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ÍNDICE GENERAL:
Pulsando el siguiente enlace, se llega a un índice general, en el que se contienen los artículos de "Añoranzas, recuerdos y semblanzas".
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EL ARTÍCULO puede leerse enteramente; o bien de forma resumida (siguiendo las letras destacadas en rojo y con negrillas).
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otras dos imágenes, con mi familia; en Japón, durante el verano de
1976. Arriba, en Kyoto; visitando los jardines con ellos. Tal como narro, en esta ciudad comenzó un verdadero cachondeo
conmigo, después de que mi madre explicase a todos por qué había venido yo al Mundo (gracias a un médico japonés). Abajo, junto
a mi hermano Mario y mi padre; que siguieron con la juerga sobre mis orígenes, durante todo el viaje.
Todo cuanto anteriormente hemos expuesto, viene a explicar el significado que para mí tiene Andalucía; como un
hecho fortuito, pero convertido en destino. Un centro geodésico en mi planeta espiritual, que comenzó a nacer desde las
primeras visitas a estas tierras del Sur; y fraguado mientras estudié guitarra flamenca -desde los cinco años de edad y
durante decenios-. Floreciendo cuando compuse en 1982 mi ballet Tartessos. Completándose ese sino, al ser enviado a
Córdoba y Sevilla durante La Mili; donde pude vivir más de quince meses en el espíritu de Andalucía. Siendo algo
muy similar lo que me sucedió con Japón; cuyo futuro en mí, se marcó desde antes de nacer -según me dijeron-. Pues
mi madre, siempre comentaba que yo había venido al Mundo gracias a un médico japonés. Una anécdota que he incluido alguna vez más
en mis recuerdos, por lo llamativa que resulta. Así fue como mi progenitora, empeñada en demostrar cuales eran mis orígenes; decidió
llevarme a los quince años al país del Sol Naciente (junto a mis hermanos y mi padre). Allí llegamos, un mes de julio de 1976 y recuerdo
que cumplí mis quince años en Tokyo. Días después, fuimos hasta Kyoto y en uno de los templos más bellos, frente a la diosa Kano;
delante de toda mi familia. Me comunicó mi madre el nombre de aquel doctor nippón, gracias al que yo estaba en el Mundo. Aún
recuerdo perfectamente su voz, cuando comentó que el referido médico se llamaba “Ogino”... . Mis hermanos, al oír aquello, echaron la
carcajada y yo -sin saber el por qué de tanta risa- pregunté a mi padre la razón de toda aquella mofa. Ante lo que mi progenitor, sin
inmutarse, respondió:
-“El método del doctor Ogino... Un japonés creador de un sistema anticonceptivo, que fallaba más que un reloj coreano. Era infalible;
las que lo seguían, terminaban embarazadas”-.
Así fue como supe por primera vez lo que era el destino. Y comprendí lo que respondió aquel torero, que en plena
faena y enfrentándose a un Mihura; fue interpelado por un periodista, que le preguntó sobre el hecho más extraño de
su vida. Ese diestro, antes de dirigirse al ruedo con la muleta y espada; se dio a vuelta y dijo:
-“¡Qué momento para cuestiones!... . Pero raro. Lo más raro. Fue haber nacido”-
Contaba el redactor, que había aprovechado el instante, al estar seguro de obtener una respuesta magistral; pues nada hay que inspire
tanto como la vida y la muerte. Así, aprovechando el periodista que el matador se dirigía al ruedo, para jugar con ambas. Tuvo certeza de
que en su contestación y expresando que “lo más extraño era haber nacido”; se hallaba pensamiento de alguien en sus momentos más
críticos. Quizás, sintiendo que por haber venido al Mundo, se encontraba en un trance tan raro; que le permitía soñar con volver al lugar
de origen.
Todo lo antes expuesto, es para mí parte de esa magia del destino; que al paso del tiempo, se convierte en un
verdadero misterio. Transformándose en un enigma, que con la edad, va envolviendo nuestro pasado; llevándonos a
comprender por qué hemos vivido determinadas situaciones y de qué modo sucedieron algunos hechos. Así fue y así
lo veo en mi conexión con Japón; que me maravilló con quince años y que un decenio más tarde me hizo llegar hasta
Chiho (mi mujer). Con la que me casé en 1991, pasando a residir parcialmente en su país, durante más de veintiséis años. Viviendo
entre japoneses y convertido en uno de ellos; tal como el doctor Ogino debió querer hacer de mí. Aunque algo muy parecido me
sucedió con Andalucía; donde los hados internos o los dioses tartéssicos, desearon que allí quedase siempre un trozo
de mi alma.
SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Tres imágenes del año 1972 en que fui por primera vez a Sevilla, Jeréz y
Sanlúcar. Arriba y al lado, Alemania (Giengen); en casa de Walter Schmid y su familia durante ese verano. En la
foto superior, jugando al ajedrez con su hijo Bernhard. Al lado, con un erizo que encontré en el bosque y al que
dimos un huevo, antes de devolverle a la naturaleza. Abajo, en casa de mis padres y junto a mi madre, en las
mismas fechas. Mis progenitores estaban ilusionados por que me hiciera sacerdote y profesara en la orden asentada en Austria y
Baviera, llamados Misioneros de la Preciosa Sangre (establecida por entonces en la famosa Villa Trapp, de Salzburgo). Con ese fin me
enviaban los veranos, desde muy niño, por ver si regresaba cura. Pese a los intentos, terminé convertido en músico; otra de las
posibilidades que la vida te da si resides en la ciudad de Mozart. Pese a no ingresar en el seminario; gracias a lo que hablaba por
entonces de alemán, me gané mi primera visita a Andalucía (tal como narro a continuación).
b) - Sevilla y el Congreso Internacional de la Vivienda:
Fue el primero de junio del 1972; cuando un terrible atentado sucedió en Tel Aviv, dejando más de veinticinco muertos en su
aeropuerto. Esa semana convocaron de urgencia a mi padre, junto a su equipo de la Federación Internacional de Vivienda y Urbanismo
(FIVU). Debido a que tenían previsto reunirse en la ciudad israelí, para celebrar el próximo congreso -durante el otoño-; pero el horrible
suceso perpetrado en la capital judía, hizo que numerosos miembros de la Federación derogasen su asistencia. Finalmente, fueron tantas
las cancelaciones, que el comité de expertos propuso a mi progenitor la organización rápida de ese evento en España;
buscando un emplazamiento seguro. Intentando que quienes comunicaban su inasistencia a Tel Aviv, se trasladasen
a nuestro país. Faltaban muy pocos meses para que se llevase a cabo el referido congreso y mi progenitor decidió llamar a un
amigo de Sevilla, al que propuso improvisar todos los actos; convocándolo en esta ciudad. Tenían apenas tres meses
pero lograron gestionarlo finalmente; “montando” un verdadero show, del que siempre se habló como la reunión
más divertida de esta organización. Debido a ello y a lo mucho que comentaban tiempo después, recuerdo perfectamente cuanto
vivimos durante esa convocatoria de la FIVU, en octubre del 72.
Antes de comenzar a describirlo, añadiremos que omitiré el nombre completo del referido colega de mi padre, residente en
Sevilla, que le ayudó a gestionar todo. Por no saber si él, o sus herederos, desean aparecer en mi relato. Diremos que se llamaba Juan
Carlos y era también de origen asturiano (“también”, porque mi progenitor nació en Oviedo). Entre otras labores que realizaba
Juan Carlos en la capital, destacaba la de dibujar el chiste diario para el ABC de Sevilla; por lo que era un equivalente a Mingote en
Andalucía. Así pues, tenía relaciones en todos los estratos sociales, aunque principalmente en los cercanos al mundo
del humor y del arte. A este personaje, fue al que encargó mi padre la organización del referido Congreso; cuyo éxito
en actividades y visitas resultó inigualable. Por mi parte, la asistencia a la convención -con tan poca edad como aún
tenía (once años)-; vino impuesta desde mi madre. Que no hablaba alemán y pidió a mi progenitor, me llevasen como su
traductor -pues entonces, los mas importantes directivos de ese organismo, se comunicaban en este idioma-. A decir verdad, tampoco es
que fuera yo muy docto en la lengua de Goethe; pero me defendía después de haber pasado varios veranos en Baviera y en Austria
(donde intentaban que tomase los hábitos de cura). Sea como fuere, pidieron permiso en mi colegio para faltar algunos días y me
propusieron ir al congreso, con el fin de examinar qué tal me movía y hablaba con los teutones.
SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Varias imágenes de encuentros de la FIVA, en los que tenía que participar
mi padre dos veces por año. Arriba, en Coimbra, hacia 1975, junto a mi madre y los organizadores. Al lado, en Oslo,
junto al entonces presidente de la Federación de la Vivienda (Sr. Spruyt). Abajo, otro encuentro celebrado en
Madrid hacia 1976; donde vemos a varios estudiantes de arquitectura (amigos de mi hermano) fotografiados junto
al famoso Ernst Neufert, padre del sistema de medidas e instalaciones en edificios. Ver cita (1) . En imagen, de nuestra
izquierda a derecha: Luis Leirado Campoó y Toncho Arrechea; en el centro, el referido profesor Neufert. A su lado, mi hermano
Mario y finalmente a Juan Pablo Lamadrid.
Revisando la hemeroteca, he podido encontrar que llegamos a Sevilla un jueves 5 de octubre de 1972, para asistir la
convención; donde nos reunimos con los demás participantes. Cuyo número vagamente recuerdo, porque se trasladaban en
dos autobuses y debían ser unos sesenta. Cifra que cuadra con lo que describen los periódicos, recogiendo que asistieron representantes
de: Suiza, Italia, Holanda, Polonia, Suecia, Gran Bretaña, Dinamarca, Israel, Checoslovaquia, Francia, Bélgica, Luxemburgo, Portugal,
Alemania y España. Por lo que en su gran mayoría eran extranjeros; a excepción de algunos españoles, entre los que me
vienen a la memoria José Fonseca, un sevillano llamado Arévalo, un catalán de nombre Mariano Gomá y el cordobés Rafael
de la Hoz. Este último, fue presidente de la Organización Mundial de Arquitectos; y estaba pletórico de celebrar en su tierra esa
reunión. Asimismo, he de destacar que no podían “deshacerse de mí” (dejarme con un tercero en Sevilla); estando obligado a asistir
a todos los actos en que se exigía la presencia mi madre. Debiendo acompañarles desde la noche a la mañana.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos recortes de periódico, pertenecientes a la hemeroteca de ABC (a la que
agradecemos nos permita divulgarlos). Arriba, entrevista a mi padre el 20 de junio de 1972, donde comunica que se
trasladaría a Sevilla el siguiente congreso de la FIVU (sin mencionar que anteriormente se había convocado en Tel Aviv; por
respeto a lo sucedido en su aeropuerto). Abajo, dos reseñas sobre el evento, publicadas en la primera semana de octubre
del año 72. En ellas podemos leer las fechas, las menciones a participantes y algunos hechos que a continuación describo. Como la
cena en Venta del Porrito -de Alcalá del Río-; el recibimiento en Bodegas Barbadillo y la merienda en Bajo Guía (Sanlúcar de
Barrameda).
Comenzó la visita por la tarde de ese jueves, recorriendo el Barrio de Santa Cruz; tapeando por sus bares y
tabernas. Pero al terminar la ronda, aquel amigo asturiano que ayudaba a mi padre organizándolo todo; propuso a los
interesados, ir a un tablao cabaret muy famoso. Mi madre quería verlo, aunque creía que con mi edad no me iban a
dejar entrar; pero al considerar que pertenecía al séquito del congreso, allí que me metí. Con asombro, a mis once
años, presencié un espectáculo en que un señor llamado “El gran Simón”, se travestía de sevillana, creando números
en que bailarinas y cantantes enjaezadas de faralaes, eran hombres. Entre los diferentes “shows”, El Gran Simón, contaba
chistes “abambinados”, porque me encontraba entre el público (un bambino...). Luego, imitaba a Estrellita Castro, Concha Piquer y a
Imperio Argentina, disfrazado perfectamente. Aunque cargado de pelos en los brazos y en el pecho; que a borbotones brotaban entre los
volantes y los collares del traje de flamenca -cada vez que se movía-. No entendí mucho, pero el jolgorio de los extranjeros y las
risas de todos los asistentes eran monumentales. Unos y otros; fueran checos, alemanes, suizos o ingleses, no
paraban de soltar carcajadas. Situación que comprendí con el paso de los años; imaginando el cachondeo de un
espectáculo así para los que habían entrado creyendo que se trataba de una representación folclórica.
Encontrándose con ese número de humor protagonizado por transformistas; que al parecer, entusiasmó a los
miembros de la FIVU.
La jaranda en esa primera noche del jueves fue tal, que en vez de terminar a las diez (como tenían previsto, tras la
cena en el Barrio de Santa Cruz); regresaron al hotel después de la una. Aunque antes de darse las buenas noches, los
congresistas decidieron cambiar el diario de ponencias, para el día siguiente. Unas sesiones que en principio
empezaban a las nueve de la mañana; pasando a posponerlas hora media -ya que la mitad estaban “derrotados”-. De
ese modo comenzó la primera jornada de congreso -viernes- y durante la tarde todos fuimos recibidos en Los Alcázares;
donde nos explicaron sus edificios y jardines. Pasando más tarde a una cena, servida en un misterioso lugar donde
invitaba mi padre; pero cuyo emplazamiento había elegido el organizador (Juan Carlos). Con ese fin, tras la visita al
castillo real de Sevilla, subimos a los autobuses donde nos trasladaron hasta un emplazamiento que para mí resultaba
impensable. Ya que se trataba de una venta, con los todos rasgos de las posadas del siglo XIX, situada en un barranco
de río. Caserón que parecía abandonado, a orillas del Guadalquivir, donde hasta las telarañas campaban a sus
anchas. Allí, no solo la higiene era inexistente; sino que la decoración con carromatos, cuernos, azadas, yugos y aperos de
labranza (recién usados); resultaba lúgubre para un niño de once años. Por lo que llamó tanto mi atención ese entorno, que aún
recuerdo su acceso. Pasando por un patio con olor a oveja y llegando a lo que decían era, el “restaurante”; con aspecto de una gigantesca
taberna militar. Todos los congresistas, al observar aquello, se miraban extrañados; mientras mi padre con su amigo
Juan Carlos, eran los únicos que entraban seguros y sonrientes.
JUNTO, Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Imágenes actuales de Alcalá del Río, donde Juan Carlos y mi progenitor llevaron a
cenar a todos los congresistas de la FIVU (entre los que se encontraban siete alcaldes europeos, destacando el de
Ginebra, Génova, Luxemburgo y etc). Los metieron en la Venta del Porrito y aunque llegaban asustados, por el
aspecto del mesón; salieron felices, diciendo que jamás habían comido tan bien, ni se divirtieron tanto.
De ese modo llegamos hasta donde nos esperaba un enorme individuo, que lucía un puro en la boca más chupado que
el pito de un árbitro (me refiero al silbato). Iba vestido de “baby” gris, como las peñas en las fiestas de pueblo, y dijo
era el dueño de esa venta de Acalá del Río. Hablaba sin quitarse el cigarro de los labios y para saludar a tan
distinguidos invitados, se levantó la boina; mostrando como bajo ella llevaba un fajo de billetes. Extrañados los
asistentes, preguntaron a mi progenitor y a su amigo, quién era aquel personaje tan curioso. Rápidamente les fue presentado a todos
como Antonio Delgado, alias “El Porrito”; torero de vocación, pero mesonero de profesión. Añadiendo que guardaba
en la boina los billetes, para tenerlos bien contados y que no se los robasen. Explicando de aquel gran hombre, que su
verdadero secreto consistía en ser el pescador de angulas más diestro y el mesonero más siniestro. Porque allí, en la
Venta del Porrito, se seguía la norma de “a veinte duros la jartá”; así que pagando cien pesetas, se podía uno “jartá de to”, menos de
marisco bueno y angulas del Guadalquivir. Aunque el menú de aquella cena con congresistas sería de angulas, seguidas por langostinos,
langosta y todo tipo de crustáceos; no de “jarta”. Pudiendo repetir de ellas, cuantas veces se quisiera, hasta llegar a “jartárse” de angulas;
que era la “jartá” más bonita. Los intérpretes iban traduciendo las palabras de El Porrito, como podían; pues tenía un
habla más cerrada que el ojo de un sieso. Pero al oír aquello de las angulas, varios hicieron ademán de que no iban a
probar tan extraño plato. Fue así como, entre dudas y comentarios; nos sentaron en aquel lugar, más parecido a la
posada donde nombraron caballero a Don Quijote, que a un restaurante “normal”.
