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(Pensamiento) Malcolm Deas - Del Poder y La Gramática y Otros Ensayos Sobre Historia, Política y Literatura Colombianas-Taurus (2006)
(Pensamiento) Malcolm Deas - Del Poder y La Gramática y Otros Ensayos Sobre Historia, Política y Literatura Colombianas-Taurus (2006)
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
Y OTROS ENSAYOS SOBRE HISTORIA,
POLÍTICA Y LITERATURA COLOMBIANAS
TAURUS
PENSAMIENTO
© Malcolm Deas, 2006
© De esta edición:
2006, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. A.
Calle 80 No. 10-23
Teléfono (571) 6 39 60 00
Fax (571) 2 36 93 82
Bogotá - Colombia
ISBN: 958-704-397-9
Printed in Colombia - Impreso en Colombia
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Los pr o b le m a s fiscales e n C o l o m b ia d u r a n t e e l s ig l o x ix . 63
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N otas............................................................... ................. 229
U na h a c ie n d a c a f e t e r a d e C u n d in a m a r c a :
Sa n t a b á r b a r a (1 8 7 0 -1 9 1 2 )......................................................... 235
Propietario y administrador .................. ........................ 236
Arrendatarios y otros trabajadores perm anentes............ 240
Cosecha, salarios y comida .............................................. 245
Condiciones reales........................................................... 250
La decadencia de Santa Bárbara.................................... 259
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
U na t ie r r a d e l e o n e s : C o l o m b ia p a r a p r in c ip ia n t e s ............. 329
En d e s a c u e r d o c o n c iertas id e a s so bre l a c u l t u r a de
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JLista obra del profesor M alcolm Deas merece especial atención.
Siempre admiré las crónicas de los viajeros que durante el siglo x ix
visitaron a Colom bia y dejaron en sus relatos un testimonio valioso
sobre la república naciente. El más conocido es, p o r razones ob
vias, el del barón H um boldt, p ero son innumerables las obras de
ingleses, franceses y norteamericanos que en una u otra forma con
signaron sus apreciaciones sobre Colom bia y sus gentes.
. Tanto m e engolosiné con esta clase de lecturas que al aventurar
m e en el campo de la novela escogí com o personaje central un ju
d ío alemán que se supone viene a vivir en nuestro m edio durante
la guerra, se familiariza con la alta clase social bogotana y pasa la
vida estableciendo un parangón entre la Colombia de los años cua
renta y los reinos balcánicos de la primera guerra mundial. Su edu
cación puritana y sus costumbres de burgués europeo lo llevan a
enamorarse de esta tierra sin perder la distancia insalvable entre
sus experiencias de joven europeo y las inconsecuencias de una so
ciedad en formación que había permanecido enclaustrada por siglos
en el altiplano cundiboyacense. Malcolm Deas, con más elementos
de juicio y más sentido del humor que el personaje de mi libro, rea
liza a cabalidad m i ideal y aventaja a mi protagonista p or muchos
aspectos.
En prim er término, este profesor distraído, que parece arranca
do de una novela del siglo pasado, es un historiador de veras. Dios
sabe p or qué razón acabó interesándose y especializándose en Co
lom bia hasta convertirse en una autoridad sobre nuestro siglo xix.
Bien hubiera podido escribir un texto completo de historia, o al me
nos la biografía completa de alguno de nuestros hombres públicos,
p ero ha p referido escribir ensayos breves sobre los rasgos más sa-
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
taba entre sus admiradores, y nuestro Jorge Eliécer Gaitán hizo su
yo el lema que el propio Vargas Vila se aplicaba a sí mismo de «yo
no soy un hombre. Soy un pueblo».
¿Quién más que Malcolm Deas se ha ocupado tan minuciosamen
te de este personaje ya olvidado, que fue el prim er colombiano que
consiguió vivir espléndidamente de su pluma, no obstante ser vícti
ma de las ediciones piratas en el mundo de habla hispana? L o úni
co que falta saber es si alguna vez fue traducido a otro idioma, por
que parece difícil que una prosa tan truculenta encuadre dentro
de la econom ía de superlativos de los ingleses o dentro del raciona
lismo francés. Todo el mérito de desenterrar no ya el cadáver físico
sino el cadáver literario de Vargas Vila le corresponde a M alcolm
Deas.
En su estudio sobre los gramáticos en el gobierno, comparable
por su erudición al trabajo de Vargas Vila, aparece, por contraste, el
investigador, el ratón de biblioteca, que tras engolfarse en la corres
pondencia de Caro y Cuervo, Marroquín y Uribe Uribe, formula un
diagnóstico sobre nuestra inclinación al cultivo del idiom a en las
formas más puras. Tan caracterizada es esta propensión a la gramá
tica que, hasta bien entrado el siglo X X , era el título p or excelencia
para alcanzar las más altas dignidades del Estado. Lástima grande
ha- sido, el que la investigación de Deas se haya lim itado a los inicios
del siglo y nos quedemos esperando elju icio crítico sobre la plu
ma y la-garganta de los prohombres de nuestro tiempo. Saber en
qué m edida el dom inio de la lengua castellana siguió sirviendo de
pedestal a las reputaciones políticas. Vale decir, si, p or escribir bien,
se sabía gobernar bien, o, com o se dice en nuestro idiom a verná
culo a propósito de las mujeres: «Ver si com o camina, cocina».
Otros estudios son el fruto de una investigación profunda en ar
chivos privados, que son tan raros en Colombia. Es el caso de los
de la hacienda cafetera Santa Bárbara, que le perm iten al profesor
Deas reconstruir el escenario de las primeras plantaciones cafete
ras en el departamento de Cundinamarca. La fuente de su informa
ción no puede ser más original: la correspondencia entre el pro
pietario de la hacienda, don Roberto Herrera Restrepo, residente
en Bogotá, y su m ayordomo, don C om elio Rubio, vecino de Sasai
ma. Del intercambio de cartas entre el culto señor Herrera, herma
no del arzobispo (nos Bernardo), y el capataz, no tan ignorante co
m o p od ría suponerse en aquellas edades, desfilan pequeñas
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
A la memoria deEvaAldor
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JLste libro abarca trabajos de muchos años; estoy en deuda con
tantos colegas, ex alumnos, alumnos, maestros de estilo, archiveros
y bibliotecarios, que la lista de sus nombres sería tan larga como una
de esas viejas «adhesiones» a una candidatura presidencial con bue
nas perspectivas de éxito. Tengo una deuda muy especial con el gre
m io de libreros, del libro nuevo y del libro viejo, y particularmente
con J. N o é H errera, de Libros de Colombia.
Pido perdón a todos los demás y su comprensión p o r haber omi
tido una lista tan larga y p or no agradecer acá con nom bre propio
sino a quienes tienen que ver muy directamente con este libro: José
Antonio) Ocam po, que m e pidió compilarlo, y A lfonso López Mi-
chelsen, que me infundió aliento en un tiempo cuando el ánimo fal
taba y que m e ha honrado con su prólogo.
M ig u e l A n t o n io C a r o y a m ig o s :
G R A M Á T IC A Y P O D E R E N C O L O M B IA
1848
N E C N O S A M B IT IO N E C N O S A M O R U R G E T H A B E N D I
R. C.
Su hijo A n gel23 mostró una tierna lealtad a las viejas recetas es
pañolas, y en 1867 publicó los resultados en L a Buhada. Poema dt
ocho cantos y un epílogo, larga narración heroico-burlesca de la gue
rra librada por dulces, pudines y tortas, españoles y criollos, contra
la nefasta invasión de confites franceses, de m oda en los años de]
Segundo Im perio:
Es el bien hablar una de las más claras señales de la gente cultay bien
nacida, y condición indispensable de cuantos aspiren a utilizar en
pro de sus semejantes, por medio de la palabra o de la escritura, los
talentos con que la naturaleza los ha favorecido: de ahí el empeño
con que se recomienda el estudio de la gramática26.
unas hormigas de tierra caliente. Lo más lejos que viajó de Bogotá, pare
ce haber sido San Gil, a cuatro o cinco días a caballo. VéaseM. A. Díaz Gue
vara, op. cit.
Marroquín, en 1888, llevó a su familia a una correría por las tierras
altas, como Tunja, Chiquinquirá, Villa de Leyva, Ráquira y el monasterio
del desierto de la Candelaria, y después de dejar la presidencia de la Repú
blica, tomó unas vacaciones en Villeta y Fusagasugá: entonces fue incluso
menos audaz en los viajes que Caro. Aunque en alguna ocasión deseó visi
tar los Llanos Orientales, su anhelo, curiosamente expresado, fue morir «si
Dios le daba vida, salud y licencia para ello, sin conocer el mar». Detalles
en j. M. Marroquín, presbítero, op. cit.
No hay evidencia de que alguno de los dos hubiera visto el río Mag
dalena.
39- Repertorio Colombiano, No. xxxvm, agosto, 1881.
40- Ibíd, No. I, julio de 1878.
4,'J. Posada Gutiérrez, Memorias históricchpolüicas, 2 Vols., Bogotá, 1865,
1881.
^ H. Triana y Antorveza, Las lenguas indígenas en la historia social delNue
vo Reino de Granada, Bogotá, 1987.
43-El historiadorJ. M. Groot, en su Historia eclesiásticay ávil de la Nueva
Granada, publicada por primera vez en 1869, le da a la versión conservado
ra su máxima expresión. La obra contiene un notable pasaje sobre la dis
tinta suerte de la población indígena bajo la colonia y bajo la república li
beral. Véase 2a ed., 5 Vols., Bogotá, 1889, Vol. 1, pp. 316-319. ..
^ El bosquejo de Cuervo «Los bogas del Río Magdalena» aparece en
El Observador, Bogotá, 16 de febrero de 1840. La mejor antología de costum
brismo que ha sido reimpresa, es (J. M. Vergara y Vergara, ed.) Museo de
Cuadros de Costumbres, 2 Vols., Bogotá, 1866. Algunos de sus autores son
prominentes liberales, pero la mayoría son conservadores. El Museo impri
me un par de trozos de la obra histórica del general Posada Gutiérrez como
cuadros de costumbres.
45- Véase Cmiel, DemocraticEloquence, p. 110: «Los ingleses que vinieron
aquí en el siglo diecisiete fueroh provincianos cuya habla no había sido
afectada por el vocabulario latinizante de los humanistas. Trasladado a
América y desprendido del progresivo refinamiento del habla inglesa, el
dialecto yanqiú fue producto dfeun desarrollo detenido. Pero esto lo hizo
atractivo, no vulgar».
46' Epistolario Cuervo-Caro, p. 111. Cuervo a Caro, 5 de enero de 1884.
47' La Revista Colombiana deFolclor, que en un tiempo rivalizó con la Re
vista Colombiana deAntropología, fue estimulada por los gobiernos conser
vadores de 1945 -1953. Las obras de Lucio Pabón Núñez a las que se hace
referencia son Muestras Folklóricas del Norte de Santander, Bogotá, 1952; su
prólogo a la edición de S. Aljure Chalela del Epistolario dej. E. Caro, Bogo
tá, 1953; «El Centenario de la Gramática de Bello» en R. Torres Quintero,
ed., Bello en Colombia, Bogotá, 1952.
El autor, en cierta oportunidad, escuchó al doctor Pabón Núñez cuan
do se dirigía a los conservadores de Gramalote, Norte de Santander. El
discurso fue muy filosófico y muy largo. El doctor Pabón le explicó que el
auditorio exigía simultáneamente el estilo — no les gustaban las novele
rías— y la extensión: nadie iba a efectuar un viaje de medio día para escu
char un discurso de quince minutos.
Para otro florecimiento tardío del entusiasmo filológico y folclórico, véa
seJ. A León Rey, El lenguajepopular del oriente de Cundinamarca, con respues
ta del R. P. Félix Restrepo, El castellano imperial, Bogotá, 1954.
48-Intervención en un congreso de historia económica, Bogotá, 1978.
Doscientos mil es la cifra convencional de muertos por la violencia en los
años cuarenta y los cincuenta.
49-Ni, por supuesto, descuidarla, como se dice con más frecuencia. Para
una antología de decadencia, que ahora parece más significativa política
mente que cuando apareció por primera vez, véaseA. Bioy Casares, Breve
diccionario del argentino exquisito, Buenos Aires, 1978. Para un uso no tan ino-
céntfe dél lenguaje coloquial, véase M-19, Corinto, Bogotá, 1985. Hay ejem
plos más antiguos. Angel Cuervo se refiere a un coronel que cambiaba de
estiló en la guerra de 1859-1862, «redactando panfletos en dos partes: una
dirigida “Al pueblo”, en el lenguaje de las venteras y vendedores de po
llos,-y la otra, en estilo elevado para “A la sociedad”, colmada de giros como
vos ereis». Epistolario de Ángel y RufinoJosé Cuervo con Rafael Pombo, p. XXIV.
50- Citado en j. M. Marroquín, presbítero, op. cit., p. 218.
L O S P R O B L E M A S FISCALES E N C O L O M B IA
D U R A N T E E L S IG L O X IX
Años P e so s($)
1830-1835; 190.273
1835-1840 202.044
1840-1845 261.516
1845-1849 371.948
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Sucede con frecuencia que una compañía organizada para hacer los
remates de un circuito por medio de sus influencias, o de cualquier
otro modo, aleja toda competencia i obtienen el remate sólo por la
base adoptada, sin que sea posible hacer subir de precio el remate51.
Tam poco era muy optimista acerca de las perspectivas de las ex
portaciones en general. Siendo un experto en limitaciones del mo
nopolio de la sal, esperaba aún menos en este campo. Consideraba
que el impuesto a la tierra era la form a más posible y equitativa de
incrementar futuros ingresos, dado que la tierra estaba subgravada,
y que las dificultades de crear un impuesto a las rentas en general
eran insuperables en la administración colombiana — un impues
to sobre la tierra a escala nacional presentaría suficientes dificulta
des— . Tampoco esperaba mucho de las otras rentas. El correo pro
dujo pérdidas; Camacho calculó lúgubremente la tasa nacional de
alfabetismo en 5%, mientras que en la Gran Bretaña se enviaban 31
cartas p or persona, Colom bia mostraba una relación de 16 perso
nas p or carta64.
Los «bienes nacionales» no eran significativos y las inmensas ex
tensiones de terrenos del Estado, controlados sólo parcialmente por
el gobierno nacional, no producían mucho. Los bonos de tierra se
cotizaban en el m ercado a un precio muy bajo. Un impuesto a la
extracción de la quina demostró ser muy difícil de administrar y no
valía la pena gastar esfuerzos para obtener tan bajo producto. Las
casas de m oneda no ganaron suficiente por su mantenimiento: en
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
Las quejas contra los llamados ajiotistas son para nosotros la prue
ba de que no se ha dado con las causas verdaderas de la decadencia
de nuestro crédito público. La prevención llega hasta alejarse con
tra ellos el no deber salir incólumes en sus intereses de esta borrasca,
de la cual nadie ha escapado ileso, como si los acreedores no tuvie
ran, además de sus papeles, bayetas, caballos, monturas i dinero,
i como si los encargados de las espropiaciones hubieran recibido
orden de inquerir previamente quiénes eran o no tenedores de vales.
N otas
9' C. Calderón, La cuestión monetaria, pp. 190 y ss. Él estimó que una
caída en los precios del café de US$0.16 en 1897 a US$0.10 en 1898 priva
ría al Gobierno del 40% de sus ingresos.
10- Véase el trabajo de J. A. Ocampo, «Las importaciones colombianas
en el siglo xix», para el análisis más completo existente.
11- A la luz de la atención otorgada actualmente a la discusión acerca de
libre comercio y protección, la afirmación de que las tarifas fueron con
sideradas esencialmente desde el punto de vista fiscal parece ser fuerte.
Pero las consideraciones fiscalistas siempre fueron más importantes que
las de economía política; como E. Jaramillo decía, «la renta de Aduanas
es antes que todo un recurso fiscal» (La reforma tributaria, p. 92), y un re
curso regresivo (p. 97).
Para el debate económico sobre las tarifas, véanse: M. Samper, «La pro
tección», en Escritospolítico-económicos, 4 Vols., Bogotá, 1925, Vol. i, pp. 195-
291 que da un breve recuento hasta 1880; D. Bushnell, «Two Stages in Co-
lombian Tariff Policy: The Radical Era and the Retum to Protection
(1861-1885)», en Inter American Economic Affairs, 1955, No. 6.
