Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
cognIcIón SocIal
Teresa Torralva
Facundo Manes
Para los seres humanos, así como para muchas otras especies
animales, la supervivencia depende en gran medida de un funcio-
namiento social efectivo. Las habilidades sociales facilitan nuestro
sustento y protección y aquellos individuos que son sociablemente
más adaptados tienden a ser más sanos y a sobrevivir más (Cohen,
2004). Si queremos entender a los seres humanos en su aspecto so-
cial, la comprensión de las capacidades relacionadas con la sociabi-
lidad cobra un papel fundamental.
17
La cognición social tiene sus raíces en la psicología social, dis-
ciplina que procura entender y explicar cómo los pensamientos,
18
frente es otra persona, diferente de uno mismo y con un estado
psicológico interno diferente. A partir de allí, debemos intuir las
motivaciones internas, los sentimientos y las creencias que subya-
cen a su conducta (Baron Cohen, 1995) teniendo en cuenta además,
que los estados mentales de cada individuo se enmarcan en carac-
terísticas más estables de la personalidad. Finalmente, uno debe te-
19
interpretación visual, los lóbulos parietales con la atención y las ha-
bilidades visuoespaciales y los lóbulos frontales con la función eje-
cutiva y la regulación de las conductas y las emociones. La perspec-
tiva actual sobre las funciones del cerebro y su localización es que
existe un funcionamiento en red de los circuitos relacionados con
-
ticas para funciones determinadas, el cerebro utiliza en mayor o me-
nor medida gran parte de sus áreas para cada función.
Las regiones cerebrales más frecuentemente implicadas en la
la corte-
za ventromedial) y otro grupo de estructuras cerebrales que además
de contribuir a la función social, intervienen en la regulación de las
emociones. Se trata de la amígdala, la conjunción temporoparietal
y los polos temporales, entre otros.
La corteza prefrontal ventromedial (cpfvm) es la encargada de
procesar las recompensas y el castigo, y de regular las emociones
(Ongur y Price, 2000). Esta área del cerebro ha estado ligada a la
conducta social ya desde el reporte del famoso paciente Phineas
Gage, quien luego de haber sufrido un accidente con una barra de
hierro que atravesó parte de su lóbulo frontal, padeció un cambio
conductual muy importante (Damasio, 1994). Más recientemen-
te, Damasio (1994) reportó el caso de su paciente evr que a los 35
años luego de una resección de un tumor en el lóbulo frontal pre-
sentó un declive de su conducta social y de su toma de decisiones.
También se relacionó esta área del cerebro con el rol de las emo-
ciones en la toma de decisiones (incluyendo la toma de decisiones
social) y la muy conocida hipótesis del “marcador somático” (Da-
masio, 1994; Damasio, Everitt y Obispo, 1996). Antonio Damasio
explica con su teoría del “marcador somático” (ms) cómo las emo-
20
teniendo preservado el conocimiento declarativo de las normas so-
ciales o morales. Asimismo, presentarían fallas en tareas complejas
de teoría de la mente (luego será explicado en detalle), sarcasmo,
juicio moral y empatía.
La Amígdala: el hecho de que estímulos que no pueden ser cons-
cientemente percibidos activen la amígdala llevó a la idea de que
esta estructura puede proveer un procesamiento rápido y automáti-
co que, de alguna manera, sesgaría la cognición social. Su rol en la
cognición social ha sido estudiado en relación con los juicios que
hacemos particularmente en relación con las caras. Estudios de le-
siones han demostrado que pacientes con daño en esta estructura
cerebral presentarían fallas para reconocer expresiones faciales de
contenido emocional (Adolphs et al., 1994) y en el procesamiento
emocional (Aggleton, 2000). Otros estudios relacionan la amígdala
con la evaluación de si un estímulo es relevante, impredecible, o si
se relaciona con la recompensa y el castigo.
