Por supuesto que puedo —me ofreció Sam.
—No, por favor quédate. Es diferente estar cerca de ti. —El viento agitó
las páginas del cuaderno en espiral a mi lado.
—Puedo quedarme más tiempo, sabes. —Levantó su cara hacia el sol—.
Si necesitas a alguien, estoy aquí. No empiezo la escuela de posgrado hasta el
otoño, y no es como si Grayson me estuviera esperando en casa en Colorado.
Me estremecí. Llevaba dos meses en su primer despliegue. Will no había
sobrevivido a sus primeras dos semanas. —¿Cómo lo llevas todo tan bien?
Cerró los ojos. —No lo llevo. Lo extraño mucho, y no hay un segundo en
el que no esté cagada de miedo. Supongo que lo oculto bien. Mocosa militar y
todo eso.
Eliminé la distancia entre nosotras y tomé su mano. —Eres la mujer más
fuerte que conozco, Sam.
—Mírate al espejo alguna vez. —Me miró de esa manera tan suya,
forzándome a aceptar sus palabras como verdad, pero me sentía cualquier cosa
menos fuerte—. Vas a volver a ser feliz. Tal vez no hoy, o mañana, pero un día.
Lo sabes, ¿verdad?
No mencioné a la doctora Circe. Su oferta era ridícula... ¿verdad? Pero ¿y
si no lo era? ¿Y si hubiera una posibilidad real de que no tuviera que sentirme
así el resto de mi vida?
Pero viendo cómo corría mi suerte, probablemente era del treinta por
ciento.
—Tal vez soy una de esas personas que no llegan a ser felices. Tal vez mi
oportunidad de ser feliz murió con Will.
—No creo eso —susurró.
—La gente feliz nunca lo cree.
43

El sol apenas había puesto el cielo rosa sobre el océano cuando me


desperté a la mañana siguiente. Esa misma sensación de terror me golpeó; tenía
que levantarme, tenía que pasar el día, tenía que fingir. La pesadez de todo esto
era insoportable.
Me di la vuelta en mi enorme colchón y miré la pantalla oscura de mi
computadora portátil. Un clic, eso es todo lo que se necesitaba. Un clic y lo vería
de nuevo, y durante esos segundos todo estaría bien. Mi corazón se tambaleó,
anhelando esa eternidad de diez minutos en la que él seguía vivo. Pero no me
quedaría solo diez minutos.
Todo lo que necesitaba era el primer clic, el sonido de su voz, y no saldría
de esta cama en todo el día. Algunos días ganaba. Algunos días perdía. Hoy
dependía de la suerte, y necesitaba apostarlo todo.
Vas a volver a ser feliz. Las palabras de Sam de ayer sonaron en mis oídos.
Pero no había ninguna felicidad para mí fuera del video que había visto
miles de veces. Me froté el pecho, como si eso fuera a quitarme el dolor, pero
nunca se iba.
¿Por qué no estaba bien cuando todos los demás sí?
¿Durante cuánto tiempo podía vivir así, luchando conmigo misma por el
recuerdo de Will antes de salir de la cama?
Sé que podemos aliviar un poco el dolor en el que te encuentras.
Pero la doctora Circe no podía. ¿O sí?
¿Y, qué pasaría si lo intentaba a su manera y fracasaba? Nada podría
hacerte sentir peor que ahora. Y luego lo impensable: ¿Qué pasaría si lo intentaba a
su manera y… funcionaba?
¿Existía una posibilidad, sinceramente? A lo mejor no. Intenté aplastar la
pequeña llama de la esperanza que se había encendido en mi pecho, pero
seguía susurrando "tal vez".
Pasé mi dedo por la tapa de mi portátil. Will me habría dicho miles de
cosas por no tener el valor de intentarlo. Él querría que lo intentara. Habría
querido que viera ese video una vez, no que lo usara como una canción de cuna
durante veintidós meses. Habría querido que me levantara de la cama y lo
intentara, aunque fracasara.
Tal vez no podría ser tan feliz como Jackson y Finley, dando vueltas en el
océano, pero tal vez... solo tal vez, podría doler un poco menos.
Cerré de golpe mi computadora. Mis pies golpearon el suelo, y cinco 44
minutos después giré la llave en la ignición de mi Mini Cooper, aún en pijama.
A las seis y veinticinco me encontraba estacionada fuera de la oficina de la
doctora Circe.
Llegó a las siete y cuarto, con los ojos muy abiertos cuando me encontró
sentada en los escalones de madera que llevaban a su oficina.
—No quiero sentirme así el resto de mi vida —admití antes de que
pudiera preguntarme qué demonios hacía allí.
—No tienes que hacerlo —dijo suavemente, moviendo su bolso a su otro
hombro y sentándose a mi lado en el escalón.
—¿De verdad cree que puede ayudarme?
Se acercó y me cogió la mano. —Lo creo. Ahora, ¿crees que puedes hallar
a alguien que sea tu persona de apoyo? Esto funciona mejor con una.
Asentí, con una ligera sonrisa curvando mis labios. —Sí. Solo necesito
comprar algunas cajas de crema de menta para café como soborno antes de
pedírselo.
4
Traducido por Auris, Bells767 & Snow Q
Corregido por Anna Karol

Jackson

—Hola, Jax, Connor está buscando la pelota de vóley —me dijo Cassidy
moviendo su cabello rubio sobre su hombro—. Oh, hola, Brie.
Brie le dio un medio saludo desde donde se encontraba parada, apoyada 45
contra la encimera de mi cocina. Tan parecida a Claire. Y aun así no podrían ser
más diferentes. Se llevaban muy poca diferencia de edad, Claire era mayor por
once meses; pero Brie siempre actuaba como la hermana mayor.
—Está en el garaje, en el segundo estante, en el lado derecho. Y dile a tu
esposo que la cerveza sin alcohol está aquí, sé que se encuentra de guarida esta
noche —le dije a Cassidy antes de verter la bolsa de hielo en la hielera. La ola de
calor hizo que las temperaturas del fin de semana se acercaran a los veintisiete
grados, lo cual significaba que era tiempo para la primera barbacoa dominical
de la temporada.
—Hombre, es extraño estar aquí sin Finley —dijo Brie, balanceando una
bolsa de toallas de playa sobre su hombro.
—Sí, pero es el fin de semana de tu mamá, y sé que ambas viven por ello.
—Finley adoraba a su abuela. Diablos, los dos la adorábamos. Vivian llenó los
grandes zapatos vacíos dejados no solo por Claire, sino también por los otros
tres abuelos que mi hija perdió.
—¿Cómo van las cosas con la nueva niñera?
—Hasta ahora, todo bien. Sé que a tu mamá no le gustó mucho que Fin
pasara mucho tiempo con una extraña…
—Mira, Jax, tu trabajo es impredecible. Nunca sabes si recibirás una
llamada o si un turno se retrasará. No tienes control sobre lo que pasa allá
afuera. —Hizo un gesto hacia el océano—. Mamá no cuida de su diabetes como
debería y está envejeciendo. No es apta para cuidarla a altas horas de la noche.
Hiciste completamente lo correcto al contratar a Sarah.
Cerré la tapa de la hielera. —¿Sigue molesta?
Hizo una mueca. —Bueno, no dejó tranquila a Claire por unos buenos
veinte minutos esta mañana.
Se me encogió el estómago. —¿Claire se encuentra aquí?
—¡Oh, no! —Sus cejas se alzaron—. Por teléfono, digo. Aún hablan todos
los sábados.
Flexioné la mandíbula, y me tragué cada comentario que me vino a la
mente, como cuán ridículo era que hablara con su mamá cada semana cuando
no se molestó en llamar a Finley en los últimos dos meses. —¿Cómo está? —Me
las arreglé para preguntar.
No era culpa de Brie que Claire fuera… bueno, Claire.
—Bien. Sigue en Los Ángeles, esperando a ver si el piloto que grabó es
escogido.
—Piloto. Claro. —¿Cuántos eran hasta ahora? 46

—Extraña mucho a Finley. Y a ti también, por supuesto. —Sus labios se


apretaron en una delgada línea.
—Sí, la extraña tanto que la ha visto una vez en los últimos ocho meses.
—Cerré los ojos y respiré profundo para calmar la rabia siempre presente que
hervía a la superficie de mi cuerpo cada vez que pensaba en la forma en que
Claire trataba a Fin—. ¿Sabes qué? No hagamos esto.
Brie forzó una sonrisa rápida. —Buena idea. Vamos a la barbacoa —
sugirió, moviéndose para mantener la puerta abierta.
—Sí, salgamos. —Agarré la hielera y levanté su gran peso, luego salí de
la casa y bajé las escaleras con Brie siguiéndome de cerca.
Mi mirada se fijó en la enorme camioneta F250 aparcada fuera de la casa
de botes de Morgan. Sam, su última invitada, se marchó hace dos días y no
había visto la camioneta ni el Mini Cooper moverse.
No es de tu incumbencia.
Excepto que lo hice de mi incumbencia en el momento en que la rescaté
hace más de una semana. Pero ¿qué diablos se suponía que debía hacer, dejarla
varada con sus Hello Kitty soplando en la brisa, estancada a medias sobre la
escalera?
Tal vez si no se hubiera caído a través de la madera, si Fin no la hubiera
oído gritar, si yo no hubiera corrido para sacarla, habría tenido la oportunidad
de rezar para ignorar a mi nueva vecina.
Claro, hasta que la vieras o la escucharas hablar.
Sí, no había nada que se pudiera ignorar en Morgan Bartley, lo cual era,
realmente, un maldito inconveniente.
No es que fuera a hacer algo respecto a esa atracción. Demonios, no, mi
vida era lo suficientemente complicada sin tener que involucrarme con alguien
a quien tenía que ver a diario. Morgan se hallaba fuera de los límites, lo que no
importaba, porque algo me decía que no estaba emocionalmente disponible, de
todos modos, incluso aunque me dijo que era bonito.
—Gracias por invitarme —dijo Brie, sacándome de mis pensamientos a la
vez que llegábamos al suelo—. Me salvaste de ir al museo del naufragio por
enésima vez.
—Eres la tía de Finley, siempre eres invitada —le recordé por milésima
vez desde que trajimos a Fin a casa desde el hospital.
Me detuve junto a la puerta de madera que separaba mi patio trasero del
camino a la duna y levanté la mirada hacia la casa de Morgan, incapaz de soltar
la sensación molesta en mi pecho de que necesitaba ver cómo estaba.
47
—¿Necesitas una mano? —preguntó Sawyer mientras se acercaba detrás
de mí, con la pelota de voleibol bajo el brazo.
—Nah, estoy bien —le dije.
—¿Seguro? Pareces un poco debilucho para llevar eso. —Hizo un gesto
hacia la hielera.
—Jódete. —Dedicaba mucho de mi tiempo de inactividad en el trabajo
corriendo y haciendo pesas, negándome a ceder al cuerpo de padre, como
Sawyer insinuó una vez—. Apenas puedes manejar esa pelota.
—Hablando de eso, ¿estás listo para que te pateen el trasero?
—Nunca va a pasar. —Le sonreí a mi mejor amigo. Un movimiento en la
ventana de Morgan me llamó la atención, y mi curiosidad se desvió hacia su
casa, hacia ella, nuevamente. ¿Había visto la luz del sol desde que se fue su
amiga?—. ¿Sabes qué? ¿Por qué no llevas a Brie a la fiesta? Estaré allí en un
segundo.
—No hay problema.
—Puedo esperarte…
Dejé la hielera al borde de la terraza. —Brie, adelante. Voy a invitar a mi
nueva vecina. Ve a divertirte.
Puso los ojos en blanco al ver el brazo ofrecido por Sawyer y echó a
andar por el camino.
—Espinosa como un cactus —comentó Sawyer mientras Brie desaparecía
sobre la duna—. Juro que odia a todos menos a ti y a Fin.
—Nop. Solo a ti. Y es de la familia, de lo cual Fin escasea.
—¿Regresará esta noche? —preguntó—. Extraño un poco a tu pequeña
mocosa.
Sawyer actuaba con dureza hasta que se enfrentaba a cierta pelirroja.
Entonces era prácticamente mantequilla, como cualquier otro tipo con el que
trabajamos.
—Mañana. Es el fin de semana de Vivian, y es un fin de semana de tres
días hasta el inicio del preescolar.
—¿En serio? Podríamos ir a McGinty esta noche y pillar a la multitud del
final de las vacaciones de primavera, o podrías romper tu regla de en mi casa no
por una de las mujeres que actualmente se desnuda hasta quedar en bikini.
Sobre la duna. A quince metros. Mientras estamos aquí. Donde no podemos ver
dichos bikinis. —Arqueó las cejas.
—Uno, nunca rompo la regla de la casa. Mi hija vive en esa casa, idiota.
Dos, estaré allí en un segundo.
48
—Sí, sí. Bien, ve a invitar a tu nueva vecina y te veré allí. ¿Seguro de que
no quieres que baje la hielera? Odiaría que te lastimaras la espalda. La vejez es
una putada.
—Eres exactamente dos meses más joven que yo —le recordé.
—Imagino que Finley te envejece al menos un año por cada uno de los
suyos, así que eso te hace cinco años mayor. ¿Correcto? ¿Acaba de cumplir
cinco? Hombre, pronto estarás cerca de los cuarenta si no tienes cuidado.
—No puedo esperar hasta que tengas hijos para poder devolverte toda
esta mierda —grité mientras se iba.
—¡Nunca va a pasar! —replicó y desapareció hacia la fiesta. Se oía un
ritmo constante mientras Imagine Dragons sonaba por los altavoces. Al menos
Garrett los hizo funcionar.
Respiré para estabilizarme por la batalla que, sin duda, estaba a punto de
producirse con Morgan y crucé el patio hasta sus escaleras. Haciendo una pausa
en el descansillo, reboté un poco, probándolo. Bien, los tornillos se quedaron en
su lugar.
Sin duda, me daría problemas por meter la nariz en donde no debería, y
ella estaría absolutamente en lo correcto. No tenía ningún derecho a interferir
con su contratista, su escalera o su vida en general.
Sin embargo, eso no pareció detenerme.
No era el cómo lucía lo que me hizo subir las escaleras. Era la sonrisa que
no alcanzaba sus ojos. Era cómo las otras chicas se juntaron, flanqueándola,
como si supieran que se encontraba a un paso de derrumbarse. La manera en
que quedó blanca como un fantasma cuando Steve le preguntó si vendía la
camioneta. La manera que en se paraba en su terraza en las mañanas y miraba
al océano con ojos tristes y los brazos envueltos alrededor de la cintura mientras
yo bebía mi café, desapercibido.
La chica sufrió algún daño, y fue profundo.
Dios los cría y ellos se juntan.
Pero cuando la enfurecí, una chispa se encendió en sus ojos, lo que me
dijo que no estaba completamente rota.
Llamé a su puerta y esperé. Unos dos minutos después, volví a hacerlo.
Pasó otro minuto y golpeé más fuerte. Mi imaginación hiperactiva la imaginó
tirada y herida en algún lugar.
Antes de que pudiera llamar de nuevo, la puerta se abrió y Morgan me
miró abiertamente. Tenía el cabello recogido en un moño casualmente sexy, su
rostro libre de cualquier maquillaje que cubriera su piel impecable, e iba vestida
con pantalones de pijama a cuadros y una camiseta holgada que proclamaba
que la buena gramática era sexy. 49

—¿Qué es lo que quieres, Jackson?


Jackson. Me gustó como lo dijo, negándose a dejar la formalidad y
llamarme Jax, como si fuera una barrera real para mantenerme alejado de ella.
Lástima que no se diera cuenta de que su voz tenía el efecto contrario.
Ese acento era más adictivo que el azúcar con el que mezclaban el té por aquí.
Bien. Mierda. Pasaron años desde que una mujer me dejó anonadado, y
eso es exactamente lo que era esto, ¿no?
Maldito inconveniente.
—¿Cuándo fue la última vez que saliste de casa?
Cruzó los brazos debajo de los senos. —¿Por qué es importante?
—Puede que solo te falte la barba para ser una ermitaña en toda regla.
Arqueó una ceja. —Quizás me guste ser una ermitaña. Además, estoy
disfrutando el último día en mi casa ya que mañana tengo que mudarme.
—¿Te mudas mañana? —¿Qué demonios?
—Solo por un par de semanas mientras levantan la casa y ponen nuevos
pilotes, colocan el soporte central y ponen un nuevo techo.
Un alivio que no tenía por qué sentir me golpeó de todos modos. —Así
que elegiste un contratista.
Asintió. —Steve me dio un buen presupuesto y abrió esta ventana.
Además, jura que solo tendré que irme por dos semanas.
—Entonces definitivamente necesitas divertirte un poco. Voy a hacer una
barbacoa. Ni siquiera tienes que vestirte. —Señalé con la cabeza hacia la playa—
. Solo unos cuantos amigos. Ven a pasar el rato con nosotros.
—¿Solo unos cuantos amigos?
—Sí, más o menos uno o dos invitados. Nos gusta hacer barbacoas los
domingos y, mirando el pronóstico, este será el mejor fin de semana en más o
menos un mes.
—Barbacoas dominicales. —Se suavizó, sus hombros se relajaron y su
labio inferior encontró el camino entre sus dientes.
—Te sientes tentada. Vamos, Kitty. Da un paso más. Baja a la playa. No
tienes que quedarte mucho tiempo y ni siquiera tienes que hablar conmigo. Hay
casi una docena de personas más que podrías conocer. Humanos. Vitamina D.
Hamburguesas. Quizás una cerveza. Vive peligrosamente.
Una comisura de su boca se levantó y una chispa brilló en sus ojos.
Victoria. 50

—Supongo que sería bastante mala vecina si te rechazo.


—Una franca afrenta a la hospitalidad sureña —confirmé, maldiciendo
internamente por la sacudida de conciencia que me dio un puñetazo en el
estómago cuando me regaló una amplia sonrisa.
¿Por qué no podía un agradable sujeto de mediana edad haber comprado
esta casa? ¿Por qué no tuve a otra pareja mayor de jubilados a la que saludaría
en los raros momentos en que los viera? O, mejor, ¿por qué Morgan no podía
ser olvidable? ¿Simplemente normal?
Pero diablos, no, era una preciosidad. Obstinada, graciosa, amable con
Fin, con un rostro hermoso, cabello castaño lacio, piernas kilométricas y una
sonrisa que podría controlar las mareas si apareciera dos veces al día; eso es lo
que tengo como vecina. Casi tan fácil de ignorar como una detonación nuclear.
No es que estuviera haciendo mucho para mantenerme alejado del radio
de explosión.
—De acuerdo. Déjame ponerme un traje de baño y te encontraré allí.
—¿O qué tal si espero aquí, afuera, mientras te pones uno, y luego te
acompaño abajo? —ofrecí.
Resopló, entrecerrando los ojos. —No crees que vaya.
—¿En serio irías? —desafié.
—Probablemente no —admitió con la nariz arrugada.
—Exactamente. —Me recosté contra la barandilla de la terraza, sintiendo
cómo quemaba contra mi camiseta—. Esperaré aquí.
—Ojalá la barandilla aguante. —Puso los ojos en blanco y cerró la puerta.
La canción cambió dos veces antes de que abriera la puerta de nuevo, llevando
una camiseta sin mangas y unos pantalones cortos con una correa con cuello. Su
bolso de playa estaba colgado sobre su hombro, y sus gafas de sol ocupaban la
mitad de su cara.
—Esto no significa que renuncie a mi estado de ermitaña —me dijo por
sobre su hombro mientras saltaba los escalones conmigo pisándole los talones.
—Por supuesto que no. Este es un milagro de la ola de calor.
Me sacudió la cabeza, pero vi a esos labios levantarse brevemente en
tanto nos dirigíamos a mi patio trasero.
Levanté la hielera y no me perdí la forma en que sus ojos se ampliaron
cuando miró mis brazos y luego apartó la vista.
Se aclaró la garganta. —Emm, ¿necesitas ayuda?
—Nop. Tú primero. —Señalé el camino. Mantuvo la puerta abierta para
51
mí y la cerró cuando la pasamos.
—Entonces, ¿quién va a estar ahí? —preguntó y luego hizo una mueca—.
Pregunta tonta. Como si conociera a alguien en esta isla.
Llegamos a la cima de la duna y observé la fiesta mientras la brisa del
mar nos golpeaba directamente, sin nada que nos protegiera. —Más que nada
algunos chicos con los que trabajo y unos pocos amigos.
—Esos no son unos pocos amigos.
—Dije que habría algunos invitados.
Me dirigió una mirada y sonreí.
La red de voleibol estaba puesta, con un partido en marcha. Sawyer y
Garrett se encontraban en uno de los lados con un par de mecánicos y Goodwin
hacía equipo con Cassidy, Thornson y algunas lugareñas en el otro lado.
El área estaba rodeada de sillas de playa y la parrilla ya estaba encendida
con Moreno manejándola.
—¿Qué pasa con Outer Banks y el voleibol? —murmuró a la vez que
descendíamos.
—¿Qué?
—Nada, todo es muy Top Gun. —Señaló el partido y, sin duda, los chicos
sin camiseta.
—Solo que no somos pilotos de combate ni estamos cubiertos en aceite
de bebé. Aunque probablemente podría poner Highway to the Danger Zone si
quieres. —Llegamos al final de la duna y nos dirigimos hacia la parrilla. La
arena quemaba mis pies por los lados de mis chanclas. Estaba caliente, pero no
hirviendo.
—Diablos, esperaba que fueras a ofrecer el aceite de bebé.
Levanté mis cejas, impresionado con la rapidez de su respuesta.
—¿A qué se dedican? —me preguntó, deteniéndose para quitarse sus
chanclas.
—Somos guar…
—¡Cuidado! —gritó Garrett.
Giré mi cabeza hacia el juego justo a tiempo para ver la pelota de vóleibol
yendo directo a la cabeza de Morgan.
Solté la hielera y levanté mi mano. La pelota me golpeó antes de que
Morgan siquiera se quitara su segunda chancla, y salió volando por donde vino
hasta caer en la arena.
52
Morgan se quedó sin aliento y sus ojos estaban bien abiertos cuando se
encontró con los míos.
—¿Estás bien? —pregunté, sacudiendo la picazón de mi mano.
—Bueno, sí. No soy quien se golpeó con la pelota ni soltó una hielera
sobre su pie. —Bajó la mirada y luego me miró como si fuese un idiota—. ¿Tú
estás bien?
Eso explicaba por qué los dedos de mi pie derecho estaban un poco
encabronados.
—Estoy perfectamente. —Agarré las manillas de plástico de la hielera y
la levanté de mi pie. Un dulce alivio recorrió mis pequeños dedos cuando
dejaron de sentir esa presión. Por suerte, la arena se llevó la mayor parte del
impacto.
—No pareciera que te hayas roto algo, pero no soy médico, exactamente
—dijo, arrastrando las palabras, cuando se agachó para examinar mi pie.
—He pasado por cosas peores.
—Bueno, gracias —dijo, levantándose—. Pero lamento que te hayas
lastimado.
—Estoy perfectamente —repetí como una marioneta.
—Tienes buenos reflejos —dijo, mientras cruzaba el resto del camino
hasta la parrilla, donde la arena era más firme.
—Tener una hija de cinco años te mantiene alerta. —Dejé la hielera en la
arena y golpeé a Moreno en la espalda—. ¿Qué tal si yo me encargo y así
puedes ir a ayudar a Garrett y Sawyer? Les están pateando el trasero.
Se rio y me pasó la espátula. —Sí, iré a salvar sus preciosos y pequeños
egos. ¿Puedes con esto?
—Por supuesto. —Abrí la hielera y saqué una cerveza del hielo al tiempo
que Moreno se unía al juego de vóleibol—. ¿Quieres una? —le pregunté a
Morgan.
Miró dentro de la hielera por sobre mi hombro.
—Me encantaría una Coca, por favor.
Volví a meter mi mano en el hielo y saqué una Coca. Luego de sacarle un
poco los pedazos de hielo, se la pasé.
—Gracias —dijo tranquilamente, abriéndola, mientras yo utilizaba el
abridor que instalé en el borde de la parrilla—. Entonces, ¿dónde está Finley?
Una sonrisa estiró las esquinas de mi boca. A la mayoría de las mujeres
que terminaban en nuestras parrilladas nunca se les ocurría preguntar por mi
hija a menos que estuviese ahí. —Está con su abuela. —Tomé un sorbo de la 53
cerveza fría y volteé la primera hilera de hamburguesas.
—Oh. —Su frente se arrugó mientras observaba el juego, rotando de un
lado a otro la anilla plateada de su bebida.
Casi me reí. Se veía tan en guerra.
—Puedes preguntar, sabes. Soy bastante abierto —ofrecí, volteando la
segunda hilera.
—¿Se la pasa mucho con su abuela? —Se atrevió a mirarme.
—Vivian se la lleva un fin de semana cada mes. Les da un poco de
tiempo juntas.
—¿Y a ti un poco de tiempo libre? —preguntó sin juzgar.
—Sí, supongo. Me permite hacer cosas, trabajar un fin de semana…
—Y tener parrilladas de domingo —mencionó con una sonrisa al tiempo
que se estiraba para agarrar el paquete de láminas de queso en la mesa de la
parrilla—. ¿Quieres que los saque?
—Sería genial. Gracias. —Miré más allá de ella, a Sawyer y Garrett, que
caminaban hacia nosotros—. Bueno, perdona lo que sea que salga de la boca de
estos idiotas. No saben lo que dicen, pero son mis mejores amigos —le advertí
antes de que aparecieran a cada lado suyo.
—Entendido. —Asintió, poniendo las rebanadas de queso en un plato de
plástico que estaba vacío.
—¿No nos podías ayudar por allá? —me riñó Sawyer y luego se apresuró
a observar a Morgan mientras ella no veía.
Imbécil.
—Oye, mandé a Moreno —respondí, trayendo su atención hacia mí.
—Ignóralo. Hoy está llorón —comentó Garrett señalándolo—. Pero las
hamburguesas huelen bien.
Morgan los vio a los dos y terminó de sacar el queso. Una pequeña (vale,
una enorme) puntada de satisfacción me golpeó el pecho porque no se quedó
mirando a ninguno de mis amigos como lo hizo cuando pasé corriendo junto a
ella esa primera mañana.
—Garrett, Sawyer, esta es mi nueva vecina, Morgan —la presenté.
—Un placer conocerlos. —Su voz fue suave, pero su sonrisa era falsa. Le
faltaban las pequeñas arrugas junto a sus ojos que aparecieron cuando sonrió
unos minutos antes.
54
—Es un placer conocerte a ti. —Sawyer sacó su encanto—. ¿De dónde
sacaste ese delicioso acento?
—Tan sutil —murmuró Garrett.
—¿No es igual al de acá? —preguntó ella.
—Ni de cerca —contesté, y me premió con su atención—. El tuyo es más
acentuado. No me mires así, no es algo malo. Es bastante genial, la verdad.
Sonrió, sacando las arrugas en los bordes de sus ojos, y choqué los cinco
conmigo mismo mentalmente.
—El sur de Alabama —respondió—. Supongo que nunca noté que era
mucho más marcado. Ustedes ni siquiera tienen acento.
—Eso es porque soy de Oregón —le contó Sawyer, como si lo hiciera
extranjero o algo así—. Costa oeste.
Por la mierda, era Oregón, no Brasil.
—¿Y tú? —me preguntó.
—Maine.
—Dios, ¿podrías ir más al norte?
—No sin volverme canadiense.
—O alasqueño —sugirió Sawyer, dando un paso hacia Morgan.
—Ahí seguiría siendo estadounidense, imbécil —respondió Garrett.
Los dos empezaron a tirarse insultos y Morgan retrocedió y recogió su
bolso de playa. —Sabes, el agua se ve bastante bien. Me voy a escabullir, si eso
les parece bien, chicos.
¿Chicos? Mis cejas llegaron hasta mi cabello. Entre eso y bonito, no sabía si
estar encantado u ofendido.
Sus manos se enrollaron en la tira de su bolso y asentí con comprensión
cuando me miró. —Disfruta tu tiempo a solas. Solo una advertencia: el agua
sigue congelada.
—No parece molestarte.
—Bueno, no, pero nado ahí todos los días.
—Parte pingüino. Lo tengo. Observaré mis dedos por si se congelan. —
Me dirigió una rápida mirada y prácticamente corrió hacia el agua.
—¿Esa es tu vecina? Es decir, mierda. Me voy a mudar contigo —dijo
Sawyer, agarrando su pecho de forma dramática.
—Es una casa con dos dormitorios —le recordé, poniendo queso en la
mitad de las hamburguesas.
55
—Me quedo con el sofá. No comeré mucho. Lo juro.
—¿Alguna vez no piensas con tu pene? —preguntó Garrett, agarrando
una cerveza.
—Nop —respondió Sawyer—. ¿Por qué lo haría, si tiene las mejores
ideas?
—Hombre, esas huelen bien —dijo Brie cuando se acercó junto a Sawyer.
—Están casi li… —Mis palabras murieron en mi boca.
A unos seis metros de nosotros, Morgan se sacó su camiseta, revelando
dos tiras de un halter alrededor de su espalda y cuello. Y ahora deslizaba sus
pantaloncillos por sus caderas, mostrando la parte de abajo de su bikini azul
cobalto que cruzaba recto sus caderas.
—Dios bendiga al sur —murmuró Sawyer.
Una vez que sus pantalones cortos cayeron en la arena, se inclinó y ese
trasero increíble estuvo en el aire mientras recogía su ropa.
—¿En serio? —preguntó Brie, con clara exasperación ante nuestras
obvias miradas.
—Vaya, esa es una mujer hermosa —admitió Garrett.
Al parecer, todos veíamos el mismo espectáculo.
Morgan arqueó los brazos sobre su cabeza para enrollarse el pelo en su
mano y de alguna forma ponerlo en un moño. Mierda, era perfecta. Delgada,
pero ridículamente curvilínea en cada lugar que mis manos se morían por tocar.
—Jax —me retó Brie.
—Voy a estar… por allá. —Sawyer declaró su intención, con sus ojos
sobre Morgan.
Ni siquiera dio un paso en dirección a ella antes de que mi brazo saltara a
un lado, bloqueando su paso. —No.
—Pero… —Me miró como si hubiese matado a su cachorro.
—No —repetí, asegurándome de que entendiera.
—Guau. —Sus ojos se agrandaron y su boca se abrió.
—¿Qué? —ladré.
—¿Te la estás pidiendo?
—Dios santo, ¿estamos en secundaria? —preguntó Garrett.
—Jax. —El enfado de Brie se registró en alguna parte de mi cabeza.
—Es una mujer, Sawyer, no una colación en preescolar que puedes lamer
56
y decir que es tuya. —Mis ojos encontraron su camino de vuelta a donde estaba
Morgan caminando en el agua, que ya llegaba a sus rodillas.
—Bueno, parece que quieres lamerla —me provocó.
Le dirigí una mirada rápida y volví a ver a Morgan hundida hasta las
caderas en el Atlántico.
—Me refiero a algo así como adueñártela. Bueno, y de la otra forma. De
todas las formas, en realidad, por lo que veo. —La petulancia prácticamente se
desbordó de su voz—. Pero, o sea, si no te interesa… —Se encogió de hombros.
—Jax —llamó Brie, con su voz más afilada esta vez.
Levanté mi dedo, pidiéndole sin palabras que esperara un segundo.
—Ni siquiera hables sobre lamerla —le advertí a Sawyer.
—Mierda, Montgomery se está volviendo cavernícola —rio Garrett—.
Esto se está poniendo bueno.
Sawyer se encogió de hombros. —Me parece bien. No te he visto
interesado de verdad en una mujer desde… —Sus ojos cayeron a la arena y vi a
Brie tensarse en mi periferia.
—No es así —protesté, encogiendo mis ojos cuando vi las olas romper a
cada lado de Morgan, pero no frente a ella.
—¡Jax! —gritó Brie.
—¿Qué? —No quité mis ojos de Morgan, y mi pelo se erizó en mi nuca.
—¡Se te están quemando las hamburguesas!
Mierda, Morgan se encontraba exactamente donde no debía y alejándose
más. Empujé la espátula hacia el pecho de Garrett, me quité las sandalias de
goma y salí corriendo cuando una ola más grande retrocedió, recogiendo el
agua de la playa. En dos zancadas me quité la camisa.
—¡Morgan! —le grité, con el pulso acelerado.
Me dio una mirada por encima de su hombro y se movió hacia adelante,
el agua ya la arrastraba. Le llegaba a la cintura, pero fácilmente se encontraba a
seis metros de la costa sobre el banco de arena.
—¡Muévete! —Señalé hacia el norte, mis pies tocando el agua, y de
inmediato me hice más lento.
Se sobresaltó, pero se movió mientras que el agua pasaba a su lado, y ya
se encontraba en una zona segura cuando la alcancé.
Le puse mis manos en sus hombros. —¡Por Dios, mujer! ¡Es como si
estuvieras determinada a encontrar todas las formas posibles para lastimarte!
—¿Qué sucede? ¡Me estás asustando! —estalló, como si yo fuera el que se
57
equivocaba.
—¡Por supuesto que me asusté! Estabas en medio de una zona de aguas
revueltas. Un poco más lejos y ¡hubiera tenido que enseñarte mis movimientos
de Guardianes de la bahía! —Mis dedos se tensaron sobre su piel, pero tuve
cuidado de no apretarla, ni de sacudirla, ni de permitir que mis emociones se
manifestaran físicamente.
—¿Qué? —Miró hacia donde acababa de estar—. No hay ninguna señal
de advertencia ni nada.
¿Qué? La sostuve firme cuando una ola pasó, llevando el agua más arriba
de mi cintura.
—Claro que no, porque no pusimos ninguna. —La adrenalina recorría mi
sistema y me concentré en mantener mis palabras niveladas y suaves. El océano
era una perra imperdonable al que no le importaba una mierda las señales.
Rompías sus reglas, te comía entero y algunas veces, cambiaba las reglas solo
por diversión.
—¿Por qué podríamos una? —Frunció el ceño.
—Porque la playa nos pertenece, al menos hasta la línea de la marea. —
El entendimiento la invadió—. Nunca has estado en una playa privada, ¿cierto?
Negó con la cabeza. —Siempre pública.
Dejé salir una bocanada de aire a través de un largo suspiro. Esta chica
iba a matarme. —De acuerdo. ¿Sabes cómo reconocer una zona de corrientes?
—No. O no me hubiera acercado a una. —Arqueó la ceja y la tensión
salió de mis músculos mientras luchaba con el impulso de reírme.
Por supuesto que se pondría sarcástica justo después de haberle salvado
el trasero. De nuevo.
—Está bien. Déjame enseñarte. —Le solté los hombros y me moví a su
lado en lo que otra ola pasaba elevándose contra nuestros cuerpos—. Es más
sencillo verlo desde la costa, pero mira cómo las olas rompen. ¿Ves cómo las
olas rompen allí y aquí pero no en esa área del centro?
Me moví detrás de ella y señalé, mi brazo rozando su mejilla para para
que pudiera seguir la dirección con más facilidad. Su cabeza estaba a la altura
perfecta, sería capaz de descansar en el hueco de mi hombro si se girara. Sería
ridículamente fácil besarla…
Nop. No. No va a suceder. Détente.
—Ya veo —dijo, asintiendo.
Inmediatamente bajé el brazo. —Bien. Entonces en esa área del centro
ninguna ola rompe, porque ahí es donde el océano retrae las olas más rápido.
Por eso el terminó aguas revueltas.
58
Se giró, viéndome con una mirada perpleja en su rostro.
Sí, tenía razón. Encajaría perfectamente conmigo y ni siquiera tendría
que inclinarme tanto para poner mi boca en…
Di un paso hacia atrás, esperando que no fuera tan increíblemente obvio.
—Pero estuve justo en ese lugar cuando encontré el cristal marino.
—El cristal marino —repetí como idiota. ¿Qué era esto? ¿La secundaria?
Tenía dieciséis de nuevo, y me atraparon viendo a Stacy Anderson durante la
clase de inglés, en lugar de prestar atención. Excepto que Morgan era diez veces
más que… todo lo que Stacy había sido.
—Bien. ¿Y el día que hiciste ese truco de Aquaman? —Cruzó los brazos
debajo de su pecho, elevando las curvas.
No miré.
Me merecía una jodida beatificación, porque eso calificaba como un
milagro.
—¿Aquaman? —Deja de repetir lo que dice, idiota.
—Ya sabes, ¿cuándo saliste del agua todo Señor del Pescado o lo que sea
y comenzaste a trotar? Aunque sinceramente pensé que te parecías más al
Capitán América en ese momento. Todavía lo pienso, de hecho. —Inclinó la
cabeza en un claro estudio de mis habilidades.
—¿El día que te vi por primera vez?
—¿Te acuerdas de eso? Fue solo un par de segundos. —Se le puso la piel
de gallina en los brazos, pero apenas había registrado la temperatura del agua
hasta ahora. Estuvo peor el mes pasado, pero aun así seguía estando bien y fría
aquí.
—Sí. Claro como el agua. —¿Cómo podía no hacerlo? Fue la única vez
que la vi completamente con la guardia baja, con las emociones a flor de piel—.
O sea, puede no haber sido una impresión tan colorida como la que hiciste esa
tarde, pero sí, sabía que eras tú.
Un sonrojo cubrió sus mejillas y murmuró algo acerca de quemar ese par
de ropa interior.
—¿Cristal marino, eh? —pregunté, para alejar nuestras mentes de su
ropa interior.
Asintió. —Encontré la pieza azul más bonita. Me encanta que algo tan
simple como un frasco de mermelada roto pueda transformarse por años y años
por la fría agua salada y la arena áspera. Algo así como que lo que más duele en
realidad es lo que lo purifica, si eso tiene algún sentido.
59
Encajó otra pieza del rompecabezas que era Morgan. Esta mujer conocía
el dolor y no solo en un sentido general. Sino en el sentido muy real, crudo,
íntimo que cambiaba a una persona… y las purificaba como al cristal.
—Tiene todo el sentido del mundo para mí. —Mi voz se hizo más grave,
como si físicamente no pudiera soportar el peso del aire cargado entre nosotros.
Tragué saliva, mi garganta un poco más tensa de lo normal—. Ese día, era una
de zona de corrientes pequeñas. Te encontrabas en el mismo banco de arena
que ahora, pero no había agua. De hecho, es el mejor momento para encontrar
cristales de mar. La próxima vez que estemos cerca de corrientes pequeñas, te
enseñaré como identificar donde estarán las corrientes cuando la marea regrese.
—Gracias. Sería agradable pasar una semana sin que tengas que venir a
mi rescate. —Se frotó los antebrazos con rapidez.
—No me importa —le aseguré.
—Y lo aprecio, pero a mí sí me importa. —Sus palabras eran suaves,
anulando el aguijón de lo que parecía un rechazo—. Tengo que saber que
puedo cuidarme sola. Por eso me mudé aquí. Por eso elegí una casa que parece
que Morticia Addams le hizo el diseño del exterior.
De acuerdo. Tiene razón en eso.
—Entonces, si puedo superar una semana en la que casi no me mate, me
atasque o me golpee en la cabeza con algo de lo que necesites rescatarme, ese
sería un comienzo genial.
—Entendido. —Qué curioso. Mi necesidad de rescatar era tan profunda
como su necesidad de no ser rescatada.
—Voy a comenzar en este momento saliéndome del agua. Porque de
nuevo, tenías razón, y creo que mis pies se están poniendo azules. Pero sí voy a
dejar que me alimentes.
La sonrisa estaba de vuelta, dándome la misma punzada en las entrañas.
Mierda.
—Creo que puedo haber quemado las hamburguesas. —No le dije por
qué.
Se encogió de hombros y me dio una sonrisa por encima de su hombro
mientras se alejaba. —Me arriesgaré. Gracias por rescatarme. Ahora vamos a
esperar que no tengas que ser el héroe otra vez —bromeó—. Es casi como si
tuvieras un complejo.
—No tienes idea —murmuré para mí y esperé hasta que estuvo en la
playa antes de salir del agua, dándome un poco de muy necesitado espacio para
aclarar mi cabeza. Me puse la camisa, encogiéndome cuando se pegó a la piel
mojada de mi estómago y mi espalda baja. 60

—Vamos, dilo. —Sawyer me entregó un plato con una hamburguesa.


—¿Qué cosa? —Agarré el plato y le puse aderezo a mi hamburguesa,
notando que Morgan se había sentado en una silla para acampar junto a
Garrett.
—Que yo tenía razón. Estás interesado en ella. —Sonrió de forma
engreída.
Lo miré.
—Oye, lo apruebo. Incluso te ayudaré. ¿Qué puedo hacer? ¿Le hablo bien
de ti? ¿Presumo tu lista de logros y cualidades? Vamos, déjame ayudarte por
una vez.
—Por Dios, por favor no. Es obvio que está atravesando por un momento
difícil y solo trato de ser un buen vecino. —¿Cierto? Cierto.
—Oh, mierda, ¿es un pajarito herido? Eso es como tu jodida droga.
—No entiendo a qué te refieres.
Soltó una carcajada. —¿En serio? ¿En este momento en tu casa no hay un
conejillo de tres patas, una tortuga ciega y un pez de una sola aleta?
—Son de Finley. Le gusta rescatar mascotas indefensas. —Me encogí de
hombros.
—Claro, ¿y quién exactamente permite que las lleve a casa? —Me miró,
sus cejas casi tocaban la línea de su cabello.
Parpadeé, luego maldije.
—Esto va a ser divertido de ver —dijo, antes de enterrar el rostro dentro
de su hamburguesa y alejarse en dirección a Morgan y Garret.
—¡No hay nada que ver! —grité.
Me dio un pulgar arriba y siguió caminando.
—¿En serio, Jax?
Me detuve en medio de ponerle kétchup y encontré a Brie mirándome
con los brazos cruzados y ojos preocupados.
—¿Qué?
—¿En serio crees que es una buena idea comenzar algo con tu vecina?
¿Traer una extraña alrededor de Finley? ¿Sin mencionar que vive al lado?
—¿Comenzar qué? Primero, no voy a iniciar nada, Brie. Y segundo, si
estuviera iniciando algo, no sería asunto tuyo. —Intenté suavizar mi tono lo
más que pude, pero por la manera en la que se tensó, no tuve éxito. 61
—Seguro que es asunto mío el que pase tiempo con mi sobrina.
Algo oscuro se instaló en mi estómago.
—Mi hija. No empieces conmigo, Brie.
—Lo siento. Solo creo que Claire…
—Claire perdió todos sus derechos sobre con quién paso el tiempo el día
que nos dejó.
Tomó una bocanada profunda de aire y parpadeó un par de veces, por
fin forzando una sonrisa. —No hagas que tu vecina se obsesione, sobre todo
porque tengo que trabajar con ella.
—¿Trabajas con ella? —Mi mirada fue rápidamente hacia Morgan.
—Sip. Pasó por la escuela hace dos días para recoger unos documentos.
Es la nueva maestra de quinto grado, mi compañera el próximo año. Así que, si
no puedes mantener tu pene en tus pantalones por el bien de Finley, por favor
considérame a mí. —Me miró de una forma que pudo tener una docena de
significados, ninguno de ellos buenos, y se alejó hacia un grupo de amigos que
compartíamos. Hice una nota mental para preguntarle a Vivian qué la había
hecho estallar hoy.
Así que Morgan era maestra. Tenía sentido.
Llevé mi comida hasta donde se encontraba Morgan sentada con Garret
y Sawyer. Me sonrió e hizo un ademan hacia la silla vacía, luego le dio otro
mordisco a su hamburguesa.
—¿No está quemada? —pregunté.
—Del todo. Deberías quedarte con salvar gente, porque las parrilladas no
son tu fuerte —bromeó una vez que pasó bocado, pero eso no le impidió que lo
lograra.
—Dilo —susurró Sawyer a mi lado.
Observé como Morgan se rio por algo que dijo Garret. Fue una carcajada
pequeña, pero estaba ahí y fue sincera. No podía esperar para ver quién sería
una vez que saliera por completo de su cascarón.
Mierda.
Debería alejarme de ella.
Brie tenía razón de cierta manera. Morgan era mi vecina. Comenzar algo
con ella podría traer un montón de incomodidad a mi puerta que no necesitaba,
que Finley definitivamente no necesitaba.
Debería haberme acercado a ese grupo de mujeres que se encontraban
con los mecánicos y ligar con alguien que no viviera a mi lado. Alguien que no
necesitara que le explicara las corrientes marinas o que la levantara de una 62
escalera en mal estado. Alguien que no utilizara ropa interior roja de Hello Kitty
que todavía no podía sacarme de la cabeza.
Nota mental: botar todas las cosas de Hello Kitty de Fin.
Debería alejarme.
Morgan recogió sus cosas y se vistió antes de acercarse. —Mis treinta
minutos terminaron. Es hora de regresar a ser una ermitaña. —Su tono era
juguetón, pero sus ojos no lo eran.
—Está bien. Me alegro de que vinieras.
—Yo también. Gracias por la invitación. —Se puso los lentes de sol y de
inmediato perdí la habilidad para leerla.
—Siempre.
Me dio una sonrisa de lado y asintió, luego se alejó. Mis ojos la siguieron
hasta que desapareció sobre la duna.
—Dilo —repitió Sawyer, esta vez haciendo su demanda en silencio—. Di
que la quieres.
—Vete a la mierda.
Pero ambos sabíamos que tenía razón.
Estaba interesado.
Ahora solo tenía que decidir si iba o no a hacer algo al respecto.

63
5
Te conozco. Siempre has sido buena en mantenerte fuerte.
Sé que recogerás todas las piezas.

Traducido por Miry, evanescita & Tolola


Corregido por Anna Karol

Morgan

El ruido de la construcción superó la voz de mamá cuando me detuve en 64


mi entrada. Mi casa se encontraba rodeada por dos enormes grúas y varios
vehículos más pequeños.
—...¡y eso ni siquiera empieza a abordar mi preocupación por la
temporada de huracanes! —espetó mamá.
—Mamá, lo siento mucho, pero tengo que cortar. Apenas puedo oírte con
todo el clamor que hay en mi casa. —Llevé el Mini al lugar al otro lado del
cobertizo para botes y lo aparqué.
—Bueno, cariño. Piensa en lo que dije, ¿de acuerdo? No puede ser bueno
que estés completamente sola. Necesitas estar en casa donde podamos cuidar
de ti y ayudarte a seguir adelante. Estar ahí te permitirá pensar en ello cuando
en realidad necesitas retomar tu vida. —Sus intenciones eran buenas pero sus
demandas... no tanto.
—Está bien, mamá, lo tendré en cuenta, lo prometo, y no estoy sola. Sam
está pasando la mayor parte del verano conmigo. —Era imposible que volviera
a Enterprise, pero no iba a abrir esa maldita caja de Pandora con ella.
Steve me saludó desde la mesa que puso frente a la camioneta de Will.
—Me siento aliviada de escuchar eso, pero aun así. Dos chicas...
—Mamá, tengo que irme, de veras. —Apagué el motor y me recordé a mí
misma que no debía criticar a la mujer que me dio la vida.
—Por favor, cariño. Incluso iría a ayudar a mudarte. ¡Te amo! ¡Solo
piénsalo!
—Yo también te amo. ¡Adiós! —Colgué antes de que pudiera lanzarse a
otra diatriba de diez minutos sobre por qué estar aquí era algo completamente
desatinado para mí. Podría dedicar un capítulo entero de la revista que la
doctora Circe me dio ayer a los bienintencionados problemas de control de
mamá.
El clima se había enfriado desde este fin de semana, pero seguía siendo
lo suficientemente cálido como para que la brisa no me picara demasiado las
piernas mientras caminaba hacia el improvisado centro de mando de Steve.
Me dio un resumen rápido. La casa se hallaba montada sobre elevadores,
hicieron agujeros gigantes al lado del soporte central existente de la casa, y se
preparaban para perforar los nuevos pilotes de los cimientos y el soporte
central en la arena.
—¿Ocho metros de profundidad? —remarqué.
—Ocho —confirmó—. Una tormenta puede arrasar fácilmente unos dos
metros del nivel del suelo actual. Ha sido increíblemente inteligente de tu parte
optar por los pilotes compuestos. Son más fuertes que el hormigón o el acero. 65

—Y más caros —murmuré. Si la casa vaciaba mi cuenta bancaria, que así


fuera. De todos modos, nunca quise el dinero.
—Sinceramente, gasta el dinero en la estructura. A nadie le importa una
mierda si tienes encimeras de granito cuando llegue el próximo huracán de
categoría cuatro. —Se encogió de hombros.
—Cierto. ¿Seguimos a tiempo para regresar? —Mi pecho se tensó con
anticipación. No es que no disfrutara del Hostal en Cape Hatteras, pero quería
volver a mi casa.
Pasó el dedo por su calendario y luego asintió. —Diez días más, tal vez
antes si el clima se mantiene estable. Estamos listos para comenzar a perforar en
unos treinta minutos. Una vez que la reubiquemos en los nuevos pilotes y
aseguremos el techo nuevo, serás más que bienvenida a vivir en una zona de
construcción.
—Qué rápido —comenté.
—No voy a mentir, presiono a mi equipo para que podamos encajarlo
entre proyectos. No podremos comenzar nada en el interior hasta que hayamos
terminado un trabajo en Frisco.
—Perfecto. Para entonces, puedes entrar y arreglar lo que sea que haya
estropeado.
Se rio entre dientes y deslizó una carpeta por la mesa. —¿Has pensado en
colores para el exterior?
¿Qué color habría querido Will si ésta hubiera sido nuestra casa? Tal vez
el azul oscuro o incluso el gris. Clásico. Majestuoso.
—¡Está aquí! —gritó una voz aguda con júbilo. La puerta de Jackson se
cerró de golpe y escuché el rápido golpeteo de lo que debían ser los pies de
Finley bajando las escaleras. Miré y saludé mientras ella corría por el pequeño
espacio que separaba nuestras casas.
—¡Hola, señorita Morgan! —Fin me sonrió y no pude evitar devolverle la
sonrisa. Ella era como vivir y respirar alegría, del tipo contagioso, ni siquiera yo
era inmune.
—¡Bueno, hola, señorita Finley! ¡Llegaste justo a tiempo para ayudarme a
ver los colores de pintura! —Acerqué el taburete vacío de Steve y le di una
palmadita al asiento.
—¿Puedo ayudar? —preguntó Fin, subiéndose al taburete y colocando
un walkie-talkie color naranja brillante sobre la mesa.
—Bueno, tengo la última palabra, pero definitivamente me vendría bien
66
tu opinión, ¡ya que tú también tendrás que verla todos los días!
—Hmmm... —Se tocó la barbilla pensativamente mientras hojeaba las
páginas laminadas de colores—. ¡Me gustan los brillantes!
Miré sobre su hombro para ver muestras de colores pastel brillante en
amarillo, morado, verde azulado y azul. —¿No crees que deberíamos optar por
algo como tu casa?
Una mirada rápida confirmó mi memoria: la casa de Jackson era blanca
con gruesos adornos grises, y el hombre mismo se dirigía hacia la puerta trasera
con una bolsa colgada del hombro. Mi vientre se agitó y puse la mano sobre la
cintura de mis pantalones cortos.
No es para ti, me recordé a mí misma y aparté la mirada de su cuerpo en
retirada. Ir a su barbacoa fue bueno para mí, incluso la doctora Circe lo dijo,
pero no me permitiría comenzar a necesitar el respiro que de alguna manera me
daba estar cerca de él.
—Mi cama es amarilla. ¡Como un sol feliz! ¡Tu casa también podría estar
iluminada por el sol! —Asintió con entusiasmo.
—Muchas de las casas de aquí son de colores brillantes que no se
encuentran en la ciudad —coincidió Steve.
Miré la muestra verde azulado. El color era hermoso, pero ¿qué habría
pensado Will...?
—Llamando a Fin Montgomery, soy papá Montgomery, cambio —dijo
Jackson a través del walkie-talkie de Fin. Incluso su voz era atractiva, clara y
profunda. Ya no se hallaba en el patio, entonces, ¿desde dónde la llamaba?
Fin agarró el dispositivo y sonrió. —¡Hola, papá!
—No dijiste cambio, cambio —bromeó.
Ella se rio y el sonido se deslizó dentro de mi corazón.
—No olvides tu misión, cambio —dijo Jackson.
—¡Oh! Cierto… cambio. —Se volvió hacia mí con expectación en su
mirada—. Se supone que debo decirte que es marea baja, así que ven a comer.
—Asintió con una sonrisa, satisfecha de haber entregado su mensaje.
—¿Comer a las cuatro menos cuarto de la tarde? —cuestioné.
—Me gustan los bocadillos —me dijo con total naturalidad.
—Buen punto. ¿Dónde se supone que debemos ir?
—A la playa. Papá está ahí.
El aleteo en mi vientre se aceleró, y me maldije mentalmente. Solo
pasaron cuatro días desde que vi a Jackson en la barbacoa. Se encontraba en el 67
trabajo cuando me detuve para ver cómo estaba la casa, y no intenté acecharlo
ni estar obviamente disponible.
Porque no era el caso.
Incluso bromear conmigo misma diciendo que podría estar disponible
fue cruel. Pero no tuve el corazón para negarle a esos grandes ojos marrones
que me miraban suplicantes. Supongo que era masoquista, porque extendí mi
mano para tomar la de Finley.
—Está bien, iremos.
—¡Hurra! —Presionó el botón del lateral del walkie-talkie—. ¡Papá
Montgomery, dijo que sí! ¡Cambio!
—¡Buen trabajo, Fin! ¡Te veo pronto, cambio!
—¿Cuándo necesitas mi respuesta sobre los colores? —pregunté a Steve
mientras Fin saltaba de su asiento.
—Si quieres que coloquemos el revestimiento antes del trabajo en Frisco,
lo necesitaré en los próximos días para poder traerlo todo aquí. —Le sonrió a
Finley—. Saluda a tu papá de mi parte.
—¡Seguro! —respondió.
—Lo pensaré —dije, mi mirada volvió al verde azulado, aunque sabía
que era la elección más ridícula y ostentosa que podía hacer.
Nos despedimos mientras Steve se dirigía hacia las grúas que se cernían
sobre mi casa. De la mano, Fin y yo nos apartamos de la construcción y luego
cruzamos la duna hacia la playa.
Jackson tenía una manta extendida sobre la arena, anclada en las
esquinas con una hielera pequeña y algunas piedras.
Deja de ponerte melosa. No es una cita.
Uf. ¿Tenía que verse tan bien? Se acercó a nuestro encuentro, descalzo y
en bañador, el viento alborotaba su cabello y aplastaba su camiseta contra su
cuerpo tallado por Miguel Ángel.
—¿Hiciste un picnic? —pregunté, esperando que mi voz no le sonara tan
sin aliento como a mí. ¿Qué diablos me pasaba? No era el primer hombre
atractivo con el que estaba desde... que todo sucedió, pero era el primero que
me atraía, eso era seguro.
—No te emociones. Son solo bocadillos. —Se encogió de hombros con
una pequeña sonrisa que hizo cosas inapropiadas en mi estómago.
—¡Encurtidos, fresas y bolos! —Finley corrió hacia la manta.
—Y marea baja —comenté en voz baja. Había recordado su promesa, y 68
maldición, eso era más atractivo que su apariencia.
—Y marea baja. —Nos quedamos mirándonos el uno al otro por un
momento más de lo que sugería la amabilidad de los vecinos—. Entonces,
¿cómo ha ido tu semana? —preguntó, llevándome a la manta.
—Llena de Steve, opciones y comida para cenar —respondí, cruzando las
piernas debajo de mí y sentándome junto a Finley—. ¿Y la tuya?
—Trabajo y persecución de mocosas —dijo, sacando contenedores de la
nevera y guiñando un ojo a Finley—. Quizá pueda presentarte a Christina. Es la
esposa de Hastings. Súper sensata, agradable, todo eso. Tiene una tienda en la
ciudad, ya que te quedas atrapada ahí una semana más o menos.
—Tengo amigos —dije a la defensiva.
—¿Aquí? —preguntó, entregándome un recipiente de plástico.
—Bueno, no. Tengo a Mia y Joey en Nags Head, y Sam regresará en un
par de semanas para pasar el verano conmigo. Tuvo que volar a su casa en
Colorado para poder hacerse cargo de un par de cosas y buscar más ropa. El
resto de mis amigos están, bueno, en muchos otros lugares.
—Pues nunca está de más tener más amigos, y me alegro de intermediar
entre ustedes.
Le di las gracias y devoramos nuestros bocadillos mientras Finley me
concedía historias de su semana. Horneó galletas con su abuela, luego visitó el
acuario y el museo del barco, y tomó una lección de kitesurf.
—¿En el océano? —pregunté, dejando que mi boca colgara abierta en
exceso.
—¡Sí! Tenía puesto un chaleco. No es gran cosa. —Se pasó un puñado de
rizos rojos detrás de la oreja, revelando un puñado de pecas que no tenía ahí la
semana pasada—. ¿Puedo ir a buscar ahora? —le preguntó a su padre, ya
brincando de rodillas.
—Quédate cerca —le ordenó, y ella se fue, corriendo hacia el agua.
Ayudé a Jackson a empacar nuestro picnic, aseguré la bolsa a una gran
roca y luego nos dirigimos hacia donde Finley caminaba a lo largo de la línea
costera.
—Bien, ¿ves dónde el banco de arena tiene una pequeña ruptura en el
medio? —Hicimos una pausa donde un riachuelo de agua poco profundo
atravesaba el mar.
—¿Esa es la marea revuelta? —Entrecerré los ojos mientras estudiaba el
agua que corría desde la piscina en el banco de arena hasta el océano—. Es tan
pequeña.
69
—Claro, ahora sí. Si sube la marea, la cantidad de agua que absorbe crece
exponencialmente.
—Parece correcto. —Escaneé la arena en la orilla, esperando encontrar
otra pieza de vidrio para agregar a mi colección—. Quiero decir, siempre son las
cosas que parecen inofensivas las que terminan destrozándote, ¿verdad?
Estudió mi rostro durante unos segundos antes de asentir. —Sí, supongo
que podría decirse eso, si eres el tipo de persona que siempre buscas aguas
revueltas.
—En realidad soy todo lo contrario, por si no se nota, me pongo en
medio, pensando que es inofensivo, y me sorprendo cuando me golpea los pies,
tirándome. —Miré hacia la playa, donde Finley buscaba sola—. Entonces, ¿qué
busca?
Los ojos de Jackson se entrecerraron levemente, mirando a Finley recoger
algo. —Quiere una caracola perfecta. Salimos mucho durante la marea baja para
que pueda buscar.
Pasamos junto a una familia que construían un castillo de arena y les
ofrecí una sonrisa.
—¿Qué hará una vez que obtenga la caracola perfecta?
Jackson sonrió. —Decide que quiere algo más, y comienza esa búsqueda.
Reí. —Chica típica. Queremos lo que queremos hasta que lo tenemos, y
luego pasamos a lo siguiente.
—Eso también es la mayoría de los chicos —respondió.
—¿Tú?
Sacudió la cabeza. —Realmente no. Al menos no desde que nació Finley.
Los hijos tienen una forma de cambiar la manera en que miras el mundo y tu
papel en el mismo. —Hizo una pausa, inclinándose para agarrar algo. Pasó su
pulgar sobre el objeto y luego sonrió, entregándomelo—. Aquí tienes. Es de
color rosa. Ese color es muy raro.
Dejó caer el trozo de cristal marino en mi mano. Su color rosa melocotón
atrapó la luz del sol cuando lo volteé en mi palma.
—¡Gracias! —Crucé detrás de él y lo sumergí en el agua, dejando que la
siguiente ola se llevara la arena—. Es bonito. No me di cuenta de que había
colores así de raros.
—Oh, sí, hay clasificaciones y todo. Christina hace joyas con ellos. Su
tienda está junto a la panadería. Apuesto a que estará feliz de enseñarte todo
sobre los diferentes colores. —Arqueó las cejas de una manera obvia.
—¿Quién eres? ¿Un mediador de amigos? —bromeé. No era mala idea
familiarizarme con las tiendas locales o hacer una amiga—. Bueno. Dame la
70
dirección e iré a visitar la tienda.
—Bien. Eso es bueno —dijo asintiendo—. ¡Oye, ve más despacio!
Finley se volvió y asintió, reduciendo la velocidad de su caminata para
examinar el suelo con más cuidado.
Caminamos una distancia considerable en un agradable silencio, y dejé
que el sonido de las olas adormeciera mi cabeza en una especie de calma.
—Háblame de la camioneta.
—¿Qué? —Me sobresalté.
—La Giant F250 en tu camino de entrada, la que dijiste que te dejaron.
Cuéntame sobre eso. —Me miró con una mezcla de expectativa y paciencia,
como si supiera que eventualmente se lo diría y estuviera dispuesto a esperar.
—Esa... —Pasé mis dedos sobre el cristal marino mientras mi garganta se
apretó en advertencia—. Esa es una historia muy larga.
—¿Que no quieres contar?
—Es más complicado que eso. De donde soy, Alabama, el camión cuenta
una clase de historia por mí. Todo el mundo lo sabe. Es agradable estar en un
lugar donde yo decido si contarlo, o no. —Excluí la parte en la que mis ataques
de ansiedad impedían incluso la posibilidad de hablar de ello la mayoría de los
días.
—¿Tiene algo que ver con la razón por la que compraste la casa que el
tiempo olvidó? —Su tono era tranquilo, y mantuvo sus ojos en Finley, lo que
ayudó a que mi garganta se aflojara un poco.
—Tiene mucho que ver con eso —admití. El viento azotó un mechón de
cabello sobre mi cara, y lo retorcí alrededor de mi cola de caballo para sacarlo
del camino. Las nubes grises subieron por la costa lo suficientemente rápido
como para que pudiera seguir visualmente el movimiento—. Eso no es grave,
¿verdad? —pregunté, señalando el cielo.
—No —respondió Jackson—. Es demasiado pronto para los huracanes o
algo así. Sin embargo, podría alterar tu programa de perforación.
—¿Cómo sabes eso?
—Me encontré con Steve cuando llegué a casa y le pregunté. Por eso
también supe que normalmente pasas por aquí a esta hora a revisar el progreso.
Es asombroso lo que sucede cuando le preguntas cosas. Te va a dar todas las
respuestas. Concepto novedoso. —Su voz era plana, pero sus ojos brillaban con
burla.
—Sí. Sí.
71
—¡Papá, mira! —Finley corrió hacia nosotros con una pequeña caracola
en la mano—. ¡No es tan grande, pero está bien por hoy!
Jackson se puso a su altura para examinar su tesoro. —¡Guau! ¡Es
hermoso, Fin! ¿Valió la pena la caminata?
—¡Sí! Veré si puedo encontrar otra. Morgan, ¿quieres esta? —Sus cejas se
elevaron con interrogación, y me encontré sonriendo mucho más de lo que lo
había hecho en bastante tiempo.
—Sería un honor tenerla —le dije, poniéndome a su altura.
Se lo quitó a Jackson y me lo presentó con una floritura, como si no
reconociera que realmente hubiera sido quien me lo estuviera dando si él me lo
hubiera entregado.
—Gracias —le dije mientras lo sostenía para estudiar sus marquitas—. Lo
atesoraré.
Sonrió, enorme y ampliamente, su nariz se frunció de la mejor manera.
—¡Bien! ¡Encontraré más! —Le dio un beso en la mejilla a Jackson y luego corrió
hacia la casa, examinando la playa con una nueva intensidad.
—Prepárate para tener una colección de conchas marinas —me advirtió
Jackson mientras la mirábamos.
Agarré la caracola que me había dado en una mano y el cristal de su
padre en la otra cuando una dulce sensación que tenía miedo de identificar me
invadió.
Se parecía demasiado a la paz. Demasiado reconfortante para confiar.
—Tiene tu sonrisa —le dije en tanto la seguíamos, caminando por el
sendero donde el agua se encontraba con la arena y pasaba sobre nuestros pies
de vez en cuando.
—Gracias. Por suerte para ella, se parece más a Claire —reflexionó.
—¿Es tu esposa? —pregunté, luego me arrepentí—. Si no quieres hablar
de eso, lo entiendo completamente. No tengo ningún derecho a entrometerme.
—Estoy seguro de que me entrometí en tus asuntos —respondió con una
sonrisa que rápidamente se desvaneció—. Claire y yo nunca nos casamos. Pero
estuvimos comprometidos durante cuatro meses. —Metió los pulgares en los
bolsillos y miró hacia adelante, donde Finley cavaba en la arena—. Esa también
es una larga historia.
Caminé en silencio a su lado, decidiendo si quería compartir, lo cual era
bueno, y si no, era bueno también. No me mudé aquí para perturbar las heridas
de otra persona.
—Nos conocimos en la universidad —dijo con una sonrisa suave.
72
—¿En Maine?
—No. Ella viajó hasta a la Universidad de Boston para estudiar teatro y
drama, y yo estaba en el MIT con un legado que comenzó especializándose en
fiestas de fraternidad 101, aunque me gradué con un título en oceanografía.
Parpadeé un par de veces.
—¿Qué? ¿No me considerarías como un chico del MIT? —Su sonrisa casi
hizo nudos en mi lengua.
—No te conozco lo suficiente como para hacer suposiciones. A pesar de
que podría haberlo hecho considerando que te ves… —Hice un gesto hacia
arriba y abajo por su torso.
—¿Me veo cómo? —bromeó.
—Como si quisieras terminar tu historia. —Le lancé una sonrisa dulce
como el azúcar.
—Ajá. —Su tono goteó sarcasmo.
Algo se agitó dentro de mi pecho, como si una parte de mí hubiera
estado dormida por mucho tiempo y ahora estuviera parpadeando, buscando
despertar, protegiéndose los ojos del sol. Excepto que Jackson era el sol. Por
primera vez desde… nunca, sentí una conexión con un hombre que no fuera
Will. Aparté mis ojos de los suyos y me concentré en Finley, que caminaba
delante de nosotros.
—Conectamos en tercer año —continuó, sin darse cuenta o ignorando mi
mini alucinación—. Y luego, después de la graduación... —Desvió la mirada a la
vez que su voz se suavizaba, y supe que no estaba conmigo, sino con ella—. Me
uní a la guardia costera y Fin nació el próximo septiembre. Le propuse
matrimonio a Claire en el parto, se rio y me dijo que era idiota. —Sonrió,
sacudiendo la cabeza.
—Pero dijo que sí —supuse. No lo había tomado por un guardacostas,
pero supongo que tenía sentido. La guardia costera probablemente empleaba a
toneladas de oceanógrafos. Sin embargo, no impidió que el pánico subiera a mi
garganta. La guardia costera seguía siendo el ejército, pero él era un científico,
no uno de los de primera línea.
—Dijo que sí —confirmó—. Fue el día más feliz de mi vida.
—¡Encontré otra! —gritó Finley, agitando la caracola sobre su cabeza.
—¡Buen trabajo, cariño! —respondió Jackson.
Sin venir a mostrarnos su tesoro, Finley continuó su caza.
—Está llena de alegría, ¿no es así? —pregunté, mirándola luchar con su
cabello.
73
—Es como Claire. Tiene un poco de mi imprudencia, claro, ¿pero ese
optimismo loco? Es todo de su madre. —Su voz se fue apagando, pero luego
respiró hondo—. Nos dejó cuando Fin tenía unos cuatro meses. Recibió una
oferta para un piloto en Los Ángeles y dijo que volvería tan pronto como
terminaran de filmar.
—¿Pero no volvió? —adiviné. Esa mirada en sus ojos… todavía la amaba.
Era la misma mirada que tenía Will cuando hablaba de Peyton; melancólico
pero resignado.
Sacudió la cabeza. —Claire siempre se distraía fácilmente con las cosas
brillantes, y hay muchas estrellas brillando ahí afuera. ¿Pero quién sabe? Quizás
algún día… —Se encogió de hombros.
Mi corazón se hundió. Incluso si no hubiera amado a Jackson, ¿cómo
podría una madre alejarse de su hija y nunca regresar? —Y te convertiste en
padre soltero de una bebé.
Asintió, mirando a Fin con la mirada absorta de un padre amoroso. Era
la misma forma en la que Paisley miraba a su hijo, la forma en que mi mamá me
miraba. —Mis padres ya habían muerto, y Vivian ama a Fin desesperadamente,
así que me mudé aquí, con la única familia que nos quedaba.
—Eres realmente uno de los buenos, ¿no es así? —pregunté antes de que
pudiera detenerme.
Su leve sonrisa fue todo menos divertida. —No. Eso es lo chocante. No lo
soy. Todo lo que soy que se parezca a algo bueno es gracias a ella. —Asintió
hacia Finley—. Siempre he sido un idiota. Egoísta, descuidado, impetuoso, lo
que sea. Pero por ella, seré todo lo que necesite ser. Destrozaré el mundo para
mantenerla a salvo, y me aseguraré de no darle nada de qué avergonzarse
cuando se trate de mí.
—Y lo haces sin ninguna ayuda. Yo, por otro lado, ni siquiera podría
imaginarlo. —Apenas podía cuidarme sola, mucho menos a otra persona.
—Tengo a Sarah, nuestra niñera, y a Vivian. Se queda con Finley un fin
de semana al mes, y solía cuidar a Fin mientras estaba en el trabajo. No habría
sobrevivido a sus años de bebé sin Vivian. Brie también ayuda. Nunca he
estado solo cuando se trata de Finley.
—Brie es la pelirroja en la fiesta, ¿verdad? ¿La bonita del conjunto negro?
—Sí. Intento incluirla en lo que puedo.
Sus palabras refrescaron mi memoria. —Oh, vaya, es la otra maestra del
quinto grado en la escuela primaria.
—Sí. Te reconoció.
74
Miré a Finley encontrar otra caracola y agregarla a su colección. —¿Ve a
Claire?
Jackson apretó la mandíbula y de inmediato lamenté haber preguntado.
—La ve una vez al año si Claire decide visitarla en Navidad, y llama,
pero ella nunca ha sido buena con la rutina. Llamará una vez al día durante una
semana y luego pasarán otros tres meses sin decir nada. —Se encogió de
hombros mientras seguíamos a Finley, que ya iba en la cima de la duna—. Esa
es Claire.
No había ninguna condena en su tono. Si estuviera en esa situación, no
habría podido decir lo mismo. ¿Seguía esperando que Claire volviera?
Mi teléfono celular sonó cuando llegamos a la cima de la duna, lo que me
impidió hacer una pregunta muy personal, que no era de mi incumbencia.
—¿Hola? —respondí, tapándome el oído para escuchar sobre el sonido
de los taladros mientras nos acercábamos a la casa.
Mi agente de seguros comenzó a hablar a un millón por hora y termino
con: —Entonces, necesitaremos el número del chasis y el registro para agregarlo
a tu póliza ahora que se agotó el depósito.
Correcto. La camioneta.
Llegamos al patio trasero de Jackson y examiné la camioneta desde la
distancia. Podría abrir la puerta y agarrar todo de la guantera. Fácil. No era
como si estuviera conduciendo esa maldita cosa.
—Claro, dame un segundo y lo conseguiré —le dije a mi agente mientras
Steve saludaba desde su centro de mando.
—Solo necesito sacar algo de la camioneta —le dije a Jackson, cubriendo
el teléfono mientras nos acercábamos a Steve.
Jackson asintió cuando Finley tomó su mano, jalándolo hacia el libro de
muestras de colores.
Mi ritmo cardíaco se disparó cuando me acerqué a la camioneta, pero lo
ignoré. La doctora Circe dijo que parte del programa abordaría las cosas que
había estado evitando porque desencadenaban pensamientos sobre Will. Se
suponía que esa parte en particular comenzaría en cinco semanas más, pero
podría adelantarme un poco, ¿verdad?
—Casi llego —le dije a mi agente mientras apoyaba el teléfono en mi
hombro e ingresaba el código en la puerta del lado del conductor. Se abrió
fácilmente y usé el estribo que bajaba automáticamente para subir a la cabina.
Dios, ese olor.
El recuerdo me golpeó con fuerza.
75
—William Carter, ¿cómo diablos esperas que suba allí con estos? —Mostré mis
tacones debajo de mi vestido.
Su sonrisa detuvo mi corazón. —Te tengo, Morgan. No te preocupes. —Metió la
mano en el bolsillo de su traje azul y sacó su llavero, bajando el estribo con solo
presionar un botón—. Aunque, esto lo hará más fácil. —En un momento que pasó
demasiado rápido, estaba entre sus brazos mientras se subía al estribo y me subía a la
cabina—. No me gustaría que ensuciaras ese bonito vestido.
Me congelé, con una mano en el volante y la otra en la consola. Mi
mirada se elevó a la visera, donde se sujetaban sus alas, las que le coloqué en la
graduación. Respiré hondo, pero solo lo empeoró. Todo aun olía a Will, incluso
después de todo este tiempo. No había forma de escapar, no podía tragarme el
recuerdo no invitado, no podía detener la fuerte presión alrededor de mi
garganta que apretaba a medida que mi respiración se hacía cada vez más
rápida.
Arqueé mi cuello, tratando de hacer suficiente espacio para que el aire
fluyera libremente, pero cada gramo de aliento que inhalaba entraba espeso con
el aroma de Will. Lo amaba. Dios, lo amaba, y ahora esto era todo lo que tenía.
Se había ido. Nunca tendríamos el beso de bienvenida que me prometió, ni la
oportunidad de ser tan felices como nuestros amigos. Las lágrimas pincharon
mis ojos, no solo por los pensamientos sino por el dolor físico de mi garganta al
cerrarse.
Mi cabeza dio vueltas cuando una voz dijo mi nombre. Por favor, que sea
él. ¿Por qué seguía viva cuando alguien tan bueno como Will no?
—Nunca había visto a nadie tan hermoso como tú esta noche, Morgan.
Pero no era posible. Eso fue hace dos años y toda una vida.
Me empujé hacia la puerta y casi no piso el estribo mientras huía de la
cabina. La arena amortiguó mis pies después de caer esos últimos centímetros,
y me equilibré solo para colapsar contra la puerta detrás de mí y deslizarme al
suelo, sin importarme la sensación de rasparme la espalda cuando rastrilló el
estribo antes de que mi trasero golpeara el suelo.
Respira. Tienes que respirar.
Mi teléfono cayó cuando me llevé las rodillas al pecho. Apoyé mis codos
y acuné mi cabeza, bloqueando mis oídos así podría ahogar el sonido de su voz.
Otra voz apagada, diferente esta vez, me llamó por la furiosa cacofonía
de recuerdos que no se callaban. No querían volver a entrar en la caja en la que
los guardaba.
—¡Morgan! ¡Mírame! —Manos fuertes me agarraron las muñecas.
76
Mis ojos se abrieron de par en par, examinando el conjunto de azul
marino a solo unos centímetros. Las lágrimas caían en un flujo constante por mi
cara mientras luchaba para que entrara el aire, pero mis respiraciones llegaban
rápidamente, con jadeos chirriantes.
Jackson. Era Jackson quien había estado diciendo mi nombre. Will no se
encontraba aquí. No era posible porque estaba muerto.
—Morgan, ¿qué está pasando? —preguntó, con las cejas fruncidas por la
preocupación.
—No puedo... —me las arreglé para decir, y luego eché la cabeza atrás,
tratando de sacar el tornillo de mi garganta.
—Bien —me tranquilizó, y su agarre en mis muñecas se aflojó—. Está
bien. Solo respira.
Si fuera tan jodidamente fácil no estaría en esta posición.
—Está bien. Estoy aquí mismo.
Nuestros ojos se encontraron mientras sus pulgares acariciaban a un
ritmo constante la parte interna de mis muñecas, y despacio, muy despacio, mi
respiración se relajó para igualar el ritmo de esas caricias. Mi garganta se aflojó
en incrementos tan pequeños que no podían ser medidos.
Minutos. Horas. No sabía cuánto tiempo se quedó allí, arrodillado ante
mí, presenciando mi quiebre, pero pronto otra voz cortó la niebla.
—Mi teléfono —dije—. ¿Puedes...?
—Lo tengo. —Agarró mi teléfono y se lo puso en la oreja, y aun así me
acarició la muñeca con el otro pulgar—. Morgan no se siente bien. ¿Puede
llamarte...?
—Ayúdala. —El aire llenó mis pulmones en grandes cantidades, pero el
dolor inamovible en mi garganta permaneció.
—Soy Jax Montgomery. Soy vecino de Morgan. Acaba de preguntarme si
puedo ayudarte. ¿Qué es exactamente lo que necesitas? —Sus cejas se elevaron
un poco mientras escuchaba—. Vale. Morgan, ¿quieres que consiga la matrícula
de la camioneta?
Asentí. —En la guantera.
Sus labios se fruncieron cuando miró entre mis ojos y la puerta abierta.
—¿Estarás bien por un segundo?
Volví a asentir. Era más seguro que confiar en mis cuerdas vocales.
—Dame un minuto —le dijo a mi teléfono. Luego me acarició un lado de
la cara, pasando el pulgar por el pómulo—. Sigue respirando.
77
Mi metrónomo desapareció cuando subió a la cabina. Escuché el arrastre
de los pies, y luego el sonido de la guantera abriéndose.
La voz de él fuerte y segura le leyó la información que necesitaba para
asegurar la camioneta correctamente, dándole el número VIN y luego haciendo
una pausa antes de decir: —Está registrado a nombre de William Carter, espera,
hay una transferencia firmada por Arthur Livingston, Representante Personal
de Morgan E. Bartley. Bien. Se lo diré. ¿Eso es todo? Bien, tú también. Adiós. —
La guantera se cerró, y unas cuantas respiraciones después me las arreglé para
girar la cabeza y ver a Jackson bajarse de la cabina, lo suficientemente alto que
parecía su maldita camioneta. Era fácilmente diez centímetros más alto de lo
que Will había sido, y más ancho en los hombros, también.
Deja de compararlos.
Intenté hacer el ejercicio mental que había visto en YouTube, donde me
visualizaba a mí misma metiendo todos mis pensamientos sobre Will en la
cajita de mi cabeza y cerrando la tapa de golpe.
—Todo listo —dijo Jackson, agachándose hasta el nivel de mis ojos.
—Gracias. —Me concentré en la arena mientras mi cara se calentaba.
—Mírame.
Lentamente, dejé que mis ojos viajaran hacia arriba hasta que me
encontré con los suyos.
—Tienes ataques de pánico. No es nada de lo que avergonzarse. —Su
mirada se clavó en la mía, llevando a casa la sinceridad de sus palabras.
—Ataques de ansiedad —lo corregí. El dolor de garganta se hizo más
fuerte, y supe que no desaparecería hasta que tomara mis medicinas de rescate,
que por casualidad estaban en el hostal.
Su frente se arrugó. —¿Qué te provocó? —Cuando no le respondí, lo
adivinó—. ¿La camioneta?
Asentí. —Tengo que volver a la pensión. Mis medicinas están ahí.
Se puso de pie y me ofreció su mano. La tomé, y me puso de pie con
facilidad.
—Déjame llevarte.
—No, estoy bien. —Mis dedos se ocuparon de alejar la arena de mis
piernas—. Puedo conducir. —Dios, tenía que salir de aquí antes de que me
avergonzara más.
—Morgan, de verdad, déjame llevarte. Por favor. —Me agarró el brazo y
luego lo pensó mejor, echando la mano hacia atrás.
78
—Puedo hacerlo yo misma —susurré mientras apretaba el botón de
bloqueo de la camioneta.
—Solo quiero ayudar —dijo en voz baja cuando pasé junto a él hacia
donde estaba estacionado el Mini.
—Lo hiciste. —Me senté en el asiento del conductor y arqueé mi cuello
mientras otra ola de tensión me bañaba como una réplica. Pasé las manos por
encima del volante y suspiré en tanto mis emociones bajaban a fuego lento. Eso
estuvo mejor.
—¿Quién era él para ti? —preguntó Jackson, mirándome desde la puerta
abierta.
Cada etiqueta que podía poner a lo que tenía con Will parecía demasiado
pequeña, demasiado pálida en comparación con lo que habíamos sido y en lo
que podríamos habernos convertido, y sin embargo demasiado grande para
nuestra falta de definición.
—Todo, y nada. —Le di la verdad en los términos más simples que pude,
dándole la mejor perspectiva de mí que fue posible, sin esconder nada.
Hola. Soy Morgan. Soy un desastre.
Jackson no se acobardó, no puso los ojos en blanco ni dio un portazo. No,
eso habría hecho que esto fuera más fácil de manejar para él. En cambio, asintió.
—Vale. Puedo entenderlo. Conduce con cuidado, ¿sí? ¿Quizás puedas enviarme
un mensaje cuando llegues allí? —Soltó la puerta.
—No tengo tu número. —Antes de que pudiera ofrecérmelo, cerré la
puerta. El motor rugió cuando giré la llave, y luego me alejé del largo camino
una vez que estuvo libre. Él lo entendía. Por supuesto que lo entendía.
Y por eso exactamente no podía dejar que me llevara a la pensión.
Porque en esa playa había sentido algo. Conectamos.
No tenía nada que ofrecer e, incluso si lo tuviera, estaría condenada si
alguna vez me abriera a un hombre que estuviera enamorado de otra mujer.
Nunca volvería a cometer ese error.
Jamás.
Me harté de ser el premio de consuelo de cualquiera.
—Maldito seas, Will. Creo que me has arruinado.

79
6
Traducido por Julie & Gesi
Corregido por Danita

Jackson

—¡Buenas noches, papá! —exclamó Fin por sexta vez desde que le di el
beso de buenas noches hace dos minutos.
—Buenas noches, Fin. —Le soplé un beso pero le mostré la mirada de 80
“no estoy bromeando”.
Ella se rió en consecuencia. Apagué su luz y cerré la puerta sin protestas,
así que lo declaré una victoria.
Con Fin acostada, mi mente empezó a dar vueltas mientras bajaba las
escaleras, dándome todas las razones para no hacerlo, diciéndome una y otra
vez que no violara la privacidad de Morgan, recordándome que no me había
dado detalles por una razón.
Cogí una botella de agua de la nevera.
Ahora, si solo tuviera espuma. Y alcohol. Y cerveza. Pero me encontraba
de guardia, así que sería agua.
El clima había cambiado, lo que significaba que existía una buena
posibilidad de que me llamaran de todos modos. Con suerte, Morgan habría
logrado llegar a donde se estuviera quedando, pero no podía enviarle un
mensaje de texto ni nada. Eso habría requerido tener su número de teléfono.
Tener su número de teléfono lo convertiría en algo más que una
preocupación vecinal, no es que no le habría dado el mío si ella no hubiera
cerrado la puerta, alejándose corriendo.
Agarré mi iPad de camino al sofá, apenas mirando las gotas de lluvia que
golpeaban mi cubierta, y ya tenía el navegador abierto antes de que mi
conciencia pudiera vencerme.
Tenía que saberlo.
Al momento en que el sol brilló en las alas plateadas clavadas en la visera
del camión, tuve una sensación de malestar en el estómago.
Básicamente, había tenido náuseas durante las últimas cinco horas.
Toqué el navegador y mi teclado apareció en la pantalla. No lo hagas.
Debería esperar a que me lo dijera. Debería ser ese hombre bueno y
paciente que ella pensaba que era, capaz de sentarse tranquilamente mientras se
curaba lo suficiente como para contarme lo que le había pasado.
Pero ya le había advertido que era un imbécil egoísta y descuidado... y el
imbécil que había en mí quería saberlo. No se encontraba dispuesto a esperar.
Carter, William D. Ejército de los Estados Unidos.
Escribí el nombre que leí en la matrícula y en las placas de identificación
que colgaban del espejo retrovisor y maldije los resultados.
Un tipo de veintitantos años con pelo castaño ondulado y ojos marrones
apareció en mi pantalla en una serie de fotos sobre una lista de enlaces. Pasé por
81
alto la foto de él en uniforme e hice clic en la que sonreía. Me llevó a un perfil
de redes sociales.
La foto de la portada me detuvo en seco. Era una foto de grupo tomada
en un baile militar, con cuatro tenientes vestidos de azul y sus citas. En lugar de
una de esas fotos formales, era una foto sincera, con todos riendo, sonriendo, o
en el caso de la pareja rubia, besándose. Inmediatamente reconocí a Sam, la
chica que había ayudado a Morgan a mudarse, de pie cerca del centro con uno
de los tenientes.
A su lado se encontraba el tipo cuya etiqueta decía “Carter”.
Y ahí estaba Morgan.
Se hallaba en medio de una carcajada con un vestido infernal, su nariz
arrugada y su cabeza inclinada ligeramente hacia Carter. Tan hermosa, alegre,
sin ninguna de las sombras que la atormentaban en sus ojos. El brazo de él le
rodeaba la cintura, acercándola, y sus ojos se fijaban en los de ella con una
mirada llena de tanta admiración que casi sentí como si me estuviera
entrometiendo en algo.
Te entrometes, idiota.
Pero... miré más de cerca. No había alas en ninguno de los tenientes. Recé
para que las alas del camión fueran solo una coincidencia. Cualquier tipo de
coincidencia. Noté que la foto fue tomada hace dos años en diciembre y la
minimicé.
—Solo miraré unas pocas más —murmuré, como si fuera cualquier tipo
de excusa para lo que hacía.
Hice clic en las fotos destacadas, y la primera apareció en pantalla
completa. Era el mismo camión, cubierto de barro en medio del campo, y
apoyada en él estaba Morgan. Tenía la cabeza inclinada hacia abajo, el borde de
una gorra de béisbol granate cubriendo su cara, pero reconocería esas piernas
en cualquier parte.
La siguiente fue una toma de Will usando la misma gorra.
La siguiente... mierda. Era Morgan, con el pelo recogido sobre un hombro,
prendiendo un juego de alas plateadas brillantes en el pecho del chico mientras
éste estaba de pie con su traje azul, mirando estoicamente hacia adelante.
Joder. Esas tenían que ser las mismas alas en la visera de la camioneta.
Pasando mis manos por el pelo, dejé escapar un profundo suspiro. Luego
cerré la página de redes sociales sin mirar ninguno de sus estados y volví a la
búsqueda, haciendo clic en la historia de la noticia listada en segundo lugar.

Piloto local asesinado en Afganistán 82

La familia de William Carter ha confirmado los informes de que fue asesinado


este fin de semana en Afganistán. Carter, un ex-alumno de la Preparatoria Enterprise
convertido en graduado de West Point, cumplía su primer servicio en el extranjero como
piloto de evacuación médica cuando cayó en un pequeño fuego enemigo que siguió a un
accidente de helicóptero. Carter y su tripulación habían estado en una misión de rescate
de otro helicóptero derribado.
Según un portavoz de su unidad en Fort Campbell, Carter salvó la vida de otros
tres soldados antes de su muerte, sacando a cuatro pilotos de las cabinas de mando del
doble accidente, dos de los cuales ya habían fallecido. Yendo más allá del llamado del
deber, y con un flagrante desprecio por su propia seguridad, Carter se quedó solo,
descargando su arma para proteger a los soldados heridos, aunque él mismo había
resultado lastimado en el accidente. Murió protegiendo a los hombres heridos.
—No puedo expresar en palabras nuestro dolor por la pérdida del teniente Carter
—nos dijo por teléfono el General de Brigada Richard Donovan, el anterior CG de Fort
Rucker—. No me sorprende que haya dado su vida por otros. Es simplemente quien era
él.
William Carter pervive por...

Puse mi iPad en la mesa de café, habiendo leído más que suficiente.