12' G. Giraldo Jaramillo, ed., Relaciones de mando de los virreyes de la Nue
va Granada. Memorias económicas, Bogotá, 1954. «Relación del Sr. D. Ma
nuel de Guirior, p. 87.
13- VéaseR Uribe Uribe, Discursosparlamentarios Congreso Nacional de 1896,
2a ed., Bogotá, 1897. «Gravamen del café», pp. 189-223.
14-El monopolio más importante en posesión de Colombia era el trán-
sito’a través del Istmo de Panamá. Éste producía ingresos, los que al que
rer,^aumentar contribuyeron en parte a la separación de ese departamen
to. El ferrocarril producía al Gobierno $225.000 al año.
15, H. H. Hinrichs, A General Theory ofTax Structure ChangeDuringEco
nomic Deuelopment, Cambridge, Mass., 1966, pp. 7,19-24 y ss.
16- (G. Wills), Observaciones sobre el comercio de la Nueva Granada, con un
apéndice relativo al de Bogotá, Bogotá, 1831 (2a ed. Bogotá, 1952). A. Co-
dazzi,Jeografíafísica i política de las provincias de la Nueva Granada, 2a ed., 4
Vols., Bogotá, 1957 ( I a ed. Bogotá, 1856). E Pérez escribió una feografía
física i política de cada uno de los nueve Estados Soberanos y del Distrito
Federal, Bogotá, 1862-1863. A Galindo, Anuario Estadístico de Colombia, 1875,
Bogotá, 1875; parte tercera, sección 7a, «Comercio Interior», pp. 148-163.
De estay de otras fuentes similares se puede reconstruir el panorama co
mercial interno del país.
17' Colombia era un país donde podía subsistir una población relati
vamente grande. Esta paradoja de abundancia de población y pobreza fue
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
28, La tabla de Luis Ospina Vásquez, op. cit., p. 37, da $47.000 para el
«año común de los inmediatamente anteriores al de 1810».
(Comparar el total para Ecuador: $184.000 en 1836. C. A. Goselman,
Informes sobre losEstados sudamericanos en los años de 1837y 1838, Estocolmo,
1962, p. 100. Este trabajo es una fuente útil de información comparativa
para el período republicano; el libro cubre Chile, Perú, Bolivia, Ecuador,
Nueva Granada y Venezuela.)
Véase también A. Cruz Santos, Economía y Hacienda Pública (Vol. XV de la
Historia extensa de Colombia), pp. 285 y ss.
29- Véase M. Brugardt, «Tithe Productíon and Pattems o f Economic
Change in Central Colombia, 1764-1833» (tesis de Ph. D. no publicada,
Universidad de Texas, 1974), pp. 6 y ss., para los métodos administrativos.
Citas del Informe del Directorfenera! de Impuestos alH. Señor Secretario de
Estado en el Despacho de Hacienda, Bogotá, 1848, y de Florentino González,
Informe de Hacienda de 1848.
Las cifras de 1835 de A. Galindo, op. cit., Cuadro No. 9: Galindo calcu
ló que la Iglesia y el Estado debieron haber recibido cerca de $250.000 anua
les, y por consiguiente los pagadores el diezmo tuvieron que haber pagado
mínimo lo que pagaban para la sal.
30’ Para los argumentos de la Iglesia véase Documentos para la biografía
del ilustrísimo señorD. Manuelfosé Mosquera, 3 Vols., París, 1858, Vol. II, pp.
306r318; Vol. in, p. 512: «Para hacer menos gravosa esta contribución (...)
para evitar extorsiones (...) se previene que se procure introducir el siste
ma de composición con los contribuyentes (...) Si el sistema de remates
ha sido odiosa, porque tal vez han abusado los rematadores, o porque se ha
creído, con razón o sin ella, que éstos hacían ganancias exorbitantes, am
bas cosas cesan con el sistema que se recomienda». — 1853, «proyecto so
bre arreglo de la administración y contabilidad de la renta de diezmos».
31-Escritos varios, Vol. ni, pp. 421 y ss., «Nuestro sistema tributario», «Im
puesto único» e «Impuesto directo progresivo».
32-Para un recuento magistral de estos puntos véase G. Ardant, «Finan
cial Policy and Economic Infrastructure o f Modem States and Nations»,
en C. Tilly, ed., op. cit., particularmente pp. 208-220.
33' Informe que el secretario de Hacienda presenta al ciudadano Presidente del
Estado Soberano del Tolima, 1865. Natagaima (T) 1865. (Hay algo heroico en
imprimir informes en Natagaima. En 1870 la población del municipio al
canzó 6.823.)
34' Informe del Secretariofeneral del PoderEjecutivo delEstado Soberano deBo
yacá, 1869, Tunja, 1869, pp. 30 y ss.
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
35- El mismo Informe para 1873, pp. 29 y ss. Para más especulaciones
acerca de estos aspectos de política local véase mi artículo «Algunas notas
sobre la historia del caciquismo en Colombia», particularmente el extrac
to de R. Gutiérrez, Monografías, 2 Vols., Bogotá 1920-1921, Vol. i, pp. 90
92, y la controversia mencionada en nota 10 del citado artículo. El gamo
nal es renuente a gravarse a sí mismo, o a gravar a sus amigos, e incapaz
de gravar a sus superiores.
36- Informe para 1873, ya citado.
37‘ Informe del secretario de Hacienda de Cundinamarca al gobernador del Es
tado, Bogotá, 1868.
38- Véaseartículo de Camacho Roldán, «Catastro del Estado de Cundina
marca», en Escritos varios, Vol. i. pp. 585 y ss.
39' F. Pérez,Jeografiafísica ipolítica delEstado de Cundinamarca, Bogotá,
1863, pp. 80-81.
40, En Camacho Roldán en 1873 — estimativos de su «presupuestos de
rentas y gastos del Estado de Cundinamarca en el año de 1873 y 1874»— ,
Escritos varios, Vol. m, p. 3 y ss. Su opinión acerca del total nacional de la
contribución territorial y los impuestos en general de «Estudios sobre la
Hacienda Pública y de Colombia - Fragmentos de la memoria de Hacien
da. .. de 1871», Ibíd, pp. 212-213. Las cifras de Santander del Anuario esta
dístico de Colombia, 1875, p. 220, de A. Galindo. La opinión del secretario
general de Boyacá acerca del degüello del Informe de 1869.
Los otros tres estados registrados como aplicadores de una contribu
ción directa fueron Panamá, Bolívar y Tolima.
4L El Infonne para 1865 antes citado, pp. 9 y ss., l7.
«Destino oneroso» sé debe entender como cargo público sin sueldo
o sin remuneración suficiente.
4~' Informe del Secretariofeneral del PoderEjecutivo delEstado Soberano deBo
yacá, 1869, Tunja, 1869, p. 38: •
«Por desgracia nuestro pueblo (...) está muy atrasado en materias eco
nómicas i de gobierno; creen que toda contribución que se pide es un robo
que se les hace, i que los empleados públicos son ladrones que viven a es-
pensas del pueblo i sin embargo, el día en que a esos mismos señores se
les llama a servir un destino oneroso, reniegan, pero sin hacer justicia a
quien tiene que consagrar su vida i lo que es más, su honra i tranquilidad
al servicio público». -
La obra de J. L. Helguera sobre la administración de Mosquera du
rante 1845-1849, arriba citada, contiene una descripción de las dificulta
des encontradas al intentar introducir la partida doble, pp. 341-344. Em
M a l c o l m D eas
Aduanas 54%
, Salinas 27%
Ferrocarril de Panamá 9%
Rest. 10%
100%
Ibíd., p. 187. Entonces el impuesto a las telas producía cerca del 40%
deLto tal.
En 1852 Camacho Roldán había dado el siguiente ejemplo de la natu-
raléza regresiva de esa tarifa: «El humilde ágricultor, que de los 300 pesos
anuales que le dan sus cosechas, consume por 50 pesos de género de algo
dón, paga 20 pesos al fisco, que son el siete por ciento de su renta; y el aco
modado negociante, que con sus 6.000 pesos de ganancia consume por 50
pesos de sederías paga solamente 5 pesos de derechos, que no alcanzan
a ser el uno por mil de su renta («Impuesto directo progresivo», Ibíd., p.
453)».
64 Ibíd., p. 246. «Proporción de la sociabilidad expresada por la corres
pondencia epistolar entre los habitantes de Inglaterra y los de Colombia:
500 a 1».
65‘ Véanselas medidas anunciadas para superar la emergencia fiscal en
los periódicos de la época.
66' Carlos Calderón, La cuestión monetaria en Colombia, Madrid, 1905,
pássim.
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
sos ciertos en metálico para hacer los gastos, complica las operaciones
de contabilidad, i da lugar a un ajiotaje inmoral, en que muchas veces to
man parte los empleados públicos».
87- En relación con estos intentos véase G. Torres García, Historia de la
moneda en Colombia, Bogotá, 1945.
Compare con las emisiones de Rosas en Argentina: «El régimen fue
responsable por las emisiones de 109.980.854 pesos en un período un poco
mayor de once años. Esto fue entonces el secreto de la habilidad de Rosas
para evitar la bancarrota fiscal».
M. Burgin, The Economic Aspects ofArgentineFederation, 1820-1852, Cam
bridge, Mass., 1946, p. 216.
Aun Rosas no pudo obtener éxito con una contribución directa: él admi
tió que «no hay nada más cruel e inhumano que obligar a una persona a
dar cuenta de su riqueza personal», Ibíd, pp. 191-192.
88- M. A. Caro, Escritos sobre cuestiones económicas, Bogotá, 1943, p. 53,
sobre Mosquera.
G. Torres García, op. cit., pp. 32-33, para Nariño y Santander, pp. 68-
85, para Nariño y el acuñamiento de plata.
Véanse también las secciones relevantes de A. M. Barriga Villalba, His
toria de la Casa de la Moneda, 3 Vols., Bogotá, 1969, Vols. n y ni.
89-Para la cita y opinión véase M. A. Caro, op. cit, pp. 97-98.
90- Existe un relato en este episodio en A. Galindo, Estudios económicos
i fiscales, Bogotá, 1880, pp. 55 y ss!
91- Véase Carlos Calderón, La cuestión monetaria, pp. 41-47.
9~ Estas citas de M. A. Caro, op. cit., pp. 4446.
93- Cifras de G. Torres García, op. cit., pp. 275-276.
En cuanto a las políticas de los años 1886-1808, y un relato de las emi
siones irregulares, véase el mismo trabajo, Cap. vin.
94- Carlos Calderón, op. cit., primeras páginas.
95‘ G. Torres García, op. cit., p. 275.
96-L. E. Nieto Caballero. El cursoforzoso y su historia en Colombia, Bogotá,
1912, p. 29, estima las emisiones departamentales en $600 millones.
97-Esta acuñación es descrita e ilustrada en A M. Barriga Villalba, His
toria de la Casa de la Moneda, Vol. ni, pp. 187-188.
98- Véase el informe de Mr. Spencer S. Dixon, «Financial Crisis in Co
lombia, with the Exception ó f the Isthmus o f Panama», Bogotá, diciembre
10,1902, en FO 55-409. ,
" • L. E. Nieto Caballero, op. cit., pp. 45 y ss., sobre el banco de Reyes
y las rentas reorganizadas.
M a l c o l m D eas
rp
H in Colombia, en el siglo xix, las disminuciones en la demanda
de las exportaciones producían crisis políticas que a m enudo ter
minaban en guerra civil. En gran parte el país era un exportador
periférico que escasamente figuraba en las guías comerciales de la
época. Inclusive cambios fortuitos, que no reflejaban ninguna de
presión en el com ercio mundial, afectaban las ya precarias y mar
ginales exportaciones. Muchos colombianos de entonces se dieron
cuenta de la estrecha conexión que existía entre la habilidad de
un gobierno para perm anecer tranquilo en el poder, su capacidad
para mantener el orden y una relativa prosperidad. H oy los historia
dores conservan la conciencia de esta correlación, p ero todavía en
form a muy vaga y limitada.
Hay muy pocos estudios detallados de cómo se desarrollaban esas
crisis dentro del sistema, de cómo precisamente se sentían sus reper
cusiones, de las medidas que los gobiernos se veían obligados a to
mar, de las tendencias al desorden que las épocas difíciles fomenta
ban y de la form a com o la oposición utilizaba esas tendencias y el
gobierno las combatía1.
Los estudios cuidadosos sobre las guerras civiles han sido tan es
casos com o los de las crisis económicas. Pocos temas han sido obje
to de tan somero análisis y de tantas observaciones lanzadas al azar
com o el de los trastornos civiles latinoamericanos. ¿Por qué razón
no se pudo mantener m ejor el orden en una sociedad en la que la
mayoría se preocupaba tanto de su posible derrumbamiento, y en
donde la mayoría de los gobernantes podía interpretar tan bien
los síntomas de malestar político? A prim era vista y a nivel local las
guerras civiles dan la impresión de ser movimientos de masas, ¿pero
lo fueron en realidad? ¿Cuántos hombres se necesitaban para ini-
D e l p o d e r v l a g r a m á t ic a
día hacer. Además, se daría precedencia a los gastos com entes so
bre las deudas10. Ésta era la form a com o todos los gobiernos colom
bianos se habían visto obligados a reaccionar en crisis similares. A l
comenzar los malos tiempos, el presidente N úñez durante su pri
mera presidencia (1880-1882) había sido más innovador; había
conciliado la opinión en las provincias decretando nuevas obras
públicas, e introdujo una m oneda de níquel11. Pero la situación em
peoró y había un lím ite a los arbitrios que el país estaba dispuesto
a tolerar al gobierno en tiempos de paz. El último recurso fiscal era
la guerra, la cual colocaría inmediatamente una serie de recursos
nuevos al alcance del gobierno. Núñez, como todo el mundo, se daba
perfecta cuenta de esta posibilidad. U n gobierno pobre era un go
bierno débil, y tanto las economías com o la búsqueda de nuevos in
gresos lo hacían más impopular, y todavía mucho más, el recluta
m iento de hombres para el ejército12. P or otra parte en Colom bia
existían también debilidades constitucionales excepcionales.
La Constitución de Rionegro de 1863 fue el resultado del triun
fo militar del general Mosquera sobre los conservadores y del temor
político que el general despertaba entre los radicales. L a Constitu
ción era federal, y dividía la República en nueve estados soberanos,
que en teoría y en la práctica gozaban de amplia autonomía en sus
asuntos internos. Per.o el sistema nunca funcionó sin intervenciones
del Gobierno Federal, cuyo instrumento principal era lá Guardia
Colombiana, pequeña fuerza de veteranos que conformaba el ejér
cito federal permanente. El período presidencial era de sólo dos
años y el presidente no era inmediatamente reelegible. La elección
de presidente era indirecta y el candidato triunfador debía tener
una mayoría de votos en los estados, los cuales tenían derecho a
un voto cada uno. El sistema exigía que se hicieran rondas continuas
de votación, lo que producía frecuentes interferencias en la políti
ca, en principio autónoma, de los estados. Tres partidos políticos
estaban en conflicto: los radicales, padres de la Constitución de Rio-
negro, quienes habían dom inado el país hasta que perdieron par
cialmente el poder en la guerra civil de 1876-1877; los independien
tes, quienes favorecían uria política liberal, pero menos á outrance
que la de los radicales y constitxiían un grupo formado pacientemen
te por Rafael N úñez desde 1874; por último estaban los conserva
dores, quienes desde su derrota en 1859-1862 habían quedado
excluidos del Gobierno Federal, aunque hasta 1877 habían mante
M a l c o l m D eas
cada saco de harina importada, produjo una rebelión que fue inca
paz de dom inar14. Carlos Calderón, en un editorial de La Epoca en
diciem bre de 1884, describió nítidamente la secuencia de los he
chos:
Por malo que un gobierno sea, hay una cosa peor aún, y es la supre
sión de todo gobierno (...) si desfallece y deja de ser obedecido, si
es ajado y falseado de ñiera por una presión brutal, la razón cesa de
conducir los asuntos públicos, y la organización social retrocede mu
chos grados. Por la disolución de la sociedad y por el aislamiento de
los individuos, cada hombre vuelve a su debilidad original, y el po
der entero cae en manos de las agrupaciones transitorias que, co
mo torbellinos, se levantan del seno de la polvareda humana. Este
poder, que con tanta dificultad es ejercido por los hombres de ma
yores aptitudes, se comprende„cuán lastimosamente habrán de de
sempeñarlo fracciones improvisadas.
