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Lucho con los preceptos impuestos. Peleo con los preconceptos y prejuicios.
En la palabra se me escapan. En la mirada sesgada. Y siento que pierdo. No
puedo permitir que el patriarcado gane esta batalla. Mis compañeras me
necesitan atenta. Las convicciones mutan. Se van haciendo más fuertes y
reclaman. Abrazan, gritan, marchan. Porque la guerra es adentro. Pero es
afuera. La brisa fresca de la mañana no me puede distraer.
El deber ser y el desear ser confrontan muchas veces. Ya conoce, cada uno,
los reveses del otro. Son viejos contrincantes. Y nunca se dan tregua. El
espacio para escribir y ser a través de mi deseo-necesidad de abrirme a la
palabra. Y la ropa para lavar y el montón de platos que se acumula en la
cocina. Los demonios están. No descansan. Me preguntan. Indagan sobre mis
tiempos. En qué los uso. Los desperdicio. O no los aprovecho.
Salir de noche. Los demonios se multiplican y no hay paz posible. Los sueños
se llenan de miedo: me sueño acosada. Sueño a mis hermanas avasalladas.
Sueño las heridas de las muertas. Las que gritaron sin ser escuchadas. Aquí no
hay paz posible; no la hay.