Otras regiones de la corteza prefrontal son críticas cuando una
persona experimenta una emoción fuerte y cuando está motivada a
realizar una acción basada en esa emoción. Estas regiones están co-
nectadas con la corteza cingulada anterior que junto con la corte-
za dorsolateral y ventromedial, estarían implicadas en el aprendi-
zaje basado en la recompensa y en la conducta instrumental tanto
en las interacciones sociales cooperativas como competitivas. Ade-
más, estas áreas de la corteza prefrontal han sido relacionadas con
la manera en que las emociones pueden motivar conductas altruis-
tas, morales, y sociales (Damasio, 2003). Por ejemplo, una red orbi-
tofrontal-dorsolateral se activa cuando el castigo de otro genera el
acatamiento de las normas sociales (Spitzer et al., 2007) y lesiones
en la corteza ventromedial resultan en fallas en la interpretación de
emociones sociales, fallas en el funcionamiento social en el mun-
-
tre emociones morales y consideraciones racionales (Koenigs et al.,
2007).
Hasta aquí hemos hecho un breve repaso de las áreas cerebra-
les asociadas a la cognición social en general. Cabe notar que en
este último término se incluyen diversos procesos cognitivos, tales
como la teoría de la mente, la empatía, el reconocimiento de expre-
21
siones faciales, el procesamiento de emociones, el juicio moral y la
toma de decisiones. En el presente capítulo revisamos algunos de
ellos.
Teoría de la mente
que las otras personas accionan con base en sus propias metas y que
dichas metas y creencias pueden diferir de nuestras propias pers-
pectivas acerca del mundo. Una vez comprendido esto, debemos ser
capaces de comparar la perspectiva propia con la ajena.
Distintos autores consideran que la teoría de la mente puede
subdividirse en sus aspectos cognitivos y afectivos (Stone y cols.,
2008; Shamay-Tsoory y Aharon-Peretz, 2007; Shur, Shamay-Ts-
oory y Levkovitz, 2008). Así, la capacidad de inferir los pensamien-
tos y los sentimientos de otras personas requiere, por un lado, de
la capacidad de comprender el estado mental de los otros, y por el
otro, la habilidad de integrarlo con procesos afectivos. Estos proce-
sos se han llamado la dimensiones cognitivas y afectivas de la teo-
ría de la mente.
La dimensión cognitiva -
to que tenemos acerca de los pensamientos de los demás (Kalbe et
al., 2010), incluyendo la capacidad de comprender que las creencias
de otros pueden diferir de las propias (Barón Cohen et al., 1997).
22
La dimensión afectiva incluye la capacidad de comprender lo que
otro está sintiendo o de comprender cómo se sentiría frente a deter-
23
les como los responsables de hacer accesible el conocimiento acer-
ca del mundo necesario para comparar dicha perspectiva.
24
Por su parte, Juan, que no sabe que María ha hablado con el helade-
ro, va a buscarla a su casa pero no la encuentra. El marido de Ma-
ría le dice a Juan que ella se ha ido a comprar un helado. Pregunta:
¿Dónde piensa Juan que María habrá ido a buscar al heladero?
que debe elegir el que mejor describa el estado de los ojos en la foto
(ejemplo tímidos versus emocionado). Para evaluar esta función
también pueden utilizarse imágenes chistosas o chistes con “teoría
de la mente”, ya que para comprenderlos, el paciente debe analizar
los estados mentales de los personajes, atribuyendo ignorancia, de-
cepción, o falsa creencia.