«bestias» y 3.000 cabezas de ganado. Por otra parte estaban las subas
tas, sobre las que no quedó ningún informe, y los otros saqueos. Don
Esteban Márquez, dueño de una hacienda en las vecindades, decla
ró que solamente él había perdido 800 cabezas de ganado. Además,
a los propietarios los ofendía la form a despreocupada com o los re
beldes vendían el botín, pidiendo siete u ocho reales p or un sombre
ro o p or una pieza de tela. Gaitán también impuso y recolectó im
puestos, y elevó el gravamen sobre el sacrificio de ganado a $15 por
cabeza, lo cual duplicó el precio de la carne. Como Barranquilla era
una ciudad predom inantem ente liberal, muchas personas acepta
ron en silencio los sacrificios que debían hacer p or la causa, y aun
cuando se tiene en cuenta que tenía que hacer rebajas considerables
para conseguir dinero en efectivo, es indudable que el general Gai
tán logró reunir un buen fondo de guerra. A las personas que se les
im ponía un empréstito se las encarcelaba hasta que los familiares
lo pagaran, y las condiciones en la prisión se hacían más desagrada
bles a m edida que pasaba el tiempo:
ñero algún día, y a los que no, les enviaban guardias para que los vigi
laran en la casa hasta que pagaran. .
Los recursos normales del gobierno se perdieron, como en el caso
de los de la aduana de Barranquilla, que era la más productiva del
país, o quedaron muy disminuidos: la venta de sal de las minas de
Zipaquirá, que en esa época constituía la quinta parte de los ingre
sos del gobierno, quedó restringida a la pequeña área circundante
que todavía estaba bajo el control del gobierno. A lgo se pudo hacer
respecto al m onopolio de emergencia sobre el sacrificio de ganado
y, a diferencia de los revolucionarios, N úñez estuvo listo a utilizar
el recurso arriesgado del papel-moneda, a pesar de que los billetes
se desvalorizaron inmediatamente a más de una tercera parte de su
valor nominal y sólo podían hacerse circular con grandes dificulta
des. Más tarde, el gobierno pudo im poner un empréstito más pro
ductivo en Antioquia. A comienzos de la revolución, N úñez dispo
nía de sólo setecientos hombres confiables en el ejército y quedó
aislado del campo más fértil de reclutamiento, que era Boyacá. En
realidad, p or puras razones geográficas, no tuvo más rem edio que
recurrir al «Ejército de Reserva» conservador31.
N o obstante el éxito inicial de la campaña, Gaitán Obeso sabía
que no podría formar un gran ejército en la costa. Se había apodera
do de Barranquilla, de casi todos los barcos del Magdalena, había
dom inado la reducida guarnición de la ciudad y podía contar con
«la opin ión» de casi todos sus habitantes. Además disponía de más
de cuarenta «generales», es decir, suficientes jefes y coroneles para
mandar fuerzas mucho mayores. Es interesante recordar los nom
bres de algunos de ellos: Capitolino Obando, hijo de José María
Obando, quien había sido la figura más popular en la historia de
la República; Patricio Wills, hijo de Guillermo Wills, inglés prominen
te de Cundinamarca, de quien hasta el ministro inglés admitía que
era un caballero. Tal como sería evidente en la batalla de La Huma
reda, la lucha no estaba reservada únicamente para las clases bajas,
y aun una expedición com o la de Gaitán atraía hombres de apelli
dos ilustres. La dificultad de luchar en la costa se debía a que era
difícil reclutar soldados entré sti escasa y dispersa población, proble
ma que después de numerosas guerras los generales colombianos
conocían muy bien. También observó esta dificultad el diplomático,
político y hom bre de letras José María Samper, quien tom ó parte
en la defensa de Cartagena contra las fuerzas de Gaitán. Samper es
M a l c o l m D eas
ban, hasta que el ejército, cada vez más dividido y sinjefatura efecti
va, regresó Magdalena arriba, perdiendo toda posibilidad de volver
a la costa cuando las fuerzas del gobierno avanzaron sobre Calamar.
Cerca de M om pox encontraron otra fuerza del gobierno atrinche
rada en la orilla del río, bajo el mando del general Quintero Calde
rón. Los radicales, en vez de evitar un enfrentamiento, atacaron y
lograron dom inar la margen del río pero a costa de pérdidas muy
graves. Después de esta batalla, La Humareda, los rebeldes perdie
ron todas las esperanzas de triunfar42.
Todavía no concluyó la guerra porque los radicales no podían
ponerse de acuerdo sobre los términos de la rendición. El general
Sergio Camargo opinaba qué se debía firmar una paz decorosa tan
rápido com o fuera posible, pero ni Ricardo Gaitán ni Acevedo esta
ban de acuerdo con él. Han quedado relatos sobre las amargas dispu
tas que se suscitaron entre los rebeldes en el río, unos acusando a
los otros de cobardía y éstos lanzando acusaciones igualmente gra
ves contra Gaitán, afirmando que cuando se habían unido a la revo
lución gozaban ya de una posición establecida y que por eso no
tendrían que responder p or robos en la costa. El general Rueda
com entó «q u e él había llegado al Ejército de la Revolución con
nombre y con fortuna pecuniaria que le permitían vivir con holgura
y con honor, mientras que otros lo que buscaban con las revolucio
nes era el logro de alguna aventura no siempre notable». Los genera
les del gobierno concedieron salvoconducto a los rebeldes, excep
tuando a «los que fueron responsables directamente con el Gobierno
Nacional por sus comprometimientos con él, o que hubieran viola
do algún com prom iso anterior. Así mismo se exceptuaba también
a los responsables p o r delitos comunes». Los jefes del ejército del
Atlántico creyeron ver en la cláusula penúltima del convenio una ex
cepción tácita que se hacía de la persona del general Gaitán, y por
eso fueron desde el principio opuestos a dicho convenio, como así
lo expresaron en la junta que tuvo lugar a bordo del «M on toya»43.
Camargo renunció al mando y se fue, sin más hombres que la tripu
lación, en un pequeño barco de vapor, declarando que las pérdi
das de La Hum areda lo habían descorazonado y que además con
sideraba que las pocas fuerzas que quedaban eran incontrolables:
«A yer (...) mandé que se hiciera una excursión p or los lados de
Agua Chica, y la fuerza que fue allá cometió atropellos que avergüen
zan a un Ejército. Es cierto que esto sería remediable (...) pero es
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
¿Qué debe decidir «la Historia» sobre esta figura de carácter ambi
valente? Gaitán Obeso fue un personaje significativo y, desde cierto
punto de vista, un elem ento típico, por esto vale la pena estudiar
lo que hizo y la form a com o logró hacerlo. N o obstante su fugaz im
portancia en la guerra de 1885, Gaitán no fue uno de los jefes tra
dicionales e importantes del liberalismo colombiano, y si acaso per
teneció a la élite, de Am balema o acaso a la de «Piedras, es decir
Caldas». N o era hombre de habilidades extraordinarias y no hay ra
zón para dudar del veredicto de Foción Soto, según el cual Gaitán
era hombre «sin privilegiado talento y de mediana instrucción». A
veces el fiscal intentó presentarlo com o un simple bandido: «Este
hom bre es pernicioso a la sociedad en que vive, y es y será siempre
funesto para la paz pública, pues que ni respeta aquélla, ni teme,
que más bien gana, con que ésta sea turbada»51.
La verdad es que es supremamente difícil que cualquier indivi
duo nacido en el Tolim a en las décadas de los años cincuenta, se
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
ventaja fue que sus limitaciones fueron muy poco conocidas. Tal
com o escribió, poco después de su muerte, Rudecindo Cáceres, «el
carácter personal del general Gaitán fue muy poco conocido aun
entre sus propios amigos, y de su espíritu franco, generoso y natu
ralmente inclinado a difundirse en el círculo de sus relaciones y sim
patías, nadie, hasta ahora p or lo menos que sepamos, ha hablado
de él sin pasión». La versión legendaria de su personalidad se tejió
rápidamente. Núñez no pudo menos que protestar. «E l Gran Parti
do Liberal había descendido hasta Gaitán Obeso (...) Gaitán fue
canonizado porque se apoderó de los recursos de la Costa (...) se
daba investidura de cónsul a un caballo». Pero la verdad es que na
die difama caballos muertos, y que ningún partido sobrevive sin hé
roes muertos. A Gaitán se le imitaría en las dos guerras civiles que
siguieron y hasta bien entrado el siglo x x se exaltaría su memoria59.
Desde el punto de vista político la campaña radical fue un paso
desastroso, aunque se podría sostener que Gaitán no hizo más que
multiplicar los errores de Hernández y sus amigos en Boyacá y San
tander. Esa gente fue menos efectiva y más dispuesta que él a llegar
a un acuerdo. Gaitán hizo inevitable que la guerra se extendiera
ampliamente, y eso aumentaba las posibilidades de una derrota to
tal60. La posición política del partido era mucho menos desespera
da que la militar, pero una vez que com enzó la guerra, los rebeldes
tuvieron muy pocas posibilidades de triunfar en Cundinamarca y
en gran parte de Boyacá, en Antioquia o en el Cauca, lo cual signi
ficaba desventajas estratégicas muy graves. Los radicales liberales
tampoco tenían un plan ni unajefatura coherentes. En Colombia,
en el siglo xix, frecuentem ente las revoluciones se debían más al
hecho de que el partido en oposición no podía evitarlas, por tener
también un escaso control sobre sus propios elementos, que a una
unidad de propósitos por parte de los revolucionarios. Los jefes
provinciales no sólo eran indisciplinados p or temperamento, sino
que inevitablemente calculaban sus posibilidades basándose en una
información muy pobre y, además, a menudo sólo tomaban en cuen
ta los intereses de un particular fragm ento del partido en su pro
pia región. La muerte había"debilitado al O lim po radical, que des
de 1878 había perdido su anterior poder sobre la política nacional;
el radicalismo se había convertido en un elem ento entre muchos
otros. N o todo el «materiál militar» del partido estaba preparado pa
ra luchar en 1885, y gran parte de los civiles se había acostumbra-
M a l c o l m D ea s
N o era fácil para un hom bre público escapar a esta lógica suici
da en la atmósfera de entusiasmo y euforia que generalmente se ge
neraba en épocas semejantes: «E n las democracias todos los cau
dillos y todos los partidos tienen también sus días de carnaval». Pero
a muchos el entusiasmo no les duró mucho tiempo, y Pérez mismo
inform a sobre las deserciones masivas, «y hasta en los cuerpos más
lúcidos les amanecía sin susje fes »61. Desde Barranquilla, eljoven ma
temático liberal o improvisado artillero, Luis Lleras, explicó en una
carta al lexicógrafo Rufino Cuervo, que vivía en París, las razones
p or las cuales, a pesar de todo, no podía desertar aun cuando el va
p or del Royal M ail estaba en el muelle:
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
N otas
docena de hombres o más que había hecho fusilar como sus «angelitos»
y a nivel nacional adquirió fama de hombre cruel, pero de acuerdo con el
estándar español se catalogaría como persona indulgente. Las guerras co
lombianas no merecen reputación de salvajismo: en ellas se luchó en forma
dispersa y, para el observador ocasional, desorganizadamente, con tropas
harapientas y a menudo armadas sólo con machetes. Sin embargo, me
parece que se cometieron pocas atrocidades comparables a las de las gue
rras de la Independencia o a las de las guerras civiles españolas. Es obvio
que establecer juicios de guerra hubiera presentado extraordinarias difi
cultades legales y políticas. En Colombia generalmente las revueltas termi
naban con algún pacto o tratado, en el que los vencedores ofrecían ga
rantías a los vencidos. La Constitución de Rionegro de 1863 también fue
explícitamente tolerante. Véasepor ejemplo el Artículo 11, y el comenta
rio en J. Arosemena, Estudios constitucionales sobre los gobiernos de la América
Latina, 2a ed., 2 Vols., París, 1878, Vol. n, pp. 4 y 70 respectivamente.
8•La mejor presentación de la historia económica colombiana sigue
siendo la obra del desaparecido autor Luis Ospina Vásquez, Industria y pro
tección en Colombia, Bogotá, 1955. Para la crisis monetaria véase también G.
Torres Mejía, Historia de la moneda en Colombia, Bogotá, 1945, pp. 185-214.
Para relatos locales y contemporáneos de la crisis, véaseRafael Núñez, Re
forma Política, en especial los artículos «Urbi et Orbi», «La crisis mercan
til», «La crisis económica y la producción de oro», «Fomento a la indus
tria», que están en el'Vol. i (i) y (ti) de la edición de 1945 de Bogotá.
9- Para la situación fiscal de comienzos de la década de 1880 la fuente
más accesible es la serie de Memorias deHacienda. Sobre la estructura fiscal
del país, consúltese Aníbal Galindo, Historia económica y estadística de la Ha
cienda Nacional, Bogotá, 1874, y mi estudio «Fiscal Problems o f Nineteenth
Century Colombia», publicado por Fedesarrollo, en Miguel Urrutia, ed.,
Ensayos sobre historia económica colombiana, Bogotá, Editorial Presencia, 1980.
Sobre la deuda externa, véase el resumen en J. Holguín, Desde cerca,
París, 1908, y los informes del Council ofForeign Bondholders. Para las opinio
nes de Núñez, véanse en la Reforma Política los artículos «Crédito exterior»
y «Deuda exterior». Es difícil compartir las primeras opiniones de Núñez
al respecto, que son bastante eufóricas. Otorgar crédito a Colombia no te
nía ningún atractivo, aun a una tasa de interés real del 8%. En un estado
de ánimo más realista, Núñez llegó a la conclusión de que el crédito se ba
saba en el orden y no al contrario. Quizá fue en momentos en que Núñez
pensaba en esta forma cuando el ministro británico, a pesar de dudar que
se tratase de un gran hombre, reconoció al menos que Núñez era «un re-
M a lc o lm D eas
tabaco véame SafFord, op. cit., yj. P. Hanison, The Colombian Tobacco Industry,
from Government Monopoly toFree Trade, 1778-1878, tesis doctoral, Universi
dad de California, 1951, y L. F. Sierra, El tabaco en la economía colombiana
del siglo xix, Bogotá, 1971. Así mismo es útil observar que había algo de
quina en las montañas del Tolima.
El Estado del Tolima debía su origen a Tomás Cipriano de Mosquera
en su fase radical, después de la victoria de 1862. VéaseF. Pérez, Geografía
política delEstado del Tolima, escrita de orden del GobiernoJeneral, Bogotá; el so
brio Pérez explica la alta mortalidad en Ambalema así: «La ausencia de
casi toda precaución hijiénica en el modo de vivir, especialmente entre los
jornaleros. Beben estos i bailan la mayor parte de la noche», op. cit., p. 58.
La presencia de Gaitán Obeso como coronel en Garrapata la registra
C. Franco V., La Quena de 1876 i 1877, 2 Vols., 1877, pp. 231, 240, 246; co
mandaba el «rejimiento Guías» con 110 hombres.
2~ A. Hincapié Espinosa, La villa de Guaduas, 2aed., Bogotá, 1968, pp.
284-285.
23_ Para los detalles del asalto, véanse los relatos citados anteriormen
te; en eljuicio el fiscal explotó mucho la asociación con la «culebra» de Bu-
caramanga, la «culebra pico de oro», véase].]. García, op. cit., pp. 240 y ss.
El cónsul de los Estados Unidos en Sabanilla informó sobre los mismos he
chos y con mucha exageración, bajo el encabezamiento de «La comuna en
Colombia». Cónsul E. B. Pellet al Departamento de Estado, septiembre 17
de 1879 (Archivos Nacionales de los Estados Unidos, Microfilm, Colom
bia,Consulados, Sabanilla, rollo 4). Donde mejor están resumidas las opi-
nioñes de Núñez sobre la creciente tensión social es en Reforma Política,
Vol. i (i), «Urbi et Orbi», pp. 99-103.J.J. Guerra, en Viceversas liberales, Bo
gotá, 1923, se refiere al Cuadro de Chicuasa, pero no da detalles, p. 292.
En el proceso se menciona el acuerdo con Capella Toledo, el «Pacto de los
Tebaides». Las explicaciones de Núñez están en Reforma Política, i (u), «Re
flexiones», pp. 257-261.