Solo había una razón por la que un portavoz de la unidad sería tan
detallado a la prensa, la misma razón por la que usaron la frase deliberada:
yendo más allá del llamado del deber, y con flagrante desprecio por su propia seguridad.
Will no era solo un piloto, o el tipo del que Morgan seguía enamorada.
Era un maldito héroe.
Del tipo que recibía medallas que tardaban años en llegar.
No era de extrañar que estuviera tan destrozada. No tenía que poner al
tipo en un pedestal; él ya estaba ahí. No solo eso, sino que en el momento en el
que se diera cuenta de lo que hacía para ganarme la vida, me empujaría tan
lejos que bien podríamos vivir en lados opuestos de la isla. No es que la culpe.
Tenía mis propios problemas por culpa de la muerte de mis padres… no
podía imaginarme lo que Morgan sentía por los militares, o los pilotos de
helicópteros en general.
Y yo era ambas cosas.
Y dado lo que acababa de leer, no podría compararme con ese tipo.
Increíble.
Nunca había tenido complejos de inferioridad. Era muy bueno en lo que
hacía. Demonios, era el mejor, y me sentía orgulloso de ello. Me gradué como el
83
mejor de mi especialidad en el MIT, el mejor de mi clase en la Escuela de Vuelo,
y me garanticé mi primera elección de lugar de destino. Había completado
cientos de rescates exitosos, algunos de los cuales eran considerados imposibles
de ganar, y sin embargo nada de eso se comparaba con lo que él había hecho.
Por primera vez en mi vida, me vi obligado a ocupar el segundo lugar en
una carrera que no sabía que estaba corriendo, y el tipo iba muy por delante.
Me encontraba literalmente perdiendo contra un fantasma.
¿Desde cuándo querías ganar?
Lo pensé por un segundo, deseando que la respuesta fuera cuando ella
salió a la barbacoa, cuando caminamos por la playa hoy temprano, o incluso
cuando tuvo los signos reveladores de un ataque de ansiedad en el camión.
Pero algo me atrajo al primer momento en que nuestros ojos se fijaron en
la playa y me enganchó en el momento en que la encontré colgando de su
rellano, fresca como un pepino.
Mierda, no solo me gustaba, la deseaba, y no solo en mi cama, sino en mi
vida.
Y no tenía ninguna posibilidad con ella.
Cinco días después, el timbre de mi teléfono sonó alrededor de las diez y
media de la noche, y lo atendí antes de comprobar el identificador de llamadas.
—Montgomery —respondí.
—Es Goodwin. Tenemos una llamada de auxilio, y el otro pájaro ya está
en el campo.
—Joder. —Me levanté, corriendo en seguida hacia las escaleras—. Corre
hacia el pájaro. Estaré allí lo antes posible. —Colgué, pulsando la marcación
rápida a Sarah mientras me sacaba la ropa.
Lo tenía cronometrado en siete minutos exactos.
—¿Señor Montgomery? —respondió ella.
—Oye, odio hacerte esto, pero acabo de recibir una llamada...
—¡Estaré allí en un segundo! ¡Sigo vestida y todo! —Mi niñera de
veintiún años me colgó de inmediato.
Me coloqué mi traje de vuelo y me puse en marcha, fui al baño, tiré unas
barras de granola y una bebida energizante en mi bolso, y abrí la puerta justo
cuando Sarah llegó al umbral. 84
—¡Se está viniendo abajo el cielo! —dijo a modo de saludo.
—Sí. Gracias. Siento llamar tan tarde. —Odiaba llamarla, obligándola a
dejar lo que hacía.
—¡Es para eso que me paga! Ahora vaya a salvar a la gente. —Me hizo
señas para que me fuera y se dirigió a la sala de estar.
Me puse mi equipo de lluvia y corrí por las escaleras.
Exactamente siete minutos después de recibir la llamada, despegamos de
la estación de la guardia costera con Goodwin como mi copiloto, Moreno como
mi mecánico y Garrett como nuestro nadador de rescate.
Mientras nos dirigíamos al agua, al viento y a la lluvia, mi mente se
despejó de Morgan, su novio muerto, e incluso de Fin, dejando solo el pájaro, el
clima y la misión.
—Es hora de salvar algunas vidas —dije por la radio, manteniendo
nuestra tradición.
Y lo hicimos.
El horizonte se coloreó con el inminente amanecer cuando estacioné mi
camioneta en la entrada.
Noche. Jodidamente. Larga.
La lluvia había parado alrededor de la medianoche, justo al momento en
que regresamos del rescate, con tres pasajeros más. Apenas habíamos podido
sacar a la pequeña familia de su barco aún más pequeño a tiempo. Se había
hundido justo después de que Garrett subiera al padre a bordo.
Su mal día tuvo un final feliz: dos padres vivos, un adolescente vivo.
Subí las escaleras con dificultad, el cansancio tirando de cada músculo de
mi cuerpo. Si me dormía en los siguientes quince minutos, podría tener un buen
descanso de tres horas antes de que Fin se levantara.
Desperté a Sarah en el sofá y la envié a casa, luego me dirigí a la cocina
en busca de agua.
El refrigerador estaba lleno, tomé una botella fría del segundo estante y
cerré la puerta con la cadera, abriendo ya la tapa.
Mi teléfono celular sonó en el bolsillo trasero, y me detuve a mitad de la
bebida para sacarlo, tragando y bajando la botella cuando vi quién era.
85
—¿Claire?
—¡Hola! —Su voz era apenas audible sobre el ruido de fondo de la
fiesta—. ¿Qué haces?
Miré el reloj. —Son las cinco de la mañana, así que pensaba dormir
mientras pudiera.
—¡Oh! ¿Larga noche? —Una puerta se cerró, y el ruido de fondo cayó
exponencialmente.
—Obvio. —Me recosté contra la encimera de la cocina—. Mira, acabo de
llegar a casa del trabajo, y sé que no llamaste para hablar con Fin, así que, ¿qué
pasa? —Mi voz era tan suave como podía serlo, pero me sentía agotado.
—¿No puedo llamar para saludar? —Su risita estaba teñida de tristeza.
—Claro que puedes. Solo que no a las cinco de la mañana cuando es
claro que sigues de fiesta. —Me froté el puente de la nariz.
—Supongo que... —Suspiró—. Supongo que te echo de menos, Jax.
Hace cinco años, esas palabras habrían significado el mundo para mí. Me
habrían mantenido a la espera de su próxima llamada, a la espera de ella.
—Claire, no es a mí a quien deberías echar de menos. Es a Finley. No ha
hablado contigo en dos meses.
—Si hubiera sabido que ibas a darme un sermón, no habría llamado. No
es mi culpa que mi horario de filmación no me permita llamar.
La necesidad de regañarla iba en aumento, pero Fin era la única que
sufriría si hacía enojar a Claire y elegía no volver a llamar. —No te estoy
sermoneando. Solo soy sincero.
—¿Cómo está ella? —Su voz se suavizó.
—Bien. Feliz. Sana. Todo lo que quieres oír. —Pestañeé varias veces,
tratando de mantenerme despierto.
—¿Pregunta por mí?
—Por supuesto que sí. Eres su madre.
—¿No me echas de menos ni un poquito, Jax?
Mi estómago se hundió. —No lo hagas.
—He oído que tu nueva vecina es guapa. Brie me dijo que la conoció en
una de tus barbacoas. Dijo que parecías bastante... ¿cuál fue la palabra que usó?
¿Atraído? ¿Hechizado? Encantado. Eso era. Dijo que parecías encantado con
ella. —Su tono se volvió agudo.
Diablos, no.
—No vamos a discutir sobre ella. 86
—Oh, así que es bonita. ¿También le gusta a Finley? —Lo preguntó entre
dientes.
—No es asunto tuyo. —Espeté cada palabra, esperando que entendiera el
punto.
—Creo que tengo derecho a saber con quién pasa el tiempo mi hija, ¿tú
no?
Sacó las palabras directo de la boca de Brie. El agotamiento me despojó
de mi cautela habitual.
—No empieces. No he dormido en treinta horas, y no tengo la paciencia
para hacer esto contigo. Vuelve a la fiesta en la que estés, Claire. Me voy a
dormir porque nuestra hija se levantará en un par de horas. Quizá quieras
llamarla alguna vez. —Me tragué el resto de la botella de agua.
—Jax, no te enfades conmigo. —Su voz derramaba dulzura—. Sabes
cuánto amo a Finley. Es lo más importante en mi vida. Me estoy dejando el culo
trabajando para llegar hasta aquí, y es todo por ella. ¡Por todos nosotros! Es lo
más difícil que he hecho nunca, y te echo de menos. Extraño nuestra vida.
Lancé la botella a la basura y miré una foto enmarcada de Fin y yo en la
playa. —¿Quieres ser parte de la vida de Finley? Haz el esfuerzo. Es asombrosa
y te lo estás perdiendo.
—¿Qué hay de la tuya? —Otra vez esa maldita y burlona melodía en su
voz me hizo negar con la cabeza.
En el pasado, habría respondido con algo como “ya veremos”. No habría
cerrado ninguna puerta que le permitiera a Fin la oportunidad de tener esa
familia rodeada de una valla blanca en la que erróneamente creía que iba a
nacer. Pero ese sueño era solo eso… un sueño. Y la realidad era que me merecía
ser feliz. Tanto Fin como yo.
—¿Jax? ¿Me escuchaste? Pregunté si quieres que sea parte de tu vida.
—Claire, creo que sabemos que ese barco zarpó hace mucho tiempo.
Jadeó. —Pero, Jax…
—Tengo que irme, Claire. Si quieres volver a llamar en unas horas, Fin
estará despierta. Adiós. —Colgué antes de que pudiera rogarme que cambiara
de opinión, que le asegurara que la estaríamos esperando con los brazos
abiertos si alguna vez decidía regresar.
Siempre sería la madre de Finley, pero no era su mamá. No en la forma
en que importaba.
87

—Gracias. De verdad lo aprecio. Sarah necesitaba el día libre —le dije a


Christina mientras recogía a Finley de su tienda al día siguiente.
—No me importa hacerlo —prometió mientras mi hija dejaba sus huellas
dactilares en la vitrina más alejada de su joyería—. En realidad, es maravilloso
tenerla. Vende una cantidad sorprendente de colgantes. En serio. Además de
que es una buena práctica para cuando Peter y yo decidamos tener hijos. No es
que tenga prisa por hacerlo —agregó mientras golpeaba un trozo de madera
flotante—. Quiero decir, solo hemos estado casados por unos años. Me gustaría
tenerlo para mí un poco más. —Sus ojos marrones se ampliaron—. No es que
Fin no sea genial. Mierda. ¿Acabo de decir algo equivocado?
—Para nada —dije riéndome—. Entiendo a lo que te refieres.
—¿Por qué no vienen a cenar? Estoy segura de que a Peter le encantará
verte fuera de servicio, y soy asombrosa pidiendo pizza.
Mi reloj marcaba las cuatro y media, tiempo suficiente para llevar a Fin a
cazar caracolas y jugar una ronda de su videojuego favorito del momento.
—Gracias por la oferta, pero creo que nos iremos a casa. Últimamente ha
estado ansiosa por cazar caracolas.
—¡Papi! ¡Mira esto! —Se inclinó sobre la vitrina, estaba en un taburete y
se puso de puntillas sobre el mismo.
—No te apoyes sobre eso, cariño —le dije mientras me acercaba por
detrás—. Podrías romper el vidrio y manchar con sangre las joyas bonitas.
Me disparó una mirada de reojo propia de un adulto. —Mira el rosa. ¡Es
hermoso!
Y ahora su rostro se encontraba aplastado contra el cristal. Me estremecí
en dirección a Christina, pero me hizo un gesto despreocupado con la mano en
tanto limpiaba las otras vitrinas.
—Es hermoso —le aseguré a mi niña, observando el colgante de cristal
marino de un color rosa pálido encerrado en plata que colgaba de una cadena.
—A Morgan le gustaría.
Morgan. Transcurrió una semana y todavía no había pasado por la casa
mientras yo estuviera ahí.
—Apuesto a que sí. ¿Quieres comprárselo? —ofrecí.
—Nah —dijo, sacudiendo la cabeza. Entonces salió de donde mis brazos
88
la habían enjaulado y corrió hasta Christina—. ¿Señorita Tina? —Le tiró la
camisa, por si acaso sus palabras no fueran suficientes.
—¿Sí, dulzura?
—¿Me harías uno para Morgan? —preguntó Finley.
—¿Un qué?
—¿Un collar de cristal marino? Yo encontraré el cristal. —Sus ojos azules
eran tiernos al nivel de un cachorrito mientras se abrían con expectación.
Christina arqueó una ceja en mi dirección y asentí. Supuse que no era el
único que extrañaba a nuestra vecina.
—Por supuesto. Puedes ayudarme a colocarlo y todo —prometió.
—¡Hurra! ¡Gracias! —Saltó, lanzando los brazos en el aire. Cuando
aterrizó, corrió hacia mí—. Ahora podemos irnos.
—Bueno, ya que estás lista —respondí.
Asintió, tomando su pequeña mochila de camino a la puerta.
—¿Reconsiderarás la cena? —preguntó Christina al acompañarnos hasta
la salida—. Siempre nos preocupamos por ustedes dos, ¿o ahora son tres?
—Morgan solo es nuestra vecina. —Levanté a Fin hacia su asiento y se
aseguró sola.
—Bueno, escuché rumores en una barbacoa de que podría no ser solo tu
vecina. —Me miró de una forma que decía que esperaba una explicación.
—Ella es… —¿Qué diablos era Morgan?—. Preciosa, inteligente, graciosa
y mi vecina. Fin y yo la tomamos bajo nuestra ala porque es nueva. Hablando de
eso, le vendría muy bien una amiga aquí, y tú eres la mujer más sensata que
conozco.
Parpadeó durante un segundo.
—¿Christina?
—Oh, solo trataba de decidir si sensata era el cumplido que esperaba.
¿Divertida? ¿Extrovertida? ¿Asombrosa? —sugirió.
—De acuerdo, eres la mujer más divertida, extrovertida y asombrosa que
conozco. Además, creo que se llevarían muy bien.
Morgan podría negarlo todo lo que quisiera, pero tenía que sentirse sola.
Tenía trabajo, amigos y a Fin, e incluso a veces me sentía solo. Una vez que Sam
se fuera después del verano, todo lo que ella tenía era una casa.
—Haz que pase por la tienda. Me aseguraré de no asustarla.
89
Me froté la nuca. —Sí, no estoy seguro de poder lograr que lo haga. Ya lo
intenté una vez, pero está en la carrera de ermitaña en este momento. Te juro
que es asombrosa.
—¿Entonces, quieres que vaya a su casa y la asuste? —Me miró a los ojos.
—Algo así. La semana que viene, ¿quizás? ¡Está justo al lado de nosotros!
¡Gracias! —Me subí al Land Cruiser y lo puse en marcha.
—Ajá —dijo a través de la ventanilla abierta—. ¡Te tiene loco! —gritó.
—¡Solo es mi vecina! —le respondí mientras salía del estacionamiento.
Después de lo que había descubierto sobre su pasado, eso era todo lo que me
dejaría ser.
Doblamos en nuestra calle unos minutos más tarde. La mejor parte de
vivir en una isla era que el viaje era casi inexistente. Fin sacó la mano por la
ventana, dejándola ondear en el viento durante los últimos ochocientos metros.
Sí, estaríamos bien, incluso si Claire nunca arreglaba su mierda en el
departamento de crianza.
Noté dos cosas al mismo tiempo cuando entré en nuestro camino de
entrada. La primera era que Morgan se encontraba en casa, o al menos su Mini.
¿La segunda? Vivian también había venido.
Esto tenía el potencial de volverse verdaderamente incómodo.
Estacioné y Fin ya se estaba desabrochando cuando abrí la puerta. Saltó a
mis brazos y la acomodé sobre mi costado, cerrando el garaje detrás de nosotros
mientras la llevaba por el frente de la casa.
—¡Morgan! —gritó Fin sobre el sonido de los hombres que bajaban de su
techo casi terminado. Habían hecho un gran progreso en comparación a cuando
me fui esta mañana. La mitad era de tejas y parecía que habían terminado por el
día. Incluso lograron salvar esa vieja veleta, que dos de los techadores anclaban
a su posición original.
No había señales de Vivian, lo que significaba que probablemente se
hallaba en la casa.
—¡Fin! —Morgan saludó desde donde se encontraba al lado de Steve y
después perdió el control del libro de bolsillo que sostenía. Se inclinó a toda
velocidad para recuperarlo y lo dejó sobre la mesa de dibujo mientras nos
acercábamos.
Me llamó la atención la extraña necesidad de obtener una copia de lo que
estuviera leyendo. En mi experiencia, lo que alguien leía te decía casi todo lo
que necesitabas saber sobre su persona. Claire prefería el drama, cualquier cosa
que avivara su imaginación. A Garrett le gustaban las biografías de guerra. A
Sawyer no le gustaba leer. Nunca. ¿Yo? Iba por Griffin, Clancy o cualquier cosa 90
que me sacara de mi vida por un minuto.
¿Qué le interesaba a Morgan? ¿Leía literatura de chicas? ¿Romance? ¿No
ficción? ¿Le interesaba el horror? ¿O la comedía era más lo suyo?
Dejé a Finley en el suelo una vez que llegamos a la mesa de dibujo,
manteniendo mis ojos por encima de su camiseta sin mangas color turquesa y
lejos de esos diminutos pantalones cortos blancos. Tendría que unirme a un
grupo de apoyo si no podía deshacerme de mi obsesión con sus piernas.
—¡Te extrañé! —dijo, bajando al nivel de mi hija y abrazándola.
Bueno, mierda. Por primera vez me sentía celoso de mi niña.
—¡Yo también te extrañé! ¡Y casi tienes techo! ¿Regresarás pronto?
—Cuatro días —prometió Steve, a pesar de la mirada incrédula de
Morgan—. Te sorprendería lo rápido que va un techo —terminó mientras
empacaba sus cosas.
—¿Cómo has estado? —le preguntó ella a Fin.
Parloteó a toda velocidad durante un minuto, contándole todo sobre sus
días, como si se hubiera ido durante una eternidad.
De acuerdo, tal vez se sintió bastante tiempo.
Asintió obedientemente, agregando una palabra aquí y allá mientras
Finley saltaba de un tema a otro y ahora le contaba algo relacionado con Doc
McStuffins.
Su sonrisa me golpeó en el estómago como un tren de carga. Mierda,
estaba en problemas.
Compartió esa sonrisa conmigo cuando levantó la mirada, y le respondí
con una de las mías, sabiendo que no había esperanza de pronunciar una
palabra ahora que mi hija comenzó su racha.
Y ahora pasó al gato de Christina.
—¿Jackson? —Mi estómago dio un vuelco ante la cautela en la voz de
Vivian detrás de mí.
—¡Hola, abuela! —gritó Fin, rompiendo su parloteo para abrazarla, luego
se giró para continuar con su historia, que se había trasladado al menú del
almuerzo en su escuela.
—¿Podemos hablar? —preguntó Vivian en voz baja—. Claire llamó esta
mañana por… lo que sucedió anoche.
Los ojos de Morgan se encontraron con los míos.
Las cejas de Steve se alzaron.
91
—Fin, ¿por qué no vamos…? —Miró el entorno en busca de un destino.
—Hemos terminado por hoy. —Steve gesticuló hacia su equipo mientras
bajaban del techo—. Puedes mostrarle el progreso —sugirió.
—¡Parece una gran idea! ¡Entonces puedes terminar de contarme todo
sobre tus comidas favoritas! —Morgan le tomó la mano y agarró su bolso de
playa.
—¡Oh! ¡Hay macarrones con queso y pizza! Y helado y…
Le lancé una mirada de agradecimiento y asintió, ya caminando hacia su
casa, fuera del alcance del oído.
—Y yo iré… a otro lugar —dijo Steve con un asentimiento—. Siempre es
bueno verla, señora Lewis. —Entonces caminó a toda velocidad hacia el equipo
más cercano.
—Hola, Vivian. —Me giré hacia un lado para poder ver a Fin de reojo y
prestarle atención a la que habría sido mi suegra.
—Es encantadora —remarcó con una ligera inclinación en sus labios—.
Buena con Fin, también.
Observé mientras le ponía a mi hija su sombrero flexible, que tapó por
completo su pequeña cabecita. —Sí, lo es. Tuvimos suerte en el departamento
de nuevos vecinos.
—Oh, Jackson. —Sus hombros se hundieron—. Claire estaba tan alterada
esta mañana.
—¿Ah sí? —Me crucé de brazos mirando a Morgan y Fin sentadas sobre
una manta extendida mientras le señalaba los cambios en la casa.
—Se encontraba muy alterada. Hablando sobre cómo no la querías en la
vida de Fin y que ni siquiera la habías puesto al teléfono. —Alisó su melena
plateada hasta la barbilla, que era su muestra más evidente de estrés.
—¿Y crees que yo le diría eso?
Tragó y apartó la mirada. —Bueno, no. Eso no parece propio de ti, pero
Claire lloraba y tenía una actitud feroz.
—¿Te dijo que llamó desde una fiesta a las cinco de la mañana en nuestro
horario?
Sus cejas se alzaron. —¿Qué? No.
—No pidió hablar con Fin, y de todos modos no iba a despertarla tan
temprano. Le dije que volviera a llamar en unas horas cuando Fin estuviera
despierta —dije con suavidad. Odiaba mostrarle la mierda de su hija. No era su 92
culpa que Claire fuera… lo que sea que fuera.
—Oh. —Se llevó la mano al rostro y alisó algunas líneas en su frente—.
Ahora me siento tonta.
—No te sientas así. Ambos sabemos lo buena actriz que es.
—Lo sé, pero no es propio de ella enojarse tanto por… —Cerró la boca y
apartó la mirada.
—Por mí —suministré, sabiendo que esa era la verdadera fuente de su
diatriba.
—Sé que no es asunto mío lo que sucede entre ustedes dos.
Me reí. —Vivian, hace años que no sucede nada entre nosotros. Siempre
será la madre de Fin, pero…
Uno de los techadores gritó y mi atención se dirigió a la línea del techo
donde el hombre resbaló y comenzó a caer. Se me apretó el estómago cuando
extendió los brazos y no pudo detenerse, dirigiéndose hacia la enorme veleta de
bronce que se alzaba a la mitad del techo, justo encima de…
—¡Morgan! —grité, ya corriendo cuando el tipo se estrelló contra la
escultura. El sonido de madera rompiéndose fue seguido instantáneamente de
la veleta soltándose—. ¡Arriba de ti!
Sus ojos volaron desde el techo a los míos, luego volvieron a subir a
donde cuarenta y cinco kilos de bronce caían en picado hacia donde se hallaba
sentada con Fin.
Oh, Dios, yo no podía alcanzarlas.
Las iba a golpear.

93
7
No tengas miedo de volver a arriesgarte, ¿de acuerdo?

Traducido por Julie


Corregido por Danita

Morgan

Oh Dios.
No había tiempo. 94

Empujé a Finley de lado, bajándola en un lío de rodillas y codos, y usé mi


impulso para rodar con mis brazos alrededor de ella. Mientras el cielo llenaba
mi visión, también lo hacía el trozo de muerte que caía, y tiré todas mis fuerzas
en el movimiento.
¡Mantenla abajo!
Aterricé en la cima, curvándome tanto como me fuera posible alrededor
de ella. El objeto se estrelló contra el suelo con un estruendo en el mismo
milisegundo.
La arena y las rocas me golpearon el costado de la cara.
Mi corazón se estrelló contra mis costillas, con un ritmo ensordecedor.
—¡Finley! ¡Morgan!
Podía oír el pánico en la voz de Jackson, así que no había muerto.
¿Verdad? Y Finley respiraba debajo de mí, así que ella tampoco.
—¡Oh, gracias a Dios! —gritó Jackson, patinando hasta detenerse junto a
nosotras y cayendo de rodillas—. ¿Se encuentran bien?
Las palabras no se formaron, así que asentí con la cabeza.
—Estoy bien —anunció Finley, su voz apagada debajo de mí.
Ella está bien. Está bien. Está bien. Caí de lado, quitándole mi peso a Fin, y
Jackson de inmediato la abrazó contra su pecho.
—¿Estás bien? —preguntó de nuevo, empujándola a la distancia del
brazo, revisándola para ver si tenía heridas.
Me senté despacio mientras los trabajadores y la abuela de Fin venían
corriendo.
La veleta en la que había insistido tanto se había caído del techo. Dios,
era enorme.
—¡Estoy bien! —le prometió Finley.
Aterrizó justo donde habíamos estado hace un segundo, la enorme flecha
atravesando el borde de la manta y clavando la tela en el suelo.
—¿Segura? —Las manos de Jackson le recorrieron rápidamente sus
miembros, sin duda buscando huesos rotos.
Alguien me ayudó a ponerme de pie, y yo vacilé, con el corazón al
galope. Sintiendo algo húmedo en mi cara, me alejé del grupo. ¡De todas las
veces que podía llorar!
Llegué hasta la base de mis escalones temporales antes de que me
envolvieran un par de brazos y me presionaran contra un pecho firme y cálido.
La asombrosa combinación de océano, limoncillo y jabón llenó mis pulmones 95
mientras lo respiraba.
Jackson.
—Por favor, dime que estás bien —me suplicó, con su barbilla apoyada
en la parte superior de mi cabeza.
—Estoy... bi-bi... —balbuceé, mis rodillas empezaron a temblar. ¿Qué
demonios me pasaba?
Se echó hacia atrás, haciendo un gesto de dolor por algo que vio en mi
cara y luego me escaneó el cuerpo. —¿Estás herida?
Sacudí la cabeza.
—Dime si te duele algo más.
¿Algo más?
Sus manos bajaron por mis brazos, luego mis costillas justo debajo de mis
pechos, sobre mi vientre, después enmarcó mis caderas, sus ojos se reunían con
los míos cada pocos segundos para ver si me estremecía.
Luego hizo lo mismo desde la mitad del muslo hasta mis tobillos. —¿No
hay dolor?
Sacudí la cabeza. —Estoy bi-bi-bien —me las arreglé para decir.
Se puso de pie, así que mis ojos se hallaban a la altura de su pecho. —No
te ves bien. Estás sangrando —dijo con suavidad, rozando mi mejilla con su
pulgar y saliendo rojo.
Ah, así que esa era la humedad.
—Estoy bien. Puedo lavarme. —Al menos mi boca funcionaba de nuevo.
Me volví hacia mis escaleras, pero mis rodillas se tambalearon.
—Sí, no. —Jackson me levantó, poniendo un brazo detrás de mi espalda
y el otro detrás de mis rodillas—. Te tengo.
—¿Qué me sucede? —pregunté mientras me temblaba la mano. ¿Era un
ataque de ansiedad? Nunca se habían presentado así.
—Subidón de adrenalina. No tiene adónde ir —explicó él mientras me
llevaba a través de mi patio, pasando por la pequeña reunión de los miembros
del equipo de construcción—. Pasará en unos minutos, tal vez un poco más.
—Puedo limpiarme la cara —protesté cuando llegó a su entrada.
—Morgan, acabas de salvar la vida de mi hija. ¿Podrías dejar que te
ayude, por favor? —me gruñó.
Estudié su cara mientras subía las escaleras. Su mandíbula se flexionó,
sus labios se presionaron en una línea, y en sus ojos, había un miedo salvaje.
Por supuesto que había tenido miedo. Casi perdió a Finley. 96

Todo porque la llevé a la casa cuando Steve me dijo que ya habían


terminado por hoy. Casi hago que maten a Fin.
El interior de su casa no era exactamente lo que yo esperaba. Ni siquiera
sabía qué esperar de Jackson. La decoración era simple, limpia, una mezcla de
azules costeros y ricos tonos de madera con detalles blancos. Las paredes se
encontraban decoradas con arte enmarcado que asumí que había sido hecho por
Finley.
Me llevó a través de la sala de estar hasta la cocina, poniéndome con
cuidado en la encimera de granito cerca del fregadero.
Grité cuando la piedra helada entró en contacto con mi piel calentada por
el sol.
—¿Qué te duele? —preguntó inmediatamente, escudriñándome como si
pudiera ver a través de mi ropa y mi piel.
—Nada. El granito está frío —murmuré, poniendo las manos en el borde
de la encimera.
—Oh. Bien. Lo siento. Espera aquí.
Desapareció, y yo estudié su cocina. Tenía forma de U, la abertura daba a
la sala de estar. Una larga losa de granito a la izquierda servía como barra de
desayuno. Un pequeño comedor llenaba el espacio de la puerta corrediza de
cristal, y a un lado, un rincón de juegos estaba lleno de juguetes en contraste
con la cocina inmaculadamente limpia.
¿También mantiene su dormitorio así de limpio?
Pestañeé para quitarme esa idea de la cabeza. Dios, ¿este temblor iba a
parar pronto?
Regresó, puso un botiquín en la encimera, y luego me envolvió con una
suave colcha alrededor de los hombros, rodeándome con sus brazos por el más
mínimo momento. —Eso debería ayudar —dijo con voz suave.
—Gracias. —Acerqué la manta.
—Esa es mi oración. —Me tomó la barbilla entre el pulgar y el índice,
luego inclinó mi cabeza con suavidad para examinar mi mejilla.
—Finley se encuentra bien, ¿verdad?
—Está bien. Las dos están bien. —Esa última parte fue casi un susurro.
Mi corazón galopaba mientras la adrenalina seguía su curso, y la vista de
sus labios tan cerca de los míos no ayudaba a disminuir su cadencia. —Tu casa
es hermosa —dije, tratando de pensar en algo más que en lo que acababa de
suceder... o en el calor de sus dedos. Esos eran temas peligrosos.
97
—Gracias. Funciona para nosotros —dijo de esa manera que tenían los
chicos de descartar los cumplidos y me dio una media sonrisa. Era bueno bajo
presión.
Intenté recomponerme mientras él mojaba un trapo en el fregadero de la
cocina, pero regresó más rápido de lo que yo pude manejar la hercúlea tarea.
—Te cayó arena encima y algunas rocas, a juzgar por tus cortes. Quiero
limpiarlo. —Hizo una pausa—. A menos que prefieras que vayamos a la clínica.
—No. Aquí está bien. —Moví mis piernas para que pudiera acercarse lo
suficiente para hacerlo.
Se metió entre mis muslos, sus caderas descansando contra la parte
interior de mis rodillas desnudas. Piedad. El calor que me recorría el cuerpo no
tenía nada que ver con la calidez de la manta y sí con su proximidad. Tenía que
ser la adrenalina, ¿verdad? ¿Uno de esos mecanismos de defensa por casi morir?
Es porque él es tan hermoso como el pecado, idiota.
—Este parece el peor, pero no es demasiado profundo —murmuró,
acunando el lado ileso de mi cara con dedos cálidos y suaves mientras evaluaba
el otro.
—Está bien. —Mentalmente enumeré todas las razones por las que no me
permitía estar atraída por este hombre y recé para que mi cuerpo se uniera al
programa.
Una, estaba bastante segura de que seguía enamorado de su ex y al
parecer había pasado algo con ellos anoche.
Dos, vivía en la casa de al lado, lo que significaba que cuando lo que no
iba a permitir que pasara de todas formas no funcionara, me quedaría atrapada
viéndolo cada maldito día.
Tres...
Siseé cuando la toalla de baño rozó una lastimadura a lo largo de mi
pómulo.
—Lo siento. —Le dio un toquecito suave a la piel.
—No te preocupes —respondí, tratando, sin éxito, de mantener mis ojos
en cualquier lugar menos en los suyos.
Tres, sus ojos eran demasiado azules. Azules como el mar. Un maldito
azul impecable. Eso era una estafa porque... bueno, me distraían demasiado.
¿Quién demonios quería estar distraída todo el tiempo de esa manera? Nunca
lograría hacer nada.
Cuatro, me encontraba en medio de una terapia bastante intensiva y no 98
tenía nada que ofrecer. Mi tanque emocional estaba vacío, y eso no era justo
para él.
Cinco...
—Esto podría doler.
Exacto. Lo había dicho perfecto. Ya me había tragado todo el dolor que
podía soportar cuando se trataba de relaciones.
—Ya lo sé. —Pero aun así no dejé de mirar su boca.
Aplicó un antiséptico, teniendo especial cuidado con un par de cortes, y
yo acogí el aguijón, usándolo para mantenerme centrada.
—No creo que necesites puntos de sutura.
—Eso es bueno. —Me miré las manos. Al menos dejaron de temblar.
¿Cómo diablos dejé que eso sucediera? Debí haber sabido que no debía llevar a
Finley tan cerca de la construcción.
—No sé cómo agradecerte —dijo.
Mis ojos se fijaron en los suyos.
—¿Agradecerme? Casi hago que la maten.
Su frente se frunció mientras apoyaba las manos a ambos lados de mí y
se inclinaba hacia adelante.
Mi aliento se detuvo.
—Morgan, eso no fue culpa tuya. Steve dijo que ya habían terminado por
hoy. No tenías forma de saber que ese tipo se caería. Fue un accidente, simple y
llanamente.
—Estuvo tan cerca —susurré—. Ella... estuvo tan cerca. —Solo la idea de
perder... No vayas allí.
Apoyó su frente contra la mía y abrumó mis sentidos. Vista, olor, tacto,
oído... todo era Jackson. —Estuvo demasiado cerca. Pero la salvaste. La sacaste
del camino y la protegiste con tu propio cuerpo.
—Cualquiera lo habría hecho. —Mi ritmo cardíaco aumentó de nuevo.
Su cabeza se levantó mientras me acunaba la cara. —No, mucha gente se
habría zambullido al otro lado, hacia la seguridad. Te pusiste deliberadamente
entre Finley y cincuenta kilos de bronce afilado. Eso es extraordinario. —Su
mirada cayó a mis labios—. Eres extraordinaria.
No para ti. NO PARA TI. Mi sentido de auto-preservación me gritó que
corriera hacia el otro lado, pero un anhelo por él corrió por mis venas,
accionando interruptores que habían permanecido inactivos durante casi dos
99
años. Toda esa adrenalina fue reemplazada por algo mucho más peligroso:
necesidad.
Bajó la cabeza...
La puerta se abrió de golpe y Jackson se retiró.
Antes de que pudiera procesar lo que casi había sucedido, Sam se paró al
borde de la cocina, con los ojos bien abiertos.
—¡Ni siquiera puedo dejarte sola durante dos semanas! —exclamó antes
de cruzar el suelo y abrazarme—. ¿Estás bien? Steve y Finley me dijeron lo que
pasó. Ambos están muy preocupados ahí abajo. —Me agarró por los hombros y
se echó hacia atrás para verlo por sí misma—. Auch.
—¡Es solo un rasguño, y llegas dos días antes! —Nunca había estado tan
feliz de verla en toda mi vida.
—¿Es eso una queja? —Arqueó una ceja.
—Nunca.
—Bien, porque odiaría ver lo que hubiera pasado en otros dos días —
bromeó con una sonrisa temblorosa antes de darme otro abrazo.
—Yo también —susurré, bloqueando los ojos con Jackson sobre su
hombro.
Sí, lo vi todo muy claro; lo fácil que sería entrar en algo para lo que no
me sentía preparada, asumiendo que no malinterpretaba sus señales. Qué
increíble se sentiría besarlo, tener esos brazos esculpidos a mi alrededor por
más de unos minutos.
Qué imposible sería sobrevivir cuando mi corazón arruinado se rompiera
inevitablemente de nuevo.
Sam había aparecido justo a tiempo.

—Eso suena un poco duro —le dijo Sam a la doctora Circe mientras se
sentaba en el sillón junto al mío cuatro días después.
—No se trata de ser dura —respondió la doctora Circe con voz suave—.
Se trata de que tanto Morgan como yo seamos conscientes de cómo la muerte
de Will la ha cambiado. Te ha elegido como su persona de apoyo en este
proceso, y sé que tiene una inmensa confianza en ti. No serás dura.
La mirada de Sam se dirigió hacia mí.
—Adelante —la animé.
100
Sam tragó y miró a la doctora Circe. —Antes de que ocurriera, Morgan
no tenía miedo. Dominaba cada habitación en la que entraba y nunca dudaba
en hacerle saber a nadie lo que pensaba. Tenía una sonrisa que iluminaba la
mitad del estado, y ella... salía más, supongo que se podría decir eso.
Me echó un vistazo y yo asentí.
—Era una especie de mariposa social, y era feliz. No todo el tiempo, por
supuesto... nadie es feliz todo el tiempo. Ella y Will tuvieron algunas peleas
legendarias, y su temperamento era rápido, pero cualquier emoción que sintiera
estaba ahí para que el mundo la viera. Siempre fue valiente. —Se volvió hacia
mí—. Siempre envidié eso de ti. Nunca tuviste miedo de hablar y luchar por lo
que querías. Nunca huiste de las cosas difíciles como yo lo hice.
Me costó toda la energía que pude reunir sostener su mirada mientras
trataba de recordar a la chica que describió.
—¿Y ahora? —preguntó la doctora Circe.
—Estás callada —me dijo Sam, como si fuéramos solo nosotras dos y no
estuviéramos en mi tercera sesión de terapia para sanar el duelo complicado—.
Escondes tus emociones, y no sé si es porque eres increíblemente fuerte o tienes
miedo de que la gente que te quiere no pueda soportar lo que hay dentro.
Me concentré en mis manos juntas que descansaban en mi regazo.
—Está evitando al resto de nuestros amigos, lo cual es algo que nunca
hubiera hecho antes de que Will muriera, y desearía que no sintiera que tiene
que hacerlo. Se ha retraído tanto que le faltan unos cuantos gatos para ser un
cliché, y no se abre a la más mínima posibilidad de volver a ser feliz algún día.
Porque no es posible. Me guardé el pensamiento para mí misma.
—Pero sobre todo, está triste. Tan condenadamente triste. Esa luz que
siempre ha tenido dentro sigue ahí. La veo parpadear de vez en cuando, pero es
casi como si la tuviera enterrada, y solo quiero ayudarla a recuperarla. —Se
estiró y me cogió la mano.
—Lo hará —prometió la doctora antes de cambiar de tema, detallando lo
que traerían las semanas restantes de terapia. No había hecho las paces con el
hecho de que iba a tener que hablar a fondo sobre la muerte de Will la semana
que viene, pero sabía que tenía que intentarlo. Tenía que vencer el instinto de
retraimiento y encontrar cualquier chispa de luz en mí que aún viviera.
Estábamos a punto de terminar por hoy cuando Sam levantó el dedo.
—Una cosa —le dijo a la doctora Circe y se movió para enfrentarme—.
Necesito que sepas que sigues siendo tú. Las cosas que te hacen increíble no han
cambiado, Morgan. Sigues siendo muy valiente, y si no lo sientes, mira lo que
estás haciendo ahora. Esto requiere un coraje increíble. Mira cómo salvaste a
Finley el otro día. Sigues siendo la amiga que antepone a los demás... 101

—¿Como, por ejemplo, hacer que te quedes aquí las próximas trece
semanas mientras yo trato de arreglar mis cosas? —me burlé con una voz
aguada.
—Basta. Me acogiste cuando no tenía ningún otro sitio al que ir. Nunca
me juzgaste por mis elecciones, y aún no lo haces. Tu dolor por Will es tan
profundo como tu amor, y eso no es algo de lo que avergonzarse. Estoy tan
orgullosa de ser tu amiga.
Me jaló contra ella en un incómodo abrazo por encima del brazo de la
silla, y sentí que se me escapaban dos lágrimas. Puede que estuviera orgullosa
de mí ahora, pero sabía que lo peor estaba por venir. Había evitado lo peor del
dolor durante los últimos dos años, y eso tenía un precio.
8
Apóyate en nuestros amigos, Morgan. Dios sabe que has dejado que se
apoyen en ti.

Traducido por Anna Karol & Sofía Belikov


Corregido por Jadasa

Morgan

—Entonces, ¿dónde estamos? —le pregunté a Steve, dándole una taza de 102
café mientras él permanecía de pie junto a la encimera de mi cocina. Las dos
semanas y media más largas de la historia, pero estábamos de vuelta en mi casa.
—Gracias. —Tomó un sorbo y luego hojeó su carpeta—. Bien, los nuevos
pilotes de hormigón están en su sitio para la cubierta, y los de soporte para los
cimientos están perfectamente colocados, soltamos los estabilizadores, y tu casa
sigue en pie, lo cual es bueno puesto que te mudaste hace tres días.
—Considerando que me dijiste que había muchas posibilidades de que
tuviéramos un problema importante durante ese proceso, lo considero una
victoria. —Levanté mi taza y él sonrió.
—Yo también. Tu cabeza se ve mucho mejor, por cierto. —Hizo un gesto
hacia donde mis cortes eran solo pequeñas líneas rosas en mi frente—. No
puedo decirte cuánto lo siento.
—Basta. Me lo has dicho al menos dos veces al día desde que ocurrió. No
fue tu culpa.
—Aun así. Crecí con Claire, y solo pensar en lo que podría haber
pasado... —Sacudió la cabeza.
—¿Creciste con la madre de Fin?
—Sí. —Sonrió—. No había ningún chico en la escuela que no estuviera
medio enamorado de ella, y supongo que eso no cambió en la universidad,
viendo cómo Jax sigue esperando que vuelva. El chico no ha tenido una relación
seria desde que ella se fue. De todas formas, siento mucho que haya pasado.
Aparentemente, compartir en exceso era un mal hábito en todos los
pueblos del sur.
—Estoy triste porque la veleta se ha roto. Es una pena perder algo que ha
estado en la casa tanto tiempo.
—¿Incluso si tratara de asesinarte?
—Bueno, cosas más fuertes lo han intentado y han fallado. —Me encogí
de hombros—. ¿Qué tal esta monstruosidad? —Señalé la columna muy grande
y visible que ahora recorría desde el techo, a través del nivel del garaje hasta la
superficie de abajo. Era cierto que era una gran adición para cualquiera que
considere ganarse la vida con el baile exótico, pero no me gustaban mucho ni la
monstruosidad ni el agujero que habían hecho en cada piso de mi casa durante
la instalación. La inversión de cinco mil dólares fue conducida directamente al
dormitorio principal, aunque ni siquiera me había planteado empezar esa parte
de la remodelación.
—Se instaló bien, y... Oh, estás hablando de la estética, ¿no?
Arqueé una ceja. 103

—Lo esconderemos tan bien como podamos una vez que comencemos la
parte interior de la remodelación. —Pasó a la página que despreciaba—. Ya
estás en un poco más de cincuenta mil.
Auch. No es que no supiera que acumulaban los cargos. Había firmado
suficientes cheques, pero Señor, eso fue un golpe en la barriga, o, mejor dicho,
en la cartera.
—Bien, y eso es para el nuevo techo, los cimientos de la casa y el
cobertizo para botes…
—Tanto como sea posible —repitió Steve—. Si el océano sube, no hay
nada que podamos hacer para mantener el agua fuera del garaje. La casa está
construida para que el agua pase por debajo de ella. El cobertizo para botes es
otra historia.
—Correcto. Lo entiendo. —Las náuseas se me subieron a la garganta al
pensar en el camión de Will siendo tragado por las aguas de la inundación—.
¿Y después?
—Se compraron todas las ventanas. Las tengo guardadas. También las
persianas para tormentas y la madera para las nuevas cubiertas.
—¿Y dónde nos deja eso?
Volvió a su calendario. —La construcción de la cubierta comenzará una
vez que terminemos en Frisco. Deberían ser otras dos semanas, y la instalación
de las ventanas en tres. Siéntete libre de empezar a destrozar el interior ahora
que tus cimientos están reforzados.
Ahora que tus cimientos están reforzados.
La frase dio vueltas por mi mente cuando terminamos la charla de
programación y lo acompañé hasta la puerta.
De pie en la sala de estar unos minutos después, miré al océano por la
puerta abierta. La brisa era pesada con la sal y la humedad, pero mejor que el
aire estancado dentro de la casa.
Unas pocas semanas y recuperaría mi cubierta en lugar de esta tosca X de
madera clavada en la parte inferior de la puerta, al estilo de una puerta de bebé.
Como si fuera a olvidar que no había una cubierta allí y caminara hacia la nada.
Pero los pilotes se encontraban dentro, preparados para soportar lo que
vendría después.
Los cimientos de la casa estaban listos. Los míos todavía se sentían
agrietados.
—Oye —dijo Sam cuando bajaba las escaleras, recogiendo su cabello en
una cola de caballo—. ¿Estás lista?
104
Eché un vistazo a la pequeña grabadora de casetes que se hallaba sobe la
encimera junto al refrigerador y me acobardé.
El martes había sido brutal. Resultó que la base de la terapia de duelo
complicado consistía en contar la historia de la muerte de Will una y otra vez…
y después escucharme contándola todos los días en ese maldito reproductor de
casetes, solo para grabarla de nuevo la semana siguiente y así sucesivamente. Se
suponía que iba a disminuir el impacto emocional, que parecía más bien como
ducharse antes de un tsunami. O, en mi caso, como si la ducha hubiera
provocado el tsunami. Todavía era un desastre en lo que respecta a la parte de
las instrucciones que decía: ahora visualízate guardando el recuerdo, al igual que se
guarda la grabadora.
—No quiero hacerlo. —En lugar de eso, me serví otra taza de café.
—Bien, y sabes que respeto tus elecciones, así que te daré una. —Sam se
subió a la encimera de la cocina junto a la grabadora—. Puedo reproducir este o
el que grabé en mi teléfono antes de darme cuenta de que estábamos usando ese
artefacto de tecnología antigua.
Eso le hizo ganar un poco de atención.
—Persona de apoyo, ¿recuerdas? Así que escuchamos, ¡y luego puedes
elegir tu recompensa!
—Ya está hecho. —Señalé el libro de tapa dura de La Señora Dalloway que
descansaba sobre la encimera de la cocina, mi señalador asomándose desde la
mitad de la novela.
—Virginia Woolf no es una recompensa. Es un deber —desafió.
—Resulta que me encanta Virginia Woolf. En realidad, he leído tres
cuartas partes de todos sus libros, para que lo sepas, cerebrito matemático. —
Hice una cara que la hizo reír.
—Ajá. —Murmuró algo acerca de las carreras de literatura a medida que
buscaba en el cajón de la izquierda y sacaba panfletos—. Ya hemos hecho
pedicuras y el acuario…
Alguien llamó a la puerta. Le puse a Sam una falsa cara de pena y corrí
hacia el vestíbulo.
—¡Papá tiene el día libre! —exclamó Finley antes de que yo tuviera la
puerta completamente abierta.
—Ah, ¿sí? —Le sonreí.
—¡Sí! ¡Y vienes con nosotros! —Dio un salto.
—Ah, ¿sí?
—Espera, se supone que debo preguntarte eso. —Frunció el ceño—.
105
Vamos a la apertura de la tienda de surf. ¿Quieres venir? —La esperanza y la
luz en sus ojos hicieron casi imposible negarme.
—¡Claro que sí! —respondió Sam por mí, pasando su brazo alrededor de
mi hombro—. ¡Mira, Morgan, tu recompensa ha aparecido como por arte de
magia!
Mi pecho se apretó.
—¿Recompensa? —preguntó Finley.
—¡Sí! ¡Morgan tiene que hacer una tarea rápida, y luego irá enseguida! —
Sam me echó una mirada que me dijo que no escapé de la tarea que me dieron
en terapia.
—¡Vale! Señorita Sam, ¿quieres venir también? —Finley saltó otra vez.
—Lo haría, pero mi marido me llamará en un par de horas, así que tengo
que estar conectada para poder ver su atractivo rostro.
Finley se rio y se fue después de que yo repitiera la promesa de Sam de
que iría en un momento.
—Jackson no puede ser mi recompensa. —Sacudí la cabeza de forma
enfática, cruzando los brazos.
—Bueno, dije que Finley era tu recompensa, y Jackson puede ser lo que
tú quieras que sea. ¿O estábamos sentadas en diferentes sesiones de terapia
cuando la doctora dijo que exploráramos nuevas relaciones? —Inclinó la cabeza
y arqueó una ceja.
—¡No creo que se refiriera a Jackson!
—Oh. Cierto. Se refería a todas las demás personas del planeta, excepto a
Jackson Montgomery. Mi error. —Me envió una mirada que decía que era una
mentirosa.
Mi teléfono sonó en tanto caminábamos de vuelta a la cocina. Paisley.
Solo ver su nombre en el identificador de llamadas hizo que mi estómago se
desplomara.
—¿Qué vas a hacer al respecto? —preguntó Sam.
—Solo la lastimaré si le contesto.
—Podrías herirla más usando el botón de rechazar —dijo, luego se giró
hacia el refrigerador y sacó una de las docenas de cremas para café que había
guardado para ella—. Entenderá si eres honesta con ella, y la doctora dijo que
estaba bien pedirle espacio hasta que avanzarás en tu tratamiento, ¿cierto?
Sí, claro.
El cuarto timbrazo sonó, y mi pulgar pulsó el botón verde en lugar del 106
rojo. Oh, santo cielo. ¿Qué podría decirle?
—Hola, Paisley. —Buen comienzo.
—¿Morgan? ¡Respondiste! —Su voz era una mezcla de alivio, asombro y
preocupación.
Sí, fui una perra.
—Sí. —Fue todo lo que pude decir cuando la ansiedad clavó sus garras
escamosas, apretando mi garganta. ¿Cómo podía quedarme sin palabras para la
única persona que las había aprendido conmigo en primer lugar?
—¿Cómo te encuentras? ¿Dónde estás? Llamé a tu madre, pero me dijo
que te habías mudado y que si querías decirme qué sucedía, lo harías. Luego
dijo que se supone que debo convencerte de que vuelvas a casa.
Una risita se abrió paso a través del nudo en mi garganta.
—Sí, ella quiere eso.
—Espera un segundo. —Estuvo callada por unos momentos—. Lo siento,
tuve que agarrar el monitor de bebé. Peyton decidió tomar una siesta matutina,
y yo no quería dejar caer el teléfono en la madera y despertarlo. Ya lo he hecho
antes. Nunca más.
—Por supuesto. —Forcé una sonrisa, como si pudiera verme. Peyton
Carter Bateman. Su hijo fue nombrado por Will y su hermana, Peyton. Porque en
su mente (caray, en la de todos), Will siempre había sido el amor de Peyton. El
duelo de Paisley.
Nunca mío.
Ese sentimiento enfermizo que había hecho todo lo posible por evitar me
dio una bofetada, y sentí un desgarro en mi corazón, las meticulosas puntadas
que llevaba cosiendo desde que llegué aquí, soltándose una por una, rasgando
trozos de mi alma para sangrar de nuevo.
—Entonces, ¿a dónde te mudaste? ¿Qué está pasando? —Suspiró—. Esto
duele horrible, la ruptura que puedo sentir entre nosotras, y no sé qué hice, o
qué puedo hacer para arreglarlo.
—Estoy bien. Estamos bien —mentí.
—¡No es cierto! No has contestado ni una sola de mis llamadas desde la
boda de Sam, y eso fue hace tres meses, así que no me digas que no pasa nada,
porque no puedo recordar la última vez que estuvimos tres meses sin hablar.
Yo sí. Fue después del funeral de Will, pero no lo mencionaría. Mentiras.
Sonrisas falsas. Me sentía tan harta de todo eso. Era mi mejor amiga y la más
antigua. Podía hacer esto. Podía pedirle lo que necesitaba, pero era imposible
no hacerle daño en el proceso. 107

—Compré una casa en la playa en Cabo Hatteras. Es una ruina, pero yo


también, así que encajamos bastante bien. Will… —Mi garganta se apretó, y
alcancé mi café, tomando un trago rápido antes de volver a empezar—: Me dejó
un seguro de vida secundario y su camioneta, entre otras cosas.
Su aliento indoloro, con un suspiro, me hizo detenerme.
—Yo… yo no sabía que hizo eso.
—Sí, bueno, no lo sabes todo. —La risita sarcástica pasó volando por mis
labios antes de que pudiera frenarla. Esto se iría la mierda si no podía controlar
mi boca.
—Nunca asumí hacerlo —dijo suavemente—. Sabes, Cabo Hatteras está a
solo un viaje de distancia…
Mi ansiedad golpeó el botón de pánico.
—Paisley, te quiero, pero necesito algo de tiempo y espacio. Tengo una
terapeuta, y Sam se quedará hasta que complete este programa. Por favor,
entiéndelo. Estoy tan contenta de que hayas llamado…
—¿Programa? ¿Estás en rehabilitación?
—No. —Dejé escapar una risa autodespectiva—. Nada de eso.
—Espera, ¿tienes a Sam ahí?
Mierda. Ahora herí sus sentimientos, lo cual era lo opuesto a mi
intención.
—La terapia por la que estoy pasando es para algo llamado duelo
complicado, y por mucho que te duela oír esto, eres un gran detonante para mí.
—El solo hecho de hablar con ella hizo que el nudo se apretara alrededor de mi
garganta.
—¿Yo? —Su aliento salió en un apuro.
—Sí, y el tratamiento requiere una persona de apoyo. Por eso Sam está
aquí.
Sam me dio una sonrisa tranquilizadora.
—¿Estás bien? Ni siquiera sabía que lidiabas con esto. Nunca nos hemos
guardado secretos —murmuró Paisley.
—Te oculté uno —la corregí—. ¿Recuerdas?
Se detuvo, y casi pude ver los engranajes girando en su cabeza, la forma
en que sus ojos verdes cambiaban de lado a lado cuando trataba de resolver
algo.
—Will —dijo suavemente.
108
—Will —confirmé. Nunca le conté que lo amaba cuando podría haber
importado. No se lo dije hasta que decidió que ya no lo quería, e incluso
entonces, había sido por accidente. Nunca quise hacerle daño.
—El duelo complicado... ¿es por Will? —preguntó—. Cariño, si esto es
por él, ¿por qué no puedes hablar conmigo? Nadie lo conocía mejor, o te conoce
mejor a ti…
—¡Oh, basta! —espeté. Esa fachada que mantenía con Paisley desde que
él murió, infiernos, desde que me enamoré de él, se rompió como un cristal. Ya
me harté de que se marginaran mis sentimientos o de que se me hablara como
si fuera una niña de quinto grado con un enamoramiento.
La línea se quedó en silencio, tensa por la tirantez y más que un poco de
aprensión.
—Soy un detonante —dijo lentamente.
Mi estómago se hundió ante la angustia de su voz.
—Eres un detonante, y mi mejor amiga, lo cual hace que esto sea muy,
muy difícil. —Me desplomé contra la encimera.
—Entonces... —suspiró—, entonces necesitas que te deje en paz. Que deje
de llamar. ¿Ese tipo de cosas? —Su voz se quebró.
Sentí el revelador ardor en los ojos y parpadeé para contener las
lágrimas. —No para siempre, pero por ahora, sí.
—Está bien. Puedo darte tiempo.
—Ya lo sé. Por eso te quiero. —Se me arrugó la cara, deseando regresar a
nuestra cocina en el Enterprise, comiendo palomitas de maíz y chocolates.
Deseando que nuestros mundos no se hubieran desgarrado tan completamente
que no nos encontráramos la una a la otra… todavía.
—Llama cuando estés lista. ¿Puedo hablar con Sam un segundo? —Su
voz se quebró.
—Claro. —Le entregué el teléfono a Sam, y ella empezó a asentir con la
cabeza.
—Sí, yo la cuido —prometió, cruzando de la cocina a la sala de estar.
Respiré hondo y le di reproducir a la grabadora. Bien podría pasar también
por todo el dolor a la vez.
—Bien, Morgan. ¿Puedes llevarme al momento en que experimentaste la
muerte de Will? —La voz de la doctora Circe salió por el altavoz.
Puse mis manos sobre la encimera, apoyándome por el impacto de todo
lo que iba a seguir en esa maldita cinta.
109
—Estoy en el supermercado, escogiendo un frasco de mermelada, y mi
teléfono suena. Es Sam.

Dejamos las ventanas abajo mientras conducíamos por la costa hacia la


playa de Waves y Rodanthe. Los kilómetros entre Hatteras y Waves se hallaban
llenos de playas vacías; la franja de isla era tan estrecha a veces que sentía que
podía tocar el Atlántico con una mano y el sonido con la otra.
La camioneta de Jackson me recordaba a su casa: prístina en los asientos
delanteros, donde se encontraba a cargo, y perfectamente desordenada en el
asiento trasero, donde Finley reinaba.
“Riot” de Banners sonaba desde los parlantes, y con Fin cantando a todo
pulmón detrás de nosotros, y Jackson sonriendo cada vez que se equivocaba, mi
corazón se aligeró. Era el mejor premio que podía haberme dado después de
escuchar la cinta. Sí, quizás pasó una semana desde que estuve así de cerca de
Jackson, pero me rehusaba a sacar a colación ese hecho en la ecuación del
premio. Pero cada vez que lo miraba, mi pulso saltaba ante el recuerdo de su
boca a centímetros de la mía.
Llegamos a Waves e ingresamos a una fila pequeña de tráfico que se
dirigía al acceso de la playa.
Finley suspiró con fuerzas, removiéndose algunos de los rizos del rostro.
—Está todo enredado.
Jackson encontró sus ojos en el espejo retrovisor. —Debiste haberme
dejado que te lo ate antes de salir.
—No quería que lo ataras en ese momento —contestó, como si fuera la
verdad más simple del mundo.
—¿Quieres que lo ate ahora?
Aparcamos en un estacionamiento que ya se encontraba casi lleno.
—Sí, por favor.
—Qué bueno que traje un cepillo y una cinta, ¿eh?
Asintió con una mueca ligera de sus labios fruncidos.
Nos bajamos del auto, me puse bloqueador solar y ajusté la bolsa de
playa en mi hombro. La temperatura subió de nuevo, entregándonos un día de
casi veintisiete grados.
—Fin, ¿necesitas protector? —le pregunté, bordeando el auto.
—Sí, por favor —respondió. 110

Se me cortó el aliento de manera estúpida al ver a Jackson poniéndole


aerosol en el cabello y cepillándole los rizos en una cola alta. Era algo tan
doméstico, para nada sexy, pero esa parte primaria del ADN que al parecer no
podíamos erradicar con todos esos miles de años de evolución se despertó y
tomó apuntes.
Bueno, podía admitirlo: el ser un buen padre era increíblemente atractivo
a un nivel molecular.
Cállense, ovarios.
—Listo —declaró Jackson.
Finley se dio la vuelta cuando Jackson se agachó, depositando un beso en
su mejilla en un movimiento tan perfectamente sincronizado que tenía que ser
rutina. Se me tensó el estómago.
En alguna parte, este hombre tenía que tener algo malo. En cualquier
parte. Tal vez apretaba la pasta dental desde el centro del tubo como un
monstruo o algo.
—Bien, ¿qué quieren hacer primero, señoritas? ¿Kitesurfing? ¿Surfear? —
Jackson curvó la víscera de su gorra de béisbol.
Olvídenlo: eso tenía de malo. ¿No existía alguna actividad que no
requiriera que me cayera de trasero en medio del océano? ¿O algo con algún
motor? Nunca fui consciente de mi estatus de niña de casa.
—¡Camisetas! —se decidió Finley.
—Pues entonces haremos camisetas —dijo Jackson, cogiéndole la mano.
Por una fracción de segundo, lo imaginé ofreciéndome la otra mano.
Porque, claramente, me había vuelto loca.
—Vamos, Fin, mostrémosle a Morgan cómo abrimos los locales la tienda
de surf para la temporada.
—¡Es el Día de Hawkins! —Fin levantó su mano libre, y la tomé.
—¿Sí? —pregunté.
—Mary Ann Hawkins fue una de las primeras mujeres campeonas de
surf. Básicamente, es un día en el que puedes aprender acerca del océano y todo
lo divertido que puedes hacer en él. Hay instructores para todo —me explicó
Jackson en tanto los tres nos dirigíamos por el camino de la playa, donde
cientos de personas ya celebraban, y, al parecer, casi un noventa por ciento eran
mujeres.
—Es algo de chicas —confirmó Finley.
111
Jackson encontró mi mirada y se encogió de hombros. —Vengo solo para
observar, igual que el año pasado.
Una mujer se nos cruzó por delante con un traje de baño que no escondía
mucho.
—Ya lo apuesto —dije, alargando las palabras con lentitud.
Me dio una sonrisa.
—¡Jax! —Una morena alta y con el cabello hasta la barbilla ondeó las
manos en el aire mientras se acercaba corriendo. Joder: yo apenas corría en una
caminadora, y esta mujer corría por la playa como si fuera de pavimento.
Esperen. ¿Jackson se veía con alguien? Nunca tuvimos esa conversación.
Sin embargo, lo habría dicho… ¿cierto? Mi estómago se hundió.
—¡Señorita Tina! —Finley nos soltó las manos y abrazó a la mujer.
—Hola, Christina. —Jackson también la saludó con un abrazo.
—Tú debes ser Morgan —comentó Christina con una sonrisa amplia y
brillante, de ojos marrones y resplandecientes.
—Sí —dije, y me congelé parcialmente cuando me abrazó.
—¡Me alegra tanto conocerte! —dijo, apartándose y evaluándome de
manera rápida, pero abierta—. Estos dos hablan de ti todo el tiempo.
—¡Vamos a hacer camisetas! —declaró Finley.
—¡Qué divertido! —Christina se volteó hacia Jackson—. Tú lleva a Finley
y yo iré con Morgan. Vamos a hacer yoga de playa.
—¿Sí? —Me encontraba íntimamente familiarizada con los pantalones de
yoga. ¿Con el yoga en sí? No tanto.
—Sí. —Asintió con entusiasmo.
Oh, Dios, era de las personas que hacía ejercicio. Las que declaraban que
el ejercicio curaba todo y posteaban sus rutinas de crossfit en Instagram.
No íbamos a ser muy amigas.
—Bueno, que pasen un buen rato. Morgan, ¿por qué no te encuentras con
nosotros en las lecciones de surf cuando termines? —Señaló un área de la playa
y se fueron antes de que pudiera protestar.
De todos los desconsiderados…
—Así que, he decidido que seremos amigas —dijo Christina, inclinando
la cabeza.
—Eh. ¿Bueno? —¿Qué diablos decías ante algo así? 112
—De acuerdo, Jax decidió que deberíamos ser amigas, pero ahora que te
conozco, estoy de acuerdo. Y le gustas a Fin. Es súper selectiva con las personas,
de manera que sé que eres buena gente. Ya tomé una colchoneta para ti, por lo
que estamos lista para hacer yoga. ¿Y dónde están mis modales? Debes pensar
que estoy loca.
Un poco.
—Así que, Jax y mi esposo, Peter, trabajan juntos.
—¿Sí? —Mi náusea se desvaneció ante la palabra “esposo”; aunque no
debería haberme importado.
—¡Sí! Jax dijo que eras nueva y podrías necesitar de alguien con quien
hablar aparte de su trasero emocionalmente poco disponible. Así que, pasó por
mi joyería para recoger a Finley y mencionó el Día de Hawkins, y pensé: ¿qué
situación más perfecta para conocer a alguien mientras haces posturas locas con
los traseros en el aire?
No pude contener la risa que se me escapó de los labios. Esta mujer era
como la luz del sol, irradiando felicidad.
No me haría daño dejar que me iluminara.
Allí fue cuando lo comprendí. Ya me había cogido una colchoneta.
Jackson no se había ido porque fuera desconsiderado.
—Oh, Dios mío. Jackson nos tendió una trampa en una cita de amigas a
ciegas. Eso es.
—Sí —admitió con un pequeño encogimiento de hombros—. Por aquí es
el área de yoga. —Me llevó a una sección de la playa donde mujeres hablaban
sobre colchonetas alineadas en hileras. Las mujeres eran todas de diferentes
formas, tamaños, etnias, pero todas tenían una variación de la misma sonrisa.
Esperen. ¿Las personas felices hacían yoga, o el yoga hacía felices a las
personas? O quizás solo era el espíritu abierto y aventurero del día.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que te reíste y sonreíste así?
Se sentían como eones.
—Así que, ¿Jackson y tu esposo trabajan juntos? —le pregunté cuando
nos acomodamos sobre las colchonetas vacías que Christina reservó. De todas
formas, ¿qué hacían los oceanógrafos?
—Sí. Ya llevan unos años. Pero ya es suficiente de los chicos. ¿Qué haces
tú?
Me quité la capa externa de ropa, quedándome en el traje de baño como
todas las otras mujeres. 113

—Me acabo de graduar de la universidad. Hice un programa de cinco


años de literatura y educación. Así que, en un par de meses, comenzaré a
trabajar, pero ahora soy como un bicho de la playa. Y ahora que lo pienso, no es
una forma mala de vivir.
—Claro que no. ¿Y de dónde es ese acento delicioso? —Precalentó un
poco, girando el cuerpo.
—Del sur de Alabama. ¿Y el tuyo? ¿O eres de las norteños que creen que
no tienen acento?
Se rio. —De Wyoming. Está más al oeste que al norte. Así que, dime,
¿cuál es tu problema?
Sus palabras llegaron con una curiosidad tan honesta y genuina. A decir
verdad, era la mejor forma de conocer rápidamente a alguien, si se encontraban
dispuestos a sincerarse con una completa extraña.
Pero quizás esa era la mejor oportunidad de contar las cosas, cuando aún
no tenías nada que perder. O tal vez el escuchar la cinta por la mañana le quitó
otra capa de polvo de la evasión. Qué diablos. Si la asustaba, que así fuera. Me
asustaba a mí misma la mayoría de los días.
—El hombre que amaba murió en acción hace casi dos años, y ahora
tengo horribles ataques de ansiedad. Me mudé a kilómetros de distancia y perdí
el contacto con todos, menos con mi amiga Sam y mi psiquiatra. ¿Todavía
quieres ser mi amiga?
Le eché un vistazo lentamente.
—Por supuesto —respondió sin dudar.
—¿Y el tuyo?
—Me preocupa un montón que la carrera de Peter siempre va a estar
primero y que nunca seré importante en su vida. También odio el café y no
entiendo por qué las personas lo beben. ¿Todavía quieres ser mi amiga?
—Por supuesto. —Le robé la respuesta—. Sin embargo, te salvaste por
los pelos con lo del café.
Sus labios se curvaron, igualando a los míos justo cuando la instructora
se posicionaba en la pequeña plataforma frente a nosotras.
—¡Bien, señoritas! ¡Bienvenidas al Día de Hawkins! Ahora, hagamos que
nuestras energías fluyan y centrémonos. Comencemos con la postura de la
montaña. —Hizo la pose, de pie con las piernas abiertas y las manos hacia el
aire.
La imité, permitiéndome inhalar respiraciones profundas del aire del 114
mar a medida que mi cuerpo entero se estiraba para recibir el sol.
Luego de la sesión de yoga, con Christina hicimos planes para juntarnos
a la semana siguiente, y luego decidí ir a practicar surf, después de comprar un
traje de buzo. Joder, sí que apesté en eso.
—No estuviste tan mal —me aseguró Jackson cuando regresábamos a
casa esa tarde.
—¿Hablas en serio? ¿Me viste? Hasta las cabras tienen más gracia que yo
en una tabla de surf. —Mantuve la voz baja, dándome cuenta de que Fin se
quedó dormida en el asiento de atrás antes de que incluso saliéramos de Waves.
Jackson sonrió, y mi corazón traidor se saltó un par de latidos.
—¿Ves? Sabes que lo hice mal.
—En realidad, me imaginaba a unas cabras en tablas de surf.
—Tendrían más oportunidades de mantenerse encima de esa cosa que
yo, pezuñas y todo. —Sabía que no era atlética, pero fue vergonzoso. Había una
diferencia definida entre ser delgada y estar en forma; y, en definitiva, no me
encontraba en forma. El dolor me quitó el apetito y los músculos.
—Si quieres, siempre puedes mejorar practicando. Conozco una playa
cercana…
Puse los ojos en blanco.
—Hablando de playas, esto es bastante estrecho. —Cambié de tema al
llegar a una franja particularmente reducida de la carretera doce—. ¿Qué pasa
cuando hay tormentas?
—Arrasan. Con fuerza. En serio, con toda esta carretera. Los huracanes
como Irene y Sandy nos pueden apartar del continente durante semanas.
Tienen que excavar para encontrar las carreteras o reconstruirlas. Por lo general,
usamos transbordadores, pero las corrientes nos dificultan las cosas.
—De manera que, ¿siguen reconstruyendo carreteras que son destruidas
continuamente por huracanes? O sea, esos huracanes son de la década pasada.
—¿Estar aislados durante semanas? ¿Tenía los suministros para eso? Necesitaba
comprar algo de comida. Quizás un generador para cuando los paneles solares
que acabábamos de instalar en el techo no funcionaran. Dios, iba a convertirme
en uno de esos precavidos locos del día del Juicio Final.
—Bueno, sí, hay gente que vive aquí. Les encanta el lugar. Ahora eres
una de nosotros, así que deberías apreciar la tenacidad del Departamento de
Transportes de Carolina del Norte.
—Es solo que parece tan… inútil luchar por algo que sabes que no va a
durar. —La erosión de las playas era un problema serio, ya lo sabía cuándo
compré la casa, y las casas del sector eran conocidas por irse por el Atlántico 115
incluso sin huracanes. El solo hecho de vivir aquí era un riesgo.
Me miró, y entonces sus manos se tensaron sobre el volante. —Tal vez es
inútil. Quizás algún día nos veremos en la obligación de irnos. Pero está bien
luchar por algo que amas; está bien excavar y construir carreteras con la
esperanza de que esta vez los cimientos serán lo suficientemente fuertes como
para soportar el huracán. Como lo estás haciendo con tu casa.
—Supongo que sí. —Arreglando una casa que, eventualmente, podría
hundirse en el océano; arreglando un corazón que podría terminar igual de
deshecho. ¿Arreglando una amistad que casi había abandonado?
—Y está bien hacer todo lo que esté a tu alcance, y de todas maneras
fallar y hundirse. Apesta, pero es un final mucho menos trágico que nunca
haberlo intentado.
El aire entre nosotros se llenó de tensión cuando me miró y después
devolvió la vista a la carretera.
—Sí; son esos últimos intentos los que terminan doliendo más —dije en
voz baja.
—De todas formas, ¿cómo te fue con los cimientos de la casa?
—Sin problemas. —Si no contábamos lo de la veleta.
Sonrió. —Bien. Qué bueno. Puedes remodelar lo que sea de cualquier
casa si los cimientos están bien.
Lo miré al otro lado del auto, bajo la luz del sol a punto de desaparecer, y
estudié su rostro. A centímetros. Había estado a un suspiro de besarme en la
encimera de su cocina. ¿Era posible desear a alguien cuando no tenías nada que
ofrecer, más que un montón de problemas y un corazón dañado? ¿Tenía
siquiera permitido desearlo como algo más que un vecino, o tal vez un amigo?
¿Importaba?
Apartando los ojos, miré al océano, reconociendo por primera vez en
años que deseaba a un hombre que no era Will. Se me rompió el corazón un
poco, y levanté la mano para frotar la zona bajo mi clavícula; parcialmente para
aliviar el dolor que sentía allí, y para ver si podía capturar el rayo de luz y la
esperanza que escapaba de esa grieta. Podía ignorar todo lo que quisiera mis
sentimientos por Jackson, pero eso no los hacía menos reales o peligrosos.
Vivía justo al lado, solo era cuestión de tiempo antes de que tuviera que
decidir lo que quería hacer. Evitarlo e ignorar lo que fuera que sea esto antes de
que comenzara era la opción más segura, y lo que necesitaba ahora mismo.
Seguridad. Era la opción lógica: la única opción.
Solo tendría que rechazar cualquier invitación que me ofreciera y poner
un montón de distancia entre nosotros, desde ahora. ¿Qué tan difícil podría ser?
116
No, lo practiqué en mi cabeza. No, no, no. ¿Ven? Podía hacerlo.
Fin se estiró en el asiento de atrás, despertando con cada estirón.
—¿Qué dicen si nos ponemos rebeldes y compramos helados? —me
preguntó Jackson con una sonrisa traviesa que me subió la temperatura al
menos un par de grados.
—¡Claro! —respondí antes de que Fin siquiera tuviera oportunidad.
Estaba tan jodida.
9
Traducido por Clara Markov & Gesi
Corregido por Julie

Jackson

—Me gusta la rosa —informó Finley mientras me desplazaba por


mochilas en línea—. Oh, y esa azul. Y la verde.
—Bueno, solo necesitas una, así que ¿cuál es tu favorita? 117
Arrugó su frente, mirándome y luego de vuelta a la pantalla, realmente
reflexionando su decisión con una intensidad que casi me hizo reír.
—Tómate tu tiempo. El jardín de infantes es algo muy importante. Lo
entiendo y apoyo firmemente cualquier decisión que tomes. Ni siquiera tienes
que elegirla esta noche. Es solo orientación. Todavía tenemos meses antes de
que empieces.
Inhaló profundamente y asintió. —La morada.
—¿Segura?
—Esa es la elegida. Lo sé.
—Bien, porque la estoy comprando ahora mismo. —Seleccioné añadir al
carrito.
Asintió. —Estoy lista.
—Sé que lo estás. —Tal vez ella sí, pero yo no. Sin embargo, fingí bien—.
Bien, todo comprado.
—¡Gracias, papi! —Finley me dio un beso en la mejilla y saltó del sofá,
apartándose los rizos del rostro.
—No se interpondrán en tu camino si me dejas levantarlos —le recordé.
—Las coletas son aburridas —declaró, saltándose todas las edades hasta
los trece.
Un golpe en la puerta la salvó de que le pusiera los ojos en blanco.
—Podríamos ir a la casa de la abuela y pedirle a la tía Brie que te haga
una trenza —sugerí al tiempo que Fin echaba a correr hacia la puerta.
—Nop. Tiene las uñas muy largas.
—¿Qué? ¿Qué tiene eso que ver con la trenza?
—¡Es Morgan! —gritó Finley, saltando de arriba abajo para ver del panel
lateral de vidrio de la puerta principal.
Mi ritmo cardíaco se aceleró, y tuve la ridícula necesidad de mirarme en
el espejo a medida que caminaba hacia la puerta. Cálmate. Pero en mi defensa,
solo la había visto de pasada durante la última semana, y esta era la primera
vez que llamaba a mi puerta.
—¿Puedo? —preguntó Fin, con sus manos ya en el pomo.
—Síp. Siempre puedes dejar entrar a Morgan. —Lo cual ahora incluía a
seis personas en la lista de siempre permitidos de Finley: Brie, Sarah, Sawyer,
Garrett, Vivian, y ahora Morgan.
—¡Hurra! —Abrió la puerta de golpe—. ¡Siempre puedo dejarte entrar!
118
—¡Genial! —Morgan le tendió la mano para chocar los cinco. Fin le dio
su sonrisa de megavatios.
—¡Pasa! —Finley se hizo para atrás y levantó su brazo como una amable
y pequeña anfitriona.
—Vaya, gracias —dijo Morgan, entrando.
Llevaba puesta una camiseta blanca de tirantes gruesos y unos
pantalones cortos color caqui que le llegaban hasta la mitad del muslo,
atrayendo mis ojos hacia sus piernas. No es que necesitara una razón, porque
mi atención siempre se encontraba en esa dirección con Morgan. También
llevaba la misma gorra de béisbol color rojo encendido de las fotos. La gorra de
béisbol de él.
Maldita sea, deseaba no haber ido a fisgonear.
—¿Viniste a ver a mi papá? —preguntó Finley, cerrando la puerta detrás
de ella.
Morgan me disparó una sonrisita antes de voltearse hacia Fin. —Nop, en
realidad vine a verte a ti. —Bajó al nivel de Fin.
—¿En serio? —Fin se quitó el cabello del rostro.
—¡Sí! Esta mañana caminaba por la playa con Fin, ¡y encontré esto! —
Abrió su mano, revelando una pequeña y perfecta caracola.
—¡Oh! ¡Es tan linda! —Fin se inclinó para examinar el caparazón.
—Es tuya —dijo Morgan entregándosela.
—¿De verdad? Es casi perfecta.
Ah, y así continuaba la búsqueda.
—¡Eso es exactamente lo que pensé cuando la vi!
Fin agarró la mano que continuaba estirada de Morgan y examinó sus
uñas. —¿Puedes hacer trenzas?
Morgan parpadeó por el cambio de tema, pero luego asintió. —Sí puedo.
—¿Me trenzarías el cabello? —le preguntó Fin, utilizando esos ojos para
convencer a Morgan—. Tengo que ir al jardín de infantes esta noche.
Oh, mierda. Esa opresión en mi pecho regresó, estallando en una feroz
oleada de emoción que no tenía derecho a sentir. A Finley le gustaba Morgan.
Confiaba en ella, lo que hacía que mi atracción aumentara exponencialmente.
Los suaves ojos marrones de Morgan se encontraron con los míos en una
pregunta silenciosa, y le di un ligero asentimiento.
—Si quieres que lo haga, puedo hacerlo —respondió Morgan. 119

—¡Sí! Iré por mis cosas. —Agarrando su nuevo premio, Finley corrió a su
habitación, dejándonos parados en el vestíbulo de entrada.
—Gracias. Ella nunca me deja trenzárselo. Mayormente porque cada vez
que lo intento, me sale torcida y no parece mucho una trenza —mencioné,
luchando por decir algo que no saliera como “oye, en verdad me gustas, ¿hay
alguna posibilidad de que puedas sentir lo mismo?”.
Porque no tenía catorce años.
Y la mujer todavía no sabe a qué te dedicas, idiota.
—No hay problema. Me alegra hacerlo.
La acompañé a la cocina y le ofrecí un trago.
—No, gracias, estoy bien. —Apoyó las manos en el granito y empujó su
trasero en el mismo lugar en el que la curé hace semanas.
Si Sam no hubiera entrado, yo habría…
—Entonces, jardín de infantes, ¿eh?
—Es solo orientación para el próximo año, pero me agarró desprevenido,
eso es seguro.
—Lo hará genial.
Maldita sea. Cruzó las piernas y se movió ligeramente hacia adelante,
apoyándose en las palmas de las manos. Tal vez era el mes de celibato, pero mi
cuerpo se fijó más que suficiente en ella. Mierda, ¿cuándo fue la última vez que tuve
sexo? Desde que llegó Morgan no, era seguro. No por falta de oportunidades,
sino porque no quería a nadie más.
Joder. No quiero a nadie más.
Entonces, ¿qué diablos significaba eso? ¿Quería una cita con esta mujer?
¿Una noche en su cama? ¿Una relación real? Sí a todo.
Ella respiró profundo, provocando que sus pechos se elevaran contra su
escote, y me giré de vuelta al refrigerador, abrí la tapa de una de esas bebidas
antioxidantes que le gustaban a Finley porque son rosas, y lo bebí todo.
—¿Sediento? —bromeó Morgan.
No tienes una jodida idea.
—Podría decirse. —Me volví lentamente, y por la forma en que sus ojos
se abrieron, estaba haciendo un mal trabajo al excluir mis pensamientos de mi
cara.
Solo unos pocos metros nos separaban. Un latido, tal vez dos, y podría
estar entre sus rodillas, su rostro entre mis manos, mi lengua saboreando por
fin la curva de su boca.
120
Como si pudiera leer mis pensamientos, sus labios se separaron y el aire
crepitó por toda la electricidad potencial que persistía entre nosotros.
—¡Lo tengo! —gritó Fin, deteniéndose frente a Morgan con una caja de
aparejos llena de productos para el cuidado del cabello.
Morgan parpadeó rápidamente y se giró hacia Fin. —¡Bien! ¡Vamos a
empezar!
Unos minutos más tarde, Morgan tenía a Fin en el suelo frente a ella al
tiempo que se sentaba en el sofá de dos plazas. Escuchó con gran atención en
tanto Finley le contaba todo sobre el gran debate de las mochilas para el jardín
de infantes.
Observé desde el sofá, tratando de averiguar qué demonios debía de
hacer con mi deseo por esta mujer. Demonios, no había tenido una segunda cita
desde Claire. Realmente no había tenido una cita de verdad.
—¿Qué pasa si tengo hambre? —preguntó Finley en tanto Morgan le
rociaba producto en sus rizos. Era la primera vez que escuchaba su voz
preocupada por ir a la escuela.
—Hay tiempo para almorzar y merendar —le dijo Morgan, cepillándole
los rizos con facilidad—. Y si tienes mucha hambre, díselo a tu maestra.
—¿Y si a nadie le gusta mi mochila? —preguntó en voz baja, y tomó todo
en mí no responderle, porque ella no me preguntó.
—Entonces ese es su problema —comentó Morgan simplemente.
Parpadeé. Mi primer impulso había sido decir que a todos les encantaría
su mochila, pero la respuesta de Morgan fue mucho mejor.
Morgan pasó los rizos de Fin entre sus dedos y tejió una trenza alrededor
de su cabeza.
¿Qué clase de brujería era esa?
—¿Y si no les caigo bien? —La voz de Fin se volvió aún más suave.
Me incliné hacia adelante y Morgan me lanzó una mirada que me
advertía que no debía hablar. Alcé las cejas, pero me quedé en silencio.
—Entonces no son las personas a las que quieres caerles bien. Y ya tienes
una amiga allí, así que ya estás más adelantada. —Movió las manos y continuó
con la trenza por el otro lado de la cabeza de Fin.
—¿Quién? —preguntó Fin, sentándose más quieta que nunca cuando yo
la peinaba.
—Yo. Solo piénsalo, tu primer día de jardín de infantes será mi primer
día como maestra, así que las dos vamos estar nerviosas. Y apuesto a que todos
121
los demás niños de tu clase tienen el mismo tipo de preocupaciones que tú.
Entonces, si sonríes mucho, es posible que también los pongas un poco menos
nerviosos.
—¿Eres maestra? —Fin empezó a girar la cabeza, pero se lo pensó mejor.
—Así es. Al menos eso es lo que me dijo la universidad. Sin embargo,
nunca he tenido una clase propia, entonces supongo que ya veremos. Estaré
justo al final del pasillo en quinto grado.
Terminó la trenza, enrollando un elástico en el extremo y metiéndolo en
el comienzo de la trenza antes de pasarle unos pasadores.
—¡Todo listo!
Fin saltó y corrió hacia el espejo, donde quedó boquiabierta. —¡Es una
corona! ¡Tengo una corona! —Volvió volando y rodeó a Morgan con sus brazos,
poniendo un beso en su mejilla—. ¡Gracias!
—De nada. —Los ojos de Morgan se cerraron mientras abrazaba a Fin
con fuerza.
Luego Fin se fue a guardar sus cosas para el cabello, dejándonos solos.
Morgan se levantó del sofá de dos plazas.
—Eso fue asombroso —le dije poniéndome de pie—. ¿Cómo sabes hacer
eso?
—Videos en internet. —Su sonrisa era suave pero real.
—Te adora. —A Fin le gustaba mucha gente, pero esa descarada mirada
de afecto que le prodigó a Morgan, solía estar reservada para mí o para Vivian.
—Bueno, el sentimiento es mutuo. Ella es fenomenal. —Nos miramos a
los ojos brevemente antes de que Morgan apartara la mirada.
—Gracias. Eres increíble. Lo sabes, ¿cierto?
El rosa tiñó sus mejillas. —En realidad no. Si conocieras a la verdadera
yo, no estoy segura de que pensarías eso.
—¿Y qué me haría cambiar de opinión? —Esperaba que no se refiriera al
ataque de ansiedad que tuvo con la camioneta.
—¡Bien, ya estoy lista! —exclamó Fin, con los brazos en alto en señal de
victoria mientras giraba con el vestido más nuevo que Vivian le compró. No era
tanto como de baile de salón, pero tampoco era exactamente para el salón de
clases, y en sus pies llevaba su par de zapatillas negras favoritas.
—Te ves absolutamente maravillosa. ¡Seguro que todos te recordarán
cuando sea el momento de volver el año que viene! —la elogió Morgan antes de
que pudiera cuestionar el proceso de pensamiento de mi hija. 122

Finley ladeó su cabeza en mi dirección, señalando su vestido. Su vestido


demasiado brillante.
—Me encanta. —Me encantaba aún más que se sintiera bien consigo
misma. Si ese era el impulso de confianza que necesitaba, llenaría su armario
con vestidos esponjosos.
Morgan le dio un abrazo. —Qué tengas una gran noche, ¿de acuerdo?
—¿Nos acompañas afuera? —ofrecí al tiempo que Fin se ponía su
chaqueta sin la pelea habitual.
—Claro —concordó Morgan, su mano encontrando la de Fin al salir por
la puerta.
Para el momento en que cerré con seguro la puerta detrás de nosotros,
Morgan y Finley bajaron las escaleras, perdidas en una conversación animada
de la cual no estaba al tanto, pero escuché a Fin mencionar a Vivian.
Correcto. El próximo fin de semana era el de Vivian con Fin. Por lo
general, tomaba una copa con Sawyer y Garrett, pero ¿y si no lo hacía? ¿Y si
pasaba el rato con Morgan? ¿Ella diría que sí? Mierda, ¿de verdad me sentía
nervioso por invitar a salir a una mujer?
Absolutamente.
Le abroché el cinturón a Fin en su silla infantil, luego encendí la
camioneta para que el aire acondicionado circulara para mi pequeña pelirroja.
—Oye, Kitty —llamé cuando la vi alejándose de mí.
Se volvió, metiendo las manos en los bolsillos traseros justo afuera de
nuestra puerta abierta del garaje. —¿Jackson?
Ahí estaba, ese pequeño repunte en la esquina de su boca, el que no
podía esperar para trazar con mi lengua. Dios, si la mujer decía que sí, iba tener
que esperar una semana entera para salir con ella.
—Odio tener que trabajar este fin de semana. —Espera, ¿por qué diablos
dije eso? Estaba demasiado oxidado cuando se trataba de alguien que realmente
me gustaba.
—Eso parece justo. —Ladeó la cabeza.
—Lo siento, eso no era lo que quería decir.
Sonrió, y fue real.
Mi cerebro se vació. Era hermosa en más que su cuerpo o rostro, eso era
un hecho, y en mi experiencia no siempre iba más profundo. La belleza de
Morgan se disparó con ese brillo que capté en sus ojos, el toque de alegría, el
destello de otra faceta impresionante de ella que aún tenía que descubrir.
123
Porque todavía no me lo había ganado.
Pero lo haría.
El momento fue incorrecto. No estaba seguro de que estuviera lista.
Durante cinco años no estuve interesado en estar con alguien por más que unas
pocas horas. Ella tenía el corazón roto y yo una hija cuyo corazón no podía
poner en riesgo. Por el amor de Dios, estaba fuera de mi garaje, lo que no era
exactamente romántico.
Pero nada de eso importaba… o tal vez sí, pero le daría todas las razones
para que no importara.
Me ganaría el derecho a verla sonreír y escucharla reír.
—¿Estás bien? —Frunció las cejas.
—Sí, absolutamente. —Solo ocupado hablando conmigo mismo—. Entonces,
tengo que trabajar este fin de semana, lo que ya hemos mencionado. Pero estoy
libre el próximo.
Sus ojos se abrieron levemente.
—¿Te apetece ver un poco más de la isla conmigo? No has salido mucho.
—Mierda, Montgomery, ¿acabas de insultar a la mujer?
—Oh. Ya no soy realmente de las que va a los bares. —Se balanceó en sus
talones.
—Estaba pensando más en la línea del turismo nocturno.
—¿Turismo?
—Sí.
—¿De noche?
—Creo que ese es el significado de nocturno.
Me miró fijo durante un momento, su pausa casi incómodamente larga,
pero esperé. Tenía la sensación de que era clave para ella, dar pacitos y darle la
oportunidad de elegir. Nunca había sido un tipo que esperaba, pero aprendería
si significaba tener una oportunidad con ella.
—De acuerdo —respondió finalmente—. ¿A qué hora?
Me las arreglé para no festejar lanzando el puño al aire. Apenas. Estuve
cerca.
—A las nueve, el sábado. ¿A menos que prefieras cenar antes? Conozco
algunos lugares geniales…
—Nop, a las nueve está genial.
Pasos pequeños, Montgomery. 124

—Está bien, nos vemos entonces.


Asintió y casi regresó corriendo hasta su casa en evidente retirada.
Marqué en el calendario la tarde del sábado usando mi teléfono y sonreí
durante todo el camino hasta la escuela. Llegamos trece minutos antes.
Fin mantuvo la cabeza en alto cuando cruzamos las puertas. Giramos a la
izquierda al final del pasillo corto y pasamos un par de aulas, una tenía la
puerta abierta.
—¡Tía Brie! —Me soltó la mano y corrió hasta su tía, que estaba sentada
detrás de su escritorio con una pila de papeles.
—¡Hola, Finley! —Se levantó de la silla y la abrazó.
—¿Qué estás haciendo aquí tan tarde? —pregunté, inclinándome contra
uno de los pupitres.
—Estoy calificando trabajos y sabía que esta señorita tenía orientación
esta noche, ¡así que pensé en desearle suerte! ¡Tomémonos una foto! —Sacó su
teléfono del escritorio y le tomó una foto a Fin.
—¿Te gusta mi vestido? —preguntó mi hija, girando en el suelo de
linóleo con un chirrido.
—Muy glamuroso. ¡Y mira tu cabello! —dijo efusivamente—. ¡Si no es la
cosa más hermosa que he visto en mi vida!
—¡Morgan lo hizo!
—¿Sí? —Me disparó una mirada con la ceja encarnada—. Bueno, ¡me
encanta! Esa Morgan es talentosa, ¿no?
—¡Sí! ¡Y saldrá con papá el próximo fin de semana! —Aplaudió.
Oh, mierda.
—Fin, no es una cita —le dije. Tendríamos que discutir las expectativas.
No necesitaba que se entusiasmara con algo que ni siquiera estaba en la mesa
por el momento—. ¿Y cómo lo sabes?
Me miró avergonzada. —Mi iPad me dijo.
Correcto. Tenía acceso al calendario familiar y recibía notificaciones, mi
error. Pero… —¿Cuándo exactamente te lo dijo?
Apretó los labios.
—¿Fin?
—Cuando salimos de casa.
—¿Metiste a escondidas tu iPad en el auto? ¿Dónde? ¿Cómo? —Me crucé
de brazos. 125

—Debajo de mi chaqueta. —Se encogió de hombros sin disculparse.


—Por eso no discutiste sobre ponértela —reflexioné, dándole un punto
por picardía—. Pero no dije que podías traerla. La tecnología se queda en casa.
Sus ojos pasaron de los de Brie a los míos y viceversa. —No dijiste que no
podía traerla…
—Ahí te tiene —reconoció Brie—. ¿Qué tal si te acompañamos a las aulas
de jardín?
—¡Sí, por favor! —Saltó emocionada.
Salimos del salón de Brie y casi chocamos con una de sus amigas del
preescolar, lo que significó que ya estaba caminando por el pasillo junto a Julie
sin preocuparse por ser acompañada.
Le eché un vistazo a la puerta que sería la de Morgan el próximo año.
—No es solo una turista, sabes —dijo en voz baja, señalando la puerta—.
Si comienzas algo con ella y termina mal, soy yo la que la que se queda atascada
escuchando al respecto en el trabajo, y lo que es más importante, afectará a Fin.
—¿Por eso le contaste a Claire sobre Morgan? —le pregunté mientras
pasábamos junto a los tablones de anuncios llenos de obras de arte.
Se burló con indignación. —Le conté a mi hermana porque tiene derecho
a saber que te estás poniendo en la posición de seguir adelante.
—Seguí adelante hace años.
—No, emocionalmente no lo hiciste. Sé que Claire es… Claire, pero sigue
siendo mi hermana y solo la estoy cuidando.
—Morgan me gusta. Saldré con ella. No dije que tomaríamos un avión a
Las Vegas. ¡Fin, cariño, espera! —grité por el pasillo.
Se detuvo frente a las puertas del jardín.
—Solo me gustaría…
Me di vuelta, provocando que ambos nos detuviéramos. —Te gustaría
que fuera Claire. Ese es tu problema. No el mío. Ahora voy a llevar a mi hija a
orientación. La hija que una vez más no tiene a su madre aquí. Te veré más
tarde, Brie. —Con un breve asentimiento, la dejé parada en el pasillo y me dirigí
hacia Fin.
No era el único padre soltero del lugar, pero sí el único papá soltero. Sin
embargo, el habitual ataque de emociones complicadas no me golpeó esta vez.
Fin no miraba a su alrededor con tristeza porque su mamá no había venido, ese
era mi equipaje, no el suyo. Ella estaba ocupada dando vueltas en su vestido y
mostrándoles a todos su corona de trenza.
126
Pero, de nuevo, ¿cómo podría extrañar a alguien que nunca había tenido
en realidad?

—Oh, ¡vamos! —suplicó Sawyer cuando me vio la noche siguiente.