Pronto salieron los mariscos, hasta completar “la jartá”; y comenzaron las angulas “jartonas”, que muchos
extranjeros desechaban. Aunque El Porrito les obligó a probarlas, en unas cacerolas que fue pasando. Tras esas
“catas”, no hubo sueco, inglés, suizo, ni americano; que se negase a una buena ración de angulas. Recuerdo que la mujer
del entonces presidente de la FIVU, fue la primera “conversa”; pues tras advertir seriamente, que no tomaría de esos gusanos, terminó
por jalarse varios platos. Era una señora delgada y sesentona, vestida con moda muy elegante de Holywood; que lucía siempre un tocado
claro y redondo en su cabeza -terminado en una redecilla, cubriéndole parte de la cara-. Por lo que El Porrito la llamaba; “la tía del
queso”; sin parar de gritar a diestro y siniestro:
-“Mira cómo se está poniendo la `tía der queso´. Si es que ha `venío´ con el queso en la frente, como yo con la boina”-.
Acabaron con innumerables bandejas marisqueras, cazuelas de angulas y vinos; tras lo que aquel Antonio Delgado -dueño del
mesón- quiso hablar con los diferentes asistentes. Comenzando por la “tía del queso” a la que preguntó si llevaba
dinero debajo del sombrero y se lo quitó de un manotazo (generando la sorpresa, al verse que era medio calva). Tras
ese lapsus, se dirigió El Porrito al alcalde de Ginebra, queriendo decirle que estaba muy honrado de su visita y por
saber que en Suiza se hubiera inventado la bebida mejor, después del vino. Aunque el helvético, más crudo y despistado que
un lenguado en una lonja, le preguntó por si se refería a la cerveza; contestando el sevillano, que lo decía por la ginebra. Ante la
cara de extrañeza del alcalde de Ginebra, el ventero expresó en tono muy severo:
- “¿Como que no?. Si el coñac se hizo en Cognac, de Francia; el jerez, en Jerez de la Frontera y el vino de la Mancha,
en La Mancha. ¿De pa-onde va a ser la giniebra...?”-
Y nos dejó a todos pensativos... .
No contento con estas participaciones, se fue luego Antonio hacia otro de los asistentes al congreso, y le preguntó en
qué ciudad “mandaba”. Respondiendo el representante alemán, que en Hamburgo; tras lo que El Porrito gritó a
pulmón abierto: -“¡¡Pos viva Burgos!!”-. Apostillando, que aquel hombre tenía pinta y habla de extranjero; por muy
burgalés que fuera... . Pero al oír ese brindis dedicado a Burgos o Hamburgo, un hombrecillo que estaba sentado en
la posada (de los que más tarde iban a cantar y tocar flamenco). Se levantó y dijo con fuerza: -¡¡Que viva Burguillo
también!!-. En ese momento todos se miraron y el que lo había gritado; tímidamente explicó que él era de Burguillo,
un pueblo muy cercano a Alcalá del Río... . Tras ser traducido el “burguillalés”, los comensales comenzaron a brindar
en nombre de Burgos, Hamburgo y “Burguillo” (que en sus bocas sonaba más bien a Bourgignon; no sé si por la borrachera o
porque la mayoría procedían de centro Europa).
JUNTO, SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, una postal de Alcalá del Río, en los años que hablamos. Junto al
margen del Guadaquivir estaba la Venta del Porrito; por lo que nada más capturar las angulas, las echaban al
plato. Al lado, cartel de una corrida de toros (charlotada) protagonizada por El Porrito, donde se anuncia su vuelta
a los ruedos. Le añaden como sub-apodo “el de las angulas”, señalando que toreará vestido de flamenca (con traje
de cola y zapatos de tacón). Abajo, foto de El Porrito -Antonio Delgado-; anuncio de su venta con el menú de
angulas y de “jartá” a veinte duros (podías comer hasta que te hartabas, por cien pesetas -0,60 euros- ).
Siguió la parranda en la casa del Porrito, con un tablao flamenco, montado en plena Venta, por los de Burguillo; que
pronto se convirtió en Zambra gitana. Espectáculo que me impresionó por sus improvisaciones y la gracia de todos
los que participaban. Así se llegó a la media noche, hora bruja en la que debían recogerse los congresistas, pero Juan Carlos volvió
a invitar a los asistentes (que quisieran) a otro cabaret flamenco; esta vez “más serio”... . Vinieron los autobuses a
recogernos y los comensales se dividieron entre quienes seguirían la juerga en el cabaret y aquellos que nos íbamos a
dormir. Finalmente solo bajamos en el hotel: la “tía del queso”, un puñado de señoras mayores, mi madre y yo; porque el resto decidió
seguir de jarana por Sevilla. Esta vez, al parecer, fueron hasta el show de “La Soraya”, “La Tornillo”, “La Rocío” y “La
Esmeralda” . Que creo recordar estaba en “El Oasis”, donde ya no pude entrar -por razones evidentes- y donde los
congresistas no pararon de reír, viendo a los cuatro artistas bailar y cantar. Todos ellos vestidos de sevillanas, con el
pecho más peludo que el King Kong; las piernas y brazos más oscuras que un kiwi y con más gracia que un
gibraltareño hablando en inglés.
SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, una fotografía de La Esmeralda, La Tornillo, La Rocío y La Soraya;
que mi padre tenía archivada -como un tesoro- después de que los cuatro artistas se la dedicasen, tras la visita al
espectáculo (junto a los miembros de la FIVU). Entre los recuerdos que mi progenitor guardaba de aquellos congresos, estaba
esta foto; donde había una nota de su puño, que decía: “En Sevilla, octubre de 1972; uno de los mejores momentos de la Federación
Internacional de Vivienda y Urbanismo”. Al lado, La Esmeralda en su disco de chistes (2) . Foto tomada de una entrada
dedicada a este artista, del blog con el siguiente Link: http://falsas-costumbres.blogspot.com/2006/10/la-esmeralda-de-
sevilla.html
Abajo, El Gran Simón y sus chistes “abambinados”, que fui a escuchar el primer día del congreso (3) .
Después del cabaret de La Esmeralda, los representantes de la FIVU terminaron a las tantas y fue así como el diario
de sesiones, se volvió a retrasar hasta el medio día de la jornada siguiente. Pero cuando se reunieron a esa hora del
sábado, los asistentes decidieron que tras el almuerzo, aquel Congreso se daba por terminado. Al ser imprescindible
visitar Sanlúcar de Barrameda, para probar sus vinos, sus langostinos y las ostras. Lo que se preparó y realizaron durante
la tarde; llegando primero a Bodegas Barbadillo -donde nos recibió D. Pedro Barbadillo-, que pronto dispuso vino y tapas “a gogó”. Allí
tenían un enorme piano de cola, en el que los congresistas se explayaron; pues varios de ellos eran casi profesionales del
instrumento. Tras el concierto y su cogorza, nos dirigimos hasta Bajo Guía; donde sobre la arena de playa nos habían
habilitado mesas. Creo que era el Bar Bigote, aunque no puedo asegurarlo; pero lo que sí recuerdo es el “comer de
ostras que llevaba esa gente”. Que añadido al engullir a dos carrillos, de langostinos y langosta, convirtió la tarde en una merienda
silenciosa; donde solo se oía alguna voz -de vez en cuando-, intentando explicar a los extranjeros que eso no eran ostras, sino “ostiones”
(como realmente se llaman).
Durante la cena, caía el Sol en el Atlántico; pedí permiso a todos para levantarme, con el fin de acercarme a la orilla y disfrutar de
aquel maravilloso ocaso. Me lo concedieron y me retiré de la mesa, sentándome junto al mar, extasiado por la belleza de sus
luces. Fue entonces cuando Juan Carlos (el amigo de mi padre) se acercó hasta mí; preguntándome si me
impresionaba el atardecer en Sanlúcar. Contesté que era uno de los más bonitos que jamás había visto; a lo que,
sonriendo, añadió:
- “Pues aún hay algo más impresionante.... . ¿Tú ves aquella tierra, después del río?. Es el comienzo del Coto
Doñana; donde está una civilización perdida, que se llamó Tartessos. Desapareció hace más de dosmil quinientos
años y es una antigua cultura que yo estudio”.-
Mientras Juan Carlos señalaba al otro lado del Guadalquivir; yo me quedaba perplejo, como soñando en Tartessos.
Nunca había sentido nada igual. Todo parecía una obra mágica, en la que por primera vez imaginaba gentes
veinticinco siglos atrás, viviendo y navegando por esas playas. Jamás pude olvidar aquel momento y diez años más
tarde (en otoño de 1981), ese amigo de mi padre publicaba su novela histórica, titulada Tartessos. Tras leerla -en la
primavera siguiente- los datos que aportaba, me sirvieron de inspiración para componer mi ballet Tartessos, que terminé poco antes de
entrar en la Mili (en verano del 82). Una etapa donde me entregué al estudio de este civilización, para crear un argumento acorde con la
música.
Para terminar este epígrafe añadiré que al fallecer mi progenitor, hallé una “reliquia” que guardaba del referido
congreso: La imagen que hemos visto antes, con los artistas de ese local llamado “El Oasis”. Venía firmada por todos sus
protagonistas; “Esmeralda”, “Tornillo”, “Soraya”, “Rocío”. Geniales en su humor, y que habían dejado el oficio del camión para dedicarse
a aquellas representaciones; donde imitaban a las cantantes más famosas. Con el paso del tiempo, también pude saber que la referida
“Soraya” negaba haber sido transportista, menos aún camionero; diciendo estar repudiada por un príncipe persa, debido a que tenía
“matriz infantil”... . De todo esto, me enteré muchos años después; por lo que al encontrar entre los recuerdos de mi padre, esta
foto que arriba publico, se me estremeció el corazón. Acordándome de lo divertido que todos lo pasaron aquel
segundo día del congreso FIVU; que comenzó en Los Alcázares, siguió donde El Porrito y terminó visitando a La
Esmeralda y sus flamencas.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba y al lado: Dos fotos recientes de Bajo Guía (Sanlúcar); tomadas en
el lugar donde recuerdo que cenamos esa noche del sábado -7 de octubre del 72-. Allí me senté admirado por la
puesta de Sol y se me acercó Juan Carlos; narrando que frente a nosotros -al otro lado del río- estaba la zona de
Doñana, donde él pesaba que se situaba Tartessos (siguiendo las teorías de Schulten). En ese momento surgió en
mí un sueño, que jamás ha cesado; imaginando cómo pudo ser aquella civilización perdida. Abajo, dibujo de Juan
Carlos, con el que inicia su libro Tartessos; donde vemos recreado el Lago Ligur (en lo que hoy son las Marismas
del Guadalquivir) y sus localizaciones de ciudades antiguas. Como podemos observar, sitúa Tartessos en la
desembocadura; sobre una isla en el antiguo delta del río.
III) INGRESO EN EL EJÉRCITO:
a- ) Primavera de 1982:
Tenía veinte años y llegó a mis manos aquel libro titulado “Tartessos, ocaso de un día y una noche”. Lo leí en un fin de
semana y me inspiró para componer a la guitarra; creando un ballet basado en esta civilización perdida y sus mitos.
Estaba en tercer curso de Derecho y aunque nunca fui un estudiante entusiasmado, tampoco era de los que
suspendían. Pese a ello, esa carrera universitaria me gustaba lo mismo que una lavativa; es decir, nada. Ni me atraía, ni me
emocionaba, ni menos encontraba interesante lo jurídico. La cursaba porque en aquellos días tenía una novia (desde un lustro atrás) y
guardaba la ilusión de preparar oposiciones, para casarme con ella. Pero sucedió lo mismo de siempre; y lo que uno propone, Dios de
otro modo lo dispone. Por lo que mientras vivía mis veinte primaveras; ella decidió que su amor por mí había quedado “totarmente
chuchurrío” -como dirían en Andalucía-. Lo que significaba en Madrid, que me quería ya menos que a un furúnculo en el dedo gordo... .
Llevaba cinco años de “relaciones” (como antes se decía); de los que había estudiado tres en aquella aburrida
Facultad, tan solo para casarme. Por lo que al verme sin novia y más tirado que una colilla de mendigo, parecía que el
Mundo se me caía encima -todo y de una vez-. Además, por entonces no conocía la fábula de “La Vaca, el zorro y la caca”; así que la
situación me resultaba inexplicable y terrible. No sabiendo si era peor haber perdido cinco años de noviazgo, o tres
aprendiendo aquello tan retorcido, que llamaban Derecho. Sin poder afrontar mi destino, tomé la guitarra como
único consuelo; llegando a tocar hasta diez horas diarias, para no pensar. A la mitad del cada jornada, se me acababa el
repertorio musical; unos doscientos minutos de piezas, que interpretábamos los guitarristas de entonces. Por lo que comencé a
componer, para disponer de más obras que me entretuvieran. Así fue como en algo más de dos meses, tenía casi terminado
Tartessos; la voz primera, pues el proyecto final está compuesto a dos guitarras. En lo que se refería al tercer curso
de Derecho, solo me había presentado a tres de las seis asignaturas; aprobándolas y dejando el resto sin
convocatoria.
Llegó el verano y no sabiendo qué hacer, sin desear pasar julio y agosto estudiando los libros de Civil, Procesal y
Administrativo, de los que me faltaba examinarme. Decidí quitar la prórroga de La Mili e ingresar en el ejército, a primeros
de septiembre. Así lo pensé y así lo hice y aún recuerdo el día en que fui al Cuartel de María Cristina; frente a la
estación madrileña de Atocha (donde estaba el área de reclutamiento). Tramité en una mañana la baja de eximente por estudios
y al momento me dijeron que me tocaba ir a la Segunda Región Militar (Andalucía). Debiendo presentarme en el CIR
de Cerro Muriano (Córdoba) en la primera semana de septiembre. Tomé los datos de mi filiación como soldado y me
preparé para ir a La Mili; algo que todos hacíamos en esos años. A excepción de quienes tenían enfermedades o
minusvalías; junto algunos jetas, que reclamaban inutilidad, estando más sanos que Tarzán en verano. Pese a todo, no
eran pocos los que se libraban de cumplir ese tributo de defensa; porque hubo miles de caraduras intentándolo y cientos de “ingenios”
ideados para no entrar en el ejército -mientras el resto, “pringábamos”-. Pudiéndose cifrar el total de esos listillos que lograban
eximirse del cumplimiento -entonces-, en un veinte por ciento; lo que suponía que el resto hacíamos tres meses más
de Mili (un 20% más).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, portada del libro de Juan Carlos, “Tartessos, ocaso de un día y una noche”;
que me inspiró componer el ballet de igual nombre. Abajo, fichas universitarias de la Facultad Complutense de
Derecho (San Pablo, CEU) donde estaba estudiando tercer curso entre 1981 y 1982.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, imagen tomada en otoño de 1981; en casa de mis padres, junto a la referida
novia que me dejó en la primavera del año siguiente (por respeto a ella, no se menciona nombre, ni más datos y tapamos su
rostro -lo que es una pena, porque es precioso-). Cuando me plantó como a un ciprés, creí que era lo peor que me pasaba en la vida.