24-Para los informes del ministro británico, véase St. John a Granville,
octubre 10 de 1884, octubre 23 de 1884, diciembre 22 de 1884, FO 55-302.
Para la visita de Gaitán Obeso a Núñez, véase en especial, L. Martínez Del
gado, A propósito del Dr. Carlos Martínez Silva, 2a ed., Bogotá, 1930 p. 171.
Para sus relaciones con Francisco de Paula Borda, véase la autobiografía
de éste, Conversaciones con mis hijos, ed. José M. de Mier, 3 Vols., Bogotá,
1974, Vol. n, pp. 132-134. Estas memorias no son siempre confiables en los
detalles, pero ofrecen una buena muestra de una mentalidad de la clase
alta radical-progresista a finales del siglo xix.
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
25- Acevedo era descendiente del «Tribuno del pueblo» de 1810, José
Acevedo y Gómez. Véase Proceso, p. 122.
26, Uno de ellos fue otro veterano tolimense de Garrapata y comba
tiente notable, Cenón Figueredo.
En Colombia, con un ejército federal de unos 3.000 hombres, había
muy pocas guarniciones. En la región habría algunas fuerzas del Estado
de Cundinamarca, pero no las suficientes para sofocar un movimiento de
esta clase. La policía era todavía más débil; en Bogotá había menos de se
senta agentes para vigilar una ciudad de 50 ó 60.000 habitantes más los
alrededores, «Nosotros no tenemos policía rural sino teórica» (Núñez, Re
forma Política, Vol. i (i), «El pueblo colombiano», p. 320). Cifra de habitan
tes de Bogotá de A. Hettner, Viajespor losAndes Colombianos 1882-1884, Bo
gotá, 1976, p. 77.
28-En su viaje por el río, Gaitán Obeso se encontró con el nuevo arzo
bispo de Bogotá, Illmo. Señorjosé Telésforo Paul, a quien trató en forma
muy cortés. Esto le pudo haber sido útil en días más difíciles para él. Véase
J. M. Cordovez Moure, Reminiscencias de Santa Fe y Bogotá, Madrid, 1962,
p. 308.
29' Véanselos informes en el Procesoy en Palacio, op. cit. También Rude-
cindo L. Cáceres, Un soldado de la República en la Costa Atlántica, Bogotá,
1888. Cónsul Stacey a Granville, enero 5 de 1885, f o 55-315.
30- Cifras del Proceso. -
Los sistemas de coacción empleados por Gaitán están tomados de la
publicación oficial del gobierno La Rebelión - Noticias de Guerra, Bogotá,
1885, p. 185, carta de Daniel Olaciregui. La renuencia de Gaitán para emi
tir un papel moneda se menciona en Cáceres, op. cit., p. 31: «Papel-mone
da que, por su historia, bien conocida ya, es tan peligrosa para las nacio
nes». En este punto, como en muchas otras cosas, Núñez demostró ser
más revolucionario que la revolución.
31‘ Para la lista de los contribuyentes al primer empréstito forzoso, véa
seDiario Oficial, Año xxi, No. 6.273, enero 5 de 1885. A muchos liberales
importantes se les fijó una suma de $5.000, y las contribuciones fluctua
ban entre esa sumay $100, excepto una casa comercial a la que se le gravó
con $10.000. Véase también Núñez, Reforma Política, n, «Salud populi
suprema lex, o la dictadura inevitable», pp. 191-199; St. John a Granville,
22 de enero de 1885, FO 55-310..
Sobre las relaciones de Núñez con los conservadores, véaseM. A. Nie
to, Recuerdos de la Regeneración, Bogotá, 1924, pássim, y para la versión de
uno de los principales actores, Carlos Holguín, Cartaspolíticas, Bogotá, 1951.
M a lc o lm D eas
A Cartagena me llevan,
Yo no sé por qué delito;
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
66, Claro que sería posible — y sin duda muy de acuerdo con tendencias
de moda— intentar cuantificar el daño que causó esta guerra, en forma
mucho más elaborada que la que se empleó en eljuicio. El estudioso que
se incline a hacerlo debe leer primero la tesis de F. Garavito A., Influencia
perniciosa de las guerras civiles en el progreso de Colombia, Bogotá, 1897, en es
pecial «Segunda parte, perjuicios económicos», pp. 34 y ss. La tesis tiene
un prudente respeto por lo no cuantificable. J. M. Samper, op. cit, p. 270.
Las cifras de la destrucción, de los hombres movilizados y de las pér
didas, son pequeñas en comparación al estándar europeo o norteamerica
no de la época, pero también debe tenerse en cuenta que ésta no fue ni
la más sangrienta ni la más larga de las guerras civiles colombianas. De to
das maneras esto no hace que, proporcionalmente, los trastornos hayan
sido menores.
L a p r e s e n c ia d e l a p o l ít ic a n a c io n a l e n l a
V ID A P R O V IN C IA N A , P U E B L E R IN A Y R U R A L DE
C o l o m b ia e n e l p r im e r s ig l o d e l a R e p ú b l ic a
lejos, com o todos los colombianos lo saben, de decir que esta po
blación vive fuera de la política. Los estudiosos están empezando
a explorar con más precisión la naturaleza de esta innegable politi
zación de las zonas rurales. Hay algo escrito sobre caciquismo, gamo
nalismo — clientelismo, la palabra en boga— , concepto tan abusado
que, de ser una explicación parcial útil, corre el riesgo de convertir
se en una etiqueta tan generalizada que no servirá para explicar
ni para describir nada2. Sin negar que existan caciques, gamonales
y clientes — que los hay, los hay, buenos y malos, racionales y opri
midos— , quiero poner en este ensayo un énfasis distinto, un correc
tivo, y abrir un campo de especulación nuevo para la historiografía
moderna, y que sólo aparece de vez en cuando en la historiogra
fía tradicional.
Las preguntas que quiero traer son estas: ¿Hasta qué punto se pue
de hablar de una política nacional en el primer siglo de vida republi
cana? ¿Hasta dónde en términos espaciales y en términos sociales
(y ambos están relacionados), llegó la política nacional en el siglo
xrx? ¿Hasta dónde es posible encontrar al ciudadano? ¿Cómo esa su
puesta política nacional llegaba a las provincias y a los pueblos, al
mundo ruralP ¿Cuáles fueron los resultados de la politización del pri
m er siglo: si hubo tal politización, qué importancia sigue teniendo?
Esto sería más que suficiente para un largo trabajo, p ero nos inte
resa también otro enfoque: hay quienes dicen que no puede haber
política nacional sin economía nacional, ni articulaciones de intere
ses de clase a nivel nacional sin economía nacional; la política, según
ellos, es tal articulación. ¿Tienen o no razón? Dos conclusiones se
me ocurren: o bien la economía nacional existía, o había una políti
ca nacional anterior a la econom ía nacional, una píldora desagra
dable para los regionalistas a ultranza y también para los marxistas
vulgares. Pero sigamos con las preguntas. ¿Qué transformación
sufren las ideologías llegando de sus polos de difusión — noción tal
vez útil también acá, y no sólo en econom ía— a los pueblos peque
ños y más allá de ellos a las veredas, si es que llegan allá? ¿Se puede
conocer algo del contenido de la antología política a esos niveles?
¿Qué vamos a opinar — p o rq ú e s í vamos a opinar, con o sin dere
cho— sobre la racionalidad o irracionalidad de esas antologías?
¿Qué sabemos de la política del analfabeto? Hay una tendencia a
suponer que el analfabeto es estúpido, o p or lo menos ignorante.
U n mínimo de reflexión lleva a la conclusión de que esto no es muy
M a l c o l m D eas
zón? Después viene la decadencia, pero no hay por qué negar que
hubo mucho tema de conversación de tienda14.
Appun me recuerda ciertas actitudes inglesas frente a la polí
tica de los Estados Unidos en la época de Jackson, las de Fanny
Trollope y Charles Dickens entre otros15. Hay que reconocer que
al estar en Colom bia y en Venezuela se está en América, y que a pe
sar de todos los contrastes hay ciertas corrientes americanas que
ambas Américas tienen en común. Dichas corrientes en ambas Amé-
ricas caen mal a los estratos conservadores de clase alta, los cuales
asimilan la crítica europea y se manifiestan aún más críticos que un
neutral com o Appun. Pero son reconocidas por los mejores talen
tos políticos, liberales y conservadores. El general Santander era
admirador del general Andrewjackson; intentaba presentar al ge
neral Obando com o el Jackson de la Nueva Granada16.
Hay un paralelo también entre ese rechazo de parte de euro
peos y de frustrados aristócratas criollos — «esa gente del pueblo
no debe tener ideas sobre política nacional»— y nociones más m o
dernas de falsa conciencia: «Esa gente del pueblo no debe tener
esas ideas tan anticuadas y tan poco progresistas en las cuales creen».
P or el m om ento, sugiero una prudente suspensión de juicio. Vol
vamos a un campo menos especulativo, al mundo rural colombia
no del prim er siglo de la independencia.
Una parte sustancial de la política es el manejo del aparato esta
tal, f la presencia de la política de algún m odo va a la par con la pre
sencia de ese aparato. ¿Hasta dónde y de qué manera llega el apa
rato estatal a nuestro campo? Claro que los límites de este artículo
no perm iten una respuesta muy detallada, pero a grandes rasgos
se le puede describir en la lista siguiente, que presento sinjerarqui
zar sus elementos y sin pensar que no se puedan añadir otros, y sin
decir que en todas partes todo tiene igual importancia, ni opinar
para nada acerca de la bondad o maldad de su contenido, ni sobre
si trata o no de la implantación del sistema capitalista mundial. Es
un inventario preliminar, no más:
que los bienes de los ricos, serán distribuidos entre los pobres; i que
sus jornales serán aumentados i m ejor pagados, razón p or la cual
toda estajente ignorante, ha abrazado ciegamente ese odioso par
tid o »31.
Acá tenemos evidencia, temprana y de primera mano, de tres as
pectos de nuestro tema: los medios de comunicación funcionando,
la presencia del Estado y com o éste suscita reacciones — las «exac
ciones, reclutamientos», etc.— , y la gente presente que dentro del
marco local hace política, mezclando llamados nacionales o abstrac
tos — por ejemplo acá «defender la religión » (no tan lejano en pre
sencia de tanto cura pero por lo menos general y abstracto)— con
agitación más concreta e inmediata: «Q u e sus jornales serían au
mentados i m ejor pagados». ¡Que suban el salario m ínim o y que se
bajen las tarifas de bus!
Aun en el estado actual de nuestros conocimientos es posible acla
rar algo más algunos de los elementos acá presentes. Existe cierto
grado de movilidad de la gente. Nuestra imagen de la vida rural
probablemente es aquélla que tiene al campesino arraigado a su de
rrita, consumiendo sus m onótonos días en la dura labor de su par
cela. N o es negar esa dura labor observar que no todos los días de
todos los campesinos del país son así. Hay algunos grupos móviles
por su ocupación — los arrieros y otros intermediarios y otros por
ocasión— , desde los que vari al m ercado local hasta los que van a
ferias menos locales, los reclutados, los que entran en las migracio
nes del tabaco, de la quina, del café, los colonizadores, los zapate
ros de caminos, la gente de las riberas del Cauca y del Magdalena,
bogas, guaqueros32. José María Samper, en su Ensayo sobre las revo
luciones políticas, y la condición social de las repúblicas colombianas, 1861,
ofrece un cuadro interesante de los movimientos típicos del campe
sino de la región de Neiva, con su variedad de ocupación y de lu
gar33. El circuito no es del tamaño de la República, pero la vida que
describe está lejos de ser m onótona, y sugiere que sería peligroso
generalizar sobre el caso del más asentado minifundista o concer
tado de tierra fría. La movilidad, sin ser masiva ni general, tiene sus
consecuencias en el ambiénte político.
Existe un artesanado local: a mediados del siglo pasado se puede
notar en la prensa que en todas partes hay personas que se llaman
artesanos, personas que no han recibido la atención otorgada a los ar
tesanos de Bogotá. Los hay en M om pox, en Cartagena, en Cali, en
M a l c o l m D ea s
simo don de gentes. Tuvo, a largo plazo, la ventaja incluso más im
portante de ser perseguido y proscrito; sin un sufrimiento tal es
muy difícil lograr una verdadera popularidad51. En resumen, cite
mos a su contemporáneo Juan de Dios Restrepo: «E l general Oban
do provocaba cóleras y cariños inmensos y (...) poseía com o nadie
el genio de las multitudes»52. Hace giras, se deja ver, conversa, es
de fácil acceso y trato. Su reputación se extiende desde Pasto hasta
Panamá. De regreso de su exilio, pasa a ser gobernador de Bolívar.
La Gaceta Mercantil contiene una detalladísima relación de sus pa
seos por la costa, de las atenciones que recibe, y de cóm o las recibe.
Muchos de esos agasajos son brindados por poblaciones que sor
prende encontrar en el mapa político. La retórica es obandista: los
lugares comunes de un caudillo no se prestan fácilmente para el uso
de otro. Se notan distinciones de estilo, de énfasis, de contenido, aun
en piezas cortas com o proclamas.
El general Obando es una persona excepcional, y estoy comen
tando una época excepcional. Sería menos convincente ilustrar el
mismo argumento con nombres com o Zaldúa, Salgar. Pero no es
necesario para el argumento probar que hay muchos Obandos, ni
que la gente anda con la cabeza llena de contemplación de sus glo-
rias53. Tienen un rol indiscutible en la politización del país; figuras
menos eminentes derivan parte del lustre de su asociación con ellos:
los anfitriones de O bando en; esos caseríos ribereños no estaban
gastando tanto para nada.
¿Quién inauguró la costumbre de llenar plazas, característica de
la política colombiana? ¿El general Santander, que tuvo su lado po
pulachero y que fue el primer practicante sistemático de tanto méto
do que iba a formar parte de la práctica política del país? ¿El gene
ral Mosquera, más político que aristócrata, que no desdeña en su
correspondencia poner mucha atención para asegurar que las ma
nifestaciones populares tengan éxito?54. El primero que deja un tes
timonio fotográfico de su éxito en ese campo es el general Reyes,
que publica en 1909 sus Excursiones presidenciales-.
viven com o dicen, sin dios y sin Rey” ». La doctora Pineda observa:
«O sea que la Iglesia dentro de la población blanca y mestiza care
ce de fuerza de control, anulada p o r las condiciones del m edio y
el tipo de doblamiento disperso que conlleva el sistema de vida eco
nóm ica»58. Ella recuerda el resumen de tal rechazo al poder de la
Iglesia en un dicho santandereano: «Cura, vaya manda indio».
Esta evidencia viene de fines de la colonia, pero en esto la Inde
pendencia no marca ningún hito definitivo. El conflicto persiste,
aun cuando las categorías raciales pierden toda o gran parte de su
importancia práctica, y la Iglesia viene a menos. Recordemos la ob
servación de Gosselman:
Los mestizos son la raza de la clase que sigue a los blancos.. En mu
chos casos se les encuentra de alcaldes, administradores de correos
e incluso de jueces políticos. Forman la suboficialidad del ejército
y la mayoría de los rangos subalternos. A su estrato pertenecen pe
queños comerciantes y ocupan los puestos de escribientes de la ad
ministración pública. No tienen el mismo prestigio que los criollos,
lo cual no les excluye de alcanzar reputación y cierta cuota de poder.
Siempre les queda la esperanza de seguir escalando. Por su actúa-
ción, se dice que forman el puente entre las capas altas y bajas de
la población.
Entre las clases postergadas se considera al mulato como el más
noble y el indígena le mira con la certeza de saber que por las ve
ntas de quien tiene delante corre sangre europea. Se le encuentra en
la industria mostrando una capacidad para el trabajo mayor que la
de cualquier otro de distinta condición59.
N otas
l - M. Serrano Blanco, Las viñas del odio, Bucaramanga, 1949, pp. 73-82.
-■ M. Deas, «Algunas notas sobre la historia del caciquismo en Colom
bia», en Revista de Occidente, Madrid, octubre de 1973, No. 127. Hoy en día
pienso que ese artículo no hace énfasis suficiente en las diferencias regio
nales. Se puede encontrar una corta y accesible introducción a la noción
de clientelismo en una publicación del Cinep. N. Miranda Ontaneda, Clien-
telismoy dominio de clase: el modo de obrar político en Colombia, Bogotá, 1977.