Empujé la barra con mi última repetición y la dejé en el estante.
—No le des mierda al respecto —murmuró Garrett desde la estación de
dominadas.
Ya habíamos patrullado y estábamos haciendo lo que cualquier hombre
lógico normalmente haría a la una de la madrugada… entrenar en el gimnasio
de la estación para no quedarnos dormido.
—Lo siento, hombre, estás por tu cuenta —le dije a Sawyer mientras me
sentaba.
—Hice los arreglos —se quejó—. Hay dos. Dos. Primas. ¿Qué se supone
que les diga? —Me siguió cuando me dirigí a la prensa de piernas.
—¿Que hiciste planes sin consultarme? —Ajusté el peso, agregándole diez
kilos.
—Que hiciste planes sin consultarme. ¿Qué demonios es tan importante
como para que me deseches en un fin de semana sin Finley? —Me miró desde
arriba con una mezcla de indignación real y fingida—. ¡Sabes que solo tenemos
unos meses antes de desplegarnos! ¡Se suponía que fueras mío!
—Unos meses antes de que tú te despliegues, ¿recuerdas? Estoy en la
retaguardia D para este. —La autoridad se apiadó de mí ya que era el único
padre de Finley. Sí, tenía un plan de cuidado, pero fue un alivio cuando me
dijeron que no iba a tener que utilizarlo. A pesar de que odiaba enviar a mis
amigos sin mí.
Se agarró el pecho con indignación. —¡Se suponía que pasaríamos juntos
cada momento que pudiéramos para que nuestro bromance sobreviva a la
separación!
—Todos los tres meses. —Me reí—. Ahora, en serio, saldré con Morgan.
—Me deslicé en la máquina.
—Perdona. ¿Morgan, es decir, tu extremadamente atractiva e inaccesible
vecina? —preguntó, y su expresión cambió a una sonrisa arrogante.
—Sí. —Comencé mis repeticiones y esperé que la conversación terminara
allí. 127

—¿Siquiera sabes cómo tener citas? —Se agachó para que estuviéramos
al mismo nivel.
Por supuesto que no podía dejarlo terminar allí.
—Estoy bastante seguro de que todo funciona igual a la última vez que
lo hice —espeté, respirando a través de las repeticiones.
—¿Te refieres a los mil ochocientos? —Se rió.
—En serio, déjalo en paz —le dijo Garrett, bajando después de su última
subida—. Jax, me cae bien. Puede que sea hermosa, pero no actúa como si lo
supiera y se comió tu hamburguesa con queso quemada.
—Gracias por tu aprobación. —Gruñí cuando llegué al final de la serie.
—¡No dije que no me agradara! —Alzó las manos en el aire—. Estoy aquí
para esto, Montgomery. ¿Qué puedo hacer para ayudarte? ¿Necesitas trucos?
¿Consejos? ¿Ideas para citas? Sabes que Myspace ya no existe, ¿verdad?
Terminé la última repetición, bajé de la máquina y le puse la mano en el
hombro. —Sawyer, sabes que te quiero como a un hermano, pero eres la última
persona en el mundo a la que pediría consejos sobre citas.
Garrett estalló en carcajadas mientras llevaba mi trasero a la ducha. No
dejaría que Sawyer me afectara, no cuando había conseguido que Morgan dijera
que sí, incluso si era una cita de amigos. Aceptaría lo que pudiera conseguir en
cuanto a ella.
Mi teléfono sonó mientras me abrochaba la cremallera del traje después
de ducharme.
—Joder —murmuré, pero aun así respondí—. ¿Sabes qué hora es, Claire?
—Las diez y media —espetó.
—Es la una y media de la madrugada. —Me senté en el banco frente a mi
casillero y me puse las botas.
—Bueno, respondiste, así que aún debes estar despierto.
—Pero no lo sabías cuando llamaste… —Me erguí y me froté los ojos—.
De acuerdo, comencemos de nuevo. ¿A qué debo el placer de esta llamada?
—Tenemos un gran jodido problema —dijo furiosa.
—¿Cuál sería?
—¿De verdad enviaste a mi hija a su orientación de jardín de infantes con
un maldito vestido de pascua y Converse? —Su voz era lo suficientemente alta
para ser calificada como chillido.
128
Reprimí una respuesta instintiva, que habría sido decirle que se fuera a la
mierda y cortar. Es la madre de Finley. Repetí ese pensamiento cuatro veces antes
de hablar.
—No que yo sepa. —Me incliné para atarme los zapatos, sosteniendo el
teléfono con el hombro.
—¿Entonces esta foto que me envió Brie no es en la orientación de
Finley? Acabo de enviártela.
Mi celular vibró y lo aparté el tiempo suficiente para ver que la foto que
le había tomado el día anterior aparecía en nuestros mensajes de texto. —Esa es
Finley justo antes de la orientación —confirmé.
—¡Jax!
—¿Qué? —Terminé de atar la primera bota y comencé con la segunda—.
No está usando un vestido de pascua porque no tiene mil conejitos, o huevos, o
una cruz gigante. Es un vestido de fiesta. Y esas no son Converse, son su par
favorito de Vans.
—¿Y la dejaste usar eso? ¿Sabes lo que debe haber pensado la maestra?
¿Lo que otros chicos debieron haber pensado de ella?
—Eso es problema de ellos —respondí, tomando prestada una página del
libro de Morgan mientras me ataba la otra bota—. Mira, Claire, se puso lo que
la hace sentir bien consigo misma. Si tienes un problema con ello, entonces
supongo que deberías haber estado allí para decirle que lo que la gente piense
es más importante que cómo se sienta.
—No puedo creer que acabas…
Sonó la alarma y me paré de un salto del banco para correr hacia el
pasillo.
—¡Tenemos una emergencia! —gritó Sawyer, corriendo en mi dirección,
donde estaban almacenados todos nuestros equipos.
Era hora de irse.
—Claire, tendré que llamarte luego. Hay personas que necesitan que las
salve de problemas reales. —Corté y guardé el teléfono en mi bolsillo sin volver
a pensar en ella al mismo tiempo que volvía corriendo al vestuario. Sawyer y
Garrett entraron por la puerta mientras tomaba mi bolsa, luego presioné un
beso contra mis dedos y toqué la foto de Finley que tenía pegada en el interior
de mi casillero.
Luego también la saqué de mi mente y me concentré solo en la misión
que tenía delante.
129
—Vamos a salvar algunas vidas.
10
Te dejaré mi camioneta. Los mejores recuerdos que tengo en ella son
contigo en el asiento del pasajero, así que parece adecuado.

Traducido por Bells767, Blonchick & Ana_V.U


Corregido por Julie

Morgan

Miré la manilla de la camioneta de Will y me acerqué a ella, solo para 130


volver a dejar caer mi mano antes de alcanzarla. Sam me dijo que me lo tomara
con calma mientras visitaba a los abuelos de Grayson por el fin de semana, pero
no iba a aparecerme la próxima semana en la oficina de la doctora Circe
habiendo fallado en la simple tarea de abrir la maldita puerta.
¿Pero qué pasaba si abría la puerta y tenía otro ataque de pánico? O peor,
¿y si Jackson lo veía? ¿Cómo se suponía que saliera con ese hombre si ni
siquiera estaba lo suficientemente bien como para abrir esta puerta?
Unas ruedas crujieron en la gravilla de la entrada de mi casa y un sedán
azul se detuvo justo en frente de la camioneta. Christina salió de él.
Genial. Ahora tenía un testigo para mi fracaso.
—Bueno, buenos días, solcito. —Me acercó una taza de café mientras me
miraba con enojo, en una extraña combinación de pantalones de yoga y traje de
buzo.
—Difícil que lo sea —contesté—. Pensé que nos encontraríamos en tu
tienda ¿Y qué pasa con el traje de buzo?
—Yo también lo pensé, pero me dejaste plantada. —Inclinó su cabeza a
un lado—. Hasta te compré un café. Es malo cuando está caliente, así que
apuesto a que es extra sabroso cuando lleva una hora enfriándose.
Miré el café y luego a ella. —Espera, se supone que nos encontremos a las
nueve, ¿no? —No podía ser tan tarde.
—Síp. Y ya son las diez. —Agitó su teléfono.
—Oh, Dios. Lo siento tanto, Christina. Perdí la noción del tiempo. —
¿Había estado aquí parada por una hora y media? No sabía si estaba más
molesta por perder todo ese tiempo o por mi completa incapacidad de abrir la
puerta.
—No pasa nada. Podemos llegar a la clase de las once. —Caminó hasta el
basurero de la construcción y tiró el café sobre el borde de metal—. Ahora, ve a
ponerte tu traje de buzo y vámonos.
—¿Para hacer yoga?
Sonrió. —¿Confías en mí?
—No. —Sacudí la cabeza.
—Mujer inteligente. ¿Y si te lo pido muy amablemente y te prometo no
pedirte que surfees? —Me pestañeó varias veces.
Suspiré. —¿Me das cinco? —Se suponía que hiciera ejercicio y nuevos
amigos, y si eso incluía ponerme mi traje de buzo, entonces bien. Al menos no
fallaría en esa parte de mi tarea.
131
—Tómate diez —respondió con un encogimiento de hombros.
Corrí por mis escaleras y no me detuve hasta que llegué a mi dormitorio,
donde luché una batalla con la pieza infernal de neopreno también conocida
como mi traje de buzo. Dios, esa cosa agotó cada músculo que tenía solo con
ponérmela, pero lo logré. Gracias a Dios que no elegí el de cuerpo completo, o
no lo habría logrado.
Con brazos que ya dolían, junté mi cabello en la cima de mi cabeza y lo
recogí en un moño, luego me puse mis pantalones de yoga, recogí mis lentes de
sol y volví afuera, donde Christina me esperaba pacientemente.
—Buena chica. Por tu rapidez, de camino para allá te ofreceré una nueva
taza de café no frío —dijo con una sonrisa.
Manejamos en su carro unos veinte minutos hacia el norte, a Avon, y
paramos en el camino por la dosis prometida de cafeína.
—¿Vas a preguntar? —le pregunté cuando la vi mirándome.
—Nop. Creí que si quisieras decirme por qué mirabas a una camioneta
como si fuese tu enemigo mortal, lo harías. —Me miró directamente—. Eso no
significa que no me muera por saber.
Tomé un sorbo de mi macchiato de caramelo mientras acelerábamos por
las angostas partes de la isla.
—Estoy batallando con una tarea que me dio mi terapeuta. —La miré—.
¿Te incomoda que vaya a terapia?
—Nop. Ya me dijiste que sufrías de ataques de ansiedad. Me incomoda
cuando la gente sabe que necesita ayuda y aun así no la busca. ¿Tarea, eh?
¿Problemas de chico muerto? —preguntó.
De alguna forma, la manera directa en que se refirió a eso me hizo querer
contarle.
—Sí. Se supone que abra la puerta de su camioneta una vez al día. Solo
tengo que abrirla, no entrar ni manejarla ni nada, y no logro hacerlo.
—¿Por qué no? —Entró en un pequeño estacionamiento en la ensenada
de la isla.
—Probablemente porque la última vez que la abrí, Jackson tuvo un
asiento en primera fila para un ataque de ansiedad enorme. No estoy muy
emocionada de deshacer todo el progreso que he hecho y arriesgarme a que
vuelva a pasar. —Casi choqué los cinco conmigo misma por analizar mis
propias razones con bastante éxito.
Se estacionó y se volvió hacia mí. —¿Qué parte? ¿El ataque? ¿O que Jax
lo vea? Por cierto, es adorable que lo llames Jackson.
Me reí ante el último comentario. —Ambos, supongo. Sabía que no debía
132
volver a intentarlo, la verdad. Sam solo salió por el fin de semana porque la
familia de su esposo le pidió que fuera a cenar, y me negué a ir con ella. Me dijo
que descansara durante el día y que lo volviéramos a intentar el domingo,
cuando volviera, pero me quedé ahí parada frente a esa camioneta por una hora
y media luego de que se fue.
—Entonces, básicamente tenías un día libre de tarea y lo intentaste igual.
—¿Estúpido, cierto? —Volví a reír, forzándome.
—Valiente. Me dice que vas en serio con superar lo que sea que te esté
reteniendo. —Apagó el carro.
—¿Y el que me quedara ahí parada?
—Solo te hace humana. Ahora, ¿terminaste de achacarte? Porque esta es
una clase muy genial.
—Pues como que le quitaste la diversión. —Esta vez, cuando mis labios
se levantaron, la sonrisa era genuina.
Salimos del carro y caminamos por el estacionamiento.
—Solo me alegra que estuvieras perdida en tu mundo. Estaba medio
asustada de que me dejaras plantada por Jax —dijo, ajustando su bolso de playa
en su hombro—. Temía que te arrepintieras o algo y no quisieras verme porque
somos amigos.
—¿Por Jackson? —Casi me tropiezo.
—¿Van a salir mañana en la noche, no? —Volvió a ver mi cara y luego
comenzó a balbucear—. Lo siento, los chicos en la estación son un grupo de
colegiales chismosos. Todos saben todo.
—No estamos saliendo ni nada así —le aseguré, igual que lo había hecho
conmigo unas catorce millones de veces desde que él me lo preguntó la semana
pasada—. Solo vamos a turistear.
—Estaría bien si salieran. Lo sabes, ¿cierto?
—Sí. Pero no salimos. —Sacudí la cabeza enfáticamente.
Levantó sus cejas, pero no discutió mientras bajábamos los escalones de
madera hasta la playa, donde nuestra clase de una media docena de mujeres
esperaba… ¿con una tabla de surf de remo?
—¿Christina?
—Considéralo como yoga a lo Guerrero Ninja Americano.
Nuestros pies llegaron a la arena y sacudí mi cabeza. —Estoy más en el
nivel de aeróbicos en silla. —Levanté mis manos para mostrarle mis push-ups
133
sincronizados de dedos.
—Desafía tu zona de confort. Vamos.
Sin excusas, sin opción de echarse atrás. Ella en serio esperaba que
pusiera mi descoordinado trasero en esa tabla de surf de remo e hiciera yoga.
En el agua.
—¿Y qué pasa cuando me caiga? Porque eso definitivamente va a pasar.
—Levanté la solitaria tabla junto a donde Christina reclamó la suya, agradecida
de que me haya puesto el traje de buzo.
—Sabes nadar, ¿no?
—Bueno, sí.
—Entonces te mojas. —Se encogió de hombros—. Puedes quedarte en la
playa, de la misma forma en que te podrías haber quedado en la cama esta
mañana. Tú eliges. Nadie puede decidir empezar a vivir por ti, Morgan.
Se sacó sus pantalones de yoga y pateó sus sandalias.
Sí vivía, ¿verdad? Compré una casa, estaba remodelando esa casa, y me
las había arreglado para hacerme amiga de Jackson, Finley y ahora Christina. Sí,
mi panorama seguía un poco gris, pero ahora mis días tenían algunos rayos de
sol en los espacios que antes solo tenían oscuridad. Rayos de sol que tenían
mucho que ver con el chico con el que no iba a ir a una cita mañana en la noche.
Era turistear con un amigo.
Ajá.
Pateé mis chanclas, moví mis dedos, sintiendo cada detalle de la arena
mojada, desde su ligero frío a su aspereza que sabía que iba a alisar los bordes
irregulares de mis pies si me alejaba lo suficiente. No era abrasivo, sino que más
bien pulía, era reconfortante mientras se moldeaba a mis arcos.
No pude lograr abrir la puerta de la camioneta.
Me quedaban semanas de esta terapia que se sentía más como una
tortura que una sanación.
Will estaba muerto.
Pero yo no.
Tal vez era hora de que empezara a actuar más en consecuencia que solo
en los momentos en que Jackson me sacaba a rastras de mi casa.
No era una sola gran decisión, eran mil pequeñas decisiones como esta.
Igual que decirle que sí a Jackson.
Dejé mis dudas y mis pantalones en la costa, y me dirigí al agua con la 134
tabla bajo mi brazo y la correa del tobillo firmemente asegurada, gracias a
Christina.
Me las arreglé para subir a mi tabla con el agua hasta la cadera junto al
resto de la clase y le agradecí a las estrellas el que no estuviéramos en el lado
oceánico de la isla.
Luego me caí.
Más de una vez.
Pero que me condenen si no me volví a subir a esa tabla en cada una de
caídas.

No es una cita.
No es una cita.
No. Es. Una. Cita.
Repetí esa frase en mi cabeza mientras iba a abrir mi puerta. Solo porque
me hubiese puesto un vestido y un pequeño suéter a juego no significaba que
fuese una cita. Una cita habría implicado tacones, y mis pies estaban dentro de
un par de ballerinas planas y sencillas, pero lindas. Tal vez me haya depilado
las piernas, pero eso tampoco lo convertía en una cita. Tampoco mi maquillaje o
que me haya tomado el tiempo de encrespar mi cabello.
Esos pequeños actos habían sido mis propias afirmaciones de vida. No
tenían nada que ver con el hombre que acababa de tocar el timbre de mi casa.
Exhalé lentamente mientras me inclinaba hacia el pomo de la puerta.
Luego tomé aliento, puse una sonrisa y abrí la puerta.
Mierda. Tenía una camiseta casual, y él hacía que se viera bien. Muy bien,
maldición. Su cabello tenía ese estilo desordenado, como si hubiese pasado sus
dedos por él, tenía las mangas de su camisa blanca enrolladas y un par de
pantalones cortos azul marino.
Pero era su sonrisa la que parecía detener mi corazón.
—Guau. Morgan, te ves increíble.
Tal vez era el profundo timbre de su voz, o la forma en que su mirada
calentaba mi piel mientras me veía de la misma forma en que yo lo acababa de
ver, pero de repente esto se pareció mucho a una cita.
—Gracias —me las arreglé para responder—. Tú también te ves bien. —
Eso se quedaba corto. El hombre estaba para comérselo.
135
—Gracias. —Su sonrisa creció—. ¿Estás lista?
—Claro. —¿Claro? Oh, Dios, ¿de verdad dije eso? ¿Dónde mierda estaba
el encanto por el que se me conocía? ¿La sonrisa rápida y coqueta?
No pareció notar que le había respondido como un abuelo de ochenta y
cinco años, y al par de minutos estábamos en su Land Cruiser, dirigiéndonos al
sur.
—Entonces, ¿qué exactamente planeas mostrarme en la oscuridad? —
pregunté, y mentalmente me volví a maldecir—. Ya sabes, ¿donde no podemos
ver nada? —Para, estás empeorándolo.
Me dirigió una sonrisa y luego miró por el parabrisas. —Es una noche
clara y hay luna llena. Es una buena noche para hacer montañismo, ¿no crees,
Kitty?
Bufé. —No estoy exactamente vestida para hacer montañismo, Jackson.
Desaceleró, entrando en el estacionamiento. —Bien, porque no tenemos
montañas por aquí, precisamente.
Giramos una vez y mi boca se cayó.
—Pero tenemos faros —dijo mientras estacionaba el carro.
Salí al estacionamiento, mirando hacia arriba, arriba y arriba, a la pintura
blanca y negra que subía por la enorme torre. Esta cosa era colosal.
—Es el faro de ladrillos más alto en Estados Unidos —explicó, mientras
cerraba su puerta. Luego rodeó el carro hasta mi lado y cerró la mía, ya que yo
estaba demasiado ocupada mirando boquiabierta.
—¿Y vamos a escalarlo? —Juré por Dios que, si ese hombre sacaba un
arnés de escalada y una cuerda, iba a...
—Vamos a subir las escaleras dentro de eso.
—¿Y te dejan hacerlo a las nueve en punto de un sábado por la noche?
Se rió, enviando una ola de aleteos por mi estómago.
—A partir del mes que viene, harán recorridos de luna llena, pero esta
noche, solo estamos tú y yo. Vamos. —Hizo un gesto hacia la acera que llevaba
al faro, y caminamos por el sendero iluminado por la luna.
—Hola, Jax. —Un hombre alto, pesado, con abundante barba negra y con
un uniforme salió de la puerta cuando nos acercamos.
—John. Gracias por dejarnos entrar —dijo Jackson mientras estrechaba la
mano del hombre.
—No hay de qué. Te debo mucho más que un pequeño acceso nocturno.
136
¿Vas a presentarme a tu chica? —Me dio una sonrisa amable.
—Oh, no soy su chica.
—Ella no es mi chica.
Hablamos al mismo tiempo, y luego dejamos que la incomodidad
hablara por sí misma.
—Ya. —Miró entre nosotros—. De acuerdo, las luces de la escalera están
encendidas, pero las de la cubierta están apagadas, así que tengan cuidado.
Le aseguramos que lo tendríamos y luego entramos en el faro. Tomé la
escalera de caracol y sacudí la cabeza. —¿Por qué te debe John exactamente?
La mandíbula de Jackson se flexionó antes de responder. —Una vez
saqué a su hermano de un aprieto. Nada importante.
La forma en que miró hacia otro lado me dijo lo contrario.
—Te gusta salvar a la gente, ¿verdad? —Como a mí.
—No tienes ni idea —respondió en voz baja, mirando al centro de la
escalera.
—Bien, guía turístico —dije mientras mi pie llegaba al primer escalón de
metal—. Es hora de empezar a guiar.
—Te prometo que vale la pena —juró cuando empezamos a subir—. Son
treinta y un escalones entre cada rellano para un total de doscientos cincuenta y
siete escalones —recitó, comenzando mi lección de historia de la tarde.
Caí en el ritmo de mis pies y la cadencia de su voz mientras me contaba
por qué se había construido en el siglo XVIII.
—¿El cementerio del Atlántico? —pregunté—. ¿No crees que eso es un
poco extremo? —Mi respiración se volvió dificultosa, y noté con más que un
poco de asombro y molestia que la suya no. No señor, él seguía respirando
hondo y parejo. ¿Cómo diablos? ¿Pasaba una hora en una máquina escaladora
todos los días?
—Te lo mostraré —prometió—. Este es el último tramo de escaleras antes
de la cima.
—¿Quieres decir que esto termina eventualmente? —me burlé.
Sacudió la cabeza, pero había risas en esos ojos azules.
—Sí, sí. Sigue subiendo, Kitty.
—¿Nunca haces nada para divertirte que no queme mil calorías?
—¿Qué quieres decir?
—Ven a caminar por la playa, Morgan. —Mi voz bajó en una horrible
137
imitación de Jackson—. Ven a surfear, Morgan. Mira, hay yoga para que aprendas,
Morgan.
Su risa resonó en la estructura de ladrillos.
—¿Por qué no, veamos una película, Morgan? O mi favorita, ¿pedimos
comida y vemos Netflix, Morgan? —Finalmente llegamos a un rellano con una
puerta, y me volví hacia él cuando se paró a mi lado, atrayendo mis ojos hacia
arriba otra vez—. ¿Mmmm? —pregunté, levantando una ceja.
—Pediré comida para llevar contigo cuando quieras. —Su mirada se
posó en mis labios, y la temperatura en el faro se elevó. O tal vez eso era solo mi
propio cuerpo—. Incluso te dejaré elegir lo que haremos la próxima vez.
La próxima vez. Tragué, tratando de encontrar la frivolidad que teníamos
hace unos segundos.
—Espero que te levantes para una noche divertida de lectura en el sofá
—bromeé.
—Iré a leer contigo —me ofreció en lo que tenía que ser la voz más sexy
imaginable. Demonios, esa fue la frase más sexy imaginable—. ¿Con qué libro
pasas tus noches?
—Acabo de terminar La Señora Dalloway, y ahora estoy con Orlando. Me
gusta un poco Virginia Woolf.
—Imagínate, eres una chica clásica. —Me sonrió—. Casi me engañas,
pensando que te gustan las excursiones nocturnas —bromeó.
Resoplé. —No soy exactamente un tipo de chica de exteriores, ya sabes.
—Al menos no lo había sido.
—Con toda la caza de caracoles, las caminatas por la playa, el yoga y el
surf... Podrías haberme engañado.
—La vieja yo prefería las pedicuras a las cuatro ruedas, y lo único que
cazaba en la playa eran chicos y un bronceado. Oh, y el ocasional viaje en moto
acuática. —Mis hombros se levantaron en un encogimiento de hombros.
—La vieja tú, ¿eh? —Dio unos pasos a mi derecha y alcanzó la manija de
la puerta.
—Sí. Ella incluso venía con una sonrisa rápida y una lengua afilada
cuando la ocasión lo requería. —Esa era una vida completamente diferente, una
chica completamente diferente, pero la chica que era esta noche tampoco se
sentía tan mal.
—Todavía tienes esas cosas. Créeme. Y resulta que me gusta cualquier
versión de ti que esté bien. De hecho, todavía no he visto ninguna versión de ti
que no me guste. Todas son simplemente tú.
La sinceridad de sus ojos me quitó otra capa de mis defensas, pero no me
138
sentí cruda ni expuesta. Me sentí... vista, lo que fue extrañamente reconfortante
de una manera que no quería examinar en este momento.
—Gracias. Entonces, ¿vas a abrir esa puerta, o esta caminata fue solo por
diversión?
Se hizo a un lado y abrió la puerta con una floritura. —Después de ti.
Subí a la cubierta, y mi pelo se volvió loco, volando en varias direcciones
con la fuerte brisa que me azotó desde el océano. Sostuve los mechones en una
mano y el dobladillo de mi vestido en la otra mientras Jackson entraba por la
puerta detrás de mí y la cerraba. Nos quedamos de pie en una cubierta circular
justo debajo de la cima del faro, donde una luz giraba a un ritmo constante al
menos a tres metros por encima de nuestras cabezas.
Su amplia sonrisa me hizo cuestionar su cordura. —Te ves igual que
cuando te vi por primera vez.
—Oh —dije en voz baja. ¿Tan bien recordaba la playa?
—Ven. —Se acercó lo suficiente como para que sintiera el calor de su piel
mientras sus brazos me rodeaban, reemplazando mis manos por las suyas—.
Ahora puedes agarrar una liga de pelo si quieres.
—¿Qué te hace pensar que tengo una liga de pelo? —Arqueé la ceja,
negándome a ceder a lo guapo que era el hombre a la luz de la luna.
—¿No guardan todas las mujeres una liga de pelo en su bolso? —Él
asintió hacia el mío, que había colgado en diagonal sobre mi hombro.
—No estoy segura de que haya algo que hagan todas las mujeres —le
respondí, sabiendo muy bien que tenía una liga en mi bolso. Pero el sentido
común prevaleció, así que me rendí y le entregué mi cabello, luego busqué en
mi bolso. Mi mejilla le rozó el antebrazo desnudo cuando giré la cabeza, y
murmuré una disculpa mientras encontraba rápidamente la liga y me sujetaba
el pelo en un rápido moño.
Jackson ganó otro punto cuando no mencionó que yo tenía, de hecho,
una liga como él había asumido. En cambio, me tomó de los hombros y me giró
lentamente para que me enfrentara al océano.
—¿Valió la pena la caminata?
Me quedé sin aliento y me moví hacia adelante para apoyarme en la fría
baranda de metal, esperando que fuera suficiente para evitar que mi falda
volara sobre mi ropa interior. Estos eran definitivamente un paso adelante
desde mis Hello Kitty, y no estaba exactamente preparada para presumir de
ellas.
—Es hermoso —dije, sin estar segura de si el viento le hacía muy difícil a
Jackson escucharlo. La luna llena jugaba con las olas en la distancia, trazando
un camino de color blanco a través del agua que conducía directamente a la 139
playa, iluminando la costa en una mezcla de luces y sombras, suavizando el
paisaje dramático.
—¿Mmmm? —preguntó Jackson mientras se acercaba por detrás de mí,
con su cabeza sobre mi hombro.
—Dije que es hermoso. —Mi mente se quedó en blanco mientras luchaba
por pensar en algo más que en lo cerca que se encontraba. En que había solo
unos centímetros, si es que eso, entre nosotros, tortuosos pero necesarios, ya
que esos centímetros eran lo único que impedía que el revoloteo de mi
estómago se convirtiera en algo mucho más potente y peligroso.
—Sí. Seguro que sí.
Incliné ligeramente la cabeza y sus labios me rozaron la oreja. El aire se
precipitó en mis pulmones mientras esa pequeña y accidental caricia enviaba
destellos de inesperado placer por mi espalda.
—¿Ves eso? —Pasó el brazo por encima del hombro apuntando con el
dedo.
—¿Las olas? —Miré hacia el océano, siguiendo el camino que me había
mostrado.
—Aquí es donde la fría corriente del Labrador se encuentra con la cálida
corriente del Golfo. Eso hace que los cardúmenes se muevan de manera
impredecible, lo que puede hacer que los barcos naufraguen. —Su voz era
suave en mi oído, sus labios cerca, pero sin tocarme.
—¿Cuántos crees que han naufragado a lo largo de los años? —Las olas
parecían casi inofensivas en la distancia.
—Los expertos de aquí estiman unos dos mil.
—El cementerio del Atlántico —recordé, mirando las olas. Tan hermosas,
pero tan peligrosas—. ¿Crees que todavía ocurren naufragios ahí fuera?
—¿En este momento? Espero que no. Pero sí, ocurren por aquí más de lo
que nos gustaría, eso es seguro. —Dejó caer su brazo y se movió, así que se
puso a mi lado, con las dos manos en la barandilla. Apretó el metal mientras
tomaba lo que parecía ser una bocanada de aire constante.
—Parece casi una tontería, ¿no? ¿Saber lo peligrosa que es el agua y aun
así elegir navegar por ella? Esa parece ser la definición de locura para mí. Una
vez que algo te muestra lo mortal que puede ser, elijo creerlo y alejarme. —El
viento golpeó la parte posterior de mis muslos, y de inmediato extrañé el calor
de él mientras simultáneamente maldije mi decisión de usar un vestido.
El dolor se reflejó en sus rasgos, y mi estómago se tambaleó. Había
tocado un nervio de alguna manera. 140

Me sorprendió mirándolo y se obligó a sonreír con tristeza. —Lo siento,


mi mente se desvió. Mis padres murieron en un accidente de barco cuando
tenía diecisiete años.
—Oh Dios. Jackson, lo siento mucho. —Mi estómago detuvo su sacudida
y se desplomó cuando mi mano cubrió la suya—. No quise decir... —Ni siquiera
tenía palabras para cubrir mi total insensibilidad. Diecisiete. Había sido tan
joven.
—No lo sientas. No lo sabías. —Volvió a mirar hacia el agua mientras sus
dedos se abrían en la barandilla. Los míos cayeron en los huecos, y él los apretó
ligeramente, dejando nuestros dedos entrelazados—. Papá conocía muy bien las
aguas, pero el clima llegó más rápido de lo previsto y... —Exhaló lentamente—.
Los perdí a ambos en la costa de Maine. Lo que pasa con el océano es que puede
hacerte creer que eres su igual. Entiendes sus mareas, sus olas, sus corrientes, y
empiezas a sentirte como si fueras su pareja, como si el amor que sientes por él
fuera correspondido de alguna manera.
—Amor, ¿eh? —pregunté en voz baja, preguntándome si eso es lo que le
había llevado a estudiar oceanografía. Donde yo había evitado todo lo que me
recordaba mi pérdida, él había abrazado y examinado lo mismo que mató a sus
padres. ¿Había exorcizado eso a los demonios de su dolor? ¿O era yo la única
que los tenía?
—Amor —confirmó—. Estar ahí en el agua es tan positivo para algunas
personas como el sexo para otras. El océano está en su alma. Y tienes razón, tal
vez es un poco de locura lo que hace que la gente salga a esas aguas en
particular. —Asintió hacia la divergencia de las dos corrientes delante de
nosotros—. Pero por lo que he visto, las únicas emociones que dominan nuestro
propio sentido de autopreservación son la obsesión y el amor, y el océano es
ambas cosas para mucha gente. Cometen el error cuando olvidan que es
demasiado profundo, demasiado terco y demasiado poderoso para amarte.
Nunca hay una sociedad porque él siempre tiene el control.
—Siento mucho que los hayas perdido. —Era todo lo que pude pensar en
decir. Fue lo único que siempre quise escuchar, así que tal vez era lo mismo
para él.
Sus dedos rodearon los míos en un apretón tranquilizador.
—Gracias. Les habrías gustado mucho, y habrían estado completamente
envueltos alrededor del dedo de Finley.
Hice una nota mental para llamar a mamá mañana y absorbí sus palabras
en silencio mientras un cómodo silencio caía sobre nosotros. El océano se veía
exactamente como él lo describió. Negro como la tinta bajo el cielo nocturno, 141
impresionantemente hermoso y malvadamente poderoso. Su pulgar se movió,
acariciando el borde de mi meñique en un patrón distraído. Era relajante,
incluso reconfortante, y no tenía ningún deseo de alejarme o poner distancia
entre nosotros.
Mierda, me gustaba la forma en que me tocaba. Me gustaba mucho más
que eso de él, si estaba siendo sincera conmigo misma. Claro, me gustaba su
aspecto, pero no había mucho que no me gustara. Su perfil era fuerte, su
mentón cuadrado y su nariz recta, con un bultito que me hizo preguntarme si se
la había roto una vez, y sus labios de alguna manera se las arreglaban para
verse duros y deliciosamente suaves al mismo tiempo. Había visto suficiente de
su cuerpo para saber qué había debajo de esa camisa, y el simple recuerdo de él
corriendo hacia mí en la playa envió un destello de calor a través de mis venas
lo bastante fuerte como para acelerar mi pulso. Él giró la cabeza, mirando hacia
la playa, y mentalmente le envié una oración de agradecimiento por no
haberme pillado mirándolo fijamente o por no haber puesto los ojos en mí.
Giré mi cara en dirección contraria y encontré una gruesa franja de tierra
marcada que corría entre el faro y nuestras propias casas.
—¿De qué es eso? —Apunté con mi mano libre para no tener que soltar
la suya.
Él siguió mi mirada, todavía siguiendo ese patrón arremolinado en mi
piel.
—Ese es el camino que quedó desde que movieron el faro.
—¿Qué? No puede ser. ¿Este faro? —Abrí la boca. Esta cosa era enorme,
¿y lo movieron?
—Este faro —confirmó, una esquina de su boca levantándose en clara
diversión ante mi incredulidad—. Hace poco más de veinte años, lo movieron
de allí —Señaló un poco hacia el norte, donde el camino terminaba en la
playa—, hasta aquí. Era lo único que podían hacer para salvarlo.
—¿Salvarlo? ¿De qué cosa? ¿De los hombres que engañan a las mujeres
desprevenidas que esperan hacer turismo y les toca una máquina escaladora en
su lugar? —Levanté las cejas y él se rió. Coqueteando. Oh, mis estrellas, estaba
coqueteando, y se sentía... genial. Mi corazón se aceleró un poco de la mejor
manera posible, y sonreí abiertamente, deleitándome tanto con la emoción
como con mi capacidad de sentirla.
Los ojos de Jackson se abrieron de par en par, entre mis labios y mis ojos,
antes de que sacudiera ligeramente la cabeza y parpadeara.
—El océano —respondió con una voz que sonaba como si hubiera sido
raspada sobre papel de lija—. Tenían que salvarlo del océano.
142
—Porque la costa cambia mucho.
—Exactamente.
Esos ojos. Incluso a la luz de la luna, cuando no podía ver todos los tonos
de azul que los hacían tan irresistibles, me pusieron las rodillas de gelatina. O
tal vez era solo Jackson en general, si seguía con esa racha de sincera-conmigo-
misma.
Miré de nuevo al camino. —¿Qué tan lejos lo movieron?
—Hombre, me alegro de haber estudiado para esta cita. —Se rio—.
Ochocientos ochenta y tres metros.
No me estremecí ante la palabra “cita”. —¿Cómo diablos mueves algo
tan grande?
—Al igual que se emprende cualquier gran proyecto… un pacito a la vez.
Necesitaron veintitrés días y un montón de ingeniería.
—¿Lo desarmaron y lo reconstruyeron? —Me incliné apenas, asimilando
la distancia al suelo y esperando que fuera la altura vertiginosa lo que hizo que
mi corazón latiera más rápido. Dios, ¿qué me pasaba? Había estado cerca de
Jackson muchas veces y nunca había tenido una reacción de colegiala.
Nunca has estado completamente sola con él. Siempre había estado Finley, o
Sam, o toda una barbacoa de gente a nuestro alrededor.
—No, lo dejaron intacto.
—Imposible.
Se rio. —¿Por qué?
—¡Mira esta cosa! ¡Es enorme! —Lo miré boquiabierto.
—No te olvides de viejo. Casi ciento cincuenta años —agregó, volviendo
su cuerpo hacia el mío—. Te dije que estudié. —Como si fuéramos un par de
imanes, me moví para enfrentarlo, nuestras manos cayeron de la barandilla,
pero permanecieron entrelazadas. Con su mano libre, acarició lentamente con el
dorso de sus dedos mi mejilla—. Pero también es demasiado importante, único
y hermoso para quedarse quieto y no hacer nada mientras se ahoga. Si bien
puede parecer delicado, en verdad es increíblemente fuerte y capaz de soportar
una tormenta o dos.
Me quedé quieta, sabiendo que había dejado de hablar del faro.
—Jackson —le rogué, pero no estaba segura de para qué.
—Morgan. —Sus dedos se deslizaron por la parte de atrás de mi cuello
mientras su pulgar repetía la caricia en mi mejilla.
143
Dios, eso se sintió bien. Una oleada de anhelo llenó todo mi cuerpo,
moviendo partes de mí que estaba segura de que habían muerto hacía mucho
tiempo… las partes que recordaban necesidad, anhelo y deseo. Las partes que
recordaban cómo se sentía ser el objeto del deseo de otra persona también. Y
esas partes descuidadas de mí estaban hambrientas mientras se despertaban,
exigiendo ser reconocidas y apaciguadas.
Luché por encontrar una pizca de mi sentido común en medio del ataque
de puro y egoísta deseo que me tenía mirando fijamente su boca.
—No quieres esto —le advertí en voz baja, agarrando con la mano que
no tocaba a Jackson la barandilla, como si eso me permitiera mantener los pies
en la tierra.
—¿No quiero qué? —me preguntó, bajando la cabeza hasta que nuestras
frentes se tocaron—. Porque no puedes decirme que no te quiera.
Oh, Dios. Alegría, incredulidad, anhelo… las emociones me asaltaron tan
rápido que apenas pude procesarlas, pero una se destacó más fuerte. Temor.
¿Era miedo por él o miedo de él? Sí.
—No me quieres. No puedes. Soy un desastre, y no me refiero a uno
pequeño. Soy del tipo que tiene un montón de escombros por corazón, ataques
de ansiedad que no puedo controlar y una terapeuta a la que veo todas las
semanas con la esperanza de poder volver a hablar con mi mejor amiga o
simplemente abrir la puerta de un camión que nunca quise. —Mis ojos se
cerraron con fuerza—. Créeme, no quieres esto. No me quieres.
—Morgan…
—No. —Me retiré de sus brazos y me dolía la piel por la pérdida de
contacto. ¿Estaba tan desesperada por el toque humano? Solo de Jackson—. No
soy recatada, ni estoy jugando, lo cual es irónico, ya que solía ser muy buena en
todo eso. En realidad te estoy diciendo que corras por tu vida.
—¿De ti? —La piel entre sus cejas se arrugó y sentí una necesidad
ridícula de alisarla con los dedos.
—¡Sí!
Apretó la mandíbula, y sus ojos se volvieron feroces, inmovilizándome
contra la cubierta del faro con la fuerza de su mirada. —Morgan, no puedes
decirme lo que quiero más de lo que yo puedo dictar tus sentimientos.
Parpadeé, admitiendo la innegable lógica de su declaración. —Eso es
justo.
—Si no quieres empezar algo conmigo, entonces esa es tu elección, y la
respetaré, no importa lo mucho que quiera convencerte de lo contrario.
—Gracias. —Mierda, ¿fue eso una punzada de decepción lo que bajó por
mis hombros? 144

Su cabeza se inclinó hacia atrás mientras su pecho subía y bajaba con una
respiración profunda, como si él fuera el que luchara por el control, no yo.
Cuando volvió a mirarme a los ojos, contuve la respiración.
¿Qué diablos quería realmente? Presionar pausa en este momento, llamar a
Sam y saber su punto de vista al respecto, y luego presionar reproducir nuevamente
para saber lo que se supone que debo sentir. Como si eso fuera a suceder.
—Sé de los ataques de ansiedad. Recuerda, estuve allí en uno —dijo,
como si estuviéramos hablando de lo que habíamos almorzado—. Me alegro de
que tengas una terapeuta porque soy consciente de que estás trabajando en algo
en lo que no estás lista para dejarme entrar, y eso está bien. Tampoco sabes
exactamente todo sobre mí, y lo más probable es que cuanto más sepas, más
pensarás que eres la que debería correr. —No movió un músculo, pero la forma
en que me miró se sintió una caricia de todos modos—. De hecho, sé que serás
tú quien correrá.
—¿De ti? —me burlé—. Eres la persona más equilibrada que conozco. —
Incluso si todavía suspiraba por su ex, pero ¿quién era yo para juzgar?
—Entonces deberías conocer a más gente. —Me miró, enarcando una
ceja—. Morgan, me gustas y no me refiero solo como mi vecina. Te quiero de
una manera que me mantiene despierto por la noche, calculando mentalmente
los pasos entre mi puerta y la tuya. Te deseo tanto que apenas me contengo de
dar esos pasos todas las noches. No tengo ningún problema en reconocer mis
sentimientos hacia ti. Y aunque no voy a presionarte por algo cuando es obvio
que no sientes lo mismo…
Me quedé boquiabierta. —Nunca dije que no te deseo…
—Creo que mereces saber que puedes predicar que eres un desastre,
pero creo que eres bastante perfecta, con ruinas y todo.
Cada protesta murió en mi lengua ante la sinceridad tangible en su voz.
—¿Estás luchando? —empezó de nuevo—. Sí. Es evidente. Pero, Dios,
eres una luchadora, incluso si no lo ves. Tuviste el coraje de retomar toda tu
vida y mudarte porque sabías que necesitabas un nuevo comienzo. Tal vez no
puedes abrir la puerta del camión, pero no lo dejaste en un almacén y corriste.
Esa mierda está en tu patio delantero donde eliges enfrentarla todos los días.
Empujas tus límites, ya sea en una tabla de surf o dejándome que te lleve a una
barbacoa. Tienes amigos leales, lo que significa que tú también eres bastante
leal, y cuando la muerte vino volando hacia ti en forma de veleta que el tiempo
olvidó, tu primer instinto fue proteger a mi hija, lo que es suficiente para
hacerme caer a tus pies sin el hecho de que eres la mujer más exquisita que he
visto, lo que eres. —Volvió a levantar esa ceja desafiante.
Mis labios se separaron y las mariposas en mi estómago revolotearon tan 145
rápido que la fricción me calentó desde adentro, incluso cuando amenazaron
con convertirse en llamas y prender fuego a mi cuerpo. Me quería de verdad.
Vio el desorden y me quería de todos modos, de alguna manera encontrando
belleza en todo lo que yo llamaba escombros. Maldita sea, ya no quería que
sean escombros. Quería estar completa de nuevo. Quería tener algo que ofrecer
a este hombre que me llevó de excursión a la luz de la luna y me alejó de mis
propias sombras con su luz.
Me quedé sin aliento cuando me di cuenta de que él me hizo querer vivir,
no solo sobrevivir y esperar lo mejor. Había reavivado esa chispa dentro de mí
desde el momento en que sentí ese destello de atracción en la playa y el cuidado
que había tenido al rescatarme de mi propia escalera. Esa chispa crecía cada vez
que me hacía reír, sonreír o poner los ojos en blanco. Prosperó cuando hice
planes con él, finalmente deseando mirar hacia adelante en mi vida. Podría
haber estado haciendo el trabajo en terapia, pero no se podía negar que Sam
tenía razón: Jackson se había convertido en mi recompensa por aprender a vivir
de nuevo.
—No me mires así. —Se pasó la mano por el pelo—. Eres hermosa, y eso
ni siquiera es lo mejor de ti. Cada vez que me dejas entrar en esa cabeza tuya,
me siento como el imbécil más afortunado del planeta, y no hay nada que haya
encontrado que me haga quererte menos. Dios, todo sobre ti me acerca más sin
siquiera intentarlo. Como dije… puedo reconocerlo. Y claro, lo que siento por ti
me asusta muchísimo, pero eso es lo que me dice que es auténtico. Así que sí,
respetaré tu falta de sentimientos porque yo siento demasiado, pero por favor no
me digas que no puedo quererte, porque te quiero. Y estoy lo suficientemente
seguro de esto como para esperar hasta que estés en un lugar donde veas lo
increíble que eres…
Detuve sus palabras con mis labios.

146
11
Traducido por Jadasa & Sofía Belikov
Corregido por Julie

Jackson

Un segundo le decía a esta mujer lo increíble que era, y al siguiente, se


encontraba presionada contra mí con su boca sobre la mía.
Tardé dos segundos quedándome en estado de shock, pero espabilé en el 147
siguiente aliento, envolviendo un brazo alrededor de su cintura y acunando su
nuca con el otro.
—¿Morgan? —susurré contra sus labios en cuestión.
—Bésame, Jackson —exigió, pasando sus brazos alrededor de mi cuello.
Las palabras me golpearon al igual que una cerilla contra una pila de
leña, la llama instantánea y consumidora. Contuve la necesidad que palpitaba
por mis venas y la besé suavemente, saboreando su rápida inhalación y la
forma en que se levantó contra mí por más. No iba a arruinar esto moviéndome
demasiado rápido. Lo mantendría ligero, bebiendo besos toda la noche si eso la
mantenía en mis brazos. Buen plan. Despacio.
Pasó su lengua por mi labio inferior, luego lo tiró suavemente entre sus
dientes.
Al diablo con el plan.
La besé profundo, metiendo mi lengua entre sus labios entreabiertos con
un gemido que no pude contener. Sabía más dulce de lo que podía haber
imaginado, cítrico con un toque de vainilla en sus labios. Apretó sus brazos a
mi alrededor, e incliné su cabeza ligeramente para poder hundirme en su boca
una y otra vez, aprendiendo cada curva y línea a medida que su lengua frotaba
y giraba alrededor de la mía. Más. Deseaba más.
Quería besarla hasta que ninguno de los dos pudiera recordar ningún
beso antes de este. Mis dedos se curvaron alrededor de su cintura, abrazándola
con fuerza en tanto nuestras bocas se movían juntas como si nos hubiéramos
estado besando durante años, no minutos. Encajaba perfectamente contra mí,
suave y con curvas en todos los lugares donde yo no. Mi mano se deslizó por su
cabello mientras la parte de atrás de su vestido azotaba mi brazo con el viento.
No pienses en lo que hay debajo.
Jadeó cuando otra ráfaga levantó la tela, pero se sumergió de nuevo en el
beso, su lengua se metió en mi boca con pequeños movimientos que hicieron
que mi necesidad por ella aumentara y me hiriera más. Bajé mi brazo sobre la
curva de su trasero y la levanté, manteniendo mis dedos extendidos sobre su
cadera a medida que giraba y daba tres pasos, poniendo su espalda contra el
faro para poder usar mi cuerpo para protegerla del viento.
Sus ojos se encendieron por el contacto y apoyé mi frente contra la suya
en tanto nuestra respiración se volvía entrecortada y áspera. Joder, ¿cómo iba a
dejar de besarla? Ella era una de esas drogas con las que se suponía que nunca
debías experimentar; una dosis y yo era adicto.
—¿Demasiado? —pregunté con mi voz ronca mientras bajaba sus pies a
la cubierta.
Sacudió la cabeza lentamente, luego se pasó la lengua por el labio
148
inferior. —No es suficiente. —Su rodilla se levantó contra la parte exterior de mi
muslo.
Murmuré una maldición, luego llené mis manos con su trasero y la
levanté de la forma que deseaba desde el momento en que encontré esas curvas
colgando en mi cara. Sus largas piernas se envolvieron alrededor de mi cintura,
sus tobillos se trancaron en la parte baja de mi espalda cuando acerqué mi boca
a la de ella.
Gimió, una de sus manos en mi cabello y la otra sosteniendo mi nuca
como si fuera un prisionero en lugar de un participante más que dispuesto. El
sonido no ayudó a la situación actual en mis pantalones cortos y, sinceramente,
no me importó. La besé más profundamente para poder escucharlo de nuevo.
Arrancó su boca de la mía y reclinó la cabeza en tanto jadeaba por
respirar. Me moví hacia su cuello, besando un camino a lo largo de la esbelta y
suave columna, y haciendo una pausa para succionar suavemente los puntos
que la hacían tensarse.
—Jackson —gimió cuando llegué al punto sensible debajo de su oreja.
Me balanceé contra ella instintivamente, luego me quedé quieto, dejando
que mi respiración se liberara lentamente en tanto contaba hasta cinco. La mujer
me tenía bailando al borde de mi autocontrol. Podría haber culpado a mis
meses de celibato, pero era simplemente Morgan. Todo en ella me excitaba, y
tenerla en mis manos y debajo de mi boca quitó todo pensamiento lógico, lo que
no era bueno para ninguno de los dos. Tenía que frenar esto antes de que fuera
demasiado lejos.
Rozó sus labios contra mi mejilla y apretó mi cintura con sus muslos en
tanto regresaba a mi boca.
Gemí en rendición en tanto la besaba hasta dejarla sin aliento, viviendo
por la caricia de su lengua contra la mía. Joder, podía sentir el calor de su piel a
través de la tela de su vestido. Si cambiara mi agarre, podría deslizar mi mano
por su muslo desnudo…
Detente. No puedes seguir con esto.
Mentalmente golpeé mi conciencia cuando ella movió sus caderas sobre
las mías con un pequeño gemido. Íbamos a ser tan buenos juntos. Le daría
tantos orgasmos como su cuerpo pudiera soportar y luego comenzaría de
nuevo, solo para detenerme cuando fuera tan adicta a mí como yo ya lo era a
ella. Sería lo que necesitara…
Eres lo opuesto a lo que ella necesita y lo sabes.
Me quedé inmóvil contra su boca.
Ella no lo sabía. Expuse mis sentimientos sin ofrecerle la única verdad
149
que le daría la información que realmente necesitaba.
Envié una oración para que esta no fuera la única vez que besara a
Morgan. Luego luché contra mis propios instintos y reduje el ritmo, suavizando
mi boca incluso cuando ella gimió en protesta.
—Deberíamos irnos —dije contra sus labios, luego le di un último beso
suave y prolongado antes de separar sus piernas de mi cintura. Mi cuerpo
jamás me iba a perdonar, pero nunca me perdonaría a mí mismo si dejaba que
esto sucediera bajo falsos pretextos.
—Vale. —Parpadeó lentamente hacia mí, sus ojos nublados por el mismo
deseo que bombeaba por mis venas y me tenía más duro que la piedra contra su
espalda. Una vez que sus pies llegaron al suelo, tomé su mano en la mía y la
conduje de regreso al faro, cerrando la puerta detrás de nosotros.
—¿Lista para bajar? —pregunté, tratando de respirar de modo constante
y fallando miserablemente.
Asintió, su pecho subía y bajaba tan erráticamente como el mío.
Caminé delante de ella por si acaso tropezaba, sus dedos entrelazados
con los míos en tanto sostenía su mano torpemente detrás de mi espalda. A
menos que mi hombro se dislocara, no la soltaría.
Utilicé cada uno de esos doscientos cincuenta y siete escalones para
formular un plan, para encontrar una manera de expresar la verdad de lo que
hacía para ganarme la vida sin que ella huyera. Cuando llegamos al suelo, mi
respiración se estabilizó, pero mi mente se hallaba en blanco.
Agradecimos a John por dejarnos entrar al faro tan tarde y caminamos de
regreso por la acera hasta el estacionamiento.
—Gracias —dijo con un pequeño suspiro, sonriéndome—. En serio valió
la pena la caminata.
—El gusto es mío. —Intenté sonreír, pero salió lo suficientemente extraño
para que las cejas de Morgan se fruncieran.
—¿Qué pasa? —preguntó cuando nos acercábamos al coche.
Traté de responder, pero las palabras simplemente no salían. Ella había
sido lo suficientemente valiente como para exponer su mierda, bueno, todo
menos la causa de sus ataques de ansiedad, y aquí estaba yo buscando una
explicación.
Me miró enarcando las cejas cuando le abrí la puerta, pero entró sin
protestar.
Me deslicé detrás del volante y encendí el motor, luego lentamente salí
del estacionamiento.
150
—¿Hice algo mal? —Su voz tembló en la última palabra de una manera
que rompió mi puto corazón.
—No. Dios, no. Eres perfecta. Eso fue perfecto. Besarte es… —Negué con
la cabeza a medida que salíamos a la calle.
—¿Perfecto? —adivinó, pero su sonrisa era temblorosa.
—Mucho más. Pero no tenía planeado que eso sucediera. —Mi mano
izquierda agarró el volante mientras mi derecha alcanzaba la suya.
—Por supuesto —respondió un poco cortante, retrayendo su mano y
colocándola en su regazo.
El movimiento fue un golpe directo en el estómago, y me lo merecía con
creces. —¿Qué quieres decir?
Se encogió de hombros, mirando fijamente por el parabrisas. —Quiero
decir que estoy segura de que no planeaste que básicamente saltara sobre ti y te
besara así. Lo siento.
—¿Lo lamentas? —le dije bruscamente sorprendido, mi mirada se movió
hacia la de ella tanto como me fue posible en tanto seguía manteniendo mis ojos
en la carretera—. ¿Por qué diablos lo lamentarías?
—¡Porque obviamente no es algo que deseabas! —exclamó con una nota
aguda de autodesprecio.
—Créame, definitivamente es algo que deseaba. Algo que todavía deseo.
—Estuve tentado de poner su mano sobre mi pene para demostrar cuánto deseo
sentía—. Hay algo que primero debes saber sobre mí, y te lo iba a decir esta
noche...
—Ya sé que todavía estás enamorado de tu ex.
¿Qué?
—¡Diablos no! —Salí a la acera, giré hacia uno de los muchos caminos de
tierra que conducían a la playa y aparqué para poder girarme hacia ella. Esto no
esperaría los cinco minutos que tardaríamos en llegar a casa—. No estoy
enamorado de Claire. Para nada. —La sola idea aumentó mi presión arterial.
Su rostro se arrugó por la confusión. —¿No?
—¡No!
—Entonces, ¿qué podría necesitar saber antes de un beso? —contestó—.
¿Eres un asesino?
—No. —Me reí.
—¿Un secuestrador? ¿Violador? ¿Tienes otras tres esposas repartidas por
151
los Estados Unidos? —Se encogió de hombros con evidente frustración.
—No tengo ni una sola esposa, y mucho menos tres...
—Y que…
—¡Soy piloto! —Mierda. Mierda. MIERDA. Salió de mi boca de una forma
tan descuidada que quise volver a succionarlo, presionar rebobinar en este
momento y hacerlo todo de nuevo.
Se quedó totalmente inmóvil. Sin parpadear, sin maldecir, sin fulminar
con la mirada, nada. Ni siquiera estaba seguro de que estuviera respirando.
Seguro que yo no.
—Dijiste que estabas con la guardia costera —acusó en voz baja, todavía
mirándome con lo que supuse que tenía que ser conmoción.
—Lo estoy —aseguré, apoyándome en la consola entre nosotros—. Soy
piloto de búsqueda y rescate de la guardia costera.
Sus ojos brillaron, no por el miedo sino por el terror palpable.
—Helicópteros —susurró finalmente.
—Helicópteros —confirmé, tragando el nudo que se me hacía en la
garganta—. No es así como quería decírtelo. Iba a explicar por qué elegí mi
carrera y...
—Llévame a casa. —La demanda fue gélida y plana cuando se apartó de
mí.
—Morgan, por favor. Deja que me explique. —Mi mente se hallaba llena
de pánico. Si pudiera hacer que ella escuchara, entonces lo entendería, ¿verdad?
Abrió la puerta.
—¿A dónde vas? —Tomé su codo.
Se dio la vuelta lo suficiente para mirar mis dedos en su suéter.
Los aparté inmediatamente. Joder, esto no iba bien.
—Si no me llevas a casa, caminaré. Puedo ver el faro desde mi terraza, lo
que significa que si sigo este sendero, la playa me llevará a casa. —Hizo una
pausa, su mano deteniéndose en el mango.
—Te llevaré.
Cerró la puerta, luego miró fijamente por el parabrisas en tanto ponía el
auto en reversa, algo que desearía poder hacer con los últimos cinco minutos de
mi vida. Nos detuvimos en la acera y me dirigí hacia nuestras casas. El silencio
entre nosotros no solo fue tenso; era lo suficientemente afilado como para hacer
sangrar o romper corazones.
Tenía que arreglar esto. No era solo una amiga o la mujer que vivía al
152
lado. Me preocupaba por ella, y no estaba dispuesto a dejar que todo lo que
había entre nosotros desapareciera sin dar pelear. Al diablo con eso. Era una
batalla. Me puse mi armadura mental y me preparé para ir a la guerra contra su
pasado con la esperanza de que me diera una oportunidad para un futuro.
—Cuando mis padres murieron… —comencé.
—No. —Sacudió la cabeza—. No puedes hablar. Me mentiste.
—Nunca te dije que no era piloto. —Doblé hacia nuestra calle.
—La semántica no te hace sincero, Jackson —dijo bruscamente.
Cuando me enfrenté a qué camino de entrada dirigirme, elegí el mío,
esperando que me diera más tiempo. —Lo entiendo. Y tienes razón. Debería
haberte dicho antes, pero sabía que reaccionarías así. —Estacioné el vehículo—.
Y quería que me conocieras, no solo a qué me dedicaba, antes de tener esta
conversación, ¡Morgan!
Ya se encontraba fuera.
Apagué el motor y salí tras ella, alcanzándola a mitad de camino entre
nuestros patios. —Por favor, solo dame la oportunidad de explicarte.
Se dio la vuelta y apuntó un dedo contra mi cara. —¡Has tenido todo el
tiempo del mundo para hacer eso, y elegiste no hacerlo!
Apenas logré detener mi impulso lo suficientemente rápido para evitar
atropellarla, y luego ella se fue de nuevo, caminando hacia su casa.
—¡Kitty, por favor! —¿Cómo diablos se suponía que iba a hacer que
entendiera si ni siquiera escuchaba? La perseguí como el tonto desesperado que
era.
—Oh no —dijo por encima del hombro a la vez que alcanzaba los
escalones—. No puedes llamarme así. Nunca más. —Subió dos escalones y
luego se detuvo, quedándose inmóvil como una estatua.
Mis pies se congelaron en la misma arena debajo de ellos. Sabía que se
avecinaba una tormenta cuando veía una, y ella era un huracán de máxima
categoría girando cerca de mi costa.
Sus hombros se levantaron levemente y luego dio media vuelta y avanzó
hacia mí. Sin duda era una tormenta, y no sabía con certeza si quedaría de pie
después de que liberara toda la ira en esos ojos.
—Lo sabías. —Lanzó la acusación desde unos metros, plantando los pies
y cruzando los brazos.
Tragué saliva.
—Sabías que te alejaría en el momento en que me dijeras que eras un
maldito aviador.
153
—Sí. —Esto se había vuelto mucho peor para mí.
—Sabes lo que pasó, ¿no? —Estaba furiosa, con su mandíbula apretada.
Joder. Mis ojos se cerraron momentáneamente al darme cuenta de que
perdí esta batalla mucho antes de confesarlo en el auto. Respiré profundo para
reconfortarme, y la hallé mirándome con el tipo de odio que solo la confianza
rota podía evocar.
—Sé lo que le sucedió a Will —admití.
Palideció, sus ojos se abrieron ampliamente y luego se entrecerraron.
—¡Nunca más digas su nombre! —gritó, ese dedo apuntó de nuevo hacia
mí—. ¡No tienes el derecho!
—Vale. —Esto fue mucho más malo que mi estómago instalándose
permanentemente en mis pies.
—¡¿Cómo te atreves a meterlo en esto?! —Su dedo temblaba.
—Morgan, ya está metido en el tema.
Se encogió y bajó el brazo. —¿Quién te contó lo que sucedió? Sé que no
fue Sam. No me haría algo así.
—Nadie me lo contó. —Me removí, esperando que el movimiento
apaciguara la necesidad que tenía de atravesar la distancia entre nosotros y
abrazarla. No lo hizo—. Vi las alas de las unidades el día que me hiciste sacar el
registro del auto, y el nombre en las placas identificadoras que cuelgan del
espejo son las mismas de la inscripción.
—¿Y qué? ¿Lo buscaste por internet? —escupió.
—Sí. —Mis labios se presionaron en una línea delgada mientras asentía,
a sabiendas de que el fuego que se reunía en sus ojos iba a por mí.
—¡¿Cómo te atreves?! —Sus manos formaron puños a sus costados.
—Lo siento. Sé que no debería haberlo hecho, pero acababas de tener un
ataque de ansiedad y…
—¿Y decidiste que podrías investigar mi pasado? ¿Querías ver lo que me
convirtió en un cascarón neurótico de lo que solía ser? —gritó.
—Quería resolver un misterio que sabía que no ibas a explicarme. Y no
creo que seas una neurótica. Creo que viviste algo de lo que todavía te estás
recuperando. —Me metí las manos en los bolsillos.
—¡Si una mujer no te cuenta sobre un pasado jodido al que apenas
sobrevivió, entonces intentas no averiguar nada, idiota!
Arqueé las cejas. Era la primera vez que oía maldecir a la mujer. —Tienes 154
razón, y lo siento.
Me ofreció una mirada que me decía claramente que era un imbécil.
—¡Unas disculpas ni siquiera solucionan esto! Investigaste algo que no
tenías derecho a saber. ¡Si hubiera querido que lo supieras, te lo habría contado!
¡No. Tenías. Derecho. Alguno!
—Lo siento, Morgan —repetí—. Te lo compensaré, lo juro.
—Puedes compensármelo quedándote lejos de mí.
Sentí que la sangre abandonaba mi rostro. —Por favor, no me pidas eso.
—No te estoy dando otra opción —escupió—. ¿Qué creíste que pasaría?
Que te diría que está bien hablar del tema, y que… —Inclinó la cabeza—. ¿Qué
quieres de mí, Jackson?
—A ti —respondí, dando un paso hacia ella—. Te quiero a ti.
Levantó la barbilla. —No puedes tenerme. Ni ahora, y, al parecer, nunca.
Estaba enojada y lastimada, y sabía que existía una posibilidad de que
esas palabras fueran simplemente un reflejo de esos sentimientos, pero, maldita
sea, me dolieron.
—Sé que debido a lo que has pasado tienes miedo de estar con otro
piloto…
—No creas que conoces mis sentimientos solo porque mencionaste el
nombre de Will —me interrumpió—. ¡Puede que sepas todo acerca de cómo
murió, pero eso no te cualifica para siquiera saber algo de él, o lo que siento por
él, o por ti, o lo que sea! —El color le llenó las mejillas, y sus hombros subían y
bajaban lo suficientemente rápido como para que comenzara a preocuparme de
que sufriera otro ataque.
—Bien, entonces, ¿cómo te sientes? —le pregunté, alzando ligeramente
mi voz—. Porque nunca me hablas de tus sentimientos. Me has contado que no
le hablas a tu mejor amiga y que no puedes abrir la puerta de un auto, pero
nunca me explicas el motivo. Sabes todo acerca de mí, excepto cómo me gano el
dinero, y nunca me das el mismo acceso. ¡Nunca me das la confianza!
—¿Darte la confianza? ¿Como si realmente quisiera que vieras lo que
llevo dentro? —Hizo un gesto hacia su pecho—. ¿Qué quieres saber, Jackson?
¿Que sueño con él cada noche? ¿Que veo el vídeo que me dejó antes de irme a
la cama o de lo contrario no puedo dormir? ¿Que mis pesadillas están llenas de
ruidos de metal y disparos, pero como no estuve allí con él, mi mente me pone
en mil escenarios distintos?
—Morgan —susurré, alargando el brazo hacia ella.
155
Se apartó de mi toque. —¿Crees que tengo miedo de estar con otro piloto?
¡Ni siquiera estuve con Will! ¡Nunca tuvimos la oportunidad, y mira cómo
resultó todo! No me asusta lo que haces: estoy aterrorizada. ¡Me paralizan los
ataques de ansiedad que no puedo controlar, y son tan horribles que una de mis
mejores amigas tiene que vivir conmigo por lo menos hasta que supere el
programa de terapia! ¡La misma amiga que hace videollamadas con su esposo
todos los días porque él vuela helicópteros en el mismo país que me arrebató al
hombre que amaba, y cada aliento que tomo está lleno de pavor ante la
posibilidad de que esos malditos uniformados se presenten en la puerta
buscando a Sam! —Su voz era casi un grito.
—Sí. Quiero saber cómo te sientes, y no me importa si es feo. —Aceptaría
lo que fuera que quisiera darme: quien sea que fuera.
Sus ojos se estrecharon. —Lo que siento por ti no es feo, y ahí está el
problema. Me mudé aquí para curarme las heridas calmadamente, y apareciste,
todo hermoso, inteligente y divertido, y tan condenadamente preocupado por
mí. Y me cuentas que trabajas en la guardia costera, y me imagino que los
oceanógrafos no pueden lastimarse en la guardia costera, ¿cierto?
Abrí la boca y volví a cerrarla, porque cualquier cosa que dijera me
enterraría más y más en el agujero que había hecho, y que ya era del tamaño del
Gran Cañón.
—¡Y entonces dejas que me acerque a ti! ¡A Finley! Y de repente,
despierto de nuevo, y comienzo a ansiar cosas como verte. ¡Y me siento feliz
cuando estoy contigo! Y comienzo a darme cuenta de que cuando estoy contigo,
él no lo está, y por más que me carcoma la mente, lo acepto. Me impulsaste a
vivir de nuevo, así que lo hago, y entonces me llevas al faro, y te beso y es… —
Cerró los ojos mientras negaba con la cabeza, y cuando los abrió de nuevo, lucía
incluso más enojada—. ¡Es el beso más increíble que he tenido!
—Y no está mal. También fue increíble para mí. De lo mejor que me he
sentido. —La esperanza me hizo respirar de nuevo.
—No lo entiendes. ¡Will fue la última persona en besarme! ¡Se suponía
que era el mejor, y entonces llegas tú, volándome la cabeza, y tienes el coraje de
hacer que te desee! —Sus manos extendidas se movían con cada palabra.
—Morgan, yo también te deseo. Te he querido desde que te vi en la
playa, y sabía que llegaríamos a esta situación desde el momento en que te
burlaste de mis habilidades de barbacoa y aun así te comiste esa hamburguesa.
Te. Deseo.
—¡Maldito seas! —gritó, sus ojos llenándose de lágrimas que destellaron
en la luz de la luna—. ¡Maldito seas por hacer que te desee! ¡Por hacerme creer
que tengo una oportunidad de ser feliz de nuevo y luego arrebatármela porque
haces lo mismo que él hacía, joder! —Señaló la camioneta aparcada a cuatro
156
metros, justo afuera de la caseta para botes—. ¡Trabajas en lo mismo que hizo
que lo mataran, y me juré que nunca volvería a ponerme en esa situación!
¡Nunca! ¡Ni por ti! ¡Ni por nadie! —La primera lágrima se desbordó y deslizó
por su mejilla.
—No llores. Dios, Kitty, no llores. —Me acerqué, pero caminó junto a mí,
directo al auto.
—¡No me toques! ¡Quédate lejos de mí! ¿Cómo pudiste hacerlo? —gritó,
sin siquiera molestarse en voltearse—. ¿Cómo pudiste hacer que te desee, que
piense que tenemos una oportunidad, para luego romperme en un millón de
pedazos? ¡No es justo, y te odio!
Mi corazón se tambaleó, pero no había nada que pudiera decir o hacer
para aliviar su dolor. Era abrumadoramente probable que la posibilidad de lo
que pudiéramos ser no fuera suficiente para superar lo que le había costado
amarlo.
Cogió la manija de la camioneta y la abrió unos cuantos centímetros
antes de cerrarla de golpe.
Joder, lo hizo. Abrió la puerta.
—¿Por qué? ¿Por qué yo? ¿Por qué ese maldito helicóptero? ¿Por qué? —
gritó, enfatizando cada pregunta con otro golpe de la puerta.
Ver cómo avanzaba se parecía mucho a verla desmoronarse, y era tan
doloroso que me agarré el pecho con la mano.
Focos llamaron mi atención en lo que un auto conducía por la entrada de
Morgan, pero no dejó de gritarme mientras abusaba de la puerta. El auto
condujo más allá de Morgan y aparcó junto al mini. Era Sam.
Se bajó y cerró la puerta, luego se quedó viendo a Morgan con la boca
abierta, antes de echarme un vistazo. Su mirada se deslizó entre ambos, su
cabeza moviéndose de un lado al otro como en un partido de tenis antes de que
se me acercara.
—¡Hiciste que te deseara! —gritó Morgan, cerrando la puerta de nuevo.
—¿Qué demonios hiciste? —preguntó Sam, arqueando la ceja en una
advertencia clara mientras cruzaba los brazos sobre su pecho.
—Le dije que soy un piloto de búsqueda y rescate de la guardia costera.
Vuelo helicópteros —le expliqué, sin apartar los ojos del ataque de Morgan.
—Tienes que estar bromeando —hirvió Sam.
—Desearía que fuera así. —En ese momento, quería ser cualquier otra
cosa—. No sé qué hacer. ¿Debería acercarme?
Resopló. —A menos que quieras que Morgan te ponga la cabeza en el
marco entre golpes, me quedaría donde estás. Malditos pilotos estúpidos — 157
murmuró la última parte.
—¡Maldita sea! —gritó Morgan, lanzando su peso en los golpes de la
puerta pesada—. ¡Malditos. Y. Jodidos. Helicópteros!
—Por lo general no maldice —señaló Sam.
—Ya lo noté. ¿Crees que me está imaginando? —le pregunté, con mi voz
baja. Cada vez que golpeaba la puerta, mi corazón sentía el impacto.
—Probablemente. —Se encogió de hombros, y luego suspiró, observando
a su amiga.
—Nunca quise lastimarla.
—Los hombres como tú nunca tienen la intención de hacerlo.
—¿Conoces a un montón de hombres como yo? —la desafié, todavía
observando a la mujer que no podía quitarme de la cabeza.
—Unos cuantos. —Soltó un resoplido.
—¿Va a estar bien? ¿La has visto así antes? —Dios, quería abrazar a
Morgan, pero de alguna manera dudaba que fuera a dejar que la consolara,
cuando fui yo quien la lastimó.
—¿Abriendo la puerta o expresando sus sentimientos? —preguntó Sam.
—Lo de los sentimientos. Sé el tema de la puerta.
Desde la periferia, la vi mirarme como si fuera menos tonto de lo que
creía. —Eh. Estoy contenta. Y no, nunca la he visto enloquecer así. Por lo
general, oculta todo por miedo de lastimar a alguien con sus sentimientos. Es
una masoquista emocional experta.
Observé el arranque de ira de Morgan, viéndolo de manera diferente con
ese conocimiento. —Así que, aunque obviamente me odia, al menos es bueno
que esté expresándose.
Morgan gritó su odio con otro golpe, probando mi punto.
—¿Tuvo un ataque de ansiedad cuando le dijiste que eres piloto?
—No. Gritó. Un montón. Pero nada de ataques de ansiedad.
Sam suspiró con un alivio obvio. —Entonces diría que esta rabieta es un
progreso, y que tenemos que esperar y dejar que el incendio se apague por su
cuenta.
—Dios, está tan enojada conmigo. —Me metí las manos en los bolsillos.
—Sí, lo está.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Hiciste que me enamorara de ti! —La
voz de Morgan se oía ronca ante los gritos.
158
Aspiré una inhalación desigual. ¿Se había enamorado de mí? Eso tenía
que ser bueno, ¿cierto? Significaba que tenía una oportunidad.
—¡Me hiciste creer que teníamos una oportunidad, y luego me cortaste
las alas! ¡Me besaste y dijiste que era hermosa! ¡Me dijiste que lo intentaríamos!
¡Me prometiste que finalmente estaríamos juntos, y me dejaste, joder! ¿Cómo
pudiste hacerme eso? ¿Cómo pudiste morir por ellos y no vivir por mí? ¡Te
odio! ¡Me arruinaste la vida! ¡Te amaba, y me arruinaste!
La náusea me cogió con fuerza y rapidez.
—Ya no creo que seas al que se está imaginando —dijo con suavidad
Sam, apretándome el brazo para minimizar el dolor de sus palabras—. ¿Por qué
no te vas a casa? Yo cuidaré de ella.
—No quiero dejarla. —No como él. Morgan necesitaba saber que no era
la clase de tipo que se iba.
—No era una sugerencia. Ve a casa, Jax. Dale un poco de espacio para
afrontar lo que le dijiste. Si es que todavía no te has dado cuenta, el último
piloto estúpido del que se enamoró la destruyó en un millón de trocitos y aún
intenta sanar. —Me apretó el brazo de nuevo—. Ve. No puedes ayudarla ahora;
y una vez que se calme y se dé cuenta de que ha pasado un buen rato gritándole
a un fantasma y desquitándose con su camioneta, va a estar más avergonzada al
ver que lo presenciaste.
De manera lógica, sabía que tenía razón, pero todo en mi cuerpo se
rebelaba al pensar en irme. —La quiero, Sam. Tenemos algo, y no voy a dejarla
ir sin pelear.
—Pelea mañana, Jax. Ahora está comprometida a una pelea totalmente
distinta. —Me palmeó el brazo y caminó hacia Morgan, que todavía golpeaba la
puerta como si le hubiera roto el corazón personalmente.
Aparté los ojos de Morgan y me fui a casa. A medio camino de mis
escaleras, los golpes se detuvieron, y me volteé para ver a Morgan derrumbarse
en los brazos de Sam. Joder, podía escuchar su llanto desde aquí. El sonido me
atravesó las costillas y me rompió el corazón.
Sam me miró por encima del hombro de Morgan y negó con la cabeza.
Entendí el mensaje. Tensando cada músculo de mi cuerpo para evitar
correr hacia Morgan, me quedé allí en silencio, y observé a Sam llevarla por las
escaleras y meterla a la casa. Mañana. Mañana iría y le rogaría.
Mis pasos se sentían pesados mientras subía los escalones, pero lo logré.
Le di una mirada larga y pesada a la puerta de Morgan y luego abrí mi propia
puerta, tan nervioso que me llevó un par de intentos abrirla.
159
Lancé las llaves sobre la encimera de la cocina, cogí una botella de agua
del refrigerador y le quité la tapa. Todo el alcohol del mundo no me ayudaría
en esta situación.
—Ya era hora de que llegaras. He estado esperando siglos.
Apreté la botella en mi puño ante el sonido de su voz, y el agua se
deslizó por mi mano mientras me volteaba para verla de pie al final del mesón.
Claire. Sonrió e inclinó la cabeza, su cabello recayendo en ondas de un
castaño rojizo y suave que descansaban sobre sus hombros desnudos por el
diseño de su camiseta. Era hermosa, pero por primera vez en los sietes años que
llevaba conociéndola, esa belleza no me provocó nada. Ni siquiera me seducía
ni me atraía.
—¿Qué diablos haces aquí? —gruñí.
—¿Yo? —Parpadeó, toda inocente, y entonces su expresión cambió a una
sonrisa digna de todas esas películas por las que nos había abandonado—. Oh,
Jax, te dije que volvería por ti.
12
No sé cómo agradecerte lo que has traído a mi vida. Estuviste ahí cuando
nadie más lo estaba. Colocaste esas alas en mi uniforme el día de la
graduación, y si... si lo peor ha pasado, entonces rezo para que uses esas
mismas alas para volar.

Traducido por Julie & Nickie


Corregido por Pame .R.

Morgan
160

—Y esas son las nuevas ventanas que instalaron esta semana. ¡Mira esto!
—Sam apuntó el portátil hacia las ventanas que ahora abarcaban todo el lado
este del primer piso—. ¡Morgan, pulsa el botón! —instó por encima del hombro.
—¿Qué estoy mirando exactamente? —La voz de Grayson llenó la sala
de estar, y no pude evitar sonreír a medida que alcanzaba el mando a distancia.
Sam siempre era más feliz cuando tenía la oportunidad de hablar por Skype con
él.
—¡Mira esto! —exclamé, y luego presioné el botón superior del control
remoto que Steve me había dado hace dos días.
La línea de ventanas se dividió en el medio de la casa, los paneles se
retrajeron y se apilaron sobre sus rieles individuales hasta que toda la pared
quedó abierta al océano, menos las tres vigas de soporte sobre las que Steve juró
que no podían hacer nada.
La brisa llenó la casa, agitando las páginas de mi libro. Me hundí más en
el sofá y levanté las rodillas para proteger la cubierta.
—Mierda. Es impresionante. —Grandes elogios viniendo de Grayson
Masters.
—¿Verdad? Pero todo el infierno se desata si abrimos la puerta principal
al mismo tiempo. Aprendimos eso de la manera difícil —le contó mi amiga.
Todo mi archivo de renovación se había convertido en esa escena de la
carta de Harry Potter. Los papeles habían volado por todas partes. El simple
hecho de recordar el dolor de recogerlos todos y ponerlos en orden fue
suficiente para hacerme pulsar el botón del medio.
Las ventanas invirtieron su patrón anterior hasta formar una pared
sólida contra el viento.
—Apuesto a que sí. Oye, ¿Morgan? —gritó Grayson.
Sam giró el portátil así que me encontré mirando la cara del piloto del
Apache. El tipo era un culturista, y por el implacable corte de su ya tallado
mentón, supuse que pasaba la mayor parte de su tiempo libre en el gimnasio de
allí.
—¿Qué quieres, Grayson? —Me burlé, el tono saliendo con facilidad. Ser
yo misma a su alrededor era más fácil que con los demás. Por otra parte, él tuvo
un asiento en primera fila para mi fiesta del dolor, así que no tenía que esconder
nada a su alrededor.
Una comisura de su boca se elevó hasta lo que casi podría llamarse una
sonrisa. —También me alegro de verte, Morgan.
161
—Siempre es encantador ver tu feliz y brillante cara. —Acentué el acento
y arrugué la nariz, lo que hizo reír a Sam.
—Dime que has pensado en los huracanes con esas ventanas gigantescas.
—Su sonrisa se esfumó.
Resoplé. —Dale la vuelta a tu marido, Sam.
—Mira esto —le dijo mientras lo giraba para que mirara a las ventanas
ahora cerradas.
Presioné el botón inferior del control remoto y fui recompensada con un
zumbido inmediatamente. La habitación se oscureció cuando las persianas
metálicas descendieron, y finalmente se bloquearon en su lugar justo debajo del
nivel de la cubierta.
—Eso sí que es sexy —comentó el hombre.
—Persianas enrollables europeas —dije en voz alta para que me oyera,
después presioné el botón de nuevo y vi como las persianas se elevaban,
empapando la habitación de luz.
Sam sonrió al portátil, y yo miré hacia otro lado, prestando atención a mi
libro.
—Retiro lo dicho —dijo él—. Tú eres la sexy. Dios, te echo de menos,
cariño.
—Yo también te extraño —respondió en voz baja, con la voz teñida de
tristeza.
Miré las palabras de la página pero no las leí. ¿Y si esta fuera la última
vez que ella podía hablar con él? ¿Y si su helicóptero se estrellaba como lo hizo
el de Will?
—¿Me haces un favor? —preguntó Sam al tiempo que se acomodaba en
el otro extremo del sofá.
—Lo que sea —prometió.
Me dolía el corazón, pero me lo sacudí. ¿Quería un amor así? Sí. ¿Pero
estaba celosa de lo que pasaban ahora para que funcionara? Diablos, no.
—¿Dile a Morgan que perdone al señor Piloto Atractivo de la Guardia
Costera de al lado? —preguntó dulcemente a su marido.
Mi cabeza se levantó de golpe, y le di una buena mirada fulminante. Mi
amiga me ignoró descaradamente.
—Diablos, no. No me voy a meter en medio de eso.
—Sabía que te amaba por una razón, Grayson —exclamé.
162
Sam puso los ojos en blanco. —Bien, al menos dile que tiene que hablar
con él —pidió, girando la cabeza y apuntándome con esas últimas palabras—.
Ese hombre le ha dejado un trozo de cristal marino en la puerta todos los días
desde que ella lo echó. Todos los días. Al menos escucha su versión de la
historia.
Mis ojos se dirigieron a la pequeña pila de la mesa lateral. Seis piezas en
total.
—Sé toda la historia que necesito —respondí, tratando de concentrarme
en las letras que llenaban la página—. Él vuela una versión glorificada del
mismo maldito helicóptero que Will. Fin de la historia.
—Si es un tipo de Blackhawk, dile a ella que huya —bromeó Grayson—.
Si va a enamorarse de un piloto, al menos que se asegure de que vuele un
pájaro de verdad.
—Es un Jayhawk —le respondí antes de que pudiera detenerme. Es
curioso lo que puedes aprender en Google.
Sam me envió una sonrisa conocedora, y yo la fulminé con la mirada por
si acaso.
—Si te importa lo suficiente como para buscar cosas de él, entonces no es
el final de la historia —comentó Grayson.
—No más amor para usted, señor Masters —respondí—. Sabes que él
buscó a Will en Internet, ¿verdad? —Eso haría que el hombre volviera a estar de
mi lado.
Maldijo, y yo levanté una esquina de mis labios con una ligera sonrisa. Se
sentía bien tener razón.
—Si le gustas tanto, no puedo culparlo. ¿Si hubiera pensado que alguien
se interponía entre Sam y yo? No me habría detenido en una búsqueda en
Google.
—Traidor. —Mis ojos se entrecerraron.
—Ese es mi hombre. —La sonrisa de mi amiga era contagiosa, y me
encontré sacudiendo la cabeza con un indicio de una risa.
En realidad, la única razón por la que no había buscado en Google a la ex
de Jackson era porque no quería saber nada de ella ni de nadie que pudiera
alejarse de su familia como ella lo había hecho.
El chirrido de la puerta al abrirse sonó desde el portátil, y una voz
apagada salió por el altavoz.
—Mierda. Tengo que irme, cariño. Te amo.
—Te amo —respondió—. Cuídate, ¿de acuerdo?
163
—Siempre —respondió él.
Luego se fue.
Sam cerró el portátil, y luego lo sostuvo contra su pecho mientras su
cabeza caía al fondo del sofá. —Lo extraño muchísimo.
—Lo sé. Lo siento. —Cerré mi libro, y luego me moví para sentarme a su
lado—. ¿Qué quieres hacer hoy? Podemos hacer lo que quieras. —Ya había
escuchado la grabación de esta semana de la historia de Will y me recompensé
con un viaje a la tienda de Christina, donde pasé una hora mirando todos los
hermosos collares de cristal marino que tenía, así que mi día estaba abierto.
—¿Cualquier cosa? —preguntó, con los ojos tristes mientras miraba el
nuevo ventilador de techo.
—Cualquier cosa —le aseguré.
Se sentó y puso la computadora en la mesa de café. —¡Bien! Porque
quiero que dejes de revolcarte y vayas a hablar con Jackson.
—Cualquier cosa menos eso. —Me levanté del sofá y abandoné mi copia
de Al faro en la mesa.
—Vamos, Morgan. Estás sufriendo. ¡Has estado sufriendo durante la
última semana! Te he dado tiempo para que lo proceses, pero ahora solo estás
dándole vueltas, y no voy a sentarme aquí en silencio mientras lo alejas. —Me
siguió en tanto me dirigía a la cocina. Era la siguiente gran renovación.
—Noticia de última hora. He estado sufriendo los últimos dos años —le
respondí. La próxima semana serían exactamente dos años, y aunque trataba de
no pensar en la fecha que se acercaba, se quedaba en mi mente cada minuto
posible—. Y no es como si tuviéramos una relación que estoy perdiendo. Es solo
un tipo que vive en la casa de al lado. —Saqué dos vasos y los puse en la
encimera—. ¿Té?
—Solo si es dulce —respondió, apoyándose en la formica.
—Cariño, es el Sur. Siempre es dulce. —Nos serví dos vasos.
—No es solo un tipo que vive en la casa de al lado —discutió, y luego me
agradeció por el té cuando le pasé una taza—. Es el tipo que quieres. El tipo que
dijiste que besaba como un dios.
—Tal vez exageré. —Tomé mi té, sabiendo muy bien que no exageré.
Besar a Jackson fue una experiencia religiosa. El hombre sabía exactamente lo
que hacía en ese departamento, y lo hacía tan bien que mi corazón aceleró el
ritmo solo de pensarlo. Si ese hombre podía acelerarme usando solo su boca,
¿de qué sería capaz el resto de su cuerpo?
—Ajá —desafió, levantando la ceja mientras gritaba mis tonterías.
164
—Nada de eso importa —refunfuñé—. La definición de locura es hacer
lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes, y no involucrarme
con otra angustia inminente cuando no me he recuperado de la última.
—No sabes si él va a traerte angustia —argumentó—. ¿Y si es el amor de
tu vida y te lo pierdes porque fuiste demasiado terca para cruzar el maldito
patio y hablar como adultos?
Eso no era posible. Will fue el amor de mi vida. ¿Verdad?
¿Pero y si... no lo fue?
Maldita sea, ¿era una persona horrible por siquiera pensar eso?
—¿Morgan? —preguntó Sam, esperando claramente una respuesta.
Pestañeé, tratando de recordar lo que había dicho. —Incluso si no fuera
un piloto, no funcionaría. El hombre está enamorado de su ex. Lo niegue o no,
lo escuché en su voz cuando habló de ella. No me voy a involucrar con alguien
que me ve como una especie de premio de consuelo. No, gracias.
Suspiró. —Y de nuevo, no lo sabes. Estás asumiendo. Tenemos tan pocas
oportunidades de ser felices. Casi pierdo mi oportunidad con Grayson porque
estaba segura de que aún amaba a Grace, y ahora no puedo imaginar cómo
hubiera sido mi vida sin él.
¿Cómo era mi vida sin Jackson? Mi corazón tartamudeó en protesta, pero
no podía confiar en esa cosa, de todos modos. Había pasado por cosas peores.
Sobreviviría. A lo que no sobreviviría sería el momento en que inevitablemente
él se estrellara en el maldito océano.
—Eso es diferente. —Sacudí la cabeza—. Ustedes son la definición de
destino y felices para siempre.
—Somos la definición de una buena lucha —replicó—. Mira, sé que el
tipo mintió, y si lo que estás haciendo es castigarlo con tu silencio, entonces
estoy de acuerdo. Hazle sufrir hasta que sientas que ha pagado el precio por ser
un idiota y ocultarte su trabajo.
—¿Ocultarme su trabajo? No es tan simple. —Apoyé mis manos contra la
encimera mientras mi estúpido y tonto corazón se partía en dos, una parte se
puso del lado de la lógica y la autopreservación y el otro... se puso del lado de
él.
—Ya lo sé. —Dejó su vaso y me dio la madre de todos los suspiros—.
¿Qué te gusta de él?
—¿Qué?
—Compláceme. —Se encogió de hombros—. ¿Qué daño podría hacer
responder? No es como si él estuviera escuchando o le dieras esperanzas o algo
así. —Sus cejas se levantaron—. A menos que tengas miedo de que hablar de 165

ello te haga subir sus escaleras y saltar sobre él como hiciste en lo alto del faro,
lo cual, por cierto, le da a ese chico un sobresaliente en la categoría de cita
romántica, sin importarme lo enojada que estés.
El recuerdo no invitado de sus ojos a la luz de la luna y sus brazos a mi
alrededor me golpeó en el corazón, seguido por la forma en que su beso me
había robado todo pensamiento excepto más y ahora.
—Bien —gruñí, ignorando el pequeño aplauso de felicidad de Sam—. Me
gusta que me vea. No solo la cáscara que todo el mundo ve, sino que realmente
me ve. Es como si el hombre tuviera visión de rayos X para las tonterías, porque
no puedo fingir nada a su alrededor, y en cierto modo, es mucho más fácil
porque ni siquiera tengo que intentarlo.
—Está bien. ¿Y? —me instó a continuar, saltando sobre la encimera y
moviendo sus pies.
—Y me gusta que sea un buen padre. Finley está primero, y no pone
excusas para eso. Su sol sale y se pone sobre esa niña, y puede sonar raro, pero
es ridículamente excitante.
—Eso no es raro. Son miles de años de biología. —Se encogió de
hombros—. ¿Qué más?
Me metí el pelo detrás de las orejas. —Me gusta que él empuja mis
límites, aunque desearía que nos dejara quedarnos así de vez en cuando. Y me
gusta que sea paciente conmigo y muy cuidadoso, pero no me trata como si
fuera frágil o débil. Solo me trata como si fuera algo precioso.
—Porque lo eres —me aseguró.
Me encorvé un poco. —Me gusta que piense así. Me gusta que esté tan
seguro de decirme que me quiere y que luego pelee por ello. Nunca antes había
tenido a nadie dispuesto a pelear por mí. —Siempre era yo la que luché por
Will, rogándole que nos dé una oportunidad.
—Eso es una ventaja en su columna, sin dudas —señaló mi amiga—.
¿Qué más?
—Sabe que soy un desastre. Me ha visto caer al suelo durante un ataque
de ansiedad, y no ha corrido. Solo me ayudó a superarlo y volvió por más. Me
ha visto atacar la camioneta de Will, y todavía se presenta en la puerta todos los
días.
—La puerta que te niegas a abrir —comentó con un toque de juicio en su
mirada.
—Me gusta que siga volviendo —admití suavemente—. No quiero, pero
me gusta.
166
—Demonios, también me gusta eso de él. Y me gusta que desde que ha
estado viniendo, has empezado a mirar el mundo nuevamente. Me gusta la
esperanza que él me da de que algún día puedas ser feliz.
Tragué saliva, sintiendo una ligera quemadura en la garganta, pero la
ansiedad no se disparó a toda velocidad. Al visualizar mi garganta abriéndose,
lentamente sentí que los músculos se relajaban. —Cuando estoy con él, Will no
es siempre el primer pensamiento de mi mente —admití en voz baja—. No digo
que no piense en él cuando estoy con Jackson, porque lo hago. Pero como que
se desvanece en el fondo. No hay mucho espacio para nadie más en mi cabeza
cuando Jackson está cerca. —La confesión me pareció pecaminosa, y miré a
Sam, esperando que repartiera mi penitencia.
—Creo que eso también es algo bueno —dijo con una sonrisita triste—.
Siempre habrá una parte de ti que ame a Will. Pero eso no significa que no
tengas espacio en tu corazón para alguien más, Morgan. O que tu corazón no
crezca para que quepa alguien más con el tiempo.
—Me siento culpable —susurré.
—Lo sé. Y no deberías. La doctora Circe dijo que está bien empezar una
nueva relación, ¿recuerdas? De hecho, lo animó en la misma cita en la que te
pidió que llenaras esa hoja sobre tus recuerdos no tan estelares sobre Will. —
Asintió con la cabeza a la hoja que seguía vacía al final de la encimera. Tenía la
sensación de que podría ser mi primera tarea realmente fallida.
¿Cómo era justo para Will que yo lo destrozara por los ejercicios mientras
seguía adelante con Jackson?
—La tarea tendrá que esperar. Y aunque quisiera a Jackson, ¿cómo
puedo esperar que él entienda que mi límite de velocidad emocional rivaliza
con el de un perezoso?
—Dile exactamente eso. Y que lo quieres, incluso si no estás lista para
admitirlo. Te conozco. —Sus ojos se suavizaron con simpatía.
Negué.
—Está bien. Dime algo que no te guste de él —me retó antes de beber un
sorbo de té.
Moví mi taza entre mis manos y levanté la vista para mirarla. —Odio que
vuele helicópteros, y no cualquiera, sino la versión de la guardia costera de los
de Will. ¿Qué clase de destino es ese? Odio ese sentimiento que me retuerce el
estómago cuando pienso que, si me enamoro de él, no sobreviviré a tener que
enterrarlo. Sé que es realmente egoísta de mi parte decir eso teniendo en cuenta
que Grayson está en Afganistán...
—Detente. —Fijó su mirada determinada en mí—. Perdiste al hombre
167
que amabas y yo no. Puedes decirme lo que quieras cuando desees hacerlo.
Ahora escucha. Jax no es Grayson… o Will.
Me estremecí, pero sostuve su mirada.
—Jax es piloto, sí, pero nadie le dispara. No va a ir a Afganistán o Irak ni
a ningún otro lugar parecido. Sale ahí afuera —Hizo señas en dirección a la
pared de ventanas—, para salvar vidas. Ese es el hombre que es. Salva a la
gente. Y te preocupas… Dios, odio que eso sea parte del trabajo, pero así es. La
muerte de Will te traumatizó, y saber que Jax vuela va a hacer destrozos en tu
mente. Eso es comprensible. Eso no te convierte en un desastre, te hace humana.
Además, he visto a ese hombre sin camisa y me sorprende que eso no esté en tu
lista de cosas a favor. Imagínate, ese chico es un maldito piloto. Uno pensaría
que ya seríamos mejores identificándolos.
—Creo que tengo un tipo —solté, poniendo los ojos en blanco.
—¿Acaso no todas lo tenemos? —Sonrió—. Solo debes decidir si todas
esas cosas que te gustan de él valen menos que las que no te agradan.
Dios, era una idiota por siquiera pensar en eso, por contemplar la idea de
hacer exactamente lo que Sam sugirió y hablar con Jackson sobre mis límites y
nuestras posibilidades. Tal vez traicionaba la memoria de Will, pero lo quería
en mi vida.
¿Y si él no quería esperar a que pusiera mis cosas en orden? ¿Y si yo no
podía superar su trabajo? ¿Pero qué sucedería si ni siquiera lo intentaba?
—Hoy tienes una tarea más, ¿verdad? —insistió mi amiga
Suspiré. —La camioneta.
—La camioneta. —Asintió—. ¿Quieres que vaya contigo?
—No, puedo hacerlo. —Forcé una sonrisa falsa y puso los ojos en
blanco—. De verdad. Puedo hacerlo.
—Vale, entonces sal y abre esa puerta. Diez segundos. ¿Me escuchas? —
Ordenó a medida que pasaba a su lado.
—Diez segundos —acepté.
—Y trata de no desquitarte a golpes con ella esta vez —me gritó cuando
salí por la puerta principal.
La cerré con más fuerza.
Avergonzada apenas describía como me sentí esa noche, por lo que
Jackson había visto antes de que Sam lo obligara a irse a casa. Había estado
completamente desquiciada por la ira, y sin embargo, no había sentido tanta
libertad con mis emociones desde... siempre.
Me acerqué al vehículo como si fuera un animal salvaje dispuesto a 168
devorarme si le daba la espalda. Diez segundos, me dije. Solo abre esa puerta de par
en par y mira dentro durante diez segundos, luego ciérrala.
La doctora Circe me había dado la tarea ayer, la llamó mi próximo paso
para avanzar en evitar situaciones. De alguna manera, esto parecía más fácil
que hablar mal de Will en un pedazo de papel.
La manija estaba caliente por el sol en el instante que la agarré con mis
dedos. Respiré hondo y tiré. La puerta se abrió con un clic y la abrí de par en
par, dando un paso atrás para que no me golpeara.
Uno. El olor a cuero caliente me llegó el tiempo suficiente para que Will
inundara mi mente. Su voz llenó mi cabeza, riendo en tanto ponía su gorra de
béisbol sobre mi cabello.
Dos. Una brisa sopló, azotándome, despejando ese olor.
Tres. Sus alas todavía se encontraban clavadas en la visera del lado del
conductor.
Cuatro. La luz del sol se reflejó en sus chapas identificatorias y no pude
apartar la mirada.
Cinco.
Seis.
Siete. Esas no eran las que llevaba cuando sucedió.
Ocho. Su madre tenía ese par.
Nueve. Ella también tenía la bandera cuando estaba lo suficientemente
sobria como para recordar dónde la puso.
Diez. Agarré el borde de la puerta y la cerré de golpe, esta vez no con ira,
sino con pura desesperación por el cierre de la puerta metafórica.
Mi pecho jadeaba. Lo hice. No se avecinaba ningún ataque de ansiedad ni
nada por el estilo. Los recuerdos se detuvieron con el cierre de la puerta. Por
extraño que parezca, sentí que tenía el control por primera vez, como si hubiera
ganado el poder de abrir o cerrar la puerta al propio Will cuando quisiera.
Me di la vuelta para regresar a la casa y encontré a Jackson mirándome
desde el medio de nuestros patios.
Mi corazón dio un salto mortal.
Su vista me hizo agua la boca, pero eso no era nada diferente. Apuesto a
que el hombre incluso se veía delicioso cuando tenía resaca o estaba enfermo, lo
que era injusto. Metió las manos en sus bolsillos e inclinó ligeramente la cabeza
hacia un lado en tanto su boca se tensaba levemente y sus ojos me rogaban que
me acercara. Trataba de darme el espacio que había forzado entre nosotros, y
eso solo hacía que me gustara aún más.
169
Mi pulso se aceleró, y la mitad de mi corazón que se había apagado por
instinto de autoconservación me traicionó al ver el anhelo en su expresión. Oh
Dios, ¿cómo podría alejarme de él? ¿Y si nunca volvía a sentirme así?
El primer paso fue el más difícil, pero los demás fueron fáciles a medida
que me acercaba a él.
—Morgan. —Su mirada me recorrió con avidez, como si estuviera
buscando algún tipo de respuesta.
—Hola, Jackson. —Mis labios formaron una sonrisa y toda su pose se
relajó.
—He estado tratando de hablar contigo. Por favor, déjame explicarte. —
Dio un paso adelante, pero mantuvo las manos en sus bolsillos.
—No tienes que darme explicaciones. —Se hallaba lo suficientemente
cerca como para percibir el leve aroma de colonia mientras estiraba el cuello
para mirarlo.
—No. Morgan, por favor. —Sacó las manos de sus bolsillos para acunar
suavemente mi rostro—. Por favor, no termines esto antes de darme la
oportunidad de hablar contigo.
Mis manos cubrieron las suyas, y mis pulgares acariciaron suavemente el
dorso de sus manos. —Quiero decir que no me debes una explicación. Por nada
de eso.
Frunció el ceño, confundido.
—Tus padres murieron en un accidente en barco —dije suavemente—.
Tiene sentido que decidieras convertirte en la persona que podría haberlos
salvado. Y en cuanto a lo otro. —Tragué, pero no aparté la vista—. Yo también
habría buscado su nombre en Google si fuera tú. Luego habría revisado cada
publicación en sus redes sociales y en las mías hasta descubrir exactamente qué
relación teníamos. No puedo culparte por querer respuestas que no me hallaba
en posición de darte, aunque desearía que me hubieras dado el tiempo y la
oportunidad de decírtelas yo misma.
Cerró los ojos con fuerza y apoyó su frente contra la mía. —No te
merezco.
—Lo dices como si yo fuera una recompensa, cuando hay muchas
posibilidades de que sea la prueba que te lleve a beber —bromeé, dando una
pizca de la verdad.
—¿Qué significa esto? —Se apartó lo suficiente para mantener el contacto
visual.
—No lo sé. Respondo lo más sinceramente que puedo. Me asusta mucho 170

que vueles, y no estoy segura de poder superarlo. Pero espero que me des un
poco de paciencia y gracia, y tal vez que esperes solo un poco para que mi
cabeza y corazón se pongan en orden.
—Te daré el tiempo que necesites. No me iré a ningún lado —prometió—
. Esperaré por siempre si eso significa que tendré la oportunidad de besarte otra
vez.
La boca de este hombre iba a ser mi perdición.
No tenía palabras para contestar, así que me puse de puntillas y rocé mi
boca con la suya, luego lo besé de verdad. Fue suave y casto, pero lo que
significaba me golpeó más fuerte que cualquier encuentro apasionado.
—¿Mejor?
Sonrió contra mi boca. —Infinitamente.
Me aparté un poco cuando escuché que su puerta se abría y se cerraba,
sabiendo que Finley saldría. —Te contaré sobre Will, si quieres saber más de lo
que dicen los artículos. Solo tienes que ser paciente. Sufro esta cosa, se llama
duelo complicado, y hace que sea muy difícil hablar de él. Pero está mejorando.
Sus ojos se ampliaron y asintió rápidamente. —Quiero saber todo lo que
estés dispuesta y lista para contarme.
—¡Morgan! —gritó Finley, a medida que bajaba los escalones.
—¡Hola, Fin! —Me aparté de los brazos de Jackson y la saludé mientras
corría hacia mí.
—Mierda. Morgan, hay algo que necesito decirte —comenzó Jackson.
—¡Te eché de menos! ¿Dónde estabas? ¡Tengo tantas caracolas de mar
que mostrarte! —Las palabras de la niña llegaron a mí con la misma velocidad
que ella, y apenas mantuve el equilibrio en el momento que me abrazó.
—¡Yo también te eché de menos! —Envolví mis brazos a su alrededor y
la abracé con fuerza—. No puedo esperar para ver las caracolas.
Me sonrió, luciendo dos trenzas francesas a los lados de su cabeza.
—¡Guau, me encantan tus trenzas! —Se veían fantásticas, aunque un
poco apretadas.
—¡Gracias! ¡Mamá me las hizo! —Asintió con entusiasmo.
Todo se tambaleó cuando mi mirada interrogativa voló hacia Jackson.
—¿Mamá?
—Eso es lo que...
—Sí, mamá —afirmó una voz femenina cortante desde unos metros de
distancia—. Se refiere a su madre. Que sería yo. 171

