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AMOR DE MADRE

La maternidad es una de las principales formas en que se experimenta la gratuidad del amor. Como el Papa
Francisco dijo hace algunos años, “es la belleza de ser amados antes: los hijos son amados antes de que
lleguen…antes de haber hecho algo para merecerlo” y “se ama a un hijo porque es hijo, no porque es hermoso o
porque es de una u otra manera, sino porque es hijo” (Catequesis, 11.II.2015). Esta gratuidad del amor, que
hace posible que una mujer acoja a una nueva persona en su seno, hace también que la relación madre – hijo
sea única y muy distinta a cualquier otra relación que las personas podamos establecer a lo largo de nuestra
vida. La presencia del hijo en el seno materno crea entre ambos un vínculo particular e intenso que los marca
para toda la vida. “La madre, ya durante el embarazo, forma no sólo el organismo del hijo, sino indirectamente
toda su humanidad” (Juan Pablo II, Carta a las Familias, 16). A su vez, el hijo que está por nacer ejerce una
influencia específica sobre la mujer que lo lleva en su seno, haciendo que ella viva la maternidad como una
entrega de todo su ser. No en vano Dios pone como ejemplo el amor materno cuando quiere expresar de modo
humano el amor incondicional que Él tiene por los hombres. Dice: “¿Acaso una madre puede olvidar a su niño
de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas?...yo jamás te olvidaré” (Is 49,15).

No está dicho que la maternidad sea una misión fácil o exenta de sufrimiento. Por
lo general, durante el embarazo la mujer pasa por momentos difíciles, pero no por
eso tiene que dejar de ser maravilloso para ella experimentar en sí misma esa
“particular potencialidad del organismo femenino, que con peculiaridad creadora
sirve a la concepción y a la generación del ser humano” (Juan Pablo II, Carta del
18.III.1994). La mujer embarazada participa en el proyecto creador de Dios y hace
posible que se produzca el milagro de una nueva vida (Francisco, AL 168 – 169).
Pero no sólo eso; después de haberlos dado a luz, la mamá ayuda a sus hijos a
crecer, fomenta en ellos grandes ideales y los acompaña en las primeras
experiencias de la vida, no sólo con sus consejos y palabras de aliento sino también
estando a su lado y sosteniéndolos cuando les toca afrontar las primeras
dificultades y sufrimientos. “No lleva al hijo sólo por el camino seguro, porque de
esa manera el hijo no puede crecer, pero tampoco lo abandona siempre en el
camino peligroso, porque es arriesgado” (Francisco, Meditación, 4.V.2013). La
mamá sabe cómo sopesar eso y, gracias a ese instinto o genio femenino, sabe
también cómo ayudar a sus hijos a madurar y tomar decisiones con libertad.

Lamentablemente, la maternidad está como devaluada a causa de la crisis de la


verdad sobre el ser humano por la que el mundo viene atravesando desde hace
varias décadas y por ciertas corrientes ideológicas que pretendenhacer creer a las
mujeres que el único modo de realizarse como personas es negándose a la
maternidad o limitándola lo máximo posible. Gracias a Dios, todavía existen no
pocas mujeres que, a través de la maternidad, “son el antídoto más fuerte ante la
difusión del individualismo egoísta” y “testimonian la belleza de la vida”
(Francisco, Catequesis, 7.I.2015). A ellas quisiera agradecerles en este Día de la
Madre por hacernos presente la hermosura de la maternidad no sólo cuando tienen
la barriguita grande por el niño que llevan en su seno, sino también cuando están
un poco subidas de peso por el post-parto, despeinadas por haber estado jugando
con los niños o con las arrugas que ponen de manifiesto la entrega de toda una vida
al esposo y a los hijos. ¡Gracias, mamás, y que Dios las bendiga siempre!

+ Javier Del Río Alba


Arzobispo de Arequipa

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