25
Empatía
26
medial (cpfm) es una de las regiones claves para el procesamien-
to de la información social y es muy importante para la compara-
ción entre la perspectiva de uno mismo y la del otro (Amodio y
Frith, 2006). Otras áreas frontales como el opérculo frontal (of) y
el giro frontal inferior (gfi) se relacionan con el lenguaje expresivo,
corte-
za cingulada anterior caudal, es activada tanto cuando uno expe-
rimenta dolor como cuando uno observa a otras personas teniendo
experiencias dolorosas (Singer et al., 2004). La ínsula anterior, la
conjunción temporo-parietal del lóbulo temporal y el sulcus supe-
rior temporal posterior -
gan un importante rol en los aspectos altamente relacionadas con la
empatía. La corteza somatosensorial (css) es relevante no sólo para
cuando uno está teniendo una experiencia sensorial, sino también
cuando uno está mirando a otra persona pasando tal experiencia, es
decir, es sensible al estrés del otro. Por último, una de las regiones
más importantes en el circuito de la empatía es la amígdala. Esta re-
gión está involucrada en el aprendizaje emocional, y es referida por
algunos autores como el centro del “cerebro emocional” (LeDoux,
1998). Estudios han demostrado que la amígdala se activa cada vez
que uno intenta hacer juicios sobre las emociones y los pensamien-
tos de otras personas y se le relaciona especialmente con el miedo.
difícil ver las cosas desde el punto de vista de otros”), a las que se
debe responder con una escala de 1 a 5. Mide tanto los componentes
afectivos como los cognitivos de la empatía.
El cociente de empatía-versión adultos (eq) es otro tipo de cues-
tionario desarrollado por Baron Cohen (2004). Consiste en 40 pre-
-
les componentes de la empatía: el reconocimiento y la respuesta.
27
La versión adulta de este cuestionario es autoadministrable y ha de-
mostrado ser útil en grandes muestras. Por ejemplo, cuando fue uti-
lizada en estudiantes universitarios los alumnos de las carreras de
humanidades puntuaron más alto que alumnos de las carreras de
ciencias y las mujeres en general más alto que los hombres.
También se puede medir la empatía a través de paradigmas expe-
rimentales. Para ilustrar, el desarrollado por Decety, Kalina y Ma-
chalska (2011) presenta 25 escenas que representan con algunas si-
tuaciones que involucran dolor (intencional o accidental) y otras
que no. En ciertos casos una persona se encuentra en una situación
dolorosa causada por un accidente; en otros, una persona se en-
Toma de decisiones
28
vos y conductuales que requieren de la interacción de múltiples re-
giones cerebrales.
Entre los procesos cognitivos fundamentales en la vida cotidia-
29
Los tres sistemas principales en la toma de decisiones son: “el
-
ción” es importante durante el periodo de evaluación de toma de
decisiones y se le asocia con la activación de la corteza ventrome-
dial y orbital, el estriado y los circuitos dopaminérgicos que invo-
lucran el área tegmental ventral, el núcleo accumbens, el estriado y
la corteza frontal. El “sistema de selección de acciones” estaría in-
30
prueba básicamente ejecutiva y, como tal, requiere de diversas fun-
ciones que van más allá de la toma de decisiones misma, a saber:
capacidad de aprendizaje, alternancia entre sets y memoria de tra-
bajo. Tiene el mérito de ser la primera prueba de toma de decisiones
que nos aleja del contexto estructurado de laboratorio asociado a las
pruebas ejecutivas clásicas. El igt, en la actualidad, es una prueba
computarizada en la cual se le presentan al sujeto cuatro mazos di-
ferentes de cartas en la pantalla y se le solicita que haga una serie de
selecciones por las que se le entrega una recompensa o castigo mone-
tario virtual. Los sujetos normales, tras las primeras 50 selecciones,
comienzan a darse cuenta de que ciertos mazos son más seguros
que otros, por lo que intentan mantenerse en los mazos más segu-
ros. Así, los sujetos normales eligen en general los mazos conser-
vadores, seleccionando prioritariamente cartas de éstos y sólo toman-
do esporádicamente un riesgo controlado al dirigirse hacia los mazos
riesgosos en algunas pocas selecciones.
Damasio sostiene que la región orbitofrontal, por sus conexiones
con la amígdala y la corteza prefrontal –el área emocional y el área
racional, respectivamente–, sería crítica para la toma de decisiones.