Aunque con el tiempo, me di cuenta de que fue lo mejor que podía hacer; pues -en realidad- no teníamos nada que ver. Éramos como
el aceite y el agua; que pueden estar juntos, pero no mezclados. Y al decir aceite, me refiero a mí; más bien a la manteca de
cerdo. Abajo, en primavera de 1982, componiendo Tartessos a la guitarra. A todo aquel que quiera escuchar parte
del ballet, le damos estos links:
LA MUERTE DE ATLANTE (1982) https://www.youtube.com/watch?v=cSpD5Xn0lLM
Desde ese momento, los que nos quedábamos allí, éramos quienes íbamos a recibir la instrucción juntos; para jurar
bandera en la fecha prevista (unas siete semanas más tarde). Por lo que comenzaban dándonos un número, que iba a
ser “nuestro nombre” o forma de identificarse en el CIR; cifra que se debía acompañar con la Compañía a la que pertenecías
(133 de la 2ª, era el mío). Tras ello, nos tallaban, poniéndonos en filas, para ordenarnos de mayor a menor. Donde el más
alto ocupaba el lado izquierdo de la primera línea; hasta llegar al más bajito, que se situaba en el extremo derecho, de
la última. Con ese fin, los mandos iban colocando alternativamente a unos y otros, de un lado o del contrario; hasta que la formación
se completaba de la manera indicada (del más alto al más bajo y de izquierda a derecha). Una vez terminada la ubicación
por talla; nos decían que ese que nos habían marcado, era nuestro sitio para toda la instrucción. Debiendo recordar
siempre el número de fila y el lugar que en ella ocupábamos. Siendo -por ejemplo- el mío, cuarta linea y segundo por la
izquierda; tal como podemos ver en las fotos superiores. Finalmente y antes de comenzar la instrucción, para comprobar si conocíamos
nuestro sitio exacto; mandaban romper filas y volver a ellas, repetidamente, hasta estar claro que todos nos
acordábamos perfectamente. Esta última operación se retrasaba en ocasiones por algunos torpes que no se centraban, colocándose
donde no era. Por lo que se inauguraban los primeros arrestos, cayendo “servicios” sobre esos lentos que no dejaban irse a los demás, ni
cerrar filas; pasando los despistados a hacer las primeras “imaginarias”.
Antes de continuar, explicaremos qué eran los “servicios” y sus tipos más comunes; labores que debían hacerse (al
margen de la instrucción). Hay que aclarar que los “de armas” -guardia, centinela o escolta- no se podían realizar
hasta haber jurado bandera. Por cuanto entre esos “servicios” del CIR, destacaba la imaginaria; consistente en
vigilar el sueño de la Compañía, mientras todos dormían. Se hacía con “trinchas y gorra” -al ir armado en interior-; llevando
tan solo como defensa y por si ocurría algo, el machete de Cetme (lo que vulgarmente llaman “bayoneta”). La mejor imaginaria era
la primera (de 10 a 12 de la noche) y la última (de 4 a 6 de la mañana). Pues malo resultaba el turno de 12 a 2, porque ya no
dormías hasta esa hora; y si te tocaba el de 4 a 6, te levantabas en mitad de la noche como un “zoombie”. Aunque la primera
Imaginaria tenía como complemento aguantar todas las bromas y burradas que decían los compañeros, antes de
dormir (en su mayoría colocaditos o al menos con unas copitas). Entre las que destacaba la repetida frase de - “Imaginaria, toca
descanso que la tengo firmes”- . Lloviendo al pobre vigilante, las propuestas de amor, fidelidad eterna, boda y sexo en grupo; que
proferían desde las literas los más “graciosos”, para que todos se cachondeasen del que le había caído “la imaginaria”.
Otros “servicios” eran el zafarrancho de limpieza (barrer y fregar la Compañía); o plantón watter, consistente en
limpiar las letrinas -de lo peorcito-. Pero el más duro era “cocina”; donde acababas hecho unos zorros. Pues comenzaba
antes de las seis, para colocar el desayuno a los soldados; siguiendo con la limpieza de instalaciones y cacharros. Luego venía el almuerzo
y su disposición; donde había que servir la comida, agua o tirar cañas; además de recoger los cazos y bandejas de quienes terminaban.
Continuaba con la limpieza del comedor, barrido y fregado. Para pasar más tarde a la disposición de la cena; que se servía hacia las ocho
y media. Tras ella, habiendo ayudado también a repartir rancho y bebidas, se recogían los cubiertos, bandejas y platos usados, que se
lavaban. Luego se barría y fregaba todo nuevamente (cocina y comedor); terminando por preparar lo que iban a usar al día siguiente en
el desayuno. Es decir, empezabas a las seis y terminabas a las once; eso, si no te pillaba un superior al que le habías caído mal y te tenía
varias horas más pelando patatas o cocinando parte del rancho próximo.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos más de mi estancia en El Muriano. Arriba, con “el chopo” (cetme) al que
cuidé como mi novia, que ya no tenía. Abajo, nuestra Compañía; la segunda. En la foto he marcado con una flecha
mi situación.
En el siguiente paso, durante esos primeros días, nos enseñaban a saludar militarmente (con arma y si ella; con
gorra y sin cubrirse); para más tarde marcarnos los “toques” diarios. Destacando cuatro: Por la mañana, el de Diana,
al despertar a las seis y media, formando filas en cinco minutos donde se pasaba lista ; debiendo estar presente como fuera
(los había hasta desnudos, siendo necesario solo llevar las botas puestas). Asimismo el de Bandera, que marcaba el momento de
izar o arribar el estandarte de España, debiendo mantenerse todos firmes y saludando. A ello se sumaba el toque de
rancho o Fajina (que avisaba de la comida) y finalmente el de Oración (que marcaba el ocaso del día); en homenaje a
los muertos por la patria; siendo igual a Bandera, donde había que saludar en posición de firmes (aunque estuvieras
en las letrinas). Tras esos primeros pasos, comenzaban con la instrucción sin armas; ensayando como moverse,
manteniendo la formación en fila: Girar, izquierda, derecha, frente, parar, paso ligero etc. Días más tarde te asignaban un
“chopo” (fusil Cetme) del que te decían era “tu novia” y debías de cuidarlo como a ella. Más tarde, te daban las
trinchas, comenzando la instrucción con armas; enseñando a presentarlas, a desfilar con el fusil, poner rodilla en tierra, girar el
Cetme, sobre el hombro, cambios y etc. Finalmente, venían las prácticas verdaderas para el día de la Jura de Bandera;
consistentes en aprender a obedecer a toque de corneta; por lo que se aprendía a entender así las órdenes de: “firmes,
descanso, izquierda, derecha, paso al frente, rodilla en tierra, presenten armas, sobre el hombro, marchen, paso ligero etc”. Todo
ello dictado por una corneta, que marcaba el toque, para obedecer; y los que se confundían, eran “premiados” con ir a
la cocina, imaginarias o zafarranchos.
Tres semanas más tarde, se pasaba al contacto con el fusil, munición y las bombas; debiendo saber desmontar y
montar el Cetme, limpiarlo y demás detalles (aprendiendo en nombre de todas sus partes y piezas). Lo siguiente eran las
prácticas de disparo; primero con balas de fogueo y desde el segundo día, con dianas y munición real (donde medían si
eras “tirador certero” o un “manta”). Finalmente, se lanzaban bombas de mano. Eso que en las películas llaman “granadas”,
aunque en el ejército español, consistía en una especie de “botella” explosiva; que detonaba al perder una cinta enrollada y tocar
suelo. Antes de ir al foso de bombas de mano, nos examinaban, para que las arrojásemos a distancia y con
fuerza. Dándonos una lata de refresco, llena de arena, que llevaba una cinta similar colgando (practicando con ella). En este caso tuve
la mala suerte de que quien iba delante de mí, no había tirado una piedra en su vida. Se trataba de un licenciado en magisterio, que
reconocía jamás tuvo la intención de lanzar nada con la mano; más allá de un bolígrafo o un papel. Por lo que, viendo que sus latas de
prueba solo llegaban a dos metros. El miedo de quienes entrábamos con él, en la misma trinchera y turno, era lógico. Ya que tal como
suponíamos, tiró la primera bomba de mano justo bajo nosotros; a muy pocos metros y aquello se movía como un terremoto... . Así fue;
y cuando este maestro lanzaba una “granada”, parecía que se terminaba el Mundo; hasta que en el segundo intento, un sargento le
mandó a “cocina” y todos pudimos respirar tranquilos.
En cuanto a la vida cotidiana en el CIR, hemos de destacar que en ese mes de septiembre no había agua para
ducharse (ni caliente ni fría) y estuvimos todos sin lavarnos, hasta que salimos en nuestro primer permiso (tres
semanas más tarde). Al principio los compañeros nos olían mal, pero pasadas las dos semanas, ya el olfato estaba completamente
acostumbrado. En este trance, apareció por El Muriano mi primo Arturo; que era ya ingeniero y precisamente
trabajaba para la compañía de aguas de Córdoba (donde sigue de consejero). Recuerdo que nos formaron y nos dijeron que
venía una autoridad del ayuntamiento para arreglar el tema del abastecimiento; la sorpresa fue enorme al ver que se
trataba de este familiar tan cercano. Fue entonces cuando el capitán nos echó un responso, explicando por qué no había agua y
comunicando que ya estaban solventando aquella situación. Tras esas palabras, habló Arturo y con sorpresa dijo que estaba muy
interesado en que todo se solucionase, porque -además- allí se hallaba un primo suyo. Me señaló; entonces yo me sentí como cuando
tenía seis años y veía a mis padres acudir a recogerme al colegio, por enfermedad o accidente. Siempre se lo agradeceré, porque
desde entonces me convertí en una persona de importancia en el CIR; ya que todos esperaban ducharse gracias al
agua que iba a traer mi familia... .
Pero ello nunca ocurrió y estuvimos las ocho semanas de instrucción, sin abastecimiento suficiente. Por lo que, en mi primera salida
del CIR, acudí a casa de mis tíos (Arturo y Pepita) no solo a dormir; principalmente a bañarme. Así llegué a Córdoba
capital, con el petate y nada más entrar en su piso, dije que me iba a la bañera. Pedí que me dejasen meter la mochila militar
en el aseo, aludiendo tener allí el neceser; aunque lo que llevaba era detergente de mano. Llené media bañera y me dispuse a lavar toda
la ropa que cargaba. Luego, con las prendas medio limpias, tiré el agua y volví a rellenarla, para meterme yo con el resto colada, y
aclararla. En esta operación tardé bastante tiempo; por lo que transcurridos quince minutos oía a mi tía decir desde fuera -¿Angel, estás
bien?-; a lo que yo contestaba que de maravilla, que necesitaba más tiempo, porque llevaba casi un mes sin tocar el agua (solo con la
boca). Al salir de allí y viendo mis primos que había lavado la ropa, les dio la risa y acudió Mercedes; la persona que ayudaba en el
servicio doméstico. Quien al observar el bebedero de patos que había montado en ese baño, no paraba de decir a mi tía: -“Señora... Pa
qué se habrá `empeñao´; `pobresillo´, mire como ha puesto `to, lleno prendas mojás´”-. La mencionada Mercedes (Mersede) recuerdo
que era una santa; originaria de La Carolina y decía ser descendiente de holandeses venidos en la repoblación de Carlos III (cuando se
fundó el pueblo). Por eso comentaba que se apellidaba “Amén” pero con “H”; es decir Hamen, que se pronunciaba “jamén”, como del
verbo “jamar” -lo que debe corresponder a Van der Hamen...-.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos más de los días de instrucción en el CIR 5 del Cerro Muriano. Arriba, con
las trinchas y el fusil; abajo con mi grupo de amigos (he vuelto a marcarme con una flecha, para ser reconocido porque han
pasado ya cuarenta años).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: fotos de mi primo Arturo, en fecha cercana al día que apareció en el Cerro
Muriano, para intentar arreglar la avería de agua (y que pudiéramos ducharnos). Arturo Gómez Martínez, es
-además de una persona magnífica-; uno de los grandes expertos españoles en agua y mantenimiento de
acuíferos. En unos meses (28 al 30 de septiembre), presenta en Córdoba el XXXVI Congreso AEAS -Asociación Española de
Abastecimientos de Agua y Saneamiento- donde interviene con una de las ponencias (interesantísima, por lo que me ha narrado).
SOBRE JUNTO ESTAS LÍNEAS: Dos de las famosas muñecas chochonas de La Mili, que habíamos de regalar, tras la
jura de bandera (a tu novia, madre o hermana). Al ponerle la corneta en la boca, tocaban -sonaba- Diana.
BAJO ESTAS LÍNEAS: Mi Jura de Bandera, el 21 de octubre del año 1982. Estoy tras mi amigo de CIR, al que
llamábamos “el filólogo”; porque en el mes de junio anterior, se había licenciado en literatura inglesa. Era un día
mágico y que todos recordamos; como el de la comunión o el de la boda. Aunque algunos iban tan borrachos (o resacosos), que se
acuerdan de aquello tanto como del bautismo... .
ÍNDICE GENERAL:
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semblanzas". Para acceder al índice haga "clik" sobre esta
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con negrillas).
ESTA ES LA SEGUNDA PARTE, PARA LLEGAR A LA PRIMERA; PULSAR:
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ARRIBA: Foto reciente de Plaza de España; donde se muestra la gran arquitectura que hacían, tan
solo cien años atrás. Un momento en que maestros como Palacios, del Busto, Adaro, López Sallaberri, Saínz de la
Lastra o Aníbal Gónzalez; participaban en las exposiciones universales, dejando edificios como el que vemos en
imagen. Pese a la importancia de la arquitectura española del sigo XIX, tan solo fueron reconocidos
muy pocos profesionales; como sucede con los modernistas catalanes (especialmente Gaudí). Esta plaza, diseñada
por Aníbal González es un prodigio del neomudéjar, y logró acrecentar la belleza de Sevilla; junto a otros magníficos
pabellones, levantados para el mismo evento -en el famoso Parque de Maria Luisa-. Pese a ello, hace tan solo cuarenta
años, numerosos críticos los consideraban un “revival” o una reconstrucción; sin darle mucho valor (por “tratarse de
una copia” al estilo antiguo). Aunque en nuestro tiempo podemos ver el resultado del gran arte, cada vez más
apreciado. En este edificio realicé mi servicio militar y cuando lo observaba, sentía la importancia de
vivir en un entorno bello. Porque no significaba lo mismo habitar de una construcción levantada tan solo con fines
de utilidad (fea y cuadriforme). Que hacerlo dentro de este maravilloso pabellón, donde todo lo que mirabas tenía un
enorme equilibrio y calidad arquitectónica. Allí fui feliz en mi juventud y pase un año precioso; disfrutando
de todas las maravillas de Sevilla, mientras tocaba mi guitarra con gran inspiración y el ánimo de
muchos.
AL LADO: Otra foto de una “chochona” militar, que era obligado comprar tras la Jura de Bandera,
para regalar a la novia (de no tenerla, a tu madre o hermana). Se la traje a mi progenitora, que la
guardó durante toda la Mili en su cuarto. Después desapareció y probablemente cayó en manos de
algún niño cruel, que la “descuartizaría”. Como solía suceder con este tipo de muñecas.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Fotos del monumento a Rodrigo de Triana, en la plaza de La
Milagrosa, esquina a Pagés del Corro. Esta obra de José Lemus, trae a mi recuerdo el día que le conocí
en un bar que frecuentaba, frente a la estatua. Era una persona encantadora, que hasta admitía chistes sobre
su escultura; ya que algunos le preguntaban por qué había puesto unos dedos tan grandes al descubridor.