Cielo santo, la mujer era increíblemente hermosa. Su ropa era de alta


costura obviamente, su cuerpo impecable y el maquillaje impoluto. Su cabello
castaño rojizo era un tono más oscuro que el de Finley y su cutis era digno de
un anuncio de cuidado para la piel. No era de extrañar que fuera actriz. No era
de extrañar que Jackson se hubiera enamorado de ella.
De repente, mis pantalones cortos y la camiseta sin mangas se sentían
desaliñados al lado de su blusa de seda, y lamenté no haber usado algo de
maquillaje.
Arqueó una ceja delicada, como si pudiera leer mi mente.
—Tú debes ser Claire —dije, encontrando mi voz y forzando una sonrisa.
Esta mujer creó a Finley y, obviamente, la niña estaba feliz de tenerla cerca, así
que lo mínimo que podía hacer era alegrarme por ella—. Soy Morgan. Es un
placer conocerte.
—Claro. Finley te mencionó unas cuantas veces. —Dio un paso adelante
y puso su mano sobre el hombro de Finley, con cuidado de no tocarme en el
proceso—. ¿Por qué no subes al auto, cariño? Papá y yo no queremos llegar
tarde.
Papá y yo, Dios mío, estaba en el medio de una familia. Mis mejillas se
tiñeron de color rojo cuando Finley se despidió y corrió hacia el garaje.
Claire me observó de la cabeza a los pies, sus ojos se detuvieron en mis
pies que no habían visto una pedicura desde la primera semana del sistema de
recompensas. —¿No eres la vecina más linda de todas cuando no estás
perdiendo la cabeza y dando portazos una y otra vez?
Mi estómago cayó de mi cuerpo.
—¡Claire! —Jackson soltó una advertencia y se acercó a mí.
—¿Qué? —Sonrió genuinamente—. Solo estaba admirando a la amiga de
Finley y su voz excepcionalmente bien proyectada. El sonido se transmite, ya
sabes. —Hizo un gesto entre nuestras dos casas.
¿Había escuchado toda mi crisis nerviosa? Espera ... ¿estaba en la casa de
Jackson mientras teníamos una cita? Mi corazón se unió a mi estómago.
—Basta —gruñó él—. Y sabes muy bien que Morgan no es solo la amiga
de nuestra hija. Es... es más que una amiga para mí. —Movió su mano a la parte
baja de mi espalda.
Bueno, como si eso no fuera incómodo. ¿Qué diablos éramos, de todos
modos? Y si Claire sabía lo que... éramos o no, ¿qué eran ellos? ¿Esto solo era
una visita? ¿Se quedaba con él? ¿Estaban durmiendo juntos a quince metros de
172
mi casa?
Era demasiado. Esto era demasiado.
—Claro. —Claire me ofreció una sonrisa dulce como el azúcar—. Bueno,
¿estás listo?
—Estaré allí en un segundo. ¿Por qué no le pones el cinturón a Fin? —
Señaló hacia el garaje con la cabeza.
—Puedo esperar —respondió.
Iba a morir aquí mismo, ahora mismo. ¿Me había visto besar a Jackson?
¿Ella besaba a Jackson? No es como si fuéramos exclusivos ya que no éramos...
bueno, nada.
—Claire. —Era una clara advertencia.
Hizo un puchero. —Está bien. Me iré. Apúrate. Tú fuiste quien me dijo
que a su pediatra no le gusta que lleguemos tarde y quiero causar una buena
impresión ahora que estoy en casa. —Deslizó su mirada hacía mí y se enfocó—.
Para siempre.
Iba a vomitar.
Movió los dedos para despedirse y se dirigió al coche, balanceando las
caderas con profesionalismo.
—Morgan…
—¿Eso era lo que querías decirme? —Me aparté de él.
—Sí. Simplemente no tuve tiempo... —Sus ojos se hallaban muy abiertos
y llenos de pánico.
—Porque estaba ocupada besándote. Otra vez. —Negué con la cabeza—.
¿Qué tan estúpida puedo ser?
—¡No lo eres! —Se acercó, pero me alejé de nuevo—. Mira, está en casa,
pero eso no cambia nada entre nosotros.
—¿No cambia nada? —Lo desafié—. Jackson, esa es la madre de tu hija.
Todo lo que siempre quisiste era que volviera a casa, ¡y ahora está aquí!
—No se está quedando conmigo. Vive con su madre. No estamos juntos.
Solo está aquí porque Fin tiene una cita para sus vacunas del jardín de infantes.
Nada cambia entre tú y yo, Morgan. Nada. —La súplica en sus ojos casi me
deshace.
—¡Jax!¡Tenemos que irnos! —gritó Claire desde el camino de entrada.
Todo lo que este hombre quería se encontraba envuelto en ese hermoso y
pequeño paquete, desde su perfecto cabello hasta su ropa de diseñador. Era la
mamá de Finley. Era la oportunidad de tener el felices para siempre que él
había esperado desde el día en que ella se fue. 173

Era demasiado. Demasiado complicado. Demasiado... Oh, al diablo con


esto.
—Morgan, hablaremos más tarde, lo prometo. —Se pasó la mano por el
cabello.
Aparté el dolor y forcé una sonrisa. —Tu familia te está esperando,
Jackson.
Luego me alejé, manteniendo la compostura a la vez que subía mis
escalones.
—¡Morgan, por favor!
—¡Jax! —Cielos, la voz de esa mujer era fuerte, pero supongo que la mía
también.
—Estoy al tope de mi capacidad emocional hoy. Ahora vete —le pedí,
porque él seguía allí, mirándome con tanta angustia en esos ojos que no podía
soportarlo. Abandoné la fachada de dignidad y corrí a toda velocidad el resto
del camino, cerrando la puerta de entrada una vez que la atravesé.
—¿Está todo bien? —preguntó Sam; sus ojos se agrandaron al ver mi
expresión.
—Encontré otra cosa sobre Jackson que no me gusta. —Era el eufemismo
más grande de mi vida. Me sentía tan harta de esta mierda. ¿Qué estaba tan mal
conmigo que no podía tener ni un rayo de felicidad? ¿Era demasiado pedir? ¿O
al menos un poco menos de dolor? Menos dolor… Dios, eso sonaba bien. La
insensibilidad sonaba aún mejor. Sí, ese era el objetivo de la noche.
—Oh, no. —Suspiró.
—Llama a Mia. Vamos a salir.

174
13
Traducido por Julie
Corregido por Danita

Jackson

—¿Dos fines de semana consecutivos sin Finley? —preguntó Sawyer a la


vez que el barman le entregaba una cerveza.
—Está con Claire. —Tomé un sorbo de agua helada y me quedé mirando 175
el juego de pelota en la pantalla plana encima de la barra.
Las cejas de Garrett se dispararon hacia arriba a mi otro lado, y no me
perdí la mirada que pasó entre mis amigos.
—¿Y cómo va eso? —preguntó Sawyer, tratando de no hacerlo incómodo
pero logrando lo contrario.
—Bueno, ha pasado dos horas sin llamarme para hacer una pregunta que
Finley puede responder ella misma, así que supongo que eso es una mejora. Al
menos está con Vivian, así que no tengo que preocuparme por el hecho de que
la madre de mi hija no sepa una mierda sobre ella. —Froté la condensación de
mi vaso y me pregunté por quincuagésima vez dónde se había escondido
Morgan.
No estaba en casa. Al momento en que dejé a Fin para su primer “fin de
semana con mamá”, me dirigí directo a su casa. Ni siquiera estacioné en mi
propia entrada. No es que importara. Morgan y Sam no se encontraban allí.
Sawyer le dio a Garrett una mirada suplicante, y éste último suspiró en
respuesta. Supongo que sacó la pajita más corta. —Entonces... ¿está aquí para
quedarse? ¿Claire? —preguntó, quitando la etiqueta de una botella de la que no
había tomado ni un sorbo.
—Ella dice que sí, pero al diablo si lo sé. La mente de esa mujer cambia
con el clima, y normalmente no me importa, pero le ha dicho a Finley que se
queda, y eso significa que tendré una niña de cinco años con el corazón roto
cuando aparezca algo más grande y mejor. —Por eso no bebía. Por lo que sabía,
Claire llamaría en una hora y me diría que cambió de opinión y que Finley
necesitaba volver a casa.
—Y... ¿están juntos? —preguntó Sawyer, siguiendo el ejemplo de Garrett.
—Diablos, no. Nunca más. —¿Verla me jodió un poco la cabeza? Claro.
¿Me sentía interesado aunque fuera un poco en reavivar algo que había muerto
tan completamente que necesitaría soporte de vida y un milagro? En absoluto.
—Bien... —Garrett entrecerró los ojos hacia Sawyer y luego resopló—.
¿Así que eso significa que Morgan y tú están juntos?
—¿Qué pasa con las preguntas? —Les disparé una mirada a mis dos
mejores amigos.
—Intentamos ser comprensivos —dijo Sawyer encogiéndose de hombros,
y luego le guiñó un ojo a una chica al otro lado del bar.
—Bueno, basta. Lo están haciendo muy raro. —Mi celular vibró y levanté
mi trasero del taburete lo suficiente para sacarlo del bolsillo trasero. Morgan.
Busqué a tientas el botón de respuesta, lo que me ganó una mirada de parte de
Garrett diciendo “¿qué diablos?”, pero me las arreglé para atender sin parecer 176

demasiado idiota—. ¿Morgan?


—¡No, soy Sam! —gritó por encima del ruido de fondo.
—¿Sam? ¿Morgan está bien? —Fruncí el ceño.
—Define bien —respondió ella.
—¿Está herida?
—No, nada de eso, pero creo que podría necesitar tu ayuda. —Hubo un
raspado amortiguado, como si hubiera puesto su mano sobre el micrófono—.
¡Mia! ¡No la animes! —El ruido de fondo inundó la llamada de nuevo—. Lo
siento. Mira, juré que nunca llamaría a un tipo para que me ayudara a sacar a
una amiga de un bar...
—¿Qué? —espeté. Las cabezas de Garrett y Sawyer se giraron en mi
dirección, y Garrett pidió la cuenta. ¿Morgan estaba en un bar?
—¿Crees que puedas venir a Avon? Creo que eres el único al que va a
escuchar, o el único que puede hacerla bajar en este momento, de todos modos.
—Dime en dónde se encuentran. Estaré allí en quince minutos.
Catorce minutos después, aparqué mi coche, apagué el motor y subí las
escaleras delanteras de dos en dos, flanqueado por Garrett y Sawyer.
—Jesús, ¿quién trajo a los chicos de fraternidad? —preguntó Garrett. La
multitud universitaria había llenado el bar, consumiendo el largo mostrador de
madera que corría a lo largo del espacio y se desbordaba hasta el área de la
mesa de billar.
—¡Jax! —llamó Sam desde el lado derecho del bar.
Asentí, y luego me abrí paso entre la multitud. —¿Dónde está?
—Con Mia. —Me miró con desprecio y me clavó el dedo en el pecho—.
Una cosa primero. En serio necesito que dejes de arruinarla, Jax. No ha bebido
nada desde ni recuerdo cuándo, y después de una conversación contigo, la
chica tiene tres martinis encima y está sobre la maldita barra como si estuviera
aquí para entretener a todos.
Mierda. ¿Qué tan mal estaba?
—No tenía ni idea de que Claire iba a aparecer así, y cuando lo hizo,
Morgan no me hablaba. ¿Qué querías que hiciera? ¿Que escribiera una nota y la
pasara por debajo de la puerta? —respondí.
—Podrías haber contratado a un escritor aéreo por lo que me importa.
No me interesa una mierda cómo transmitas la información, solo que lo hagas,
porque sinceramente, no eres mi prioridad, ella sí. La dejaste ir directo a otra
tormenta de mierda que creaste, después de que pasara toda la maldita semana
tratando de limpiar la última. 177

Sawyer se deslizó a mi lado y le sonrió a Sam. —Creo que estoy


enamorado. ¿Escuchaste la forma en que atacó a Montgomery? —le preguntó a
Garrett.
—Sí, porque los dos estamos parados aquí, idiota. —Sacudió la cabeza.
Sam le arqueó una ceja a Sawyer. —Déjame adivinar. Engreído, guapo y
saliendo con este tipo... eres otro piloto, ¿verdad?
—Sip. —La sonrisa de Sawyer se hizo aún más grande.
—¿Y tú? —Ella volvió su mirada hacia Garrett.
—Nadador de rescate. Volar es para los chicos demasiado asustados para
mojarse.
—¿Y tú eres? —preguntó Sawyer.
—Estoy casada —respondió, mostrando su anillo—. ¿Ahora, terminaron?
—Mi error. —Las manos de Sawyer subieron cuando la rocola cambió a
“Sweet Home Alabama”.
Un destello de rojo me llamó la atención, y me incliné lo suficiente como
para ver a Morgan balanceándose con Mia, paradas en la barra en medio de una
horda de tipos.
Inhalé. No era de extrañar que estuviera rodeada. Maldición, se veía
preciosa. Su top rojo sin mangas era corto y se ataba justo por encima de la
cintura de una falda vaquera imposiblemente corta. Ni siquiera estaba seguro
de llamar a esa cosa falda, ya que revelaba demasiado de esas piernas largas.
Sus botas de vaquero se balanceaban mientras cantaba a Lynyrd Skynyrd, con los
brazos sueltos en el aire mientras ella y Mia desentonaban con el coro.
No solo había bebido; estaba borracha.
—¿Se tomó tres martinis? —le pregunté a Sam mientras planeaba mi
mejor ruta de ataque.
—Sí... —Se estremeció.
Era una buena cantidad de alcohol, pero no explicaría sus movimientos
descuidados mientras se quitaba el pelo de la cara.
Miré de Sam a Morgan y viceversa antes de que me diera cuenta. —Oh,
mierda, ¿está tomando medicamentos contra la ansiedad?
Sam asintió. —A diario. Se supone que no debe beber, pero pensé que se
merecía un vaso de vino después de la mierda que le hiciste pasar hoy.
Supongo que Morgan pensó que se merecía algo un poco más fuerte.
—Maldición, ¿quién es la chica que está al lado de Morgan? —preguntó
Sawyer.
178
Sam le sacudió el dedo en la cara. —No. —Lo movió hacia Garrett—. Tú
tampoco. Lo último que necesito es que mi esposo regrese a casa del despliegue
y vaya directo a la cárcel por asesinato.
—Anotado —respondió Sawyer, ya escudriñando a la multitud por su
próxima conquista.
—Ni siquiera miraba —juró Garrett.
Cuando los chicos alrededor de Morgan la instaron a bailar en la barra,
decidí que era hora de moverme.
Vadeé a través de un mar de spray corporal Axe con Garrett y Sawyer a
mi espalda. Vivir aquí durante los últimos cinco años me había enseñado que lo
único que faltaba más que las inhibiciones con los turistas de celebración era su
sentido común.
—Sal de mi camino —le gruñí al niño bonito que llevaba puesto un polo
y que se acercaba al muslo de Morgan.
El tipo me miró de mala manera antes de observar mi cara, con suerte
viendo el asesinato prometido en mis ojos, luego miró a Sawyer y a Garrett, y se
movió.
—Toda tuya —murmuró, tambaleándose. ¿Alguna vez fui tan joven y
estúpido?
—¡Señor Carolina! —me saludó Mia mientras me ubicaba entre las
mujeres.
—¡Bueno, si no es la razón por la que estoy bebiendo! —me saludó
Morgan con un tono dulce y una sonrisa igualmente dulce y falsa—. ¿Viniste
hasta aquí para ayudarme a elegir un tipo con el que irme a casa? Ha habido
bastantes propuestas para ser tan temprano en la noche.
—He contado cuatro hasta ahora —añadió Mia.
—El único tipo que te lleva a casa soy yo. —Mis tripas se retorcieron al
pensar en cualquier otra posibilidad.
—¿En serio? Claire no parecía el tipo de mujer que estaría dispuesta a
compartir. Quizás deberías preguntarle primero. —Su sonrisa encendió un
fuego en mi vientre.
¿Qué había dicho sobre la versión “antigua” suya que tenía una lengua
afilada?
Ahogué mi temperamento, conté hasta tres, luego agarré sus caderas y la
bajé de la barra al taburete que el chico del polo había dejado libre.
—¡Ay! —gruñó, rebotando un poco al aterrizar—. ¿Quién te hizo el 179
aguafiestas residente? —Inclinó la cabeza hacia atrás y me miró con ojos
vidriosos.
—Sam estaba preocupada. Y al parecer por una buena razón. Estás
borracha. —Mi tono áspero contradecía el toque suave mientras le metía el pelo
detrás de las orejas.
—¿Sam? —Los ojos de Morgan se abrieron de par en par, y su cabeza
giró para ver a su amiga al otro lado del taburete.
—Chica, tienes que irte a casa, sola, y no me escuchabas, así que pedí
refuerzos. —Se encogió de hombros sin disculparse.
El dedo de Morgan se levantó poco a poco, apuntándola. —¿Tú, de entre
todas las personas, llamaste a un chico para que me sacara de un bar?
—Hombre —corregí.
Sam puso los ojos en blanco. —Esto no es lo mismo.
—Traidora. Por lo menos tú podías culpar a Will por haber llamado a
Jagger y Grayson en tu contra.
Mierda, dijo su nombre en una conversación casual. ¿Era un progreso o
el alcohol lo que hablaba?
Morgan alcanzó el resto de su martini, pero me adelanté a ella.
—Y ya es suficiente. —Le devolví el vaso al camarero.
—Por el amor de Dios, ¿podrían dejar de estresarse? Puedo tomar un
trago. Soy legal y todo eso. ¿Quieres ver mi identificación?
—También estás mezclando alcohol con tus medicinas —dije en voz baja,
inclinándome para que solo ella pudiera oírme—. Uno amplifica al otro. Es por
eso que te sientes tan borracha.
—Cariño, tal vez debería haberlo hecho hace mucho tiempo —replicó,
volviendo la cara para que nuestros labios estuvieran separados por un
centímetro, si acaso—. Es un analgésico milagroso.
—Dolerá mucho por la mañana —le prometí.
—¿Qué te importaría? No hay duda de que te vas a acurrucar con tu ex.
—Arqueó una ceja hacia mí y se inclinó, pero perdió el equilibrio.
Suficiente.
—Morgan, no estoy con Claire. Apareció la misma noche que fuimos al
faro. No tenía ni idea de que vendría, y hablaba en serio cuando dije que no
cambia nada entre nosotros porque yo… te... quiero… a… ti. —Le estabilicé la
cintura mientras se agarraba a mi camiseta de búsqueda y rescate. Joder, su piel
era tan increíblemente suave bajo mis dedos. 180

Una sonrisa malvada se extendió por su cara, y me rozó la mandíbula


con sus labios. —¿Ah sí?
Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron, pero encontré la fuerza
para retroceder. —En todas las formas posibles. Cuando estés sobria.
Resopló y asintió hacia la multitud de universitarios. —A ese tipo no le
importaba si yo me encontraba sobria.
Auch.
—Ese tipo es un imbécil —contesté, recordándome de agradecerle a Sam
por llamarme. Morgan se habría atormentado por irse a casa con un extraño, y
luego lo más seguro es que yo le hubiera dado una paliza al desconocido por
aprovecharse de ella.
—Solo quería estar entumecida por un minuto —susurró con voz suave.
—Sí, me imagino. —No la culpaba para nada. Me habría emborrachado
todos los días de mi vida si hubiera pasado por lo mismo que ella—. ¿Por qué
no dejas que te lleve a casa, Kitty? Cualquier decisión que tomes cuando estés
así de borracha será una que lamentes por la mañana.
Parpadeó un ligero brillo de lágrimas, dejando caer su mirada a sus
manos mientras las alisaba sobre mi pecho. —Somos demasiado complicados.
Contigo es una cosa tras otra. No puedo pararme firme antes de que vuelvas a
desequilibrarme.
—¿Soy el único complicado en esta relación?
Su mirada voló a la mía, pero no debatió mi elección de terminología.
—Tengo un cuasi-novio muerto al que amé mucho más de lo que nunca
le gusté. Tienes un helicóptero que está esperando para matarte y a la madre de
tu bebé inhumanamente hermosa que se siente tan desesperada por marcar su
territorio que casi esperaba que te orinara esta tarde.
Ahogué la risa que intentó escapar y acuné su cara con una mano.
—Tengo un helicóptero que soy muy bueno volando y una hermosa
Morgan que me gustaría acostar en la cama.
—Pero no llevar a la cama. Parece que tengo ese efecto en los chicos que
en verdad me gustan. —Se apoyó en mi palma.
¿Qué demonios le hizo pasar su cuasi-ex para que pensara eso?
Bajé mi frente a la suya. —No me malinterpretes, Kitty. Quiero llevarte a
la cama. Mataría por llevarte a la cama. He fantaseado con poner las manos en
tu cuerpo desde el momento en que nos conocimos, pero la primera vez que
grites mi nombre, lo único en tu sistema seré yo. No voy a ser uno de tus
arrepentimientos cuando tengo la opción de ser tu elección. ¿Lo entiendes? No 181
voy a cambiar la posibilidad de un futuro entero contigo por un par de
orgasmos en una sola noche... no importa lo jodidamente comestible que luzcas
ahora mismo.
Parpadeó. —Bueno, eso estuvo bien.
—Lo sé. —Sonreí.
—¿Te llevas a alguien más a la cama? —Sus ojos se entrecerraron.
—¿Qué? No. No he mirado a otra mujer desde que te mudaste. —¿De eso
se trataba? El momento de llegada de Claire fue una mierda como siempre.
—¿Así que somos exclusivos? ¿Aunque no estemos juntos? —Sus manos
se deslizaron por mi camisa para descansar alrededor de mi cuello.
—No hay nadie más. Solo tú —le prometí.
—De acuerdo. —Sus ojos se suavizaron—. Llévame a casa. —Se tropezó
con el taburete, y le coloqué el brazo alrededor de la cintura, arrastrándola a mi
lado.
—Bueno, ya que lo pediste de forma tan amable.
Sam tomó en seguida el taburete de Morgan, exigiendo la cuenta del
barman.
Mia bajó de un salto de la barra y le sonrió a Garrett. —Hola.
—Me advirtieron sobre tu hermano —respondió, levantando las manos.
Ella puso los ojos en blanco. —El tipo está a medio mundo de distancia y
todavía me impide echar un polvo. Es increíble.
Cuando Morgan tropezó de nuevo, la levanté en mis brazos, cuidando
que su falda cubriera su trasero mientras la sacaba del bar. La metí en el asiento
del acompañante, y luego le puse el cinturón mientras Mia subía al auto de Sam
bajo la supervisión de Garrett unos cuantos sitios más abajo.
—¿Jackson? —Morgan me tiró de la mano.
—¿Sí? —Me incliné hacia el auto.
Se aferró a mi nuca y me besó. Su lengua se deslizó entre mis labios, y me
abrí por puro instinto.
Joder, sabía a frambuesa, limón, cítricos y bayas, y a la dulce quemadura
del alcohol. Lamí su boca, y luego lo profundicé, clavando mis dedos en su pelo
mientras gemía. Era tan eléctrico como el primer beso; no lo había exagerado ni
idealizado. Prendió en llamas mi sangre.
La besé hasta quedarnos sin aliento y luego lo hice de nuevo. Me hallaba
tan metido en ella que sabía que esto entre nosotros solo iría en una de dos
direcciones: acabaríamos juntos, o nos destruiríamos mutuamente en el proceso 182
de intentarlo.
Gruñendo, me eché atrás, rompiendo el beso. —Dios, Morgan.
—Gracias. —Me soltó el cuello.
—¿Por qué?
—Por venir a buscarme. —Me dio una sonrisa avergonzada.
—En cualquier momento. —Cerré su puerta y me di la vuelta para ver a
Garrett, Sam y Sawyer apoyados en su coche.
—¿Ya terminaste allí? Porque mi auto está en tu casa. —Sawyer sonrió
con suficiencia.
—Sí, sí. —Le hice un gesto con la mano, y todos nos subimos a los autos.
Morgan se encontraba dormida cuando llegamos a su casa. Estacioné en
su entrada, luego la levanté con cuidado en mis brazos después de enviar a
Sawyer y Garrett a sus casas. Su cabeza rodó contra mi pecho, murmuró algo
sobre el sueño y se acercó.
—Te tengo —dije en voz baja.
—Abriré la puerta —dijo Sam, corriendo para abrir la puerta principal.
Subí a Morgan por las escaleras, entré en la casa, y luego subí otro juego
de escaleras hasta el dormitorio principal. Solo había estado aquí unas pocas
veces cuando Diane y Carl eran los dueños del lugar, y ahora se veía bastante
diferente. Morgan había pintado la habitación de azul pálido, en contraste con
sus muebles blancos. El resultado no era demasiado femenino, sino limpio y
minimalista.
La puse en la cama de matrimonio y empecé con sus botas.
—Voy a cambiarla —dijo Sam desde la puerta.
—¡No te vayas, Jackson! —exigió Morgan, quitándose las botas de una
patada.
Esta es una mala idea, Montgomery.
—Esperaré afuera —le dije a Sam, luego me retiré a la relativa seguridad
del pasillo, donde conté mis respiraciones y planeé un escape que no incluyera
arrastrarme a la cama con la mujer que me había tenido duro por dos meses, sin
importar lo mucho que quisiera.
La puerta se abrió unos minutos más tarde y Sam salió, nivelándome con
una mirada escéptica.
—Está a salvo conmigo —le prometí.
—Oh, lo sé. Porque mis suegros tienen muchos veleros, y el océano es un 183
lugar fantástico para esconder un cuerpo. —Me miró fijamente.
—Eres una gran amiga, Sam.
—También sé eso. Por esa razón te digo que Morgan me acogió cuando
no tenía ningún otro sitio al que ir. Sin preguntas. Eso es lo que hace por la
gente que ama. La chica es desinteresada hasta la médula, y que me condenen si
me descuido y dejo que la lastimen. ¿Entiendes? —Se paró en la puerta con los
brazos cruzados.
—Lo entiendo. —Advertencia recibida.
Suspiró y se hizo a un lado. —No hagas nada que me lleve a esconder tu
cuerpo. Pareces demasiado pesado para llevarte yo sola.
—Anotado. —Asentí cuando pasé a su lado y a la habitación de Morgan.
La luz de la mesita de noche se encontraba encendida, y Morgan yacía
acurrucada de lado, mirando a la puerta.
—¿Te quedarás conmigo? —preguntó—. ¿Por favor?
—No es una buena idea. —Me senté en el borde de la cama y mantuve
las manos sobre las sábanas.
—No dije que fuera una buena idea —respondió somnolienta—. Te
pregunté si te quedarías. ¿Solo hasta que me duerma? ¿Por favor?
Joder. ¿Cómo diablos podría negárselo cuando estaba pidiendo lo que yo
deseaba? Fácil, no podría.
—Solo hasta que te duermas.
Sonrió y dio una palmadita en la cama detrás de ella.
Maldiciendo mi idiotez, me quité los zapatos y los calcetines, luego puse
las llaves del coche y la billetera en la mesita de noche junto a su pila de cristal
marino, lo que me recordó el regalo que todavía tenía en la guantera.
Apagué la luz y me subí a la cama. Mañana era sábado, pero el horario
de vuelo decía que tenía que cumplir mi palabra e irme una vez que se quedara
dormida.
—Bajo las mantas —me exigió, sin siquiera darse la vuelta para verme.
—Kitty, eso no es...
—Bajo las mantas —declaró simplemente—. Confío en ti.
—No estoy seguro de confiar en mí mismo —murmuré, pero hice lo que
me pidió solo porque quería abrazarla. Hace una semana, había estado parada
afuera, cerrando una y otra vez la puerta del camión, y creí que había arruinado
184
mi oportunidad con ella. Esta mañana, se encontró cara a cara con Claire y huyó
a toda velocidad, así que, diablos, sí, quería abrazarla.
La abrazaría cada vez que pudiera hasta que dejara de correr.
—Ya me metí. ¿Feliz ahora? —Completamente vestido, me giré de lado
hacia Morgan.
Se movió hasta que su espalda estuvo contra mi pecho. —Ahora estoy
feliz.
Me acurruqué a su alrededor y ella suspiró, meneándose hasta que su
trasero quedó presionado con fuerza contra mis caderas y sus piernas se
moldearon alrededor de las mías. Mi brazo se trabó alrededor de su cintura, y
cedí a la tentación y respiré el aroma de su pelo mientras le decía a mi cuerpo
que se calmara.
—No puedes usar palabras como relación conmigo —susurró—. Tienes
que ser paciente.
—Morgan... —Pasé mi pulgar sobre sus costillas cubiertas de pijama.
—Soy un desastre, y tú eres...
—¿Complicado? —ofrecí.
—Eso. Y me gustas, Jackson, de verdad, pero me asustas.
—Nunca te haré daño. No de forma intencional —prometí, abrazándola
aún más fuerte contra mí.
—No solía ser cobarde —murmuró, sus palabras se ralentizaron—. Te
hubiera gustado en ese entonces.
—No eres cobarde, y me gustas mucho ahora. —Presioné un beso en la
parte superior de su cabeza.
—Dame un segundo y me dormiré, lo prometo. —Su respiración se hizo
más lenta mientras sus palabras se desvanecían.
—No tengo prisa, Morgan. Puedo esperar tanto tiempo como necesites.
—Lo decía en serio, y no solo a que se durmiera. Podía esperar a que se curara,
a que estuviera lista para lo que pudiéramos ser. No había ningún plazo cuando
se trataba de nosotros.
Ella murmuró su aprobación, y yo cerré los ojos.
Cuando los abrí, ya era de mañana.

185
14
La noche del baile de graduación… bueno, estuviste allí. Debería
haberlo sabido entonces, pero a la mañana siguiente me desperté tan
asustado de no haberte podido ofrecer lo que necesitabas. Nunca fuiste tú,
Morgan. Siempre fui yo.

Traducido por Gesi & Clara Markov


Corregido por Danita

Morgan
186

Mi cabeza amenazó con separarse del resto de mi cuerpo con cada paso
que di por las escaleras. ¿En qué demonios había estado pensando?
Sam rebuscaba en la cocina, el ruido aumentaba mi dolor mientras
doblaba la esquina y pisaba el linóleo. Una semana más y este bebé se
convertiría en madera dura. Una sartén chocó contra el quemador de la estufa y
me encogí.
—Siéntate. —Señaló al otro lado de la encimera. ¿Por qué demonios se
veía tan alegre? Incluso sus rizos rebotaban con más energía de la que tenía en
todo mi cuerpo.
Me deslicé en un taburete y apoyé los codos en la fórmica para acunar mi
adolorida cabeza.
Un vaso de agua apareció frente a mí y colocó dos analgésicos al lado.
—Ya tomé los que dejaste en mi mesa de noche junto al agua. —Levanté
la cabeza lo suficiente como para atrapar un destello de confusión antes de que
sonriera levemente.
—Yo no los dejé. Debe haber sido Jackson. —Tomó las píldoras con una
leve sacudida de cabeza—. Resulta que el señor Carolina es uno de los buenos.
Jackson. Oh, Dios, me puse en total ridículo anoche.
—¿Qué tan mal estuve? —Mis dedos se curvaron alrededor del vaso a la
vez que ella rompía dos huevos en la sartén.
—En una escala del uno a mí, tal vez alrededor del siete. Definitivamente
no te encontrabas en tu mejor momento, pero tampoco bailaste sobre la barra al
estilo de la película Coyote Ugly. —Se encogió de hombros.
Mátenme ahora. —No pensé en los medicamentos.
Se giró un poco para reunirse con mi mirada. —Lo sé. Si lo hubieras
hecho, estaríamos teniendo una discusión diferente. Debí haberme entrometido
cuando pedías tus bebidas.
—Estabas hablando con Grayson. No te eches la culpa por mis decisiones
de mierda. ¿Dónde está Mia?
—Se fue hace tres horas.
Mis ojos volaron al reloj. —¿Ya es mediodía?
—Sí. —Deslizó los huevos en un plato, tomó un tenedor y colocó la
comida frente a mí—. Ahora, come.
Lo hice y deslizó una taza de café como recompensa cuando terminé.
—Gracias. 187
—No hay problema. —Se apoyó sobre la encimera mientras sus labios se
levantaban en una sonrisa—. Ahora dime cómo fue dormir junto a Jackson. —
Meneó las cejas.
—¿Qué? Quiero decir… —Oh, mierda, dormí a su lado. Le rogué que se
quedara conmigo y luego me acurruqué con él y…—. Me quedé dormida —
susurré.
—Bueno, sí. Le dije que lo enterraría en el océano si se aprovechaba, así
que mejor que eso haya sido todo lo que hicieron.
Mis ojos volaron hacia los suyos. —No, Sam. Me quedé dormida. Sin video.
Sus cejas se elevaron. —¿Sin video de Will? —aclaró.
—No. Solo Jackson. —No había dormido una noche sin ver ese video en
casi dos años desde que me lo dieron. Se había convertido en mi canción de
cuna, mi oración, mi ayuda para dormir y mi súplica a mi cerebro para dejarlo
entrar en mis sueños—. ¿Qué significa eso? ¿Fue el alcohol? ¿Jackson? Dios, ¿lo
estoy usando para reemplazar…?
—Detente. —Su mano cubrió la mía— Significa que pasaste una noche
sin ver el video. Deja de analizar por qué diste el paso y solo alégrate de haberlo
hecho. Alégrate de que puedas dormir sin él.
Seguro, si estoy borracha y tengo los brazos de Jackson a mi alrededor. La
segunda parte de ese remedio era lo bastante fácil de remediar. De cualquier
manera, lo hice.
—Dormí sin el video. —Sonreí cuando un peso se levantó de mi pecho, y
respiré profundo.
—Dormiste sin el video. —Sam me apretó la mano.
Toda la noche. En los brazos de Jackson… —Oh, Dios, ¿a qué hora se
fue? —¿Durmió toda la noche conmigo?
—Oí la puerta alrededor de las seis de la mañana. —Sonrió al estirarse
por su café—. Ese hombre está loco por ti, Morgan Bartley.
Me burlé. —Después de que me viera darle una paliza a la camioneta de
Will, luego bombardearlo cuando apareció su ex, hacer que me cargara a casa
borracha y dormir a mi lado, tengo la sensación de que va a correr tan rápido
como pueda. O estaría corriendo si no viviera al lado.
—No obligaste a ese hombre a que hiciera nada. Él eligió estar contigo
durante esos tres… —Luchó en busca de palabras.
—¿Rabietas? —sugerí.
—Iba a decir arrebatos, pero entiendes el punto. —Se estiró hasta la cajita
al final de la encimera y me la dio—. Además, un hombre que está escapando 188
no le deja regalos a una mujer.
—¿Me dejó esto? —Miré fijamente la cajita blanca en mi mano mientras
ella sostenía un trozo de papel doblado.
—Y una nota. —Agitó el papel sobre la caja—. Y he esperado horas para
saber qué dice, ¡así que lee!
Aturdida, dejé la caja sobre la encimera y desdoblé la nota. La letra de
Jackson llenaba la página.

Morgan,
Finn me ayudó a diseñar esto, así que espero que te guste. Solía ser un frasco o
un vaso de algún tipo. Todo lo que sé con certeza es que en cierto punto se rompió. Se
hizo añicos, luego pasó años en las olas y la arena hasta convertirse en algo totalmente
nuevo. Ya no es transparente y afilado, sino suave y opaco. Cuando vi esta pieza, me
recordó a ti: hermosa, resistente y única. No lamento lo que solía ser en su vida anterior,
porque para mí es precioso justo cómo es ahora. No puedo imaginármelo siendo aún más
hermoso —ni siquiera entero— pero también sé que en el centro aún es el mismo cristal
transparente que siempre ha sido. El mismo cristal, solo que más excepcional, no a pesar
de todo lo que ha atravesado, sino gracias a ello.
—Jackson.

Me quedé sin aliento y una chispa se encendió en mi pecho. Esperanza.


Era esperanza.
—Y bien, ¿qué dice? —preguntó Sam.
Le entregué la nota y abrí la cajita blanca. Era una pieza de cristal marino
color turquesa en forma de lágrima un poco más grande que una moneda,
engastada en oro. Me temblaron los dedos cuando lo saqué de la caja con el
logo de la tienda de Christina en el interior de la tapa. La cadena era larga, un
collar. Un collar increíblemente hermoso.
—Oh. Dios. Mío. —Alargó la última palabra—. Mantengo mi comentario
anterior. Ese hombre está loco por ti. Y en definitiva podría enseñarle a Grayson
una cosa o dos con respecto a la redacción de cartas porque, maldición.
—Le dije que yo le hubiera gustado más antes… —Tragué, entonces
volví a intentarlo—. Que le hubiera gustado más cómo era antes de que Will
muriera. Ya sabes, cuando tenía la lengua afilada y era vivaz sin ayuda del
alcohol.
Resopló. —Si piensas que tu lengua no es tan afilada, es solo porque no
has estado en el extremo receptor. —Dejó la nota mientras yo me colocaba el
189
collar—. ¿Perder a Will te cambió? Por supuesto. Pero en el fondo eres la misma
persona de siempre, con el mismo hermoso y gran corazón. El hecho de que él
vea ese corazón hace que se gane mi aprobación, pero mi opinión en realidad
no interesa aquí. La tuya sí.
Bajé la vista al colgante que descansaba justo sobre mis pechos. —Me
gusta mucho.
—Lo sé.
—Tengo mucho miedo. —Mis ojos se encontraron con los suyos.
—También lo sé. Cualquier cosa nueva da miedo, y eso sin que ya sepas
el costo de arriesgar tu corazón.
—No estoy segura de tener un corazón que arriesgar. —Pero esa llama
pequeña de esperanza en mi pecho argumentó lo contrario.
—No te daría tanto miedo si no lo tuvieras. —Me sonrió de forma
alentadora—. Ahora, ¿estás lista para la tarea de la mañana?
La grabación. El miedo habitual se apoderó de mis hombros, pero hoy
era más ligero, más fácil de soportar. Cada día se hacía un poco más fácil. La
mejora había sido tan pequeña que al principio no la había notado, pero ahora
que llevábamos siete semanas de tratamiento, casi la mitad, el progreso era
obvio.
Esperanza, ahí estaba de nuevo.
—No es una tarea de la mañana, ya que es más de mediodía —bromeé.
—No seas una listilla —respondió, en busca de la grabadora, pero había
una sonrisa en su rostro—. De verdad, ¿estás lista?
En realidad, sí.
—Hagámoslo.

Combiné mi collar nuevo con simples pendientes de oro, me puse mi


vestido color crema favorito y entré a la oficina del distrito escolar el lunes a las
once menos cuarto, justo quince minutos antes de mi reunión de admisión con
el superintendente.
En menos de cuatro meses sería maestra de quinto grado.
Las renovaciones de la casa estarían completas y entonces… ¿entonces
qué? Se suponía que mañana debía entregarle una lista de metas a largo plazo a
la doctora Circe, y tenía un gran espacio en blanco. ¿Mantener mi cordura
contaba como meta? 190
¿O tal vez tratar de entrar en una relación —mi mente tropezó con la
palabra— con Jackson?
Jackson. Un mensaje de agradecimiento no era suficiente, a pesar de que
juró que sí. Quería verlo, pero esta semana tenía turnos nocturnos, lo que
significaba que él dormía cada vez que yo me encontraba despierta.
Era complicado, pero había algo a favor de la anticipación.
Me registré en la recepción, pero me sentía demasiado ansiosa como para
sentarme, así que me paseé hasta el gran puesto que anunciaba que la merienda
del Día de la Madre era hoy, en honor al feriado de ayer, y examiné las obras de
arte en el tablón de anuncios del pasillo. Las oficinas del distrito compartían el
edificio con el preescolar, así que busqué entre los bonitos arcoíris pintados
hasta encontrar el de Finley.
Le tomé una foto con mi celular. Se la enviaría a Jackson por la noche una
vez que se despertara.
La puerta a mi derecha se abrió, y una mujer mayor con cabello rubio
acompañó a una pequeña al pasillo.
—¿Por qué no la volvemos a llamar? —sugirió la maestra.
Un par de tenis muy familiar pateó el piso de linóleo, pero no podía ver
el rostro de la niña.
—¿Por qué molestarse? —Aunque conocía esa voz.
—¿Finley? —Rodeé a la maestra para confirmar mi suposición.
Su cabeza se levantó, y no me encontraba preparada para el destello de
decepción en esos ojos cafés. Auch. Solo duró un segundo antes de que tratara
de forzar una sonrisa temblorosa. —Hola, Morgan. ¿Te mandó mi papá?
La maestra me miró con recelo, y revisé la etiqueta con su nombre.
Señora Kozier.
—Hola, señora Kozier, soy Morgan Bartley. Soy la vecina de Finley y la
nueva maestra de quinto grado de la escuela primaria —expliqué para que no
llamara a los guardias. Luego me hundí sobre mis talones para estar al mismo
nivel que la niña—. No, cariño. Estoy aquí para una reunión. ¿Qué sucede?
—Es la merienda del Día de la Madre —dijo en voz baja, apartando los
ojos.
Supongo que eso explicaba el vestido brillante.
—Bueno, suena divertido. —Tomé su pequeña mano y le di un apretón.
—Todos los demás tienen a su mamá —susurró, mirando al suelo.
191
Mi mirada subió para encontrarse con la de la señora Kozier, y ella
sacudió la cabeza. ¿Claire no vino? Tragué la bola de rabia que subía por mi
garganta.
—¿Y la llamaste? —pregunté en voz baja.
Finley asintió, y luego aspiró mientras dos gruesas lágrimas caían de sus
mejillas hacia el suelo de cuadros.
—Bueno, ¿qué tan tarde viene? Tal vez solo se retasó un poco, cariño. —
Dios, por favor, que ese sea el caso. Que Claire no le rompa el corazón.
Finley levantó la cara, y le sequé otras dos lágrimas. —Viene muy tarde.
Solo falta que lean sus poemas dos niños.
Me dolía el corazón, pero conseguí sonreír. —Hagamos lo que sugiere tu
maestra y llamémosla de nuevo.
Se abalanzó sobre mí, y la atrapé, manteniendo un cuidadoso equilibrio
sobre mis tacones. —No va a venir. Nunca viene.
Pero en esta ocasión, Claire le dijo que vendría. De lo contrario, Finley
nunca la habría esperado. Mi aversión por la mujer estalló en puro odio. ¿Cómo
diablos no te presentabas a la merienda del Día de las Madres en la escuela de
tu hija? De la misma forma en que la abandonó cuando era una bebé.
—¿Por qué no vino? —Su carita se hallaba metida en mi cuello mientras
yo le frotaba círculos en su espalda.
—¿Qué puedo hacer para ayudarte, cariño? —No sabía la respuesta para
su pregunta, por lo que hice una por mi cuenta.
Sacudió la cabeza y se salió del abrazo, pero cuando sus ojos cayeron, se
detuvo. —¡Tienes el collar! —Una sonrisa iluminó su rostro cuando sorbió los
mocos que habían provocado sus lágrimas—. ¿Te gusta?
—Me encanta —le aseguré—. Solo que no te había visto para agradecerte
todavía, así que gracias, Finley. Es hermoso.
—Elegí el oro —anunció con voz solemne—. Papá encontró el azul.
—Elegiste perfectamente. Es el collar más hermoso que he visto en mi
vida.
Se secó las últimas lágrimas con el dorso de la mano, busqué un pañuelo
en mi bolso y se lo acerqué a la nariz. Sopló, lo que resolvió el problema de los
mocos.
—Finley, deberíamos llamar a tu mamá, o tenemos que regresar adentro,
corazón —dijo la señora Kozier con suavidad, dándome una mirada de
disculpa.
—Morgan, ¿quieres venir a la merienda? —Las cejas de Fin se levantaron 192
cuando preguntó.
Oh, mi corazón. —Si eso quieres, cariño, puedo entrar. Solo les avisaré que
voy tarde a la reunión, ¿de acuerdo?
Finley asintió, animada, me tomó de la mano y su maestra suspiró con
evidente alivio.
Las puertas se abrieron detrás de nosotras.
—¡Ya llegué! ¡Finley, bebé, llegué! —exclamó Claire, con sus tacones
cliqueando por el pasillo con apuro evidente, volando junto al escritorio de
registro.
—¡Señora, se tiene que registrar!
Me puse de pie y me giré para enfrentarla, la mano de Finley todavía
firmemente metida en la mía. Me tomó cada gramo de clase en mi cuerpo, pero
canalicé mis modales y eduqué mis rasgos para ocultar mi disgusto.
—¿Qué? Pero… de acuerdo. —Claire se detuvo en el escritorio y se
registró en tanto yo tiraba el pañuelo de Finley en la basura.
—Mira, está aquí, cariño. Vino —la tranquilicé, su expresión pasando de
la alegría a la ira y viceversa.
La mirada de Claire vaciló entre nosotras antes de fijarse en mí cuando
nos alcanzó. —Morgan, es un placer volver a verte. ¿Qué haces en la escuela de
mi hija?
—Tengo una reunión con el superintendente a las once —respondí tan
dulce como un pastel—. Tengo el hábito de llegar temprano a los eventos
importantes.
Claire arqueó una ceja.
—Señora Montgomery, nuestro programa empezó hace cuarenta y cinco
minutos… —reprendió la señora Kozier.
Me tensé.
—Lo sé, lo sé —respondió Claire, pero no corrigió su nombre—. Pero
ahora estoy aquí, ¿no podemos ponernos en marcha?
¿Montgomery? No. Hoy no, Satanás. Una ola de posesividad que no tenía
derecho a sentir me golpeó de lleno en el pecho y brotó de mi boca mezquina.
—Lewis —corregí a la maestra de Fin—. Su nombre es señora Lewis.
Claire entrecerró los ojos.
—Odiaría que tu correo se confundiera —ofrecí, con un encogimiento de
disculpa, que no era una disculpa en lo más mínimo.
193
—¡Llegas tarde! —estalló Fin hacia Claire.
—Lo sé, bebé. Lo siento mucho, pero tuve una llamada con mi agente
que no terminaba, y bueno, ¡estoy aquí! —Claire asintió y sonrió, extendiendo
su mano hacia la de Finley.
Ella miró de esa mano hacia mí.
—Bueno, ¡vamos! —insistió Claire—. ¡No puedo esperar a escuchar tu
poema!
—Invité a Morgan —dijo Fin en voz tan baja que apenas fue un susurro.
—Está bien, Fin —prometí.
—¡Finley Montgomery! —reprendió Claire—. ¿Por qué demonios harías
algo así? ¿En especial cuando es una reunión importante?
—¡No estabas aquí! —gritó Fin.
—¡Ahora estoy aquí!
—Ambas pueden entrar. Hay más que suficientes galletas —nos aseguró
la señora Kozier, sin duda al ver la misma tormenta que yo.
—¿Morgan? —Fin me miró, claramente indecisa.
—¿Está sugiriendo que comparta a mi hija con la vecina? ¡Es mi primera
merienda del Día de la Madre! —resopló Claire—. Ya me he perdido mucho
porque trabajo todo el tiempo.
No mencioné los cinco Días de la Madre que se había saltado. Los ojos de
Finley se volvieron a llenar de lágrimas. Por supuesto que tenía miedo de que
Claire se fuera. Eso era todo lo que había conocido.
Mi postura se suavizó y levanté la barbilla de Fin. —Adelante, lleva a tu
mamá a tomar el té, tontita. Tienes un poema para leer, ¡y la última vez que
miré, era el Día de la Madre, no de la vecina! —Le pellizqué la nariz con una
sonrisa y solté su mano.
Sus hombros cayeron con evidente alivio. —¿No estás enojada?
—Por supuesto que no. ¡La suplente no se enoja cuando aparece la
estrella! Iremos a cazar caracolas más tarde para compensarlo, ¿de acuerdo?
Asintió con entusiasmo. —Cazaremos cristales marinos, pero papá ya te
consiguió el más bonito.
Mis dedos rozaron el collar mientras le sonreía a Finley. —Seguro que sí.
Vete, cariño.
—De acuerdo, ¡vamos a entrar, bebé! —instó Claire con voz cantarina,
tomando la mano de Finley. Su mirada se detuvo en mi collar cuando la
194
maestra las condujo al interior.
—Señora Lewis, por aquí.
—¡Hasta más tarde, Morgan! —Finley se despidió con la mano a medida
que desaparecían.
Mantuve esa sonrisa como un escudo, luego volví al escritorio de la
recepción y me hundí en una de las sillas vacías a lo largo de la pared.
Complicada. Así llamé mi no relación exclusiva con Jackson, y este era el
ejemplo perfecto.
Lo que necesitaba ahora mismo era fácil, comprensivo y… fácil. ¿Pero
Jackson? Lo que teníamos era intenso, emocional y desordenado.
Claire era la mayor complicación entre nosotros.
No estoy con Claire. Te. Quiero. A. Ti.
Me aferré a las palabras de Jackson mientras mis dedos jugaban con mi
collar. Tenía dos opciones aquí: creerle o correr tan rápido como pudiera.
De cualquier manera, la idea de perderlo por Claire envió un cuchillo
directo a mi corazón remendado. Ella no era lo bastante buena para él. Tuvo su
amor y no lo eligió cuando importaba.
Al igual que Peyton no eligió a Will… y aun así la había amado hasta su
último aliento. También había amado a Paisley, aún cuando ella eligió a Jagger.
Pero él nunca me había amado, a pesar de que yo era la única que lo había
elegido. Mi pecho se apretó. Maldito Will.
—¿Señorita Bartley? —me llamó la secretaria.
—¿Sí, señora?
—El señor Patterson la verá ahora. La llevaré con él. —Se levantó y me
guió hacia su oficina.
Pasé por el salón de Finley, pero no miré por la ventana. Ella no era mía.
No tenía derecho de estar celosa. Entonces, ¿por qué sentía ese monstruo verde
arremolinándose en mi vientre?
Estaba más involucrada de lo que quería admitir, en especial después de
esa exhibición que hice sobre el apellido de Claire. Como sea, ella se quitó su
anillo. No podía reclamar su nombre ahora solo porque quería recuperarlo.
No me rendiría sin luchar.
Oh, Dios. ¿En qué momento decidí que Jackson era mío para perder?

195
15
Traducido por Ana_V.U & Tolola
Corregido por Julie

Jackson

—Porque es una noche de escuela —dije con tanta calma como pude,
cruzando los brazos sobre el pecho. La siete de la tarde en una noche escolar
para ser precisos. Estuve trabajando de noche durante los últimos cinco días y
196
no quería pasar la única noche libre de esta semana discutiendo con Claire, pero
aquí estábamos.
Quería pasar el tiempo que tenía con Morgan, especialmente porque no
la había visto desde que salí de su cama el sábado por la mañana. Casi había
sido imposible obligarme a ir.
—Y deja que falte mañana. Es preescolar, por el amor de Dios, no
Harvard. —Pasó junto a mí hacia la sala de estar.
—Por supuesto que no. —No era la primera vez que estaba en mi casa,
pero aun así me sorprendió verla mirando las fotos de Fin que yo tenía por todo
el lugar.
—Pero estoy recuperando el tiempo perdido, Jax. Es solo una fiesta de
pijamas. —Claire se hundió en mi sofá, se quitó los zapatos y metió las piernas
debajo de ella, sentándose como siempre. Hace unos años, esa vista familiar
podría haber despertado sentimientos muertos hace mucho tiempo, pero ya no.
Me recosté hacia atrás y eché un vistazo a mis escaleras para asegurarme
de que Finley no escuchaba. —No es solo una pijamada. Es una interrupción
total en su horario.
Frunció los labios. —Tiene cinco años. No necesita un horario.
—Tiene cinco años, por eso necesita un horario. A los niños les gustan los
límites y la previsibilidad, Claire. Que vengas a casa es genial, pero Finley no
puede ir rebotando como una pelota de tenis.
—Regresé para pasar tiempo con ella —argumentó—. ¿Cómo puedo
hacer eso si no me dejas? —Su rostro decayó.
—¿Quién dice que no te dejaré? —Me froté la piel entre las cejas y recé
pidiendo paciencia. Claire lo había trastornado todo en los últimos diez días.
—¡Dijiste que no puedo llevarla esta noche! —espetó.
—Primero, baja la voz. Fin no tiene por qué escuchar nada de esto. En
segundo lugar, no, no puedes recogerla y llevártela cuando te convenga. La
tuviste el fin de semana pasado. Este es mi fin de semana y los fines de semana
no empiezan los jueves por la noche. —Puse una lista de reproducción en mi
teléfono, y Mumford and Sons sonó a través de los altavoces. Con suerte, eso
evitaría que los oídos de Fin escucharan mucho.
Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Claire. —¿Aún escuchas
esto?
—Aparentemente.
Su sonrisa se desvaneció ante mi tono. —¿Por qué no estás feliz de que
esté en casa, Jax? ¿No es esto lo que querías?
197
Solté un suspiro y me senté en el sofá de dos plazas frente a ella. —Estoy
feliz de que estés en casa, siempre que te quedes.
Ella tuvo el descaro de lucir herida. —Esta vez es diferente, Jax.
—¿De verdad? ¿Y a qué se debe? —Me incliné hacia adelante, apoyando
los codos en las rodillas.
—Porque cuando Brianna llamó y dijo que pensaba que realmente ibas a
seguir adelante, me di cuenta de que necesitaba estar aquí. —Sus ojos miraron
los míos en busca de algo que no podía darle.
Mi estómago se retorció. —Estás en casa por Finley, ¿verdad? Porque esa
es la única relación que puedes mejorar.
Retrocedió y parpadeó rápidamente, mirando hacia otro lado.
Mierda. Lo más difícil de discutir con Claire era no saber si mostraba sus
verdaderas emociones o actuaba.
—Claire. Dime que estás aquí por Finley —repetí, suavizando mi tono.
—No quiero que otra mujer críe a mi hija —admitió sin mirarme a los
ojos.
Morgan. Todo esto se trataba de Morgan.
—Estoy totalmente a favor de que ayudes a criar a Finley —le dije con
sinceridad—. Eres su madre.
Llevó su mirada a la mía, y la vulnerabilidad allí me tomó por sorpresa.
—Sé que soy la madre de Finley. ¿Qué soy para ti?
Mierda.
—Eres la mamá de Fin. Eso es todo, Claire. —Suavicé las palabras tanto
como pude, pero ella se estremeció.
—Solías amarme —argumentó.
—Sí. Pero ya no. Me preocupo por ti profundamente y siempre lo haré.
Pero no tenemos ninguna posibilidad. Si te vas a quedar en Cape Hatteras,
tienes que aceptarlo. —Cada palabra estaba clara con la esperanza de que mi
significado también lo fuera.
—Pero… —Negó con la cabeza—. ¡Esto es lo que querías! —Sus piernas
se deslizaron del sofá y se inclinó hacia mí—. ¡Me dijiste que me esperarías!
¡Que podría volver a casa y volveríamos a ser una familia!
—¡Te fuiste hace cinco años! —Me estremecí, a continuación controlé mi
temperamento y mi tono—. Finley tenía dos años la última vez que te dije eso.
Me aferré a la esperanza de que volvieras a casa durante años, Claire. Pero con
el tiempo, te dejé ir. 198

—¡Nunca te dejaré ir!


Mis ojos se abrieron como platos y me puse de pie. —No podemos hacer
esto. Hoy no. No con Fin en el piso de arriba.
—¡Jax, por favor! —Se levantó y vino hacia mí—. ¡Renuncié a todo por ti,
por nosotros! Para que podamos ser la familia que querías. ¿En serio me dices
que no quieres que Finley tenga a su mamá y a su papá bajo el mismo techo?
¿Felices? ¿Enamorados de nuevo?
Eso es exactamente lo que quería. Por lo que había orado. Pero ya no
más.
—Llegas demasiado tarde —dije simplemente y me alejé de ella. No
había ninguna posibilidad de que me pusiera en una posición con Claire que
tuviera que defender ante Morgan. Ninguna—. Lo que Finley necesita es una
mamá y un papá felices y que la amen. Amarnos el uno al otro ya no es una
opción.
—¿Lo dices en serio? —Su cara se arrugó, y una lágrima se deslizó por su
mejilla izquierda. Mi mandíbula se movió. Ese era el lado por el que lloraba en
todas las obras en las que la había visto.
—Sí. Hablo en serio, y lamento si te duele, pero necesitas saber la verdad.
Sus lágrimas se secaron mientras estudiaba mi rostro. —Cambiarás de
opinión.
—No lo haré. Ahora, si deseas discutir un horario para ver a Fin para que
sepa cuándo te verá, hagámoslo. Pero este tema está cerrado.
Respiró para tranquilizarse. —Bueno. ¿Por qué no dividimos el tiempo?
¿Una semana en mi casa, una semana en la tuya?
Palidecí. —Imposible.
—¡Soy su madre!
—Claire, ni siquiera puedo confiar en que llegarás a tiempo al té del Día
de la Madre, ¿y crees que te voy a dar una semana sí y otra no con ella? —Me
volví y entré a la cocina, sabiendo que ella me seguiría, lo cual hizo.
—Por supuesto que tu noviecita correría a decírtelo.
—En realidad, fue tu hija quien me puso al corriente.
—Sabes que nunca he sido buena con las citas. De hecho, te encantaba
que fuera impetuosa e impulsiva, ¿recuerdas? —Se apoyó contra mi puerta.
—Sí, y también pensé que los futones eran excelentes camas y el ramen
era un grupo alimenticio, porque estábamos en la universidad. ¡Crecí porque no
puedes ser descuidado con un niño, Claire!
199
Cogí una botella de agua del frigorífico, giré la tapa y tragué. Luego le
ofrecí una, porque me dio a mi ser humana favorita del planeta.
—No, gracias. Por lo que recuerdo, a esta hora te gustaba una cerveza —
respondió.
—No bebo a menos que Fin esté en casa de tu madre.
—¿Porque ahora eres muy responsable? —Se cruzó de brazos.
—¡Sí! Me convertí en padre. Nunca me puse en una situación en la que no
pueda cuidar de ella.
—¿Alguna vez vas a dejar de molestarme? —respondió—. Estoy aquí.
¿No es eso lo que importa?
Maldición, esto era agotador. Terminé el agua, esperando que enfriara mi
temperamento. —Puedes llevarla cada dos fines de semana y cada dos días
festivos. —Mi corazón gritó ante la idea de no tener a Fin en la mañana de
Navidad, pero ¿no era esto lo que hacían los adultos?
—No es suficiente. También puedo quedarme en Los Ángeles y regresar
dos veces al mes para eso. —Se sacudió la suciedad invisible de la blusa.
—Eso es lo mejor que vas a conseguir. Si deseas programar algunas
cenas, también podemos hacer que eso suceda, pero la estabilidad de Fin es el
factor más importante en todo esto.
Claire resopló, luego se puso de pie en toda su altura. —Bien, entonces
despide a su niñera. La recogeré de la escuela y me quedaré con ella hasta que
salgas del trabajo, y me quedaré aquí las noches que vueles.
—No voy a despedir a Sarah. —Mantuve mis manos en la encimera para
no arrancarme el pelo.
—¿Prefieres que pase tiempo con una extraña que con su madre? —me
lanzó.
—Sarah no es una extraña, ¡y ha demostrado ser mucho más confiable
que tú! No puedes pasar ese tiempo con Finley porque no puedo confiar en ti.
¿No entiendes eso? La confianza no es algo que se obtiene porque por fin te
dignaste a aparecer y ser padre. La confianza es algo que tienes que ganar y no
te la has ganado, Claire.
Tomó aliento. —Cuidado, Jax. Podría solicitar la custodia total y luego
veremos quién mendiga un poco de tiempo.
Cada músculo de mi cuerpo se bloqueó.
—Después de todo, ahora estoy en casa a tiempo completo, y todavía
200
eres un piloto de la guardia costera, ¿correcto? No es exactamente un horario
bueno, confiable y predecible para una niña, ¿verdad? —Ladeó la cabeza.
—Fuera. De. Aquí.
Arqueó una ceja. —Solo algo para tener en cuenta, cariño. Hay formas
más fáciles de hacer esto. Piénsalo. —Salió de la cocina y se fue por la puerta
principal sin despedirse de Finley.
Me tranquilicé, bañé a Finley y la acosté mientras me contaba todo sobre
la excursión a Roanoke a la que iba a ir mañana. Una vez arropada, le di un
beso en la frente, puse su walkie-talkie en la mesita de noche y le dije que
estaría en casa de Morgan un rato si me necesitaba.
Cambiando mi teléfono móvil a nuestras cámaras interiores, activé la
zona justo fuera de su habitación mientras me dirigía a la casa de Morgan en la
oscuridad.
El sonido de golpes llegó a través de la puerta principal cuando llamé.
Sam abrió la puerta, pero su rostro no era acogedor. —Esta noche no es
una buena noche.
Respiré hondo y me recordé a mí mismo que Sam no era responsable de
mi mal humor. Hubo otro golpe y el sonido de madera quebrándose. —¿Qué
diablos está pasando?
—Está intentando hacer una demolición. —Sus labios se aplanaron.
—Vale, entonces puedo ayudarla. —Diablos, romper cosas sonaba genial
en este momento.
—Esta noche no puedes. Te ves muy enojado, y eso es lo último que ella
necesita.
Otro golpe, seguido de una maldición.
—Sam, no la he visto desde el sábado por la mañana. Esta es la única
noche que tengo libre por dos días más. Por favor, no te quedes ahí y me digas
que no puedo verla porque estoy de mal humor. —Mi mandíbula se flexionó.
Sam suspiró y dejó que su cabeza rodara hacia atrás con frustración antes
de mirarme. —Bueno. Aquí está el asunto. Es dieciséis de mayo.
—Sí.
Sus ojos se agrandaron ya que no estaba cayendo en cuenta. —Es el
dieciséis de mayo, que es el día…
—En que Will murió —supuse, luego maldije cuando asintió.
—Así que mi chica está ahí rompiendo alguna mierda bajo el pretexto de
que es una demolición, y no puedes entrar ahí cabreado. ¿Me entiendes? —Me
miró bien fijamente para ser tan pequeña.
201
—Entiendo. —Me pasé una mano por el cabello e intenté poner en orden
mi cabeza.
—Bien, entonces entra. Solo... cuidado con tus pies. —Me llevó adentro,
caminamos por el vestíbulo y doblamos la esquina hacia la cocina, donde
Morgan se encontraba con un mazo y llevaba la gorra de béisbol de Will.
Estaba cubierta de polvo y respiraba con dificultad al mismo tiempo que
inspeccionaba la fila de armarios superiores que había derribado.
—Hola —dije en voz baja.
Se giró rápido, claramente sorprendida. —Hola. Solo estaba…
—¿Golpeando todo en tu cocina porque es el aniversario de la muerte de
Will? —ofrecí.
Sus hombros se relajaron. —Exactamente.
Examiné la destrucción de la habitación. Había terminado con lo fácil,
pero había mucho más que hacer. —Mira, puede que sea la última persona a la
que quieras ver esta noche, y si es así, lo entiendo. Sin juicios. Me iré a casa en
cuanto lo digas.
Tragó y colocó sus gafas de seguridad a la parte superior de su cabeza.
—Pero soy bastante bueno con el martillo, y estaría encantado de ayudar
si quieres que lo haga.
Morgan se calmó.
—O puedo sentarme contigo mientras haces la demolición —le ofrecí.
Sam observó entre nosotros mientras Morgan miraba a cualquier parte
menos a mí, tomando su decisión. —Quédate. Siéntate. Si no te importa que no
sea yo misma.
La aceptaría de cualquier manera.
—Está bien. —Me enganché el walkie-talkie en el cinturón, configuré las
notificaciones para que mi teléfono vibrara si la cámara detectaba movimiento,
y metí el teléfono en el bolsillo trasero.
—En ese caso —canturreó Sam—, voy a dejarla contigo para irme a la
tienda. Nos hemos quedado sin helado, y eso no es bueno para nadie.
Morgan asintió, y Sam me dio una media sonrisa y me deseó buena
suerte antes de salir por la puerta.
Agarré uno de los taburetes del lado de la barra y me senté, manteniendo
la barra entre nosotros para darle el espacio que necesitaba. Por mucho que me
molestara admitirlo, no era mía esta noche. Era de él.
202
Empujó los armarios demolidos hasta el final de la cocina, y apreté la
mandíbula para no pedirle que me dejara ayudar. Era la misma chica que no
quería que atornillara el contrachapado de su rellano. Seguro que no quería que
entrara aquí.
Luego se puso sus gafas, tomó el mazo y lo movió contra la fila de
armarios junto al espacio donde había estado el refrigerador. Una rápida
mirada mostró que lo había movido al comedor.
—Apuesto a que piensas que estoy loca, ¿verdad? —preguntó, y luego
volvió a girar el mazo.
—No, en absoluto.
Me miró por encima del hombro, y luego giró el mazo, metiéndolo por el
frente de la puerta del armario. —¡Mierda!
No te muevas. Puse las manos sobre la encimera mientras la veía luchar
por liberarlo, luego suspiré cuando lo hizo.
—Deberías. Yo me siento loca la mitad del tiempo. ¿Sabías que Will y yo
ni siquiera estábamos juntos? En realidad no. —Se movió de nuevo, y la puerta
se cayó.
—Dijiste algo sobre un cuasi novio —recordé.
—Nunca me amó. En realidad no. Me enamoré de él cuando estaba en el
instituto, y él solo tenía ojos para Peyton. —Otro golpe. La madera se rompió—.
Y Peyton no lo quería. Nunca pude entender a esa chica. Will la siguió a West
Point; así de mucho la amaba. —Otro golpe. El gabinete se astilló en el fondo, y
el mazo cayó a la encimera de abajo.
Joder, la quería con casco y unas botas sensatas, no con pantalones cortos
y zapatillas.
—Era un chico de West Point, ¿eh? —pregunté, solo para que siguiera
hablando. Odiaba los graduados arrogantes de esa escuela, al igual que los
odiaban todos los militares que había conocido.
—Hasta el final. —Su aliento era irregular cuando sacó el mazo de la
encimera y dejó que el extremo cayera al suelo—. Y cuando Peyton murió,
buscó a la persona más cercana a ella para amarla, que resultó ser su hermana
pequeña. Mi mejor amiga, Paisley.
Mis cejas se dispararon hacia el cielo. Mierda.
La cola de caballo de Morgan se movió mientras levantaba el martillo y
lo pasaba por el armario junto al que ya había masacrado.
—Eso tuvo que ser un asco.
Resopló. —Era así. Él no me quería. Era demasiado ruidosa, demasiado
203
descarada, demasiado... todo. Y Paisley es la persona más dulce que conocerás,
así que no es sorprendente que se enamorara de ella. Todo el mundo la ama.
Demonios, la amo más de lo que me amo a mí misma.
Pero esta era la primera vez que escuché su nombre.
Atravesó con el martillo la puerta otra vez, luego luchó para liberarlo.
—No pude decirle a ella que lo amaba. Eso la habría hecho pasar por un
infierno, y su corazón no podría soportarlo. Tenía una enfermedad, la misma
que mató a Peyton. Quiero decir, ¿de qué servía quedarme en la universidad
con ella si simplemente la mataba porque era demasiado egoísta para mantener
la boca cerrada? —Tiró del mazo con un gruñido, retrocediendo unos cuantos
metros.
Me puse de pie pero rápidamente me senté de nuevo cuando recuperó el
equilibrio.
Se giró, apoyándose en el mazo mientras me miraba con una mezcla de
tristeza y rabia. —Y entonces Paisley conoció a Jagger, y dejó a Will. ¡Y él estaba
tan condenadamente herido, y ella tan condenadamente feliz! Y lo dije. Nunca
quise que lo supiera, pero lo supo. —Se arrancó las gafas de seguridad—. Y, por
supuesto, no estaba enfadada porque hubiera estado secretamente enamorada
de su exnovio, pero, de nuevo, lo había amado mucho más tiempo que ella.
Mantuve mis ojos fijos en los suyos y traté de parecer lo más relajado
posible.
—Y Will. Dios, Will. Era lo suficientemente buena como para ser amiga
de él. Lo suficientemente buena como para ayudarle a estudiar antes de que se
hiciera amigo de Josh. Lo suficientemente buena como para ponerle las alas el
día de la graduación cuando su madre no pudo mantenerse erguida y, por Dios,
lo suficientemente buena como para besarme la noche en que me llevó al baile
de graduación de la escuela de aviación. Pero no fui suficiente para que me
amara.
Se puso las gafas, se dio la vuelta y se movió tres veces, tirando dos
gabinetes completamente a la encimera de abajo antes de volverse a dar la
vuelta. Le pesaba el pecho.
—No vaya a ser que el graduado con honores de West Point perfecto,
moral y seguidor de las reglas Will Carter se rebajara con Morgan Bartley. Creo
que la Reina del Baile de Graduación no era el currículum que buscaba. —Bajó
la cabeza mientras sus hombros se elevaban, y yo me quedé de pie. Ella jadeó
unas cuantas respiraciones y luego me disparó una mirada que me hizo volver
a poner mi trasero en el asiento.
—Y luego tuvo el valor de pasarse justo antes de desplegar y decirme
que quería intentarlo. —Se rio, pero no estaba contenta—. Por fin, después de
204
años de amar a ese hombre, quería intentarlo. Pero en ese momento no, por
supuesto. No vaya a ser que Will actúe según sus sentimientos. No, quería
intentarlo cuando llegara a casa después de ese despliegue. Pero pensé, oye, he
esperado ocho años por él, así que, ¿qué cambian nueve meses?
Todo, respondí. Aunque sabía el final de la historia, seguí esperando que
me diera el final feliz que se merecía.
—Y me dio un beso de despedida —dijo en voz baja—. Y se fue. Dos
veces. Solo lo besé dos veces. Murió dos semanas después, salvando la vida de
Josh y Jagger, y mientras sucedía le dijo a Josh que Jagger tenía que vivir por
Paisley. —Dejó caer el mazo por completo—. El hombre que amé con todo mi
corazón dio su vida para que una de las mujeres que amaba pudiera tener a su
marido.
—Mierda, Morgan, lo siento mucho. —Me dolía el puto pecho por ella.
Se encogió de hombros, como si no fuera una maldita tragedia. —Fue
noble, ¿verdad? Pero era Will. Pasé los últimos dos años preguntándome por
qué no fui suficiente para que quisiera vivir.
Me quedé de pie, incapaz de quedarme quieto por más tiempo.
—Eso es cosa suya. No es tu culpa —dije en voz baja, más que consciente
de que estaba pisando un territorio peligroso.
—Pero, ¿qué dice de mí que dos años después siga tan jodida que tengo
que ser tratada por un trastorno de dolor? ¿Por qué? ¿Por qué sigo pensando
que es tan jodidamente injusto que todos los demás en nuestro grupo de amigos
tengan sus finales felices a expensas del mío? ¿Qué clase de persona piensa eso?
¿Qué clase de persona no puede hablar con su mejor amiga porque todo lo que
quiere es gritar que no es justo? Que todos actuaron como si mi corazón no
importara, como si yo no fuera importante. Paisley ni siquiera me lo dijo ella
misma, ni siquiera pensó en mí. Ember tuvo que decirle a Sam que me llamara.
Así es como me enteré de que estaba muerto. Y sé que el marido de Paisley
estaba herido, pero toda una vida de amistad no me dio un momento de
consideración de nadie más que Sam y Grayson.
Mi mandíbula se flexionó a la vez que ella se arrancaba las gafas de
seguridad y las tiraba sobre la encimera.
—Dios, ¿cómo puede seguir doliendo tanto después de todo este tiempo?
Ni siquiera me ha amado nunca. Ni siquiera tengo derecho a llorarlo de esta
manera —lloró, y me moví.
Unos segundos después, había rodeado la barra y me encontraba delante
de ella, agarrando sus brazos ligeramente para que me mirara.
—Morgan, la pena no es una medida de cuánto te amaba alguien. Es la
medida de cuánto los amabas tú. Tienes todo el derecho de sentir lo que quieras
205
sentir. ¿Me entiendes?
Ella tragó y me miró desde debajo del borde de la gorra de él. El hombre
que nunca había conocido y que nunca querría conocer. ¿Cómo podía alguien
ser tan estúpido como para rechazar el amor de Morgan?
—No quiero sentirme así nunca más. —Sus ojos se llenaron de lágrimas,
y la tomé en mis brazos, apoyando mi barbilla en su cabeza mientras lloraba
contra mi pecho.
—Yo sé que no.
—Quiero ser feliz y tener un corazón que valga la pena arriesgar. Extraño
a mis amigos. Lo extraño a él, pero luego estás tú, y quiero estar preparada para
lo que sea, y todo se me viene a la cabeza. —Sus sollozos sacudieron sus
hombros.
—Esperaré tanto tiempo como me necesites —le prometí de nuevo—. No
tienes que tenerme en cuenta para tu curación. No me iré a ningún lado.
Lloró, luego dio un paso atrás y se secó las lágrimas con un antebrazo
polvoriento que le dejó rayas en la cara. Y aun así, la mujer era hermosa.
—Lo siento. Probablemente debería haberte preguntado cómo te fue el
día —murmuró.
—Aparte del hecho de que mi ex amenazó con demandarme por la
custodia de Fin, todo está bien. —Me encogí de hombros. Por muy aterradora
que fuera la amenaza, lógicamente sabía que ningún juez le daría la custodia.
—Oh, Dios. ¿Hablas en serio?
—Sí. Pero no pasa nada. No va a suceder.
Tragó saliva. —¿Quieres un martillo? Podría ayudar que rompas algunas
cosas.
Sonreí. —¿Por qué no te sientas allí a esperar tu helado, y yo sigo con la
demolición?
Asintió lentamente. —Apreciaría la ayuda.
—Todo lo que tienes que hacer es pedirla.
Entonces cogí el martillo y destruí lo que quedaba de su cocina, sabiendo
que lo que reconstruyera en ese espacio sería aún mejor, y no pensé en el correo
electrónico que ya le había enviado a mi abogado.
No pensé en ello el resto de la noche.

206
16
Dios, desearía haber tenido la oportunidad de llevarte arriba conmigo.
Desearía que supieras cómo se siente estar aquí con las nubes. Es como si
fueras un ser humano intrascendente y un dios todo a la vez. Lo amarías.