Por ello la toma de decisiones se vería alterada tras producirse una
lesión en esta área de la corteza prefrontal.
Otra prueba utilizada para evaluar el proceso de toma de decisio-
nes es el Cambridge Gambling Task (cgt), desarrollada por Rogers
et al., en 1999. A diferencia de la anterior, esta tarea evalúa toma de
decisiones bajo riesgo explícito. En cada trial se le presenta al su-
jeto, en la parte superior del monitor, una serie de diez cuadrados
rojos y azules, en alguno de los cuales se esconde al azar una mo-
neda. Se le pide al participante que juzgue si la moneda va a estar
escondida en un cuadrado azul o en uno rojo y que apueste una cier-
ta cantidad de sus puntos acumulados a su elección. De esta mane-
ra, la prueba mide la toma de decisiones, pero si se analizan los pa-
trones de apuestas, puede también evaluar la presencia de conductas
de riesgo. Las personas normales suelen elegir aquel color donde es
más probable encontrar la moneda (dado que hay más cuadrados de
ese color) y ajustan el monto de sus apuestas según el porcentaje de
cajas del color que tenga ventaja en esta prueba. Toda la informa-
ción necesaria para tomar la decisión es presentada en el monitor,
31
dependiendo en menor grado de la memoria de trabajo, por lo cual
ésta constituye una medida más pura de la toma de decisiones. Exis-
ten otros paradigmas que evalúan toma de decisiones bajo riesgo ta-
les como el Dice test (dt) (Brand et al., 2005), el Probability/Asso-
ciated Gambling Task (agt) (Sinz, 2008), el Balloon Analog Risk
Task (bart) (Lejuez et al., 2002) y el Cup Task (ct) (Levin y Hart,
2003).
Juicio moral
y valores que son utilizadas por un grupo cultural para guiar la con-
ducta social (Moll et al -
ca que se ha dedicado a examinar críticamente al razonamiento y
comportamiento moral y la posibilidad de la existencia de valores
universales. Sin embargo, hasta hace muy poco se desconocían las
bases neurobiológicas de la actividad humana de valorar, de juzgar
o de actuar moralmente. En las últimas décadas, las neurociencias
han comenzando a centrarse justamente en esto, ofreciendo explica-
32
La corteza dorsolateral aparece involucrada en el análisis racional
de las situaciones morales.1, 2
1
Otras áreas tales como la ínsula, el sulcus temporal superior posterior, el giro cingular
posterior, los lóbulos parietales inferiores y la conjunción temporoparietal, el estriado
ventral, el precuneus y el cíngulo posterior también estarían involucradas en las conductas
morales (Mendez, 2009).
2
33
protagonista no pretende lastimar a otra persona (intención neutral),
y no la lastima (resultado neutral), y 4) el protagonista no pretende
lastimar a otra persona (intención neutral), pero la lastima (resulta-
do negativo). En cada historia se describe la información sobre la
escena, los factores que preceden el posible resultado, la creencia o
intención del protagonista, la acción y su resultado. El participante
debe leer 24 historias, 6 de cada versión, elegidas aleatoriamente, y
responder con una escala de 1 a 7 que tan adecuada considera la ac-
ción del protagonista en términos de conducta moral.
