Está en la página 1de 34

MEMORIAS DE LA MILI (cuarenta años después)

-parte primera-
Publicado por Angel Gómez-Morán Santafé
en AÑORANZAS, RECUERDOS Y SEMBLANZAS (16/6/22)
ÍNDICE GENERAL: Pulsando el siguiente enlace, se llega a un índice general, en el que se contienen los artículos de
"Añoranzas, recuerdos y semblanzas". Para acceder al índice haga "clik" sobre esta
linea: http://recuerdosyanoranzas.blogspot.com.es/2015/04/pulsar-sobre-las-lineas-de-enlace-hacer.html

EL ARTÍCULO puede leerse enteramente; o bien de forma resumida (siguiendo las letras destacadas en rojo y
con negrillas).

ESTA ES LA PRIMERA PARTE, PARA LLEGAR A LA SEGUNDA; PULSAR:


https://recuerdosyanoranzas.blogspot.com/2022/06/memorias-de-la-mili-cuarenta-anos_16.html
SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Tres imágenes de la magnífica Plaza de España, en Sevilla;
obra del arquitecto Aníbal González y Álvarez-Osorio, construida para la Exposición Iberoamericana,
de 1929. Sesenta años más tarde y al comienzo de los los ochenta; sus dependencias seguían siendo de propiedad
pública, pero sin apenas uso. Aunque una gran parte se destinaba a Cuartel General de la II Región
Militar; donde se ubicaba la “casa palacio” del Capitán General, las oficinas y hasta el regimiento donde dormían los
soldados. Allí pasé un año de mi vida -desde octubre del 82 a diciembre del 83- “sirviendo a la patria”
(como por entonces se decía).

I - FÁBULA DE LA VACA, EL ZORRO Y LA CACA:


Es humano pensar que cuantos males sufrimos, solo suponen dolor, problemas y daños. Generándonos
angustias, inseguridad y traumas. Situaciones muy duras, que sembrarán en nuestra personalidad incertidumbre,
impedimentos y amputaciones emocionales -además de carencias, desequilibrios y pérdidas-. Pero el devenir de los
años, nos enseña que muchos de esos tristes momentos; no solo son pasajeros, sino que -además-
pueden ser positivos. Al tratarse de dificultades que nos van ayudar a fortalecernos, comprender a los
demás y -principalmente- a ser mejores. Sobre esta cuestión, existe una divertida fábula, que voy a
reescribir o reinterpretar, titulándola: “La vaca, el zorro y la caca”. Donde se nos muestra como muchos de los
sinsabores vividos; pueden llegar a ser imprescindibles para nuestra formación. Lo que enseña ese pequeño
cuento, que así recojo:

Llegando el sol de primavera, un lindo pajarito quiso echar a volar; pero cayó del nido y chocando contra la hierba, no
pudo ya moverse. Con gran miedo, sintiéndose solo en un prado y fuera del lecho natal; comenzó a piar con fuerza,
llamando a quienes le habían engendrado. Sus padres no le podían ayudar, ni elevarle de nuevo; por lo que bajaron a
la era y comenzaron a trinar agresivamente junto a él -intentando ahuyentar a todo el que se acercase-. Fue así, como
viendo la triste escena, una vaca que por allí pastaba; acercándose al pollito quiso defecar encima; pensando en
ocultarle bajo su boñiga. Cuando varias grandes “piezas” cubrieron al pequeño caído, los papás quedaron tranquilos y
regresaron al nido con el resto de la camada (sabiendo que estaba bien escondido y que ninguna alimaña le
devoraría). Pero pronto volvió su preocupación, porque aquel hijo que se veía bajo un mojón; sintiéndose muy sucio e
incómodo, comenzó a piar cada vez más fuerte. Fue entonces, cuando le oyó un pastor; que extrañado de ver un
pequeño gorrión dentro de tanta inmundicia, se acercó hasta él. Tomándolo por un ala, lo llevó a un río; donde lo lavó
con gran delicadeza, dejándole luego en la orilla, para que una vez seco echase a volar. Allí quedó el pobre bien limpio;
pero junto a un cauce, donde pronto se acercó un zorro sediento. Alimaña que antes de llegar al agua, se percató del
olor a pollito y rápido fue hacia el infeliz, que aún tiritaba de frio -sin poder moverse-. De ese modo sucedió, que el
raposo disfrutó bebiendo el agua clara; mientras degustaba un buen pajarito, totalmente lavadito.

Se dice que la referida fábula tiene cuatro moralejas: La primera dicta que mientras estés en apuros, no
debes dar la voz de alarma. La segunda, que cuando alguien te cubre de porquería, no siempre es para
perjudicarte. La tercera enseña que al sacarte de la inmundicia, quizás no te beneficien tanto. La última
es: Que cuando estés cubierto de mierda, no se te ocurra decir ni “pio”... . Pues bien; esto era lo que nos
sucedía en nuestra juventud; al reclutarnos y llevarnos a la Mili. Donde uno pensaba que le estaban
hundiendo, pero lo que realmente hacían era protegernos -a nosotros y a los demás compatriotas-.

La gran lección de la vida es aprender esto que antes hemos mostrado, de un modo tan “escatológico” -
aludiendo a mojones y demás miserias-. Comprender que aquello que mucho nos daña, quizá no sea tan malo.
Sabiendo que el sufrimiento puede llegar a convertirse en positivo; y pasando a entender la existencia de un
modo parecido al deportista de élite. Donde el esfuerzo, la disciplina, el “machaqueo” diario, o el dolor;
llevan al gran resultado final. Adquiriéndose así la calidad -humana o profesional- a conseguir en
nuestra existencia; que tan solo se culmina a través de la experiencia y la superación. Por lo que aquellos
que tanto daño nos hacen, en numerosas ocasiones logran beneficiarnos. Pero quienes nos cuidan demasiado, pueden
llevarnos a enormes fracasos. Del mismo modo, los que resuelven nuestros problemas; llegan a convertirnos en inútiles.
Mientras esos supuestos enemigos, que insistentemente nos cubren de lodo; muchas veces nos transforman en
verdaderos héroes.

Aquello fue lo que aprendí durante los años 1982 y 1983. Pese a todo, cuando vivía estos hechos -duros y
en plena juventud-; parecía que caía el Mundo sobre mis espaldas. Creí que me estaba hundiendo; sin
entender, que me estaba forjando.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de la primera vez que fui a Japón (en el año 1976); una
nación que sin lugar a dudas ha marcado mi destino. Más adelante narro algunas anécdotas sobre el modo en
que me llevaron hasta el País del Sol Naciente. Las fotos están tomadas en Kamakura, durante los días en que cumplía
quince años; dentro del jardín del gran Budha. Arriba, frente a la gran estatua de bronce. Abajo, dentro del
famoso Budha de Kamakura, asomado a la ventana.
II - ANDALUCÍA EN MI DESTINO:
a) - Destino:
Dicen que el destino existe. Hay quienes creen en ello y quienes lo rechazan; pero parece indudable que
la suerte y la casualidad forman parte de nuestro devenir. De ello, en mi opinión, el destino es como la
inspiración en el arte: Un veinte por ciento casualidad y el resto de causalidad. Es decir, que cuando se
compone y se dibuja; siempre habrá una nota -o un trazo- que salta como un gazapo. Procedente del error o de la fortuna;
aparecido sin pensar, ni resolver. Lo que rápido tomaremos como propio; porque su resultado es magnífico (quizá por
inesperado). De ello, el ochenta por ciento de la inspiración procede del conocimiento, del trabajo e incluso de la técnica
adquirida. Siendo tan solo una quinta parte, infusa y fortuita. Tal como sucede con el destino, que en su mayor
medida no nace de la casualidad, sino de la causalidad. Aunque también se nutre de la fortuna; pese a
que finalmente nos lo labremos, tomando decisiones y actuando conforme deseamos.

Por cuanto expongo, hay un factor “suerte” en la vida, que no deja de tener un componente mágico y
atractivísimo. Existiendo quienes creyeron en ese azar vital de tal modo, que siguieron mancias y religiones basadas en
la lectura del futuro (desde la astrología a la videncia y de la profecía a la hepatoscopia). Sea como fuere, aunque nada
pueda demostrarse acerca del destino; no cabe la menor duda que contiene una enorme belleza, en la
que a veces descubrimos nuestra verdad. Concluyendo interiormente, que aquellos hechos vividos y
absolutamente casuales; nos han llevado a generar un mundo metafísico, en el cual encontramos
explicación a nuestro ser. Ello sucede con el paso del tiempo, donde comprendemos por qué fueron así determinadas
situaciones, o la razón que tuvo la experiencia. Concediendo tal valor con la edad, a esas casualidades o a lo
inesperado; que a veces parecería, fuéramos guiados por un ser superior, quien nos va proponiendo
opciones. Un Dios que ofrece oportunidades, genera situaciones y entrega dones; entre las cuales elegiremos, a nuestro
albedrío. Teniendo derecho pleno para negarnos a recibirlas, e incluso intercambiarlas por otras que nos agradan
más. Así pues, mientras la vida avanza, parece que el azar y el destino son cuanto la existencia nos oferta,
como un eje de caminos donde vamos tomando las vías que nos placen (o las que más necesitamos).

SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otras dos imágenes, con mi familia; en Japón, durante el verano de
1976. Arriba, en Kyoto; visitando los jardines con ellos. Tal como narro, en esta ciudad comenzó un verdadero
cachondeo conmigo, después de que mi madre explicase a todos por qué había venido yo al Mundo (gracias a un
médico japonés). Abajo, junto a mi hermano Mario y mi padre; que siguieron con la juerga sobre mis
orígenes, durante todo el viaje.
Todo cuanto anteriormente hemos expuesto, viene a explicar el significado que para mí tiene Andalucía;
como un hecho fortuito, pero convertido en destino. Un centro geodésico en mi planeta espiritual,
que comenzó a nacer desde las primeras visitas a estas tierras del Sur; y fraguado mientras estudié
guitarra flamenca -desde los cinco años de edad y durante decenios-. Floreciendo cuando compuse en 1982 mi
ballet Tartessos. Completándose ese sino, al ser enviado a Córdoba y Sevilla durante La Mili; donde
pude vivir más de quince meses en el espíritu de Andalucía. Siendo algo muy similar lo que me sucedió
con Japón; cuyo futuro en mí, se marcó desde antes de nacer -según me dijeron-. Pues mi madre, siempre
comentaba que yo había venido al Mundo gracias a un médico japonés. Una anécdota que he incluido alguna vez más en
mis recuerdos, por lo llamativa que resulta. Así fue como mi progenitora, empeñada en demostrar cuales eran mis
orígenes; decidió llevarme a los quince años al país del Sol Naciente (junto a mis hermanos y mi padre). Allí llegamos, un
mes de julio de 1976 y recuerdo que cumplí mis quince años en Tokyo. Días después, fuimos hasta Kyoto y en uno de los
templos más bellos, frente a la diosa Kano; delante de toda mi familia. Me comunicó mi madre el nombre de aquel doctor
nippón, gracias al que yo estaba en el Mundo. Aún recuerdo perfectamente su voz, cuando comentó que el referido
médico se llamaba “Ogino”... . Mis hermanos, al oír aquello, echaron la carcajada y yo -sin saber el por qué de tanta risa-
pregunté a mi padre la razón de toda aquella mofa. Ante lo que mi progenitor, sin inmutarse, respondió:
-“El método del doctor Ogino... Un japonés creador de un sistema anticonceptivo, que fallaba más que un reloj coreano.
Era infalible; las que lo seguían, terminaban embarazadas”-.

Así fue como supe por primera vez lo que era el destino. Y comprendí lo que respondió aquel torero, que
en plena faena y enfrentándose a un Mihura; fue interpelado por un periodista, que le preguntó sobre el
hecho más extraño de su vida. Ese diestro, antes de dirigirse al ruedo con la muleta y espada; se dio a
vuelta y dijo:
-“¡Qué momento para cuestiones!... . Pero raro. Lo más raro. Fue haber nacido”-
Contaba el redactor, que había aprovechado el instante, al estar seguro de obtener una respuesta magistral; pues nada
hay que inspire tanto como la vida y la muerte. Así, aprovechando el periodista que el matador se dirigía al ruedo, para
jugar con ambas. Tuvo certeza de que en su contestación y expresando que “lo más extraño era haber nacido”; se hallaba
pensamiento de alguien en sus momentos más críticos. Quizás, sintiendo que por haber venido al Mundo, se encontraba
en un trance tan raro; que le permitía soñar con volver al lugar de origen.

Todo lo antes expuesto, es para mí parte de esa magia del destino; que al paso del tiempo, se convierte
en un verdadero misterio. Transformándose en un enigma, que con la edad, va envolviendo nuestro
pasado; llevándonos a comprender por qué hemos vivido determinadas situaciones y de qué modo
sucedieron algunos hechos. Así fue y así lo veo en mi conexión con Japón; que me maravilló con quince
años y que un decenio más tarde me hizo llegar hasta Chiho (mi mujer). Con la que me casé en 1991, pasando
a residir parcialmente en su país, durante más de veintiséis años. Viviendo entre japoneses y convertido en uno de ellos;
tal como el doctor Ogino debió querer hacer de mí. Aunque algo muy parecido me sucedió con Andalucía;
donde los hados internos o los dioses tartéssicos, desearon que allí quedase siempre un trozo de mi
alma.
SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Tres imágenes del año 1972 en que fui por primera vez a
Sevilla, Jeréz y Sanlúcar. Arriba y al lado, Alemania (Giengen); en casa de Walter Schmid y su familia
durante ese verano. En la foto superior, jugando al ajedrez con su hijo Bernhard. Al lado, con un erizo
que encontré en el bosque y al que dimos un huevo, antes de devolverle a la naturaleza. Abajo, en casa
de mis padres y junto a mi madre, en las mismas fechas. Mis progenitores estaban ilusionados por que me
hiciera sacerdote y profesara en la orden asentada en Austria y Baviera, llamados Misioneros de la Preciosa Sangre
(establecida por entonces en la famosa Villa Trapp, de Salzburgo). Con ese fin me enviaban los veranos, desde muy
niño, por ver si regresaba cura. Pese a los intentos, terminé convertido en músico; otra de las posibilidades que la vida
te da si resides en la ciudad de Mozart. Pese a no ingresar en el seminario; gracias a lo que hablaba por entonces
de alemán, me gané mi primera visita a Andalucía (tal como narro a continuación).

b) - Sevilla y el Congreso Internacional de la Vivienda:


Fue el primero de junio del 1972; cuando un terrible atentado sucedió en Tel Aviv, dejando más de veinticinco
muertos en su aeropuerto. Esa semana convocaron de urgencia a mi padre, junto a su equipo de la Federación
Internacional de Vivienda y Urbanismo (FIVU). Debido a que tenían previsto reunirse en la ciudad israelí, para celebrar
el próximo congreso -durante el otoño-; pero el horrible suceso perpetrado en la capital judía, hizo que numerosos
miembros de la Federación derogasen su asistencia. Finalmente, fueron tantas las cancelaciones, que el comité de
expertos propuso a mi progenitor la organización rápida de ese evento en España; buscando un
emplazamiento seguro. Intentando que quienes comunicaban su inasistencia a Tel Aviv, se trasladasen
a nuestro país. Faltaban muy pocos meses para que se llevase a cabo el referido congreso y mi progenitor decidió
llamar a un amigo de Sevilla, al que propuso improvisar todos los actos; convocándolo en esta ciudad.
Tenían apenas tres meses pero lograron gestionarlo finalmente; “montando” un verdadero show, del
que siempre se habló como la reunión más divertida de esta organización. Debido a ello y a lo mucho que
comentaban tiempo después, recuerdo perfectamente cuanto vivimos durante esa convocatoria de la FIVU, en octubre
del 72.

Antes de comenzar a describirlo, añadiremos que omitiré el nombre completo del referido colega de mi padre,
residente en Sevilla, que le ayudó a gestionar todo. Por no saber si él, o sus herederos, desean aparecer en mi relato.
Diremos que se llamaba Juan Carlos y era también de origen asturiano (“también”, porque mi progenitor nació
en Oviedo). Entre otras labores que realizaba Juan Carlos en la capital, destacaba la de dibujar el chiste diario para el
ABC de Sevilla; por lo que era un equivalente a Mingote en Andalucía. Así pues, tenía relaciones en todos
los estratos sociales, aunque principalmente en los cercanos al mundo del humor y del arte. A este
personaje, fue al que encargó mi padre la organización del referido Congreso; cuyo éxito en actividades
y visitas resultó inigualable. Por mi parte, la asistencia a la convención -con tan poca edad como aún
tenía (once años)-; vino impuesta desde mi madre. Que no hablaba alemán y pidió a mi progenitor, me llevasen
como su traductor -pues entonces, los mas importantes directivos de ese organismo, se comunicaban en este idioma-. A
decir verdad, tampoco es que fuera yo muy docto en la lengua de Goethe; pero me defendía después de haber pasado
varios veranos en Baviera y en Austria (donde intentaban que tomase los hábitos de cura). Sea como fuere, pidieron
permiso en mi colegio para faltar algunos días y me propusieron ir al congreso, con el fin de examinar qué tal me
movía y hablaba con los teutones.

SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Varias imágenes de encuentros de la FIVA, en los que tenía que
participar mi padre dos veces por año. Arriba, en Coimbra, hacia 1975, junto a mi madre y los
organizadores. Al lado, en Oslo, junto al entonces presidente de la Federación de la Vivienda (Sr.
Spruyt). Abajo, otro encuentro celebrado en Madrid hacia 1976; donde vemos a varios estudiantes de
arquitectura (amigos de mi hermano) fotografiados junto al famoso Ernst Neufert, padre del sistema
de medidas e instalaciones en edificios. Ver cita (1) . En imagen, de nuestra izquierda a derecha: Luis Leirado
Campoó y Toncho Arrechea; en el centro, el referido profesor Neufert. A su lado, mi hermano Mario y finalmente a
Juan Pablo Lamadrid.