3' Existen dos trabajos sobre Francia que exploran las mismas áreas
que esta serie de preguntas. Son ellos M. Agulhon, La République au Villa-
ge, París, 2a ed., 1979, y E. Weber, Peasants intoFrenchmen, Londres, 1977.
Me parece que Weber exagera en su afán de poner fecha reciente a la «con-
cientización nacional» de Francia; su libro no es por eso menos intere
sante. El libro de Agulhon es un clásico en su precisión y sutileza. Un es
tudio sociológico sobre una provincia francesa con una buena exploración
de la política y su significado local puede encontrarse en L. Wylic, Village
in the Vaucluse, Cambridge, Mass., 1957. El comunismo individualista de los
camaradas que hay en su «Peyrane» nos recuerda mucho a los camaradas
de Viotá.
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
bia durante el siglo xrx», Boletín deEstudios Históricos, Vol. vi, Nos. 66 y 67,
suplemento No. 2, Pasto, 1935.
36' F. C. Aguilar, Colombia en presencia de las repúblicas hispanoamericanas,
Bogotá, 1884, pp. 290, 74-75.
37- En Olivos y aceitunos..., la Nueva Luz tira doscientos ejemplares y tie
ne siete suscripciones (sic): «El gobierno de la provincia lo costeaba, pagan
do $34 de ley por cada número, lo que se importaba a “impresiones oficia
les” en los libros de contabilidad provincial», pp. 94-95.
38J. León Helguera, «Antecedentes sociales de la revolución de 1851...»,
artículo arriba citado: el general Obando ayuda de su propio peculio a
los democráticos del Valle a comprar una imprenta.
39■Bogotá, 1882. El librito de 551 páginas ofrece un resumen del «esta
do moral» de los varios pueblos de Cundinamarca visitados por «el infa
tigable Santo Colombiano».
40' Orlando Fals Borda en El Presidente Nieto, arriba citado, menciona
el Catecismo o Instrucción Popular de Juan Fernández de Sotomayor y Picón,
Cartagena, 1814; J. J. Nieto, Derechos y deberes del hombre en sociedad, Carta
gena, 1834; J. P. Posada («e l Alacrán»), Catecismo político de los artesanos y
campesinos, 1854.
Sobre Sotomayor y Picón, A. Camecelli, La masonería en la Independen
cia de América, tomo I, pp. 359-362.
41■Olivos y aceitunos, p. 125: «Comenzó a salir otro periódico de gran
des dimensiones, titulado El Chiríquiqueño. Una de las grandes mejoras que
tenía sobre sus antecesores (...) era la creación de un folletín (...) El folle
tín estaba lleno con el principio de la vida de Sócrates, por Lamartine.
Este escrito ha servido para fundar algo más de setecientos periódicos en
América, de ésos que empiezan por “Año I o” yjamás pasan del número
13. La muerte de Sócrates es tan popular entre los cajistas, que nunca des
baratan lo compuesto».
42- Kart L. Levy, Vida y obras de Tomás Carrasquilla, Medellín, 1958,
p. 370.
43-Biblioteca Luis Angel Arango, Mss. i, Papeles de Aquileo Parra. Am
bas con fecha Atanquez, abril I o de 1876. En el mismo archivo hay una
carta de David Peña, Cali, octubre 8 de 1876, contando la formación del
«Batallón Parra No. 7o». Doy gracias al doctorjaime Duarte French, direc
tor de la Biblioteca, por darme acceso a estos documentos.
44 Un resumen de los abusos del siglo pasado en Inglaterra, Escocia e
Irlanda, se halla en H. J. Hanham, The Nineteenth Century Constitutimi, 1815
1914, Documents and Commentary, Cambridge, 1969, pp. 256-292.
Para España e Italia, véanse los artículos dej. Romero Maura, J. Varela
Ortega, J. Tussell Gómez y N. A. O. Lyttelton en Revista de Occidente, Ma
drid, No. 127, octubre 1973.
45■Sobre el impacto popular de 1810, la Patria Boba, la Reconquista,
las guerras de la Independencia y el fin de la Gran Colombia poco todavía
se ha escrito. Sospecho que hubo sentimientos bien definidos de «venezo-
lanidad» y «neogranadinidad» que llegaban de la Colonia; U. S. Minister
Watts a Clay, diciembre 27 de 1826: «The prejudices o f the people belon-
ging to the two great divisions of the Republic are as inveterate as those
o f different nations; and having existed as distinct govemments under
Spain, it is difficult to remove the impression of a similar disunion». Natio
nal Archives,. Washington, D.C., Despatches form U. S. Ministers to Colom
bia, 1820-1906, Microfilm, Roll 4.
46-Por ejemplo, Galindo, más tarde Gramalote, N. de Santander; su his
toria en R. Ordóñez Yáñez, Pbro., Selección de escritos, Cúcuta, 1963.
47' Olivos y aceitunos..., p. 56, sobre el ejército que tumbó a Meló, 1854:
«Habiendo venido gente de todos los extremos de la República (menos
de Pasto), era curioso ver la variedad de tipos y vestidos en los soldados de
la gran revista (...) El indio timbiano, con su rústico vestido y su fusil lim
pio como la cacerola de una cocina de cuáqueros, se veía al lado del sol
dado de la Costa, que tiene sucio el fusil. El soldado de Boyacá sigue tras
la animada fisonomía del mulato costeño, con su cara imposible en que
nunca se revela gozo, miedo, entusiasmo, ni dolor».
48- Cali, 1950.
;49-1. F. Holton, op. cit., p. 334: «I saw the Cámara (o f Mariquita) in ses-
sioh. It has a strong Conservador majority, while the Govemor is, o f course,
a Liberal. What I saw here teaches me not to transíate the word Conservador
by Conservative: there are no Conservatives in New Granada except fana-
tic Papists. All the rest deserve the ñame of Destructives, and might be
classed into Red Republicans and Redder Republicans; and the Redder
men may belong to either party, but, except the Golgotas, the reddest I
know are the Conservadores o f the province o f Mariquita».
50- Cf. M. Agulhon, op. cit, pp. 246-250.
51' Eso se ve muy claro en La Gaceta Mercantil. El fenómeno persiste
— en el caso del ex general Gustavo Rojas Pinilla, por no citar ejemplos
más recientes.
52-Emiro Kastos (Juan de Dios Restrepo), Artículos escogidos, Londres,
1885, p . 359.
53‘ En todas partes la política es un fenómeno intermitente para la
gran mayoría de la gente; la política perpetua o es para políticos, o es es
tado de excepción, y por eso inestable — por ejemplo, Chile en los meses
antes del golpe de 1973.
54' Sobre la necesidad de llenar plazas, M. Latorre Rueda, Elecciones y
partidos políticos en Colombia, Bogotá, 1974, pp. 92-102; sobre Santander, véa
sesus Cartasy mensajes, ed. R. Cortázar, 10 tomos, Bogotá, 1944; sobre Mos
quera, Archivo Epistolar del general Mosquera. Correspondencia con el general
Ramón Espina, 1835-1866,]. León Helgueray R. H. David, eds., Bogotá,
1966.
55P. A. Pedraza, República de Colombia. Excursiones Presidenciales. Apuntes
de un diario de viaje, Norwood, Mass., 1909, p. 1. El mismo Pedraza, coman
dante-jefe de la policía, tomó los kodaks.
56 J. M. Samper, op. cit., p. 78.
57J. Jaramillo Uribe, «Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Rei
no de Granada en la segunda mitad del siglo xvm», en su libro Ensayos sobre
historia social colombiana, Bogotá, 1968, pp. 163-203; V. Gutiérrez de Pineda,
La familia en Colombia, volumen i, Trasfondo Histórico, Bogotá, 1963.
58' V. Gutiérrez de Pineda, op. cit., Cap. 17, «El medio ambiente y la
aculturación familiar en el siglo xix», pp. 307-359.
59‘ C. A. Gosselman, op. cit., p. 333.
60- Ibíd., p. 331.
61- Cf. G. y A. Reichel Dolmatoff, en su estudio ThePeople of Aritama,
Londres, 1961, pp. 115-125, sobreda educación en un pueblo mestizo de
la Sierra Nevada hace-linos veinte años, estamos otra vez frente al fenóme
no de que el «campesino» no quiere ser rural. Rechaza la «educación ru
ral»: «It seems that the govemment thinks we are a bunch ofwild indians,
asking us to make our children plant trees and vegetables» (p. 120); los
autores concluyen que la escuela de Aritama, con sus rituals, formalida
des y prejuicios, «creates (...) a world devoid o f all reality». Pero lo inútil
tiene su prestigio: «One oíd man who could be seen frequently sitting be-
fore his house with a book, admitted candidly that he had never leamed
to read but that he had acquired considerable prestige by pretending to
do so, staring every day for a while at the open pages». Lástima que el estu
dio sin rival de los Reichel Dolmatoff no se ocupó de la política.
62' Gerardo Reichel Dolmatoff, conversación.
63- Por ejemplo, N. S. de Friedemann, ed., Tierra, tradición y poder en Co-
lombia, Bogotá, 1976; W. Ramírez Tobón, ed., Campesinado y capitalismo en
Colombia, Bogotá, 1981. En ninguna de las dos colecciones la política reci
be atención. El interesante estudio de Elias Sevilla Casas, «Lame y el Cauca
indígena», pp. 85-105 de la obra editada por Nina de Friedemann, no men
ciona ni una vez la participación de Quintín Lame en la política tradicio
nal, particularmente con el Partido Conservador. Implica que esa parte de
su actuación fue inauténtica, que fue un error, que es mejor olvidarla. Pa
ra esa participación, véase D. Castrillón Arboleda, op. cit.
64- Hay mimetismo en los acontecimientos, no sólo en las ideas: el de
marzo de Bogotá imita al de enero de Caracas, y otrasjomadas a los jour-
nées de París.
65' Olivos y aceitunos..., p. 50.
A l g u n a s n o t a s s o b r e l a h is t o r ia d e l
CACIQUISMO EN COLOMBIA
que otros no pueden hacerle a uno lo que uno puede estar tenta
do a hacer a los demás. En la Colom bia del siglo x ix ésta era con
seguridad una certidumbre de mucho valor.
Los liberales perdieron su posición predom inante en 1885, en
parte debido a que su sistema electoral había llegado a ser dema
siado herméticamente simple13. La solución conservadora fue la
rígidam ente centralizada Constitución de 1886, que impuso a los
votantes las condiciones de ser propietario y alfabeto y elecciones
indirectas. La receta del presidente Rafael Núñez para la «paz cien
tífica» incluía también un ejército mayor y gendarmería, puesto que
estos dos votaban también convenientemente, y si era necesario repe
tidas veces («e l expediente consiste en votar impasiblemente cuan
tas veces sea necesario»). Más importante, incluso, era la máxima
aproximación a la Iglesia, «un concordato de m ilagro». U n conflic
to no resuelto con la Iglesia había lim itado seriamente el alcance
del anterior dom inio liberal.
Antes de los años 1920, en que los buenos precios del café, el pe
tróleo y los plátanos, la indemnización de veinte millones de dólares
de Panamá y grandes préstamos del extranjero alteraron el equili
brio, el nexo entre los gobiernos central, departamental y munici
pal en tiempos de general pobreza gubernamental no es muy fuer
te. Hay pocas obras públicas, pocas carreteras llegan a ser algo más
que una responsabilidad local, los m onopolios departamentales de
licor eran a menudo sacados a concurso, y el general Reyes tuvo que
abandonar los planes de m onopolio nacional debido a la resisten
cia departamental, en 1908. El aparato burocrático de los departa
mentos era aún muy pequeño, sus fuerzas policiales insignificantes:
los departamentos tenían todavía p oco que ofrecer al m unicipio,
poco con qué amenazar, y debido a la misma debilidad de sus pro
pios recursos el gobierno central permaneció de hecho mucho me
nos centralizado de lo que se deduce de la letra de la Constitución
de 1886. La gran ventaja natural que tenían sus autores conserva
dores era el apoyo clerical, relativamente disciplinado, abierto, ins
titucional y constitucional.
La Iglesia se recobró de'los ataques de los años 1860 con sorpren
dente rapidez; en algunos lugares el fanatismo local había sido pro
tección suficiente, y los radicales más prudentes del tipo de Ma
nuel Murillo Toro deseaban eludir toda provocación innecesaria14.
A principios de la década de 1880 la meseta fue escenario de misio
M a l c o l m D eas
nes muy activas que reorganizaron a los fieles a nivel local, restable
cieron gradualmente y redistribuyeron el diezmo, una tarea reali
zada sin el apoyo del Estado. Estas misiones eran algunas veces hos
tilizadas — «[u n a ] voz infernal... se oyó diciendo, ¡Abajo el fraile
autor de todos estos hechos!»— , pero ésta era en su mayoría una
región creyente y bien catequizada. Los curas no vacilaban en ins
truir a los ricos sobre sus deberes, e incluso nombraban por escrito
a absentistas reacios a colaborar o indiferentes: «Ricos propietarios
que se llaman cristianos... siultorum infinitus est numerus, etperuersi
dificile correguntur»15. Excepto en la provincia de Antioquia, no ha
bía una relación muy próxim a entre la élite laica y la Iglesia por de
bajo de la jerarquía. El alto mando conservador sin duda acogía
con gusto el apoyo clerical, y en 1890 lo reforzaron con la vuelta de
finitiva de los jesuitas y con españoles importados de demostrada
ortodoxia, pero no lo controlaban directamente y hay una ligera pe
ro persistente corriente de inquietud en los círculos oligárquicos
con relación al oscurantismo clerical16. N o obstante, durante los cua
renta y cinco años que van de 1885 a 1930, la Iglesia fue brazo elec
toral de los conservadores. El liberalismo era pecado: las pastorales
colombianas eran intensas e insistentes sobre este punto. El cura era
frecuentem ente la persona más influyente de la localidad — «fren
te a él, que representa la eternidad celestial y al mismo tiempo la
perennidad burocrática, el alcalde es deleznable y efím ero»— : «A l lle
gar á su parroquia un cura turbulento, es como cuando sueltan un
toro nuevo en la plaza, algo peor, porque con él no hay barrera que
valga»17. En algunos municipios, Monguí, el valle de Tenza y otras
zonas de m inifundio, gozaban de un predom inio casi absoluto.
L a guerra de 1899-1903 fue oficialm ente la última guerra civil
sufrida p or la República; desde ese m om ento los conservadores
concedieron una cierta representación a algunos liberales selectos
y la mayoría del Partido Liberal concluyó que en la guerra el Gobier
no probablemente vencería. A pesar de ello, el sistema era todavía
propenso a la violencia, y el país estuvo al borde de la guerra en
bastantes ocasiones posteriormente. En 1922 las divisiones de los
conservadores fueron explotadas por una coalición liberal indepen
diente y la situación se salvó por el uso a nivel local de la fuerza y
un recurso general al fraude. Verdaderamente el gobierno central
tenía ahora más medios a su disposición, los recursos congresio-
D e l p o d e r y l \ g r a m á t ic a
Liberal:
Si no alcanzo a disfrutar
el triunfo de los liberales
lo disfrutarán mis hyos
que horita están en pañales.
Entonces sí cantarán
los rojos su torbellino
sin que los maten los godos
por ahí en cualquier camino,
etc.
Conservador:
N otas
P r o p ie t a r i o y a d m i n i s t r a d o r
Rubio firm ó una vez una carta, con precisión sociológica, «el más
humilde de siis am igos»; tal vez estaba demasiado viejo para trans
ferir la amistad a otra persona. Es el representante de una clase de
hombres todavía sin estudiar, cuyo origen y reclutamiento perma
necen oscuros, pero que no eran p or ello menos esenciales en la
innovación agrícola. La extensión del cultivo del café creó la deman
da de miles de estos mayorales, que tenían que ser personas de al
guna educación y se convertían en personas de cierta posición: ¿Un
peldaño en la escala de aquellos que ascendían en la sociedad, o un
respiro para aquellos que de otro m odo habrían descendido?