La Entrevista de juicio moral (Kohlberg y Colby, 1987) también
-
sarrollo de juicio moral de un sujeto sobre dilemas morales hipotéti-
cos. Comprende tres dilemas morales hipotéticos, y cada dilema es
seguido por 9-12 preguntas estandarizadas diseñadas para indagar
-
rales de los sujetos. El rango de puntuación va desde 100 (que co-
rresponde al nivel más bajo –nivel 1) a 600 (correspondiente al ni-
vel más alto –nivel 6). Brevemente, el nivel 1 y 2 corresponden al
nivel preconvencional y su objetivo es evitar romper las reglas res-
paldadas por castigos (nivel 1) y siguen reglas sólo cuando son de
interés personal (nivel 2). El nivel 3 y 4 corresponden al nivel con-
vencional, y su objetivo es estar a la altura de las expectativas de las
otras personas (nivel 3) y cumplir las obligaciones acordadas (ni-
vel 4). Finalmente, el nivel 5 y 6 corresponden al nivel posconven-
cional, y su objetivo es comportarse de acuerdo con los valores y
normal sociales (nivel 5) y principios éticos personalmente elegidos
34
gias a veces involuntarias y automáticas y muchas veces debajo de
los niveles de nuestra conciencia (Adolphs, 2012).
Más allá de que aún queda un largo camino por recorrer, es in-
dudable que la cognición social es tanto única como especial. Qué
la hace tan especial, diferenciándonos de otras especies es una pre-
gunta que difícilmente pueda ser respondida en el corto plazo. Sin
embargo, en este capítulo hemos presentado algunas características
que serían únicas a nuestra especie y que incluyen la capacidad que
tenemos los seres humanos de cambiar nuestra experiencia cons-
ciente y concreta hacia lugares y momentos fuera del aquí y ahora
(imaginación), la asociación de nuestra propia evaluación del “otro”
con nuestras emociones morales, y la habilidad para utilizar estas
2012).3
3
En verdad, cabe destacar que la naturaleza social del cerebro no sólo se hace evidente
en cada una de las funciones anteriormente descritas (teoría de la mente, empatía, toma de
decisiones, etc.), sino que también para el aprendizaje. Para ilustrar, en un experimento
publicado en 2003 se entrenaron a tres grupos de bebés ingleses: un grupo interactuaba con
un hablante del idioma chino en vivo; un segundo grupo veía películas del mismo hablante
chino; y el tercer grupo escuchaba a ese hablante chino a través de auriculares. El tiempo de
exposición y el contenido fueron idénticos en los tres grupos. Después del entrenamiento,
el grupo de bebés expuesto a la persona china en vivo distinguió entre dos sonidos con un
rendimiento similar al de un bebé nativo chino. Los bebés que habían estado expuestos al
idioma chino a través del video o de sonidos grabados no aprendieron a distinguir sonidos, y
su rendimiento fue similar al de bebés que no habían recibido entrenamiento. En conclusión
lo que nos dice este estudio es que la clave del desarrollo de la especie no está tanto en lo que
el individuo hace de sí mismo sino en el puente que construimos con nuestros semejantes.
35
Adolphs R. (2012), “What is special about Social Cognition (Chap-
ter 14)”, en John T. Cacioppo, Penny S. Vissier y Cinthis L. Pic-
kett (eds.), Social Neuroscience: people thinking about thin-
king people, Mit Press. Cambridge, Massachusetts, Londres,
England- 269-285.
Aggleton, J. (2000), The Amygdala. A Functional Analysis, Nueva
York, Oxford University Press.
Amodio, D. M. y C. D. Frith (2006), “Meeting of minds: The me-
dial frontal cortex and social cognition”, Nature Reviews Neuros-
cience, 7, pp. 268-277.
Barkow, J. H., L. Cosmides y J. Tooby (1992), The adapted mind:
evolutionary psychology and the generation of culture, Nueva
York, Oxford University Press.
Baron-Cohen, S. (1995), Mindblindness: An essay on Autism and
Theory of Mind, Cambridge, mit Press.
Baron-Cohen, S. et al. (1997), “Another advanced test of theory of
mind: Evidence from very high functioning adults with autism or
Asperger syndrome”, Journal of Child Psychology and Psychia-
try, 38, pp. 813-822.
Baron-Cohen S. et al. (1999), “Social intelligence in the normal and
autistic brain: an fMRI Study”, European Journal of Neuroscien-
ce, 11, pp. 1891-1898.