Contestando:
-“Oye, `quillo´. A ti cómo se te pondría la mano, si tuvieras que señalar el primero `pa´ América. ¡Pues así se le quedó el
`deo´ a Rodrigo!”-.
b- ) Secretaría de Justicia:
Como ya narré, gracias a mi “enchufe” me destinaron a este departamento militar de Capitanía; donde
los mandos eran personas cultas y muy agradables, al tratarse de jurídicos del ejército. Una oposición que
me había planteado preparar, tras terminar la carrera (cuando deseaba casarme con esa novia, ya finiquitada). Recuerdo
a mi comandante de Justicia, con gran cariño; que se llamaba Antonio Esquivias (a cuyo tío intentó asesinar la ETA un
año antes). Que cuando podía departía con otro gran amigo suyo, destinado en el despacho contiguo y de igual
graduación por entonces (apellidado Troncoso, también muy amenazado por los terroristas). En lo que se refería al
archivo de Secretaría, estaba dirigido por un policía nacional, llamado Ramos y que era una persona
excelente. Aunque me puse a trabajar de un modo, que pronto decidieron prescindir del Sr.Ramos y me cargaron el
mochuelo, de dirigir el referido departamento.
En él tuve entre otros compañeros, a Santiago Palomero Plaza, desgraciadamente fallecido hace dos años. Quien
por entonces era soldado, pero más tarde fue un famoso arqueólogo; durante decenios director del Museo de
Segróbriga y del Museo Sefardí de Toledo. Así que las conversaciones en aquel tugurio, eran sobre música
(principalmente flamenca, que le encantaba a mis superiores) o de arqueología, con Santiago Palomero. Allí, dejé en un
armario mi guitarra, que tocaba en todo rato libre (horas de la comida, descanso etc); viniendo a
escucharla y charlar a nuestro archivo, lo “mas granado” de Capitanía. Cuartel donde estaban
destinados los soldados con mejor curriculum y las carreras más valiosas de cada reemplazo (además de
algunos enchufados, como era mi caso). Asimismo, subían soldados “libres” a los despachos; que se trataba de chicos sin
destino fijo en Capitanía. Llegando así pronto a estar entre nosotros, Higinio Aceituno; originario de El
Campillo de la Jara, junto a Guadalupe. Cuya bondad suplía toda otra virtud; pues era tan generoso y
sacrificado, que cuanto hacía valía más que todo trabajo de cualquier otra eminencia.
En el referido archivo de Justicia, pasábamos buenos momentos; debatiendo y con la guitarra. Aunque
de vez en cuando, surgían verdaderos culebrones con los casos que nos llegaban y los que revisábamos,
cuando solicitaban expedientes antiguos. Entre los viejos juicios que debimos recuperar, recuerdo el del crimen de
Los Galindos; al pedirlo la Revista Interviú. Leyéndolo de punta a cabo, con el fin de informarnos y de cotillear... . Sobre
los procesos diarios que nos enviaban; destacaré uno apodado “el caso Viriato”. Comenzado por una diligencia previa,
donde se relataba que un cabo había sufrido graves heridas de mordedura en el pene; a consecuencia del ataque de una
cabra, mientras orinaba en tierras cercanas a Portugal. Esta fue la primera entrega, para archivar; todo lo que ya
resultaba curioso. Aunque días después se amplió el expediente; habida cuenta que en el hospital militar donde fue
atendido el lesionado, manifestaban que esas heridas graves en el pene, no parecían producidas por mordedura de un
rumiante (cabra, oveja o similar). Sino, que a juicio del médico, eran señales causadas por dientes humanos. Aquello se
puso más que interesante; resolviéndose en pocos días. Cuando el que casi perdió “la honra” en el duro trance, confesó lo
que había sucedido: Contando, que tras prometer una propina a un pastor portugués, para que le hiciera una “chupadita”
-mientras pastaba su rebaño en terrenos pacenses-. Al no querer pagar finalmente el cabo, tanto como aquel ganadero
pedía. El agresor, aprovechó cuando tenía el miembro viril cerca de la boca y decidió morderle. Todo lo que quedó
archivado como “el caso Viriato”, por lo de pastor y lusitano.
Del modo descrito, terminó el asunto de la protesta. Nunca se comentó nada más en el cuartel; ni
siquiera el referido general se quejó, cuando semanas más tarde me citó para a verle -por un asunto que a
continuación relato-. Aunque al volver a casa, Esperanza me preguntó si le habían “metío ya un paquete” al
capitán del plantón water. Le comenté lo sucedido y que el coronel Aznar quería probar sus recetas
publicadas en ABC. No atendió a mis palabras; se quedó pensativa y me respondió que si en el ejército
no le hacían “na” a ese capitán, había que mandarle al Loqui de Triana. Yo no sabía qué era lo de El
Loqui y ella me comentó que se trataba de un trianero con mucha gracia, que si le dabas mil pesetas, le
soltaba un bofetón al que tú elegías. Me quedé perplejo, y pese a mi negativa, Esperanza siguió contando que el
loquillo tenía varias tarifas; por ejemplo: Dar un pellizco en plena calle, eran doscientas pesetas y el doble si se trataba de
una mujer. Por hacer un “amago” (ademán de pegar, pero sin dar), te cobraba quinientas. Y por soltar un buen
“guantaso”, había que pagarle normalmente mil pesetas. Finamente, para casos menores; trescientas por dar un beso -a
hombre o mujer-; al que paraba y se abrazaba El Loqui. Pasando a contarle que era un primo suyo, al que no había visto
desde tiempo atrás; sin dejarle en paz hasta que el besuqueado reconocía el inventado parentesco.
Añadió Esperanza que ese loquillo era de toda confianza, porque cuando -alguna vez- le cogía la policía,
jamás daba el nombre de quien le había encargado el “trabajo”. Tanto era así, que una vez le mandaron
propinar varios pellizcos a la mujer del jefe de policía (gorda y fea de campeonato); pasando varios días en comisaría, sin
“cantar”. Por lo que a juicio de la mujer de Juan Carlos, debíamos mandar al Loqui de Triana cerca del
cuartel; que esperase al capitán de mi Compañía y le soltase un bofetón, que lo dejase tumbado en la
calle. Porque así iba a aprender ese “joputa” a meter “soldaitos” al plantón water... .Yo, escuchaba aquello con
admiración y horror; sin dar crédito a la existencia del Loqui y a una profesión tan extraña. Aunque ella me explicó que
era de gran utilidad para los impagos y para gente como el capitán ese mío, que había “nasío sieso y torsío”. Siguió
narrando que el famoso Loqui era tan profesional, que llegó a hacer “un amago” a un príncipe extranjero muy famoso, en
la piscina del Hotel Afonso XIII; aunque ese trabajo costó miles y miles de pesetas... . Por lo que me seguía
proponiendo encargarle un buen bofetón; ya que siendo ella de Triana y yo un soldado, seguro que El
Loqui me hacía un precio.
Tras negarme al tortazo pagado y ni siquiera a hacerle “un amago”; Esperanza se fue de nuevo para el
teléfono y cogió el listín, llamando a alguien. Yo volví a temblar, cuando dijo:
-“¿Capitanía General?. ¿Sí?. Pues que me pasen con el despacho del General, que soy Esperanza la
mujer de Juan Carlos”-.
A mí en ese momento me entraron sudores hasta en las uñas; me dieron arcadas del horror y volví a sentir más miedo
que un viejo en una fábrica de ataúdes... . Luego; escuché como seguía hablando, y saludaba:
-“Hola Olo, soy Esperansa”-.
Tras ello me hizo un gesto, “por lo bajini”, señalando que del otro lado estaba el Tte. coronel Bartolomé Aznar, alias “Olo”
para los amigos. Me quedé estupefacto, porque la pesadilla parecía no terminar. Aunque muy pronto se arregló todo
cuando ella comenzó a decir:
-“El `soldaito´es un bendito. Más bueno que el pan. Porque el capitán ese es un regalito de Pascua;
mira tú que le he dicho a Angelito que lo mejor era mandarle al Loqui... . Y el niño no ha querido... Más
bueno que es `mi soldaito´. Que no me digas tú, que el asunto no es para hacerle al menos `un amago
´ .- (4)
Del otro lado del teléfono, se oían las risas del referido “Olo”, que solo decía:
-“ ¡No al Loqui no nos lo mandes!.¿Me van a traer tus recetas; o no?.”
Respondiendo Esperanza:
-“Que sí, que sí; que el niño te las lleva el próximo lunes. Mejor aún, te las hago llegar mañana mismo;
te voy a preparar unas `papás aliñás´ y un `menuo´, que te van a encantar”-
Y así, terminaron todos los problemas... .
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, dos imágenes de la guitarra que llevé a La Mili, que hoy está
en manos de mi primo Javier Gómez-Morán (al que agradezco la haya cuidado y me facilitase estas
fotos). Creo recordar que era una flamenca de Manolo Contreras, construida en los años setenta; a la que adorné con
numerosos sellos de Capitanía y del archivo de Justicia, además de las firmas de amigos.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: La misma guitarra. Al lado, detalle de algunos de sus sellos, que
todavía conserva; entre estos podemos ver el de Secretaría de Justicia y el del Archivo general de la II
Región Militar. Abajo, en su funda (ya debe tener más de medio siglo).
d- ) Chófer del general:
Se acercaban las Navidades y llevaba más de mes y medio en el cuartel de Sevilla. Fue entonces cuando
nos comunicaron que en breve llegaban los soldados del siguiente reemplazo; que nos salvaban de ser
“novatos” y ponía a aquellos infelices en nuestro lugar. Además, eso suponía ser “padre”; tal como se decía en
La Mili -que era como la vida misma- . Donde los siguientes en venir eran tus “hijos” (y así sucesivamente); para
convertirte en abuelo, aquellos que entraban seis meses después; haciéndote “bisabuelo” quienes venían cuando ya te
quedaban solo tres meses de Servicio Militar. “Jubilándote” de bisabuelo, como sucedía en la propia existencia; donde los
que más vivían, se iban al otro mundo tras conocer unos meses a sus bisnietos. Toda una lección filosófica... .
En ese primer reemplazo -seguido al nuestro-, llegaba el hijo de uno de los generales más importantes
de la época. Del que omito el nombre por su relevancia (y por respeto), aunque será fácil de localizar, si decimos que
era el más cercano a la Casa Real. Un alto mandatario originario de Asturias, también íntimo amigo de Juan Carlos
y Esperanza (que -como ya sabemos- me tenían acogido en su casa). Así que el hijo de este famoso
general, venía también a Capitanía y a vivir con los referidos anfitriones, tan cercanos al padre. Recuerdo
que se llamaba Miguel y que le advertí como -bajo ningún concepto-, podía dormir la primera noche en el cuartel; so
pena de ser humillado y vejado por los veteranos. No sé cómo logramos sacarle, pero es seguro de que lo hice; y la misma
tarde que llegó, le conseguí un pase para pernoctar fuera. Lo que le salvó de las novatadas. Por lo demás, nada más
entrar, me consultó el medio para obtener un destino en Madrid (donde tenía trabajo y novia). Le
informé de que la única solución era pedirlo en la Sección Cartográfica del Ejército -argumentando ser
cartógrafo o geógrafo-. Después de aquello, poco recuerdo de él, ya que apenas estuvo siete días en
Sevilla; logrando pronto el traslado a la capital de España (como hacían otros tantos). Aunque sí me viene a la
memoria, que tenía como proyecto hacerse mánager del que entonces se llamaba “Milikito” -quien luego pasó a conocerse
como Emilio Aragón-. De lo que deduzco, que el referido Miguel, se forró tras La Mili; habida cuenta el éxito de su
representado. También me acuerdo que le encantaba la música y tocaba el piano; por lo que pasábamos buenos ratos
hablando sobre este arte.
Poco después, llegaban las Navidades y al compañero Miguel le habían mandado a Madrid. Yo, volví a
sentirme un poco solo y Esperanza -al verme decaído- comentó que me encontraba muy
desanimado. Aunque el motivo era que “me quedaba más Mili que al palo de la bandera”; pues mi fecha de
licenciamiento era el 16 de enero del año 84 y nos encontrábamos en diciembre del 82. Así, que viéndome decaído, me
propuso vestirme “de bonito” -quitarme el uniforme- para ir al “bingo del Rio Grande”, donde estaban
unos íntimos amigos del general; a los que me deseaba presentar. Le comenté que los soldados no podíamos ir
a juegos de azar; ante lo que Esperanza afirmó:
-”Eso son `chuminás´. Tú te vienes conmigo al bingo del Rio Grande y te presento a los que más quiere tu general, que
verás cómo te enchufan y te mandan `pa´ Madrid”-
Nunca había entrado en un bingo, ni jamás volví a hacerlo. Pero aquella noche debía estar protegido por el
“ala de un ángel”, ya que me tocaron dos líneas y un bingo. Además, encontré a mi comandante Antonio
Esquivias, a la entrada del local (sito frente a la Torre del Oro, del otro lado del Guadalquivir). Así fue como tras
cada línea y el bingo que gané; mandé una ronda de gin-tonic e invité a varios cartones, a esos amigos de
mi general. Quienes estaban asombrados de mi suerte y de mi gentileza; acercándose a mí en varias
ocasiones, para darme las gracias -con gran cariño-. Terminó la velada binguera y lo pasamos bastante bien;
aunque al día siguiente, nada más pasar lista en el cuartel, me llamaron de nuevo; para ir al despacho del
general. Yo no estaba muy seguro de lo que me iban a decir, pues los soldados teníamos prohibido entrar a jugar.
Aunque nada más llegar frente a él, me mandó “descanso” (dejar de estar firmes) y me dijo que unos amigos
suyos habían comentado que yo era un hombre de enorme suerte. Tuve que reconocer que en la noche
anterior así había sido y pedir perdón por ir a un bingo (fuera de horas reglamentarias). Ante todo lo
que el general replicó:
-“Nada de perdones. Ha sido muy útil. Yo estoy muy amenazado por la ETA; soy uno de los primeros
de la lista, para un atentado. Hace un mes se han cargado a mi amigo Víctor Lago. Y ¿Tú sabes lo que
hacía Napoleón cuando le advertían que estaba en peligro?”-.
Yo, que nada entendía, ni nada podía responder; asentí con la cabeza y con gesto dubitativo, dando a comprender que no
sabía “ni Pamplona”, pero deseaba conocer “algo”. Ante lo que el general continuó con tono adusto, pero
animado:
-“Pues colocaba al lado suyo a un tipo con suerte. Porque para Napoleón lo principal era la gente de
buen azar y siempre se rodeaba de personas con muy buena fortuna”-
Estaba perplejo y no comprendía muy bien lo que quería decirme el general; aunque pronto me enteré, al oírle
expresar.
-“Sé que tienes carnet de conducir. Baja a cocheras y que te hagan el militar para llevar coches del
ejército. Luego, cuando tengas el documento, te presentas a Olo (Teniente Coronel Aznar) y se lo dices.
Que te van a nombrar chófer mío para Madrid y el próximo día 22 salimos hacia allí. Así pasarás las
Navidades junto a tu familia”-.
No supe qué añadir y le aseguré que le daría muchísima suerte; por la cuenta que me tenía... . Vi como, ante mi última
frase, él torcía un poco “el morro”; tras ello salí del despacho para tramitar el referido permiso de
conducción. Estaba pletórico. Regresaba a Madrid, a pasar las Navidades junto a mi familia.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, foto de mi carnet militar de conducir; documento que
perdí, cuando me lo robaron en Sevilla (antes robaban hasta a los soldados...). Al lado y
abajo, pendón que llevábamos en el coche y que me regaló el general al terminar La Mili. Luego supe
que se trataba de una "badera coronela" del Regimiento I, Inmemorial del Rey, Don Juan de
Austria. Donde teníamos aparcamiento para dejar durante las noches el coche "camuflado" del general y al que me
destinaron, en caso de movilización, tras licenciarme.