Traducido por Auris & Sofía Belikov


Corregido por Julie

Morgan
207
—Esto es bueno —dijo la doctora Circe, mirando mi lista de recuerdos
menos que asombrosos de Will. Por mucho que el aniversario me hubiera
deprimido un poco, no me había hecho retroceder tanto como me anticipé—.
¿Cómo te sentiste al llenarlo?
—Culpable —respondí honestamente—. Pero más ligera una vez que
terminé.
—Excelente. Tenemos una tendencia a poner a nuestros seres queridos
fallecidos en un pedestal, como si solo pudiéramos recordar las cosas buenas de
ellos en lugar de quiénes eran como una persona completa. —Se inclinó hacia
adelante y puso la hoja de trabajo sobre la mesa de café—. Hemos pasado la
mitad del camino y estoy increíblemente satisfecha con tu progreso.
—Gracias. —El calor subió a mis mejillas.
—¿Cómo vas con la camioneta?
Se me aceleró el pulso. —Bien. Ya puedo abrir la puerta y ponerme en el
estribo.
Asintió, anotando algo en su libreta. —¿Y los ataques de ansiedad?
—Tuve uno el primer día que me paré en el estribo —admití en voz
baja—. Pero Sam estaba allí y me calmó. No tuve que usar mis medicamentos
de rescate ni nada de eso.
Sonrió. —Bien. Eso es muy bueno. Y puede que no parezca un progreso,
pero lo es. ¿Ves? —Abrió mi carpeta, pasó a una página en la parte de atrás,
hizo una marca y luego la giró para que yo pudiera verla—. Esta es la cantidad
de ataques a la semana.
El gráfico era decreciente.
—Y esto —Pasó otra página— es tu nivel de dolor informado. Mira,
empezaste aquí en diez y ahora estás aquí abajo en cinco. Significa que la
terapia funciona. ¡Eso es fantástico!
Miré el gráfico y asentí con la cabeza mientras un nudo me llenaba la
garganta. Funcionaba. Estaba mejorando.
—Entonces, durante esta semana, quiero que pongas un pie en el estribo
y el otro pie dentro de la camioneta.
Me quedé quieta, el pánico aumentó ante la idea de meterme en ella.
—¿Por cuánto tiempo?
La doctora Circe miró su cuaderno. —No tienes que hacerlo. Solo mira si
puedes poner tu pie adentro. Recuerda, esto es un maratón, no una carrera de 208
velocidad. Queremos que tengas éxito pero que sigas progresando.
—Correcto. —Tal vez debería haber dejado esa maldita cosa almacenada
en lugar de hacer que el camión lo entregara.
—Además, es hora de empezar a hablar sobre la dinámica interpersonal
con la que luchas. Mencionaste a Paisley en la mayoría de nuestras sesiones. ¿Te
sientes con ganas de abrir ese diálogo? —Me miró con atención, pero no había
juicio en su tono o mirada, lo que era una de las razones por las que me gustaba
tanto.
—De hecho, pensaba en invitarla, a todos, en realidad, al fin de semana
del Día de los Caídos. Creo que por fin podría tener las palabras que necesito
decirle. —Algunas salieron volando a Jackson esa noche en la cocina, y otras
llegaron mientras llenaba esa hoja de trabajo. La conclusión era que amaba a mi
mejor amiga, y si no intentaba, al menos explicar mis sentimientos, la iba a
perder.
—Es bueno oír eso. Y sé que todavía no estás lista para la conversación
imaginada con Will, pero ¿tal vez la próxima semana? —Sonrió optimista.
Sí. No.
—Quizás —respondí—. Tengo una pregunta, ya que sé que tenemos que
llegar a la historia antes de regresar a casa.
—¿Cómo puedo ayudar? —preguntó.
—Jackson... —Abrí y cerré la boca un par de veces mientras luchaba por
encontrar las palabras—. ¿Lo estoy usando?
—¿Cómo?
Me moví en mi asiento. —Me gusta mucho, y mis sentimientos por él
aumentan cada vez que lo veo, hablo con él o recibo un mensaje de texto. ¿Pero
solo le estoy proyectando mis sentimientos por Will? ¿Estoy cada vez mejor
porque estoy sacando el clavo?
Sus ojos se suavizaron. —¿Estás enamorada de Jackson?
Me resistí. —No. Al menos, no creo que lo esté. —Estaba loca por el
hombre, pero no iba a empezar a soltar la palabra con A—. Pero me veo
enamorándome de él. Es decir, en un futuro.
—Eso es justo. Ahora dime, ¿todavía amas a Will? —Su voz se suavizó.
Me dolió el corazón. No era el mismo nivel de dolor que antes, pero los
sentimientos seguían ahí. —Sí —susurré—. Sin embargo, es un poco más suave,
como si alguien hubiera bajado el volumen de la radio del auto y ahora también
pudiera escuchar otros sonidos.
—No creo que estés usando a Jackson. Me preocuparía si dijeras que te
encuentras perdidamente enamorada de él y que ya no sientes nada por Will. 209
Pero todo lo que sientes va por buen camino. Puede que tengas sentimientos
más fuertes por Jackson porque te vas recuperando y volviéndote capaz de
ellos, Morgan. Estoy muy satisfecha con el progreso que estás mostrando en
esta área.
—¿Entonces no es solo una especie de curita? —Jugueteé con el collar de
cristal marino.
—No que yo pueda verlo. Y, sinceramente, un curita no te habría tocado
cuando entraste por primera vez por esas puertas. Necesitabas una cirugía a
corazón abierto. Lo que sientes por Jackson parece ser genuino, pero no te
sorprendas si un poco de culpa fuera de lugar se abre camino. No dejes que te
descarrile ni a ti ni a esta nueva relación. Todavía eres un trabajo en progreso.
Trabajo en progreso. Necesitaba eso tatuado en mi maldita frente.
Cogió la grabadora. —¿Estás lista?
Asentí y apretó el botón de grabación.
—Estoy en el supermercado, escogiendo un frasco de mermelada...
—Vale, ¿qué hago aquí? —le pregunté a Jackson al día siguiente mientras
me encontraba entre nuestros autos en el estacionamiento fuera de su estación.
Tenía un brillo diabólico en los ojos que me hizo sospechar de inmediato.
—Tengo una idea.
—¿Sí? —Crucé los brazos sobre el pecho e ignoré lo bien que se veía con
ese traje de vuelo.
—Quiero que veas lo que hago. —Se reclinó contra su Land Cruiser y
sonrió.
—Ya sé lo que haces. —No era posible que vaya a verlo volar. Ya tenía
problemas para dormir las noches que sabía que se encontraba de turno.
—Bien, pero quiero que lo veas. Sé cuánto pesa sobre ti y tal vez si…
—Detente. —Extendí la mano—. ¿Quieres que yo qué? ¿Qué me pare en
tu torre de control y vea cómo vuelas la misma cosa que me da pesadillas?
Su sonrisa se desvaneció. —No exactamente. Quiero que vueles conmigo.
La sangre se fue de mi rostro y mi estómago dio un vuelco. —Bromeas.
—Nop. Voy a colarte a bordo con mi tripulación y vamos a hacer una
patrulla rápida y sencilla. El cielo es azul celeste, no hay una nube a la vista y 210
no hay posibilidad de mal tiempo. Es el día perfecto. —Me miró con una
intensidad que me dijo que hablaba en serio.
—No me vas a colar a bordo de nada, porque es puramente imposible
que algo de eso suceda. —Di un paso hacia él, sacudiendo el dedo.
Gran error.
—¿Has subido antes? —Me agarró las caderas y tiró de mí hacia adelante
para ponerme entre sus muslos. Claro, era un día cálido, pero eso no tenía nada
que ver con el aumento de temperatura dentro de mi propio cuerpo. Eso era
puro Jackson.
—No, y no creo que puedas encantarme para subir a esa trampa mortal.
—Puse las manos sobre su pecho para mantenerlo alejado, pero eso tampoco
ayudó. Era firme bajo mi toque, y sabía exactamente cómo se veía debajo de su
traje de vuelo. Apreté los muslos y le di mi mejor mirada.
—¿Confías en mí? —Movió sus gafas de sol a la parte superior de su
cabeza y me golpeó con esos ojos increíbles.
—No es justo —me quejé, pero no me encontraba segura de si era por la
pregunta o por el uso de su arma secreta.
—Morgan Bartley, ¿confías en mí? —Sus manos se flexionaron en mis
caderas.
—Con mi vida —refunfuñé.
—Soy un maldito buen piloto. Me gradué como el mejor de mi clase. —
Su mirada se clavó en la mía.
—¿En serio? —Como Will. Saqué ese pensamiento de mi cabeza.
—Sí. Y no hay ninguna posibilidad de que haga algo que te ponga en
riesgo o me ponga en una posición en la que no pueda llegar a casa con Finley.
Lo sabes. —Su mano se levantó y peinó mi cabello hacia atrás solo para que la
brisa del océano pudiera azotarlo en la otra dirección.
Eso era cierto. Nunca pondría en peligro el futuro de Finley.
—Dame una hora, Morgan, y no tendrás tanto miedo de lo que hago ahí
fuera.
Metí mi labio inferior entre los dientes y mastiqué ligeramente. ¿En serio
consideraba esta locura?
—Vamos, Kitty. Te daré lo que quieras si haces esto conmigo. No te
pediré una sola cita al aire libre durante un mes. Ordenaremos comida todas las
noches y podrás leer mientras te froto los pies. —La súplica en su voz y su
expresión esperanzada no tenían precio. 211

Suspiré. Una hora. Tal vez era como escuchar esas malditas cintas mías
contando la historia de la muerte de Will una y otra vez. Tal vez hacer esto una
vez apestaría, pero haría el futuro más fácil, el futuro que quería con él.
—Sé lo que quiero. —Lo miré a los ojos.
—Cualquier cosa. —Esa sonrisa se encontraba de vuelta, y maldición si
no hizo que mi corazón se acelerara. El hombre era demasiado guapo para su
propio bien.
—Invité a mis amigos a pasar el fin de semana. —Bueno, fue por mensaje
de texto, pero me había comunicado.
—Bien. —Frunció el ceño.
—Quiero que los conozcas. —Apreté los labios en una línea y contuve la
respiración.
—¿Eso es todo? ¿Solo quieres que conozca a tus amigos? —Me estudió.
—Sí. Y antes de aceptar, debes saber que tiene el potencial de ser el fin de
semana más incómodo de tu vida.
Sus ojos se agrandaron. —Esos amigos.
Asentí. —Y no van a hacértelo fácil. Sam es un juego de niños en
comparación con Josh y Jagger. —Mis dedos trazaron los parches en su pecho.
—Trato hecho. —Ni siquiera lo dudó.
—Deberías tomarte un minuto para pensarlo —lo animé.
—Morgan, acabas de pedirme algo que está en mi poder darte. Es tuyo.
Soy tuyo, fin de semana incómodo y todo, viaje en helicóptero o no. Estoy aquí.
—Presionó un beso en mi frente y me derretí.
Oh, Dios, realmente me estaba preparando para hacer esto.
—Llévame a volar.
Media hora más tarde, dudaba de mis elecciones de vida mientras
entraba en el helicóptero. Llevaba puesto uno de los trajes de vuelo de Sawyer,
ya que era más bajo que Jackson, y mis pies estaban metidos en botas, al menos,
cuatro tallas más grandes. Tenía el cabello recogido dentro de un casco de vuelo
con la visera baja, protegiéndome los ojos. Sin embargo, no me protegió del
olor. Ese sabor metálico era exactamente como olía Will después de pasar un
día en la cabina.
—Tenemos opciones —dijo Jackson a través de los auriculares mientras
yo miraba el espacio relativamente vacío. Señaló el par de asientos en la parte
trasera—. Puedes tener un asiento más cómodo. —Movió el brazo hacia la parte
212
delantera, donde había dos asientos más pequeños y de aspecto mucho menos
estable—. O puedes estar más cerca de mí.
Garrett se enganchó en uno de los asientos traseros y palmeó el que se
hallaba a su lado. —Tengo espacio aquí para ti, Morgan.
Los asientos delanteros eran perpendiculares a los de Jackson y se
hallaban justo detrás de él. Incluso podría tocarlo si fuera necesario. —Más
cerca de ti —le respondí.
—Esa es mi chica. —Me dio una sonrisa y me abrochó el cinturón. Mi
corazón latía con fuerza al ritmo de los rotores sobre nosotros cuando Sawyer
comenzó la verificación previa.
—¿Alguien la vio? —le preguntó Jackson a Sawyer.
—Nop. Te dije que sería fácil. Ahora siéntate y relájate, Morgan. Aquí en
la guardia costera aérea nos gustaría darte la bienvenida a bordo al vuelo de
hoy. —Sawyer me sonrió mientras Jackson apretaba las correas de mi arnés—.
Hoy tenemos un plan de vuelo rápido para ti que incluye un breve recorrido de
placer por Outer Banks. Por desgracia, no se proporcionarán bocadillos. Mantén
las manos dentro del avión en todo momento y recuerda que los vómitos se
consideran de mala educación.
Se me revolvió el estómago.
—Te tengo —prometió Jackson, acunando mi mejilla debajo de mi casco.
Asentí, apretando los dientes mientras me preparaba para darle un beso
de despedida a la tierra.
Inhalar por la nariz, exhalar por la boca. Pasé el resto del tiempo previo
al vuelo concentrándome en mi respiración, por lo que no dejé que el pánico
ganara y me hiciera salir corriendo de la aeronave.
—Aquí vamos, Kitty —dijo Jackson cuando despegamos.
Mi estómago dio un vuelco cuando nos elevamos en el aire y cerré los
ojos con fuerza. ¿Qué diablos hacía en esta cosa? No tenía nada que demostrar y
todo que perder. Y las vibraciones a través de mi asiento iban a adormecerme el
culo, en el mejor de los casos, y sacudir mi columna en el peor. Eran aún más
fuertes a mis pies.
—No es divertido cuando no puedes ver nada —bromeó Sawyer,
mirando hacia atrás desde la cabina.
Abrí los ojos y le enseñé el dedo corazón.
Se rio. —Tu chica no cree que esto sea divertido.
—Si tu exnovia hubiera sido derribada y luego muerta en un tiroteo, es
probable que tampoco pienses que esto es divertido —espetó Jackson.
213
La cabeza de Sawyer se echó hacia atrás, sus ojos enormes por la
disculpa. —Mierda, Morgan, no lo sabía.
—Toma los controles —ordenó Jackson.
—Tengo los controles —respondió Sawyer, su enfoque completamente
dedicado a la aeronave.
La mano de Jackson se estiró hacia atrás y la tomé. —¿Estás bien allá
atrás?
—Estoy bien —mentí.
—La vista es hermosa si miras por la ventana —sugirió, apretando mi
mano.
Me incliné hacia adelante y jadeé. El azul del agua contra la arena de la
playa creaba un contraste impresionante mientras volábamos por la costa, y
tuve que admitir que tenía razón. La vista era espectacular, fascinante, incluso,
y algo que solo podía haber visto desde el aire. Volamos kilómetros por la costa
y, por fin, mi cuerpo se adaptó a la vibración y el movimiento del avión. Mi
cerebro era un asunto completamente diferente.
—Guardacostas siete-cinco-tres-nueve, adelante. —La radio sonó a través
de mis auriculares.
La mano de Jackson desapareció y mi comunicación se cortó.
Garrett asintió y movió la boca, pero no pude oírlo. ¿Qué diablos pasaba?
¿Alguien los había visto colarme a bordo? ¿Jackson iba a tener problemas? Justo
cuando estaba a punto de enloquecer, las comunicaciones volvieron a la vida.
—Morgan, tenemos una llamada de socorro —dijo Jackson, sin tomar mi
mano porque ahora era él quien volaba.
—¿Tenemos qué? —Mi voz se quebró.
—Tenemos un barco que llamó pidiendo auxilio.
—Solo es un patrullaje —murmuró Sawyer.
—No hay heridos y somos el equipo de rescate más cercano. Necesito
que te sientes ahí atrás, ¿de acuerdo, Kitty?
—Sí. Muy bien. —Mis manos agarraron los bordes de mi pequeño
asiento mientras el avión cambiaba de rumbo, yendo a la izquierda. Nos
dirigíamos hacia el mar.
Cerré los ojos y me concentré en el sonido rítmico de los rotores y mi
respiración, súper consciente de mi garganta. El corazón me latía con fuerza y el
estómago se me hundió con la vuelta, pero no sentía ningún ataque de ansiedad
inminente… todavía.
214
Está bien. Estás bien. Jackson hace esto todos los días. Es un piloto estupendo. El
mejor de su clase, ¿cierto?
Will también lo era, me susurró al oído el defensor de mi diablillo. Al igual
que Josh y Jagger.
—Morgan, ¿cómo vas? —preguntó Garrett—. No te preocupes; somos los
únicos que podemos oírte. Intercambiaron nuestra comunicación a uso aéreo.
—Estoy bien —le mentí. Parecía que hoy mentía un montón, pero los
nervios que sentía no importaban en comparación a lo que esa gente tenía que
estar sufriendo.
—Lo finges bastante bien —me aseguró mientras se desabrochaba.
—Tiempo estimado de llegada: tres minutos —dijo Sawyer a través de
los auriculares.
Garrett se levantó del asiento y se acuclilló frente a mí. —Necesito que te
quedes aquí y no te muevas, ¿está bien? Es todo lo que tienes que hacer. Dime
que lo entiendes.
—Lo entiendo. Quedarme aquí. Sin moverme. —Asentí con la cabeza
para darle énfasis. Había cero posibilidades de que me moviera de ese asiento o
me interpusiera en la misión de salvar a alguien.
—Es todo rutinario, así que no te estreses. —Se levantó y preparó para
hacer lo que fuera que debía hacer. Cogió dos sábanas grises de la camilla de
rescate y las puso en el asiento junto a mí.
—No me estreso. Claro —susurré.
—Respira, Kitty. —La voz de Jackson se oía grave por la preocupación.
—Estoy bien. —Incluso levanté la voz un poco para demostrarlo—.
Concéntrate en volar, ¿vale? —Lo último que necesitaba era pensar en mí.
—Tenemos un avistamiento. Tiempo de llegada: un minuto —anunció
Sawyer.
Garrett desató una jaula de alambre de una torre frente a mí y la dejó
sobre el suelo, donde la amoldó como una cesta rectangular. A continuación, se
enganchó a un cinturón atado al techo y abrió la puerta del helicóptero. El nivel
del ruido se alzó de golpe: el viento atravesaba el fuselaje, y solo existía océano
por lo que podía ver. Quien fuera que nos esperaba abajo se encontraba solo, y
aunque yo viera el helicóptero como una trampa mortal, me di cuenta de que
para la persona era una salvación.
—Ya los veo —dijo Garrett mientras asomaba la cabeza por la maldita
puerta—. El adulto y el niño se ven en el área de aterrizaje.
Se me apretó el pecho. ¿Había un niño?
215
—¿Necesitas ayuda, Harrison? —preguntó Sawyer.
—No, señor. Estoy bien.
El helicóptero se ralentizó hasta quedar encima.
—Prepárate para bajar la cesta —dijo Sawyer.
Garrett la ató a un alambre que salía del helicóptero. —La cesta está lista.
—Despliegue —ordenó Sawyer.
—Desplegando. —Garrett deslizó la cesta a través de la puerta, y esta se
mantuvo fuera del helicóptero por un momento, antes de que apretara un botón
y descendiera. Mi estómago se hundió cuando volvió a inclinarse hacia afuera.
Un poco más, y también lo tendríamos que rescatar a él—. Ojos en la cesta.
Perdimos un poco de altura, pero tenía que ser a propósito, porque nadie
entró en pánico. Bueno, nadie excepto yo. Probablemente tendrían que volver a
tapizar el asiento después de que le sacara las uñas. Mi corazón se aceleró, pero
todavía no sentía problemas en la garganta.
—Manténgase así, señor. —La cabeza de Garrett se movía de un lado al
otro, mirando lo que fuera que se encontraba por debajo de nosotros por un
minuto. Tal vez dos—. Listo para levantar la carga. —Otra pausa—. Subiendo la
carga.
Inhalé con fuerza mientras el montacargas subía la cesta. Habíamos
salvado al menos a uno de ellos.
—Entendido —respondió Sawyer.
Garrett se recostó sobre el suelo mientras la cabeza le colgaba por fuera
de la aeronave. —La carga está a medio camino. —Se puso de rodillas y alargó
una mano hacia el alambre—. La cesta está a tres metros de la cabina.
—Entendido.
—A un metro y medio de la cabina. Metiendo la cesta a la cabina.
—Entendido.
Garrett se puso de pie y metió la cesta de rescate al helicóptero, con un
niño aterrorizado y su padre como sus ocupantes.
Mi respiración salió en un apuro audible ante la comprensión de que los
habíamos salvado a ambos. Que habíamos llegado a tiempo.
—La cesta está en el interior de la cabina.
—Entendido.
Desenganchó el alambre, cerró la puerta y sacó al niño primero.
Dios. Se encontraba mojadísimo, temblaba como una hoja, y su piel lucía
pálida contra la luz naranja de su chaleco salvavidas. 216

Cogí una de las mantas y alargué el brazo hacia la mano del niño.
Cuando se volteó, le ofrecí una sonrisa reconfortante, lo acerqué, sacudí la
manta y la envolví a su alrededor como una capa. —¿Así está mejor? —le
pregunté, alzando la voz así podía oírme por encima del ruido de los rotores.
Asintió, con sus ojos amplios y pupilas dilatadas. Apretó la manta con
fuerza, y Garrett lo llevó al asiento que había ocupado.
Le tendí la segunda manta al padre, quien la cogió con un asentimiento
agradecido. El alivio en sus ojos era superado por la conmoción mientras
Garrett los situaba en sus asientos.
—Vamos —dijo Garrett por el micrófono.
—Entendido —respondió Sawyer de nuevo.
El helicóptero se inclinó ligeramente hacia delante y después hacia la
izquierda, llevándonos de regreso a la costa mientras Garrett se sentaba junto a
mí.
—Qué bueno que estuviéramos cerca. A ese bote le quedaban diez
minutos, como máximo —dijo a través de los auriculares.
—¿Qué lo hundió? —le pregunté.
—No es tema mío. —Se encogió de hombros—. Están vivos. Eso sí me
importa. Lo hiciste genial, Morgan.
Solté un bufido. —Me quedé aquí y le entregué las mantas.
Sonrió. —Como dije: lo hiciste genial.
Padre e hijo se sujetaban de las manos, y la cabeza del hijo cayó sobre el
hombro del padre mientras regresábamos a la estación de la guardia costera.
Diez minutos. Era todo lo que se interponía entre esa familia y el océano. Diez
minutos y la tripulación de Jackson.
Diez minutos que los padres de Jackson no tuvieron.
¿Cuántas vidas había salvado? ¿Cuántos niños aún tenían a sus padres
gracias a Jackson? ¿O Garrett? ¿O Sawyer?
¿Me dio un montón de miedo? Sí.
Pero me llenaba de humildad.
—¿Estás bien, Kitty? —preguntó Jackson.
—Estoy genial. —Y en serio me sentía así.
—Esto se va a poner un poco complicado, así que, cuando aterricemos,
quédate con Garrett. Tengo que hacer otro vuelo. Garrett, ¿puedes llevarla a los
camarotes? 217
—Claro —respondió Garrett.
El aterrizaje fue un borrón: hice lo que Jackson me pidió y esperé con
Garrett. Al principio, me quedé detrás de él con la esperanza de que nadie
notara que me encontraba allí mientras bajaban a nuestros refugiados. Por
suerte, no éramos el centro de atención.
Una hora después del aterrizaje, me encontraba sentada en la cama más
lejana de la puerta de los camarotes, mirando el reloj. Mi traje de vuelo, botas y
casco prestados yacían en la cama junto a mí, listos para ser regresados a sus
dueños. —¿Siempre tarda tanto? —le pregunté a Garrett.
—Confía en mí; se encuentra bien. Si hubiéramos sido descubiertos, ya lo
sabríamos. —Se reclinó contra la puerta, mirando ocasionalmente a través de la
ventanilla que daba al pasillo.
—Una ronda rápida y fácil, Morgan. —Mi voz bajó hasta una imitación de
la de Jackson.
Garrett se rió. —Ese era su plan, en serio. —Un golpe resonó desde la
puerta, y echó un vistazo a través del cristal—. Ya era ahora —dijo mientras
abría la puerta.
Jackson entró, su traje de vuelo lo suficientemente abierto como para
revelar la camiseta debajo. —Gracias, amigo.
—No hay problema. —Garrett se despidió y salió, cerrando la puerta
detrás de él.
Jackson bloqueó la puerta, miró por la ventana, y luego se me acercó con
una sonrisa llena de disculpas. —Así que, resultó un poquito más aventurero de
lo que esperaba. —Se sentó junto a mí, lo suficiente cerca para que nuestros
muslos se tocaran.
—¿Eso crees? —Incliné la cabeza.
Hizo una mueca. —Bueno, podría haber sido peor.
—Podrían haberte atrapado.
—Sí, también. —Cogió mi mano y entrelazó nuestros dedos—. En serio
lo siento. Nunca quise meterte en algo así.
Dios, esos ojos. Me hacían desear nadar en ellos; en él.
—Estoy bien —le aseguré.
—¿Sí? Porque había planeado llevarte a volar para que vieras lo increíble
que puede ser y, en su lugar, terminaste en medio de una operación de rescate.
—Miró hacia delante y se tensó—. Aunque estoy bastante orgulloso del rescate,
218
temo haber fallado en la Operación de Apaciguamiento de Morgan. —Apretó el
músculo en su mandíbula.
Mi corazón se aceleró.
Que le soltara la mano lo sorprendió, pero lo terminé por asombrar
cuando me volteé y deslicé una rodilla por encima de sus muslos para sentarme
a horcajadas sobre él. Me acomodé en su regazo como si siempre hubiera
pertenecido allí y acaricié la parte trasera de su cabeza con las manos.
—Estoy bien —le prometí, mirándolo a los ojos así sabría que hablaba en
serio—. Entregué mantas y no vomité. Salvaste a dos personas. Diría que fue
toda una victoria.
—Me asombras. —Me cogió de las caderas con suavidad—. Pero
supongo que no ayudé a calmar tus miedos.
Deslicé las manos hacia delante, así podía pasarle los pulgares por las
mejillas. —¿Me aterroriza que vueles? Sí. Eso no cambió, y no creo que vaya a
cambiar.
—No te culpo. —Su rostro decayó ligeramente.
—Shh, estoy hablando. —Puse un pulgar sobre sus labios.
Sus ojos destellaron; pasó los dientes por la yema de mi pulgar y luego la
lengua.
Mi cuerpo se llenó de calidez, y me llevó un minuto recordar lo que
decía. —Sí, estoy asustada, ¿pero verte hacer lo que hiciste allí afuera? También
lo entiendo.
Su agarre se tensó. —¿En serio?
Parecía tan esperanzado que no pude evitar sonreír. —Sí. Existe la
posibilidad de que esa familia no estuviera aquí si no hubieras estado allí
afuera. —Le di un beso en la frente—. Me sentí tan orgullosa de ti.
Aspiró un aliento, y luego se reclinó hacia atrás con una sonrisa.
—Espera, ¿te sentiste orgullosa de mí?
—Todavía me siento orgullosa. Ahora deja de buscar cumplidos, Jackson
Montgomery.
Sus ojos cayeron sobre mis labios y apenas los había abierto antes de que
me besara. Dios, amaba la boca de este hombre. El primer toque de nuestros
labios fue suave, pero se profundizó rápidamente. Incliné la cabeza mientras su
lengua encontraba la mía, y un choque de electricidad recorrió mi columna.
Sabía dulce, como bebida de naranja y algo único de Jackson, mientras tomaba
mi boca en caricias que variaban de fuertes y profundas, a suaves y lentas. Me
219
mantuvo inclinándome en busca de más, y al minuto en que lo conseguía, él
cambiaba el ritmo.
Cuando se apartó, ambos respirábamos con fuerza. Atrapé su labio
inferior entre mis dientes y lo jalé con suavidad. No me encontraba lista para
terminar con esto.
Gimió, tomando el control por completo de la situación y se lo di con
gusto. Me balanceé hacia delante, y me cogió del trasero, acercando nuestras
caderas. Estaba duro, y no lucía para nada arrepentido mientras pasaba una
mano por mi cabello y me besaba.
¿Cómo era posible para un hombre robarme cada pensamiento? Gimoteé
cuando me besó el cuello, burlándose de cada una de mis áreas sensibles como
si tuviera un maldito mapa. Su cabello se sentía suave bajo mis dedos, y lo cogí,
buscando algo, cualquier cosa, que me mantuviera en la tierra mientras mi
cuerpo volaba.
—Me vuelves loco. ¿Lo sabes? —preguntó con la boca en mi garganta.
Me arqueé para darle un mejor acceso, y lo aproveché. Dios, se sentía genial—.
Eres todo lo que puedo pensar. Todo lo que sueño.
—Jackson —gemí en respuesta. Cada beso, lamida y mordisco enviaron
olas de necesidad a través de mis extremidades, saturándome el estómago. El
deseo se alzó con tanta rapidez y fuerza como una represa atiborrándome el
alma, llenándome de sentimientos que ya no necesitaba contener.
Presionó besos por el centro de mi pecho, y cuando alargó una mano
hacia los botones de mi blusa sin mangas, los abrí.
Nuestros ojos chocaron; me alcé ligeramente, deslicé las caderas hacia
delante y me deslicé por su longitud.
—Joder, Kitty —siseó. Entonces su boca se fusionó con la mía en un beso
del que solo había leído. Del tipo que alteraba el universo y te dejaba adicta. Ya
ni siquiera sabía si existía un universo. Solo existía Jackson. Las manos de
Jackson. La boca de Jackson. El cuerpo de Jackson debajo del mío.
Su mano se deslizó al interior de mi blusa abierta para ahuecarme el
pecho a través del sostén blanco. De repente, deseaba haberme comprado o
simplemente haberme preocupado lo suficiente el último par de años como
para tener más de dos colores de ropa interior.
—Por favor. —Me incliné hacia su toque, y me sacó el pecho de la copa,
pasando el pulgar sobre mi pezón, así lo endurecía para él.
—Perfecto —murmuró contra mis labios; luego inclinó la cabeza y me
levantó ligeramente, así podía coger el pico entre los labios.
Gemí ante la sensación dulce, mis dedos enterrándose en sus hombros
220
mientras me rebelaba en el placer que me daba su boca. Su lengua era magia, y
sus dientes despertaron cada terminación nerviosa con toques delicados.
Mis caderas se movieron por instinto, buscando fricción y presión…
buscando a Jackson.
Gimió, cambiando su atención al otro pecho, y luego deslizó su mano
libre por la piel desnuda de mi muslo. Me acerqué de nuevo, y metió el pulgar
por debajo del bordillo de mis pantalones cortos, siguiendo la línea hasta llegar
a mis muslos.
Oh, diablos, sí.
—Morgan, tene…
Un golpe en la puerta nos congeló.
—Mierda —murmuró.
Mi cabeza cayó sobre su hombro mientras intentaba calmar mi corazón
acelerado.
—Un segundo —gritó Jackson, sus manos ya trabajando en los botones
de mi blusa.
Tiré de los breteles para asegurarme de que las chicas estuvieran bien
ocultas y me bajé de su regazo. Me estabilizó y buscó mis ojos.
—Estoy bien —le prometí.
Asintió y se encaminó hacia la puerta. —¿Qué diablos quieres? —soltó a
quien fuera que estuviera del otro lado de la puerta mientras la abría.
—Vas a llegar tarde a la sesión informativa —le dijo Sawyer.
—No creo que me importe. —Jackson murmuró una maldición y le cerró
la puerta en la cara a Sawyer. Entonces cerró los ojos y se reclinó contra la
puerta.
Segura de que tenía todo donde se suponía que debía estar, cogí la bolsa
de la cama y la colgué sobre mi hombro.
—Morgan, lo… —comenzó Jackson, las disculpas llenando su mirada.
—Me debes todo un fin de semana —le dije antes de que pudiera
terminar. No lamentaba nada, y nunca le permitiría arrepentirse.
Sus ojos destellaron con sorpresa. —Sí, supongo que sí.
—Entonces supongo que te veré en casa. —Lo besé con suavidad—.
Ahora, muéstrame cómo salir de aquí.
Sonrió, abrió la puerta, y me llevó por el pasillo hacia el aparcamiento,
donde me besó de nuevo. Suponía que en realidad no le importaba llegar tarde.
Cuando llegué a casa, Sam se hallaba en la mesa del comedor, haciendo 221
una lista de compras que incluía comida suficiente como para alimentar a un
regimiento: un regimiento al que había invitado para el fin de semana. Un
regimiento al que tendríamos que alimentar con la parrilla, porque no tenía
cocina.
Ember. Josh. Paisley. Jagger.
Todos llegarían en tres días.
De repente, el dar una vuelta en helicóptero se sentía como la parte más
sencilla de mi semana.
17
Traducido por Julie
Corregido por Jadasa

Jackson

Cuando llegué a la casa de Morgan el viernes, había dos coches que no


reconocí en la entrada: un Defender amarillo brillante y un Jeep Wrangler azul.
Supongo que los amigos llegaron. 222
Había seis vehículos que conocía, bien estacionados a la derecha de mi
entrada, y por el sonido de la música que venía sobre la duna, los chicos tenían
todo preparado en la playa.
La mirada de alivio de Sam cuando abrió la puerta me dijo todo lo que
necesitaba saber.
—Así de mal, ¿eh? —pregunté cuando cerró la puerta detrás de mí.
—No estoy segura de que sea mal la palabra que yo usaría, pero
incómodo encabeza la lista. Están en la cocina.
Doblamos la esquina y encontramos al grupo parado en el área sin
terminar. Los pisos fueron instalados la semana pasada, y ahora las baldosas
que parecían de madera dura cubrían todo el piso. Los armarios estaban allí, y
el nuevo refrigerador de Morgan también había sido instalado, pero aún no
había ninguna encimera.
Había una pelirroja con un bultito de bebé y su brazo alrededor de la
cintura de un tipo que parecía de mi altura, con cabello y ojos marrones, y otro
rubio que revisaba el trabajo de instalación en el fregadero rural. A su lado, una
chica rubia se hallaba de pie con un niño igualmente rubio en su cadera,
ocupando el espacio con una sonrisa.
Todos eran las mismas personas que vi en la foto del baile de la escuela
de vuelo en la página de Facebook de Will.
Morgan se encontraba de pie al otro lado de lo que solía ser la barra, pero
ahora era una isla, tan tensa que parecía que iba a estallar. Incluso su sonrisa era
frágil. No sabía con certeza qué sabían sus amigos sobre nosotros o si quería
que supieran que existía un nosotros, pero mi aprensión desapareció en el
momento en que sus ojos se encontraron con los míos.
Sus hombros se inclinaron ligeramente, y el alivio que inundó su mirada
fue palpable.
Crucé la habitación, y cuando abrió los brazos, la tomé en los míos,
poniéndola contra mi pecho. Lo que sea que fuéramos, no lo escondía de sus
amigos.
—Jackson —murmuró, abrazándome fuerte.
—Hola, Kitty. —Mi voz fue baja mientras le daba un beso en la cabeza.
—Me alegro mucho de que estés aquí.
—Yo también. Hubiera llegado antes, pero necesitaba dejar a Fin en casa
de Vivian. —Odiaba este nuevo arreglo de fin de semana alterno, pero si Claire
iba a vivir aquí, tenía que acostumbrarme.
—Dios, olvidé que era su fin de semana. —Suspiró decepcionada. 223

—Ojalá lo hubiera olvidado yo. Pero estará en casa el lunes por la tarde.
Morgan retrocedió y levantó la vista. —Bueno, supongo que eso significa
que te tendré para mí sola por un par de días, ¿eh?
Sonreí. —Bueno, tienes que compartirme con las mascotas de Fin ya que
estoy a cargo de alimentarlos, pero aparte de eso, sí.
—Lo encuentro aceptable.
El silencio en la habitación me llamó la atención, y por supuesto, había
cuatro o cinco personas mirándome con descarada curiosidad. El rubio también
tenía un poco de escepticismo en su mirada.
—Um. Todos, este es Jackson. Jackson, estos son todos —me presentó
Morgan, girando hacia ellos, pero dejando su brazo alrededor de mi cintura—.
Va a insistir en que lo llamen Jax.
—Eres la única persona del planeta que me llama Jackson —le dije
riéndome—. Y sí, por favor llámenme Jax.
El tipo de cabello oscuro era Josh, y su esposa pelirroja era Ember.
El rubio era Jagger, y su esposa era la mejor amiga de Morgan, Paisley.
—Y este es Peyton. —Paisley miró con amor a su hijo—. ¿Puedes saludar,
Pey?
El chico metió la cabeza en el cuello de su madre, pero una vez que lo
saludé, él también lo hizo, abriendo y cerrando un pequeño puño. ¿Finley había
sido alguna vez tan pequeña?
—Así que eres el vecino de al lado —comentó Ember con una sonrisa
lenta, mirando a Sam, que asintió.
—Ese sería yo. —Sonreí.
Estoy seguro de que así se sentían los animales en el zoológico, porque
todos me miraban. Las mujeres tenían expresiones curiosas, y los hombres
lucían totalmente escépticos.
La mano de Morgan me apretó la cintura a medida que el silencio de la
habitación se volvía sofocante. La isla se sentía como una tierra de nadie, con
Sam, Morgan y yo a un lado y sus amigos al otro.
—Tenías razón —le dije a Sam—. Incómodo es una buena palabra.
Bufó y me golpeó el brazo con el dorso de su mano. —¿Quieren que
consiga la lamparita oscilante para que lo hagan sudar en un interrogatorio aquí
mismo, o prefieren hacerlo junto a la hoguera?
Paisley puso los ojos en blanco y le dio un codazo a su marido cuando 224
parecía que lo consideraba.
—Preferiría la hoguera, ya que mis amigos están ahí abajo —dije con un
pequeño encogimiento de hombros.
Morgan y yo habíamos organizado esto hace unos días, pensando que
sería un poco más fácil para todos los involucrados si tuviéramos una barbacoa
para iniciar el fin de semana y romper la tensión, en lugar de esperar al lunes,
cuando tendríamos otra, por supuesto.
—Secundo la hoguera —añadió Sam.
—¿Está bien para Peyton? —preguntó Morgan, dirigiendo sus ojos hacia
el bebé—. Todavía quedan un par de horas antes de la puesta de sol.
—¡Oh, claro! —respondió Paisley—. Llevaremos su sombrilla. ¿Cariño?
—En ello —contestó Jagger, subiendo las escaleras. Supongo que eso
respondió a la pregunta de dónde iban a quedarse todos.
Una vez que Jagger tuvo la sombrilla, tomamos la escalera de la cubierta
trasera hacia el camino que serpentea sobre la duna, y Morgan entrelazó sus
dedos con los míos.
—¿Estás bien? —pregunté.
—Por supuesto. ¿Por qué no iba a estarlo? —Me dio una sonrisa que no
llegó a sus ojos.
Hice una pausa en la mitad de la duna y le dije a Sam, cuando nos pasó,
que nos encontraríamos con ellos en un rato.
—¿Qué sucede? —preguntó Morgan.
Una vez que los otros estuvieron fuera de la vista, tomé su cara en mis
manos y la besé.
Ella se derritió contra mí, y ese simple beso se transformó en algo mucho
más intenso de lo que planeé. Cuando levanté la cabeza, sus ojos lucían un poco
vidriosos y su postura era infinitamente más relajada.
—Así está mejor —dije, metiéndole el cabello detrás de la oreja para
poder ver su cara.
—¿Por qué fue eso?
—Para recordarte que no tienes que fingir conmigo. Sé que estás
luchando con ellos aquí.
Ella apartó la mirada, e incliné su cabeza para que volviera a mirarme a
los ojos.
—¿Y si no puedo hacer esto?
225
—Puedes —le aseguré—. Y si llega a ser demasiado, entonces puedes ir a
mi casa y recomponerte. Diré que tienes que alimentar al conejillo de indias.
—¿Aunque me lleve una hora recomponerme? —preguntó, levantando
una ceja.
—Ella también tiene un pez y una tortuga. Créeme, podemos encontrar
una excusa.
Se rio, y le besé la nariz.
Cuando empezamos a subir la duna, vi a Paisley en la cima, mirándonos
con una mezcla de confusión y felicidad. Luego su expresión cayó ligeramente
cuando se dio la vuelta para volver a la playa.
—Te extraña. —Tomé la mano de Morgan cuando empezamos a subir.
—Extraña a quien solía ser —dijo suavemente mientras ascendíamos la
duna.
—No voy a decirte cómo sentirte o cómo manejar esto. Dime qué
necesitas que sea, y yo seré eso, ¿de acuerdo?
—Solo te necesito. —Me apretó la mano y observó la pequeña reunión—.
Sabes que van a interrogarte, ¿verdad?
—No serían buenos amigos si no lo hicieran.
Saber ese hecho no hizo que la siguiente hora fuera menos dolorosa. En
tanto Morgan se sentaba con sus amigas, echándome miradas cada pocos
minutos, Josh y Jagger me dispararon preguntas de ambos lados. Ella se hallaba
lo suficientemente cerca como para escuchar mis respuestas, pero confiaba en
que yo me mantendría firme y no interferiría.
Tengo veintiocho años. Mi hija tiene cinco años. No, su madre y yo no estamos
juntos. Sí, me gusta Morgan. Nos conocimos cuando la saqué de su escalera. Sí, conozco
a su contratista. Sí, le dio estimaciones justas. Las preguntas fueron llegando, hasta que
estuve bastante seguro de que me iban a pedir mi número de seguro social para poder
hacer una comprobación de crédito.
Lo único que no habían preguntado...
—¿Y a qué te dedicas? —preguntó Josh.
Ah, ahí está. —Soy un piloto de búsqueda y rescate de la guardia costera
—respondí.
Morgan me miró a los ojos.
—¿Es una broma? —Jagger se inclinó en su silla.
—No. —Le guiñé un ojo a Morgan, esperando que se relajara lo
suficiente para respirar. Su mirada parpadeó entre los chicos—. Llevo aquí
cinco años.
226
—El mejor maldito piloto de Outer Banks —comentó Sawyer en tanto
arrastraba una silla por la arena y se sentaba al otro lado de Jagger—. Aparte de
mí, por supuesto.
—Qué humilde —bromeé.
Sawyer levantó su cerveza en saludo.
—¿Son todos pilotos? —Jagger miró hacia la parrilla, donde Moreno y
Garrett discutían sobre el tiempo.
—Nah. —Sawyer sacudió la cabeza—. Javier es nuestro mejor mecánico,
y Garrett es un nadador de rescate. Su trabajo nos hace parecer unos cobardes.
Y ese junto al agua es Goodwin. Es otro nadador. Sin embargo, Hastings, el tipo
que está a su lado, es piloto. Esas son sus esposas, Christina y Cassidy.
—¿Y ella lo sabe? ¿Morgan lo sabe? —Josh dejó caer su voz.
—Morgan conoce a todo el mundo. No es como si Jackson la mantuviera
encerrada o algo así. —Sawyer se encogió de hombros.
Los ojos de Josh se entrecerraron sobre mí.
—Eso no es lo que está preguntando —le dije a Sawyer antes de volver a
Josh—. Sí. Morgan lo sabe.
Evaluando el nivel de tensión, Morgan se puso de pie y se acercó a las
maderas que se iluminarán aquí en un rato.
—Y ya sabes... —empezó Josh.
—¿Todo bien? —preguntó ella, sentándose en mi regazo y apoyando su
brazo sobre mis hombros.
—Estamos bien —le prometí, poniendo mi mano en su rodilla desnuda—
. Solo preguntaban si sabías que yo vuelo.
—Lo sé —dijo en voz baja—. No me gusta, pero lo sé. Y sinceramente,
una vez que me llevó y lo vi rescatar...
—¿La llevaste a volar? —Los ojos de Jagger se abrieron de par en par—.
¿En un helicóptero?
—Jagger Bateman, ¿no es eso lo que acabo de decir? —replicó Morgan,
arqueando una ceja—. No te atrevas a ir haciendo preguntas sobre mí como si
no estuviera sentada aquí.
Presioné mis labios en una línea firme para no reírme.
Jagger suspiró, pero parecía bien reprendido. —Bien. Lo siento. ¿En serio
volaste?
—Sí. Fue aterrador y estimulante al mismo tiempo. —Me sonrió, y
227
maldita sea, eso hizo que mi pecho se estrechara—. Él salva vidas. Es bastante
increíble.
—¿Quién salva vidas? —preguntó Paisley, instalándose en el regazo de
Jagger mientras Sam y Ember jugaban con Peyton.
—Jackson —respondió Morgan—. Es un piloto de búsqueda y rescate de
la guardia costera.
Esto habría sido mucho más eficiente si hubiéramos informado a todos a
la vez.
Paisley palideció. —¿Perdón?
—Jax es un piloto de búsqueda y rescate de la guardia costera —repitió
Sawyer lentamente y a mayor volumen—. Yo también, y Hastings, ese de allí
junto al agua.
Paisley parpadeó hacia Sawyer, y luego giró su cara hacia Morgan.
—Cariño, ¿estás de acuerdo con eso?
—El hecho de que esté o no de acuerdo con ello no cambia los hechos. —
Morgan movió sus piernas.
—Bueno, ya lo sé. Es solo que... —La mirada preocupada de Paisley
parpadeó entre Morgan y yo—. Es inesperado.
—Todo sobre Jackson es inesperado. —Su sonrisa fue lenta cuando nos
miramos a los ojos—. Y, además, no es que tienen despliegues ni nada.
Mi estómago se hundió.
—¿Qué? Diablos, sí, tenemos. Desplegaremos en seis semanas —contó
Sawyer.
La cara de Morgan se descoloró y su cuerpo se puso rígido.
—No voy a ir, Kitty —dije suavemente, acariciando sus mejillas—. No
voy a desplegar.
Tragó saliva, pero no se le quitó el terror de sus ojos.
—Los chicos desplegarán durante tres meses en un pequeño y cómodo
equipo en el Caribe. Necesitaban que algunos nos quedáramos, y como tengo a
Finley, me quedo. —Mantuve mi voz calmada a pesar del pánico tratando de
salir de mis tripas. Era como si mi cuerpo respondiera al suyo, o tal vez me
sentía muy asustado de perderla.
—¿Finley? —preguntó.
—Sí. Tengo un plan de cuidado familiar, pero se apiadaron de mí. No
tengo que ir. —Acaricié sus mejillas con mis pulgares.
—No vas a ir. —Respirando lentamente, se relajó.
228
—Nos está abandonando —se quejó Sawyer—. Pero no te estreses,
Morgan. Volveremos a finales de septiembre.
—¿Estás bien? —Joder, debería haber hablado con ella al respecto antes,
pero no iba a ir, así que no me pareció importante mencionárselo.
Asintió.
—¡Paisley! —Ember se rió cuando Peyton le agarró puñados de cabello.
Entonces su risa se convirtió en una mueca.
—Yo me ocupo. —Sam recogió a Peyton, pero él no soltó el cabello de
Ember.
—¡Peyton Carter Bateman! —regañó Paisley, saltando desde el regazo de
Jagger.
—Yo lo buscaré. —Morgan se rió y se dirigió a soltar el cabello de Ember
del entusiasta agarre de Peyton.
—Peyton Carter, ¿eh? —pregunté. Maldición, este tipo estaba en todas
partes.
Paisley sonrió. —Sí. Se llama así por mi hermana y...
—Will —respondí.
Su mandíbula cayó por un segundo antes de componerse. —¿Te ha
hablado de él? Sam me dijo que le era difícil hablar de él.
—Es difícil ignorar esa camioneta gigante en su patio delantero, pero sí,
me ha dicho lo que puede. —Traté de ofrecerle una sonrisa tranquilizadora—. Y
cada día es capaz de un poco más.
Su expresión pasó de la conmoción a la envidia y se estableció en la pura
gratitud. —Me alegro de que te tenga, Jax.
—Yo tengo suerte de tenerla.
—¡Paisley, tu hijo es extrañamente fuerte! —gritó Morgan.
Jagger se movió, pero Paisley tocó su antebrazo. —Yo voy. —Se levantó
del regazo de Jagger y se dirigió hacia el bebé.
—Le gusta el cabello rojo. —Jagger se rió.
—Ese hombre es de los míos. —Josh sonrió en tanto Paisley desenredaba
a Peyton del cabello de su esposa.
—¿Ya terminaron con el interrogatorio? —pregunté mientras las chicas
caminaban hacia la playa.
—Estoy bien —comentó Josh—. Sam respondió por ti.
—¿Te preocupa nuestra aprobación, costero? —desafió Jagger con una 229
sonrisa.
—No. Sinceramente me importa un carajo lo que piensen de mí. Pero
seguro que sería más fácil para Morgan si no pensaran que soy un completo
imbécil. —Me encogí de hombros.
—Puedes quedarte. —Jagger se rió—. En fin, ¿cómo subiste a Morgan a
un helicóptero? ¿Día familiar?
—La disfracé con un traje de vuelo y la llevé directamente al pájaro. —Vi
cómo Morgan levantó a Peyton en su cadera bajo la luz del atardecer. Iba a ser
una madre increíble, si eso es lo que quería. Mierda, ¿quería tener hijos? ¿Finley
era un problema para ella? No todas las mujeres querían una familia ya armada.
—¿Es broma? —cuestionó Josh.
—No —respondió Sawyer—. Ella se manejó como una campeona, sobre
todo cuando llamaron al rescate.
Diablos, sí, lo hizo.
—Dios, ahora puedo oír a Carter —se quejó Josh—. El reglamento dicta
que no se te permite subir a este avión, Morgan. —Su voz cayó en lo que
obviamente era una imitación, pero había una suave sonrisa en su rostro.
Jagger se rió. —Se habría cagado ladrillos. ¿Te imaginas tratar de hacer
que suba a alguien a bordo? Su corazoncito amante de las reglas habría
implosionado.
—¡Hamburguesas en cinco! —gritó Javier.
—¿Quemaste este lote? —gritó en respuesta Sawyer.
Javier respondió mostrando el dedo del medio.
—Entonces, ¿Will era un tipo que seguía las reglas? —No quise
preguntar, pero quería saber la respuesta. Una cosa era competir con un
fantasma, pero ¿un maldito santo? Eso era imposible.
—Will escribía las malditas reglas. —Jagger mantuvo sus ojos en su
esposa e hijo—. Veía todo en blanco y negro. No había término medio. No había
espacio para el compromiso.
—Incluso con Morgan —comentó Josh con un pequeño apretón de
manos—. Diablos, especialmente en el caso de Morgan. —Su voz bajó de
nuevo—. No puedes usar eso en público, Morgan. ¿Qué pensará la gente?
—Cuida tu lengua, Morgan —agregó Jagger.
¿Su lengua? —Así que están diciendo que no era perfecto.
—¿Carter? Joder, no. Era un graduado orgulloso de West Point al que le
230
encantaba provocar —se burló Jagger—. Siempre tenía que entrar primero.
Siempre tenía que tener la razón. —Tragó saliva—. Siempre tenía que hacer lo
correcto, sin importar lo que le costara.
Josh bajó la cabeza brevemente.
—Ella lo amaba. Demonios, todavía lo ama. —La confesión permaneció
en el aire antes de que pudiera controlar mi lengua.
—Sí, seguro que lo amaba. Pero esos dos... —Jagger silbó—. No puedo
pensar en un momento en que estuvieran en la misma habitación donde no
estuvieran discutiendo.
Maldición, deseaba que esta botella de agua en mi mano fuera algo más
fuerte.
Josh me estudió cuidadosamente. —¿Por qué la subiste a ese pájaro?
—Porque quería que sintiera esa adrenalina por despegar. Quería que lo
experimentara al igual que yo, al igual que nosotros, cada vez que volamos. Mi
esperanza era que viera la belleza de ello, y que le ayudara a vencer su miedo a
que yo cayera como ustedes tres. —Me quité las chanclas y metí los pies en la
arena.
—Will no lo habría hecho. —Josh sonrió para sí mismo—. Le habría
dicho que estaba más segura en el suelo, y luego la habría mantenido allí. Le
habría dicho que su miedo era infundado porque él era infalible en un avión.
—Will nació con este impulso inconquistable de proteger, y Morgan
nunca ha necesitado la protección de nadie. —Jagger torció su gorra de béisbol
hacia atrás—. Morgan necesitaba a alguien capaz de amarla y luego quitarse de
en medio.
La vi rebotar a Peyton ligeramente y presentárselo a Christina a medida
que las chicas se dirigían hacia nosotros.
—En resumen, el tipo era nuestro amigo. Joder, extraño al idiota todos
los días —continuó Jagger—. Pero por supuesto que no era perfecto, y lo más
importante que hizo mal es algo que ya has hecho bien.
—Ilumíname.
—Elegiste a Morgan. Él nunca lo hizo. Eligió a Peyton. Eligió a Paisley.
Cuando llegó el momento, incluso nos eligió a Josh y a mí. Pero nunca eligió a
Morgan. Tú sí. —Se calló cuando las chicas llegaron junto a nosotros.
Diablos, sí, elegí a Morgan, y siempre lo haría. El hecho de que alguien
no lo haya hecho era sorprendente.
—¿Has terminado de coquetear con la tía Morgan, hombrecito? —Jagger
231
se puso de pie y tomó a su hijo de los brazos de Morgan.
Ella sonrió, pero la sonrisa se encontraba teñida de tristeza, y un dolor
correspondiente se agudizó en mi pecho. Esta escena solo fue posible porque
Will había dado su vida por ellos. Demonios, yo solo tenía una oportunidad con
Morgan por la misma razón.
—¡Oh! ¡Traje algo para ti! —exclamó Paisley, arrodillándose y sacando
algo de su bolsa de pañales antes de volver a ponerse de pie—. Los acabamos
de enviar la semana pasada, pero quería dártelo en persona. —Le entregó un
sobre a Morgan.
—Gracias —dijo Morgan al agarrarlo. Deslizó una tarjeta de la cubierta
de marfil, y toda su postura cambió al leerla.
—¡Hamburguesas! —gritó Javier.
Levanté mi dedo en el símbolo universal para pedir un maldito minuto.
—¿Qué? —susurró Morgan en tanto su frente se arrugaba y sus hombros
se curvaban. Devastada. Se veía total y completamente devastada. ¿Qué diablos
había en esa tarjeta?
Me puse de pie.
—Pensé que tal vez querrías venir... ya sabes. Si te sientes con ánimos. —
La sonrisa de Paisley tembló.
—¿Kitty? —pregunté en voz baja, viniendo a su lado. No iba a mirar por
encima de su hombro ni a entrometerme en nada en lo que no estuviera
preparada para darme la bienvenida.
Morgan empujó la tarjeta contra mi pecho y miró fijamente la arena a
unos metros de distancia.

En nombre del Presidente de los Estados Unidos, el secretario del ejército solicita
el placer de su compañía en la entrega de la Medalla de Honor a William Carter...

Dejé de leer. Santa. Mierda. Will recibiría la Medalla de Honor.


—Él te hubiera querido allí, Morgan —dijo Paisley en voz baja.
Morgan se movió, y olvidé la tarjeta en mi mano. Mi chica no tenía ni un
gramo de esa devastación en su cara ahora. Oh no, era todo ira e indignación.
La tormenta con la que llevaba luchando tanto tiempo y con tanta fuerza
para mantenerla alejada de su costa estaba aquí.
—Pajarito —dijo Jagger suavemente, tocando el codo de su esposa en 232
tanto notaba las mismas señales que yo.
—¿Morgan? —Paisley dio un paso adelante, sin darse cuenta del peligro.
—¿Tal vez querría ir? —La voz de Morgan era tan tranquila que la brisa
del océano casi se la llevó.
—Bueno... ¿no quieres? —Paisley dio otro paso con una obvia y sincera
preocupación.
Ember y Sam se posicionaron de manera que el grupo hizo un cuadrado,
ambas observando a las otras mujeres con toda la precaución que Paisley
debería haber mostrado.
—Cariño. —Jagger lo intentó de nuevo, alcanzando el codo de su esposa.
Ella lo sacudió para liberarse.
Él me miró suplicantemente, pero vi los músculos rígidos de Morgan, el
fuego en sus ojos, y recordé que esta era la etapa de su terapia en la que se
suponía que debía confrontar a las personas que la detonaban, y Paisley era el
mayor detonante que tenía.
Lentamente sacudí mi cabeza hacia Jagger y me hice a un lado,
efectivamente quitándome de en medio a Morgan.
—¿Tal vez querría ir? —gritó Morgan—. ¿Estás bromeando?
18
Me presento a la fiesta con las manos vacías, y lo más sorprendente de ti es
que no te importa. Solo me quieres a mí, y no puedo entender por qué, pero
estoy harto de luchar. ¿Quieres este desastre? Es tuyo. Disfruta de tus
últimos nueve meses de libertad, quiero decir, con suerte no te divertirás
mucho ni nada, porque una vez que llegue a casa, haremos esto.

Traducido por Jadasa & Anna Karol


Corregido por Julie

Morgan 233

Paisley se echó hacia atrás como si la hubiera abofeteado. Su conmoción


y dolor eran obvios, y no me importó. Ya no tenía fuerzas para preocuparme.
—¿No quieres venir? —Frunció el ceño.
—¿Enviaste las invitaciones la semana pasada? ¿Tú, Paisley, enviaste las
invitaciones y luego decidiste no enviarme una por correo? ¿No hacerme saber
que Will, mi Will, recibió la Medalla de Honor? —Mi voz ya ni siquiera sonaba
como la mía.
Parpadeó. —Te lo dije, quería dártelo en persona. Dijiste que estabas
luchando...
—¡Ni siquiera te había invitado a que vengas cuando las enviaste! ¿Qué
ibas a hacer? ¿Esperar hasta la semana anterior a la ceremonia, con la esperanza
de que esté lista para hablar entonces?
—Yo... esperaba que llamaras. Y lo hiciste. Bueno, enviaste un mensaje
de texto, lo que en realidad no es lo mismo, pero...
—¿Quién diablos te dio el derecho de ocultarme información sobre Will?
La mirada de Paisley se dirigió a Ember, luego a Sam. Sam dio un paso
más cerca. ¿Para apoyarme o contenerme? No lo sabía, y me importaba una
mierda.
—Dijiste que hacías terapia. Que no podías hablar de él. ¡Que necesitabas
espacio! ¡Simplemente intentaba darte ese espacio! Pensé que cuando estuvieras
lista, llamarías y te lo diría. —Dulce misericordia, la mujer tenía la audacia de
parecer herida.
—¡Dios, me estoy esforzando tanto! —grité hacia el cielo—. Pensé que
me encontraba lista para esto, pero tal vez no.
—No te vayas —suplicó cuando retrocedí un paso—. Morgan, has sido
mi mejor amiga toda mi vida, ¡y el trato silencioso me está matando!
—¿Te está matando? —Busqué a tientas las palabras en tanto mi alma era
destrozada como con un rallador de queso, cortándola en pedazos diminutos y
triturados por las hojas de mi ira y mi propia culpa por sentirlo—. ¿Te está
matando?
—¡Por favor háblame! Si es la invitación, entonces no tienes que venir, y
no intentaba ocultártelo, lo juro. Solo trataba de protegerte como tú lo has hecho
conmigo toda la vida. —Sus manos se levantaron suplicantes, como si pudiera
devolverme a un terreno emocionalmente estable.
Alerta de spoiler: no había ningún terreno emocionalmente estable. No 234

en años. Era más combustible que la hoguera apagada junto a nosotros.


—Es un poco tarde para empezar a protegerme, Paisley Lynn.
Todo el color desapareció de su rostro, y su mano se elevó a su pecho,
una costumbre nerviosa de cuando su corazón no estaba sano. —Morgan...
tienes que hablar conmigo.
La emoción cruda y fea burbujeaba en ese pequeño recipiente en el que
lo guardaba encerrado. Yo era un refresco agitado, y Paisley retorcía la tapa.
—¡No puedo! —Mi ira la comería viva, y eso era algo que no se merecía.
—¡Puedes hacerlo! —instó.
Esos horribles sentimientos comenzaron a silbar cuando rompió mi sello.
—¿Cuánto tiempo has sabido que le darían la medalla? —pregunté,
buscando alguna razón para mantener la compostura—. ¿Fue la semana pasada
cuando enviaste las invitaciones?
El arrepentimiento aflojó sus hombros. —No. Papá me lo dijo hace seis
semanas. Justo antes de que me dijeras que necesitabas espacio.
Estallé.
—¿Seis semanas? ¿Lo sabes desde hace seis semanas?
Apretó los labios en una línea delgada y asintió. —Lo lamento mucho…
—¿Lo sabías? —Dirigí mi rabia hacia Ember.
Ella miró entre Paisley y yo, luego asintió. —Sí, pero vivimos justo una al
lado...
—¿Tú? —Me enfrenté a Sam.
Levantó las manos. —No me mires. No tenía ni idea. —Clavó una
mirada en Josh y Jagger—. Y Grayson tampoco.
—Él tiene cosas más importantes en la cabeza —murmuró Josh, pero bajó
la mirada—. Y el correo tarda más en llegar allí. Además, sabíamos que estabas
cuidando de Morgan y Paisley dijo que ha estado... delicada.
—Increíble —dijo bruscamente Sam.
—Debería habértelo dicho. —La voz de Paisley goteaba pesar.
—¡Deberías haberme dicho que se encontraba muerto!
El mundo entero se quedó quieto.
En mi visión periférica, vi a Sawyer alejarse sigilosamente, haciendo
señas a Christina y su esposo para que hicieran lo mismo. Éramos solo nosotros,
el equipo de la cena dominical, y Jackson, quien se hallaba silencioso y fuerte a
mi lado. 235
—No entiendo —dijo Paisley en voz baja.
—Nunca lo entendiste —dije, negando con la cabeza—. ¿Cómo supiste
que Will estaba muerto?
Sus labios se separaron. —Los oficiales llegaron a la puerta. Estaba con
Ember y nos dijeron que Will murió. Luego nos dieron la noticia de que Jagger
y Josh se encontraban gravemente heridos.
Asentí, procesando la información. —Estaba en el pasillo de mermeladas
del supermercado cuando Sam llamó. —Traté de tragar el nudo de ansiedad
que se formó en mi garganta, pero no se movía. Arqueé el cuello, pero no
importaba cuántas veces lo hiciera, se quedó allí como una maldita piedra.
—¿Qué sucede? —preguntó Paisley, avanzando.
—Dale un segundo. —Sam se interpuso entre nosotras.
—Kitty —susurró Jackson, presionando una botella de agua en mi mano.
Bebí la mitad de la botella, luego respiré hondo y visualicé los músculos
relajándose. Llevaba contando esta historia en la oficina de la doctora Circe las
últimas seis semanas y me escuchaba a mí misma contarla todas las mañanas.
Podía hacer esto.
—Gracias. —Le entregué la botella a Jackson y le lancé una sonrisa frágil.
Me guiñó un ojo y apretó mi mano cuando la tomó.
—Estaba en el pasillo de mermeladas del supermercado y Sam llamó. Ese
frasco de mermelada se me resbaló de las manos y se hizo añicos por todo ese
ordinario linóleo, rojo como la sangre a medida que me salpicaba los pies. Y ella
no tenía los detalles. Eso era algo que solo tú obtuviste, ya que figurabas como
su pariente más cercano.
Las manos de Paisley cayeron a sus costados.
—No recuerdo mucho sobre salir de la tienda, pero lentamente lo voy
recordando a medida que me escucho contar la historia. Dejé el carrito en el
medio del pasillo, ni siquiera les dije a los trabajadores que hice un desastre, y
me tropecé hasta mi auto cuando Sam me dijo que se dirigía hacia mí. Tomó un
avión desde Colorado. Me senté en ese estacionamiento durante dos horas, solo
mirando fijamente por el parabrisas, y cuando traté de llamar a mi mejor amiga,
ella no respondió. —Envolví mis brazos a mi alrededor.
—Debo haber estado ya en el avión. —Su voz era suave—. El padre de
Jagger nos llevó directamente a Alemania.
—Y no contestaste el teléfono. Ni una sola vez.
—Mierda —murmuró Ember.
—Está bien, Ember —le aseguré—. Le dijiste a Sam que me cuidara. Dios
236
sabe cuánto tiempo habría pasado sin saberlo si tú no lo hubieras hecho, así que
gracias.
—Oh Dios. —La boca de Paisley se abrió y cerró un par de veces en tanto
miraba a Ember, luego de nuevo a Jagger—. ¡Morgan, no pensaba con claridad!
¡Hirieron a mi esposo!
—¡El hombre que amaba estaba muerto! —Mis manos se cerraron en
puños—. ¿No crees que te excusé una y otra vez? Sabía que lidiabas con mucho.
Dios sabe que oré para que Josh y Jagger se curaran rápidamente, y de verdad
estoy muy agradecida de que estén vivos, pero me abandonaste hasta el día del
funeral y luego me invitaste a sentarme en el banco delantero como si fuera
tuyo. ¡Como si él fuera tuyo!
El labio inferior de Paisley tembló. —No era mi intención hacer eso.
—¿En qué momento recordaste que lo amaba, Paisley? ¿Fue cuando tu
papá hizo su funeral centrándose en todo el amor que Will sentía por ti? ¿En su
sacrificio para que tu esposo pudiera vivir? ¿Fue cuando te sostuve en la tumba
mientras enterraban al único hombre que he amado? —Mi voz se quebró.
—Morgan —susurró.
—¿Quieres saber por qué no puedo soportar estar cerca de ti? ¡Es porque
cada vez que veo tu cara y te escucho hablar sobre lo malditamente feliz que
eres, todo lo que puedo pensar es lo jodidamente injusto que es todo! —Las
lágrimas llenaron mis ojos—. Recuperaste a Jagger. Ember tiene a Josh. ¡Sam a
Grayson, y yo tengo un maldito camión en el que no puedo sentarme sin tener
un ataque de ansiedad!
Estiró su mano hacia mí y di un paso atrás. No estaba en su naturaleza
observar el sufrimiento y no hacer nada al respecto, pero en este caso, no había
nada que pudiera hacer.
—¿Sabes qué causa un duelo complicado?
—Es un colapso en el proceso de duelo —respondió Paisley, dejando caer
la mano a su costado—. Generalmente causado por una culpa abrumadora de
haber podido evitar que ocurriera la muerte o la incapacidad de aceptar la
injusticia de esta. Lo leí cuando me dijiste por qué Sam se encontraba aquí.
Habría venido si me hubieras dejado. Me hubiera quedado contigo.
Ignoré sus dos últimas declaraciones. —Tu felices para siempre vino a
expensas del mío. Por eso no puedo estar cerca de ti. Es por eso que sigo
paralizada por un dolor en el que todos ustedes piensan de vez en cuando. ¡Y
jamás quisiera que sintieras esto! Ni en un millón de años te desearía este tipo
de dolor debilitante. No cambiaría la vida de Jagger por la de Will. ¿Cuántas
veces te he dicho lo agradecida que estoy de que todavía tengas a Jagger?
—He perdido la cuenta. —Una lágrima corrió por su rostro. 237

—¿Y cuántas veces has pensado en cómo sería la vida si intercambiaran


lugares? ¿Si Jagger hubiera muerto por Will? ¿Si mi felicidad hubiera costado la
tuya?
Se sobresaltó. —Yo... tenemos a Peyton.
—Tienes razón. Tienes a tu hermoso hijo y él tiene el nombre de Will. Y
yo... —Me encogí de hombros—. Ni siquiera tengo derecho a llorarlo o que me
digan que va a recibir la Medalla de Honor por elegir morir por ti en vez de
vivir por mí.
—Eso no es lo que quise decir. ¡Por supuesto que sí! Y sé que lo que
tuviste con Will era complicado, pero me rompe el corazón pensar que él era tu
felices para siempre cuando todo estaba tan en el aire con ustedes dos, y lo que
tienes aquí...
—¿En el aire? ¡Finalmente estábamos en el maldito suelo!
—¿Qué?
—Paisley, ¿por qué crees que me dejó una póliza secundaria de seguro
de vida? ¿Su camioneta? ¿Sus alas y sus placas de identificación? Es porque
también me dejó con una promesa. Condujo a verme antes de desplegar y me
dijo que estaríamos juntos cuando regresara a casa.
A Paisley se le escapó el aliento. —No lo sabía.
El rostro de Ember se contrajo y parpadeó para contener las lágrimas.
—No sabías mucho. Fui yo quien lo contuvo luego de que lo dejaste. Fui
yo quien hizo grabar sus alas y luego se las clavó en el pecho. Fui a mí a quien
besó la noche del baile de graduación de la escuela de vuelo, a quien le dio un
collar de alas de plata y a quien besó por última vez días antes de morir. La
última llamada telefónica que realizó antes de ese maldito vuelo fue a mí,
Paisley, así que no te sientes ahí y me digas que no perdí mi oportunidad. Te
hallabas tan perdida en tu propia felicidad que ni siquiera sabías que la mía
comenzaba.
Mi estómago se revolvió al darme cuenta de que esta brecha comenzó
mucho antes que muriera Will. Aumentó cuando ella se mudó a Fort Campbell.
Es curioso cómo siempre me quedaba por ella, pero se fue en la primera
oportunidad.
—Oh Dios, Morgan —susurró.
—Estaba destrozada y apenas respiraba, pero me contuve durante ese
funeral, y luego seguí respirando cuando te cagaste en mi sueño y pulverizaste
mis sentimientos entre tus dulces deditos cuando dijiste que, de todos modos, él
nunca estuvo destinado a ser mío.
—Espera. ¿Qué? —Se acercó de nuevo y me alejé, manteniendo nuestro 238

pequeño baile—. Morgan, jamás dije que no estaba destinado a ser tuyo. Nunca
desalentaría tu sueño. Dios, todos vimos la forma en que te miraba, cómo lo
volvías loco. Sabía que si alguien podía romper ese caparazón que le rodeaba el
alma, serías tú. Hubieras sido tú.
Me mofé y sacudí la cabeza cuando los sentimientos repugnantes y
horribles que intenté superar con tanto esfuerzo anularon mi genuino amor por
mi mejor amiga. —¿Así que no te paraste sobre el cuerpo de Will y le dijiste a
Josh que Will estaba donde debía estar?
Sus ojos abiertos se centraron en Josh. —Yo…
—¿Qué fue lo que dijiste? —Incliné la cabeza hacia mi mejor amiga—.
Está con Peyton. ¿No es así? Y podría haberse casado y tener una familia, pero
ningún amor se compararía con lo que sentía por ella. Escucho esas palabras
cada vez que veo tu cara. —Sabían a ácido y se comían las defensas emocionales
que tenía intactas. Solo se las había dicho a la doctora Circe.
—Mierda —siseó Josh, metiendo las manos en los bolsillos de sus
pantalones cortos.
—Morgan, eso fue… fuiste… —Paisley sacudió la cabeza y miró
alrededor de nuestro grupo como si le fueran a dar la respuesta.
—¿Qué? ¿Privado? ¿En serio crees que algo en este grupo es privado? —
acusé—. Ember te escuchó, ¿recuerdas? Y se enojó comprensiblemente porque
Josh no le hablaba de lo que había pasado allí, pero de alguna manera se las
arregló para hablar contigo, ¿verdad? Así que Ember llamó a Sam para que la
apoyara, y Sam estaba en mi suite del hotel comprobando cómo estaba.
—Oh, mierda —maldijo Sam—. Nunca quise que escucharas eso.
—Lo sé —le dije en voz baja—. Estabas en la sala porque apenas podía
levantarme de la cama, y lo pusiste en el altavoz porque Ember también quería
el punto de vista de Grayson. Nunca te he culpado. No habría superado nada
de esto sin ti.
Sus labios se fruncieron mientras luchaba por componerse, pero logró
asentir con la cabeza.
—No quise decir que no hubiera sido capaz de amarte —juró Paisley.
—Pero no tanto como a Peyton —le respondí—. Solo porque mi apellido
no sea Donovan no significa que no fuera capaz de hacerle feliz.
—¡No pensaba eso!
—No pensaste en mí para nada —argumenté—. Fue llamado a con tu
hermana, ¿verdad? Ahora por fin tenían la oportunidad de ser felices. Eso fue lo
que dijiste. —Me picaron los ojos, y mi visión se tambaleó por el brillo de las
239
lágrimas.
Su labio inferior temblaba.
—¿Cómo diablos puede alguien que se hace llamar mi mejor amiga
pararse ahí y decir que su única oportunidad de ser feliz estaba en la muerte?
¡Sabías que lo amaba! —La pinché con un dedo—. ¿Soy tan horrible, tan poco
digna de ser amada a tus ojos que prefieres verlo muerto con tu hermana que
vivo conmigo? Puede que no sea tan dulce, amable y perfecta como tú, pero eso
no significa que no fuera merecedora de él. —Las lágrimas calientes y furiosas
cayeron de mis ojos, y no las limpié. Dejé que las viera. Que todos las vieran.
—No. Dios, Morgan, no. —Paisley sacudió la cabeza—. Por supuesto que
eres digna y amada, y me mata que pienses que…
—¿Entonces por qué? —El grito crudo se arrancó de mi garganta—. ¿Por
qué dices que él estaba destinado a estar muerto en lugar de conmigo?
Respiró hondo y miró a Josh. —Porque era lo que Josh necesitaba oír.
—¿Y qué demonios creías que yo necesitaba oír? —Las lágrimas cayeron
rápidamente, su calor fue robado por la brisa del océano cuando llegó a mi
mandíbula.
—No lo sé —admitió en voz baja—. Pero ahora puedo ver que no te lo
dije.
—No te molestaste conmigo. —Mi voz cayó—. Estabas embarazada, y
Jagger tuvo tres mil millones de cirugías. Lo sé, lógicamente. Estabas exhausta,
y asustada, y lidiando con un montón de cosas. Lo recuerdo porque cuando me
llamabas, solo hablábamos de eso. Y también fue mi culpa. Debí decírtelo en ese
momento, pero me había acostumbrado tanto a proteger tus sentimientos que
no sabía cómo ser sincera con los míos. Así que me mantuve callada y me mentí
para superar los días, y las bodas, y las llamadas telefónicas. ¿Pero durante las
noches? No podía seguir fingiendo. Y como nadie vio la necesidad de —Agité la
mano a Josh y Jagger— tomarse el tiempo de aparecer y decirle a la mujer que
amaba a Will exactamente cómo murió, cada pesadilla se desarrolla de manera
diferente cada noche. Pero está bien, ya que solo soy yo quien pasa por eso y no
alguno de ustedes. Y oigan, eso es mejor que hacer que ustedes lo revivan,
¿verdad? ¿A quién le importa que no lo sepa mientras no los moleste? Pero la
cosa es que mi terapeuta quiere que tenga esta conversación imaginaria con
Will, que se supone que tiene lugar en el lugar donde murió, lo cual es ridículo,
aunque no puedo discutir porque la terapia está funcionando. ¡Pero ni siquiera
puedo hacerlo porque no tengo ni idea de lo que pasó esa noche!
—Mierda, Morgan, no me di cuenta… —Josh hizo una mueca.
—No te preocupes. Es lo normal por aquí. Y uní un poco lo que dijiste en
el funeral y los trozos que Ember expuso en el cementerio, que no fue mucho.
¿Qué fue lo que dijiste, Josh? Paisley lo amaba más que todos nosotros, ¿no es 240
cierto? Es por eso que la evitabas. —Lo miré fijamente y se desinfló.
—Habían salido juntos, y yo sabía que aún eran cercanos, y me sentía tan
culpable por vivir cuando él no lo hacía —dijo Josh en explicación.
—¡Ella ya no lo amaba! —Grité las palabras que había retenido durante
demasiado tiempo—. ¡Yo sí! —Me giré hacia Paisley, que ahora tenía el brazo
de Jagger alrededor de su cintura. Incluso ahora, tenía apoyo—. Yo lo amaba
más. No tú. O Peyton. Ella nunca lo eligió. Lo quebró. Entonces lo tuviste y aun
así elegiste a Jagger, ¿recuerdas? Yo soy la que siempre elegía a Will cuando no
priorizaba tu felicidad. Yo. Elegí. A Will. No tú. El hecho de que no se molestara
en elegirme hasta que estaba en camino de convertirse en un mártir ¡no cambia
el hecho de que yo lo amaba más!
Mi mirada se dirigió a las alas de Paisley, el collar que le dieron la noche
del baile de la escuela de vuelo.
—Podría haber muerto con el nombre de Peyton en sus labios, pero era
mi collar el que tenía alrededor de su cuello. El collar que Grayson trajo con el
cuerpo de Will. El que él y Sam me ayudaron a poner en el ataúd con él la
noche antes de enterrarlo, porque si yo tenía sus alas, él debería tener las mías.
¡Y ahora han pasado dos años y ya todos lo superaron! ¡Lo superaron! ¡Están
curados, felices, casados, con hijos y embarazadas, y aunque los quiero a todos,
los odio por ello! ¡Se suponía que iba a venir a casa conmigo, no a ser enterrado
junto a ella! —Un sollozo brotó de mi garganta, y me desplomé.
Unos fuertes brazos me envolvieron, y me abrazó el olor del océano y de
Jackson mientras me sostenía contra su pecho.
—Tranquila —murmuró contra mi cabello mientras yo sollozaba en su
camisa, agarrando puñados de la tela para asegurarme de que era real. Él estaba
aquí.
Necesitaba no estar aquí.
—Morgan —dijo Paisley, pero Sam se interpuso entre nosotras—. Sam,
por favor. Solo necesito hablar con ella. Déjame arreglar esto. ¡Necesito. Hablar.
Con. Ella!
—Paisley, sabes que te quiero, pero esto no se trata de ti o de lo que
necesitas ahora mismo —respondió Sam en un tono amable pero firme.
—¿Desde cuándo soy la tercera rueda por aquí? Puede que seas la que
eligió para venir a vivir con ella, ¡pero esa es mi mejor amiga, Samantha!
¡Muévete!
—Sé que no me estás gritando por tu propia cagada, Paisley Bateman.
Nada de lo que está pasando ahora es mi culpa. Y entiendo que tus emociones
son intensas, y con razón, pero vas a tener que dejar que esas idiotas se queden
241
en el asiento trasero de Morgan por una vez.
No pude ver ninguna de sus caras, pero el aliento indolente de Paisley lo
dijo todo.
—Y si no puedes hacer eso —La voz de Sam se suavizó—, si no puedes
escuchar sinceramente el dolor que ella tiene sin tratar de arreglarlo, entonces
tal vez necesites llevarte a casa a ese bebé hermoso y tu esposo apuesto hasta
que puedas. No puedes arreglar esto, y ella no te lo está pidiendo. Solo está
siendo sincera por primera vez en años y te dice dónde está. Y sé que quieres
ayudarla. Sé que la amas, y que nunca le has hecho daño intencionadamente.
Ambas sabemos que esto es un gran lío hecho por algunas circunstancias de
mierda bastante complejas, pero eso no cambia el hecho de que Morgan se
perdió y se quedó atrás.
Mi respiración se reguló con los constantes latidos del corazón de
Jackson mientras Sam me daba el tiempo que necesitaba para calmarme. Los
brazos de él se sentían tan bien a mi alrededor. Segura. A salvo. Me abrazó
como si fuera algo que apreciara, porque era así. Dios, no merecía a este hombre
que me abrazaba con cuidado mientras lloraba mi pena por otro.
—Nunca quise que esto sucediera —dijo Paisley en voz baja.
Me dolía el corazón por el sufrimiento de su voz. Yo tampoco quería
esto. Nunca quise que mis sentimientos la perjudicaran. Nunca quise perder a
Will. Nunca quise enredar mi corazón con otro aviador que tuviera que
enterrar.
—Nadie quería —respondió Sam—. Pero no puedes ayudarla ahora, por
muy buenas que sean tus intenciones. Y por mucho que valore nuestra amistad
y el vínculo que todos tenemos, no puedo quedarme aquí y dejar que le pongas
una curita sobre una herida infectada y supurante solo porque te ayudará a
dormir esta noche.
Mi ojo se fijó en la invitación a la ceremonia de Will mientras colgaba de
los dedos de Jackson, y sentí esa misma rabia burbujear a la superficie. Tal vez
al dejar salir el fuego de mi alma no lo había apagado, sino que lo había
alimentado.
—Necesito recomponerme.
Jackson asintió una vez. —Bueno, por muy divertido que sea esto, vamos
a tomarnos un pequeño descanso para alimentar al conejillo de indias de mi
hija. —Inclinó la cabeza y me miró—. Puede que también necesitemos alimentar
a la tortuga. —Me tomó la mano, se puso entre mis amigos más cercanos y yo, y
comenzó a caminar hacia la duna.
—¿Vas a volver? —preguntó Paisley, con la voz quebrada—. ¿Quieres 242
que nos vayamos?
Hice una pausa, recuperé la compostura y me di vuelta para enfrentarlos
sin soltar la mano de Jackson.
—Necesito un descanso, porque cuando miro esa invitación, el único
lugar al que quiero decirte que vayas es al infierno, Lee. Que me condenen si
voy a verte aceptar su premio póstumo mientras todos aplauden, porque
sabemos que su mamá no va a estar lo suficientemente sobria para hacerlo.
Sus ojos se encendieron, y luego su expresión cayó.
—Bien, eso es lo que creí. —Mi estómago se revolvió ante la perspectiva
de ver cómo todo se derrumbaba—. Will te hizo su pariente más cercano, y eso
te da acceso a toda la información, y lo entiendo, solo querías honrarlo mientras
intentabas navegar por mis delicados sentimientos de los que no sabías nada.
Pero ahora sí sabes. Así que me voy con la esperanza de que por la mañana,
este sentimiento pase y pueda calmarme lo suficiente como para no decirte que
tomes esa ceremonia de premios y te la metas en tu perfecto trasero, porque
esta es la última vez que dejaré que alguno de ustedes piense que su dolor o su
amor por Will es más profundo o más fuerte que el mío. Perder a ese hombre
me llevó a la verdadera locura, y por lo que puedo ver, todos ustedes lo están
llevando muy bien.
Me miraron fijamente con diferentes grados de conmoción, salvo por
Sam, que sonrió.
—Ember, la cafetera está enchufada en el comedor ya que no tengo
encimeras. Sam puede mostrarte dónde pongo las toallas extras, y sabe cómo
hacer funcionar la alarma y las ventanas corredizas. Y Sam, si no te importa
disculparme con nuestros amigos de Outer Banks... que tengan una buena
noche. Aprecio mucho que hayan venido hasta aquí para verme. —Entrecerré
los ojos—. Y si alguno de ustedes llega a tocar su camioneta, que Dios me
ayude, no habrá suficiente tiempo y espacio en el mundo para calmarme.
¡Buenas noches! —Mostré una sonrisa falsa que todos habrían aceptado como
auténtica antes de esta explosión y caminé sobre la duna con Jackson… que
acababa de ser testigo de toda mi diatriba sobre otro hombre.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, entregándome la invitación.
—¿Tú te encuentras bien? —le desafié suavemente—. Nunca quise que
escucharas todo eso. No puedo imaginarme cómo te debes sentir.
Su mandíbula se flexionó un segundo, pero levantó mi mano y me besó
el dorso. —Me siento orgulloso de ti.
—No me refería a eso. —Sacudí la cabeza—. No quiero que pienses que
estás en una especie de competencia con Will.
—Pero lo estoy. —Se encogió de hombros mientras hacíamos una pausa 243

entre nuestras casas—. Lo he estado desde el momento en que nos conocimos.


No soy el tipo que da su vida… no con Fin en casa. Soy el tipo que encuentra
una manera de que todos vivan. Pero eso de ahí fuera… —Hizo un gesto hacia
la playa—, no se trataba de mí.
—Jackson. —Mi corazón se hundió con culpa.
—Está bien. —Me acunó la cara—. Y cuando se trata de ti, puede que
vaya unas cuantas vueltas por detrás en esta carrera, pero tengo una ligera
ventaja sobre el hombre.
—¿Estás vivo? —El sarcasmo se me escapó de la lengua.
—No iba a ir allí. —Se curvó un lado de su boca—. Tiempo, Morgan.
Tengo tiempo y la persistencia para usarlo. Ahora, ¿qué quieres hacer con el
resto de nuestra noche?
—Llévame a la cama.
Frunció el ceño. —Creí que querías un poco de espacio de tus amigos.
—Así es. Llévame a tu cama.
19
Esta es la cuestión. Si no regreso de esto, no puedes encerrar ese gran y
hermoso corazón. Cuando ese hombre llegue, y créeme, lo hará, tienes que
arriesgarte.

Traducido por Blonchick & Gesi


Corregido por Julie

Morgan
244
Un calor sustancial y delicioso me rodeaba cuando abrí los ojos.
Pestañeé rápidamente para enfocar el mundo y traté de hallarle sentido a
los muebles pesados y masculinos, y al edredón verde de cazador.
Estaba en la cama de Jackson.
Era su brazo el que me cubría la cintura, su fuerte cuerpo el que acunaba
el mío. Esperé a que cundiera el pánico o a que sonara una campana de aviso de
que había sido imprudente al arrastrarme a su cama anoche, pero todo lo que
sentí fue un calor relajante y tranquilizador.
Su dormitorio daba vistas hacia el océano, y vi las olas estrellarse en la
orilla con un ritmo constante que casi me hizo volver a dormir. El cielo se
encontraba gris y lleno de nubes pesadas cuando se avecinaba una tormenta,
pero no me preocuparon porque Jackson no iba a trabajar hoy. Supongo que el
clima no había recibido el memorándum de que el huracán Morgan ya había
tocado tierra anoche.
Había destrozado a mis amigos, y aunque debería haber sido más
amable, cada palabra que había dicho era cierta. Will habría estado horrorizado
y avergonzado de mí por lo que había hecho pasar a Paisley.
Jackson había estado orgulloso de mí por ser finalmente sincera.
Con cuidado de no despertarlo, rodé lentamente en sus brazos y lo vi
dormir como una mujer obsesionada. Era tan hermoso que todo mi cuerpo se
calentó con solo mirarlo. Tampoco me dolió que durmiera sin camisa. El
hombre estaba tonificado de maneras que debían ser ilegales en algunos
estados.
Pero aunque era increíblemente guapo, era su corazón el que me tenía
esclavizada. Era ferozmente protector pero amable cuando me tocaba. Su
lealtad y persistencia eran incomparables con las de cualquier otro hombre, y
aun así nunca me presionó por más de lo que estaba dispuesta a dar. Me dejaba
moverme a mi propio ritmo sin insinuar que era demasiado lento para él. Había
dominado el arte de la seducción emocional con paciencia, y eso era más
caliente que las líneas de músculos enlazados en su estómago o incluso las
líneas entintadas de latitud y longitud que corrían a su lado.
Mi corazón, mi estúpido y tonto corazón, se estremeció con un latido
agudo y dulce.
No puedes enamorarte de este hombre. No mientras todavía ames a Will.
Lo amaba, ¿verdad? Todavía amaba a Will. Pero cada día que pasaba,
cada tarea de terapia que conquistaba, suavizaba la intensidad de esa emoción.
Cuanto más tiempo pasaba con la doctora Circe, más me daba cuenta de que
Will ya no era un mar de dolor. Era una montaña en mi vida, tal vez incluso la
245
montaña. No importaba dónde estuviera, todavía podía verlo al oeste, pero me
gané suficiente distancia para que ya no dominara mi existencia. Era un punto
de referencia por el que podía guiarme, reconfortante en su permanencia. Pero
en algún momento en estos últimos meses, fue Jackson quien se convirtió en el
océano de mi este. Profundo, calmado y estable, como esas olas que golpeaban
la orilla detrás de mí. Y también era un poco imprudente, torciendo mucho las
reglas que encontraba inconvenientes y rompiendo las que se interponían en su
camino. Pero por cada peligro que podía traer, también era lo suficientemente
gentil y tenaz como para transformar una botella rota en un invaluable pedazo
de cristal marino.
Examiné las fuertes líneas de la cara de Jackson, tan diferentes de las de
Will. Y tal vez estuvo mal comparar, pero lo hice. Jackson era más grande, más
alto, su cuerpo más afilado que la compacta y flexible complexión de Will, pero
también era blando en las áreas donde Will había sido inflexible. Jackson no
tenía problemas para mantenerse firme, pero a la vez, también sabía cuándo
comprometerse, cuándo ceder y cuándo arriesgarse. Incluso apostaría que hacía
esto último con demasiada frecuencia.
Will había visto el mundo en blanco y negro, correcto o incorrecto.
Jackson argumentaría que había diez mil tonos entre los dos.
Mi pecho se apretaba cuanto más lo estudiaba, pero las mariposas en mi
vientre no se encontraban por ningún lado. Ya no había nada por lo que
ponerme nerviosa cuando estaba en los brazos de Jackson. No podía hacer o
decir algo malo, porque él me quería tal como era, con un montón de problemas
y todo eso. Tampoco había cuestionado mi necesidad de dormir a su lado.
No viste el video anoche. Son dos veces.
Me di cuenta al mismo tiempo que Jackson abrió los ojos.
Mi corazón saltó, y ese dolor se multiplicó por cien mientras me daba la
sonrisa más sexy y adormilada que jamás había visto mientras se estiraba.
No puedes enamorarte de él. No. Puedes.
Oh Dios, es demasiado tarde, ¿no?
Lo que sentía por Will estaba completamente separado de las emociones
que me dominaban cuando se trataba de Jackson. ¿Cómo diablos fui capaz de
hacer ambas cosas?
—Buenos días. —Su voz era áspera de sueño mientras su mirada se
posaba sobre mí—. Te ves increíble en mi camisa.
—¿Te arrepientes de la preocupación caballerosa de anoche por mi
virtud? —me burlé, esperando que no viera lo inquieta que me sentía bajo mi
sonrisa. 246

—Ni siquiera un poco. —Esa curva se convirtió en una sonrisa.