A r r e n d a t a r io s y o t r o s t r a b a j a d o r e s p e r m a n e n t e s
Peones: le escribí a Marcelo Avendaño para ver si él que está por allá
y que conoce a las gentes puede conseguirse unas familias y traér
selas a ver si al fin logramos ocupar las casas de San Bernardo y si
es posible cambiar los malos trabajadores que tenemos. Creo que
Marcelo haga esa diligencia pues le prometí abonarles los gastos de
transporte y darle a él alguna remuneración por cada familia que
traiga, que venga a establecerse formalmente y que sean de lo más
formal que él conozca por allá. (Octubre 12,1909).
El jueves por la tarde volvió José trayendo una familia que consi
guió en Facatativa y están aquí trabajando. Les di la casita de junto
a Agustín y ha habido que auxiliarlos, pues vinieron como todos,
limpios, pero de plata; por el lado de SanJuan estuvieron viviendo
y allí los conocí hace algún tiempo y no eran malos, puede ser que
aquí se manejen bien también y duren algún tiempo. (Diciembre
I o, 1903).
Esta vez pudo ser más exigente, pues eran tiempos de guerra
civil y los trabajadores estaban ansiosos de permanecer bajo la rela
tiva protección de la hacienda. Pero la guerra no duró:
C o s e c h a , s a l a r io s y c o m id a
Existen los mismos problemas con otra hacienda vecina, Las Mer
cedes:
C o n d i c io n e s r e a l e s
Sin esas escalas (las existentes para Bogotá no sirven) se puede aun
especular sobre lo bien o lo mal que les iba a estos trabajadores.
La expansión del cultivo comercial del café en Cundinamarca ge
neralmente no destruyó una clase preexistente de pequeños propie
tarios ni expulsó a este grupo al m argen de las operaciones. La fin
ca establecía y a veces importaba a los arrendatarios. L o que había
allí antes no se puede investigar con más precisión en los documen
tos notariales; la producción a pequeña escala de la tierra templa
da, cambiaba en Facatativá p or productos de tierra fría10. Com o lo
he anotado antes, el archivo da la impresión de que la mayoría de
los arrendatarios no era de origen local. N o se les reclutaba local
mente; no fueron campesinos desplazados por la de expansión de
los cafetales.
Su condición en los años siguientes a la Guerra de los M il Días
era ciertamente triste: la hacienda respondía a la baja del precio del
café y a condiciones peligrosas disminuyendo los gastos al mínimo
y mantuvo los salarios lo más bajo posible; y esto era más fácil en
tiempo de guerra que en tiempo de paz. La desorganización del trans
porte en la guerra hizo subir los precios de los alimentos y la hacien
da n o lo podía compensar:
C om elio Rubio pensaba que esa ropa vieja podía ser la mejor gra
tificación para ofrecerles a aquellos que se ocuparan de la cosecha.
La guerra redujo esta empresa entera a un estado desesperado, se
fue agravando y prolongando por los bajos precios del café con que
los brasileños ensancharon el m ercado mundial y cambiaron sus
gustos. Además, las plantaciones de Sasaima se estaban agotando,
y tanto el dueño com o el administrador de Santa Bárbara las mira
ban con creciente melancolía.
Para los trabajadores migratorios fue m ejor la expansión del ca
fé. A los recolectores les proporcionaba una fuente adicional de
ingresos en aquellos años, y si se toma com o indicación la resis
tencia de los hacendados boyacenses al enganche, éste puede hasta
haber m ejorado lentamente las condiciones de la gente en las tie
rras altas. P or lo menos se puede decir que el empleo adicional pro
porcionado complica el cuadro recibido de los años 1885-1910, que
hace énfasis en la expansión del papel m oneda y la caída de salarios
reales, esquema totalmente contrario a los intereses de la clase tra
bajadora.
El papel m oneda al principio sí favorecía al exportador de café,
y los salarios se retrasaban frecuentemente. Pero se debe recalcar
también que el café aumentó marcadamente el em pleo, cosa que
no sería imposible de calcular, y en una época en la cual nada pare
cía aumentarlo tras la decadencia gradual del tabaco y la catastró
fica caída de la quina en los primeros años de la década dé 1880. Su
influencia en la participación de los salarios en la econom ía podría
verse m ejor que las cifras de salarios individuales reales p or trabajo
en el café, que están por establecer. También debe haber aumen
tado grandemente la movilidad de los trabajadores y transformado
la noción común de los salarios de las tierras altas. Estas aseveracio
nes se pueden hacer sea cual fuere el curso de salarios reales y son
un poco más importantes11.
Las plantaciones cafeteras de Cundinamarca surgieron en un
contexto económ ico y cultural diferente al de las del occidente del
país. Fueron establecidas p o r capitalistas de cierto tamaño que ha
bían ensayado antes tal vez con quina o con índigo, que considera
ban que el café requería el talento científico y director de gente
com o ellos si quería ir a alguna parte. Poseían título com pleto de
la tierra que empleaban, o lo conseguían. Había muy poca compe
tencia de la pequeña propiedad. Con el curso forzoso del papel mo
neda — era ilegal estipular con oro o plata— el café resultaba una
inversión atractiva. Roberto H errera se retiró del com ercio con la
introducción del papel m oneda, al cual siempre se opuso pues no
tuvo en cuenta sus intereses del mom ento com o exportador cafete
ro. La opinión general que estos hombres tenían del café era que
suministraba divisas a un país desesperado. íntimamente, todos
conocían las violentas consecuencias de la falta de divisas. Eran los
civilizadores y el café era e l’nexo civilizador. En las cuentas de R o
berto H errera Restrepo se puede ver que sus ganancias cafeteras
pagaron las importaciones de libros hechas p or su hermano para
el seminario de la arquidiócesis. Era un patrón concienzudo, pero
se preocupaba por las anchas necesidades de la sociedad, servida
con un ejem plo de vida civilizada com o el que él trataba de dar,
por lo menos tanto com o por las necesidades particulares de sus tra
bajadores. El sistema de producción de los cafeteros en Cundina-
marca era en general el de la Sabana trasladado a tierras más bajas,
lo que era suficientemente natural. N o estaban fundando conscien
temente un nuevo orden social en la zona cafetera y no podían
prever los conflictos que surgirían de ese simple transplante de un
conocido m odo de producción después de que más de m edio siglo
había forjado sus cambios económicos y demográficos. Muchos no
pensaron que el café fuera a durar tanto. Eso no había ocurrido con
nada en Colom bia12. ,
El curso de la política no puede dejar de tenerse en cuenta
cuando se considera cóm o pensaba el hacendado sobre su propie
dad y sobre sus negocios, o lo que pensaban de él sus subordinados.
Colom bia no era un país estable y la mayoría de los hacendados no
podía garantizar la tranquilidad de sus propias propiedades en me
dio de esta inestabilidad. Los riesgos eran obvios en el caso del ga
nado — ¡Viva la Revolución, muera el ganado!— pero también esta
ban presentes en el caso del café. Los cafeteros no podían confiar
en el apoyo del gobiern o nacional o en el de sus agentes locales13.
Las relaciones de Santa Bárbara con la cercana población de Sa-
¡saima no eran armoniosas. Sasaima ejercía una influencia corrup
tora sobre los peones: había en ella comerciantes que compraban
café robado; era escena de frecuentes bochinches, peleas que el ad
ministrador evitaba en lo posible y que trataba que sus hombres
evitaran. A veces había un buen sacerdote, a quien el hacendado,
hermano del arzobispo, pagaba sus diezmos, pero no tenía mucha
influencia. Y Sasaima era una municipalidad conservadora; natu
ralmente todavíalo es: 1.314votos conservadores contra 128 libera
les en 1966. Pese a todas sus buenas conexiones en Bogotá, Rober
to H errera Restrepo no era hom bre de mucho peso en Sasaima,
dada la realidad política de la población. Aunque a veces se le pi
dió que hiciera uso de sus conexiones para hacer cambiar a emplea
dos locales, su éxito era muy limitado.
Pedía a su adm inistrador que tuviera cuidado: «A l alcalde, el
secretario (...) cuídelos si van a la hacienda, gaste el brandy de la
alacena». (M arzo 25, 1889). Sus cartas a los alcaldes son halagüe
ñas y correctas, pero de las pocas que hay se deduce que observaba
la escena política local con incesante aprensión.
Esta aprensión estaba plenam ente justificada en tiem po de re
volución. Cuando la guerra civil se acercaba, Roberto Herrera con
venía un simple código telegráfico para advertir a sus mayordomos
que estuvieran preparados para evitar en lo posible el reclutamien
to de hombres y bestias: «Venda bestias» o «m ande cacao». Se les
ordenaba que pagaran la exención militar, para ellos mismos y para
el mayor número posible de hombres. La hacienda se convertía en
sitio de refugio de liberales que no querían pelear.
Roberto H errera y su agente, como la mayoría de los liberales de
Bogotá, desaprobaban el ala belicosa del Partido Liberal comanda
da p or el general Rafael Uribe Uribe. Herrera se hacía «denunciar»
su ganado p or un comerciante amistoso — en tiem po de guerra el
sacrificio de ganado se convertía en m onopolio del gobierno— y
mandaba el mayor número posible de certificados de exención que
pudiera encontrar en la capital, aunque muchas veces las autorida
des conservadoras locales y los soldados en campaña las desaten
dían. Sabiendo que iba a tener dificultades para sacar su café, daba
orden de disminuir al m ínim o los gastos y reducir los trabajos a lo
menos posible. Se podía persuadir a los peones de trabajar por me
nos a cambio de la protección de la hacienda:
Era muy difícil ocultar nada a don Eliseo, siendo éste un hom
bre de la localidad, un cazador que conocía el área íntimamente:
«L a guerra se presta muy bien para que la canalla haga su agosto,
mucho más a la sombra de los magnates» — un tema constante en
la política colombiana— . El «agosto» incluía no sólo la extorsión
directa del reclutamiento y la requisición de animales, «ningún
arriero quiere salir al camino porque pierde las muías, porque cuan
do no las quitaban las guerrillas las quitaba la gente del gob iern o»
sino también el enganche de los descontentos, lo que los liberales
pacíficos ganaban p or no ir a la guerra, y varias parrandas locales.
El mismo Eliseo García que quería arruinar las cosechas de los ri
cos se hizo a las muías y ofrecía llevar café a H onda a altos precios.
Generales conservadores controlaban también todos los vapores
del río Magdalena. A todos estos problemas se sumaba el peligro de
epidemia, pues las precauciones usuales de vacunación eran im po
sibles y tropas enfermas de otros climas acampaban en la hacienda.
Los rebeldes liberales presentaban un peligro diferente — el pe
ríodo desde 1885 es de hegemonía conservadora, y 1885-1895,1899-
1903 (los M il Días) son todos levantamientos liberales— . H errera
Restrepo fue siempre un liberal fiel, siempre opuesto a la Regene
ración conservadora (hasta bautizó a una de las muías «Regenera
c ió n »), pero era completamente pacífico y en 1895 estableció cla
ramente las reglas para el comportamiento de sus hombre. Los que
se encontraban en la hacienda no debían comprometerse. A m ero
deadores liberales se les debía decir que la propiedad pertenecía
a un liberal; a los conservadores se les debía dar las mayores mues
tras de buen com portam iento y.debía decírseles que la propiedad
pertenecía a un hermano del arzobispo, naturalmente conservador.
Estas instrucciones se cumplían. En septiembre de 1900 tropas an-
tioqueñas y caucanas visitaron la hacienda ganadera de El Peñón
y preguntaron si el mayordomo y el dueño eran liberales: «Y como
no les podía negar — escribe el m ayordomo— les hablé con toda
franqueza y les dije que era del señor arzobispo y de un hermano
que era liberal». (Septiem bre 22,1900).
En 1895 hubo guerrillas liberales en el área de Sasaima y duran
te los M il Días el pueblo fue tomado por un corto tiempo por los libe
rales. N o obstante los propósitos pacíficos de la gente de Herrera
Restrepo al comienzo de la guerra, y ellos la consideraban ciertamen
te com o una revolución temeraria, era muy difícil mantener la neu
tralidad frente a las provocaciones del gobierno. N o sólo había las
contribuciones — «lo que nos castigarían a los pacíficos sería la pi
cardía de no haber tom ado parte en la guerra»— sino también las
noticias de lo que les estaba sucediendo a sus parientes en otras
partes del país.
C om elio Rubio tenía un tío y dos hermanos en armas en el To
lima y su familia allí era perseguida:
Hay que esperar a ver si los señores sasaimeros me van a dejar vol
ver a estar allá— escribe desde un refugio temporal en Facatatívá—
pues por conductos muy fidedignos sé que se proponen sacamos
a los liberales que vivimos allá, molestando cuanto pueden a fin de
desesperamos. (Octubre 16, 1901).
Este fervor sectario tenía tal vez una explicación adicional, y Ru
bio escribió de nuevo quince días más tarde:
Entre los que han dado tan buena acogida al decreto del gobierno
sobre el café hay gentes que a uno le causa extrañeza que se dejen
ofuscar así por la pasión política. Habrán tenido la (para ellos) grata
esperanza de que ese abominable decreto sea aplicable sólo a los
enemigos del gobierno. (Mayo 21', 1900).
Yo daría con mucho gusto hoy la hacienda por los 20.000 pesos oro
en que queda el avalúo (...) Estamos, pues, los propietarios de me
ros administradores del gobierno sin sueldo; ya no se resiste seme
jante recargo de contribuciones; especialmente tratándose del café
que es una empresa arruinada. Lo peor es que es un mal sin reme
dio. (Noviembre 13, 1905).
Roberto H errera pone cada año en sus cuentas com o valor capi
tal de la hacienda el valor original más el costo de las mejoras físi
cas. Los cálculos de ganancia hechos sobre esa base en las condicio
nes inflacionarias de Colombia no. son muy realistas y también será
necesario hacer alguna asignación para el eventual agotamiento
de la hacienda17.
H ubo ciertamente ganancias sustanciales, pero los esperados
años buenos de la década de 1890 no fueron nada extraordinarios.
El producto de Café de Santa Bárbara vendido en Londres fue de
3.640 libras esterlinas en prom edio entre 1886 y 1889, deducidos los
gastos de transporte marítimo desde Barranquilla, seguro y comisio
nes de los agentes18.
En 1896 llegó al máximo con 7.976 libras esterlinas y en 1891 fue
sólo de 1.576 libras esterlinas. Para dar una aproximación de la ga
nancia total se deben deducir los gastos de la hacienda, el item prin
cipal de los salarios y los altos gastos de transporte local hasta el Mag
dalena y hasta Barranquilla.-Esto debía hacerse idealmente sobre
la base de la cosecha y, a causa de la dem ora entre la salida del café
de la hacienda y su venta en Londres, sus cuentas calculaban ganan
cias basándose en ventas futuras que no siempre se llevaban a cabo.
En 1896 el producto del café vendido en Londres fue de 2.240 li
bras esterlinas y H errera Restrepo calculó su ganancia en la hacien
da en 7.914 pesos colombianos, que convertidos en libras esterlinas
al cambio de ese año daban alrededor de 1.600 libras esterlinas. Esta
proporción tal vez no se mantuvo en la competencia de los últimos
años del siglo, que trajo salarios y costos de transporte más altos.
La guerra hizo todo cálculo imposible y por algún tiem po después
de ésta los costos locales permanecieron excepcionalmente altos. Su
subida fue considerada p or el cónsul norteamericano com o una
amenaza más grave a la industria en Colom bia que el precio mun
dial, todavía deprim ido.
N o t a b ib lio g ráfic a
Las partes más interesantes de este ensayo son tomadas del archivo
de Roberto H errera Restrepo y estoy profundam ente agradecido
con el difunto doctor José U m añay con la señora M aría Carrizosa
de Umaña p or su generosidad al perm itirm e usar el archivo, por
sus muchas otras gentilezas y por su ayuda en muchos puntos difí
ciles.
También debo particularmente al artículo de Miguel Urrutia «El
sector externo y la distribución de ingresos en Colombia en el siglo
xrx», Revista del Banco de la República, noviembre, 1972.
Para el más amplio contexto del café de Cundinamarca el me
jo r trabajo sigue siendo la tesis Ph. D. inédita de Robert Carlyle Be-
yer, The Colombian Cojfee Industry: Orígins and Maje»' Trends, 1740-1940,
Minnesota, 1947. Contiene una excelente bibliografía.