BAJO ESTAS LÍNEAS: Alférez del Inmemorial del Rey, luciendo una bandera coronela, como la del
estandarte que arriba vimos. El Inmemorial de Don Juan de Austria se considera el primer regimiento español de
la Historia, cuyo origen se remonta a la toma de Sevilla por Fernando III el Santo (a mediados del siglo XIII). Es uno
de los más antiguos de Europa y allí parece que se formó el hermano de Felipe II, que finalmente ganó la batalla de
Lepanto (con solo veinticuatro años). La lámina pertenece al archivo real, colección Teatro Militar de Alfonso Taccoli;
duque de Parma, que dibujó los uniformes militares en época de Carlos III.
e- ) Navidad “militar”:
Tras salir del despacho del general, fui a “cocheras”, donde facilité una foto mía de carnet (de la serie
que más arriba recojo), para que me hicieran el permiso de conducir en el ejército. Me aseguraron que en
un par de días lo tendrían preparado; por lo que muy pronto estaría listo y regresaría a Madrid. Tras ello, volví
a mi despacho de destino, en Secretaría de Justicia; debiendo comunicar al comandante jefe que me largaba
a la capital, como chófer del general (siendo baja durante todas las Navidades; desde el 20 de diciembre al 10 de
enero, aproximadamente). Tras darle la noticia con gran alegría a mi superior mayor; Antonio
Esquivias López-Cuervo manifestó que no le gustaba nada. Comentó después que a su tío le habían puesto
una bomba, año y medio antes, muriendo el soldado de escolta y conductor. Por lo que aquella novedad, no
le agradaba nada; ya que hacía un mejor servicio en su despacho. Yo afirmé que no había peligro; a lo que él contestó con
cara de preocupado:
-“Angelito; estamos cayendo casi cincuenta al año, sin distinción (soldados, generales, policías, guardias civiles y
familiares). Es prácticamente un muerto a la semana... . Cuídate mucho y cree que no me hace ninguna gracia que te
marches como conductor especial para Madrid. El general está en el punto de mira de esa gente y nunca se sabe”-.
Finalmente, decidieron que había bastante riesgo en el viaje y era mejor trasladar el coche con un solo
conductor; para no levantar sospechas. Además, dictaron que en este vehículo fuera tan solo la mujer del general.
Viajando él de incógnito, en otro medio, del que no se daba información. A mí, me ordenaron trasladarme en avión desde
Sevilla a Madrid; y debido a ello el recorrido por carretera tuvo que hacerlo en solitario el compañero (que se “mosqueó”
conmigo, pues éramos dos los conductores para Madrid). Recuerdo que el coche oficial estaba camuflado -un
SEAT Supermirafiori 131 color azul- y se guardaba en el parking del Regimiento Inmemorial, de Madrid
(en el Paseo de Moret). Allí había que ir cada dos días, a recoger llaves y vehículo; que se inspeccionaba
siempre antes de arrancar, pese a estar en el recinto militar. Teníamos determinadas órdenes, como la
de vestir de corbata y de paisano; para no levantar sospechas de vehículo militar. Asimismo, estábamos
obligados a no dar información alguna sobre destinos (aunque nos preguntase un superior). Cuando
realizábamos servicio de conductor, no debíamos perder jamás el coche de vista; sin apartarnos y
vigilando a su lado cuando se bajaban los pasajeros -para que nadie se acercase-. Por su parte, el general
venía vestido de calle y ocupaba el asiento delantero, si no había otras personas; con el fin de no aparentar ser un
chófer y su mando. Recuerdo que él, entonces, vivía muy cerca del Cuartel Inmemorial (en el Paseo San Francisco de
Sales), por lo que era fácil llevarle y traerle; a más de conducir por Madrid, ya que teníamos pases que nos permitían
circular por las calles que la policía cortaba.
También me acuerdo de que cómo entrábamos y salíamos del Inmemorial; siempre vigilando maleteros
y los bajos; pasando espejos por si había un “artefacto”. Al recoger el coche (camuflado) no debíamos
dar explicaciones más que al los mandos de guardia y normalmente me confundían con un oficial -por ir
de corbata y sacar un vehículo del parking del cuartel-. Algo que me hacía enorme ilusión; por lo que dejaba
que todos se cuadrasen ante mí, sin advertirles que yo era un simple soldado. Se ponían como una vela,
cuando metían el espejo para inspeccionar los bajos, pidiendo permiso con enorme respeto al abrirme la maleta; lo
mismo sucedía mi paso (creyendo que yo era un teniente o un capitán). Pudiendo disfrutar de estos saludos durante
bastantes mañanas, hasta que un día encontré de guardia a uno de estos sargentos, que se ponían tan
firmes y efusivos ante mí. Entré haciéndome el despistado, medio cabizbajo; y cuando se volvió a
cuadrar a mi presencia, le dije que descansase... . Tras ello, le entregué la documentación, para recoger
las llaves del coche. Pero al ver aquel hombre que yo era un soldado conductor; no sé que le dio en el
cuerpo, que me quería casi fusilar. Comenzó a gritar:
-“Este mamón... . Si es un recluta... Y llevo una semana cuadrándome cada vez que pasa. ¡Le mato; le mando a
galeras!. Y lo que más me fastidia, es que siempre me dice que `descanse´, haciendo la señal con la manita...”.-
Ante esta escena, sin saber qué hacer; eché a correr por todo el parking, con las llaves del coche en la mano,
argumentando que me esperaba el general y no podía retrasarme. Que si quería meterme en el calabozo, ya me arrestaría
en otra ocasión (siempre que el general no me necesitase). La cosa se terminó, porque al oficial de guardia le dio la risa y
dijo al sargento que eso le pasaba por ser “tan pelotillero”.
Recogí aquella mañana al general y le narré lo que me había sucedido (para que no me arrestaran). Él
no podía parar de reír y me preguntaba si me sentía tan feliz al ver como se cuadraban ante mí los
superiores. Le confesé que sí, que había sido una experiencia maravillosa. Debió pensar que lo mío era de
campeonato. Por lo que, acto seguido, me ordenó que pusiera el aire acondicionado en el Supermirafiori. Yo, no sabía qué
hacer; pues no se me había ocurrido estudiar el manual del vehículo (tal como era mi obligación). Sin poder decirle nada,
ni encontrar respuesta; le advertí que estábamos en plenas Navidades y que el aire de Madrid era fresco y maravilloso;
bajando la ventanilla del coche. Aquel general (famoso por duro) se me quedó mirando con ojos de asalto; afirmando que
tenía yo una cara como un piano. Que tan solo sabía encender el coche y bajar las ventanillas, sin haber leído nada sobre
su funcionamiento. Tuve que reconocerlo, aunque toda aquella reprimenda no me supuso gran problem; pues le hizo
gracia lo de que el aire de Madrid en diciembre, no se podía comparar con el aire acondicionado.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos noticias de esos años -agradecemos al diario El País, nos permita
recogerlas-. Arriba, página del 19 de marzo de 1980, con el atentado al general Esquivias, perpetrado
en el barrio madrileño de Salamanca; en pleno centro de a ciudad y frente al Colegio de El Pilar. Iba
dirigido contra él y su ayudante de campo, que salieron ilesos; aunque allí murió su soldado escolta y
conductor (José Ramírez, de diecinueve años). Abajo, portada del diario El País (5 de noviembre de
1982) con el atentado de ETA, donde murió el general Lago Román. Este amigo y compañero de mi
general, era el jefe de la división acorazada Brunete; fue asesinado cuando Felipe González entraba en
La Moncloa, con el fin de desestabilizar la democracia.
Pocos días más tarde, entorno al 20 de diciembre: me nombraban “chófer para Madrid” de uno de los
militares más amenazados del momento. Nunca pensé que podía pasarme algo, pero con el paso del
tiempo reconocí que hubo un riesgo. Peligro que quizás evitamos en Madrid, gracias a que mi compañero y yo
éramos más que cautos. Tras esta experiencia, siempre he tenido la cabeza muy alta, por haber protegido
a quienes eran la autoridad y el mando, en un Estado de Derecho. Sintiendo un profundo desprecio
por todos los que “disculpan” -de un modo u otro- a los asesinos y coautores de esa masacre que
vivimos, durante los años llamados “de plomo”. Cuyas víctimas mortales mientras yo estaba en el Cuartel
General (protegiendo a altos mandos) fueron unas cincuenta y cinco. A todos los muertos y a sus familias, mi
homenaje; pues había podido tocarme a mí. En cita final (*12) , recogemos la lista de asesinados por ETA desde
septiembre de 1982, al 15 de diciembre del 83, fechas en las que pudimos haber caído cualquiera de nosotros
-principalmente, soldados cercanos a generales de importancia-.
A quienes quieran consultar la lista general de esas víctimas, facilitamos esta página de wikipedia: Asesinatos
cometidos por ETA desde la muerte de Francisco Franco
https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Asesinatos_cometidos_por_ETA_desde_la_muerte_de_Francisco_Franco
Pese a todo, días después me castigó el destino, por haber tenido tanta jeta. Fue una ocasión en que llevé al
general hasta El Corte Inglés de Preciados. Recuerdo que ese año era el primero en que se cerraba la Calle Mayor,
accediendo a Sol gracias a la documentación militar. Debido a ello, me advirtió de que estaba claro, que el nuestro
se trataba de un vehículo oficial; porque casi no había otro coche en ese área. Debiendo tener especial
vigilancia. Pero al poco de bajarse del coche el pasajero, vinieron a hablar conmigo unas chicas monísimas
extranjeras; preguntando donde estaba la Puerta del Sol. Con gran amabilidad, les acompañé unos cien
metros, para indicarles el mejor camino a tan bellas ninfas; aunque cuando me di la vuelta, me percaté
de que había dejado el vehículo solo y sin mirar si alguien se acercaba a él. Me dieron los siete males,
pensando que debía decirle lo sucedido al general, pues podía tratarse de una trampa, para colocarnos
un artefacto. No llevábamos espejo de revisión en la maleta y no sabía qué hacer. Entré en un mar de dudas y me
dije a mi mismo:
-“Tienes, tres opciones: Si comunicas lo que ha pasado; vendrán del Inmemorial y haya o no algo
abajo, te caerá un paquete; como el que pueden haber colocado en el coche. Si no dices nada; quizás
palmemos dos... . Si arrancas el coche y lo mueves un poquito; seguro que no hay objeto alguno
adherido y se te quita la angustia”.
Así lo pensé y así o hice. Me caía un sudor frío en las sienes y di al contacto; luego puse la primera y
frené de golpe. Más tarde, di la marcha atrás y volví a dejarlo donde estaba. La cosa no fue a más... . Afortunadamente.
En lo que respecta a las conversaciones con el general, eran muy interesantes; pues se trataba de una
persona verdaderamente culta. Le encantaba el tema de Tartessos y me recomendó una gran cantidad de
bibliografía sobre Historia y Arqueología. Aunque no estaba muy de acuerdo conmigo, cuando yo no quería
quedarme con su pistola; explicándole que tenía miedo de que se me disparase. Algo que le enfadó una
noche, cuando le llevé a cenar al Cocinero Feliz (un restaurante de Capel); donde me dijo que le habían comunicado
teníamos una amenaza bastante grave. Me quiso dejar el arma y yo le repliqué que si la disparaba, seguro que me daba en
los cataplines. No le gustó el chiste... .
Por último, narraré como fue el Fin de Año de esas Navidades; ya que al día siguiente celebraban el
Santo y él y su padre. Ambos, de origen pacense y bastante “impacientes”, aunque el general afirmaba
que su progenitor tenía aún peor carácter (lo cual debía ser un record). Por lo que estaba obligada toda la
familia, ir a comer con el abuelo cada Primero de Año. Así, debíamos salir en dos coches hacia Badajoz,
a las seis de la mañana. Una hora en que los hijos regresaban de celebrar la el 31 de diciembre y todos
bostezábamos (ya que nadie había dormido antes de las dos). El viaje duraba seis o siete horas de ida y otras
tantas de vuelta, cruzando Talavera y con la N-5 en un solo carril. Tras llegar a la capital extremeña, los dos chóferes
comíamos en un cuartel (había pollo, al ser uno de enero); mientras el resto lo hacía con su abuelo y creo que lo pasaba
mucho peor que nosotros... .
En aquel trayecto de unas catorce horas, solo se oían protestas de los hijos y reproches sobre aquella primera
jornada del año, que siempre estaba fastidiada por el cabeza de familia. Aunque nadie faltaba a la cita
por temer que si no iban, el abuelo repitiera lo que hizo unas navidades en que se negaron a celebrar así
su santo. Presentándose en viejecito en Madrid, en un taxi; viniendo con ese medio desde Badajoz, para
comer con la familia unos días después. Broma, que les había costado treinta mil pesetas de taxi y el
consabido regreso del visitante, debiendo devolverle a su lugar de residencia. Por todo cuanto entendí, el
motivo de ese viaje tan imprescindible cada primero de enero; ya que de no hacerse, el abuelito se plantaba en Madrid,
fuera como fuese. También comprendí lo que comentaba el general, sobre el carácter de su padre; aún peor que el suyo... .
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: fotos de varios personajes que conocí en mi etapa de La Mili;
en Sevilla. Arriba, el gran flamencólogo y cantaor aficionado, Amos Rodríguez Rey. Al lado, El Pali;
famoso cantante de Sevillanas que no dejaba de tomar "bacalao con tomate". Abajo, El Beni de Cadiz
(Benito Rodríguez Rey), hermano de Amos y un artista tan genial como toda la familia.
f- ) Acostumbrado al ejército:
Al regresar a Sevilla, después de pasar las Navidades 1982-83 como chófer del general en Madrid;
comprendí que La Mili solo tenía un secreto, y ese era acostumbrarse. Hacer tu vida, como si nada
extraño ocurriera; saliendo por las tardes, para llevar una existencia plena y normal. Iba a las bibliotecas y
asimismo me movía entre los aficionados a la guitarra, dándoles a conocer mi ballet Tartessos. Llegando un día
en que me propusieron presentarlo en la Plaza del Cabildo. Al referido estreno, asistieron numerosas
personas interesadas en escucharlo; entre las que destacaba un cantante llamado Benito Rodríguez
Rey. Hombre con más gracia que Tarzán con corbata, de enorme bondad y con una gran inteligencia. Quien tras
escuchar la obra, se acercó a mí y me dijo: -“Maestro, tiene Ud. que ir a ver a mi hermano; Amos. Es
flamencólogo y le va a encantar lo que Ud. compone”-. Después, me entregó una nota que contenía la dirección
donde me esperaban, para oírme tocar “mi Tartessos”. Terminó apostillando: -“Por cierto yo soy El Beni de
Cái; si no estuviera cuando visites a mi hermano; le dices que vas de mi parte”-.
No pude esperar ni una sola jornada y al día siguiente me dirigí hacia el lugar que aquel Benito me había
señalado. Iba vestido de soldado, con la guitarra en mano y bastante nervioso, por conocer al famoso
flamencólogo. Llegué a la calle y número señalados (Arfe, 24) y allí no había portal; tan solo un bar que
ponía “El colmaito de Cái”. Di una y otra vuelta; sin hallar la dirección, hasta que entré a preguntar en el
referido colmado; donde tras la barra, estaba un señor con mandil friendo pescado. A él dije:
-“Por favor. ¿Sabe Ud. dónde puedo encontrar a Don Amós Rodríguez Rey?”-
Aquel hombre se dio la vuelta y con gran elegancia, sacándose el mandilón; me respondió:
-“Aquí me tiene, `pa´ lo que le haga falta”-
Pregunté entonces si era el hermano de El Beni; y en ese momento sacó la cabeza desde la trastienda el susodicho Benito,
que dio un grito de exclamación, comentando:
-“¡Pero que pronto has `venio´!”-.
Tras lo que dirigiéndose a Amós, le explicó que era yo el que había hecho esa música de “los Tartezzo” a la guitarra.
Mientras; el hermano mayor solo estaba atento por si me gustaban las acedías fritas, que le salían muy bien. Asentí,
confirmado que me encantaban y así fue como mientras Amos preparaba el pescado y yo afinaba la guitarra; El
Beni buscaba un buen finito, para entonarlo todo.
Aquella tarde fue una de las que más me he reído en mi vida. Con las anécdotas de El Beni, decoradas
por su hermano. Finalmente, quedaron en presentarme a un tal Pulpón, que era un agente de artistas;
al cual no le hacían falta máscaras (según El Beni). Pues tenía tal pinta, que en Carnaval solo se ponía
una goma de lado a lado en las orejas. Aunque se asustaban `tos´, al ver una “careta” tan horrible.