Revisando la hemeroteca, he podido encontrar que llegamos a Sevilla un jueves 5 de octubre de 1972,
para asistir la convención; donde nos reunimos con los demás participantes. Cuyo número vagamente
recuerdo, porque se trasladaban en dos autobuses y debían ser unos sesenta. Cifra que cuadra con lo que describen los
periódicos, recogiendo que asistieron representantes de: Suiza, Italia, Holanda, Polonia, Suecia, Gran Bretaña,
Dinamarca, Israel, Checoslovaquia, Francia, Bélgica, Luxemburgo, Portugal, Alemania y España. Por lo que en su gran
mayoría eran extranjeros; a excepción de algunos españoles, entre los que me vienen a la memoria José
Fonseca, un sevillano llamado Arévalo, un catalán de nombre Mariano Gomá y el cordobés Rafael de la Hoz. Este
último, fue presidente de la Organización Mundial de Arquitectos; y estaba pletórico de celebrar en su tierra esa reunión.
Asimismo, he de destacar que no podían “deshacerse de mí” (dejarme con un tercero en Sevilla); estando obligado a
asistir a todos los actos en que se exigía la presencia mi madre. Debiendo acompañarles desde la noche
a la mañana.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos recortes de periódico, pertenecientes a la hemeroteca de ABC (a la
que agradecemos nos permita divulgarlos). Arriba, entrevista a mi padre el 20 de junio de 1972, donde
comunica que se trasladaría a Sevilla el siguiente congreso de la FIVU (sin mencionar que anteriormente se
había convocado en Tel Aviv; por respeto a lo sucedido en su aeropuerto). Abajo, dos reseñas sobre el evento,
publicadas en la primera semana de octubre del año 72. En ellas podemos leer las fechas, las menciones a
participantes y algunos hechos que a continuación describo. Como la cena en Venta del Porrito -de Alcalá del Río-; el
recibimiento en Bodegas Barbadillo y la merienda en Bajo Guía (Sanlúcar de Barrameda).
Comenzó la visita por la tarde de ese jueves, recorriendo el Barrio de Santa Cruz; tapeando por sus
bares y tabernas. Pero al terminar la ronda, aquel amigo asturiano que ayudaba a mi padre organizándolo
todo; propuso a los interesados, ir a un tablao cabaret muy famoso. Mi madre quería verlo, aunque creía
que con mi edad no me iban a dejar entrar; pero al considerar que pertenecía al séquito del congreso,
allí que me metí. Con asombro, a mis once años, presencié un espectáculo en que un señor llamado “El
gran Simón”, se travestía de sevillana, creando números en que bailarinas y cantantes enjaezadas de
faralaes, eran hombres. Entre los diferentes “shows”, El Gran Simón, contaba chistes “abambinados”, porque me
encontraba entre el público (un bambino...). Luego, imitaba a Estrellita Castro, Concha Piquer y a Imperio Argentina,
disfrazado perfectamente. Aunque cargado de pelos en los brazos y en el pecho; que a borbotones brotaban entre los
volantes y los collares del traje de flamenca -cada vez que se movía-. No entendí mucho, pero el jolgorio de los
extranjeros y las risas de todos los asistentes eran monumentales. Unos y otros; fueran checos,
alemanes, suizos o ingleses, no paraban de soltar carcajadas. Situación que comprendí con el paso de
los años; imaginando el cachondeo de un espectáculo así para los que habían entrado creyendo que se
trataba de una representación folclórica. Encontrándose con ese número de humor protagonizado por
transformistas; que al parecer, entusiasmó a los miembros de la FIVU.
La jaranda en esa primera noche del jueves fue tal, que en vez de terminar a las diez (como tenían
previsto, tras la cena en el Barrio de Santa Cruz); regresaron al hotel después de la una. Aunque antes
de darse las buenas noches, los congresistas decidieron cambiar el diario de ponencias, para el día
siguiente. Unas sesiones que en principio empezaban a las nueve de la mañana; pasando a posponerlas
hora media -ya que la mitad estaban “derrotados”-. De ese modo comenzó la primera jornada de congreso
-viernes- y durante la tarde todos fuimos recibidos en Los Alcázares; donde nos explicaron sus edificios y
jardines. Pasando más tarde a una cena, servida en un misterioso lugar donde invitaba mi padre; pero
cuyo emplazamiento había elegido el organizador (Juan Carlos). Con ese fin, tras la visita al castillo real de
Sevilla, subimos a los autobuses donde nos trasladaron hasta un emplazamiento que para mí resultaba
impensable. Ya que se trataba de una venta, con los todos rasgos de las posadas del siglo XIX, situada en
un barranco de río. Caserón que parecía abandonado, a orillas del Guadalquivir, donde hasta las
telarañas campaban a sus anchas. Allí, no solo la higiene era inexistente; sino que la decoración con
carromatos, cuernos, azadas, yugos y aperos de labranza (recién usados); resultaba lúgubre para un niño de once
años. Por lo que llamó tanto mi atención ese entorno, que aún recuerdo su acceso. Pasando por un patio con olor a oveja
y llegando a lo que decían era, el “restaurante”; con aspecto de una gigantesca taberna militar. Todos los congresistas,
al observar aquello, se miraban extrañados; mientras mi padre con su amigo Juan Carlos, eran los
únicos que entraban seguros y sonrientes.

JUNTO, Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Imágenes actuales de Alcalá del Río, donde Juan Carlos y mi
progenitor llevaron a cenar a todos los congresistas de la FIVU (entre los que se encontraban siete
alcaldes europeos, destacando el de Ginebra, Génova, Luxemburgo y etc). Los metieron en la Venta del
Porrito y aunque llegaban asustados, por el aspecto del mesón; salieron felices, diciendo que jamás
habían comido tan bien, ni se divirtieron tanto.
De ese modo llegamos hasta donde nos esperaba un enorme individuo, que lucía un puro en la boca más
chupado que el pito de un árbitro (me refiero al silbato). Iba vestido de “baby” gris, como las peñas en
las fiestas de pueblo, y dijo era el dueño de esa venta de Acalá del Río. Hablaba sin quitarse el cigarro de
los labios y para saludar a tan distinguidos invitados, se levantó la boina; mostrando como bajo ella
llevaba un fajo de billetes. Extrañados los asistentes, preguntaron a mi progenitor y a su amigo, quién era aquel
personaje tan curioso. Rápidamente les fue presentado a todos como Antonio Delgado, alias “El Porrito”; torero
de vocación, pero mesonero de profesión. Añadiendo que guardaba en la boina los billetes, para
tenerlos bien contados y que no se los robasen. Explicando de aquel gran hombre, que su verdadero
secreto consistía en ser el pescador de angulas más diestro y el mesonero más siniestro. Porque allí, en la
Venta del Porrito, se seguía la norma de “a veinte duros la jartá”; así que pagando cien pesetas, se podía uno “jartá de to”,
menos de marisco bueno y angulas del Guadalquivir. Aunque el menú de aquella cena con congresistas sería de angulas,
seguidas por langostinos, langosta y todo tipo de crustáceos; no de “jarta”. Pudiendo repetir de ellas, cuantas veces se
quisiera, hasta llegar a “jartárse” de angulas; que era la “jartá” más bonita. Los intérpretes iban traduciendo las
palabras de El Porrito, como podían; pues tenía un habla más cerrada que el ojo de un sieso. Pero al oír
aquello de las angulas, varios hicieron ademán de que no iban a probar tan extraño plato. Fue así como,
entre dudas y comentarios; nos sentaron en aquel lugar, más parecido a la posada donde nombraron
caballero a Don Quijote, que a un restaurante “normal”.

Pronto salieron los mariscos, hasta completar “la jartá”; y comenzaron las angulas “jartonas”, que
muchos extranjeros desechaban. Aunque El Porrito les obligó a probarlas, en unas cacerolas que fue
pasando. Tras esas “catas”, no hubo sueco, inglés, suizo, ni americano; que se negase a una buena
ración de angulas. Recuerdo que la mujer del entonces presidente de la FIVU, fue la primera “conversa”; pues tras
advertir seriamente, que no tomaría de esos gusanos, terminó por jalarse varios platos. Era una señora delgada y
sesentona, vestida con moda muy elegante de Holywood; que lucía siempre un tocado claro y redondo en su cabeza
-terminado en una redecilla, cubriéndole parte de la cara-. Por lo que El Porrito la llamaba; “la tía del queso”; sin parar de
gritar a diestro y siniestro:
-“Mira cómo se está poniendo la `tía der queso´. Si es que ha `venío´ con el queso en la frente, como yo con la boina”-.

Acabaron con innumerables bandejas marisqueras, cazuelas de angulas y vinos; tras lo que aquel Antonio Delgado
-dueño del mesón- quiso hablar con los diferentes asistentes. Comenzando por la “tía del queso” a la que
preguntó si llevaba dinero debajo del sombrero y se lo quitó de un manotazo (generando la sorpresa, al
verse que era medio calva). Tras ese lapsus, se dirigió El Porrito al alcalde de Ginebra, queriendo decirle
que estaba muy honrado de su visita y por saber que en Suiza se hubiera inventado la bebida mejor,
después del vino. Aunque el helvético, más crudo y despistado que un lenguado en una lonja, le preguntó por si se
refería a la cerveza; contestando el sevillano, que lo decía por la ginebra. Ante la cara de extrañeza del alcalde
de Ginebra, el ventero expresó en tono muy severo:
- “¿Como que no?. Si el coñac se hizo en Cognac, de Francia; el jerez, en Jerez de la Frontera y el vino
de la Mancha, en La Mancha. ¿De pa-onde va a ser la giniebra...?”-
Y nos dejó a todos pensativos... .