—Tienes el control de un santo. —Puse los ojos en blanco, sabiendo que
podría haberme follado cuantas veces quisiera anoche y me habría encantado
cada minuto.
Un milisegundo después, me jalan contra Jackson desde el pecho hasta el
muslo, sus manos como suaves tornillos de banco en mis caderas y su gran y
muy dura erección interpuesta entre nosotros.
—¿Eso se siente santo? —me preguntó al oído antes de pasar su lengua
por la concha—. Porque las cosas que quiero hacerte me ponen definitivamente
en la columna de los pecadores.
—Uh. —Ni siquiera pude hacer un sonido perspicaz mientras me besaba
en el cuello. Yo estaba a favor de la columna de los pecadores.
—¿Cómo demonios hueles tan bien? —me murmuró—. Dios, me encanta
despertarme contigo en mi cama. Tenemos que hacer de esto algo regular.
—Tengo mi propia casa, sabes. —Mis muslos se movieron contra los
suyos cuando encontró un lugar que me encendió como un maldito interruptor
de luz.
—Está bien. —Me dio un mordisco en la base de la garganta, y deslicé mi
muslo sobre el suyo—. Dormiremos aquí cuando Fin esté en casa y en tu casa
cuando no lo esté. ¿Ves lo bueno que soy en el compromiso?
—Aja. ¿Está acostumbrada a ver mujeres en tu cama?
Me dio la vuelta y se levantó sobre mí con una mirada de puro asco.
—Diablos no, claro que no. Nunca me ha visto en la cama con una mujer
que no fuera su madre, y ha pasado tanto tiempo desde que eso sucedió, que
dudo que lo recuerde, ya que probablemente tenía unos dieciocho meses. No
traigo mujeres a casa, Morgan. Ni aquí. Ni nunca. Aquí es donde crío a Fin.
—Pero estoy aquí, y califico como una mujer.
Levantó una ceja. —Sí, lo que debería decirte que esto significa algo para
mí. Tú significas algo para mí, y no es algo casual.
Me quedé sin aliento.
—Pensé que estábamos en una no relación exclusiva. —Levanté mi mano
a su mejilla y ligeramente acaricié su piel rasposa y sin afeitar con mi palma.
Por Dios, me iba a ahogar en sus ojos si seguía mirándome así.
—Puedes llamarlo como quieras, Kitty. Las etiquetas no me importan, a
menos que te importen a ti. Sé lo que somos, y como dije, no es casual. —Se
instaló entre mis muslos, y le enganché mi tobillo alrededor de su cintura. Su 247
mirada cayó a mis labios mientras su aliento se aceleraba—. Quiero esto.
Ese dulce dolor en mi corazón devoró mi sentido común, y apreté mis
labios para mantener las palabras mal aconsejadas detrás de mis dientes donde
pertenecían.
—¿Qué pasa? —La preocupación llenó sus ojos.
Sacudí la cabeza y apreté más fuerte.
—Morgan. Tienes que hablarme. —Levantó su pulgar hasta mi barbilla y
presionó suavemente para que mis labios se separaran, y luego me dio el beso
más pequeño en la boca.
—Creo que me estoy enamorando de ti —admití con prisa, y luego recé
para que las palabras se hubieran malinterpretado o hubiera salido en francés,
japonés, ruso o cualquier otro idioma que él no hablara.
Sonrió, y esa destruyó a la anterior sexy y adormilada. Me encontraba en
problemas. Tantos, tantos, tantos problemas.
—¡Bueno, di algo!
La mirada que me echó fue tan tierna que me hizo arder los ojos.
—Yo no lo creo. Ya lo sé. Me alegro de que te pongas al día, porque estoy
tan lejos de ti que ya no puedo ni ver la orilla.
Oh. Me abalancé, reclamando su boca en un beso mientras me agarraba a
cualquier parte de él que pudiera alcanzar. La nuca y la piel suave y firme de su
espalda se convirtieron en mis únicas anclas cuando separó mis labios con su
lengua y se hundió en el interior.
Me besó tan largo e intensamente que cuando levantó la cabeza, ambos
estábamos jadeando, mirándonos con ojos de lujuria antes de sumergirnos en el
segundo asalto. Nunca iba a tener suficiente de este hombre. Mi necesidad de él
solo crecía cada vez que me besaba.
Mis caderas se arqueaban contra las suyas, y su dura longitud rozaba el
encaje de mi tanga con la fuerza suficiente para empujar la tela contra mi
clítoris.
—Jackson —gemí mientras la sensación se propagaba por mi cuerpo,
pinchándome la piel.
Su mano me apretó la cadera para mantenerme quieta mientras repetía el
movimiento.
Ambos gemimos.
Dos trozos de tela separaban nuestra piel, y eso era demasiado. Lo quería
248
desnudo para poder sentir cada centímetro de él contra mí. Lo quería dentro de
mí, duro y profundo. Los músculos de mi núcleo se apretaron con un deseo tan
intenso que me quejé. No era solo influencia de los cuatro años de necesidad
sexual reprimida, todo fue por Jackson. Solo Jackson.
Su camisa se había subido a mi cintura y la subió por encima de mis
pechos antes de bajar la cabeza a un pico y de burlarse de ese pezón hasta que
se puso rígido, y luego al otro, todo mientras se frotaba contra mí a un ritmo
doloroso y deliciosamente lento que hacía que mis uñas le clavaran pequeñas
medias lunas en la piel.
Él se movía como si tuviéramos todo el día, como si tuviéramos una
eternidad en este dormitorio. Sus caricias eran suaves y deliberadas mientras
besaba cada centímetro expuesto de mi piel. El hombre me volvió loca. Cada
sensación me golpeaba en las venas antes de que se me metiera en la barriga y
creara una tensión enloquecedora.
—Jackson. —Agarré su mano y la deslicé por mi estómago, entre
nuestros cuerpos, y la presioné contra mi centro.
Se levantó ligeramente, lo suficiente para mirarme a los ojos con una
pregunta.
—Por favor —reiteré.
Sin apartar la vista, empujó el encaje a un lado y pasó sus dedos desde
mi abertura hasta mi clítoris.
Jadeé pero mantuve su mirada.
—Joder, Morgan. Estás tan mojada por mí. —Su mandíbula se apretó y
su frente se arrugó con el esfuerzo de la contención.
Si no hubiera estado mojada antes, la combinación de esas palabras y su
voz áspera me habría llevado allí.
Repitió la caricia y movió sus dedos alrededor de mi clítoris, dando vida
a cada nervio sin darme lo que necesitaba.
Arqueé mi cuello y mis ojos se cerraron por el exquisito placer que me
dieron sus manos.
—Quédate conmigo —me exigió.
Mis ojos se abrieron de golpe y lo vi, un pequeño parpadeo de aprensión
en sus profundidades. ¿Qué lo haría preocuparse, aunque fuera solo un poco
cuando sus manos estaban sobre mí? Quédate conmigo.
Ese dolor en mi corazón se agudizó al darme cuenta, y le agarré la nuca.
—Estoy aquí, Jackson. —Sabía exactamente con quién estaba.
Rozó sus labios sobre los míos, luego metió dos dedos dentro de mí, 249
manteniendo sus ojos fijos en los míos. El placer me robó el aliento.
Grité cuando se sumergió de nuevo y frotó sus dedos contra la parte
delantera de mis paredes antes de retirarse solo para repetir una y otra vez.
Cada caricia me elevaba más. El placer se agudizaba y la tensión dentro de mí
se tensaba más.
—Más —le exigí, montando su mano con los codiciosos movimientos de
mis caderas.
—Te sientes tan condenadamente bien. —Me pasó por encima del clítoris
con el pulgar y me quejé. Era demasiado y aun así no era suficiente—. Mojada,
resbaladiza y tan perfecta.
—Me estás matando. —Sus palabras, su tacto, la forma en que me miraba
me tenía en el filo de la navaja.
—Entonces sabes exactamente cómo me siento. —Volvió a empujar—.
¿Sabes lo buenos que vamos a ser juntos? ¿Lo difícil que es tocarte así y no
reemplazar mis dedos con mi pene?
—¿Quién te lo impide? —lo desafié, levantándome para besarlo.
Gimió, consumiéndome con su beso mientras sus dedos me acariciaban
hasta el límite de la razón.
—Jackson. —Mis dedos se apretaron en su cuello mientras esa tensión se
elevaba para consumirme.
—Eso es, Kitty. Justo ahí. —Su pulgar trabajó mi clítoris, y mientras mis
muslos se cerraban, presionó ese manojo de nervios y me mandó a volar.
Grité su nombre mientras el orgasmo me bañaba en un tsunami de pura
felicidad, solo para cabalgar la siguiente ola y la siguiente, hasta que mi cuerpo
cayó inerte contra las sábanas y mis respiraciones se convirtieron en jadeos.
¿Duró minutos? ¿Horas? ¿A quién le importaba?
—Podría verte hacer eso todo el día —dijo contra mis labios mientras sus
dedos se retiraban.
—Te deseo. —Le agarré el culo y nos puse las caderas al ras para que no
confundiera mi significado.
—Kitty —gimió, dejando caer su boca sobre mi cuello.
—Ahora. —Ahora, antes de que pudiera pensar demasiado en mi
elección o ceder a la culpa que seguramente seguiría.
Levantó la cabeza y tuvo el valor de sonreír, pero había un fino temblor
en sus brazos. —Una cosita exigente, ¿no es así?
—Sí —respondí con una sonrisa.
250
Se rió, y fue el mejor sonido que había escuchado en mi vida. —¿Y estás
segura de esto?
—Lo suficiente como para decirte que busques un condón. —Nunca
deseé a alguien como a él. Solo a él. Ni siquiera… no vayas allí.
Sus ojos se oscurecieron.
Pasos sonaron en un trote constante, pareciendo como si se dirigieran
hacia arriba…
—Está subiendo las escaleras —terminó mi pensamiento—. ¡Mierda! —
Bajó su camiseta para cubrirme los senos y nos tapó con el edredón.
Ni siquiera noté que lo habíamos echado a un lado.
La puerta se abrió de golpe y Finley apareció. —¡Hola, papi!
Mátenme ahora. Ahora mismo, Señor. La mortificación calentó mis mejillas
ya sonrojadas. Estaba literalmente debajo de su padre.
—Hola, cariño. ¿Qué estás haciendo en casa? —Se elevó sobre sus codos
y sonrió.
¿Cómo demonios sonaba tan tranquilo? ¿Por qué no estaba en estado de
pánico y trastabillando con las palabras? ¿Por qué me tenía prisionera para que
no entrara en pánico y trastabillara?
—¡Mamá me trajo! Tiene una audición, ¡así que vine a casa más
temprano! —Rebotó con emoción y me saludó con la mano—. ¡Hola, Morgan!
Mátenme en ese mismo momento. ¿Es posible que esto empeore? —Hola, Fin —
logré decir con una sonrisa temblorosa. La habría saludado con la mano, pero
las tenía inmovilizadas entre mi cuerpo y el de su padre, no es que fuera a
decírselo.
Jackson apenas disimuló su confusión. —Una audición, ¿eh? Bueno,
estoy feliz de tenerte en casa. Sabes, a Cousteau le vendría bien el desayuno.
—¡Cierto! ¡Estoy en ello! ¡Un desayuno de pez en camino! —Se giró y se
chocó directamente con Claire—. ¡Lo siento, mamá!
Sip, es peor.
Claire nos miraba con la boca abierta, una mezcla de dolor y conmoción
le torció los rasgos durante un segundo. Luego sus ojos nos recorrieron y se
estrecharon con una furia tan palpable que se me erizaron los vellos de los
brazos. —¿Qué demonios estás haciendo, Jax?
Él inclinó la cabeza. —¿Qué te parece que estoy haciendo, Claire? Una
pregunta mejor, ¿qué haces en mi habitación?
—Parece que estás confundiendo muchísimo a nuestra hija, quien no
necesitaba ver esto. ¿Cómo pudiste? —espetó, ignorando su pregunta.
251
Jackson ni siquiera resopló. —Es curioso, podría haber jurado que
anoche cerré la puerta de entrada con llave.
Resopló. —Usé la llave de mi madre. Créeme, cariño, si hubiera sabido
que estarías aquí arriba mojando el pene con la vecina de al lado, habría
llamado primero.
Me encogí.
Jackson se tensó. —Y ahora me estás enojando, así que puedes irte a la
mierda, Claire.
—¿Por qué me hablarías de esa forma? —Se presionó la mano contra el
corazón.
—Tienes suerte de que Fin esté al final del pasillo o habría dicho algo
mucho peor y mucho más fuerte. Ahora sal de mi habitación.
Parpadeó, como si acabara de darse cuenta de que había sobrepasado sus
límites. —Necesito hablar contigo sobre nuestra hija.
—Genial, y podemos hacerlo abajo. No eres bienvenida en el segundo
piso. Ahora. Sal. De. Aquí. —Su tono cayó a uno escalofriantemente peligroso
que nunca quería oírlo usar en mi dirección. Nunca.
Miró entre nosotros y suspiró. —Bien. Te veré abajo. Y para que lo sepas,
hay una fila de personas al pie de las escaleras esperando verte.
¿Una fila? Mis amigos. ¿Continuaban siéndolo? Mierda, ahí se iba mi
entusiasmo.
—¡Afuera! —espetó Jackson.
Ella huyó.
Sus ojos no eran más que gentiles cuando los dirigió a mí. —¿Estás bien?
—¿Conoces esa pesadilla en la que estás desnudo en el pasillo de tu
secundaria y te has olvidado la tarea?
—¿Así de mal?
—Peor. Pero estoy bien. Ve a encargarte del drama con la mamá de tu
hija que yo encontraré algo de ropa.
Me besó la frente. —Estoy loco por ti. Lo sabes, ¿verdad?
—Lo sé. —Le acaricié la espalda—. Ropa, Jackson.
Suspiró con frustración sexual. —De verdad la odio en este momento.
—Tiene cinco años —bromeé, sabiendo muy bien que se refería a Claire.
—Listilla —replicó sarcásticamente, pero salió de la cama—. Ponte lo que
252
sea que desees si no tienes ganas de ponerte la ropa de ayer —me dijo después
de ponerse unos pantalones cortos sobre sus calzoncillos y una camiseta sobre
las líneas talladas con las que aún tenía que jugar.
Verdaderamente teníamos que remediarlo pronto.
—Sal de aquí —le dije, todavía sentada en el medio de su cama.
Me lanzó una sonrisa y desapareció por la puerta.
Apenas había puesto mis pies sobre el piso cuando lo oí gritar: —¡Es mi
novia!
Supuse que ahora teníamos etiqueta, ¿eh?
Entré en su vestidor y me maravillé con las filas ordenadas y organizadas
en las que mantenía su ropa. Puede que el hombre fuera relajado en algunos
departamentos, pero al parecer le gustaba que sus cosas estuvieran ordenadas.
Elegí una camiseta suave y me conformé con los pantalones cortos del día
anterior. Podía atar la remera, pero no había forma de que cualquier cosa se
ajustara a mi parte inferior.
Una vez que estuve apropiadamente vestida y asomé la cabeza para ver
a Fin perdida en su colección de conchas marinas, bajé las escaleras y me
encontré con Jackson haciendo todo lo posible por sacar a Claire por la puerta
mientras mis amigos fingían no escuchar nada desde donde estaban sentados
alrededor de la mesa del comedor.
No estaba segura de si debía echarlos o reírme por lo incomodidad de
toda la situación.
—Ya estaré allí. Y no te enojes conmigo. Parecían cachorritos perdidos —
explicó Jackson desde la puerta—. No podía dejarlos afuera bajo la lluvia.
—Ajá. —Sacudí la cabeza—. Es un placer verte de nuevo, Claire.
Murmuró algo antes de que él cerrara la puerta, dejándolos afuera.
Sam fue la única que se me acercó mientras yo preparaba dos tazas de
café y buscaba la crema de Jackson, solo para darme cuenta de que no tenía y
me conformé con la leche, que no era lo mismo.
—Dales una oportunidad —dijo en voz baja mientras revolvía mi azúcar.
Se me retorció el estómago, no dispuesta a enfrentarme a la lata de
gusanos que había abierto ayer. Pero yo era la que había perdido los estribos, lo
que significaba que también se los debía.
—De acuerdo —respondí finalmente.
Suspiró aliviada y caminó hacia la mesa a mi lado.
Tomé el asiento vacío en el extremo y ella se deslizó a mi derecha. Paisley 253
estaba a mi izquierda con Jagger, que tenía a Peyton en el regazo. Josh estaba en
la cabecera y Ember a su izquierda, al lado de Sam. Cada uno me miró con
resignación y un toque de miedo.
Me asaltó una añoranza inmediata por Grayson, que era el más ecuánime
de todos.
—Lo lamento —comenzó Paisley, ya llorando—. Siento mucho haberte
abandonado cuando más me necesitabas. Puedo evocar miles de excusas, pero
la verdad es que debería haber sido la que te llamara. Debería haber sido la que
se sentara contigo y te consolara… y, bueno, debería haber hecho muchas cosas.
Sabía cuánto lo amabas, y esperaba que tuvieran un futuro. Quería tanto eso
para ustedes. Y tienes razón. No es justo que nunca obtuvieras esa oportunidad,
y no es justo que no pudieras contar conmigo, sobre todo cuando siempre has
estado a mi lado.
La pura miseria en su voz me hirió el alma. Independientemente de los
últimos dos años, era mi mejor amiga. Dos años de negligencia no anulaban una
vida de amor y apoyo.
Jagger le tomó la mano y entrelazó sus dedos sobre la mesa.
—Sé que tenías las manos llenas —dije con suavidad, calentándome las
manos con mi taza de café—. La salud de Jagger era tu primera preocupación,
como debería haber sido. Nadie puede esperar que equilibres a un marido
herido, un embarazo y una mejor amiga en duelo.
—Podría haberlo hecho. —Sacudió la cabeza—. Debería haberlo hecho. Y
siento lo que le dije a Josh ese día en el cementerio. Traté de calmar su culpa y a
cambio te herí inconmensurablemente con palabras increíblemente irreflexivas.
Tienes mis más sinceras disculpas, Morgan.
Tragué el nudo en mi garganta, pero no era ansiedad. —Gracias.
—Hay tantas cosas por las que debo disculparme, y espero que me des la
oportunidad. Te amo. Eres la única hermana que me queda. —Se secó una
lágrima.
—Siento haber desatado mi temperamento con ustedes ayer. —Jugueteé
nerviosamente con la taza.
—No —reprendió Ember—. Hacía mucho tiempo que lo merecíamos,
cada palabra. Ojalá hubieras perdido los papeles con nosotros hace dos años.
Lamento mucho no haber visto por el dolor que estabas pasando en el funeral.
No haberlo visto en mi boda, o en la de Sam.
El nudo en mi garganta creció. —Eso no es tu culpa.
—Pero sobre todo lamento no haberte dicho que hablé con Will antes de
que fuera a verte. —Su rostro se contrajo mientras luchaba por mantener el
254
control—. Debería haberte dicho que dijo que eras perfecta. Me dijo que eras
graciosa, y hermosa, y que le recordabas a quién realmente era debajo de todo
lo demás.
Se me contrajo el pecho y mi nariz comenzó a arder.
—No creo que haya tardado tanto tiempo en reaccionar porque no quería
estar contigo —continuó—. Era porque pensaba que te merecías a alguien que
tuviera todo el corazón para entregar. Estaba tratando de protegerte. Quería
estar seguro de que podía amarte de la forma en que lo amabas, y esa noche
cuando se fue, tenía la esperanza de un futuro contigo. —Sonrió, pero era
temblorosa—. Lamento no habértelo dicho antes.
Intenté enderezar mi arrugado y estropeado rostro, y fallé. —Gracias por
decírmelo ahora. —Era muy similar a lo que me dijo esa noche. A lo que dijo en
el video.
—Lamento estar aquí y que él no —admitió Jagger casi en un susurro.
—Dios, no. Jagger, no. —Sacudí la cabeza con violencia.
—Oye, ayer te descargaste, ahora es nuestro turno. —Una esquina de su
boca se elevó—. Pienso en él todos los días. Pienso en él en mis momentos más
felices, porque nunca va a tener las oportunidades que tuve. Nunca podrá verte
vestida de blanco ni verte cargar a su hijo. Puede que no lo diga, pero créeme
que lo pienso. Todos sabíamos que ustedes dos eran inevitables. Simplemente
no sabíamos lo que nos vendría. Lamento tanto tu perdida, Morgan, y todo el
tiempo que nos llevó a todos finalmente decirlo.
El calor de la taza comenzó a quemar, pero no la solté. —La verdad es
que Will tuvo la oportunidad de hacer todo eso. Simplemente no la aprovechó.
No a tiempo, al menos. Eso es su culpa, no tuya, Jagger. Quería que vivieras
porque le prometió a Peyton que siempre cuidaría a Paisley, y eso es lo que
hizo. Cuidó de Paisley y tu hijo. Maldición, ese hombre sí que amaba una buena
promesa.
Mis ojos se posaron sobre mi taza, luego se elevaron a Sam cuando
golpeó la mesa con el dedo distraídamente.
—Lamento haberte dejado poner el collar con él.
Se me aflojó la mandíbula.
—Utilizas a ese chico como una armadura alrededor del corazón, y no
puedo evitar sentir que dejé que te enterraras con él ese día. —Forzó una
sonrisa—. Oh, y lamento haberte dejado en nuestro primer día aquí para correr
a por un tequila que ni siquiera podías beber, pero supongo que todo salió bien.
—Recorrió la casa de Jackson con la mirada y sonrió.
—Sí, así es. —Le devolví la sonrisa, maravillándome de que pudiera
hablar de Will y aún sentir ese cálido resplandor en mi pecho por Jackson—. 255

¿Ustedes están… bien con Jackson? No es que vaya a apartarme de él si no les


agrada o algo así, por supuesto. Pero es tan bueno conmigo, y sé que es una
tontería siquiera pensar en estar con alguien que vuela el mismo maldito
helicóptero…
—Detente —interrumpió Josh—. Amaremos a quien sea que encuentres
lo suficientemente digno de amar, Morgan. Jagger y yo también volvimos a
volar, y estoy seguro de que Paisley y Ember sienten el mismo miedo, pero de
todos modos nos aguantan. No considerarías a eso tonto, y tampoco te dejaré
pensar que lo es. No podemos evitar a quién amar. —Se encogió de hombros—.
Pero si pudieras evitarlo, él es una muy buena elección por lo que hemos visto.
—Totalmente.
—Lo que sea que te haga feliz.
—Ojalá volara un helicóptero de verdad, pero no es lo suficientemente
genial.
—Le puse mi sello de aprobación en el minuto en que nadó por la playa
y pasó corriendo. El hecho de que sea tan agradable como atractivo es una
ventaja. —Sam guiñó un ojo.
Mi alma… se asentó. Calmada.
Josh se aclaró la garganta. —Lamento no haber hecho esto mucho antes.
—¿Hacer qué? —preguntó Jackson, parándose detrás de mí con una
mano sobre mi hombro—. Gracias por el café. Lamento haber tardado tanto.
Es… Claire. —Me besó la cima de la cabeza.
—Trae un taburete —instruyó Josh, señalando hacia la barra que
separaba la cocina del comedor.
Fue a buscar el más cercano y se sentó a mi lado, sosteniéndome la mano
sobre su regazo y dejando su café sobre la mesa.
Josh miró a Ember, y ella asintió, ofreciéndole la mano desde la esquina
de la mesa. Él la tomó y suspiró tan fuerte que toda su postura cambió.
Mi estómago no solo se retorció… se hundió. ¿Qué estaba a punto de
decir que lo tenía tan nervioso?
Levantó la vista y se encontró con mis ojos a lo largo de la extensión de la
mesa. —Estaba estudiando en mi habitación ese día en Afganistán cuando Will
entró con una sonrisa arrogante y una bolsa de galletas de tarta de queso y
fresa, preguntando si estaba listo para su vuelo de orientación de área. Eso es
todo lo que se suponía que fuera. Un vuelo rápido y fácil.

256
20
Traducido por Anna Karol
Corregido por Julie

Jackson

—No puedes hablar en serio —punteó Morgan mientras se acomodaba


contra mí en su sofá. Encajaba bajo mi brazo como si hubiera sido hecha para
ese lugar en particular.
257
—Es un clásico moderno —argumenté, apenas ocultando mi sonrisa a la
vez que pasaba el cursor sobre el botón de compra en el televisor de Morgan.
Hombre, me encantaba burlarme de ella.
—No voy a ver Sharknado en la única noche que te tengo a solas. No. No
va a pasar. —Me echó una mirada que decía que hablaba en serio a la vez que el
microondas hacía ruido.
—Vamos, Kitty. Lo tiene todo. Acción, suspenso…
—¿Tiburones cayendo del cielo? —Se levantó del sofá y se fue a la cocina,
y la seguí rápidamente, mirando descaradamente su culo en esos pantaloncillos
azules. Llevaba una sudadera que colgaba de un hombro, y con su cabello
enredado en un nudo, le eché un vistazo a la tira de su sujetador morado. No
había nada más sexy que cuando Morgan estaba totalmente relajada en casa. Su
casa. Mi casa. Me apuntaría a cualquiera de las dos.
Le dije a mi pene que se comportara, pero no estaba realmente interesado
en escuchar. Tenía un estatus perpetuo cuando Morgan estaba en la habitación,
y era erecto.
Metió la mano en el nuevo microondas y sacó una bolsa de palomitas
recién hechas. —Agarra los chocolates M&M's.
Levanté una ceja bastante escéptico, pero hice lo que me pidió, luego
deslicé el paquete por el granito gris que había sido instalado en la cocina hace
casi dos semanas. Era difícil de creer que ya era mediados de junio y aún más
difícil pensar que solo la conocía desde hacía tres meses. Ella era un elemento
fijo en mi mundo ahora, y cada minuto que pasaba a su alrededor solo me
convenció más de que era permanente.
No solo me gustaba, sino que estaba perdidamente enamorado. Lo supe
en la hora que le llevó a Josh contarle la historia de cómo murió Will. Era la
mujer más fuerte que había conocido, aunque ella no lo creyera. Amaba todo de
ella, desde la forma en que su rostro formaba las expresiones de los personajes
de cualquier libro que leía, hasta la determinación con la que acometía cada día.
Demonios, incluso me encantaban los coloridos planes de lecciones que pasaba
sus días construyendo, preparándose para el comienzo del año escolar. No
podía pensar en una sola cosa que no me gustara.
Tiró las palomitas de maíz en un tazón, y luego derramó los M&M's. No
iba a discutir con la elección de los bocadillos de la mujer, pero definitivamente
era una de las cosas más raras que había visto.
—¿Qué puedo hacer para ayudar?
Sonrió. —Quédate ahí y luce guapo.
Había estado más así desde que sus amigos vinieron; sonriendo y 258
bromeando. No iba a ir tan lejos como para decir que estaba curada, y no me
correspondía decirlo, pero definitivamente había dado un paso en esa dirección.
Una grabadora delgada y plateada me llamó la atención hacia la parte de
atrás de la encimera. —¿Para qué es esto? —pregunté, recogiéndola para poder
mostrarle lo que quería decir.
Levantó la mirada, palideció, y el cuenco se le escapó de las manos,
traqueteando sobre el granito durante unos segundos antes de que se detuviera.
—Es para terapia. Por favor, no presiones el botón de reproducir.
—Vale. —Lo volví a colocar con cuidado en su sitio—. No iba a hacerlo,
lo prometo.
—Gracias. —Le restó importancia y forzó una sonrisa—. Entonces,
¿sobre Sharknado?
Me reí, y luego recogí el tazón. —Podemos ver lo que quieras, Kitty.
Después de todo, quedarte en casa y vegetar fue tu idea para la noche de cita,
¿recuerdas?
—Hmmm. —Un brillo diabólico encendió sus ojos—. ¿Qué pasa con Jane
Eyre? ¿Orgullo y Prejuicio?
Hice una mueca, pero asentí con la cabeza. —Como dije, lo que quieras.
—Solo lo dices porque hay una tormenta y no puedes arrastrarme a
hacer surf con jetpack o lo que sea. —Tomó un par de palomitas de maíz del
tazón con un M&M—. Abre.
La obedecí y luego gemí mientras la mezcla salada y dulce golpeaba mi
lengua. —Bueno. Retiro mis anteriores pensamientos y dudas. Es asombroso. Y
nunca he oído hablar del surf con jetpack, pero estaría dispuesto a intentarlo —
bromeé.
Se levantó de puntillas y me besó. Fue suave y acabó demasiado pronto.
Había habido un chisporroteo de electricidad entre nosotros desde la mañana
en que nos interrumpieron en mi dormitorio. Entre mis horas de trabajo y el
horario de visitas de Fin con Claire, Morgan y yo no habíamos podido hallar
más de una o dos horas juntos, y la atracción entre nosotros era casi dolorosa.
Con Sam en casa de los padres de Grayson durante la noche, estábamos
solos. Total y completamente solos durante toda la noche.
Nos acomodamos de nuevo en el sofá, y ella pasó rápidamente las
opciones de las películas, como si no le importara lo que veíamos, porque no
íbamos a verlo de todas formas.
Una ráfaga de viento movió el columpio en la cubierta, y la lluvia caía en
láminas contra el vidrio que se extendía en la parte trasera de su casa.
—¿Necesito preocuparme? —preguntó. 259

—No. —Puse las palomitas de maíz en la mesa delante de nosotros y la


arropé a mi lado—. Esto no está mal.
—¿Así que puedo dejar de esperar a que se rompa la duna? —Se asomó
en tanto el columpio se movía de nuevo.
Me contuve de reír y me ahogué. —La duna no se va a romper, Kitty. Se
necesitaría un huracán o al menos una oleada tormentosa muy grande. —Mi
móvil sonó, y lo agarré con la mano izquierda para no tener que soltar a
Morgan, luego murmuré una maldición cuando el identificador de llamadas
apareció—. Mierda. Es de la estación —le dije con un gesto de dolor—. Lo
siento, estoy de guardia.
—Bueno, entonces, contesta. —Me mostró una sonrisa e hizo clic en las
comedias mientras yo pasaba a atender la llamada.
—Montgomery —respondí.
—Gracias a Dios. —La voz de Sawyer era firme, lo que me puso tenso
inmediatamente—. Dime que estás en tu casa.
—Estoy en casa de Morgan. —Me levanté y caminé hacia las ventanas.
Teníamos una hora hasta la puesta de sol, así que no tuve problemas en ver las
enormes olas blancas que se agitaban furiosamente más allá de nuestra playa.
—Lo bastante cerca. Acaba de llegar una llamada, la otra tripulación ya
se encuentra ocupada, y Hastings acaba de resbalar en la puta cubierta. Estoy
bastante seguro de que se rompió la pierna. Garrett lo está revisando ahora
mismo.
—¿Es urgente? —Lo último que quería era dejar a Morgan y arrastrar mi
culo a la tormenta por alguien que no necesitaba mi ayuda. El problema era
que, si nos llamaban, era porque necesitaban la maldita ayuda.
—Es una amenaza de vida. Tenemos un barco pesquero volcado con dos
marineros a bordo. ¿Qué tan rápido puedes llegar aquí?
Mierda.
—Ve hacia el pájaro. Estaré allí en seis minutos.
—Entendido.
Terminé la llamada y me metí el teléfono en el bolsillo. Le tomaría diez
minutos aproximadamente llevar el pájaro por el pre-vuelo.
—No te vayas. —Las palabras llevaban el frágil sonido del terror cuando
Morgan se acurrucó a mi lado. Ese mismo miedo se manifestaba en sus ojos
abiertos.
—Kitty, tengo que hacerlo. —Le acuné la cara—. Parece que Hastings se
cayó y se rompió la pierna, y Sawyer no puede salir solo. Tengo que ir a salvar 260
algunas vidas.
Soltó mi cara y me señaló el mar. —¿Y quién exactamente va a aparecer y
salvar tu vida? ¡No puedes salir con esto! —Sus músculos se bloquearon y sus
pupilas explotaron. Mi estómago se retorció. Esto era malo, y no tenía tiempo
de serenarla como ella necesitaba. Habría sido genial si Sam hubiera aparecido
en este momento.
—Sé que se ve mal ahí fuera, pero he volado en peores condiciones. —
Tenía que salir de aquí en los próximos noventa segundos—. Estaré bien.
Sacudió la cabeza. —No. No. No. La visibilidad es una mierda. ¿De
cuánto crees que es el techo? ¿Ciento cincuenta metros?
Miré hacia el cielo. —Probablemente más cerca de ciento vein…, espera,
¿cómo sabes lo que es un techo?
—¡Porque le ayudé a estudiar durante las primarias! —Su voz se elevó
hasta casi gritar.
Fantástico. Mi chica estaba aterrorizada y sabía de lo que hablaba.
—Morgan, cariño, estoy más que cómodo con ciento veinte metros, y no
tengo problemas volando con reglas de vuelo instrumental. —No es que fuera
fan de tener que volar instrumentos durante un clima de mierda, pero era mejor
que dejar morir a la gente.
Ella observó al océano y de vuelta a mí. —Llama al piloto al mando. No
es posible que esto sea aprobado. ¡Míralo!
Si no conociera su pasado, la habría besado en la frente y salido por la
puerta, que era más o menos lo que necesitaba hacer de todos modos.
—Ya me registré con él, y el vuelo está aprobado. —Agarré sus hombros,
esperando que la conexión física la hiciera aterrizar emocionalmente—. Tengo
que irme, y no quiero dejarte así, pero hay personas que morirán si no me voy
ya mismo. ¿Lo entiendes, mi amor?
—¿Quién aprobaría esto? —gritó mientras el sillón se estrellaba contra la
ventana. Justo a tiempo, carajo.
—Yo —dije con la mayor calma posible. Me quedaban veinte segundos,
si es que eso ocurría—. Soy el piloto al mando.
Sus hombros se desplomaron en derrota, y eso paralizó una parte de mi
alma. Dios, nunca quise ser el que le causara ese tipo de derrota.
—¿Y si te pido que no lo hagas? ¿Si te pido que elijas tu propia vida en
lugar de la de esa gente? —La tristeza que emanaba de ella era tan espesa que
casi podía saborearla.
261
¿Cómo pudiste morir por ellos y no vivir por mí? Esas fueron las palabras
que le gritó a la camioneta de Will la noche que le dije que era un piloto de
búsqueda y rescate.
Deslicé mis manos para acunar la parte posterior de su cabeza. —No
estoy eligiendo sus vidas por encima de la mía. No arriesgaría a mi tripulación
de esa manera. No arriesgaría el futuro de Finley o el tuyo, Morgan. ¿Confías en
mí?
Asintió lentamente.
—Entonces confía en que no me pondré en un peligro innecesario. Tengo
que irme.
—Está bien. —Tragó y parpadeó lágrimas sin dejarlas caer—. Está bien.
Vete. Yo… esperaré aquí. Pero no esperes que queden palomitas de maíz para
cuando vuelvas. —Sus palabras salieron temblorosas, pero las aceptaría. No
podía empezar a adivinar lo que le había costado el decirlas.
La tomé en mis brazos y le di un fuerte beso en la frente, luego retrocedí
para poder volver a ver esos preciosos ojos marrones. —Te amo, Morgan.
Sus ojos se abrieron aún más.
—Te amo más de lo que puedo decirte en los próximos tres segundos, así
que tendrás que creerme. Volveré a casa contigo, lo prometo. ¿Me crees?
Su labio inferior tembló, pero asintió con la cabeza.
La besé, fuerte y rápido. —Te amo —dije contra su boca porque se sentía
muy bien al decir las palabras.
Luego salí de la casa de Morgan y corrí el resto del camino hacia mi auto.
Me encontraba vestido y en el asiento treinta segundos después de que Sawyer
terminara el pre-vuelo. Nos lanzamos inmediatamente.
Morgan tenía razón. Los techos estaban bajos y la visibilidad era una
mierda, pero no había mentido, me sentía cómodo volando allí.
Simplemente no me gustaba.
Y cuando el mástil de ese barco pesquero se acercó a centímetros de mi
rotor de cola en esos mares enojados y ráfagas de viento, casi nos derriba con él,
pero no había ninguna posibilidad de que le contara esa parte de la historia a
Morgan.
Nunca.

262
21
Quiero que seas feliz. Nunca lo olvides.

Traducido por Miry & evanescita


Corregido por Gesi

Morgan

Volví a mirar mi teléfono y leí su mensaje por centésima vez.


Jackson: Aterrizaje seguro. Estaré ahí después del informe. 263

El mensaje había llegado una hora antes, momento en que volví a


respirar.
El cuenco de palomitas de maíz permaneció intacto sobre la mesa y mi
libro sin leer en mi regazo. Estuve mirando la pared de ventanas durante las
últimas tres horas y veintisiete minutos, escuchando cómo la lluvia caía de
forma impiadosa sobre el vidrio.
Ni siquiera recé para que volviera a casa como prometió que lo haría por
temor a que Dios se diera cuenta de que yo aún existía y también se llevara a
Jackson.
Me amaba.
¿Cómo podía amarme ese hombre increíble, amable, frustrante y terco?
¿Cómo se suponía que fuera digna de eso?
Era así. Si me quedaba con Jackson y aceptaba su amor, así sería mi vida.
¿Cuántas horas observaría por las ventanas y esperaría que regresara a casa?
¿Cuántas veces me besaría y saldría por la puerta en ese tipo de condiciones?
¿Cuántas veces arriesgaría su vida?
¿En qué momento él estaría en el lado perdedor de ese riesgo?
¿En qué momento lo estaría yo?
Pero me amaba. ¿Esperaba que le correspondiera el sentimiento? Me
estaba enamorando de él. Ya lo había admitido, pero ¿amarlo? No estaba segura
de poder hacerlo de la manera en que se merecía. Ahora, si estaba interesado en
un enamoramiento, podía servírselo en bandeja.
¿Qué le diría cuando entrara por la puerta? ¿Realmente estaba dispuesta
a soportar este miedo paralizante todos los días solo para poder estar con él? Si
así era, ¿eso me hacía noble? ¿O realmente estúpida?
Golpe. Golpe. Golpe.
Me levanté del sofá de un salto y corrí hasta la puerta, sin molestarme en
revisar la mirilla antes de abrir. Jackson se encontraba apoyado en el marco
exterior. La humedad de la tormenta se precipitó sobre mi piel, pero al menos la
lluvia había cesado.
¿Por qué tenía que ser tan increíblemente hermoso? Me miró con una
mezcla de aprensión, alegría y cansancio, todavía con su traje de vuelo y botas.
Nuestras miradas se trabaron en una conversación silenciosa, su tono de
disculpa y el mío acusador y aliviado.
No pidió entrar ni volvió a profesar su amor. Simplemente se enderezó y
esperó mi decisión. Cada célula de mi cuerpo gritaba con anhelo, exigiendo que
lo tocara y me asegurara de que era real.
Debería haber cerrado la puerta. Ya caminaba por una delgada línea 264

entre la cordura y… bueno, la locura, lo último que necesitaba mi salud mental


era otra noche como esta. La lógica dictaba que reexaminara mi compromiso y
corriera tan rápido como pudiera hacia el tipo con un trabajo de escritorio más
cercano que me aceptara.
Pero algo en mi ser no había cambiado.
Nunca fui inteligente con mi corazón, y mi corazón quería a Jackson.
Un paso y mi boca estuvo sobre la suya enganchada en un beso que decía
todo lo que necesitaba decir. No vaciló. En menos de un segundo su lengua se
entrelazó con la mía, sus manos agarraron mi trasero mientras me recogía y yo
envolvía las piernas en su cintura.
Escuché la puerta cerrarse, entonces mi espalda estuvo contra la lisa
superficie. Me aferré a su cabello con una mano, anclé la otra alrededor de su
cuello y lo besé con todas mis ganas. Fue caluroso, desordenado y lleno de una
urgencia primitiva que envió una avalancha de necesidad por mi sistema.
Me sujetó con un brazo y enredó los dedos en los cabellos de mi nuca,
apoyando mi cabeza contra la puerta. Incluso cuando el beso se salió de control
fue cuidadoso. Desaté toda la ira y la desesperación que me mantuvo congelada
durante las últimas horas, permitiendo que mi cuerpo fuera dominado por las
emociones. Mis dientes atraparon su labio inferior con una mordida que
normalmente habría suavizado hasta convertirse en un roce, pero nada en mí se
sentía suave en el momento.
Era una llama ardiente, y él podía retroceder o arder conmigo, porque no
había forma de apagar este fuego.
Siseó suavemente, luego me besó con más fuerza, inclinando mi cabeza y
tomando mi boca con hábiles movimientos profundos que imitaban lo que
esperaba que hiciera pronto con otra parte del cuerpo. Necesitaba más.
Necesitaba que quemara cada pensamiento en mi cabeza hasta que lo
único que quedara fuera mi innegable hambre por él.
Alejó su boca, dejándonos jadeando irregularmente. —Morgan…
—Te odio —espeté.
—No es cierto. —Sus ojos se suavizaron, maldito sea.
—Odio tu trabajo —respondí—. Odio que no se trate solo de lo que
haces, sino de quién eres.
—Lo sé. —Su mano se deslizó desde mi cabello hasta mi mejilla y la
acunó suavemente.
—Odio lo que me haces. Odio haberme quedado esta noche sentada
preguntándome quién me llamaría esta vez cuando… —Tragué saliva.
265
—Estoy aquí —me aseguró con un beso suave y prolongado—. Nadie
tuvo que llamar porque estoy aquí. Estoy bien.
—Esta vez —espeté.
Su mandíbula se tensó, y algo que no quise examinar pasó por sus ojos.
—Odio cómo me haces sentir. —Me ardían los ojos—. Cómo no puedo
decidir si el fuego es más caliente en el infierno donde elijo vivir con el terror
que sentí cuando saliste por la puerta esta noche o en el que tengo que
averiguar cómo alejarme de ti, porque de cualquier manera lo que siento por ti
eventualmente me incinerará. —La intensidad era tan aterradora como verlo
alejarse en la tormenta.
—Todo lo que puedo decir es que te amo. —Me acarició la mejilla con el
pulgar, como si su toque pudiera calmar el tumulto de sentimientos que
luchaban por el dominio en mi interior.
—¡Eso no lo hace más fácil! —En lugar de apartarlo, apoyé mi frente
contra la suya y apreté mis muslos alrededor de su cintura. Lo sentí duro e
insistente contra la costura de mis pantalones cortos y apenas logré mantener
quietas las caderas. No importaba lo frustrada y enojada que estuviera con mis
sentimientos por el hombre, todavía lo deseaba. Ese era el maldito problema.
—Lo sé, pero es todo lo que tengo. —Flexionó los dedos y me pasó un
poco más de su peso, sujetándome contra la puerta con la presión de sus
caderas—. Te amo.
—Deja de decirlo. —Mi corazón dio un vuelco y se me aceleró el pulso
cuando el dolor entre mis muslos se encendió por el calor entre nuestros
cuerpos.
—No. —Echó la cabeza hacia atrás para que pudiera mirarlo a los ojos.
Tan hermoso. Todo en él era hermoso—. Dejaré de besarte. Dejaré de tocarte si
es lo que quieres. Te bajaré y me iré en este mismo segundo si me lo pides. Haré
cualquier cosa que me pidas, menos eso.
—Deja de volar —murmuré con un puchero ridículo. También podría
haberle pedido que arrancara su naturaleza y le prendiera fuego solo para
apaciguarme. Ambos sabíamos que a ninguno de los dos nos gustaría mucho él
sin ella.
Resopló suavemente, reconociendo mi patético intento de broma, luego
utilizó esos ojos suyos para ver dentro de mi maldita alma. —Te diré cómo me
siento hasta que elijas el infierno que nos destroza, e incluso entonces seguiré
diciéndotelo. Lo que siento por ti no es silencioso. Es ruidoso, inconveniente y
exige que se diga con la mayor frecuencia posible.
—Jackson —susurré suplicante. ¿Para que se detenga o diga más? Ya no lo 266
sabía. Cada vez que pensaba que estaba bien orientada, mi resolución volvía a
ceder.
—He esperado toda mi vida para amarte, Morgan. Todo lo que vino
antes fue solo una preparación para tu llegada, para enseñarme cómo amarte.
—No quiero enamorarme de ti —susurré.
—También lo sé. —Su mirada fue tan tierna que me derretí. Gracias a
Dios por la puerta—. Cumplo mis promesas. Siempre las cumpliré con respecto
a ti, y esta noche me hizo comprender que no puedo prometer que nunca me
estrellaré. No puedo evitar todos los accidentes, fallas mecánicas o actos de
Dios. Ese tipo de promesa no es justa para ti, no después de todo lo que has
pasado. Hay algunas cosas que están fuera de mi control, sin importar lo bueno
que sea piloteando. —Me acarició la mejilla y me incliné hacia él, odiando sus
palabras, incluso cuando su honestidad me tocó de una manera que ninguna
promesa podría haberlo hecho.
—Lo sé. —Le acuné el rostro—. Y sé que a veces soy irracional, pero
tengo mucho miedo de perderte. Apenas logré superar… —Tragué el nudo en
mi garganta y me concentré en él. Solo Jackson. Era el único hombre que tenía
permitido estar en mi mente por el momento—. Me matará si te pierdo. No
sobreviviré.
Cerró los ojos al respirar hondo, y cuando los abrió, brillaron con
resolución. —Te prometo que nunca pondré un rescate por encima de mi vida.
Prometo que nunca pondré en peligro mi vida a sabiendas. Prometo que, si bien
soy el mejor piloto de búsqueda y rescate en nuestra estación, me esforzaré para
ser el mejor del maldito país solo para asegurarme de que no aparezcan
uniformados golpeando nuestra puerta, y aunque no puedo prometer que de
todos modos no aparecerán, juro por Dios que nunca recibirás esa noticia de
segunda mano. Nunca más. Ya soy prudente por Finley, pero lo seré el doble
por ti. Prometo que haré todo lo que esté en mi poder para siempre regresar por
esa puerta.
Dios, la balanza se inclinaba. Mi elección se desvanecía como si nunca
hubiera existido. Él también lo vio. Su agarre se desplazó a mi muslo al mismo
tiempo que su mirada se posó en mis labios. Luego bajó su boca a la mía, y la
dulzura del beso estuvo en perfecta armonía con la necesidad que tenía sus
garras en mi vientre. Quererlo ya no era solo algo físico. Quería envolver mi
alma en la suya.
—Y prometo que mientras viva no te arrepentirás de estar conmigo. Ni
siquiera puedo sugerir que será fácil, porque es una gran mentira, pero juro que
siempre haré que los bajos de mierda palidezcan en comparación con los altos
increíbles. Eres amada, Morgan, lo quieras o no. Pero, por favor, dame la
oportunidad de mostrarte cuánto. 267
Mi estúpido corazón se aceleró. Le creí. Mitigaría el riesgo existente, y
tendría que rezar para que fuera suficiente, porque no mentí, no sobreviviría a
perderlo.
—Vale. —Una sonrisa curvó las comisuras de mis labios—. Muéstrame
cuánto.
Su sonrisa hizo que la mía se agrandara, pero solo la vi por un segundo
antes de que su boca me consumiera en un beso que exigió toda mi atención.
Fue todo labios, dientes y lengua, nuestros toques cambiaron de suaves caricias
a necesitados tirones de cabello y ropa.
Rompí el beso con un jadeo y me quité la sudadera. Sus ojos se
oscurecieron al ver el encaje púrpura que cubría mis pechos, y el siguiente beso
fue el doble de hambriento.
Mis manos trabajaron entre nosotros para desabrochar su traje, gruñí de
frustración cuando mis dedos encontraron el suave algodón de su camiseta en
lugar de piel. —¿Cuánta ropa llevas puestas?
Tuvo el descaro de reír, pero apartó los dedos de mi muslo para tocarme
a través de mis pantalones cortos. —¿Alguien está impaciente?
—Para alguien que prometió mostrarme cuánto me ama, seguro que no
estás mostrando mucho. —Arqueé una ceja y miré su torso.
Su sonrisa era sexo puro y mi cuerpo respondió con una ola de calor. Me
derretí, carajo.
—Dios, te amo. —Robó mi respuesta con un beso, y luego nos movimos.
Molí las caderas contra las suyas, buscando algún tipo de alivio mientras me
cargaba al piso superior. Llegó a la cima y me apoyó contra la pared para
desabrocharme el sostén. Lo descarté con rapidez.
Me levantó como si no pesara nada y chupó mi pezón.
Grité y me arqueé pidiendo más, agarrándome a sus hombros para
mantener el equilibrio. Sus labios eran suaves, sus dientes afilados mientras
arañaba la delicada carne para luego calmar el escozor con una caricia de su
lengua. Le dio el mismo tratamiento al otro seno, y cuando terminó, estaba lista
para hacer a un lado nuestra ropa y follarlo en el pasillo.
—Tus pechos son increíbles. —Me dio una última chupada y luego me
bajó para que nuestras bocas estuvieran niveladas—. Te voy a devorar. —
Entonces lo hizo. Me besó como un hombre hambriento que se tropezó con un
banquete mientras me llevaba a mi habitación. La tela de su traje raspaba mi
piel sensible, pero no me importó. Ningún toque era lo suficientemente fuerte,
ningún beso lo suficientemente largo. 268

Las luces se encendieron, me dejó en mi cama y se quitó rápidamente la


ropa. También sus botas. Me estiré hacia la bragueta de mis pantalones y
sacudió la cabeza. —Desvestir es la mitad de la diversión.
Alejé las manos y me apoyé sobre mis codos para poder mirarlo. Se me
hizo la boca agua ante la alucinante perfección de su cuerpo, mis labios se
abrieron al ver esa V profundamente tallada que corría por los lados de sus
abdominales y desaparecía en sus calzoncillos negros. Trazaría esa línea con la
lengua en el segundo en que se metiera en la cama. Los músculos de sus brazos
se tensaron cuando agarró su billetera. La abrió, sacó un paquete de aluminio y
lo elevó con una ceja arqueada. Asentí, mi lengua estaba demasiado gruesa
como para pronunciar las palabras que afirmarían que allí era exactamente
hacia donde nos dirigíamos. También había una caja nueva en mi mesa de
noche. Algo me decía que no era un hombre de solo uno. El paquete aterrizó en
algún lugar a mi derecha.
Su peso se estableció sobre mí y gemí en su beso al sentir su piel contra la
mía. Su boca volvió a reclamar mi cuello, luego se detuvo en mis pechos antes
de besar un camino por mi estómago. Mis dedos se enredaron en su cabello,
desesperados por agarrar cualquier parte de él que pudiera.
—He querido hacer esto durante tanto maldito tiempo. —Presionó un
beso de boca abierta en el interior de mi cadera—. Desde el momento en que te
vi en esa playa. —Abrió los botones de mis pantalones y elevé las caderas para
que pudiera bajar la tela por mi cuerpo.
—Pensé que Dios había tomado todas mis fantasías para moldearte en
base a ellas. Eras, eres, el hombre más devastadoramente hermoso que he visto
en mi vida.
Sus ojos se clavaron en los míos, estaban iluminados con un toque de
sorpresa cuando mis pantalones aterrizaron en algún lugar del suelo. ¿No se lo
había dicho antes?
—Puede que haya estado destrozada, pero no estaba muerta. —Sonreí a
medida que me sentaba y me ponía de rodillas.
Sus ojos me recorrieron mientras se lamía el labio inferior. —Las cosas
que te haré —murmuró.
—Yo primero. —Empujé su pecho y protestó con la mirada, pero captó la
indirecta y se dio vuelta para quedar acostado boca arriba con la cabeza en mi
almohada. Me quedé sin aliento y se me aceleró el pulso al observar hasta
saciarme—. No tengo palabras para ti —admití, pasando mis dedos desde la
fuerte línea de su cuello hasta su pecho y sus abdominales para detenerme en
los tatuajes de latitud y longitud que recorrían su costado derecho—. ¿Qué son 269
estos?
—Marcan lugares. —Puso una mano detrás de su cabeza y pasó la otra
por mi espalda, sin embargo, sus músculos estaban tensos con restricción. No
estaba tan relajado como intentaba mostrarse.
Bajé los labios y besé las marcas. —¿A dónde conducen?
Respiró hondo, así que volví a hacerlo, escogiendo la primera línea de
tinta. Su piel estaba cálida y era firme, y tenía ese leve olor a metal que marcaba
las horas pasadas en un helicóptero.
—Esa es de mi ciudad natal. Donde nací. —Sus dedos subieron por mi
cuello hasta mi cabello.
—¿Y esta? —Besé la siguiente. Sus abdominales saltaron y se flexionaron.
—Exactamente frente a la costa de Maine.
El lugar en que murieron sus padres.
Dirigí mi atención a las últimas coordenadas. —¿Y esta?
—Mobile, Alabama. Escuela de vuelo. Donde nació Fin.
Asentí y me moví para poder llegar a mi destino original, egoístamente
contenta de que ninguno de esos lugares involucrara a otra mujer.
—Kitty, me estás volviendo lo... —Sus dedos en mi cabello se apretaron y
gimió cuando lamí la V de sus abdominales.
—Estos me distrajeron desde el primer día. —Pude conocer íntimamente
con mi boca esas dos líneas, inhalando su aroma a océano y cobre con el sabor
de su piel hasta emborracharme en él. Cuando llegué a la cintura de sus
calzoncillos, encontré la cabeza de su erección elevándose sobre el elástico y
pasé mi lengua sobre la gota de humedad que se había acumulado allí.
—¡Mierda! —Su gemido fue gutural, y lo sentí como una caricia.
Encontraría cada uno de sus puntos que me diera la misma respuesta y...
El mundo giró y aterricé de espaldas debajo de Jackson. Le habría
preguntado si se oponía al sexo oral, pero la manera en que me miraba era
cualquier cosa menos enojada. Me recordó a un gato salvaje, un depredador
que tenía a su presa exactamente donde la quería.
—No es así como sucederá nuestra primera vez. —Su voz bajó mientras
se acomodaba entre mis muslos abiertos.
Dios. Tenía razón. Ahí. —¿No? —pregunté, jadeando mientras él negaba
lentamente con la cabeza.
Antes de que pudiera preguntarle exactamente cómo sería, de repente lo
estaba haciendo. Mi respiración se convirtió en un jadeo entrecortado cuando se
270
deslizó por mi cuerpo y luego acunó mi entrepierna.
—Maldita sea, Kitty, estás empapada. Siento lo mojada que estás a través
del encaje. —Se le aceleró la respiración al enganchar las bandas moradas de mi
ropa interior entre sus dedos y me miró pidiendo permiso.
Asentí. Demonios, sí, quería que las quitara. También lo suyo. Desnudos
estaba bien.
Su mandíbula se flexionó mientras las bajaba por mis piernas, dejándome
desnuda. Entonces se sentó sobre sus pantorrillas entre mis muslos, su mirada
acalorada recorrió mi cuerpo. Mi piel se sonrojó como si me hubiera tocado.
Ardería si no lo hacía pronto.
Arrastró sus ojos hasta los míos. —¿Seguimos solos? No vi ningún otro
coche.
Asentí. —Sam no vuelve hasta mañana. ¿Por qué? —Dios, ¿se movería?
¿O en serio nos quedaríamos discutiendo los planes de Sam?
—Solo me aseguraba antes de hacerte gritar. —Abrió mis muslos, me
separó con sus pulgares y puso su boca en mi centro.
—¡Jackson! —No quedaron palabras. Solo sensaciones cuando su lengua
lamió larga y duramente a través de mi hendidura, luego giró sobre mi clítoris.
Santa mierda, se sentía increíble. Sacudí las caderas cuando volvió a hacerlo y las
sujetó a la cama con sus manos, sosteniéndome en el lugar para que no pudiera
ir tras su boca. Solo aceptar lo que me daba.
—Haré esto todos los putos días —gruñó contra mi clítoris y la vibración
envió una sacudida de placer tan intensa que jadeé—. Cada. —Lamida—.
Maldito. —Lamida—. Día. —Succionó ligeramente mi clítoris y grité—. Quizás
serás mi desayuno de ahora en adelante. —Hundió su lengua en mi interior y
mis manos empuñaron las sábanas cuando gemí.
—Jackson. ¡Dios, se siente tan bien! —Bien ni siquiera era la palabra
correcta, pero mi cerebro no estaba exactamente interesado en el vocabulario.
—¿O sería mejor guardarte para el postre? —musitó, luego su lengua
rodeó mi clítoris sin tocarlo—. ¿Mi recompensa al final del día?
Nos miramos a los ojos y mantuvo el contacto visual al repetir el
movimiento. Erótico. Esa era la única forma de describirlo. Mi cabeza cayó
contra la almohada mientras él giraba y giraba su lengua. El placer se retorció
dentro de mí, pero no aumentó la presión para llevarme al límite.
—Jackson —exigí con un quejido.
—¿No te gusta? —preguntó, y sentí su sonrisa antes de que volviera a
lamerme.
—¡Mierda! —grité—. Sí, yo... ¿qué me estás haciendo? —Me tenía tan
271
tensa que estaba destinada a quebrarme en cualquier segundo.
—Haciendo que dure —respondió.
Nunca volvería a mirarle la boca de la misma manera.
—Te he deseado por demasiado tiempo como para que esto termine tan
rápidamente. —Golpeó de nuevo, pero esta vez hizo bailar ligeramente la punta
de su lengua sobre mi clítoris.
Mi grito fue fuerte y agudo mientras mantenía la presión lo bastante
ligera como para encender sin incendiar. —¡Ambos! —grité.
—¿Perdón? —Levantó una ceja.
Me palpitaba el pecho y cada nervio de mi cuerpo se sentía expuesto y en
carne viva. —Desayuno y postre. Ten ambos. Solo déjame acabar.
Presionó un beso en la línea de rizos justo encima de mi hendidura y
respiró hondo. —Es un trato. —Con los ojos aún fijos en los míos, succionó mi
clítoris y lo azotó con su lengua.
Esa espiral de placer en mi vientre se apretó tanto que mis muslos se
bloquearon, y cuando presionó la parte plana de su lengua y tarareó, me corrí
con tanta intensidad que no estaba segura de si todavía habitaba en mi cuerpo.
Olas de placer me recorrieron a la vez que pronunciaba su nombre, cada
una un poco menos intensa que la anterior a medida que cuidadosamente me
ayudaba a descender. Todo mi cuerpo se sacudió cuando pasó la lengua sobre
mi centro por última vez, entonces se irguió sobre mí.
—Eres un hechicero —acusé a través de la niebla mental—. Quítate los
pantalones. Ahora.
Sonrió e hizo lo que le pedí sin corregirme que no eran pantalones.
Busqué a tientas el paquete entre las cobijas, lo encontré y lo abrí mientras él
trepaba entre mis muslos.
Me mordí el labio con anticipación por su tamaño. Si había penes
perfectos en el mundo, entonces Jackson tenía uno de ellos. Siseó, los músculos
de su estómago se tensaron cuando le coloqué el condón y luego apreté un poco
su longitud. Estaba duro como una piedra y tan caliente que entibió mi palma.
Llevé mis manos a sus hombros cuando se cernió sobre mí, apoyó su
peso en un codo mientras se posicionaba en mi entrada con la ayuda de su
mano.
—Dime que quieres esto. —Sus ojos buscaron los míos como si hubiera
alguna posibilidad de que hubiera cambiado de opinión.
—Han pasado cuatro años —espeté—. Y solo hubo otros dos.
272
Su mandíbula se apretó una vez. Dos veces. La tensión fue evidente en
cada línea de su rostro cuando levantó la mano para tomar la mía. —Tendré
cuidado. Y no me importa quién estuvo antes, siempre y cuando ahora seas
mía.
—Solo tuya —prometí con un asentimiento—. Y no… no quiero saber tu
número. Ahora no, de todos modos. —Dios, estaba divagando. El momento
más caliente e importante de mi vida y no podía callarme.
Sus ojos brillaron con diversión, pero el resto de él estaba tenso. —Nadie
que estuvo antes importó tanto como tú.
Tragué, sabiendo que al menos había una, y me odié por dejarla entrar en
este momento.
Rozó un suave beso en mis labios, como si me leyera los pensamientos.
—Nunca he amado a nadie como te amo a ti. No quiero simplemente poseer tu
cuerpo. Quiero tu maldita alma, Morgan.
—¿Esa es tu forma de decirme que también eres mío? —La presión de él
en mi centro hizo que ajustara mis caderas, haciéndolo entrar en mi interior solo
un poco.
Volvió a apretar la mandíbula, pero sus ojos seguían siendo tiernos. —Ya
eres dueña de mi alma. Soy tuyo.
Mi corazón amenazó con explotar; el dolor era así de dulce y fuerte.
—Quiero esto —aseguré, enganchando un tobillo sobre su espalda—. Te
deseo, Jackson.
Me besó con fuerza y giró las caderas, llenándome con una larga
estocada. Gritamos. Sentí una leve quemadura cuando mis músculos se
estiraron para acomodarlo, pero no era nada comparado con la sensación de
tenerlo en mi interior.
Su boca se tensó sobre la mía y sus ojos se cerraron con tanta fuerza que
parecía como si estuviera sufriendo mientras luchaba por mantener el control.
Un respiro. Dos. Tres. Pasaron cuatro antes de que su mirada se encontrara con
la mía. Sus pupilas estaban dilatadas y sus músculos se pusieron tensos bajo
mis dedos.
—Te sientes tan bien —gimió—. ¿Estás bien?
—Dios, sí. —Apreté mi núcleo instintivamente.
—Bien. —Su boca tomó la mía cuando se retiró y volvió a empujar, lo
que nos hizo gemir—. Viviré aquí. Justo aquí —prometió, luego creó un ritmo
con embestidas lentas y duras.
Cada golpe se sentía como subir a un nivel superior en el cielo.
Nos movimos al unísono como si fuera nuestra centésima vez, en lugar 273
de la primera. Era natural y tan malditamente bueno cada vez que encontraba
sus caderas con las mías que lo anhelaba entre los segundos cuando no estaba
profundamente dentro de mí. Nunca vaciló, ni disminuyó la velocidad o acortó
sus embestidas. Usó su cuerpo como una máquina para extraer cada gramo de
placer posible de mi carne. Clavé las uñas en su espalda mientras el sudor nos
perlaba la piel.
Se me cortó la respiración y mis ojos se ensancharon cuando sentí esa
misma espiral de placer apretándose profundamente en mi interior. Oh, Dios,
¿en serio me correría otra vez? ¿Era posible?
—Jackson —gemí.
—Dios, Morgan. —Acunó mi nuca con una mano, elevó mi rodilla con la
otra y se deslizó aún más profundo, cambiando nuestro ángulo.
Tenso. Todo estaba tenso. Mi piel, mis músculos, mis huesos se pusieron
rígidos cuando mis gritos llegaron al mismo tiempo que sus embestidas.
Arrastró su mano por mi muslo y deslizó su pulgar entre nosotros, luego
masajeó mi clítoris a un ritmo alterno.
—Tienes que acabar para mí, mi amor. No puedo aguantar mucho más.
Te sientes demasiado bien y te he deseado durante mucho tiempo.
Sus palabras y la mirada en sus ojos me enviaron al borde, luego me
incitó con su cuerpo.
Grité su nombre cuando el orgasmo me atravesó más fuerte y con más
profundidad que el primero.
—Sí —gimió con un beso—. Te amo. —Su agarre cambió y sus caderas se
balancearon con abandono al perder el control.
Me aferré a él a través de las réplicas de mi orgasmo y se me unió con el
suyo, pronunciando mi nombre con el rostro enterrado en la base de mi cuello
mientras acababa.
Luchamos por recuperar el aliento durante minutos. Rodó hacia un lado
para no aplastarme, llevándome con él para que mi pierna siguiera rodeando su
cadera.
Su mirada revoloteó sobre mis rasgos, asimilando todo antes de posarse
en mis ojos. Acercó nuestros rostros y me besó en los labios.
—Mía —dijo con suavidad.
Difícilmente podía negarlo, tampoco quería hacerlo. El hombre acababa
de transformar mi realidad y atarse a mi alma.
—Mío. —Sonreí y le devolví el beso.
274
—Cierto. —Sonrió.
Nos limpiamos y ninguno se vistió antes de regresar a la cama.
Me atrajo hacia él con un beso. —Creo que acabas de cambiar la marea.
Eso ha arrasado con todas las fantasías que he tenido.
—Me alegro de haber estado a la altura de las expectativas. —Le besé la
barbilla. Qué diferente había resultado la noche, y sin embargo era exactamente
donde imaginé que terminaríamos. Un pensamiento me espabiló y me aparté
para mirarlo—. ¿Cómo está la pierna de Hastings? No se me ocurrió llamar a
Christina.
Tragó y apartó su mirada de la mía, parpadeando rápidamente. —Oh,
eh. No estoy seguro. Creo que Garrett mencionó que podría necesitar uno o dos
tornillos para que puedan acomodarla.
Hice una mueca. —Eso apesta. Hornearé algunas galletas y se las llevaré
mañana.
—Eres demasiado dulce. —Me atrajo para otro beso, este fue más
profundo—. Mierda.
—¿Qué?
—Solo tenía un condón. El resto está en mi casa, y no quiero dejarte aquí,
toda caliente y desnuda, pero también sé que estamos a unos tres minutos de
volver a empezar. —Frunció el ceño.
—Tres minutos, ¿eh? ¿Estás seguro? —bromeé.
Levantó una ceja, se llevó mi mano a la ingle y todo mi cuerpo se derritió
al ver lo duro que estaba ya de nuevo.
—Uhm. Menos mal que soy una niña grande y compré una caja, porque
parecen ser unos dos minutos. —Lo acaricié con la mano.
Gimió, luego me hizo rodar sobre mi espalda con una sonrisa de infarto.
—Gracias a Dios. Sabía que me enamoré de ti por una razón.
No me hizo esperar tres minutos o dos.
A esa caja solo le quedaría un condón al llegar la mañana.

275
22
Traducido por Julie
Corregido por Jadasa

Jackson

Odiaba trabajar de noche. Significaba menos tiempo con Morgan y Fin


porque siempre dormía cuando ellas estaban despiertas y viceversa. Pero este
era mi último turno nocturno hasta otro mes, así que tenía que aguantarme.
276
Tras cerrar la cremallera de mi traje de vuelo, revisé la habitación de Fin,
pero se encontraba vacía. La risa que venía de abajo lo explicaba. Encontré a mis
chicas en el comedor, a Finley en una silla con su nueva gata en su regazo y a
Morgan detrás de ella, entrelazando su cabello en otra corona de trenzas que
coincidía con la que llevaba en su propio cabello, pero la de Finley tenía cintas
rojas, blancas y azules enhebradas.
—¿Qué es tan gracioso? —pregunté, apoyándome en la barra. Dios,
podría acostumbrarme a esto. Tener a Morgan aquí con Fin hacía que todo
pareciera completo.
—¡Morgan también tenía un gato! ¡Le derramaba vasos de agua encima
de su madre todos los días! —exclamó Fin, acariciando el pelaje de Juno.
—Los golpeaba en el extremo de la mesa —añadió Morgan con una
sonrisa y me guiñó un ojo.
Joder, amaba a esta mujer, y me parecía bien que todavía no me
correspondiera. Con el tiempo, mis encantos la convencerían.
—¿Oh? Tan amigable con la gente como Juno. —Miré a la gata atigrada y
mantuve mi distancia. Finley recogió esa cosa de la lluvia hace poco más de dos
semanas e hizo su magia en ella... y en mí. Un viaje al veterinario más tarde,
ahora teníamos una gata que me despreciaba y siseaba en cada oportunidad.
—¡Oye, a Juno le gusta la gente! —discutió Finley.
—Claro, la gente que no es tu padre —respondí mientras la gata me
miraba fijamente.
Morgan apretó sus labios para no reírse y terminó la trenza de Fin.
—¡Estás lista, cariño!
—¡Gracias! —canturreó Finley, ya dirigiéndose al espejo más cercano.
—Asegúrate de hacer las maletas para ir con tu madre. ¡Nos vamos en
diez minutos! —exclamé detrás de ella.
Morgan caminó directo a mis brazos, poniendo su mejilla justo debajo de
los parches en mi pecho.
—Odio tener que trabajar esta noche —dije contra su cabello, inhalando
su olor a medida que la abrazaba.
—Yo también.
—¿Segura que estarás bien? —Levanté su barbilla para mirarla a los ojos,
y me tiraba de culo emocionalmente como siempre me pasaba.
—Estoy bien —insistió, dejando caer su voz en un susurro—. No me
malinterpretes, preferiría escabullirme y pasar la noche en tu cama, pero Sam y
yo estamos bien. Mia y Joey van a venir. Imagina que, entre nosotras, podemos 277
cambiar la batería en el camión, también. Resulta que toda esa apertura y cierre
de puertas desgasta a ese maldito si no se enciende el motor.
—Puedo hacerlo si quieres —me ofrecí, ya sabiendo la respuesta.
—Yo puedo. Una vez que lo hagamos, iremos a ver los fuegos artificiales,
y también nos reuniremos con Christina.
—Una salida a la ciudad con Mia, ¿eh? —Mis cejas se levantaron—.
¿Significa eso que puedo esperar una llamada de Sam para que vaya a usar mis
movimientos de rescate estelares?
Arrugó su nariz. —Eso fue una vez.
—Hmm. —Sus labios se veían tan malditamente besables. Siempre se
veían así, pero hacía una hora que no la besaba y ya tenía abstinencia. La había
tenido en mi cama las últimas tres semanas, cuando nos las arreglábamos para
estar solos, y nunca me cansaba. Siempre quería un toque más, un beso más, un
más... todo.
—Jackson Montgomery, sé que no me miras así con tu hija en la
habitación de al lado —susurró con una pequeña sonrisa.
—¿Cómo te miro? —me burlé, deslizando mi mano por la parte baja de
su espalda. Este vestido de verano iba a ser mi muerte. Era el mismo que
llevaba el día que la conocí, y me moría por saber qué ropa interior llevaba
debajo.
—Como si no tuvieras pensamientos íntegros. —Arqueó una ceja, pero
levantó sus manos para entrelazarlas detrás de mi cuello.
Bajé la cabeza para susurrarle al oído. —¿Íntegros? Estoy pensando en
muchas maneras de sacarte todo ese vestido, si eso cuenta. —Pasé mis dientes a
lo largo de su oreja, y ella tembló.
—Jackson —me advirtió de esa manera sin aliento que no era una
advertencia en absoluto.
—Morgan. —Tiré de sus caderas contra mí y besé el lugar justo debajo de
su oreja.
—Mmmm. —Inclinó la cabeza, así que tomé el lugar justo debajo de ese,
que resultó ser ultrasensible en su cuello. Su aliento se aceleró, y su pulso se
disparó bajo mis labios.
—Hueles increíble. ¿Qué es eso? ¿Vainilla? —Le di otro mordisco.
Jadeó, luego se apartó de mis brazos e hizo un alboroto por su vestido
mientras sus mejillas se teñían de rosa. —Masa de galletas.
—No es de extrañar que hoy tengas un sabor extra dulce. —Sonreí,
sabiendo que no se hallaba tan poco afectada como intentaba parecer—. Ven 278
aquí y déjame besarte.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando su mirada se dirigió a la sala
de estar. —Finley volverá aquí en cualquier momento.
—¿Y? —Me moví hacia adelante, y ella bailó hacia atrás, justo fuera de
mi alcance.
—¡Y lo verá! —Tiró de la silla del comedor entre nosotros, como si esa
cosita endeble me alejara.
—¿Y? —repetí mientras ella daba la vuelta a la mesa, hacia la puerta
corrediza de cristal. Salté la silla, y ella corrió a toda prisa hacia el otro lado de
la mesa, poniéndola justo donde yo empecé.
—No puedes hablar en serio. —Cruzó los brazos sobre su pecho, lo que
elevó la hinchazón de sus pechos hasta el escote y me hizo gemir.
—Creo que es muy saludable que una hija vea a su padre locamente
enamorado. —Sostuve su mirada para que supiera que decía en serio cada
palabra. No tenía ningún problema con que Fin me viera besar a Morgan. No
era como si nos estuviéramos poniendo cachondos, pero Morgan se mantuvo a
un metro y medio de distancia siempre que Fin estaba en la habitación después
de toda la situación post-orgásmica del fin de semana del Día de los Caídos—.
Y estoy profunda, terrible y locamente enamorado de ti, Morgan Bartley.
Sus labios se separaron, y su postura se suavizó como cada vez que se lo
decía.
Me abalancé, saltando sobre la mesa y deslizándome para aterrizar frente
a Morgan. Jadeó cuando la enjaulé, poniendo mis manos sobre la barra a cada
lado de ella.
—No eres humano. —La chispa en sus ojos era la materia de la que
estaban hechos los sueños.
—Bésame. —Dejé caer mi voz y apoyé mi cuerpo contra el de ella.
Se derritió y su cabeza se inclinó, pero no se movió.
—No me importa si Fin ve que me besas. Demonios, probablemente le
daría el único ejemplo que ha tenido de cómo es una relación sana. —Le recorrí
la mandíbula con mis labios cuando Finley pisoteaba por encima nuestro en su
habitación.
—¿Esa es tu razón? ¿O tu excusa? —preguntó, empuñando la tela de mi
traje de vuelo con sus manos.
—La única razón por la que necesito besarte es porque quiero hacerlo. Y
siempre es así. Tú consumes una cantidad inapropiada de mis pensamientos.
—Mis pensamientos sobre ti son normalmente inapropiados, así que creo
que hacemos buena pareja. —Su cabeza cayó a un lado, y le di un beso con la 279
boca abierta contra su garganta, escuchando los pasos. Besar a Morgan delante
de Fin era una cosa, pero ser atrapado en el acto de seducirla era otra.
—¿Qué tan inapropiados? —le pregunté contra su cuello—. ¿Estamos
hablando de algo con contenido restringido o directamente clasificado para
adultos? —Levanté la cabeza ligeramente.
Giró su cara para que a nuestros labios los separara un aliento. —Te
dejaré usar tu imaginación.
Mi ritmo cardíaco aumentó. —Te sorprenderías de las cosas que puedo
imaginar.
Su mirada cayó a mis labios.
Ya casi está ahí.
—Me distraes —susurró.
—Mira quién lo dice. Bésame, Kitty. —Iba a perder la cabeza en
cualquier momento.
—Tan impaciente —se burló, luego cerró los centímetros entre nosotros y
me besó.
Mantuve mi gemido bajo control, presté atención de nuevo a los pasos de
Fin arriba, y me hundí en la boca de Morgan.
Jadeó y me empujó el pecho a medida que me devolvía el beso.
—Puedo oírla arriba —le expliqué contra sus labios.
Sus manos dejaron de empujar y en vez de eso, se aferraron. Con gusto
me acerqué, presionándonos contra la media pared en tanto la besaba hasta
dejarla sin aliento. El problema de besar a Morgan fue que me perdía en el
proceso. No había serenidad ni movimientos suaves. Solo un hambre que nos
consumía y mi insaciable necesidad de complacerla.
Los pasos de Fin indicaban que bajaba las escaleras, y saqué la lengua de
la boca de Morgan con más que un poco de lamento de que no estuviéramos
solos. Ella gimió en silencio, y rocé mi boca contra la suya cuando Fin dobló la
esquina.
—Ahí estás. —Resopló como si hubiera estado buscando en todas
partes—. Morgan, ¿Juno puede pasar la noche en tu casa?
De mala gana levanté mis labios de los de Morgan y sonreí.
Se ruborizó de rojo brillante y me dio una buena mirada antes de darle
una dulce sonrisa a Finley. —¿Qué, cariño? ¿Necesitas que cuide a Juno?
—Mordió a mamá la semana pasada. —Arrugó la cara mientras tomaba 280
a la gata entre sus brazos—. Y luego orinó en el zapato de papá.
Morgan reprimió una risa.
—Es verdad. Esa gata me odia.
—Claro, Fin. Solo agarra su transportador, sus tazones y sus cosas, y la
llevaré a casa conmigo.
Justo cuando pensaba que no podía amarla más.
—¡Gracias! —Fin dejó a Juno y corrió a buscar las provisiones para la
gata, su mochila de unicornio se balanceaba junto con ella.
—Debes amarme de verdad si estás dispuesta a cuidar del felino
personal de Satanás. —La agarré de las caderas y la giré para que me mirara a la
cara.
—Debo amar realmente a tu hija —respondió con una sonrisa,
presionándose contra mí. Sus ojos se fijaron en la situación actual en mis
calzoncillos.
—No puedo evitarlo —dije encogiéndome de hombros—. Si Finley no
estuviera aquí, te tendría de espaldas sobre la mesa del comedor y tus tobillos
en mis hombros en este momento. —Joder, solo pensar en ello estimuló más a
mi indisciplinado pene.
Ella sacudió la cabeza y dio un paso atrás, retrocediendo. —Te lo mereces
por haberme besado delante de tu hija.
—Tú me besaste, en realidad.
—Semántica —se burló, fingiendo asombro—. Será mejor que hagas algo
al respecto. No querrás que los chicos de la estación piensen que tienes un
regalo de despedida para ellos.
—Mujer cruel, cruel.
Se inclinó sobre la barra, arrastró dos bolsas Ziploc gigantes y colgó una.
—Retráctate.
—Oh, mierda, si saben la mitad de bien de lo que tú hueles, entonces me
retractaré de lo que quieras.
El oro de su collar de cristales marinos brilló en la luz mientras reía.
—Recuerda compartir.
Dejé caer mi mirada a sus pechos. —Nunca.
—Las galletas, hombre insufrible.
—Bien. Las galletas.
Una vez que Finley reapareció con el transportador de gatos, Morgan
engatusó a la amante de Satanás en el artilugio y empacó la comida que Fin 281
olvidó en una bolsa de repuesto.
Ella nos acompañó a la salida, y una vez que Fin estuvo en el auto, le di
un beso de despedida a Morgan fuera del garaje. —Te amo.
—Lo dices porque me llevo a Juno para que no orine tus zapatos. —
Sonrió contra mi boca.
—Lo digo porque es verdad. —Le agarré la nuca y me lamenté por
centésima vez de mi horario laboral.
—Ten cuidado esta noche, ¿vale? —Parte de la luz murió en sus ojos.
Hizo todo lo posible por enterrar el miedo, pero siempre se encontraba ahí, a un
rasguño de la superficie.
La besé con fuerza. —Lo tendré. Te enviaré un mensaje si termino
volando. —Lo llevaba mejor si le enviaba un mensaje antes y después, lo que
supimos la semana después de mi llamada por la tormenta.
—De acuerdo.
—Te amo, Morgan. —La besé por última vez, evitando murmurarle algo
como “te adoro”.
Luego me dirigí a Buxton, donde la casa de Vivian estaba a un par de
cuadras de Pamlico Sound.
Brie respondió a la puerta con una sonrisa. —¡Finley!
—¡Hola, tía Brie! —Las dos se abrazaron, y cerré la puerta tras de mí para
que el aire fresco no se escapara.
Los Beach Boys sonaban por los altavoces, y Claire entró bailando,
cantando sobre las chicas de California. Tuve que reírme. Realmente no había
cambiado tanto desde la universidad.
—¡Fin! —Claire dejó de bailar y se acercó corriendo, abrazando a Fin—.
¿Estás lista para el mejor Cuatro de Julio de todos los tiempos?
Finley asintió. —¡Sí! ¡Traje galletas! —Levantó la bolsa Ziploc que
Morgan le había dado—. ¡Morgan las hizo!
La sonrisa de Claire no vaciló, pero la felicidad se atenuó en sus ojos.
—¡Bueno, apuesto a que son tan dulces como es posible!
—¡Vamos, Fin, vayamos a buscar a la abuela! —Brie tomó su mano y se
fueron.
—Su cabello se ve muy bien —dijo Claire suavemente.
—Por supuesto —coincidí, sin querer molestarla más de lo que ya lo
hicieron las galletas.
—¿Morgan? —preguntó con un gesto de dolor. 282
—Sí, pero si te hace sentir mejor, tiene a Juno.
Los ojos de Claire se abrieron de par en par. —Ese gato es el diablo.
—Encarnado, y sin embargo nuestra hija no está de acuerdo.
Finley apareció por la ventana, bailando por la cubierta con Brie, y los
dos sonreímos. Fue el momento menos antagónico que tuve con Claire desde
que llegó a casa hace casi dos meses. Dos meses. Fue el periodo de tiempo más
largo que se había quedado.
No cumplió su amenaza de solicitar la custodia, pero mi abogado tenía
todos los papeles preparados por si cambiaba de opinión. No iba a perder a
Finley.
—¿Cómo fue la audición? —pregunté—. ¿La que tenías para esa serie de
ciencia ficción?
Claire parpadeó sorprendida, pareciéndose tanto a Fin cuando la
sorprendía robando caramelos que casi me reí. —¿Cómo lo supiste?
—Pelirroja. Once en punto. —Hice un gesto hacia las ventanas.
—Oh. Cierto. Iba a decirte si lo obtenía. Incluso le pregunté al director
con respecto a un horario de viaje entre aquí y L.A. para filmar, así no tendría
que arruinar nuestros arreglos con Fin. —Se metió los pulgares en los bolsillos
traseros, la misma señal nerviosa que había tenido en la universidad.
—Creo que sería genial. —Lo decía en serio. Si había una manera de que
Claire tuviera su carrera y Finley tuviera a su madre, entonces yo estaría a
favor—. Y siempre podríamos ajustar algunas cosas para que funcione.
Sus ojos se iluminaron. —Como, por ejemplo, ¿que tal vez ella pudiera
venir a L.A. conmigo?
Me quedé quieto.
Claire presionó sus labios en una línea y dejó caer su mirada. —Imaginé
que esa sería tu respuesta. Bien, me aseguraré de poder viajar para la próxima.
No conseguí ese.
—Lo siento.
Se encogió de hombros. —Sucede. Además, me da más tiempo para la
búsqueda de casa. Necesito encontrar algo local porque mi madre me está
matando.
El alivio me golpeó en el estómago. —Puedo darte el número del agente
inmobiliario que usé. —La búsqueda de casa significaba que iba en serio con lo
de quedarse por Fin. Esto no era solo un capricho que pasaría ahora que se dio
cuenta de lo serio que iba yo en cuanto a Morgan.
283
—Eso sería increíble. Ahora será mejor que vaya a salvar a Finley antes
de que aprenda los pasos de baile de Brie. Qué tengas un feliz Cuatro, Jax.
—Tú también, Claire.
Asentimos incómodamente y me fui. Tardé diez minutos en llegar a la
estación, y me abrí paso tarareando por la puerta.
¿Apestaba que tuviera que trabajar en vez de llevar a mis chicas a los
fuegos artificiales? Por supuesto que sí. Pero Claire había dejado la rutina de
bruja vengativa contra Morgan y se instalaba, lo cual hacía a Finley más feliz de
lo que jamás la había visto, y yo estaba locamente enamorado de una mujer
increíble con la que tenía toda la intención de pasar el resto de mi vida. No es
que se lo dijera. Tal vez una vez que admitiera que me amaba, pero hasta
entonces, me guardaría mis planes de cambio de nombre para mí mismo. Y
trabajaría para hacerla tan feliz que fuera tan adicta a mí como yo lo era a ella.
Puse mis cosas en mi casillero y miré el calendario. Los chicos se iban en
diez días. Joder, odiaba que se fueran sin mí, pero quedarme con Finley era más
importante que sentir que había contribuido a la misión, ¿verdad? Finley era mi
primera misión, punto. Quedarme atrás, aunque fuera una mierda en cierto
modo, era la mayor bendición que podía haber pedido, más aun considerando
que Morgan detonaba cada vez que alguien decía la palabra con D cerca de ella.
Esperaba que se relajara una vez que los chicos regresaran, y por mucho
que pusiera los ojos en blanco ante Sawyer y Garrett, sabía que también los
extrañaría.
—Montgomery, el capitán quiere verte —anunció Javier desde la puerta.
—Está bien. —Sin duda me hallaba a punto de ser regañado por esa
pequeña maniobra que hice con el bote de esquí la semana pasada, pero oigan,
todos habían salido con vida.
Pasé junto a Garrett en el pasillo y empujé la bolsa de galletas en su
dirección. —Morgan las hizo, y quiere que las compartas.
—¿Tengo que hacerlo? —preguntó, ya buscando una dentro.
—A menos que quieras que le diga que no lo hiciste. —Arqueé las cejas.
Hizo una pausa en la mordida. —Compartiré —prometió con la boca
llena.
—Buen chico. —Le di una buena palmada en el hombro y luego caminé
hasta la oficina del capitán Patterson. La puerta se encontraba cerrada, así que
le di un golpecito.
—Adelante.
Abrí la puerta pesada y entré. —¿Quería verme, señor?
284
El capitán Patterson levantó la vista de sus papeles y asintió, luego se
quitó las gafas para frotarse la piel entre los ojos. Para un hombre que nunca
parecía cansarse, de repente lucía exhausto. —Me alegro de verle, teniente
Montgomery. ¿Por qué no se sienta? —Hizo un gesto hacia las sillas.
Cerré la puerta, lo que reveló a Hastings en la más lejana, su pierna
enyesada apoyada en un cubo de basura al revés.
—¡Hola! ¿Cómo te sientes? —pregunté, hundiéndome en la silla a su
lado.
No respondió ni me miró, solo miró fijamente al capitán Patterson con un
tic en la mandíbula. El tipo debe haber recibido alguna noticia que no quería,
porque nunca antes lo había visto tan enojado.
El capitán Patterson deslizó sus gafas sobre sus ojos marrones oscuros y
me dio una mirada de lástima que me revolvió el estómago.
Oh, mierda.
—Jax, tenemos que hablar.
23
Y sé que voy a volver, porque quién diablos es lo suficientemente bueno
para dispararme desde el cielo, ¿verdad? Como dije ayer, volar es volar sin
importar dónde lo hagas.

Traducido por Tolola, Val_17 & Ana_V.U


Corregido por Pame .R.

Morgan
285
Giré la llave en el encendido y el motor arrancó con un ronroneo que
reconocí muy bien. ¡Tarea completa por tercer día consecutivo!
—¿Estás segura de esto? —preguntó Sam desde el asiento del pasajero.
Deslicé mis manos por el volante e inhalé el aroma del cuero en mis
pulmones.
—No sé si puedo ser lo que quieres o lo que necesitas. Hay partes de mí que
están permanentemente rotas, y no sé si alguna vez funcionarán bien. Lo único que sé es
que nunca dejaré de preguntarme en los “hubiera” si no lo intentamos porque han
pasado seis meses, y juro que todavía puedo saborear ese beso, Morgan.
—Morgan. ¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó Sam de
nuevo.
Pestañeé para salir del recuerdo y miré las alas que había dejado
clavadas en el visor. —No. No estoy segura —le contesté tan sinceramente
como pude.
—Bien, bueno, asegurémonos antes de que pongas a este monstruo en
marcha, porque puede que te ame, pero no estoy dispuesta a morir porque
creas que estás lista para saltarte los deberes y quieres dar un paseo. —Me
arqueó las cejas de un modo que me dijo que iba en serio—. Me faltan cuatro
meses para que vea a mi marido, y tengo la intención de estar ahí cuando baje
del avión.
Su voz se entrecortó con esas últimas palabras, y mi mano agarró la suya.
Anoche fue duro. Se informó de un accidente de un Apache en Afganistán y,
aunque los medios de comunicación habían informado de todos los hechos
menos los nombres, los soldados habían sufrido un apagón, con los servicios de
Internet y telefónicos cerrados, para que esos nombres no se filtraran hasta que
los parientes más cercanos pudieran ser notificados. Eso significaba horas de
espera, mirando nuestros teléfonos. Mirando fijamente nuestra puerta.
El accidente salió en las noticias alrededor del mediodía.
Grayson no tuvo la oportunidad de llamar hasta las dos de la mañana.
—Eres mucho más fuerte que yo. —Le apreté la mano.
Se burló y le quitó importancia al cumplido. —No he pasado por lo que
tú has pasado. No de la misma manera. No sé cómo Ember y Paisley dejaron
volar a esos chicos después de lo que sucedió.
—No tengo ni idea. —Ellas también eran más fuertes que yo. Todos. Pero
yo me volvía más fuerte. Cada día—. ¿En serio estás bien después de anoche?
—Sí. Solo tengo el corazón roto por esos aviadores y sus familias.
—Yo también. —Puede que no hubiéramos recibido la llamada a nuestra 286
puerta, pero alguien sí.
Forzó una sonrisa, pero no hubo alegría. —Pero no quiero pensar en ello,
así que no lo haré. Además, estamos aquí por ti.
—¿Así que yo puedo exponer constantemente mi carga emocional, pero
tú no tienes que hacerlo? —Levanté las cejas mientras me burlaba de ella.
—No estoy aquí por mi carga emocional. Estoy aquí por la tuya. Ahora,
¿por qué no me cuentas qué se siente al haber arrancado este vehículo? —Hizo
un gesto hacia el tablero, y sonreí débilmente cuando la luz del sol besó su
diamante y lanzó puntitos de arco iris por toda la cabina.
—Todavía lo oigo —admití en voz baja—. Cada vez es menos, pero cada
vez que estoy aquí, juro que puedo oírlo sentado a mi lado. ¿Crees que eso
desaparecerá alguna vez?
—¿Quieres que desaparezca?
—No lo sé. —Pasé mis dedos sobre el suave y flexible cuero de la consola
que separaba mi asiento del de Sam. El asiento de Will y el mío—. En cierto
modo, sí, porque tal vez eso significa que me estoy curando. Además, me
gustaría no tener un ataque de ansiedad cada vez que me meto en esta cosa, y
sé que nunca lo venderé. —Eso sería como vender la memoria de Will—. Pero
me aterroriza que un día deje de escucharlo, y entonces olvidaré el sonido de su
voz, su risa, y empezaré a olvidarlo. Y tampoco quiero eso.
¿Cómo hacía más espacio para Jackson en mi corazón sin perder a Will?
—Es comprensible —dijo, girando en su asiento para poder mirarme
directamente—. ¿Quieres conducir?
Sentí que se me apretaba la garganta, pero no era tan grave como lo
había sido. —Hoy no.
Se hundió con evidente alivio. Yo tampoco querría dar un paseo en un
vehículo que le provocara ataques de ansiedad al conductor.
—Lo estás haciendo muy bien, sabes. La terapia, los deberes, todo. Las
cintas suenan cada vez mejor, e incluso superaste lo de la cinta de recuerdos del
funeral, aunque no conozco a ninguna otra mujer de veinte años que se premie
con Virginia Woolf.
—Oye, no te burles de los clásicos. —Miré por encima del hombro a la
cabina, medio esperando ver la bolsa del casco y el equipo de vuelo de Will,
pero estaba vacía, por supuesto—. No podría haberlo hecho sin ti, Sam. Y sé
que te vas a casa en un par de semanas, pero estoy inmensamente agradecida
de que te hayas quedado conmigo.
Sonrió. —No habría querido que fuera de otra manera.
287
Miré la casa de Jackson, y luego revisé el reloj del tablero. Normalmente
tomaba una siesta el día que volvía al turno de día, lo que significaba que se
despertaría pronto. Mi pulso saltó con anticipación.
—Está bien amarlo —comentó suavemente mi amiga—. No significa que
amas menos a Will. O que lo estés reemplazando. Él querría que fueras feliz.
—Esa es la cuestión. Normalmente soy feliz con Jackson... cuando no me
da un susto de muerte y se va corriendo a volar en una tormenta. —Mi mano se
cerró alrededor del colgante de cristal marino, como si pudiera abrazarlo de
forma indirecta, y mi frente se frunció. Hubo muy pocas veces en las que fui
feliz con Will. Claro, había habido noches como el baile y cuando apareció en
mi casa, pero la angustia definitivamente dominaba la mayor parte de nuestra
relación—. Son tan diferentes.
—Noche y día —coincidió—. Y eso está bien. No tienes que compararlos.
No es como si tuvieras que tomar una decisión.
¿Una elección? ¿Entre Will y Jackson? No, gracias.
Se burló. —Chica, he dicho que no tienes que elegir.
Puse los ojos en blanco y volví a respirar hondo, buscando en mi cuerpo
las señales habituales de que estaba al límite. —No hay ataque de ansiedad.
—No hay ataque de ansiedad —concordó—. Mírate, poniéndote sana y
todo eso.
—Salgamos de aquí. Tal vez conduzca mañana.
—¿Cuánto de esa medicación para la ansiedad tienes? —preguntó.
—¿Qué? ¿Para los ataques agudos? —le pregunté—. No he tomado esos
medicamentos de rescate en... —Traté de pensar—. Dios, ya ha pasado más de
un mes.
—Bien. No dije que fueran para ti. Son para mí que voy contigo en esta
cosa. —Levantó las cejas.
Nuestros ojos se encontraron y nos reímos. Todavía tenía una sonrisa en
mi cara en tanto subíamos los escalones de mi casa. Me encantaba mi pequeña
casa en forma de hongo. La pintura color cerceta, el ribete blanco, el nuevo y
más fuerte entarimado. La sentía como una extraña que poco a poco se había
convertido en mi mejor amiga. Mi muy cara mejor amiga.
La remodelación estaba casi terminada. Los otros dos dormitorios de
arriba necesitaban ser tirados y rehechos, pero lo haría después de que Sam se
fuera para no molestarla.
Había pedido ya el generador de toda la casa, y Steve debía comenzar la
demolición del baño principal la semana próxima.
288
Por fin iba a tener un banco en la ducha para poder afeitarme las piernas
sin retorcerme como el nuevo miembro del reparto del Cirque du Soliel. Un
banco donde Jackson pudiera sentarse mientras yo me sentaba en su regazo...
Hablando del diablo, ¿por qué el Land Cruiser de Jackson se encontraba
en la entrada de su casa?
Nos quedamos en la terraza en tanto él se estacionaba en el garaje.
—Hola, forastero —grité cuando apareció, balanceando una bolsita de
papel.
Se sobresaltó. —¿Qué haces ahí arriba?
Sam se apoyó en la barandilla. —Hemos estado sentadas aquí todo el día
con la esperanza de que aparezcas … ¡y mira! ¡Aquí estás!
Mis hombros temblaron de risa mientras él cruzaba nuestro patio, pero
cayeron cuando me miró y subió las escaleras.
Parecía agotado y tenso. Sus mejillas estaban ásperas por la barba crecida
durante un turno, y sus ojos se encontraban inyectados de sangre. Algo andaba
mal.
—¿Estás bien? —pregunté en cuanto llegó a la cima.
—Sí. No. No estoy seguro. ¿Puedo tener un segundo contigo? —Extendió
su mano para pedir la mía.
Entrelazamos los dedos y asentí con la cabeza, luego lo llevé adentro.
—Les daré algo de tiempo —dijo Sam, dándose cuenta de la energía del
momento. Desapareció arriba, y llevé a Jackson a la cocina, donde lo senté en
uno de los nuevos taburetes que hacían juego con mi temática del blanco y el
gris.
Puso la bolsa en la encimera, donde rápidamente se cayó, pero no la
levantó. Se hallaba demasiado ocupado mirándome como si yo fuera la que
actuaba raro por aquí.
Le agarré una botella de agua de mi nevera, luego le quité la tapa y la
puse delante de él.
—Gracias.
—Te ves...
—¿Horrible? —sugirió con una sonrisa.
—Es imposible que estés feo. Pero necesitas una siesta. ¿Por qué no
dormiste cuando saliste esta mañana? —¿Dónde diablos había estado todo este
tiempo?
289
—Tenía que ir a buscar algo que había pedido la semana pasada, y luego
conduje un rato sin rumbo. —Tomó la botella y se bebió la mitad.
—¿Pasó algo? ¿No pudiste dormir? —Oh, Dios, ¿Claire lo amenazaba
con una demanda de custodia otra vez? Me metí entre sus muslos extendidos y
puse mis manos sobre sus hombros—. Dime qué te preocupa.
Me estudió como si nunca me hubiera visto antes. —Eres hermosa. —Me
pasó la mano por el cabello y me sostuvo de la cintura con la otra, y luego me
acercó—. Bésame, Kitty.
Eso era algo que podía hacer.
Puse mi boca sobre la suya como tantas veces antes y le besé lenta y
profundamente, rodeando su cuello con mis brazos. El mundo y sus problemas
se desvanecieron con un fondo nebuloso, dejando solo a Jackson y la forma en
que me hacía sentir. Cambió el ritmo con hábiles movimientos de su lengua, y
el beso se volvió hambriento y urgente... incluso desesperado. Para cuando nos
separamos, nuestras respiraciones eran irregulares. Mi pulso estaba acelerado, y
mis labios se sintieron hinchados.
Nunca en mi vida había estado con un hombre que pudiera borrar el
mundo con un solo beso como él. El poder que Jackson tenía sobre mí era
aterrador, pero sabía que nunca lo usaría contra mí. Me amaba.
Y yo... lo adoraba. Era adicta a él. Mi corazón saltaba por él, y sentía mi
alma entera cuando me encontraba en sus brazos. Necesidad, enamoramiento,
conexión... esas eran todas las cosas que sentía por él, ¿pero amarlo? Era una
emoción, un poder, que no me encontraba segura de ser capaz de volver a dar a
alguien más. El amor era un regalo. Lo sabía. Lo sentía cada vez que Jackson me
daba esas palabras. Pero amar a alguien también le daba el poder de destruirte.
—Te he traído un regalo —dijo contra mi cuello, apretando sus labios en
ese punto sensible bajo mi oreja. La barba de su cara era un delicioso contraste
con sus labios suaves.
—¿Este regalo implica desnudarme? Porque, aunque podría estar
absolutamente a favor de ello, Sam está arriba. —Ladeé la cabeza para darle
mejor acceso.
—Está en la bolsa. —Levantó la cabeza, y casi me quejé de la pérdida. El
asunto de tener finalmente a Jackson fue que nunca me sentía completamente
satisfecha. Quería más y más de él—. No me mires así, o estaremos en mi casa
en treinta segundos, y hay algo de lo que tenemos que hablar primero.
Hice pucheros. Fue infantil, y no me importaba. —Bien. Hablamos, y
luego vamos a tu casa.
—Abre tu regalo. —Me mostró una sonrisa que casi me quita las bragas y
empujó la bolsita marrón en mi dirección. 290