Varias tardes más pasé junto a Amós y El Beni en aquel “colmaito”; dos personas magníficas. Alguna vez
se acercó también el referido Pulpón, que no era tan feo y resultaba un hombre agradable. Quien me
dijo muy serio y casi triste, que la guitarra flamenca ya había entrado en crisis; más aún la
clásica. Porque la gente joven solo quería Pop o Rock; tanto que en Andalucía empezaban a tocar todo en fushion
(mezcla de flamenco con sonidos modernos). Una fusión de folklore con otros géneros -principalmente jazz y blues- que
habían exigido hasta a Paco de Lucía. Lo que prometía un triste augurio a un ballet compuesto para guitarra clásica; por
mucho que fuera de los “Tartezzo...” .
Por todo lo que narro, mi recuerdo de El Beni y de Amos, no puede ser mejor. Y las tardes que pasé
junto a ellos, fueron suficientes para darme por pagado en mi profesión de compositor. Así recomiendo, a
quienes tengan un momento, consultar la cita (5) abriendo los enlaces que contiene; donde pueden ver programas de
televisión y reseñas de estos dos hermanos maravillosos. Sobre los que contaré una última anécdota. Pues sabido es
que El Beni murió en 1992 (diez años después de cuanto narro) y Amós quedó muy solo tras el
fallecimiento del benjamín familiar. Cuatro años después -en 1996-, durante una comida con sus
amigos; sintiéndose indispuesto, se llevó la mano al corazón. Los que le acompañaban, se preocuparon; aunque
el menos interesado por ese mal era Amós, ya que muy pocas ganas tenía de vivir. Al rato, quienes estaban a su lado,
vieron que se desfiguraba y parecía sudoroso, con cara de dolor, inclinándose sobre un costado. Fue entonces cuando
uno de los comensales le preguntó:
- “¿Amos. Quieres que llamemos a un médico?”-.
Y él respondió
- “YES”-
Sus amigos, muy alarmados le dijeron:
- “¿Cómo que yes?. Si tú no has hablado nunca inglés”-
Contestando el interesado:
- “PUES ME VOY A MORIR EN INGLÉS...”-
Fue así, entre risas y asombro; cuando decidieron llamar a una ambulancia, que llegó pronto, pero
encontró al pobre Amós ya difunto. Y es que, tal como él quería; se murió en inglés. Pues era, además de un
filósofo y un sabio; un hombre absolutamente genial.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, dos fotos comparativas mías de 1982. Antes y después de
entrar en La Mili. Abajo, mi cartilla militar; donde figuran los números que tuve en cada destino (133
de la 2º, en Cerro Muriano; 136 en Capitanía General).
Otro de los personajes que conocí en esos días de Sevilla, fue El Pali; un cantaor de sevillanas que no
paraba de comer bacalao con tomate, acompañado de una cañita. Estaba normalmente en una taberna
muy cercana al “Colmaito de Cai”, situada tras el antiguo edificio de Correos. Sentado de frente y con la silla
vuelta (como los vaqueros), aducía que así no le molestaba la barriga. Comentaba que no salía de ese bar, porque había
nacido unos metros más “pa allá”; en la antigua Casa de la Moneda -situada en un precioso callejón que separaba la
Catedral y la Torre del Oro-. Un día quise saber por qué le llamaban “El Pali” y me respondió, que era por
soltar una buena paliza a “`to´ el que le hacía esa pregunta tan idiota”. Tras ello, sonrió y dijo que de niño era
como una vaina; “más canijo que un palillo” y que por eso -o por apellidarse Palacios-, se había quedado con el
mote. También supe que falleció en 1989, seis años más tarde de verlo por última vez en aquel lugar; “él
tomando bacalao y yo `vestío de soldao´” (como decía con tanta guasa). Aún le recuerdo sentado igual
que siempre, en la silla vuelta; junto a la acera, hinchándose a bacalaito con tomatito. Al que quiera
conocerlo, o de nuevo oír sus sevillanas; le invito a visitar los enlaces de Youtube en cita (6) junto a su biografía en
Wikipedia.
El tiempo fue pasando y mientras yo me había adaptado a esa vida militar; llegó la primavera, que en
Sevilla comienza al inicio de febrero. Momento en que nos quitaron la gabardina y desde estas fechas lucíamos el
uniforme a cuerpo. Fue entonces cuando una tarde, regresé a casa y me dijo Esperanza que debíamos ayudar a
una viejecita, que estaba “mu apurá”. Como de costumbre, antes que nada me fui a la ducha y me eché el agüita, que en
Andalucía es preciso tomar de continuo desde que el Sol inicia sus primeros combates. Tras ello, me arreglé y ya de
paisano, fui hacia donde me esperaba aquella anciana a la que llamaban tita Emilia. Se encontraba junto a un par de
amigas; estaba llorosa y como desencajada. Al entrar en la salita, dijo Esperanza con voz muy fuerte y segura:
- “Ya está aquí; el `soltaito´ Angelito. Es el Perry Mason de los cuarteles. El asesor `melitá´ de los
generales. Sabe más de leyes, que la abuela de Dios y te va a solucionar esto en un plis-plas”-
Al oír aquello, yo no sabía que cara poner y me di la vuelta; para que no viesen que me daba la risa. Luego, la mujer de
Juan Carlos continuó explicando que la tita Emilia, no había tenido nunca teléfono; pero al recibir una mejor pensión,
decidió colocarlo. En eso vino un instalador que le puso la linea y “el aparato” -como se decía entonces, pues ahora este
sustantivo refiere algo más sexual que mecánico-. Así que la pobre viejecita estaba muy contenta y decidió darle cien
pesetas de propina al trabajador, por hacer todo bien. Con tan mala fortuna, que echó mano al bolso y le
soltó quinientas; sin darse cuenta. Eran los dos billetes mas usados y su tamaño se parecía; tan solo se
diferenciaban en que uno tenía color ocre y el otro azul (el de 500). Cien pesetas hoy equivaldría a 60 céntimos; pero por
entonces valía lo mismo que diez euros, mientras quinientas podemos valorarlas en unos cincuenta. Siguió Esperanza
narrando que días después, viendo tita Emilia el monedero, reparó en el terrible error. Por lo que muy
preocupada y necesitando el dinero, llamó a Telefónica para encontrar al referido instalador y que le
devolviera 400 de las 500 pesetas regaladas. Tras algunas gestiones, en la central; le respondieron que ni
podían decirle el nombre del trabajador, ni menos ponerle en contacto. Porque -además- aquello era
una empresa pública, donde no se admitían propinas.
Fue desde ese momento, cuando todas las noches sonaba su “aparato”; a la una, a las dos, las tres,
cuatro y cinco de la mañana. Sin parar de hacerlo ninguna madrugada. Estaba segura de que era la
venganza del hombre aquel (que se habría llevado una reprimenda); y ella buscaba una solución jurídica al tema. Yo,
me quedé pensativo; haciéndome el interesante. Tras lo que contesté, con tono de sabio:
-“Lo único que tiene que hacer Ud. es descolgar el teléfono cuando vaya a dormir y colgarlo cuando se
levante. En unos días ese impertinente dejará de molestarla, al ver que su linea siempre comunica”-.
Pero la tita Emilia, reaccionó con enfado; afirmando:
-“Sí claro... . Y quien paga la luz y la factura de teléfono. Porque aquello no para de sonar `ti-ti-ti-ti...´,
una vez que se descuelga”-
Fue imposible convencerla, de que el “aparato” no era un grifo; por donde se escapaba la llamada y la electricidad.
Así que se marchó muy disgustada de mis consejos. Tanto que unos días después, cuando me encontró en Los
Remedios tomando cabrillas -caracoles- con otros soldados en la terraza de un bar; me gritó:
-“¡Túuuu... . Perry Mason. Ven `pacá´!”-.
Me acerqué, un tanto avergonzado; mientras mis amigos se preguntaban a qué venían esos gritos y el mote. Pero
cuando llegué hasta tita Emilia, me dijo en tono siniestro:
-“Tú `mu´ listo no eres; no... . Mira que te has `metío´ donde cobran menos por la ración de cabrillas.
¿Pero sabes por qué son tan baratos allí los caracoles?. Porque se los compran a gitanos que los
recogen en las lápidas del cementerio. ¡Ojú, qué `malange´ tiene eso que te estás comiendo!”-.
¡Se me atragantó hasta El Pelargón que me habían dado de niño!. ¡Madre mía, que vieja más rara esa
tita Emilia!. Parecía la reencarnación de la madre de Muza. No me extrañó que el instalador de telefónica terminase
hasta el gorro de la señora... .
Al regresar a casa, conté a Esperanza lo sucedido y rápidamente apostilló:
-“¡Ea...¡. Pues vamos a hacerle nosotros también una llamadita a tita Emilia esta noche. Porque no te
creas tú que el teléfono le suena a cuenta del que se lo puso. Está medio barrio harto de esa bruja”-.
Así era Esperanza y así era la Sevilla de entonces. ¡Qué arte!.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos partes de un extenso artículo que publiqué en el Diario
Informaciones de Madrid, mientras hacía La Mili. Intitulado “Qué significa España”, trataba sobre la
etimología de esta palabra y su sentido como un lugar unido desde los tiempos más
remotos. Explicando que -a mi juicio- España, Hispania, Iberia y Hesperia; significan originariamente: Occidente.
Fue uno de los muchos artículos que escribí y publiqué durante mi época de Mili, pese a que mi capitán decía que los
soldados no podían hacer públicas sus ideas... .
Para los interesados en lo que escribo sobre arqueología e Historia Antigua, recomiendo consultar los
siguientes enlaces:
TARTESSOS Y LO INVISIBLE EN EL ARTE:
http://loinvisibleenelarte.blogspot.com/
SOBRE LOS TEXTOS IBÉRICOS:
http://sobrelostextosibericosdemario.blogspot.com/
Más famosos había en esa Sevilla clásica y a muchos de ellos visitaba mi padre, junto a Juan Carlos.
Quienes pertenecían a un círculo de humor llamado La Archi-Academia; situado detrás de una huevería,
en el mercado de la Puerta de la Carne. El presidente de la citada tertulia era Paco Gandía (7) y se reunían los
jueves en ese local donde se vendían derivados de la gallina; para contar anécdotas y chistes. Al llegar, te preguntaban si
eras o no archi-académico; pues de no ser miembro de honor, había que entrar por la zona de los pollos, que olía a corral
más que un Avecrem caducado. Yo nunca tuve el honor de asistir a tan ilustres reuniones, donde Paco
Gandía dirigía las conversaciones; en las que intervenían los más reconocidos inteectiales del
momento. La mayoría aficionados y algunos profesionales del humor. Uno de los días en que fueron Juan Carlos y mi
padre, me narraron la historia de Paco Gandía. Que reconocía haber trabajado como pintor de brocha gorda diecisiete
años, sin abrir la lata jamás. Porque todos los clientes le contrataban para que contase chistes y nunca tuvo que pintar
“na”. Así afirmaba haber “sío” el único “ortónomo”, al que nadie le había “explotao”.
Otro de los ilustres sevillanos que se visitaban en esos días, era Vicente El Traga (que tristemente murió
en navidad de 1982). Quien tenía una taberna donde habían disfrutado de las mejores juergas, ilustres invitados
como: Omar Shariff, Charlon Heston, Peter O´Toole, Luis Miguel Dominguín, Antonio Ordóñez, la princesa Soraya, la
duquesa de Kent, Mel Ferrer, Audrey Hepburn y largo etcétera (8) . Al parecer uno de los grandes secretos del
famoso “traga-tapas” era que tenía el aparato de discos desenchufado. Por lo que cuando echabas la
moneda, le decías a Vicente lo querías oír y te lo cantaba a voz pelada. Más curioso era el bar de El
Peregil, donde algunos ilustrados comentaban que Perejil se escribía con “J”; respondiendo el dueño
del local, que él se llamaba: Pepe Pére Gil... . Quien también hacía maravillas con la máquina de discos (tan
común en los años setenta y ochenta). Porque era un gran cantaor y cuando la ponías en funcionamiento, cantaba sobre
el sonido del aparato; dejando a todos absortos (9) .
Pasaron así los meses y dediqué el resto de los días a leer sobre Tartessos, a escribir, a tocar la guitarra
y componer. Publiqué numerosos artículos, entre ellos dos muy extensos en el Diario Informaciones de
Madrid; que de nuevo me valieron la reprimenda del capitán de mi Compañía . Quien me advirtió que los
soldados no podíamos escribir en medios públicos; por lo que decidí enviar cuanto sacaba a la luz a los generales y altos
mandos del cuartel, sin hacer ni caso a tan absurdas advertencias. El tiempo seguía corriendo y se cumplió un año
desde mi llegada a Sevilla. Ya de “bisabuelo”, creyendo que me quedaban varias semanas de Mili, fui
informado de una gran noticia: El Capitán General se jubilaba y decidió licenciarnos a todos con él. Era a
fines de noviembre de 1983 y aquello nos quitaba un mes de Servicio; así, que fui a por ropas de paisano, entregué el
equipo militar y en una hora estaba fuera del cuartel -de nuevo, ciudadano-.
Con mi cartilla en la mano y libre para siempre; regresé a Madrid una semana más tarde, donde pude
volver a la Carrera. Aunque esta vez deseaba hacerme profesor de Historia del Derecho. Para ello,
preparé una tesis sobre la justicia en la Protohistória; del cual desarrollé un primer paper en 1984,
llamado Las leyes de Tarschisch”. Unas doscientas cincuenta hojas que entregué al entonces decano de la
Facultad (Gustavo Villapalos) a través del Vicedecano (José Martín Blanco). No sé en qué manos cayó, ni sé por qué no lo
llevé a Propiedad Intelectual antes de darlo a conocer; ya que meses después me lo encontré publicado -calcado
en gran parte-. Años más tarde, pude conocer al editor que lo había imprimido, al que narré lo que me
había pasado. Quien me dio la razón, me pidió disculpas; pero pronto volvió a hacer una nueva edición
del libro plagiado. Todo ello me mostró y demostró que había gente mucho peor fuera de La Mili, que aquellos pocos
que me hicieron la vida un tanto imposible en el ejército. Pero esto ya es otra historia, que contaremos en otra ocasión.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes más de mi Cartilla Militar, sellada y preparada para
licenciarme. En la foto, he borrado el nombre y marca del referido capitán, con el que tuve algún
problema. Curiosamente pone que ingresé el 15 de octubre, para decir más tarde que el periodo total de Servicio
miliar era 1 año y 3 meses (total quince meses; los que discurrieron desde el 15 de septiembre de 1982 y el 15 de enero
de 1983).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, famoso estoque de Don Juan de Austria, regalado por el Papa
tras su victoria en Lepanto (propiedad del Museo de la Armada Española, a la que agradecemos nos
permita divulgar su foto). Acerca de este mandoble, viví una anécdota que ya he narrado en otras ocasiones.
Sucedió en verano de 1971; cuando tenía diez años y se cumplía el 400 aniversario de la Batalla de Lepanto. Momento
en que la Armada decidió mandar el espadón de Juan de Austria a Viena, para que desfilase en la gran celebración del
cuarto centenario de esa victoria. La persona que custodiaba la espada era un familiar mío y no se le ocurrió otra
idiotez mayor, que hacer una fiesta para degustar melones, que él partiría con el referido estoque. A tal evento
inexplicable fui invitado (como sobrino lejano) y al ver hacer gajos varias piezas, con la espada histórica; me negué a
comer. Dije que aquello me parecía una barbaridad (pues golpeaban la mesa con la hoja, al partir la fruta) y el
anfitrión decidió que yo era un niño repipi. Sin tener en cuenta mi edad, se dirigió a mí con las palabras: -“anda
guapo, vete con tus papás”-; invitándome a salir de su casa. Mis padres confirmaron que aquello era una burrada, a
más de una guarrería; porque ese arma había salido de una tumba. Siempre me acordé de los sucedido y doce años
más tarde, al ver que mi destino final era El Regimiento Inmemorial I, Don Juan de Austria (donde también había
guardado el coche del general). Pensé que quizás esa Mili tan buena, fue gracias al amparo de Juan de
Austria; por no haber comido de aquellos melones cortados por un salvaje, que usó así su estoque en
una fiesta. Abajo, dibujo mío con un chiste, que lo dice todo sobre La Mili y lo que pasábamos los
chicos en esas fechas; mientras las mujeres no tenían obligación alguna y terminaban siempre un año
antes la carrera.