No contento con estas participaciones, se fue luego Antonio hacia otro de los asistentes al congreso, y le
preguntó en qué ciudad “mandaba”. Respondiendo el representante alemán, que en Hamburgo; tras lo
que El Porrito gritó a pulmón abierto: -“¡¡Pos viva Burgos!!”-. Apostillando, que aquel hombre tenía
pinta y habla de extranjero; por muy burgalés que fuera... . Pero al oír ese brindis dedicado a Burgos o
Hamburgo, un hombrecillo que estaba sentado en la posada (de los que más tarde iban a cantar y tocar
flamenco). Se levantó y dijo con fuerza: -¡¡Que viva Burguillo también!!-. En ese momento todos se
miraron y el que lo había gritado; tímidamente explicó que él era de Burguillo, un pueblo muy cercano a
Alcalá del Río... . Tras ser traducido el “burguillalés”, los comensales comenzaron a brindar en nombre
de Burgos, Hamburgo y “Burguillo” (que en sus bocas sonaba más bien a Bourgignon; no sé si por la borrachera o
porque la mayoría procedían de centro Europa).
JUNTO, SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, una postal de Alcalá del Río, en los años que
hablamos. Junto al margen del Guadaquivir estaba la Venta del Porrito; por lo que nada más
capturar las angulas, las echaban al plato. Al lado, cartel de una corrida de toros (charlotada)
protagonizada por El Porrito, donde se anuncia su vuelta a los ruedos. Le añaden como sub-apodo “el
de las angulas”, señalando que toreará vestido de flamenca (con traje de cola y zapatos de
tacón). Abajo, foto de El Porrito -Antonio Delgado-; anuncio de su venta con el menú de angulas y de
“jartá” a veinte duros (podías comer hasta que te hartabas, por cien pesetas -0,60 euros- ).

Siguió la parranda en la casa del Porrito, con un tablao flamenco, montado en plena Venta, por los de
Burguillo; que pronto se convirtió en Zambra gitana. Espectáculo que me impresionó por sus
improvisaciones y la gracia de todos los que participaban. Así se llegó a la media noche, hora bruja en la que
debían recogerse los congresistas, pero Juan Carlos volvió a invitar a los asistentes (que quisieran) a otro
cabaret flamenco; esta vez “más serio”... . Vinieron los autobuses a recogernos y los comensales se
dividieron entre quienes seguirían la juerga en el cabaret y aquellos que nos íbamos a dormir. Finalmente
solo bajamos en el hotel: la “tía del queso”, un puñado de señoras mayores, mi madre y yo; porque el resto decidió seguir
de jarana por Sevilla. Esta vez, al parecer, fueron hasta el show de “La Soraya”, “La Tornillo”, “La Rocío” y
“La Esmeralda” . Que creo recordar estaba en “El Oasis”, donde ya no pude entrar -por razones
evidentes- y donde los congresistas no pararon de reír, viendo a los cuatro artistas bailar y cantar.
Todos ellos vestidos de sevillanas, con el pecho más peludo que el King Kong; las piernas y brazos más
oscuras que un kiwi y con más gracia que un gibraltareño hablando en inglés.
SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, una fotografía de La Esmeralda, La Tornillo, La Rocío
y La Soraya; que mi padre tenía archivada -como un tesoro- después de que los cuatro artistas se la
dedicasen, tras la visita al espectáculo (junto a los miembros de la FIVU). Entre los recuerdos que mi
progenitor guardaba de aquellos congresos, estaba esta foto; donde había una nota de su puño, que decía: “En Sevilla,
octubre de 1972; uno de los mejores momentos de la Federación Internacional de Vivienda y Urbanismo”. Al lado, La
Esmeralda en su disco de chistes (2) . Foto tomada de una entrada dedicada a este artista, del blog con
el siguiente Link: http://falsas-costumbres.blogspot.com/2006/10/la-esmeralda-de-sevilla.html

Abajo, El Gran Simón y sus chistes “abambinados”, que fui a escuchar el primer día del congreso (3) .

Después del cabaret de La Esmeralda, los representantes de la FIVU terminaron a las tantas y fue así
como el diario de sesiones, se volvió a retrasar hasta el medio día de la jornada siguiente. Pero cuando
se reunieron a esa hora del sábado, los asistentes decidieron que tras el almuerzo, aquel Congreso se
daba por terminado. Al ser imprescindible visitar Sanlúcar de Barrameda, para probar sus vinos, sus
langostinos y las ostras. Lo que se preparó y realizaron durante la tarde; llegando primero a Bodegas Barbadillo
-donde nos recibió D. Pedro Barbadillo-, que pronto dispuso vino y tapas “a gogó”. Allí tenían un enorme piano de cola,
en el que los congresistas se explayaron; pues varios de ellos eran casi profesionales del instrumento. Tras el concierto
y su cogorza, nos dirigimos hasta Bajo Guía; donde sobre la arena de playa nos habían habilitado mesas.
Creo que era el Bar Bigote, aunque no puedo asegurarlo; pero lo que sí recuerdo es el “comer de ostras
que llevaba esa gente”. Que añadido al engullir a dos carrillos, de langostinos y langosta, convirtió la tarde en una
merienda silenciosa; donde solo se oía alguna voz -de vez en cuando-, intentando explicar a los extranjeros que eso no
eran ostras, sino “ostiones” (como realmente se llaman).

Durante la cena, caía el Sol en el Atlántico; pedí permiso a todos para levantarme, con el fin de acercarme a la
orilla y disfrutar de aquel maravilloso ocaso. Me lo concedieron y me retiré de la mesa, sentándome junto al mar,
extasiado por la belleza de sus luces. Fue entonces cuando Juan Carlos (el amigo de mi padre) se acercó
hasta mí; preguntándome si me impresionaba el atardecer en Sanlúcar. Contesté que era uno de los más
bonitos que jamás había visto; a lo que, sonriendo, añadió:
- “Pues aún hay algo más impresionante.... . ¿Tú ves aquella tierra, después del río?. Es el comienzo
del Coto Doñana; donde está una civilización perdida, que se llamó Tartessos. Desapareció hace más
de dosmil quinientos años y es una antigua cultura que yo estudio”.-

Mientras Juan Carlos señalaba al otro lado del Guadalquivir; yo me quedaba perplejo, como soñando en
Tartessos. Nunca había sentido nada igual. Todo parecía una obra mágica, en la que por primera vez
imaginaba gentes veinticinco siglos atrás, viviendo y navegando por esas playas. Jamás pude olvidar
aquel momento y diez años más tarde (en otoño de 1981), ese amigo de mi padre publicaba su novela
histórica, titulada Tartessos. Tras leerla -en la primavera siguiente- los datos que aportaba, me sirvieron de
inspiración para componer mi ballet Tartessos, que terminé poco antes de entrar en la Mili (en verano del 82). Una etapa
donde me entregué al estudio de este civilización, para crear un argumento acorde con la música.
Para terminar este epígrafe añadiré que al fallecer mi progenitor, hallé una “reliquia” que guardaba del
referido congreso: La imagen que hemos visto antes, con los artistas de ese local llamado “El
Oasis”. Venía firmada por todos sus protagonistas; “Esmeralda”, “Tornillo”, “Soraya”, “Rocío”. Geniales en su humor, y
que habían dejado el oficio del camión para dedicarse a aquellas representaciones; donde imitaban a las cantantes más
famosas. Con el paso del tiempo, también pude saber que la referida “Soraya” negaba haber sido transportista, menos
aún camionero; diciendo estar repudiada por un príncipe persa, debido a que tenía “matriz infantil”... . De todo esto, me
enteré muchos años después; por lo que al encontrar entre los recuerdos de mi padre, esta foto que arriba
publico, se me estremeció el corazón. Acordándome de lo divertido que todos lo pasaron aquel segundo
día del congreso FIVU; que comenzó en Los Alcázares, siguió donde El Porrito y terminó visitando a La
Esmeralda y sus flamencas.

SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba y al lado: Dos fotos recientes de Bajo Guía (Sanlúcar);
tomadas en el lugar donde recuerdo que cenamos esa noche del sábado -7 de octubre del 72-. Allí me
senté admirado por la puesta de Sol y se me acercó Juan Carlos; narrando que frente a nosotros -al
otro lado del río- estaba la zona de Doñana, donde él pesaba que se situaba Tartessos (siguiendo las
teorías de Schulten). En ese momento surgió en mí un sueño, que jamás ha cesado; imaginando cómo
pudo ser aquella civilización perdida. Abajo, dibujo de Juan Carlos, con el que inicia su libro
Tartessos; donde vemos recreado el Lago Ligur (en lo que hoy son las Marismas del Guadalquivir) y
sus localizaciones de ciudades antiguas. Como podemos observar, sitúa Tartessos en la
desembocadura; sobre una isla en el antiguo delta del río.
III) INGRESO EN EL EJÉRCITO:
a- ) Primavera de 1982:
Tenía veinte años y llegó a mis manos aquel libro titulado “Tartessos, ocaso de un día y una noche”. Lo
leí en un fin de semana y me inspiró para componer a la guitarra; creando un ballet basado en esta
civilización perdida y sus mitos. Estaba en tercer curso de Derecho y aunque nunca fui un estudiante
entusiasmado, tampoco era de los que suspendían. Pese a ello, esa carrera universitaria me gustaba lo mismo
que una lavativa; es decir, nada. Ni me atraía, ni me emocionaba, ni menos encontraba interesante lo jurídico. La cursaba
porque en aquellos días tenía una novia (desde un lustro atrás) y guardaba la ilusión de preparar oposiciones, para
casarme con ella. Pero sucedió lo mismo de siempre; y lo que uno propone, Dios de otro modo lo dispone. Por lo que
mientras vivía mis veinte primaveras; ella decidió que su amor por mí había quedado “totarmente chuchurrío” -como
dirían en Andalucía-. Lo que significaba en Madrid, que me quería ya menos que a un furúnculo en el dedo gordo... .
Llevaba cinco años de “relaciones” (como antes se decía); de los que había estudiado tres en aquella
aburrida Facultad, tan solo para casarme. Por lo que al verme sin novia y más tirado que una colilla de
mendigo, parecía que el Mundo se me caía encima -todo y de una vez-. Además, por entonces no conocía la fábula
de “La Vaca, el zorro y la caca”; así que la situación me resultaba inexplicable y terrible. No sabiendo si era peor
haber perdido cinco años de noviazgo, o tres aprendiendo aquello tan retorcido, que llamaban Derecho.
Sin poder afrontar mi destino, tomé la guitarra como único consuelo; llegando a tocar hasta diez horas
diarias, para no pensar. A la mitad del cada jornada, se me acababa el repertorio musical; unos doscientos minutos
de piezas, que interpretábamos los guitarristas de entonces. Por lo que comencé a componer, para disponer de más obras
que me entretuvieran. Así fue como en algo más de dos meses, tenía casi terminado Tartessos; la voz
primera, pues el proyecto final está compuesto a dos guitarras. En lo que se refería al tercer curso de
Derecho, solo me había presentado a tres de las seis asignaturas; aprobándolas y dejando el resto sin
convocatoria.

Llegó el verano y no sabiendo qué hacer, sin desear pasar julio y agosto estudiando los libros de Civil,
Procesal y Administrativo, de los que me faltaba examinarme. Decidí quitar la prórroga de La Mili e ingresar en
el ejército, a primeros de septiembre. Así lo pensé y así lo hice y aún recuerdo el día en que fui al Cuartel
de María Cristina; frente a la estación madrileña de Atocha (donde estaba el área de reclutamiento). Tramité en
una mañana la baja de eximente por estudios y al momento me dijeron que me tocaba ir a la Segunda Región
Militar (Andalucía). Debiendo presentarme en el CIR de Cerro Muriano (Córdoba) en la primera
semana de septiembre. Tomé los datos de mi filiación como soldado y me preparé para ir a La Mili; algo que
todos hacíamos en esos años. A excepción de quienes tenían enfermedades o minusvalías; junto algunos
jetas, que reclamaban inutilidad, estando más sanos que Tarzán en verano. Pese a todo, no eran pocos los
que se libraban de cumplir ese tributo de defensa; porque hubo miles de caraduras intentándolo y cientos de “ingenios”
ideados para no entrar en el ejército -mientras el resto, “pringábamos”-. Pudiéndose cifrar el total de esos listillos
que lograban eximirse del cumplimiento -entonces-, en un veinte por ciento; lo que suponía que el resto
hacíamos tres meses más de Mili (un 20% más).

JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, portada del libro de Juan Carlos, “Tartessos, ocaso de un día
y una noche”; que me inspiró componer el ballet de igual nombre. Abajo, fichas universitarias de la
Facultad Complutense de Derecho (San Pablo, CEU) donde estaba estudiando tercer curso entre 1981 y
1982.

b- ) Reclutamiento en septiembre de 1982 (los jetas que no “pringaron”):


Hablaremos primeramente de esos golfos que evitaban el alistamiento, sin motivo alguno; que eran
muchos (más de los que nadie imagina). Conocí a uno que alegó estar loco y pasó semanas hablando con
una piedra -guardada entre sus manos-; hasta que le echaron del cuartel, por imbécil. Otro, que logró le “dieran
inútil”, haciéndose diariamente pis en las literas; orinándose mientras simulaba que dormía (regando a sus
compañeros de cama, bajo él). Uno más de estos “grandes patriotas”, consiguió salvarse de La Mili, por
gordo; algo que le costó miles de pesetas en cacahuetes y Coca-Colas, que no dejaba de engullir y llevaba
hasta en el coche (jamando en todo momento los manís y dando un trago de refresco a cada minuto). Este último -para
más datos, primo segundo-, no cabía en uniformes y le dieron la baja, pensando que si le obligaban a correr o hacer
marchas, iba a reventar como un huevo en un microondas (haciendo ploff...). Asimismo, en numerosos casos se
hacían pasar por Testigos de Jeová o alegaban no poder resistir usar armas, debido a razones
filosóficas. Este último tipo de caradura se puso de moda unos años después de lo que narro, pues en mi época todavía
tenían grandes problemas quienes se negaban a hacer La Mili, por sus ideas o religión. Aunque a fines de los años
ochenta, se creó una variante de servicio social, alternativo al del ejército; aprobado en 1988 para los
“objetores de conciencia”. Toda una injusticia, pues bastaba alegar que en tus principios no cabían las guerras, para
que otros tuviéramos que ir al ejército a “pringar” y defender a estos que “odiaban” las armas.

Quizás se me note alguna inquina contra aquellos que se salvaron de la mili, sin motivo alguno; pero por
entonces se calculaba que más de un 20% de los alistados lograban librarse (un 10% por “excedentes de
cupo” y el resto por su “linda cara”). Por lo que de reclutar a los verdaderamente útiles, el Servicio Militar
habría durado un veinte por ciento menos; es decir, doce meses en vez de quince. Además, el recurso al la
objeción de conciencia, se convirtió en un “coladero”; que terminó logrando que miles de jetas no tuvieran que “pringar”.
Ante esta solución buscada hace cuarenta años, para los que no soportaban los fusiles; yo me pregunto por qué no se
crea hoy una objeción de conciencia para los impuestos. Donde se pueda alegar no pagar, debido a que
el dinero público se asigna a partidas que van en contra de la moral de ciertos
contribuyentes. Condonándose las tasas a los que estén en desacuerdo con la filosofía y los criterios imperantes del
gobierno... .

Siguiendo el relato de quienes alegaban lo que fuera, para no ser alistados (que se contaban por miles).
Si lo hacían tarde y una vez reclutados, eran llevados a un cuartel especial; donde les realizaban todo
tipo de pruebas médicas (en teoría, porque aquellas revisiones eran bastante laxas). Aunque antes de su
traslado al regimiento de inspección sanitaria, permanecían varios días vestidos de paisano, en el lugar
de destino (en el Centro -CIR- donde llegábamos todos). Allí estaban los jetas, sin hacer nada, paseando y
tomando el Sol; mientras el resto ya vestíamos de uniforme y realizábamos la instrucción durante
horas. Entre aquellos que alegaban ser inútiles para el ejército, no faltaban quienes se hacían los cegatos y veían más
que un lince. Los de los pies planos, que resultaba un asunto de risa; porque entre los soldados veías decenas con un pie
en Cuenca y otro en Albacete. Aunque los mejores eran quienes afirmaban sufrir enfermedades inexistentes, como la
diarrea continua e imparable; no soportar el Sol, bajo riesgo de morir; fotofobia o incapacidad de ver en exteriores;
deformaciones en los ojos (imperceptibles por entonces); envejecimiento prematuro de la vista y etc, etc, etc. Siendo
muy curioso, como después de recibir la baja en el ejército, todos esos jetas seguían conduciendo o se
sacaban el carnét; habiendo hasta quienes ingresaban en Iberia de pilotos -pese a su declaración de
inutilidad por locura-.