Baron-Cohen, S. y S. Wheelwright (2004), “The empathy quo-
tient: an investigation of adults with Asperger syndrome or high
functioning autism, and normal sex differences”, J Autism Dev
Disord, 34(2), pp. 163-75.
Baron-Cohen, S. (2011), Zero Degrees of Empathy. A new theory of
human cruelty, The Penguin Group.
Bechara, A. et al. (1994) “Insensitivity to future consequences fo-
llowing damage to human prefrontal cortex”, Cognition, 50, pp.
7-15.
Blair R. J. (2005), “Responding to the emotions of others: dissocia-
ting forms of empathy through the study of typical and psychia-
tric populations”, Consciousness and Cognition, 14, pp. 698-718.
Brand, M. et al. (2004), “Decision-making impairments in patients
with Parkinson’s disease”, Behav. Neurol, 15, pp. 77-85.
36
Brand, M. et al -
tients in a new gambling task with explicit rules: associations
with executive functions”, Neuropsychology, 19, pp. 267-277.
Campbell, M. C., J. C. Stout y P. R. Finn (2004), “Reduced autono-
mic responsiveness to gambling task losses in Huntington’s di-
sease”, J. Int. Neuropsychol. Soc, 10, pp. 239-245.
Choi-Kain, L.W. y J. G. Gunderson (2008), “Mentalization: onto-
geny, assessment, and application in the treatment of borderline
personality disorder.”, American Journal of Psychiatry, 165, pp.
1127-1135.
Clark, L. (2010), “Decision-making during gambling: an integra-
tion of cognitive and psychobiological approaches.”, Philos
Trans R Soc Lond B Biol Sci., 27, pp. 365(1538), 319-30. Re-
view.
Cohen, S. (2004), “Social relationship and health”, Am. Psychol,
59, pp. 676-684.
Damasio, A. R. (1994), Descartes’ error: emotion, reason, and the
human brain, Nueva York, Grosset/Putnam.
Damasio, A. R., B. J. Everitt y D. Obispo (1996), “The somatic
marker hypothesis and the possible functions of the prefrontal
cortex”, Philos. Trans. R. Soc. Lond. B Biol. Sci, 351, pp. 1413-
1420.
__________ (2003), Looking for Spinoza: Joy, Sorrow, and the Fe-
eling Brain, Orlando, FL, Harcourt.
Davis, M. H. (1983), “Measuring Individual differences in em-
pathy: Evidence for a Multidimensional Approach”, Journal of
Personality and Social Psychology, 44 (1), pp. 113-126.
Decety, J. y P. L. Jackson (2004), “The functional architecture of
human empathy”, Behav Cogn Neurosci, 3 (2), pp. 71-100. Re-
view.
Decety, J., (2007), “A social cognitive neuroscience model of hu-
man empathy”, en E. Harmon-Jones y P. Winkielman (eds.), So-
cial Neuroscience: Integrating Biological and Psychological
Explanations of Social Behavior, Nueva York, Guilford Publica-
tions.
Decety, J., C. Lamm (2007), “The role of the right temporoparietal
junction in social interaction: how low-level computational pro-
37
cesses contribute to meta-cognition”, Neuroscientist, 13 (6), pp.
580-593.
Decety, J. y M. Meyer (2008), “From emotion resonance to em-
pathic understanding: a social developmental neuroscience ac-
count”, Dev Psychopathol, 20 (4), pp. 1053-1080.
Decety J. (2009), “Sensibilidad Interpersonal: La contribución de la
-
cobar, Rodrigo Riveros y Joaquín Barutta (eds.),“La Neurocien-
cia social en Sudamérica: Una aproximación multinivel a pers-
pectivas biológicas y sociales”, Chile, J. C. Saez Editor.
Decety, J., K. J. Michalska y K. D. Kinzler (2011), “The Contri-
bution of Emotion and Cognition to Moral Sensitivity: A Neu-
rodevelopmental Study”, Cerebral Cortex. doi: 10.1093/cercor/
bhr111.
