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Modificaciones antrópicas de la biocenosis

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Se llaman modificaciones antrópicas de la biocenosis los cambios que el humano ha
causado en los ecosistemas de la Tierra.

A lo largo de la historia la humanidad ha sabido utilizar diferentes especies de la


naturaleza como recurso para procurarse alimento, vivienda, vestido, medicinas y
confort. Pero de todas las que hay solo unas pocas especies le sirven como recurso
natural. Cuando el humano descubre que puede cultivar esas especies en lugares
determinados y a ritmos definidos comienza una transformación del medio natural tan
intensa y decisiva que se ha convertido en parte indispensable del equilibrio
ecológico de la biocenosis.1

Las primeras modificaciones vienen de la mano de la agricultura y la ganadería. La


necesidad, o posibilidad, de concentrar en un espacio las especies que sirven de
alimento permite aumentar la productividad, pero para ello es necesario limpiar el
bosque de otras especies; para que se desarrollen solo las que nos interesan. El
fuego y la roza son las primeras técnicas utilizadas en este proceso. Si bien en un
principio no era necesario quitar los pies de troncos quemados, lo que permitía la
rápida reconstrucción del bosque, el avance tecnológico del arado y la azada sí lo
hizo necesario (además de posibilitarlo), con lo que se impedía la reconstrucción
completa del bosque, y la recuperación del suelo; que era necesario dejarlo
descansar en barbecho. Además, la población se hizo estable y dividió el espacio
circundante en pagos, de los cuales unos se cultivaban y otros descasaban en
períodos más o menos largos. Estos pagos podían ser utilizados como pasto para el
ganado, que de paso los abonaba con sus excrementos.

No todas las sociedades desarrollaron este sistema mixto de agricultura y


ganadería. Los países arroceros de Asia tendrán espacios diferenciados para la
agricultura y la, casi inexistente, ganadería. Tampoco faltarán los países
ganaderos, donde los suelos son pobres para la agricultura, que solo aparecerá de
forma marginal.

Pero no era la agricultura y la ganadería el único recurso de estos pueblos. El


monte proporcionaba madera, frutos, pastos y multitud de recursos, que estaban al
alcance de todos. El bosque era tan vital para la economía doméstica como el
espacio agrícola, por eso se fue cuidando y modificando en un proceso de
aclaramiento, cuyo máximo exponente es la dehesa del clima mediterráneo. Este
proceso supuso la selección de determinadas especies, que llevó a la introducción
de especies alóctonas en países donde no existían los frutos considerados como
recurso. Este es el caso de la introducción del castaño en Asturias en época de los
romanos, que con el tiempo ha conseguido integrarse perfectamente en el biosistema,
pero también de las especies americanas introducidas en Europa, las europeas en
América, o el eucalipto, que no se ha adaptado tan bien.

El equilibrio de esta economía era precario, puesto que se trataba un régimen de


subsistencia; apenas había excedentes para el mercado. El aumento de la población
implicaba la roturación de las tierras marginales y el monte, para conseguir
tierras de cultivo, aunque de peor calidad.

La intensidad de este proceso fue tal que en él pueden estar los orígenes de
algunas sabanas, estepas y sin duda del paisaje agrario que conocemos.
En Europa el clímax de este proceso se alcanza en el siglo XVIII, cuando el aumento
de la población supuso la práctica roturación de toda la superficie, dejando el
monte en una situación precaria, y en los sitios más inaccesibles. Este es el
origen del desarbolado paisaje castellano, manchego, extremeño o andaluz.

Pero en el siglo XIX aparece el modo de producción capitalista industrial. Se


mejoran los transportes, aumenta la productividad de la tierra con las nuevas
tecnologías, aparece el mercado mundial, y las regiones tienden a especializarse en
la producción de unos pocos productos, ya que el resto se pueden conseguir en el
mercado, buscando las ventajas comparativas y las economías de escala.

Esto implica una nueva selección de especies cultivadas, menos variada. Además, el
monte pierde su tradicional utilidad, e incluso su gestión por parte de los pueblos
que lo utilizan. La menor variedad de especies supone una ruptura del equilibrio
biocenótico, las plagas se multiplican y los rendimientos pueden disminuir si las
condiciones no son óptimas. Además, la población aumenta. La ciencia viene en ayuda
de la agricultura con abonos químicos, pesticidas y especies modificadas
genéticamente. La agricultura se ha convertido en una industria donde se persigue
el máximo beneficio en el menor tiempo posible, lo que supone, en muchas ocasiones,
la explotación de un recurso por encima de su tiempo de recuperación. Así se
esquilman los recursos de los bosques y los mares.

Durante los años 50 y 60 del siglo XX este proceso se intensifica. Se comienzan a


utilizar masivamente abonos, pesticidas, herbicidas, la selección genética de las
especies con híbridos y mejoras de laboratorio. Con todo ello la producción aumenta
espectacularmente. Es la llamada revolución verde, que pretendió acabar con el
hambre en el mundo.

Lamentablemente en los delicados ecosistemas de transición entre el desierto y el


bosque tropical el monocultivo de determinadas especies supuso el arrasamiento del
bosque, y la creación de una agricultura especulativa de plantación que provocó
auténticas crisis ecológicas, ya que sobrepasaron los umbrales de los ecosistemas y
dieron paso a procesos morfogenéticos de tipo árido. Es el caso de todos los
pueblos y países cuya riqueza depende del precio en el mercado internacional de uno
o dos productos como el café, el plátano, la hevea, el coco, etc.

Sin duda es necesaria la explotación de recursos de una manera equilibrada;


estudiando los umbrales máximo y mínimo de los diferentes biosistemas y especies
que queremos aprovechar; procurando una explotación que garantice la recuperación
de la especie utilizada, así como la de todas sus asociadas. Esta es la única forma
para que el desarrollo económico sea sostenible; sin necesidad del abandono de la
explotación de las tierras y las especies. No es posible un desarrollo sostenido
sin un desarrollo sostenible. La actividad antrópica está tan unida al medio
natural que probablemente el abandono de la explotación del medio significaría una
crisis ecológica de dimensiones no deseables.

Presumiblemente, la acción humana, acelera los procesos de desertización al


sobreexplotar los recursos del suelo. Este es uno de los fenómenos más estudiados
desde el punto de vista ambiental.

Las regiones con poca o ninguna vegetación suponen alrededor del 53 % de las
tierras emergidas. Se aprecia un claro retroceso de la zona fría y un aumento de la
región seca. Globalmente la tendencia es a la estabilidad, pero no por la
permanencia de los límites sino por el progreso de unos en detrimento de otros. Se
observan, también, reajustes internos en ambas zonas. La tendencia real es a la
extensión de los dominios morfoclimáticos más activos y competentes: el periglaciar
y el semiárido.

Referencias
Yánez, Enrique Aguilar (3 de marzo de 2014). Determinación del estado sanitario de
las plantas, suelo e instalaciones y elección de los métodos de control. AGAC0108.
IC Editorial. ISBN 9788415730576. Consultado el 11 de septiembre de 2017.
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Categoría: Biogeografía
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