Este era el mundo que me tocó vivir y decidí cumplir con mi obligación; como la gran mayoría de los
buenos ciudadanos. Así me dirigí en la primera semana de septiembre del año 82 hasta el famoso Cerro
Muriano, después de visitar a mis tíos cordobeses -Arturo, hermano de mi padre y su mujer, Pepita-.
Donde pasé una tarde más que agradable, en las últimas horas de civil, charlando junto a mis primos
(Arturo, Luis, Francisco y Mario). Quienes me recibieron con todo cariño y me animaban a tener una Mili feliz;
llegando a afirmar que en El Muriano no hacía mucho calor, porque estaba en plena montaña... . Todo lo que muy pronto
comprendí, era para darme un espaldarazo; pues en el cuartel sufríamos más “canícula”, que un churrero en
domingo. Por cuanto narro, de ese modo me dirigí al ejército; después de abrazarme a mis tíos y
primillos de Córdoba, marchando hacia el CIR 5, a cumplir con mi destino y mi obligación (no como otros
hicieron). Guitarra en mano y con el ánimo en el cielo; porque me había escapado de la facultad de
Derecho y me encontraba en tierras de Tartessos.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, imagen tomada en otoño de 1981; en casa de mis padres, junto
a la referida novia que me dejó en la primavera del año siguiente (por respeto a ella, no se menciona
nombre, ni más datos y tapamos su rostro -lo que es una pena, porque es precioso-). Cuando me plantó como a un
ciprés, creí que era lo peor que me pasaba en la vida. Aunque con el tiempo, me di cuenta de que fue lo mejor que podía
hacer; pues -en realidad- no teníamos nada que ver. Éramos como el aceite y el agua; que pueden estar juntos, pero no
mezclados. Y al decir aceite, me refiero a mí; más bien a la manteca de cerdo. Abajo, en primavera de 1982,
componiendo Tartessos a la guitarra. A todo aquel que quiera escuchar parte del ballet, le damos
estos links:
LA MUERTE DE ATLANTE (1982) https://www.youtube.com/watch?v=cSpD5Xn0lLM

PLÉYADES (1982) https://www.youtube.com/watch?v=BM-reWmBnvE


c- ) Instrucción y jura:
Hasta que uno no entra en el ejército, no sabe lo que es aquello; porque desde fuera funciona como un
escaparate, donde solo veremos lo que se desea que el público perciba. Pareciéndose quizás más a una cocina
de restaurante; a la que solo tienen acceso los trabajadores y en la que pueden estar peleándose a tortas, mientras los
camareros sacarán sonrientes platos perfectamente compuestos y decorados. Siendo ese más o menos el
funcionamiento de un cuartel; que exteriormente se exhibe formado por soldados bien vestidos de
uniforme y que obedecen perfectamente. Aunque por dentro sea muy diferente la realidad.

En lo que se refiere al ingreso en La Mili y los primeros cinco días, aquello se convertía en un caos. Un
absoluto desorden, donde no paraban de llegar gentes que se incorporaban al reemplazo, mezclándose
con los que llevaban una semana dentro. Por lo que allí se veían chicos recién incorporados, que nada
sabían y estaban vestidos tal como llegaron; junto a otros, que de uniforme completo ya formaban en
filas. Existiendo un híbrido, compuesto por aquellos a los que -por su altura o su gordura- no les encontraban camisas,
cazadoras o pantalones; quienes se ataviaban medio de mili y mitad de paisano. Para colmo, se juntaban allí los que
habían reclamado inutilidad; esperando que les llevasen hasta el destacamento de sanidad, para someterles a inspección.
Así que en la semana inicial se alternaban juntos cuatro tipos de soldados: Primero, quienes ya estaban
de uniforme y comenzaban a hacer la instrucción. Segundo, los que llevaban solo pantalón o camisa
militar, en espera de prendas que le cupiesen (que también se incluían en filas). Tercero, algunos de
paisano que acababan de llegar y no sabían ni siquiera formar. Finalmente, los que miraban a todos,
como si “eso” no fuera con ellos; y seguían con la misma ropa desde su entrada, esperando pasar el
tribunal médico para lograr la baja como soldados. Sabiendo perfectamente estos últimos, que en caso de
desaprobación y de ser considerados útiles, podían ir a un batallón de castigo... .

Transcurrida una semana en el CIR, ya se comenzaba a tener amigos y tu pequeño grupo; al que te unías
por afinidad (de ideas, origen o sentimientos). Yo logré establecer uno buenísimo, de guitarristas
clásicos y flamencos -gracias a llevar el instrumento-; que todas las tardes nos reuníamos a tocar. En
esos días, cuando ya te ibas “ubicando”, solo quedaban de paisano los que habían alegado enfermedad.
Mientras el resto disponíamos de la ropa reglamentaria, consistente en: Una cazadora, dos camisas, dos
camisetas, un pañuelo de cuello, dos pares de calcetines y dos pantalones; además de botas. Todo lo que uno debía irse
lavando, sucesivamente; en los cuartos de baño. Cuando ya vestíamos de uniforme y después de unos
siete días; desaparecían los que querían pasar tribunal médico. Se los llevaban a inspección, tras vivir días de
paseo en el CIR, con la misma ropa y mirándonos despectivamente -con ojos de “sois unos pringados”-. Asimismo, era
entonces cuando aparecían dos cuerpos especiales a reclutar nuevos soldados: La COE (unidad de
intervenciones especiales) y La Legión; que tras pronunciar un breve discurso, siempre encontraban
chicos para integrarse en sus grupos. Con ellos, también se iban unos cuantos y quienes ingresaban en La Legión,
inmediatamente recibían su uniforme; saliendo ya así ataviados del cuartel (despidiéndose de nosotros).

SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos tomadas en septiembre u octubre de 1982, en Cerro Muriano
(CIR 5 de Córdoba, imágenes del cuartel). En instrucción con mi Compañía, que era la segunda;
mandada por el capitán Tuñón. Para que puedan encontrarme, he situado una señal en forma de flecha (roja y
blanca) encima. Mi lugar en formación era: El segundo, de la cuarta fila -como explico en el siguiente párrafo-.
Desde ese momento, los que nos quedábamos allí, éramos quienes íbamos a recibir la instrucción
juntos; para jurar bandera en la fecha prevista (unas siete semanas más tarde). Por lo que comenzaban
dándonos un número, que iba a ser “nuestro nombre” o forma de identificarse en el CIR; cifra que se debía
acompañar con la Compañía a la que pertenecías (133 de la 2ª, era el mío). Tras ello, nos tallaban, poniéndonos en
filas, para ordenarnos de mayor a menor. Donde el más alto ocupaba el lado izquierdo de la primera
línea; hasta llegar al más bajito, que se situaba en el extremo derecho, de la última. Con ese fin, los mandos
iban colocando alternativamente a unos y otros, de un lado o del contrario; hasta que la formación se completaba de
la manera indicada (del más alto al más bajo y de izquierda a derecha). Una vez terminada la ubicación por
talla; nos decían que ese que nos habían marcado, era nuestro sitio para toda la instrucción. Debiendo
recordar siempre el número de fila y el lugar que en ella ocupábamos. Siendo -por ejemplo- el mío, cuarta
linea y segundo por la izquierda; tal como podemos ver en las fotos superiores. Finalmente y antes de comenzar la
instrucción, para comprobar si conocíamos nuestro sitio exacto; mandaban romper filas y volver a ellas,
repetidamente, hasta estar claro que todos nos acordábamos perfectamente. Esta última operación se
retrasaba en ocasiones por algunos torpes que no se centraban, colocándose donde no era. Por lo que se inauguraban los
primeros arrestos, cayendo “servicios” sobre esos lentos que no dejaban irse a los demás, ni cerrar filas; pasando los
despistados a hacer las primeras “imaginarias”.

Antes de continuar, explicaremos qué eran los “servicios” y sus tipos más comunes; labores que debían
hacerse (al margen de la instrucción). Hay que aclarar que los “de armas” -guardia, centinela o escolta-
no se podían realizar hasta haber jurado bandera. Por cuanto entre esos “servicios” del CIR, destacaba
la imaginaria; consistente en vigilar el sueño de la Compañía, mientras todos dormían. Se hacía con
“trinchas y gorra” -al ir armado en interior-; llevando tan solo como defensa y por si ocurría algo, el machete de Cetme (lo
que vulgarmente llaman “bayoneta”). La mejor imaginaria era la primera (de 10 a 12 de la noche) y la última
(de 4 a 6 de la mañana). Pues malo resultaba el turno de 12 a 2, porque ya no dormías hasta esa hora; y si te tocaba el
de 4 a 6, te levantabas en mitad de la noche como un “zoombie”. Aunque la primera Imaginaria tenía como
complemento aguantar todas las bromas y burradas que decían los compañeros, antes de dormir (en su
mayoría colocaditos o al menos con unas copitas). Entre las que destacaba la repetida frase de - “Imaginaria, toca
descanso que la tengo firmes”- . Lloviendo al pobre vigilante, las propuestas de amor, fidelidad eterna, boda y sexo en
grupo; que proferían desde las literas los más “graciosos”, para que todos se cachondeasen del que le había caído “la
imaginaria”.

Otros “servicios” eran el zafarrancho de limpieza (barrer y fregar la Compañía); o plantón watter,
consistente en limpiar las letrinas -de lo peorcito-. Pero el más duro era “cocina”; donde acababas hecho
unos zorros. Pues comenzaba antes de las seis, para colocar el desayuno a los soldados; siguiendo con la limpieza de
instalaciones y cacharros. Luego venía el almuerzo y su disposición; donde había que servir la comida, agua o tirar cañas;
además de recoger los cazos y bandejas de quienes terminaban. Continuaba con la limpieza del comedor, barrido y
fregado. Para pasar más tarde a la disposición de la cena; que se servía hacia las ocho y media. Tras ella, habiendo
ayudado también a repartir rancho y bebidas, se recogían los cubiertos, bandejas y platos usados, que se lavaban. Luego
se barría y fregaba todo nuevamente (cocina y comedor); terminando por preparar lo que iban a usar al día siguiente en
el desayuno. Es decir, empezabas a las seis y terminabas a las once; eso, si no te pillaba un superior al que le habías caído
mal y te tenía varias horas más pelando patatas o cocinando parte del rancho próximo.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos más de mi estancia en El Muriano. Arriba, con “el chopo”
(cetme) al que cuidé como mi novia, que ya no tenía. Abajo, nuestra Compañía; la segunda. En la foto
he marcado con una flecha mi situación.