Saqué la caja de su bolsa, levanté la tapa y desenvolví las delicadas capas


de papel de seda. Dios. Este libro era increíble. En un texto sencillo, las palabras
Noche y Día destacaban en el lugar donde habían sido grabadas en un cuero rico
y oscuro. Estaba agrietado y desgastado en algunas partes, y aunque había sido
protegido con una funda transparente de biblioteca, era fácil ver que pasó por
muchas manos en el transcurso de muchos años hasta llegar aquí.
—Jackson, ¿esto es...? —No quería abrir la tapa. No quería ni pensar que
podría serlo.
—¿Una primera edición? Sí. Pero no te preocupes, no era tan cara como
piensas. No recurrí al fondo para la universidad de Finley ni nada de eso. —Sus
ojos brillaban con la simple alegría de hacerme feliz.
Pero esto... esto era cualquier cosa menos simple. Fue un regalo elegido
con tanto detenimiento y cuidado que las lágrimas me pincharon los ojos y mi
pecho se expandió con un brillo que estaba segura de que tenía que ser visible.
Oh, corazón. No te enamores de este hombre.
¿Que no me enamore? ¿O que no lo admita?
Mi estómago se retorció e hizo su propia caída.
Sus ojos se oscurecieron. —Kitty, si no te gusta, puedo devolverlo.
—¿Qué? —Pestañeé para liberarme de mis pensamientos—. Oh, no,
Jackson, esto es exquisito. No solo que hayas encontrado una copia, ¡sino que es
la única que no he leído todavía! —Giré la tapa y, por supuesto, ahí estaba la
fecha de publicación: 1919.
Mostró una sonrisa. —Sabía que estabas obsesionada con Virginia Woolf
y revisé tus estantes. Me imaginé que era un regalo apropiado ya que terminas
la terapia en cuánto... ¿tres sesiones más?
—Dos —dije en voz baja. Mi dolor había estado en un nivel nueve, sobre
todo porque me negué a usar diez cuando empezamos, y la sesión de la semana
pasada había sido de tres.
Tres. Ni siquiera parecía posible cuando comenzamos. Y claro, todavía
tenía mis desencadenantes, pero la doctora Circe dijo que existía la posibilidad
de que nunca desaparecieran. Había algunas cosas que no se podían arreglar,
pero seguro que se podían evitar.
—Bueno, ahora tienes el último libro de Virginia Woolf para leer como
recompensa.
Envolví cuidadosamente el libro y lo guardé en la caja para protegerlo.
—Eres increíble, Jackson. Gracias. —Lo besé.
—Podrías cambiar de opinión en unos minutos, así que lo aceptaré.
291
Fruncí el ceño. —¿Por qué?
Desvió su atención a la caja. —¿Cómo vas a leerlo en la caja?
Parpadeé. —No lo leeré. Voy a comprar una de esas vitrinas herméticas y
lo protegeré como la obra de arte que es.
Su mirada volvió a la mía. —¿Qué sentido tiene tenerlo si no lo lees?
—¿Qué sentido tiene tener una primera edición de un libro invaluable si
no lo proteges? —respondí con una sonrisa.
—Eres una mujer asombrosa, y te amo. —Sacudió la cabeza y la energía
en la habitación cambió a la vez que respiró profundo. Cuando sus ojos se
reunieron con los míos, hubo una súplica en ellos que no entendí, y que no creía
querer entender—. No hay una manera fácil de decir esto. Tengo que hacer un
viaje.
—¿Está bien? —Me senté en el taburete más cercano y me moví para que
nuestras rodillas se tocaran—. ¿Estamos hablando de unos días o una semana?
—Unos pocos meses.
El mundo se inclinó sobre su eje. —No entiendo.
Se inclinó hacia mí y tomó mi mano. —La pierna de Hastings no sanará a
tiempo. No tiene la autorización para ir. Está furioso, pero no puede hacer nada.
—¿Ir a dónde? —Mi pulso se aceleró y las náuseas amenazaron con hacer
que mi almuerzo resurgiera.
—Son básicamente unas vacaciones de tres meses, cuando lo piensas.
Solo una rotación. —Su voz era baja y tranquila, pero sus ojos no.
—Jackson —advertí—. Las respuestas a medias son una mierda.
Se estremeció. —Tienes razón. De acuerdo. Tengo que desplegarme con
la unidad.
Los bordes de mi visión se volvieron borrosos y sus palabras se
mezclaron.
—Ojalá tuviéramos más tiempo, pero tengo que desplegar.
Mi corazón latía como un tambor.
—Son solo tres meses, Kitty. Eso es todo. Tres meses y estaré de vuelta.
Tres meses y luego tenemos una eternidad.
—Quiero decir, ¿qué tan difícil podría ser para nosotros esperar nueve meses,
considerando todo el tiempo que hemos estado bailando alrededor de esto?
Era imposible deshacerse de su voz. No podía guardar el recuerdo en la
cinta de casete y almacenarla como me había enseñado la doctora Circe. Aparté
mi mano de la de Jackson y me presioné los dedos contra mis sienes. Respira.
292
Respira. Respira.
—Mierda. Cariño, no puedo imaginar cómo suena esto para ti, pero no se
parece en nada a lo que estás pensando. —Jackson me alcanzó, pero me aparté
de su toque—. Simplemente me voy a otro lugar para hacer el mismo trabajo
que hago aquí. Eso es todo. Solo voy a volar.
—No será tan malo, así que no quiero que te preocupes, aunque sé que te
preocuparás de todos modos, pero volar es volar sin importar dónde lo hagas.
Cerré los ojos de golpe y traté de calmar mi respiración. Esto no estaba
ocurriendo. No era posible.
—Morgan, cariño…
—¡Dijiste que no podías ir! —grité, y el sonido resonó en los pisos de
baldosas—. ¡Me dijiste que no podías ir por Finley!
Cuando volvió a alcanzarme, me bajé del taburete y tropecé hacia atrás
hasta que mi espalda golpeó la isla.
—No, Kitty. —Había tanto dolor en sus ojos—. Dije que tenía un plan de
cuidado familiar, pero el capitán decidía dejarme atrás debido a Finley. Fue una
decisión tomada tanto por las necesidades de la unidad como por compasión.
Ser padre soltero no te libera de los despliegues.
Esa maldita palabra era la perdición de mi existencia. Agarré el borde de
la encimera para mantenerme de pie.
—Y el capitán Patterson sabe que Claire ha vuelto, así que no estoy solo.
La razón por la que me dejaron atrás ya no existe. —Su mandíbula se tensó, y
supe que había partes de esa conversación que dejó de lado.
—¿Pero si Hastings no puede volar? —Dios, tenía que haber una forma
de salir de esto, ¿verdad? No podía volver a pasar por esto. Ni siquiera se
encontraba en el ámbito de lo posible.
Jackson se levantó del taburete pero se quedó a un par de centímetros de
distancia. —Los chicos de Elizabethtown lo cubrirán. De todos modos, somos
solo una rama de ellos.
Algo suave se entrelazó entre mis tobillos. Juno.
—¿Se lo contaste a Finley?
Negó con la cabeza y apretó los labios en una línea plana. —Te lo conté
primero. —Agarró la botella de agua de la encimera y se tomó el resto, luego la
aplastó en su puño—. No puedo ni imaginar lo que estás pensando en este
momento.
—No puedo. —Mi respiración se aceleró, al igual que una locomotora
humeante ganando velocidad al salir de la estación.
293
—Tiene que sentirse como…
—¡No! —grité, señalándolo con el dedo—. No. —No podía quedarme
aquí. No podía pensar. No podía recuperar el aliento. No podía detener mi
corazón. No podía hacer esto. Nada de ello.
—Está bien. —Entrelazó los dedos en la cima de su cabeza y respiró para
calmarse—. Veamos esto lógicamente.
—Al diablo con tu lógica. —Un nudo creció en mi garganta. No, no, no.
—Es solo búsqueda y rescate, mi amor. Simplemente una rotación en una
estación aérea en el Caribe, para que estemos disponibles para la temporada de
huracanes. Es más una asignación temporal de tres meses que un despliegue.
A la mierda esa palabra. A la mierda todo esto.
Las puntadas que había cosido tan meticulosamente en mi corazón
comenzaron a estallar una a una.
—Esto no es como el caso de él —dijo tan suavemente que casi no lo
escuché.
—¿Disculpa? —espeté, arqueando mi cuello ligeramente para eliminar el
maldito bulto.
—Mi despliegue no se parece en nada al de Will.
—¡No estamos hablando de Will! —Él ya se encontraba en mi maldita
cabeza.
—Kitty, tenemos que ser capaces de hablar sobre él, especialmente con
esto.
—Él no… —Respiré hondo y giré la cabeza, pero el bulto no se iba a
ninguna parte. Continuaba creciendo—. Él no es parte de esta conversación. —
Porque si lo fuera, no podría seguir. Despliegue… no podría soportar otro. No
podía volver a recibir esas noticias. Dios, aún podía sentir la textura pegajosa de
la mermelada de fresa en mis zapatos.
Jackson dio un paso hacia mí y volví a moverme, dirigiéndome a mi
cocina. No podía tocarme. Se llevaría cada gramo de lógica en el momento en
que sus manos estuvieran sobre mí, y tenía que ser capaz de pensar. Tenía que
sobrevivir.
—Él está en todas las conversaciones cuando se trata de mi trabajo,
cariño.
Mi mirada se posó en la suya y mi mano se detuvo en la manilla del
refrigerador.
—El hombre bien podría estar de pie en esta habitación. —Hizo un gesto
294
entre nuestros cuerpos—. Justo aquí, entre nosotros. —Vi tanta preocupación,
tanta compasión en su mirada, de lo contrario podría haber comenzado a
arrojarle cosas. ¿No sabía lo mucho que trataba de evitar que eso sucediera?
Mi garganta se apretó, abrí la puerta del refrigerador, agarré la jarra de té
dulce y bebí directamente del recipiente. Tragué saliva, pero nada disolvía ese
bulto, la tensión que me negaba a creer era el presagio de lo que había estado
trabajando hasta el límite emocional para deshacerme.
Cerré de golpe la puerta de la nevera y dejé la jarra sobre la encimera.
—No puedo hacer esto. —Negué con la cabeza para enfatizar mi punto.
Hizo una mueca. —Podemos hacer esto. Son tres meses.
—No. —Listo. ¿Qué tal eso para trazar mis límites emocionales?
—Morgan, estás reaccionando por miedo, y lo entiendo. Ni siquiera
puedo comprender cómo debes sentirte en este momento, y el hecho de que te
esté pidiendo que vuelvas a pasar por esto es… —Su rostro se arrugó y apartó
la vista.
—No. Puedo. Hacer. Esto. —No era posible. No solo sería un retroceso.
Acabaría en el maldito piso.
—Cariño. —Se me acercó, y lo rodeé, llegando a la entrada de la cocina
antes de que pudiera detenerme—. ¡Morgan, no me va a pasar nada!
—¡No lo sabes! —le grité a todo pulmón en el momento que llegué al
vestíbulo—. No tienes ni idea de lo que puede pasar. Simplemente crees que lo
sabes.
—Te prometí que nunca pondría un rescate por encima de mi propia
vida, y lo decía en serio. Soy el mejor piloto de búsqueda y rescate en…
—¡Oh, cállate! —grité—. ¿Eres el mejor? Qué curioso, ¡Will pensaba que
era el mejor! ¿Jagger y Josh? Sí, también he escuchado esas palabras de sus
bocas. Todos piensan que son los mejores hasta que se caen del cielo, porque
cuando las cosas se ponen difíciles, no son los dioses que creen que son, ¡así que
no te atrevas a pararte ahí y decirme que nada te va a pasar!
Eso lo detuvo en seco y nos enfrentamos en el vestíbulo de entrada.
Echando la cabeza hacia atrás, miré hacia el techo elevado, rezando para
que mi garganta se abriera, pero no lo hizo. Yo era una chica atrapada en medio
de una hambrienta boa constrictora. Se apretaba cada vez más, limitando mi
suministro de aire.
—¿Quizás deberíamos sentarnos? Me estás preocupando.
—¿Estás preocupado? —espeté—. Te vas a desplegar. Yo soy la que se va
295
a quedar a esperar aquí sentada y preocupada, ¡y no lo voy a hacer! Otra vez
no. ¡No!
—Kitty, por favor, escúchame. No voy a ir a una zona de guerra. Voy a la
playa.
El latido de mi corazón ya no era un tambor. Era una trampa rítmica, y
mi respiración salía tan dificultosa que la habitación a mi alrededor se sentía
distante, pero obligué a mi mente a funcionar. —Dos mil doce, cuatro muertos.
Dos mil diez, tres muertos. Dos mil ocho, cuatro muertos. Dos mil cuatro, seis
muertos…
—Joder —maldijo, en una voz baja y suave—. Sé lo que pasó en cada uno
de esos accidentes.
—Todos guardacostas. Accidentes de búsqueda y rescate —añadí entre
respiraciones jadeantes mientras mi espalda golpeaba la pared—. No puedes
hacerme pasar por esto otra vez. No lo haré. No por ti. Ni por nadie. —Me
zumbaba la cabeza.
—Kitty —suplicó, y la agonía en sus ojos fue más de lo que podía
soportar—. Está bien, hablar sobre esto te pone en riesgo, y no quiero…
—¡Ja! ¡Exactamente! —le grité en tanto mi garganta se cerraba aún más.
—Yo no correré ningún riesgo. No más de lo habitual. Nadie me va a
disparar, Morgan. No es lo mismo, nena. Por favor.
Disparos. Will. Primero la granada que hizo que Jagger se estrellara.
Después, la siguiente que derribó la evacuación médica con Josh y Will a bordo.
Luego, los tiros de armas pequeñas que golpearon a Will en el punto óptimo
que no se encontraba cubierto por Kevlar. Ni siquiera los mejores pilotos eran
inmunes a las balas, ¿verdad? No teníamos control sobre el destino. Ninguno.
La gente moría. Y él se desangró allí mismo, en algún valle rocoso y polvoriento
en Afganistán, todo porque le ordenaron que se desplegara. Él había muerto. Y
Jackson se iba a desplegar. Jackson, que se había convertido en mi todo mundo.
Jackson y ese mismo helicóptero. Jackson. Jackson. Jackson me hablaba. ¿Qué
decía? Jackson se iba a desplegar. Despliegue. Despliegue. ¿Por qué permití que
esto volviera a suceder? Mi pasado se repetía porque era demasiado estúpida
para detenerlo. La mermelada era pegajosa. Los zapatos fueron a la basura. El
collar. El collar. Los azules…
El aire cesó. El dolor estalló, tan agudo que detuvo el huracán en mi
cerebro. Me concentré en los músculos de mi cuello y los visualicé abriéndose.
El aire reingresó de golpe y jadeé.
—¿Puedes escucharme? —Sus manos se posaron sobre mis hombros—.
Estás teniendo un ataque de ansiedad. Déjame traer a Sam y tus medicamentos
de rescate… 296

—¡No! —Usarlos era una derrota. Era un paso hacia atrás y se suponía
que debía avanzar. Estaba en un tres. ¡Un tres!
A menos que hubiera un desencadenante. ¿Despliegue? Desencadenante.
¿Jackson volando? Desencadenante. El mismísimo Jackson…
—¡Sam!
Me aparté de sus brazos y me deslicé por la pared. Una vez que mi
trasero golpeó la baldosa, acerqué las rodillas a mi pecho. Respira. Abre tu
garganta. Todo está en tu mente, no en tu cuerpo.
—¿Qué está pasando…? Mierda.
Pasos apresurados.
—Está teniendo un ataque de ansiedad. —Jackson cayó de rodillas ante
mí. Dios, esos ojos eran tan azules. Como mi cristal marino. Azul. Azul. Azul.
Tan hermoso. Por supuesto que me enamoré de él, y como lo hice, ahora se iría.
—De acuerdo. Dame un segundo.
—Respira, Kitty. —Su voz era calmada. ¿Por qué parecía tan tranquilo?
¿Por qué seguía aquí? ¿No entendió que no podía hacer esto?
Mis uñas se clavaron en mis pantorrillas.
—Está bien. —Comenzó a acercarse, pero lo pensó mejor—. Dios, me
gustaría que me dejaras abrazarte.
¿Puedo abrazarte? Solo una vez más antes de irme. La próxima vez que te bese
será después de este despliegue.
El tornillo alrededor de mi garganta se apretó.
—Muévete —ordenó Sam.
Jackson se hizo a un lado.
—Aquí vamos. —Mi amiga me tendió una pastilla blanca ovalada y una
botella de agua.
—No —negué—. Casi un mes.
Sus ojos se suavizaron por un segundo, y luego volvió a ser acero. —Sí,
así que esta vez presionaremos para que haya dos meses de por medio. Fijamos
los objetivos que podemos alcanzar, ¿recuerdas?
Me tendió la ofrenda y esperó a que yo decidiera. Me daba poder en un
momento que no tenía.
Tragué la pastilla. Me tomé la mitad de la botella de agua para bajarla
por mi garganta, pero estaba dentro. A continuación, apareció una bolsita de
papel marrón. La agarré con las dos manos, me la acerqué a la cara y comencé a
297
respirar.
—Ahí vamos —animó en voz baja—. Solo respira y espera a que los
medicamentos hagan efecto. ¿Qué diablos hiciste? —Esa última parte no fue
dirigida a mí.
—Voy a desplegar.
Sam se echó hacia atrás y sus grandes ojos volaron hacia los míos,
interrumpidos por mi bolsa de papel cada pocos segundos cuando se expandía.
—Oh, Morgan.
—No es lo mismo, Sam.
—Para ella, sí.
Ambos se quedaron en silencio a medida que yo respiraba como si fuera
mi trabajo de tiempo completo. Durante los últimos cuatro meses, lo había sido.
¿Cómo había vivido aquí solo durante cuatro meses? ¿Es realmente el tiempo
en que conocía a Jackson? Dios, y ya me encontraba tan arruinada que respiraba
a través de una bolsa de papel. Esta no sería la única vez que se desplegara.
Esto era lo que él era.
Poco a poco, mi respiración volvió a la normalidad y el zumbido se
desvaneció en mi cabeza. Mi garganta seguía constreñida, pero eso pasaría una
vez que los medicamentos entraran en acción. No es que importara porque
estaría dormida poco después de eso.
Dejé caer la bolsa al suelo y me senté con la cabeza contra la pared,
arqueando el cuello. —Deberías irte.
—Está bien. Yo la cuido, Sam —dijo Jackson en voz baja.
—No. —Bajé la cabeza y lo encontré mirándome. Hermoso, amable,
magnético, locamente enamorado de mí… y una jodida pistola cargada cuando
se trataba de mi salud mental—. Deberías irte, Jackson.
—¿Morgan? —Sus ojos se ensancharon.
—Vete. Esto no va a mejorar cuanto más hablemos de ello. —Mi corazón
gritó en protesta—. Necesito que te vayas.
Luchó consigo mismo, con mis palabras. Se notaba en toda su cara.
—Vale. Tengo que hablar con Fin. Y Claire. Mierda. Está bien. ¿Vengo a
desayunar mañana?
Los cortes rápidos eran mejores. Negué con la cabeza. —No. Necesito
que te vayas para siempre.
—Esto no ha terminado. Esto es... no sé qué es esto porque no es una
pelea. Esto es un punto en el radar, Kitty. —Agonía. Esa era la única manera de
298
describir la mirada en sus ojos y el desgarro de esos puntos en mi corazón.
Sam se puso de pie y retrocedió, permaneciendo en el costado del
vestíbulo. Ella nunca se iba muy lejos después de que tenía un ataque.
—Esto se acabó —declaré en voz baja—. No pasaré por otro despliegue.
No aceptaré otra llamada telefónica. No enterraré a otro hombre que yo… —
Cerré la boca de golpe. Dios, ¿cuándo iban a hacer efecto los medicamentos?
—Amas —acusó—. Me amas.
Cerré mi mandíbula y bajé la mirada.
—Vale. Bueno, yo te amo, incluso si tú no lo dices, y no me voy a rendir
contigo. Son solo tres meses, Morgan. Nada cambiará en tres meses.
—Prueba tres días —susurré—. No estoy preparada para esto. No soy lo
suficientemente fuerte para esto. No lo haré. ¿Sabes lo que pasa cuando nadie te
elige?
—Kitty, esto no es así —susurró.
—Aprendes a elegirte a ti mismo. Y eso es lo que estoy haciendo. Me elijo
a mí. Elijo no tener ataques de ansiedad. No pasar por despliegues. No estar…
—Mi rostro se arrugó, y luché contra las lágrimas que punzaban mis ojos.
—Conmigo. —Apretó la boca mientras luchaba por el control emocional.
—Si me amas, te irás.
Se estremeció.
—No me pedirás que haga esto. No me pedirás que me quede contigo,
sabiendo que el costo es que esto me pase cada día. No me pedirás que deshaga
todo por lo que he luchado tanto. —El aire voló libremente por mi garganta y el
dolor disminuyó.
—Morgan, no. Dios, por favor. —Apretó las manos, pero no me alcanzó.
Un toque era todo lo que se necesitaba para romper mi resolución, y no
podía permitir que eso pasara. No, a menos que quisiera volver a sumergirme
en los ataques diarios, y si tenía que pasar por otro despliegue... ahí es dónde
estaría.
—Jackson, si me amas tanto como dices, saldrás por esa puerta y no
volverás. Me dejarás sanar. Me dejarás ir.
Desesperación. Conflicto. Enfado. Frustración. Derrota. Todos cruzaron
su rostro en el lapso de treinta segundos… algunos dos veces. Me aferré a mis
rodillas para evitar alcanzarlo cuando se levantó. Apreté mi mandíbula para
evitar rogarle que se quedara.
Se dirigió a la puerta y luego la atravesó, pero se dio la vuelta una vez
que estuvo en el rellano. —Te amo más que cualquier tortura que puedas
299
pedirme. Así que, si yo te amo lo suficiente como para marcharme, ¿no puedes
tú amarme lo suficiente como para quedarte conmigo?
Los últimos puntos de mi corazón se soltaron y mi daño se desangró por
todo mi cuerpo. —Nunca dije que te amaba —fue apenas un susurro, pero él lo
escuchó.
—Ya. Supongo que no lo hiciste. —Su expresión perseguiría mis sueños
durante toda mi vida.
—Sam, cierra la puerta —le rogué. Los medicamentos estaban haciendo
efecto, y aunque podía moverme, estaba muy lenta, pero al menos el dolor de
garganta ya desaparecía.
Su rostro se tensó, desafiándome a hacerlo yo misma, pero no pude.
—Morgan… esto… ¿Quizás quieras tomarte algo de tiempo? —preguntó
suavemente.
La miré fijamente. —¿Recuerdas cuando apareciste en mi casa con un
camión lleno de muebles y me rogaste que no le dijera a Grayson dónde te
encontrabas?
—Mierda. —Su boca se tensó y su mirada voló entre Jackson y yo.
—Por favor, cierra la puerta. —Se me quebró la voz y mis hombros se
levantaron cuando el primer sollozo me atravesó.
Jackson se movió en mi dirección, pero Sam fue más rápida y cerró la
puerta antes de que llegara. Y como Sam nunca hacía nada a medias, le siguió el
cerrojo.
Lo que quedaba de mi pulverizado corazón se rompió en tantos pedazos
que bien podría haber sido arena.
Sam se sentó y me estrechó entre sus brazos mientras yo lloraba.
—Todo va a salir bien —susurró, a pesar de que ambas sabíamos que no
era así.
Así que hice lo que siempre hacía. Me limpié las lágrimas, levanté la
barbilla y esperé a que pasara el dolor.

300
24
Traducido por Julie
Corregido por Gesi

Jackson

Terminé de empacar mi segundo bolso y lo puse junto al primero en mi


entrada. Todo lo que me quedaba por hacer era empacar mi equipaje de mano.
Nuestro vuelo salía mañana por la tarde. 301
La última semana transcurrió inconmensurablemente rápido y, a la vez,
demasiado despacio. El tiempo que pasé con Fin desapareció en un abrir y
cerrar de ojos, pero los momentos en que me paré junto a mi ventana y miré
fijamente a la casa de Morgan... esos parecían durar una eternidad y dolían
muchísimo.
Si me amas tanto como dices, saldrás por esa puerta y no volverás. Me dejarás
sanar. Me dejarás ir. Sus palabras se repitieron una y otra vez en mi cabeza
durante los últimos ocho días. El sonido de sus sollozos siguiéndole de cerca.
¿Cuándo me señaló que nunca dijo que me amaba? Lo bloqueé todo lo posible.
Todos los días subía hasta su porche y dejaba un trozo de cristal marino
junto al que había dejado el día anterior. Se acumulaba una pequeña pila, y le
estaba pagando bastante más a Christina porque no tenía mucho tiempo para
recolectarlos en la playa. A diferencia de la última vez que le dejé recordatorios
diarios de que no me rendiría, esta vez no los aceptó.
La situación no era devastadora, ya que todavía vivía al lado, pero
tampoco era exactamente esperanzadora.
—Deberías llevarte a Phillip —dijo Finley.
Me aparté de la ventana para ver que me miraba la niña más triste del
mundo. La levanté y coloqué sobre mi antebrazo para poder mirarla a los ojos.
—¿Crees que debería llevarme a una tortuga ciega al despliegue?
Asintió solemnemente.
—¿Tal vez debería haber preguntado por qué crees que debería hacerlo?
—Traté de igualar su expresión seria y fallé.
—Cousteau es un pez. No puede ir. Barnaby se escaparía, así que
tampoco. Y Juno orina en tus zapatos. —Arrugó la nariz—. Pero Phillip entraría
en tu bolsillo. —Tocó el que tenía en el pecho en mi camisa abotonada—. En
este no, por supuesto. Es demasiado pequeño.
—¿Entonces debería llevarme a Phillip porque puede respirar sin agua,
es demasiado lento para escapar y no quiere orinarme los zapatos? —Levanté
las cejas.
—Sip. Además de que cabe en tu bolsillo. —Era casi imposible negarle
algo a sus grandes ojos marrones, pero en este caso tendría que resistirme.
—No tendré mucho tiempo para mascotas, Fin. Mayormente es volar y
papeleo. ¿Hay alguna otra razón por la que Phillip tenga que ir?
Frunció sus pequeños labios y bajó la vista al suelo por un momento.
—¿Finley? —pregunté con delicadeza. 302

—Para que no me olvides. —No había lágrimas, gracias a Dios, pero la


miseria en sus ojos me rompió el corazón y luego lo pisoteó.
Se me contrajo el pecho, pero me las arreglé para no desmoronarme
frente a ella. —Fin, cariño, no hay posibilidad de que te olvide. Ninguna. No
necesito llevarme a Phillip cuando te tengo justo aquí. —Tomé su mano y la
coloqué sobre mi corazón—. ¿Te hará sentir mejor si vuelves a escuchar el plan?
Asintió.
—¡Tienes un teléfono nuevo! —Moví exageradamente la mano con la que
no la sostenía y fui recompensado con una pequeña sonrisa—. Ahora, ¿cuáles
son las reglas de este nuevo teléfono, Finley Montgomery?
Su frente se arrugó por la concentración. —Solo tengo que usarlo en casa
o en casa de la abuela.
—Así es.
—Mantenerlo cargado.
—Lo tienes.
—Contestar cuando llames para videollamadas.
—Bingo. Todos los días a las siete antes de la escuela y todas las noches
antes de dormir como prometimos. Estarás tan harta de mi cara que no querrás
que vuelva a casa.
Se rió. Oh, dulce victoria.
—¿Y qué pasa si tengo que ir a rescatar gente y no puedo hacer una
llamada?
—¡Enviarás un mensaje o llamarás antes... o después! —También hubo
una sonrisa.
—¿Y qué pasará con el teléfono cuando regrese?
Retorció los labios de lado a lado. —Tengo que devolverlo.
—Sí. Solo es para el despliegue, así que considéralo un beneficio. —Le
pellizqué la nariz—. ¿Pero cuál es la regla número uno del teléfono de
despliegue? —Intenté adoptar una expresión lo más severa posible.
Suspiró. —Nada de llamar a chicos.
—Así es. Nada de chicos. Ninguno. Todos a los que amas, excepto papá,
son chicas, de todos modos.
—¿Qué pasa con el tío Sawyer? —Levantó las cejas.
Bueno, allí me tenía. —Podría hacer una excepción. 303
—¿Pondrás el número de Morgan también? ¿Por si acaso?
—Puedo hacerlo. —Solo mi brillante hijita podía retorcer así el cuchillo.
No tenía corazón para negárselo, y sabía que Morgan tampoco querría que lo
hiciera. Fin se había dado cuenta de que Morgan no estaba muy presente, pero
como nunca le dije que estábamos juntos, no pensé que necesitara anunciar lo
que ahora podría ser lo contrario.
—¡Gracias! —Me rodeó el cuello con los brazos y la sostuve con fuerza,
respirando el aroma de su champú de fresas. Este despliegue apestaría en todos
los malditos niveles posibles.
—Te amo, Finley. —Dios, ¿cómo iba a dejarla durante tres meses? No
habíamos estado separados por más de tres días desde que nació.
—Te amo, papá. —Me dio un beso en la mejilla.
Toc. Toc. Toc.
—¡Quizás sea Morgan! —gritó, bajándose de mis brazos. Salió disparada
como un rayo antes de que pudiera decirle que no había ninguna posibilidad de
que sea así. Incluso envió a Juno con Sam al día siguiente de haberme echado—.
¡Mamá!
Mierda, olvidé qué hora era.
Fui a la entrada para ver a Claire arrastrando una enorme maleta.
—¿Todavía estás seguro de esto? —preguntó mientras Fin tomaba su
bolso.
—¿Seguro de que lo mejor para Fin será que su rutina sea lo más normal
posible? Sí. ¿Todavía prometes largarte cuando regrese?
Arqueó una ceja. —¿Qué tal si prometo que me mudaré cuando vuelvas
si todavía quieres que lo haga?
Incliné la cabeza y parpadeé.
—De acuerdo, bien. —Puso los ojos en blanco con una sonrisa—. Lo
prometo. Esta solo es la primera. Traeré las demás mañana antes de que te
vayas.
—Gracias. Tengo todos los horarios de alimentación en la cocina.
—¿Para Finley o para el zoológico? —bromeó.
—Sí —respondí.
Ambos nos reímos, y fue incómodo, pero más fácil que otras veces en el
pasado.
Toc. Toc. Sam estaba de pie detrás de las puertas de cristal con una bolsa
de playa colgada al hombro. 304
—¿Nueva novia? —preguntó Claire.
—No empieces —advertí, manteniendo mi tono bajo ya que Finley estaba
presente, mientras abría la puerta—. ¿Sam?
Su mirada se dirigió a Claire, luego a su maleta, entonces a mí. —¿Mal
momento?
—No, en absoluto. Pasa. —Retrocedí y se dirigió directamente hacia Fin
para chocarle los cinco.
—¿Cómo va todo, Fin?
—¡Hola, Sam! —Se inclinó a su alrededor y miró fijamente la puerta, lo
que sirvió para hacerle otro corte a mi alma. No es que importara. Básicamente
estaba destruida en mil pedacitos para el momento.
—Hoy solo vine yo —dijo Sam con suficiente entusiasmo como para que
la cara de Finley cayera levemente—. ¡Pero te hizo unas galletas esta mañana!
—Buscó en su bolso y sacó una bolsa Ziploc llena de galletas con chispas de
chocolate.
—¿En serio?¡Hurra! —Tomó las galletas y desapareció hacia la cocina,
todavía con el bolso de Claire.
Llegó el momento más incómodo de mi vida.
—Qué tal si llevo a Fin hasta la playa por... —Miró entre Sam y yo—. Un
rato. ¿Me envías un mensaje cuando estés listo?
Asentí para agradecerle y llevó a Fin y sus galletas a la puerta.
—¿Podemos sentarnos? —preguntó Sam.
—Claro.
Una vez en la mesa del comedor, sacó su teléfono, un portátil y la
pequeña grabadora plateada que normalmente vivía en la encimera de Morgan.
—¿Sabe que estás aquí? —Incluso preguntar era doloroso.
—Diablos, no. Me masacraría por lo que estoy a punto de hacer, lo que
significa que confío en ti para que mantengas esto entre nosotros. Pero, antes de
empezar, ¿quieres explicarme por qué tu ex tiene su maleta en tu entrada? ¿O
debería sacar conclusiones precipitadas? —Sus ojos se estrecharon ligeramente.
—Claire se muda para que Finley pueda quedarse en nuestra casa
durante mi ausencia. No estamos juntos. Nunca volveremos a estarlo. Solo
estoy tratando de hacérselo lo más fácil posible a mi hija.
Me estudió durante un segundo y luego asintió, como si aceptara mi
respuesta. —Bien, entonces. Porque no arriesgaré una de mis amistades más
cercanas si ya estás siguiendo adelante. ¿Me entiendes?
305
—No estoy siguiendo adelante. No tengo muchas esperanzas, pero no
estoy siguiendo adelante. —Apoyé los codos en la mesa—. Solo son tres meses,
Sam. Ella me echó y me sacrificó por tres malditos meses.
Suspiró. —No llevas puestos sus lentes.
—No usa lentes —respondí.
—No me refiero a ese tipo de lentes. —Puso los ojos en blanco—. Cuando
piensas en este despliegue, ¿cuál es tu primera preocupación?
—Fácil. ¿Quién cuidará a Finley? ¿Dónde va a quedarse? ¿Cómo me
mantendré en contacto con ella? ¿Cómo haré que se sienta segura y protegida?
No es que Morgan no sea importante...
—No, está bien. Lo entiendo. Ves este despliegue con los lentes de padre,
como deberías. Ser el padre de Finley colorea todo en este mundo, incluso a
Morgan. Y puedes cambiar el lente a novio en una situación, como lo hiciste
cuando fuiste a decirle sobre el despliegue, pero sin importar qué, el lente de
papá está primero. Es permanente.
—Claro. Lo entiendo. —Era cierto. El amor de Morgan por Fin solo elevó
mi atracción por ella.
—No estás usando los lentes de Morgan —volvió a decir y luego preparó
el portátil—. Antes de que ustedes comenzaran, ella miraba este video todas las
noches antes de dormir. Algunas noches lo miraba cientos de veces. —Respiró
hondo y murmuró una oración de perdón hacia mi techo antes de pulsar el
botón de reproducir.
La imagen era una pared blanca con una foto de un helicóptero
Blackhawk y la parte superior de unas sillas. Una mesa de comedor. Luego él
entró en escena y me enfrenté a Will Carter.
Se veía exactamente como sus fotos en línea, por supuesto. Un rostro
serio, bien cuidado, pelo castaño ondulado, ojos marrones... y un delicado par
de alas de aviación alrededor de su cuello. Las de Morgan.
Una punzada de celos me golpeó más fuerte de lo que me sentía capaz.
Jesús, el tipo estaba muerto y yo estaba gruñendo. Todavía poseía el corazón de
la mujer que amaba y ni siquiera podía luchar con él por ello.
Suspiró, luego miró directamente a la cámara. —Morgan. Elyse. Bartley.
—Mostró una sonrisa que le transformó los rasgos pero se desvaneció rápido—.
Dios, espero que nunca veas esto. Espero regresar a casa de este despliegue y
borrar este archivo para poder decirte todo esto en persona. Y sí, acabo de
volver de tu casa anoche... —Sonrió y apartó la mirada—. Pero hay muchas
cosas que no dije, porque no habría sido justo teniendo en cuenta que te pedí
que esperaras hasta que llegara a casa.
Mierda. Igual que yo. 306

—Así que sí, estoy rezando para que nunca veas esto. Pero... —Tragó—.
Pero si algo pasa y lo ves, quiero asegurarme de que sepas que eres el dolor en
el culo más exasperante y terco que he conocido. —Asintió.
Mis ojos se abrieron de par en par. ¿Qué carajo?
—Siempre estaban peleándose —comentó Sam con una sonrisa triste.
—Pero también eres ridículamente inteligente, compasiva y leal, y tan
guapa que me enloqueces cuando te miro. No hay nada en mí que merezca todo
lo que traes a la mesa. —Bufó—. Me presento a la fiesta con las manos vacías, y
lo más sorprendente de ti es que no te importa. Solo me quieres a mí, y no
puedo entender por qué, pero estoy harto de luchar. ¿Quieres este desastre? Es
tuyo. Disfruta de tus últimos nueve meses de libertad, quiero decir, con suerte
no te divertirás mucho ni nada, porque una vez que llegue a casa, haremos esto.
Y sé que voy a volver, porque quién diablos es lo suficientemente bueno para
dispararme desde el cielo, ¿verdad? Como dije ayer, volar es volar sin importar
dónde lo hagas. —Su sonrisa se volvió arrogante y se me revolvió el estómago.
Joder, sonaba igual que yo.
—Mierda, eso es más o menos lo que le dije. —Maldije.
—Me lo imaginé. —Su cara se arrugó con lástima.
—Pero a fin de estar preparados, hagámoslo. Esta mañana he contratado
un seguro de vida secundario y eres la beneficiaria. Y sé que querrás oponerte,
pero, por favor, acepta el dinero. Úsalo. No lo dones a caridad ni lo guardes en
una cuenta bancaria, Morgan. Gástalo en algo que te dé felicidad. Úsalo para
irte como siempre lo has planeado. Solo me gustaría irme contigo.
El video continuó durante unos quince minutos mientras se despedía de
ella. Mientras le confesaba las cosas que no se había sentido lo suficientemente
fuerte para decirle en persona. Esos quince minutos lo transformaron de un
fantasma bidimensional a un hombre de carne y hueso con el que tal vez no me
juntaría en la vida real pero al que podría respetar. Éramos parecidos en formas
minúsculas y completos opuestos en las que realmente importaban.
—Supongo que te veré luego. Y espero que vengas a la ceremonia de
reasignación porque es cuando todo comenzará para nosotros. —Una sonrisa se
extendió por su rostro—. Y te besaré tan fuerte que los últimos años habrán
valido la pena. —Levantó las cejas—. Deberíamos ir a Outer Banks durante toda
una semana cuando regrese. ¿Recuerdas lo bien que nos lo pasamos allí? Tal
vez esta vez sí te saque de la playa y te ponga en una de esas tablas de surf. Sí.
Lo planearé todo. Y supongo que ahora tendré que borrar este archivo cuando
vuelva o va a arruinar la sorpresa. —Suspiró, largo y tendido—. Hasta luego,
Morgan. Nueve meses.
Se estiró y terminó la grabación. 307

—Así que, ese es Will —dijo Sam con un suspiro, cerrando el portátil y
trayendo la grabadora.
—Ya sabía que lo amaba, pero gracias por hacerlo real. —Mi voz fue más
áspera de lo que pretendía. Si esa noche en Afganistán hubiera ido de otra
manera, tal vez la habría conocido, pero habría sido una turista envuelta en los
brazos de su novio. Nunca habría tenido la oportunidad de enamorarme de
ella.
—De nada. Ahora, sabes que cada semana tiene que grabar la historia de
su muerte y escucharla, ¿verdad?
—Así que para eso es la grabadora.
—Ya lo entiendes. Esto es de esta semana. —Presionó reproducir y la
dulce y clara voz de Morgan empezó a escucharse. Contó la historia de
principio a fin, luego el funeral, sin ningún problema. Había dolor y pena en su
voz, pero fue concisa y en control.
—Esa terapia se parece mucho a una tortura —remarqué mientras Sam la
detenía.
—Lo ha sido. —Deslizó su teléfono delante de ella, lo abrió y se deslizó
por sus archivos—. Ahora escucha. Solo tengo esto porque fui idiota y pensé
que debía grabarlo. Pero, ¿cuando te paras ahí muy frustrado, predicándole que
estarás bien y que solo son tres meses de vacaciones en la playa? Esto es lo que
pasa por su cabeza. —Presionó algo y la voz de Morgan volvió a surgir.
—Estoy... en el supermercado... —Mierda, sonaba destrozada. Cada
palabra era una lucha—... escogiendo un frasco de mermelada, y mi teléfono
suena. —Jadeó, aspirando aire—. Es Sam —Sollozó.
Apoyé la cabeza en mis manos y cerré los ojos. Como si pudiera de
alguna manera bloquear su dolor si no veía el maldito teléfono.
—Ella... ella... —Su aliento era irregular—. No puedo hacer esto. No
puedo.
—Puedes, Morgan. Solo tienes que atravesarlo una vez por hoy. Avanza
tanto como puedas —dijo una voz tranquilizadora. Tenía que ser su terapeuta.
—Sam dijo que hubo un accidente. —Otra pausa—. Y nuestros amigos
están heridos.
—Toma un poco de agua —le sugirió.
—Gracias. —Otra pausa—. Y Will... no sobrevivió. —Sus sollozos me
aplastaron el alma, el ego, mis cimientos—. Está muerto. Solo ha estado allí por
tres días, y se ha ido. —Lloraba tanto que me ardían los ojos, y cuando miré a
Sam se estaba limpiando las lágrimas.
308
—No puedo escuchar esto —espeté.
—Si ella pudo superarlo, tú también puedes —respondió.
Apreté la mandíbula a la vez que mis piernas comenzaron a moverse,
buscando cualquier acción para disminuir el dolor de Morgan.
—Y... y... —Aspiró con fuerza—. Se me cae el frasco y se rompe, pero ¿a
quién le importa? Will está muerto. ¡Will! ¡Mi Will! ¡Y no puedo respirar!
¿Cómo se supone que respire? —Gritó la última palabra y la sentí reverberar en
cada célula de mi cuerpo. Su jadeo me fue familiar, y tensé cada músculo de mi
cuerpo al escucharlo—. No puedo. No puedo. No puedo. —El cántico continuó
otros diez segundos antes de que la terapeuta se lanzara a ayudar con el ataque
de ansiedad, y la cinta se detuvo.
Sam guardó el teléfono y volvió a limpiarse las mejillas.
Derrotado. Agotado. Angustiado. No podía distinguir qué emoción
triunfaba sobre el resto. —La amo —susurré.
—Sí, sé que la amas. ¿Y debajo de todo esto que está nadando en su
cabeza? Creo que también te ama. Y puedes enojarte tanto como quieras con
que te haya apartado, siempre que entiendas que no tiene nada que ver con lo
que siente por ti sino con la autopreservación para no convertirse en ella —
Levantó su teléfono— otra vez.
—¿Entonces qué se supone que debo hacer? ¿Alejarme de la mujer que
amo? —Levanté la cabeza—. Porque eso no está en mi naturaleza. Lo que
tenemos es algo por lo que vale la pena luchar y estoy subiendo al ring, listo
para recibir los puñetazos, pero ella ya ha salido del estadio.
Suspiró y se frotó la frente, luego miró su anillo de bodas. —La verdad es
que estoy indecisa. Sinceramente creo que te necesita tanto como tú a ella. Yo…
—Sacudió la cabeza y le murmuró algo a Will—. Creo que eres el indicado. Pero
también sé que estás saltando encima del mayor detonante que tiene.
—No puedo evitarlo. Si pudiera hacer algo al respecto, créeme que lo
haría.
—También lo sé. —Se puso de pie y guardó todo en su bolsa—. Por eso
te digo que no será suficiente que luches por ella. También tendrás que pelear
con ella. Y puede que eso sea más de lo que puedas soportar.
Me levanté para acompañarla a la puerta, luego miré a través del cristal a
su casa. Ahora mismo ella estaba allí, y no podía hacer nada al respecto. ¿O sí?
—Puedo soportarlo —le dije—. Lo que sea que entregue, puedo soportarlo.
Ahora, durante el despliegue y después. No voy a rendirme.
Me estudió y luego asintió. —De acuerdo.
—Pero, ¿cómo se supone que la ame sin detonarla ahora mismo? Porque
no quiero que sufra durante los próximos tres meses. —No quería volver a oír 309

la voz de esa cinta en mi vida.


—Solo sigue haciendo lo que estás haciendo. Aparece, pero no la fuerces.
Morgan es alguien para el largo plazo.
—No, Morgan es la definitiva.
Se rió, buscó en su bolsa y sacó un paquete transparente con...
—¿Esas son rodilleras? —¿Qué demonios?
Las empujó a mi pecho. —Los chicos me dijeron que, si estabas dispuesto
a luchar, necesitarías esto. Es básicamente tu invitación al club de los chicos. Te
apoyaremos tanto como podamos. —Hizo una mueca de dolor cuando las
agarré—. Y lamento haberte cerrado la puerta la semana pasada. Se lo debo a
Morgan y me lo pidió. Sinceramente solo estoy aquí porque recuerdo esos
meses sin Grayson, y hubieran sido mucho más fáciles si nos hubiéramos
comunicado.
Levanté las cejas.
—Creí que estaba enamorado de su ex novia comatosa. Larga historia.
—Aparentemente.
—Cuídate, Jax. Puede que te haya echado, pero toda la felicidad de esa
chica está envuelta en que regreses a casa. No importa lo seguro que creas que
estás siendo... cuídate. ¿Entiendes?
—Lo entiendo.
Me abrazó y salió por la puerta. —Oh, y mañana tiene una cita para que
le pongan un cristal marino en una pulsera.
Pestañeé. —¿Bueno?
—Es en la tienda de Christina a las once y media de la mañana, lo que
según tengo entendido es cinco horas antes de que tengas que presentarte en el
hangar para el despliegue.
Sonreí. —Gracias, Sam.
—No lo arruines, Jax.
No lo haría.

310
25
Estos meses pasarán volando. Lo prometo. Y luego seremos tú y yo.

Traducido por Vane’


Corregido por Gesi

Morgan

—Se vería bien en platino —reflexionó Christina, colocando los pequeños


trozos de cristal marino en su tablero de luces mientras estábamos en el taller en 311
la parte trasera de su tienda.
—¿O dorado? —sugerí, jugueteando con el colgante alrededor de mi
cuello. Jax y yo podríamos haber terminado, pero se sentía mal quitármelo.
—Combinaría con tu collar —dijo asintiendo—. Sabes, solo quería decirte
que lamento mucho que Jax tenga que irse.
Me quedé quieta.
—Peter está tan enojado con que no lo dejaran esperar el alta allí. Sabe…
lo que esto les está costando a ustedes dos, y ambos lo sentimos mucho. —Me
apretó la mano.
Tratando, y fallando, de encerrar eficientemente el dolor por perder a
Jax, me encontré con su mirada. —No es su culpa.
—Seguirían juntos si Peter no se hubiera resbalado en esa cubierta. —Se
mordió el labio inferior.
—Christina, no. Ya sea en este… viaje o el próximo, estaba destinado a
suceder. Acabarlo ahora solo hace que duela menos que después. —Mi sonrisa
fue temblorosa y falsa, pero no me lo recriminó.
—Bueno, sigo sintiéndome como una mierda al respecto. Ustedes tienen
algo muy real y los quiero a ambos. Así que espero que me perdones. —Me dio
unas palmaditas en la mano y se dirigió a la puerta que conducía a la sala de
exposición—. Sabes, tengo el broche que sostendrá esto. Dame un segundo para
sacarlo del exhibidor.
—¿Broche? Pero ni siquiera decidimos qué metal…
Cerró la puerta y escuché el audible clic de una cerradura. ¿Qué diablos?
La puerta trasera que conducía al estacionamiento se abrió y Jackson
entró.
Mi corazón dio un salto, como si alguien hubiera usado las paletas para
recuperar el pulso. Lo había extrañado tanto que no estaba segura de seguir
siendo una persona completa.
Cerró la puerta pero no puso la cerradura. En cambio, me enfrentó y se
recostó contra ella, lo que más o menos pareció lo mismo. Su rostro estaba bien
afeitado, llevaba la gorra de béisbol hacia atrás y su camiseta del MIT se
extendía sobre músculos que conocía muy bien. Cada parte de él se veía lo
suficientemente buena como para comer, pero sus ojos… esos me pusieron de
rodillas. Estaban hinchados y enrojecidos. Parecía angustiado.
—Pensé que te ibas hoy —dije, rompiendo el silencio pero no la tensión.
—En cinco horas —respondió, metiéndose las manos en los bolsillos.
—¿Finley? 312

—Claire y Brie la llevaron al parque acuático. Pensamos que mantenerla


ocupada sería lo mejor. Nos… —Tragó—. Nos despedimos esta mañana para
hacérselo más fácil.
—Lo siento mucho. —Eso explicaba la hinchazón en sus ojos. Me dolía el
corazón por él.
—Gracias. Puse tu número en su celular. Ella me lo pidió. El teléfono es
solo para el despliegue, para que podamos usar FaceTime, y dudo que vaya a
molestarte…
—Está bien. Contestaré cuando sea que me necesite. —Extrañaba a Finley
tanto como a Jackson, y no había estado preparada para eso. No me encontraba
preparada para nada de esto.
Se alejó de la puerta y se me acercó, pero se quedó en el lado opuesto de
la línea de mesas de trabajo que dividían la pequeña habitación a la mitad.
Mi mirada voló hacia la puerta.
—Puedes irte en cualquier momento. No estoy tratando de atraparte.
Solo de hablar contigo —dijo con suavidad mientras apoyaba las manos en la
mesa entre nosotros.
—No ha cambiado nada. —No podía. No importaba lo que sentía por el
increíble hombre frente a mí. La supervivencia tenía que ser mi prioridad.
—Lo sé. —Asintió, una leve sonrisa curvó sus besables labios mientras
sus ojos se posaban en el collar que me había dado—. En realidad, no tuve la
oportunidad de hablar la última vez. Y si bien eres libre de salir por esa puerta
en cualquier segundo que creas conveniente, espero que me des cinco minutos.
—¿Cinco minutos? —Se me aceleró el pulso. Cinco minutos con este
hombre eran peligrosos para mi corazón, pero, ¿no se lo debía? Demonios, le
debía mucho más—. ¿Y te quedarás en ese lado de la mesa?
Estaría perdida si me tocaba.
—Cinco minutos y me quedo en este lado de la mesa.
—De acuerdo. —Me metí el cabello detrás de las orejas, deseando
habérmelo recogido en un moño.
—Te amo, Morgan. —Me clavó esos ojos y sus palabras destrozaron las
pocas defensas que tenía contra él.
—Jackson, no —susurré mientras mi corazón cobraba vida.
—Cinco minutos. —La esquina de su boca se elevó en una sonrisa
pecaminosamente sexy.
313
Uff. Asentí.
—En primer lugar, tengo la muy mala costumbre de no decirte las cosas
primero, por lo que te cuento que Claire estará viviendo en mi casa con Finley
durante mi ausencia.
Respiré hondo, ese latido que había comenzado a convertirse en un ritmo
confiado tartamudeó. Diez días. Solo tardó diez malditos días.
—Kitty, no es lo que piensas, y maldita sea, esa cara me está dando ganas
de saltar esta mesa y abrazarte, pero hice una promesa, así que no lo haré.
Claire y yo no estamos juntos. Nunca estaremos juntos. Vivirá en mi casa para
que Fin pueda mantener su vida lo más normal posible. Además, Juno arañó el
sofá de Vivian, por lo que esa opción no era posible.
Sonreí, luego me mordí los labios para que no se entusiasmara.
—Se irá cuando yo regrese. Es solo por Finley, y probablemente sea la
decisión más maternal que haya tomado... después de regresar. Pero ahora lo
sabes, por lo que no te sorprenderás cuando baje las escaleras o te pida prestada
azúcar… no es que hornee. Probablemente vas a ver un montón de comida a
domicilio.
Miré el reloj y arqueé las cejas. Estás usando tus cinco minutos, Jackson.
—Tienes razón. Morgan, te amo. Un viaje de tres meses no lo cambiará.
Sinceramente no creo que una vida pueda cambiarlo.
Mis ojos se abrieron de par en par y mi estómago se tensó, pero no hubo
ansiedad… al menos todavía. Si llegábamos a eso, tendría que irme por mi
propio bien. No usó la palabra con D.
—Entiendo por qué tuviste que terminar con esto y no te culpo por elegir
tu bienestar. Te has ganado cada centímetro de entereza que posees y me
mataría quitártela. No quiero ser nunca la causa de tu dolor.
—Gracias —susurré, sabiendo que ahora estaba siendo la causa del suyo.
Qué pareja que éramos.
—Me dijiste que si te amaba me iría y no regresaría. Pero la verdad es
que te amo lo suficiente como para irme y regresar.
Se me aceleró la respiración.
—Puedes renunciar a mí. Está bien. Mi amor es lo suficientemente fuerte
como para sobrellevar esto por los dos. —Me dirigió una mirada que decía que
hablaba completamente en serio y, a pesar de cada súplica que mi cerebro le
enviaba a mi corazón, mi postura se suavizó. Las defensas desaparecieron. Sus
ojos brillaron y respiró hondo—. No voy a renunciar a ti.
—¿Perdona? —Mis cejas llegaron el cielo—. Esa no es tu elección. 314

—Cinco minutos. —Señaló el reloj.


Me crucé de brazos y sentí una satisfacción no tan pequeña cuando sus
ojos siguieron el movimiento y se calentaron. Diez días no habían aniquilado
nuestra química. En todo caso aparentemente tuvieron el mismo efecto que un
ayuno: me encontraba famélica. Hambrienta pero no tan estúpida como para
sacar el queso de una trampa.
Miró al techo y casi pude verlo contar hasta cinco antes de volver a
mirarme a los ojos. —Bien. De vuelta al grano. No me rendiré contigo, Morgan.
Ni hoy. Ni mañana. Nunca, si me salgo con la mía.
Me mofé y entrecerré los ojos. ¿No sabía que el secuestro era ilegal?
—Me voy en cinco horas y en lo que a mí respecta todavía tengo novia. Y
en caso de que no me hayas entendido, esa novia eres tú. —Sonrió y la
temperatura de mi cuerpo aumentó. Maldición—. Crees que no regresaré de
este viaje.
Tragué y alejé el pánico lo más que pude.
—Por lo que piensas que si no me amas, si no estamos juntos mientras
estoy en este viaje, te ahorrarás la angustia de ese posible futuro.
Dio en el blanco.
—Y también lo entiendo. Si quieres meter ese amor que no sientes por mí
en una caja pequeña y archivarla en tu sótano emocional para poder sobrevivir
estos próximos tres meses, entonces hazlo. No es como si yo tuviera alguna
elección, ¿verdad? —Sus palabras no concordaban con su sonrisa—. Así que
está bien, archívame, Kitty. Vive tu vida. Comienza tu nuevo trabajo. Termina
tu terapia y sana. Pero al igual que no puedo hacer que te quedes conmigo, no
puedes evitar que te ame.
El hombre estaba loco. Tal vez era el que necesitaba terapia si no podía
ver que lo estaba rechazando. Sin embargo, ¿lo estás rechazando? Lindo collar.
—Así que eso es exactamente lo que haré. Te amaré tanto que tres meses
serán una mancha de lápiz en nuestra línea de tiempo.
Misericordia.
—Te amaré tan bien que nunca dudarás de que te elijo. Todos los días.
En cada situación. Te escojo a ti.
Me derretí. Esperé toda una vida por esas palabras.
—Te elijo hoy diciéndote que tu bienestar es más importante que mi ego
o mi necesidad de tranquilidad. Te elegiré todos los días que esté allá, en cada
misión que vuele, en cada segundo que respire. No tienes que estar conmigo.
Yo estaré contigo.
315
Tragué saliva. —¿Y si empiezo a salir con alguien más? —No es que
fuera a hacerlo. Jackson lo era todo. Eso era lo que hacía que todo esto fuera tan
imposible.
—Cinco. Minutos. —Señaló el minuto que quedaba en el reloj y el pulso
se le aceleró en el cuello. Sus nudillos se pusieron blancos y su mandíbula se
flexionó dos veces—. Si quieres salir con otra persona, entonces supongo que es
tu derecho, ya que estás soltera.
Bueno, esa no fue la respuesta que esperaba. ¿Eso significaba que él...?
—En cuanto a mí, tengo una novia a la que amo más que a la vida, por lo
que la única acción que conseguiré será con esta mano —Levantó la derecha—,
alimentada por tu foto y suficientes recuerdos de haber hecho el amor contigo
para más de tres meses. No tienes que ser mía. Soy tuyo.
Mis labios se separaron y mis muslos zumbaron. Estúpido impulso
sexual.
—Y será mejor que le digas a cualquier chico con el que salgas que esté
preparado para pelear, porque vendré directamente a por ti en el momento en
que baje de ese avión. Cuando te digo que volveré a casa, lo digo en serio. Y,
Morgan, tú. Eres. Mi. Hogar. —Sus ojos se agitaron con anhelo y resolución.
Al diablo con mi vida, estaba destruyendo mi determinación.
Miró el reloj. Diez segundos. Sus ojos me recorrieron como si estuviera
memorizando cada detalle de mi rostro y mi cuerpo. No pude evitar hacer lo
mismo. Esto era todo. Se iba.
—Te escojo a ti. Y si tengo que dejar que me pierdas para que puedas
salvarte, entonces me aferraré lo suficiente por los dos. Eso es lo mucho que te
amo.
Se acabó el tiempo.
Me lanzó una última mirada anhelante y caminó hasta la puerta. Los
latidos de mi corazón coincidieron con el ritmo de sus pasos. ¿Y si esto era todo
de verdad? ¿La última vez que lo vería? ¿Y si nunca más volvía a tener la
oportunidad de abrazarlo? ¿De ver la luz en sus ojos cuando sonreía o la forma
en que sus labios formaban las palabras te amo? ¿Y si esta era la última… vez de
todo?
Mi alma gritó en protesta y destrozó con sus garras lo que quedaba de
mis defensas.
—¡Jackson! —llamé cuando su mano alcanzó el pomo de la puerta.
Se giró y todo lo que yo sentía estaba tan claramente grabado en su cara
que llorisqueé.
—Bésame.
316
Se lanzó hacia adelante pero quedó paralizado cuando levanté un dedo.
—Esto no cambia nada. No estamos juntos. Y sé que eso hace que esta sea
una petición muy egoísta y jodida. Pero... este viaje. —Bloqueé la palabra con D
y levanté la barbilla—. Quiero un último beso. —Mi mano cayó a mi costado.
—Este no es nuestro último beso. —En cuatro zancadas, sus manos
estuvieron en mi cabello y su boca en la mía.
Hogar. Todo en mi cuerpo cantó con su toque. Se sentía tan bien bajo las
yemas de mis dedos cuando se entrelazaron en su nuca.
Me abrí a él y gemí cuando su lengua se enroscó alrededor de la mía con
movimientos hábiles y ondulantes. Me besó tan meticulosa y profundamente,
que no podía recordar por qué me detuve. Cada vez que se movía para suavizar
el beso, para retroceder o para hacer una pausa, lo besaba con más fuerza, lo
acercaba más. Esto no podía terminar. No aún. No mientras me sintiera viva y
completa.
—Morgan —gruñó cuando alcancé el dobladillo de su camiseta y deslicé
mis manos por debajo. Me encontré con una piel suave, tersa y cálida sobre
músculos duros y tensos. Agarré su cintura y jalé, atrayéndolo duramente en mi
contra, oh, y estaba duro. Su excitación se presionó en mi estómago y mi mano
lo envolvió a través de la tela de sus pantalones cortos.
Fuego. Estaba en llamas. Mi piel se calentó, mis pechos se hincharon y mis
muslos se humedecieron. Él era como un cóctel de limón y frambuesa triple,
dulce en mi lengua y yéndose directamente a mi cabeza, y quería más. Siempre
querría más cuando se trataba de Jackson. Tocarlo fue una mala idea, pero se
sentía muy bien.
—Joder —gimió contra mi boca mientras lo acariciaba—. Morgan, cariño,
tienes que parar. Me estás matando.
—No quiero parar. —No quería parar nunca. Quería que este momento
durara para siempre, que no hubiera nada más allá de estas paredes que nos
separaría. Quería una eternidad en esta pequeña habitación con el hombre que
no podía tener fuera de este lugar.
Me levantó a la mesa de trabajo, se puso entre mis muslos y me robó los
pensamientos con un beso profundo y carnal. Tomó el control, inclinando su
cabeza sobre la mía y borrando el mundo con el movimiento de su lengua y el
roce de sus dientes. En este momento era suya, ambos lo sabíamos.
Su mano se deslizó por debajo de mi vestido y mi sujetador para ahuecar
mi pecho. Gemí con aprobación y luego jadeé cuando abandonó nuestro beso
para atormentar mi cuello, mi garganta, mi clavícula.
Le desabroché los pantalones y bajé la cremallera para poder sentirlo;
duro, caliente y suave contra mi palma. 317

—Kitty —gimió, en parte en advertencia y en parte en súplica.


Lo bombeé en respuesta. Ya no importaban las advertencias. Estábamos
en el ojo del huracán en el que se habían convertido nuestras vidas, y si este era
el único momento que teníamos, lo aprovecharía.
Sus manos se deslizaron por mis muslos, yendo debajo de mi vestido,
levantando el dobladillo para amontonarlo en mi cintura. Luego me agarró por
el culo y me tiró hacia delante, dejándonos a un trozo de satén de lo que ambos
queríamos. Nos miramos a los ojos y asentí con la cabeza antes de que sus
dedos se deslizaran por debajo de mis bragas y atravesaran la prueba de mi
necesidad.
—Joder, estás empapada. —Su pene saltó en mi mano.
Gemí y moví las caderas agarrándome a su nuca, preocupada de que
fuera a pensar en lo que hacíamos y se detuviera. Acerqué la cabeza de su
excitación a mi hendidura y siseó.
—No tienes idea de lo mucho que te deseo, pero no tengo condón. No
planeé esto exactamente. —Su frente descansaba contra la mía, su respiración
era entrecortada.
—Tomo la píldora. Por favor, Jackson. —Mecí las caderas contra sus
dedos y le dio a mi clítoris una rápida y dura caricia con el pulgar que me hizo
apretarlo aún más fuerte.
—¿Estás segura? —preguntó, mirándome a los ojos para que no pudiera
fingir que no sabía lo que estaba haciendo.
—Fóllame. —No podría ser más clara que eso.
Arqueó una ceja. —Si así es como quieres llamarlo, te dejaré creerlo. —
Arrastró mis bragas por mis piernas y me las quitó, luego bajó la cintura de sus
calzoncillos hasta justo debajo de su trasero. Entonces se estuvo en mi entrada,
palpitante e insistente, y sus ojos se encontraban en los míos, dándome una
última salida.
—Esto no cambia nada entre nosotros. —Enganché mis tobillos alrededor
de la parte baja de su espalda y tomé su rostro entre mis manos mientras movía
mis caderas hacia adelante, hundiéndolo lentamente en mi interior.
—Kitty, eso es exactamente lo que he estado tratando de decirte. —Me
tomó las caderas y empujó hacia adelante, llenándome por completo.
Se tragó mi gemido con su boca, besándome profundamente mientras se
movía en mi interior con golpes fuertes y poderosos que hacían que el placer
irradiara a través de mis miembros y se enrollara en mi núcleo.
318
—Te sientes tan bien, joder —dijo contra mis labios, volviéndome a besar
cuando mis gemidos se convirtieron en lloriqueos entusiastas.
Nuestros cuerpos se tensaron mientras nos movíamos a la par, dando y
recibiendo, aferrándonos y diciendo adiós. Mis músculos se tensaron cuando el
placer llegó a su punto máximo y traté de luchar para que esto durara el mayor
tiempo posible, pero Jackson llevó su mano entre nosotros y me acarició justo
como lo necesitaba. Conocía mi cuerpo, mis señales, mis necesidades, de la
misma manera en que yo conocía el suyo.
Giré las caderas al ritmo de sus embestidas y gimió, nuestro beso se
rompió para que pudiéramos respirar, pero nuestros labios permanecieron lo
suficientemente cerca como para rozarse mientras luchábamos por aire, por
tiempo. Todo mi interior se tensó, disparándose como una flecha, y cuando lo
sentí hincharse dentro de mí y sus embestidas perdieron ese ritmo constante,
señalizando que estaba cerca, volví a besarlo vertiendo todo lo que sentía, pero
no podía decir.
Y luego estuvimos allí, cayendo juntos en un orgasmo que me destrozó el
cuerpo y el corazón. Él me atrapó, como siempre lo hacía, apretándome contra
su pecho antes de que mi cuerpo se volviera flácido y me acarició durante las
réplicas de la dicha hasta que las últimas olas se desvanecieron.
Enterré mi cara en su cuello mientras él me acariciaba la espalda con
movimientos largos y tranquilizadores. Poco a poco, como el hilo del aire
invernal a través de una puerta con corrientes de aire, la fría verdad de la
realidad que nos esperaba se hundió.
Me besó suavemente y salió de mí.
Nunca en mi vida me sentí tan vacía.
Se acomodó la ropa, luego me limpió y me ayudó a ponerme las bragas,
y lo que podría haber sido incómodo fue increíblemente triste.
—Te amo. —Acunó mi rostro y se llevó otro trozo de mi alma con la
expresión de sus ojos—. ¿Me harías el favor de comprobar a Fin una o dos veces
mientras no estoy?
Asentí. ¿Cómo no lo haría? La amaba.
—Gracias —susurró.
—Esto no cambia…
—Shhh. —Me besó para silenciarme, luego sonrió—. Lo sé. Y de todos
modos, te amo. Tres meses, Morgan. —Me besó fuerte y profundo, luego separó
su boca de la mía y caminó hasta la puerta sin volver a mirarme.
Me dejé caer al suelo mientras caían las primeras lágrimas. Por favor,
319
Dios. No te lo lleves. Haré lo que quieras, pero no te lleves también a Jackson. No era
capaz de vivir en un mundo en el que él no estuviera. No era posible.
Respirando cuidadosamente, esperé a que llegara la ansiedad, pero solo
miedo y tristeza surgieron con mis lágrimas, y esas se convirtieron en sollozos.
Cuando Sam me encontró, no cuestioné cómo lo sabía. Simplemente me hundí
en su abrazo y lloré hasta quedarme vacía.
—Lo sé —susurró, meciéndome como a un bebé—. Lo sé. Terminará
antes de que te des cuenta, lo prometo. Te volverás más fuerte cada día. Solo
aguanta y respira.
¿Se daba cuenta de que sus palabras se aplicaban a ambas?
—Te volverás más fuerte. Será más fácil.
Ese se convirtió en mi mantra.
26
Solo prométeme que no dejarás que esto te quiebre. Me mata la idea de ser
tu tragedia.

Traducido por Julie


Corregido por Sofía Belikov

Morgan
320
Sam se fue dos semanas después que Jackson. Protestó todo el tiempo,
jurando que podía quedarse más tiempo si la necesitaba, pero ya se había
tomado todo el que pudo, y no iba a hacer que perdiera ni un solo día de la
escuela de posgrado.
Además, la doctora Circe me había eximido del tratamiento por el duelo
complicado y, aunque todavía la veía por la ansiedad, me aseguró que la
pérdida que seguía sintiendo respecto a Will iba por un camino saludable y
normal.
¿La pérdida que sentía por Jackson? Bueno, eso fue obra mía.
Se había ido hacía tres semanas, y respirar… no era fácil, y cuando la
ansiedad se apoderaba de mi garganta y amenazaba con cerrarla, llevaba a mi
mente a otra parte y me recordaba que no tenía novio, así que no tenía
necesidad de llorar al respecto.
Me subí al camión y puse en marcha el motor. Rugió a la vida, y sonreí.
Hoy era el día, y como tenía tres semanas antes de que empezara la escuela, un
nuevo baño principal, y habitaciones de repuesto recién desmontadas que
arreglar, era hora de ir a la ferretería.
Con el cinturón de seguridad abrochado y el asiento del conductor
ajustado desde el último viaje de Will hasta mi contextura más pequeña, puse el
camión en marcha y… conduje. —¿Qué escuchabas? —le pregunté mientras
encendía el estéreo.
Johnny Cash llenó los altavoces y me reí. —Claro que sí. —El olor del
cuero y de Will aún impregnaba la cabina, así que bajé las ventanillas y dejé que
el aire húmedo del océano llenara el espacio mientras conducía por las calles del
pueblito que había decidido llamar hogar.
Compré provisiones, las puse en la parte trasera y volví a subir al asiento
del conductor. Todo era tan… normal, y aun así Will seguía en todas partes. No
era mi camión, era el suyo. Pasé el pulgar sobre sus alas. Esas no. Merecían
quedarse. Mis ojos se fijaron en sus placas de identificación.
Con cuidado, las desenrollé del espejo retrovisor, las apreté con fuerza en
la mano por un momento, luego las puse en la guantera y la cerré. Un poco
menos de él… pero necesitaba más de mí. Me quité el colgante de cristales
marinos del cuello y aseguré la cadena con cuidado alrededor del espejo. El
cristal se balanceaba como un péndulo.
Ya lucía mejor. Ahora yo también me encontraba presente.
Y Jackson.
Estacioné el camión en la entrada, recogí los suministros que podía llevar
y subí los escalones.
321
—Oh, gracias a Dios. —Paisley se levantó de la tumbona—. Tomé un taxi
desde el aeropuerto, y cuando no te encontré, ¡pensé que iba a terminar
durmiendo en tu porche el fin de semana!
Dejé caer las bolsas y envolví a mi mejor amiga en un abrazo fuerte.
—Me alegro mucho de que estés aquí.
Y lo decía en serio.

—¿Quieres explicar esa canasta gigante de bombas de baño que llegó


esta mañana? —preguntó Paisley mientras sorbía del té.
Miré hacia la cesta ofensiva de regalo que ocupaba al menos un metro de
espacio en la encimera. —No.
Sus ojos se entrecerraron. —Jackson.
—Dije que no quería explicarlo. —Le di una sonrisa dulce.
—Ajá. ¿Y ese osito de peluche gigante que ocupa un rincón de tu salón?
—Movió la cabeza de lado.
—Tampoco hablaré de ese monstruo.
—¿Qué hay de las tres cajas de materiales de clase en la mesa del
comedor? —Arqueó una ceja rubia.
—Tal vez las compré yo misma. —Me encogí de hombros.
—Tal vez, pero no lo hiciste. —Su taza resonó en el granito cuando la
bajó—. Ese hombre está enamorado de ti.
—Bueno, entonces es su culpa, ¿no es así? —Y hablando del diablo, mi
teléfono sonó.
¿Ya te estás dando un baño?
Resoplé.
No te lo diría, aunque lo estuviera haciendo.
Está bien, tengo una gran imaginación.
¿Sabes qué? En algunos estados considerarían esto como acoso.
Tamborileé los dedos en el granito, esperando su respuesta e ignorando
descaradamente la forma en que Paisley me miraba con una sonrisa de “eso es
lo que pensé” en su cara.
En el momento en que te sientas acosada, llama a la estación y dile al
capitán Patterson. 322

Recibiré el mensaje. Créeme.


Fruncí el ceño. ¿Se comportaba de manera ridícula y un poco obsesiva?
Sí. ¿Quería que se metiera en problemas por eso? Por supuesto que no.
¿Quería que se detuviera? Esa era una pregunta totalmente diferente.
Hasta entonces, estaré aquí, imaginándote en esa nueva bañera.
Eres incorregible.
Creo que te estás dando cuenta.
Ve a salvar a alguien.
Te amo, Kitty.
No le respondí, pero sabía que él no esperaba que lo hiciera. Ese dolor
familiar me consumió el alma y comenzó a palpitar. Era más que un anhelo.
Más que decir que lo extrañaba. Era un dolor que me golpeaba las costillas con
la fuerza de los latidos del corazón, exigiendo que reconociera mi vacío. Me
sentía… incompleta sin él. Tenía una parte de mí, y el resto lo notaba.
Guardé el teléfono con un suspiro y encontré a Paisley mirándome con
una sonrisita.
—¿Ya estás lista para hablar de eso? —preguntó.
—No.
—De acuerdo. —Suspiró—. Entonces, ¿qué te gustaría hacer hoy? Ni
siquiera estoy segura de qué hacer sin Peyton siguiéndome. ¿Una película?
¿Una pedicura?
Sonreí. —Agarra un traje de baño. ¡Podemos hacer la clase de yoga con la
tabla paddle que empieza en cuarenta y cinco minutos!
Se le cayó la mandíbula.

Sabía que ella ansiaba tranquilidad, ya que su vida no tenía ninguna, así
que pasamos el día siguiente acurrucadas en la sala de estar leyendo mientras
una tormenta de verano hacía que las playas turísticas quedaran tranquilas.
Lo mejor de tener una bibliotecaria como mejor amiga era que no
hablaba cuando había libros que leer.
Página tras página pasaban volando mientras devoraba Noche y Día, a
pesar de mi mejor juicio. Este libro pertenecía a una vitrina, protegido y
preservado, pero se sentía como una traición ponerlo sin leerlo, así que lo hice.
323
Los únicos sonidos eran las páginas girando mientras nos empapábamos
en la quietud y, de vez en cuando, me detenía y hacía una pausa ante la belleza
de una frase bien escrita mientras saboreaba el último libro en mi atracón de
novelas de Virginia Woolf.
Te veo en todas partes, en las estrellas, en el río; para mí eres todo lo que existe;
la realidad de todo.
Aunque la confesión le pertenecía a un hombre que nunca existió,
publicada en un libro que fue escrito hacía más de cien años, mi pecho se apretó
y me quedé sin aliento porque conocía ese sentimiento con una intimidad que
me sacudió por completo.
Lo veía a él en todas partes. En el océano y la playa. En mi dormitorio, mi
cocina y en las nubes que pasaban por encima. En la lluvia que golpeaba mis
ventanas y el sol que calentaba la cubierta por la mañana.
En algún momento de los últimos cinco meses, mi existencia cambió. Mi
centro de gravedad se movió. Él era mi realidad de todo.
Jackson.
Cerré el libro y lo sostuve contra mi pecho mientras un dolor de anhelo
me consumía.
—¿Qué sucede? —me preguntó Paisley desde el otro extremo del sofá,
mirándome por encima de su lector electrónico.
—¿Cómo dejaste que Jagger volara de nuevo?
Sus ojos se abrieron de par en par, y se sentó derecha, colocando su
tableta en la mesa de café. —¿Qué quieres decir?
—Casi se muere. Will murió salvándolo, así que, te pregunto cómo lo
dejaste volar de nuevo. —Sostuve el libro como un escudo.
—Bueno, no estoy segura de que se le permita a Jagger hacer nada —
murmuró con un suspiro.
—Tú sí. Si le pidieras que no volviera a volar, lo haría. Así de mucho te
ama.
Presionó sus labios en una línea y miró alrededor de mi casa, sus ojos sin
enfocarse en nada mientras pensaba en mi pregunta. —Me enamoré de Jagger
tal como era, y pedirle que no volara lo convertiría en alguien que no conozco.
Es una parte de él. No podría pedirle que dejara de volar, como él no podría
pedirme que dejara de leer.
—Pero leer no hará que te maten —la desafié.
—Mi corazón casi me mató. —Se encogió de hombros—. No tienes que ir
a la guerra para poner tu vida en peligro. Puedes subirte al coche, o caminar por 324
la calle, o meterte en el océano.
—Pero después… de lo que pasó… ¿no tienes miedo? —Susurré la
pregunta, temiendo la respuesta. Temiendo que pudiera ser la cobarde de las
dos.
—Me aterroriza —admitió—. Cada vez que veo sus cicatrices, me
acuerdo. Cada vez que vuela, contengo la respiración. Me sorprende que no me
desmaye algunos días.
—Pero de todos modos te pones en esa situación.
Suspiró y se ajustó la manta sobre el regazo. —Sí, lo hago. ¿Cuánto
tiempo le queda, por obligación, en la escuela de vuelo?
No fingí ignorancia. —Seis años.
—Así que no puede dejar de volar, aunque se lo pidas. —Su voz se
suavizó.
Sacudí la cabeza. —De todas formas, no importa. Hemos roto. No
estamos juntos.
Sus ojos rodaron hasta el otro lado de su cabeza. —Sí, claro.
—No puedo pasar por eso otra vez. Si algo le sucediera a Jackson… —
Tragué más allá del nudo en la garganta y calmé mi respiración. Hoy no,
Satanás—. Cuando Will murió, se llevó mi corazón.
—Lo sé. —Asintió con una sonrisa triste.
—Pero Jackson… —Me saqué el libro del pecho y lo puse sobre mi
regazo—. Se llevaría mi alma. No quedaría nada que me hiciera seguir
respirando.
Se puso a mi lado, y me giré para que nos sentáramos hombro con
hombro.
—Tienes que decidir qué es más grande: tu amor por él o tu miedo a
perderlo. Y pensarías que van de la mano, pero no es así. Mi amor por Jagger
gana por un pelo. Y es el pelo más pequeño, pero ahí está. Prefiero arriesgarme
a perderlo que pasar la vida sin amarlo. —Sus ojos verdes se fijaron en los míos.
—Pero no amo a Jackson —susurré.
Me cogió la mano. —Llámalo como quieras. Lo que sea que sientas, si es
más grande que tu miedo, entonces agárralo con ambas manos y no lo sueltes.
—Pero, ¿qué sentido tiene? ¿Qué pasa si lo hago, y no soy suficiente para
él? ¿Y si no puedo dejar atrás el pasado? ¿Qué pasa si…? —Suspiré.
Me inmovilizó con la mirada. —¿Qué pasa si no aprendes de ese pasado? 325

Me sobresalté. —No sé de qué hablas.


—Oh, Morgan. —Me apretó la mano suavemente—. Hay alguien que te
ama. Y te lo dice todos los días, y no puedes aceptarlo porque tienes miedo.
Miedo de que no tengas un corazón entero que darle. Miedo de que no seas
capaz de amarlo como se merece. Él te desafía y te saca de tu zona de confort, y
la química entre ustedes es obvia para cualquiera que tenga ojos, y cuando la
oportunidad de ser feliz te mira a la cara, la alejas y culpas al momento. Lo
alejas porque si te permites amarlo, y él muere, no sobrevivirás a enterrarlo. Lo
sabes porque lo has hecho antes. Has enterrado al amor de tu vida, y prefieres
condenarte que arriesgarte a ese tipo de dolor otra vez. —Me miró fijamente,
desafiándome a no unir los puntos.
—Oh, Dios —lloré, acurrucándome mientras el dolor de mi propia
ignorancia me atravesaba hasta la médula.
Me había esforzado tanto en protegerme de sentir otra pérdida como la
de Will que me convertí en alguien como él, pero en lugar de que mi corazón
estuviera en juego, lo estaba el de Jackson.
Mi primer día de clases, había dos docenas de rosas de Jackson en mi
escritorio. La nota era simple:
Hoy comienza. Y sí, voy a cantar “Hot for Teacher” todo el día. Besos, Jackson.
Bufé y luego me reí. El hombre nunca llamaba directamente, pero se
hacía notar en todos los sentidos. Era tenaz. Le reconocería eso.
Junto a esas gloriosas rosas había un pequeño jarrón que contenía una
sola margarita. No tuvo que decirme qué hacer con ella.
Mientras mis alumnos tenían que esperar en el exterior a que la campana
señalara el comienzo del día, a los niños de la guardería se les permitía entrar
quince minutos antes, y nos encontrábamos en esa ventana. Llevé la flor por el
pasillo, sonriéndole a los otros profesores y ajustando el cordón para que
pudieran ver que era una de ellos.
Todavía no me encontraba segura de quién demonios decidió que era lo
suficientemente madura como para ser maestra, pero fingiría hasta que lo
lograra.
Los salones del jardín de infantes se hallaban en el extremo opuesto del
ala, y el ruido era asombroso. Abrí la puerta de la izquierda y me encontré con
un aluvión de padres nerviosos y niños excitados, todos luchando por guardar
326
sus suministros y encontrar los ganchos de sus mochilas.
La pelirroja que buscaba me vio por encima de las cabezas de sus
compañeros de clase.
—¡Morgan! —Separó los mares como la mariposa social que era y voló a
mis brazos. Bajé hasta el nivel de sus ojos, con cuidado de que mi falda no se
subiera.
—¡Estás increíble! —Levanté el dedo y giró complacientemente con una
falda esponjosa y una camisa cubierta de lentejuelas. Su pelo se encontraba en
rizos perfectamente formados y que sabía que no durarían luego del primer
recreo.
—Mamá me peinó. —Sonrió.
—Hiciste un gran trabajo. —Le sonreí a Claire, que se veía tan incómoda
como era humanamente posible, pero estaba aquí. Podía estar viviendo en la
casa de Jackson y durmiendo en su cama, pero lo hacía por el bien de Finley. No
estaban juntos… al menos eso era lo que me recordaba para mantener las garras
envainadas.
Además, Jackson y yo no estábamos juntos, así que ella tenía todo el
derecho de dormir en su cama.
Sí, claro.
—Gracias. —Me ofreció una sonrisa. Las cosas no eran precisamente
fáciles entre nosotras, pero aprecié que al menos hubiera borrado su mirada de
búsqueda y destrucción cuando se trataba de mí.
—Finley, tu papá envió esto para ti. —Le entregué a Fin la margarita, y
toda su cara se iluminó.
—Es hermosa. —Mencionó la palabra con reverencia—. Hablamos por
FaceTime esta mañana. ¡Él le dijo a mamá que podía usar esta falda!
—En contra de mi buen juicio —murmuró Claire, enviando una mirada
obvia a los trajes mucho menos ostentosos de la habitación.
—¡La pondré en mi escritorio! —Finley llevó la flor como si fuera una
bomba nuclear, esquivando a sus compañeros a cada paso.
—¿Sabías que se supone que uno es voluntario? —preguntó Claire en un
susurro cuando me paré—. Y no solo de vez en cuando. Quieren ayudantes de
clase, lectores de cuentos, chaperones de excursiones, y yo trabajo. ¡Hay miles
de hojas de inscripción por ahí!
—Puede ser mucho, pero los recursos de la escuela no siempre son lo que
desearíamos, así que, el hecho de que los padres intervengan puede ayudar a
estirar nuestro presupuesto —expliqué con una pequeña sonrisa—. Pero no
tienes que hacerlo. Ese es el propósito de ser un voluntario, y sé que estás
asumiendo mucho en este momento. 327

—Sí, y todos estos padres van a pensar que soy la madre perdedora que
no puede presentarse a la hora del cuento el jueves, y todos saben que no he
estado aquí tanto como me hubiera gustado. Los chismes en un pueblito nunca
mueren. —Frunció los labios.
—Lo sé muy bien. —Era más o menos la historia de mi vida—. Pero
cuanto más estés aquí, cuanto más te conozcan, menos hablarán.
Sacudió la cabeza. —¿Cómo hace Jax todo esto y aun así logra mantener
su preciosa carrera? —Había una pizca de pánico en sus ojos.
Ugh, y ahí se fue mi estúpido corazón con el dolor de nuevo.
—Bueno, primero, no seas tan dura contigo. Jackson aún no ha sido un
padre de jardín de infantes, así que no ha hecho todo esto. Es un territorio
nuevo. ¿Hay algo más que te esté estresando, Claire? —El nivel de agitación
parecía un poco injustificado.
Se peleó consigo misma por un segundo, y luego suspiró. —Hoy tengo
una audición, y aceptaron hacerla por video chat, lo cual es bastante inaudito.
Pero el único momento que tiene el director es exactamente cuando Fin sale, y
mamá tiene una cita con el médico, y Brie tiene una reunión, así que voy a tener
que cancelarla. Estoy tratando de hacer ambas cosas; averiguar cómo ser la
madre de Finley y no perder mi carrera, pero… —Sacudió la cabeza y miró
hacia otro lado.
Me mordí la lengua y me recordé que no podía juzgarla por la forma en
que había abandonado a Fin los últimos cinco años, ya que ahora se encontraba
aquí y obviamente hacía lo mejor que podía. —¿Por qué no la llevo a casa
conmigo?
Su mirada se dirigió a la mía.
—De verdad. Solo deja su asiento para el coche en la oficina, y yo la
llevaré a casa. No es gran cosa. No es como si vivieras al otro lado de la isla,
¿recuerdas? Solo ven a buscarla cuando tu audición termine. —Me vendría bien
la opinión de Fin sobre los colores de la pintura para la habitación de invitados
y tal vez incluso podríamos colarnos en alguna cacería de caracolas.
—No puedo pedirte eso —protestó, pero se le encendió una chispa en los
ojos.
—Sí, sí puedes. Amo a Finley. Me encanta pasar tiempo con ella, y
sinceramente me harías un favor. —Levanté la placa—. Y ya tengo revisión de
antecedentes y todo.
—Pero tú y Jax… —Dudó.
De repente deseé tener su colgante alrededor del cuello en vez de haberlo
328
dejado en el camión. —Esto no se trata de Jackson. Es sobre Fin.
Miró nerviosamente mientras los padres sacaban fotos de cada “primera
vez” de la mañana. —Bien. Gracias. Supongo que no me di cuenta de que sería
tan difícil. O tal vez sí, y por eso me mantuve alejada tanto tiempo.
—No hay problema —le aseguré—. Siempre estoy disponible para
ayudar, si me lo permites.
Me mostró una sonrisa de Hollywood, pero lucía teñida con una nota de
desesperación.
Empecé a llevar a Finley a casa todos los días.
27
Traducido por Tolola
Corregido por Sofía Belikov

Jackson

No existía tal cosa como un fin de semana de tres días aquí, así que el
hecho de que fuera el fin de semana del Día del Trabajo no marcó ninguna
diferencia para mí. Me senté en el centro de operaciones con la computadora
329
portátil, buscando en internet la manzana hinchable más odiosa del mundo
para el aula de Morgan.
Hastings ponía los ojos en blanco cada vez que lo enviaba a misiones
cualquiera, pero nunca se quejaba. Le quitaron el yeso la semana pasada, pero
le negaron la petición de reemplazarme aquí. Sinceramente, no podía estar
enfadado. Este era mi trabajo y, nos gustara o no, los despliegues eran parte de
él.
Un hecho que Morgan conocía muy bien, lo que no funcionaba a mi
favor. Una vez que llegara a casa y la tuviera de nuevo en mis brazos, sería solo
cuestión de tiempo que pasáramos por esto otra vez. Demonios, sería teniente
comandante en dos años, por lo que un traslado permanente de estación no se
encontraba muy lejos.
Extrañaba mucho a mis dos chicas, y no estábamos ni a la mitad de este
despliegue. Mirar la cara de Fin cada mañana y noche era su propia forma
especial de tortura. Podía verla, pero no podía abrazarla, y cada vez que la
pantalla se ponía negra me dolía más el corazón. Me perdí su primer día de
guardería, que era algo que nunca pensé que diría.
Pero estuvo con Claire, ¿verdad?
Y Morgan.
Joder, echaba de menos a Morgan. Extrañaba su sonrisa y su risa. Echaba
de menos los paseos por la playa y los momentos en que se abría. Echaba de
menos despertarme en mitad de la noche con su cuerpo alrededor del mío y su
cabeza sobre mi pecho. ¿Extrañaba el sexo? Era un hombre, y era el mejor de mi
vida, así que sí, claro, pero extrañaba más la conexión. Habría renunciado al
sexo durante el resto de la vida si eso significara que podría abrazarla todos los
días. Aunque probablemente negociaría unos cuantos besos. Extrañaba tanto
sus besos que casi gemía de solo de pensar en ellos. Nunca era capaz de ocultar
sus sentimientos con su boca sobre la mía.
El hecho de que Finley pasara sus tardes con Morgan me daba esperanza.
No era que estuviera usando a mi hija para mantener a mi novia o algo así. No
me encontraba seguro de que existiera algo que pudiera hacer para quedarme
con Morgan, pero eso no significaba que no fuera a darlo todo. Hablaba en serio
el día que me fui. La amaba lo suficiente como para superar esto. Demonios, la
amaba lo suficiente como para pasar por mil situaciones iguales, pero aun así
me odiaba por hacerla atravesar esto. No había suficientes regalos en el mundo
para compensar el aumento de sus ataques de ansiedad.
Pero una manzana gigante e hinchable podría ayudar.
—Sabes que a las chicas les gusta el chocolate y las flores, ¿verdad? —
preguntó Sawyer, golpeándome el hombro mientras se sentaba a mi lado—. O
sea, si estás pidiendo manzanas hinchables, hay modelos mucho mejores que 330
sirven a propósitos mucho mejores.
Resoplé.
—Deja al hombre en paz. Está cortejando a distancia —comentó Garrett
desde la esquina de la habitación donde jugaba un videojuego.
—Solo digo. —Sawyer movió las cejas—. Y, de todos modos, ¿quién
diablos dice cortejar? ¿Qué es esto, el siglo diecinueve?
—Cortejar es la única palabra que puedo utilizar para lo que sucede allí
—dijo Garrett—. ¿Cómo llamarías sino a un esfuerzo constante con cero citas y
cero estímulo?
—Acoso —bromeó Sawyer, y luego hizo un gesto—. Mierda, me pasé.
Le eché una mirada sobre la pantalla de la computadora.
—¡Dije que lo sentía! —Levantó las manos—. A todos nos gusta Morgan.
Todos te apoyamos. Entendemos por qué… hizo lo que hizo, y todos creemos
que vale la pena.
—No digas todos, como si nos sentásemos a chismorrear sobre la vida
amorosa de Montgomery —regañó Garrett.
En realidad me importaba poco si aprobaban mis acciones o mi relación,
o la falta de ella. Las únicas dos opiniones que me importaban en el mundo eran
la de Morgan y la de Fin. —Cierto. Gracias.
Giró la silla para mirar el monitor detrás de mí. —¿Estás vigilando a
Ingrid? Está empezando a tener un aspecto desagradable.
Miré por encima del hombro a las tormentas nombradas que se dirigían
hacia nosotros. —No. Parece que podría pasar por alto las Bahamas, y solo es
categoría dos. Los chicos de Clearwater se encargarán de ella. Pero Jerry me
llama la atención.
¿Cuándo demonios me volví tan insensible como para pensar en los
huracanes como rescates y secuelas en lugar de destrucción y vidas perdidas?
Nos llamaban cuando había tormentas todos los años en la costa, y nunca
dejaba de afectarme, pero hacía años que había dejado de sentir pánico ante las
proyecciones de los modelos.
Sawyer silbó por lo bajo. —Es enorme, carajo.
—Y se dirige hacia aquí, si los modelos son correctos. —Lo último que
Puerto Rico necesitaba era otro maldito huracán, pero nos encontrábamos aquí
y listos para ayudar si llegaba.
—¿En qué crees que terminará? —Sawyer se recostó en la silla.
331
—¿Ese tipo? —Garrett sacó la silla de la consola y miró el monitor—.
Escalará a un cinco.
—Estás loco. A un tres —respondió Sawyer—. Perderá fuelle al pasar por
las islas de allí. —Señaló el modelo que llevaba la tormenta al sur.
—Recemos para que no los alcance en un tres. —Miré los modelos más
de cerca—. Y si sigue esa proyección, entonces apoyo a Garrett. Va a lo grande.
Moreno entró en la habitación, agarrando el marco de la puerta.
—Recibimos una llamada.
Cerré mi computadora portátil. —Es hora de salvar algunas vidas.

Bostecé y agarré el teléfono cuando sonó la notificación. Ya había


hablado con Fin esa mañana, pero el café aún no hacía efecto. Todavía era raro
ver a Claire en mi casa, moviéndose en el fondo.
Mi pantalla parpadeó con el nombre de Morgan, y sonreí de inmediato.
¿Por qué hay una manzana gigante en mi clase?
Sonreí.
Porque eres profesora, claro.
Esta cosa ocupa todo el espacio en la pizarra.
Estuve a punto de llamarla por FaceTime, pero sabía que no aceptaría.
Tampoco respondía mis llamadas. Esa era la línea de demarcación de nuestra
relación. Los mensajes iban bien. Hablar no.
No te creo.
Un minuto después, llegó la foto de una manzana roja y gigante
ocupando su espacio de instrucción.
No veo el problema.
Eres. Imposible.
Estoy. Enamorado. De. Ti.
Como siempre después de que utilizara esas palabras, la conversación
terminaba. Por lo menos no era cal y arena. La mujer tomó su decisión y se
mantuvo firme.
¿Te vas a Washington mañana?
Ahora mismo. Solo me pasé para recoger algo.
332
Mi pecho se apretó. No podía imaginar lo duros que serían los próximos
dos días para ella, y ni siquiera me encontraba allí para sujetarle la mano.
Siento no poder acompañarte.
Yo también.
Era lo más cercano que estuvo de admitir que me echaba de menos.
Ocho semanas más.
Ya llevábamos siete.
No respondió.
Agarré la comida, y luego me dirigí al centro de operaciones para otro
día divertido de sesiones informativas, entrenamientos, y esperar a que me
necesitaran.
—Te guardamos un asiento, cariño —dijo Sawyer mientras le daba una
palmadita a la silla de oficina junto a él en la larga mesa de conferencias.
—Gracias. —Me colé entre él y Moreno, con Garrett justo al otro lado de
la mesa. Cada uno de los veintidós hombres en esa habitación era de nuestra
unidad en Hatteras, y ya no quedaban asientos para cuando el capitán entró.
—Buenos días, damas y caballeros —dijo Patterson, de pie a la cabeza de
la mesa de conferencias—. El resumen diario es el siguiente.
Empezó con lo mundano y guardó lo importante para el final, tal vez
para que no huyéramos o nos quedáramos dormidos.
—Jerry sigue siendo nuestra preocupación principal. Warren, ¿quieres
hablar del tiempo?
El meteorólogo se puso de pie y asintió, dirigiéndose al monitor. —Jerry
es una gran preocupación. Predecimos que sea de categoría cuatro para cuando
toque tierra, pero si sigue esta escala, podría agarrar velocidad en las aguas
cálidas de por aquí y escalar a un cinco.
Maldición, si esa cosa se acercaba a nosotros, iba a despejar el lugar.
—Te lo dije —dijo Garrett.
—Cállate —respondió Sawyer.
—De cualquier manera, vemos una destrucción generalizada desde aquí
—Señaló una cadena de islas—, hasta aquí, lo que significa que necesitaremos
todas las manos disponibles. Esperamos que este ejemplo sea el correcto, y que
no pase por aquí, pero ya saben cómo pueden ser las tormentas delicadas. —Se
subió las gafas por la nariz—. Señor, ¿le gustaría…?
—Adelante —dijo Patterson, con la voz firme.
—Aunque esta tormenta —Cambió el monitor, y mi estómago se
contrajo—, no nos afectará directamente, es motivo de preocupación, como 333
pueden ver.
—Mierda —murmuró Sawyer.
—¿Cómo diablos pasó eso? —espetó Garrett, como si Warren controlara
el clima.
—Para ser sincero, las proyecciones se equivocaron —contestó Warren—.
Dio la vuelta a las Bahamas, aumentando la velocidad a tres, y pensamos que
podría girar hacia el Atlántico, pero… bueno, esta mañana sus vientos medían
ciento trece nudos. —Su mandíbula se tensó.
El capitán Patterson se apiadó del tipo y agarró el control remoto del
monitor. —Estas son solo proyecciones, y todos ustedes saben lo rápido que los
modelos pueden cambiar. Dicho esto… —Hizo clic en el mando a distancia, y el
monitor cambió para mostrar la trayectoria proyectada.
Toda la sala estalló con preguntas.
Tenía el teléfono en la oreja antes de haber salido de la habitación,
dejando la sesión informativa antes de que me despidieran.
—Contesta. Contesta —murmuré. Morgan ya se iba de camino a la
ceremonia de Will.
—¿Jax? —Oí la voz de Claire.
—Tienes menos de cuarenta y ocho horas. Agarra a Finley y evacúa. No
esperes.