Dubrach, D. A. (2008), “The purpose and neurobiology of theory of
mind functions”, J Relig Health., 47, pp. 354-365.
Dziobek, I, K. et al., “Convit A. Dissociation of Cognitive and
Emotional Empathy in Adults with Asperger Syndrome Using
the Multifaceted Empathy Test (met)”, J Autism Dev Disord
(2008) 38, pp. 464-473.
Frith, U. y C. D. Frith (2003), “Development and neurophysiology
of mentalizing”, Philosophical Transactions of the Royal Society
of London B: Biological Science, 358, pp. 459-473.
Frith, C. y U. Frith, U. (2006), “Theory of mind”, Current Biology,
15, pp. 644-646.
Gallagher, H .L. y C. D. Frith (2003), “Functional imaging of
‘theory of mind’”, Trends in Cognitive Sciences, 7, pp. 77-83.
Gallagher, H. L. et al. (2000), “Reading the mind in cartoons and
stories: An fMRI study of ‘theory of mind’ in verbal and nonver-
bal tasks”, Neuropsychologia, 38, pp. 11-21.
Gleichgerrcht, E. et al. (2010), “Decision-making cognition in neu-
rodegenerative diseases”, Nature Review Neurology, 11, pp. 611-
623.
Greene, J. D. et al. (2001), “An fMRI investigation of emotional en-
gagement in moral judgment”, Science, 293(5537), p. 2105.
Greene, J. D. et al
and control in moral judgment”, Neuron, 44(2), pp. 389-400.
38
Haidt, J. (2007), “The new synthesis in moral psychology”, Scien-
ce, 316, pp. 998-1002.
Kalbe E. et al. (2010), “Dissociating cognitive from affective
theory of mind: A tms study”, Cortex, 46, pp. 769-80.
Koenigs M. et al. (2007), “Damage to the prefrontal cortex increa-
ses utilitarian moral judgments”, Nature, 446, pp. 908-911.
Kohlberg, L. y A. Colby (1987), The measurement of moral judge-
ment, Nueva York, Cambridge University Press.
Kuhl, P. K., F. M. Tsao y H. M. Liu (2003), Proc. Natl. Acad. Sci.,
USA 100, pp. 9096-9101.
LeDoux, J. E. (1998), The Emotional Brain: The mysterious under-
pinning of the emotional life, Londres.
Lejuez, C. W. et al. (2002), “Evaluation of a behavioral measure of
risk taking: The Balloon Analogue Risk Task (bart)”, J. Exp.
Psychol. Appl, 8, pp. 75-84.
Levin, I. P. y S. S. Hart (2003), “Risk preferences in young chil-
dren: early evidence of individual differences in reaction to po-
tential gains and losses”, J. Behav. Decis. Mak, 16, pp. 397-413.
Mandler G. (2002), Consciousness recovered: Psychological
functions and origins of conscious thought, Ámsterdam, John
Benjamins.
Manes, F. et al. (2002), “Decision-making processes following da-
mage to the prefrontal cortex”, Brain, 25, pp. 624-639.
Manes, F. et al. (2010), “Frontotemporal dementia presenting as
pathological gambling”, Nat. Rev. Neurol, 6, pp. 347-352.
Martino, D. J. et al. (2010), “Decision making in euthymic bipolar I
and bipolar II disorders”, Psychol Med, 22, pp. 1-9.
Mendez, M. (2006), “What frontotemporal dementia reveals about
the neurobiological basis of morality”, Medical Hypotheses,
67(2), pp. 411-418.
Mendez, M. F. (2009), “The Neurobiology of Moral Behavior: Re-
view and Neuropsychiatric Implications”, cns Spectr, 14(11), pp.
608-620.