En el siguiente paso, durante esos primeros días, nos enseñaban a saludar militarmente (con arma y si
ella; con gorra y sin cubrirse); para más tarde marcarnos los “toques” diarios. Destacando cuatro: Por
la mañana, el de Diana, al despertar a las seis y media, formando filas en cinco minutos donde se pasaba
lista; debiendo estar presente como fuera (los había hasta desnudos, siendo necesario solo llevar las botas puestas).
Asimismo el de Bandera, que marcaba el momento de izar o arribar el estandarte de España, debiendo
mantenerse todos firmes y saludando. A ello se sumaba el toque de rancho o Fajina (que avisaba de la
comida) y finalmente el de Oración (que marcaba el ocaso del día); en homenaje a los muertos por la
patria; siendo igual a Bandera, donde había que saludar en posición de firmes (aunque estuvieras en las
letrinas). Tras esos primeros pasos, comenzaban con la instrucción sin armas; ensayando como
moverse, manteniendo la formación en fila: Girar, izquierda, derecha, frente, parar, paso ligero etc. Días más
tarde te asignaban un “chopo” (fusil Cetme) del que te decían era “tu novia” y debías de cuidarlo como a
ella. Más tarde, te daban las trinchas, comenzando la instrucción con armas; enseñando a presentarlas, a
desfilar con el fusil, poner rodilla en tierra, girar el Cetme, sobre el hombro, cambios y etc. Finalmente, venían las
prácticas verdaderas para el día de la Jura de Bandera; consistentes en aprender a obedecer a toque de
corneta; por lo que se aprendía a entender así las órdenes de: “firmes, descanso, izquierda, derecha, paso al
frente, rodilla en tierra, presenten armas, sobre el hombro, marchen, paso ligero etc”. Todo ello dictado por una
corneta, que marcaba el toque, para obedecer; y los que se confundían, eran “premiados” con ir a la
cocina, imaginarias o zafarranchos.

Tres semanas más tarde, se pasaba al contacto con el fusil, munición y las bombas; debiendo saber
desmontar y montar el Cetme, limpiarlo y demás detalles (aprendiendo en nombre de todas sus partes y
piezas). Lo siguiente eran las prácticas de disparo; primero con balas de fogueo y desde el segundo día,
con dianas y munición real (donde medían si eras “tirador certero” o un “manta”). Finalmente, se lanzaban
bombas de mano. Eso que en las películas llaman “granadas”, aunque en el ejército español, consistía en una especie
de “botella” explosiva; que detonaba al perder una cinta enrollada y tocar suelo. Antes de ir al foso de bombas de
mano, nos examinaban, para que las arrojásemos a distancia y con fuerza. Dándonos una lata de refresco,
llena de arena, que llevaba una cinta similar colgando (practicando con ella). En este caso tuve la mala suerte de que
quien iba delante de mí, no había tirado una piedra en su vida. Se trataba de un licenciado en magisterio, que reconocía
jamás tuvo la intención de lanzar nada con la mano; más allá de un bolígrafo o un papel. Por lo que, viendo que sus latas
de prueba solo llegaban a dos metros. El miedo de quienes entrábamos con él, en la misma trinchera y turno, era lógico.
Ya que tal como suponíamos, tiró la primera bomba de mano justo bajo nosotros; a muy pocos metros y aquello se movía
como un terremoto... . Así fue; y cuando este maestro lanzaba una “granada”, parecía que se terminaba el Mundo; hasta
que en el segundo intento, un sargento le mandó a “cocina” y todos pudimos respirar tranquilos.

En cuanto a la vida cotidiana en el CIR, hemos de destacar que en ese mes de septiembre no había agua
para ducharse (ni caliente ni fría) y estuvimos todos sin lavarnos, hasta que salimos en nuestro primer
permiso (tres semanas más tarde). Al principio los compañeros nos olían mal, pero pasadas las dos semanas, ya el
olfato estaba completamente acostumbrado. En este trance, apareció por El Muriano mi primo Arturo; que era
ya ingeniero y precisamente trabajaba para la compañía de aguas de Córdoba (donde sigue de consejero).
Recuerdo que nos formaron y nos dijeron que venía una autoridad del ayuntamiento para arreglar el tema
del abastecimiento; la sorpresa fue enorme al ver que se trataba de este familiar tan cercano. Fue
entonces cuando el capitán nos echó un responso, explicando por qué no había agua y comunicando que ya estaban
solventando aquella situación. Tras esas palabras, habló Arturo y con sorpresa dijo que estaba muy interesado en que
todo se solucionase, porque -además- allí se hallaba un primo suyo. Me señaló; entonces yo me sentí como cuando tenía
seis años y veía a mis padres acudir a recogerme al colegio, por enfermedad o accidente. Siempre se lo agradeceré,
porque desde entonces me convertí en una persona de importancia en el CIR; ya que todos esperaban
ducharse gracias al agua que iba a traer mi familia... .

Pero ello nunca ocurrió y estuvimos las ocho semanas de instrucción, sin abastecimiento suficiente. Por lo que, en mi
primera salida del CIR, acudí a casa de mis tíos (Arturo y Pepita) no solo a dormir; principalmente a
bañarme. Así llegué a Córdoba capital, con el petate y nada más entrar en su piso, dije que me iba a la
bañera. Pedí que me dejasen meter la mochila militar en el aseo, aludiendo tener allí el neceser; aunque lo que llevaba
era detergente de mano. Llené media bañera y me dispuse a lavar toda la ropa que cargaba. Luego, con las prendas medio
limpias, tiré el agua y volví a rellenarla, para meterme yo con el resto colada, y aclararla. En esta operación tardé bastante
tiempo; por lo que transcurridos quince minutos oía a mi tía decir desde fuera -¿Angel, estás bien?-; a lo que yo
contestaba que de maravilla, que necesitaba más tiempo, porque llevaba casi un mes sin tocar el agua (solo con la boca).
Al salir de allí y viendo mis primos que había lavado la ropa, les dio la risa y acudió Mercedes; la persona que ayudaba en
el servicio doméstico. Quien al observar el bebedero de patos que había montado en ese baño, no paraba de decir a mi
tía: -“Señora... Pa qué se habrá `empeñao´; `pobresillo´, mire como ha puesto `to, lleno prendas mojás´”-. La
mencionada Mercedes (Mersede) recuerdo que era una santa; originaria de La Carolina y decía ser descendiente de
holandeses venidos en la repoblación de Carlos III (cuando se fundó el pueblo). Por eso comentaba que se apellidaba
“Amén” pero con “H”; es decir Hamen, que se pronunciaba “jamén”, como del verbo “jamar” -lo que debe corresponder a
Van der Hamen...-.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos más de los días de instrucción en el CIR 5 del Cerro
Muriano. Arriba, con las trinchas y el fusil; abajo con mi grupo de amigos (he vuelto a marcarme con una
flecha, para ser reconocido porque han pasado ya cuarenta años).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: fotos de mi primo Arturo, en fecha cercana al día que apareció en el
Cerro Muriano, para intentar arreglar la avería de agua (y que pudiéramos ducharnos). Arturo
Gómez Martínez, es -además de una persona magnífica-; uno de los grandes expertos españoles en
agua y mantenimiento de acuíferos. En unos meses (28 al 30 de septiembre), presenta en Córdoba el XXXVI
Congreso AEAS -Asociación Española de Abastecimientos de Agua y Saneamiento- donde interviene con una de las
ponencias (interesantísima, por lo que me ha narrado).

A los que deseen consultar el programa les damos este link:


https://www.aeas.es/component/eventbooking/eventos-del-sector/xxxvi-congreso-aeas-cordoba-23-25-de-marzo-de-
2023
Al lado, mi primo Arturo en su boda. Abajo, en el mismo día, junto a su padre; hermano del mío (tío
Arturo).

Continuando con la vida cotidiana en el CIR; fueron de destacar los días de marcha y los de vacuna, así como
lo visto en botiquín sobre la curación de ampollas. Ya que tras darnos las botas y llevarnos de caminata por el
campo, siempre había quienes alegaban no poder seguir, debido a las llagas que tenían en los pies. La solución más
rápida era enhebrar una aguja, darle al hilo mercromina y traspasar la ampolla; que sobre aquel hilo iba supurando hasta
vaciarse. Pues a los que acudían al botiquín a pedir ayuda, o a pasar la mañana sin hacer nada; les ponían en los pies
algodones empapados de alcohol y los gritos se oían en Cádiz. Otra de las particularidades sanitarias, era el
modo de vacunarnos; comenzando por pincharte dos inyecciones, una en cada brazo y junto al hombro. Tras
lo que te mantenías con las banderillas puestas durante unos quince minutos; mientras pasabas por
colas en las que un sanitario tomaba las dosis de un recipiente (con su jeringuilla), para metértelas por
esa aguja que llevabas en el brazo, tanto tiempo. Así de dos en dos y durante tres tandas; hasta recibir al menos
las de: La difteria adulta, el tétanos, la hepatitis A y B y la triple vírica. Siendo este de la vacuna un momento curioso, en
que veías como personas que no soportaban la sangre, se desmayaban; a veces hombres de dos metros, que al observar
brazos llenos de hileras rojas, caían al suelo cual patatas (plomm...).