O tro libro indispensable es la magnífica Colombia Cafetem, de
D iego Monsalve, Barcelona, 1927. Un bosquejo acertado de la in
dustria a la vuelta del siglo es el Report on thePresent State ofthe Cojfee
Tradein Colombia, Parliamentary Papers, 1904, del vicecónsul Spen-
cer S. Dickson, Accounts and Papers, Vol. xcvi, Col. 1767-2. Diplo-
matic and Consular Miscellaneous, series N o. 598. También: Pha-
nor J. Eder, Colombia, Londres, 1913, Capítulo x.
Augusto Ramos, O café no Brasil e no estrangeiro, Rio de Janeiro,
1923, pp. 339-341, para apreciaciones contemporáneas sobre la si
tuación de la producción colombiana.
General Rafael Uribe Uribe, Estudios sobre café (Banco de la Repú
blica, Archivo de la Econom ía Nacional, N o. 6), Bogotá, 1952, es
una colección valiosa'de sus últimos artículos.
Sobre Sasaima en particular, véase M edardo Rivas, Los trabaja
dores de tierra caliente, 2a ed., Bogotá, 1946, Cap. XV, «El café», pági
nas 310-311; del mismo autor, Viajes por Colombia, Francia, Inglaterra
(segundo volumen de sus Obras completas, 2 Vols. Bogotá, 1883) pp.
10 y ss. A qu í elogia específicamente el café com o m ejor empleador
que el azúcar o el ganado.
Véase también Salvador Camacho Roldán, Notas de Viaje (Colom
bia y Estados Unidos de América), 4a ed., París/Bogotá, 1905, pp.29-
30.
Hay una descripción de las instalaciones cafeteras en Viotá, si
milares a las de Sasaima aunque en mayor escala, en Voyage de explo-
ration cientifique en Colombia, de los doctores O. Führmann y Eugéne
Mayor (Tom o v de Memoires de la Société des Sciences Naturelles de
Neuchatel, Neuchatel, 1911, 2 Vols.), Vol. i, pp. 101-110. Los prim e
ros manuales de cultivo de café usados en Colom bia están conve
nientemente coleccionados en la obra de José Manuel Restrepo et
al., Memorias sobre el cultivo del café (Banco de la República, Archivo
de la Econom ía Nacional, N o. 5), Bogotá 1952.
D ebo agradecer a varias personas sobre sus comentarios a és
te corto ensayo: J. L e ó n Helguera, Pierre Gilhodes, R oger Brew,
Charles Bergquist, M arco Palacios y Donald Winters.
N otas
* Las citas de Nostromo que aparecen en este ensayo fueron traducidas por el
autor. '
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
ceso, de los enlaces del pasado, del presente y del futuro, temas
algo insípidos así planteados, pero tan difíciles de tratar, duros te
mas de m onografía académica, y tanto más duros materiales para
una obra de la imaginación. Este libro se publicó en 1904.
Nostromo describe una época crítica de la historia de la Repúbli
ca de Costaguana. La «Providencia Occidental» de Costaguana, Su-
laco, tiene dentro de sus límites la mina de plata de San Tomé, «una
de las cosas más grandes de Sur-América». La concesión de esa mi
na de turbulenta historia y difícil producción ha sido otorgada for
zosamente a un señor Gould, comerciante anglocostaguanero, hi
j o de un G ould de la Legión Británica que peleó en Carabobo. La
concesión ha sido otorgada forzosamente com o pretexto de extor
sión. Este Gould muere m ortificado por la injusticia de dicho pro
ceder; la mina fue la gran pesadilla de su vida. Pero su hy o, don Car
los Gould, estudiante en Europa, siente la fascinación de la mina
de distinta manera:
íjí í |í
Benton Williams, On Many Seas, The Life andExploits ofa Yankee Sail-
or. La lectura de este libro, relato sencillo y poco elaborado, fue uno
de los primeros estímulos para Nostramo. Una vez en obra, Conrad
buscó otros refuerzos. De los principales, uno trata de Venezuela y
dos del R ío de la Plata.
Para refrescar la mem oria sobre Tierra Firme utilizaba a Edward
B. Eastwick, Venezuela, or Sketches in the Life ofa South American Repu-
blic, with theHistory oftheLoan of!8 6 4 (Londres, 1868). Mucho deta
lle le viene de este libro: Conrad sigue a Eastwick en ciertas descrip
ciones físicas — la Casa de Aduana, la casa de la fam ilia Avellanos,
el «paraíso de culebras» en donde se encuentra la mina— . La his
toria de las minas de Aroa, en un tiempo propiedad de Bolívar mis
mo, es algo así com o la historia de la mina de San Tom é. También
prestados, o refrescados, p or Eastwick, son los diminutos pies de las
damas criollas, ciertos epítetos políticos — «godos y epilépticos», el
«n egro liberalism o» de la época y los rasgos del carácter del presi
dente venezolano Falcón y del general venezolano Sotillo— : el co
ronel Sotillo de la novela tiene el mismo apellido, además de la mis
ma rapacidad y sevicia.
D e libros viajeros ingleses empleados com o fuentes, el segundo
es de G eorge F. Masterman, Seven Eventful Years, in Paraguay, (Lon
dres, 1869). M édico al servicio del gobierno de Francisco Solano
López, Masterman pásó p or muchos sufrimientos durante la gue
rra de la Triple Alianza, que al fin acabó con López, y tantos otros
paraguayos. De su libro, Conrad toma prestados ciertos toques des
criptivos — las muchachas del pueblo de Sulaco son paraguayas en
sus vestidos y adornos— y bastantes apellidos: Corlaban, Moyny-
gham, Bergés, Fidanza, D ecoud (este último del libro de Sir Ri
chard Burton, Letters from the Battlefields o f Paraguay). Más signifi
cativo aún, toma de Paraguay mucho de la historia de los primeros
años de Costaguana independiente: la tiranía de Guzmán Bento,
en su esencia de Paraguay, aunque con nom bre más venezolano;
las torturas — los paraguayos empleaban «e l cepo colom biano»— ;
la iglesia servil con sus sórdidos capellanes militares; la atmósfera
de m iedo supersticioso. También otros apodos políticos: macaco,
que significa mico, que significaba brasileño en esa era del desafío
paraguayo.
El tercer libro que vale la pena destacar es el de las memorias
de Garibaldi, que aportaron también mucho a Conrad para la tem
M a l c o l m D eas
Yo luchaba con el Creador mismo por esa mi creación, por los ca
bos de su costa, por la oscuridad del Golfo Plácido, la luz sobre la
nieve de sus montañas, por el soplo de vida que tuve que dar a las
formas de los hombres y de las mujeres, latinos y anglosajones, ju
díos y gentiles. Palabras de exageración, tal vez, pero es difícil ca
racterizar de otra manera la intimidad y la ansiedad de un esfuerzo
creativo que involucra toda la voluntad y toda la conciencia... Si
uno busca un paralelo material para esto no hay sino el esfuerzo
sombrío de hacer el pasaje del Cabo de Hornos al occidente, por
el invierno, esfuerzo que parece sin fin.
Una vez que los intereses materiales ponen pie firme, tienen que
imponer condiciones que garanticen su propia sobrevivencia; ha
cer dinero acá se justifica frente a la anarquía, a la falta de ley; se
justifica porque la seguridad que exige tiene que ser compartida
con un pueblo oprimido; detrás viene una justicia mejor.
N otas
libro, éste tiene que ser bien malo: casi no puede tratarse de libros,
sino de objetos de otra especie. Físicamente, muchas ediciones mo
dernas de Vargas Vila son miserables, y no m erecen por su aparien
cia más respeto que una fotonovela. L a mayoría tampoco m erece
m ejor trato p o r su contenido, y alabarlos o venderlos es una estafa
hecha al crédulo público, aunque sea una estafa repetida muchas
veces.
Por muchas razones el gesto de Cossio Villegas sejustifica: las no
velas de Vargas Vila nunca fueron buenas y hoy son ilegibles; gran
parte de su prosa política es fatigante p or el estilo, además vacía y
mentirosa, pom posa y cantinflesca, adolescente con todo lo m alo
de la adolescencia. Después de leerlo por un par de días, cualquier
lector debe estar de acuerdo con el general Reyes, en que «hay que
desvargasvilizar a Colombia». Siendo el caso que su influencia se ex
tiende p or muchas otras partes, m ejor decir que hay que desvargas
vilizar a Am érica Latina, y confieso que este propósito en parte me
da aliento para escribir este p rólogo y hacer esta selección de sus
escritos.
¿Por qué no seguir entonces el ejem plo arriba citado de botar
los libros por la ventana, con la esperanza de que no van otra vez
a la calle pero, esta vez, sí a la caneca de la historia? Serían necesa
rios muchos maestros botando p o r muchos años p o r muchas ven
tanas y, com o en el caso de las muchachas traperas en la playa de
Alicia en el país de las maravillas, aun entonces uno dudaría todavía
de la posibilidad de la limpieza. El fin añorado por el general Reyes
se consigue m ejor tal vez p or vía del análisis de un prólogo y la ho
m eopatía de una selección, unas gotas del veneno.
Hay otras razones menos puritanas para repasar su obra. Prime
ra, la vida del autor y su significado histórico. L o inaguantable de
casi toda su obra no disminuye el interés singular de su carrera y
de su proyección sobre su propio tiempo y sobre el m edio siglo que
ha transcurrido desde su muerte. Su vida de ultratumba está llena
de sorpresas, y es al mismo tiem po cómica y sugestiva. Ahora, den
tro de los «108 libros» que publicó — y no se sabe de los «4 no publi
cados» y de las memorias inéditas que ya están adquiriendo cierta
notoriedad— hay un corto núm ero de páginas que, por ser inge
niosas, acertadas, o aun a veces conmovedoras, vale la pena resca
tar. La pena espero haberla tenido yo, y que no vaya a tenerla el
lector de esta selección. Ojalá sirva com o com pendio — «lo esen
cial de Vargas V ila »— , com o diversión o com o advertencia.
M a l c o l m D ea s
SU V ID A 1
¡Yo he visto!
¡Yo he visto! Señor redactor. Yo he visto arrancarse de los ojos
de los niños la venda de la inocencia por la mano valerosa del hom
bre que estaba destinado a educarlos.
SU OBRA
SU V ID A DESPUÉS DE M U E R T O
¿Por qué seguían vendiéndose obras de tan escasa calidad, aun como
libros malos? (Nadie sabe cuántos se vendían, ni dónde, ni cuándo,
pero por la diversidad de las ediciones y la piratería alegre que mues
tran debe haber sido bastante; hace algunos años la mayoría de las
ediciones fueron mexicanas.) Una respuesta común a la pregunta
es el renom bre que le dio la hostilidad del clero. Tuvo la ventaja de
ser autor de quien hablaban mal desde el púlpito. Bien posible, aun
que no he visto una denuncia impresa del autor. Cierto que Colom-
jbia empieza ya a olvidar el poder tan grande que tuvo hasta hace
muy recientem ente el clero, poder que sintió, y al lado del Partido
Conservador, hasta los primeros años del Frente Nacional. El 9 de
abril corrió en muchas partes ese rumor tan característico de un país
clerical, el de que los curas echaban bala al pueblo desde las torres
de las iglesias12. Monseñor Builes, con su ejemplar carácter del siglo
dieciséis, estaba muy campante en los años cincuenta. Todavía hay
un m ovimiento a favor de la canonización del beato Ezequiel M o
reno Díaz, obispo de Pasto a principios de siglo y godo hasta satis
facer los gustos más extremos, pero el país ha cambiado mucho y con
la secularización, la luz infernal que fue uno de los atractivos de
Vargas Vila ya se ve pálida. El olvido de esto conduce al olvido de una
parte de su importancia: en muchos casos de haber sido una influen
cia libertadora. En todas las culturas hay libros y autores de segun
da o de p eor categoría que a cierta edad en muchas vidas cumplen
con esa función libertadora.
Los ecos políticos son muy numerosos. El ensayo de Rafael Maya
lo expresa de una manera a la vez bella y precisa:
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
Dentro del país ejemplos notables fueron, como anota Arturo Es
cobar Uribe, los «Leopardos», en su nom bre y en su estilo. La in
fluencia es fuerte en la derecha, com o se nota en Laureano Gómez,
que com o jo v e n ministro en Buenos Aires festejaba al escritor en
1924; la «lucha intrépida», la «pura doctrina», las campañas en con
tra de Alfonso L óp ez Pumarejo, tienen muchas notas vargasviles-
cas, y la im agen de dem oledor solitario, con acceso místico a una
sabiduría superior, recuerda las páginas de Los Divinos. M e parece
que también hay notas de Vargas Vila en Jorge Eliécer Gaitán. Antes
de ser frase de él, «Yo no soy hombre, soy un pueblo» fue lema de
José Martí, pero para m í tiene un eco de Vargas Vila. N o es una frase
modesta. A l sugerir que ambos tenían a veces características vargas-
vilescas no quiero disminuir su importancia en la historia política
del país. Es difícil negar que ambos, entre otras cosas, fueron dema
gogos — al lector que lo duda le recpmiendo como primer paso escu
char los discursos en los discos de la serie «caudillos y muchedum
bres»— . Como demagogos habían aprendido algo de nuestro autor.
Vargas Vila daba lecciones fuera de Colombia también. Fue muy
leíd o en M éxico: otro «h ech o » de la leyenda es que el presidente
O bregón lo leía y lo apreciaba mucho, y en la leyenda de su viaje
a M éxico figura un banquete ofrecido por Obregón, con asistencia
de José Vasconcelos y Alfonso Caso. N o sabemos qué pensaban ni
Vasconcelos ni Caso de la ocasión, aunque la «raza cósmica», sue
ño del primero, suena vargasvilesco... La revolución mexicana, en
tanto anticlerical y pequeño-burguesa, debe haber contado con
muchos lectores de él, y en conversaciones con mexicanos una y otra
vez he recibido confirm ación de eso: recuerdan a tal coronel con
su bien leída colección de libiitos. Com o com probación, también
existen las ediciones piratas mexicanas, y la afición a su obra fue con
fesada p or un mexicano muy eminente (el presidente Echeverría)
que pasó hace poco por Bogotá.
En Argentina, el caso notable es Juan Dom ingo Perón. Mientras
exploraba esta sospecha, hallé que la frase «la fuerza es el derecho
M a l c o l m D eas
de las bestias» — título que utilizó Perón en uno de sus escritos más
difundidos, y que m e pareció muy del estilo del «d iv in o »— es una
cita de Cicerón utilizada p or Vargas Vila en — ¡acierto de Rafael Ma
ya!— Laureles Rojos, París, 1906. N o creo que Perón, o sus escrito
res de cabecera, leyeran a Cicerón. En Chile, hay mucho de Vargas
Vila en la obra política de Pablo N eruda — diría yo que a veces en
la obra literaria también— . Neruda cuenta su lectura de Vargas Vila
en su libro de memorias Confieso que he vivido. Que otros chilenos
lo leían, también consta. Conocí en Santiago en 1975 un librero que
conservaba algunos títulos en la edición de Sopeña en un estante
aparte; era un hom bre de la derecha, más a la derecha que el gene
ral Pinochet, y los guardaba no porque fueran de su gusto, sino
porque durante las épocas de escasez y racionamientos de la Unión
Popular los cambiaba p or lomitos con la señora del carnicero.
La resistencia ante el olvido de Vargas Vila asume formas curio
sísimas. La Ley de Honores a la Memoria de Vargas Vila, presentada al
Congreso en 1960, fue aprobada en 1966 por el presidente Carlos
Lleras Restrepo; aunque «n o le tiembla la mano ni tiene dudas sobre
la firm eza de sus principios liberales», sería interesante saber qué
pasó p or su m ente p oco vargasvilesca en el m om ento de firmar el
documento. La ley tiene cóm o artículo segundo que «e l Ministerio
de Relaciones Exteriores hará las gestiones conducentes para la
‘ repatriación de los restos de José María Vargas Vila, los cuales repo
san en la Ciudad de Barcelona en España». De allá del Cementerio
de las Cortes, departamento 5, número 7417, a esta tierra monacal,
vino el 25 de mayo de 1981. H ubo discursos en el cementerio, y
unas nuevas ediciones — «los editores destinarán los derechos de
autor de esta obra a la construcción de. un mausoleo en honor del
escritor»— . M irando más de cerca el ejemplar a la mano, noto que
tiene un pequeño tiquete de precio de la librería E l Zancudo, y mi
rándolo más de cerca todavía veo que en el tiquete dice «E l Zancu
do— “El único contra quien el gringo nada pudo”— Vargas Vila».