Mitchell, J. P. et al. (2012), “Thinking about others: the neural subs-
trates of Social Cognition”, en John Cacioppo, Penny S. Visser, y
Cynthia L. Pickett. Social Neuroscience. People thinking about
thinking people.
39
Moll, J., R. de Oliveira-Souza, y P. J. Eslinger (2003), “Morals and
the human brain: A working model”, NeuroReport, 14(3), pp.
299-305.
Moll, J. et al. (2005), “Opinion: the neural basis of human moral
cognition”, Nat Rev Neurosci, 6, pp. 799-809.
Moll, J. et al. (2007), “The self as a moral agent: linking the neural
bases of social agency and moral sensitivity”, Soc Neurosci, 2,
pp. 336-352.
Ongur, D., J. L. Price, (2000), “The organization of networks within
the orbital and medial prefrontal cortex of rats, monkeys, and hu-
mans”, Cereb. Cortex, 10, pp. 206-219.
Pinker, S. (1997), How the Mind Works, Nueva York, Norton.
Poletti, M. et al. (2010), “Decision making in de novo Parkinson’s
disease”, Mov. Disord. 25, pp. 1432-1436.
Rogers, R. D. et al. (1999), “Choosing between small, likely
rewards and large, unlikely rewards activates inferior and orbital
prefrontal cortex”, J. Neuroscience, 19, pp. 9029-9038.
Shamay-Tsoory, S. G. et al. (2003), “Characterization of empathy
40
phrenia and its relation to prefrontal neurocognitive performan-
ce”, Cognitive Neuropsychiatry, 13 (6), pp. 472-490.
Singer, T. et al. (2004), Science, 303 (5661), pp. 1157-1162.
Sinz, H. et al. (2008), “Impact of ambiguity and risk on decision
making in mild Alzheimer’s disease”, Neuropsychologia, 46, pp.
2043-2055.
Spitzer, M. et al. (2007), “The neural signature of social norm com-
pliance”, Neuron, 56, pp. 185-196.
Stone, V. E., S. Baron-Cohen y R. T. Knight (1998), “Frontal lobe
contributions to theory of mind”, J Cogn Neurosci, 10(5), pp.
640-656.
Stone, V. E. et al. (2002), “Selective impairment of reasoning about
social exchange in a patient with bilateral limbic system dama-
ge”, Proceedings of the National Academy of Sciences of the
United States of America, 99, pp. 11531-11536.
Stone, V. E. et al. (2003), “Acquired theory of mind impairments in
individuals with bilateral amygdale lesions”, Neuropsychologia,
41, pp. 209-220.
Struglia, F. et al. (2011), “Decision-making impairment in schizo-
phrenia: Relationships with positive symptomatology”, Neurosci
Lett. Sep 15;502(2), pp. 80-83.
Stuss, D. T., G. G. Gallup jr. y M. P. Alexander (2001), “The frontal
lobes are necessary for ‘theory of mind’”, Brain, 124, pp. 279-
286.
Torralva, T. et al. (2007), “The relationship between affective deci-
sion-making and theory of mind in the frontal variant of fronto-
temporal dementia”, Neuropsychologia, 45, pp. 342-349.
Torralva, T. et al. (2009), “A neuropsychological battery to detect
-
totemporal dementia”, Brain, 132, pp. 1299-1309.
Torralva, T. et al. (2000), “Impairments of social cognition and de-
cision making in Alzheimer’s disease”, Int. Psychogeriatr, 12,
pp. 359-368.
Young, L. et al. (2007), “The neural basis of the interaction bet-
ween theory of mind and moral Judgment”, Proceedings of the
National Academy of Sciences of the United States of America,
104(20), pp. 8235-8240.
41
Young, L. et al. (2010), “Damage to ventromedial prefrontal cor-
tex impairs judgment of harmful intent”, Neuron, 65 (6), pp. 845-
851.
Wilson, J. Q. (1993), The Moral Sense, Nueva York, Simon y
Schuster.
42