También hay que destacar el cachondo de cada Compañía; pues en todas había al menos un
representante del humor. Solían estar en “la calderilla”; como se denominaba a las dos últimas filas de
la formación. Porque al ser más bajos que los demás, iban desfilando siempre con dificultad y saltando para llevar el
mismo paso que los altos. Debido a lo que sus herrajes, trinchas y el fusil, sonaban al chocar; provocando un ruido
parecido al de “la calderilla”. Un “calderillero” de nuestro grupo era el más divertido; rellenito que fue apodado “el gordi”
y que todas las noches hacía una gracia en la formación. Lo que nos costó varios castigos. La más común era decir una
chorrada, tras oír el parte médico, leído por el sargento y firmado por el comandante Borreguero Toledano. Así que cada
vez que oía aquello de Borreguero Toledano, “el gordi” soltaba:
-“Me la agarro con la mano”-.
Tras ello, se producía un silencio sepulcral y el sargento gritaba:
-“¿Quién ha dicho eso, que lo fusilo?”-

El mando se mosqueaba gradualmente y comenzaba a desfilar entre la formación, intentando buscar al culpable de la
frasecita. Todos permanecíamos firmes, tiesos, callados como muertos y con más miedo que una vieja en un tanatorio;
pero pronto las risas comenzaban a ser irrefrenables. Hasta que terminábamos soltando la carcajada general y éramos
castigados al día siguiente (ya fuera marcha, ya fuera zafarrancho de limpieza etc.).
Una de esas tardes, el sargento se dio cuenta de quién era aquel que apostillaba lo de “me la agarro con la mano”, después
del parte firmado por Borreguero Toledano. Se fue con cara de ogro hasta “el gordi” y frente a él, le gritó con toda su
alma:
-“¡¿Pero túuuu... Qué pollas en vinagre dices todas las noches?!”-
A lo que el culpable, descubierto y muy temeroso; respondió:
-“No, mi sargento; pollas en vinagre no. Que `me se´ ponen `mu´ ácidas...”-
Suerte tuvo “el gordi” que al superior le diera un ataque de risa al oír tal contestación; porque sino iba para el calabozo,
dos semanas. Tras la afirmación de que en vinagre se le ponían ácidas; el resto de la Compañía, no pudo parar su
carcajada durante minutos y no hubo forma de volver a la normalidad. Mientras, todos los mandos, estaban riendo
también. Así, fuimos desde ese día perdonados y tras leer el parte médico diario, firmado por Borreguero Toledano;
podíamos todos apostillar al unísono: -“Me la agarro con la mano”- (siendo el sargento el primero en hacerlo, ya que
sonaba muy “bonito”).

Finalmente, añadiré que en uno de esos castigos iniciales, por lo de “Borreguero Toledano”, fuimos
mandados unos cuantos a “cocina”. Que en el CIR era el peor de los arrestos, casi tan malo como el
calabozo. Allí se llegaba por la mañana, antes que nadie y había que preparar desayuno, comida y cena, para cuatro mil
hombres (fuera como fuese -tal como ya he explicado-). Pero hubo un momento, durante este “servicio”, en que tuvimos
un respiro; pues llegó la fruta, que venía congelada y en un motocarro. La descargaron en una pila de agua
enorme, donde las naranjas y manzanas echaban a flotar. Tras ello, todos los veteranos se quitaron
botas y calcetines, pasando a meter los pies en aquella “pisinita”, que estaba fresquita, fresquita (según
decían). Comentando que si les regalábamos algunos paquetes de pitillos rubios, nos dejaban a los novatos refrescarnos
también allí los pinreles. Yo, ni les compré tabaco, ni menos volví a tomar fruta en las comidas... . Hubo quién les dijo
que aquello que hacían podía contagiarnos alguna enfermedad; pero los veteranos aseveraron que para
eso nos habían puesto las vacunas. Con el fin de que ellos se metieran a diario los pies en la pila de cocinas, llena de
fruta fría y rica... .

Así pasaron las siete semanas de instrucción y en la última nos enseñaron a cantar el “Ardor Guerrero”,
pues éramos de infantería. Tras ello, llegó el gran día de la Jura de Bandera (un 21 de octubre de 1982),
donde parte del público se desmayaba; sin ser nosotros los que caíamos. Luego supimos que esos
vahídos sucedían entre el público, debido a que cambiaba el viento y llegaba el olor corporal nuestro
hasta las gradas. De aquel mágico momento en que besábamos la bandera, solo tengo una mala foto, que
vemos abajo; ya que me sacaron tras mi amigo el filólogo. Un licenciado en inglés, que en la formación se situaba junto
a mí y del que guardo buen recuerdo. Por último, añadiré que tras la Jura, traje de regalo a mi progenitora una
“muñeca chochona”. A pilas y que tocaba Diana, cuando se le ponía la corneta en la boca. Un presente que era casi
obligado comprar, pues todos lo llevaban para su novia; pero a quienes no teníamos prometida, nos
dijeron que “la chochona” había que llevarla a nuestras hermanas o madres. Tristemente no guardo imagen
de ella, ni menos algo de la referida muñeca tocadora de corneta (aunque solo fuera la boina); pero en internet he
encontrado varias fotos, entre las que he elegido unas que podemos ver a continuación.
SOBRE JUNTO ESTAS LÍNEAS: Dos de las famosas muñecas chochonas de La Mili, que habíamos de
regalar, tras la jura de bandera (a tu novia, madre o hermana). Al ponerle la corneta en la boca,
tocaban -sonaba- Diana.

BAJO ESTAS LÍNEAS: Mi Jura de Bandera, el 21 de octubre del año 1982. Estoy tras mi amigo de CIR,
al que llamábamos “el filólogo”; porque en el mes de junio anterior, se había licenciado en literatura
inglesa. Era un día mágico y que todos recordamos; como el de la comunión o el de la boda. Aunque algunos iban tan
borrachos (o resacosos), que se acuerdan de aquello tanto como del bautismo... .

ESTA HA SIDO LA PRIMERA PARTE, PARA LLEGAR A LA SEGUNDA;


PULSAR:
https://recuerdosyanoranzas.blogspot.com/2022/06/memorias-de-la-mili-
cuarenta-anos_16.html
…..................................................................................................
CITAS:
(1): https://archxde.com/arquitectos/neufert-ernst/
SIC BIOGRAFRÍA ERNST NEUFERT:
Ernst Neufert (1900-1986), formado como albañil y carpintero, estudió en la Escuela de Construcción e Ingeniería Civil de Weimar y fue discípulo de la
Bauhaus. En 1922-1924 colaboró estrechamente con Walter Gropius y participó en sus proyectos arquitectónicos. En 1924 se trasladó a Dessau siguiendo
los pasos de la Bauhaus. En 1925 se hizo cargo de la dirección del departamento de Construcción de la Escuela Superior de Construcción de Weimar.
En 1929, Neufert construyó su residencia y su despacho en Gelmeroda, cerca de Weimar: una casa de dos pisos que debía servir de prototipo para un
proyecto de fabricación en serie. Este diseño se levantaba sobre una trama concebida en metros sobre una superficie de 10 x 10. Al mismo tiempo creó en
Jena el Instituto de Investigaciones de la Fundación Zeiss (1929-1930), el llamado Abbeanum, con una sencilla fachada de ladrillo y generosos
ventanales; un comedor universitario (1928-1930), concebido en colaboración con Otto Bartning, que era una construcción con estructura de hormigón
armado seccionada en horizontal por las franjas de las ventanas; así como una casa experimental de madera de dos pisos (1929) con tejado de tejas y
ventanas en hileras.
En 1929 se estableció en Berlín por su cuenta. En 1936 publicó su obra Arte de proyectar en arquitectura que, traducida a numerosos idiomas, se sigue
publicando en nuestros días. El sistema de mediciones que expone se utiliza aún hoy para el cálculo y comprobación de grandes dimensiones.
En 1946 obtuvo una cátedra como profesor de arquitectura en la Universidad de Darmstadt. Posteriormente realizó una residencia para solteros en
Darmstadt (1952-1955); la sede de la empresa Eternit AG en Leimen (1954-1959); la de la compañía de venta por catálogo Quelle en Fürth (1954- 1967); y
una fábrica de cemento en Wiesbaden (1966-1968). Gracias a detalles que definen la escala y a proporciones muy pensadas, ni siquiera grandes bloques
como los de la compañía Quelle resultan descomunales.
NEUFERT:
https://es.wikipedia.org/wiki/Ernst_Neufert
.
(2): La Soraya, La Tornillo, La Esmeralda y La Rocío:
Para verlos en Youtube, pueden pulsar:
SORAYA
https://www.youtube.com/watch?v=_iv3j5B-3-c
ESMERALDA Y SUS FAMENCAS
https://www.youtube.com/watch?v=UnkeZfq-ET8
ESMERALDA
https://www.youtube.com/watch?v=tC-tA0jV1bQ
.
(3): Simón Merino Gallardo ‘El Gran Simón SIMÓN MERINO GALLARDO’.
ANDARES DE DOS HERMANAS El Leocadio
http://elleocadio.blogspot.com/2015/10/simon-merino-gallardo-el-gran-simon.html
EL GRAN SIMÓN
https://www.youtube.com/watch?v=t3rGgaL6Its
.

También podría gustarte