Mentira, claro. Fue el francés el que no pudo con el zancudo. El
gringo sí pudo: allá está el Canal de Panamá. Pero es otra prueba
de que el mentiroso vive.
V ive en rumores
N otas
y un buen verso; sus actos, como sus rimas, son igualmente despóticos y
áridos; no ha tenido sino una voluptuosidad en su vida: violar las Musas;
y las tiene ya domesticadas a su caricia brutal.
»(...) en una sentencia de muerte, discute la puntuación con más en
carnizamiento que el delito; durante su Gobierno, los liberales tuvieron
el triste consuelo de ser fusilados con todas las leyes gramaticales a falta
de otras leyes».
La primera cita es de Los parias, París, 1903; la segunda de Los cesares de
la decadencia, París, 1907.
12- Véase el estudio de Gonzalo Sánchez, Los días de la revolución. Gaita-
nismoy 9 de abril en provincia, Bogotá, Centro Gaitán, 1983.
13-Al fin el diario sí se encontró, en los archivos del Consejo de Estado
de Cuba. Véase Consuelo Triviño, ed., J. M. Vargas Vila, Diario secreto, Bo
gotá, 1989. El diario es mucho menos escandaloso de lo que se esperaba.
A ventu ras y m uerte de
U N C A Z A D O R DE O R Q U ÍD E A S
Evoca una época y una obsesión que han sido olvidadas. Sus pá
ginas nos perm iten entrar en la «m anía de las orquídeas» y nos
muestran los detalles de otro pequeño ciclo de las exportaciones
colombianas. Con el auge actual de la conciencia «verde-ecológi
ca» en el mundo y en el país, cuando ya no hay municipios sin afi
cionados dedicados al tema y cuando, tal vez pronto, el Inderena
se convierta en ministerio, es un ciclo que vale la pena recordar.
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
Dickey nos dejó este interesante relato sobre uno de los jefes
que sobrevivió com o tal.
Un d ía e nY u m b o y C o r in t o :
2 4 DE AGOSTO DE 19 8 4
mos. Dos miembros del grupo resultaron ser antiguos amigos míos:
Enrique Santos Calderón y Alvaro Tirado Mejía. Estaban además
varios senadores, el representante Horacio Serpa y el doctor Bernar
do Ramírez. Históricos tal vez sí íbamos a ser, pero un aire informal
semioficial cubrió nuestra salida, desde la recogida y la espera en
un sector oficinesco del aeropuerto, hasta la subida a dos avionetas
para em prender el vuelo a Cali. Prim ero, se nos explicó, íbamos a
ir aYumbo, el suburbio «tom ad o»p or el M-19 pocos días antes, lue
go del asesinato de Carlos Toled o Plata en Bucaramanga. Iríamos
allí con el gobernador del Valle, en Comisión, a conversar con la
gente. Después a Corinto, a firmar.
Las dos avionetas nos llevaron a Cali. A llí nos esperaba el gober
nador y seguimos directo aYumbo, pasando por un punto de la ca
rretera donde los del Eme habían intentado «trancar la entrada»
a la tropa que llegaba desde Cali, cerca de los grandes tanques de
las instalaciones de Texaco. Todos ilesos. Tuvimos una corta conver
sación sobre si tales instalaciones representaban un gran peligro
en caso de balacera, com o había sucedido tan recientemente, y so
bre qué medidas debían tomarse. Recuerdo la sensata observación
de alguien que dijo que si no era posible proteger las instalacio
nes efectivamente, era m ejor dejarlas com o estaban, con uno que
I otro celador. Nos paró una vez un retén del ejército; muy corteses,
muy correctos. Entramos a la plaza y nos instalamos en la alcaldía.
El alcalde era un hombre joven que m e pareció muy inteligente
y muy bien inform ado. Confesó llanamente que Yum bo era un
m unicipio ingobernable. El era de fuera, en parte porque los de
adentro nunca iban a ponerse de acuerdo sobre nadie. El municipio
(que no encontré físicamente tan feo com o yo esperaba), por la
presencia de la industria — es uno de los más industrializados del
país— tiene un presupuesto bastante alto, pero padece de fallas
crónicas en los servicios, particularmente el agua. Ciertos barrios,
alguien dijo, reciben agua por tubería únicamente una vez por mes.
El presupuesto se va en empleos y rapiña burocrática. Escuchá
bamos su sucinto tour d ’horizon en esa oficina tan norm al de mue
bles metálicos, al lado de otras oficinas corrientes con secretarias
corrientes, frente a la plaza con un jard ín con sus plantas protegi
das, y polvorientas obras públicas no terminadas o interminables
en las calles. Después recibimos a una delegación de ciudadanos
que nos iba a dar sus versiones del porqué de la «tom a», de los 36
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
con un m ero puñado de pesos entre los dos? «Tierra de leones» re
sultaba un texto cóm odam ente ambiguo: tal vez aludía a leones li
terarios.
M ucho les ha ocurrido a Colom bia y a la droga sobre la que se
inform aba Núñez, desde que éste ayudó a Darío con el consulado;
p ero para mucha gente todavía podría ser una tierra de leones. El
resto del m undo sabe de Colom bia p o r drogas y matanzas, princi
palmente. Este elaborado preámbulo se escribe para insinuar que el
país tiene una historia complicada e interesante y que su política
no es lo que podría esperarse.
El autor de la última relación británica de viajes p or el país que
leí, llevó consigo La vida deJohnson, por Boswell. Era un libro pesa
do, y no le ayudó mucho, pues parece que nunca supo, con segu
ridad, dónde se encontraba. P or un sentido del deber igualmente
riguroso, la última vez que estuve allí me llevé Democracia y sus crí
ticos p or Robert A. DahI. N o del todo una mala lectura y una gran
ayuda para recolectar interrogantes sobre esta vieja y vapuleada de
mocracia, si democracia resulta ser a la luz de las respuestas. ¿Vieja?
En Colom bia se han efectuado elecciones competitivas una y otra
vez, p o r lo menos desde la década de 1820, y no siempre con base
en un sufragio restringido: la provincia de Vélez les dio el voto a las
mujeres a fines de los años 1850. Colombia es una veterana entidad
política. Sea lo que fuere no está pásando p or una de esas «transi
ciones hacia la democracia» que suscitan alguna atención en el res
to de Am érica Latina. Naturalmente, le faltan los atractivos inm e
diatos, dramáticos y novedosos, com o democracia posible, de los
sistemas políticos emergentes de Europa central.
L e í complacido que el profesor Dahl muestra un verdadero pero
efím ero interés p o r el país, aunque su inform ación es incompleta
y anacrónica. M e parece que concluye, según sus criterios, que
Colom bia es una democracia, aunque partes de ella son, evidente
mente, más democráticas que otras: él no busca la perfección. El
espectáculo que ofrece su política es, sin embargo, confuso. Muchos
de los habitantes están perplejos. Las adiciones al vocabulario polí
tico local, com o ocurre con los estilos arquitectónicos, de m oderni
dad o posmodemidad, se acogen sin temor: «Participación, diálogo»,
«constituyente prim ario», «m ovim iento», «m ovim iento cívico», «so
ciedad civil». En la última década todos estos términos se han vuel
to de uso común, com o si fuese perfectam ente claro lo que todos
M a l c o l m D eas
ces nos encontramos con que ellos no dirigen el país. Con diver
sos grados de éxito defienden sus intereses y consideran a los sucesi
vos gobiernos, de los cuales muchos de ellos dependen, en el m ejor
de los casos com o aliados no confiables, y en el peor, com o enemi
gos. Aunque naturalmente tratan de influir sobre ella, no dom inan
la política económ ica y, com o sus hom ólogos de todas partes, no
parecen tener la m enor idea sobre muchos aspectos del Gobierno.
La m oderna mentalidad ejecutiva no es señaladamente política.
Hay ocasiones en que representantes de esta clase política pueden
confundirse espectacularmente. Hace poco, un dirigente de la Aso
ciación Nacional de Industríales, a n d i , involucrado en uno de los
múltiples diálogos de paz con la guerrilla, que son ahora rasgo cons
tante de la política colombiana, tranquilamente firm ó una categó
rica denuncia contra las implacables empresas que chupan el valor
de plusvalía del pueblo colombiano, com o si no se aludiera a nin
gún m iem bro de su asociación.
¿A quién se refirió, pues? D e todos modos, ¿qué haría él, en ta
les circunstancias? D irigir una asociación de industriales probable
m ente resulta aburridor, y no debería subestimarse la fuerza de la
curiosidad, ni la seducción de la aventura, pero el anhelo de ser lo
que localm ente se llama «protagonista» es evidente. Nadie quiere
quedarse fuera de nada. Hace casi dos años el M-19, grupo subver
sivo que podría decirse representa eh política el realismo mágico,
frecuentemente con resultados desastrosos, secuestró al político con
servador Alvaro Gómez. La acción se concibió com o un golpe con
tra la «oligarqu ía», que de alguna manera llevaría a la fusión de la
guerrilla con las Fuerzas Armadas y el pueblo. Por supuesto que nada
así ocurrió aunque le dio al M-19 lo que más le gusta: publicidad.
(Después de 15 años de pintoresca actividad clandestina, el M-19,
resultó con que lo que realmente quiere son cúrales en el Congre
so.) Góm ez fue liberado y su popularidad se acrecentó.
V ino a continuación un diálogo, convocado p or un monseñor.
Senadores conservadores (con bendición del partido), del gober
nante Partido Liberal (sin la bendición del partido), representan
tes de los sindicatos y el presidente de la Asociación Colombiana de
Fabricantes de Plásticos (Asoplásticos), en nom bre de las demás
agremiaciones, se reunieron con representantes del M-19, con una
ligera ayuda de parte del general Noriega. Todos se congregaron
para orar en un seminario suburbano. El gobierno del presidente
M a l c o l m D eas
1975, 44.7; Alem ania Oriental, 1975, 36.7. La tasa del Reino Unido
fue de 9.0.) Desde entonces, la tasa colombiana subió a 62.8, en
1988. (Cf. El Salvador, 1980,129.4; Guatemala, 1980, 63.) Sin duda
buena parte de este incremento tiene que ver con la droga. La geo
grafía de la muerte violenta corresponde a la del narcotráfico. Mu
chos de los crímenes no son «políticos». Es imposible precisar la
cuantía de los asesinatos «políticos» en los últimos años; lo de «p olí
tico» no es fácil de definir, y tampoco implica necesariamente que
los responsables sean soldados o policías.
U n cálculo autorizado sería que los «asesinatos políticos» ascen
dieron, recientemente, al 10 p or ciento de las 15.000 muertes vio
lentas que se registran anualmente. En relación con el núm ero de
sus militantes, el grupo político que ha sufrido más es la U nión
Patriótica que fue fundada com o «brazo electoral» de la guerrilla
f a r c en 1985, y que ha buscado desde entonces una línea más inde
N otas
humilde, sin ninguna pretensión, por lo menos muy cerca del «pu
ro pu eb lo» en su vida diaria. Muy poca gente tan humilde ha de
jad o testimonio de sus creencias y de sus experiencias políticas. Sabía
lo que pasaba tanto a nivel nacional com o a nivel de su provincia. Y
tenía sus principios. Su diario es evidencia, por ejemplo, de las limi
taciones del poder político de la Iglesia, aun sobre los creyentes y las
beatas. Su pequeño cuaderno de notas contradice las aseveraciones
de más de un olím pico historiador.
Su lectura me ha sugerido otra pregunta: ¿hasta dónde influía la
política y la filiación partidista en esos matrimonios de Suaita y sus
alrededores, que tanto ocupaban la atención de la autora? ¿Cuánta
endogamia había entre los fieles a un partido, cuánta exogamia? N o
tenemos ningún estudio sobre este tema. Recuerdo evidencias frag
mentadas de la influencia que tuvo la política en la vida social de
las clases acomodadas: una de las hijas del inglés Guillermo Wills,
gran simpatizador de la causa liberal a mediados del siglo pasado,
se casó con un joven conservador. Wills menciona en una carta que
ése fue el motivo p or el cual tuvo poco trato con su yerno y la fami
lia de éste. Muchos lectores deben recordar las consecuencias en
la vida social de la política durante las décadas de los años cuarenta
y cincuenta del siglo xx.
En su sencillez también registró los largos meses y años en que
no pasó absolutamente nada, excepto los pequeños y repetitivos
asuntos de familiares y amigas que form an la parte principal de su
diario. De vez en cuando la política ocupó su atención con mucha
intensidad — sin duda tuvo cierta motivación política en constatar
los crímenes del enemigo— , pero dichá intensidad aparece muy de
vez en cuando.
De esa observación surge otra pregunta sobre la vida política coti
diana. Hemos argumentado que sí hubo manifestaciones de la vida
política en relación con la política nacional en muchas partes del
país, aun en sitios remotos — todavía nos falta especular sobre la polí
tica local en sus aspectos diarios— y sobre el hecho de que la socie
dad colombiana, en su estructura racial y social, fue particularmen
te perm eable a la política, sin qüe los resultados fueran siempre
pacíficos o agradables. N o hemos especulado sobre la frecuencia
de esa política.
Es curioso que la señora Durán no se refiera nunca a las elec
ciones. Aunque sin duda las hubo — y muchas— en Suaita durante
M a l c o l m D eas
los cuarenta años que cubren sus apuntes, no las m enciona ni una
vez. N o es ella un instrumento que las registra. N o afectan su curio
sidad o su sensibilidad política. Tal vez por ser demasiado cotidia
nas, no le parecen eventos dignos de ser recordados.
Se debe escribir una nueva historia electoral del país que las exa
mine y las someta a escrutinio. N o sólo como suma de votaciones o
resultados sino com o acontecimientos, com o procesos. Otra vez, la
evidencia sobre cóm o se hacían, quiénes participaban, qué signifi
caban en la vida diaria no es muy completa ni sistemática. N o se ha
establecido su muy complicado calendario en la historia del país, ni
sus variantes a través del tiempo. N o se trata de la historia de un su
fragio que paulatinamente se extiende más y más: el proceso no es
tan regular ni tan ininterrumpido. En ciertas etapas del siglo pasa
do hubo sufragio universal masculino; después de 1886 fue restrin
gido, aunque debe recordarse que siempre se mantuvo para elec
ciones de concejales y diputados a las asambleas departamentales y
que, p or esa última vía, influyó en las elecciones indirectas para el
Congreso Nacional. Bajo la Constitución de Rionegro hubo bastan
te variedad en las prácticas de los distintos «estados soberanos».
Es un lugar común llamar la atención sobre los abusos y los frau
des. Es también una tentación, ya que muchos de estos eventos son
pintorescos o folclóricos y no faltan, aunque no abundan en la lite
ratura costumbrista. Pero hay muchos más aspectos que deberían
estar incluidos en la historia electoral, distintos al sencillo relato de
abusos y fraudes.
Debemos reconocer que en Colom bia las elecciones fueron ine
vitables-, que nunca se pudo gobernar al país largo tiem po sin ese ex
pediente y que nunca ningún partido o facción logró establecer una
hegem onía duradera. Hay que reconocer también que para un go
bierno el ideal siempre fue que hubiera presencia de la oposición.
Que ganara el gobierno, sí, pero con la presencia legitim adora de
una oposición. (Reconocemos, de una vez, que en estas observacio
nes estamos hablando de elecciones en su conjunto y no de lo que
pasa en cada aldea del país.) Un sistema demasiado hermético, como
el llamado sapismo del Dr. Ram ón G óm ez en Cundinamarca en la
era radical, que brindaba notorias garantías de éxito a los gobernan
tes en el manejo de las elecciones, al mismo tiempo no producía la
apetecida legitimidad y el gobierno corría entonces el riesgo de una
abstención o de una revuelta. Com o los políticos colombianos toda
vía lo saben, aveces la abstención es un arma poderosa en contra de
D e l p o d e r y l a g r a m á t ic a
Otro de los dones con que dotó Dios al General y que ha sido otra
de sus fuerzas, es su prodigiosa ijiémoria, que le permite recordar
en cualquier momento la fisonomía, el nombre y el apellido de
cualquiera persona que haya conocido, aun cuando sea por corto
tiempo, de manera de poder contestarle su saludo a un peón que
en otro tiempo estuvo en alguno de los batallones de su mando di-
M a l c o l m D eas