334
28
Traducido por Julie
Corregido por Pame .R.

Jackson

No había nada tan irónico como un piloto de búsqueda y rescate


mirando impotente como un huracán se dirigía directamente a su casa mientras
se hallaba a mil kilómetros de distancia.
335
Ayer se ordenaron evacuaciones.
Finley y Claire se fueron esta tarde. Era más tarde de lo que quería, pero
al menos ella se había ido. Vivian, sin embargo, era una persona muy tenaz.
Había resistido todos los huracanes, incluyendo el de Irma, desde su casa, y ya
que Brie aceptó un puesto de voluntaria en uno de los refugios del continente,
eso dejó a Vivian sola.
Sola, con un huracán de categoría cuatro que se dirigía directamente a
ella.
—Sé que esto los está matando, especialmente a aquellos con familias en
Hatteras, pero no nos queda otra que sentarnos y mirar —dijo Patterson a los
que nos hallábamos sentados en la sala de conferencias con los ojos vidriosos,
pegados a la cobertura de las noticias.
No estaba seguro de lo que pensaba que iba a cambiar. No había muchos
modelos que pronosticaran nada más que un golpe directo a Hatteras en las
próximas doce horas.
Me quedaba una hora antes de mi llamada matutina a Finley, y luego
trataría de convencer a Vivian de que se largara de allí, aunque no iba a
escucharme. La mujer probablemente planeaba una fiesta por el huracán.
El reportero se encontraba en el extremo de uno de los muelles más
pequeños, siendo acosado por la lluvia en tanto las olas se estrellaban a sus
pies. —¡Como pueden ver, los vientos han aumentado aquí a ciento treinta
kilómetros por hora, y es muy difícil de soportar! —Se inclinó hacia el viento—.
Estamos viendo enormes chaparrones, y la ola ya se está acercando a la línea de
la marea.
—Idiota —murmuró Sawyer.
—De acuerdo. Y Ryan, ¿podrías decirnos qué hace que este huracán en
particular sea tan peligroso para Outer Banks? —preguntó la presentadora a
través del auricular.
—Claro, Sarah. Pase lo que pase, estamos viendo un impacto masivo
aquí en Cabo Hatteras. Aunque Irene se desvíe hacia el Atlántico en las
próximas doce horas, se prevé que la marea tormentosa sea devastadora porque
no solo coincidirá con la marea alta, sino que mañana habrá luna llena.
—Así que, en efecto, ¿dirías que es una tormenta perfecta, de algún tipo?
—cuestionó la presentadora mientras el reportero era golpeado por otra ola.
—Le van a dar una paliza —señaló Garrett.
—Exacto. Hatteras ha ordenado a todos los residentes que evacuen, pero
nos han dicho que hasta el cincuenta por ciento de la población no lo ha hecho.
Todos los hospitales han sido evacuados a la isla principal, los transbordadores 336

han cerrado y los puentes están abiertos al tráfico de salida. A los residentes de
aquí se les ha dicho que los servicios de emergencia no estarán disponibles, y el
gobernador les ha advertido que están poniendo sus vidas en peligro.
—Mierda —maldijo alguien detrás de mí.
—Y aun así este idiota está parado ahí afuera —agregó Sawyer.
Mi pie golpeaba impacientemente en mi bota, y decidí que la presión en
mi pecho no iba a disminuir hasta que supiéramos que Vivian había logrado
salir.
—Y hemos oído que algunas calles ya se están inundando —dijo la
presentadora.
—¡Sí! ¡Las zonas bajas ya están llenándose de agua, y como pueden ver,
el mar está avanzando rápidamente! —Se inclinó hacia atrás por el viento.
—Ryan, acabamos de recibir la noticia de que Ingrid ha bajado de
categoría a un tres —anunció la mujer del noticiero.
Hubo un pequeño suspiro alrededor de la mesa, pero no fue grande. La
diferencia de un par de kilómetros por hora en la velocidad del viento no
significaría tanto como esa marea tormentosa.
—Eso es genial...
Una ola golpeó tanto al reportero como al camarógrafo, enviándolos por
el muelle.
—Te lo dijimos —dijo Sawyer a la televisión, como si pudieran oírnos.
Seguí a Patterson fuera de la sala de conferencias. —Señor, no puede
esperar que los que tenemos familia nos quedemos sentados aquí.
—No lo espero. Espero que hagan su trabajo. Jerry sigue...
—Jerry ha sido degradado a categoría uno, señor. ¿Me dice que cree que
seremos efectivos rescatando gente aquí, sabiendo que nuestras familias están
en peligro en casa?
Su mandíbula se flexionó. —Le digo que hasta que el trayecto de Jerry no
sea seguro, no puedo hacer nada. Ahora, su hija evacuó, ¿verdad?
—Sí, pero su abuela no.
—No puedo hacer nada al respecto, teniente.
—Esto es una completa y absoluta mierda. No me importa si cree que
Elizabethtown tiene esto cubierto. Es una mierda —dije.
Sus ojos se entrecerraron, y supe que me había excedido pero no me
importaba una mierda. —No hay nada que pueda hacer. Los reemplazos están
en camino, pero hasta que lleguen o Jerry se disipe, nadie saldrá de esta isla.
337
¿He sido claro?
—Como el agua.
Lo dejé parado en el pasillo y me dirigí a mi habitación, tratando de
calmarme antes de llamar a Fin. Lo último que necesitaba era preocuparla. Tal
vez ella ni siquiera sabía que Vivian se había quedado.
Una vez que mi pulso se estabilizó, puse mi teléfono en el fondo de mi
escritorio y busqué el número de Finley.
Claire llamó en su lugar.
—Hola —respondí, poniéndome el teléfono en la oreja—. Me estaba
preparando para llamar a Fin.
—Acabo de comprobar que está bien —dijo, sonando sin aliento.
—¿Qué quieres decir con que comprobaste? —espeté.
—Relájate. Quiero decir que llamé y lo comprobé. ¡Ese es mío! —gritó.
Mi estómago golpeó el suelo. —Claire, ¿qué diablos está pasando?
—¡Me llamaron para esa serie de ciencia ficción! ¡Me quieren!
Respiré hondo y conté hasta tres.
—Por favor, dime que no estás en Los Ángeles.
—Acabo de aterrizar y tengo mi bolso. Dijeron que solo podía tener el
papel si estaba aquí lista para filmar esta mañana, así que compré un vuelo
nocturno a Raleigh.
Mierda.
—¡Dime que tienes a mi hija! —grité.
—Dios, Jax. Deja de gritar. Por supuesto que no. Me dijiste que no podía
traerla a Los Ángeles, ¿recuerdas?
Me saqué el teléfono de la oreja y lo miré como si esto fuera un error.
—¿Dónde. Está. Finley?
—La dejé con mamá. Hola, sí, soy Claire Lewis.
Me quedé helado. Yo, el hombre con los reflejos de rayo y el gran juicio.
El que nunca se metía en una situación de la que no podía salir. Me quedé
congelado.
—Jax, ¿estás ahí?
—Ese huracán se dirige directamente a ellas. —Mi voz temblaba con el
esfuerzo de no gritarle.
—Puf. No te preocupes tanto. Mamá ha sobrevivido a todos los
huracanes importantes, y dijo que no hay nada de qué preocuparse. Además, ya 338
ha sido degradado por lo que me enteré. Se quedarán adentro. Todo irá bien.
Deja de exagerar.
—¡No estoy exagerando, carajo! Dejaste a nuestra hija con tu madre en
una isla en medio de un huracán, ¿y qué quieres que haga? ¿Que me calme? —
Me paseé por los pequeños confines de mi habitación.
—Dios, ¿siempre te has enfadado tanto? He tapiado con tablas tus
ventanas y he asegurado tu casa, Jax. Todo está bien.
La rabia llenó cada célula de mi cuerpo. —¡Me importa una mierda la
casa! ¡Quiero a mi hija a salvo!
—No tengo que quedarme aquí y escucharte gritar. No estamos casados,
¿recuerdas? Finley está a salvo, Jax. No creciste allí. Yo sí. Todo el mundo
enloquece, compra toda el agua embotellada, y después pasa la tormenta,
limpiamos y seguimos adelante. Tu trabajo te ha vuelto paranoico, cariño.
Ahora, tengo que irme. Mi coche acaba de llegar.
—Vete al infierno, Claire.
Colgué.
29
Entiérrame en West Point, ¿quieres? Mi mamá va a decir que debería estar
en Alabama, pero pertenezco a West Point. Te lo pido porque sé que de
todas las personas en las que confío, eres la más fuerte, la más capaz de
pelear, y necesito que lo hagas.

Traducido por IsCris


Corregido por Pame .R.

Morgan
339

Me puse el vestido y me subí la cremallera al costado. Era un vestido


tubo azul marino con escote barco y mangas tres cuartos. Clásico. Recatado. Y
exactamente lo que Will hubiera querido que me pusiera en su ceremonia de la
Medalla de Honor.
Apreté mis perlas alrededor de mi cuello y apliqué un poco de brillo
labial.
El viaje desde nuestro hotel —ubicado al sur de D.C.— a la Casa Blanca,
tomaría más de una hora, así que no era como si no pudiera volver a aplicar en
el auto si mis labios se secaban. Había renunciado al rímel por el bien de todos.
Sonó la notificación de videollamada y apareció la imagen de Finley.
Ahora había una razón para sonreír.
—Buenos días, Fin —dije en tanto apoyaba el teléfono contra el espejo
del baño.
—¡Hola, Morgan! —Saludó con la mano, su cabello era un revoltijo de
rizos contra su pijama. Supongo que me preparé bastante temprano.
—¿Qué pasa, pastelito?
—No mucho. Dijiste que llamara cuando quisiera, ¿verdad? —Sus cejas
se arquearon en interrogación.
Le eché un vistazo al reloj… tiempo de sobra. —Claro que sí. ¿Qué le
parece la carretera a Juno? —pregunté mientras la gata se acomodaba en el
regazo de Finley.
—Odia estar aquí. —Se encogió de hombros.
—Viajar es difícil para los gatitos. —Llevé el teléfono a la habitación y me
senté en mi cama.
—Orinó en los zapatos de la abuela esta mañana, pero ella aún no lo
sabe. Ya está enojada por lo de su pierna —susurró—. Por eso estoy arriba.
Parpadeé. —¿Pensé que tu abuela no quería evacuar?
—¡No quiere! Dice que estamos a salvo.
—¿Qué quieres decir con estamos a salvo? —Las náuseas me golpearon
con fuerza. Por lo que vi en el informe de las noticias, la casa de Vivian era
cualquier cosa menos segura. Sacaron a todos los trabajadores de emergencia,
cerraron el hospital y se preparaban para que el huracán tocara tierra en las
siguientes doce horas.
—¡Estoy en casa de la abuela, tonta! —Sonrió—. Dijo que podremos ver
correr el agua debajo de la casa y todo. 340

Oh, Dios. Oh, Dios. Oh, Dios.


—¿Estás en Cabo Hatteras? —Intenté mantener mi rostro lo más relajado
posible.
—¡Sí! Mamá tenía una audición, así que se fue a Los Ángeles.
Mi mandíbula cayó antes de que pudiera cerrarla. —¿Así que son solo tú
y la abuela?
—Sí, pero ella está abajo. —Su voz se redujo a un susurro de nuevo—. Se
cayó de la escalera hace poco. Hace mucho viento.
Piedad, Dios. Por favor, piedad.
—¿Se encuentra bien?
Finley frunció los labios y luego suspiró. —Tardé una eternidad en
llevarla hasta el sofá. —Su rostro decayó—. Me dijo que subiera a jugar porque
le dolía mucho.
Mis pensamientos se aceleraron. —Está bien, quiero que me lleves con
ella. Baja y que tome el teléfono.
—¡Me meteré en problemas!
—No, no será así. Lo prometo. Ve.
Suspiró pero lo hizo. El teléfono rebotó en diferentes ángulos a medida
que bajaba los escalones pesadamente.
—¿Abuela? Morgan quiere hablar contigo. —El teléfono avanzó y Vivian
entró a la vista. Se encontraba en el sofá, como había dicho Finley.
—¿Morgan? —Se veía pálida y las arrugas de su rostro estaban marcadas
por el dolor—. ¿Cómo estás, querida?
—¿Qué tan herida te encuentras? —pregunté, tirando los modales por la
ventana.
—Oh, no es nada. —Trató de forzar una sonrisa.
—Vivian. Por favor. Tienes a Finley. Así que no nos vayamos por las
ramas. —Mi mano agarró mi teléfono con tanta fuerza que me sorprendió que
no se rompiera.
—Creo que me rompí algo —dijo en voz baja—. No puedo mover nada
de mi cadera hacia abajo.
Mierda. —¿Llamaste a emergencias?
—Sacaron a todo el personal de emergencia, querida. No pasa nada.
Esperaremos. —Sus ojos se cerraron mientras respiraba pesadamente—. Lo
siento. Es un poco incómodo.
341
—¿Qué hacías en una escalera? —le pregunté, incapaz de quedarme
callada.
—Hay más cosas relacionadas con la preparación para un huracán que
tapar las ventanas, jovencita. —Frunció los labios.
—Pasarán días hasta que alguien pueda ir a buscarlas si no salen ahora.
¿Puedes conducir? ¿O llamar a alguien que pueda?
Sacudió la cabeza. —No puedo moverme y no voy a llamar a alguien
para que abandone la seguridad de su hogar. Los vientos ya rondan los ciento
veintiocho kilómetros por hora. No preocupes esa linda cabecita tuya. He
resistido huracanes mucho peores que este.
El teléfono sonó en su extremo.
—Oh, ese es papá. ¡Hablaré contigo más tarde, Morgan! —exclamó Fin.
No esperó a que le dijera adiós. Mi pantalla se puso negra.
Mi pecho palpitaba y mi mente se aceleró. Había visto la casa de Vivian.
Se hallaba a solo una cuadra o dos del paso del agua, y los reporteros acababan
de decir que el oleaje sería sin precedentes. Ella estaba inmóvil y tenía a Fin.
Ve. El impulso me golpeó en el estómago.
¿Y qué iba a hacer? Cerraron los puentes al tráfico entrante. ¿Había
alguien a quien pudiera llamar? Christina ya había evacuado y nunca le pediría
que se pusiera en peligro.
Ve. El impulso me colmó de una urgencia irrazonable. ¿Instinto?
¿Preocupación? ¿Reacción exagerada? Quizás los tres.
¿Cómo diablos Claire había dejado a Finley en una isla ante la amenaza
de un huracán?
Oh, Dios, ¿y si pasaba algo? No había socorristas. Ni estaba Jackson. Él
tenía que estar enfermo de preocupación. ¿Y qué diablos hacía yo? ¿Quedarme
sentada aquí en mi habitación de hotel mientras la tormenta se precipitaba
hacia ellas?
No es tu hija. No hay nada que puedas hacer.
No importaba que la amara. No tenía control sobre el hecho de que
Claire la había dejado allí como un molesto equipaje de mano en un avión lleno.
Puede que Fin no sea mía, pero sí de Jackson.
Y aunque yo podría no ser de Jackson... bueno, él era mío.
Ve.
Me levanté de la cama y tiré cosas en mi maleta. El vestido tenía que irse.
342
Toc. Toc.
Ya casi bajaba todo el cierre cuando fui hasta la puerta y encontré a
Paisley y Sam en el otro lado. —Adelante. —La cremallera estaba abajo para
cuando regresé a la cama.
—Oye, estás lista para... ¿Qué haces? —preguntó Paisley.
—Finley está en Hatteras. Claire la dejó allí. —Me quité el vestido y lo
dejé caer al piso—. Vivian se cayó y se rompió algo. Creo que su pierna.
Los ojos de Sam se ampliaron y rápidamente cerró la puerta. —Oh Dios
mío, ¿llamaron a alguien?
—El personal de emergencia fue retirado hace dos horas. No hay nadie.
—No estás pensando en ir allí, ¿verdad? —cuestionó Paisley.
Me puse los únicos vaqueros que había traído y me los subí por las
piernas. Luego una camiseta.
—¡Morgan! —gritó.
—¡No puedo quedarme aquí sin hacer nada, Paisley! Hatteras está a seis
horas de distancia, probablemente menos, ya que seré la única conduciendo en
esa dirección. Al menos no habrá tráfico, ¿verdad? Puedo llegar antes que la
tormenta. —Calcetines.
—No… no puedes hablar en serio. —Sus ojos se abrieron como platos—.
¡Morgan, dime que no hablas en serio! ¡No puedes conducir hacia un huracán!
—Claro que puedo. —Cogí mis zapatos, agradecida de haber empacado
unas zapatillas deportivas adecuadas, y me las puse—. Tengo la camioneta. No
el Mini. La marejada ciclónica comenzará entre unas dos a dos horas y media
después de tocar tierra, lo que significa que tengo... —Miré el reloj—. Ocho
horas y media para llegar a la casa de Vivian y llevarlas a mi casa. Esa es una
ventana de error de dos horas y media. Un montón de tiempo.
Salté y corrí hacia el baño, arrojé mis artículos de tocador en una bolsa y
me detuve lo suficiente para recogerme mi cabello para que no se interpusiera
en el camino.
—No puedo dejar que hagas esto. —Se paró allí sacudiendo la cabeza.
—¿Qué harías si fuera Peyton?
Contuvo el aliento.
—No puedo dejarla. No me quedaré sentada aquí sin hacer nada. —Tiré
todo lo demás que vi en la maleta y puse mi bolso sobre mi hombro.
—¡Saldrás volando! ¡Los vientos ya están lanzando reporteros a diestro y
siniestro! —Había suficiente pánico en los ojos de Paisley como para que yo me
detuviera.
343
—Cariño, tengo una camioneta de tres toneladas, y no estamos hablando
de un tornado como ese... —Señalé a Sam.
—¡Oye!
—Ahora, por mucho que las ame, solo me están retrasando. —Cerré la
cremallera de mi maleta y la coloqué en el suelo.
—Iré contigo —anunció Sam.
—¡No puedes! —gritó Paisley.
—¿Perdón? ¡Si Morgan conduce hacia un huracán, al menos necesita a un
copiloto durante el viaje!
Observé su hermoso vestido negro y su cabello perfectamente peinado.
—No, ella tiene razón, Sam. Te necesitan aquí.
Me miró con los ojos entrecerrados.
—Dile —bufó Paisley.
—A Grayson se le dio permiso para la ceremonia. Su avión aterriza en
aproximadamente una hora. Estará esperándote en la Casa Blanca.
La mandíbula de Sam cayó. —¿Qué? —preguntó suavemente.
Asentí. —Ve. Solo tendrás dos días con él y no vas a desperdiciarlos
conduciendo a Carolina del Norte, así que ve.
Se veía destrozada. Se notaba en su cara.
—Estaré bien, Sam. Ve con Grayson. —Arrastré mi maleta por la puerta.
—Pero ¿qué hay de la ceremonia? —Paisley me siguió por el pasillo.
Apreté el botón del ascensor y me di la vuelta. —Creo que esto es
exactamente lo que Will hubiera querido que hiciera hoy. De hecho... creo que
por eso me dejó la camioneta.
Las puertas se abrieron y entré en el ascensor, luego apreté el botón de la
planta baja. —Te amo, Paisley.
—¡Te amo, Morgan! —gritó al mismo tiempo que las puertas se cerraban.

344
30
Traducido por Julie
Corregido por Pame .R.

Jackson

Mi maleta estaba empacada. No había nada más que pudiera hacer sino
esperar y pensar hasta morir.
Me senté en la cama con la espalda contra el cabecero, sin preocuparme 345
de que mis botas dejaran huellas por toda la ropa de cama.
Finley se encontraba en casa de Vivian.
Lo más probable es que Vivian se hubiera roto la pierna, si no toda la
cadera.
Nadie podía llegar hasta ellas.
Hastings había llevado a los pájaros a un lugar seguro, y Christina ya
estaba en Tennessee con su familia. Todos los demás que conocía se hallaban
aquí.
El huracán iba a golpear en cuatro horas.
Los reemplazos se encontraban en camino. No era como si pudiéramos
dejar a la gente aquí sin ayuda. Lógicamente, lo sabía. Emocionalmente,
arañaba los lados de mi jaula, maldiciendo mi propia incapacidad para proteger
a mi hija.
Mi teléfono sonó, y me sobresalté. Se cortó la electricidad en Buxton hace
una hora, y le dije a Fin que conservara su batería.
Un segundo. ¿Morgan?
—¿Morgan? —Deslicé el dedo en el teléfono para contestar. Mierda, hoy
era la ceremonia, ¿no? ¿Seguía siendo el mismo día?
—¡Cerraron el puente Virginia Dare! —gritó—. ¿Cómo puedo pasar el
canal?
Mi corazón latió un poco más suave con el sonido de su voz. Dios, la
echaba de menos.
—¿Qué? Kitty, está muy ruidoso. ¿Estás en un lavadero de autos? —¿Por
qué me preguntaba por el puente?
—¡No, no estoy en un lavadero de autos! ¿Por qué diablos estaría en un
lavadero de autos? Cerraron el puente Virginia Dare, Jackson. Me desvié una
hora en el camino porque sabía que los otros ya estaban cerrados, pero ahora
este también lo está. ¿Cómo puedo pasar el canal? —espetó.
Me senté derecho. —Sé que no preguntaste lo que creo que acabas de
preguntar.
—¡Basta de tonterías! —exclamó.
—Kitty, por favor dime que estás en D.C. con tus amigos. —Mi pecho se
estrechó.
—Puedo decírtelo, pero estaría mintiendo. Jackson, necesito cruzar el
canal. Por favor, ya está muy feo aquí afuera.
Mis ojos se cerraron y me quité el teléfono de la cara mientras luchaba
por el control. No, Dios. No Morgan, también. No. 346

—¡Jackson!
—Da la vuelta y ve al interior. Esos puentes van a ser un infierno, y la
marejada ciclónica ya alcanzó la línea de la marea alta. Joder, ni siquiera sé si
puedes cruzar el puente de entrada de Oregón si logras cruzar el canal, así que
por favor, Morgan. Por favor, no lo hagas. —No podía saberlo, ¿verdad? ¿Cómo
lo sabría?
—No me voy a ir sin Finley, y Vivian no puede moverse.
—¡Mierda! ¿Cómo lo sabes?
—¡Finley me llamó!
Mi puerta se abrió, y Sawyer se asomó, sin duda porque gritaba como un
loco. —Morgan, no puedes hacer esto. El Mini va a ser arrastrado. Por favor,
cariño. No hagas esto.
—Tengo la camioneta, y conozco la regla. Si no puedes ver el fondo del
agua, no la atravieses.
Mis ojos se abrieron de par en par, y Sawyer debe haberla escuchado
porque asintió con la cabeza. —Es un vehículo muy pesado.
—Eso no se aplica a las olas del océano. —No estaba asustado. Esto
superaba tres mil millones de niveles al miedo. Me sentía aterrorizado.
—Se espera una marejada ciclónica de tres metros y medio. He visto la
casa de Vivian, Jackson. No puede soportarlo. Ambos lo sabemos. Y los dos
sabemos que solo hay una casa que puede.
La suya. No había suficiente oxígeno en esta maldita habitación.
—¡Soy la mejor oportunidad que tiene Finley!
Sawyer se apoyó en la pared y asintió lentamente.
—¿En serio vas a sentarte ahí y dejar que esto suceda? Estoy justo aquí,
Jackson. Estoy a una hora como mucho. Eso es tres horas antes de que llegue a
tierra. ¡Puedo lograrlo!
—¡No puedo perderte a ti también! —Mi voz tembló tanto como mi
mano.
—Conducir es conducir sin importar dónde lo hagas.
Ella no fue allí, carajo.
Sawyer cruzó la habitación, agarró el teléfono y golpeó el altavoz.
—¿Dónde estás, Morgan?
—¿Sawyer? 347

—Sí.
—No te atrevas a ponerla en peligro —le siseé a mi mejor amigo.
—Ella ya se puso en peligro. Por Finley, Jax. Todo lo que estoy haciendo
es ayudarla. ¿Dónde estás, Morgan?
—Estoy a las afueras del puente Virginia Dare. Está cerrado al tráfico
entrante.
—Están evacuando a tanta gente como pueden. Bien, quiero que vayas al
norte, al William Umstead. Encuéntralo en el GPS.
—Te odio, maldita sea —espeté.
—Ódiame mañana, hermano. —Su boca se aplanó.
—Listo. Estoy en camino.
—Quédate en la línea, ¿quieres, Morgan? Creo que podría hacer que Jax
se sintiera un poco mejor.
—Está bien. Dios, es difícil ver. La lluvia está cayendo con fuerza.
—Y se va a poner aún más competitivo ahí fuera —respondió Sawyer.
—Veo el puente. Está más cerca de lo que pensé. Mierda, hay un tipo y
una barrera de hormigón.
Mierda. Un segundo. Se suponía que debía sentirme aliviado. No quería a
Morgan en la isla... pero si Morgan no encontraba a Finley, había muchas
posibilidades de que no sobreviviera. Morgan tenía razón; la casa de Vivian no
estaba hecha para soportar una oleada tan alta. ¿En serio me encontraba a
punto de arriesgar la vida de Morgan por la de Finley? ¿Cómo diablos podría
pedirle eso?
—Siempre hay un tipo y una barrera —señaló Sawyer.
—Ve a la izquierda. Habrá espacio a la izquierda. Sé cómo los preparan
—dije, odiándome todo el tiempo.
—De acuerdo, lo veo. Puedo lograrlo. —La lluvia llenó los huecos de la
conversación lo suficiente como para que sonara como si estuviera en una
tormenta de pelotas de golf—. ¡Lo siento!
Me reí. Solo Morgan se disculparía con el guardia cuando ella lo pasó de
largo.
—Dime que tienes gasolina.
—Tres cuartos de tanque —confirmó—. Está lloviendo, pero estoy bien.
El puente está bien.
348
—Bueno, sí, todavía no está allí —susurró Sawyer, con la cara tensa.
—No debería estar ahí fuera —le dije. Pero era la única oportunidad de
Finley y Vivian.
—Bien, estoy en Manteo. ¿Cómo está el clima allá abajo, de todos modos?
—preguntó sobre la lluvia.
Mis ojos casi se salieron de mi cabeza. —¿Podrías concentrarte en
conducir?
—Apuesto a que te alegras de que no esté en tu oreja durante un rescate,
¿eh?
—Ni siquiera empieces conmigo, Kitty. —Joder, iba a estrangularla la
próxima vez que la viera. Luego iba a besarla como nunca. Que vivan, por favor.
—Aquí vamos, llegué a la sesenta y cuatro. ¡Perdón! ¡Lo sé, lo sé! ¡Lo
siento! Creo que acabo de hacer enojar a lo que queda de la Patrulla Estatal
aquí, Jackson.
—Créeme, tienen que freír peces más grandes que perseguirte. Ahora
escúchame. Vas a salir a la costa, y el viento va a empezar a tirar cosas, así que
mantén los ojos abiertos. —Me incliné hacia adelante, como si eso ayudara.
—De acuerdo.
Un minuto, tal vez dos, pasaron con solo el sonido de la lluvia contra el
camión.
—¡Estoy en la carretera doce!
—Buen trabajo, mi amor. Ahora ve con calma.
—¡Vaya, vaya!
—¿Morgan?
—Lo siento, creo que eso era madera contrachapada, ¡pero no me ha
dado!
Mi corazón saltó a mi maldita garganta.
—¡Oh mira, hay otra persona aquí! Es bueno saber que no estoy sola.
Aunque hay mucho viento.
—Solo va a haber más viento. —Y va a ser más fuerte. Y más lluvioso, y
entonces golpearía la oleada.
Sawyer dio vuelta su teléfono para que yo pudiera ver la pantalla. La
estación registró el viento a ciento cincuenta y cinco kilómetros por hora hace
cinco minutos. Mierda.
—Morgan, ¿qué hay en la parte trasera del camión? —¿Por qué diablos
no lo pensé antes? 349
—¡Unos doscientos kilos de arena! Grayson llamó antes de que llegara
demasiado lejos y me dijo que parara y comprara un poco.
—Bien. Bien. —Grayson era mi nueva persona favorita en todo el puto
mundo—. ¿Ya puedes ver el agua?
—Ahora mismo estoy despejando la zona residen... Mierda.
Mi cabeza cayó en mis manos. —¿Qué tan malo es?
—Es... Todo es blanco. Y enorme. Mierda, Jackson. Está llegando a la
playa. Está pasando la línea de marea alta.
La marejada ciclónica se acercaba.
Sawyer apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos.
—Bien, vamos, eh... vamos a mirar la carretera, Kitty. ¿Todavía puedes
verla?
—La lluvia me golpea de lado, pero no hay agua estancada.
Asentí, como si pudiera verme o algo así. —Necesito que me escuches.
¿Puedes escucharme?
—Te escucho.
—Morgan, esta es la parte más fácil del viaje. Pronto, tendrás que pasar
por el nuevo puente Bonner. ¿Lo recuerdas?
—¡Dios, odio esa cosa!
—Sí, bueno, solo ten cuidado. Debería drenar el agua, pero asegúrate de
ir un poco más despacio, así...
—Para no derrapar. ¡Sé cómo conducir, Jackson!
Levanté las manos y Sawyer resopló.
—Está bien, voy a subir al puente —habló después de lo que pareció una
eternidad—. Y estoy en ello.
Estaría en el aire durante cuatro kilómetros y medio.
—Esta cosa se está moviendo —cantó.
Casi podía verla mordiéndose el labio y agarrando el volante. ¿Por qué
diablos no estábamos allí? ¿De qué nos sirvió todo el viaje hasta aquí cuando
nuestras familias nos necesitaban?
—¿Cómo está el puente? —preguntó Sawyer.
—Te lo diré cuando lo deje.
Levantó las cejas.
350
Pasaron momentos tensos en los que todo lo que podía hacer era mirar el
teléfono y rezar.
Sawyer mostró su teléfono. Los vientos subieron a ciento sesenta.
—¡Ya lo pasé! ¡Gracias, dulce niño Jesús!
Mis hombros se hundieron con alivio.
—Realmente me empujó hacia arriba, pero me encuentro bien. Aunque
se está haciendo difícil de ver. ¡Los limpiaparabrisas no pueden seguir el ritmo!
—Está bien. Ahora, antes de que me arranques la cabeza, ¿recuerdas
haberme preguntado sobre el derrubio de la carretera? ¿El día que te llevé a
Avon?
—Sí. Ahí es donde la carretera se acerca a la playa, ¿verdad?
—Ya lo tienes. Escúchame, cariño. Si esa carretera está inundada, da la
vuelta y regresa. No tienes ni idea de lo profunda y rápida que será el agua.
Sería como conducir el camión directamente al océano. ¿Me entiendes?
Silencio.
—¿Morgan?
—Lo entiendo. No voy a dejar que Finley sea arrastrada por el agua,
Jackson.
—No puedo perder a ninguna de las dos. —Agaché la cabeza.
Sawyer puso su mano en mi hombro.
—No nos perderás. Llegaré a tiempo. Lo prometo. La oleada no está tan
avanzada. No es posible. Ahora cállate y déjame conducir.
Pero no sería la oleada. Esa sección de la carretera bajaría hasta las olas.
—Santo Dios, el agua está subiendo. Estoy en Rodanthe —gritó para
actualizarnos.
—Está bien. —No quería que pensara que se encontraba sola. Mis uñas
se clavaron en mis brazos.
—¡Mierda! —gritó.
—¿Morgan? —Estaba seguro de que la sangre abandonó todo mi cuerpo.
—El viento. —Pasó otro minuto—. Estoy bien. El viento me empujó de
lado. Estoy bien.
Si no volvía a oír el sonido de la lluvia nunca más, estaría bien.
—¡Avon! ¡Dios mío, creo que eso es un baño químico! ¡Hay cosas
volando por todas partes! Mierda, hay agua en la carretera, pero aún no llega a
la acera.
Iba a vomitar en cualquier momento. 351

—Dejando Avon.
Se estaba acercando. —¿Sabes si la carretera sigue ahí? —le susurré a
Sawyer.
Levantó los hombros y sacudió la cabeza.
Podría estar conduciendo directamente hacia el agua.
—Las olas. Puedo ver las olas y... ¡Mierda! —Patinaron los neumáticos—.
Vale, el agua está subiendo por la carretera aquí con cada ola.
Me sacudí. —Da la vuelta.
—No.
—¡Morgan! Te amo. ¡Por favor, da la vuelta! ¡Vuelve a Avon!
—¿Qué me dijiste esa noche? ¿Hay gente que morirá si no me voy ahora
mismo?
Cada músculo de mi cuerpo se bloqueó. No lo hagas. No lo hagas.
—Estoy bien, Jackson. No parece tan profundo. Voy a buscar a tu niña.
La lluvia se cortó.
El sonido se detuvo.
—¿Morgan? Kitty, ¿estás ahí? ¡MORGAN!
Se había ido.
La llamada se cortó. Agarré el teléfono y marqué su número.
Ring. Ring. Ring. Ring.
—Todas las líneas están ocupadas...
—¡Mierda! —grité y golpeé mi teléfono en la cama. Ella está bien. Es la
torre de celular. No es ella. Está bien.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Sawyer en voz baja.
—¡Méteme en un puto avión!

352
31
Morgan, cuando sea el momento de dejarlo ir, tienes que dejarlo ir.
Enamórate. Cásate. Ten todos los bebés que quieras. Solo sé feliz. Espero
que ese hombre sepa lo afortunado que es, porque tardé mucho en
reconocerlo. Ve. Ama. Vive. Estaré observando, animándote.

Traducido por Julie


Corregido por Pame .R.

Morgan
353

Mis manos se acalambraron alrededor del volante. Ya no lo sostenía, sino


que me aferraba a la maldita cosa.
La carretera doce tenía agua pero no se encontraba inundada del todo.
Todavía no. Logré atravesar y llegar a la Isla Hatteras. La visibilidad era una
mierda, y había esquivado dos botes inflables antes de tomar una curva en la
carretera hacia Buxton.
Los caminos estaban bajo el agua. ¿Cuánto? No podía ser tanto, ¿verdad?
Vigilé todo lo que pudiera darme una pista de la profundidad y me abrí paso
lentamente por las calles.
¡Vete, Ingrid!
¡No eres bienvenida, Ingrid!
Había innumerables variaciones pintadas en las tablas de las casas que
pasé de largo. Algunas tenían nombres de huracanes anteriores tachados e
Ingrid pintado encima de todos. La lluvia golpeaba la ventana trasera ahora que
había girado, aumentando ligeramente la visibilidad, pero sabía que solo sería
el doble de malo una vez que volviéramos.
Ahí estaba. La casa de Vivian.
Me detuve en la entrada, luego recé para que ella me perdonara por
haber atacado su césped y estacioné para que las puertas se abrieran justo
delante de la escalera. Dejé la camioneta en marcha. Todavía tenía medio
tanque, y no me iba a arriesgar a que algo pasara y no volviera a arrancar.
Subí la cremallera del impermeable que había comprado en la frontera de
Virginia y me burlé del paraguas de la misma tienda. Como si eso fuera a
ayudar. Luego metí mi móvil en el bolsillo impermeable de la chaqueta. Era una
apuesta, pero no me arriesgaría a perderme su llamada si Jackson podía
comunicarse.
Dios sabía que solo su voz y su presencia constante y calmante me
habían ayudado a atravesar Avon. No me había sentido sola en esos aterradores
kilómetros.
Las puertas de la camioneta se hallaban protegidas de los peores vientos
por el garaje, y pude abrir la puerta del conductor fácilmente. Los escalones de
la puerta delantera se encontraban resbaladizos, y aunque la casa bloqueaba el
viento, no se podía silenciar el sonido de metal desgarrado mientras arrancaba
las canaletas de la casa.
Continúa. Ella está aquí.
Llegué a la cubierta y luego golpeé la puerta. —¡Finley! ¡Soy Morgan!
¡Abre la puerta! —Esperé lo que pareció una eternidad antes de empezar de 354
nuevo.
Finley abrió y me miró con los ojos bien abiertos.
La tomé en mis brazos y cerré la puerta de un portazo. La casa se hallaba
a oscuras.
—¿Morgan? —Se aferró a mi cuello—. ¡Estás toda mojada!
La tengo, Jackson. Lo logré. Estaba aquí, a salvo, viva. Ahora solo tenía que
mantenerla así.
—Hola, Fin. —Tomando un momento extra egoísta para abrazarla, le di
un beso en el pelo y la bajé—. ¡Estoy tan contenta de verte!
—¡Pensé que te habías ido!
—¡Sí, pero escuché que necesitabas ayuda, así que ahora estoy aquí! —Le
alisé el pelo detrás de la cara—. Llévame con la abuela, ¿quieres?
Asintió y me llevó a través de la entrada, pasando el comedor, y a la sala
de estar, que solo se encontraba iluminada por tres ventanitas expuestas que
coronaban las que ya habían sido tapiadas.
—Hola, Vivian. ¿Cómo te sientes? —pregunté, sentándome en el borde
de la mesa de café.
—¿Morgan? —Se encontraba en la misma posición que cuando llamé la
última vez, pero le costaba mucho sentarse.
—No, no te muevas. Vine a llevarlas a mi casa. —Mis ojos se movieron
por la habitación, buscando algo que mantuviera su pierna estable—. ¿Fin,
cariño? Por qué no te vistes —Juno se metió entre mis pies— y empaca el
zoológico. Nos vamos de aquí.
—¡Está bien! —Se fue arriba.
—No me iré. —Vivian me miró fijamente con una autoridad que podría
haberme convencido hace cinco años—. Me quedé durante Irene, y me quedo
ahora.
—¿Puedo ver tu pierna?
Sacó la manta y levantó el dobladillo de sus pantalones cortos.
Ese cabrón estaba roto, y si tuviera que adivinar, era en varios lugares.
—Bien. Eso está roto. ¿Cuál es la marea de tempestad más alta que ha
visto esta casa? —Levanté mis cejas.
—Casi tres metros. —Asintió.
—Ahora están esperando un poco más de cuatro. Va a alcanzar la marea
alta en luna llena. —Tal vez podría destrozar una silla o encontrar algún tipo de
355
banco para atarla.
—Siempre exageran. —Me desestimó con la mano—. Marea lunar... eso
es un problema, pero estaría dispuesta a apostar que no veremos más de tres
metros.
Tres traerían el agua a su primer piso.
—¿Estás dispuesta a arriesgar la vida de Fin? —pregunté, manteniendo
mi voz baja para que Fin no pudiera oír.
Se sobresaltó. —¿De verdad crees que va a ser tan malo?
—¿Crees que habría venido en coche desde D.C. si pensara que estarían
bien? Tu pierna está rota. Fin tiene cinco años. ¿Qué harías cuando el agua entre
a borbotones por tu puerta? No puedo dejar a Fin aquí. Se viene conmigo. Pero
tampoco te dejaré aquí.
Su boca se frunció a medida que el miedo cruzaba su cara. —¿Pero a
dónde iríamos?
—Mi casa puede soportar una tormenta de cuatro metros. Probablemente
pueda soportar hasta más de cinco. La remodelé para que fuera a prueba de
huracanes este año. Se supone que debe soportar uno de categoría cuatro, y este
es solo un tres fuerte. Pero tenemos que irnos ya. El agua está subiendo, y si no
llegamos a la orilla a tiempo, estaremos atrapadas aquí. —Le rasqué la cabeza a
Juno y mentalmente empecé a contar. Si no venía con nosotros en los próximos
cinco minutos, iba a tener que noquearla y arrastrarla.
—Imagino que hay que dirigirse hacia la orilla y no hacia el interior. —Se
encorvó—. Vamos, entonces.
Mis hombros se hundieron con alivio, pero no pude permitirme el
tiempo de saborearlo. Teníamos que movernos rápidamente.
Encontré una madera más corta junto a la puerta y usé cinturones para
entablillar el área bajo su pierna lo mejor que pude. Me disculpé todo el tiempo
que ella gritó.
Los ojos de Finley estaban muy abiertos mientras observaba.
—¿Están todos los animales guardados? —pregunté, mirando el reloj. La
casa se movió con un gemido.
Fin asintió. —Excepto Cousteau.
Claro. El pez.
—Bien. Lleva a todo el mundo a la puerta y ponte tu impermeable. —Le
di una palmadita en la espalda y se fue corriendo.
Cinco minutos más tarde, tenía a Cousteau en un contenedor lleno de
agua. Phillip y Barnaby estaban en portadores separados en el fondo de una
356
gran bolsa de playa. Deslicé a Cousteau en la parte superior y me encontré con
Finley en la entrada, donde ella tenía a Juno en su portador.
Me puse al nivel de sus ojos. —Bien, Fin. Hay viento y lluvia, y da mucho
miedo ahí fuera, ¿está bien?
Asintió, pero su boca tembló.
—Tenemos que irnos porque la casa de la abuela no es lo suficiente alta
para mantenerte seca. Así que tenemos que ir a mi casa. ¿Entiendes? —Le subí
la cremallera de su impermeable.
Asintió.
—Necesito que me escuches atentamente y hagas exactamente lo que te
diga, y a veces puede dar miedo, pero vamos a estar bien. Voy a llevar a la
abuela a la camioneta, y quiero que esperes aquí hasta que venga a buscarte. —
Necesitaba a Finley en el lugar más seguro, y ahora mismo, esa era la casa. En
una hora, no lo sería.
—Mi mamá se fue —susurró, apretando el transportador de Juno.
Me mordí la rabia que me saturó la lengua cuando pensé en que Claire se
fue a una audición. Eso era lo último que Finley precisaba.
Acuné sus mejillas en mis manos. —Yo. No. Voy. A. Dejarte. Ni ahora. Ni
hoy. Nunca. Te lo prometo.
—¿Porque amas a papá? —Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Porque te amo. Volví desde muy lejos; así es como te amo. Incluso hice
enojar mucho a un policía para llegar a ti. No te dejaré, Fin. Eres la única razón
por la que estoy aquí. —Limpié sus lágrimas con mis pulgares—. ¿Estás lista?
Asintió y le di un beso en la frente.
—Espera aquí con Juno. Prométemelo.
—Te lo prometo.
Los vientos soplaban imposiblemente más fuerte, y la lluvia caía junto
con las hojas en cuanto saqué a Vivian de la casa, arrastrándola por sus axilas.
—Sostén la bolsa —le ordené, y ella acercó a las mascotas de Fin. Luego caminé
hacia atrás por los escalones, arrastrándola en ángulo para que la madera se
deslizara en vez de golpear.
—¡Aguanta! —grité una vez que llegamos al fondo.
Un trampolín pasó volando, dando la vuelta por el camino.
Ni siquiera lo pienses. Solo sigue moviéndote.
Tenía la puerta trasera abierta, y con Vivian saltando, nos las arreglamos 357
para llevarla al asiento trasero. —¡Abróchate el cinturón! ¡Voy a buscar a Fin! —
Cerré la puerta, lo cual no fue una hazaña fácil, incluso teniendo en cuenta el
refugio del garaje.
Subí las escaleras y miré al vecindario desde lo alto de la terraza. El
oleaje estaba aquí. El agua entraba con cada oleada, y ya había superado las
casas de la manzana.
La duna protegerá tu casa. Puedes llegar hasta allí.
Abrí la puerta y extendí los brazos para Fin, agradeciendo en silencio a
Jackson por comprar su porta-mochilas.
Fin se abalanzó sobre mí con evidente alivio, y la alcé en mis brazos.
—¿Tienes tu teléfono?
Asintió. —Pero mi ropa no. Está arriba.
—No las necesitamos. Bien, agárrate fuerte, Fin. No importa lo que pase.
¿Entiendes? —Le puse un brazo debajo del trasero y le sujeté la espalda con el
otro. Luego llevé a la niña que más amaba en el mundo hacia la tormenta.
Aplastó su cara contra mi cuello en tanto bajaba las escaleras, con
cuidado de no resbalar. Todo se encontraba resbaladizo. Abrí la puerta del
conductor y la llevé adentro. —Arrástrate sobre la consola.
Lo hizo.
Entré y gruñí mientras cerraba la puerta. Se cerró, gracias a Dios.
—No se me permite viajar en el asiento delantero. —Fin me miró con las
cejas levantadas.
—Y tampoco sin una sillita. —Me encogí de hombros—. Espero que tu
padre me perdone. —¿No era la madre del año? O madrastra. O la casi novia
que tiene la custodia actual. Lo que sea.
—Abróchate el cinturón —le pedí al tiempo que yo hacía lo mismo. Puso
el portador de Juno en el suelo y se abrochó el cinturón. Luego conduje a través
del césped del jardín de Vivian—. ¡Lo siento!
—Ni lo menciones —respondió desde el asiento trasero. Su voz era débil,
y sabía que tanto sujetar su pierna rota como moverla al vehículo le había
quitado la poca fuerza que le quedaba.
Era imposible ver. La lluvia se dirigía directamente hacia nosotras.
Memoricé todo lo que pude entre las borrascas y me arrastré con cuidado hasta
la carretera doce.
—Oh, Dios mío —exclamó Vivian desde el asiento trasero.
—¿Qué es eso? —preguntó Finley.
358
—Aguanten —ordené, viendo la enorme figura volar hacia nosotras. El
viento lo llevó a la izquierda, y yo me desvié a la derecha.
—Creo que eso era un techo —comentó Vivian en voz baja.
Me encontraba demasiado ocupada jadeando como para decir algo.
Pasamos por la panadería que me encantaba, y la tienda de autopartes a
medida que el viento y la lluvia nos golpeaban, empujándonos como quería que
fuéramos en tanto yo luchaba por mantenernos en la carretera. Ahora había
mucha más agua. Pero parecía agua de lluvia. No había espuma.
Dimos vuelta en el camino del viejo faro, y me estremecí. Aquí estaba la
espuma que soplaba del océano en gigantescas franjas blancas entre las casas de
la playa enormes. La arena había volado por toda la calle, haciendo difícil ver
los bordes.
—Piensa en esto como manejo a campo traviesa —le dije a Finley cuando
una poderosa ráfaga de viento nos empujó cerca de la acera.
—¿Has estado haciéndolo mucho? —preguntó, mirando hacia el costado
porque era demasiado bajita para ver por encima del salpicadero.
—En realidad, sí. En este mismo camión, de hecho. —Agarré el volante y
me abrí paso a través del lodo de agua y arena. Las casas se acercaron a la orilla,
pero me negué a mirar y ver si las dunas aguantaban.
Ahora estábamos comprometidas. O llegábamos a mi casa o éramos
arrastradas en el intento.
Se terminaron las casas y entramos en el pequeño tramo de la carretera
que solo nos pertenecía a Jackson y a mí. Sin las otras casas que nos protegieran
del viento, nos hallábamos expuestas, y costó el doble de esfuerzo mantenernos
en el camino.
Ya casi llegamos, Jackson. Ya casi llegamos.
Hubiera dado cualquier cosa por oír su voz a través de los altavoces.
Escucharlo decirme que había tomado la decisión correcta al traerlas aquí.
Nos detuvimos en mi entrada, y casi lloré de alivio. Hasta que vi que el
agua estaba en la cresta de la duna, y luego la rompió. Las olas llegaron a
tiempo con mis latidos mientras el agua tallaba un riachuelo que rápidamente
se convirtió en un arroyo.
Sería una ensenada en cuestión de minutos.
Golpeé el acelerador, con cuidado de no girar, y nos llevé hacia mis
escaleras. El viento era imposiblemente fuerte, y el agua rezumaba hacia
adelante, alcanzando mis pilotes. Aparqué con mi lado más cercano a las
escaleras.
—Bien, lo mismo, solo que al revés, ¿entendido, Fin? Tú entras primero,
359
y luego yo llevo a la abuela.
Asintió solemnemente, y nunca me había alegrado tanto de que fuera
bajita. Si pudiera ver en lo que nos estábamos metiendo, habría sollozado como
yo quería hacerlo.
La puerta no se movió.
El viento era demasiado fuerte.
—¡Tienes que estar bromeando! —El agua llegaba más rápido. No se
sabía cuánto tiempo teníamos. Necesitábamos la altura de los escalones para
salir todas a salvo.
Piensa, Morgan. Piensa.
Ya sé.
Conduje hacia adelante, luego di la vuelta en medio de nuestros patios,
sacando una sección de la cerca de Jackson en el proceso. Esta vez, incliné la
camioneta cerca de cuarenta y cinco grados y la estacioné cuando el lado de Fin
estuvo más cerca, guardando las llaves.
—Ven aquí, Fin. —La levanté por el asiento trasero para ponerme frente
a Vivian, y luego me subí al asiento de Fin. Apoyando mi espalda en la consola,
puse mis pies a cada lado del mango, abrí la puerta y empujé con todas mis
fuerzas.
El viento hizo el resto.
La puerta se abrió de forma poco natural, golpeando el acero del otro
lado y destruyendo las bisagras. Perdóname, Will.
Incluso con el relativo refugio de la duna, el viento hizo lo posible por
mantenerme dentro de la cabina.
—¡Hora de irse, Fin! —La levanté por encima de la consola, luego subí
las escaleras y extendí los brazos—. ¡Cierra los ojos, cariño! —A través de los
listones de la escalera, vi brotar agua debajo de nosotras. La duna se movía
rápidamente.
Finley se estiró, y la alcé con fuerza. Sus piernitas me rodearon la cintura
mientras yo daba los pasos uno a uno, luchando por todos y cada uno. Mantuve
una mano en la barandilla y la otra alrededor de Fin a medida que subíamos.
Mis piernas se tensaron y ardieron con el esfuerzo que requería para
hacerlo. La categoría tres significaba que estos vientos seguramente ya estaban
a más de ciento sesenta kilómetros por hora, pero no quería pensar en ello.
Llegamos a la cubierta, y luché a través de los pocos metros que carecían
de una barandilla para llegar al hueco que protegía mi puerta principal.
360
La escasa cantidad de rompevientos marcó la diferencia, y con un giro de
mi llave, nos encontrábamos adentro. Bajé a Finley hasta el suelo.
—Ve a esperar en el sillón de la sala de estar, ¿de acuerdo? Voy a buscar
a la abuela Vivian.
Sus ojos parecieron congelados en la posición más ancha, y le agradecí a
Dios que había cerrado las persianas de acero. De lo contrario, habría tenido el
doble de razones para estar aterrorizada. En cualquier segundo iba a rodearnos
el agua.
—Volveré enseguida. Lo prometo. No estás sola.
Fin asintió y me apresuré hacia la puerta.
El viento me tiró de culo en el momento en que corrí hacia el rellano,
barriendo mis pies por debajo de mí.
—¡Maldita sea! —espeté, ya luchando para llegar a la escalera. Me deslicé
para darme el perfil más pequeño posible. El agua llegaba hasta las llantas del
camión, y la espalda de Vivian llenaba la puerta del pasajero delantero—.
¿Cómo llegaste hasta aquí? —exclamé sobre el rugido del viento.
—¡No estoy indefensa! —gritó sobre su hombro, la bolsa de playa segura
en su regazo.
La agarré bajo sus brazos y la saqué del camión, luego comencé el largo
camino de regreso a la casa. Cuando llegué al vestíbulo, me sentía exhausta.
Mis músculos temblaban por el esfuerzo que me costó llevar a Vivian al sofá,
pero la llevé allí.
Ahora a cerrar la puerta.
—¡Juno! —lloró Fin.
Me volví, esperando ver a la gata involucrada en algo horrible como de
costumbre, pero Fin me miraba fijamente.
—¡Está en el coche! —sollozó—. ¡La olvidé!
—Está bien —dije, mayormente para mí misma—. Está bien. —No iba a
dejar que su gata se ahogara en una maldita mochila.
Esta vez fui más precavida al cruzar la cubierta resbaladiza por la lluvia
y llegué a la camioneta mientras el agua subía por las llantas. Una rápida
mirada detrás de mí mostró un cañón formándose en la duna... y no solo uno.
El océano se acercaba.
Subí al camión y agarré a Juno, poniéndola en mi espalda. Entonces
levanté la mirada. Las alas de Will seguían clavadas en la visera, y mi colgante
de cristales marinos de Jackson colgaba del espejo retrovisor. Tenía tiempo.
Podía conseguirlos.
361
La duna cedió detrás de mí.
¿Alas o cristal marino? Solo había tiempo para uno. El agua ya estaba
llegando.
Alas.
Cristal marino.
Will.
Jackson.
Agarré el colgante de cristal marino en mi puño y tiré con toda la fuerza
que tenía en mí, rompiendo el cierre de la cadena. Luego me lancé a la escalera.
El agua empapó mis zapatos al pasar por la escalera hasta el tercer
escalón, y subí a trompicones unos cuantos escalones más para estar más o
menos segura antes de darme la vuelta.
El mar se precipitó hacia la cabina a través de la puerta abierta, y vi con
horror cómo el vehículo se balanceaba lentamente hacia el lado del conductor.
La siguiente ola llegó, con solo unos segundos de diferencia, y arrastró el
camión con el torrente de agua que ahora volaba libremente desde el océano.
—Adiós, Will —susurré al viento aullador. Luego subí los escalones
restantes y entré en la casa, cerrando y trabando la puerta tras de mí mientras la
tormenta se desataba hambrienta contra la estructura de la casa.
—¡Juno! —Fin vino corriendo hacia mí, y yo bajé la mochila por mis
brazos y se la entregué.
Ella desató la tapa, y Juno salió corriendo y se fue con Finley detrás.
Saqué mi celular del bolsillo.
Sin barras. Sin servicio. Las torres tenían que estar caídas.
Lo logramos, Jackson.
Luego me desplomé contra la pared del vestíbulo, como el día que
Jackson me dijo que iba a desplegar. Cuánto miedo había tenido de enterrarlo,
cuando acababa de pasar la mayor parte de estas tres horas arriesgándome a
que él me enterrara.
Pude haber muerto y dejarlo todo sin hablar; dejándolo preguntándose
cómo me sentía realmente cuando lo supe siempre. Lo sabía pero había sido
demasiado terca y tenía miedo de decirlo. ¿Y para qué? ¿Para proteger mi
corazón del dolor que casi le causé?
La casa gimió en el momento que el océano se precipitó debajo de
nosotras. Reconstruí esta casa como reconstruí mi alma, lo suficientemente 362
fuerte para soportar la tormenta, pero donde había hecho la estructura a prueba
de huracanes para poder sobrevivir, no había podido reconstruir mi corazón
para vivir, y quería desesperadamente hacerlo.
Quería una vida y un futuro.
Deseaba hijos, risas y noches de insomnio.
Anhelaba esas cosas con Jackson.
Quería a Finley.
Quería todo lo que venía con el amor de ambos.
Y en el instante en que el servicio de celular volviera a funcionar, se lo
diría. No desperdiciaría otro día evitando las cosas que escapaban de mi
control, y en su lugar aprovecharía cada oportunidad de felicidad que se me
presentara. Hice mi promesa, me puse el colgante de cristales marinos, luego
arropé a Finley en mi costado y recé para que sobreviviéramos hasta la mañana.
32
Traducido por Jadasa
Corregido por Pame .R.

Morgan

¿Fue así como se sintió Noé la primera vez que abrió la puerta del arca?
Al mediodía del día siguiente, los vientos habían cesado, la lluvia dejó de
golpear las ventanas y por fin me sentí lo suficientemente valiente como para
363
levantar las contraventanas de acero.
Contuve la respiración cuando el océano apareció a la vista, todavía
embravecido y con las crestas de las olas blancas.
—¿Qué tan malo es? —preguntó Vivian cuando abrí la puerta corrediza
de vidrio. El viento era fuerte, pero no tanto como antes.
—Estoy a punto de averiguarlo. —Miré de mi teléfono celular, notando
la falta de barras, a Finley, quien se hallaba sentada en la mesa de mi comedor,
jugando con mi iPad.
La terraza se sentía sólida bajo mis pies en tanto caminaba hacia la
barandilla, donde mis rodillas casi cedieron.
La duna fue demolida.
También la casa de Jackson.
Mi mano voló a mi boca en el instante que vi la devastación. Los pilotes
se derrumbaron por completo, llevando la casa de Jackson a la arena. Ese debe
haber sido el estruendo atronador en medio de la tormenta. La mitad de su
vivienda había sido arrasada, dejando el resto como una casa de muñecas
abierta que había visto una guerra.
Me dolía el corazón por lo que perdió.
—¿Puedo salir? —Habló Finley desde el comedor.
Me di la vuelta y me forcé a sonreír. —Todavía no, Fin. Aún hay mucho
viento. —No podía ver el daño desde donde se encontraba y no iba romperle el
corazón.
Cerré la puerta detrás de mí y besé la cima de su cabeza. —¿Qué te
parece si vemos una película?
Asintió, con los párpados ya caídos por el cansancio cuando la senté en el
sillón para que no golpeara a Vivian, quien se encontraba sentada en el sofá.
Anoche no durmió mucho.
—Dame un par de minutos para comprobar las cosas —le dije en voz
baja a la mujer.
—Estoy bien. No te preocupes por mí.
Por supuesto que me preocupaba, estaba en serios problemas. Abrí la
puerta de mi casa y me hundí con alivio. Esta parte de la plataforma también
aguantó, y las escaleras continuaban allí. Las algas cubrían la mayor parte de
los escalones, y había un olor que no podía identificar y que probablemente
habría dominado mis sentidos si el viento no siguiera azotando.
Mi estómago se hundió. No tuve que caminar penosamente por el barro
alrededor de la base de mi hogar para revisar mi Mini Cooper.
364
Se encontraba alojado en la pared del cobertizo para botes.
¿La puerta de mi garaje? ¿Quién sabía?
No había ni rastro de la camioneta de Will.
Estábamos bien y varadas, pero no éramos las únicas. Según la radio de
emergencia, la isla Hatteras quedó aislada cuando un tramo de la ruta doce se
arrastró al sur de Avon. La reparación podría tardar semanas. Vivian no tenía
semanas... ni siquiera días. Necesitaba atención médica ahora.
Levanté la mirada y evalué el cielo. Seguía nublado, pero era seguro para
volar. Solo necesitábamos una señal lo suficientemente grande.
En voz baja, para no despertar a Fin de su merecida siesta, le expliqué mi
plan a Vivian.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —Su rostro lucía tenso por el
dolor que el analgésico no calmaba.
—Creo que es nuestra única oportunidad. El servicio telefónico sigue sin
servicio. Tu pierna necesita ser atendida y no recogimos tu insulina cuando
escapábamos. Si tienes otra idea, soy toda oídos, pero ahora mismo, esto es todo
lo que tengo.
Suspiró, frunciendo el ceño. —Bueno. Pero solo si me dejas ayudar a
repintar una vez que haga buen tiempo.
—Trato —ofrecí, aunque no tenía ninguna intención de aceptarlo—.
Vuelvo enseguida. —Saqué el cubo de pintura roja de dieciocho litros del
armario de almacenamiento, metí un pincel y un destornillador en mi bolsillo
trasero y lo llevé todo a la terraza.
Luego comencé a pintar.
Me tomó la mayor parte de una hora, pero ahora era la orgullosa
propietaria de una X roja gigante en mi cubierta y unas letras enormes que
decían S-O-S.
Luego verifiqué a Vivian y Fin, y me acomodé para esperar un buen rato.
Evalué nuestros suministros y después medí el nivel de combustible en el
generador.
Justo cuando entré e hice las paces con convertirme en una versión algo
más excéntrica de Tom Hanks en Castaway, el sonido de las aspas de un rotor
golpeó el aire.
—¡Papá! —Finley corrió hacia la puerta corrediza de vidrio.
—¡Espera! —Apenas la detuve allí. Efectivamente, flotando encima de
nosotros había un socorrista que descendía de la cuerda de un helicóptero de
365
búsqueda y rescate de la guardia costera.
Sabía que era imposible, pero mi corazón dio un vuelco, de todos modos.
No había visto a Jackson en casi dos meses, y aunque estas no eran las mejores
circunstancias para una conversación de corazón a corazón, me sentía lista para
cumplir la promesa que hice anoche.
—¿Eres la chica de Montgomery? —gritó cuando sus pies golpearon mi
terraza.
Asentí. —¿Ese es él?
El tipo me miró como si estuviera loca. —No. Tuvo un despliegue,
¿verdad?
—Cierto. —Supongo que este no era mi momento de película.
—Hastings está volando. Vio la X. Toda la isla se encuentra aislada.
Probablemente comenzarán a evacuar a quienes puedan mañana, pero tenemos
espacio para dos más. —Tuvo que gritar las palabras para hacerse oír por
encima del ruido.
Dos. No tres. Este ni siquiera fue un momento hecho para la televisión.
De manera que hice lo que haría cualquier mujer en mi situación: envié a
Vivian y Finley a un lugar seguro, a pesar de que ambas protestaron, una en
voz alta y con muchas lágrimas porque no pude ocultar lo que le ocurrió a su
hogar.
Entonces me quedé sola... a menos que contara los cuatro animales de los
que ahora era responsable. Juno se enredó entre mis piernas, confirmando que
contaba. Yo era uno de los únicos humanos que encontraba aceptable, pero aun
así hice una nota mental de esconder todos mis zapatos.
Finley y Vivian se hallaban a salvo, y mi casa seguía en pie. Hice una
oración de agradecimiento.
Agotada, más allá de toda creencia, me acurruqué en el sofá y apoyé mi
celular en la mesa de café, mirando esas barras de servicio como un halcón con
la esperanza de que regresaran.
Tenía una promesa que cumplir.

366
33
Traducido por Vane’
Corregido por Pame .R.

Jackson

—¿Tú qué? —Cargué contra Hastings en medio de la estación aérea de


Elizabethtown.
—¡Solo tenía espacio para dos más, Montgomery! 367
—¿Así que la dejaste allí? —Di vuelta a la mesa para acercarme a él—.
¿Ha estado ahí afuera sola desde ayer?
—¡Hay cientos de personas ahí fuera! ¿Qué querías que hiciera? —
Levantó las manos, lo que me tomó por sorpresa el tiempo suficiente para evitar
golpearlo.
—¡Quería que rescataras a mi novia! —grité. Ese término no se acercaba
ni remotamente a lo que Morgan significaba para mí, y ella probablemente
negaría que fuera cierto.
Sawyer flanqueó mi derecha y Garrett tomó mi izquierda.
—Estamos realizando evacuaciones las veinticuatro horas del día en
casos graves, Jax, y rescaté a tu hija y a su abuela porque Morgan decidió
salvarlas. Ahora cálmate, maldición. —Otros tres pilotos nos miraron como si
fuéramos el entretenimiento nocturno.
—¿Calmarme? ¿Dónde está Christina ahora mismo? —escupí.
—En Tennessee con su familia.
—¡Morgan está en una isla devastada por un huracán! ¡No tengo idea de
cuánta comida tiene, o gas para su generador! ¡Así que no me digas que me
calme!
—¿Por qué no recapacitamos un poco? —sugirió Garrett, poniendo una
mano en mi hombro.
Reconociendo que estaba a quince centímetros del rostro de Hastings,
retrocedí unos pasos y me pasé la mano por los ojos. Mis párpados se sentían
como papel de lija.
—¿Finley está en el hospital? —confirmé, asegurándome de haberlo
escuchado bien.
—Sí. Admitieron a Vivian para observación y ambas están sanas y salvas
—me aseguró Hastings.
Finley se hallaba a salvo. Morgan no.
—Dame tu helicóptero.
—¿Disculpa? —Sus cejas se alzaron.
—Me escuchaste. Quiero tu maldito helicóptero. —¿Tartamudeé?
Sobresaltado, la mirada de Sawyer se movió entre Hastings y yo. —Sí, lo
que dijo. Queremos tu helicóptero.
—¿Exactamente cuánto has descansado en la zona para la tripulación,
Jax? —Hastings cruzó los brazos sobre el pecho.
—Ocho horas —respondí, encogiéndome de hombros. 368
—Durante los últimos tres días —murmuró Garrett.
Le dirigí una mirada asesina.
—Solo intento mantenerte con vida, amigo mío. Te amo como a un
hermano, y sabes que estoy dispuesto a ir por Morgan, pero no es seguro que
vueles.
—No dije que tuviera que volarlo.
Hastings ladeó la cabeza. —Estoy escuchando.
34
Traducido por Julie
Corregido por Pame .R.

Morgan

Tenía un pez en un jarrón en la encimera de mi cocina, una tortuga en mi


bañera, un conejillo de indias en lo que se suponía que era una jaula de pájaros
decorativa y elegante, y una gata acurrucada en mi regazo mientras descansaba
369
en el sofá.
Fin había sido una dueña de mascotas ridículamente responsable y
empacó comida para todos sus animales en un bolsillo del transportador de
gatos, pero como Juno ya había comido sus dos latas de comida para gatos,
ahora estaba lamiendo el atún de mi despensa de sus patas.
Me dolían las manos de ordenar mi garaje, lo que había consumido mi
mañana, pero aun así me las arreglé para sostener mi libro.
Revisé mi celular por centésima vez en la última hora, pero aún no había
servicio. Lógicamente, sabía que Fin y Vivian se encontraban bien; seguro las
habían llevado directamente al hospital, pero quería un poco de tranquilidad, y
habría matado por escuchar la voz de Jackson. Con suerte, él sabía que se
hallaban a salvo. Tenía mil millones de cosas que quería decirle, ninguna de las
cuales incluía el estado de su casa.
Rotores golpearon el aire, pero no salté del sofá. La guardia costera había
estado de un lado a otro de la isla, evacuando casos médicos de emergencia, así
que el sonido se había convertido en algo más que común.
El oficial de policía que pasó por aquí esta mañana me dijo que
esperaban que el servicio de telefonía móvil funcionara para mañana, y que
estaban evacuando a la gente por ferry en función de los niveles de necesidad.
Con Finley y Vivian a salvo, pensé que mi necesidad no era tan apremiante
como la de los que me rodeaban, y no iba a pedir que evacuaran el zoológico de
Fin.
El golpe constante de las paletas del rotor no disminuyó.
Pum. Pum. Pum.
Salté, mirando hacia arriba desde mi libro para ver a un miembro de la
guardia costera en mi puerta corrediza de cristal. Supongo que Hastings había
vuelto. Me bajé del sofá e intenté no tropezarme con Juno mientras me dirigía a
la puerta. Luego giré la cerradura y abrí el vidrio deslizándolo para ver mi
propio reflejo en una visera.
—¡Hola! ¿Puedo ayudarte? —grité sobre el ruido del helicóptero.
Dijo algo en su casco, y el pájaro se fue volando.
Desenganchó su correa. ¿Qué demonios?
El tipo se desabrochó el casco, se lo arrancó y lo metió debajo de su...
—¡Jackson! —Esto tenía que ser un sueño, ¿verdad? Pero el aire todavía
olía a tristeza post-huracán, y seguramente, no me lo imaginaba.
Me lancé sobre él.
Me atrapó, abrazándome a medida que el aire se calmaba a nuestro
alrededor. Gracias, Dios. Tropezamos hacia atrás, y él puso su casco sobre la 370
mesa, luego me rodeó con sus dos brazos y me aferró con fuerza.
Era la primera vez que me sentía a salvo desde que se había desplegado.
—Dime que estás bien —dijo contra mi sien.
Levanté la cabeza y sonreí. —Te amo.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Te amo, Jackson —repetí, para que supiera que lo decía en serio—. Me
prometí que en cuanto volviera el servicio de celular te lo diría, pero hacerlo en
persona es mucho mejor.
Nuestras bocas se encontraron en un beso, y el mundo se enderezó en
tanto sus labios se movían con los míos. Fue dulce y desesperado todo en el
mismo aliento.
Se echó hacia atrás con los ojos entrecerrados. —Pero estás bien, ¿no es
cierto? ¿No estás herida?
—Bueno, Finley y Vivian fueron evacuadas. Fin estaba bien, pero la
pierna de Vivian era un desastre, y no empacamos su insulina cuando huimos
de su casa, pero asumo que están bien ya que Hastings las llevó volando.
¿Cómo están?
—Él me lo dijo, y llegaremos a eso en un segundo. Estoy preguntando
por ti. —Sus ojos se deslizaron por mi cuerpo.
—Espera... ¿todavía no las has visto?
—Te dije que en el momento en que me bajara del avión, iba a venir por
ti, ¿recuerdas?
Dios, lo recordaba, y él vino por mí. Mi corazón no solo voló, sino que se
elevó.
—Y sabía que ellas se encontraban a salvo, pero tú no, así que estoy aquí.
Ahora acaba con mi miseria y dime si estás herida. —Sus cejas se unieron.
—Estoy bien. Un poco raspada en algunos lugares, pero nada de qué
preocuparse. —Se me revolvió el estómago—. Oh, Jackson, tu casa...
Su boca se asentó en una línea firme. —Lo sé. Era difícil no verla cuando
pasamos volando, pero no había nada que no pudiera ser reemplazado. Excepto
la casa misma. Eso puede ser un poco difícil con la ubicación, pero no estoy
preocupado. Estaba aterrorizado por ti. —Sus manos se levantaron para acunar
mi cara—. Volviste por Fin.
—Por supuesto que volví. Pero también la puse en mucho peligro. Casi
no llegamos a tiempo. —¿Había tomado la decisión correcta?
—Le salvaste la vida. Y la de Vivian. Esa casa, y tres más en esa cuadra, 371
se derrumbaron. Nunca podré agradecértelo lo suficiente. —Su voz se quebró.
—No tienes que agradecerme. —La idea de lo que podría haber pasado
fue suficiente para debilitar mis rodillas—. Solo hice lo que tú habrías hecho.
—No te merezco —susurró, apoyando su frente sobre la mía.
—Podría decir exactamente lo mismo. Así que, ¿por qué no acordamos
que nos merecemos el uno al otro y seguimos desde ahí? —Su cuello era cálido
y fuerte bajo mis dedos—. Te amo, Jackson. Y siento haber tardado tanto en
decirlo.
—No sé si puedo quedarme —dijo, acariciando con sus pulgares mis
mejillas—. Nos concedieron a todos un permiso de emergencia, pero sigue en el
aire si tenemos que volver o no.
Mi vientre se agitó, pero asentí. —Está bien. Entonces lo enfrentaremos
sin importar lo que decidan.
Se sobresaltó. —¿Qué ha cambiado? Hace dos meses, eso te habría
derrumbado.
—Y todavía podría hacerlo —confesé—. Pero mi amor por ti es más
grande que el miedo, y soportaré los meses que te vayas si eso significa que
tendré toda una vida para amarte.
Me besó con fuerza y rápido. —Ahora lo entiendo, y no te culpo por
decirme que me vaya hace meses. Esa media hora al teléfono contigo fue muy
aterradora, joder. Estuviste en mucho peligro, y no pude hacer nada más que
sentarme a rezar.
Me estremecí un poco. —Puse el rescate por encima de mi vida, y lo
siento, pero a la vez no. También reconozco la ironía de no haber podido
cumplir la promesa que te pedí que me hicieras.
Se rio a carcajadas. —Sabía que lo hacías por Finley. Arriesgaste tu vida
para salvar a mi hija. Estaba tan furioso contigo, y aun así nunca te amé más.
Sonreí. —Así que todavía me amas.
—Te amo más que a mi propia vida, Morgan. Eres todo lo que quiero.
Tú, Finley y yo. Por el resto de mi vida, eres lo que quiero. Pasaré cada día
haciéndote imposiblemente feliz, e increíblemente exasperada, pero espero que
lo primero más que lo último, si me aceptas.
Mi corazón saltó. —Eso se parece a una propuesta.
—Si pensara que tengo la mínima posibilidad de que aceptes casarte
conmigo, lo sería, pero sé que eres cautelosa...
—Sí —lo interrumpí bruscamente.
Sus cejas se levantaron, y sus ojos se iluminaron. 372

—Sí —repetí—. Ya no voy a seguir esperando para ser feliz o a que pase
algo malo. Me cansé de ser cuidadosa y de guardar mi corazón en una caja
cuando ya te pertenece. En todo caso, los últimos días me han demostrado lo
rápido que todo puede desaparecer, así que me aferro a esto. —Deslicé mis
manos hacia su pecho y me agarré a su traje de vuelo—. Me aferro a ti con
ambas manos y un corazón entero.
—Kitty —susurró.
—Y si solo estabas bromeando, también está bien. Pero si lo decías en
serio, entonces siéntete libre de pedírmelo cuando quieras, porque mi respuesta
es sí.
Se rio. —Debería planearlo todo, pero no lo haré.
—Espera. ¿Quieres tener hijos? Más hijos, quiero decir. Eso es algo que
probablemente debería saber. —Porque yo sí quería. Muchos.
Parpadeó, y luego sonrió con toda su cara. —Sí, quiero más. ¿Quieres la
que ya tengo?
—Más que nada —respondí—. Sería una pena echarla después de todo el
trabajo que acabo de hacer para salvarla.
—Dios, te amo. —Me besó, suave y despacio, y cuando nuestros labios se
separaron, volvió a besarme profundamente. Mis dedos se enroscaron en su
traje de vuelo, y le devolví el beso con todo el amor que sentía por él—. Cásate
conmigo, Morgan Bartley.

373
Dos años después
Traducido por Val_17
Corregido por Pame .R.

La tarta de melocotón se veía perfecta. Todo sobre este fin de semana era
bastante perfecto, de hecho. El clima era magnífico, anoche conseguí seis horas
ininterrumpidas de sueño y Jackson incluso se las arregló para tener libre todo
el fin de semana del Día del Trabajo.
—Vaya, eso huele bien. ¿Necesitas ayuda? —preguntó Sam mientras
caminaba hacia la cocina, atando sus rizos en una cola de caballo.
—¡Gracias! Definitivamente me vendría bien una mano. Creo que eso es
lo último. —Señalé el galón de helado que acababa de sacar del congelador.
374
—¡Yo me encargo! —Agarró el contenedor por la manija y asintió hacia
la puerta—. Salgamos.
Apilé las bandejas de tarta de melocotón para que no se aplastaran, luego
salí detrás de ella de la casa de la playa. Cerró la puerta detrás de nosotras y
comenzamos a bajar los escalones. Todavía había unos veintiséis grados, pero la
brisa de la tarde lo mantenía tolerable.
—El cobertizo se ve bien —dijo cuando llegamos a la parte inferior—. La
última vez que estuve aquí, todavía tenía un agujero gigante en el costado.
Me burlé. —Eso fue hace casi dos años, lo que te dice cuánto tiempo ha
pasado. —Observé el lugar por el que había atravesado mi Mini Cooper. Hacía
mucho que lo reconstruimos, pero todavía extrañaba ese pequeño auto… y la
camioneta. La encontraron unos días después del huracán, gracias a Dios, y
aunque habíamos tenido que rescatarla, recuperé las únicas dos cosas que me
importaban. Tanto las alas de Will como sus placas de identificación ahora
residían en el cajón inferior de mi cofre de joyas.
Jackson se ofreció a enmarcarlos por mí, pero se sentía bien guardarlos,
sano y salvo.
—Ha pasado demasiado tiempo —asintió mi amiga. En verdad era así.
—Uno pensaría que sigues estacionada en Colorado en lugar de Fort
Bragg —bromeé, golpeándola con la cadera a medida que dábamos la vuelta y
caminábamos hacia los escalones de las dunas.
Se rio. —Llevamos allí un mes. Danos un respiro. Estoy segura de que los
acosaremos bastante en los próximos seis meses.
En seis meses a partir de ahora, estaríamos en nuestro nuevo lugar de
destino en Cape Cod.
—Vamos a mantener la casa, así que avísame cuando quieran venir a
usarla —le ofrecí mientras subíamos.
—¿Están pensando en retirarse aquí?
—Esa es la idea. A los dos nos encanta, y Vivian y Brie se encuentran
aquí. —La brisa azotó los mechones de mi cabello que se soltaron de mi trenza
en el instante en que llegamos a la cresta de la duna.
La vista trajo una sonrisa inmediata a mi rostro. La hoguera se hallaba
preparada, lista para ser encendida al atardecer, y nuestros amigos ya habían
escogido sus asientos.
Garrett y Sawyer manejaban la parrilla en tanto Javier los sermoneaba y
Christina se reía de algo que había dicho su esposo.
—¡Dije que ayudaría! —regañó Paisley en tanto llevábamos la comida 375
más allá de la gigante sombrilla vacía, y la poníamos sobre la mesa.
—Se supone que no debes cargar cosas —sermoneó Sam.
—Estoy embarazada, no soy inútil —refunfuñó.
—¿Y cómo está la señorita Bateman? —preguntó Sam, agachándose para
poner sus manos sobre el creciente vientre de Paisley.
—Sigo votando que es un señor Bateman —declaró Ember con una
sonrisa.
Sam se burló. —De ninguna manera. Les digo que esta pequeña va a
inclinar la balanza hacia el lado de las chicas en la casa Bateman. ¿No es así?
Paisley puso los ojos en blanco. —Sea lo que sea este bebé, es el último en
la casa Bateman, eso es seguro. Tres niños menores de cinco años serán más que
suficientes.
—Pero haces bebés tan bonitos. —Hice un puchero, rodeando su hombro
con un brazo mientras Sam se levantaba.
—Habla por ti misma, Morgan Montgomery.
Eché un vistazo a mi anillo de bodas, sonriendo cuando brilló a la luz del
sol. Había pasado más de un año y todavía me mareaba cada vez que escuchaba
mi nuevo apellido.
—Sin importar cuántos tengamos, tienen que admitir que son demasiado
lindos —comentó Ember con una sonrisa, señalando hacia la playa—. Y no me
refiero solo a los bebés.
Mi corazón se derritió, y todas nos dirigimos en su dirección.
Los chicos formaban una línea, lo bastante lejos como para que las olas
llegaran a sus pies, todos ataviados con varios tamaños de portabebés.
Josh estaba de pie a la izquierda, portando una resistente mochila con
Quinn, su hija de dos años con Ember. Junto a él se encontraba Jagger, con
Annabelle, su hija de trece meses con Paisley, en un portabebé delantero. Luego
venía Grayson, quien de alguna manera se las arregló para parecer aún más
grande con Delaney, su hijo de quince meses con Sam, atado a su pecho. Finley
acompañaba a Peyton a través de las olas más pequeñas justo enfrente de ellos.
Y luego estaba Jackson.
Mi Jackson.
Deslicé mi mano en la suya y miré a nuestro hijo dormido, que se hallaba
escondido en la banda que llevaba Jackson. Grant tenía tres meses y era… todo.
376
Sus pequeñas respiraciones salían uniformes por sus diminutos y perfectos
labios, y Jackson lo protegía muy bien del sol en tanto dormía tranquilamente.
Le pusimos el nombre del padre de Jackson, y los tres nos enamoramos de esos
grandes ojos azules a primera vista.
Jackson presionó un beso en mi frente y deslizó su brazo alrededor de mi
cintura, acercándome. Era un padre asombroso, sin novedades allí, y Finley se
zambulló de cabeza en el papel de adoradora hermana mayor. Ahora éramos
una familia de cuatro… con seis mascotas.
—Si lo despiertas, lo llevas, Kitty —bromeó en un susurro.
Me reí. Si el rugido del océano y las voces retumbantes de los hombres a
nuestro lado no despertaron a Grant, nada lo haría. El niño dormía como un
campeón.
—Tendrás que prepararte para tener algunas líneas bastante incómodas
con esa cosa —noté, devorando la piel desnuda de su pecho y estómago con mis
ojos.
—Siempre puedes desnudarte conmigo y ayudar a desvanecerlas. —Sus
labios rozaron mi oreja.
Un escalofrío se deslizó por mi columna.
—¡Jackson Montgomery, tenemos compañía! —Dejé caer la mandíbula y
arqueé las cejas con fingida indignación.
Se rio.
Aparté la cabeza de Grant y me rodeé la boca con las manos. —¡Fin, hay
tarta! —Se había convertido en su postre favorito este año. El año pasado fue el
pastel de manzana, ¿y quién sabía qué elegiría el próximo verano?
Sus ojos se iluminaron y salió corriendo de las olas, con la mano aún
agarrada a la de Peyton.
—¿Podemos comer un poco? —preguntó, mirándome con una sonrisa
emocionada.
—A mí me parece bien, pero será mejor que él le pregunte a su mamá. —
Le alisé un rizo errante.
—Tía Paisley, ¿puede Peyton comer un poco de tarta? —preguntó Fin
rápidamente, mirando a Paisley que se encontraba con Jagger—. Quieres tarta,
¿verdad? —cuestionó a Peyton como una ocurrencia tardía.
—¿Mamá, por favor? —pidió él, saltando. Ese chico podría parecerse a
Paisley, pero era todo Jagger, en constante movimiento.
—Me parece bien —respondió ella.
377
—¡Sí! —exclamaron ambos al mismo tiempo.
Se echaron a correr, levantando arena.
Hace unos años, nunca hubiera pensado que estaría criando a mis hijos
con los de Paisley, y a veces, la mera realidad, la felicidad que inundaba mi
corazón cuando estábamos así todos juntos, era demasiado para las palabras.
No estaríamos juntos de esta manera por un tiempo. Jagger acababa de
llegar a casa, pero Josh saldría por última vez en un par de meses: su último
despliegue antes de que cumpliera sus seis años y fuera elegible para salir del
ejército. Grayson se iría antes de Pascua.
Este era un momento raro y completo, y sabía que ninguno de nosotros
lo daría por sentado. Todos aprendimos que no podíamos controlar las
tormentas en nuestras vidas, pero las resistíamos mejor cuando estábamos
juntos. Llamadas telefónicas, Skype, mensajes de texto y visitas: siempre
hacíamos tiempo y tenía la sensación de que siempre lo haríamos. Amistades
como la nuestra, forjadas a fuego, eran de las que perduraban.
Ember levantó a Quinn del portabebés, luego se fue tras la pequeña
torbellino cuando corrió hacia las olas, la levantó y sopló besos en su cuello.
Lentamente todos, excepto Jackson y yo, regresaron a la barbacoa, dejándonos
solos en nuestra playa.
—¿Qué estás pensando? —cuestionó, acariciando mi cintura.
—En cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a estar juntos así. —
Enganché mi brazo alrededor de su cintura y me apoyé contra él.
—¿Es agridulce?
—Un poco, pero estoy feliz por el tiempo que tenemos. —Lo miré y mi
corazón se sintió como si fuera a estallar—. Estoy feliz por cada día que tengo
contigo.
—Y yo estoy feliz por cada noche, así que estamos empatados. —Su
sonrisa me hizo alegrarme de haber superado las seis semanas de postparto
hace tiempo.
—Yo también te amo. —Me puse de puntillas, besándolo larga y
lentamente.
Astas de rotor golpearon el aire y nos separamos, viendo como el
Jayhawk volaba por encima de nosotros, dirigiéndose hacia el mar. Se me tensó
el estómago, pero no tenía miedo. Aunque sabía que Jackson no se hallaba de
guardia, siempre existía la posibilidad de que lo llamaran y no quería perderlo
ni un segundo este fin de semana.
—¿Crees que te necesitarán? —pregunté a medida que el pájaro se hacía
cada vez más pequeño. Cuando incliné la cabeza para mirarlo, encontré sus ojos
378
ya fijos en mí.
—No. —Ahuecó mi cara y presionó un suave beso en mis labios—. Estoy
justo donde necesito estar.
Dios, amaba a este hombre.
—¡Papá! —gritó Finley—. ¡Nos guardé asientos! —Señaló las sillas de
playa que había reclamado.
—Ya vamos a… —empezó a gritar, luego miró a Grant y lo pensó mejor.
—Adelante, iré enseguida —le aseguré, dejando que mi mano acariciara
su costado, donde se habían escrito dos coordenadas más. La primera conducía
al mismo lugar en el que estábamos ahora, donde nos conocimos. La segunda,
al hospital donde nació Grant.
—No tardes mucho —dijo en voz baja.
—¿Me vas a extrañar?
—Nah. —Sonrió y lo sentí entre mis muslos. El hombre era letal—.
Simplemente no estoy seguro de poder evitar que nuestra hija se coma tu parte
de la tarta.
Negué con la cabeza al tiempo que me lanzaba un guiño y se alejaba,
acunando a nuestro hijo con cuidado.
El agua estaba fría cuando mojé mis pies calentados por el sol, y dejé que
la paz del momento se hundiera y llenara mi alma. Mis dedos de los pies
rozaron algo duro, y me agaché, sacando el objeto y dejando que el agua
enjuagara la arena.
Era un trozo de vidrio marino verde del tamaño de mi pulgar. Sus
bordes eran suaves y gastados, al igual que el colgante que llevaba alrededor de
mi cuello. Sonreí suavemente ante mi hallazgo, luego lo arrojé al mar.
—¿Por qué hiciste eso? —dijo Fin, apareciendo a mi lado.
—Para que alguien más pueda encontrarlo. —Miré de mi hija al agua
donde había desaparecido el cristal. Quizás algún día aparecería a los pies de
otra chica con el corazón roto y le hablaría de la forma en que innumerables
piezas me habían hablado a medida que me reconstruía con cuidado.
Frunció el ceño. —¿No lo quieres?
—Creo que alguien podría necesitarlo más que yo. Tengo suficiente. —
Tomé su mano y sonreí.
Mientras caminábamos de regreso a la barbacoa, miré a nuestra pequeña
multitud.
Jagger, Paisley y sus hijos se encontraban acomodados en un juego de
sillas, con Ember, Josh y Quinn tomando el siguiente juego. Por otro lado,
379
Grayson sostenía tanto a Sam como a Delaney en su regazo en tanto fingía
comerse las mejillas de su hija, para su deleite.
Jackson miraba con ternura a nuestro hijo, luego nos sonrió al tiempo
que nos dirigíamos hacia él.
Tenía más que suficiente.
Tenía todo lo que siempre había querido.
Agradecimientos
En primer lugar, gracias a mi Padre Celestial por bendecirme más allá de
mis sueños más salvajes.
Gracias a mi marido, Jason, por ser mi roca. Por amarme más que a tus
alas y empujarme a volar. Por ser el Jagger de la vida real, mientras das pedazos
de ti a Josh, Grayson y Jackson. Gracias a mis hijos, que no dejan de
sorprenderme con su capacidad de adaptarse a cada nueva situación -incluida
la cuarentena- con gracia y amor. A mi hermana, Kate, por escuchar siempre. A
mis padres, que siempre entienden lo que significa "estoy en la feche límite". A
mi mejor amiga, Emily Byer, por los batidos Sonic y la tarta.
Gracias a Karen Grove, no solo por editar este último libro de Flight &
Glory, sino por recoger el primero de la pila de borradores. Nunca me has
dejado conformarme ni has permitido que mi escritura cayera en la 380
autocomplacencia. He crecido no solo gracias a tu fe y a tus ánimos, sino
también a tu amistad. Gracias por atender siempre el teléfono.
Gracias a mi equipo en Entangled. A Liz Pelletier por aceptar dar a los
fans de Flight & Glory el libro que han estado pidiendo. A Heather y Jessica por
responder a un sinfín de correos electrónicos. A mi fenomenal agente, Louise
Fury, que me hace la vida más fácil simplemente por estar a mi espalda.
Gracias a mis esposas, nuestra impía trinidad, Gina Maxwell y Cindi
Madsen, que sostienen mi cordura en sus capaces manos y me mantienen a
raya. A Jay Crownover por ser mi lugar seguro y el lobo de mi conejo. A Shelby
y Mel por aguantar mi cerebro de unicornio. Gracias a Linda Russell por
perseguir a las ardillas, traer las horquillas y mantenerme entera en los días en
que estoy a punto de desmoronarme. A Cassie Schlenk, por leer esto mientras
lo escribía y por ser siempre la animadora número uno. A todos los blogueros y
lectores que han apostado por mí a lo largo de los años. A mi grupo de lectores,
The Flygirls, por alegrarme todos los días: esto es para ustedes.
A los increíbles miembros de la guardia costera de los Estados Unidos y
a sus familias, gracias no solo por su servicio sino por darme un poco de
licencia creativa, ya que la estación de Jackson en el Cabo Hatteras es
totalmente ficticia.
Por último, porque eres mi principio y mi fin, gracias de nuevo a mi
Jason. Nada de esto sería posible sin ti.

381
Sobre la autora
Rebecca es una autora de más de quince novelas
con éxito de ventas en el Wall Street Journal y en el
USA Today, y siempre está dispuesta a provocar
emociones. También ha recibido el Colorado
Romance Writer's Award of Excellence por Eyes
Turned Skyward de su serie Flight and Glory.
Le encantan los héroes militares y lleva dieciocho
años felizmente casada con el suyo. Es madre de
seis hijos, que van desde el jardín de infancia
hasta la facultad de derecho, y actualmente
sobrevive a la adolescencia con dos de sus cuatro hijos jugadores de hockey.
Cuando no está escribiendo, se la puede encontrar en la pista de hockey o 382
tocando la guitarra a escondidas. Vive en Colorado con su familia, sus tercos
bulldogs ingleses, su aguerrida chinchilla y el gatito Maine Coon que los
domina a todos. Después de haber acogido y adoptado a su hija menor, a
Rebecca le apasiona ayudar a los niños en el sistema de acogida a través de su
organización sin ánimo de lucro, One October.
Visita su sitio web en www.RebeccaYarros.com para conseguir más
información.

También podría gustarte