IV) OTRAS MILIS, OTRAS VIDAS:
a- ) La Mili de mi hermano Mario:
Mi hermano tuvo un Servicio militar muy diferente al mío; bastante duro y con mala suerte.
Fundamentalmente debido a que lo hizo cuando era mayor; entró con veintisiete años y salió casi con
veintinueve. Antes de ello, se examinó de IMEC durante varios veranos, intentando ser Alférez o Sargento; pero no
aprobó por gordito. Después, esperó a terminar la carrera, para intentar otro medio de hacerla; preparando alguna
oposición al ejército o bien con un enchufe soberano. Pero cuando quiso darse cuenta, tenía ya veintiséis años y había
terminado de estudiar arquitectura. Por lo tanto, no le concedían más prórrogas, aunque pidió la exención de un año
más, aduciendo que estaba preparando el doctorado; tan solo para buscar una fórmula que le permitiera acceder de
oficial o suboficial. Aunque al no ser deportista y fumar, le fue imposible pasar los exámenes requeridos. Así, que con
veintisiete años en 1979, ya tiró la toalla y entró en sorteo; tocándole también la II Región Militar
(Andalucía, igual que me sucedería a mí años más tarde).
Mi madre estaba verdaderamente preocupada de que ingresase tan mayor y la hiciera de soldado; por lo
que pidió a su primos militares que le echasen un cable (un enchufe, como se decía). Asimismo, la
situación política de esos años era muy agitada -por no decir peligrosa- y mi progenitora tenía miedo de
que sucediera “algo” (tal como pasó en 1981, con El Golpe del 23 de febrero; mientras mi hermano
estaba en el ejército). Ella había vivido la guerra de niña en Sagunto, donde su padre era director de los Altos Hornos
y fue ejecutado; tras un juicio sumarísimo y sin cargos -el 21 de agosto, al mes de iniciarse la Contienda Civil española-.
Poco después, mi abuela también murió a consecuencia de lo que pasaron en Valencia, y mi madre quedó huérfana con
solo doce años. Un trauma infantil que jamás logró superar. Debido a ello, tenía horror por lo que mi hermano
podría vivir en La Mili; y aquella situación de nervios le llevó a sufrir un ictus cerebral. Sucedió en
primavera del 79; el día en que telefoneó un primo suyo, comentando que había encontrado buen destino en Sevilla
para La Mili de Mario. Recuerdo que estábamos en casa de mis padres y vino a comer mi primo Arturo -que por entonces
terminaba la carrera de ingeniero en Madrid-. Ella se quedó como dormida en la mesa y creímos que se había
desmayado. Al verla inmóvil, Arturo me ayudó a tumbarla en un sofá; y al observar que durante un tiempo no se
despertaba (ni daba señales de recuperarse) llamamos a un médico. La recogieron y entró directamente en cuidados
intensivos. Entonces no había scaners, ni medios de auscultación cerebral; por lo que determinaron que la situación
de alteración vivida, le había producido esas lesiones. Estuvo semanas en el hospital y meses en cama;
finalmente se recuperó, aunque tardó años en restablecerse.
Todo ello, llevó a que mi hermano retrasase más la entrada en el ejército, alargando la espera hasta el
último reemplazo; incorporándose en noviembre de 1979, casi con veintiocho años. Le tocó ir
igualmente al Cerro Muriano; donde en los permisos y fines de semana que le permitieron bajar a
Córdoba, fue atendido con enorme cariño por mis tíos Arturo y Pepita (junto a sus hijos: Arturo,
Francisco, Luis y Mario). Pese a ello, ya era muy tarde para incorporarse a filas y le resultaba difícil verse rodeado de
chavales, que en su mayoría tenían diez años menos. Asimismo, con esa edad y su carrera terminada, era más que
incómodo hacer lo que a un chico de dieciocho no costaba apenas esfuerzo. Pero nunca protestó y siempre
consideró que La Mili era muy educativa; porque en ella comprendías a los demás, veías como vivían los
más vulnerables y debías tratar con todos -de igual a igual-. Comentando que te daba la oportunidad de
vivir en un lugar lejano al de origen, fuera de tu entorno y ajeno a tu grupo social o familiar. Lo que te
facilitaba conocerte a ti mismo, experimentar nuevas vivencias y estudiar temas a los que no habías
podido acceder antes. Así fue como mi hermano se especializó en pintura andaluza del siglo XVII,
durante su estancia en el Servicio Militar.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Imágenes de mi primo Arturo y de sus padres (mis tíos,
Arturo y Pepita). Arriba, una divertida fotografía tomada hacia 1958, en el Circo Price de Madrid;
donde le vemos junto a mis padres y mis tres hermanos. Mario, en primer término -a nuestra derecha- y en el
centro Arturín, con cara de admiración; boquiabierto y posiblemente emocionado por lo que sucedía en la pista. Al
lado, foto de la boda de mi primo Arturo, celebrada en los días en que mi hermano Mario estaba en La
Mili y por ello no pudo asistir (verano de 1980). En imagen y tras la novia, mi padre junto a mi tío Luis. En el
centro, sobre el novio; sus hermanos, Luis y Francisco. Como padrino, el tío Arturo. Abajo, imagen muy posterior;
tomada en noviembre de 1991, durante la boda de mi hermano Mario. Mis tíos Pepita y Arturo; junto a
su segundo hijo, Francisco.
Tras cumplir Mario la instrucción en el CIR del Muriano, a cuya Jura de Bandera asistió mi madre
todavía convaleciente y en silla de ruedas. Fue destinado a la Sección Logística número II; donde se
necesitaba un arquitecto. Aunque tras llegar al cuartel, cambiaron al coronel; y de ser un regimiento
cómodo, paso a convertirse en uno duro. Así pues, todo se le torció al pobre y tuvo que hacer allí de arquitecto, de
aparejador, de niñera y hasta de centinela perpetuo; pues por su edad y labor, guardaba las laves del polvorín. En este
estado y sin poder salir mucho, un día le otorgaron libres los tres días de un puente. Salió un jueves,
para regresar al cuartel un lunes; aunque antes de darle ese permiso, le advirtieron que debía regresar
“pelado” (pues tenía bastante mata en la cabeza). Fue a casa de Esperanza y Juan Carlos -como yo hice años más
tarde-; donde les comentó que necesitaba buscar una peluquería. Pero le advirtieron que ya era tarde y al día
siguiente celebraban el patrón, siendo después sábado; por lo que estaría todo cerrado durante esos tres
días -entonces no se trabajaba en festivo-.
Así fue como la misma Esperanza se ofreció a cortarle el pelo; y no sabiendo como agradecerlo, mi hermano
invitó a unas cervecitas en el bar más cercano. Después de tomarlas, volvieron a casa y ella sacó unas tijeras del año
catapún. Le puso una batita encima y en la cocina, se dispuso a rebajarle el cabello que sobraba. Mi hermano
decía que notaba como si le mordiera un bicho de vez en cuando; aunque ella no paraba de decir -“`Tate
´ quieto; no te vaya a cortar una oreja”-. A la media hora le comunicó que ya se había terminado el
“pelao” y cuando él fue a verse a un espejo, no podía creerlo. Tenía más boquetes en la cabellera que los
clientes del indio Jerónimo. No le había dejado ni un solo centímetro sin un mal tajo y se le veía la piel
en todos aquellos trasquilones. Parecía un tiñoso, con el pelo arrancado a mechones y no se atrevía ya ni a salir a la
calle. En esta situación, llamó por teléfono a mi padre narrándole lo sucedido, advirtiendo de que si
entraba así el lunes en el cuartel, le llevaban directamente al calabozo o al hospital (pensando que tenía
tiña o lepra).
Mis padres, muy preocupados, le dijeron que tomase un avión al día siguiente (sábado); que llamarían a
un amigo peluquero en Madrid, para que le igualase esa escabechina que le habían hecho en la cabeza .
Recuerdo que fui a recogerle al aeropuerto de Barajas y salió del avión con las solapas del abrigo subidas hasta
arriba, llevando además una boina de mujer, que le había dejado Esperanza (a cuadros, para mayor
“dolor”). Al entrar en el coche, se descubrió y parecía el sobrino de Nosferatu... . ¡Madre mía, que
trasquilones; como si le hubiera mordido un mono enfadado!. Al verlo mis padres y hermanas, no podían parar de reír;
mientras el pobre se lamentaba de su triste estado. Jamás habíamos conocido una cabellera así; parecía que le habían
pillado los indios Siux, un día de tormenta. ¡Qué horror era aquello!. Ante tal situación, mi padre llamó a un
conocido suyo, un famoso peluquero (Jesús Cacho); advirtiendo de la urgencia y que debía ayudar a su
hijo. Pronto se personó el referido profesional en nuestra casa; quien al verlo, exclamó:
-“Yo voy a ha hacer lo que pueda. Pero esto no tiene arreglo. Lo mejor es darle con betún de zapatos en
los agujeros; y pedirle que no sude, porque sino se le extiende el betún por toda la cabeza”-.
En ese momento se me ocurrió una gran idea; les comenté que tenía un rotulador marrón y que quizás
era mejor solución que el betún -para tapar los boquetes-. Tras ello, el peluquero intentó apañarlo, sin mucho
éxito y yo fui rellenando lo que faltaba a rotulador. Al día siguiente (domingo) salió mi hermano para Sevilla,
con el rotulador en mano; vigilando que no se le despintasen los agujeros. Se llevó un espejito para
mirarse cada vez que podía y así estuvo semanas, hasta que le creció el pelo. Siempre me agradeció la idea;
porque lo del betún hubiera sido el remate. Ya que de sudar o ir a la ducha, se le habría extendido por el resto de la
cabeza.
SOBRE, JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Tres imágenes de Mario. Arriba, en una chalupa de Sirinagar
(Cachemira), durante su viaje de fin de carrera (verano de 1978). Dentro de la canoa; en primer término
estoy yo (con camisa rosa); en medio, Sylvia Brias Westendorp, y al fondo mi hermano. Al lado, Mario en 1955,
con unos tres años. Abajo, otra vez, mi hermano en Sirinagar (Cachemira), sujetando unos lotos. Al
finalizar su carrera en 1978 nos fuimos a La India, Nepal y Cachemira; porque pensaba que más tarde
ingresaría en La Mili. Finalmente no entró hasta año y medio después; por lo que se alistó ya muy
mayor.
Pese a todo, también mi hermano pasó buenos momentos en el ejército y se rió bastante durante el año
y medio que allí estuvo (pues en su época eran casi diecisiete meses). Narraba que siempre que salía iba
a ver museos y con ello se especializó en pintura barroca andaluza; tras visitar cada sábado y domingo,
iglesias o pueblos con buenos retablos. De ese modo, conoció la obra de pintores inédita de esa época y como casi
nadie pudo hacerlo; aprovechando su estancia en La Mili. Gracias a los conocimientos que adquirió en este tiempo;
cuando más tarde regresó a Madrid, se convirtió en uno de los grandes expertos en el tema. Fundando un
centro de estudios de arte y antigüedades, que -como carrera- no existía por entonces en España. Bajo
estas lineas recojo un artículo suyo del ABC donde trata sobre Las Hiladeras de Velázquez y una reseña, que habla de la
apertura del curso académico del centro de estudios de arte que creó (tras incorporarse a la vida civil).
Para ampliar sus estudios sobre el barroco andaluz durante el año y medio de cuartel, se hizo socio de
una academia (o un ateneo sevillano; del que no recuerdo el nombre); donde impartían conferencias los fines de
semana. Contaba una anécdota genial, ocurrida en una de esas ponencias; que tuvo lugar a finales de
junio -cuando “la caló” hace estragos en Andalucía-. Lo narraba tal como sucedió, en un acto llevado a cabo en el
típico foro antiguo; con estrado central, escalera y gradas de madera (un aula magna común en cualquier
universidad de entonces). Allí comenzó la conferencia, con un presidente que la presentaba, dos individuos
a cada lado, y el que la pronunciaba en el centro. Al poco de empezar la charla, se oyó a alguien del
público que bajaba por las escaleras. La madera sonaba y chiscaba, por lo que cada paso que daba aquel indiscreto
asistente, parecía un martillazo. Todos pensaron que se trataba de alguien que salía del recinto, por encontrarse
indispuesto. El conferenciante, tras esos ruidos interminables en los escalones, decidió parar el
discurso. Pero aquel hombre no cesó en su bajada; siquiera aceleró un poco los pasos. Mientras, todos quedaron en
silencio y tan solo se oían aquellos pies, que golpeaban la madera con poca decisión y mucho peso -pues
se trataba de una persona muy gruesa y de corbata; con apariencia de “serio”-. Por fin llegó el
inadecuado visitante hasta el lugar de salida, pero en vez de irse hacia la puerta, caminó al
estrado; donde estaba el conferenciante y los directivos (con caras muy molestas). Así fue como se acercó hasta la
mesa presidencial, para tomar una jarrita con agua; y sirviéndola en el vaso del ponente, comenzó a
beber... . Al ver aquello, todos empezaron a murmurar; aunque pronto aquel hombre exclamó:
-“¡Perdonen; pero es que estaba sequito!”-
La conferencia no pudo seguir y la convocaron para horas después; porque el público no paraba de reír.
Dicen que ese espontáneo, era un revienta-charlas; lo que es posible, pues en mi juventud conocí un “jode-conciertos”.
Era lo contrario de la “cla” y te lo mandaba la competencia. Le vi “actuar” en un recital de guitarra de Segundo Pastor, al
cual un enemigo debió enviarle “el roncador”. Un provocador pagado y cuya misión era molestar durante las
representaciones clásicas. De tal modo, cuando el maestro Pastor comenzó a tocar La Alcarria (una de sus obras); aquel
reventador de actos se hizo el dormido y comenzó a roncar a todo pulmón. Ante esta situación insalvable (porque se
sentaba en filas delanteras), se acercó un sobrino -o nieto- del guitarrista; que al terminar la tercera interpretación,
aplaudió muy fuerte y junto a las orejas al que simulaba estar soñando. Viendo el chaval como aquel hombre no
despertaba, comenzó a gritar: -“Se está haciendo el dormido; es para machacar el concierto”- . Gracias a eso, lograron
echarle y Segundo Pastor pudo continuar tocando; pero de no haber estado el chico, no sé yo lo que hubiera pasado; pues
nadie se atrevía a despertar y expulsar al “roncador”.
Para terminar, añadiremos un último mal trago que vivió mi hermano en La Mili. Sucedió cuando
decidió ir junto a los amigos de cuartel, a una piscina cercana sita en las Tres Mil Viviendas. Ya les
habían advertido que allí robaban hasta a los soldados, pero era la más próxima y como subían siete en el coche;
decidieron bañarse allí. A su llegada, aparcaron el vehículo a la sombra; un poco distanciado de la entrada. Disfrutaron
de una magnífica tarde, pero al salir se encontraron que les habían robado las cuatro ruedas, dejándolo
sostenido sobre ladrillos. Fueron a la comisaría a denunciar los hechos y lo primero que le preguntó la
policía era si habían abierto el motor, para comprobar que estaba bajo el capó... . Llenos de angustia,
regresaron; pero con gran alegría vieron que no faltaban más que los referidos cuatro neumáticos, que pudieron reponer
en unas horas. Al narrar este sucedido, decía mi hermano que observar su coche en el aire y sobre
ladrillos, era la sensación arquitectónica más extraña que había vivido.
Tras aquel susto, se hizo muy precavido y le advirtieron que en esos días robaban a los conductores el reloj en los
semáforos; parando al lado con una moto y arrancándolo de la muñeca (entonces no había aire acondicionado y todos
llevaban la ventanilla abierta). Por lo que decidió ponerse el “peluco” en la mano derecha, para que así ningún extraño le
cogiera del brazo cuando conducía y se lo quitase. Pero sucedió que en un semáforo, se puso junto a él un motorista
fumando. Sin extrañarle ver a un tío con ciclomotor y un cigarrillo, ni le hizo caso. Aunque aquel sujeto, pronto le dio con
la brasa del pitillo en el antebrazo, que sacaba por la ventana. Mi hermano, al sentir que le quemaban, se llevó la otra
mano donde le dolía. En ese momento aprovechó el de la moto para cogerle de la muñeca derecha, quitarle el reloj y
marcharse diciendo: -“Eso `ta pasao´, por zurdo o por listo”-.
Eran otros tiempos. Recuerdo que en esos días fue a Sevilla el rey Juan Carlos y comenzó a saludar, uno
a uno, a los miles de personas que se agolpaban frente a él. En un momento se dio cuenta que le faltaba
el Rolex; se lo había mangado alguno de los que vinieron darle la mano tan efusivamente. No me
extrañaría que hubiera sido el de la moto; aquel ingenioso golfo, que había ideado lo de quemar con una colilla en el
brazo izquierdo, a los conductores precavidos que se ponían “el peluco” en la derecha.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos páginas de ABC, donde se publicó una reseña y un artículo de mi
hermano (agradecemos a ABC, nos permita divulgarlas). Arriba, noticia en que se menciona el inicio del
curso académico del centro de estudios de arte y antigüedades que él fundó tras regresar de
Sevilla. Abajo, un estudio sobre Las Hilanderas y su problema de restauración, donde explica que esta
obra tiene una parte alta que no es suya. Trozo del cuadro ajeno a Velázquez, añadido posteriormente, para que
hiciera pareja con otro; una parte que debería taparse (porque lo descompone). Años más tarde así se hizo y hoy lo
podemos ver sin estas zonas “falsas”. Mi hermano aprovechó los quince meses de Mili para ver
repetidamente las iglesias y museos de Sevilla; viajando también por sus pueblos, para conocer el arte
barroco. Se convirtió así en un especialista en esta época, fundando a su regreso a Madrid un centro de estudios sobre
el tema.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de mi padre en la Milicia de La Granja, durante los
veranos de 1944 a 1946. Estuvo allí reclutado, para luego hacer las prácticas como alférez en el mismo
regimiento. Narraba que desde el día de su ingreso en filas; tenían el uniforme de movilización,
preparado por si España se veía obligada a entrar en la II Guerra Mundial. Finalmente y por fortuna,
no participó nuestro país en esa segunda gran guerra.
b- ) La supresión de La Mili:
Después de cuanto he narrado, resultará extraño verme afirmar que La Mili era muy útil y que jamás
debieron haberla quitado. Otra cosa hubiera sido acortarla y, sobre todo, ponerla obligatoria tanto para
hombres como para mujeres. Reconvertirla en un Servicio Militar de al menos seis meses, que los estudiantes
pudieran realizar en dos veranos y donde se trabajase en favor de tres causas -a elegir-:
-Ecológica, con destino en el campo y en el Mar (cuidado de bosques y playas).
-Social y cultural, para ayudar a mayores o a reconstruir pueblos y monumentos.
-De seguridad. Para aquellos que desearan un destino más militar; dedicado a guardar costas, ayudar turistas y cientos de
servicios de protección del ciudadano, que buena falta hacen.
Con este sistema, el contingente en jóvenes movilizados sería de unos cien mil al año; personas que no
estarían de botellón, sino aprendiendo a defender y a defenderse; dedicados a ayudar y ayudarse,
mutuamente. Además, si cada nación de las que componen La Alianza Atlántica, tuviera unos cien mil
jóvenes movilizados; este organismo contaría con más de tres millones soldados de reemplazo; unidos
al millón y medio de profesionales del ejército Lo que haría reflexionar muy mucho a todo aquel que
intentase “tocar”, o intimidar a un territorio de OTAN (o cercano).
Sea como fuere, en verdad sabemos que la intención de todos es que jamás se produzca una guerra en
España. Pero, tristemente, este deseo solo puede evitarse con un ejército fuerte, que disuada a cualquier
nación de invadirnos. Pues aunque no queramos pensarlo; hay decenas de países pretendiendo acabar
con la civilización y la cultura occidental. Para los que entrar a saco en nuestras ciudades y fronteras, sería una
gran hazaña. Debiendo mantenernos cada día más que precavidos; pues vivimos en un Mundo que progresivamente se va
haciendo más pequeño y más armado. Donde las fronteras se alcanzan en pocos minutos; teniendo el enorme problema
de las diferencias de riqueza entre Norte y Sur. Junto a la difusión de bombas de todo tipo, que ya manejan naciones de
enorme peligro para occidente; incluyendo armamento nuclear.
Por todo ello, lo que hizo el Sr. Aznar al “quitar La Mili” en el 2001; quizás para ganar el voto de los
jóvenes. Fue además de una irreverencia histórica; poner en riesgo futuro a la nación. Ya que antes de
abolir el Servicio Militar, teníamos unos doscientos mil hombres movilizados. Lo que a cualquier país cercano, le haría
pensar muy mucho mirarnos con malas intenciones; y menos proponerse invadirnos. Asimismo, califico de
“irreverencia histórica” la supresión de la Mili; mirando sus casi trescientos años de historia. Al haber
sido creada antes de Carlos III, para la defensa nacional e instituida obligatoria por mi tío bisabuelo
José Canalejas. Que poco después sería asesinado; entre otros motivos, por haber dictado esa ley que
exigía a todos ir a La Mili, quitando posibilidad de redención económica (tal como se hacía). Pues antes de
su edicto de alistamiento integral; se podía contratar un soldado profesional para que cumpliera el Servicio Militar,
sustituyendo al que pagaba. Por lo tanto, quienes iban las guerras, eran esos que no tenían dinero para costearse la
redención de su Mili; y los reservistas solo se contaban entre los que habían cumplido en el ejército, por falta de dinero.
Regresando a Canalejas, meses después de publicarse el referido decreto de reemplazo obligatorio -en
1912- (10) ; murió de un tiro en la cabeza, que le disparó un anarquista llamado Manuel Pardiñas
(contratado por alguien al que nunca se encontró). En el bolsillo del terrorista se halló una nota que
dictaba “Conflagración Mundial”; refiriéndose a la guerra que las fuerzas antisistema de la época
estaban preparando y estalló en 1914. Lo más probable es que aquella ley general de obligatoriedad para
La Mili, influyó de forma decisiva a conjurar el asesinato. Pensando quienes lo planearon, que tras el
reclutamiento íntegro de los ciudadanos masculinos -sin posibilidad de librarse pagando-; España ya no
decidiría participar en conflagraciones. Siendo fácil imaginar lo que hubiera sucedido de nuestro país, de tener
presencia en la Gran Guerra del 14; con un ejército que solo obligaba luchar a quienes no podían costearse un soldado de
redención. Lo que, a mi juicio, pronto habría provocado una situación similar a la vivida en la Rusia del Zar, en 1918. Por
todo ello, a mi entender, uno de los principales motivos del atentado a Canalejas; fue haber dictaminado
el Servicio Militar obligatorio, frenando así la entrada de nuestra nación en contiendas -especialmente
en la Primera Guerra Mundial; que en 1912 ya preparaban los anarquistas y comunistas, para acabar con las
monarquías-.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, José Canalejas Méndez (dibujo mío); quien en 1912 y mientras
era presidente del gobierno, instituyó La Mili obligatoria, para acabar con las guerras (a las que
hasta entonces, solo iban los pobres; que no podían pagar un "soldado de redención"). Abajo, mi
abuelo Angel Santafé, vistiendo de rayadillo con unos dieciocho años, en 1910. Cuando todavía se
libraban del Servicio Militar, comprando la “redención” y se iba un día a Jurar Bandera -de esta
guisa-.
Ante lo expuesto, hay que plantearse si es moral que solo los profesionales, cumplan con la defensa de la
Nación. Pues de otro modo, se evitaría que nuestro país participase en conflictos, a los que únicamente
van militares, enviados por voluntad política (sin someterse las participación bélica al juicio de la población
general, que vive ajena al mundo de la guerra). Un “limbo castrense” que puede costar muy caro a largo plazo,
a nuestra civilización. Que ha decidido separar al ejército, de la realidad civil. Considerando las
democracias occidentales, simples funcionarios, a aquellos que defienden la Nación y mueren por la
patria. Asalariados del Estado, que reciben un sueldo y actúan como profesionales de las armas;
teniendo que arriesgar sus vidas en contiendas libradas contra otras naciones. Todo lo que moralmente
es inaceptable, ya que la Sociedad no puede contratar bajo ese pacto laboral a ningún trabajador. Pero
asimismo, es peligrosísimo; pues de llegar al poder quienes no atiendan fielmente a los intereses de
España, puede llevarnos a beligerar contra países a los que nunca deberíamos enfrentarnos -por
razones de inferioridad armamentística, estrategia o de equilibrio geopolítico-. Es decir, mientras halla
Mili obligatoria, no habrá guerras, a menos que nos ataquen. Pues mientras España no entre en
conflictos bélicos ajenos a nuestros intereses, no estaremos en peligro.
Por lo demás y a mi juicio, en un futuro no muy lejano, se verá la nueva moda de un ejército únicamente
profesional; tan moral y ético como las luchas de gladiadores en los anfiteatros romanos. Ya que la
defensa del territorio junto a la de los valores de nuestra civilización y cultura, no compete a unos pocos
a los que se contrata. Sino a la totalidad de la población; que son los responsables de lo que se hace y
sucede en el país. Siendo deber de todos los ciudadanos, velar por la integridad de la nación.
Constituyendo una absoluta inmoralidad que se circunscriba esa labor a unos profesionales; cuya
misión debería ser dirigir a quienes tienen que cumplir con esa obligación de defender su país. Es decir;
los militares están para coordinar a los ciudadanos en esa labor, no para ser los únicos en cargar con
esa misión.
ABAJO: Parte de un curioso cartel que encontré en las calles de Segovia, donde se dice “peligro,
pacifistas” y vemos un activista de la paz lanzando un “molotov de flores”. Reflejo de la verdad sobre
los movimientos actuales, contrarios a la defensa nacional; sufragados fundamentalmente por países
que desean debilitar a Occidente. Algo que se demuestra al observar, como tras cien días de invasión en Ucrania;
ningún grupo pacifista se ha movilizado. Siquiera los ecologistas ha protestado por la contaminación bélica y por la
posibilidad de un conflicto nuclear. Todo lo que muestra y demuestra, que estos grupos y sus ideologías, vienen
patrocinados por aquellos países que intentan minar la fuerza y la economía occidental. Utilizando a personas
muy idealistas, para fines absolutamente contrarios a los que parecen seguir. Es decir, ciertos países,
contrarios a los intereses de la OTAN; apoyan a grupos pacifistas, con el fin de desarmar a nuestras
naciones. Para posteriormente dirigirlas y atemorizarlas, bajo una amenaza bélica. De igual manera
que se influye en la opinión pública, para impedir que se abran centrales nucleares; con la única intención de que
dependamos del gas y del petróleo, de aquellos que pagan la difusión de ese tipo de ideas anti-nuclear. Pero, como
hemos enseñado al comienzo del capítulo (al iniciar la parte primera); la vida es muy parecida a la
fábula de “La Vaca, el zorro y la caca”. Por lo que cuando te obligaban a hacer La Mili, no
perjudicaban una etapa de tu vida; sino te protegían durante el resto de ella.
Al lado y abajo, unas preciosas imágenes de los días en que mi tío Santiago Rodríguez Santafé
comenzaba su carrera militar, en Ifini Sahara.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos míos de uno de mis grandes amigos; también militar: Cali
Andreu. Uno de los hombres más buenos que he encontrado en la vida. Muchas veces, he narrado estas
historias de mi Mili, durante las reuniones que organiza en su preciosa casa de Villar. Donde él y su mujer -Nicole-,
terminan llorando de risa, al escuchar mis experiencias en el ejército. A Cali le encanta mi historial militar; cree que
me deberían proponer para un premio del soldado enchufado jubilado, con distinción caqui.
d- ) Otra época:
En este apartado último, narraré la historia de mi tatarabuelo Angel Rodríguez Tejero; al que llamaron
el general de los pinceles. Pues de joven quiso ser pintor, y al no obtener éxito en la Academia ni en los
diferentes centros de estudio donde se matriculó. Decidió finalmente alistarse en el ejército, con O
´Donnell, e irse a Tetuán. En esa campaña de África, cumplió la extraña misión de subir a los montes,
para dibujar la situación de las tropas enemigas. Todo lo que se transmitía en muy poco tiempo al mando
superior y servía para ir situando a las guarniciones españolas, conforme los norteafricanos avanzaban. Su labor fue
tan útil, que muy pronto llegó a comandante, graduación con la que regresó de Tetuán. Una vez en
España, se dedicó a la vida militar y participó en numerosas guerras carlistas, logrando la victoria para
las fuerzas liberales. Finalmente, pudo seguir pintando y dibujando; publicando sus láminas en numerosos libros y en
La Ilustración Española. Tras ser nombrado general; ocupó las plazas de Tarifa y de Palma de Mallorca, como gobernador
militar (11) . A continuación recojo su foto y algunos de sus dibujos.
SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, mi tatarabuelo Angel Rodríguez Tejero, como
general. Abajo, imagen de mi tatarabuelo -hacia 1898-, junto a sus dos hijos (Carolina y Juan) y a mi
bisabuelo Nicolás Santafé -a la izquierda-. Delante y asomados al balcón; mi abuelo Ángel Santafé y
sus hermanos menores, Ma.Teresa y Martín. .
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos de mi tatarabuelo Ángel, publicados en La Ilustración
Española. Al lado, La Puebla de Arganzón (1875). Abajo, jinetes carlistas (1875)
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos más de mi tatarabuelo Ángel, publicados en La
Ilustración Española. Al lado, soldados custodiando ganado (1875). Abajo, batalla de Treviño (1875).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos más del general Ángel Rodríguez Tejero, publicados en La
Ilustración Española. Al lado, ejército del Norte (1875). Abajo, ermita de San Forerio, donde comenzó
la batalla de Treviño (1875).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos más de mi tatarabuelo Ángel, publicados en La
Ilustración Española. Al lado, fuerte del ejército del Norte. Abajo, el general Quesada condecorando
(1875).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos obras más del general Ángel Rodríguez Tejero. Al lado, estampa
militar a acuarela, recientemente subastada en Ansorena. Abajo, llegada a Laguardia, publicada en
La Ilustración Española
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos más de mi tatarabuelo Ángel, publicados en La
Ilustración Española. Al lado, puente cortado en Cenicero. Abajo, toma de cenicero y Laguardia
(1875).
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos más del general Ángel Rodríguez Tejero, publicados en La
Ilustración Española. Al lado y abajo, imágenes de las Guerras Carlistas.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dibujos de mi tatarabuelo Ángel, publicados en La Ilustración
Española. Al lado, imágenes de las Guerras Carlistas. Abajo, voluntarios de Zurbano y de Alcanadre.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos más de mi tatarabuelo Ángel, publicados en La
Ilustración Española. Al lado y abajo, imágenes de las Guerras Carlistas.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, portada de La Ilustración Española. Abajo, llegada del duque
de la Torre en las guerras carlistas. Por el general Ángel Rodríguez Tejero,
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dibujos de mi tatarabuelo Ángel, publicados en La Ilustración
Española. Al lado y abajo, imágenes de las Guerras Carlistas.
JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos de Vitoria, durante las guerras carlistas, pintados por mi
tatarabuelo Ángel y publicados en La Ilustración Española.
BAJO ESTAS LÍNEAS: Acuarela del general Ángel Rodríguez Tejero, llamada “Paseo”, donde vemos a
dos mujeres frente a La Alhambra.